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CIUDADES DE CENIZAS

FUEGO # 2
JOANA MARCÚS
CONTENIDO

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capitulo 23
Capítulo 24
Capitulo 25
Capítulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo36
Capítulo37
Capítulo38
Capítulo39
Capítulo40
Capítulo41
Capítulo42
Capítulo43
Capítulo44
Capítulo45
Capítulo46
Capítulo47
Capítulo48
Capítulo49
Capítulo50
Capítulo51
Capitulo52
Capítulo53
Capítulo54
Capítulo55
Capítulo56
Epílogo
Joana Marcús

Ciudades de

Cenizas

Fuego #2

Joana Marcús
Todos los derechos Reservados.
JOANA MARCÚS

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CAPÍTULO 1
Hacía días que se repetía exactamente el mismo sueño. O quizá meses. Era difícil
saberlo con exactitud... ahí, el tiempo pasaba tan despacio que perdías la noción de él. Y
ella ni siquiera recordaba haber soñado algo distinto en toda su vida.

No sabía si era del todo normal que un mismo sueño se repitiera una y otra vez, pero
no se atrevía a preguntárselo a nadie. Después de todo, ella no debería tener la función de
soñar. Era una androide y se suponía que los androides no pensaban por sí mismos, no
tenían imaginación. Los sueños formaban parte de la imaginación.

A veces, se preguntaba si los demás androides soñaban, como ella, y pensaban tanto
en... bueno... en todo. Nunca les preguntaría por miedo, pero quería pensar que sí lo
hacían. Que ella no era tan diferente.

Aunque... el padre John —su creador— solía decir que ella siempre había sido
especial. Era su última creación. Y todos sabían que el padre John era el mejor creador de
la ciudad.

Ella se llamaba 43. Un androide no tenía derecho a un nombre humano, solo a lo que
los demás llamaban número de serie. De todos modos, su padre la llamaba Alice cuando
estaban solos.

A ella le gustaba ese nombre humano, así que mentalmente se refería a sí misma como
tal. Hacía que se sintiera algo más que un número cualquiera de una larga lista.

Por supuesto, no era algo que pudiera decir delante de sus compañeros o de los demás
padres, así que en público seguía siendo la tranquila 43, tercera androide de la quinta y
última generación.

A Alice le resultaba difícil dormir y, por si eso fuera poco, siempre era la primera en
despertarse. Como no podía moverse de la cama hasta que sonara la sirena de buenos
días, siempre esperaba pacientemente mirando el cielo a través del ventanuco que había a
unos metros de distancia. Si bajaba un poco la mirada, entre su cama y el ventanuco,
estaba la cama de 42, que dormía plácidamente.
En ese aspecto, siempre la había envidiado. Se dormía nada más tocar la cama y,
además, parecía tan tranquila... ojalá Alice pudiera hacer lo mismo.

Aún así, despertarse la primera tenía sus ventajas. Todo era más silencioso cuando los
demás dormían. Podía hacer lo que quisiera... siempre y cuando no se moviera de la
cama, claro. Y era la única hora del día en que nadie, absolutamente nadie, estaba
vigilando lo que hacía y lo que no. Era como quitarse un enorme peso de encima, aunque
fuera solo por un rato.

A veces, también, observaba la habitación. Dormía en el edificio principal, en la


tercera planta. Tenían un pasillo solo para los androides con habitaciones iguales para
cada grupo. Las dos primeras puertas eran para la primera generación, la de la derecha
para los chicos y la de la izquierda para las chicas. Y así hasta llegar a las últimas. Alice
pertenecía al grupo de la última puerta a la izquierda, junto con las chicas de su
generación.

Las habitaciones eran bastante austeras. Eran cuadradas, las paredes estaban pintadas
de blanco y tenían el suelo gris —Alice no conocía el nombre del material, pero no le
gustaba, estaba bastante frío cuando ponía los pies descalzos en él por las mañanas—.
Los únicos muebles eran las cinco camas repartidas para que cada una tuviera su propio
espacio personal y la mesa que había junto a la puerta. Una mesa rectangular de metal en
la que les ponían la ropa que debían llevar cada mañana.

Alice no entendía en qué momento ponían la ropa ahí. Ella era la primera que se
despertaba y, aún así, no había conseguido verlo nunca.

Justo en ese momento, Alice percibió un movimiento por el rabillo del ojo. 42 se había
despertado y se estiraba perezosamente. Era la androide con la que más había hablado en
su vida, pero nunca mantenían conversaciones muy extensas. Se limitaban a hablar del
maravilloso tiempo, de lo agradecidas que estaban a los padres por cuidarlas y de lo
felices que eran, aunque esa felicidad nunca se reflejaba en los ojos de ninguna.

—Buenos días, 43 —le dijo 42 con la cabeza despeinada y una pequeña sonrisa.

—Buenos días —Alice le devolvió la sonrisa.

—Hace un día precioso.


Alice se percató del hecho de que 42 no había mirado por la ventana y, por lo tanto, no
podía saber si realmente hacía un buen día o no.

—Sin duda —dijo, de todas formas.

Pareció que 42 iba a decir algo más, pero se detuvo cuando la sirena de buenos días
empezó a sonar. Las demás se despertaron con el sonido, que se cortó al cabo de menos
de un minuto, y Alice se puso de pie para ir a recoger su ropa con ellas.

Siempre era la misma indumentaria: un conjunto completamente blanco con una falda
que les llegaba por las rodillas y una pieza superior que cubría su torso y su cuello,
dejando los brazos al descubierto. Alice metió los pliegues de la parte superior en la falda
y la alisó, de modo que no quedara ni una sola arruga. Podían castigarla si encontraban
alguna. Eran muy estrictos en ese sentido. Bueno, y en todos los sentidos.

A ella solo la habían castigado una vez. No había sido nada muy grave, pero prefería
no volver a vivirlo jamás. Era mejor portarse bien.

Tomó sus zapatos, que eran unas botas blancas sin ningún tipo de atadura que llegaban
hasta los tobillos. Todas se ayudaron unas a otras a atarse el pelo de manera que quedara
completamente recogido en una cola de caballo.

Tras eso, formaron una fila siguiendo el orden de sus números y salieron de la
habitación para dirigirse al comedor, que era la sala más grande del lugar — después de
la sala de conferencias, a la que acudían muy de vez en cuando, ya que rara vez tenían
algo nuevo que contar—. Se sentaron con sus respectivas compañeras y cerraron los ojos,
tomándose las manos.

Alice había oído que antes la gente se dedicaba a hacer eso para rezar a un dios o a más
de uno, pero no estaba segura de qué era eso exactamente. Había partes de la cultura
humana que seguía sin entender demasiado.

Seguramente, había gente que todavía lo hacía, pero era un tema prohibido en su zona.
El silencio era, simplemente, una muestra de respeto por los padres, que les habían dado
la vida sin pedir nada a cambio.

A parte de su obediencia ciega, claro.


Dio un respingo. Cuando pensamientos como ese le venían a la mente, miraba a su
alrededor, asustada. Le daba la sensación de que alguien podría descubrirla y castigarla.

Pero nunca lo hacían.

—¿Estás bien? —42 la miró cuando el silencio terminó y Alice no le soltó la mano.

Alice parpadeó, mirándola. Se colocó ambas manos en el regazo al instante, nerviosa.

—Estoy bien. Sigo medio dormida.

—Si tienes un problema de funcionamiento, deberíamos avisar a un padre —le dijo 44,
que estaba sentada a su otro lado.

¡No! Alice contuvo la respiración, asustada.

—No hace falta —aseguró, tan tranquila como pudo.

—¿Segura? —insistió 44.

Apenas había hablado alguna vez con ella, pero a Alice no le gustaba. Era pelirroja,
alta y tenía pecas por toda la cara y los hombros. Pero eso no era lo que molestaba a
Alice, sino que siempre parecía buscar los fallos de los demás con la mirada. Si
encontraba alguno, siempre se lo contaba a un padre o a un científico.

Una vez había escuchado a un chico de la segunda generación llamarla sapo, pero...
Alice no tenía muy claro qué tenía que ver un animalito con contarle cosas a los padres.

—He dicho que sí —recalcó Alice, un poco menos cordial.

—A mí no me pareces muy segura —44 entrecerró los ojos.

—Lo que deberíamos hacer es dar las gracias por estos alimentos —dijo 42,
salvándola del apuro—. Hoy en día, no es fácil conseguirlos.
—Sí, tienes razón —le concedió 41, una androide de pelo castaño rizado y ojos
alargados.

42 tenía un don para disolver situaciones de conflicto sin siquiera levantar la voz, cosa
de la que Alice era incapaz. En ese aspecto, también la envidiaba un poco.

En realidad, la envidiaba en más aspectos. 42 era bajita, muy delgada, con el pelo rubio
muy claro y la nariz respingona. Tenía los ojos muy grandes para su cara y solía
moverlos a toda velocidad, como un cervatillo asustado.

Alice, por otro lado, era... muy perfecta, si es que eso tenía sentido. Tenía los ojos de
una medida perfecta y de color azul, el pelo lacio, negro y la piel blanca e inmaculada.
Las pocas veces que se había mirado a un espejo, había sido consciente de que era obvio
que no era humana. No tenía ni una sola imperfección, cosa que los demás tenían. Por
algún motivo, habría preferido tenerla, igual que 42.

Pero... en fin, eso dependía de su creador, no de ella. Después de todo, era una
androide.

Los androides eran formas de vida artificiales, cada cual más avanzada que la anterior
para que se parecieran aún más a los humanos. Los primeros habían sido robots sin más.
Ahora, eran réplicas exactas de las personas. Tan exactas que la única forma de
diferenciarlos era asegurándose de que tenían su número de serie tatuado en el estómago.

Alice no sabía por qué querrían hacer algo así teniendo a los propios humanos tan
cerca, pero nunca lo había cuestionado nadie, así que ella no iba a ser la primera.

Viajar de zona en zona no era sencillo, las separaban cientos de kilómetros, y además
tenían un estricto control sobre la gente que entraba y salía de ellas. Especialmente
porque, entre zona y zona, estaban el bosque y las ciudades de los rebeldes, es decir, de
los humanos que estaban en contra de los androides y de todo lo relacionado con ellos.

—Hoy los padres están inquietos —escuchó decir a 47 al otro lado de la mesa.
Tenía razón. Pero... ¿por qué lo había dicho en voz tan alta? Había tenido mucha suerte
al no ser escuchado. Lo miró de reojo. No recordaba haberse fijado nunca en él. Era un
chico con apariencia agradable, pero ese día estaba extraño. Parecía... ¿nervioso?
Repiqueteaba los dedos sobre la mesa compulsivamente.

Algunas cabezas se giraron hacia él. Su voz había resonado demasiado. Entonces, sí
que había sido escuchado, pero solo por sus compañeros. Si tenía algún aprecio por sí
mismo, no querría que las madres lo oyeran. Por no hablar de los padres...

Padres era el término que usaban para referirse a los diez creadores de la zona. Los
demás, los hombres que se paseaban por el lugar con sus batas blancas y se dedicaban a
preguntar cosas, a sacarles muestras y demás información a los androides como ella, eran
los científicos.

Ninguno de los dos grupos era muy simpático. El padre John era, en su opinión, el más
agradable de todos padres y científicos. En el caso opuesto estaba el padre Tristan. Nunca
había sido cruel con ella ni con nadie, pero a Alice nunca le había dado buena sensación
esa mirada de ojos azules acuosos y esa sonrisa que parecía ocultar algo retorcido.

Debían ser imaginaciones suyas, porque nadie más se había quejado nunca. De hecho,
parecían tenerle un cierto aprecio ciego que no llegaba a comprender y que estaba segura
de que jamás compartiría.

Tomó el tenedor de metal para mezclar su desayuno, que era una pasta de color beige
hecha para incrementar la funcionalidad de sus neuronas, o eso les decían los padres.
Fuera lo que fuera, no sabía a nada, pero quitaba el hambre. Lo comían cinco veces al día
junto con piezas de fruta fresca.

—Es verdad —la voz de 47 volvió a resonar, esta vez a más volumen. Alice contuvo la
respiración cuando las madres, de pie a los lados de la cafetería, se giraron hacia él—. No
es justo.

—47, ten cuidado, no... —le susurró su compañero.

—¡No, no me digas que no es cierto! —él se puso de pie y golpeó la mesa, haciendo
que los platos temblaran y todo el mundo se girara hacia él—. ¡Sabes que lo es!
Una madre ya se había acercado con una sonrisa amable.

—¿Hay algún problema?

—No hay... —intentó decir su compañero.

—¡Sí, que quiero irme de aquí! —47 volvió a golpear la mesa y el vaso de agua de
Alice vibró peligrosamente. 42 se lo sujetó para que no se derramara.

—Voy a tener que pedirte que mantengas la calma, androide —replicó ella
suavemente.

—¡No quiero mantener la calma, quiero irme de aquí!

La madre hizo un gesto a los científicos de la puerta, que se acercaron


rápidamente. 47 ni siquiera los vio llegar. Entonces, lo agarraron de ambos brazos y lo
sacaron de la cafetería sin que nadie dijera absolutamente nada. Los gritos de protesta de
47 resonaron en la sala silenciosa unos segundos antes de que todo el mundo siguiera
comiendo como si no hubiera eso no hubiera sucedido.

La última vez que había pasado algo así había sido con 49, un androide aparentemente
perfecto que un día se había puesto a gritar en medio de uno de los pasillos. Nadie había
vuelto a verlo.

Alice vio, de reojo, que las madres hablaban entre ellas mientras se tomaban el
desayuno. Ya habían terminado cuando le dio la extraña sensación de que hablaban de
ella.

Quizá no era una sensación.

Cuando vio que una de ellas se acercaba a su mesa, clavó la mirada en su plato vacío,
tensa.

—43 —llamó en tono amable y formal—, el padre John quiere verte.

Ella se alisó la falda y se puso de pie, aliviada. Solo era el padre John. Menos mal.
Y aún así... nunca era bueno que una madre viniera a buscarte fuera del horario
habitual, que era por la tarde. Mantuvo la calma y se retorció los dedos mientras la
seguía. Estaba nerviosa. Muy nerviosa.

El edificio principal era, básicamente, un conjunto de pasillos blancos e impolutos por


los que madres y padres se paseaban de un lado a otro. Ellos, los androides, no podían
pisarlos a no ser que fueran llamados.

Alice calculó los movimientos que daban. Izquierda, derecha, el pasillo de las sillas,
derecha, derecha. Puerta azul. Derecha. Escaleras. Izquierda. No sabía por qué lo hacía,
era inconsciente, pero siempre se encontraba a sí misma haciéndolo.

—Espera aquí, por favor —pidió la madre, señalando el pasillo—. No te muevas.

Ella se mantuvo en su lugar con los dedos entrelazados. No tenía permitido hablar con
madres, padres o científicos si no le preguntaban algo directamente. Vio que la madre
desaparecía por el pasillo y miró a su alrededor. Estaba completamente sola. Le resultó
un poco extraño, pero la idea se fue de su cabeza antes de que pudiera siquiera
considerarla porque un ruido parecido a un llanto sonó detrás de la puerta que tenía a su
izquierda y la distrajo.

Se detuvo y escuchó más atentamente, curiosa y tensa. Solo escuchar ya estaba tan
prohibido que hacía que se pusiera nerviosa.

Pero... solo tenía que escuchar sin que la pillaran, ¿no? Si no la pillaban... no pasaban
nada.

Dudó un momento, mordiéndose el labio inferior. La madre seguía sin aparecer. Estaba
sola. Las demás puertas estaban cerradas. Esa era la única entreabierta.

Antes de darse cuenta de lo que hacía, se encontró a sí misma acercándose sin hacer un
solo ruido. Se detuvo junto a la puerta y contuvo la respiración, agudizando el oído.

—...no es culpa tuya, 47, créeme —era la suave voz del padre Tristan. Un

momento... ¿47? ¿El androide que habían sacado de la cafetería?

—A veces, ocurren errores en los programas —siguió el padre—. Eso hace que vuestro
cerebro imite emociones humanas como la angustia... y no estáis
preparados para sentiros así. Tu reacción ha sido natural. Te has sentido sobrepasado. Lo
entiendo.

—Lo... lo siento —47 estaba llorando.

Alice no quería... y a la vez necesitaba mirar. Estaba segura de que había algo que solo
podría entender mirando a través de la rendija de la puerta. Pero era muy arriesgado. Si la
pillaban... no. No la iban a pillar. Solo tenía que asomarse un poco más.

—No te disculpes, 47. Ya hemos arreglado el error de tu sistema. Espero que entiendas
el castigo.

—Lo en... lo entiendo, padre Tristan —él seguía sonando como si llorara.

—No podemos permitir que se produzcan altercados en la cafetería sin consecuencias,


¿verdad, 47?

—V-verdad... padre...

—¿Qué crees que pasaría si no te hubiéramos castigado?

—Q-que... no les tomarían en serio, padre...

—Exacto, 47. Eres un androide muy inteligente. Cuando te creé, supe que serías mi
mejor androide. Muchos no lo entenderían, pero tú lo haces.

Alice no lo soportó más. Se asomó lentamente, con las manos sudorosas y el corazón
latiéndole tan fuerte que le dolía el pecho. Alcanzó a ver la ventana del despacho y a 47
sentado delante de la mesa del padre Tristan, tapándose la cara con una mano. Seguía
llorando. Su creador, el padre Tristan, lo miraba casi con ternura.

—No hace falta que nadie se entere de lo que ha pasado —replicó el padre Tristan
suavemente, y Alice vio que hacía un gesto al otro lado de la habitación.

Se apartó de golpe cuando vio que un guardia salía de la nada, transportando algo. Su
cuerpo entero estaba entumecido por los nervios. Cuando los pasos se detuvieron, volvió
a asomarse.
—Esto es para que sepas que lo que hiciste estaba mal... pero también para que veas
que, pese a todo, sigo considerándote un androide válido y excelente.

Alice frunció el ceño cuando vio que le daban algo parecido a un guante de metal. No
entendía nada. El guardia lo extendió hacia 47, que se frotó los ojos con el dorso de la
mano y la alcanzó.

—Colócatela, 47 —lo apremió el padre Tristan como si hablara como un niño


pequeño.

Él seguía llorando cuando levantó el otro brazo. Alice contuvo la respiración


inconscientemente, llevándose una mano a la boca para no gritar. Se había quedado
clavada en su sitio, paralizada.

47... no tenía mano.

No pudo verlo bien porque se había mareado, pero consiguió ver que se colocaba el
guante de metal. En cuanto lo tuvo puesto, Alice se dio cuenta de que era una imitación
exacta de su mano. Era como si no hubiera pasado nada. Al menos, hasta que tuviera que
usarla.

Se apartó de la puerta, pegándose a la pared con el corazón en un puño.

¿Eso... eso eran los castigos?

—¿Qué se dice cuando alguien te da un regalo, 47?

—G-gracias, padre Tristan...

—Eres un buen prototipo, 47. Esta noche la pasaras en el hospital y mañana volverás
con tus compa...

Alice se apartó bruscamente cuando escuchó al guardia acercándose. Se detuvo de


nuevo en el punto exacto en el que la madre la había dejado y cerró los ojos para
recuperar la compostura. No podía dejar que la vieran alterada. Sabrían que había
escuchado eso. Y no quería perder su mano. Solo pensarlo hacía que se le acelerara el
pulso.

El guardia salió del despacho acompañando a 47. Alice levantó la mirada para
encontrarse con la de él, aunque no pareció verla del todo. Estaba pálido,
tembloroso y tenía mechones de pelo castaño pegados a la frente por el sudor frío.
Parecía tan... perdido.

—43 —la voz del padre Tristan la tensó de pies a cabeza—, ¿qué haces ahí?

Él también había salido del despacho para acompañar a 47, aunque se había detenido
al ver a Alice.

—El padre John ha solicitado de verme —replicó ella con el tono de voz más neutral
que fue capaz de encontrar dentro de sí misma—. Una madre me ha indicado que espere
aquí.

La sonrisa del padre Tristan pareció un poco más desconfiada esa vez.

—¿Y cuánto hace que esperas ahí, 43?

Ella tragó saliva. No podía dudar. Levantó la cabeza y lo miró con falsa confusión.

—Padre Tristan, los androides no disponemos de recursos para saber la hora exacta.

Silencio. Por un momento, pensó que se había pasado de lista. Pero él se limitó a negar
con la cabeza.

—Eres una androide muy locuaz —replicó, y casi parecía divertido.


Macabramente divertido.

¿Qué era locuaz?

—Pero no verás al padre John —añadió suavemente—. Ven conmigo.

Ella abrió mucho los ojos. Desobedecer a un padre era impensable, pero el padre
John quería verla. ¿A cuál de los dos tenía que obedecer?

—Pero...

—No te preocupes por tu creador. Yo hablaré con él. Ahora, ven conmigo.

No le quedó más remedio que hacerlo, incluso con las pocas ganas que tenía.
Se sentó en el lugar que había ocupado 47 unos segundos antes. La silla seguía caliente.
Eso hizo que se sintiera peor. Alice se retorció los dedos de nuevo hasta que dolieron y
tragó saliva, fingiendo tranquilidad.

—¿Te importa que te haga algunas preguntas de calibración, 43?

Lo preguntaba como si le importara su opinión, aunque realmente no lo hacía.

—Por supuesto que no, padre Tristan.

—Bien. Preséntate.

Siempre, antes de una entrevista con un padre, tenían que decir todos sus datos.

—Número de serie: 43. Modelo: 4300067XG. Creación finalizada por el padre John
Yadir el 17 de noviembre de 2025, a las 03:01 de la mañana. Recuerdos artificiales
implantados por vía modular. Zona: androides. Sin uso formal. Función: androide de
información. Especialidad: historia clásica humana.

—¿Puedes explicarme cuál es tu función exacta como androide de información?

—Sin problema, padre —replicó con voz automática—. Como androide de


información, dispongo de una capacidad cerebral superior a la media para almacenarla.
Mi especialidad es la historia clásica de la humanidad, aunque poseo algunos datos de los
años anteriores a la guerra. Además de eso, puedo hablar veinticinco idiomas distintos y
tengo la capacidad de aprender uno nuevo en un tiempo relativamente rápido.

—¿Qué me dirías si tuvieras que presentarte formalmente?

—Mi nombre de serie es 43. Es un placer conocerle. Estoy a su disposición para


ayudarle en cualquier problema o duda que tenga sobre nuestra zona. ¿Necesita ayuda en
algún aspecto?

—Perfecto —él sacó un pequeño cuaderno digital y con uno de los lápices negros
empezó a dibujar cosas en la pantalla que a Alice le resultaron imposibles de entender—.
El otro día me hablaste de un sueño, ¿has vuelto a tenerlo?
En realidad, no se lo había dicho. Él siempre parecía saber cosas que no debería saber.

—Alguna noche, sí —mintió ella, olvidándose de los modales por un momento.


Se apresuró a rectificarlo— ...padre.

—¿Y puedes explicarme de qué trata el sueño?

—No lo recuerdo muy bien —repitió, como cada vez que le había preguntado eso—.
Es confuso.

—Cualquier cosa me irá bien.

—De verdad que no lo sé, padre. Es complicado.

—Soy bastante listo, 43, haz el intento.

Ella nunca se lo contaría. Sin importar las veces que preguntara. No le gustaba ese
hombre. Ni sus ojos, ni su escaso pelo blanco, ni su barriga regordeta, ni su voz amable.
Especialmente su voz.

—Es sobre... —pensó un breve instante—. Una luz.

El hombre empezó a dibujar de nuevo símbolos extraños.

—¿Cómo es la luz?

—Brillante —replicó ella, con un ligero tono irónico. El padre Tristan levantó la
cabeza y la miró un momento. Ya no sonreía tan abiertamente como antes—. Extraña.

¿Qué había sido eso? ¿Había hecho una broma? ¿Ella? ¿Podía hacer bromas?

—¿Nada más?

Por su mirada, él sabía que sí había más.

—No, padre.
El padre Tristan se quedó mirándola unos segundos, abrió la boca para replicar y, justo
en ese momento, la puerta se abrió y el padre John entró con las mejillas rojas por el
enfado y el pelo oscuro perfectamente ordenado. Alice se puso de pie automáticamente,
como era de esperar en ella.

El padre Tristan parecía desconcertado.

—¿Qué haces aquí, John?

—He solicitado hablar con mi androide —replicó él en tono cortante—. Te


agradecería que fuera la última vez que interrumpes mis sesiones.

—Lamento haberte enfadado —replicó el padre Tristan, con la sonrisa amable—. Solo
quería preguntar algunas cosas. Es toda tuya, John. Está calibrada.

Alice siguió a su creador hacia el piso anterior, dejando al otro padre con una sonrisa
amable que fue apagándose a medida que se acercaban a la puerta. Otra vez volvió a
entrar en un despacho, aunque esta vez fue el de su querido padre John.

—Pa... —empezó, pero fue interrumpida.

—Escúchame bien, Alice —él se acercó a ella y la miró desde su altura. No podía
tocarla, no podía ni acercarse más de medio metro. Era inapropiado—. Necesito que
hagas exactamente lo que voy a decirte a continuación y, pase lo que pase, no lo
cuestiones.

—¿Eh...?

—Escúchame —repitió, y parecía nervioso—. Ha habido problemas en las otras zonas.

Alice parpadeó, confusa, pero él no le dio tiempo a decir nada antes de seguir
hablando.

—No sé qué ha pasado exactamente, pero hemos perdido todo el contacto con los
humanos. Todo indica a que los rebeldes los han atacado... o se han aliado con ellos, no
lo sé. Nadie lo sabe. No podemos estar seguros de nada.
Alice frunció el ceño. Era extraño que su padre le hablara de otros lugares. Y mucho
más que le estuviera contando que había problemas en ellos.

—Nunca nos han tenido mucha estima —replicó el padre John con una sonrisa triste
—. Temo que asuman que somos una amenaza para ellos, como creen esos
indisciplinados de los rebeldes. Lo último que hemos sabido es que los humanos ya no
hablan con nosotros y hay un grupo de rebeldes acercándose a nuestra zona.

—Los nuestros nos protegerán —replicó Alice, aterrorizada, olvidando sus


modales por completo—. Los... los científicos...

—No sabemos cuántos son, ni si van armados, ni siquiera sabemos si pretenden


hacernos daño. No puedo arriesgarme a que vengan y te quedes desprotegida, Alice. Eres
mi mejor creación.

Ella no sabía qué decir. Tampoco sabía por qué le contaba eso, no tenía por qué
hacerlo.

—No puedes estar aquí cuando eso ocurra, ¿lo entiendes? —siguió él—. Tienes que
marcharte en cuanto haya peligro. Toma todo lo que necesites y vete sin que nadie te vea.

—Pero, padre... —empezó—. No... no entiendo cómo...

—No hay nada más que entender —replicó él, y dio la vuelta a su despacho para
recoger algo de su mesa. Alice sintió un escalofrío cuando se lo puso en la mano—. Esto
es un arma. Un revólver. Te ayudará.

—Padre...

—Créeme, lo necesitarás.

—No lo necesitaré —replicó, y se lo devolvió—. Ni siquiera puedo salir del


edificio.

—Y no te estoy pidiendo que lo hagas... si no es necesario.


—Pero, las reglas... —las reglas eran en lo que se basaban sus vidas. La base de todo
lo que conocía. No entendía cómo su padre no estaba asustado de decir todo eso. Si lo
escuchaban... la imagen de 47 le vino a la mente enseguida.

—¡Olvídate de las reglas! —replicó él y, al ver que la había asustado, respiró hondo y
se calmó un poco—. Alice, ¿te he mentido alguna vez?

—No...

—Bien, ¿confías en mí?

Ella asintió con al cabeza sin siquiera dudarlo.

—Entonces, toma el revólver —ella lo metió en el pliegue de su falda, sintiéndose


incómoda ante la repentina frialdad del objeto—, mételo debajo de tu colchón o donde
sea. Que no lo encuentren. Eso es crucial. Y prepárate para salir corriendo en cualquier
momento.

—E-está bien...

—Está bien —repitió él, y pareció aliviado—. Alice, no le cuentes esto a nadie,
¿vale?

—Pero... —ella seguía sin entender nada—. ¿Qué hay de los demás? ¿Y de ti?
De... usted, perdón...

—¿Crees que ahora me importa que te saltes los modales? —casi pareció divertido,
pero volvió a su cara de preocupación al instante—. No pienses en los demás. Piensa en ti
misma. Eres la única persona en la que puedes confiar, Alice, nunca lo olvides.

Ella tardó un momento en poder formular una respuesta.

—Entonces, si pasa algo... ¿me voy corriendo? ¿Tú... qué harás tú?

—Sabes que me las apañaré, y tus amigos... también. Por el momento, no puedes
ayudarlos.

—P-pero... aunque consiguiera escapar... no tengo ningún lugar al que ir. Soy un
androide.
—Claro que lo tienes. Tú... sigue el bosque hacia el este. El lado de las montañas por
donde sale el sol cada mañana. Eso es el este. No te desvíes en ningún momento, ¿vale?
Evita las ciudades y los caminos principales. Solo... intenta no encontrar a los rebeldes.
No sé qué serían capaces si vieran el número en tu estómago.

—¿Qué hay al este?

—Una ciudad amiga. Tiene los muros blancos y un gran edificio gris en el centro.
La reconocerás enseguida. Diles quién eres y cuidarán de ti.

—Padre... ¿por qué me está contando todo esto? Si alguien lo escucha... podría...
castigarlo.

El hombre la miró un momento, y a Alice le pareció ver algo extraño en su mirada,


algo que no había visto antes.

—Eres mi prototipo más perfecto —replicó—. Mi investigación completa se basa en ti.


Si te matan, lo pierdo todo.

La puerta se abrió en ese momento y, antes de que Alice respondiera, una madre entró
en el despacho con una sonrisa cordial.

—El padre George quiere hablar con usted —le dijo a su creador.

—Bien —él dirigió una mirada a Alice, una mirada significativa que prometía
cualquier cosa y que rogaba que no hiciera ninguna estupidez—. 43, ve a desayunar.

—Sí, padre —replicó con voz temblorosa, y abandonó la habitación con el peso del
revólver en su cintura.
CAPÍTULO 2
Había pasado una semana desde su charla.

Esos días habían sido los más largos de su vida. No dejaba de pensar que, si unos
rebeldes locos no entraban por la puerta y los mataban, lo harían los propios padres
cortándoles las manos.

Miraba continuamente encima de su hombro, tensa. No podía evitarlo. 42 había


empezado a preguntarle si se encontraba bien, pero Alice era incapaz de decirle nada. Su
padre le había pedido que no lo hiciera. Tenía que obedecer. No podía traicionarlo.

Las comidas de la cafetería de parecían eternas, sus horas en la biblioteca sin sentido y
no dejaba de mirar a los padres y a los científicos como si fueran unos traidores. En su
cabeza, todos ellos sabían que podían atacarlos y no decían nada a nadie. Eran unos
traidores.

Aunque... claro, ella también era una traidora, de alguna forma.

Más de una vez se encontró a sí misma de pie en el vestíbulo del edificio principal,
mirando la gran estatua que había en el centro. Era una estatua blanca y perfecta de un
hombre con una bata de científico. No era nadie en concreto, pero se suponía que
representaba a los padres. A Alice solía darle igual. Ahora, le parecía estúpida.

Sí, había sido una semana larga. Hasta que llegó ese día.

Mientras subían las escaleras por la noche hacia los dormitorios, le tocó andar a la par
que 47. No pudo evitar mirarle la mano. A no ser que te fijaras mucho en ella, no podrías
ver que no era la suya. 47 pareció darse cuenta y la escondió mejor. Los chicos llevaban
manga larga, así que era más fácil ocultarlo.

Y, tras eso, los dos se giraron de nuevo hacia delante, incómodos.

Cuando por fin llegaron a sus camas, Alice supo que esa noche tampoco dormiría
mucho. Como cada noche, miraba el techo durante horas y horas y le daba la sensación
de que podía notar el bulto del revólver en la espalda, aunque en realidad los separara el
colchón.
Estaba segura de que todo el mundo vería que lo tenía y, en cualquier momento,
entrarían en la habitación los científicos y la llevarían con su padre para castigarlos a
ambos. Incluso podía ver la malévola —y a la vez terroríficamente entrañable— sonrisa
del padre Tristan mientras ordenaba a los guardias que se les cortaran las manos.

Se tumbó de lado y se quedó mirando la cama de su compañera, 42. Ella dormía


profundamente, con el pelo rubio desparramado por la cama. Alice también tenía el pelo
muy largo, estaba modificado para no crecer.

Había oído que en algunas partes se cortaba el pelo de las chicas como castigo, como
una pérdida de su feminidad, aunque no lo entendía. ¿Qué tenía que ver el pelo con eso?
Se suponía que seguían teniendo rasgos femeninos. Los humanos eran un verdadero
misterio.

42 suspiró y murmuró algo en sueños. Se conocían desde el día de su creación, que


había sido simultánea, pero con diferentes padres. El padre John y el padre George.
Según lo que sabía Alice, su creación había sido dos años atrás, pero en su memoria
sentía como si hubiera vivido toda una vida.

Se preguntó hasta qué punto podía confiar en 42 y se giró hacia el otro lado,
frunciendo el ceño. ¿Debía decirle que corría peligro? No, su padre le había dicho que no
lo hiciera.

Justo en ese momento, escucho un pequeño ruido del exterior. Su ceño se profundizó.
Apenas había sido un susurro, pero lo había oído. Y nunca había ningún ruido cuando
daban el toque de queda. ¿Había alguien despierto a esas horas? Quizá era una madre
vigilando los pasillos.

Intentó ignorarlo con todas sus fuerzas pero, justo en ese momento, volvió a escuchar
el ruido, esta vez más insistente y justo detrás de la puerta del pasillo. Sintió que se le
erizaba el vello de todo el cuerpo y se incorporó inconscientemente.

—¿43?

Dio un respingo ante el susurro de su compañera 42, que la miraba con los ojos muy
abiertos.
—¿Qué haces? —susurró 42, asustada.

—¿Lo has oído? —preguntó Alice en voz baja.

Ella negó con la cabeza con tanta rapidez que Alice supo que mentía. En un momento
de pura curiosidad, dejó los pies colgando de la cama —el suelo volvía a estar frío— y se
levantó. Pareció que a 42 iba a darle un infarto en cualquier momento, pero también se
incorporó.

—¡No puedes levantarte de la cama durante el toque de queda! —susurró,


siguiéndola.

—No —Alice empezó a dirigirse lentamente hacia la puerta—. He oído algo.

—¿Y qué? No te preocupes, encontrarán al que lo haya causado. No es...

Pero la interrumpieron unos claros pasos alejándose por el pasillo, y el sonido de la


puerta del pabellón del fondo abriéndose de un portazo. Las habitaciones estaban
insonorizadas, por lo que apenas se había oído. Los demás seguían durmiendo.

—¿Q-qué ha sido eso? —preguntó 42, temblorosa.

—Alguien entrando en la otra habitación —susurró ella.

Y, sin pensarlo demasiado, abrió la puerta solo para ver a través de una rendija y se
asomó. Con sorpresa, vio que 42 también se asomaba, justo debajo de ella.

El pasillo estaba oscuro, pero sus ojos estaban adaptados a la oscuridad, así que le
bastó un pequeño escudriño para ver la silueta de tres hombres vestidos de negro que
llevaban... ¿qué era eso? Parecía un saco. Frunció el ceño cuando vio que tiraban el saco
al suelo y uno de los hombres levantaba algo que llevaba en los brazos y lo apuntaba.
Cuando vio lo que era, cerró la puerta de golpe, justo a tiempo para que el disparo apenas
se escuchara en la habitación.

No era un saco. No lo era. No era nada parecido a eso. Era una persona. Y la habían
disparado.

—¿Eso era...? —preguntó 42 entrecortadamente.


—Eso creo —y la miró un momento, su corazón iba a toda velocidad, no podía pensar
—. Tenemos que irnos.

—¿Qué? ¿Irnos?

—Ya me has oído —se dirigió de nuevo a su cama y agarró el revólver con una fuerza
un poco desmesurada. Le dio la sensación de que pesaba más que la última vez.

—¡Suelta eso, 43, vas a hacerte daño!

—¡Ellos nos harán daño si lo suelto! —replicó ella.

—¡No sabes usarlo!

—¡Prefiero que me maten intentándolo!

Alguien se movió y ellas se dieron cuenta de que estaban hablando en voz demasiado
alta. Sin embargo, nadie parecía haberse despertado. 41, 44 y 45 seguían durmiendo.

42, por su parte, parecía estar a punto de echarse a llorar.

—Tenemos... que... no lo sé... avisar a las demás.

Alice pensó en lo que había dicho su padre, pero ahora no importaba, ¡no podía
dejarlas morir de esa forma! ¿En qué clase de ser la convertiría eso?

Pero justo en ese momento la puerta se abrió de golpe. Ellas dos se encontraban justo
al lado, así que les vino justo que no las aplastara contra la pared. Quedaron ocultas ahí
detrás mientras los mismos tres hombres pasaban dentro de la habitación y empezaban
a gritar. Las tres androides restantes empezaron a levantarse apresuradamente,
desconcertadas, y los hombres levantaron las armas.

—¡Faltan dos! —gritó uno.

Alice se sorprendió cuando 42 la tomó de la muñeca y se deslizó con ella hacia la


puerta sin hacer ningún ruido. Cuando estuvieron en el pasillo, como si estuvieran
coordinadas, empezaron a correr con todas sus fuerzas. Los disparos
empezaron, igual que los gritos. Gritos de 41, 44 y 45. Las habían abandonado para que
murieran mientras ellas escapaban.

Pensó en 44. En lo molesta que le había parecido una semana atrás. Ahora, estaba a
punto de llorar por haberla dejado morir.

Alice sintió náuseas cuando vio montones de figuras en el suelo y tuvo que
esquivarlas. No quería pensar en qué serían. O más bien en quiénes serían.

Sin darse cuenta, se había quedado ella en primer lugar y al bajar las escaleras advirtió
que, probablemente, los de su habitación no serían los únicos invasores que habían
entrado en la zona, así que se detuvo de golpe en las escaleras. 42 chocó con ella y
estuvieron a punto de rodar hasta el piso inferior.

—¿Qué haces? —preguntó 43, en tono agudo—. ¡Tenemos que avisar a alguien!

—No... no podemos ir por aquí

—¡Claro que sí!

Ella abrió la boca para replicar, pero 42 pasó por su lado y terminó de bajar las
escaleras. Apenas hubo tocado el pabellón inferior con la punta de los pies, volvió atrás,
pálida y miró a Alice con los ojos llenos de lágrimas.

—Están... están... todos...

—Está bien —no quería que lo dijera en voz alta. Ahí dormía también su padre.
¿Estaría...? No. No quería pensarlo. Su padre estaría bien—. ¿Había alguien... vivo?

—No, pero no hay otro camino —murmuró 42, a punto de llorar—. Tenemos que
pasar.

Alice se pasó las manos por la cara. El revólver cada vez le parecía una opción más
útil, aunque al final se limitó asentir una vez con la cabeza.

—Tú... sígueme. Y no mires al suelo, ¿vale? Solo mírame a mí.


Bajó las escaleras y 42 se apresuró a seguirla. Alice no estaba segura de por qué lo
hacía, teniendo en cuenta que estaba tan asustada como ella. De todas formas, hizo de
tripas corazón y cruzó el pasillo con la vista clavada al frente, aunque sentía un
característico olor. Olor a sangre. Era nauseabundo.

—43 —susurró su compañera.

Alice se puso en guardia, pero 42 solo estaba señalando un punto del suelo.

Eran dos mujeres vestidas como los invasores de su habitación. Llevaban ropa muy
extraña, unos monos de cuerpo entero y de color gris ceniza. Estaban ambas tumbadas en
el suelo, una todavía sujetaba un arma, la otra estaba boca abajo.

—Se han defendido —susurró 42 como si fuera difícil de creer—. Los de nuestra
zona... se han defendido.

Alice, sin saber por qué, supo qué hacer.

—Tenemos que ponernos su ropa.

—¿Qué? —chilló 42.

—Si nos ven descalzas y en camisón... nos atraparán enseguida. Tenemos que
encontrar una manera de salir de aquí.

—¿Salir de aquí? ¿De la zona? ¿Te has vuelto loca?

—Ya te lo explicaré cuando nos vayamos —ella temblaba, y quería encontrar a su


padre cuánto antes, pero sabía que buscarlo en esas condiciones no era lo más inteligente.

—Tienen sangre —susurró 42, a punto de llorar—. Es asqueroso.

Alice se separó de ella, se aseguró de que nadie las veía y tomó del tobillo a una de las
mujeres. 42 parecía estar a punto de vomitar cuando agarró a la que estaba boca abajo.
Las metieron en los lavabos del pasillo y se empezaron a cambiar de ropa. Alice advirtió
que casi todo le iba grande, pero no era nada comparado con 42. Ella estaba tan delgada
que parecía una muñeca de trapo vestida con ropa de guerra. Tenía los ojos llenos de
lágrimas mientras intentaba no tocar la sangre.
42 le dio la vuelta a la mujer para desabrochar mejor las botas y retrocedió
enseguida, soltando un grito.

—¡Cállate! —le espetó Alice sin poder contenerse.

Cuando miró abajo, deseó no haberlo hecho. Alguien había disparado a esa mujer en la
cara y ahora parecía cualquier cosa menos una persona. Solo un cráneo agujereado. Sintió
una nausea subiendo por su garganta y se tapó la boca.

Pero no podían perder el tiempo, y menos después de ese grito.

—No la mires —le dijo a su compañera, recuperando la compostura—. Quítale las


botas y ya está.

—No puedo... no...

—¡Hazlo de una vez!

No le gustó gritarle. Nunca había gritado a nadie. Pero al menos hizo que 42
reaccionara. Siguió llorando, pero al menos le quitó los zapatos.

Alice terminó de atarse las botas y la esperó. Cuando estuvieron listas, se ataron el
pelo la una a la otra, como cada mañana. Alice agarró el revólver y respiró hondo. Fingió
serenidad y, sin tener otra opción, bajaron al piso inferior.

Le sorprendió encontrar las luces encendidas y ningún cuerpo en el suelo. Aceleró el


paso y miró en cada habitación —los científicos tenían habitaciones individuales—, pero
no encontraba a nadie. Ese pabellón estaba vacío. 42 pareció relajarse un poco.

—¿Dónde crees que están? —le preguntó, como si Alice tuviera las respuestas que ella
tanto quería.

—No lo sé.
Como si quisieran responder, escucharon un disparo en el patio delantero y las dos se
quedaron pálidas. Bajaron rápidamente las escaleras. Alice apretó el arma entre las manos
y se preguntó cómo funcionaría.

El piso inferior ya era el comedor, que estaba desierto y tranquilo. Lo cruzaron


rápidamente y se asomaron a los ventanales del fondo. Alice era más alta, así que se puso
de puntillas. 42 tuvo que subirse a una silla.

Había un grupo de gente vestida de gris ceniza que rodeaba a una hilera de gente
vestida de blanco. Un vistazo fue suficiente para ver que los de blanco eran los
científicos... o lo que quedaba de ellos.

Alice miró con más desesperación, buscando a su padre, pero no lo veía por ningún
lado. Uno de los hombres de gris exclamó algo que no pudo entender y vio que cada
persona de gris levantaba el arma y apuntaba a la cabeza de un científico.

Fue entonces, justo en ese momento, cuando vio a su padre. A su creador. Al padre
John.

Estaba de rodillas mirando al hombre que le apretaba la pistola contra la frente. Sin
embargo, en el último segundo, bajó la mirada y a Alice le pareció ver que sus ojos se
cruzaban. Pero fue durante solo un segundo, porque entonces todos apretaron el gatillo a
la vez.

Lo último que vio fue el cuerpo de su padre dar un espasmo y caer rendido al suelo.

Por un momento, no se movió, solo se quedó mirando por la ventana mientras los
hombres de gris, impasibles, arrastraban los cuerpos hacia un lado y los empezaban a
amontonar en un rincón del patio. El montón fue haciéndose más grande a medida que
pasaron los segundos y ella siguió con la mirada clavada en su padre. No le veía la cara, y
no estaba segura de si quería hacerlo, pero sí vio sus piernas siendo arrastradas hacia el
montón por un hombre desconocido.

Se sentía como si estuviera flotando. El cuerpo de su padre empezó a desaparecer


cuando amontonaron más sobre él. Y, justo en el momento en que volvía a la cordura, vio
la cara del hombre que había dado la orden de disparar. Era el padre Tristan.
Apenas fue consciente de que estaban zarandeándola con violencia. Justo entonces,
sintió un picor punzante en la mejilla y se llevó la mano ahí. Parpadeó, volviendo a la
realidad. Le zumbaban los oídos.

42 estaba a su lado, tirando de ella en dirección a la cocina. Estaba llorando.


Acababa de darle un bofetón, desesperada.

—¡Tenemos que irnos, 43!

Ella clavó los ojos una última vez en el padre Tristan y se dejó guiar hacia las cocinas,
como si no pudiera terminar de entender lo que sucedía.

—¡No sé como salir! —42 estaba histérica.

Alice se llevó las manos a la cabeza. Le costaba concentrarse. Le costaba pensar.


Parpadeó varias veces e intentó dejar de estar mareada. Sí, tenían que salir de ahí. Como
fuera. Tenía que centrarse en eso. En nada más. En nadie más.

—Vámonos de aquí —murmuró, con voz ronca.

Las dos salieron de la cocina por la puerta trasera, que daba directamente a los patios
del laboratorio. Los coches pequeños que utilizaban los padres para desplazarse de un
lado a otro estaban desiertos. Eran una buena opción para salir de ahí.

Alice agarró de la mano a 42 cuando vieron un grupo de gente de negro dirigiéndose a


las cocinas. Actuó tan valiente como pudo y se mantuvo firme hasta que llegaron a su
altura. Los encabezaba una mujer, y ella la miró un momento cuando se cruzaron, pero
con una mirada que daba a entender que era solo un gusano más. Alice leyó una placa en
su pecho. Giulia.

Cuando desaparecieron en la cocina, aceleraron el paso hasta que se vieron a sí mismas


corriendo. Alice abrió la puerta del conductor del más cercano. Estuvo a punto de reírse
cuando vio que tenía las llaves en el contacto.

Pero... ¿cómo se usaba esa cosa? Puso las manos sudorosas en el volante. No se había
dado cuenta hasta ese momento de que las tenía llenas de sangre. Intentó no pensar en
ello.
—Tienes que apretar eso con el pie —señaló 42, para la sorpresa de Alice—. Y el otro
creo que es para parar el coche.

No necesitaba gran cosa más, así que encendió el motor, que apenas hizo ruido, y sin
encender las luces avanzó lentamente. Los primeros movimientos fueron bruscos, pero
después se encontró a sí misma conduciendo como si hubiera estado haciéndolo toda su
vida. 42 la miró, sorprendida, cuando ella cambió de marcha, pero no dijo nada. Alice
avanzó hacia la desierta salida trasera y aceleró cuando abandonaron la zona.

Ninguna de las dos miró atrás.


CAPÍTULO 3
Alice estaba sentada al margen de los demás, limpiando el arma que le habían dado.
Solo habían pasado veinticuatro horas y ya se sentía como nueva, como si volviera a
estar en casa. Le daba igual estar en medio del bosque. O dormir en el suelo. O tener
poca comida. Nada malo importaba.

Y, sin embargo, cuando limpió el interior del arma con un trapo viejo, no pudo evitar
acordarse de las clases de Rhett. Lo había aprendido con él.

Y él la... la había...

No, él no importaba. Quienes importaban eran los que seguían con ella. Rhett era
historia. No le importaba en absoluto. Tenía que desaparecer de su cabeza. Ya tenía
demasiadas cosas malas como para añadirlo a él. No se merecía ni ese derecho.

Justo cuando había limpiado la última pistola que tenían, Tina se acercó a ella con una
mueca.

—Creo que deberías dejar que te viera la espalda.

—Estoy bien —refunfuñó Alice.

—De todos modos, prefiero verla.

Ese día, ella había encabezado la marcha. Y había estado comiéndose todas las ramas,
espinos y todo tipo de cosas punzantes del bosque ella solita. Pero apenas lo había sentido.
Cada vez que daba una patada a una rama caída, era como si estuviera pateando a Deane, o
a Kenneth, o a Rhett. O incluso a Giulia. Todos eran una buena opción.

Alice suspiró y se giró para darle la espalda. Tina se agachó detrás de ella y le subió la
camiseta hasta los hombros. Por el suspiro que soltó, supo que no le gustó lo que veía.

—¿Cómo puedes haberte hecho tantos rasguños?


En cuanto se puso a hacer lo que podía con el agua del arroyo y un trapo
medianamente limpio —no tenía sus ungüentos, se habían quedado en el hospital de la
ciudad— Alice notó un latigazo de dolor en toda la espalda que hizo que se aferrara con
fuerza al tronco del árbol que tenía delante.

—Sé que duele —le aseguró Tina—. Lo haré tan rápido como pueda. Este rasguño
no me gusta nada.

Sabía de cuál hablaba. Del que se había hecho poco antes de llegar con una rama que
estaba en medio del camino. Había notado la piel desgarrándose junto a la camiseta y,
pese a que no había sangrado demasiado, había escocido en todo momento.

Alice soltó un gruñido de dolor cuando Tina siguió curándola.

—Al menos, veo que Charles no te hizo daño —murmuró ella.

No, la verdad es que Charles se había portado bien con ella... dentro de lo que cabía,
claro. No iba a olvidar que no tenía problemas en venderla.

—Yo le rompí un vaso —murmuró ella.


—Bueno, estoy segura de que podrá superarlo.

Tina se separó, pero le hizo quitarse la camiseta vieja. Estaba destrozada y sucia. Tina
se quitó su propia chaqueta, quedando con una fina camiseta, y se la dio a Alice.

—¿No tendrás frío? —preguntó ella, dubitativa.

—Más frío tendrás tú si te quedas en sujetador. Venga, cielo, póntela y no protestes.

Alice se puso la chaqueta. Seguía algo caliente, y le iba un poco pequeña. Tina era
más menuda que ella. Pero no importó. Agradeció tener algo cálido alrededor,
porque por las noches la temperatura bajaba en picado.

Cuando se acercó de nuevo a la pequeña hoguera que habían hecho, Trisha y Jake
discutían sobre quién debía hacer la primera guardia. Alice supo la respuesta al instante.
—Hoy la haré yo.
Ambos la miraron a la vez, callándose.

—¿Estás segura? —preguntó Jake, frunciendo el ceño.


—Totalmente.

—Oye, no quiero morir porque a ti te dé un ataque de confianza —replicó Trisha—.


Mejor duerme un rato.

Al final, accedieron a que fuera ella quien hiciera la primera guardia, pero primero
tuvieron que cenar. Lo poco que tenían eran algunas latas que habían conseguido robar
de las cocinas, un puñado de bayas que había encontrado Jake por el camino y tiras de
carne seca que se solían usar para los exploradores, también robadas.

La carne era dura y cada mordisco hacía que Alice se sintiera como si le rechinaran los
dientes, pero no le importaba. Era comida. Una semana atrás, la habría rechazado por ser
carne, pero ahora, con el dolor de estómago de estar casi dos días sin comer... cualquier
cosa era buena.

—¿Es seguro tener una hoguera? —preguntó a Trisha, dubitativa, cuando Tina y
Jake se acostaron al otro lado del fuego para empezar a dormirse. Ellas no habían
terminado su cena.
—¿Por qué no debería serlo?

—Escuché a Charles mencionar algo sobre unos salvajes.

—Ellos viven en las ciudades abandonadas —le aseguró Trisha—. Nunca van al
bosque, no sé por qué.

Alice masticó con dificultad el trozo de carne seca.

—¿Quiénes son, exactamente? —preguntó, dubitativa—. ¿Humanos que no viven


en las ciudades? ¿Por eso los llamáis salvajes?

—Eh... no exactamente —Trisha sonrió un poco—. Nadie sabe de dónde salieron,


pero ya estaban rondando por aquí cuando empezaron a crear las ciudades, hace unos
años. Vivían en una zona del bosque muy apartada, pero empezaron a acercarse en
cuanto vieron que las ciudades quedaban
abandonadas.

—¿Y por qué todo el mundo les tiene tanto miedo? ¿Son muchos

—No lo sabemos, por eso les tienen tanto miedo. Podrían ser cientos, miles... nadie lo
sabe. Viven apartados de nosotros. Ni siquiera hablan nuestro idioma. Yo solo he visto
uno, y estaba desgreñado y sucio.

—¿Nadie ha intentado hablar con ellos?

—Son peligrosos, Alice. Todos los que han conseguido acercarse a ellos... bueno, ya
sabes.

—¿Todos? —repitió Alice, perpleja—. ¿Nadie ha sobrevivido a ellos?

—Solo uno —Trisha la miró de reojo—. Rhett.

Alice se quedó mirándola un momento, perpleja.

—¿Rhett?

—Era el jefe de exploradores. El día de su última exploración... se ve que encontraron


a los salvajes. Desaparecieron durante semanas. Él y su grupo. Max se volvió loco, y
Tina también. No dejaron de buscarlos, y... bueno, el único que volvió fue Rhett.

—Con las cicatrices —dedujo Alice en voz baja.

Trisha asintió antes de suspirar y ponerse de pie. Cuando Alice vio que se iba a
dormir, le hizo una última pregunta:

—¿Hay alguna forma de evitarlos?

Trisha la miró pro encima del hombro y sonrió ligeramente.

—Ni siquiera podrías detectarlos, Alice —le aseguró—. Y, créeme, no quieres


encontrarte a solas con ellos.
Dicho esto, se tumbó sobre su chaqueta y dio la espalda al grupo para dormirse. Alice
permaneció sentada mirando el fuego chisporroteando por unos segundos, pero después
se dedicó a terminar de limpiar las armas.

Su turno terminó después de lo que pareció muy poco tiempo y fue el de Jake, que le
sonrió cuando ella fue a acostarse en el suelo, con la cabeza apoyada en una de las
mochilas. Alice cerró los ojos, intentando no pensar en nada y quedarse dormida.

No había llegado a soñar nada, lo que indicaba que no había estado dormida por
mucho rato. Cuando abrió los ojos, vio que todavía era de noche y frunció el ceño,
frotándose la cara con una sola mano.

Alguien hablaba a su lado, y supuso que serían Jake y Trisha por el cambio de guardia.
Se tumbó boca arriba e intentó volver a dormirse, pero no era capaz,
así que optó por ofrecerse a hacer la guardia de Trisha.

Siguió el ruido de su voz y lo vio hablando con alguien a unos metros de ellas. Estaba
bostezando, pero se cortó a sí misma cuando vio que había alguien más con él, de
espaldas a ella.

Pero sabía perfectamente quién era.

Jake estaba murmurando algo, pero abrió los ojos como platos al verla por encima del
hombro de Rhett. Alice seguía con los ojos abiertos de par en par.

—Oh... Alice... eh... —Jake se rascó la nuca, nervioso—. Verás...

Pero ella no lo escuchó, se centró en Rhett, que en esos momentos se estaba girando
hacia ella como en cámara lenta. Alice sintió que su corazón se aceleraba de pura rabia
mientras apretaba los puños.

—...no quería despertarte, y... —estaba diciendo Jake.

Rhett sonrió de lado y dio un paso hacia ella. El cual lamentó enseguida, porque
Alice le dio un puñetazo con todas sus fuerzas en la cara.

Y tal como le había enseñado, moviendo la cabeza para usar toda la maldita fuerza de
su cuerpo y que le doliera tanto como fuera posible.
Le había dado tan fuerte que le temblaba el brazo entero cuando se tambaleó hacia atrás,
asesinándolo con la mirada.

—¡Alice! —chilló Jake, asustado.

—¡Mierda! —Rhett se sujetó la nariz con una mano—. ¡Me has reventado la nariz!

—¡Jake! —chilló ella, furiosa—. ¡Dame la pistola!

—No... no creo que sea una gran idea...

—¡Jake! —ella se acercó a Jake hecha una furia, a lo que el niño empezó a
retroceder, aterrado—. ¡La pistola, ahora!

—Oye... —empezó Rhett, que seguía sangrando por la nariz.

—¡TÚ, CÁLLATE! ¡JAKE!

Jake la sacó de su cinturón, aterrado, y la lanzó al suelo como si quemara.


Alice la agarró y apuntó directamente a la cabeza de Rhett, cuya reacción fue la de
poner los ojos en blanco.

—Ya empezamos —murmuró, casi aburrido.

¡Aburrido! ¡Se atrevía a estar aburrido, el muy...!

—¡Alice, baja eso! —Tina se había despertado, y la miraba con expresión de horror—.
¡Como dispares, aunque sea sin querer...!

—No va a disparar —aseguró Rhett, con la voz nasal por taparse la nariz con la
mano.

—¡CÁLLATE!

—¿Se puede saber por qué gritáis de esa manera? —Trisha bostezó mirando la
escena, como si fuera lo más normal del mundo—. Genial, otro que se une a la
excursión.
—¡Él no se va a unir a nada! —aseguró Alice.

—¿Le has dado un puñetazo? —Tina adquirió un tono de madre severa,


mirándola.

—¡Se lo merecía!

—Y yo la avisé de que algún día me daría un puñetazo —aseguró Rhett.

—¿Quieres callarte de una vez? —espetó Alice, furiosa, empujándole la frente con la
punta de la pistola—. ¿No ves que te estoy apuntando.

—Si quisieras dispararme, ya lo habrías hecho hace rato —miró a Tina, como si ella
no existiera—. ¿Tenéis carne en lata?

Alice, furiosa, clavó la punta de la pistola en su frente y quitó el seguro. A Rhett


no le quedó más remedio que mirarla.

—¿Eso para qué era? ¿Para dar miedo?

—¿Se puede saber qué haces aquí? —preguntó ella, ignorándole—. ¿Qué te hacía
pensar que serías bienvenido?

—Hasta ahora, unas cuantas cosas, la verdad.

—¡Te estoy hablando en serio, Rhett!

—¡Pues elige de una maldita vez si disparas o bajas la pistola, porque yo así no te
voy a tomar en serio!

—¡Como te muevas, te dispararé! ¡Te lo aseguro!

—¡Pues hazlo de una vez y déjate de tonterías!

—Chicos... —empezó Jake, tratando de calmar la situación.

—¡NO TE METAS! —le gritaron los dos a la vez.

—Me encanta esto —sonrió Trisha.


—¡No eres bienvenido aquí, así que lárgate! —espetó Alice, fuera de sí.

—¿Y por qué no soy bienvenido? —preguntó, enarcando una ceja.

Alice apretó los labios, furiosa. No podía creerse que tuviera tan poca vergüenza.
Después de haberla abandonado, de haberla entregado a alguien que sabía que la
vendería... ¡se atrevía a preguntarle por qué estaba enfadada!

—¿Quieres otro puñetazo? ¿Es eso?

—Puestos a elegir, me gustan más las patadas.

Ella se dio cuenta de que había bajado la pistola. Estaba tan furiosa que le temblaba la
mano.

Hizo un ademán de golpearlo con la pistola, pero Trisha consiguió atraparla a tiempo,
conteniéndola como a un animal salvaje. Alice dio unas cuantas patadas al aire,
intentando librarse, pero no tardó en darse cuenta de que sería inútil. Al final, dejó de
forcejear, más enfadada todavía por ver que Rhett ni siquiera se había movido. De hecho,
Tina le estaba mirando la nariz.

¡¿Por qué demonios todo el mundo la ignoraba?! ¡¡Estaba enfadada!!

—No es nada grave —murmuró Tina—, pero te ha acertado bien. Aprieta aquí un
poco para que deje de sangrar.

—Nada grave —repitió Rhett, sacudiendo la cabeza.

—¡Lo grave será cuando me libre de Trisha! —aseguró Alice, pataleando como una
loca.

