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Existir en pos de la búsqueda (porque la búsqueda termina siendo el motivo)

Victor Frankl fue un hombre que sobrevivió a muchas cosas, que pueden hacer que una
persona quiebre, presenció en primera persona una de las manchas más tristes y
dolorosas de la historia de la humanidad. El despojo de la identidad e incluso de la
dignidad, de pasar a ser personas a un número más, que no importaba cuál fuese su
destino, muchas veces con la única función de sobrevivir. En estas situaciones, muchos
habían perdido la esperanza, el sentido de vivir, no veían el más allá o quizá en sus vidas
no había algo que los esperara fuera del campo de concentración y optaban por el
suicidio. Cuenta la historia de un hombre que incluso en las peores situaciones encontró
una razón para vivir. Para Frankl, la esperanza permaneció viva por dentro, habla de la
necesidad de pensar en su esposa (sin saber si todavía vivía o no), la necesidad de la
risa, del bueno humor y de encontrar una felicidad que de alguna manera venga desde
adentro y lo mueva a permanecer vivo. Con este último concepto, me gustaría relacionar
esta última idea con algo que vengo escuchando casi a diario desde que tengo memoria.
Mi madre siempre tuvo muy presente que quería cultivar una dimensión espiritual
(además de la intelectual) en mí y mis hermanas, nunca nos impuso ninguna religiosidad,
pero si nos hizo y nos hace saber que la introspección es lo más importante y lo más
poderoso que podemos hacer, que la respuesta a la que lleguemos mediante ese proceso
es estrictamente personal y ella nunca la va a juzgar.

En esta idea de encontrar la felicidad en nuestro interior, cae en nosotros una gran
responsabilidad de procesar el deseo de un fin que nos trascienda o dotar nuestra
existencia de ese tan anhelado sentido. Todos hemos pasado por una situación de crisis
ante no saber en qué dirección nos llevaría ese punto de inflexión en el que debimos
tomar una decisión que definiría muchos aspectos de nuestra vida. En mi caso creo que
uno de los principales fue el tener que mudarme a Córdoba, aprender a estar lejos de mi
familia y entender qué era lo que quería hacer con mi futuro. Fue un momento duro que
tuve que asimilar para entender que era para mejorar, porque en ese trayecto descubrí
muchas cosas nuevas. Conocí personas que me hacen pasar miles de momentos alegres
y que también me permiten ver de otra forma qué es esa felicidad que estamos buscando,
el estar acompañados. Otro momento duro por el que tuve que pasar fue cuando mi
hermana más chica de un día para el otro comenzó a sentirse muy mal, mareada y no
parecía mejorar y tuvieron que internarla por varias semanas en el hospital. Estuve muy
asustada pero pudieron llegar a un diagnóstico certero y ahora gracias al tratamiento está
mucho mejor. Me cuesta mucho no estar en la diaria de mi familia para entender cómo
evoluciona el trato o la dinámica familiar en torno a eso e intento adaptarme lo mejor que
puedo, pero no siempre es fácil.

A lo largo de estos momentos duros, entendí que, nos hacen replantearnos la forma que
teníamos de vivir, nos reordena las prioridades, cambia el sentido que teníamos de vivir
hasta ese momento, nos hace darnos cuenta de tantas otras cosas que antes
ignorábamos. Estoy agradecida de que en mi vida he vivido muchos menos momentos
duros que alegres y creo que estos últimos también dejan su huella en nosotros. Creo que
en los momentos en los que más alegres somos, nos damos cuenta de que estamos bien
encaminados, sentimos algo parecido a esa felicidad que buscamos, es importante
tomarnos un segundo para percibir quiénes están ahí en ese momento y por qué es tan
importante que formen parte de él. Nos ayuda a comprobar que nuestro sentido está
alineado con nuestros valores y prioridades.

Ahora bien, retomando un poco el punto de “encontrar esa felicidad que tenemos dentro”,
recuerdo que, todos los días cuando nos llevaba al colegio, mi mamá nos hacía repetir
una frase, que iba alargando a medida que íbamos creciendo y éramos capaces de
entender un poco más. Ella siempre sostuvo que, creamos en lo que creamos, lo más
importante es siempre agradecer por las cosas buenas que tenemos y ser lo
suficientemente fuertes como para enfrentarnos a las cosas malas que tengamos que
atravesar. Así, antes de bajarnos del auto, cuando éramos chicas nos decía decir en voz
alta “Gracias por nuestra salud y nuestro amor”. Quizá ya de forma inconsciente lo
hacíamos como parte de la rutina, pero esa oración de agradecimiento fue
complementándose a lo largo de los años hasta derivar en mi último año en “Gracias por
nuestra salud, por nuestro amor y por la hermosa vida que tenemos. Gracias por todo lo
que tenemos, por nuestros trabajos y como nos queremos tanto nos tratamos siempre
bien. Gracias por nuestra felicidad que viene desde adentro” y todas las semanas nos
dejaba como alguna enseñanza o historia para que reflexionemos. En fin, creo que,
abriéndonos a la introspección como algo tan natural y cotidiano, al fin y al cabo, esas
pequeñas acciones fueron formando una especie de camino espiritual. En el encontrar
cosas para agradecer todos los días, encontramos un sentido a la vida, encontramos
cómo ser felices. Tal y como lo establece Frankl, que plantea a la felicidad como
consecuencia de un motivo y no como punto de llegada, creo que el motivo de la felicidad
es que, a pesar de todo lo que esté ocurriendo, bueno o malo, podamos procesarlo
interiormente y agradecer que somos capaces de hacerlo.

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