—Tranquílizate de una vez —le soltó Rhett, poniendo los ojos en blanco de nuevo.

—¿Puedes callarte de una vez, Rhett? —sugirió Trisha cuando tuvo que apretar
el agarre para que Alice no escapara.

—¡Es un traidor, Tina! —le gritó Alice, jadeando del esfuerzo—. ¡Él me llevó con
Charles! ¡Y me inyectó esa... esa cosa que me dejó inconsciente! ¡Está de parte de
Deane!
—Cielo... —empezó Tina.

—¡No, lo sé! ¡Lo oí! ¡Estaba en el coche! ¡Me vendió a un... a un...! ¡Sabía lo que me
harían y aún así me vendió!

—Alice —dijo Jake lentamente—, todo esto fue idea de Rhett.

—¡Es un maldit...! —se cortó a sí misma y le frunció el ceño a Jake—. Espera,


¿qué?

—Teníamos que mandarte con Charles para que pudiéramos comprarte después
—aclaró Rhett con tono cansado, como si fuera evidente.

—¿Qué? —repitió ella, como una tonta.

—Nos ayudó a escapar —Trisha la soltó por fin—. Espabila, que no te enteras de
nada.

—Pero... —Alice empezaba a arrepentirse del puñetazo—. Él... yo vi...


hablaba con Deane... lo... lo oí.

Bueno, no se arrepentía tanto del puñetazo. Se había quedado muy a gusto.


Pero quizá si de apuntarle con una pistola.

—Tenía que fingir que estaba de su parte —aclaró Rhett.

—¿De su...? ¡Me amordazaste! —espetó ella, resentida—. Casi no podía


respirar, ¡y dejaste que Kenneth casi me ahogara!

—Si hubiera intentado ahogarte, Alice, ahora mismo él sería el ahogado.

Los demás se relajaron cuando vieron que ella no tenía intenciones de volver a
apuntar con la pistola a nadie. Alice estaba de pie, con el ceño fruncido, pensando a toda
velocidad.

—Gracias por la confianza ciega, por cierto —Rhett enarcó una ceja.
—¿Confianza ciega? —Alice se volvió a acercar a él y le dio un puñetazo (no tan
fuerte) en el brazo, haciendo que retrocediera.

—¿Ahora qué he hecho? —protestó él, sujetándose la zona afectada.

—¿¡Cómo demonios se te ocurre no decirme nada!?

—¿Y cuándo querías que te lo dijera? ¡Tuve que planearlo en dos horas!

—¡¿Tienes idea de lo que han sido estos dos días?! —otro empujón—.
¿Sabes las cosas que he llegado a pensar, maldita sea? ¡Pensé que iban a
desconectarme! ¡Pensé que estabais todos de su parte!

—¿Cómo pudiste creer eso tan rápido?

—¿Y qué otra cosa podía pensar si estabas vendiéndome a Charles con Kenneth
y Deane, Rhett?

—Bueno, creo que no se van a intentar matar el uno al otro —aclaró Trisha—.
¿Puedo volver a irme a dormir?

No esperó una respuesta, sino que se fue directamente. Fue en ese momento cuando
Alice vio que Rhett había dejado un saco lleno junto al árbol en el que había estado
hablando con Jake. Seguía enfadada, así que aunque se moría de ganas no preguntó qué
era.

De hecho, se formó un silencio bastante incómodo hasta que Tina miró a Alice con una
dulce sonrisa.

—¿Cielo? —le puso una mano en el hombro—. ¿Me dejas ver esa mano? Alice se

la ofreció de mala gana.

—¿Algún día podré dar un golpe sin hacerme más daño yo que la otra
persona? —masculló ella de mala gana.

—No has colocado bien el... —Rhett dio un respingo cuando vio la mirada asesina de
Alice—. Vale, me callo.
—Pensé que habría sido peor, le has dado con fuerza —murmuró Tina viendo los
nudillos enrojecidos y palpitantes.

—Te aseguro que me he dado cuenta —murmuró Rhett, que se miró la sangre de la
mano con una mueca.

—Al menos —Alice le enarcó una ceja—, he sacado el dedito del puño, ¿no?

Pareció que él estaba a punto de reírse, pero en ese momento los tres se giraron
hacia Jake, que hurgaba en el saco que Rhett había traído.

—¡Oye! —Rhett se acercó a él enseguida, apartándolo del saco—. Ni se te ocurra


robar comida, mocoso.

—¡Pero tengo hambre!

Se pusieron a discutir mientras Tina decía a Alice que su mano estaba bien, pero que
no le iría mal tenerla en el agua fría del río por un rato. Alice asintió y flexionó los
dedos, incómoda y extrañamente satisfecha consigo misma por ese puñetazo tan bien
dado.

Jake y Rhett, por su parte, habían dejado de discutir y ahora mantenían una
conversación más o menos normal.

—¿Y cómo has conseguido salir de ahí tú solo? —preguntó Jake, curioso.

—Corriendo más rápido que ellos, evidentemente.

Jake sonrió y Alice entrecerró los ojos en dirección a Jake, el muy traidor,
haciendo que él diera un respingo y dejara de sonreír al instante.

—Bien... —Tina se aclaró la garganta, mirándola—. Ahora que todos estamos más
calmados... ¿por qué no aprovechas y te bañas en el río, Alice? Seguro que Rhett te ha
traído ropa limpia.

—¿Yo sola?

No había nadado nunca, y la idea de hacerlo sola y de noche era aterradora.


—Ve con Trisha.

—Trisha se ha ido a dormir.

—¡Trisha! —ella se despertó bruscamente cuando Tina la llamó—. Es hora de ir al río


con Alice. Venga, arriba —Tina volvió a mirarla—. Arreglado.

Alice tenía la sensación de que estaba intentando separarla de Rhett hasta que estuviera
completamente calmada. Tina agarró unas cuantas cosas del saco y las llevó de manera
dificultosa hacia el campamento que habían montado.
Jake no tardó en seguirla, mordisqueando la nueva comida que Rhett había traído.
Bueno, en realidad parecía que solo quería alejarse de la situación incómoda.

Es decir, que estaban solos.

Alice, con toda la dignidad posible, le dedicó una miradita iracunda antes de agacharse
junto al saco y empezar a rebuscar entre sus cosas.

—He traído todo lo que he podido —murmuró Rhett al verla.

Alice no respondió.

—¿No vas a hablarme? De

nuevo, no respondió.

Alice no tardó en encontrar su ropa. Y... su ropa interior. Levantó la cabeza y vio que a
él se le habían enrojecido las orejas.

—¿De verdad? ¿Has rebuscado en mis bragas?

—No rebusqué nada, simplemente agarré lo primero que vi.

—¿Ah, sí? Estas las tenía en el fondo del cajón —levantó las de un unicornio lila—. Y,
casualmente, una vez me habías dicho que eran tus favoritas.

—Eso no es cierto.

—¡Sí que lo es! Fue las que usé el primer día que vine a tu habit...
—Bueno, ¿vas a coger ya lo que necesitas o qué?

Había también dos camisetas de tirantes, unos pantalones, unos calcetines y sus
apreciadas botas, que había necesitado tanto ese día. Intentó ocultar lo agradecida que
estaba de haberlas encontrado mientras se apresuraba a cargarlas con todo lo demás en
sus brazos.

—¿Te ayudo? —se ofreció él.

—No —dijo secamente.

—Pero, ¿por qué estás enfadada? —se irritó—. ¡Lo único que he hecho estos dos días
ha sido intentar que no te mataran!

—¡Cállate!

—¡No hasta que me digas por qué lo estás!

—¡No lo sé! ¡CÁLLATE!

—Estás siendo muy injusta, Alice —replicó él con tanta calma que la puso de los
nervios.

—¡Injustal! —repitió—. ¡He estado dos días creyendo que todos mis amigos me
odiaban! ¡Y creyendo que tú me habías traicionado!

—¡Y yo he estado dos días creyendo que estabas muerta, Alice! —le gritó, a su vez—.
¡Ni siquiera sabía si te encontraría al llegar aquí! He tenido un maldito nudo en la
garganta desde que te dejamos con ese drogadicto. Y siento no habértelo contado, pero
no podía arriesgarme a que Deane se interpusiera o se creyera que estaba de tu parte. Te
habría matado ella misma. Además, ¡tuve que pensar en todo con dos horas de margen,
cosa que, honestamente, no es fácil, y menos bajo presión! Ella ni siquiera quería
enviarte con Charles, sino con los locos de una ciudad donde dicen que torturan a
androides. ¿Te crees que lo habría permitido? Estaba claro que Charles era el más
sobornable. Y siempre me ha parecido inofensivo. Era el único que suponía que no te
haría daño.

Hizo una pausa, mirándola.


—Ahora que lo sabes, ¿puedes olvidarte de eso de una vez?

Alice apretó los labios, pensativa. Rhett estaba mirando a su alrededor con la mandíbula
apretada.

—¿Cómo has conseguido escaparte de Deane? —preguntó ella,


entrecerrando los ojos.

Rhett pareció aliviado del cambio de rumbo en la conversación.

—Le dije que salía a buscaros —aclaró él.

—¿Y se lo creyó?

—Sí. Hasta que, cinco minutos después, se dio cuenta de que alguien se había llevado
parte de la comida —se encogió de hombros—. Pero para entonces ya era difícil
encontrarme. Y más para esos niños a los que llama alumnos y no saben ni dar un
puñet... —se detuvo, mirándola—. Es decir, no pasa nada por no saber dar un puñetazo,
es perfectamente aceptable, pero...

—Te he entendido —aseguró ella, enarcando una ceja.

—Genial —Rhett se aclaró la garganta, pensando algo que decir—. ¿Y tú estás...


bien?

—¿Tengo pinta de estarlo?

—Me refiero a si Charles te hizo algo —Rhett frunció el ceño—. Es un pesado, pero...
no parece especialmente malo.

—No lo es —le aseguró ella.

Rhett entrecerró los ojos.

—¿Qué quieres decir?

—Solo me dejó emborracharme y me metió esto en el bolsillo mientras me iba —


Alice levantó una pequeña bolsa con polvo blanco—. Muy amable por su parte.
—¿Eso es...?

—Sí, lo es.

—¿Y se puede saber por qué lo guardas?

—Quizá me sea útil mas adelante —ella volvió a metérselo en el bolsillo.

—Oye, esto no es como el alcohol, Alice...

—No para mí —dijo, frunciendo el ceño—. No soy ninguna drogadicta.

—No eres drogadicta por probarlo, sino por engancharte. Y te enganchas probándolo.
Dámelo.

—Venga ya.

Él enarcó una ceja y a Alice se le olvidó, por un momento, que hacía cinco minutos lo
apuntaba con una pistola en la cabeza. Le puso la bolsita en la mano y Rhett la lanzó al
bosque con un solo movimiento de brazo. Alice suspiró.

—Lo que te faltaba ya... —murmuró Rhett—, ser drogadicta.

—Ni en una situación así puedes dejar de dar órdenes, ¿no?

—Y todavía me quedan muchas por dar, créeme —Rhett hizo una pausa—.
Mhm... ¿vas a bañarte al río?

—Sí, ¿por qué?

—Por na...

—¡TRISHA, YA PUEDES SALIR DEL AGUA! —chilló Tina, a unos metros de


ellos.

—¿POR QUÉ?

—PORQUE YO LO DIGO —se escuchó cómo Trisha salía del agua y se acercaba a
ellos con su ropa seca puesta—. Dales un poco de privacidad, mujer.
—Tina, se te oye desde aquí —le dijo Rhett enarcando una ceja.

—¿Oír el qué? —ella se acercó y empezó a empujarlos hacia el arroyo—.


Venga, al agua.

—Pero si yo no quiero bañarme —protestó Rhett.

—Nadie te ha pedido tu opinión, jovencito.

Alice se quedo mirando a Tina volver al campamento y apretó los labios, dejando
la ropa en el suelo. Rhett seguía de brazos cruzados, pero ella ya se estaba quitando
los pantalones.

—¿Qué haces? —él frunció el ceño.

—Bañarme.

—Pero...

—Oh, vamos, me has visto en bragas mil veces. Ahora no te hagas el santo.

Rhett apartó la mirada cuando ella se quitó la camiseta, quedando en ropa interior.

—No voy a bañarme contigo —declaró él.

—Pues tú te lo pierdes.

—No lo haré —insistió.

—¿Seguro?

—Segurísimo.

Alice suspiró y se giró hacia el río que tenían delante.

—Nunca he nadado —dijo en voz baja, emocionada, metiendo un pie en el agua


fría.
—¿Nunca? —preguntó Rhett, pasmado.

—Jamás —Alice sonrió, metiendo el otro pie y dando un paso hacia el interior del
agua, que le acariciaba la piel suavemente—. Esto es... emocionante.

—Espera... ¿no sabes nada?

—No, pero no pasa nada. Aprendo rápido.

Pero no había terminado de decirlo y Rhett ya se estaba quitando la ropa detrás de ella.

Cuando se detuvo a su lado, Alice le dedicó una pequeña sonrisita.

—¿No decías que no ibas a bañarte conmigo?

—He cambiado de opinión, prefiero que no te ahogues.

—Bien —ella sonrió ampliamente—, ¡pues ven a buscarme!

—¿Eh...?

Pero era tarde. Alice salió casi corriendo al agua hasta que ésta la engulló y apenas
tocó el suelo del río con las puntas de los pies. Escuchó a Rhett maldiciendo detrás de
ella, pero no le importó. Estaba totalmente emocionada. Ni siquiera podía verse las
manos.

—¿Siempre tienes que intentar provocarte una muerte espantosa? —protestó Rhett,
deteniéndose a su lado.

Él era más alto, así que el agua le llegaba por los hombros. Alice apenas podía
sacar la cabeza.

—Me gusta esto —sonrió, ilusionada.

—Alice, si no sabes nadar, no te alej...

—No quiero nadar, quiero flotar, como en esa película que vimos —ella intentó
levantar los brazos y que quedaran flotando sobre la superficie del agua, pero
volvieron a hundirse. Puso una mueca.

—Déjame ayudarte —murmuró él.

Alice sonrió y dejó que se acercara. Sintió un pequeño hormigueo en la piel cuando
Rhett le puso las dos manos en la espalda e hizo que separara los pies del suelo,
dejándolos flotando. Un segundo más tarde, estaba mirando el cielo con las manos de
Rhett sujetándola por la espalda para que se mantuviera a flote.

—Esto es genial —murmuró, mirando las pocas estrellas que se veían con las nubes
grises de la contaminación.

—Tienes gustos sencillos —Rhett sacudió la cabeza.

—Me gusta el agua —decretó Alice, sonriéndole—. Es... suave.

—¿Suave?

—Sí. Es como si te acariciara la piel, ¿no crees? Por

su cara, dedujo que no.

De todos modos, Alice se separó un poco de él para agitar los brazos en el agua e
intentar nadar. Rhett se mantuvo pegado a ella en todo momento.
Parecía que iba a darle un infarto cada vez que a Alice se le hundía la cabeza en el agua y
tenía que volver a sacarla a flote. Ella se reía y él tenía el ceño fruncido.

Pero, diez minutos más tarde, Alice había aprendido a mantenerse a flote a sí misma.
Rhett tuvo la decencia de parecer sorprendido.

—Ya te he dicho que aprendo rápido —canturreó ella.


Alice dejó a Rhett un momento para nadar un poco ella sola antes de volver a acercarse
a él con una sonrisita.

—Te veo muy incómodo —comentó ella, nadando tranquilamente haciendo círculos a
su alrededor.

Ya apenas se acordaba de que hacía un rato estaba furiosa con él. Ahora, lo que le
apetecía era incordiarle.

—Estoy bien —aseguró él rápidamente.

—¿Quieres que te ayude?

—¿Con qué?

—Con la parte de enjabonarte.

—No, gracias —dijo, apretando los labios.

—¿No quieres que te frote la espalda?

—No.

—¿Por qué no, Rhett? —sonrió ella ampliamente—. ¿Te pones nervioso?

—Me pones de los nervios, sí, pero no en el sentido que estás pensando.

—Si quieres, dejo que me ayudes tú a mí.

Rhett le dedicó una mirada ligeramente más interesada, a lo que Alice empezó a reírse.

—O a lo mejor no —añadió maliciosamente.

Él puso los ojos en blanco y se dio la vuelta, dándole la espalda. Alice no tardó en
nadar hacia él y pegarse a su espalda como una lapa, rodeándolo de brazos y piernas.
Notó que Rhett suspiraba de manera dramática.

—¿Tengo que recordarte que hace veinte minutos pensabas en dispararme?


—Ya se me ha pasado —aseguró ella, asomando la cabeza por encima de su hombro
—. ¿Por qué estás rojo, Rhett?

—¿Por qué estás encima de mí, Alice? —preguntó él a su vez, lanzando el jabón a
la orilla—. Bueno, ya he terminado.

—¿Ya? Pero si acabas de entrar.

—Pues ya me siento más limpio que nunca.

Hizo una pausa y sacudió la cabeza.

—Hasta que tú me haces sentir sucio, claro.

—Oye, ahora entre nosotros —Alice sonrió—. ¿Has buscado esas bragas a
propósito?

—¡No!

—Vamos, no me enfadaré.

—¡Que no!

—¡No se lo contaré nunca a nadie!

—Mira —Rhett se la quitó de encima con cuidado de tocarla solo en lo esencial y


se dio la vuelta para mirarla—, llevo todo el día caminando, ahora mismo lo único
que me apetece es ir a dormir.

—Pues no tienes cara de cansado.

—Porque tú... —la miró desde la clavícula hasta la raíz del pelo, que era todo lo que
tenía fuera del agua—. No importa. Me voy.

—¡Espera, quédate un poco más! —lo agarró del brazo y lo arrastró de nuevo hacia
donde estaba antes.
—¡Hace nada no querías ni hablarme y ahora quieres que me quede contigo!
¡No hay quien te entienda, Alice!

—¡Pero si ya me he olvidado de eso, no seas rencoroso!

Rhett hizo un ademán de echarse hacia atrás cuando ella le rodeó el cuello con los
brazos, sonriendo maliciosamente.

—¿Por qué te apartas?

—Porque estás prácticamente desnuda, Alice —dijo secamente.

—¿Y qué?

—¿Y qué? —repitió, mirándola perplejo.

—¿No te gusta? ¿Quieres que me vista? —ella perdió un poco de confianza al instante.

—No, no, no, así está bien... es decir, si quieres, claro, yo no... —él suspiró por
enésima vez—. ¿Por qué tienes que hacer que todo se vuelva siempre tan incómodo?

Ella lo ignoró, acercándose un poco más en el abrazo.

—Siento no haber confiado en ti —aseguró.

—No pasa nada. Era casi imposible que lo hicieras.

—Tú lo hubieras hecho.

—Alice... —intentó alejarse de nuevo, aunque esta vez con menos ganas.

—Y siento lo del puñetazo en la nariz.

—No pasa nada, no me duele.

—Y lo del puñetazo en el brazo, y lo del empujón...


—Lo sientes por todo —aclaró él—. Sí, te he entendido.

—Quería decirlo igualmente.

—Ha quedado muy claro. ¿Podemos salir de aquí? Me estoy congelando.

—¿Ah, sí? Pues tu piel está ardiendo.

Alice empezó a reírse cuando vio que sus orejas se teñían de rojo otra vez.

—¿Como puedes ser tan seguro dando clases y tan inseguro cuando me acerco a
ti? —Alice se separó un poco, dejándole respirar tranquilo.

—Oye, yo no soy inseguro.

—¡Pero si no dejas de intentar alejarte y de ponerte rojo como un tomate!

—¡Hace dos meses no sabías ni qué era un tomate, no me llames así!

—¡Pero sigues sin decirme por qué te alejas de esa forma!

—¡Bueno, a veces te acercas tan de pronto que...!

—¿No te gusta?

—Sí, claro que me gusta, pero...

Alice se acercó a él de nuevo, le agarró la cara con ambas manos y le dio un beso en la
mejilla. Rhett dejó de hablar enseguida cuando ella se giró y le dio en siguiente en los
labios. Para su sorpresa, no se separó de ella, pero tampoco le puso una sola mano encima,
como si tocarla le quemara.

Alice no prolongó mucho el beso antes de separarse de él.

—Ya podemos volver —aseguró.

Rhett soltó todo el aire de sus pulmones, aliviado, mientras la seguía fuera del agua.

***
Alicia siguió la cola de gente, con la cabeza gacha, con los ojos perdidos en el suelo
que iba pisando.

Si levantaba la cabeza, sabía qué pasaría. Ya tenía un ojo morado como recordatorio
por si se le olvidaba en algún momento. A ella o a alguna de las otras.

Le daba la sensación de que nadie la estaba mirando, de que nadie se daba cuenta
de su existencia. Estaba rodeada de personas, pero nadie parecía estar realmente
presente. Se sentía como si estuviera más sola que nunca. Y todo el mundo a su
alrededor debía sentir lo mismo. Lo indicaban sus expresiones desoladas.

Nadie les decía nada, solo los obligaban a caminar y caminar, y a servir a los que
daban las órdenes, tales como que se alinearan, que se enderezaran... Las pocas
personas que lo habían cuestionado ya no estaban ahí para seguir haciéndolo.

Ellos decían que eran ejemplos de lo que pasaba cuando se cuestionaban


órdenes, y habían funcionado, porque nadie más las había cuestionado.

Alicia había descubierto quiénes mandaban y quiénes no el primer día, tras la bomba
que habían lanzado. Concretamente, en la capital.

El ejército había ido a las zonas menos afectadas de los alrededores para rescatar a
los pocos que habían vivido, pero lejos de rescatarlos, los trataban como perros. Nadie
sabía por qué lo hacían, era como si fueran animales de corral que se habían escapado
y estuvieran siendo reagrupados para que no se escaparan.

Durante los siguientes días habían lanzado tres bombas más, o eso había oído decir a
los guardias. Decían que habían sido en otros dos continentes, y que habían sido mucho
más devastadoras que la primera. Hablaban de muertos. Muchos muertos. Y de zonas
abandonadas por la radiación. Incluso hablaban de una cuarta bomba.

A Alicia le entraban escalofríos solo al pensar en la cuarta. ¿Qué más querían


destruir? ¿Habían mirado a su alrededor? Ya no quedaba nada. Nada por lo que luchar.
Nada por lo que vivir.
De hecho, un día no pudo evitarlo y le dijo a uno de los guardias que dejara de hablar
de bombas, porque podía asustar al grupo que niños que estaba con ella, que no dejaban
de llorar.

Ese día se había ganado el ojo morado.

Desde entonces, no decía nada, pero sí escuchaba. Si se mantenía en silencio, los


guardias no se fijaban en ella y seguían hablando como si no estuviera. Y muchas
veces mencionaban cosas de protestas, de gente quejándose por el hambre porque no
estaban acostumbrados a la escasez de recursos, de protestas ciudadanas pacíficas
que habían terminado en tiroteos policiales... Alice no entendía nada. Nada. Solo
podía estar asustada.

Dos meses después de la bomba, los obligaron a detenerse en medio de la marcha por
primera vez, pero fue mucho peor de lo que creía. No había rastro de nadie que
conociera. Los pusieron a todos en fila, de rodillas, y dispararon a los que quisieron,
concretamente a todos los hombres, dejando solo las chicas jóvenes y las niñas. Alicia
se dio cuenta de que era la mayor enseguida, y que las otras niñas eran solo crías
llorando.

Les vendaron los ojos y siguieron la marcha solo ellas, guiándose con una mano en el
hombro de la chica que iba delante. No tardaron en obligarlas en cruzar lo que parecía
una pasarela y a ponerse unos cinturones a ciegas. Ella no tardó en deducir que se
trataba de un avión. ¿Dónde las llevaban? Estaba tan cansada que ni siquiera lo
preguntó en voz alta.

Además, por mucho que lo intentara, no podía entender ningún idioma que hablara esa
gente.

Le entraron ganas de llorar, pero se contuvo. Si lloraba, los guardias se enfadarían


con ella y volverían a golpearla. Había visto a chicas morir por un golpe de un guardia.
No quería ser una de ellas. No. Se obligó a tragar saliva para librarse del molesto nudo
en su garganta y a respirar hondo mientras el asiento vibraba por el motor del avión.

¿Qué sería de ellas?

¿Qué había sido de su madre?


¿Qué había pasado en el mundo?
CAPÍTULO 4
—¿Falta mucho?

Nadie respondió. Jake era el que iba más atrasado del grupo, caminando perezosamente
y sudando muchísimo.

—¿Holaaaaaa? ¿Alguien me puede hacer caso? —protestó—. Estoy cansado.

—Todos lo estamos, Jake —le aseguró Alice, pasándose una mano por la frente
sudorosa.

—Sí, todos estamos cansados de oírte —murmuró Rhett en voc baja.

—Pero hace mucho caloooorrrrr —Jake resopló sonoramente.

Estuvo casi un minuto entero sin decir nada. Hasta que volvió a suspirar
dramáticamente.

—¿Falta mucho?

—Como no cierres el pico, a ti te faltara poco —le aseguró Trisha. Jake

no volvió a decir nada.

De hecho, incluso se adelantó y se puso el primero para demostrar a Trisha que iba
a hacerle caso para que no se pusiera agresiva con él.

Bueno, no se podía decir que Trisha no fuera convincente.

Alice también se estaba mareado ya por el calor que hacía. Curiosamente, por la noche
bajaba bruscamente la temperatura y necesitaban dormir con sus abrigos. Pero de día... el
calor era insoportable. El sol hacía que le ardiera la piel y le diera vueltas la cabeza. Ya
habían hecho varias pausas para recuperarse bajo la sombra de algún árbol.

Y el agua... nunca había necesitado tanta agua. Ni tampoco había sudado tanto jamás.
Especialmente con la humedad del bosque, que hacía que el calor se transformara en una
especie de cúpula por los árboles y se metiera bajo su
piel. Era como estar dentro de una sala con la calefacción puesta en pleno verano.

Incluso el aire era caliente, así que por mucho que se abanicaran con las manos,
no servía de nada. De hecho, casi era peor.

Alice aguantó tanto como pudo, pero cuando la herida del brazo que le habían hecho
el día que invadieron la ciudad empezó a palpitarle, la herida de la espalda empezó a
escocerle y la cabeza empezó a quedársele en blanco por el mareo... decidió que no
podía más.

—Necesito descansar —murmuró, agotada.

Rhett fue el único que la escuchó porque era el único que se había rezagado para seguir
con ella, que iba la última.

—¿Estás bien? —preguntó, acercándose.

Alice sacudió la cabeza y se apoyó en las rodillas, agotada. Escuchó a Rhett


llamando a los demás y, apenas un segundo más tarde, Tina se acercó a ella y le puso
una mano en la mejilla.

—Estás ardiendo —murmuró—. Es normal, los cuerpos de androides no están hechos


para el calor.

Eso explicaba por qué Alice estaba tan mal mientras que los demás, incluso Jake, la
miraban con curiosidad.

—¿Cómo que no? —preguntó Trisha, frunciendo el ceño.

—En su zona no hace demasiado calor —le dijo Tina, mirándola de reojo—.
Están hechos para soportar temperaturas bajísimas, pero dudo que alguien pensara en la
posibilidad de hacerlos compatible con temperaturas altísimas.

—Idiotas —Rhett puso los ojos en blanco.

—Bueno, ¿quién iba a pensar que el pequeño androide escaparía y se iría a vivir con
humanos malvados? —bromeó Trisha, apoyando una mano en su cadera—. Oye, no vas a
morirte ni nada, ¿no?
—Intentaré que no —le aseguró Alice, todavía jadeando.

—Bueno, parece un buen momento para un descanso —dijo Jake, y se apresuró a dejar
la mochila en la sombra de un árbol antes de que pudieran negarse.

Alice se acercó al río, que estaban siguiendo para marcar su camino, se se arrodilló
al lado para hundir las manos en el agua fría y echársela a la cara.
Trisha apareció a su lado poco después cuando vio que bebía con las manos y le dio
una cantimplora.

—Esto es mejor —le aseguró.

—Gracias —murmuró Alice, llenándola para poder beber de ella.

Trisha se sentó a su lado, apoyando los brazos en las rodillas. También estaba
ligeramente roja, sudaba un poco y se le pegaba la camiseta sin mangas al cuerpo. Era
mucho más esbelta que la mayoría de las chicas que Alice había conocido; no tenía
muchas curvas, era más bien alta y ligeramente musculosa. Y el pelo, que se había rapado
unos meses antes, ya le crecía. De hecho, ya le había cubierto la cabeza en forma de una
suave capa de rubio oscuro.

—¿Por qué te rapas el pelo? —preguntó, curiosa.

Trisha se encogió de hombros.

—Cuando empecé en los avanzados de pelea, me di cuenta de que la mayoría de las


chicas perdían porque usaban su pelo en su contra. Puedes tirar de él e inmovilizar a otra
persona. Al principio, me lo ataba. Pero me cansé y terminé rapándome.

—Entonces, si veo peligro... ¿debería atarme el pelo para que no puedan tirarme de él?

—No es mala idea —Trisha le sonrió ligeramente—. Hay chicas que también llevan
pendientes. Supongo que tú no eres mucho de llevarlos, pero... no olvides quitártelos antes
de una pelea. No quieres que te rompan el lóbulo, créeme.
Alice puso una mueca al imaginarlo. El agua fría estaba haciendo que su temperatura
corporal descendiera lentamente y sus mejillas rojas volvieran a su color pálido natural.

—Así que una androide, ¿eh? —murmuró Trisha de repente—. No te he


preguntado sobre eso desde que volvimos a vernos.

Alice se removió, incómoda.

—Siento no habértelo contado antes.

—Te creías que te rehuiría como Shana y Tom, ¿no?

—...puede que sí.

Trisha la miró unos segundos, pensativa.

—La verdad es que nunca he entendido a qué viene tanto terror a androides —
murmuró—. Supongo que tienen miedo a que terminéis siendo
mejor que los propios humanos. Y... bueno, en cierto modo lo sois. Pero eso no justifica el
odio que sienten.

De la última persona que esperaba oír eso, era de Trisha.

—Además —ella enarcó una ceja rubia—, yo odio a todos por igual. No me importa
que sean salvajes, androides, humanos o perritos. Bueno... los perritos me gustan. Los
gatos no. No son de fiar.

—Nunca he visto un perro. O un gato.

—Dudo que mucha gente pueda permitirse tenerlos de animales de compañía en la


situación en la que vivimos —bromeó ella, poniéndose de pie—. Quédate la
cantimplora. Ya me la devolverás.

Alice permaneció junto al río durante unos minutos más, mirando el agua con aire
pensativo, hasta que notó que Tina se acercaba a ella. A lo lejos, Trisha se reía y Jake
chillaba, dando vueltas a su alrededor para recuperar su gorrito, que ella le había
quitado.
Rhett por su lado, les echó una ojeada, puso los ojos en blanco y se volvió a centrar en
sus cosas.

—¿Cómo tienes la herida del brazo? —preguntó Tina.

Alice la miró con extrañeza.

—¿Por qué?

—Porque he visto cómo te la frotabas todo el día.

Vaya, Tina era observadora. Alice puso una mueca y se levantó la manga de la
camiseta. Ella retiró las vendas improvisadas que le había ido cambiando esos pocos
días y Alice puso una mueca cuando un ligero olor flotó entre ellas, proveniente de su
brazo.

Pero lo peor fue la cara de Tina. Parecía asustada.

—¿Qué? —preguntó Alice, frunciendo el ceño.

Ella no dijo nada, pero levantó la cabeza cuando Rhett se acercó a ellas con el ceño
fruncido.

—¿Qué pasa? —preguntó, mirando a Tina.

Ella dudó un momento, mirando a Alice, antes de sacudir la cabeza y retirarle la venda
por completo. Cuando el sol tocó la herida, ella puso una mueca de dolor. Apenas sentía
esa parte del brazo, y había empezado a tener calambres en los dedos durante todo el día.

—Está infectada —dijo Tina en voz baja.

—¿Infectada? —repitió Rhett, moviéndose para poder verla.

Alice vio que él se detenía un momento antes de hacer un verdadero esfuerzo para
mantener una expresión serena.
Eso sí que hizo que bajara la mirada. Si Rhett ponía cara de horror, era hora de salir
corriendo.

Alice tragó saliva cuando bajó la mirada. La herida redonda de la bala seguía ahí, pero
ya no estaba roja como los otros días, ahora estaba adquiriendo un tono entre azul,
morado y... castaño oscuro. Estaba mezclado con la suciedad que había ido acumulando
durante el día, el sudor y el calor corporal de Alice, que hacía que pareciera que dolía
más.

—Pues haz... algo —murmuró Rhett, mirando a Tina—. ¿Qué te traigo?

—No puedo hacerlo. No aquí.

—¿Cómo que no? Claro que puedes.

—Rhett, con agua no es suficiente. Y no pude recoger nada del hospital que pueda...

—Tiene que ser suficiente —insistió él.

Por la forma de hablar, Alice estaba segura de que estaban discutiendo sobre algo más
que la herida de su brazo, pero no entendía el qué.

Tina dirigió una dura mirada a Rhett antes de girarse hacia Alice y empezar a hacer
todo lo que podía con lo que tenía. Terminó usando una venda nueva y Alice abrí y
cerró la mano de ese brazo mientras ellos se alejaban un poco.

Pero no lo suficiente como para que no los oyera. Alice se acercó


disimuladamente, fingiendo que rebuscaba entre las mochilas.

Rhett le daba la espalda, y Tina no le prestaba atención. Era perfecto para escuchar a
escondidas.

—...remedio, Rhett —le estaba diciendo ella en voz baja.

—Tiene que haber otro.

—No lo hay.

—¿Y si... y si entramos en otra ciudad por el camino? Podría robar algo y...
—Necesito un hospital —dijo ella en voz baja, y parecía enfadada—. Se le está
gangrenando la herida, Rhett. ¿Te crees que te estaría diciendo esto si no fuera serio?

Hubo un momento de silencio. Alice no sabía qué significaba ese término, así que no
supo cómo reaccionar.

—No hay otra forma —insistió Tina en voz baja. Rhett

no dijo nada. Al menos, por unos segundos.

—No he estado en esa ciudad desde hace años —le dijo en voz baja, y sonaba
tenso—. Ni siquiera sé si nos querrán.

—Pero vale la pena intentarlo. No sé cuánto durará sin...

Y ahí dejó de poder escucharlos, porque Jake se había acercado muy feliz con el
gorrito que había recuperado de Trisha y quiso enseñárselo a Alice, paseando delante
de ella como si fuera un modelo.

Esa noche, Tina se aclaró la garganta junto a la hoguera, atrayendo las miradas
de todos menos de Rhett, que la tenía clavada en el fuego.

—Ha habido un pequeño cambio de planes —les dijo en voz segura—. Antes de ir a
la ciudad de mi amigo, debemos hacer una pequeña parada en otra más cercana.

—¿Qué otra? —preguntó Trisha con una mueca.

—Una de un... amigo... de Rhett.

Rhett no dijo nada. De hecho, ese día y el siguiente estuvo muy silencioso. Y no se
despegaba de Alice. Cada vez que ella ponía una mueca de dolor, le preguntaba
apresuradamente si estaba bien. Y no dejaba de decirle que él cargaría con el peso de la
mochila, o que él iría a por los troncos para hoguera, o a por el agua de las cantimploras.
Alice empezó a hartarse de eso. ¡No era una niñita desvalida! Sí, el brazo le dolía de
vez en cuando y los calambres en la mano cada vez eran más comunes, pero si estuviera
tan mal como para no poder sujetar una mochila, se lo diría.

Al día siguiente, por la tarde, tuvieron que hacer otra pequeña parada para descansar.
Alice estaba sentada con Rhett junto a las mochilas, viendo cómo Tina vigilaba a Trisha y
Jake, que se mojaban el uno al otro con el agua del río.

—Ahora vuelvo —masculló Alice.

—¿Dónde vas? —Rhett la miró.

—Tengo que hacer pis desde hace una hora —enarcó una ceja—. Creo que podré
arreglármelas sin tu ayuda. A no ser que quieras sujetarme las bragas, claro.

Rhett enrojeció un poco y volvió a girarse hacia delante.

Alice se alejó unos metros de ellos y se miró los pantalones. Como le iban grandes,
había tenido que improvisar un cinturón con un trozo de cuerda. De hecho, todo le iba
grande. Esos días había adelgazado, y ella ya era bastante más delgada que las demás
chicas. No encontraba ninguna camiseta que no le estuviera gigante.

Sin poder evitarlo, pensó en 42. Ella era mucho más pequeña que Alice. Más
delgadita. Esas camisetas y esos pantalones le iría como sacos. Intentó alejarla de sus
pensamientos cuando empezó a desanimarse.

Se intentó deshacer el nudo de los pantalones con los dedos torpes, con el brazo
palpitante, pero se detuvo en seco cuando escuchó un ruido no muy lejos de ella.
Escuchó con atención, asustada, y el ruido se acercó. Estuvo a punto de gritar para que
Rhett o Trisha fueran a ayudarla, ¡no sabía cómo enfrentarse a un animal salvaje! ¡Y
menos desarmada y con ganas de hacer pis!

Pero... no era un animal. Era un coche.

Y se había detenido a apenas diez metros de ella. Oh,

no.
Se agachó junto a un arbusto por puro instinto cuando escuchó las puertas de un coche
abriéndose y cerrándose, acompañadas del ruido de pasos de, al menos, tres personas.
No se atrevía a levantarse y avisar a los demás. Quizá ni siquiera sabía se dirigirían hacia
ellos, y si se levantaba probablemente la verían, haciendo que eso se volviera un
desastre.

Aún así...

Se asomó a una velocidad tan lenta que hizo que le temblaran las manos y vio, entre
las ramas del arbusto, un coche detenido en medio del camino. Había tres puertas
abiertas. Pero no había rastro de na...

—¿No habías dicho que aquí había un río? —preguntó una voz que sonó como si
estuviera encima de ella.

Alice se tapó la boca con una mano, conteniéndose para no gritar del susto.
No se esperaba que estuvieran tan cerca. El hombre que había hablado, estaba
literalmente al otro lado del arbusto, mirando a su alrededor con las manos en las
caderas.

—Eso creía —dijo una voz extrañamente familiar.

Alice se asomó un poco más y vio, a unos metros, a Kenneth con su mono gris de la
ciudad impecable. Parecía ser el guía. Le entraron ganas de escupirle en las botas.

—Pues creías mal —dijo el otro chico desconocido.

Eran tan jóvenes... debían tener la edad de Alice. O menos, incluso. No eran avanzados,
eso seguro. Y Deane, la muy inconsciente, los enviaba solos a las exploraciones.

No quería ni imaginarse qué pasaría si se cruzaban con salvajes.

—Pero, ¿no tendríamos que seguir buscándolos?


—Deane no se enterará si hacemos un pequeño descanso —aseguró Kenneth
—. Son un androide y unos cuantos inútiles, no son muy rápidos.

—Eso seguro —murmuró otro, divertido.


Kenneth se detuvo un momento, escuchando con atención.

—Mirad por ahí. Seguro que el río está cerca. Puedo oírlo.

Por suerte, había señalado la dirección contraria, el muy idiota.

Alice aprovechó el primer segundo en que le dieron la espalda para salir corriendo lo
más sigilosamente posible.

Seguía haciéndose pis, por cierto.

Cuando llegó con los demás, debieron verle la cara de horror, porque Tina se puso de
pie enseguida.

—¿Te has hecho daño?

—¡Tenemos que irnos ahora mismo! —ella se apresuró a meter en las


mochilas todo lo que habían sacado—. He visto a Kenneth y a otros dos
alumnos de Deane.

—¿Qué? —Rhett también se puso de pie rápidamente—. ¿Dónde?

—Ahí, justo detrás de esos arbustos. Nos están buscando, pero querían
encontrar el río y...

—¡Ahí está, idiota!

La voz sonó tan cercana que todos se quedaron petrificados un momento.


Jake y Trisha estaban saliendo del agua en esos momentos, y fueron los primeros en
empezar a correr, agarrando sus cosas. Como si estuvieran coordinados, Tina agarró una
mochila, Alice otra y Rhett la última. Cada cual no tardó en encontrar un lugar donde
esconderse. En el caso de Alice, fue detrás del árbol gigante. Cuando vio que Jake miraba
aterrado a su alrededor, lo agarró del brazo y lo pegó a ella bruscamente. Él pareció
querer preguntar algo, así que le tapó la boca con una mano.

—¿Lo veis? Os dije que estaría por aquí —dijo Kenneth, deteniéndose en el claro en
el que habían estado ellos unos segundos antes.
—Pero si has señalado en dirección contraria.

—Cállate, inútil. He señalado esta dirección, pero no me habéis entendido.

—¿Por qué está esto empapado? —preguntó uno de los chicos, viendo la zona
por la que Trisha y Jake habían salido.

Alice giró la cabeza y miró a Rhett, oculto tras una roca a unos metros de ellos dos.
Intercambiaron una mirada antes de que él volviera a clavar los ojos en el grupo,
colocando una mano en su pistola.

—No eres el único que tiene calor, lerdo. Los animales también vienen a beber.
Alguno se habrá caído al agua.

—¿Lerdo? ¿De verdad me acabas de llamar eso?

—Pues sí. ¿Vas a ponerte a llorar?

—¿Qué tienes? ¿Cinco años?

—Tendré lo que quieras, pero tú eres un lerdo y yo no.

Y empezaron a pelearse entre ellos con empujones y puñetazos mientras Kenneth


suspiraba y se dejaba caer sobre la hierba húmeda del río.

—No sé vosotros, pero yo no pienso seguir sudando como un cerdo porque a Deane
no le apetezca buscar a esos por sí misma —aseguró.

Los demás no tardaron en dejar de pelearse y quitarse la ropa para lanzarse al agua
entre risas y gritos. Los muy idiotas iban a atraer a alguien haciendo tanto ruido. Jake
quitó la mano de Alice para asomarse un poco y ver qué pasaba.

—Tenía que ser el que me dio una paliza —masculló Jake.

—Si se acerca, Trisha le dará otra —aseguró Alice.

Pensó en salir corriendo aprovechando que estaban ahí ocupados, pero Kenneth seguía
fuera del agua y echaba ojeadas continuas por todos lados. Era arriesgado. Y, aunque ellos
fueran más... ellos estaban bien equipados. Y Deane
debía saber dónde los había enviado. Si desaparecían, sabría dónde ponerse a buscarlos. Y
no tardaría a encontrarlos a ellos.

No. Lo mejor era esperar y suplicar que no los vieran.

Pareció que pasaba una eternidad hasta que por fin los dos chicos salieron del agua y se
pusieron la ropa seca. Alice suspiró, aliviada, pero todo su alivio se marchó cuando vio
que, lejos de irse, se sentaban en el suelo con Kenneth y se abrían unas latas de cerveza
que uno había ido a buscar al coche.

—Si se emborrachan y se duermen, me pido darle la primera patada a Kenneth


—susurró Jake.

—Y yo la segunda.

—¿Crees que estarán vivos? —preguntó uno de los chicos a Kenneth.

—¿Los que se escaparon? No, no lo creo —aseguró él.

—¿Y por qué seguimos buscándolos como idiotas?

—Porque así podemos salir de esa maldita ciudad. Se

quedaron los tres en silencio un momento.

—¿Habéis oído eso de que la androide se escapó de la ciudad por la noche?


—preguntó finalmente uno de los chicos.

Claro, Deane no les había contado que la había vendido a los de las caravanas. Sabía
que la noticia no iba a ser del agrado de todos, aunque era la única opción que tenía si no
quería exponerse a que le hicieran daño.
Seguramente había preferido esperar a tener una buena recompensa para dar la noticia, y
así aplacar el enfado de los de la ciudad.

Y, ahora que Alice había desaparecido y no tenía su preciada recompensa, necesitaba


encontrarla cuanto antes. Y se había inventado que la habían ayudado a escapar para
ganar tiempo antes de que la gente empezara a cuestionarse qué estaba pasando de
verdad.
A Alice le sorprendió lo fácil que era seguir la mente de Deane. Hubo una época en
que la había creído una persona astuta, malvada y a la que tener miedo. Ahora... le
parecía solo una mujer sola y asustada aferrándose a cualquier cosa para no
desesperarse.

Casi sintió lástima por ella. Casi.

—Deane estaba furiosa —dijo el otro chico—. Dijo que recompensaría muy bien a
quien encuentre al androide.

Alice se fijó en que Kenneth no decía nada y entrecerró los ojos.

—¿No la conocías? —le preguntó uno de los chicos.

—¿Al androide? —Kenneth se encogió de hombros—. No demasiado.

—¿No la acusaste tú de serlo?

—¿Quién te ha dicho eso?

—Lo dice todo el mundo —aseguró el chico, riendo—. Dicen que como no quiso
nada contigo, empezaste a decirle a todos que era un androide, y dio la casualidad de
que lo era de verdad.

—Yo no dije nada de eso a nadie. Fueron Shana y Tom —farfulló, como si le diera
envidia que se le hubieran adelantado—. Se lo dijeron a Deane. Por eso ahora son sus
favoritos.

Hubo un momento de pausa.

—Pues estaba bien hecha —comentó uno de los chicos—. Nunca habría dicho
que era humana.

—Ese es el punto le dijo el otro.

—Me refiero a que estaba muy bien hecha —sonrió perversamente—. Ya me


entiendes, ¿eh?

Y los dos se pusieron a reír bajo la mirada irritada de Kenneth.


Alice vio que Rhett negaba con la cabeza desde su escondite, con mala cara.

—A mí me preocupa más que convenciera a esos idiotas de que la ayudaran que el


hecho de que esté buena —espetó Kenneth—. Y pensar que dos de ellos fueron
guardianes durante años...

—Son unos traidores.

—Sí, ojalá Deane los cuelgue del muro cuando los devolvamos a la ciudad. Alice miró

a Tina, que mantenía su expresión serena, poco asustada.

Bueno... no es que esos tres inspiraran mucho terror, la verdad.

—Lástima que probablemente esté muerta —murmuró un chico—. Aunque es mejor


así. El mundo está mejor sin esas cosas.

—Sí —asintió el otro.

Pero Kenneth sacudió la cabeza.

—No está muerta —les aseguró.

—¿Y tú qué sabes?

—Solo lo sé. Vi cómo luchaba.

Vaya, era la primera vez que decía algo verdaderamente bueno de Alice.

—Sí —uno de los chicos se echó a reír—. Te dio una paliz... Se

calló de golpe cuando Kenneth lo fulminó con la mirada.

—Hora de volver —ordenó—. Ahora.

Los otros dos intercambiaron una mirada aterrada antes de asentir y apresurarse a
marcharse con él. Sin embargo, nadie de los que estaban escondidos se movió hasta
que escucharon que el motor del coche se alejaba de ellos.
Alice soltó a Jake, aliviada.

—Eso ha estado cerca —aseguró él.

***

—Genial, hemos terminado la comida —protestó Jake, buscando en su


mochila—. ¿Qué haremos ahora?

Era mediodía del día siguiente, el momento en que Jake empezaba a ponerse nervioso si
no comía nada. Y se habían quedado sin frutos secos y verduras.

—¿Has traído la escopeta? —le preguntó Tina a Rhett.

Él asintió con la cabeza y se puso de pie. Alice frunció el ceño.

—Espera, ¿qué piensas hacer?

—Cazar algo —sugirió él, como si fuera evidente.

—¿Un animal? —Jake pareció horrorizado.

—Pues sí, Jake, un animal, de esos que se mueven y corretean por el bosque.
Supongo que te sonará el concepto

—¡No puedes matar a una ardilla indefensa! —le dijo Jake, horrorizado.

—¿Indefensa? El otro día saliste corriendo y gritando porque una ardilla pasó corriendo
por delante de ti.

—¡No puedes matarlo, Rhett!

—Oh, venga ya...

—¿Eres consciente de que el puré de la cafetería tenía carne? —preguntó Trisha,


mirando hacia el bosque con aburrimiento—. Y la carne seca que comías el otro día
también. Y mil otras cosas que has comido sin protestar.

—Pero... a esos animales no los veo sufrir —masculló él, frunciendo el ceño
—A este tampoco —aseguró Rhett.

—¡Vamos, podemos comer cualquier otra cosa!—sugirió Jake.

—Voy a cazar lo que sea, y te va a gustar, así que no te quejes —Rhett puso los ojos
en blanco.

—No, no lo caces —suplicó Jake.

—Déjame en paz.

—Pero...

—Jake —Rhett lo cortó.

—Rhett —Alice intervino, algo nerviosa por pensar en el pobre animalito, y lo miró
fijamente—. No lo hagas.

Hubo un momento de silencio, y al final Rhett sentó de nuevo, a


regañadientes. Jake parecía aún más indignado que antes.

—¿Por qué a mí me ignoras cincuenta veces y a ella la escuchas a la


primera?

—Porque ella tiene mejores tetas que tú —sugirió Trisha, sonriendo un poco.

—¡Yo no tengo tetas! —chilló Jake, tapándose el pecho con los brazos.

—Yo sí —sonrió Alice.

Rhett la detuvo de un manotazo cuando hizo un ademán de levantarse la camiseta.

—Un momento —Jake miró a Rhett con los ojos abiertos de par en par—. ¿Le has
estado tocando...?

—¡Jake! —Alice notó que el calor empezaba a acumularse en sus mejillas.

—¡Pórtate bien con ella! —Jake lo señaló—. Si me entero de que has estado
haciendo según qué cosas malas...
Dejó la frase al aire y, por algún motivo, debió ver algo de culpabilidad en sus caras,
porque ahogó un grito dramático.

—¡Te ha tocado las tetas! —chilló Jake, mirando a Alice como si fuera la culpable del
mayor de los pecados.

—Qué más quisiera yo... —masculló ella, de mal humor.

Trisha empezó a reírse a carcajadas cuando Rhett se puso completamente rojo.

—Entonces, eso es un no —dedujo Jake.

—Claro que lo ha hecho —dijo Trisha, divertida—. Mírales las caras, Jake.

—¡Tú no te metas! —le gritó Alice.

—Yo que tú, ahora dormiría entre ellos dos, Jake —ella sonrió, aún más
divertida—. Por la noche veo mucho movimiento por su zona.

El único movimiento que había en su zona era el de Alice cuando tenía


pesadillas, desgraciadamente.

Jake volvió a mirar a Rhett, que a su vez clavó una mirada significativa en Trisha.

—Cállate —y se apresuró a retomar el tema anterior—. Ahora, ¿alguien va a


ayudarme a encontrar comida?

—Yo iré —se ofreció Alice.

—Se van solos... —le susurró Trisha a Jake—. Al bosque, solos...

—No —Jake se puso de pie rápidamente—. Iré yo. Tú... quédate aquí, Alice. Al final,

fueron Jake y él quienes se marcharon, y las tres chicas se quedaron,


organizando sus cosas y lavándose por última vez. Ese día volverían a
emprender la marcha hacia a algún lugar que Alice probablemente no conocía. Por lo
visto, tenían que tomar toda la comida que pudieran, porque pronto
llegarían a las ciudades abandonadas, y ahí no había nada a lo que sacar provecho.
Además, tenían que cruzarlas rápido si no querían cruzarse con los salvajes.

Rhett y Jake volvieron un rato más tarde. Al final, Rhett sí había cazado algo, pero en
su lugar comieron un puñado de frutos secos y plantas junto con una de las latas de
comida... cuyo resultado fue sorprendentemente satisfactorio.

—¿Dónde vamos, exactamente? —preguntó Alice al final de la comida, ya que la


pregunta había rondado su cabeza bastante tiempo.

—A otra ciudad —le dijo Jake, con la boca llena de comida.

—¿Tú sabes dónde vamos?

—No.

—¿Y por qué respondes? —Trisha lo miró con mala cara.

—¡Bueno, supongo que vamos a una ciudad!

Alice suspiró y se giró hacia Rhett.

—¿A qué ciudad?

—A una ciudad militar.

Ese término era nuevo. Lo meditó unos instantes, dubitativa.

—¿Por qué? —preguntó Alice.

—Porque conozco al líder de la ciudad —le dijo Rhett. Por

el tono, dedujo que había algo más que añadir.

—¿Al líder de la ciudad? ¿Yo también lo conozco?

—Has oído hablar de él —aseguró él.

—¿Quién es?
Rhett hizo una pausa, apartando la mirada.

—Mi padre.

Ella se quedó mirándolo fijamente, pero no tardaron en cambiar de tema. No pudo


seguir preguntando.

Esa misma tarde recogieron todo y lograron salir del bosque. Tal como
recordaba Alice, el exterior era solo un vado sin hierba ni vegetación, con
ciudades abandonadas y edificios medio destruidos por el fuego.

Ciudades enteras reducidas a cenizas... era un espectáculo muy triste.

Ya casi era de noche cuando llegaron a la primera ciudad. Rhett iba liderando el
grupo, pero fue Trisha la que señaló una casa mínimamente estable al otro lado de la
calle. Era de las pocas que tenía puerta y cortinas, y lo más importante era que tenía
chimenea, así que podrían hacer fuego por la noche, cosa que se agradecía. Rhett les
había prohibido hacer fuegos en el exterior porque podían atraer visitas desagradables,
pero el humo solo era mucho más difícil de detectar, y más en una noche con apenas
estrellas y luna por las nubles de contaminación.

Ese día, cada vez que entraban en una casa, Rhett lo hacía el primero con una
pistola, revisándola de arriba a abajo. Alice le había preguntado varias veces si podía
hacerlo ella, pero las respuestas no habían sido muy satisfactorias.

Así que, cuando Rhett suspiró y se giró hacia ella, no pudo evitar una sonrisa entusiasta.

—No te emociones —advirtió él—. Entra conmigo, pero puede ser pelig...
¡Alice!

Pero ella ya estaba revisando la casa ella solita muy concienzudamente, con la
pistola en la mano.

No había nadie dentro. De hecho, apenas había nada. La mayor parte de los muebles
se habían roto o estaban quemados, y el resto habían sido robados por
los miembros de ciudades que seguían con vida. Volverían a dormir en el suelo, al menos
la mayoría, pero al menos tendrían un techo.

—¿Dormimos cada uno en una habitación o todos juntos? —preguntó Alice,


subiendo unas pequeñas escaleras y viendo que había tres habitaciones con camas.

—¿Hay sábanas? —Rhett se asomó por encima de su cabeza.

Cuando estaba con Rhett, siempre se sentía baja. Y eso que ella no era especialmente
baja. De hecho, le sacaba unos pocos centímetros a la mayoría de chicas de su antigua
habitación. Y a algunos chicos.

—Están sucias —murmuró ella, escondiendo la pistola—, pero sí.

—Entonces, cada cual que se pida una habitación.

—Alguien podría compartirla —sugirió Alice, sonriendo como un angelito.

Y, pese a que el pobre no había dicho absolutamente nada, Jake pasó por su lado y lo
miró con el ceño fruncido.

—Te estaré vigilando, vaquero.

Todo el mundo empezó a correr, y Alice hizo lo que pudo y más por quedarse
atrasada. Al final, los únicos que no tenían habitación eran Rhett y ella. Tuvo que fingir
con todas sus fuerzas para que no se notara lo satisfecha que estaba con la decisión.

—Supongo que tendremos que dormir en el salón —dijo ella, suspirando. Rhett

le entrecerró los ojos.

—¿Por qué estás contenta con esto? ¿No quieres dormir sobre una cama?

—Prefiero dormir sobre ti.

Rhett abrió mucho los ojos y sus orejas se volvieron de un rojo tan vivo que Alice
empezó a reírse a carcajadas.
—Tranquilo, mantendré la distancia —le aseguró, dándole una palmadita en el pecho—.
No quiero asustarte, vaquero.

—No podrías asustarme ni aunque quisieras.

—Claro, claro...

Sin embargo, no habían llegado a bajar al salón de nuevo cuando Jake se plantó
entre ellos, claramente indignado.

—Te cedo mi habitación —le ofreció a Alice.

—¿Qué? Jake, no es...

—¡He dicho que te la cedo! —empezó a empujarla hacia la puerta, hasta que a ella no
le quedó más remedio que quedarse encerrada en ella, con mala cara.

Esa noche, había intentado dormirse por un buen rato, y aunque estaba agotada, no
conseguía hacerlo. Simplemente daba vueltas en la cama vieja, haciendo que la madera
crujiera cada vez más, hasta que se rindió y se puso de pie, acercándose a la puerta de
puntillas.

Asomó la cabeza por el pasillo y vio que el fuego de la chimenea iluminaba la parte de
éste más cercana al salón. Lo demás estaba completamente a oscuras.

Sin hacer un solo ruido, consiguió deslizarse hasta el salón, donde se detuvo en seco al
ver a Jake, pero se calmó al ver que estaba durmiendo en el sofá con la boca abierta y
roncando. Rhett estaba agachado junto al fuego.

Debió oírla, porque se giró de golpe con el ceño fruncido, pero se calmó enseguida al
ver que era ella.

—Maldita sea, Alice —soltó en voz baja—. Me has asustado.

—¿No has dicho que no podría asustarte ni aunque quisiera?

—Está claro que he cambiado de opinión. Ella

sonrió ligeramente, acercándose.


—No podía hacer ruido.

—Sí —Rhett clavó la mirada en Jake—. Tenemos a tu guardaespaldas vigilando.

—Precisamente por eso... —ella sonrió angelicalmente— he pensado que quizá te


apetecía venir conmigo.

—¿Dónde? —él frunció el ceño.

—A la habitación —dijo ella, poniendo los ojos en blanco—. ¿Dónde crees?


¿Al bosque?

—Contigo no me sorprendería —aseguró él.

—Bueno, ¿vienes?

Rhett lo consideró un momento, mirando a Jake.

—Ahí no podremos despertarlo —aseguró ella.

—¿Haciendo qué, exactamente?

—Ya veremos —impaciente, lo agarró del brazo y lo arrastró a la habitación, cerrando


la puerta a su espalda. Con otra persona ahí dentro, ese cuarto parecía ridículamente
pequeño

Alice no esperó un momento más, después de todo, llevaba el día entero haciéndolo.
Le rodeó el cuello con los brazos y lo besó en los labios. Pilló a Rhett tan desprevenido
que dio un paso atrás, apoyándose en la pared. Ella se puso de puntillas tan alta como
pudo para seguir, pero se quedó colgada cuando él apartó la cara.

Se quedó mirándolo, sorprendida.

—¿Qué...?

—No... no estoy realmente para esto hoy, Alice —dijo él.


Ella se separó, sintiéndose ridícula de pronto, y miró a cualquier parte que no fuera él.
Decidió sentarse en la cama, más que nada para tener algo que hacer.

—Ah, bueno... —dijo, confusa.

Nunca la había rechazado de esa manera.


—No es por ti —aseguró enseguida, viéndole la cara—. Es solo... que estoy un
poco... nervioso, supongo.

—¿Por qué?

Rhett se mordisqueó el interior de la mejilla, pensando. Quizá no quería decírselo.

—La idea de ver a mi padre no me... entusiasma, precisamente —dijo,


finalmente.

Alice pensó en su padre. Habría dado lo que fuera por volver a verlo, aunque fuera
solo una vez. Y Rhett no quería ver al suyo.

Aunque era comprensible, todavía recordaba lo que le había dicho de él. No


recordaba que hubiera mencionado nada agradable.

—¿Por qué no vamos a la ciudad que dijo Tina? —preguntó.


—Porque tu herida se pone peor cada día —murmuró él, sentándose a su lado—.
Y prefiero volver a ver a mi padre a dejar que pierdas un brazo.

Alice no pudo evitar sentir una oleada de culpabilidad. Si no fuera por su herida,
el plan no habría cambiado. Si no fuera porque era una androide, no estarían en esa
situación.

Pero le daba la sensación de que Rhett se merecía ese momento para desahogarse
mucho más que ella, así que se limitó a ponerle una mano en el hombro.

—¿No echas ni un poquito de menos a tu padre? —preguntó, mirándolo.

—No —dijo enseguida.


—Quizá... él si te echa de menos a ti.

—No lo creo, Alice. No es que no nos soportáramos, pero nuestra relación nunca
ha sido la mejor entre un padre y un hijo.

—¿Por qué no?

—Él siempre ha sido un idiota, y yo heredé parte de eso —él sonrió,


mirándola—. Como ya habrás comprobado.

—Yo no creo que seas un idiota —hizo una pausa, dubitativa—. Bueno... a ver...

—¿Bueno, qué? —él frunció el ceño, ofendido.

—A veces, lo eres un poco.

—Oh, vaya, gracias.

—¡Pero eso no quiere decir que no me guste!

—Pues a mi padre no le gustaba. Era demasiado estricto, y yo hacía lo posible por no


obedecerle nunca, así que nos llevábamos mal, como podrás imaginarte.

—¿Qué significa ser estricto?

—Significa que era un viejo amargado que no dejaba de dar órdenes y esperaba que
todo el mundo las cumpliera —dijo Rhett—. Hace casi siete años que no lo veo, pero
estoy seguro de que no ha cambiado.

Ella abrió mucho los ojos.

—¡¿Siete años?!

—Vive en otra ciudad —se justificó.

—¿Y qué? Es tu padre —ella frunció el ceño—. Se supone que... debería


quererte. Y cuidarte... ¿no?
—Te aseguro que a lo único que ha querido alguna vez es a sí mismo.

—¿Y... a tu madre?

—Mi madre no lo quería, solo lo aguantaba porque no quería que fuera hijo de unos
padres divorciados.

—¿Qué es divor...?

—Cuando dos personas casadas se separan.

Ella se quedó en silencio un momento, reflexionando.

—¿Por qué nunca me dijiste nada de todo esto?

—Te hablé de mis padres —él frunció el ceño.

—No hablo de eso, sino de que él seguía vivo.

—Ya te lo he dicho, hace siete años que no lo veo. Tenía la esperanza de no tener
que acudir a él para que nos ayudara.

—Ya veo —murmuró ella—. Bueno... después de tantos años... quizá los dos hayáis
cambiado a mejor y podáis intentar tener una buena relación, ¿no?

—Alice, tú no lo conoces tan bien como yo —él se puso de pie—. Ahora,


debería irme antes de que alguien note mi ausencia.

Alice no respondió, pero no pudo evitar poner mala cara cuando vio que él se dirigía a
la puerta.

Rhett, como había hecho en más de una ocasión, se detuvo en mitad del camino y
retrocedió, agachándose para besarla. Alice notó que el colchón se hundía cuando
clavaba una mano en él, al lado de su cadera, y con la otra la sujetaba de la nuca. Ella
no se movió, esperando un beso corto, pero para su sorpresa, cayó de espaldas sobre
la cama cuando él la tumbó, clavando una rodilla en el colchón para quedarse
suspendido sobre Alice.

Ella se quedó tan sorprendida que no fue capaz de moverse, solo notó que su beso era
mucho más intenso que cualquier otra vez que la hubiera besado. Solo
fue capaz de seguirlo unos segundos después, pero cuando él la agarró con una mano de
la cadera se volvió a quedar paralizada, y no precisamente porque lo sintiera
desagradable. Contuvo la respiración cuando notó que la mano en su cadera la agarraba
con un poco más de fuerza, arrugando la camiseta. Su corazón latía a toda velocidad.

Y, cuando por fin fue capaz de levantar las manos para tocarlo, él se separó tan rápido
como había vuelto, sonriendo.

—Duerme bien, Alice —y se marchó, dejándola sola y con la cara


completamente roja y acalorada.
CAPÍTULO 5

Cuando por fin le quitaron la venda, parpadeó, mareada, mirando a su alrededor.


Había estado tantas horas seguidas en la oscuridad, que ahora que el sol le daba en la
cara no podía hacer otra cosa que parpadear constantemente, con lágrimas en los ojos,
intentando adaptar la vista a su entorno.

Alguien la golpeó en el estómago y le dijo algo en un idioma que no le resultaba


familiar. Alicia no lo entendió hasta que la agarró de la nuca y le puso la espalda recta.
A su alrededor, también se lo estaban haciendo a las otras niñas. Las que ya estaban
colocadas, miraban un punto fijo, aunque no parecían ver nada. Unas pocas lloraban,
pero dejaron de hacerlo en cuanto las amenazaron.

Estaban rodeadas de gente con uniformes extraños, azules. Uno de ellos, el que
parecía más importante, acompañaba a un hombre con el pelo largo y bigote, gordo y
de unos cincuenta años, que se detenía delante de cada niña y la miraba fijamente.

No estaba del todo segura de qué estaba haciendo, pero era repugnante, como si
escogiera la mejor oveja del ganado.

Se detuvo más tiempo del necesario delante de dos niñas que no parecían tener nada
que ver entre ellas. Una era rubia y paliducha, y la otra estaba más rellenita, con el pelo
oscuro atado.

En realidad, sí que tenían algo que ver entre ellas: eran las más pequeñas del grupo.
Debían tener, como mucho, doce años.

Parecía que había pasado una eternidad cuando el hombre se detuvo delante de ella.
No pareció gustarle lo que veía mientras el otro, el de uniforme importante, le iba
diciendo cosas, como si esa situación fuera lo más normal del mundo. El viejo la agarró
de la cara con una mano y la miró desde todos los puntos de vista posibles. Pareció
poco impresionado cuando la soltó y se acarició el bigote, pensativo.
Dijo algo al oficial en otro idioma. Tenía la voz grave y rasgada. El oficial se acercó
a Alicia y ella se tensó cuando la agarró de la nuca y siguió diciendo algo que no
parecía complacer al de los bigotes.

Quizá era demasiado mayor para él.

Finalmente, el oficial la soltó y Alicia pensó que se había librado, pero el del bigote
volvió a acercarse, esta vez más interesado. Aguantó que le tocara la cara sin moverse.

Se le hizo insoportable cuando la agarró del cuello y lo apretujó un poco, para


después tocarle los hombros. Era como si estuviera comprobando el género en un
supermercado. No pudo más. Se apartó, echándose hacia atrás, y el hombre frunció el
ceño antes de decir algo en un idioma que no conocía.

Al instante, notó que alguien tiraba de sus brazos. Trató de librarse como pudo,
forcejeando, pateando, mordiendo... pero no sirvió de nada. El hombre estaba
examinando a la siguiente chica mientras la arrastraban hacia el coche de nuevo,
cubriéndole los ojos.

Cuando por fin le quitaron la venda, estaba sentada en una habitación oscura, con
unas mujeres con atuendos extraños quitándole la ropa y lavándola con agua helada. Ni
siquiera hablaban su idioma, así que no dijo nada, simplemente se dejó. Después de
todo, una de ellas llevaba una vara de madera y parecía estar supervisando lo que
hacían.

Hablaban entre ellas, y tenía la sensación de que precisamente hablaban sobre ella.
De todos modos, intentó ignorarlas tanto como pudo.

Sin embargo, cuando le agarraron un mechón de pelo y otra mujer se acercó con unas
tijeras, se apartó.

—Por favor... —murmuró, tratando de alejarse.

Casi al instante en que hubo abierto la boca, la mujer de la vara la golpeó de lleno
en la espalda, haciendo que se sentara de nuevo y dejara que le cortaran el pelo sin
decir una palabra.

Aprendió la lección.
***

Alice se despertó y descubrió que tenía las manos en su pelo. Su corazón palpitaba a
toda velocidad. Se incorporó, alarmada, y se dijo a sí misma que solo era una pesadilla,
que no era real. Para empezar, la chica del sueño tenía el pelo rubio, lo había visto
cuando un mechón había caído al suelo. Y ella lo tenía oscuro. No era real, no era real...

Entonces, ¿por qué se sentía como si ella misma estuviera viviendo lo mismo que la
chica de sus sueños?

Intentó no pensar en ello.

Cruzó el pasillo y descubrió que los demás ya casi estaban listos. Solo faltaba Jake,
aunque con él siempre tardaban media hora en conseguir despertarlo del todo. Al final, el
único método que funcionó fue decirle que, si no se despertaba ya, se quedaría sin
desayuno. Apenas tardó cinco segundos en incorporarse de un salto.

Echaron agua sobre los restos de la hoguera de la noche anterior y salieron de la casa
antes de que amaneciera. Rhett y Tina querían salir de la zona de las ciudades
abandonadas en cuanto antes. Alice supuso que les daba miedo encontrarse con salvajes,
y no podía culparlos.

Rhett encabezó la marcha, como de costumbre, y Alice se apresuró a colocarse a su


lado, ignorando el latigazo de dolor que le recorrió el brazo al ajustarse la mochila.

—¿Crees que hoy llegaremos a esa ciudad? —preguntó, curiosa.

—No, no lo creo. Seguramente tardemos unos días más —le echó una ojeada,
apretando los labios—. ¿Qué tal tu brazo?

—Perfecto —mintió. No quería preocuparlo.

Rhett la miró con extrañeza, como si no se lo creyera, pero no dijo nada al respecto.
Solo aceleró la marcha, para desgracia de Jake.

Al mediodía ya habían recorrido una pequeña parte de la ciudad, y al encontrar un


pozo considerablemente en buen estado, decidieron comer ahí.
Tina estaba haciendo inventario de toda la comida que les quedaba, mientras Jake se
dedicaba a quejarse —para variar—, Trisha ayudaba a Rhett a mirar con qué armas
podían contar, y Alice se dedicaba a rellenar las botellas de agua.

—Jake —soltó Rhett al final, mirándolo—. Para de quejarte.

—¡Es que tengo calor! ¡Y hambre!

—¿Quieres que te cuente un secreto? —Rhett soltó la bolsa para mirarlo, cansado
—. ¡TODOS tenemos calor y hambre!

—¡Pues haced algo al respecto!

—No matarte por pesado es hacer algo, algo muy difícil, créeme.

—¡Alice no dejaría que me mataras!

—¿Por qué no vamos a dar una vuelta? —sugirió Alice al ver que Rhett se
empezaba a enfadar de verdad—. Así vemos si encontramos... algo.

—No sé si es una buena idea —les dijo Tina al instante—. Seguimos en las
ciudades.

Alice recogió una pistola cargada y se la metió en la cintura de los pantalones.

—Tengo buena puntería —señaló a Rhett—. Si no te lo crees, pregúntale a él.

Eso pareció calmarla un poco, pero les dijo, de todas formas, que no se alejaran
demasiado.

Alice soltó a Jake y escuchó que él lo seguía, enfurruñado, pateando una piedra.

—No sé cómo aguantas a Rhett —protestó.

—Está nervioso —lo defendió Alice, acercándose a la puerta de una casa cercana
—. Como todos.

—Bueno, pero a ti no te grita.


—Créeme, si le enfado sí me grita.

Jake suspiró cuando Alice abrió la puerta de la casa con el hombro bueno y apuntó a
su alrededor, asegurándose de que no había nadie, antes de ver que estaban solos.

—Busca por la cocina, a ver si hay algo de comer.

Recorrieron tres casas distintas y, aunque no encontraron gran cosa, sí consiguieron


unas botas que estaban en muy buen estado —y que seguramente se quedaría Trisha, que
era la que tenía peor calzado en esos momentos porque estaba muy estropeado— y
también un tarro de pepinillos que seguían conservándose bien. A Alice el olor le pareció
repugnante, pero Jake pareció encantado cuando salieron de esa tercera casa y fueron a por
la siguiente.

—¿Qué es eso? —preguntó ella con curiosidad, al ver que había marcas de pintura
en el suelo.

—Oh, son marcas de los exploradores. Cada marca y cada pintura significa una cosa
distinta. La blanca es para indicar caminos.

—¿Y dónde llevan?

—Ese lleva al bosque —señaló, con la boca llena de pepinillos. Cerró el bote para
mirar a Alice—. Si algún día Rhett se vuelve loco como el del Resplandor, tenemos
que huir por aquí.

—Rhett no se volverá loco, Jake.

—Es verdad. Ya lo está.

Alice sonrió, divertida, y se asomó al camino hacia el bosque. La línea se borraba


en cuanto el asfalto terminaba y empezaba la tierra, aunque vio que algunos árboles
también tenían pequeñas marcas.

—Seguramente llevan a otra ciudad —explicó Jake.

—¿Cuántas ciudades hay?


—Que yo sepa, solo siete. Hace unos años, antes de que empezaran a
quemarlas, eran casi veinte.

—¿Y todas son como la nuestra?

—No lo sé, nunca he estado en las otras. Aunque sé que Max se reunía con los líderes
de cada ciudad cuando pasaba algo serio, para llegar a una decisión con ellos.

—Así que son una especie de consejo —dedujo ella.

—Bueno... creo que el que manda de verdad es el líder de Ciudad Capital — Jake
volvía a comer pepinillos felizmente—. Pero no sé. Una vez Max me lo contó, pero es
un tema tan aburrido que pensé en mis cosas mientras lo hacía.

—Muy útil, Jake.

—¿Algún día dejaré de arrepentirme de enseñarte sarcasmo? Yo creo que no.

Jake siguió andando y ella lo siguió, pensativa. De hecho, estaba tan absorta en sus
pensamientos que apenas se dio cuenta de que algo se movía a su derecha.

Se detuvo de golpe y se giró justo a tiempo para ver una sombra ocultándose detrás
de la casa de la que acababan de salir.

Jake ni siquiera se había enterado y seguía andando felizmente, pero Alice ya había
sacado la pistola de la cintura del pantalón, sin despegar la mirada de la parte trasera de
esa casa.

—Jake —lo llamó en voz baja, sin moverse.

—¿Qué? —pero él estaba junto a ella, comiendo un pepinillo.

—Creo que...

Otro ruido.

—Oh, vaya —Jake se atragantó con un pepinillo, pálido, antes de volver a cerrar el
bote—. Deberíamos irnos.
No pudo estar más de acuerdo.

Dio un paso hacia atrás, agarró a Jake de la mano y, cuando se aseguró de que no
los seguían, salió corriendo hacia las casas que tenían delante.

¿Y si eran los salvajes? ¿Y si intentaban hacerles daño? Tuvo la tentación de salir


corriendo hacia el campamento, pero si eran muchos podrían matarlos a todos, Trisha,
Tina y Rhett incluidos. Aunque, por otro lado... no podía enfrentarse a ellos sola. Era
imposible que ganara.

No podía pensar. Estaba demasiado nerviosa. Miró por encima de su hombro y se


ocultó detrás de una de las casas. Estaba segura de que había visto que la sombra se
movía para seguirlos, siempre oculta tras un objeto, una casa o un coche abandonado.
Solo había contado una, pero... ¿y si había más? ¿Y si todos los estaban siguiendo?

—¿Alice? —preguntó Jake en voz baja—. ¿Qué...?

Alice le puso una mano encima de la boca para callarlo, asomándose


disimuladamente para mirar la parte delantera de la casa. No había rastro de la sombra.
De hecho, en la anterior casa en la que se habían escondido, tampoco la había visto.

Quizá habían conseguido despistarla... ¿no? Soltó a

Jake, aliviada, pero no soltó su pistola.

—Tenemos que volver. Ahor...

Se calló de golpe cuando captó un movimiento con el rabillo del ojo y se dio cuenta de
que la sombra que los había perseguido... estaba delante de ellos.

Pero... no era una sombra. Era solo un niño.

Estaba agachado, sentado sobre sus talones, y los miraba fijamente, con la cabeza
ligeramente ladeada. Alice estaba casi segura de que el tono marrón de su piel era
suciedad, y no el color de ésta en sí. Iba vestido solo con lo que parecían unas bermudas
viejas, desgastadas, y con agujeros por todas partes.
Tenía el pelo por los hombros, oscuro y enmarañado, y los estaba mirando con unos
ojos grandes y claros que parecían derrochar curiosidad.

—¿Alice? —preguntó Jake, aterrorizado.

—No te muevas —masculló ella, igualmente aterrada.

—Pero...

—Jake —soltó más bruscamente de lo que pretendía—, cállate de una maldita vez.

Él cerró la boca, pero no soltó el brazo de Alice.

El niño se incorporó lentamente mientras ellos retrocedían, quedando atrapados


entre la casa y él. Cuando estuvo de pie, Alice se dio cuenta de que no era tan niño
como ella había pensado. Quizá sí más joven que ella, pero también era más alto.
Quizá tenía un año más que Jake.

Y sí, estaba muy delgado, pero tenía los brazos fuertes. Definitivamente, tendría
más fuerza que ellos dos juntos.

Además, era un salvaje. Estaba segura. Con ese aspecto, no podría encajar en otra
descripción mejor. Y, si no recordaba mal, los salvajes ni siquiera hablaban su idioma.
No podía pedirle que los dejara en paz.

Alice seguía teniendo la pistola en la mano, y ni siquiera se había dado cuenta de


haberla levantado para apuntarlo, pero lo estaba haciendo. Y le temblaba el brazo entero.
Era el del disparo.

Entonces, como si no hubiera visto la pistola, el niño se acercó y se quedó de pie


delante de ellos, mirándolos uno por uno. Jake contuvo la respiración cuando el niño dio
un paso más, cauteloso, y se acercó a Jake, mirándolo con esos ojos grandes llenos de
curiosidad. Alice estaba tan pasmada que no reaccionó cuando empezó a olisquearle el
pelo a su pobre amigo, que tenía cara de horror.

—¿A-Alice...?

—No te muevas —insistió ella.


No parecía que fuera a hacerles daño, pero seguía sin fiarse de él. Y no se atrevía a
dispararle. Si hacía ruido y él tenía amigos, los encontrarían en menos de diez segundos,
seguro.

La única opción era intentar alejarlo sin dispararle.

Justo en ese momento, el niño salvaje sonrió ampliamente a Jake y volvió a


acuclillarse, haciéndole un gesto para que le siguiera. Alice frunció el ceño.

—¿Qué hace? —preguntó Jake con voz aguda.

—Quiere que le sigas... creo.

—¡Alice, quiere matarnos!

Ella lo dudaba. Podría haberles hecho tanto daño como hubiera querido, pero solo les
había sonreído. De todos modos, prefirió no arriesgarse. No se movieron de su lugar.

El niño, casi triste, apartó la mirada, se giró y salió corriendo a una velocidad
sorprendente hacia una de las casas. Alice vio su oportunidad de oro y empezó a
arrastrar a Jake con ella hacia la carretera, para volver con los demás.

—¿Qué haces? —preguntó Jake—. ¡Creo que ha ido a buscar algo!

—¡Sí, a sus amigos! Vamos, tenemos que volv...

Alice se calló de golpe cuando vio que el niño había vuelto a aparecer delante de
ellos, esta vez con una caja de zapatos y una sonrisa de oreja a oreja.

Ella dio un paso atrás cuando se acercó, acuclillado, enseñándoles la caja, pero el niño
la ignoró. Tenía su atención puesta en Jake, al que le estaba ofreciendo lo que fuera que
llevaba dentro.

—Ni se te ocurra abrir eso —masculló Alice.

—Pero... es un regalo. ¡No se le puede decir no a un regalo!

—¡Jake, no abras eso!


Pero la ignoró y destapó la caja.

Alice estuvo a punto de sacar la pistola cuando vio la mueca de estupefacción de Jake,
pero se detuvo cuando a él se le iluminó la mirada al soltar un grito ahogado por la
emoción.

—Son... ¡chocolatinas!

—¿Qué? —Alice se acercó, confusa.

—¡Sí, mira! —sonrió al niño—. ¡Acabo de encontrar un nuevo mejor amigo!

—Jake, no sé...

Pero Jake ya se estaba comiendo una mientras el niño sonreía.

—¿Podemos quedárnoslo? —preguntó a Alice, con la boca llena de chocolate.

—¿Qué? Jake, no es un perro.

—¡Pero, está solo!

—Eso no lo sabes.

El niño salvaje empezó a asentir con la cabeza frenéticamente y se señaló el brazo.


Llevaba una venda vieja y sucia. Luego señaló la venda que llevaba Alice en el suyo.

—¡Él también está herido! —le explicó Jake, que al parecer acababa de convertirse
en su traductor oficial—. Seguro que está solito y se ha acercado a nosotros porque ha
visto que tú también estás herida.

—Jake, no...

—Lo han abandonado —dijo Jake—. ¿Es que no lo ves?

—¿Ver el qué?

—¡Está herido! Los salvajes abandonan continuamente a su gente cuando está herida.
Y más si son niños. No son útiles.
Eso le pareció mucho más salvaje que cualquier otra cosa que pudiera aprender de
ellos. ¿Abandonaban a la gente solo por estar herida? Puso una mueca, intentando no
sentir empatía por el chico. No podían llevárselo con ellos.
—Jake, no sabemos nada de él.

—¡Si él nos lo está explicando!

—Es decir, que sí nos entiende —replicó Alice, mirando al niño con poca confianza.

—Supongo —Jake empezó a hablar en voz muy alta—. ¿SABES HABLAR?


¿HOLA? ¿SABES?

—Jake, no es estúpido.

El niño sonreía, mirándolos. Parecía entusiasmado de poder hablar con


alguien.

—No debe saber —concluyó Jake—. ¡Pero, no podemos dejarlo solo, Alice, nos ha
ayudado!

—Solo nos ha dado una chocolatina.

—¿Y cuánto hace que no vemos comida así por aquí? ¡Es un regalo
importante! ¡Hoy en día casi no hay chocolatinas!

—Jake, si los demás lo ven...

—¡No podemos dejarlo solo!

Y, sin saber cómo, terminó volviendo con los dos.

Rhett iba a matarla.

El niño salvaje no dejaba de mirarla con una amplia sonrisa. Al menos, alguien estaba
contento. Bueno, Jake también lo estaba por el regalo; todavía tenía chocolate en las
comisuras de los labios.
Los demás estaban comiendo cuando llegaron. Trisha fue la primera en darse la vuelta.

—Espero que no os moleste que hayamos empezado sin vosotros. Bueno, en realidad
me importa un bledo si os molesta —se detuvo en seco—. ¿Qué es eso?

Tanto Tina como Rhett se dieron la vuelta para mirarlos. Tina se quedó muda, y Rhett
empalideció.

—¡Hemos encontrado un amigo! —sonrió Jake ampliamente.

—¿Un... amigo? —preguntó Tina lentamente.

—Sí, me ha dado chocolatinas —sonrió Jake, enseñándoselas—. ¿Queréis una?

—Jake, es un salvaje —masculló Trisha, que se había puesto de pie, con una mano en
su cinturón.

—¡No, es bueno! —dijo él enseguida—. Lo han abandonado porque tiene una herida
en el brazo y...

—¡Es un salvaje! ¡Podría matarnos a todos sin parpadear! —Trisha miró a Alice
—. ¿Es que has perdido el juicio?

—¿Eso puede perderse?

—¡Oh, por favor! ¡Déjalo! —miró a Tina—. No puede quedarse.

—Yo... —empezó Tina.

Alice miró a Rhett, que parecía estar a punto de vomitar. ¿Qué les pasaba?
Solo era un niño.

Entonces, se acordó de la conversación con Trisha. Él había estado con los salvajes.
Y habían matado a todo su grupo, menos a él. Quizá por eso estaba tan pálido al mirar
al chico.
Pero... ¡él no tenía la culpa de nada! De hecho, tenía más motivos para odiar a los
salvajes que ellos cinco juntos, a él lo habían abandonado.

—Si quisiera hacernos daño, ya lo habría hecho —dijo Alice, tratando de calmar
la situación.

—Eso es cierto... —murmuró Tina, dubitativa—, pero... aunque no quiera


hacernos daño... no podemos cargar con otra persona a la que alimentar y proteger,
chicos.

El niño, como si supiera que hablaban de él, se escondió detrás de Alice, frunciendo el
ceño a Trisha.

—No se quedará con nosotros —añadió Trisha, mirándolo también con mala cara—.
Míralo. Seguro que ni siquiera sabe hablar.

—Esto es un grupo. Decidimos todos. No solo tú —replicó Jake, frunciendo el ceño.

—Muy bien —ella se cruzó de brazos—. Yo voto porque se largue.

—¡Podría morir si lo dejamos solo!

—No es mi problema.

—Entonces, yo voto porque se quede —dijo Jake.

Alice sintió que revivía el momento en que había llegado a la ciudad y los guardianes
juzgaban si podía quedarse. Y, de pronto, se vio a sí misma reflejada en ese niño salvaje.

—Yo también —murmuró.

Trisha negó con la cabeza.

—Dos contra uno, pero todavía quedan dos votos.

—No —Rhett habló por primera vez desde que el niño había llegado mirando a
cualquier otra parte—. Yo no lo quiero aquí.
—Menos mal que alguien tiene un poco de cabeza —masculló Trisha.

—¡Rhett, es solo un niño! —exclamó Alice sin poder contenerse.

—Es un salvaje, Alice —replicó él, con la mirada clavada en una de las casas.

—¡Sigue siendo un niño! No podemos dejarlo morir solo —miró a Tina—. Tina,
vamos, tú tienes que entenderlo.
—Yo...

—Cuando yo llegué a la ciudad, estaba en la misma situación que él —lo estaba


defendiendo y ni siquiera sabía por qué—. Si me hubierais dicho que no... no sé qué
habría sido de mí.

Alice miró a Rhett, que no parecía tener intención de cambiar de opinión. Tina tampoco.

—Seguro que conoce estas ciudades mejor que nosotros —dijo Alice de repente,
sonriendo y mirándolo—. ¿Sabes cuál es la forma más rápida de salir de aquí?

El niño salvaje asintió al instante.

—¿Y podrías llevarnos? Volvió

a asentir, muy contento.

—¿Lo ves, Tina? —Jake lo señaló—. ¡Es listo! ¡Y sabe sobrevivir solo!

—Y seguro que se defiende mejor que Jake —Alice lo miró—. No te ofendas.

—Nah, si es verdad.

Entre los dos, pareció que habían conseguido que Tina lo pensara mejor, porque cuando
levantó la cabeza tenía cara de resignación.

—Está bien —suspiró—. Que se quede. Pero si da problemas, lo echaremos.


—¡Bien! —Jake sonrió ampliamente.

El niño debió entenderlo, porque se puso de pie y abrazó a Alice con fuerza, que le dio
una palmadita en la espalda.

—Qué bonito, has encontrado novio. Otro —ironizó Trisha—. Unas tanto y otras
tan poco...

Volvieron a emprender el camino, y esta vez el chico salvaje se separó de ellos y


pareció que se marchaba, pero en realidad los siguió, saltando por los edificios y las
calles, apareciendo de vez en cuando para indicarles el camino y volver a desaparecer.

Rhett se mantenía tan alejado de él como podía y, pese a que Trisha al principio se
había negado a escucharlo, para el final del día ya seguía todas sus indicaciones.

Anduvieron hasta que se hizo de noche, y volvieron a ocupar una casa abandonada, esta
en mejor estado que la anterior, aunque con menos habitaciones. Hicieron fuego y se
sentaron a su alrededor. Alice puso una mueca cuando vio que volverían a comer carne
seca. La odiaba. Estuvo a punto de bromear sobre ello con Rhett, pero él no le había
dirigido la palabra desde que había vuelto de su excursión con los dos niños.

Quizá estaba enfadado con ella. Decidió dejarle un poco de espacio.

El chico salvaje apareció una hora más tarde, cuando todos ya estaban sentados
cenando, y apartó a Rhett, que soltó una palabrota, para sentarse entre él y Alice. Tenía
algo en las manos y se lo ofreció a ella, que lo levantó para verlo mejor.

—¿Qué es? —preguntó Tina.

Alice entreabrió los labios, sorprendida, cuando vio que brillaba con los reflejos
del fuego.

—Es... ¿una perla? —murmuró, asombrada. El

chico asintió, sonriendo.


—Pues vaya regalo —murmuró Rhett de mala gana.

—Gracias —Alice sonrió al chico—. Mhm... ¿tienes nombre?

—¿Y tú para qué quieres saber su nombre? —preguntó Rhett.

El chico tocó un mechón de pelo a Alice con una sonrisa. Pareció sorprenderlo mucho
que no estuviera enmarañado, como el suyo, y que fuera tan oscuro.

—Si va a quedarse con nosotros, habrá que llamarlo de algún modo —


comentó Tina.

—¿Qué tal idiota? —sugirió Rhett.

Jake puso los ojos en blanco.

—Podrías disimular que no te cae bien.

—¿Y cuánto tiempo va a quedarse con nosotros? —preguntó Rhett, viendo como
enredaba un mechón de pelo de Alice en su dedo.

—El necesario. Es mi amigo —Jake frunció el ceño al niño—. Creo que nos
entiende, pero no habla. Igual podríamos preguntarle...

Alice vio como el niño se detenía en seco y recogía un palo que habían traído para la
hoguera. Se inclinó sobre una parte del suelo que no habían limpiado y seguía llena de
cenizas y empezó a mover el palo torpemente, formando letras.

Pareció que había pasado una eternidad cuando por fin se apartó para que Alice
pudiera leerlo.

—¿Kilian? —preguntó.

El chico asintió con la cabeza, contento.

—Genial, ahora tiene nombre, como los perros —murmuró Rhett.

—Tú tienes nombre y no eres un perro —señaló Trisha, sonriendo con aire burlón.
—Y tú hablas mucho, pero eres idiota.

Empezaron a discutir entre ellos mientras Jake intentaba comunicarse con Kilian sin
grandes resultados. Tina y Alice intercambiaron una mirada antes de optar por
terminarse sus respectivas cenas en silencio.

Un rato más tarde, Tina y Trisha se metieron en las habitaciones que habían ganado al
sortearlas entre todos, dejando a Alice, Jake, Rhett y Kilian solos en el salón en medio de
un silencio un poco incómodo.

Pero se volvió mucho más incómodo cuando Jake se quedó dormido en su cama
improvisada.

—No entiendo por qué tenemos que dejar que venga con nosotros —murmuró Rhett.

Alice, que había estado intentando explicarle a Kilian cómo desenredarse el pelo, se
detuvo y lo miró.

—Pero, ¿por qué no te gusta? ¡Si es muy tierno!

Rhett le lanzó una mirada que podría haberla atravesado perfectamente.

—Lo único que sé es que no sabemos si podemos fiarnos de él.

—Por ahora, no ha hecho nada.

—No lleva ni un día con nosotros.

—No seas así —Alice frunció el ceño.

—¿Que yo no sea así? —Rhett miró el fuego—. Déjalo.

Alice quiso preguntar, pero supuso que sería mucho peor hacerlo con Kilian delante.
Solo pondría a Rhett de peor humor.

—No lo juzgues por cómo son los demás —pidió ella en voz baja.

—No me ha dado motivos para no juzgarlo.


—No ha hecho nada, Rhett.

—Por ahora.

—Cuando yo te conté lo que era, no te importó —le recordó ella.

—A ti te conocía.

—Yo estaba en la misma situación de él —siguió ella—. Si fuiste capaz de confiar


en mí, no veo por qué no puedes darle una oportunidad a él.

Él apretó los labios.

—Cuando demuestre que puedo fiarme de él, lo haré.

—Mira, a nadie le gustan los salvajes, imagino que tú... —se cortó cuando la miró
fijamente—. Es un niño. Ni siquiera debe saber lo que hacen los adultos con los que se
crió. Además, lo abandonaron. ¿No crees que debe odiarlos igual o más que tú?

Rhett se quedó pensativo unos segundos.

—Odio que hagas eso.

—¿El qué?
—Convencerme de todo tan rápidamente —Rhett la miró, enarcando una ceja—.
Antes solía considerarme un cabezota. Y me gustaba, la verdad.
—Tranquilo, sigues siéndolo.
Rhett se acuclilló a su lado y la miró.
—¿Que soy qué?
—Nada.
—Yo creo que has dicho algo.
—No he dicho nada —ella sonrió ampliamente, contenta de que la conversación
hubiera cambiado tan rápidamente.
Y Rhett le tocó las costillas. Por algún motivo, ella notó una especie de calambre
recorriéndole todo el cuerpo que la llevó a reírse y a retorcerse para alejarse de él. Cuando
lo consiguió, parpadeó, sorprendida.
—¿Qué era eso? ¿Qué me has hecho?
—Cosquillas —Rhett frunció el ceño—. ¿Nadie te había hecho cosquillas nunca?
—Rhett, en mi zona nadie podía tocar a nadie.
—Es decir, que soy el primero.
Le pareció que eso tenía doble significado, pero no supo cuál era, así que lo dejó pasar.
—No me ha gustado —protestó.
—Bien, no lo he hecho para que te gustara.
—¡Pues yo te lo haré a ti!
Le pasó una mano por las costillas, pero él ni siquiera reaccionó. Solo sonrió.
—Nunca he tenido cosquillas, pero puedes seguir intentándolo tanto como
quieras.
Alice, frustrada, le dio con el puño en el hombro. Rhett no pareció muy
afectado.
Se acercó a ella y le dio un beso en los labios. Alice se dejó, sonriendo. Y otro.
Y otro más. Había dejado de contar cuando notó que Rhett paraba. Abrió los ojos,
sorprendida, y vio que Killian había metido una mano en medio, clavando una mirada en
Rhett.
—¿Se puede saber qué te crees que haces? —le espetó Rhett, enfadado.
—Jake le ha dicho que nos vigile —Alice puso los ojos en blanco.
—Lo que me faltaba. Otro guardaespaldas —Rhett se puso de pie de nuevo—
. En fin... yo haré la primera guardia. Deberías ir a descansar.
—¿Seguro?
—Sí.
Se puso de pie y le dio la espalda. Justo cuando iba hacia el pasillo, vio que el chico
salvaje volvía a pegarse a ella. Enseguida se apartó, o más bien Rhett lo apartó y lo sentó
bruscamente en el suelo.
—Ah, no, de eso nada —lo señaló—. Tú duermes aquí, campeón.
—No seas brusco con él —le pidió Alice, dirigiéndose a su habitación.
—Cuando deje de intentar pegarse a ti, dejaré de serlo.
CAPÍTULO 6

—¡No me puedo creer que lo hayas perdido!

Rhett miró a Jake, irritado.

—No es una piedra, no lo he perdido. Se ha ido solito.

—¿Para qué querrías vigilar una piedra? —preguntó Alice, pensativa—. Si no pueden
moverse...

—La piedra de Los cuatro fantásticos se movía —le dijo Trisha—. Pero era un señor.

—¿De los... qué?

—Los cuatro fantásticos.

—¿Por qué se llaman así?

—Porque eran cuatro. Y porque tenían superpoderes.

—¿Qué superpoderes?

—Pues... uno de ellos era una piedra.

—Qué mierda de superpoder.

—¡A VER, CENTRAOS! —gritó Jake antes de mirar a Rhett—. ¡Se suponía que tenías
que vigilarlo!

—¡No soy su niñera!

—¡Estaba contigo! ¡Era tu compañero!


—Ese no era mi compañero.

Trisha, Jake y Alice habían estado toda la mañana buscando a Kilian entre los edificios y
las casas, pero por mucho que habían hecho, no habían encontrado nada. Tina se había
quedado en casa por si volvía y Rhett se dedicaba a seguirlos, pero no hacía gran cosa,
solo los miraba con mala cara cuando se quejaban.

Al final, teniendo en cuenta que conocía la ciudad mejor que ellos, habían llegado a
la conclusión de que quizá no quería ser encontrado, pero Jake era incapaz de
asumirlo. Él prefería echarle la culpa a Rhett.

—¿Y por qué es culpa mía, por cierto? —preguntó Rhett, cruzándose de brazos
—. Que yo sepa, todos estábamos en la misma casa.

—¡Pero tú estabas en el salón con él!

—¡Fue idea tuya dejar que hiciera una guardia!

—¡Porque pensé que te ocuparías de él!

—¿En serio? ¿Me ves con cara de preocuparme mucho por el crío raro?

—¿Y si le ha pasado algo? —preguntó Jake en voz baja, ignorando lo que le acababa de
decir—. ¿Y si lo han encontrado esos... salvajes?

—Él es un salvaje —aclaró Trisha.

—¡Pero no es como los demás! —chilló Jake.

Alice vio que se le llenaban los ojos de lágrimas y lo abrazó, mirando por encima de su
cabeza a Rhett con rencor.

—¿Podéis dejar de mirarme como si yo tuviera la culpa? —protestó él,


malhumorado.
—Lo encontraremos —le aseguró Alice a Jake, ignorándolo, aunque no estaba muy segura
de ello.

Rhett, por su parte, estaba indignado.

—¡Venga ya, lo conocisteis hace un día!

—¡Pero yo me he encariñado mucho con él! —se enfurruñó Jake.

—Oye, no es por cortar la conversación, pero no podemos quedarnos aquí mucho


tiempo —comentó Trisha, mirando a su alrededor—. Recordad que seguimos en
territorio salvaje. Si no vuelve antes de la hora de comer, deberíamos que irnos sin
él.

Alice se mordisqueó el labio, pensativa. Trisha tenía razón. No podían quedarse ahí más
tiempo. Habían tenido suerte hasta ahora, pero no la tenían garantizada para siempre.

—Puede que esté cazando —sugirió Rhett en voz baja. Jake

levantó la cabeza, ilusionado.

—Es cierto —exclamó—. Me dijo que le gustaba cazar.

—¿Te dijo? —Tina lo miró—. ¿Ya no es mudo?

—No habla, pero yo lo entiendo —Jake frunció el ceño.

—¿Y también hablas con tus otros amiguitos invisibles? —preguntó Trisha, divertida.

—En ese caso, volverá a la casa —dijo Alice, ignorándola—. Deberíamos volver con
Tina y comer algo antes de irnos.

Todos estuvieron de acuerdo, y volvieron a la casa. Jake miraba a su alrededor,


esperanzado, mientras que Trisha parecía tan tranquila como siempre, dando vueltas a una
navaja entre los dedos.
Rhett y Alice se rezagaron un poco, y ella no dejó de echarle miradas
rencorosas

—Deja de mirarme como si hubiera matado a alguien —masculló él al cabo de unos


segundos, irritado.

—No era tanta responsabilidad —replicó Alice.

—Alice, no lo conocíais de nada. Podría haber sido un asesino y ni siquiera lo


sabríais.

—Si quisiera hacernos daño, ¡no nos habría dado chocolatinas!

—¡Seguro que estaban caducadas!

—¡No lo estaban! Seguro que se fue porque lo trataste mal.

—¿Que yo...? ¡Yo no lo traté mal!

—¡Casi lo tiraste por la ventana porque quiso venir a dormir conmigo!

—¡Con todas las cosas que se me pasaron por la cabeza en ese momento, Alice, da
gracias a que solo estuviera a punto de tirarlo por la ventana!

Alice se cruzó de brazos, ignorando el pinchazo de dolor de la herida.

—Pues muy bien. El pobre Jake está triste, pero veo que te da igual.

—No he dicho que me diera igual.

—Pero si no apareciera Kilian, estarías contento.

Rhett puso una mueca.

—No he dicho eso.


—Pero tampoco lo has negado. Él

suspiró.

—Al menos, podrías dejar de mirarme así.

—Estoy indignada, tengo derecho a mirarte mal.

—Hace dos meses ni siquiera sabías que significaba esa palabra.

—¡Pero ahora lo sé, así que puedo sentirme así!

—Alice, ¿no te parece que estás exagerando un poco?

—¡No! Seguro que te pasaste toda la noche en silencio, aburriendo tanto al pobre niño
que terminó huyendo.

—Pues mira, se pasó toda la maldita noche pintando en el suelo cosas que le gustaba
hacer, como si a mí me importara.

—¡Estaba intentando hacerse tu amigo!

—No quiero que ese crío sea mi amigo.

Alice puso mala cara y lo adelantó, colocándose por delante de Jake y Trisha.

Tina pareció algo decepcionada con que no hubieran encontrado al niño, y les informó de
que por ahí tampoco había aparecido. No les quedó otro remedio que comer rápidamente
lo que tenían reservado para ese día, aunque Jake no dejaba de echar ojeadas a la puerta y
Rhett no decía nada, con la cabeza agachada.

Alice se sintió repentinamente mal por echarle la culpa. Si Kilian se había ido, había sido
por voluntad propia. No veía a Rhett capaz de echarlo, por poco que le gustara. Igual
había sido demasiado dura con él.
Justo cuando iba a sentarse a su lado y decirlo, Rhett se puso repentinamente de pie.

—Ahora vuelvo —murmuró, sin mirar a nadie en concreto.

Lo siguió con la mirada y estuvo a punto de ir tras él, pero Tina la detuvo. Después de
todo, Rhett podía defenderse solito, y conocía el camino de vuelta.

Intentaron charlar un poco, pero nadie tenía muchas ganas de hacerlo. Alice preguntó
cuán lejos estaban de la ciudad a la que se dirigían, más que nada para llenar el silencio,
y casi se atragantó con la comida cuando le dijeron que estaba a solo un día de distancia.

Justo cuando empezaban a ponerse nerviosos, la puerta se abrió y entró Rhett con una
sonrisilla. Justo detrás de él, Kilian estaba mordisqueando un trozo de pescado crudo.
Tenía una enorme herida en la pierna, pero parecía darle igual.

—¡Lo has encontrado! —chilló Jake, emocionado, poniéndose de pie.

A él tampoco pareció importarle mucho la herida de Kilian cuando se lanzó sobre él y le


dio un abrazo de oso.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó Tina.

—El muy idiota se tiró por el río por un pez y se quedó estancado en las ramas rotas.

—¿Y tú cómo sabías que estaría ahí? —preguntó Trisha con el ceño fruncido.

—Porque anoche se puso a contarme todo lo que le gusta hacer, el muy pesado.

Tina se encargó, con la ayuda de Jake, de sentarlo y vendarle la pierna. La venda


perfectamente blanca contrastaba casi cómicamente con su piel sucia. Y eso que,
después del baño, ya no estaba tan sucia.

De hecho, el pelo oscuro y enmarañado de Kilian ahora parecía color bronce, y su piel
más dorada que oscura. Incluso su ropa tenía colores más claros.
—Ejem.

Alice miró a Rhett, que la miraba con una ceja enarcada.

—¿Qué? —se hizo la inocente.

—Que has estado todo el día mirándome mal por el niño estúpido... y ahora lo he
traído de vuelta.

—Lo siento —dijo ella, poniendo los ojos en blanco.

—Bien —él sonrió y se estiró—. Ahora, vámonos de aquí antes de que al mono de feria
le dé por seguir saltando dentro de ríos.

—¡No lo llames mono de feria! —protestó Jake.

—¿Qué es un mono de feria? —preguntó Alice.

—Algo muy bonito —le aseguró Trisha, suspirando—. ¿Nos podemos ir de una vez?

Recogieron todas sus cosas rápidamente y abandonaron la casa, con Tina y Trisha
encabezando el camino. Decidieron dejar a Kilian con Jake en medio por si decidía
escaparse de nuevo, pero no lo hizo. De hecho, solo señalaba a su alrededor para
indicarles caminos más rápidos o atajos para salir de la ciudad.

Alice sintió bastante aliviada cuando por fin la abandonaron y entraron de nuevo en el
bosque. Se sentía mucho más protegida ahí. Además, en el bosque había comida y agua,
pero en las ciudades solo había cenizas.

Ya casi se estaba poniendo el sol cuando se puso a llover. Al principio, lo ignoraron y


continuaron caminando un rato más, pero con el agua sobre la venda, Alice empezó a
notar cómo le picaba la herida. Se contuvo unas cuantas veces para no rascársela, pero el
dolor empezó a hacerse insoportable. Cada vez que daba un paso y movía el brazo, era
como si alguien le hurgara en la herida.
Sin embargo, cuando chocó tropezó con una rama y su brazo chocó contra el tronco de un
árbol, perdió toda la fortaleza y soltó un grito ahogado, levándose la mano a la herida sin
pensar y haciendo que el dolor se multiplicara.

Por supuesto, cuando levantó la mirada Rhett ya estaba agachado delate de ella,
mirándola con los ojos muy abiertos.

—¿La herida? —preguntó directamente.

Ella asintió y quitó la mano. La venda se había resbalado con el agua de la lluvia y ahora
podían ver la herida, que desprendía un ligero olor desagradable y estaba entre el azul
oscuro y el violeta. Pero lo peor era el dolor agudo y punzante que sentía Alice.

Rhett le dijo algo, pero no lo entendió hasta que le pasó los brazos por debajo,
levantándola del suelo. Alice vio que las gotas de lluvia le caían sobre la cara y lo
obligaban a entrecerrar los ojos cuando alcanzó tan rápido como pudo a los demás.

En cuanto Tina vio la herida, mandó a Trisha, Jake y Kilian a buscar un sitio seguro
donde acampar. Por suerte, lo encontraron rápido. Era un pequeño rincón junto al río
en que las copas de los árboles les proporcionaban un techo natural que los protegía
casi completamente de la lluvia.

Rhett dejó a Alice en el suelo, con la espalda apoyada en un tronco, y Tina le pasó una
mano por la frente.

—Tiene fiebre —murmuró.

Alice no entendió lo demás, estaba ocupada intentando sentarse mejor y mirarse la herida
del brazo. Trisha y Jake también se acercaron al cabo de un rato, pero Jake se mareaba
muy fácilmente con las heridas y no tardó en alejarse con Kilian.

Unos segundos más tarde, Alice dio un respingo al escuchar el tono furioso de Rhett.
—No te acerques a ella, mocoso —advirtió.

Alice volvió a centrarse en ellos y se dio cuenta de que estaba echando a Kilian, que se
estaba intentando acercar a ella con algo en las manos.

—¿Qué es? —preguntó, mirándolo.

Klian ignoró a Rhett y se acercó a Alice, agachándose. Tenía una mezcla extraña en
una mano y una piedra en la otra. Casi parecía que había mezclado barro con unas
cuantas hojas molidas por la piedra.

Al instante en que hizo un ademán de acercar la mano al brazo de Alice, Rhett lo detuvo
bruscamente.

—¿Qué te crees que estas haciendo? —preguntó, frunciéndole el ceño.

—Intenta ayudarla —intervino Jake, que se había acercado pero se tapaba los ojos para no
ver la herida.

—¿Con eso? No va...

—Deja que lo haga —intervino Tina de repente.

Rhett se giró hacia ella, perplejo.

—¿Cómo?

—Que dejes que lo haga. He visto cómo se lo ponía antes a sí mismo en la herida de la
pierna —Tina la señaló y Alice vio que la herida estaba cubierta con esa mezcla extraña
—. Son hierbas curativas.

—Tina, es un crío, no sabe...

—Yo solo tengo vendas —replicó ella—. ¿Quieres que le ponga eso en el brazo? No va
a servir de nada. Sería como intentar tapar el sol con un dedo, Rhett. Al menos, él tiene
una solución.
Eso no pareció convencerlo del todo, pero no se movió cuando Kilian volvió a inclinarse,
pasando la mezcla por la herida de Alice con suavidad. Ella cerró los ojos con fuerza,
intentando contener las ganas de apartarse por el dolor.

Sin embargo, cuando Kilian se apartó y miró a Alice, ella se dio cuenta de que el dolor
seguía ahí, pero había disminuido muchísimo. De hecho, sintió un cosquilleo molesto en
el codo que casi la ilusionó; apenas había sentido ese brazo entero en todo el día.

—¿Estás bien? —preguntó Rhett, mirándola con precaución. Alice

asintió, dubitativa, y miró al niño.

—Yo... gracias, Kilian.

Él sonrió, tan silencioso como de costumbre, mientras Jake no dejaba de repetir que él
había confiado en Kilian desde el principio.

Tina decidió vendarle el brazo de todas formas mientras los demás montaban el
campamento. Decía que era mejor que lo que había preparado Kilian no se moviera de
su lugar y, cuando terminó con ella, Alice vio cómo iba junto al niño para que le
explicara cómo había preparado esa mezcla.

Alice se pasó unos minutos sola, intentando mover el brazo, hasta que notó que alguien
se acercaba a ella. Era Trisha, y estaba sonriendo con aire divertido.

—¿Qué tal, lisiada? ¿El salvajito te ha envenenado o sigues conservándote bien?

—Yo diría que estoy bien —aceptó su mano para ayudarla a ponerse de pie
torpemente—. Por un momento, casi me he desmayado.

—Si lo hubieras hecho, don amargado te habría cargado en brazos como si fuera tu
príncipe azul —Trisha puso los ojos en blanco—. Sois de esa clase de parejas.
—¿Un príncipe... azul? ¿Qué es eso?

—Pues un príncipe al que ahogas hasta que se pone azul —bromeó Trisha,
divertida.

Alice puso una mueca, confusa, hasta que ella señaló el río.

—Creo que hay una parte del río donde el agua está más calmada, podríamos intentar
pescar algo para cenar y para comer mañana. ¿Te vienes?

—Yo te acompaño —intervino Rhett, que se había acercado a ellas.

—Y yo —Alice no quería volver a quedarse en el campamento, como siempre.

—Yo protegeré a estos dos —comentó Jake, señalando a Tina y Kilian, que
probablemente serían los que lo protegieran a él.

Pero Kilian no parecía dispuesto a quedarse esperando, porque los siguió todo el camino
hacia el río, que estaba a unos veinte metros. Para haber llovido, el agua no se movía
con demasiada fuerza. Solo había un poco de corriente.
Trisha y Rhett se quitaron los zapatos, agarraron sus palos afilados y se metieron
en el río hasta que el agua les llegó a las rodillas.

—Mhm... —Alice los miró un momento—. No sé yo si seré muy útil para eso.

—Haz estacas —Trisha le lanzó un palo liso—. Probablemente alguna se


romperá.

Así que Alice se quedó sentada en la hierba húmeda rasgando el tronco con todas sus
fuerzas, dejándolo tan afilado como podía. Tardó casi diez minutos en hacer que un palo
se pareciera a lo que sujetaban ellos, y ni siquiera así tuvo un gran resultado, porque solo
podía usar un brazo.

Mientras, Kilian desapareció entre los árboles y Trisha y Rhett hicieron lo posible para
pescar algo, pero había pocos peces y no eran fáciles de atrapar.

—Igual deberíais hacer una red —sugirió Alice.


—Buena idea, Alice —Trisha la miró con la sonrisa más irónica que había visto en su
vida— Ahora solo queda suplicar que no nos maten mientras buscamos todo lo
necesario para hacerla. Y, en caso de que lo encontremos, tirarnos aquí cuatro horas
para construirla. Y, suponiendo que funcionara y no se destrozara, utilizarla. ¡Qué
buena idea!

—No necesitas ser tan sarcástica para decir que no —le dijo Rhett, pasándose una mano
por la frente.

—Mira, Alice, te ha salido un guardaespaldas —sonrió Trisha. Alice

le sacó el dedo corazón.

—¿Sabes qué significa eso, al menos?

—No, pero espero que signifique que te vayas a la mierda.

Rhett empezó a reírse a carcajadas mientras Trisha enrojecía un poco. Al final, él dejó
de reírse porque ella le dio con el palo en la cabeza y empezaron a pelearse.

De pronto, saltó una figura desde un árbol y llegó al agua. Salpicó por todas partes y se
quedó agazapada en el agua. Rhett se apartó de un salto de Kilian, que sonreía
ampliamente. Tenía un pez en la boca.

—Pero ¿qué...?

Kilian se acercó a Alice y le dejó el pequeño pez muerto a los pies, a lo que ella no se
sintió capaz ni de fingir una pequeña sonrisa.

—Oh, que bonito —Trisha ironizó—. Te hace regalitos amorosos.

—No es bonito. Es un pez muerto —replicó Rhett.


—Espabila o te robarán a tu chica —bromeó Trisha, divertida.

Y, a partir de ahí, Rhett y él empezaron a pescar como locos, a toda velocidad,


dejándolos en la orilla delante de ella. Al final, cada uno tenía tres, y cada uno era más
pequeño que el anterior. Alice no sabía si sentirse halagada o asqueada. Los dos salieron
del agua y se quedaron mirando los peces con algo de decepción.

—Apartad —les empujó Trisha, saliendo del agua con un montón de peces enormes
colgando del brazo—. Poder femenino, nenas.

Esa noche, lógicamente, cenaron pescado. Fue la primera comida en la que Kilian estuvo
todo el rato con ellos. Jake estaba encantado, y no dejaba de hablarle aunque no recibiera
ningún tipo de respuesta.

Rhett, por su parte, comía en silencio, de mal humor, aunque se le pasó un poco cuando
Alice se cambió de sitio para quedarse a su lado.

De pronto, Kilian sonrió como un niño pequeño, desapareció un momento y los dejó a
todos sumidos en un silencio confuso.

—¿Ha vuelto a escaparse? —preguntó Trisha, extrañada, con la boca llena.

—¡Ni siquiera ha dicho adiós! —protestó Jake, indignado.

—Porque no sabe hablar —le comentó Trisha, enarcando una ceja.

—¡Pero podría gesticularlo!

Pero Kilian no había escapado. De hecho, apareció unos pocos minutos más tarde con
algo en la mano que dejó a Alice, sonriendo. Parecía un regalo.

Pero... oh, no. Era un pobre animalito muerto.

Tuvo que contenerse para no poner una mueca de asco.


—Jake, tú te comunicas con él, ¿no? —preguntó Alice, viendo la ardilla muerta—.
¿Puedes decirle que, por favor, deje de traer animales muertos?

Jake empezó a gritárselo como un loco, como si así fuera a entenderlo mejor.

Por suerte, el niño pareció entenderlo. Kilian agarró de nuevo la ardilla y se la llevó,
desapareciendo. Al cabo de un minuto, volvió. Esta vez llevaba un ramo de flores
silvestres. Esta vez Alice sonrió ampliamente, mientras Jake y Tina reían, Trisha los
ignoraba y Rhett entrecerraba los ojos.

Esa noche Trisha y Tina hicieron la primera guardia, por lo que Alice fue de las primeras
en montarse una camita improvisada. Tardó más de lo necesario porque se había
empeñado en hacerlo sola y tenía un solo brazo para ello.

De todos modos, cuando estuvo lista, se dio cuenta de un pequeño detalle que se le
había olvidado: una manta.

Miró a su alrededor. Los demás ya estaban acostados en sus lugares mientras Trisha y
Tina hablaban junto al río, que era el único lugar por el que podían llegar desconocidos.
Kilian y Jake estaban a un lado del fuego y Rhett estaba en el otro, pasándose una mano
por la cara.

Kilian había intentado dormir con ella, pero Rhett lo había llevado a base de patadas con
Jake, así que dormían plácidamente uno al lado de otro con la boca abierta, roncando.

Alice se incorporó y se puso a buscar alguna otra manta en el saco, pero no había
nada. Cuando llevaba ya un rato buscando, escuchó un suspiro.

—¿Qué haces? —preguntó Rhett, medio dormido, mirándola.

—Buscar una manta —dijo, tiritando—. ¿Cómo puedes no tener frío?

—Yo llevo una chaqueta. Tú apenas llevas ropa, y además está destrozada —él frunció
el ceño—. Debí recoger más cosas tuyas.

—¿Para seguir buscando en mi ropa interior? —sonrió ella.


—¡Yo no...! —él apretó los labios—. Bueno, ¿qué más da? No hay más ropa.

—¿No hay nada más? ¿Ni siquiera una manta?

—No que yo sepa. Pero puedes usar la mía.

Alice se pensó que le estaba ofreciendo la suya, pero al ver que se apartaba, se dio
cuenta de que en realidad le estaba ofreciendo un sitio junto a él.

¿Eso no tenía un significado algo sexual entre los humanos? Dudó un momento, mirando a
los demás, pero supuso que si el significado fuera sexual, Rhett se hubiera dado cuenta y
no se habría ofrecido en primer lugar.

Se puso de pie, colocó la suave sábana que había puesto en el suelo sobre la manta de
Rhett, y se metió en ella a su lado.

Alice empezó a buscar la posición adecuada sin aplastarlo, pero estaba incómoda de
cualquier forma. Parecía que, hiciera lo que hiciera, habría una piedra bajo su espalda.
Por no hablar de que no podía apoyarse en el brazo malo.

Cuando le clavó el cuarto codazo sin querer el pobre Rhett, él suspiró.

—No hagas que me arrepienta de esto —murmuró con los ojos ya cerrados.

—Es que no estoy cómoda.

—Yo tampoco estoy muy cómodo en el suelo y contigo retorciéndote a mi lado, pero es lo
que hay.

Alice siguió removiéndose hasta que Rhett la miró con mala cara. Él la agarró del
brazo y la tumbó boca arriba. Sorprendentemente, así estuvo cómoda, así que cerró
los ojos y trató de dormirse, pero seguía sin poder.

—Oye, Rhett —susurró.


Él no abrió los ojos, pero estaba despierto. Estaba más cerca de lo que había estado
de él jamás, así que podía ver cada detalle exacto de su cara. Eso la dejó unos
segundos examinándolo como si no se lo supiera ya de memoria.

—¿Qué quieres ahora?

—¿Puedo preguntarte algo?

—Lo harás de todas formas.

—¿Esto de dormir juntos es normal entre humanos?

—Sí. O no. ¿Yo qué sé? Tampoco es la primera vez que dormimos juntos.

—Pero no se me había ocurrido hasta ahora.

—Alice, quiero dormir. Cállate un rato.

—Pero... yo no puedo dormirme.

—Pues ve a hacer footing.

—¿A hacer...?

—A correr. Era una broma —aclaró, abriendo los ojos, irritado—. ¿Qué quieres? Alice

esbozó una sonrisita angelical.

—Te he mentido. Sí puedo dormirme. Es que no quiero hacerlo. Él se

llevó una mano al corazón.

—Me resultará difícil, pero creo que podré superarlo algún día.

—¿Eso era sarcasmo?

—No.
Alice dudó.

—¿Eso era...?

—Sí, era sarcasmo. ¿Qué pasa? ¿Por qué demonios no quieres dormirte?

—Porque no quiero saber cómo siguen mis sueños.

—Mira, casi todas las veces que te duermas, tus sueños no tendrán nada que ver con
los anteriores.

—Pero creo que en mí es diferente —susurró, tratando de no despertar a Jake—


. Mis sueños son como... una continuación del anterior. No sé si me explico — Rhett
la miró, pero no dijo nada—. ¿Tú no tienes pesadillas?

Él se tumbó boca arriba también, llevándose parte de la manta, por lo que Alice tuvo que
arrastrase más hacia él.

—A veces, sí. Como todo el mundo.

—¿Sobre qué?

—Sobre muchas cosas —parecía incómodo—. Cosas sin importancia. No me acuerdo


de la mayoría.

—Si quieres, yo te cuento las mías.

—Me las sé de memoria —replicó, poniendo los ojos en blanco.

—¿Qué? —Alice se alarmó.

—Hablas en sueños, por si no lo sabías.

Durante un instante, Alice fue incapaz de decir nada. El sonrió ligeramente al ver si
expresión se espanto.
—Podría hacerte un libro sobre lo que dices en sueños.

—¿Y qué... qué digo?

—Hablas de muchas cosas —se encogió de hombros—. De un embarazo, de un tatuaje,


de unas niñas... Últimamente de un chico.

—¿Qué chico?

—Deberías saberlo tú mejor que yo, ¿no?

—Puedo soñar con muchos chicos. Él

enarcó una ceja.

—Me tienes a mí en la realidad, ¿para qué...?

—¿Qué chico? —repitió ella, interrumpiéndolo.

—Siempre hablas de un chico y un tatuaje en la espalda.

—Ah, ese —se encogió de hombros—. Es el novio de la chica con la que sueño. Rhett

enarcó una ceja.

—¿Qué?

—Que... sueño mucho con una chica. Y ese era su novio.

—¿Y no lo conoces?

—No.

—¿Cómo puede ser eso?

—No lo sé. Te he dicho que mis sueños son raros —se acercó a él—. Oye,
¿sería muy inapropiado si me acerco más? Es que tengo la espalda descubierta.
—Haz lo que quieras —murmuró él.

Ella se tiró completamente hacia él, pasó una pierna por encima y el brazo por el pecho y
cerró los ojos. Rhett tensó cada músculo de su cuerpo, alarmado

—¿Q-qué...? ¿Qué haces?

—Me has dicho que hiciera lo que quisiera.

—¡No te lo tomes al pie de la letra!

—Pues no pienso moverme.

Él refunfuñó un rato, pero al final dejó que se quedara así.

—Oye, Rhett...

Él no abrió los ojos, pero por su expresión Alice supo que estaba empezando a irritarlo.

—¿Qué? —preguntó, medio dormido.

—Una vez me dijiste una cosa...

—Te he dicho muchas cosas, Alice.

—Me dijiste que habías tenido sexo.

Rhett abrió los ojos y la miró con los ojos entrecerrados, desconfiado.

—¿Debería preocuparme porque saques ese tema ahora?

—Es curiosidad inocente.

—¿Inocente? —no pareció muy convencido.


—Bueno, la cosa es... que me dijiste que habías tenido sexo.

—Sí, ¿y qué?

—¿Fue con tu novia?

—Nunca he tenido novia —dijo él—. Era solo una chica de mi clase.

—Entonces, ¿por qué tuviste sexo con ella?

—Porque no quería seguir siendo virgen mientras todos mis amigos me hablaban de lo
maravilloso que era el sexo. De todas formas, ¿a qué viene eso?

—¿Puedo preguntarte algo?

—Ya lo estás haciendo.

Alice lo miró, dubitativa, muriéndose de curiosidad.

—¿Cómo es?

—¿El qué? —preguntó Rhett lentamente.

—El sexo.

Él parpadeó, y después se aclaró la garganta, más incómodo que nunca.

—Alice...

—¡Oh, vamos! Tengo curiosidad.

—¿De verdad quieres hablar de sexo en esta precisa situación? —preguntó él,
pasándose una mano por la cara.

—¿Te hace sentir incómodo? ¿Prefieres que lo hablemos mañana?

—Alice... —él lo pensó un momento—. Yo no... no es incomodidad.


—¿Y qué es?

—Nada. No quiero hablar de eso.

Ella se pegó más a él cuando intentó apartarse, confusa.

—Pero, ¿me lo vas a decir?

—¡Te acabo de decir que no quiero hablar de eso!

Jake se removió en su lugar, roncando más fuerte. Tuvieron que bajar el


volumen.

—Eres un aburrido.

—Y tú una pesada.

—Vamos, no te cuesta nada decírmelo...

—Alice... de verdad, creo que deberíamos dejar de hablar de eso.

—¡Siempre tenemos que dejar de hablar cuando tú quieres, no es justo!

—Lo que no es justo es... —él miró la pierna de Alice sobre las suyas y tragó saliva,
alejando las manos como si fuera a salir ardiendo si la rozaba—. Nada.

—¿Cuántos años tenías?

—¿Eso importa?

—Sí.

—Alice...

—¡Vamos, no seas así!


—Catorce —replicó, irritado—. ¿Podemos dejar de hablar de eso?

—¿No eras muy pequeño?

—Sí.

—Jake tiene trece.

—Lo sé.

—Y tú lo llamas niño.

—Lo sé, ¿vale?

—Entonces, tú te considerabas adulto de alguna forma con solo un año más que él, pero lo
llamas niño...

—Soy un hipócrita malhumorado, ¿estás contenta ahora? —la miró, irritado—. Y la


chica ni siquiera me gustaba, ni yo a ella. Creo que solo lo hacía para cabrear a una
amiga suya. Y yo solo acepté porque era mayor que yo y un amigo me había dicho que
era mejor empezar con alguien que supiera más que yo. Así que lo hicimos.

Alice lo miró unos segundos.

—¿Te gustó?

—No. Estaba tan nervioso que ni siquiera lo disfruté.

—Y... ¿solo lo hiciste una vez?

—No —él suspiró—. Dos veces más con la segunda chica.

—¿Y esa te gustaba?

—Bueno... —Rhett se encogió de hombros—. Me lo pasaba bien con ella.


—¿Cómo se llamaba?

—No me acuerdo.

—¿Cómo puedes no acordarte?

—Me acuerdo del nombre de mis amigos y mis amigas, pero ella... solo estuvimos
juntos unas pocas semanas. Si sigue viva, seguro que tampoco se acuerda de mí.

—¿Fueron tan malas esas veces?

—No —Rhett negó con la cabeza—. Esas veces estuvieron bien.

—Has dicho que te lo pasabas bien con ella...

—Sí, éramos amigos.

Alice notó una extraña sensación en el estómago parecida a la que había sentido el día
de las pruebas, cuando Annie se había dedicado a parpadear y contonearse delante de
Rhett. Seguía sin estar muy segura de qué sentimiento era, pero no le gustaba. En
absoluto.

—Y... —ella se mordisqueó el labio, pensativa— ¿conmigo te lo pasas bien?

—¿Mientras me haces un interrogatorio? No mucho, la verdad.

—Lo digo en serio. ¿Era... tu amiga?

—Supongo que puedes llamarlo así.

—No sabía que los amigos tuvieran sexo.

Rhett contuvo una sonrisa, mirándola.

—Depende del amigo.


—Y... ¿yo soy tu amiga?

Él se quedó en silencio un momento, y de pronto su expresión se volvió mucho más suave


de lo que había sido hasta ahora.

—Alice, no te estoy contando todo esto por compararte con ella.

—Pero, ¿y si tuvieras que hacerlo?

—No es una competición. Y, aunque lo fuera, tú...

Volvió a mirar su pierna y apartó la mirada, clavándola en las ramas que los protegían de
la lluvia.

—Quiero probarlo —dijo Alice, súbitamente.

Él la miró con los ojos abiertos de par en par.

—¿Qué?

—Quiero probar eso de tener sexo. Rhett se

quedó mirándola, sin palabras.

De hecho, su expresión era el ejemplo perfecto de la estupefacción más


absoluta.

—¿Sexo? —repitió, como si no lo hubiera entendido.

—Contigo —aclaró.

—Ah.

—A ser posible, claro.

—Bueno, gracias por aclararlo —replicó, frunciendo el ceño.


—¿Eso es un sí?

Él volvió a quedarse en silencio. Alice casi podía oír los engranajes de su cerebro
funcionando a toda velocidad, buscando algo apropiado que decir. No quería que se
hiciera incómodo, así que decidió seguir hablando ella.

—Si llegamos a la Capital y me pasa algo... no quiero morir virgen. Sería muy triste.

—Eso es la mayor tontería que he oído nunca —él frunció el ceño, intentando
apartarse sin mucho esfuerzo y sin mucho éxito.

—¿Por qué?

—Porque el sexo no lo es todo en la vida. Ni en una relación, ni siquiera. Es solo un


complemento.

—Pues... yo quiero probar ese complemento antes de morir.

—Alice... no sé si es una buena idea.

Ella no pudo evitar una mueca de decepción.

—¿No soy lo suficientemente atractiva para hacer eso?

—¿Eh? —Rhett volvió a centrarse—. Claro que lo eres, no digas tonterías.

—Entonces... —estaba cada vez más confundida—. ¿No quieres?

—¿Qué? Claro que quiero.

—¿Sí? —ella sonrió, entusiasmada.

—Créeme, ahora mismo no hay nada que... —al ver la sonrisa de ella, se
apresuró a negar con la cabeza—. No, Alice.
—¿Por qué no?

—¡Jake y el idiota mudo están ahí al lado!

—No tiene por qué ser ahora.

—Ah, claro, puede ser entre los matorrales, mientras continuamos la excursión.

—Mañana llegamos a la ciudad, ¿no?

—Alice, no.

—¡Ahí habrá camas!

Durante un momento, pareció que la idea lo tentaba, pero Rhett se apresuró a volver a
sacudir la cabeza.

—No.

—Pero...

—He dicho que no.

—¡Y también has dicho que querías!

—Sí, pero...

—Pero ¿qué?

—Dios, Alice, ni siquiera sabes cómo... —él suspiró—. Me siento como si


estuviera intentando pervertir a una niña pequeña.

Eso la ofendió más de lo que debería.

—No soy una niña pequeña.


—Siendo positivos, tienes siete años menos que yo.

—Técnicamente no lo sabemos. Puede que tenga veinte años. Solo son cinco de
diferencia.

—Siguen siendo unos cuantos años.

—¿Y qué? ¿La edad es un problema para ti?

—No, pero...

—¿Pero...?

—Pero no sabes cómo va eso —Rhett puso una mueca—. Cada vez que te besaba de una
forma un poco brusca, notaba cómo te asustabas. ¿Qué pasaría si intentara hacer algo
más?

Ella enrojeció al darse cuenta de que tenía razón, pero no estaba dispuesta a
admitirlo.

—No... no me asustaba —mintió.

—Sí lo hacías. Y ni siquiera estoy seguro de si eres consciente de lo que implica


acostarse con alguien.

—Implica... quitarse la ropa, ¿no?

—Entre otras cosas, preferiblemente.

—¿Y si empezamos con... quitarme solo la camiseta?

Rhett la miró unos instantes, como si quisiera comprobar si hablaba en serio o no.

—¿Estás segura?
Alice asintió, sin dudarlo, y se inclinó para darle un beso en los labios. Fue tan corto que
Rhett no tuvo tiempo para reaccionar antes de que ella se apartara, la sujetara una mano
y la colocara al borde de su camiseta.

—Quítamela tú.

Durante un instante, Rhett dudó visiblemente. Pero entonces tiró de su camiseta para
volver a pegarla a su lado y empezó a subirla, dejando la piel del estómago expuesta y...

—¿Qué hacéis? —se escuchó de pronto la voz adormilada de Jake a su lado.

Rhett se apartó tan rápido como pudo, torpemente, quedando de pie a un lado. Jake lo miró
en medio de un gran bostezo.

—¿Estás sudando? Si hace frío.

—Estoy... —Rhett se pasó una mano por el pelo—. Voy a lavarme la cara, o a
lanzarme al río, o lo que sea.

Y se apresuró a marcharse en dirección al agua helada.


CAPÍTULO 7

Alice abrió los ojos lentamente, adormilada.

Estaba abrazada a alguien. Miró mejor. De hecho, Rhett estaba a su lado, estirado con
cuidado de no tocarla y dormido, pero ella estaba abrazada como un animal a a la rama
de un árbol.

Y, entonces, se dio cuenta de algo. No

había soñado nada.

Un momento...

¡No había soñado nada!

Estiró la mano para despertar a Rhett, sonriente, pero se detuvo al darse cuenta de que
podía dejar que siguiera durmiendo un poco en lugar de molestarlo.
Levantó la cabeza y vio que la única despierta era Tina, que estaba junto al río,
limpiando la camiseta que había usado el día anterior. Alice decidió acercarse a ella,
estirándose.

—Buenos días —la saludó felizmente.

—Oh, buenos días —pareció algo sorprendida por el repentino ataque de


felicidad—. ¿Qué tal tu brazo?

—Bah, no es nada.

—¿Que no es...?

—Hoy no he soñado nada —le anunció alegremente. Tina

se quedó mirándola un instante, confusa.


—Oh, pues... me alegro por ti, supongo.

Alice metió las manos en el agua y se las pasó por la cara, limpiándosela y despertándose
por completo. Cuando terminó, Tina todavía estaba intentando frotar la camiseta.

—Si lo haces así solo conseguirás romperla —dijo Alice, sin saber por qué. Tina se

giró hacia ella, confusa.

—¿Qué?

—Tienes que hacerlo en círculos —le dijo—. Mira, así... ¿ves?

Tina pareció sorprendida al ver que la mancha empezaba a desaparecer. Al final,


Alice se encargó del resto de la camiseta mientras Tina la miraba.

—¿Cómo sabes hacer eso?

—No... no lo sé —admitió ella.

—Bueno, yo nunca había lavado nada en un río, así que ha sido bastante útil.

—Quizá en esa ciudad tengan algo que nos ayude a hacerlo.

—Sí... —Tina miró un momento al grupo—. ¿Rhett te ha hablado de ello?

—¿De su padre?

—Sí, de su padre.

—Mhm... no demasiado, ¿por qué?

Tina pareció algo incómoda.

—Quizá deberías preguntarle a él.


—¿Por qué? —Alice dejó de frotar, algo confusa.

—Su padre es... ¿cómo decirlo? Mhm...

—Espera, ¿lo conoces?

—Sí, ha venido alguna vez a la ciudad. Max y él no se llevan demasiado bien, pero
hemos tenido que mandar soldados algunas veces, y...

—Espera, espera —Alice tenía tantas preguntas que no sabía ni por dónde empezar—.
¿Soldados? ¿Max? ¿Qué...?

—Lo entenderás mejor cuando lleguemos —le aseguró.

—Pero... Rhett me dijo que hacía mucho que no veía a su padre. ¿No lo veía cuando
iba de visita a Ciudad Central?

—Siempre que se enteraba de que iba a visitarnos, se marchaba o encontraba algo que
hacer para no verlo.
—Pero... ¿por qué?

—Cielo, su padre es... —Tina no parecía querer decir las palabras exactas en las que
pensaba— ...difícil de tratar.

—¿Como Rhett? —ella sonrió, pero dejó de hacerlo cuando vio que Tina estaba muy
seria.

—No, no como él. Rhett es un buen chico, aunque tenga algo de mal carácter. Solo
tienes que aprender a conocerlo para darte cuenta de ello.

En eso, no le faltaba razón. Alice dirigió una mirada de reojo al aludido, que seguía
durmiendo en su cama improvisada.

—Si tan mal se lleva con él... ¿por qué vamos a ver a su padre?

—Porque es la ciudad que queda más cercana, y tú necesitas que alguien te mire ese
brazo urgentemente —le dedicó una pequeña sonrisa comprensiva—. No era el plan
inicial porque Rhett no quería ver a su padre, pero... tuvimos que improvisar sobre la
marcha.

—Por mi culpa —concluyó Alice con una mueca.

—No es culpa tuya que te dispararan. Y tú habrías hecho lo mismo para


cualquiera de nosotros. No te tortures por eso.

Alice removió el agua con un dedo, pensativa, mientras notaba que Tina la miraba.
—¿Dónde íbamos a ir? —preguntó al final, con curiosidad—. ¿Cuál era el primer plan?

—Bueno... todavía hay unas cuantas ciudades a las que podríamos pedir ayuda.

—¿Ayuda para qué?

—Para rescatar a Max. Para negociar con Ciudad Capital y que dejen de extorsionarnos a
todos solo porque pueden hacerlo...

—¿Crees que las otras ciudades te ayudarían? Tina lo

pensó un momento, estirando la camiseta.

—Los del dominio... puede que sí. Es a los que iba a pedirles ayuda. Los de Ciudad
Jardín quizá también, igual que los de las Islas Escudo, pero los demás...

—¿Y cómo se llama la ciudad a la que vamos ahora?

—Colmillo gris —Tina sonrió de lado—, pero no te recomiendo decírselo a


ninguno de sus habitantes.

—¿Por qué no?

—Es una burla. Su ciudad en realidad se llama Ciudad Este, pero... bueno... tienen fama
de ser un poco agresivos. Y la ciudad está rodeada de montañas, así que...

—Colmillo gris —Alice sonrió un poco—. No es muy ingenioso.

—Si las ciudades tuvieran nombres complicados e ingeniosos, nadie se


acordaría de ellos. Todo el mundo se acuerda mejor de las burlas.

Alice no se atrevió a preguntar nada a Rhett acerca de su padre, su conversación con


Tina ya le había dado demasiado para pensar. De hecho, nadie dijo gran cosa. Se
dedicaron a recorrer lo que quedaba de bosque durante
toda la mañana para encontrarse con otra ciudad abandonada mucho más pequeña que la
anterior, con muchísimos menos edificios, más viejos que los anteriores. Jake y ella iban
por delante de los demás, con Kilian saltando felizmente por delante de ellos.

—¿Cómo era esto antes de que lo quemaran? —preguntó Alice, curiosa.

—Ruidoso, la verdad.

—¿Tú vivías aquí?

—¿Yo? Bueno... mi familia era de Atlanta.

—Ah. ¿Y eso qué es?

Jake sonrió, divertido.

—Pues era una ciudad.

—Ajá —Alice había estudiado eso en su zona, pero muy por encima y ya no se
acordaba—. ¿Y ahora dónde estamos?

—Pues... en una de las pocas partes no-contaminadas del mundo. No hay muchas. Si
no me equivoco, creo que solo hay tres habitables. No sé exactamente dónde está.
Creo que entre Francia y Suiza... por ahí. Ahora no tiene nombre. Solo lo llaman
tierra buena de vez en cuando, pero ya sabes... nadie quiere pensar en todo lo que se
perdió.

—¿Rhett también es de At... lan... eso?

—No —Jake sonrió—. ¿No has notado su acento? Él era de Bradford.

—Ah... —Alice no tenía ni idea de qué hablaba—. ¿Y siempre has vivido con Max?

—Sí, igual que la mayoría de chicos que hay ahí.


Alice se mordisqueó el labio inferior, curiosa.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro.

—¿Por qué Rhett y Max se llevan tan mal?

Jake pareció tensarse un poco.

—Bueno, si ellos no te han dicho nada...

—Ellos no me dirán nada, ya los conoces, Jake.

—Está bien... pero no se lo cuentes a nadie.

Qué fácil de convencer era el pobre Jake. Alice casi se sintió culpable.

¡Pero no tanto como para no querer saberlo!

—No se lo diré a nadie —le aseguró.

Alice estaba ansiosa. Hacía muchísimo tiempo que quería saberlo y no se había atrevido a
preguntárselo a nadie. Miró a Jake, que respiró hondo antes de empezar.

—Verás... antes, hace tres años... o cuatro, no me acuerdo, Rhett estaba al mismo nivel
que Max. Se encargaba de todas las exploraciones, de los comerciantes... Max lo
consideraba como un segundo hijo y esas cosas cursis y aburridas. Es decir, que
llevaban genial.

Kilian saltó por delante de ellos y volvió a desaparecer, distrayendo por una momento a
Jake.

—La hija de Max, que en esos momentos tendría quince años...


—¿La hija de Max?

—Sí.

—¿Está...?

—Déjame hablar. Sí, lo está, pero todavía no he llegado ahí. En fin, era muy buena en
combate y esas cosas, pero era muy impulsiva. Y, si te soy sincero, a mí no me caía
demasiado bien. Tenía demasiada... no sé cómo decirlo. Bueno, sí. Era una creída. Era
como si los demás fuéramos unos inútiles a su lado. La cosa es que suplicaba a Rhett ir
con él en todas las expediciones, pero él se negaba por respeto a su padre.

—Pero, si estaba en el grupo de avanzados...

—Pero Max era muy protector con ella. Además, dudo que ni siquiera quisiera saber
nada de las exploraciones. Solo quería pasar tiempo con Rhett.

—Espera —Alice lo miró, sin saber por qué, pero preocupada—, ¿ellos dos...?

—¿Qué? ¡No! —Jake negó con la cabeza, calmándola—. Ella era la que estaba colada
por él. Pero Rhett nunca le hizo demasiado caso, la verdad. No era como contigo. De
hecho, más de una vez tuvo que ser bastante malo con ella para que se apartara, era
muy...

—Jake —ella advirtió que se estaba desviando de la historia.

—Ah, sí. Perdón. En fin, cuando ella, Emma, cumplió los quince, Rhett decidió llevarla
a su primera exploración como regalo; iba a ser algo sencillo, solo tenía que intercambiar
algo con los de las caravanas, que venden plantas y medicinas a cambio de armas. Rhett,
Emma y los demás hicieron el intercambio, y todo fue bien hasta que tuvieron que cruzar
una de las ciudades quemadas para volver.
Se encontraron a los salvajes, claro.

—¿Y qué pasó? —preguntó Alice, al ver que se detenía.


Desgraciadamente, ya podía imaginarlo. Debía ser la fatídica historia que le había
contado Trisha.

—Bueno... no lo sabemos del todo —murmuró Jake—. Rhett nunca habla de ello. Pero
conseguimos que nos contara que mantuvieron a algunos prisioneros por si Max ofrecía
algo a cambio de ellos. Rhett y Emma fueron dos de los prisioneros. Pero... bueno, en
Ciudad Central tampoco es que haya gran cosa,
¿no? Ya lo habrás comprobado. Y nadie sabía qué hacer. Era todo un desastre. Max fue a
buscarlos más de diez veces sin conseguir nada. Estaba desesperado.

—¿Y qué pasó cuando volvieron? —preguntó ella, temiéndose el final.

—¿Volvieron? Alice... solo volvió Rhett.

Los dos se quedaron en silencio durante unos instantes. Alice recordó la mueca de Trisha
cuando le contó la misma historia, solo que mucho menos detallada.

—Iba... —Jake lo pensó un momento—. Yo estaba ahí la noche en que llegó. No sé cómo
lo hizo. Lo encontraron tirado en el suelo de la entrada de la ciudad. Al principio,
pensamos que era posible que se hubiera desmayado al llegar, pero era imposible que...
con esas heridas... eran horribles, Alice. Los salvajes son... horribles. Tienen muchas
maneras de divertirse con la gente que consiguen atrapar. Por lo poco que escuché,
habían intentado ver cuánto podía sangrar Rhett antes de morir.

Ella tragó saliva, incómoda por la conversación. Ni siquiera podía imaginarse la escena. O,
más bien, no quería.

—Has dicho que era imposible que viniera por sí mismo —dijo—. Entonces,
¿cómo lo hizo?

—No se sabe. No habla de ese día. Nunca.

—Me extraña que nadie le haya preguntado.


—¿Después de ver cómo lo trata Max con el tema?

—¿A qué te refieres?

—Se llevan mal por eso, Alice. Max lo culpa de la muerte de Emma. Ella

negó con la cabeza. Se lo había imaginado.

—Los primeros meses fueron horrible —murmuró Jake—. Lo trataba... tan mal... y nadie
se atrevía a intervenir. Le quitó casi todo lo que tenía en la ciudad; el sitio en la mesa de
instructores, una habitación privada, el derecho a ir de exploraciones... y lo renegó al
puesto de profesor de iniciados. Con el tiempo, Tina convenció a Max de que le
devolviera algunas cosas, como la habitación y el sitio en la mesa, pero... dudo que
jamás le deje volver a salir en alguna exploración.

—Pero... culpar a Rhett no solucionará nada.

—Eso díselo a alguien a quien se le acaba de morir la hija.

—¿Y Rhett nunca se ha defendido?

—No —Jake frunció el ceño—. Nunca.

—¿Por qué?

—No lo sé —Jake suspiró—. Quizá... porque él también se siente culpable, de alguna


forma.

Estuvieron en silencio lo que quedaba de camino. Alice echó una ojeada a Rhett, que iba
caminando el primero, mirando al frente con el ceño fruncido, como de costumbre. Sin
poder evitarlo, miró su mano, donde el guante roto daba un poco de visión a las cicatrices.
Aunque claro, la mayor era la de la cara.

Solo de imaginarse lo que habría sido estar en su piel durante esos momentos hizo que se
le revolviera el estómago y volvió la vista al frente.
Al final, se hizo de noche antes de llegar a Colmillo Gris, así que, como cada noche —y
esa sí sería la última—, escogieron una casa, hicieron un fuego y cada cual se hizo una
cama improvisada alrededor del fuego tras comprobar que no había habitaciones.

Durante la cena, quizá las cosas habrían sido menos incómodas si Kilian no hubiera estado
pegado a Alice de brazos y piernas con una gran sonrisa, ganándose varias miradas
afiladas de Rhett.

—¿No puedes despegártelo? —protestó él al final, señalándolo.

—Eh... ¿Jake? —Alice lo miró en busca de ayuda.

—Solo quiere cuidar de ti —se encogió de hombros.

Trisha se lo pasaba en grande viendo la cara de amargura de Rhett.

Al final, Alice se quitó los brazos y las piernas de Kilian de su alrededor y el niño, lejos
de estar enfadado por ello, se puso de pie de un salto y salió de la casa por una de las
ventanas.

—Va a cenar —le dijo Jake.

—¿Es demasiado genial para cenar con los demás? —Rhett enarcó una ceja.

—Le gusta cazar. ¡Y deja de criticarlo!

—Pues suplica para que no lo encuentren sus amiguitos salvajes.

Fue como si Alice y Jake se acordaran a la vez de la conversación que habían tenido
por el camino, porque agacharon las cabezas casi simultáneamente.

—¿Qué pasa? —preguntó Rhett, mirándolos con desconfianza.

—Oye —Trisha frunció el ceño, distrayéndolos de la conversación—, ¿quién me ha


robado mi manta azul? ¿Tantas ganas tenéis de morir?
Esa noche hicieron inventario, prepararon sus cosas y cada uno se metió en su cama. El
primer turno era de Rhett, así que miró su espalda durante unos minutos, antes de
quedarse dormida. Parecía que habían pasado dos segundos cuando abrió los ojos de
nuevo, viendo que Rhett despertaba a Trisha por el hombro.

—Te toca.

Trisha se incorporó lentamente, salió de la casa y se quedó sentada en la puerta con una
escopeta en la mano, mirando a su alrededor con cara de sueño.

Alice había estado fijándose en lo que hacía cada uno durante su guardia; ella limpiaba sus
armas, Trisha solía aprovechar para practicar los ejercicios que les habían enseñado en
clase, Tina hacía inventario de sus cosas, Jake comía o canturreaba y Rhett se limitaba a
pasearse por el campamento.

Justo cuando Trisha empezó a estirarse y cerró la puerta, Alice bostezó, preguntándose
cuándo sería su turno.

Rhett, para sorpresa de Alice, se acercó a ella directamente, por lo que se apartó para
dejarle lugar. De hecho, Rhett ni siquiera se había hecho una cama.

Cuando estuvieron los dos en la cama improvisada, él la miró.

—Lo siento, ¿te he despertado?

—No —ella se pegó como una lapa a él, que se removió (un poco menos
incómodo que el día anterior, eso sí).

Lo miró fijamente unos segundos, dudando.

—¿Cómo te las hiciste? —preguntó directamente, en un susurro para no


despertar a los demás.

—¿El qué? —preguntó Rhett sin abrir los ojos.

—La cicatriz. De la cara.


Durante un instante, temió haber sido demasiado brusca. Y le dio la sensación de que
Rhett se había tensado.

Sin embargo, él se limitó a sonreír de lado.

—¿No te gusta o qué?

—Sí me gusta.

—Yo entero te gusto —sonrió con los ojos cerrados.

—Era curiosidad.

Él suspiró y abrió los ojos.

—¿Por qué preguntas eso?

—Ya te lo he dicho, curiosidad.

Él apretó los labios.

—No me gusta hablar de eso, Alice.

—Está bien...

Pero se quedó mirándolo fijamente. Al final, él suspiró, irritado.

—Los salvajes.

No quería ser morbosa, pero quería hacerse una idea de lo que una salvaje podía
llegar a hacer.

—¿Cómo...?

—Sinceramente, apenas lo recuerdo —murmuró él—. Lo único que sé es que fueron


ellos.
No parecía muy dispuesto a hablar más, así que ella insistió.

—Jake me ha contado lo de Max.

—Ya veo —él no pareció sorprendido.

—No le eches la culpa, yo he preguntado.

—Lo suponía. Lo que no entiendo es el por qué no me lo has preguntado a mí.

—Sabía que no me lo dirías.

—Sí te lo habría dicho —murmuró, sin mirarla.

—Nunca haces nada de lo que te digo.

—Lo hago cuando eres razonable.

—Entonces, lo de la cara...

Él suspiró, parecía empezar a enfadarse.

—Alice, te he dicho que no quería hablar de ello.

—Pero... ¡me acabas de decir que te lo pregunte a ti!

—¿Y qué? ¿No puedes dejarlo estar?

—Pero...

—Alice —sonó a advertencia.

—¡Solo quiero...!

—Muy bien, ¿qué quieres saber? —él la miró de pronto, enfadado, haciendo que ella se
echara hacia atrás enseguida—. ¿El proceso en el que te cortan la piel?
¿Quieres saber lo que duele? Apenas me acuerdo, porque lo que sé es que quedé
inconsciente del dolor.

Alice, parpadeó, sorprendida.

—¿Qué? No, Rhett, yo...

—Además, les gusta jugar con la comida. O lo que sea que fuera para ellos. Porque se
esmeraron mucho en que no muriera desangrado. No. En su lugar, me cauterizaron las
heridas. ¿Sabes lo que es eso?

—No, pero...

Estaba empezando a asustarse por lo agresivo que sonaba. Se echó aún más hacia
atrás, alejándose de él.

—Pues si miraras mi espalda lo sabrías. O mi cara, por ejemplo. ¿Te crees que una
cicatriz queda así por un corte? No. Queda así si luego le pones algo ardiendo encima.

—Rhett...

—O mejor, ¿por qué no hablamos de cómo sacrifican a personas humanas por puro
entretenimiento? Y de una manera que parece gustarles especialmente, que es atarlos en
un poste y quemarlos vivos. O, si no les apetece, simplemente cortándoles la garganta.

—Ya vale, Rhett...

—O de cómo te hacen cortes por todo el cuerpo para que no mueras desangrado, pero
seas incapaz de moverte. ¿De cuál quieres hablar, Alice?

—Lo entiendo, ¿vale? No debí...

—No debiste preguntar, no.

—No quería que te pusieras así —dijo ella en voz baja.


—Te dije que no quería hablar del tema. Y tú has insistido. Porque quieres saber los
detalles, ¿no? Ahora estarás contenta, espero.

—No quiero saber...

—Sé lo que quieres, como todos los demás. Los jodidos detalles. Como si saberlos fuera
a servir de algo. Si lo que quieres es saber cómo se mata a una niña de quince años, o
cómo se tortura al imbécil que la ha traído, entonces vete a ver una película gore y
déjame en paz.

Rhett respiró hondo al terminar. Ella lo miró, en una mezcla de arrepentimiento y


vergüenza.

—¿Qué? —preguntó él bruscamente.

Alice se había arrastrado tan lejos de él que ahora ni siquiera estaba metida en la cama,
sino sentada en el suelo de la casa.

—No... no quería... —no supo cómo seguir, pero él debió entenderlo, porque clavó una
mirada enfadada en ella.

—Bueno, pues lo has hecho.

—¡Ya te he dicho que no...! —se detuvo al darse cuenta de que había levantado la voz y
decidió bajarla para no despertar a los demás, que dormían al otro lado de la habitación,
lo suficientemente lejos para no oírlos si susurraban—. No quiero saber ningún detalle,
Rhett...

—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué preguntabas?

Alice negó con la cabeza. Le dolía que le hablara así. Y estaba enfadada consigo
misma por haber insistido. Y un poco con él por reaccionar de esa forma. Era una
sensación extraña.
—Porque... quiero... —no supo cómo seguir.

—Sí, sé lo que querías —replicó Rhett bruscamente—. ¿Ahora qué vas a


preguntar? ¿Cómo murió esa niña?

—¿Qué? No, Rhett...

—No te preocupes, no serías la primera persona que lo dice como si yo hubiera querido
que alguien muriera en esa maldita exploración.

—¿Cómo puedes pensar que yo diría eso? —preguntó, dolida.

—¡No lo sé, Alice! A lo mejor, si de vez en cuando me hicieras caso cuando te digo
que no me preguntes algo, ahora no estaríamos discutiendo.

—Yo te he contado muchas cosas, Rhett.

—Porque has querido. No a cambio de que yo te contara los míos.

—Porque confiaba en ti, y sabía que no me juzgarías —ahora ella estaba


enfadada, también.

—Eso no quiere decir que puedas obligarme a contarte cosas de las que no quiero hablar,
Alice.

—¡Vale, pues siento haber preguntado! —susurró, irritada y avergonzada a partes


iguales—. Lo siento.

Rhett la miró en silencio.


—¿Sabes? —Alice apartó la mirada—. Yo soy una pesada irritante, vale, pero tú puedes
llegar a ser muy odioso.

—Pues genial —Rhett volvió a tumbarse, dándole la espalda. Alice

se quedó mirándolo un momento, molesta.

—¿Ves por qué no quería preguntártelo a ti? —preguntó.

—Entonces, no haberlo hecho.

Alice tiró de su hombro, obligándolo a mirarla.

—No, Rhett. Luego te enfadas porque no te pregunto las cosas, pero cuando lo hago
reaccionas así, ¿qué esperabas?

—No todos los temas son válidos.

—Vale, pues dime qué temas...

—No me hables de esto —replicó él, mirándola fijamente—. Nunca.

Alice se quedó en silencio un instante, sorprendida por la intensidad del momento,


antes de asentir.

—Está bien. No volveré a hacerlo.

—Bien —murmuró él.


—Bien —murmuró ella.

Alice se dio la vuelta, y se tumbó de espaldas a él, que se había quedado mirándola con la
mandíbula tensa. Apenas habían pasado cinco segundos cuando escuchó que Rhett
también se tumbaba, con sus espaldas pegadas la una a la otra. Ninguno de los dos dijo
nada.

Alice se miró las manos un rato, enfadada consigo misma y con él por partes iguales.
Estaba muy incómoda. No quería dormirse sintiéndose así.

—Lo siento —repitió ella, al final.

Rhett no respondió y le entraron ganas de abrazarse las rodillas.

Pero, apenas unos segundos más tarde, sintió un brazo por encima del suyo. Rhett
estaba suspendido sobre ella, apoyándose en sus codos para mirarla.

—No lo sientas —murmuró de mala gana—. No debería haber reaccionado así.

—No volveré a preguntarlo —aseguró.

—No, tú... —Rhett suspiró—. Pregúntame lo que quieras, ¿vale? Menos de eso. Es
demasiado...

Pareció que no sabía ni siquiera cómo describirlo, así que ella se apresuró a hablar.

—¿Solo me vas a poner esa condición? Creo que vas a arrepentirte en algún
momento. Puedo preguntarte de muchos otros temas.

—Alice, hagas que me arrepienta tan rápido.

—Vale, vale. Los reservo para mañana.


Rhett la miró unos segundos antes de inclinarse hacia delante y besarla. Alice puso las
manos en sus hombros. Estaba empezando a entender eso de los besos, le salían más
naturales. Cerró los ojos cuando Rhett apoyó gran parte de su cuerpo en el suyo. Podía
sentir su pierna entre las suyas, su brazo apoyado junto a su cabeza y su mano en su
cadera, además de su pecho pegado al suyo. Alice sintió una especie de aleteo en la parte
baja del estómago cuando él le acarició con el pulgar bajo el pliegue de la camiseta, justo
en el vientre, enviándole cosquilleos por todo el cuerpo.

Se acordó sin querer de la época en que vivía en su antigua zona, donde nadie podía
tocar a nadie y ella nunca se lo replanteó. Le parecía algo natural. ¿Quién le habría dicho
entonces lo que podía provocar una simple caricia?

Rhett se separó cuando la escuchó suspirar y agachó la cabeza un momento, con los ojos
cerrados. Alice sintió ganas de agarrarlo y hacer que se quedara, pero al ver que se
separaba rápidamente de ella, decidió no seguir molestándolo.

Rhett se quedó mirando el techo un momento, con la respiración agitada, como si


hubiera recorrido corriendo la mitad de la ciudad.

—Deberías... dormirte —le dijo, sin mirarla.

Alice lo observó unos segundos mientras él tragaba saliva y se pasaba una mano por la
cara. ¿Le afectaba eso tanto como a ella? ¿Por qué se apartaba siempre?

Tuvo ganas de extender la mano hacia él, pero se contuvo, y para asegurarse de que se
contendría toda la noche, decidió darle la espalda y quedarse dormida así.
CAPÍTULO 8
El día siguiente fue el día en que menos caminaron en lo que parecía... una eternidad.

Acostumbrada a andar y andar sin rumbo fijo, Alice casi suspiró de alivio cuando, a las
cuatro horas de haberse despertado y haber empezado la marcha con los demás, vio que
a lo lejos, por encima de los árboles, aparecían por fin las montañas que se suponía que
cercaban gran parte de Ciudad Este —o Colmillo Gris, dependiendo de a quién se lo
preguntaras—.

—¿Es eso? —preguntó Jake, esperanzado—. ¿Ya hemos llegado?

—Más o menos —murmuró Rhett, y no parecía ni la mitad de animado que él.

Tardaron veinte minutos en ver por fin los muros grises de piedra de la ciudad. Eran de
la misma altura que los de Ciudad Central, aunque esos tenían alambres al final, por lo
que estaba claro que muy pacíficos no eran.

Alice se encontró a sí misma buscando la forma de escalarlos instintivamente


mientras rodeaban la ciudad en dirección a una de las dos puertas que tenía,
siguiendo la línea del muro.

Quizá, los ejercicios en el circuito de Deane habían servido para algo, porque no tardó en
ver pequeños huecos casi imperceptibles en los que podría impulsarse con un pie, luego
agarrarse a la superficie del muro, conseguir sostenerse sobre la punta de los pies y saltar
el alambre con la esperanza de que, al otro lado, no hubiera mucha distancia de caída.

Era un plan, pero no muy realista teniendo en cuenta que apenas podía mover el brazo. Se
había pasado el día abriendo y cerrando los dedos. Era como si, a cada hora que pasaba,
se le entumecieran más y más. Ahora, apenas podía sentirlos.
Rhett se tensó visiblemente cuando, al cabo de una hora, por fin consiguieron llegar a las
enormes puertas de hierro de la ciudad. Estaba claro que estaban pensadas para coches, y
en la parte superior había una plataforma desde la cual dos guardias vestidos de verde
oscuro los miraban.

Estaba claro que los esperaban, por lo que Alice supuso que otros guardias los habrían
visto y los habrían avisado.

Uno de los guardias los miró de arriba a abajo, especialmente a Kilian, que se mantenía
detrás de Jake y Trisha, y soltó un bufido despectivo.

—¿Eso es un salvaje? ¿Lo habéis adoptado?

—Necesitamos entrar —les dijo Rhett, ignorándolos.

—Y yo necesito un día libre —el guardia empezó a reírse con su compañero—.


Perdeos, vagabundos. ¿Qué sois? ¿De las caravanas? No tenemos drogas.

—Queremos entrar —repitió Rhett, sonando algo irritado.

—No aceptamos desconocidos. Y menos con esas pintas.

Pareció que iban a reírse, pero se contuvieron cuando Rhett dio un paso al frente,
claramente enfadado.

—Quiero hablar con Bren ahora mismo —espetó—. Y lo voy a hacer de una forma
u otra.

Puede que esos dos estuvieran en lo alto de las puertas y armados, y que Rhett estuviera
prácticamente solo porque se había adelantado a los demás, pero había algo en él... Alice
no sabía si era el tono de voz, la expresión o la mirada... que hacía que no quisieras
irritarlo. En absoluto.

—¿Con Ben? —repitió uno de los guardias, sin poder evitar mostrar su
estupefacción—. ¿De qué conoces tú a Ben? ¿Cómo te llamas?
—Mira, iniciado... —empezó Rhett, perdiendo la paciencia.

El chico se puso rojo.

—¡No soy un...!

—Sé cómo funciona esta ciudad, sé que ese uniforme se lo dan a todos los guardias y sé
que vas ganando insignias con el paso del tiempo y con los logros que vas adquiriendo.
Tú no llevas ni una. Ni siquiera llevas el traje sucio. Está claro que eres un maldito
iniciado, así que así te voy a llamar Ahora, haz el favor de agarrar el comunicador,
llamar a Ben y decirle que su hijo quiere hablar con él ahora mismo, o yo mismo me
encargaré de ensuciarte ese atuendo tan nuevo y limpio que llevas. ¿Me has entendido
ahora, iniciado?

Hubo un momento de silencio en que ambos chicos, antes tan valientes, miraron a Rhett
con los ojos muy abiertos.

—¿Tengo que volver a repetirlo? —soltó él, bruscamente.

Por fin, el guardia que no había hablado se apresuró a agarrar un comunicador que
llevaba al cinturón y a decir unas cuantas palabras. Esperó una respuesta, claramente
nervioso porque la mirada de Rhett seguía sobre él, y entonces se apartó de la muralla
con su compañero.

Apenas unos segundos más tarde, escucharon un mecanismo moviéndose y las puertas
se abrieron lentamente para ellos. Rhett suspiró y se giró para mirarlos.

—Es nuestra última oportunidad de huir —bromeó. Bueno, Alice no estaba muy segura
de que bromeara.

—Vamos, cuanto antes entremos mejor —le dijo Tina con una decisión que en el fondo no
tenía.

Rhett asintió sin mirar a nadie en particular y entró en la ciudad con todo el grupo
acompañándolo.
—¿Alguna vez has visto al padre de Rhett? —preguntó Alice a Jake en voz baja.

—No. Pero si da la mitad de miedo que él, casi prefiero no conocerlo.

Como los demás parecían completamente seguros, Alice y Jake se dieron las manos
para infundirse confianza —que no tenían— el uno al otro.

Era una ciudad un poco más pequeña que Ciudad Central, pero mucho mejor
conservada. Los edificios no eran nuevos, pero parecían mucho mejor cuidados que
cualquiera que hubiera visto en otro sitio. La gente no usaba ropa ancha y vieja, sino que
todos llevaban monos de diferentes tonos de verde. Alice no tardó en darse cuenta de
que los colores más claros eran para los novatos y los oscuros para los veteranos. Y
todos iban perfectamente arreglados.

Bueno, estaba claro que le daban importancia a la apariencia.

Además, la ciudad en sí era bonita. Casi todos los edificios eran bajos y de tonos grises y
verdes, cosa que combinaba perfectamente con los colores de las montañas que tenían al
lado, cerniéndose sobre ellas. De hecho, una parte de la ciudad ni siquiera tenía murallas,
solo montañas. Montañas gigantes. Alice las miró casi con fascinación.

—¿Están contigo? —preguntó el guardia, devolviéndola a la realidad.

Alice se dio cuenta de que se lo estaba preguntando a Rhett, y de que estaba mirando a su
curioso grupo con desconfianza.

—Sí —le dijo él, frunciendo el ceño—. ¿Vas a hacernos esperar todo el día?
¿Dónde demonios está mi padre?

—P-perdón señor. A-ahora m-mismo...


—Deja de hablar y guíanos de una vez.

El chico enrojeció y él y su compañero se apresuraron a ponerse en marcha, guiándolos a


través de la ciudad. Alice se sostuvo el brazo dolorido inconscientemente mientras todas
las personas con quienes se cruzaban les echaban miradas desconfiadas. Era normal; con
su ropa vieja, hecha jirones, despeinados y sucios... bueno, parecían de un mundo
completamente distinto.

Alice se fijó en el detalle de que... no había visto a ningún niño. Y tampoco a ningún
anciano. Toda la gente que se cruzaba con ellos tenía entre dieciséis y sesenta años. O
al menos eso parecía. Quizá vivían en la otra parte de la ciudad.

Los guardias no se detuvieron hasta llegar al único edificio de tres plantas de Colmillo
Gris. Tenía una bandera colgando de la fachada, entre las dos ventanas de la segunda
planta, aunque Alice no la reconoció y no le dio mucha importancia cuando uno de los
guardias llamó a la puerta y otro abrió, sustituyendo al que había llamado para llevarlos
escaleras arriba en un edificio hecho casi completamente de hormigón.

El interior era... austero. Parecía un edificio administrativo, y Alice ni siquiera


estaba segura de qué era eso, pero lo asociaba con algo aburrido, soso, sin
decoración... en fin, poco hogareño.

—El líder está reunido —les informó el guardia nuevo, cruzando el pasillo del primer
piso e ignorando todas las puertas—. Es posible que os haga esperar.

—No nos hará esperar —le aseguró Rhett.

Y Alice supuso que tenía razón, después de todo, había estado esperando varios
años para volver a ver a su hijo... si es que quería hacerlo.

Los dos guardias se detuvieron delante de la última puerta y uno de ellos llamó con los
nudillos. Dentro, se oía el ruido de una conversación que se detuvo casi al instante en
que pasos se acercaron a la puerta. Se la abrieron y los dos guardias se apartaron para
dejarlos pasar.
Rhett entró el primero, respirando hondo, y los demás lo siguieron.

Parecía un despacho, pero solo había una mesa enorme en el centro iluminada por un gran
ventanal que daba a toda la ciudad. En la mesa, había un mapa con algunos planos y notas
escritas en él. Dos guardias que parecían estar distinguidos por llevar una medalla de plata
en el pecho estaban apoyados en el borde de la mesa, escuchando a un hombre de unos
cincuenta años, con el pelo corto y canoso, pero con porte duro y fuerte. Alice supo sin
ninguna duda que, fuera lo que fuera esa ciudad, ése debía ser el líder.

Y, por tanto, el padre de Rhett.

Era el único que llevaba un mono verde tan oscuro que fácilmente podía confundirse con
negro, y de un lado del pecho le colgaban más de diez medallas de diferentes tamaños,
formas y colores.

Y, además, había algo en él... que era lo mismo que había en Rhett. Era de esas personas
que habían nacido para dar órdenes, para estar al mando. Y sabían hacerlo.

Cuando el hombre levantó la cabeza para mirarlos, frunció el ceño profundamente. Alice
pudo ver cierto parecido en algunos aspectos físicos con Rhett. Tenían, sin duda, los
mismos ojos. Y las mismas facciones. Solo que las de Rhett eran más jóvenes, vivaces y
expresivas, y las de él solo parecían expresar cierto... desprecio.

Alice vio que Rhett adoptaba una postura más defensiva cuando el hombre se separó de
la mesa y se acercó a él a paso lento, juntando las manos en la parte baja de su espalda.
Se movía como si estuviera a punto de inspeccionar una obra, y se detuvo delante de su
hijo con la barbilla alta, mirándolo con una ceja enarcada. Incluso Alice pudo sentir la
tensión.

Rhett era unos centímetros más alto, pero el otro hombre intimidaba más. Alice estaba
segura de que, si hubiera sido ella la que estaba de pie justo delante de él,
probablemente habría querido salir corriendo.
—Hijo—dijo Ben lentamente, mirándolo, y su tono de voz no era cálido. No era el tono
de voz habitual en un padre que se reencuentra con su hijo después de varios años.

De hecho, casi parecía... contrariado.

Rhett no respondió, simplemente se quedó mirándolo.

—Hacía ya tiempo que no te veía, chico —replicó. Tenía la voz profunda—. Unos
cuantos años. ¿Cuántos...?

—¿Realmente te importa o solo intentas sacar conversación? —Rhett enarcó una


ceja.

Alice vio que su padre se quedaba mirándolo unos segundos. Los dos hombres
distinguidos que habían estado con él intercambiaron una mirada de sorpresa, pero Ben no
parecía sorprendido, en absoluto.

—Ah, se me había olvidado lo insubordinado que puedes llegar a ser —replicó


lentamente, mirándolo—. Veo que Max no te ha inculcado ni un poco de disciplina.

—¿Por qué debería hacerlo? Perdería mi encanto natural.

Su padre le dirigió una breve mirada intimidante antes de girarse hacia el grupo que
acompañaba a su hijo. Los revisó a todos lentamente, de arriba a abajo, como si los
analizara. Especialmente a Kilian. Le puso una pequeña mueca casi imperceptible.

—Un salvaje —murmuró, casi asqueado.

—No es peligroso.

—¿Quiénes son los demás?


—Amigos —se limitó a responder Rhett—. Están conmigo.

—¿Estos son tus amigos?

—Sí. ¿Algún problema?

—Unos cuantos, pero no creo que sea muy cortés comentarlos delante de ellos.

Volvió a revisarlos y Alice hizo un verdadero esfuerzo por no moverse cuando esos ojos
claros pero fríos se clavaron en ella, especialmente en la herida de su brazo, antes de
volverse de nuevo hacia su hijo.

—¿Qué quieres?

—Ya presupones que quiero algo —dijo Rhett.

—Evidentemente. ¿Después de seis años sin saber nada de ti? —el hombre sonrió de una
manera que hizo que sus ojos siguieran, de alguna forma, estando serios.

Rhett no dijo nada esta vez.

—¿Y bien? —insistió Ben—. No has venido solo de visita, ¿verdad?

—No.

—¿Y qué quieres?

—Necesito que la ayudes.

Curiosamente, no necesitó señalar a Alice para que supiera que hablaban de ella. Su
padre ya había visto la herida. Y cómo las manchas azules de esta se asomaban por
los bordes de la venda.

—¿Por qué debería hacerlo?


—Porque te lo estoy pidiendo.

—Si no recuerdo mal, yo te pedí que volvieras a mi ciudad hace seis años. Rhett

apretó los labios, mirándolo fijamente.

—Si no estás dispuesto a ayudarnos, puedes estar seguro de que me iré.

Ben lo observó por unos instantes, como si estuviera pensando en ello, hasta que
finalmente suspiró.

—Llevadla a la enfermería y después enseñadles la zona de invitados. La grande.


Tengo que tener una pequeña conversación privada con mi hijo.

Ni siquiera les dirigió una última mirada antes de que los dos soldados que los habían
escoltado hasta la puerta les hicieran un gesto para que los siguieran.

Alice intercambió una mirada con Rhett, que asintió casi imperceptiblemente con la
cabeza, aunque parecía querer estar en cualquier otra parte del mundo. Así que siguió a
los demás a la salida del edificio principal.

En cuanto llegaron a lo que ellos llamaban enfermería pero era casi el doble de grande
que el hospital de Ciudad Central, Tina apartó bruscamente a los médicos que intentaron
acercarse a Alice y se apresuró a encargarse personalmente de la herida. Kilian, Jake y
Trisha se mantuvieron al margen de la situación; no había mucho que pudieran hacer.

—Menos mal que no he dejado que se acercaran —murmuró Tina mientras rebuscaba
entre las cosas que le habían dejado—. Habrían intentado sedarte y se habrían dado
cuenta de que eres un androide.

Cierto, los androides no podían verse afectados por los sedantes humanos. Para
incapacitarlos, era necesario un líquido especial. Era la única forma.

—¿Va todo bien? —preguntó Alice, dubitativa, no se atrevía a mirar.


—Sí. La herida no está tan mal como creí que estaría. Lo que te dio Kilian ha sido
muy útil —Tina empezó a envolverle el brazo con una venda limpia—. Ya casi está.

En cuanto terminaron en el hospital, Alice seguía sintiendo punzadas de dolor en el brazo,


pero las ignoró y siguió a los guardias hacia su hogar temporal.

La casa en cuestión era un pequeño edificio de dos plantas. Nada más entrar, vieron que
había unas escaleras que llevaban al piso superior y unas que llevaban a una especie de
sótano. El guardia se detuvo.

—Vuestra casa está en el primer piso. El sótano está prohibido —replicó.

—¿Por qué? —preguntó Jake, curioso.

—Solo el alcalde entra ahí —le dijo él, secamente—. Si te atreves, pregúntaselo a él.

—Creo que prefiero quedarme en la duda.

—Bien —el guardia subió las escaleras, abrió la puerta, y lanzó tres llaves iguales
a los demás. Trisha las atrapó en el aire—. Entonces, bienvenidos.

Y los dejó solos.

—Qué simpáticos son todos aquí —murmuró Trisha.

La primera en acercarse y abrir la puerta del todo fue Tina, y los demás la
siguieron.

—Wow —exclamó Jake nada más entrar.

La casa resultó ser... bastante más que modesta.

La decoración era sencilla, pero limpia y ordenada, con muchos cuadros y cortinas en
todas las ventanas, cosa que para Alice era todo un lujo. Cruzaron la pequeña entrada y se
encontraron con un enorme salón con sofás, sillones y
una mesa de café, junto con una mesa redonda con seis sillas, perfecta para ellos. Tina
se adelantó para asomarse al marco de la puerta de la cocina, que era también gigante, y
tenía una despensa y una nevera llenas de comida en buen estado, cosa que hizo que
Alice se acordara de lo hambrienta que estaba.

—¿Cómo elegimos las habitaciones? —preguntó Trisha, haciendo que todos dejaran de
curiosear en la cocina al instante.

Como si lo hubieran programado, Jake, Trisha y Alice echaron a correr como locos por el
salón, cruzando el pequeño pasillo. Fueron abriendo rápidamente todas las puertas,
encontrándose con un pequeño cuarto de baño, una habitación individual, dos con camas
de matrimonio, y una última con dos camas individuales. Todas con cuarto de baño
privado.

Alice, gracias a que Trisha y Jake se empujaban entre ellos, había conseguido llegar la
primera a la última habitación del pasillo, lanzándose sobre la cama de matrimonio. Era la
mayor de la casa. Tenía que ser suya.

Nada más rebotar en el colchón, vio que Jake y Trisha la miraban con mala cara desde la
puerta. Kilian estaba asomado detrás de ellos, sin entender nada, pero muy feliz.

—¡Eso es jugar sucio! —chilló Jake a Alice, irritado.

Ella se encogió de hombros, sonriente.

—Haber sido más rápidos.

—¡La lisiada se ha quedado con la cama grande! —protestó Trisha, enfadada—. No me


lo puedo creer.

Entonces, los dos echaron a correr hacia la segunda más grande a la vez.

Más tarde, acordaron que Trisha se quedara la individual, Jake y Kilian la de dos camas,
Alice la que había conseguido y Tina la otra de matrimonio.
Ya verían qué hacía Rhett cuando llegara... aunque Alice ya tenía algún que otro plan para
él.

Poco después de que se acomodaran en la casa, se acercaron dos iniciados de la ciudad


con bolsas llenas de ropa y zapatos para cada uno. Alice recogió la suya y la de Rhett y
las llevó a su habitación, pero solo abrió la suya. Dentro había ropa común, pero
también dos monos verdes de tono claro.
Definitivamente, eso es lo que querían que llevaran por la ciudad.

También había algunos pantalones —largos y cortos—, camisetas, jerséis, blusas,


tirantes, botas, zapatillas... incluso ropa interior. Y todo de su talla. Se miró a sí misma y
se dio cuenta de que su ropa estaba hecha un desastre.

Desgraciadamente, la ropa interior era lisa y aburrida, así que seguiría prefiriendo
la suya.

Mientras metía la ropa en el armario, se fijó mejor en la habitación que tenía. Era
enorme. O eso le pareció. Tenía una cama enorme de dos plazas, dos armarios, una
enorme alfombra suave en la que estaba sentada, un escritorio con una silla, un sillón en
el fondo, un ventanal que daba a la ciudad... ¡y un cuarto de baño!

¡Alice nunca había tenido tantas cosas sin tenerlas que compartir con otras veinte
personas! ¡Eso era tan... emocionante!

Cuando terminó de llenar un armario —una parte de ella seguía esperando que Rhett se
instalara en su habitación—, lanzó su ropa usada al sillón y se probó una de las
camisetas nuevas. Era grande, pero con tirantes y azul chillón. Le gustó.

Una hora y una ducha más tarde, estaba profundamente dormida en la cama.

Era como si no hubiera dormido bien en meses... y menos en una cama de verdad, una
cama mullida con una almohada, dentro de una casa. Jamás habría pensado que
consideraría eso un verdadero lujo.
No se despertó hasta que alguien llamó a su puerta con suavidad. Se frotó la cara con
ambas manos, y miró a Tina, que ahora asomaba la cabeza en la habitación.

—¿Has dormido bien? —preguntó con una pequeña sonrisa—. ¿Te duele el brazo?

—No, está bien —le aseguró, sorprendida de lo cierto que era—. ¿Por qué no me
habéis despertado?

—Creímos que necesitarías descansar un poco. Jake también ha dormido hasta ahora —
abrió la puerta completamente—. ¿Por qué no vienes al salón? Trisha y yo hemos
conseguido cocinar algo decente.

El estómago le rugió a modo de respuesta. Se puso de pie y siguió a Tina por el pasillo
iluminado de la casa. Los demás estaban ya sentados en la mesa, como una gran familia,
y ya devoraban sin esperar a nadie. Solo faltaba Rhett, que todavía estaba hablando con
su padre. Se preguntó si le estaría yendo bien a él solo o necesitaría ayuda.

Bueno... claro que le estaría yendo bien. Era Rhett. Nunca necesitaba ayuda de nadie.

Alice comió, bebió y rio hasta que le dolió el estómago. Todo el mundo parecía haberse
olvidado de la situación que vivían fuera de esa casa, cosa que era bastante agradable para
relajarse un poco, aunque solo fuera por un tiempo limitado. Trisha y Jake metiéndose el
uno con el otro parecieron lo más gracioso que ninguno había visto en su vida. Incluso
Kilian reía de vez en cuando.

Cuando terminaron de cenar se quedaron un rato más juntos mientras ayudaban a Tina a
amontonar los platos en el fregadero y limpiarlos. Pero nadie tuvo ganas de seguir
hablando después de eso. Todos estaban demasiado cansados como para seguir
haciéndolo, así que poco a poco se fueron yendo todos a dormir hasta que solo quedaron
Jake, Kilian y Alice en el salón, los primeros sentados en el sofá y ella en el sillón,
bostezando.

—Oye, Alice —dijo Jake después de que se rieran por alguna broma más.
—¿Mhm? —ella se estiró en el sillón, bostezando.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro, ¿qué pasa?

Jake lo pensó un momento mientras Kilian inspeccionaba un peluche medio destrozado


que habían encontrado en una cómoda de la casa.

Bueno, en realidad, cuando lo habían encontrado, el peluche estaba en perfecto estado.


Lo de destrozarlo había sido idea de Kilian. Y ahora parecía gustarle más.

Jake seguía mirándola, algo incómodo.

—¿Tú y Rhett estáis... juntos?

—Bueno, no sé qué significa juntos, Jake.

—¿Sois pareja o algo así?

Alice lo consideró.

—La verdad es que no lo sé.

—Pues deberías aclararlo —Jake la señaló—. Mira, no te engañaré, durante este


tiempo te he considerado una buena amiga mía, pero después de todo lo que hemos
pasado juntos... eres como mi hermana pequeña.

—Pero si soy mayor que tú —Alice frunció el ceño.

—Pero yo soy experto en cosas de las que tú no tienes ni idea.

—¿Ah, sí? ¿Como qué?

—Como el sexo.
Alice no pudo evitar reírse.

—¿Qué? ¿Qué sabes tú de sexo?

—Más que tú —Jake la volvió a señalar, ofendido por su reacción—. Como decía,
me considero como tu hermano mayor y me veo en la obligación de advertirte que
si Rhett te hace algo inapropiado voy a darle una paliza.

Alice se imaginó la cara de Rhett si le decía eso, teniendo en cuenta el tamaño de Jake, y
no pudo evitar sonreír, divertida.

—¿Y por qué todos pensáis que él quiere hacerme algo?

—¿Eh?

—Bueno, hasta ahora he sido yo quien ha querido hacer cosas malas, pero se pasa el
día rechazándome.

Jake había fruncido el ceño, pero sonrió al oír la última parte.

—¿Ah, sí?

—A mí no me gusta tanto como parece gustarte a ti —replicó ella, con los ojos
entrecerrados.

—Bueno, quería asegurarme de que... te cuidabas.

—Créeme, no me hará nada —ella suspiró.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque por mucho que yo insisto, no quiere.

—Eso no parece un gran seguro.


—Y porque te tiene miedo —aseguró Alice, poniéndose de pie—. Y, ahora, si me
disculpais, estoy muy cansada y solo quiero meterme en la cama.

—¡Déjate los pantalones puestos para dormir! —le gritó Jake mientras cruzaba el
pasillo.

Decidió darse otra ducha, solo por darse el capricho, y esta vez sí consiguió desenredarse
por completo el pelo, que después de todo ese tiempo sin peinarlo, parecía un nido de
pájaros. Uno mal hecho. Cuando terminó, se miró por primera vez en mucho tiempo al
espejo, con solo la toalla puesta.

Era consciente de que era atractiva para los humanos, había sido diseñada para serlo, pero
nunca había entendido muy bien por qué. Tenía rasgos bastante simples por muy
simétricos que fueran. Nariz recta, ojos azules —eso le había gustado especialmente
siempre—, pelo castaño y piel pálida que no podía broncearse por la manera en la que
había sido creada. Y su cuerpo no era especialmente destacable por ningún lado.

Lo único destacable era la herida del brazo, o el hecho de que ahora sus
músculos no eran blandos, sino duros. Había entrenado muchísimo.

Algunas androides de su zona tenían más trasero o más pecho que ella, igual que la
mayoría de las humanas, pero Alice era completamente normal y corriente por todos
lados. De hecho, todavía recordaba a la chica que se había burlado de ella por tener
poco pecho. Puso una mueca al pensar en ello.

Entonces, si tan normal era, ¿qué criterios seguían los científicos para juzgar cómo sería el
nuevo androide?

Pensó en 42 un momento. Ella sí era guapa. Rubia, pequeña, con rasgos afilados y
siempre dulce y complaciente con el mundo. ¿Qué habría sido de ella?

Se vistió antes de seguir pensando en eso. Y, por mucho que Jake le hubiera dicho
algo, no se puso los pantalones, sino unas bragas lilas con un dibujo de una tortuga
sonriente y una camiseta de tirantes ajustada y con un gracioso dibujo de un sol.
Se había decidido a esperar a Rhett por algún motivo y lo había estado haciendo durante
casi dos horas.

De hecho, estaba a punto de rendirse cuando por fin la puerta se abrió y él entró,
mirándola con curiosidad.

—¿Que haces despierta?

—He dormido un poco al llegar, no tengo sueño —Alice entrecerró los ojos—.
¿Vas a dormir aquí?

—¿Quieres que vaya a dormir con Tina? —pareció divertido.

—Bueeeeno... la cama es grande. Yo creo que cabríamos los dos


perfectamente.

Él sacudió la cabeza, divertido, pero Alice tenía una última pregunta.

—¿Cómo has sabido que esta era mi habitación?

—Trisha estaba bebiendo agua en la cocina —Rhett se quitó la chaqueta y la tiró al sillón,
que ya tenía la ropa sucia y la camiseta azul de Alice—. Me ha dado un palmadita y me
ha dicho a por ella, tigre.

Alice no lo entendió, pero sonrió por cortesía.

—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó mientras Rhett entraba en el cuarto de baño.

—Tenía que poner a mi padre al día después de varios años, no podía hacerlo en cinco
minutos. En fin, voy a ducharme.

—¿Voy contigo? —se ofreció Alice, sonriente.

Rhett se detuvo antes de cerrar la puerta y la miró con los ojos entrecerrados.
—No te ofrezcas a esas cosas o terminaré diciendo que sí —y cerró la puerta.

—Lo pregunto precisamente por eso —masculló Alice, antes de cruzarse de brazos.

Estaba más cómoda que nunca, después de haber dormido durante varias semanas en
un colchón viejo o directamente en el suelo, estar en una cama gigante era todo un lujo.
Estaba tan cómoda que no quería dormirse para disfrutar del momento. Mientras
escuchaba el ruido de la ducha, se estiró tanto como pudo en la cama, disfrutando como
una idiota, y terminó por deshacer completamente las sábanas. Cuando Rhett salió de la
ducha, ella era una bola de sábanas y almohadas.

—¿Sabes que yo también tengo que dormir ahí, no? —preguntó, al verla.

Ella le dejó sitio a regañadientes, devolviéndole su almohada y colocándose en su lugar.

—¿No me han traído ropa? —preguntó, mirándole la camiseta.

—Sí. Te la he metido en el armario —dijo ella, mirando fijamente como una acosadora
cómo él se cambiaba de camiseta al otro lado de la habitación—. Me gustan más tus
camisetas que las mías. Te las robaré.

—Probablemente termine usando mi ropa vieja. Todas tuyas —él se encogió de


hombros.

—Y ahora sé de qué color es tu ropa interior, por cierto.

—Es decir, que has rebuscado entre mis cosas —él esbozó una sonrisa de lado.

—Tú rebuscaste entre las mías para cogerme ropa —replicó ella, a la defensiva.
—No es lo mismo —se defendió Rhett—. Al menos, dime que te han dado bragas
normales.

—No finjas que no te gustan mis bragas —le dijo ella, viendo cómo se metía en la
cama.

Era tan ancha que ni siquiera estaba cerca de él. Eso no le gustó tanto, así que se
arrastró disimuladamente hacia su lado.

—Tus bragas me dan igual.

—¿Y por qué te fijas tanto en ellas?

Rhett se dio la vuelta y le dio la espalda, apagando la luz.

—Buenas noches.

—Qué curioso que dejes la conversación justo ahora, ¿eh?

—Alice...

—Vale —accedió ella, arrastrándose en la cama como un gusano para


acercarse a él—. Pero, ¿ya te vas a dormir?

—Es tarde.

—No es taaan tarde.

—Tengo sueño.

—No tienes taaanto sueño.

—Alice... —repitió.

—No seas aburrido.


—Yo no soy un aburrido —Rhett rodó para mirarla, irritado.

—Es que quiero hablar de algo.

—Si es del tema que creo, Alice, me iré a dormir al sofá —advirtió él.

—Tranquilo, no es de sexo —Alice puso los ojos en blanco—. ¿Por qué a todos os
molesta tanto ese tema?

—¿Como que a todos? —Rhett pareció más interesado en la conversación.

—Jake me ha dicho que si intentas algo inapropiado conmigo, te daría una paliza.

—Genial, otro más —murmuró Rhett, poniendo los ojos en blanco.

—¿Otro más?

—Max me dijo que si hacía algo contigo me mandaría a las cocinas a hacer el puñetero
puré ese que sabe a cartón sucio, Jake no deja de mirarme como si fuera a saltar sobre ti
en cualquier momento y arrancarte la ropa, Tina lleva todo el viaje diciéndome que si ve
algo raro entre nosotros me llevaría de la oreja con Deane, en serio, ¿qué clase de
pervertido se creen que soy?

Alice luchó con todas sus fuerzas por no reírse.

—A mí no me importaría que lo fueras.

Rhett clavó una mirada severa en ella.

—Por cosas como esta se creen que lo soy.

—¿Y qué? ¿No te gusta que esté contigo?

—Sí, Alice, es solo que... —él se pasó una mano por la cara, frustrado—. Estoy...
intentando portarme lo mejor que puedo en esto, de verdad, y no es
fácil, y tú no estás colaborando mucho, precisamente.

—Creía que los humanos se entregaban más a sus instintos —murmuró Alice.

—Y suelen hacerlo, pero... —la miró—. ¿Puedes dejar de referirte a los


humanos como si no formaras parte de ellos?

—No formo parte de ellos.

—Pero deberías disimularlo un poco, ¿no?

—Lo siento —masculló Alice—. Es que... no entiendo por qué tú no... Le

dedicó una mirada significativa.

—Alice, no haré eso contigo, así que puedes olvidarte de ello.

Eso le sentó como una patada en el estómago, y no pudo evitar fruncir el ceño,
ofendida.

—¿Por qué no?

—¡Porque no!

—Aburrido...

—¡Deja de llamarme eso! ¿Sabes cuántas broncas me caerían encima si te pongo una
mano encima? Además, te repito que me siento como si estuviera intentando pervertir a
una niña pequeña.

—¡Que no soy tan pequeña!

—Eres más pequeña que yo —replicó él.

—No tanto.

—Tengo veinticinco años, Alice.


—¡No sabemos qué edad tengo yo! ¡A lo mejor tengo cuarenta!

—Mira, no es solo por la edad. Es... ¡hace unos meses ni siquiera dejabas que te tocara
una mano por no sé qué reglas de tu zona!

—Porque creía que eso me gustaba —sonrió ampliamente—. Ahora he


descubierto que sí me gusta.

—Sí, eso ya lo veo.

—Entonces, ¿por qué...?

—Alice, para, lo digo en serio.

—¡Estás haciendo que te suplique! —protestó—. ¿Qué clase de caballero hace eso?

—Me gustabas más cuando no sabías lo que era un caballero —replicó él.

Alice pensó en lo que había dicho unos segundos, confusa. ¿Estaba insinuando...?

—¿Ya no te gusto? —ella se echó hacia atrás, dolida.

—¿Qué? ¡No! —Rhett negó con la cabeza, pero dejó de hacerlo al verle la expresión—. Es
decir, ¡sí! Claro que... ¡deja de tomarte las cosas tan enserio!

—Entonces, ¿te gusto?

—Sí, Alice —repitió, cansado.

—Pero no quieres...

—Para.

—A-bu-rri...
—¡Para!

—...do.

Rhett clavó una mirada enfadada en ella antes de apagar la luz.

—Se acabó. A dormir.

—Pero...

—A dormir, Alice.

Ella se quedó mirándolo un momento, en la oscuridad.

—¿Ni siquiera me vas a dar un beso de buenas noches?

—No.

Alice resopló cuando se tumbó de espaldas a ella y, al final, decidió intentar dormirse
también.

Pero quería tener la última palabra, claro.

—Que sepas que esta vez has sacado tú el tema del sexo, yo quería hablar de otra cosa.

—Sí, claro.

—¡Es verdad!

—Alice, duérmete ya.

Ella puso mala cara, acomodándose sobre su almohada.

—Aburrido.
CAPÍTULO 9
—Es una ciudad militar —les explicaba Rhett a Trisha y a Alice mientras iban los tres
paseando por la ciudad—. Por eso solo hay soldados.

—¿Tampoco hay niños? —preguntó Alice, curiosa—. ¿O ancianos?

—Mandan a las personas demasiado mayores o pequeñas para luchar a nuestra ciudad.
Por eso, ahí los entrenamos hasta que consideramos que están listos para venir aquí. Si es
que alguna vez lo están —Rhett se detuvo—. Tú eras una de las candidatas, Trisha.

—Pues claro, soy genial.

—Viva la modestia —sonrió Alice.

—Ya están los demás para subestimarme, yo prefiero quererme a mí misma.

Alice puso una mueca. Igual debería pensar lo mismo de sí misma, aunque todavía no
entendía mucho cómo funcionaba eso de los "complejos" o la "seguridad en uno mismo".

Siguieron andando por uno de los caminos que rodeaba los múltiples campos de
entrenamiento. Todas las casas, entre ellas la de invitados en la que se alojaban, estaban
al otro lado de un lago que estaba exactamente en el centro de la ciudad. El otro lado
estaba reservado para las zonas comunitarias y de entrenamiento. Era increíble que le
dedicaran tanto espacio solo a eso.

—¿Por qué te fuiste? —preguntó Alice, curiosa.

—No aceptan niños, ya te lo he dicho.

—Pero... eres el hijo del alcalde.

—No hacen excepciones —se limitó a responder él.


Trisha se había adelantado a ellos, metiéndose entre Kilian y Jake mientras los molestaba,
a unos metros de distancia. Alice miró a Rhett con los ojos entrecerrados.

—Todavía no me has dicho cómo te fue con tu padre.

—¿A qué te refieres? —fingió confusión.

—A la conversación que tuviste ayer con él, Rhett. Lo sabes perfectamente.


¿Cómo fue?

—Bien, supongo —él apartó la mirada, algo incómodo.

—¿Solo eso?

—No hablamos de nada que no fuera Max, si es lo que estás preguntando. Ella se

quedó pensativa unos segundos.

—¿Él sabe que tú y yo...?

Dejó la frase incompleta a propósito, porque no estaba muy segura de cómo terminarla.
Después de todo, no estaba muy segura de cuál era exactamente la relación que había entre
ellos.

Suerte que Rhett no se pensaba tanto las cosas como ella.

—¿Que si le he contado que estamos juntos? —preguntó con media sonrisa.

—Eh... sí, eso.

—Alice, quiero que él sepa lo menos posible de mi vida —aseguró, esta vez mirándola—.
Así que no, no lo sabe. Solo sabe tu nombre. Y me gustaría que siguiera así.

Hizo una pausa, torciendo el gesto.


—Aunque supongo que se lo imagina —añadió—. Sabe que no volvería a su ciudad
a no ser que fuera por algo muy importante para mí, y volvimos por tu herida... si es
un poco listo, habrá llegado a alguna conclusión.

Alice sonrió ligeramente y enganchó el brazo de Rhett con el suyo —el bueno, claro
—, acercándose a él.

—Así que soy algo muy importante para ti, ¿eh?

—Tan importante como mi pistola.

Alice se separó de él, ofendida.

—¿Acabas de compararme con una maldita pistola?

—Oye —ahora Rhett parecía también ofendido—, ¡mi pistola es muy importante para
mí!

—¡Pero es solo un objeto!

—Y tú solo eres una pesada. Deberías sentirte honrada con la comparación.

Alice se detuvo de golpe, ofendida, y le dio un puñetazo en el hombro. Para entonces,


Rhett ya se estaba riendo a carcajadas, ignorando el golpe.

—Deberías haberte visto la cara —dijo, riendo y sacudiendo la cabeza.

—¡No tiene gracia!

—¡Solo era una broma!

—Pues tus bromas son estúpidas. ¡Como tú!

Rhett se llevó una mano al corazón.


—Dios mío, ¿acabas de llamarme estúpido? ¿Acaso has osado a hacerlo? ¿No te das
cuenta de lo horriblemente ofensivo que es eso? ¡No puedes ir llamando estúpida a la
gente solo porque sí! Dios mío, ¿y si alguien te hubiera oíd...?

—¡Deja ya de burlarte de mí! —Alice ya estaba roja de rabia.

Rhett seguía riendo, pero por lo menos se calló y le pasó un brazo por encima de los
hombros.

—Era broma.

—Eso ya lo has dicho.

—Pero lo de que eres importante para mí no era broma —añadió.

Alice sonrió ligeramente, pero cuando la miró fingió que estaba ofendida otra vez.

El orgullo ante todo, claro.

***

La curiosidad la estaba matando.

Esa tarde, Rhett, Tina y Trisha estaban desaparecidos. Tenían una reunión con los
guardianes de la ciudad —Ben, el padre de Rhett, incluido— para intentar convencerlos de
que los apoyaran para ir a buscar a Max y enfrentarse a Ciudad Capital. Tina había puesto
mala cara antes de irse, como si no estuviera muy segura de si iba a funcionar.

Sin embargo, de lo que sí estaba segura era de que no quería que Alice fuera con ellos.

—¿Por qué no? —había preguntado ella, enfurruñada.


—Acabo de darte el poco sedante de androides que he podido hacer y va a hacer efecto
en cualquier momento —Tina puso los brazos en jarras, cosa que hacía siempre que
hablaba a Alice como si fuera una niña pequeña (o a cualquier otra persona).

—¿Y qué? Solo estaré un poco adormilada, ¿no? Puedo ir igual.

—¿Un poco adormilada? Alice, vas a dormir al menos dos horas. Es un sedante muy
potente.

—Pero...

—Te están buscando por todas partes por ser el androide que se fugó de la ciudad —
añadió Trisha, mirándola con una ceja enarcada—. ¿En serio crees que la mejor idea del
mundo es ir a hablar con los guardianes de una ciudad que ni siquiera sabemos si es de
fiar?

Bueno, eso tenía cierta lógica. Así que le tocó quedarse.

Y Tina había dicho la verdad, porque se dejó caer en el sofá nada más se marcharon y se
quedó dormida casi al instante. Tuvo que despertarla Jake dos horas más tarde, aunque los
demás no habían vuelto todavía. Alice se frotó el brazo malo y se asomó para ver la
herida, que apenas sentía, cosa que era un verdadero alivio.

Pero ahora no tenía tiempo para ver heridas. Ahora, tenía un objetivo. Un objetivo
que llevaba atormentándola desde el día que habían llegado:

¿Qué demonios había tras la puerta del sótano?

Todavía escuchaba a Jake y Kilian jugando, correteando y riendo a carcajadas en la casa


mientras ella se mantenía de pie delante de la puerta del sótano, abriendo y cerrando los
puños. Estaba muy nerviosa y ni siquiera sabía explicar muy bien el por qué. Solo era una
puerta. ¡Y solo le echaría un vistazo, no robaría nada!

¿Sería tan malo...?


No, no podía.

Peeeeeeeero...

No, la habían acogido. No podía hacerlo.

Peeeeeeero... si era solo una ojeadita rápida...

Aunque no estuviera bien...

Miró a su alrededor y volvió a contemplar la puerta. Se sentía como si fuera a tomar la


decisión más importante de su vida cuando en realidad era una tontería.
¡Solo era un sótano! ¿Qué era lo peor que podía haber ahí abajo?

Finalmente, se encontró a sí misma, segura de que era una bobada, girando el pomo de la
puerta. Para su sorpresa, la puerta se abrió al instante.

Lo primero que detectó fue el olor a algo característico. No supo qué era. Pero no era
desagradable. Era... familiar.

Pasó una mano por la pared, buscando el interruptor, que encontró unos segundos después.

Se quedó contemplando la habitación que había delante de ella. Era una especie de
estudio cuadrado, con solo luces. Ni un solo mueble. Podía escuchar el eco de sus pasos
a medida que avanzaba, mirando las paredes blancas. Lo único destacable eran los
cuadros colgados de las paredes, hechos todos con la misma técnica y color, y con una
repetición continua...

...la de la cara de un niño pequeño de pelo oscuro y ojos claros, primero sonriendo,
después serio, y enfadado, y alegre...

Alice reconoció la cara tan pronto como la vio, aunque ahora tuviera una pequeña
diferencia, la de una cicatriz.
Entonces, si Rhett era el de las pinturas... ¿eran las pinturas de su madre? Había
mencionado algo de ello.

Se acercó a la mayor, que fue la que más le llamó la atención. Era un cuadro simple, casi
igual de grande que ella. Estaba hecho con colores muy claros. Reflejaba la mirada de un
niño de unos diez años, mirándola directamente. El niño estaba serio, pero parecía
calmado por algún motivo. Sus ojos reflejaban algo de malicia mientras jugueteaba con
un palo en sus manos. Llevaba un polo rojo que le quedaba de maravilla, resaltando el
claro de sus ojos verdes.

Se quedó mirándolo, embobada, encontrando todas las características comunes que tenía el
Rhett pequeño con el actual. Le pareció increíblemente tierno.

—¿Qué haces?

Dio tal salto que temió haber roto algo a su alrededor. Se aseguró de que no era así y se
dio la vuelta, encontrándose directamente con el padre de Rhett, que la miraba desde la
pared que había justo al lado de la puerta, de brazos cruzados.

Parecía haber estado ahí un rato.

Ups.

—Yo... —no supo qué decir.

Oh, no. Necesitaba una excusa, rápido.

¡Pero es que su mirada intimidaba! Era como mirar a los ojos de un depredador al
acecho. ¿Quién podía pensar con claridad en una situación así?

Ben dio un paso hacia ella, claramente poco contento.

—Tú, ¿qué?

Ella se quedó mirándolo. Era como una versión de Rhett, pero quitándole todo lo bueno y
dejando todo lo malo. Dudaba que hacer lo mismo que hacía con Rhett para librarse de
problemas sirviera esa vez.
Además, nunca había tenido una estrategia para librarse de los enfados de Rhett.
Simplemente sonreía hasta que se le pasaba el enfado, cosa que solía funcionar bastante.
No creía que con Ben fuera a tener los mismos resultados.

—Yo... —repitió, como una boba.

—Ahórrate las excusas —murmuró él.

Ella jugueteó con sus manos, aunque en el fondo intentaba aparentar seguridad en sí
misma. No sabía mucho de Ben. Y todo lo que sabía, todo lo que Rhett le había contado,
era malo. Ben se detuvo delante del cuadro que ella había estado mirando unos segundos
antes y pareció quedarse inmerso en sus pensamientos.

Alice se permitió calmarse durante esos pocos instantes en que él estaba centrado en el
cuadro, pero cuando se giró hacia ella de nuevo, sintió que todos los nervios volvían a ella.

Ben enarcó ligeramente una ceja, mirándola casi con curiosidad.

—Eres Alice, ¿no?

—Eh... sí.

—Bueno, era evidente —agregó, mirándola un segundo más, antes de centrarse de nuevo
en el cuadro.

—¿El qué? —ella no pudo evitar sonar a la defensiva.

—Cuando le he preguntado a mi hijo por sus amigos, me ha hablado de todos menos de ti


—dijo lentamente, mirándola para analizar su reacción—. De ti se ha limitado a decir que
volviéramos al tema de Max. La última vez que me cambió de tema así, Rhett tenía
catorce años y me había robado dinero para comprar su primera cerveza con sus amigos.
Alice ni siquiera recordaba lo que era cerveza, pero se esforzó en que su expresión no
cambiara.

—Bueno, tú no eres cerveza, eso está claro —parecía una broma, pero su sonrisa
no parecía sincera—. Pero voy a suponer que no eres solo una compañera más en
su grupo. ¿Me equivoco?

Alice se quedó mirándolo. Era de esa clase de personas con las que uno no se atrevería
jamás a intentar mentir. Así que no respondió. El hombre cambió su sonrisa a una más
segura.

—Lo suponía. Además, suponía que no habría venido a la ciudad por cualquier persona.
¿Qué tal tu herida?

Alice miró su brazo, algo insegura.

—Ha mejorado mucho —le aseguró—. Es... mhm... gracias por dejarnos
acceder al hospital.

Ben no dijo nada. No parecía alguien muy acostumbrado a los agradecimientos. Aunque
Alice casi prefería que se quedara en silencio, claro. Quizá estaba dando la conversación
por terminada y podría volver a casa.

—Debería irme —dijo ella rápidamente.

—No parecías tener tanta prisa mientras abrías la puerta.

—Yo... solo quería ver qué había —se sintió como una niña pequeña siendo
regañada, otra cosa que solo conseguían Tina, Rhett y él.

—Cálmate. Nadie te va a castigar por eso —replicó—. Sabes qué son, ¿no?

—Cuadros —masculló ella.

Ben enarcó una ceja.


—Me imagino que sabes lo que es un cuadro. Me refiero a si sabes quién los pintó.

Ella miró el cuadro unos segundos, antes de asentir con la cabeza lentamente.

—De... su esposa, ¿no?

—Sí, eran suyos —dijo él, sin cambiar su expresión—. Antes de que muriera, claro.
Ahora soy yo quien me encargo de ellos.

—Pero siguen siendo de ella —replicó Alice, sin poder contenerse.

Ese pequeño momento de rebeldía pareció hacerle gracia a Ben, que sonrió un poco más.

—Oh, claro que lo son. Y de Rhett, claro. Después de todo, él es el modelo. Intentó
pintarme a mí unas cuantas veces, pero soy incapaz de hacer de modelo durante todo el
tiempo que necesita un artista —la miró de nuevo—. ¿A ti te gusta pintar, Alice?

—¿A mí? No... nunca lo he hecho.

Dudaba que siquiera estuviera en su programa. Pero también había dudado de poder
luchar, así que igual era buena pintando y no lo sabía todavía.

—¿Por qué no?

—Nunca me ha enseñado nadie. La gente parece bastante más interesada en que sepas
luchar, no pintar.

—En eso tienes razón —murmuró él, sonriendo un poco.

—Además, en mi zo... —se cortó a sí misma bruscamente—. En mi ciudad nunca


he visto a nadie pintando nada. Dudo que tuvieran incluso pinceles.

Lo miró, aterrada, esperando que pasara por alto que había estado a punto de decir que era
de una zona distinta. Él no pareció darse cuenta del error.
—¿Y cuál es tu especialidad? Según lo que me han dicho, en vuestra ciudad tenéis
ciertas... disciplinas en las que especializaros.

—Armas —dijo ella, sintiéndose un poco más segura por el cambio de tema.

—¿Armas? —pareció captar la atención de Ben—. Como Rhett.

—Él... era mi instructor.

—Ya veo —algo brilló en su mirada. Curiosidad—. Así os conocisteis. Espero que
tengas paciencia, la necesitarás.

Alice no dijo nada, apretando los labios.

—¿Eres buena con las armas?

—Bueno...

—Deberías hacerme una demostración algún día. Quizá, después de todo esto, puedas
quedarte aquí con Rhett.

Ella estaba empezando a preparar un rotundo no, pero se detuvo de golpe, mirándolo.

—¿Con... Rhett?

—¿No os ha hablado de lo que decidimos ayer? —preguntó Ben, completamente


tranquilo a pesar de la expresión de ella—. Acordamos que, si todo salía bien, él se
quedaría un año conmigo.

—¿Un año? Pero... eso es mucho tiempo.

—No tanto. Yo llevo muchos sin verlo. Seguro que en vuestra ciudad aguantan uno sin él.
Ella no supo cómo sentirse. Sabía que Rhett solo lo hacía por su propio bien, y que era
lógico que un padre quisiera estar con su hijo, pero una parte de ella no podía dejar de
sentirse como si quisiera impedirlo.

—¿No puede verlo en nuestra ciudad?

—Rhett no me verá en vuestra ciudad —dijo él, y por primera vez pareció un poco triste,
apartando la mirada—. Alice, él y yo tenemos una relación un poco... complicada. He
hecho lo que he podido estos años para acercarme a él, pero no ha querido saber nunca
nada de mí.

—No creo que Rhett lo haga sin motivo —replicó ella, a la defensiva.

—Oh, no. Tiene un motivo —él suspiró, y a Alice le dio un poco de lástima—.
Cree... cree que los abandoné. A él y a su madre.

—¿Por qué? —preguntó ella, en el mismo tono, cruzándose de brazos.

Ben respiró hondo y clavó la mirada en el cuadro antes de empezar a hablar.

—He trabajado en el ejército la mayor parte de mi vida. Estaba en un viaje cuando


cayeron las bombas. Tuve suerte. En la zona en que estaba, esta, no llegó el impacto.
Desgraciadamente, sí que llegaron a mi casa.

Alice intentó simular que conocía la historia, aunque Rhett nunca había dicho gran cosa
de esa noche. Si es que había dicho algo.

—Todos quisimos volver en cuanto pudimos. Tardamos un día entero en llegar a lo que
eran ya las ruinas de nuestras casas. La ciudad entera estaba en ruinas. Los refugiados
estaban amontonados en los hospitales en mejor estado, que era insuficientes para
tantos... y yo no sabía nada de mi familia.

»De hecho, tardé otro día en enterarme de que habían trasladado a los refugiados de esa
zona al otro lado del condado. Cuando llegué al hospital, me dijeron que mi mujer estaba
en mal estado, y que mi hijo estaba con ella, con una salud perfecta. Cuando Rhett nos
dejó solos... los dos supimos qué hacer. No tardarían en mandar la otra tanda, y no podía
pedir que trasladaran a una
persona en tan mal estado. Era evidente que ella no... no podía sobrevivir al vuelo. Era
imposible. En fin, tuve que mentir a Rhett para que se metiera en el avión en dirección
aquí. No supo la verdad hasta que llegó. Creía que su madre se encontraría con nosotros
al llegar. Pero... bueno, sabes cómo terminó eso,
¿no?

»Nuestra relación siempre había sido un poco conflictiva, pero a partir de ese momento,
se volvió insostenible. Rhett no me dirigía la palabra. Me culpó de la muerte de su
madre tanto tiempo que ni siquiera sé si llegó a dejar de hacerlo. Cuando quise darme
cuenta, supe que si quería que fuera feliz, quizá su sitio estaba en otra parte, seguro del
bosque... pero sin mí. Así que hablé con un viejo conocido, Max, que nunca ha tenido
problema en acoger a los niños sin hogar para entrenarlos, y accedió. El día de la
despedida ni siquiera me miró. Simplemente subió al coche y se marchó. Y esa fue la
última vez que lo vi hasta ayer.

Alice tenía la mirada clavada en él. Podía sentir su pena en cada palabra. Tragó saliva,
confusa por sus sentimientos contradictorios.

—Sé que no he sido el mejor padre del mundo, Alice —replicó él, mirándola—. Y sé
que, probablemente, me estés odiando ahora mismo por lo que Rhett te habrá contado de
mí, o porque parece que quiero separaros. Pero... sabes cómo son nuestras vidas.
Prácticamente nos las jugamos todos los días. Y si esta es mi última oportunidad de
recuperar a mi hijo, tengo que aprovecharla.

Ella se quedó mirando el suelo unos segundos, muda por la sorpresa.


Finalmente, fue capaz de decir algo.

—Lo entiendo —dijo, finalmente.

Ben sonrió un poco, mirándola.

—Me alegra que lo entiendas. Ahora... espero que Rhett también lo haga.

Tras unos segundos de silencio en los que ambos pensaron en sus cosas, Ben suspiró.
—Espero que esta visita haya satisfecho tu curiosidad.

—Más que eso —aseguró ella en voz baja antes de mirarlo—. ¿Por qué no está en la
reunión de los guardianes?

—Porque esas reuniones son eternas, aburridas e insoportables. Prefería dar una
vuelta. Vengo mucho a ver estos cuadros. Lo que no esperaba era encontrar compañía.

Alice enrojeció un poco cuando le dirigió una breve mirada de reproche, pero él retomó el
hilo de la conversación enseguida.

—Ahora, yo tengo trabajo que hacer y tú deberías volver a tu casa. No creo que tardéis
mucho en ir a cenar.

Alice se despidió de él, algo incómoda, y subió las escaleras.

Un rato más tarde, estaban todos en la mesa cenando, y aunque ella se reía y participaba
en la conversación, una parte de ella estaba pensando en Ben y en lo que le había dicho.
Miró a Rhett, pensativa, y así siguió cuando todos se dirigieron a sus habitaciones.

Ella se había duchado la primera, y estaba metida en la cama mirando el techo como una
idiota cuando él salió sin camiseta —cosa que agradeció para poder mirar con todo
privilegio, aunque tenía la parte superior de la espalda cubierta de pequeñas cicatrices— y
se puso a rebuscar en el armario algo que ponerse.

—¿Qué buscas tanto? —preguntó, mirándolo de arriba a abajo aprovechando que él


estaba de espaldas a ella.

—Una camiseta que no sea amarilla o naranja. Odio esos colores.

—Eres aburrido incluso en eso —ella puso los ojos en blanco—. Negro, gris y azul
oscuro. No sales de esa línea.
—¿Quieres que nos pongamos a hablar de tu ropa? Porque sería una
conversación larga.

Alice miró su atuendo, ofendida. Llevaba una camiseta amarillo chillón con un sol
sonriente en medio.

¡Era genial!

—A mí me gusta mi ropa —refunfuñó.

Rhett agarró una camiseta oscura y la lanzó a la cama. Mientras cerraba el armario, Alice
no pudo evitar sacar el tema.

—Hoy... he hablado con alguien.

La frase quedó suspendida en el aire unos segundos en los que Rhett se detuvo en seco, de
espaldas a ella. Alice observó su reacción atentamente, preguntándose qué diría.

Pero no dijo nada. Simplemente terminó de cerrar el armario y se dirigió a la cama para
ponerse la camiseta, sin mirarla.

—¿Ah, sí? —preguntó él en voz baja.

—Sí. Hemos hablado un buen rato. De ti.

Rhett levantó la mirada lentamente para clavarla en ella.

—Dime que no has hablado con mi padre, Alice.

—No parecía tan malo...

Rhett cerró los ojos un momento, antes de clavar una mirada indescifrable en ella.

—No quiero que estés con él. Nunca.


—¿Qué?

—Ya me has oído.

Ella parpadeó, sorprendida.

—¿Me estás dando órdenes?

—Sí.

—¿Tengo que recordarte que ya no eres mi instructor, Rhett? Aquí cada uno obedece las
órdenes que quiere.

—Pues tómatelo como una sugerencia, pero no quiero que te acerques a él. Lo digo en
serio.

—¿Por qué no? No me ha parecido mala persona.

Rhett la miró un segundo, antes de soltar un resoplido en forma de burla.

—No te ha parecido mala persona —repitió, como si le hubiera dicho que Deane era
buena persona.

—Pues... no. Hemos hablado sobre ti, sobre tu madre, y...

—¿Sobre qué? —preguntó él, mirándola.

Alice dejó de hablar al instante.

—¿Sobre qué, Alice? —repitió, furioso.

—Yo...

—¿Te ha hablado de mi madre?

—Rhett... es su mujer.
—Era —replicó, mirándola fijamente—. Porque está muerta. Y por su culpa. Ella

pensó un momento lo que iba a decir.

—Quizá... quizá lo culpas a él porque...

—Oh, claro, ya veo lo que ha pasado —replicó Rhett, y parecía más enfadado que
nunca—. Te ha contado la historia del padre desesperado por recuperar el amor de su
pobre hijo perdido, ¿no?

—¿Qué? No. Simplemente me ha contado su versión de la historia.

—Pues su versión es una basura. ¿Sabes qué es lo único que le importa? Su maldita
ciudad. Yo le importo una mierda.

—Rhett, no entiendo...

—Claro que no lo entiendes —replicó, agarrando su chaqueta bruscamente—. Ya


vendré más tarde.

Ella se quedó mirando la puerta cerrada unos segundos, sorprendida. Después, se puso de
pie y se apresuró a seguirlo. Lo encontró cerrando la puerta de la entrada.

Tras unos segundos dudando, respiró hondo y abrió la puerta otra vez. Rhett estaba
sentado en las escaleras del edificio, con los codos apoyados en las rodillas. Alice se
quedó mirándolo un momento, dubitativa, y luego se sentó a su lado, con una distancia
prudente.

—Sabía que no había sido una buena idea venir aquí —masculló él.

—Aquí tenemos una casa y comida —le dijo ella en voz baja—. Es mejor que dormir
en casas abandonadas con alguien despierto para que vigile.

—Sí, pero... —Rhett negó con la cabeza—. No lo soporto. No puedo estar en la misma
habitación que él. Yo... lo odio. Y odio todavía más que me use para que la gente sienta
pena por él.
Hubo un momento de silencio. Alice se mordió el labio inferior y se arrastró un poco
más cerca de él, poniéndole una mano en la rodilla.

—Rhett —dijo ella lentamente—, no he ido a hablar con él voluntariamente. Ha sido


casualidad. Además... nunca lo escucharía a él antes que a ti. Deberías saberlo.

Él asintió con la cabeza lentamente. Parecía haberse calmado.

—Siento haberte gritado.

—Deberíamos dejar de pedir disculpas cada vez que nos gritamos el uno al otro
—sugirió ella, sonriendo.

—No me importa pedirte perdón —él se arrastró hacia ella, pasándole un brazo por
encima del hombro para apretujarla contra sí mismo—. Bonitas bragas.

—Son horribles —ella se miró a sí misma. Eran unas bragas negras, lisas,
aburridas.

—A mí me gustan.

—Porque eres un aburrido, también.

Rhett enarcó una ceja.

—¿Ya empezamos?

—Te lo digo con cariño —aseguró ella, divertida—. Pero ¿podemos volver junto a esa
preciosa chimenea? Te recuerdo el frío que hace. Y yo voy en bragas.

Él se quitó la chaqueta y se la puso encima de los hombros. Alice se la pasó rápidamente y


se cubrió a sí misma hasta la mitad de los muslos. Él no parecía tener frío.

—Me gusta estar aquí —replicó Rhett.


—¿Congelándote?

—Ahí dentro, tengo la sensación de que Jake abrirá la puerta en cualquier


momento y me lanzará un zapato a la cabeza.

—Dudo que lo haga. Creo que, en el fondo, le das miedo.

—Pues como a todo el mundo.

—A mí no me das miedo.

—Pero al principio te lo daba, asúmelo.

—En realidad, lo que sentía era curiosidad.

Rhett la miró, confuso.

—¿Curiosidad? ¿Por qué?

—Por... la cicatriz. Por tu actitud. Estaba acostumbrada a que las figuras de autoridad de
mi vida fueran hombres bastante mayores que tú, muy serios, siempre perfectos... y tú eras
todo lo contrario.

—No sé si sentirme halagado.

—Además, sentía otra cosa.

Rhett la miró al darse cuanta de que no iba a seguir hablando.

—¿Qué cosa? —sonrió—. ¿Odio?

—No. Era más bien... mhm... puede que me llamaras la atención.

Alice casi estaba esperando una réplica ingeniosa y burlona, pero Rhett se limitó a
contemplarla con perplejidad.
—¿Me estás diciendo que te gustaba?

—¡Bueno, yo no sabía lo que era que alguien te gustara! Solo sentía curiosidad por saber
más de ti, te miraba más de lo necesario... todo eso —enrojeció sin saber muy bien por
qué.

Rhett sonreía, encantado, cosa que no esperaba en él.

—Así que te gusté desde el principio, ¿eh?

—Uf... lo que te faltaba para ser un engreído...

—Si te consuela, tú también me gustaste desde el principio. Y eso que parecías tan
perdida como un pingüino en un garaje.

Alice resopló, apartándose un poco de él.

—Pero yo fui creada para eso —murmuró, frunciendo un poco el ceño—. Para
parecerte atractiva. No es un gran consuelo.

—Pero ¿qué dices?

—Que los androides son atractivos a propósito, para que los humanos os intereséis por
nosotros y pasemos desapercibidos. Cualquiera habría podido sentir atracción inicial por
mí.

Hubo un instante de silencio en que ella notó que Rhett la miraba fijamente,
perplejo.

—No lo he dicho como si fuera lo único que me gusta de ti, Alice. Es decir... es un buen
añadido, uno genial, pero no lo es todo. Si fuera algo simplemente físico, no habría
arriesgado mi puesto en la ciudad por estar contigo, ni me habría escapado contigo, ni
habría venido a esta mierda de ciudad contigo.

Alice sonrió un poco, pero no dijo nada. Él debió entender que quería cambiar de tema,
porque eso hizo, mirando a su alrededor como si acabara de olvidar la conversación que
estaban teniendo.
—Cuando vivía aquí, esta solía ser mi parte favorita de la ciudad. Alice

miró a su alrededor.

—¿Por qué? No hay nada.

—Por eso. Nadie venía nunca. Podía estar solo.

—Pues estoy alterando tu soledad.

—No me molesta —aseguró, mirándola.

—Me tomaré eso como un halago.

Se quedaron un momento en silencio. Rhett se quedó mirando fijamente el camino vacío


que tenían delante, húmedo por la llovizna que había caído unos minutos antes de que
salieran de la casa. Pareció pensativo.

—La echo de menos —dijo, en voz baja.

Alice lo miró, sin comprender.

—A mi madre —aclaró Rhett, sin mirarla—. Yo... la echo muchísimo de menos. Ella
sabría qué hacer en una situación así. Sabría... siempre fue la mejor para calmarnos a
mi padre y a mí. Sin ella, no puedo estar cerca de él. Ojalá estuviera aquí.

Ella se quedó mirándolo en silencio. No sabía qué decirle. Sintió que se le hacía un nudo
en la garganta.

—Sigo sin poder creerme que esté muerta —murmuró Rhett.

De pronto, la miró, como si Alice pudiera hacer algo para solucionarlo. Ella apretó
los labios.

—Ojalá pudiera decir algo que hiciera que te sintieras mejor —susurró.
—Quédate conmigo —pidió en voz baja.

Alice se acercó a él, que se había separado a medida que iba hablando, y lo abrazo
con ambos brazos, apretando la cabeza en su pecho. Rhett tardó un poco en
devolverle el abrazo, pero finalmente lo hizo. Alice cerró los ojos con fuerza antes de
echar la cabeza hacia atrás para mirarlo.

—Yo también perdí a mi padre —dijo en voz baja—. Sé que no es un gran consuelo,
pero... sé lo que se siente. Y sé que no hay nada que pueda decir para que te sientas
mejor.

—Lo único que desearía es ser capaz de pensar en ella sin sentirme triste. Es... es como si
todos sus recuerdos... incluso los felices... me dejaran un sabor amargo en la boca. Y no
es justo.

Ella asintió con la cabeza.

—Suenas más inteligente de lo que eres cuando dices esas cosas —susurró,
bromeando.

Él esbozó una sonrisa un poco triste.

—Acabas de cortar el momento emotivo.

—¿Prefieres que me ponga a llorar?

—No. Me gusta más tu sonrisa. Venga, vamos dentro.

—Estoy bien aquí.

—No, aquí estás temblando.

Así que los dos se pusieron de pie y volvieron a entrar a la casa.


Volvieron a la habitación y Alice le devolvió la chaqueta, que él dejó en el sillón del
fondo. Ella se metió primero en la cama, y esperó impacientemente a que él hiciera lo
mismo para rodearlo de brazos y piernas. Rhett ya se había acostumbrado tanto que ni
siquiera hizo un ademán de apartarse.

Pero, cuando apagó la luz, Alice lo miró.

—Oye, espera. No me has dicho de qué habéis hablado hoy.

—Ah, sí... —él se pasó una mano por la cara—. Pasado mañana lo haremos.

—¿Haréis qué?

—Iremos a la ciudad. Ya somos un grupo lo suficientemente grande —aseguró Rhett,


mirándola.

—¿Irás con ellos?

—Por supuesto.

—Pero... ¿y las otras ciudades?

—No hay tiempo. Y ni siquiera es seguro que nos apoyen. Quizá lo harían más si vieran
que hemos conseguido rescatar a Max. Se darían cuenta de que los de Ciudad Capital
también cometen errores. Y todos los que cometen errores pueden ser superados.

Alice se mordió el labio, insegura, y Rhett debió darse cuenta de ello, porque la miró.

—No es tan peligroso como parece. Yo ni siquiera entraré en el edificio —


aseguró—. Soy de los que se quedarán fuera de la ciudad. Fue idea de mi padre.

Alice sintió ganas de abrazar a Ben al instante. Suspiró, aliviada.


—¿Y yo qué haré? Porque si me quedo aquí esperando, creo que me volveré loca.

—Tú te quedarás con Tina, Jake, Kilian... y mi padre. Creo que te asignarán una radio para
que puedas comunicarte con nosotros.

—¿Podré hablar contigo?

—Eso creo.

—¿Podré irritarte?

—No —frunció el ceño.

—Me lo tomaré como un sí —sonrió ampliamente antes de apagar la luz—. Ahora


sí, buenas noches.
CAPÍTULO 10
Esa noche, en honor a ser la última antes de ir a la capital, Trisha tuvo la gran iniciativa de
pedir unas cuantas botellas de algo que Rhett ya había bebido en el baile de Navidad:
alcohol.

Alice también lo había probado estando con Charles y estaba segura de que no quería
más, así que se refugió en su botella de agua, mirando con desconfianza cómo los demás
se emborrachaban en cuestión de minutos.

Tina no estaba, habían hecho otra reunión —o había tenido el detalle de dejarlos solos—,
así que los chicos tenían la casa para ellos.

Jake nunca había bebido alcohol, y con solo medio vaso pequeño ya estaba completamente
rojo, dando vueltas y bailando por la habitación. Kilian no había bebido nada que no fuera
agua, pero miraba divertido a los demás, se reía a carcajadas y daba saltos por las camas.
Los que más bebieron fueron Trisha y Rhett, los únicos que ya lo habían probado antes.

Trisha no tardó en robar el iPod de Rhett y ponerlo en los altavoces de la habitación


pequeña, es decir, de la que tenía para ella sola. Jake fue el primero en empezar a bailar
como un loco —si es que a eso se le podía llamar bailar—, mientras que Trisha se
limitaba a reírse como una histérica por cualquier tontería.

Alice estaba sentada en la cama, mirando la situación sin llegar a entender muy bien qué
les pasaba. No dejaban de beber esa cosa asquerosa. Todos menos ella y Kilian, que se
estaba quedando dormido en la alfombra, mirándolos.

Sí, el pobre Kilian se aburría rápido.

—¿Qué haces sentada? Ven a bailar con nosotros —le urgió Trisha,
acercándose a ella y tratando de tirar de sus brazos para que se uniera.
—Creo que prefiero mirar —aseguró ella.

—Oh, vamos, no seas así —le dijo Trisha—. Mira a Jake.

Jake se había quitado la camiseta y la había lanzado a Kilian, que aplaudió mientras él
lucía sus mejores pasos de baile.

—Jake me da miedo ahora mismo.

—Si bebieras, lo verías gracioso.

—¿Sabes? En mi zona nos hablaron de algo llamado inducción al consumo.

—Vale, lo pillo —Trisha levantó las manos a modo de rendición—. Oye, deberías ir a
ayudar a tu novio antes de que se rompa la cabeza. Hace un rato que está en la cocina.

Alice se puso de pie, contenta por poder hacer algo, y se dirigió a la cocina, donde
Rhett estaba inclinado sobre la nevera con el ceño fruncido.

—¿Qué haces? —preguntó Alice—. La bebida está en la encimera.

—Y por eso está caliente y asquerosa —señaló él.

—Pues bebe agua —Alice sonrió.

Él la miró con mala cara antes de suspirar y cerrar la nevera.

—Me ha entrado hambre —le dijo él—. Pero no hay nada. Literalmente. El estúpido del
amiguito de Jake come como si fuera un pozo sin fondo. Solo hay verduras de Tina.

Alice se dio cuenta de que arrastraba un poco la voz. Ya estaba borracho.

Si no recordaba mal lo que había aprendido del alcohol, a esos tres les esperaba una
mañana preciosa. Lo único que la preocupaba es que en veinticuatro horas
estarían entrando en Ciudad Capital, y prefería que estuvieran completamente serenos.

—¿Qué tienen de malo las verduras? —preguntó ella, sonriendo un poco.

—¿A parte de ser asquerosas? —Rhett se acercó a ella y le pasó un brazo por el hombro.
No era muy habitual en él ser tan cariñoso, pero Alice no se quejó en absoluto—. Oye,
¿te he dicho lo bien que te sienta... eso? ¿Qué...? ¿Eso es mío?

Alice se miró a sí misma. Le había robado un jersey rojo y rosa gigante.

—Mhm... no...

—Ya —él enarcó una ceja—. Puedes quedártelo. Te queda mejor que a mí.

—¿Y si te lo pruebas tú? Nunca te he visto con ropa de un color que no sea oscuro.

—Ni lo harás nunca. Eso no es para mí.

—¿Me estás diciendo que el jersey es feo?

—Te estoy intentando decir que hoy estás... preciosa —dijo, frunciendo el ceño
—. Joder, qué cursi me estoy volviendo. Qué asco.

—A mí me gusta.

—A mí no —dijo, enfurruñado.

Alice sonrió maliciosamente. Rhett entrecerró los ojos.

—¿Por qué sonríes ahora?

—Porque estás irritado.

—¿Y eso te hace sonreír? ¿Debería preocuparme?


—Es que irritarte es muy divertido.

Él pareció confuso unos momentos que Alice aprovechó para retroceder, ahora menos
valiente. Rhett había entrecerrado maliciosamente los ojos y no estaba muy segura de si
era mejor quedarse a disfrutar o salir corriendo, asustada.

Cuando intentó rodearlo para salir corriendo hacia el salón, Rhett se interpuso en su
camino con la sonrisa aumentando.

—Así que te gusta cabrearme, ¿eh?

—Yo no lo diría así, pero...

Alice se alejó de golpe cuando notó que tocaba sus costillas, sorprendida por su propia
reacción. Había sido una sensación extraña. Rhett frunció el ceño un momento, antes de
echarse a reír.

—No me digas que no te gustan las cosquillas —dijo, riendo a carcajadas.

—¡No me hagas eso otra vez!

Se remató la camiseta hasta los codos, divertido, y se acercó a ella.

—Aléjate —le advirtió Alice, poniendo el sofá en medio—. O te daré otro


puñetazo. He estado practicando.

—Tampoco creo que duela tanto —asumió él, burlón.

—¿Qué...? ¡Oye, la última vez no dejabas de quejarte!

—¡Esta vez te esquivaré!

—¿Sí? Pues acércate y te lo daré, listo.


—Muy bien, solo tienes que dejar de escaparte.

Y, mientras decía eso, consiguió alcanzarla. Alice intentó zafarse con tanto empeño, entre
risas y retorcimientos, que terminó dándole un codazo con fuerza en el estómago. Rhett
retrocedió, dolorido, sujetándose la zona afectada.

Para colmo, cuando Alice intentó ayudarlo, se acercó tan rápido a él que tropezó con sus
propios pies y cayó de bruces contra su cuerpo, mandando el pobre Rhett al suelo de un
duro golpe. Alice se quedó estirada encima de él, notando cómo su cara enrojecía a
medida que los lamentos dolorosos de Rhett aumentaban.

—Madre mía, no me esperaba que realmente fueras a darme una paliza.

—¡Lo siento! —chilló Alice apresuradamente, poniéndose de pie con torpeza y


ofreciéndole una mano—. Oh, no... dime que no te he hecho daño, por favor.
¡Ha sido sin querer!

—Tengo que admitir que me lo he ganado.

Rhett aceptó su mano y se puso de pie, todavía pasándose una mano por el pobre
abdomen golpeado. Alice tuvo la tentación de acercarse a disculparse otra vez, pero se
detuvo en seco cuando Rhett volvió a su sonrisita malévola.

—Sabes que si peleáramos de verdad seguiría ganándote yo, ¿no?

—¡Acabo de lanzarte contra el suelo!

—¡Pero ha sido sin querer!

—¿Y qué? ¡Te he lanzado al suelo, eso cuenta!

Alice intentó retroceder cuando vio que se acercaba a ella, pero no lo hizo a tiempo y,
antes de que pudiera reaccionar, la había levantado sobre su hombro. Empezó a patalear,
entre confusa, asustada y divertida, pero unos pocos segundos más tarde aterrizó en el sofá
con un sonoro plof. Lo miró, confusa y pasmada a partes iguales.
—¿Qué...?

—Ahora yo te he lanzado al sofá. Estamos empatados.

Alice abrió la boca, indignada, cuando Rhett se dejó caer a su lado. Intentó lanzarle un
manotazo, pero él le atrapó la mano sin mucho esfuerzo. Alice le puso mala cara cuando
intentó tirar de ella, pero no la soltó.

—Suéltame, amargado.

—Oh, ¿la niñita se ha puesto de mal humor porque incluso borracho puedo con ella?

—La niñita te dará otro puñetazo como no la sueltes.

Rhett empezó a reírse, pero no la soltó.

—Bueno, yo quería portarme bien y simplemente hablar contigo, pero si dices cosas así
haces que sea demasiado difícil.

Alice lo miró, confusa.

—¿Y de qué quieres ha...?

—Ven aquí.

Rhett tiró de su mano hacia él y colocó la otra en su nuca para besarla, para su sorpresa.
Alice notó el sabor a alcohol en su boca, pero no le importó. Cerró los ojos, le puso una
mano en el hombro, y se inclinó más hacia él, hasta que sus piernas se tocaron en el sofá.
Le gustaba besar a Rhett. Nunca habría creído que algo tan... simple y humano pudiera
gustarle tanto. Pero hubiera podido estar así toda la noche sin haberle importado.

Rhett bajó la mano de su nuca por la espalda, siguiendo la línea de la columna


vertebral, y Alice sintió un nudo en el estómago cuando notó su mano en
contacto con la piel desnuda de la parte baja de su espalda. Apretó la mano en su
hombro y se inclinó aún más hacia él, saboreando el beso.

Estaba tan absorta que casi se enfadó cuando él se separó. Ya

estaba otra vez cortando la situación.

O... quizá no.

—Vamos a nuestra habitación —le dijo Rhett en voz baja. Ella

se quedó mirándolo, atónita y eufórica a la vez.

—¿Eh? ¿En... en serio?

—¿No quieres?

—¿Eh?

—Alice, reacciona.

—¿Eh?

Rhett empezó a reírse otra vez, esta vez con más ganas, y la pobre Alice sintió que su
cerebro empezaba a funcionar otra vez.

—Sí, vamos —le dijo, con más urgencia de la que le gustaría.

Rhett dejó de reírse, pero seguía sonriendo cuando le enarcó ligeramente una ceja, como
poniéndola a prueba.

—¿Estás segura? Podemos ir con los demás.

—No. Vamos a nuestra habitación. ¿O te da miedo?

—¿Miedo? Llevo meses preparado.


—¿Y a qué esperas, entonces?

Rhett se quedó mirándola un momento antes de esbozar una pequeña sonrisa divertida,
ponerse de pie, y levantarla sin mucha dificultad sobre su hombro.
Alice se quedó mirando el suelo mientras recorrían el pasillo y empezó a reírse.

—¿Esto es para que no pueda salir corriendo?

—Ni confirmo ni desmiento.

Ella empezó a reírse de nuevo, pero dejó de hacerlo cuando Rhett la metió en la
habitación, la dejó en el suelo y cerró la puerta tras ellos.

Durante unos instantes, solo hubo silencio. No incómodo, ni tampoco extraño. Más
bien... sabía a expectación.

Alice no sabía qué hacer. Simplemente se quedó mirándolo, con el corazón desbocado,
mientras Rhett se mantenía a un metro de distancia, mirándola de arriba a abajo. Casi
creyó que se había arrepentido y por eso no se acercaba, pero su lenguaje corporal
indicaba más bien lo contrario; que solo quería acercarse.

Y, entonces, Rhett por fin se movió hacia Alice. Le sujetó la cara con ambas manos
para darle un beso muy diferente a los que le había dado hasta ahora. Nunca se había
fijado en eso, pero hasta ese momento sus besos habían sido calmados, controlados,
como si él intentara no asustarla. Esa vez no fue igual. En absoluto.

Quizá Alice disfrutó de ese detallito mucho más de lo que debería, pero
guardadle el secreto.

Ella reaccionó casi al instante, poniéndose de puntillas para facilitarle a Rhett el acceso
a su boca. Ni siquiera se había dado cuenta de rodearlo con los brazos, pero de repente
se encontró a sí misma tirando de su camiseta para acercarlo más a su cuerpo, cosa que
él hizo sin siquiera titubear.
Rhett se detuvo un momento para mirarla y ponerle las manos en las caderas, asomando
los dedos por debajo del jersey, sobre su piel. Nunca nadie le había tocado la espalda, por
raro que sonara. Sintió un escalofrío, pero no desagradable. En absoluto. Y ahí se dio
cuenta de que Rhett se había detenido, como si estuviera probando que quería seguir
adelante.

Está claro que Alice sí quería, ¿no?

Colocó las manos en sus brazos inconscientemente, apretándolos con fuerza cuando
Rhett empezó a subir el jersey por su torso, hasta sacárselo por la cabeza. A Alice no
le importó en absoluto estar en sujetador delante de él, de hecho, solo quería
quitárselo de una vez, como si fuera una molestia.

Ya se había olvidado de los demás por completo, y eso que hacían muchísimo ruido con
la música y las risas. De hecho, se había olvidado incluso de Deane, de Kenneth, del
padre de Rhett... de todo. De pronto, tenía la sensación de que lo único que existía en el
mundo era esa habitación. Y que lo único que importaba era la persona que estaba dentro
con ella.

Envalentonada, sintió que sus manos temblaban —quizá por la emoción, quizá por los
nervios— cuando bajó las manos por el torso de Rhett hasta llegar al borde de su
camiseta. Él lo entendió enseguida y se la quitó con un solo movimiento. Alice aprovechó
y, tragando saliva, le pasó las puntas de los dedos por el abdomen, por el pecho, por la
clavícula, la mandíbula, las mejillas... se detuvo cuando entrelazó los dedos en su nuca.
Rhett la estaba mirando.

Aunque... no entendía muy bien su mirada.

—¿Quieres... quieres parar? —preguntó Alice, de repente algo insegura. ¿Había hecho
algo mal?

Pero Rhett sacudió la cabeza y se acercó, pegando su frente a la de ella.

—Nunca me habían tocado así.

—¿Así...? ¿Así de mal?


—No —él sonrió, divertido—. Así de perfecto.

Alice sintió que su cara se volvía roja y se le aceleraba el corazón, así que buscó
desesperadamente una forma de hacerse la segura; soltar lo que pareció una risita
nerviosa.

—Madre mía, es verdad que te estás volviendo un cursi.

—Y es por tu culpa, así que no te quejes.

Volvió a besarla en la boca de la misma forma que antes y Alice se dejó, tanteando con
una mano hacia atrás cuando Rhett empezó a empujarla ligeramente. Sus piernas chocaron
con la cama y se dejó caer en ella, insegura, pero se sintió mil veces más convencida
cuando Rhett subió a la cama con ella y los dos se tumbaron juntos, volviendo a besarse
hasta que Alice sintió que se relajaba. Solo entonces él dejó de besarla en la boca para
empezar a besarle la comisura de los labios, la mejilla, bajo la oreja, el cuello, la clavícula,
el cuello de nuevo...

Ella estaba más nerviosa que nunca. De pronto, Rhett estaba en todas partes; su pecho
sobre el suyo, sus caderas sobre las suyas, su pierna entre las suyas, su boca en su
cuello... eso último le hacía cosquillas, pero no daban la misma reacción que las que le
habían hecho las anteriores. Era una sensación muy, muy, muy distinta a cualquier otra
que hubiera sentido jamás.

Alice se tensó por completo cuando notó que Rhett le pasaba las manos por la espalda,
poniéndole la piel de gallina, y le desabrochaba el sujetador. Se lo quitó con una mano y
lo tiró al suelo de la habitación. Cuando se detuvo y bajó la cabeza para mirarla, fue la
primera vez que ella se sintió tan nerviosa que sintió la necesidad de cubrirse.

Rhett pareció entenderlo, porque no dijo nada, simplemente volvió a besarla en la boca,
esta vez con mucha más suavidad, con mucha más dulzura, y lo hizo durante un buen
rato, tanto que Alice terminó por relajarse por completo y apartando los brazos para
pasarle las manos por la espalda.
Rhett volvió a bajar sus besos, y esta vez no se detuvo en la clavícula, y su mano
ascendió por su cadera. Alice le pasó una mano por el pelo cuando notó un beso justo en
medio de sus pechos, haciendo que su respiración se agitara.

Y fue entonces cuando se dio cuenta de que eso estaba mal.

—Rhett —murmuró.

Él levantó la cabeza al instante para mirarla.

—¿Quieres que pare?

—Yo... —ella no sabía qué decir—. Yo no... esto está mal. Estás borracho. Rhett se

apoyó en un codo para que sus caras quedaran a la misma altura.

—No lo estoy.

—Sí lo estás. Y no quiero que la primera vez que tú y yo... —se cortó a sí misma—
No me puedo creer que sea yo la que esté diciendo esto, pero no podemos hacerlo.
No quiero que la primera vez estés borracho. Quiero que estés sereno y lo hagas
porque quieres.

—Créeme, Alice, no hay nada que quiera más en este mundo. Él

cerró los ojos un momento.

—Pero tienes razón.

Y se separó de ella, tumbándose boca arriba a su lado, mirando el techo. Alice se miró
las manos, incómoda.

—Lo siento —murmuró.

—¿Por qué? —preguntó Rhett, mirándola.


—Por... esto. No debería haber dicho nada.

—¿Qué? —Rhett se incorporó sobre un brazo, mirándola—. Alice, no digas eso. Si no


quieres, no lo haremos. No estoy enfadado en absoluto.

—¿No lo estás?

—Claro que no. Quiero que tú también lo disfrutes —él le sonrió—. Además,
tenemos muchísimas noches por delante.

Alice pensó un momento en lo que le había dicho Ben sobre la estadía de Rhett, lejos de
ella. Pero no quería sacar el tema en ese momento.

—Y mañanas, y tardes...

—Sí —él le rodeó el hombro con un brazo—. Ven aquí.

Alice obedeció con gusto y se aferró como solía hacer a él, como un koala. Rhett le dio un
beso en la cabeza antes de taparla con la manta.

—Y relájate —añadió él.

—¿Que me relaje?

—Sé que piensas en mañana. Relájate. Todo irá bien.

—Sí —murmuró Alice tras unos segundos—. Todo saldrá bien. O eso espero.

—Si algo sale mal, volveremos al bosque. Tampoco es para tanto.

—O volveremos a nuestra ciudad, a echar a Deane de una patada en el culo. Y a


Kenneth.

—Oh, a ese idiota tienes que dejármelo a mí. Me quedé con las ganas de darle un
puñetazo.

Alice levantó la cabeza, divertida.


—Le diste un puñetazo, ¿ya no te acuerdas? En mi habitación.

—Eso no fue nada.

—¡Rhett, le rompiste la nariz!

—Sigue sin parecerme suficiente.

Alice empezó a reírse, pero se calló de golpe por un sonido intruso que de pronto
se coló entre ellos.

La puerta se abrió de golpe.

Alice fue consciente entonces de que no llevaba sujetador, pero por suerte estaba
cubierta bajo la manta. Rhett agarró un cojín y se lo puso en la ingle enseguida,
aunque Alice no entendió muy bien por qué.

—¡Jake! —le gritó, tapándose hasta la barbilla.

—Habitación equivocada —murmuró, completamente borracho, antes de


mirarlos mejor—. ¿Puedo quedarme un rato con vosotros?

—¡No! —Rhett le frunció el ceño.

—¿Por qué no? —Jake se encogió de hombros y entró de todas formas, cerrando la
puerta tras él y sentándose en el lado de Alice con las piernas colgando, como si nada.
Alice notó que su cara ardía, mientras miraba a Rhett en busca de ayuda.

—Oye, Jake —le dijo Rhett—. Ya íbamos a dormirnos, así que...

—No soy tonto —Jake lo miró, arrastrando las palabras—. Sé ver la ropa en el suelo. No
quiero saber qué me encontraré bajo esa manta, así que no lo preguntaré. Pero creo,
chicos, que alguien debería hablaros un poco del tema de las relaciones sexuales y de los
métodos anticonceptivos…
Alice sintió ganas de hacer un hueco en la tierra y desaparecer para siempre.

—Bueno, es normal que queráis tocaros y todo eso que hacéis y que apesta — empezó
Jake—. Pero tenéis que controlaros. Especialmente tú, Rhett. Sois muy jóvenes...

—Tengo 25 años —Rhett lo miró con mala cara—. Esa charla me la dieron hace ya
tiempo, ¿podemos irnos a dormir?

—Pero... quizá Alice no lo sabe.

—No te preocupes, yo le enseñaré a Alice todo lo que tenga que saber del tema —
aseguró Rhett.

—No sé si me siento cómodo con tus métodos de enseñanza...

—No recuerdo haberte pedido tu opinión, enano.

—¡Mi opinión es muy valiosa, soy su protector oficial!

—Jake, ¿puedes irte, por favor? —preguntó Alice, asomando solo los ojos—.
Estamos muy cansados, de verdad. Mañana será un día duro.

—¿Estás segura de que no quieres que me quede vigilando al vaquero?

—Segurísima.

Jake dudó, claramente borrachísimo, mirando a Rhett con desconfianza, que seguía
apretando el cojín contra su ingle.

—Está bien —accedió Jake, y clavó una mirada significativa en ella—. Pero si ese de ahí
te da algún problema, solo tienes que gritar la señal secreta para que Kilian y yo
vengamos a defender tu honor.

—¿Qué señal secreta?


—¿De verdad crees que hace falta que te la aprendas? —Rhett la miró con mala cara.

—Tu solo grita: PÁJARO VOLADOR y nosotros acudiremos.

—¿Por qué...? —empezó Alice.

—¿Qué más da? —Rhett señaló la puerta—. ¡Fuera!

—Está bien —Jake se puso de pie—. Pero que sepas que te vigilo. Y, dicho

esto, los dejó solos, cada uno más abochornado que el otro.

***

—Estamos dentro.

Alice contuvo la respiración, ajustándose el auricular. Sentado a su lado, Ben hizo lo


mismo, mirando las pantallas, que mostraban la ubicación de los soldados. Rhett
estaba en las puertas de Ciudad Capital. Ella respiró hondo.

—¿Va todo bien? —preguntó Alice en voz baja.

—Sí, va bien —dijo Rhett, y casi pudo adivinar que estaba sonriendo.

—Cálmate, Alice —dijo Trisha también a través del auricular—. Yo vigilo a tu


Romeo, no te preocupes.

Ella no podía estar calmada. Desde el momento en que se habían ido él y Trisha, había
sido consciente de que no lo estaría hasta que volvieran. No dejaba de repiquetear los
dedos en la mesa, impaciente. Además, los demás estaban fuera de la sala, así que estaba
sola con Ben y dos soldados suyos, que era peor.

—Informe —solicitó bruscamente Ben a través de su auricular.


Alice no tenía contacto con los mismos que él. Ella era la encargada de los que
permanecerían fuera de la ciudad, liderados por Rhett y Trisha, que era con los únicos con
los que podía comunicarse. Ben se ocupaba de los que estaban dentro.

—¿Cómo van los demás? —preguntó Rhett por el auricular—. ¿Ya están dentro?

—Sí —le informó Alice—. Van a empezar a buscar por el sótano del edificio principal.

—Si saben algo de Max, avísanos.

—Estoy aquí para eso —ella sonrió, nerviosa.

—Oye, Alice —le dijo Trisha—, ¿y si ahora escapo con tu novio?

—Te mato. Y a él.

—Era broma, mujer —empezó a reírse—. Además, no es mi tipo.

—Si yo no soy tu tipo, es que tienes mal gusto —refunfuñó Rhett.

—No es nada personal —aseguró ella—. Pero me gustan más bajas, con menos músculo
y más tetas.

Hubo un momento de silencio en la radio.

—Entonces, debes estar enamorada de mí —sonrió Alice.

—Mhm... no estaba mal pelearme contigo, podíamos estar muy apretujadas.

—No sabía que te pegaras tanto a mí por eso, Trisha.

—Y por otras cosas que mejor no digo delante de Romeo.


—No me gusta el rumbo de esta conversación —protestó Rhett, y casi podía
imaginárselo con un puchero.

—Eres demasiado inocente para mí, Alice —estaba segura de que Trisha sonreía
—. Tranquilo, tipo duro, no te la robaré.

—Lo dices como si te tuviera miedo.

—Oye, si quisiera, lo haría. Justo después de patearte el trasero.

—¿Tú sola? No me hagas reír.

—¿Alice? —ella escuchó la voz de Ben, así que se quitó un auricular,


dejándolos discutiendo solos—. ¿Va todo bien con ellos?

—Oh, sí —sonrió ella—. Todavía no han visto a nadie.

—Bien —Ben hizo un gesto a uno de los guardias, que salió de la sala—. Entonces,
va todo como lo planeamos. Si no hay nadie en el sótano, tendrán que buscar en el
primer piso. Eso será más peligroso.

—¿Qué pasa si los encuentran?

—En el mejor de los casos, los matan. En el peor, primero los torturan para
sacarles información, los matan y también vienen a por nosotros.

Hubo un momento de silencio. Por una oreja, Alice no dejaba de oír que Trisha y Rhett se
irritaban el uno al otro sobre a cuál de los dos se le daba mejor luchar.

—¿Puedo preguntarte algo, Alice? —preguntó Ben, quitándose los auriculares para
mirarla.

—Claro, ¿qué ocurre?

Ella frunció el ceño cuando vio que él se quedaba muy serio.


—¿Por qué no me dijiste nada sobre tu condición?

Alice se quedó en blanco un momento. El mundo se detuvo.

—¿Qué?

—¿Crees que no sabía lo que eras? Lo supe desde el momento en que entraste por esa
puerta.

Alice se quedó mirándolo, paralizada.

—Yo no...

—¿Alice? —escuchó que preguntaba Rhett al otro lado del auricular—. ¿Estás bien?

Durante un instante, Alice estuvo a punto de no decir nada, de hacerse la estúpida,


pero algo en ella se desmoronó cuando vio la cara de Ben y se dio cuenta de que no
había escapatoria. Era una trampa. No sabía cómo, pero estaba segura.

Todavía paralizada por el miedo, estuvo a punto de salir corriendo, pero Rhett seguía
preguntándole qué le pasaba por el auricular, cada vez más asustado, y Alice solo fue
capaz de formular dos palabras en voz tan baja que apenas se oyó a sí misma:

—Pájaro volador.

Rhett se quedó en silencio al instante. Uno de esos silencios tensos, casi asfixiantes, que
preceden a los momentos de desesperación.

Pero Alice no pudo decirle nada más, porque Ben pulsó tranquilamente un botón y su
auricular se desconecto.

—Oh, querida... debiste haber hecho caso a mi hijo y jamás haber venido aquí.
Alice apretó los puños cuando la puerta se abrió, dando paso a dos guardias vestidos de
negro. Los soldados de Ciudad Capital.

No había plan. No había forma de escapar. Y, aún así, su cerebro intento


maquinar alguna forma de eludirlos. La que fuera. Y no fue capaz.

Cuando el primer guardia se acercó, Alice consiguió asestarle un puñetazo en el estómago


y pasar por su lado, dispuesta a salir corriendo, pero el otro la detuvo bruscamente,
lanzándola al suelo. Alice se quedó en blanco por un momento al ver que era una mujer.

Oh, no. Giulia.

Cuando Alice abrió mucho los ojos, aterrada, ella le dedicó una sonrisa radiante, casi de
satisfacción.

—No te haces una idea de lo que me alegro de verte, 43.

Alice se retorció, mirando a su alrededor, desesperada, pero se le cayó el mundo


encima cuando le ataron las muñecas con unas esposas. Tiró tanto de ellas que
empezaron a arderle las muñecas, pero no importaba. Tenía que escaparse. ¿Dónde
estaban Jake y Kilian? ¿Y Tina? ¿Y si ahora que la tenían les hacían daño? Una oleada
de pánico la inundó y empezó a retorcerse otra vez, logrando encajar una patada en la
mandíbula del otro guardia, que retrocedió bruscamente, sorprendido.

—¡Serás...! —empezó, furioso, acercándose a ella.

Giulia lo detuvo antes de que pudiera hacer nada y le ató las piernas a Alice, que no dejaba
de retorcerse en el suelo, desesperada. Incluso intentó morderle una mano cuando le puso
la mordaza, pero fue inútil.

Cuando la tumbó de espaldas al suelo para apretarle las esposas, Alice notó que le ardían
los ojos por la rabia al girarse hacia Ben. Especialmente cuando vio que él no parecía
arrepentido en absoluto, sino más bien molesto.
—¿Y mi recompensa? —preguntó, mirando a Giulia.

—Ahora te la traerán.

—¿Quién?

—El líder en persona.

—¿El líder? Y una mierda. Dame ya mi dinero.

—Aquí está.

Alice se quedó helada.

No podía ser.

Esa voz...

Se dio la vuelta lentamente hacia la puerta, por donde un hombre trajeado, con pelo
perfectamente peinado, un poco de barba y unos ojos fríos como el hielo, dejaba una bolsa
de piel en la mano de Ben, sin dejar de mirarla fijamente, como si fuera un tesoro perdido.

Alice notó que había dejado de respirar y volvió a hacerlo, sin poder creerse lo que veía.

—Hola, Alice —dijo el hombre, acercándose para mirarla más de cerca—. Ha pasado
un tiempo desde la última vez que nos vimos, ¿no crees?

—Deberíamos irnos, líder —le dijo Giulia, mirando las pantallas—. Sus amigos están
viniendo a por ella.

—No te preocupes, Giulia. Solo celebraba el momento. Hay que apreciar las pequeñas
victorias de la vida, ¿no crees, 43?
Alice parpadeó, deseando que fuera una pesadilla, o una broma de mal gusto. Lo que
fuera. No podía ser él. Él no podía ser el líder de esa gente. No podía ser la persona que
la había estado persiguiendo todo ese tiempo.

Porque... había creído que estaba muerto. Pero

no. Estaba sonriendo, mirándola.

Estaba vivo.

Y era su padre.
CAPÍTULO 11
Alice pateó, golpeó, mordió, se retorció e hizo lo imposible y más para que la dejaran en
paz, pero no fue capaz de librarse de los guardias. Terminaron prácticamente
arrastrándola por los pasillos y las escaleras hasta la planta baja, y de ahí al exterior del
edificio. Fue entonces cuando Giulia terminó su paciencia y le dio un golpe seco en la
boca, dejándola quieta el tiempo suficiente como para que la ataran con fuerza en las
muñecas y los tobillos.

Alice levantó la cabeza cuando la sujetaron del pelo y le pusieron otra venda, esta vez
en la boca. Vio que su padre se quedaba mirándola desde un lado, sin decir nada.
Finalmente, se acercó y la miró con cierto escepticismo.

—No la golpeéis si no es absolutamente necesario —dijo a Giulia—. No he


tardado tanto en encontrarla como para que ahora dañéis el sistema.

¿Sistema? Alice intentó hablar, pero solo se escuchó un murmullo detrás de la tela que le
cubría la boca. Además, su padre ya se estaba alejando de ella y subiéndose a uno de los
coches.

—Quieta —le dijo Giulia, agarrando algo de la mano de su compañero y


clavándoselo a Alice en el cuello.

Se quedó dormida antes de poder pensar en lo que estaba ocurriendo.

***

Cuando abrió los ojos de nuevo, le dolía la cabeza. Parpadeó varias veces cuando notó
que no podía moverse —y no tenía muchas fuerzas para ello— y vio que estaba siendo
transportada por alguien por un camino de piedra que no había visto en su vida. Levantó
un poco la cabeza. Giulia iba delante de ellos.
Detrás, dos guardias que no le prestaron atención. Cuando echó una mirada a su
alrededor, no conoció nada, pero supo enseguida dónde estaba.
Ciudad Capital.

Lo veía todo borroso, así que no tuvo la oportunidad de contemplar ningún detalle de su
alrededor. Se limitó a cerrar los ojos con fuerza cuando entraron en un edificio. Le dolía
el cuerpo entero. Apenas era consciente de dónde estaba.
Cuando volvió a abrirlos, vio que cruzaban un pasillo blanco iluminado y que se detenían
delante de una de las múltiples puertas. Giulia la abrió de un manotazo.

Alice notó el golpe seco contra el suelo cuando la soltaron bruscamente. Se quedó sin
respiración unos segundos, mirando el suelo blanco. Luego, se permitió mirar a su
alrededor. Estaba en una celda, no había duda, pero era de una capital, así que los lujos
—o lo que ella consideraba lujo— eran abundantes: dos camas individuales, dos mesas
auxiliares con lámparas encendidas, un cuadro pequeño encima de la puerta y otra puerta
que, al parecer, conducía a un cuarto de baño.

—¿Qué tenemos que hacer? —preguntó el hombre que la había transportado. El gigante.
Alice miró su placa.

Capitán Clark. Tenía nombre de dibujo animado.

Pero daba miedo.

Giulia no respondió. Se limitó a agacharse con un cuchillo y a quitar las cuerdas a Alice,
que habría deseado huir, pero no tenía fuerzas ni para ponerse de pie.
¿Qué demonios le habían dado?

—De pie —dijo Giulia cuando le hubo quitado todas las cuerdas y la mordaza de la boca.

Alice se quedo en el suelo, negando con la cabeza.

—Como quieras.

Clavo los dedos en el brazo de Giulia cuando la agarró del pelo y la arrastró por la
habitación hasta el cuarto de baño. Alice consiguió no caerse de morros de
nuevo cuando la soltó, apoyándose torpemente en el lavabo y evitando mirarse al
espejo.

—Desnúdate.

Alice miró a Giulia. Los otros tres hombres estaban en la otra habitación. El capitán
Clark parecía de todo menos interesado, y los otros dos vigilaban la puerta, dándole
la espalda.

—No hagas que te obligue —replicó Giulia lentamente.

Ella movió un brazo, pero estuvo a punto de caerse al suelo. Giulia, irritada, se acercó y le
quitó la ropa de mala manera, dejándola completamente desnuda. Después, la metió en la
bañera y le enchufó un chorro de agua fría en la cabeza. Alice sintió que sus sentidos
empezaban a despertarse cuando Giulia le tiró el jabón bruscamente.

—Lávate de una vez —le dijo—. No querrás presentarte mañana con esas pintas
que llevabas.

—¿Presentarme? —preguntó Alice lentamente.

Giulia señaló el jabón y ella empezó a frotarse sin ganas, dándose cuenta de la cantidad
de suciedad que tenía encima. Cuando terminó, Giulia volvió a mojarla con agua fría y la
obligó a ponerse de pie envuelta en una toalla suave. La obligó a sentarse encima de la
tapa del retrete y Alice frunció el ceño cuando vio que sacaba un cuchillo.

—Bueno, tengo sedante para esto, pero no creo que lo necesites, ¿no?

Alice apenas era consciente de nada, pero se tensó cuando notó que la agarraba de la
cabeza con una mano y con la otra apuntaba con el cuchillo en su sien.

—Supongo que ya podemos quitarte esto.


Alice intentó decir algo, pero las palabras se quedaron ahogadas con el grito cuando la
punta del cuchillo se introdujo en su sien, removiendo hasta que consiguió sacar una
pequeña placa redonda de metal. Alice empezó a jadear cuando notó las gotas de sangre
resbalándole por la cara, y a la toalla blanca.

—Eres más dura de lo que pensaba —dijo Giulia, metiendo la placa en una bolsa de
plástico pequeña y guardándola en su bolsillo—. Me esperaba más gritos. Las otras
me los dieron.

Agarró un paño, lo empapó con un líquido que le dio el Capitán Clark, quien se había
acercado sin que Alice se diera cuenta, y lo estampó sobre la herida. Alice se mareó con la
mezcla de dolor y escozor que tenía en la cabeza. Quería vomitar, pero no tenía nada en el
estómago.

—Podrías haber hecho una herida más limpia —replicó el capitán, mirando a Giulia.

—Podría haberla sedado. Pero así era más divertido.

—Esto no es un juego, Giulia. Si dañamos a su favorita, estamos fuera.

—Todavía estamos dentro, ¿no? —Giulia la miró con una sonrisa engreída—. La ropa
está en la cama. Te recomiendo que te vistas antes de que venga alguien

Dicho esto, se marcharon, dejando a Alice sola y mareada.

***

No sabía cómo, pero había conseguido ponerse la camiseta blanca y los pantalones del
mismo color, de algodón, que le habían dejado encima de una de las camas. Había
conseguido parar el sangrado ella sola cuando había conseguido despertarse del todo,
pero ahora tenía una marca azulada en la sien, justo donde habían clavado el cuchillo.
Además, le dolía el cuerpo entero, como si hubiera estado un año entero corriendo y
ahora se hubiera detenido de
golpe. No sabía qué era ese suero que le habían dado, pero no quería volver a probarlo
nunca.

Estaba tumbada en su cama cuando escuchó que la puerta se abría. Se asomó por
encima de su brazo, deseando que fuera alguien llevando comida, pero en su lugar vio
que era un guardia que empujó bruscamente a un hombre en el interior de la celda. El
hombre hizo un ademán de dirigirse a la otra cama, pero se detuvo en seco al darse
cuenta de su presencia.

Alice se quedó mirándolo.

—¿Max?

Él abrió la boca y la volvió a cerrar, sin palabras.

—¿Alice? —preguntó finalmente, anonadado—. ¿Qué...?

No supo como continuar. Alice lo miró a arriba a abajo. Él también llevaba puestos
unos pantalones y una camiseta de manga corta. Todo blanco. Era extraño ver a
Max en algo tan impoluto. Era extraño verlo ahí.

—Así que estabas vivo —murmuró ella, sonriendo sin ganas—. Después de todo,
nuestros esfuerzos no fueron para nada.

—¿Qué esfuerzos?

—Intentamos salvarte —murmuró Alice, agachando la cabeza—. Pero solo llegó hasta
ahí. Solo el intento.

Max permaneció en silencio unos segundos, y después se dirigió hasta la otra cama,
sentándose lentamente. Alice lo miró de reojo. Se sentía avergonzada y humillada. Quería
esconderse bajo las sábanas. Y eso que ver a Max, de alguna forma, había hecho que su
ánimo mejorara.

—¿Qué... qué te han hecho durante este tiempo? —preguntó Alice, sin poder evitarlo.
—Nada doloroso —aseguró Max, frunciendo el ceño—. Solo preguntas sobre la ciudad.

—Ya veo...

—¿Y los demás?

—Teníamos un plan, así que nos separamos. Los que se quedaron conmigo
resultaron ser unos traidores —ella apretó los labios, pensando en Ben.

Max la miró durante unos segundos sin decir nada, cosa que ella odió profundamente. Se
sentía como si la estuviera juzgando. Y lo odió porque sabía que merecía ser juzgada.

—Viste a tu padre, ¿no? —le dijo Max.

El solo pensamiento de su padre hacía que a ella le volviera la jaqueca. No entendía nada.
No sabía si quería entenderlo. Era todo tan confuso... había estado intentando no
pensarlo, pero era inútil. Era obvio que tendría que hacerlo en algún momento.

—¿Cómo sabes que es mi padre?

—Digamos que me ha mantenido bastante actualizado de vuestra relación.

—¿Cómo?

—Su chivato, el que te traicionó, le ha estado informando de todos tus movimientos —


Max negó con la cabeza—. Nunca me gustó el padre de Rhett, pero jamás habría
pensado que llegaría a algo así.

—Pero... —Alice se frotó los ojos—. Mi padre... él no..

—No es como recordabas —terminó Max por ella.


—Eso no es ni de cerca lo que siento —murmuró Alice—. Creí que estaba muerto. Lo...
lo estaba. Vi cómo lo disparaban. Lo vi. Estaba muerto. Tenía que estarlo. Yo...

No levantó la cabeza para mirar a Max, pero supuso que estaba apretando los labios.

—Parece que no lo estaba.

—Eso ya lo sé —Alice frunció el ceño—. ¿Cómo es posible eso?

—No lo sé, Alice.

—¿Y... por qué me hace esto? ¿Qué pretende?

—¿Hablas en serio?

Ella levantó la cabeza. Max la miraba, perplejo.

—Alice, no tienes ni idea de quién es tu... padre, ¿no?

No pudo evitar fijarse en la manera tan despectiva que usó para llamarlo padre.

—¿Qué quieres decir?

—Él vive aquí —dijo Max, negando con la cabeza—. Es el líder, por así decirlo, de
ciudad Capital. De los rebeldes. Es nuestra mayor representación de poder.

—No —Alice negó con la cabeza—. Eso es imposible. Él ha vivido conmigo en mi


antigua zona. Y durante años.

—¿Ah, sí? Tengo entendido que tus recuerdos de esa zona son implantados.

—Sí, pero solo los de mi infancia —replicó ella—. Yo solo llevo en


funcionamiento cuatro años.
—Si te han implantado recuerdos falsos sobre tu memoria, ¿qué te hace pensar que no lo
son la mayoría de los que tienes de tu padre?

—¿Qué?

—Por lo que sé, solo llevas en funcionamiento un año, Alice.

—No —ella no quería creerlo—. Y mi padre no es el líder de los rebeldes. Es imposible.


Él crea androides. Crea vida. No la destruye. Y... ¡lo mataron, maldita sea!

—Alice...

Ella se pasó las manos por el pelo, desesperada. Necesitaba entenderlo y no podía. Era
frustrante.

—No pienses en ello ahora —le dijo Max—. Solo conseguirás estar horas y horas
pensando en algo que solo hará que te sientas peor.

—¿Y en qué quieres que piense, Max?

—En algo más positivo.

—Nunca creí que serías tú el que me dijera eso a mí —murmuró ella, sonriendo sin ganas.

—La vida da muchas vueltas.

—¿Y qué se supone que es lo positivo de la situación?

Max lo pensó un momento, suspirando.

—Bueno, estamos vivos, ¿no?


Alice asintió con la cabeza tras unos segundos.

—Me alegra que estés vivo —dijo, al final, mirándolo.

Max la miró un momento, y luego clavó la mirada en cualquier otro lado.

***

Ninguno había hablado demasiado ese primer día. De hecho, Alice había estado tumbada
en su cama todo el día, mirando el techo y pensando. Odiaba pensar en qué estaría
pasando fuera de esa habitación, pero no podía evitarlo. Max tenía un pequeño libro que
iba leyendo, en silencio. Era como estar sola de nuevo.

De hecho, estaba a punto de ir a cuarto de baño solo para hacer algo y distraerse,
cuando abrieron la puerta. Dos guardias se acercaron a ella y le pusieron unas esposas.
Alice miró a Max, que tenía el ceño fruncido, antes de que la condujesen fuera.

Cruzaron los mismos pasillos que el día anterior, aunque esta vez se detuvieron en una
zona que ella no había cruzado. Era un pasillo más ancho, con gente vestida con batas
blancas y androides que estaban siendo reformateados, sentados en camillas de metal. Era
extraño ver un androide abierto. Parecían tan humanos... y sin embargo cuando los abrías
eran circuitos y circuitos de placas y cables combinados con sistemas humanos.

Abrieron una de las habitaciones del fondo y la empujaron dentro sin decir una sola
palabra.

La dejaron sola, y ella miró a su alrededor. Una de las paredes era solo ventana, pero
desde ahí se podía ver que era lo suficientemente gruesa como para que nadie pudiera
intentar nada con ella. Por lo demás, había un enorme foco de luz
que iluminaba perfectamente la habitación entera, además de una camilla y un montón de
aparatos que no reconoció.

Llevaba tanto tiempo esperando que se había sentado en el suelo, cuando la puerta se
abrió. Ella levantó la cabeza bruscamente y se quedó muda cuando vio que el padre
Tristan entraba hablando con un hombre. Con su padre.

Ninguno de los dos la miró mientras ella los observaba con la boca abierta de par en
par. Dos guardias se quedaron mirando en la puerta.

—...pueden ser por eso —señalaba el padre Tristan, marcando algo en su


cuaderno.

—Mhm... —se limitó a decir su padre.

Por primera vez, ambos la miraron. El padre Tristan frunció el ceño al ver la expresión
escéptica de su padre.

—¿Por qué sigue llevando esa ropa? ¿Dónde está la otra?

Uno de los guardias se apresuró a agarrar una bolsa y lanzársela a Alice, que todavía
tenía las manos esposadas. La agarraron del brazo y la llevaron a una habitación
contigua diminuta, en la que había solo una mesa de metal y un espejo. Los recuerdos
a su habitación en su antigua zona hicieron que pusiera mala cara, pero la puso peor
cuando abrió la bolsa.

—No —susurró.

—Póntelo —el guardia, al que ahora había identificado como el capitán Clark, la empujó
contra la mesa de nuevo.

—No... no puedo.
—Si no te quitas eso ahora mismo, lo haré yo. Así que date prisa.

—No pu...

Un bofetón en la mejilla hizo que volviera de golpe a la mesa, apoyándose torpemente.


Notó el sabor a sangre en el labio inferior, pero no hizo un solo gesto de dolor.

—He dicho que te des prisa.

Definitivamente, no quería tenerlo cerca más tiempo del necesario.

Miró la bolsa de nuevo. Era esa ropa. Esa maldita ropa. La que había usado durante su
tiempo en su antigua zona. El vestido, las botas, incluso la goma del pelo. Y todo
perfectamente blanco.

Agarró el vestido blanco y cerró los ojos un momento cuando recordó todo por lo que
había pasado la última vez que se lo había puesto. Había sido su vestido reglamentario
durante muchos años. Respiró hondo mientras se quitaba la ropa, quedando en ropa
interior, y frunció el ceño cuando notó la fina tela rozándole la piel hasta que estuvo
ajustado. Se subió ella misma la cremallera de la espalda y se miró a sí misma. Odiaba
esa ropa. Odiaba todo lo que le recordara a esa zona. Odiaba a todo el mundo.

—Zapatos —le dijo bruscamente el capitán.

Ella se los puso casi sin pensar, y luego se miró al espejo. Sabía lo que venía ahora.
Agarró la goma del pelo y se lo ató en un moño perfecto, sin un solo pelo suelto. Se miró a
sí misma y le entraron ganas de vomitar.

Estaba vestida como la antigua 43, pero ya no era esa chica. Ya no quedaba nada de esa
androide asustada que había huido de su antigua zona. Ahora era Alice...
...y tenía que ser fuerte su quería salir de esa.

Y si eso significaba ponerse esa estúpida ropa... tendría que hacerlo.

Se relamió el labio y salió de la habitación con el capitán, que la agarró bruscamente del
hombro.

En la sala habían dos doctores más, todos con una máquina diferente. Su padre estaba
sentado en una silla que acababan de traer, mirando la camilla vacía.
Cuando la vio llegar, suspiró.

—Ya era hora —la miró de arriba a abajo.

—¿Qué...? —empezó ella, sin siquiera saber por dónde empezar.

—Tumbadla en la camilla —dijo su padre sin dejarla terminar.

Alice se quedó mirándolo, sin moverse. El capitán apretó su agarre en el hombro,


tratando de moverla.

—Vamos —dijo en voz baja.

—Padre, ¿qué...? —empezó ella.

—No me llames padre —el hombre puso los ojos en blanco, cosa que la
confundió aún más—. Por Dios, ¿todavía no has entendido nada?
—¿Entender? ¿Qué hay que entender? —preguntó en voz baja.

—Tumbadla en la camilla.

Esta vez se dejó llevar a la camilla, donde la tumbaron sin atarla por ningún lado, cosa
que la extrañó. Vio que el padre Tristan bajaba una máquina pequeña hasta situarla
veinte centímetros por encima de su cabeza, y los demás padres hacían lo mismo en sus
piernas y brazos. La mayor estaba encima de su estómago. Ella vio que en todas sus
pantallas empezaban a salir dibujos incomprensibles para ella.

—¿Qué hacéis? —preguntó, asustada.

—Silencio —ordenó el padre Tristan.

—Pero...

—Te han pedido silencio —replicó su padre, poniéndose de pie y mirando las máquinas
con el ceño fruncido.

Alice se quedó mirándolo unos segundos, y ya no pudo aguantarlo más.

—¿Que me han pedido silencio? —repitió—. ¡No quiero estar en silencio!

Todos se detuvieron y la miraron fijamente.

—Padre, yo... necesito... —ni siquiera lo sabía. Seguía confiando en él. O, al menos, una
pequeña parte de él, la que había conocido en su antigua zona. No podía haberse
transformado tanto en tan poco tiempo. Era imposible. Lo miró, desesperada, pero él
permanecía impasible—. Necesito que me expliques qué
está pasando.

El hombre se quedó mirándola unos segundos que le parecieron eternos.

Después, hizo un gesto con la mano y, automáticamente, todos retiraron sus


aparatos, dejando a Alice tumbada en la cama sin nada encima. Ella respiró hondo
cuando su padre se sentó en el borde de su cama, mirándola con una sonrisa calmada
que le recordó a su padre, al que ella conocía, y no a ese hombre que se comportaba
de esa manera.

—No hay nada que explicar, Alice —replicó él lentamente.

—¿Que no hay nada? ¿No...? ¡Creía que estabas muerto!

—Oh, yo no dejaría que me mataran de manera tan estúpida.

—Pero... —ella se pasó una mano por la cara, frustrada— vi como... como...

—¿Como me disparaban?

Ella se quedó mirándolo, más confusa que nunca.

—Sí. Te vi... en el suelo... estabas...

—¿Y te parece que estoy muerto?

—No, pero...
—Alice, me dispararon la cabeza y no morí —sonrió un poco, poniendo una mano
encima de la de ella—. ¿Qué crees que significa eso?

Alice frunció el ceño lentamente.

—¿Cómo?

—Mi conocimiento viene de la experiencia, querida —le paso un dedo por la palma
de la mano de manera cariñosa, para después volver a cruzarse de brazos.

Alice notó que se le hacía un nudo en la garganta.

—¿Eres... un androide?

—Obviamente.

Se quedó mirándolo, sin palabras. Todavía estaba asimilando lo que había oído.

—Pero...

Ni siquiera sabía cómo reaccionar.

—Me... me hiciste creer que estabas muerto. Que eras humano —replicó en voz baja.

—Claro que lo hice. Era parte del experimento.


—¿Experimento?

—Oh, sí. Pero hablaremos de todo esto más adelante. Ella

negó con la cabeza, mirándolo.

—¿Quién... eres?

—John, como sabes —dijo él, enarcando una ceja.

—No, me refiero... ¿quién eres aquí?

—Oh, Alice —él sonrió, como si le hubiera contado un chiste—. Soy el alcalde de
Ciudad Capital.

Alice se quedó mirándolo unos segundos. No tenía sentido. Era imposible. Aunque
Max ya se lo había dicho, todavía no lo había asumido.

—No.

—Sí, lo soy —replicó él—. Lo he sido siempre. Solo que me tomé un tiempo para
dedicarme más a fondo a la creación de androides de nueva generación, como tú. Pero
de eso también hablaremos otro día.

—Entonces... —ella estaba empezando a atar cabos— ¿tú enviaste a la gente que
masacró nuestra zona?

—La gente que masacró la zona era mi gente, querida. Yo vivo aquí.
—Mataste a... cientos de los nuestros —ella notó que se le cortaba la voz.

—¿Matar? —su padre negó con la cabeza—. No se puede matar lo que no está vivo,
querida.

—¿Lo que no está vivo? —ella frunció el ceño—. ¿A qué te refieres?

Su padre sonrió de la misma forma cuando Alice apartó la mano de la suya.

—Has pasado demasiado tiempo con humanos, Alice... ya no recuerdas quién eres en
realidad.

—Sé quién soy. Mejor que nunca.

—¿Ah, sí? —sonrió despectivamente, levantando las cejas.

—Y sé que estoy viva.

—Oh, Alice —él suspiró, poniéndose de pie. Todos los científicos los miraban desde
el otro extremo de la habitación. Su padre empezó a pasearse—. Tenía miedo de que
algo así pasara.

Alice se quedó mirándolo en silencio.

—Querida —él se giró hacia ella, mirándola fijamente—, no eres humana.

Ella tragó saliva.


—Estoy viva.

—No, querida, no estás viva. Solo eres un dispositivo electrónico. Más


desarrollado, sí, pero no dejas de ser un dispositivo que puedo encender y apagar
cuando quiera.

—Soy más que eso. Y tú también —dijo ella. Le temblaba la voz.

—Yo te creé, Alice. No creas que sabes más de ti misma de lo que sé yo. Incluso
te dejé mi marca.

Se acercó y la agarró de la muñeca, justo por la zona que había tocado Charles. Alice vio,
por primera vez, una pequeña marca con una J. Apartó la mano rápidamente y se puso de
pie, al otro lado de la cama.

—¿Lo ves? —le preguntó su padre—. Siento que te hayan hecho creer esa cruel mentira,
Alice, pero sabes que es cierto. Toda tu existencia es un programa diseñado y
programado minuciosamente.

—No —ella negó con la cabeza.

—¿Crees que lo que sientes es real? —preguntó él—. Querida, tus sentimientos son solo
reflejos de la conciencia que se te ha implantado. No puedes sentir. No puedes tener
consciencia. Porque no eres humana.

—Sí... puedo sentir —dijo ella, vacilando.


—¿Por qué? —él sonrió—. ¿Conociste a algún humano que te dijo que te quería,
es eso?

—No —dijo rápidamente.

—Oh, querida. Los humanos se dejan llevar fácilmente por sus instintos. Te creamos
como un modelo de belleza. Fuera lo que fuera lo que quería ese humano, no era amor, era
algo más carnal.

—Tú no sabes nada —replicó.

—Sé cada movimiento que has hecho, desde la huida con 42, hasta...

—¿Dónde está 42? —preguntó ella bruscamente, al recordar que los hombres que se la
habían llevado eran hombres de su padre.

—En una celda, en observación por comportamiento defectuoso.

—¿En una celda? ¡Hace meses que os la llevasteis!

—¿Y a quién le importa? —sonrió su padre—. No es humana. Ni siquiera es un


prototipo avanzado. Solo la mantengo en funcionamiento porque no consigo ver el fallo
en su programa.

—Eres un... —ni siquiera sabía qué palabra usar.


—Bueno, me gustaría seguir con esta agradable conversación, pero tenemos que
continuar con el análisis. Parece que estás defectuosa. Puede que haya algún problema
en la programación...

—No tengo ningún problema —replicó ella bruscamente.

Su padre borró la sonrisa, mirándola.

—Túmbate en la camilla.

—No lo haré.

—43 —dijo lentamente—. No me hagas que te obligue a hacerlo.

—No me llamo así —dijo ella, furiosa.

—Se acabó —su padre se dio la vuelta—. Que alguien me dé la placa de mando.

Alice cerró los ojos un momento, y luego se dio cuenta de que ya no podía más. Más
que nunca, estaba enfadada. Con su pa... no. Ese no era su padre. Ese no era el padre
John. Ese era un completo desconocido.

Sin pensarlo dos veces, saltó la cama, dispuesta a chocar con él, pero el capitán se
interpuso en su camino. Hizo un movimiento de lucha tan básico que a Alice le dieron
ganas de reírse. Rhett se habría reído, probablemente, antes de romperle el brazo. Se
apartó tan rápido que pudo agarrar el brazo y doblarlo para inmovilizar al capitán contra
el suelo, justo antes de darle una patada en la espalda.
Se dio la vuelta hacia su padre, que parecía extrañamente calmado. Ella apretó los puños
con fuerza y se lanzó sobre él.

Pero no pudo.

Justo cuando estaba a medio metro de él, se dio cuenta de que no podía moverse.

Parpadeó y bajó la cabeza, mirándose a sí misma. Tenía los brazos y piernas congelados.
No podía moverse. Intentó mover, aunque fuera, un dedo, pero era imposible. Ni siquiera
los sentía. Le entraron ganas de gritar por la mezcla de furia y confusión.

—Te he dicho que no me obligaras a hacerlo —replicó su padre, haciendo que lo mirara.
Sujetaba una especie de tabla táctil—. Querida, esta es tu placa de mando. Si quiero que
saltes por la ventana, lo harás.

Ella intentó hablar, pero se dio cuenta de que tampoco notaba la boca. Solo podía mover
los ojos y la cabeza. Le entraron ganas de llorar de rabia.

—¿Lo ves? —preguntó él, acercándose y pasándole una mano por la mejilla—. Eres
una máquina, por mucho que te duela. Ahora, vuelve a la cama.

Ella volvió a la cama sin siquiera ser consciente de ello. Se quedó tumbada y vio que le
ponían las máquinas de nuevo. Clavó los ojos en el techo, con ganas de gritar.

***

Max estaba todavía en la cama leyendo cuando llegó. La miró con curiosidad cuando la
dejaron entrar en la habitación. Alice estaba pálida. Parecía estar asustada. La sentaron en
la cama y un guardia puso una máquina en su sien. Pulsó un botón y, al instante, Alice
volvió en sí.
Ahora, estaba sola con Max en la habitación. Él la miraba con el libro a un lado.

—¿Qué te han hecho? —preguntó Max, mirándola con el ceño fruncido.

—Yo... —Alice notó que le fallaba la voz. No quería hablar. Tenía ganas de llorar
—. Voy a darme una ducha.

Max no dijo nada, pero notó su mirada hasta que se metió el cuarto de baño.

Fue la ducha más larga que se había dado en su vida. Se frotó tan fuerte el estómago que
terminó con la piel irritada. Odiaba ese número. Odiaba ese lugar. Se odiaba a sí misma.
Odiaba a su padre. Odiaba a todo el mundo.

Cuando volvió, con la ropa blanca puesta, Max estaba sentado en su cama mirando un
punto fijo. Volvió a centrarse en ella cuando Alice se sentó en su cama, con las rodillas en
su pecho, abrazándolas con fuerza.

Estuvieron los dos en silencio unos segundos. Notó la mirada de Max sobre ella.

—Deane tenía razón —dijo, lentamente.

—¿En qué? —preguntó Max, impasible.

—Soy... solo soy una máquina.

Levantó la cabeza para mirarlo. Max no había cambiado su expresión. Seguía mirándola
en silencio.

—Ahí arriba... podían hacer lo que querían conmigo. Solo tenían que pulsar un botón y
yo... Soy... solo una máquina.

Siguieron los dos en silencio.


Finalmente, escuchó que Max suspiraba.

—Sí, eres una máquina —replicó.

Alice negó con la cabeza, con aún más ganas de llorar. De hecho, tenía la vista borrosa por
las lágrimas.

—Una máquina perfeccionada, pero una máquina, después de todo —siguió Max.

—¿Crees que eso me sirve de algo? —preguntó ella, sin atreverse a mirarlo—. Lo
acabo de decir.

Vio que él se apoyaba con los codos en las rodillas, mirándola.

—¿Y qué si lo eres?

Alice lo miró un momento, pasando el dorso de la mano por debajo de sus ojos.

—¿Qué?

—¿Que crees que son los humanos? También somos máquinas, de algún modo. Quizá
estamos creados por diferentes componentes, pero funcionamos a base de reacciones
químicas y biológicas. Igual que tú. A nosotros también se nos puede controlar. A ti con
un botón, a nosotros con un precio. ¿Qué importa?

—No es lo mismo...

—Sí es lo mismo —replicó Max—. Por eso, no te eché de la ciudad cuando Deane me
advirtió de lo que eras.

Alice levantó la cabeza de golpe.

—¿Qué?
—¿Crees que no lo sabía, Alice? —preguntó, suspirando—. Deane había estado
quejándose de ti durante un tiempo, pero ese día explotó. Convenció a dos alumnos para
que me contaran lo que eras, y se mostró algo decepcionada cuando no te eché.

—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó ella en voz baja, limpiándose otra lágrima.

—Porque esa información no me pareció relevante.

—Eso... ¡lo cambia todo!

—¿Ah, sí? —él enarcó una ceja—. ¿En qué, exactamente?

—Yo... —ella lo pensó un momento—. No lo sé, pero...

—Si el cambio fuera tan evidente, sabrías decirme algo al instante. Pero veo que no
puedes.

Alice se quedó mirándolo, confusa.

—Por eso, Deane contactó con los de Ciudad Capital para que fueran a Ciudad Central.
Pero esperaba que te atraparan a ti, no a mí, así que tuvo que improvisar y llevarte con
Charles. Supongo que esta vez tampoco habrá tenido recompensa.

—Entonces, los que atacaron la ciudad...

—Sí, Deane estaba implicada. Los dejó entrar. Quería tener razones para que la gente se
pusiera en tu contra.

—¿Y por qué te atraparon a ti? —ella se sorbió la nariz, interesada.

—Sabían que iríais a por mí al ver que Deane estaba al mando.

—Pues... tenían razón —ella negó con la cabeza—. Pero eso no quita que yo siga
siendo un androide.
—¿Sabes? —Max la miró, tras unos segundos de silencio—. Yo nunca he tenido
problemas con los androides. De hecho, nunca he tenido una opinión muy concreta sobre
ellos. Me daban igual. Los capturaba y vendía por comida sin detenerme a pensar si
realmente estaban vivos o no. Siempre es mejor pensar que no sienten nada, así no tienes
cargo de conciencia cuando los vendes como si fueran objetos.

Alice no supo qué decir, así que apretó los labios.

—Pero, Alice... he de confesar que me has decepcionado.

—¿Te... sientes decepcionado? —preguntó ella en voz baja, insegura.

—Sí. No esperaba que fueras así —la miró con una ceja enarcada—. Unas horas con
ellos y tu primera reacción es olvidar todo lo que has aprendido en meses con
nosotros. Y todo para volver a ser el androide obediente que ellos quieren que seas.

—Pero...

—No he terminado —dijo tajantemente.

Ella calló enseguida cuando Max clavó una mirada severa en ella.

—¿Y llorar? ¿Por qué? ¿Porque eres un androide? ¿No lo sabías?

—Tú no sabes lo que siento —replicó ella, ofendida.

—Hace unos minutos me has dicho que no sentías nada por ser una androide. Y, sin
embargo, llorar es una reacción muy humana. Así que, dime, ¿eso es todo lo que harás?
¿Llorar?

—Yo... no... —ella tartamudeó, abochornada. En realidad, estaba a punto de hacerlo.


—Creía que no caerías tan fácilmente, Alice. Así que sí, estoy decepcionado. Porque
esperaba que, al menos, aguantaras un día. Pero no has conseguido ni eso. No deberías
estar triste por ser lo que eres, sino por cómo has reaccionado.

—Es... es complicado.

—Nada es tan complicado.

—No he llorado, ¿vale? —replicó, molesta—. Soy más fuerte de lo que crees.

—Ser fuerte no es cuestión de llorar o no.

Alice se quedó mirándolo, sin saber qué decir. Ya ni siquiera tenía ganas de llorar.

—Ahora, dime, Alice —Max clavó en ella una mirada severa—, ¿vas a hacer esto
durante todo el tiempo que estés aquí? ¿Lamentarte por bobadas?

—No —dijo ella en voz baja.

—¿Pretendes que te crea?

—No lo haré, ¿vale?

—¿No vas a llorar?

—No, no lo haré.

—¿Y qué harás?

Alice lo miró durante unos instantes.

—No dejaré que me digan quién soy.

—¿Por qué?
—Porque sé quién soy. Y no soy lo que ellos creen.

—Bien —Max agarró el libro—. Eso está mejor.

Alice se quedó mirándolo fijamente unos segundos, sorprendida por lo rápido que había
cambiado de pensamiento. Se miró las manos, avergonzada por haberse dejado
manipular por su padre tan fácilmente, y luego lo miró de nuevo.

—Gracias, Max.

Él no respondió, pero se quedaron mirando el uno al otro con complicidad unos segundos,
hasta que cada uno volvió a su actividad particular.
CAPÍTULO 12
—Esto es un aburrimiento.

Max la miró de reojo mientras ella seguía pasando una mano por la pared, bostezando.

—Empiezas a sonar como Jake.

—Me da igual. No entiendo qué hago aquí. Hace una semana que ni siquiera nos llaman
a ninguno de los dos.

Él no respondió, como de costumbre, y se enfrascó de nuevo en su lectura. A Alice la


ponía nerviosa cuando hacía eso. Se sentía como si hablara sola.

—¿Qué hacen contigo cuando te suben? —le preguntó, finalmente, mirándolo.

—Preguntas.

—¿Sobre qué?

—Sobre nuestra ciudad, en gran parte.

—¿Y para qué quieren saber cosas sobre la ciudad?

—No lo sé —admitió—. Pero no obtendrán sus respuestas de mí. Alice

se quedó pensativa unos segundos.

—Tenemos que escapar de aquí.

—Yo llevo aquí dos semanas más que tú, Alice.

—¿Y no tienes ganas de irte?

—Sí, pero es imposible.


—No hace falta ser tan negativo.

—Alice —dijo él lentamente—. ¿Qué te hace pensar que no nos están


escuchando ahora mismo?

Ella se quedó en silencio, sintiéndose estúpida.

—¿Qué más da? Hace unas semana que nadie me llama. Solo... me hicieron esa cosa
rara y me dejaron en paz. Igual ya no les interesamos.

—Si no les interesáramos no estaríamos vivos ahora mismo.

—¿Y si no te sacan información, para qué te necesitan a ti? Max

la miró en silencio.

—Supongo que pronto lo descubriremos.

Alice apretó los labios.

Durante unas horas, ninguno habló demasiado. Alice había descubierto una gran
actividad en hacer abdominales —Rhett estaría orgulloso de ella—, y Max releía el libro
por enésima vez. Fue entonces cuando dos guardias entraron en la habitación. Ella se
puso de pie torpemente cuando la señalaron. Sin embargo, cuando fue hacia la puerta,
notó que Max la retenía.

—¡Eh! —uno de los guardias empezó a acercarse, enfadado.

—No les digas nada de tus sueños —le dijo Max en voz baja. Alice

se quedó mirándola, muda de la sorpresa.

—¿Qué?

—No lo hagas —repitió—. Pase lo que pase. Haz todo lo que te digan menos eso.
El guardia los separó bruscamente y agarró a Alice, atándole las manos y llevándosela con
ellos.

Volvieron a la sala del día anterior y esta vez no la obligaron a cambiarse de ropa.
Habían colocado una pequeña mesa en medio de ésta con dos sillas. El padre Tristan...
no, de hecho, Alice había decidido no dirigirse a él de manera tan respetuosa. Ahora era
solo Tristan.

Tristan estaba de pie a un lado, el capitán Clark al otro, y su padre estaba sentado en una
de las sillas. Alice sintió que el guardia la empujaba hacia abajo hasta que quedó sentada.
Le ataron las manos con unas esposas.

—Hola, Alice —sonrió su padre.

Ella no respondió.

—Voy a hacerte unas cuantas preguntas —puso la el objeto que había usado para
controlarla en su regazo, de manera que ella pudiera verlo—. No me obligues a usar
esto.

—¿Por qué no me fríes el cerebro y me haces las preguntas que quieras?

—Porque necesito tu yo de ahora —sonrió él.

Alice frunció el ceño.

—¿Y si no quiero decírtelo? ¿Qué harás?

—Controlarte.

—Acabas de decir que no puedes hacerlo —recalcó ella—. Debe ser tan
frustrante para ti...

—Limítate a responder a las preguntas —replicó él frívolamente.


—¿Por eso me has tenido tanto tiempo en la celda? ¿Porque buscabas una forma de
hacerme hablar?

—Silencio.

—Pero...

Un golpe. En la mejilla. Ese dolió. Se quedó mirando el suelo un momento antes de


dedicar una mirada furibunda al capitán Clark, que ahora escondía la porra en su
cinturón de nuevo. Le palpitaban los labios. Eso mañana sería un moretón en su
mandíbula. Aún así, no hizo un solo gesto de dolor.

—Me gustaría conservar al androide entero al acabar el día —replicó su padre,


mirándolo.

—Mis disculpas, señor.

—Señor —Alice soltó una risita despectiva.

El capitán Clark apretó los labios al no poder golpearla. Ella seguía sin sentir la mitad
de su boca.

—Empecemos con las preguntas —siguió su padre. Ella

lo miró, aburrida.

—¿Qué quieres?

—Habla solamente para responder —le dijo—. ¿Cómo te encuentras?

—Bien —suspiró—. ¿Eso es todo? ¿Puedo irme?

—Alice, he dicho que basta.

—Pero, ya me has hecho una pregunta.


—¿Cuánto tiempo hace que tienes sueños vividos por la noche?

Alice dejó de sonreír al instante, mirándolo. El padre Tristan estaba escribiendo en el


ordenador a toda velocidad. Los otros tres la miraban en silencio, especialmente su padre.

—Nunca los he tenido —mintió.

Max había dicho que no dijera nada. Y era la persona en la que más podía confiar
ahí dentro.

—Sé que los has tenido, Alice, tú misma me hablaste de ellos unas cuantas veces. Y
al padre Tristan —replicó su padre—. Esto será más rápido si eres sincera.

—¿Qué te hace pensar que no lo soy?

Su padre... no, tampoco lo llamaría así. John. Sí.

John la miró fijamente unos segundos, antes de hacer un gesto al guardia que tenía detrás.
Éste salió y, unos instantes más tarde, volvió con alguien.

Con Max.

Max se quedó mirando la situación con el ceño fruncido. Entre el guardia y el capitán lo
obligaron a tumbarse en la camilla. Alice lo miró a los ojos y sintió un escalofrío cuando
lo ataron de brazos y piernas. Max parecía impasible, pero estaba con los puños apretados.

—Bien —su padre atrajo su atención de nuevo— , creo que ahora tengo un
pequeño incentivo de tu sinceridad.

—¿Para eso mantienes a la gente viva? ¿Para torturarlos a cambio de


información?
—Querida, su sufrimiento depende solo de ti.

—Eres un maldito loco.

—Responde. ¿Cuánto tiempo hace que sueñas vívidamente por la noche?

Alice miró a Max, que negó con la cabeza. Ella apretó los labios cuando el capitán se
sacó un cuchillo del cinturón y la miró, esperando una respuesta.

Pero Max estaba diciendo que no lo hiciera...

El capitán frunció el ceño cuando John le asintió con la cabeza. Se acercó a Max y le
agarró la camiseta, rasgando la tela desde el cuello hasta el ombligo. Su torso quedó
descubierto, y él bajó el cuchillo y, en su lugar, sacó la misma porra con la que había
golpeado a Alice.

—No lo sé —soltó Alice, viendo la porra a dos centímetros de la piel de Max, a quien
parecía no importarle en absoluto—. Desde que... que tengo memoria.
Desde que tengo diez años, creo...

—Tú nunca has tenido diez años, Alice —él la miró—. Te creamos hace cinco años. Crees
que eres más vieja porque te metimos recuerdos de infancia en el sistema. Mentalmente y
físicamente tienes dieciocho años, pero tu sistema tiene cinco.

Ni siquiera se sorprendió.

—¿De qué son los sueños?


—De... —Alice miró el cuchillo y no pudo evitar seguir hablando—. De una chica. Es
como... su vida. Es raro. Es como si yo la viviera.

—¿Qué partes de su vida?

—No lo sé, es como si viera episodios salteados. Alguna vez está feliz, otras veces grita...

—¿Cómo es la chica?

—Nunca la he visto. Sueño como si fuera ella.

Su padre miró de reojo a Tristan, que no dejaba de teclear.

—¿Cómo se llama la chica?

Alice dudó un momento.

—Alice, cállate —dijo Max bruscamente.

Ella volvió a dudar, el tiempo suficiente como para que el capitán bajara el cuchillo.
Alice apretó los puños, intentando ponerse de pie, cuando le dio un golpe seco en el
estómago a Max, que lo soportó de manera sorprendentemente buena. Sin embargo, el
segundo fue en la cara, mucho más fuerte que el que le había dado a ella. Alice contuvo
la respiración cuando vio un hilo de sangre bajar por la ceja de Max.

—¡Para!
—Alice, responde.

—Alice, no lo hagas —Max la miró fijamente.

—Pero...

—¡He dicho que no...! —volvió a soltar un gruñido de dolor de dolor cuando el capitán le
dio otro golpe, esta vez en las costillas.

Ella notó que la adrenalina empezaba a hacerla temblar mientras todos a su


alrededor le gritaban qué hacer.

Se sentó de nuevo con la mandíbula apretada y con un nudo en el estómago mientras


escuchaba a Max gruñendo de nuevo por un nuevo golpe. Agachó la cabeza, con los ojos
cerrados con fuerza.

—Capitán —su padre no dejó de mirarla mientras se dirigía a él—, ¿por qué no lo
intenta con algo más fuerte esta vez? Parece que Alice no disfruta del espectáculo.

El capitán sonrió y, esta vez, dejó la porra a un lado para volver a sacar el cuchillo. Alice
abrió la boca, pero no lo suficientemente rápido como para evitar un corte justo bajo el
pectoral.

Era insoportable.

—Alice —su padre la miró fijamente.


—¡Ni se te ocurra decirlo! —gruñó Max.

—Dilo.

—¡Alice, ya me has oído!

—Alice. Dilo.

Ella agachó la cabeza, con la respiración agitada, y abrió los ojos.

—Yo no...

—Alice —su padre la miró—. Si no haces que Max me sea útil, el próximo paso no
será un corte.

—Alice —Max negó con la cabeza.

Pero ella no pudo evitarlo.

—Alicia —dijo súbitamente—. Se llama... Alicia.

Ella levantó la cabeza y miró a su padre, que se había quedado mirándola con una
expresión extraña que no supo descifrar. Después, se recompuso y volvió a mirar a
Tristan, que se había quedado quieto durante un segundo.

—¿Alicia? —repitió su padre.


—Sí, se llama así —ella miró al capitán—. Aparta eso de él.

El capitán obedeció, pero no se alejó de él. Max estaba tan agotado que ni siquiera
le dijo nada, solo la miró con cara de decepción.

—¿Y qué...? —su padre se había quedado en blanco un segundo—. ¿Cuál es el último
recuerdo que tiene Alicia?

—¿Último recuerdo? —preguntó ella—. ¿Son recuerdos?

Su padre se recompuso enseguida al darse cuenta de lo que había dicho.

—Aquí yo hago las preguntas.

—Son recuerdos —murmuró ella—. Claro que lo son. ¿Cómo no lo he pensado antes?

—Alice.

—Pero, ¿por qué los veo yo? ¿Que tengo que ver con esa chica?

—Alice, escúchame.

—¿Qué relación tenemos? —preguntó, mirándolo.

—He dicho que me escuches —dijo su padre bruscamente.


—Si son recuerdos... estoy viendo su vida entera. Pero, ¿por qué?

—¡Alice!

—Tiene que haber algo que nos conecte... —pensó en voz alta, antes de repasar a
toda velocidad todos y cada uno de los recuerdos que había visto.

—No hay nada que os conecte, déjalo.

—¿Y por qué quieres saberlo? ¿Tú la...?

Alice se quedó mirándolo. Él se había alterado claramente. Entonces, sin saber cómo ni
por qué, lo supo con tanta claridad como si se lo hubiera dicho él mismo.

—Tú la conocías —dijo en voz baja.

Su padre la miró fijamente.

—¿Qué?

—Cuando nos creáis usáis bases humanas. La utilizaste a ella para crearme a mí. Por
eso sueño con ella. Son sus recuerdos. Todavía los conservo, aunque sea
inconscientemente.
—Alice, ya es suficiente.

—Por eso lo he visto todo este tiempo. De alguna vez, es como si yo lo hubiera vivido.
Pero, ¿por qué queréis saber de qué tratan? ¿Qué tienen de importante los recuerdos de
una chica muerta?

—¡Silencio! —John parecía furioso.

—¡No! —le respondió ella, igual de enfadada—. ¡Tengo que saberlo! ¡Hay algún
motivo por el cual tú has reaccionado así cuando te he dicho su nombre!

—He dicho que es suficiente, no me obligues a usar la...

Ella levantó la cabeza de golpe, interrumpiéndolo.

—¡Es eso! —ella lo miró, con el corazón acelerado—. ¡Claro que la conocías!
¡Era tu hija!

Se hizo tal silencio en la habitación que ella sintió que, de haber caído una aguja al suelo,
lo habría oído perfectamente.

John había pasado de furia a quedarse pálido, mirándola fijamente. Alice sintió que su
corazón se aceleraba aún más. Era eso. Lo había descubierto. Después de tanto tiempo,
por fin empezaba a tener sentido todo. Los sueños. Su padre. Su interés en los sueños.
Quién era la chica. Por qué eran exactamente iguales. Por qué John la había estado
buscando tan exhaustivamente...

—Era tu hija —lo miró con el ceño fruncido—. Murió. Y trataste de volver a crearla. Por
eso los demás no conservan los recuerdos completos de sus antiguos cuerpos y yo sí lo
hago. Los conservaste porque querías que... querías que yo fuera ella.
John no dijo nada, pero no dejó de mirarla. Tristan había dejado de teclear y los miraba.

—Por eso me salvaste el día de la masacre. Por eso era la única que podía ver los
recuerdos de manera tan clara. Los demás solo podían ver lo que quedaba de ellos. Yo
los tenía a mi entera disposición.

Su padre por fin pareció reaccionar, y empezó a negar con la cabeza.

—Ahora que lo sabes, ¿cambia algo?

—Soy más humana de lo que creía —replicó ella.

—Sigues siendo una maldita máquina. Una de última generación, pero una máquina.

—¿Por qué murió? —preguntó ella—. ¿Tuviste algo que ver?

John apretó la mandíbula con fuerza.

—¿Por qué? —insistió ella.

Finalmente, él se puso de pie.

—Mandadlos de nuevo a su celda.

***

Max estaba poniendo mala cara mientras ella se las arreglaba como podía con las
vendas y medicamentos que les habían dado. Al menos, querían mantenerlos con vida.
Era una buena señal.
—Tengo que llevarte a la ducha.

—¿Ahora eres una experta? —preguntó él de mal humor, siguiéndola.

Alice puso el agua tibia y agarró el jabón que les habían dado. Max gruñó palabrotas
mientras ella le quitaba la sangre con el jabón y apretaba las heridas, que al menos
habían dejado de sangrar. Después, agarró el ungüento y empezó a aplicarlo. Max dejó
de quejarse para limitarse a apretar la mandíbula.

Cinco minutos más tarde, Max estaba sentado en su cama con mala cara mientras
se miraba el vendaje que Alice le había puesto.

—Esto está sorprendentemente bien.

—Tuve que ayudar más de una vez a Tina —replicó ella—. Porque alguien me castigó.

—De todas formas, no deberías haber dicho nada.

—¿Por qué no? Ahora sé la verdad.

—¿Y qué te hace pensar que eso es bueno?

Alice lo miró, confusa.


—¿Por qué debería ser malo?

—La única razón por la que no te había frito el cerebro todavía es porque necesitan cierta
información para acceder a los recuerdos. Ahora ya la tiene. Ya no te necesita consciente.

***

Alice estaba mirando el techo desde la camilla, mientras tres científicos hablaban entre
ellos de cosas que no entendía y apretaban botones de máquinas que no conocía. Tiró de
las correas solo para hacer algo. Su padre la miraba desde un rincón.

—¿Está listo? —preguntó a Tristan sin dejar de mirarla.

—Faltan los últimos, señor.

—Bien. Provócalos.

Alice lo miró.

—¿Qué?

—Van a provocarte tus últimos sueños —replicó él, impasible—. Para poder extraer
los recuerdos de una vez por todas.

—¿Qué? —repitió—. No puedes hacer eso. Tú mismo me los implantaste.


—Fue un mal experimento.

—No puedes...

—Todo listo —la interrumpió Tristan.

—Bien. Hazlo

—¡No, no...!

Pero Alice no pudo evitar que le pusieran la mascarilla en la cara, y quedarse dormida al
instante.

***

No sabía cuánto llevaba ahí. Su medida de tiempo era tocarse el pelo. Iba creciendo con
las semanas. Ahora, empezaba crecer como lo habían solido llevar los chicos de su
clase... cuando todavía iba a clase. Ella apretó los labios cuando una mujer se puso a
gritarle en un idioma que seguía sin entender, así que agarró con más fuerza la cesta y
salió de la enorme casa.

El señor de la casa estaba fuera. Habían traído una nueva horda de refugiados. Así
llamaban a los que encontraban por el bosque, ajenos a las casas de señores y al
ejército. Normalmente, los mataban a todos menos a los pocos que podían servir, como
ellos.

Alicia miró al pequeño grupo, encerrado en la enorme jaula con paredes de cristal, y vio
que el señor negaba con la cabeza a un hombre mayor, al que dos guardias se
apresuraron a llevarse mientras él gritaba.

Alicia ya no sentía pena por nadie.


Pero, cuando fue a darse la vuelta, vio de reojo un pelo que le sonaba. Un pelo castaño
rizado. Se detuvo en seco y la insultaron de nuevo. Pero ella dejó de respirar por
completo. Dejó de vivir por un momento.

Su madre estaba...

...que...

...hazlo, tienes que...

...ti...

***

Alice fue vagamente consciente de su alrededor un momento, medio dormida. Su


sueño se había interrumpido. Vio que John fruncía el ceño a una pantalla.

—Algo está bloqueando el recuerdo —masculló Tristan.

—Pasa al siguiente. Es importante.

—Pero quizá este contenga información importante.

—Quiero el último —replicó él bruscamente—. ¿No puedes ir directamente a ese?

—No. No podemos alterar la memoria. Tenemos que seguir el patrón marcado.


—Entonces, pasa al siguiente.

—Sí, señ...

Alice volvía a estar dormida.

***

—...tienes que hacerlo, Alicia...

—No puedo, mamá —dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas.

—Mañana nos matarán —le dijo ella firmemente—. No quiero que te quedes. Ni que lo
veas. Tienes que irte. Tienes que encontrarlo.

—Pero...

—No era una petición, Alicia.

—Mamá, no quiero que mueras —Alicia apoyó la mano en el cristal, intentando


atravesarlo para llegar a la de su madre. Las lágrimas empezaron a caer.

—No hay elección —ella la miró unos segundos, tragando saliva—. Alicia, tienes que ser
fuerte. Por las dos.

—No puedo...
—Claro que puedes.

—No, no puedo. No soy como tú —ella empezó a lloriquear.

—Mírame —su madre golpeó el cristal—. Esto no es un juego. Aunque llores, yo no


podré ayudarte. No se trata que quererlo, sino de serlo. Tienes que serlo,
¿me has oído?

Alicia apoyó la frente en el cristal, llorando.

—Mamá, tengo miedo.

La mirada de su madre se suavizó justo antes de apoyar su mano contra la de su hija,


con el frío cristal de por medio.

—Lo sé, cielo...

—No quiero que me dejes sola...

—Alicia...

—...

...está en...

...tienes qué...

...él...

***
—Necesito que recuperes el siguiente —le urgió John a Tristan—. Y el último. Son
los más importantes.

—Hay tres más señor.

—¡Pues sácalos de una maldita vez!

***

Alicia llevaba caminando demasiado tiempo. Estaba agotada. Se detuvo delante de la


casa que le habían indicado. Estaba en el centro del bosque, junto al lago helado. Soltó
un halo de aire frío y sacó las manos de los bolsillos para llamar a la puerta con los
nudillos. Ésta crujió con el impacto. Ni siquiera parecía ocupada. Quizá se había
equivocado y estaba abandonada.

Pero, entonces, una cabeza rubia se asomó y la miró fijamente.

—¿Alicia? —preguntó la chica, mirándola fijamente.

Ella frunció el ceño, sin reconocerla por un momento.

Entonces, la recordó. Charlotte. La chica que la había estado acosando tanto tiempo
en la escuela. Ahora estaba delante de ella, con un abrigo grande y con muchos kilos
menos. Y pareciendo mucho más mayor.

—¿Charlotte? —preguntó ella—. Mi... mi madre me dijo que viniera.


—Lo sabemos —otra mujer desconocida se asomó—. Te hemos estado
esperando.

—No sabíamos que ibas a ser tú quien viniera a buscarlo —dijo Charlotte,
mirando su pelo.

—¿Dónde está?

—Pasa.

Las dos la condujeron por un salón repleto de gente. Alicia miró a toda la gente agrupada
a su alrededor, junto a las chimeneas, mirándola con mala cara.

Finalmente, subieron las escaleras y se detuvieron delante de una de las muchas


puertas. Charlotte la abrió, revelando una habitación donde había una sola persona
dentro. Ésta las miró con curiosidad y gateó hacia ellas.

—El parto fue casi desastroso —le dijo Charlotte, mientras Alicia avanzaba—. Por
suerte, los dos vivieron.

Alicia respiró hondo y se agachó para recoger al infante.

—Hola, hermanito —lo agarró en brazos y le pasó una mano por el pelo rizado y
castaño, igual que su madre. Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Encantada de
conocerte por fin, Jake.

***

—¿Puedes recuperar el siguiente? —preguntó John bruscamente.


—Todavía hay dos, señ...

***

—¿Crees que alguien nos buscará aquí? —le preguntó Charlotte, viendo que Jake
jugueteaba con un palo que había encontrado por el camino.

Alicia se ajustó la escopeta en la espalda. Era su especialidad. Igual que todas las
armas. Se agachó junto al agua y siguió frotando la camiseta en círculos, tal y como le
había enseñado su madre.

—Todavía no lo han hecho, ¿no es así?

—Tu tranquilidad me pone de los nervios —Charlotte miró a Jake—. Vigílalo tú, voy a
por algo de comer antes de que se haga de noche.

Pero se hizo de noche enseguida. Por suerte, Charlotte consiguió volver con unas
cuantas ardillas muertas. Hicieron un pequeño fuego y las asaron. Alicia utilizó la
comida de bebé que había encontrado en una de las casas para el pequeño Jake, que era
demasiado joven para comer lo mismo que ellas. De hecho, le estaban creciendo los
dientes todavía. No dejaba de morder todo lo que encontraba.

Un rato más tarde, Alicia estaba afilando su cuchillo con una piedra mientras
escuchaba que Charlotte cantaba una nana a su hermano. No tardó en acercarse a ella
y sentarse a su lado.

—Ya se ha dormido.

Alicia se inclinó hacia ella, como cada noche, y unió sus labios. Charlotte cerró los ojos
y le devolvió el beso, abrazándola. Alicia fue la primera que se puso de
pie para ir al saco de dormir. Ambas se metieron en el mismo sin dejar de
besarse. Charlotte tenía los labios secos, pero agradable besar a alguien.

Se quitaron la ropa la una a la otra lentamente. Alicia tenía la piel de gallina. Tenía frío
y calor a la vez. No podía despegarse de ella. No podía dejar de recorrer su cuerpo con
sus manos. Charlotte se quitó, finalmente, la última pieza de ropa y se pudieron unir sin
obstáculos.

—Te quiero —murmuró Charlotte.

Alicia sonrió.

—Yo también te qui...

***

—No te he pedido ese sueño, Tristan.

—Ya viene el último señor. El suero pronto dejará de hacer efecto.

—¿Por qué se ven cortados?

—Porque ella los está cortando —dijo Tristan, señalando a Alice—. Aunque creo que es
inconscientemente, hace que no los podamos ver enteros... y además se mezclan algunas
palabras sueltas.

—Como sea. El siguiente.


Alice vio una mirada de su padre en su dirección antes de volver a quedarse dormida.

***

...unas horas caminando cuando se dio cuenta de que algo no iba bien. Se habían
detenido para comer algo. Jake estaba persiguiendo a un bicho detrás de un árbol.
Ahora ya sabía caminar. Charlotte estaba de pie a unos metros, mirando a su alrededor.

—¿Qué pasa? —preguntó al ver la expresión de Alicia.

—Nada —dijo ella enseguida—. Imaginaciones mías.

—Esta tarde podríamos ir junto al lago. Jake empieza a necesitarlo. Y tú


también.

—¿Ahora me dices que apesto? —preguntó Alicia, divertida.

—Tienes que admitirlo. Apestas.

Alicia se aseguró de Jake estaba lo suficientemente lejos para no oírla.

—Pues ya te lo recordaré esta noche.

—Oh, vamos —Charlotte puso los ojos en blanco—. No lo decía en serio.

—Pues yo sí.
—¡Pero es que es verdad, apestas! —ella empezó a reírse a carcajadas,
tapándose la nariz.

—Vaya, muchas gra...

Notó el dolor antes de oír el disparo.

Alicia sintió que algo la empujaba bruscamente hacia atrás y se quedó tumbada en el
suelo, respirando con dificultad. Giró la cabeza lo suficiente para ver una mancha roja
en su estómago, haciéndose cada vez más ancha. Empezó a notar que se mareaba
cuando vio que Charlotte retrocedía con los ojos abiertos de par en par.

—¡Hay otra! —gritó un hombre a lo lejos.

Alicia consiguió darse la vuelta para quedar boca abajo e intentar arrastrarse hacia
Jake, que seguía en los arbustos. Cuatro hombres armados se acercaban a ellos desde
lo lejos, y la habían acertado de lleno en el estómago.

—Charlotte —murmuró, desesperada.

Su corazón se detuvo cuando vio que Charlotte estaba retrocediendo, mirándola.

—¿Q-qué...?

Charlotte parecía aterrada mientras miraba a los hombres y a ella consecutivamente.

—J-Jake... —masculló Alice.

Ella se quedó mirándola, sin dejar de retroceder.


—Lo siento, Alicia —murmuró, antes de empezar a correr en dirección contraria.

Alicia se quedó mirándola unos segundos, mientras notaba que el mundo se detenía
y las voces de los hombres se acercaban.

Pero fue peor cuando se giró y vio a Jake detrás del árbol, mirándola aterrado.

—Escóndete —le gruñó, empezando a notar la dificultad al hablar.

Jake abrió la boca para decir algo, pero ella gruñó una palabrota.

—Escóndete, Jake —le dijo en voz baja.

Jake la miró fijamente, aterrorizado, pero obedeció.

Cuando los hombres estuvieron a su altura, le dieron la vuelta y la revisaron de arriba


a abajo.

—Mierda. Tenías que acertarle la pierna, no el estómago —replicó.

—Se me ha escapado, ¿vale?

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó uno—. Ni siquiera es androide. No nos sirve de
nada. No nos la comprarán en la ciudad.

—La otra salió corriendo. Vayamos a ver.


—Pero, ¿qué hacemos con esta?

Uno la empujó un poco con la punta del pie.

—Que se pudra. La encontrarán los de Ciudad Capital y la usarán para los androides.

—¿Y no nos darán nada por ella?

—No si está muerta. Y no sobrevivirá mucho tiempo.

Dicho esto, la dejaron sola.

Alicia se quedó mirando el cielo, que cada vez parecía más borroso, y casi pudo jurar
que sentía que esos eran sus últimos segundos de vida. Especialmente cuando vio la
cara llena de lágrimas de Jake, que la miraba desde su pequeña altura y la empujaba
por el hombro para que reaccionara, desesperado.

—¡A-i-cia! —gritó, lloriqueando.

Ella no sabía qué decir. Ni siquiera sabía si podía hablar.

Apretó su puño cuando vio que un hombre se detenía a su lado, pero por algún motivo
supo al instante que ese hombre no era como los demás. Iba acompañado de un chico
adolescente que la miraba con el ceño fruncido. El hombre pareció algo sorprendido al
ver a Jake, pero no al verla a ella.
Desgraciadamente, debía estar acostumbrado. Se agachó y le miró la herida.

—¿Está muriendo? —preguntó el adolescente.


—Sí —el hombre la miró—. ¿Quién te ha disparado?

Alicia apretó la mano de Jake y lo acercó a ellos.

—J-Jake —murmuró.

—Nosotros nos ocuparemos de él —aseguró el hombre.

Su tranquilidad era lo único que hacía que ella mantuviera la calma.

—¿Dónde? —preguntó Alicia en voz baja.

—Soy el alcalde de una ciudad. Ciudad Central —le dijo el hombre, mirándola—.
Me llamo Max. Él es Rhett —señaló al adolescente—. Nos encargaremos del
chico. No tienes nada de que preocuparte.

Ella respiró hondo, aliviada. Ni siquiera fue capaz de dar las gracias. Abrió la boca
y solo salió un sonido parecido a un gruñido de dolor. Notó que los ojos empezaban
a cerrarse solos, como si estuviera a punto de dormirse.

—Descansa —él hombre la miró por última vez, cerrándole los ojos con
suavidad—. Pronto se irá el dolor.

Ella miró a su hermano por última vez, antes de dejar de ver. Y,

entonces, calma.

***

Su padre la estaba mirando cuando abrió los ojos. Parecía satisfecho.

—¿Ahora lo entiendes todo, Alice?

Ella no supo qué decir. Tenía las mejillas húmedas. Había estado llorando en sueños.
Todos en la sala la miraban, pero era como si ella estuviera en un universo paralelo.
Todo estaba empezando a cobrar sentido. Y estaba mareada, sentía que la habitación
daba vueltas a su alrededor.
—Mi hija murió, sí —él la miró—. Creía que podría sustituirla por un modelo perfecto.
Así que la estudié a fondo, hice una réplica, pero... decidí perfeccionarla. El pelo rubio
por castaño, los ojos castaños por azules, un poco más delgada... en fin, tonterías de un
perfeccionista nato. Pero eras ella. Para mí lo eras, al menos.

Hizo una pausa.

—Por eso, tenía que ver qué hacías si te relacionabas con humano. Qué parte de ti surgía
con más fuerza; la parte androide o la humana. La humana ganó. En parte, era mi
intención. Eso indicaba que eras mi mejor creación y que podías, incluso, llegar a
sustituirla. Pero no tardé en darme cuenta de que, a pesar de eso, seguías siendo una
máquina.

—¿Por qué mataste a todos los de nuestra zona? —preguntó en voz baja.

—Porque sabían demasiado. Y los androides... eran defectuosos. Hacía tiempo que
trabajaba en modelos mejores. Tenía que librarme de ellos de algún modo. Y ya tenía
una excusa para empezar tu experimento.

—Así que todo ha sido para encontrar a Jake —murmuró ella—. No sabes dónde
está ahora.

—Acabo de verlo en tu recuerdo, querida.

—No está ahí, imbécil —escupió ella—. Nunca lo encontrarás. Y, aunque lo hicieras, no
irá contigo jamás.

—Ya he perdido una hija —replicó él—. No perderé también a un hijo.

—Tú los abandonaste.

—Abandoné a su madre.

—Los abandonaste a todos. Cuando ella estaba embarazada.


—Tenía que centrarme en mis investigaciones —replicó él, a la defensiva.

—¿A tus investigaciones? ¡Mira dónde te han llevado tus investigaciones!

—A crear réplicas perfectas de humanos —él frunció el ceño.

—A no ser ni siquiera humano, y no porque seas un androide, sino porque eres un


monstruo —replicó ella.

—No tengo tiempo para esto. ¿Tristan?

—¿Sí, señor?

—Ya puedes reiniciarla.

Alice se quedó mirándolo.

—¿Reiniciarme?

—Sí, querida. Ya has pasado demasiado tiempo con esta fantasía de ser humana. Es
hora de que vuelvas a ser disciplinada. Y que podamos ponerte algunas mejoras.
Después de todo, sigues siendo mi mejor modelo.

—Pero... —ella estaba empezando a temblar.

—No recordarás nada —sonrió él—. Ni a nadie. Solo sabrás lo que eres y que yo te
creé.

—No puedes hacerlo —empezó a desesperarse.

—¿Tristan?

—Cuando usted me diga, señor —él tenía el dedo encima del botón.

—Puede...
—¡Papá! —chilló Alice, desesperada.

John se detuvo de golpe y la miró.

Alice cerró los ojos. Era su última carta. Apostar por la nostalgia de él. Era todo o nada. Si
eso no funcionaba...

—No me hagas esto, papá —pidió en voz baja, con la voz ahogada.

—Tú no eres mi hija —replicó él frívolamente.

—¿Te acuerdas de cuando volvías a casa del trabajo y te esperaba con nuestro gato en la
entrada con la taza llena de café? —preguntó ella bruscamente, haciendo que la mirara de
nuevo con los labios apretados mientras seguía buscando desesperadamente en sus
recuerdos—. La taza de el mejor papá del mundo. ¿Te acuerdas?

Él no dijo nada. Alice siguió.

—Mamá siempre nos hacía tortitas los sábados para desayunar, y tú siempre me reñías
porque me ponía tanto sirope de chocolate que, en lugar de ser tortitas con chocolate,
eran...

—...chocolate con tortitas —murmuró él.

Alice tragó saliva.

—Eso es —murmuró—. Te quiero, papá. Siempre lo he hecho. Sé que te fuiste porque


tenías un buen motivo. Lo entiendo.

Él agachó la cabeza, parecía estar teniendo un debate interior.

—Pero... no me hagas esto. No quiero olvidar quién soy —ella frunció el ceño—.
Mírame.

Él negó con la cabeza.


—Mírame —repitió, tirando de las correas. John

levantó la cabeza lentamente y la miró.

—¿No me quieres? ¿Es eso?

—Claro que te quiero —murmuró él, en voz baja.

Alice sintió que su pecho se hinchaba de alivio cuando se acercó y le pasó una mano
por el pelo. John tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Siempre te he querido, cielo.

—Lo sé.

—Por eso, tengo que hacer esto.

Alice se quedó mirándolo mientras se alejaba con los hombros caídos hacia la puerta.
Forcejeó bruscamente con las cuerdas.

—¿Qué? ¡No! —empezó a removerse—. ¡No, espera! ¡Por favor! ¡No lo hagas! Él

asintió con al cabeza a Tristan.

—¡No, por favor, espera, no lo hagas, por favor! ¡Sé que puedo...! Pero

habían pulsado el botón.

Se quedó tumbada, mirando el techo.

Respiró hondo.

Cuando levantó la cabeza, se sentía algo mareada. Intentó moverse, pero tenía correas en
las manos y los tobillos. Frunció el ceño sin entenderlo.

Entonces, un hombre se acercó a ella, iba bien vestido. Lo reconoció al instante.


—Hola, padre John —saludó con voz monótona. Su

padre sonrió.

—Bienvenida de nuevo, 43.


CAPÍTULO 13
43 miró a su alrededor mientras le quitaban las correas. Le ardían las muñecas. Su padre la
ayudó a ponerse de pie y ella se encargó de quitarse las arrugas del vestido con las palmas
de las manos, mirando a su alrededor con curiosidad.

—¿Seguro que no volverá en sí? —preguntó su padre a uno de los científicos, ambos
mirándola.

—Seguro, señor.

—¿Y la memoria?

El científico levantó un objeto minúsculo y se lo dio a su padre, que se quedó mirándolo


con el ceño fruncido.

—¿Y si quisiera volverla a poner? ¿Es posible?

—Sí, aunque es algo complicado —el científico lo miró con algo de temor—.
Cuanto más tiempo pase, más ajenos serán los recuerdos y menos probable será que
vuelva a aceptarlos.

—¿Y cuánto tiempo hay que dejar pasar para que sea seguro que no puede
recuperarlos?

—Varía mucho... semanas, meses... no creo que llegue a un año, pero es difícil calcularlo
en un prototipo de última generación.

—Bien —su padre se metió el objeto minúsculo en el bolsillo delantero de la


chaqueta—. ¿Necesitas algo con ella?

—Bueno, una comprobación no iría mal —el científico se acercó a ella—.


Preséntate.

43 sonrió.
—Mi nombre es 43. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que
necesite saber.

—Voy a querer hacer algunas modificaciones a esa presentación —dijo su padre,


antes de hacerle un gesto para que se pusiera de pie.

43 lo hizo enseguida. No entendió por qué no llevaba puesta su ropa


reglamentaria, pero no podía quejarse a su padre.

—Quiero que vengas conmigo a ver a un amigo —replicó su padre, ofreciéndole la


mano.

Ella la aceptó, siendo guiada por el lugar, que era extrañamente blanco y amplio. Parecía
agradable. Parpadeó, sorprendida, cuando la guió por unas escaleras.
Su padre sorteó unas cuantas personas con pistolas y no se detuvo hasta que llegaron a un
pasillo con varias puertas. Abrió una de estas y la mantuvo abierta para ella, que se
introdujo en ella. Escuchó que la puerta se cerraba.

Se trataba de una habitación sencilla con una puerta y dos camas. En una de ellas
había un hombre con barba, sin camiseta y con un vendaje puesto rodeándole el
pecho. Lo observó con curiosidad cuando él se puso de pie, mirándola con la
expresión seria.

—¿Qué te han hecho? —preguntó él, mirándola de arriba a abajo—. He oído gritos.

Ella sonrió.

—Hola. Encantada de conocerle. El

hombre se quedó mirándola.

—¿Qué?
—Mi nombre es 43. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que
necesite saber. El padre John me ha dicho que es un amigo suyo, así que sepa que
tendré especial prioridad en usted.

El hombre seguía mirándola en silencio.

—¿Puedo preguntar cómo se llama? —ella no dejó de sonreír.

—Max —dijo, en voz baja.

—Max —repitió 43—. Es un placer conocerle.

Él seguía sin decir nada. Simplemente apretó los labios. Ella advirtió cierta tristeza
en su mirada.

—Te dije que no les dijeras nada —dijo en voz baja él.

—¿Disculpe?

—Te dije que no les dijeras nada de tus sueños —repitió.

—Lo siento, pero no sé de qué me habla.

—No necesito nada —replicó él, negando con la cabeza.

—Oh, bien —43 entrelazó sus dedos—. Entonces, llámeme cuando me necesite, Max.
Estaré a su disposición.

Notó su mirada sobre ella mientras se dirigía a la puerta.

***

—Muy bien. Di tu información.

—Número de serie: 43. Modelo: 4300067XG. Creación finalizada por el padre John Yadir
el 17 de noviembre de 2025, a las 03:01 de la mañana. Recuerdos
artificiales implantados por vía modular. Zona: Ciudad Capital. Sin uso formal. Función:
sin especificar. Reprogramación finalizada.

—¿Cuánto hace que fuiste reprogramada? —preguntó el padre Tristan, aburrido.

—Tres días, padre.

—¿Nombre adquirido?

—¿Disculpe?

—Se te ha olvidado el nombre adquirido —replicó él.

—No tengo nombre adquirido, padre. Solo el de serie.

—¿El nombre de Alice te dice algo?

43 parpadeó al oír el nombre, pero no reaccionó.

—No, padre.

Él la miró en silencio unos segundos, antes de seguir.

—¿Has experimentado algún tipo de incomodidad?

—No, padre.

—¿Algún problema con el programa?

—No, padre. Todo funciona bien.


—¿Has soñado alguna vez?

—Padre, debo recordarle que los androides no tienen la capacidad cognitiva de soñar, y
por lo tanto...

—Ya, ya —él hizo un gesto con la mano—. Entonces, ¿no has tenido nada parecido a un
sueño? ¿O algún recuerdo?

—Puedo acceder a mis recuerdos implantados si lo desea.

—No será necesario. Vamos a repasar tu presentación. Dila.

—Mi nombre es 43. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que
necesite saber.

—Vamos a cambiarlo. Lee este.

—Mi nombre es 43. Es un placer conocerlo. Estoy a disposición si requiere mis servicios.
¿En qué puedo ayudarle?

—Mhm... no —él negó con la cabeza—. Vamos a quedarnos con el anterior.

Alguien llamó a la puerta y asomó la cabeza. Era el capitán Clark.

—Me han dicho que tengo que vigilarla —replicó, mirándola—. Hasta que venga el
alcalde.
—De hecho, primero tenemos que hablar en su despacho —el padre Tristan se puso de
pie—. Que no se mueva de aquí, ¿entendido?

—Sí, señor —dijo el capitán mientras lo veía marchar. Cuando hubo cerrado la puerta a su
espalda, cambió su expresión—. Imbécil.

43 lo miró mientras se acercaba y se sentaba en la silla que acababan de dejar libre. Miró
los papeles con curiosidad y luego la miró a ella con más curiosidad todavía.

—Han hecho un buen trabajo —replicó—. No pareces la misma.

—Lo siento, pero no sé de qué me habla, capitán —dijo ella, impasible.

—Argh, odio las respuestas automáticas que os dan. Es como si estuviera


hablándole a una pared.

—Si no le gusta algún detalle de mi programación, debería consultarlo con mi


programador jefe, el padre Tristan.

—Me da igual tu programación —puso mala cara—. Casi me gustabas más cuando
tenía motivos para golpearte.

Los dos se quedaron en silencio por casi diez minutos, mientras 43 se dedicaba a mirar
fijamente a la mesa, como le habían indicado que hiciera. El capitán no tardó en emitir
un sonido extraño por la boca, uno agudo. 43 lo miró con curiosidad.
—Disculpe, ¿qué es eso?

El capitán la miró, sorprendido. No estaba programada para hablar sin que antes le
hicieran una pregunta. Por algún motivo, los dos decidieron pasarlo por alto.

—¿El qué?

—El sonido.

—Se llama silbar.

—¿Y qué... qué silbaba?

—Una canción.

43 se quedó mirándola, con un sentimiento extraño que no había identificado todavía.

—¿Música?

—¿Y tú cómo sabes lo que es la música? —preguntó el capitán, frunciendo el ceño.

—No lo sé —admitió en voz baja.

—No, ¿cómo lo sabes? Se supone que no deberías —se acercó, cauteloso—.


¿Es un error de programación?
—¿Qué? —43 se tapó la boca. Otra respuesta no programada.

El capitán se quedó mirándola y sacó las esposas, pero justo en ese momento llamaron
a la puerta. 43 se calmó visiblemente cuando él bajó las esposas de nuevo para
dirigirse a ella, recuperando la compostura.

Sin embargo, no supo cómo reaccionar cuando, al abrirla, algo oscuro golpeó al capitán
directamente en la cabeza, dejándolo tirado en el suelo. Nada más caer, un chico se puso
de pie a su lado, giró el arma que había usado para golpearlo y le disparó directamente en
la cabeza.

43 no sé movió. No la habían programado para reaccionar de alguna manera en un caso


así. No sabía qué hacer.

El chico miró a su alrededor. Le daba la espalda. Cuando por fin la vio a ella, no supo
qué pensar de su reacción. Solo podía centrarse en la cicatriz enorme que tenía en la
cara. ¿Cómo se la habría hecho?

—Alice... —dijo él en voz baja.

¿Quién era Alice?

El chico se acercó a ella rápidamente, a lo que 43 se puso de pie a la misma


velocidad, retrocediendo hasta que chocó con la cama. Él seguía llevando el arma.
Se quedó mirándola, aterrada.

—¿Qué haces? —preguntó él con una sonrisa—. ¡Hemos venido a por ti!

No se atrevió a decir nada. Cuando él levantó una mano para acercarla a ella, se volvió a
echar hacia atrás, chocando de nuevo con la cama. Esta vez, el chico dejó de parecer
confuso para parecer preocupado.
—¿Qué te pasa? Tenemos que irnos de aquí, Alice. ¿Tienes idea de a cuantos guardias he
tenido que quitar de mi camino para poder llegar?

—Lo siento, pero no sé de qué me habla —dijo ella lentamente.

El chico la miró fijamente unos segundos, sin decir una sola palabra.

—¿Qué...?

—Mi nombre es 43 —dijo, esta vez más segura—. Estoy a su disposición para
cualquier tipo de información que necesite.

—¿Qué has dicho? —preguntó en voz baja.

—Mi nombre es 43. Estoy a su...

—¿43? —repitió, esta vez acercándose a ella y agarrándola por los hombros. Tenía
las manos enfundadas en guantes de cuero. Se sorprendió con el acercamiento
repentino.

Se comportaba de forma muy extraña.

—¿Qué te pasa? —repitió, mirándola de arriba a abajo—. ¿Por qué llevas eso puesto?
—Es mi ropa reglamentaria —replicó ella, confusa.

El chico volvió a mirarla por unos segundos que se le hicieron eternos. No supo cómo
interpretar su expresión. Parecía estar pensando a toda velocidad.
Finalmente, frunció el ceño, acercándose más a ella.

—¿Sabes quién soy?

43 lo miró durante unos segundos, repasando en su base de datos, pero no había nada
relacionado con un chico de unos veinticinco años con una cicatriz en la cara. Aún así, le
resultaba familiar. Quizá era un amigo de su padre. Pero no sabía su nombre.

—¿Un invitado del padre John? —sugirió ella, confusa.

El chico apretó los labios durante un momento, para después agachar la cabeza. 43 no
supo muy bien qué hacer. No sabía en qué situación se encontraba exactamente, ni qué le
pasaba a ese chico. Ni siquiera sabía si estaba autorizada a tratar de animarlo.

—¿Cómo se llama? —preguntó, finalmente, rompiendo el silencio.

El chico la soltó, dando un paso hacia atrás, pero al levantar la cabeza no la miró,
sino que clavó la mirada en cualquier otra parte.

—Rhett —dijo, lentamente—. Me llamo Rhett.

43 sonrió. El nombre le resultaba familiar. Quizá sí era un amigo de su padre,


después de todo.

—¿Qué significa tu nombre?


Rhett pareció quedarse congelado, antes de mirarla de nuevo.

—¿Qué?

—¿Qué significa?

Tenía la sensación de que alguna vez había pasado por una situación así, pero no sabía
dónde ni cuándo, porque normalmente no solía interesarse en los nombres de los demás.
Sin embargo, la pregunta había salido sin que pudiera evitarla.

—En... en la película favorita de mi madre... —empezó él, pasándose una mano por la
frente.

—...el protagonista se llamaba así —murmuró ella.

Se quedaron mirando el uno al otro durante unos segundos, Rhett pareció más confuso
que antes. Dudó unos segundos, antes de agarrarla del brazo bruscamente.

—Tenemos que irnos —dijo en voz baja—. Arreglaremos... lo que sea que te hayan
hecho. Pero aquí no.

—¿Qué hay que arreglar? —preguntó ella, dejándose llevar.

—¿Puedo darte un arma? —la miró, confuso.


—Tenemos el uso de armas prohibido —ella se detuvo de golpe—. Son
peligrosas, Rhett, no deberías llevarlas.

—Sé usarlas. Vámonos.

Pero 43 no se movió.

—Lo siento, pero sin autorización directa de mi padre no puedo moverme de esta
sala.

—¡Joder, Alice! ¿No ves que van a matarnos?

—Sigues empeñándote en llamarme Alice, pero mi nombre es 43 —dijo ella,


frunciendo el ceño.

—¡Vamos!

—No.

Él respiró hondo y se acercó a ella, agarrándola por ambas mejillas con las manos.

—Mírame —dijo en voz. baja—. Sabes quién soy. Y sabes quién eres. No sé qué te
han hecho, pero necesito que vuelvas ahora mismo. Porque no sé qué pasará si nos
ven aquí.
—No puedo marcharme, lo sien...

—¡Alice! —insistió—. ¡Tenemos que irnos! ¡No es una maldita petición, es una orden!

Ella frunció el ceño. Había algo en la forma en que lo decía que le resultaba familiar, pero
seguía sin poder desobedecer a su padre. Y mucho menos por irse con un chico armado.

—No puedo irme —repitió.

—Vamos, Alice —esta vez sonó diferente. Menos serio. Más... ¿desesperado?—
. No me hagas esto. Sé que sabes quién soy. No puedes haberte olvidado.

—Lo siento, pero...

—Por favor —insistió, inclinándose—. No puedes ser la única maldita persona en el


mundo que me aguanta y la primera que se olvida de mí. Vuelve conmigo.

43 empezó a sentirse abrumada. Le daba la sensación de que se le escapaba algo


importante y no era capaz de recuperarlo. Le dolía la cabeza y solo quería que ese chico se
fuera y dejara de confundirla.

—Alice —insistió, buscando su mirada—. Mírame.

—Vete —esta vez ella prescindió de la formalidad anterior.

—No me iré de aquí sin ti.


—No sé por qué crees que quiero irme, esta es mi casa.

—No. Esta no es tu casa —insistió—. Tu casa está conmigo. Con Jake. Con Trisha.
Y con Kilian, Tina, Max...

—No sé qui...

—Sí que sabes quienes somos. Acuérdate. Sé que te acuerdas. Alice, mírame...

—Vete —insistió, intentando apartarse.

Con el nombre del chico ya le había empezado a doler la cabeza, pero con el del tal Jake,
le daba la sensación de que iba a explotar. Cerró los ojos. Era insoportable. Y el chico
seguía insistiendo. Intentó empujarlo, pero la tenía agarrada por los hombros. No le
estaba haciendo daño, pero dudaba que fuera a soltarla. Y ella solo quería apartarse de él
y de la sensación tan extraña que le estaba dando.

—Me iré contigo —repitió Rhett—. Aunque tenga que arrastrarte fuera del
edificio.

—No... puedo... irme...

Justo en ese momento, 43 vio por el rabillo del ojo que dos figuras entraban
precipitadamente en la sala. Se sintió todavía más mareada cuando vio que un niño
más joven que ella, con el pelo castaño rizado, se acercaba con una gran sonrisa, pero
se detenía de golpe al ver la cara de Rhett.

—¿Qué pasa? —preguntó, con voz temblorosa.

Rhett soltó a Alice y miró al hombre, que ella recordó como Max.
—¿Qué le han hecho? —preguntó, furioso.

—No estoy seguro, Rhett. Solo sé que le han borrado parte de la memoria — replicó
el hombre, calmado.

—¿Qué...? ¡Tenías que impedirlo!

—Cálmate. Sabes que yo no podía hacer nada.

—¡A ella le han borrado la puta memoria y a ti no te han hecho nada! —gritó.

—No te lo voy a repetir. Cálmate.

—¡No voy a calmarme! ¡Eras la única persona que podía haber impedido esto!
¡Y te has limitado a estar en una maldita celda mientras a ella le borraban la memoria!

—Creo que no eres el más indicado para hablar de esto —advirtió Max en voz baja.

—¿Por qué no? ¿Por tu hija? ¿Crees que la dejé morir? —preguntó Rhett,
acercándose a él, furioso.
—¿No es lo que crees tú que he hecho con Alice? Al menos, a ella no la han matado por
mi culpa.

—¿Vas a estar sacando el tema hasta que me muera? ¿Por qué no me dices de una vez
que murió bajo mi responsabilidad y te quitas el peso de encima?

—Cuidado con lo que dices.

—¿Con qué? ¿Con que murió? —Max hizo un gesto de decir algo, pero Rhett siguió
hablando—. Mira, he tenido mucha paciencia con eso durante estos años, pero se acabó.
Murió, sí. Pero no había nada que yo pudiera hacer. Ni siquiera la vi morir. Estaban
ocupados conmigo en la otra parte del campamento. Lo siento, ¿vale? No sé cuántas
veces tengo que disculparme para que entiendas que yo tampoco voy a poder olvidarme
nunca.

Max pareció estar a punto de decir algo, pero se contuvo. Rhett se separó de él, todavía
enfadado, pero con los nervios más controlados.

—Sé lo que dirás, y no me iré sin ella.

—Si le han borrado la memoria, no hay nada que podamos hacer —replicó Max—.
Al menos, por ahora.

—No lo haré.

—Volveremos cuando Tina encuentre una solución.

—¿Y si no la encuentra? No me iré.

—¿Crees que servirá de algo morir aquí?


—De lo mismo que huir ahora mismo.

—¿Por qué no puede venir Alice? —el niño la miró con expresión asustada, antes
de dirigirse a Max—. ¿Qué pasa?

Rhett y Max se miraron el uno al otro durante unos segundos. Max, finalmente, puso los
ojos en blanco.

—Haz lo que puedas —dijo, negando con la cabeza.

Rhett se acercó a 43, que no reaccionó a tiempo para evitar que la agarrara de las rodillas
y la cargara bruscamente sobre su hombro. Se quedó mirando el suelo, cabeza abajo,
confusa. ¿Qué se suponía que tenía que hacer en una situación así?

—Vamos —dijo Rhett, sujetándola con fuerza y empezando a andar.

—Deberías bajarme —dijo 43, notando que la sangre empezaba a acumularse en su


cabeza—. O mi padre se enfadará.

—No si le meto una bala en la...

—Rhett —advirtió Max.

El niño iba caminando rápidamente detrás de ellos. 43 se quedó mirándolo. Él


también le resultaba familiar. Pero no creía que lo hubiera conocido antes. No
entendía nada. Pareció triste mientras bajaban las escaleras.
—¿Y Trisha? —preguntó Rhett, cruzando la puerta del segundo piso, mientras seguían
bajando escaleras.

—Se ha ocupado de la planta baja con el salvaje de Jake.

Jake.

—El salvaje tiene nombre —replicó el niño, malhumorado.

Jake.

Ese nombre...

—¿A quién le importa su nombre? —preguntó Max, deteniéndose por una puerta cerrada.
Sacó un manojo de llaves gigante y empezó a probarlas con el ceño fruncido—. Mierda.
No deberíamos perder tiempo en esto.

Había escuchado ese nombre antes. Lo había escuchado. Y mucho. Ese


nombre...

—Sois malas personas —murmuró el niño de mal humor.

—Jake, cállate —dijo Rhett, cansado.

—¿Jake? —preguntó 43 en voz baja.

El niño levantó la cabeza de golpe y la miró, atónito. Y,

entonces, ella supo lo que tenía que hacer.


—Aparta —Rhett sacó algo de su cinturón. 43 vio que era una pistola por el rabillo del
ojo y empezó a moverse, intentando bajarse—. Alice, no es el mejor momento para...

Pero 43 consiguió liberar una pierna, haciendo que ambos perdieran el equilibrio y
cayeran al suelo. Rhett soltó una palabrota y la agarró de la pierna cuando ella intentó
ponerse de pie y salir corriendo.

—¡Alice, maldita sea!

—¡No abráis la puerta! —gritó a Max.

Pero era tarde. La llave había acertado en la cerradura. Al darle la vuelta, ésta cedió y, tal
y como esperaba, al otro lado de la puerta estaba un hombre de pie con tres guardias
secundándolo.

Su padre.

43 aguantó la respiración. ¿Por qué había intentado huir de su padre? ¿Por esa gente? ¡Si
ni siquiera la conocía! ¿Qué le pasaba?

—Un placer volver a veros —sonrió su padre—. A pesar de las circunstancias, claro.

—Deja que nos vayamos y nadie saldrá herido —replicó Max, con la mano en su pistola.

—¿Crees realmente que estás en condiciones de exigir nada? —su padre esbozó una
sonrisa ególatra—. Yo tengo tres guardias armados. Vosotros sois un niño, un viejo con
una pistola y un soldado ocupado sujetando a un androide.

Rhett había conseguido sujetar a 43 en el proceso. Pero tenía que retenerla con una sola
mano, porque con la otra sujetaba una pistola, mirando fijamente a los guardias que
rodeaban a su padre. Mientras, Jake se mantenía al margen, con
una mano temblorosa sujetando una pistola. 43 se quedó mirándolo con el ceño fruncido.
Le estaba volviendo a doler la cabeza.

—No queremos pelearnos, John —replicó Max lentamente.

—¿Ah, no? Pues veo que el chico está sujetando a mi androide y tiene intención de
llevárselo. Para mí, eso significa que sí quieres pelear.

—Alice no pertenece aquí —replicó Rhett bruscamente.

Max le dedicó una mirada furibunda, señal de que se callara. Rhett no pareció ni notarlo.

—No me hagas reír —su padre suspiró—. Bueno, me he cansado de juegos. 43, ven aquí.

43 se soltó del agarre de Rhett inmediatamente. Rhett la miró con el ceño fruncido, pero
a ella no le importó. Empezó a caminar hacia su padre, que estaba empezando a esbozar
una sonrisa de satisfacción. Sin embargo, esta se borró cuando Alice notó una mano más
pequeña rodeando su muñeca y deteniéndola. Al instante, los tres guardias, Rhett y Max
sacaron las pistolas y se apuntaron los unos a los otros.

43 se dio la vuelta lentamente y se quedó mirando directamente a Jake, que tenía los
ojos llenos de lágrimas.

—Alice, no vayas con ellos —le dijo en voz baja.


—Déjala, chico —replicó su padre, frívolamente.

—Nosotros somos tu familia —siguió él—. No sé qué te han hecho, pero sé que, en el
fondo, te acuerdas de nosotros. Sigues siendo tú. Sabes quien soy.

43 frunció el ceño al notar un pinchazo de dolor en la cabeza. Intentó soltarse, dolorida,


pero el niño insistió, tirando de ella.

Justo en ese momento, una chica con la cabeza rapada apareció detrás de ellos, armada,
pero se detuvo de golpe al verlos, con el ceño fruncido.

—Trisha, no —dijo Max.

43 notó que el niño tiraba de su mano para atraer su atención de nuevo.

—Sabes quienes somos, solo tienes que acordarte, sé que puedes hacerlo, vamos, Alice...
—empezó a distorsionarse su voz a causa de las lágrimas—. Por favor, no me dejes solo.
Sabes quien soy. Y quien eres. Y... sabes que ellos no son nadie. Nosotros somos tu
familia, no ellos.

43 se llevó la otra mano a la frente, mareada. Le estaba volviendo a doler la cabeza,


esta vez de verdad, mucho más que antes. Cerró los ojos porque le daba la
sensación de que lo veía todo borroso.

—Alice, por favor...

43 intentó centrarse en mantenerse de pie, pero fue difícil. Y no pudo soportarlo. Lo


siguiente que supo era que estaba de rodillas, con el niño sujetándola todavía de la
muñeca. Apoyó la otra mano en el suelo torpemente, con los ojos cerrados con fuerza. Era
insoportable. Era como escuchar un pitido a todo volumen en el tímpano que, por mucho
que sufriera, no fuera a parar en ningún momento.
—¿Qué...?

—Déjala, chico —escuchó la voz de su padre, como si viniera desde otro


universo—. No va a servir de nada.

—¿Qué le estáis haciendo? —preguntó bruscamente Rhett, que sonó


sorprendentemente cerca de ella.

—Nada que tú puedas impedir.

—¿Qué le pasa? —preguntó Jake, desesperado, mientras 43 se llevaba ambas manos a la


cabeza, rota de dolor—. ¿Qué hago? ¿Qué hacemos?

—Ya te lo he dicho, chico. No vale la pena molestarse, no puedes evitarlo —su padre
sonó como si estuviera sonriendo—. ¿Habéis oído hablar del bloqueo de recuerdos?
Supongo que no.

—¿Qué es eso? —preguntó Max, que sonó como el más sereno de la situación.

—Decidimos no borrarle los recuerdos. Solo por si acaso necesitábamos recuperarlos en


algún momento. En su lugar, están bloqueados —continuó, en tono más pedante—. Para
que lo entienda gente no especializada: si intenta acceder a ellos, su sistema va a
rechazarlo. Es decir, su sistema va a provocarle el rechazo, que se traduce en lo que ella
podría interpretar como dolor de cabeza.

—Joder, suena como mi profesor de historia —dijo la chica que, al parecer, se llamaba
Trisha.

—No la forcéis demasiado —continuó el padre John—. No sé que pasará si pasa el


límite, pero parece que lo descubriremos pronto.
43 sintió ganas de gritar. Le daba la sensación de que algunas voces sonaban justo al lado
de ella y otras muy lejanas. Notó unas manos en su espalda, haciendo que se incorporara
un poco. La cabeza ya no dolía tanto. Estaba intentando dejar la mente en blanco, y
parecía que estaba empezando a funcionar. Cuando abrió los ojos de nuevo, vio la cara de
Rhett justo delante de ella.

—Bueno, ya hemos extendido demasiado esta charla —escuchó que decía su padre, y lo
miró por encima del hombro de Rhett, donde estaba de pie con sus guardias—. Os daré
la opción de terminar esto pacíficamente. Si dejáis al androide sin poner resistencia,
nadie os hará absolutamente nada. Podréis iros. Y todos nos olvidaremos de que esto ha
pasado.

—¿Y si no lo hacemos? —preguntó Trisha, quitando el seguro de su pistola.

—Esconde esa pistola o te mataré antes de que puedas abrir la boca —replicó su padre
frívolamente.

—Me encantaría verte intentándolo, Einstein.

—Trisha —advirtió Max.

—¿Qué? —preguntó ella, a la defensiva—. Dudo que ninguno de nosotros quiera dejar a
Alice con este loco. No creo que le importe que me haya burlado de él cuando, dentro de
cinco minutos, esté muerto.

Hubo un momento de silencio absoluto en el que nadie pareció moverse. 43 vio que su
padre entrecerraba los ojos y Max sacaba la pistola del cinturón. Jake era el único que
parecía más fuera de lugar que ella, ya que simplemente miraba la escena con el labio
inferior tembloroso.
Y, entonces, su padre hizo el primer movimiento. 43 notó que su corazón se paraba
cuando vio que, lejos de apuntar a Max, apuntaba directamente a la cabeza de Rhett,
que seguía justo delante de ella.

En apenas unos segundos, pasaron muchas cosas. 43 vio que todo el mundo levantaba sus
armas automáticamente, y, como en cámara lenta, vio que Rhett se giraba hacia su padre,
que acababa de quitar el seguro .

43 ni siquiera tuvo tiempo para pensarlo. Notó el golpe duro en su pecho cuando se lanzó
sobre el chico de delante de ella y los dos cayeron al suelo. Al instante en que los dos
tocaron el suelo, cerró los ojos con fuerza y empezó a escuchar disparos volando por
encima de ella.

La confusión era ya grande, porque no sabía por qué había salvado a ese chico. Nadie le
había dado instrucciones para hacerlo, y mucho menos de contradecir las órdenes de su
padre. Tenía las manos agarradas con fuerza a la camiseta de Rhett, tanto que dolía, y le
daba miedo soltarse y abrir los ojos, porque era consciente de que ya no sonaban tantas
armas como antes.

Pero, finalmente, los disparos pararon y se vio obligada a abrir los ojos.

Lo primero que vio fue que Rhett estaba mirando fijamente algo que pasaba a sus
espaldas. Se giró lentamente y vio que los guardias de su padre estaban en el suelo —
quiso pensar que dormidos, la posibilidad de una persona muerta delante de ella se le
hacía imposible de imaginar—, salvo uno que estaba respirando con dificultad, con una
mano en una herida sangrante en su pecho. Su padre, en cambio, estaba de pie con las
manos levantadas, mirando al frente.

Detrás de Alice, la chica rapada, Trisha, estaba tirada en el suelo y 43 tuvo la tentación de
salir corriendo hacia ella cuando vio que no se movía y tenía manchas de sangre en la
ropa.

Sin embargo, notó que su corazón volvió a latir cuando la chica parpadeó y gruñó
algo. Max estaba arrodillado junto a ella, y se había quitado la chaqueta para atársela a
la chica en el brazo, de donde no dejaba de brotar la sangre.
Y, finalmente, Jake estaba de pie justo donde lo había estado antes, solo que esta vez
tenía una pistola en la mano y estaba apuntando directamente al padre John.

—Baja eso antes de que hagas una tontería —dijo su padre en voz baja.

—Di cómo solucionamos lo de Alice y no te haré nada —su voz sonó segura, pero
sus manos temblorosas desvelaban sus nervios.

—Niño, baja esa pistola o te arrepentirás.

El padre John hizo un ademán de dar un paso al frente, y al instante Jake levantó
más el arma, apuntándolo a la cabeza.

—¡No te muevas!

—No vas a disparar —el padre John dio un paso de todas formas—. No lo harás.
No eres un asesino.

—He dicho que... que no te muevas —repitió Jake, sudando de puros nervios.

—Vamos, chico, baja el arma —insistió su padre, acercándose un poco más con las
manos todavía levantadas.

—¡Dime cómo hacer que Alice recupere sus recuerdos!

—Baja el arma o te aseguró de que no volverá a acordarse nunca de ti —repitió John.


Y, como en un acto reflejo, Jake apretó el gatillo. Del retroceso, movió el arma de tal
manera que, en lugar de darle en la cabeza, le rozó el muslo al padre John, que gritó de
dolor y cayó al suelo, con una mano en la zona, que empezó a sangrar.

—¡Dime cómo solucionarlo ahora mismo! —gritó Jake, más envalentonado.

El padre John estaba en el suelo, retorciéndose y sujetándose la herida con las manos.
Jake se acercó a él y le apuntó justo en la cabeza, esta vez desde una distancia desde la
que era imposible fallar el tiro. John debió verlo también, porque soltó una maldición.

Mientras esto pasaba, Rhett había apartado a 43 lentamente y se había puesto de pie. En
esos momentos, llegó junto a Jake y le quitó la pistola de las manos. Jake pareció sentir
un alivio inmenso cuando Rhett ocupó su lugar.

—¿Vas a hablar o no? —preguntó Rhett, mirándolo.

El padre John no respondió, y Rhett suspiró, pegando el cañón del arma en su frente.

—Si no hablas, no me serás útil y serás prescindible. ¿Y bien?

—Está en mi despacho —dijo, finalmente—. Última planta, la única puerta de


madera.

—Tina —Rhett agarró un aparato de su cintura y le habló directamente—. Trisha tiene


una herida de bala en el brazo. Segundo piso. Ven con los de tecnología.

—Estamos llegando, hemos oído los disparos —dijo una voz femenina.
Apenas unos segundos más tarde, la dueña de la voz junto con otras diez personas
llegaron y se dirigieron directamente a Trisha, que estaba pálida en el suelo, pero parecía
satisfecha de ver a John en las mismas condiciones que ella.

Rhett se acercó a 43 y la puso de pie por la muñeca. Dos chicos se habían acercado
a ellos junto a Max.

—Ya lo has oído. Último piso. Puerta de madera —le dijo Max.

43 dejó que la guiaran. Seguía sin saber muy bien qué estaba pasando, así que siguió a
Rhett sin protestar. Detrás de ellos, estaban Max, dos chicos que no conocía pero que
llevaban cajas de hierro con herramientas, y Jake, que corría para seguir su ritmo.
Subieron las escaleras hasta el tercer piso, y 43 contuvo la respiración cuando Rhett la
detuvo bruscamente y se deshizo solo de dos guardias.

Finalmente, llegaron a la última planta y estuvieron unos segundos en la puerta mientras


Rhett se asomaba al pasillo para asegurarse de que no había nadie. Cruzaron el pasillo
repleto de ventanas y puertas de metal, y se detuvieron delante de una puerta grande de
madera. Esta vez fue Max quien la abrió y la revisó, para dar el visto bueno y que
entraran.

—Me quedaré fuera por si entra alguien —le dijo a Rhett.

Así que entraron los cinco restantes y 43 se quedó de pie, incómoda, viendo como los
otros cuatro se ponían a buscar como locos en la habitación, que era más bien un
despacho con un sofá, dos sillones, una alfombra y una mesita de café a un lado, y un
enorme ventanal que daba a la ciudad y un escritorio en el otro. Por no hablar de las
numerosas estanterías perfectamente limpias.

—¿Qué estamos buscando? —preguntó Rhett, sacando un cajón de una


estantería y tirándolo al suelo para pasar al siguiente.
—Una caja de cristal —dijo uno de los chicos, que también buscaba en las
estanterías—. Dentro tiene un chip minúsculo negro.

Rhett pasó al escritorio mientras el despacho iba convirtiéndose en un desastre de cosas


por el suelo. Estuvieron casi diez minutos enteros buscando, hasta que Rhett, subido a
uno de los sillones, agarró una caja transparente de encima de una de las estanterías y la
sostuvo en el aire.

—¿Es esto?

—Sí —el mismo chico de antes dejó de buscar—. Dámela.

Rhett bajó de un salto y le dio la caja. El chico la abrió sin mucha dificultad y sacó el
pequeño chip negro de su interior. Lo sostuvo en el aire unos segundos, y después
apretó los labios.

—¿Qué, Davy? —preguntó Rhett, impaciente.

—Vamos a tener que improvisar —murmuró.

—¿Por qué? —insistió Rhett.

—Mhm... necesito que tumbes a Alice en la mesa.

Rhett ni siquiera lo pensó. Se acercó a 43 y la agarró de la mano. Ella se quedó tumbada


en la mesa con la respiración temblorosa.
—¿Qué vais a hacerme? —preguntó, hablando por fin después de casi media de silencio.

—No te muevas —le dijo Jake, a su lado, tan asustado como ella.

—Tenemos que ponerle esto en el sistema cerebral —dijo Davy, acercándose con su
compañero.

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Rhett, mirándolo.

—Que voy a tener que meterle esto en la sien —Davy suspiró—. Esto no es un
contenedor de recuerdos, es la capacidad de control. Cuando un androide lo tiene puesto,
hace que no puedas controlarlo, que tenga libre albedrío. Supongo que se lo quitaron por
eso. Así controlan sus recuerdos. Nunca se los han quitado, solo le han bloqueado esa
parte del cerebro.

—¿Y si se lo pones otra vez, podrá acordarse de nosotros? —preguntó Jake.

—Eso depende de ella. Yo no podré controlarlo. Ni siquiera sé cómo han podido bloquear
recuerdos. Es... muy complicado.

—¿Y qué tenemos que hacer? —preguntó Rhett, tan impaciente como antes.

—Pues... ahí es donde se complica la cosa —Davy suspiró—. No tengo anestesia para
androides. Bueno, no tengo anestesia, en general. Y no puedo hacer esto con ella
consciente.

—¿Eso qué significa?


—Necesito que se quede inconsciente —dijo Davy lentamente—. Y el método no es el
más... apropiado, pero no se me ocurre nada más. Y no podemos perder el tiempo.

—¿Cuál es? —preguntó Rhett bruscamente.

—Tienes que... tienes que dispararle. En la cabeza. Rhett

se quedó mirándolo fijamente.

—No. No pienso hacerlo.

—No la matarás. El único modo de matar a un androide es en el estómago. Solo la


dejarás inconsciente... y los daños en la cabeza serán fáciles de reparar.

—No dispararé a Alice —repitió él.

—No podemos sacarla de aquí en estas condiciones —insistió Davy—. Está programada
para que su sistema se apague si se aleja del foco de energía, que es este sitio. Tenemos
que ponerle esto para que pueda irse.

—Tiene que haber otra forma...

—No la matarás —insistió Davy.

—¿Ah, no? ¿Puedes asegurarlo? ¿Sin ninguna duda? Davy

se quedó en silencio un momento.

—No, no puedo.

—Entonces, no lo haré.

—Es eso o que se quede así —dijo Davy bruscamente—. Y no sé cuánto tiempo podré
mantener su sistema en estas condiciones. Será cuestión de tiempo que
se apague. Así, al menos, tendremos una oportunidad.

Rhett miró a 43, que seguía tumbada en silencio, sin saber de qué hablaban exactamente.
Ni siquiera había entendido para qué era ese chip. Pero estaba empezando a dolerle la
cabeza de nuevo.

—Yo no puedo hacerlo —dijo Davy con algo de metal en la mano—. Tengo que
aplicarle esto al instante. Mi compañero tiene que pasarme las herramientas, y Jake...

—Podría llamar a Max —sugirió Jake, tembloroso.

—No —Rhett cerró los ojos un momento—. No... lo... lo haré yo.

—Jake, dile a Tina que necesitaré que venga. Ve —dijo Davy. El

niño miró a 43 un momento, antes de salir corriendo.

—Podría haberla avisado —dijo Rhett, señalando el aparato con el que se había
comunicado antes con ella.

—Quería que no estuviera presente —dijo Davy—. Cuando quieras.

Rhett miró a 43 y respiró hondo, sacando la pistola de su cinturón. 43 tragó saliva


cuando sintió el frío cañón en su frente. Rhett tenía los labios apretados cuando quitó el
seguro...

...pero no apretaba el gatillo.

Davy no decía nada, pero estaba al margen, preparado para intervenir en cuanto lo hiciera.

Pero Rhett seguía sin moverse.

—Hazlo —se escuchó decir a sí misma 43 en voz baja—. No pasa nada.


Rhett siguió mirándola en silencio. Parecía estar más tenso que en toda su vida. 43 cerró
los ojos. El dolor de cabeza aumentaba cada vez que miraba a ese chico. El cañón seguía
apretado contra su frente, frío. Sentía que, en cualquier momento, lo apretaría y ella
dormiría, pero por algún motivo no le importaba.
Solo quería que lo hiciera cuanto antes. Esta incluso... tranquila.

Y, entonces, notó algo en su cara. Concretamente en sus labios. Abrió los ojos y vio que
Rhett tenía la cara justo encima de la suya. Acababa de besarla. El dolor de cabeza
aumentó de golpe, como si millones de recuerdos quisieran abrirse paso en su mente a la
vez.

—Ni se te ocurra morirte —le dijo Rhett en voz baja.

—Lo intentaré —aseguró ella, no muy segura de lo que decía.

—Lo digo en serio, Alice —él cerró los ojos—. No me dejes solo. Ella

lo miró en silencio. Rhett hizo lo mismo.

Y, después, respirando hondo, se incorporó y apretó el gatillo.


CAPÍTULO 14
Cuando pudo ser consciente de ello, se dio cuenta de que no estaba en el mismo lugar en
el que se había dormido. Ni tampoco se sentía la misma persona. Le dolía todo.
Especialmente la cabeza. Como si le hubieran disparado en ésta.

Literalmente.

Abrió los ojos lentamente y lo primero que vio fue que sus manos no estaban sobre un
suelo artificial, sino sobre hierba. Movió los dedos y sintió la humedad entre ellos, al
mismo tiempo en que apoyaba las palmas para incorporarse e intentar ver dónde estaba.

En el momento en que lo hizo, supo que había estado ahí. No sabía cuando, pero ese
lugar era familiar.

Era un prado. Bueno, más bien el final de uno. Estaba en una colina, y podía oír agua
corriendo, lo que indicaba que no estaba muy lejos de un riachuelo.
Delante de ella, a unos metros, había un enorme árbol con unos cuantos arbustos
rodeándolo. Frunció el ceño. ¿Por qué ese sitio resultaba tan familiar?

Se puso de pie lentamente, y mientras lo hacía se dio cuenta de que no iba vestida como
de costumbre. Llevaba un vestido blanco, liso, ancho, e iba descalza. Y tenía el pelo
suelto. Se pasó la mano por él y se sorprendió al no notar ni un solo enredo, sino,
simplemente, pelo liso y suave. Por no hablar de su piel. Estaba impoluta. No tenía una
sola cicatriz, mancha o herida. Era como si jamás hubiera tenido alguna.

Por algún motivo, supo que tenía que avanzar, así que lo hizo, frunciendo aún más el ceño
cuando vio una silueta sentada junto al árbol. Desde lejos era difícil ver quién era, pero a
medida que fue acercándose, prefirió no haberlo hecho.

Era ella. Tenía el mismo vestido, el mismo tono de piel, las mismas manos, las mismas
piernas, los mismos brazos, el mismo cuello... y la misma cara.
Alice se quedó quieta cuando estuvo a unos metros. La chica levantó la cabeza y la
miró. Tenía los ojos castaños y el pelo rubio, pero por lo demás, era ella.
Alice contuvo la respiración cuando se miraron la una a la otra. Ella estaba
segura de que estaba asustada, pero la chica que estaba delante de ella
simplemente sonreía, como si no pasara nada.

La chica, sin perder la sonrisa, se puso de pie lentamente y se alisó el vestido con las
palmas de las manos, dejando algunas briznas de hierba en la tela blanca. Alice
seguía tan confundida que no le importaron.

—Hola, Alice —saludó ella.

Alice dio un paso hacia atrás, asustada. Incluso sus voces eran iguales.

—No tengas miedo —dijo la chica, ladeando la cabeza—. No tienes por qué
tenerlo.

Alice se llevó la mano a la cadera inconscientemente, buscando una pistola que


claramente no encontraría. Sintió otro pinchazo de dolor el la sien e intentó no
demostrarlo.

—¿Quién eres? —preguntó Alice, retrocediendo otro paso.

La chica sonrió de nuevo, pero esta vez de una manera muy distinta. La sonrisa había
dejado de ser benévola. Ahora era triste.

—¿No sabes quién soy? —preguntó—. Yo creo que sí. Llevamos conviviendo juntas
un tiempo.

Se miraron la una a la otra en silencio durante un rato. Alice ladeó la cabeza, pero dejó
de hacerlo cuando vio que la otra chica hacía lo mismo — inconscientemente—. Incluso
en esos gestos eran iguales.

—¿Conviviendo? —Alice abrió los ojos de par en par—. ¿Alicia?


—Sí —ella sonrió amargamente.

—¿Qué...? —no supo cómo continuar—. ¿Cómo...?

—Imagino que tendrás tantas preguntas que no sabrás ni por donde empezar. Sí, lo

sabía.

—¿Eres real?

—¿Que si soy real? —preguntó ella, negando con la cabeza, divertida—.


¿Importa? Quizá soy real, quizá soy un simple producto de tu imaginación,
¿quién sabe?

—A mí me importa —Alice miró a su alrededor—. ¿Dónde estoy? ¿Por qué... por qué me
duele la cabeza? ¿Por qué estoy contigo?

—Ojalá pudiera responderte...

—No es que no puedas, es que no quieres —replicó, a la defensiva.

—No recuerdas nada de lo que ha pasado estas semanas, ¿no? —preguntó Alicia.

—¿Recordar? ¿El qué?

Alice estuvo a punto de echarse hacia atrás cuando la chica se acercó a ella, pero por
algún motivo se quedó quieta y dejó que le pusiera una mano en la frente. Al instante, los
recuerdos de lo que había pasado ese tiempo le vinieron a la mente. Notó que su corazón
se aceleraba.

—¿Rhett...? —empezó a preguntar.

—Ya habrá tiempo para eso —le dijo Alicia, poniéndole las manos en los hombros—. Has
estado incomunicable mucho tiempo.
—¿Cómo...?

—Solo conservo recuerdos hasta que te disparó en la cabeza. Después, está todo blanco.

—¿Que está todo blanco? ¿El qué?

—Sé que volviste a estar consciente después de eso, pero alguien te borró la memoria
—Alicia suspiró—. No puedo acceder a ella. Ni siquiera sé que estás haciendo aquí.

—¿Aquí? —Alice no podía dejar de preguntar cosas—. ¿Qué es aquí?

—Aquí es donde he vivido los últimos cinco años —sonrió ella—. Donde me he
refugiado, más bien.

Alice se quedó mirándola mientras ella terminaba de quitarse las briznas de hierba
del vestido.

—Aquí es donde moriste —murmuró.

—No del todo. Por algo debo estar aquí.

—¿No del todo?

—Sigo viva de alguna forma, ¿no?

—Pero... antes has dicho que solo eras un producto de mi cabeza.

—Curiosamente, he sido más importante en mi muerte que en mi vida —sonrió ella


Alicia amargamente—. En fin... ¿quieres sentarte conmigo?

—¿Sentarme? ¡No! —Alice frunció el ceño—. No... no sé qué es esto, ni siquiera sé dónde
estamos. Pero quiero irme. Ahora.

—Pues vete —Alicia echó a andar hacia el bosque, suspirando—. Después de todo,
has entrado aquí solita.
Alice se quedó mirándola desaparecer entre los árboles y dudó un momento antes de
seguirla a paso rápido. Ni siquiera sabía dónde estaba exactamente. No quería
quedarse sola.

Sin embargo, nada más meterse en el bosque se dio cuenta de que la había perdido.
Además, le daba la sensación de que ese bosque era mucho más frondoso que cualquier
otro en el que hubiera estado. Y... parecía que se estrechaba a medida que se metía más
en él. Frunció el ceño cuando su hombro chocó con un tronco que, supuestamente,
estaba un poco más lejos. Esto sucedió de nuevo. Y de nuevo. Y no tardó en darse cuenta
de que los troncos se iban apretando contra ella. Notó que la corteza le arañaba los
brazos y las piernas, y tenía las plantas de los pies doloridas por el suelo que estaba
pisando sin zapatos. Cerró los ojos un momento cuando una rama le dio en la cara, y
cuando volvió a abrirlos se dio cuenta de que era de noche, y que estaba apretada entre
tres árboles. Desesperada, metió un brazo entre dos árboles e intentó salir de ahí como
pudo, pero no sabía ni por dónde había entrado.

—Alice —la voz sonó dentro de su cabeza.

Estaba tan desesperada por salir, que no le importó.

—Alice, tranquila —repitió la voz.

Era la voz de Alicia, solo que le daba la sensación de que estaba en su cabeza.

—Cuanto más te desesperes, peor será para ti —replicó ella suavemente.

—Tengo que salir —gritó Alice, notando que los troncos se apretaban contra ella,
impidiéndole respirar—. Me... me ahogo. Necesito...

—No puedes luchar contra tu propia mente, tienes que calmarte.

Alice clavó las uñas en la corteza del árbol e hizo un último intento de salir de ahí,
pero no podía. Estaba atrapada. No podía respirar. No podía moverse. No podía
hacer nada. Solo pensar en que iba a morir. Necesitaba aire. No notaba su propio
cuerpo.
—Respira, Alice.

Ella deseó hacerlo. Pero no podía. Se le clavaba la corteza del árbol en la piel.
Atravesaba el vestido y la carne. Le daba la sensación de que estaba muriendo.

—Respira. Puedes hacerlo. Este es tu sueño. Mandas tú.

Alice desistió y se rindió, relajando los músculos y mirando el cielo. A través de las
hojas, que en esos momentos parecían negras, se veía el cielo de un tono azul oscuro.
Intentó centrarse en eso. Pero la visión de las hojas moviéndose y apretándose entre
ellos solo le recordaba su situación. Así que cerró los ojos y soltó todo el aire de sus
pulmones.

Le dio la sensación de que estaba flotando. La presión había desaparecido. Ahora estaba
siendo acariciada. Brazos, cuello, piernas... algo suave e incorpóreo. Notaba su pelo
flotando a su alrededor, al igual que su vestido. No necesitó abrir los ojos. Estaba bajo
el agua. Lo sabía. Pero no se movió.
Simplemente permaneció flotando.

—Eso es —le dijo la voz de Alicia—. Tu cabeza es el único lugar donde nadie puede
contradecirte... a parte de ti misma.

Alice tuvo ganas de reírse, pero estaba completamente relajada. Como si


estuviera dormida, pero consciente de ello.

—Tienes que salir de ésta —siguió la voz—. Confío en ti. Tú confías en ti misma. No
puedes dejarles morir.

¿A quiénes iba a dejar morir? Alice sacudió la cabeza sin abrir los ojos.

—A tus amigos —le respondió Alicia, como si lo hubiera preguntado en voz alta—. Eres
la única que puede salvarlos. Y salvarte a ti. De ellos.
¿De qué tenía que salvarlos?

—Despierta, Alice.

No quería despertar. Quería seguir flotando.

—No puedes hacer eso. Te necesitan.

No la necesitaban. Ni ella a ellos. Solo quería dormir. Dormir para siempre.

—Alice. Despierta. Hazlo por ellos. Sabes por qué te necesitan.

Alice apretó los labios cuando sintió un rayo de luz en la cara. Le entraron ganas de abrir
los ojos, pero algo en ella seguía resistiéndose.

—No puedes morir así —repitió la voz—. Todavía te queda mucho por hacer.

¿Morir?

¿Eso era la muerte?

—Vamos, Alice, despierta.

No quería morir.

No, eso no.

Ni aunque supusiera quedarse ahí.

Abrió los ojos lentamente y se sorprendió a sí misma cuando vio con suma claridad bajo
el agua. Estaba flotando a unos metros de la superficie. Bajo ella no había nada, solo
negrura, y en la superficie solo se distinguía un borroso rayo
de luz que le daba justo en la cara. Alice frunció el ceño a la luz. Empezaba a tener
control sobre su cuerpo. Empezó moviendo un dedo de la mano, y siguió moviendo la
pierna, y después la cabeza, y antes de darse cuenta, era completamente capaz de mover
su cuerpo entero.

—Despierta —repitió la voz.

Alice movió los brazos y las piernas, nadando hacia la superficie, y se dio cuenta de que
le faltaba el aire. Apretó los labios y nadó aún más deprisa, aunque le parecía que la
superficie estaba cada vez más lejos. Aún así, lo que había al otro lado empezaba a
hacerse claro. Parecía una sala vacía, iluminada con un ventanal. Pero era tan borroso.

Los músculos le pesaban, estaba mareada por la falta de aire, pero siguió nadando hasta
que sus pulmones ardieron.

Y, entonces, sacó una mano del agua, y después otra, y finalmente su cabeza surgió en
la orilla.

***

Abrió los ojos, sobresaltada, y se incorporó tan rápido que no fue capaz de procesar
donde estaba. Su corazón iba a toda velocidad. Respiraba con dificultada. No sabía ni
qué estaba viendo. Caminó torpemente hacia atrás y su espalda chocó con la pared.

Fue entonces cuando fue capaz de empezar a darse cuenta de que eso ya no era un
sueño. Miró a su alrededor. Estaba en un lugar que conocía. Había estado ahí antes.
Pero estaba tan confusa que su mente estaba en blanco.
Apretó los puños y frunció el ceño, bajando la mirada.

Ya no iba vestida con la ropa blanca de la ciudad de su padre, sino con su ropa habitual.
De hecho, incluso llevaba unos guantes de cuero. Se quedó mirando por la ventana con
la boca abierta cuando vio que, fuera, estaba cayendo del cielo algo que parecía polvo
blanco.
¿Era nieve? ¿Estaba nevando?

¿Qué estaba pasando?

Iba abrigada. La última vez que se había vestido había sabido que nevaría. Pero no
recordaba nada.

Notó un sabor extraño y se pasó la lengua por el labio. Estaba sangrando. Se llevó una
mano a la cara y gruñó de dolor al tocarse el pómulo. De hecho, también le dolía la
espalda y la pierna derecha, como... como si alguien la hubiera pateado.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que no estaba sola en la habitación. Y también
cuando se dio cuenta de que estaba en la sala de actos de Ciudad Central.

Delante de ella, tirados en el suelo como ella había estado unos segundos antes, estaban
Trisha y Rhett, separados por unos metros. Ambos parecían magullados, como ella. Alice
avanzó torpemente hacia ellos y se detuvo de golpe al ver a Trisha. O más bien lo que le
faltaba. Porque de una de las mangas de su abrigo no asomaba un brazo. Y recordó
entonces que le habían disparado en ese brazo, pero no recordaba haber visto que lo
perdiera.

Alice se agachó junto a Rhett, que tenía los ojos cerrados, y le agarró la cara con una
mano, revisándolo. Cuando vio que no tenía ninguna herida grave, intentó despertarlo
sin que surtiera efecto. Lo sacudió por los hombros, pero seguía sin obtener respuesta.
Asustada, apoyó la oreja contra su corazón. No oía nada.

—¿Alice?

Dio un salto del susto cuando vio que Trisha se había incorporado mirando a su alrededor.
—¿Qué está pasando? —preguntó Trisha, confusa—. ¿Qué...? ¿Qué hacemos aquí? ¿Y
que...? ¿Está nevando?

—Rhett no se despierta —dijo ella, ignorando todas sus preguntas y notando su propia
desesperación en la voz.

Trisha frunció el ceño y se puso de pie torpemente, acercándose. Eso también era
extraño. Nada en Trisha era nunca torpe.

—No está muerto —dijo Trisha, poniendo un dedo en su cuello—. Tiene pulso. Pero poco.

Alice respiró hondo, calmándose de golpe.

—¿A qué huele? —preguntó Trisha, mirando a su alrededor.

—No lo sé —murmuró Alice—. Pero tenemos que irnos de aquí.

—¿Y qué hacemos aquí en primer lugar?

—No lo sé —Alice no sabía nada, en realidad, pero quería irse de ahí costara lo que
costara—. Pero tenemos que irnos.

Trisha no lo discutió.

Alice agarró los hombros de Rhett y tiró de ellos, arrastrándolo por la sala hacia la
salida. Trisha apenas podía sostenerse sola en pie, así que no la ayudó más que abriendo
la puerta. Alice ya sudaba cuando llegaron a esta, por no hablar lo que le dolía la
espalda.
—¿Qué hacemos aquí? —repitió Trisha, mirando Ciudad Central empezando a cubrirse de
nieve lentamente.

—No recuerdo nada —jadeó Alice, mientras seguía arrastrando a Rhett como podía.

—Yo... yo tampoco. Esto es muy confuso. ¿Y a qué demonios huele?

Alice se quedó de piedra. De pronto, supo perfectamente a qué olía. Trisha se detuvo junto
a ella, confusa.

—¿Ya te has cansado? —intentó bromear.

—¿Trisha? —preguntó Alice en voz baja.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, asustada.

—¿Recuerdas qué era lo que le hacían a las ciudades que se revelaban contra la ciudad
principal?

Se quedaron mirando la una a la otra sin parpadear durante unos segundos que parecieron
eternos.

—Las... —Trisha se cortó a sí misma—. El olor...

—Es dinamita —completó Alice.


Al instante en que lo dijo, las dos supieron que la dinamita solo olía así porque estaba
siendo quemada. Y todos sabían qué ocurría cuando conseguías quemar dinamita.

Alice agarró de nuevo a Rhett por los hombros y no supo muy bien si fue por la
desesperación o la adrenalina, pero de pronto sintió que tenía mucha más fuerza. Trisha
corría cojeando hacia la salida, y empezó a empujar con fuerza la puerta principal, pero
no cedía. Cuando Alice llegó a su altura, Trisha estaba sudando por el esfuerzo de
intentarlo.

—Tiene que estar encadenada por detrás —murmuró Trisha, aterrada.

Nunca la había visto asustada antes. Eso solo hizo que Alice fuera más
consciente de la situación que estaban viviendo.

—Saltaré al otro lado y...

—No puedes romper una cadera con una piedra —murmuró Trisha—. Es
imposible.

—¿Y qué hago? —preguntó Alice, desesperada.

—Tenemos que... que conseguir un arma.

—¿Un arma? —Alice notó que su corazón bombeaba a toda velocidad—.


¿Dónde...?
—Tienes que correr tú, yo cojeo —Trisha cerró los ojos un momento—. Corre. Donde
sea. Pero encuentra algo.

Alice echó a correr antes de darse cuenta de que no tenía donde ir. Pero siguió corriendo.
Y, sin saber cómo, se encontró a sí misma deambulando desesperada por el campo.
Cuando llegó a la altura de la caseta de entrenamiento, abrió la puerta casi de una patada
y se metió corriendo en la caseta, específicamente en la sala de munición.

Su decepción fue enorme cuando vio que estaba vacía.

Se quedó mirando la sala vacía durante un segundo en que el que se permitió no hacer
nada.

Pero al siguiente estaba corriendo de nuevo. Alguien tenía que tener un arma. La que
fuera. Pensó en Rhett, pero nunca había tenido un arma escondida en su habitación.
Pensó en Deane, incluso, pero ella tampoco parecía...

Y, entonces, se acordó de algo.

Subió las escaleras de la casa de entrenadores tan rápido que estuvo a punto de caerse
unas cuantas veces, pero al final consiguió llegar al despacho de Max con una velocidad
impresionante. Abrió un cajón de su escritorio y tiró su contenido al suelo, desesperada,
mientras buscaba algo, lo que fuera, pero tampoco había nada. Y eso que ella habría
jurado, unos segundos antes, que había encontrado la solución a sus problemas.

Desesperada, quitó todos los libros de las estanterías, tocó encima y debajo de estas, pero
no había nada.

Nada.

Respiró hondo y se llevó las manos a la cabeza. El olor a dinamita no hacía más que
desesperarla aún más. Tenía que hacer algo. O morirían los tres.

No podía morir ahora. Sabía que había alguna forma. Tenía que haberla.
Revisó de nuevo el contenido del cajón con las manos temblorosas, solo para
encontrarse con el mismo resultado que antes.

Sin embargo, esta vez, cuando intentó cerrar el cajón de nuevo, notó que chocaba con
algo. Se quedó mirándolo un momento, y lo sacó completamente, casi llorando de la
alegría cuando vio que había un revólver que le resultaba familiar pegado con cinta
americana debajo.

—Te quiero, Max —murmuró.

Era la primera arma que había sujetado jamás. El revólver que le había dado su padre.
Nunca habría creído que lo volvería a ver. Pero Jake le había dicho una vez que
probablemente se lo habría quedado Max hasta que ella fuera capaz de usarlo. Que razón
había tenido.

Miró el cargador mientras volvía a bajar las escaleras a toda velocidad. Solo tenía
tres balas. Era más que suficiente.

Cuando llegó con los demás, Trisha seguía intentando despertar a Rhett, que seguía
inconsciente. Alice se dirigió directamente al muro y, impulsándose como —aunque le
costara admitirlo— le había enseñado Deane en los duros circuitos y entrenamientos,
consiguió agarrarse al borde del muro. Soltó un gruñido de esfuerzo al conseguir
impulsarse hacia arriba y quedarse sentada en el muro. Le dolía el cuerpo entero, pero
más le dolieron las piernas cuando aterrizó de un salto al otro lado. Pero lo ignoró. Llegó
a la puerta y, efectivamente, vio que había un candado enorme que no les había
permitido abrirla.

Sin pensarlo un segundo, quitó el seguro y disparó al candado desde una distancia
prudente, dando de lleno y haciendo que saltara por los aires. Al instante, Trisha empujó
la puerta, arrastrando a Rhett como pudo. Alice se guardó el revólver en la cintura del
pantalón y volvió a agarrar a Rhett por los hombros.

—¿Por qué todavía no ha explotado? —preguntó Trisha, cojeando junto a ella.


—No lo sé. Pero no me quedaré a...

No había terminado de decirlo, cuando oyó una explosión tan ensordecedora que la
tierra vibró bajo sus pies.

Alice se encontró a sí misma tirada en el suelo junto a Rhett, al igual que Trisha. Se giró
al momento exacto para ver que había explotado el hospital. De su zona salía una espesa
capa del humo más negro que había visto en su vida. Supo que no sería la única, pero no
podía moverse. Le pitaban los oídos. Se los tapó con las manos al tiempo en que se
agachaba y escondía la cara contra el cuello de Rhett.

La explosión sonó menos que la anterior, o eso le pareció, pero la fuerza hizo que las
dos se tambalearan. Alice vio de reojo que los árboles se movían como si les hubiera
golpeado un viento repentino.

Hubo una última explosión, la más ensordecedora. Las dos se quedaron muy quietas,
sin atreverse a mover un solo músculo.

Y, entonces, calma.

Alice se atrevió, por fin, a levantar la cabeza y mirar a su alrededor.

—Dios mío —murmuró Trisha, con la voz ahogada.

Alice ni siquiera sabía qué decir de lo que estaba viendo.

—¿Qué se supone que haremos ahora? —preguntó en voz baja.

Trisha se tomó un momento para responder, aún más aterrada que antes, mientras las dos
miraban el desastre.

—No lo sé, Alice.

Alice no pudo apartar los ojos de la escena que todavía ocurría delante de ella.
Donde había habido una ciudad preciosa, ahora solo había edificios derruidos, negros por
las espesas capas de humo que surgían de sus restos y que iban directas al cielo, donde
estaban creando una enorme nube negra que tapó los ya débiles rayos de sol y que hizo
que la nieve se mezclara con cenizas que iban cayendo lentamente sobre ellos, como si
les recordaran que lo que estaban viendo no era una pesadilla, sino la realidad. La
realidad de que habían perdido su hogar.

Porque su ciudad ya no era su ciudad, ahora era una destruída más, una de las muchas
ciudades de humo que habían dejado a sus espaldas.

Alice cerró los ojos llenos de lágrimas y notó los copos de nieve en sus mejillas,
fundiéndose por la piel caliente.

Cuando volvió a abrirlos, ya no había agua en ellos, sino fuego.

Si alguien se había atrevido a destruir su hogar... ella destruiría el suyo.


CAPÍTULO 15
Abrió la puerta lentamente, escuchando el crujido de la madera bajo sus botas.

El ambiente olía a humedad y a desuso, cosa a la que ya se había acostumbrado. A esas


alturas, apenas lo notaba. Agarró la madera con más fuerza y terminó de abrir la puerta,
sin hacer un solo ruido más. Tras esperar unos segundos en la penumbra, confirmó que
no había nadie en la casa y metió la pistola en su cinturón.

En realidad, no tenía balas. Solo era para asustar. Esperaba no verse en un apuro hasta
que encontrara algo para defenderse.

Alice entró en el salón y empezó a abrir los cajones, buscando cualquier cosa que le fuera
a ser útil. No tardó en darse cuenta de que ya habían pasado por esa casa, porque la gran
mayoría de ellos estaban vacíos o llenos de papeles chamuscados que, aunque quisiera,
no hubiera podido leer porque estaban en un idioma que no conocía. Dejó los papeles a
un lado y se fue a la cocina, donde solo encontró cubiertos oxidados y platos rotos en el
suelo.

Menudo fracaso.

La mayoría de las casas de ese vecindario eran parecidas: un salón y una cocina en el
piso inferior y dos habitaciones con un cuarto de baño en el superior. Alice ya se las
sabía de memoria. No le extrañó no encontrar nada interesante en esa casa. Ni en la
siguiente. Ni en la otra.

De hecho, no encontró nada hasta que llegó a la última casa que podía registrar antes de
que anocheciera. Volvió a ver solo papeles y alguna que otra lata de comida que podía
serles útil en caso de emergencia. Subió las escaleras y abrió la puerta de la habitación
principal. Por un momento, se quedó helada pensando que había algo, pero fue peor
cuando vio lo que era.

Había habido alguien tumbado en esa cama en algún momento, pero ahora solo quedaban
huesos y ropa. Alice se quedó mirando el esqueleto. Debía hacer, al
menos, diez años que estaba ahí. Ni siquiera asustaba. Pero sintió una especie de
escalofrío al pensar en cómo habría muerto.

No tardó en adivinarlo. Tenía una pistola en la mano. En la otra, tenía algo cuadrado.
Avanzó con cuidado y se lo quitó de la mano, dándole la vuelta. Era un marco de una
foto en la que había un hombre de unos treinta y pocos años de edad que encajaba con
las medidas del que tenía delante. Sin embargo, tenía en brazos a una niña de no más de
diez años que sonreía a la cámara con alegría.

¿Sería su hija? ¿La habrían...?

No. Dejó el marco donde lo había encontrado. No tenía que pensar en eso. Ya no
serviría de nada. Siguió registrando las habitaciones intentando olvidarlo, y solo
encontró una habitación de niña con juguetes viejos. Bajó las escaleras de nuevo.

Sin embargo, cuando salía de la casa se dio cuenta de que había un mueble que no había
revisado. Estaba cubierto con una sábana oscura, lleno de polvo.
Cuando Alice se acercó y tiró de la sábana, éste voló creando una pequeña nube
que espantó de unos cuantos manotazos, tosiendo.

Frunció el ceño, intrigada, y pasó una mano por la madera pulida. Nunca había visto un
mueble así. Era gigante, y tenía una forma extraña. Le extrañó aún más ver que tenía un
pequeño banco delante. Pasó la mano por la superficie y encontró una parte que podía
levantarse, así que lo hizo lentamente, descubriendo una especie de teclas blancas y
negras. Tocó una y casi golpeó al mueble cuando emitió un sonido leve pero claro.

—¿Qué...?

Volvió a cerrar la tapa, asustada, y decidió volver con los demás.

Lo peor de la casa en la que se alojaban era que, para llegar, tenía que atravesar una
pequeña parte del bosque. No le gustaba, y menos cuando anochecía y la única arma que
tenía era un revólver sin cargar. No estaba mal para meter miedo y sentirse un poco más
segura, pero a la hora de un combate
—todavía no lo había tenido que probar, pero prefería que la cosa siguiera así— no le
parecía demasiado útil.

Tuvo la suerte de que, al cruzar el río, logró atrapar un pescado lo suficientemente grande
como para que esa noche no pasaran hambre. Se lo colgó del cinturón y llegó por fin a la
casa. Estaba helada hasta los huesos. La nieve hacía más complicado caminar, y cada vez
que respiraba le salía un halo de humo blanco por la boca, cosa que le parecía curiosa y
divertida.

Finalmente, se metió como pudo entre dos troncos de árboles que dejaban un paso
estrecho —apenas podía pasar ella—, bajó una pequeña pendiente, giró en el árbol
con una pequeña marca, y por fin llegó.

La habían encontrado unos días después de tener que huir de su antigua ciudad. Eso ya
había sido hacía dos semanas. Y parecía que había pasado solo un día. Aún así, el humo
de la ciudad seguía estando presente, atormentándolos. Cada vez que se giraba, podía
volver a ver la explosión.

Alice se detuvo junto a la puerta y llamó tres veces con los nudillos, dejando un segundo
de margen para el último. Al instante, apareció la cara de Trisha, recelosa hasta que la vio.

—Ah, eres tú —dijo con mala cara.

—¿Esperabas visita? —preguntó Alice, divertida.

—Tenía la esperanza de que fuera alguien más interesante. Como Elvis Presley, así nos
cantaría algo —replicó Trisha, cerrando la puerta cuando Alice entró—. Y que trajera
comida.

Alice se quitó el pescado del cinturón y lo tiró junto a la chimenea encendida.

—De nada —dijo, señalándolo.

—Gracias, ser misericordioso —sonrió Trisha irónicamente.


—¿Quién es Elvos Presli? —preguntó Alice.

Trisha negó con la cabeza, ignorándola.

Alice puso los ojos en blanco mientras se quitaba los guantes, el abrigo y la bufanda.
Además del gorrito rosa que había encontrado en una de las casas. Era agradable un
poco de calor de fuego después de haber estado todo el día en la nieve.

—¿Cómo está? —le preguntó a Trisha.

—Amargado, como esta mañana. Y como ayer. Y como el otro día. Oye, de verdad, me
está quitando las ganas de vivir. Y tampoco es que tenga muchas como para prescindir de
ellas.

—No será para tanto —murmuró Alice, dejando el revólver y el cinturón en la


estantería.

—Pues ve a verlo tú —Trisha señaló el pasillo—. Tú tienes sexo con él, tú lo cuidas.

—Qué más quisiera yo... —masculló Alice, dirigiéndose hacia el pasillo.

Trisha había estado de peor humor que nunca desde que habían salido de la ciudad. Alice
podía entenderlo, ella tampoco recordaba nada de lo que había pasado. Ni siquiera estaba
segura de qué le había pasado al antebrazo de Trisha. Y encima era el derecho, el que
solía usar para las armas. No quería ni imaginarse lo que debía ser eso.

Mientras Trisha intentaba recuperarse, no podía ayudarla, así que se quedaba cuidando de
Rhett, plan que parecía gustar tan poco al uno como al otro.

Rhett, por otra parte, había despertado unas horas después, mientras ellas buscaban un
lugar en el que acampar. No tardaron en descubrir que la causa de su inconsciencia había
sido que lo habían drogado de alguna forma, pero eso no era lo más grave; apenas podía
caminar. Tenía una herida de bala en la pierna y, hasta que no se le curara —y parecía
que iba a tardar un tiempo—, no podría
caminar sin cojear. Y, por supuesto, no podría acompañar a Alice en el bosque, cosa que
lo cabreaba profundamente.

Alice abrió la puerta de la habitación principal, que era igualmente pequeña, y notó la
calidez de la otra chimenea. Trisha probablemente querría dormir en el salón esa noche.
Siempre decía que el sofá era más cómodo que su cama. Alice prefería su cama antes que
cualquier otra cosa.

Rhett estaba sentado en la alfombra y estaba rebuscando en una caja. Al oírla entrar
levantó la cabeza con el ceño fruncido.

—Ya era hora —masculló de mala gana.

—Con estas bienvenidas, voy a terminar sin querer volver.

—¿Qué has estado haciendo hasta tan tarde? —preguntó él, dejando la caja a un lado
—. Normalmente llegas antes de que anochezca.

—Estaba encontrando tu cena —Alice se acercó a él—. ¿Qué miras?

—El dueño de la casa tenía una colección interesante de películas, música,


cómics... —levantó un disco y lo miró—. Lástima que solo podamos leer los
cómics, y con la luz de una chimenea.

—A mi me gusta, es mejor que nada. —Alice se sentó a su lado. Rhett

la miró con una ceja enarcada.

—A mí me parece una mierda.

Ella sonrió y le señaló la pierna, donde tenía la herida.

—Déjame verlo.

—No.

—Rhett, quítate los pantalones.


—¿Y no me vas a pedir salir antes?

Se lo quedó mirando, haciendo que él sonriera y se pusiera de pie, bajándose un poco los
pantalones.

Alice había encontrado un botiquín en una de las casas, pero no tenía nada que pudiera
ayudar a Rhett de verdad, así que tenían que conformarse con alcohol y con vendas
viejas.

Llevaba una venda rodeando el muslo justo por encima de la rodilla. Alice lo miró
detenidamente, asegurándose de que no se había hinchado ni sangraba.
Todavía recordaba cuando tuvo que quitarle la bala y coserlo mientras Trisha le sujetaba
los hombros. Solo de pensarlo le daban escalofríos.

—¿Todo bien ahí abajo? —preguntó Rhett de brazos cruzados—. Porque me estoy
congelando el culo.

—Debería cambiártela.

—No necesitas hacerlo cada día, Alice —puso los ojos en blanco.

—Tina hubiera dicho que...

—No tenemos tantas vendas.

—Encontraré más, entonces.

—Claro, búscalas en el supermercado que hay justo aquí al lado. La


dependienta es simpática, aunque a veces no da bien el cambio.

—¿Qué es un supermercado? —preguntó ella, confusa, separándose. Justo en

ese momento, Trisha llamó a la puerta.

—Vestíos. Los dos —dijo, al otro lado de la puerta.


—Estamos vestidos —le dijo Alice.

Abrió la puerta de golpe y Rhett se subió los pantalones de un tirón, casi


cayéndose de culo.

—¡Yo no estaba vestido, Alice!

—Gracias por darme esa imagen —dijo Trisha con mala cara—. Seguro que se me
quedará grabada en la mente durante lo que me queda de vida.

—De nada, entonces —Rhett sonrió irónicamente.

—No era algo bueno.

—Ya te gustaría verlo cada día.

—Quizá cuando te cortes el pene y te salgan tetas, sí. Alice

puso los ojos en blanco.

—Parecéis dos niños pequeños —murmuró.

—Ella es la niña —masculló Rhett, dándoles la espalda para subirse la cremallera


de mal humor.

—Tú sí que eres un ni...

—Bueno, ¿nos llamabas por algo? —Alice interrumpió la discusión tonta.

—¿Eh? —Trisha frunció el ceño—. Ah, sí. Hay un tipo en la puerta. Parece un asesino
en serie.

Rhett y Alice intercambiaron una mirada al instante.

—¿Qué? —Alice se acercó a la estantería y se puso el cinturón—. ¿Y nos lo dices


tan tranquila?
—¿Y yo qué sé?

Alice la apartó y se guardó el revólver en la mano que ocultaría tras la puerta. Vio que
Rhett intentaba acercarse con ella cojeando, pero Trisha lo metió otra vez en la
habitación de un tirón de camiseta.

Alice respiró hondo y puso una mano en el pomo. Lo giró lentamente y el aire frío le
caló los huesos al instante. Trisha se mantuvo junto a la puerta de la habitación, pero
también parecía algo tensa.

Cuando abrió la puerta lo justo para que pudiera asomarse, vio a un hombre de unos treinta
años, vestido con un mono militar y con una pistola enfundada en el cinturón. Tenía
expresión hosca, pero al mirarla sonrió.

—¿Qué? —preguntó Alice frunciendo el ceño.

—Perdona la intromisión a estas horas —dijo él amablemente.

Tenía otros cinco hombres detrás. Todos vestidos iguales, solo que el que hablaba con ella
llevaba una gorra negra, o eso parecía. Eso le dio aún menos confianza a Alice.

—¿Quién eres? —preguntó secamente.

—Soy el sargento Phillips, señorita —dijo, ofreciéndole su mano.

Alice miró de reojo a Trisha, que parecía algo reacia a fiarse de él. Pero no quería
arriesgarse a llevarse mal con seis desconocidos armados. Extendió la mano libre y
apretó la suya. Tenía un agarre firme y seguro. Pero seguía sin confiar en él.

—¿Puedo saber tu nomb...?

—¿Qué queréis? —preguntó ella directamente.

—Verás, mis hombres y yo nos estamos congelando aquí fuera. Por si no te has dado
cuenta, está nevando —dijo—. Si no te importara...
—Sí me importa —ella clavó la pistola en la puerta—. Podéis decirnos lo que
queráis o marcharos. Elegid.

El sargento suspiró, como si en el fondo se esperara esa reacción. Sus hombres ni


siquiera reaccionaron.

—Verás, somos una patrulla de vigilancia —empezó—. Nos dedicamos a vigilar los
alrededores de nuestra ciudad. Anoche vimos una luz en esta casa y no pudimos evitar
venir a ver quién había dentro.

—Nos iremos por la mañana —aseguró Alice—. No sabréis nada más de


nosotros.

—No hemos venido a echar a nadie —le dijo el sargento enseguida—. Al contrario... solo
queríamos ver quién había, y si tenéis algún lugar al que ir.

Alice frunció el ceño, bajando un poco la pistola.

—¿Por qué?

—¿Has oído alguna vez hablar de la Unión?

Alice negó con la cabeza lentamente.

—Verás, yo formo parte de ella—explicó el hombre—. Surgió cuando cayeron las


bombas. Es una iniciativa de los supervivientes. Hemos creado una ciudad, o más bien
una comunidad en la que acogemos a todos los supervivientes que encontramos por el
camino. Nuestro objetivo es repoblar las ruinas de lo que queda de nosotros. Y no
podemos prescindir de nadie que esté dispuesto a apoyarnos.

Hizo un ademán de acercarse y Alice se tensó. El hombre se detuvo enseguida.

—¿Por qué lo hacéis? —preguntó ella.


—Ya te lo he dicho. Queremos recuperar las cosas... tal y como eran. Y no hay otra
forma de hacerlo que encontrando a cuanta más gente mejor, ¿no crees?

Alice dudó unos segundos. Incluso Trisha parecía estar dudando.

—¿Puedo pasar? —preguntó él—. Podría explicarme mejor si no estuviera


temblando.

Alice miró al hombre de arriba a abajo, con desconfianza.

—Solo tú —dijo, finalmente—. Ellos se quedan fuera.

El hombre asintió con la cabeza a sus hombres, que miraron a Alice con desconfianza,
pero no hicieron un solo gesto cuando el sargento se metió en la casa.

El hombre era alto, y Alice ya se estaba planteando formas de abatirlo si llegaba a ser
necesario. Trisha, al otro lado de la habitación, parecía estar haciendo lo mismo. Rhett
estaba mirando desde la puerta de la habitación con el ceño fruncido. El hombre los miró
a todos con una sonrisa.

—Sargento Philips —se presentó amablemente—. Un placer conoceros.

Ninguno respondió.

Alice señaló una silla, metiéndose el arma en el cinturón. El hombre se sentó con
calma. Parecía completamente fuera de lugar en un sitio como ese.

—Creo que lo justo sería que solo fuéramos tú y yo —le dijo a Alice sonriendo—.
Después de todo, yo he tenido que dejar a mis hombres fuera.

Ella vaciló, pero después miró a sus dos amigos. Trisha arrastró a Rhett, que protestó,
hacia la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Alice se sentó delante de él, que sonrió.

—¿Puedo saber ahora cómo te llamas?


—Alice —dijo ella secamente—. ¿Qué quieres decirme?

—Veo que te gusta ir al grano, Alice —dijo él—. Es mejor así. Lo que quiero es que tú
y tus dos amigos os unáis a nosotros.

Ella entrecerró los ojos.

—Estamos bien por nuestra cuenta.

—¿Lo estáis?

—Mucho mejor que en una ciudad, te lo aseguro.

Después de haber visto cómo había terminado la suya, había tenido más que
suficiente de ciudades.

—No creo que realmente pienses así —sonrió el sargento.

—Pues yo sí lo creo.

—Entonces, ¿por qué me has dejado entrar?

Alice dudó.

—Porque soy una persona educada.

—Bueno, yo también me considero una persona educada —dijo él solemnemente—. Por


eso, me gustaría insistir en que os unáis a nosotros.

—Y a mí me gustaría insistir en que no estamos interesados.

—Piénsalo bien, Alice.

—Lo he hecho.

—No lo creo —dijo él—. De hecho, creo que no estás pensando en absoluto en tus
amigos.
—¿Perdona? —preguntó ella, irritada.

—Ya me has oído, Alice. He visto el brazo a tu amiga. Y he visto a tu amigo cojeando. A
juzgar por las heridas de tu cara y de lo curadas que están, deduzco que hará unas... dos
semanas que vivís así, ¿me equivoco?

Ella no respondió, pero su mirada se endureció.

—También podría aventurar que esas heridas de tus amigos son bastante más graves de lo
que tú crees. De hecho, por el aspecto de la chica, me sorprende mucho que no se le haya
infectado la herida. Y por el del chico, sea lo que sea lo que le tocó la pierna, lo hizo bien,
porque si fuera una herida pequeña ya no cojearía.

—¿A dónde quieres llegar? —preguntó ella directamente.

—Alice, los dos sabemos que aquí fuera no tenéis nada —suspiró él—. No tenéis
posibilidades. Y pronto, teniendo en cuenta la posibilidad de que se les infecten las
heridas, no tendrás, ni siquiera, a tus amigos. En mi ciudad hay hospitales, camas y
comida. Te ofrezco eso.

—¿A cambio de qué?

—A cambio de que estéis de nuestra parte, por supuesto.

—¿Y qué es vuestra parte?

—La parte de la unión y la prosperidad. ¿Qué me dices?

Alice lo pensó durante unos segundos, repiqueteando los dedos en el sillón.

—No.

Él suspiró.
—Creo que deberías pensar mejor tu respuesta, Alice.

—¿Por qué debería hacerlo?

—Porque creo que es mejor prescindir de lo que crees que es tu orgullo por un momento
y pensar en tus amigos —el hombre señaló la puerta de la habitación—. Son ellos o tú. Y
por tu forma de protegerlos, no creo que tu objetivo sea que mueran, ¿no?

Ella no respondió.

—Mi oferta sigue en pie —dijo él—. Tenemos un convoy de coches fuera de las ruinas,
justo en la salida del este. Mañana por la mañana, cuando salga el sol, nos dirigiremos a
casa. Hay tres asientos libres. Pueden seguir libres o no. Tú eres quien decide.

El hombre se puso de pie, se ajustó el sombrero, y se marchó sin decirabsolutamente


nada. Alice lo observó en silencio, viendo de reojo que Rhett y Trisha salían de la
habitación.

—Bueno —Trisha se cruzó de brazos—. ¿Qué queréis hacer, tortolitos?

***

—Me alegro de que hayáis tomado la decisión correcta —había dicho el


sargento con una sonrisa cuando los había visto llegar.

Alice se había quedado mirando su transporte con el ceño fruncido. Los coches eran muy
distintos a los que recordaba ella. Eran completamente blancos. No parecían tener ruedas,
ni ventanas, ni puertas. Parecían cajas blancas ovaladas. Había cinco. Y eran lo suficiente
grandes como para que cupieran todos en una.

—Tardaremos poco más de veinte minutos en llegar —dijo el sargento—. Yo lidero la


marcha, así que os acompañará... Pero, ¿dónde se ha metido ahora?
¡Kai!
Kai resultó ser un chico no mucho mayor que Alice, flacucho, que llevaba un traje del
ejército que le iba gigante. Mientras corría hacia ellos, se tropezó y se cayó de bruces al
suelo. Trisha soltó una risa entre dientes.

—Aquí estoy —dijo Kai cuando llegó, jadeando—. Estaba... eh...

—Acompaña a nuestros invitados —lo interrumpió el sargento—. Y, por Dios, átate


los cordones.

Kai se los ató torpemente antes de hacerles señas para que lo siguieran. Alice no estuvo
muy convencida, pero lo hizo.

Los tres se quedaron asombrados cuando Kai presionó un botón de un pequeño


dispositivo de su muñeca y lo pasó por el lateral del coche. Al instante, se abrió una
puerta. En el interior, Alice tragó saliva al ver que no parecía haber techo ni paredes, ya
que era todo cristal. Sin embargo, no se veía nada desde fuera. Ni siquiera tenía lugar
para conductor, era un sofá continuo —que parecía limpio y cómodo— con varios
armarios debajo. Kai se sentó en el sofá y los llamó con gestos frenéticos.

—¡Subid, adelante!

Trisha fue la primera en hacerlo. Tocó el sofá con la mano y se sentó lentamente. Alice
vio que Rhett soltaba una palabrota cuando intentó subirse, pero con la pierna así no
podía. Kai hizo un gesto para ayudarlo, pero con la mirada que le clavó, volvió a su
asiento al instante.

Al final, Alice lo ayudó y se sentaron ellos dos al lado contrario. La

puerta se cerró cuando Kai tocó su muñeca, sonriendo.


Parecían los tres completamente fuera de lugar. Flacos, sucios, con ropa vieja y rota,
heridos... contrastando el pelo perfectamente peinado de Kai y su sonrisa nerviosa.

—¿No son una pasada? —preguntó, mirando a su alrededor—. Los coches, digo.
Nuestro centro de tecnología es de los mejores del mundo ahora mismo... creemos.
Porque tampoco queda mucha competencia, ¿eh? Je, je, je...

Alice agarró instintivamente a Rhett del brazo cuando vio que por la ventana cerrada
el paisaje se movía cada vez más rápido, hasta que fue solo una mancha borrosa. Kai
sonrió.

—No te preocupes. No nos chocaremos. Estos trastos tienen un dispositivo para esquivar
los objetivos y las rutas programadas. Hay gente a la que le marea mirar por la ventana...
si quieres cambiamos el paisaje.

—¿Cambiar el paisaje? —preguntó ella.

—Sí, en ese mando de ahí. También tienes la temperatura, la música... todo eso.

Alice agarró el pequeño mando blanco y vio las letras y los números. Curiosa, pulsó
un botón y vio que a su alrededor el paisaje se volvía el cielo. Abrió los ojos como
platos y pulsó otro. Ahora, era bosque.

—Sube la temperatura... ahí, sí, muy bien —Kai sonrió—. ¿No es genial?

—Sí —admitió ella.

—Cuando vienen los recién llegados, siempre se quedan maravillados —


comentó él—. ¿Cómo os llamáis?

Alice vio que sus amigos lo miraban con mala cara, así que hizo un esfuerzo por llevarse
bien con Kai, que le pareció buen chico.

—Alice, Rhett y Trisha.


—Oh... ¿y cómo es que no teníais dónde ir? Bueno, mejor no me digáis nada. Ya se lo
diréis al alcalde, que querrá veros. Es un buen tipo. No estéis nerviosos. En fin... ¿tenéis
hambre? Hay comida y bebida en los armarios.

Al instante, Trisha abrió un armario y vio que estaba lleno de botellas. Debajo de Alice,
había botes y bolsas de plástico llenas de comida.

—¡Pásame esa! —señaló Trisha. Ella lo hizo—. No me lo creo. Son golosinas. No he


comido una desde... joder, no sé ni cuánto hace.

—Hay más si queréis —sonrió él—. Y alcohol, tabaco... en fin, cualquier cosa que
queráis.

Alice agarró algo rectangular y Trisha le dijo que era chocolate. Lo rompió con las
manos y se lo llevó a la boca. Se quedó maravillada, preguntándose por qué no había
comido eso hasta ahora.

—¿Y cuál es el truco? —preguntó Rhett, que estaba examinando una botella con el
ceño fruncido.

—¿El truco?

—¿Por qué nos dais todo esto? No nos conocéis.

—No podemos permitirnos el lujo de desconfiar de la gente si queremos que confíen en


nosotros —explicó Kai—. Queremos a gente nueva, especialmente a gente joven que...
esperad, ¿sois pareja?

La pregunta los pilló por sorpresa. Rhett destapó la botella en medio del silencio. Alice
se aclaró la garganta.

—Sí —dijo ella, al final.

No entendía muy bien por qué le había costado tanto decirlo.


—¡Eso es espléndido! —exclamó Kai—. Nos encantan las parejas. Especialmente las
parejas jóvenes. Sois lo ideal para repoblar una zona. Sobre todo, si queréis procrear.

—¿Procrear? —preguntó Alice.

—Ya sabes, tener hijos.

Rhett, que estaba bebiendo, se atragantó.

—¿Hijos? —repitió Alice, parpadeando.

—Sí, bueno, es algo que nos gusta como iniciativa. ¿Qué mejor para iniciar una nueva
civilización que una nueva generación de personas que se hayan criado en ella?

La cuestión pilló por sorpresa a Alice —y a Rhett también, que todavía estaba
tosiendo—, pero por un motivo muy distinto. Nunca se había planteado la posibilidad
de tener hijos. Ni siquiera sabía si podía tenerlos.

—¿Lo tenéis pensado? —preguntó Kai.

—No —soltó Rhett.

—Sí —dijo Alice, mirándolo con una sonrisita, volviendo en sí—. Cuatro. O
cinco.

—¿Cinco? —Rhett abrió los ojos como platos—. ¿Te has vuelto loca?

—¿Quieres más?

—¿Más...? ¿Qué...? ¡No!

—Es que le gustan mucho los niños —dijo ella—. Pero no creo que sean necesarios
tantos. Eso sí, uno solo no, porque mira como salen. Mírate a ti, Rhett.
—¿Y yo qué tengo de malo? —se enfurruñó él.

—Nada. Eres perfecto.

—Sí, ya —Rhett sonrió irónicamente.

Kai parecía pasárselo en grande, aunque no entendía nada.

—¿Y tú tienes pareja, Trisha?

Ella tragó lo que tenía en la boca y lo miró de reojo.

—Soy lesbiana, manca, amargada y peleona. ¿Crees que tengo pareja?

—Oh... eh... —él se aclaró la garganta—. Bueno, seguro que encuentras a alguien
en la ciudad que te llame la atención. Hay mucha diversidad de personas.

—No la suficiente. Y no me gusta la gente —aseguró ella con la boca llena.

—En todo caso, si sois una pareja, probablemente os den una casa —dijo él, sin saber
qué decir a Trisha.

—¿Una casa? —preguntó Alice, sorprendida.

—Sí. Ya os lo he dicho. Todo forma parte de la iniciativa.

—¿Y yo qué? —preguntó Trisha.

—Tú vivirás con ellos de forma temporal, probablemente.

Trisha puso mala cara.

—¿Mientras procrean?
—Aquí nadie va a procrear —aseguró Rhett.

No hablaron mucho más en lo que quedaba de viaje, estuvieron todo el rato comiendo
y bebiendo como nunca. Sin embargo, cuando llegaron a la ciudad, las puertas se
abrieron de nuevo. La cara de una chica vestida con unos vaqueros y una camisa
blanca apareció, sonriendo.

—Bajad, por favor.

Obedecieron. Alice ayudó a Rhett de nuevo, que no parecía estar tomándose


demasiado bien el tener que depender de que alguien lo ayudara.

A su alrededor, Alice solo vio un enorme aparcamiento subterráneo con, al menos,


cincuenta de los coches blancos que los habían transportado. Vio un grupo de gente
vestida de ejército dirigiéndose a la salida, a unos metros de ellos. La chica, que
llevaba puesto un auricular, les sonrió.

—¡Bienvenidos! —dijo—. Soy...

Alice ni siquiera lo recordó. No había terminado de hablar cuando los guió por el pasillo
blanco, las escaleras y un nuevo pasillo, aunque muy distinto al anterior. Era
completamente de cristal, incluso el suelo. Alice miró, debajo de sí misma, como se
desplegaba una enorme ciudad muy distinta a la que ella estaba acostumbrada. En lugar
de casas medio destruidas, todas parecían completamente reformadas y tenían aspecto de
nuevas. Además, la gente iba vestida de forma corriente por las calles que habían
limpiado de nieve. Alice tragó saliva cuando vio el enrome muro que rodeaba la ciudad.
Además de la numerosa cantidad de guardias vestidos del ejército que se paseaban.

—Espero que no tengáis miedo a las alturas —dijo la chica, sonriendo.

No tardó en cambiarse por otra chica similar. Esta, les subió a un ascensor de cristal que
los bajó hasta el nivel de la ciudad. Pero no fueron por esta, sino por otro pasillo
iluminado, con cuadros y pinturas. Subieron otra escalera, la chica empujó una puerta, y
esta vez un chico del ejército fue el encargado de guiarles por una calle desierta hasta un
pequeño edificio de colores cálidos. Alice frunció el ceño mientras entraban. En su
interior, había un pequeño salón con escaleras
de caracol de madera en ambos lados, que subían a un rellano superior con varias
puertas. Había un hombre sentado con un periódico en la mano. Iba vestido de
forma completamente normal. Se puso de pie al instante.

—¡Bienvenidos! —exclamó, haciéndoles un gesto para que se acercaran. El guardia se


marchó—. ¡Qué bien, caras nuevas! Lo echábamos de menos, os lo aseguro. Pasad,
pasad...

—¿Dónde vamos? —preguntó Trisha, mientras lo seguían escaleras arriba.

—A que os aseéis y a que os miren las heridas, claro. Habrá que saber si estáis sanos.
Estáis en el centro de bienvenida.

Había dos sofás rojos en el rellano superior. El hombre se detuvo en una de las puertas.

—Soy Eugene, por cierto —se presentó amablemente—. Siempre voy a estar aquí, a
vuestra disposición. Imagino que la ciudad os parecerá un poco grande al principio,
pero para eso estoy aquí; si necesitáis cualquier cosa, no podéis venir a verme, pero no
dudéis en llamarme. Después de todo, es mi trabajo.

Los miró más atentamente.

—Vosotros dos deberíais ir primero con la enfermera —abrió la puerta, que daba a una
sala blanca con una mujer y un chico que iban vestidos de enfermeros—. Tú, sin
embargo, puedes venir a hacerte la ficha.

—¿Qué ficha? —preguntó Alice.

—Es solo un trámite. Nos gusta saber quién entra y sale de la ciudad —dijo él—.
Vosotros dos, entrad, no os preocupéis. Os la devolveré en un momento.

Alice y Rhett intercambiaron una mirada antes de separarse. Ella siguió al hombre, que se
dirigió a la puerta contigua, donde tenía un pequeño despacho perfectamente ordenado.
Le indicó que se sentara en una de las mullidas sillas mientras él se ajustaba las gafas
sobre el puente de la nariz, sacando sus papeles.
—No te preocupes, será solo un momento —aseguró—. Además, pareces una buena
chica. Seguro que no vas a tener que volver.

—¿Volver?

—Aquí solo vuelve la gente que tiene que abandonar la ciudad —dijo él
tristemente—. No es que me guste, pero es mi trabajo.

—¿Y por qué la abandonan?

—Aquí somos muy estrictos con el vandalismo —aseguró él—. Cada ciudadano tiene
cierta cantidad de oportunidades, pero, una vez gastadas, no nos queda más remedio que
echarlo.

—¿Y si, simplemente, quieren irse?

Él sonrió.

—Eso no ha pasado nunca.

Extendió un papel en la mesa y agarró un lápiz, mirándola.

—¿Nombre?

—Alice —dijo ella.

—¿Alice qué más?

Ella se quedó en blanco. Estuvo a punto de decir el de Alicia, pero se contuvo al instante.

—Prefiero dejarlo en mi nombre.

—Como quieras —sonrió—. ¿Edad?


—Dieciocho.

—¿Cuándo cumples años?

—¿Es necesario rellenar todo esto ahora? —preguntó ella torpemente. El

hombre se quedó mirándola un momento.

—¿Nombres de tus amigos y edad?

Se lo dijo todo. El hombre apuntó a toda velocidad. Parecía acostumbrado a hacerlo.

—Bien, bien —murmuró—. ¿Eres pareja de alguno de los dos?

—De Rhett —dijo ella.

—Entonces, estáis de suerte. Acabamos de restaurar una de las casas del centro de la
ciudad. Hay habitaciones de sobra, así que, si no tenéis ningún problema, vuestra amiga
puede vivir con vosotros.

Alice estuvo a punto de ponerse de pie, pero se detuvo cuando él le hizo una seña.

—Casi se me olvida —dijo, sonriendo—. Los tres sois humanos, ¿verdad? Ella se

quedó un momento en silencio. El corazón se le aceleró.

—Sí —dijo, con sorprendente confianza—. ¿Qué íbamos a ser si no?

—Claro —el hombre sonrió, sin un ápice de sospecha—. ¿Y se os da bien algo en


particular? ¿Tecnología, la gente, la cocina, las armas...?

—Las armas y el combate.

—Oh, eso es magnífico.


Diez minutos y muchas preguntas después, Alice por fin se pudo poner de pie,
dispuesta a salir del despacho. Eugene la guió hacia la puerta con una sonrisa que no
se le había borrado en todo el rato.

—Un compañero os dará las llaves de la casa y os informará de todo lo demás —le
dijo—. Espero que os guste la ciudad. Es una maravilla, no cabe duda.

Alice le dedicó una pequeña sonrisa, más por educación que nada más.

—Gracias, Eugene.

—No hay de qué, Alice —le dijo, dándole una palmadita en la espalda—.
Bienvenida a la Unión.
CAPÍTULO 16
Trisha soltó un gritito de emoción mientras recorría la casa a toda velocidad.

—¡Tenemos tele! —gritó, señalándola.

Alice parpadeó sorprendida cuando vio una televisión enorme. La única que había visto
en su vida era la de la antigua habitación de Rhett, que era minúscula y mucho más
gruesa.

La casa era grande. Mucho más de lo que necesitaban. Estaba en el centro de la ciudad,
situada junto a lo que la chica que los había guiado había denominado plaza, y tenía
cuatro habitaciones, cada una con su cama doble, un cuarto de baño particular y una
chimenea enorme. Las paredes estaban pintadas de blanco y verde, combinando con el
mobiliario.

Nada más entrar, había un enorme mueble con espejo en el que habían dejado sus
abrigos. Después, detrás del marco, un enorme salón con tres sofás, una chimenea
encendida, una enorme alfombra blandita, una mesa de café y varias plantas esparcidas
por la sala. Junto a ella, una enorme cocina con una mesa en la que cabían diez personas.
Después, un pasillo con seis puertas. Era lo primero que había mirado.

—¿Qué es esto? —preguntó Trisha, sujetando una tableta electrónica. Alice

se la quitó y la miró con el ceño fruncido. Tenía varias pestañas.

—Creo que... sirve para pedir cosas —dijo ella—. Nos lo traerán a casa en menos
de una hora. Hay comida, ropa...

—¡Voy a pedir pizza! —chilló Trisha, quitándosela y empezando a hurgar.

Alice evitó sonreír. Pensara lo que pensara de la situación, era la primera vez en mucho
tiempo que veía a Trisha sonreír.
—Tenemos la nevera llena, no hace falta pedir nada —dijo Rhett, que estaba sacando
algo que parecía una fruta y examinándolo con el ceño fruncido.

—Pero hay verduras, eso no es comida —protestó Trisha—. ¿Queréis algo? Tienen
helados, golosinas, refrescos, alcohol... ¿tendrán tabaco?

Alice se acercó a Rhett en la inmensa cocina. Él estaba cerrando la nevera, pero no


parecía muy contento.

—¿Qué? —preguntó ella, aunque ya se imaginaba lo que le pasaba por la cabeza.

—No lo sé —Rhett miró a Trisha, que pedía cosas ignorándoles completamente—.


¿Has oído alguna vez eso de demasiado bueno para ser cierto?

—No.

—Se me olvidaba que eres un alien —sonrió él—. Y no me preguntes qué es.

—Sé lo que es —dijo ella, a la defensiva.

—¿Ah, sí? ¿Y qué es?

Alice señaló la nevera.

—¿Qué hay ahí dentro?

—Intentaré ignorar que has cambiado de tema para preguntarme qué hay dentro de una
nevera —comentó Rhett—. Pero... lo digo en serio. No me gusta esto.

—No digas eso —protestó Alice.

—La última vez que nos dieron tantas comodidades no terminamos bien — insistió
él.
—No fue lo mismo. Tu padre... —ella hizo una pausa—. Fue culpa mía. Yo fui quien
te dijo que nos quedáramos. Tú querías irte.

—El único que tiene la culpa de eso es mi padre —dijo él en voz baja.

—Entonces... intentemos disfrutar de esto, Rhett. Si vemos que algo va mal, nos
marchamos.

—Uy —dijo Trisha desde el salón—. Nos han mandado un mensaje.

—¿Quién? —preguntó Alice.

—Mira.

Agarró la tableta. Había un mensaje de Kai.

Bienvenidos a la ciudad, chicos. Espero que os hayáis asentado. Nos encantaría que,
mañana por la mañana, cuando hayáis descansado, os reunáis con nosotros en la plaza
que tenéis al lado de casa para hablar de vuestro trabajo en la ciudad.

Os estaremos esperando.

Si necesitáis algo, no dudéis en pedirlo mediante este aparato. Desde aquí también
controlaréis la limpieza de la casa y la ropa, la temperatura de la calefacción, las
compras que queráis hacer... por supuesto, todo será gratis ya que trabajaréis para
nosotros. Pero eso ya lo aclararemos mañana.

Descansad bien.

—¿Qué trabajo? —preguntó Rhett.

—Según Eugene, algo relacionado con armas —murmuró Alice.

—Genial. Siempre terminamos donde empezamos —masculló Trisha.


Las habitaciones eran bastante similares. Pero había una mayor por la que Rhett y Trisha
estuvieron peleándose un buen rato hasta que se la quedó Rhett.

—Parecéis niños pequeños —dijo Alice, dejando sus pocas cosas en otra
habitación vacía.

Al final, Trisha desistió y se fue al otro lado del pasillo, lo más alejada de ellos posible.

—¿Por qué te vas tan lejos? —le preguntó Alice.

—No quiero oír cosas raras por la noche que me recuerden lo sola que estoy — explicó,
mirándolos con los ojos entrecerrados.

Alice se quedó mirándola, negando con la cabeza, y se sorprendió al darse la vuelta y ver a
Rhett mirándola con una expresión extraña.

—¿Qué pasa? —preguntó, confusa.

Él miró la chaqueta de ella, tirada sobre la cama.

—Pensé que dormirías... —él sacudió la cabeza—. Nada. Olvídalo.

Hizo un ademán de cerrar la puerta, pero Alice se acercó con una sonrisa malévola,
impidiéndolo.

—¿Quieres que duerma contigo?

—Yo no he dicho eso.


—Tampoco lo has negado —señaló ella—. Si me lo pides, me mudo de
habitación.

Rhett la miró, enfurruñado.

—No te lo voy a pedir.

—Entonces, buenas noches.

Alice se fue contenta hacia la habitación del lado y dejó la puerta abierta a propósito.
Estuvo unos segundos revisando el armario vacío, cuando oyó unos pasos detrás de
ella.

—Si quieres, puedes venir... —empezó Rhett, en voz baja.

—¡Genial! —sonrió ella felizmente, trasladando su chaqueta a la otra habitación.

***

Cuando llegaron, a la mañana siguiente a la plaza con la ropa que les habían asignado,
Alice se sentía fuera de lugar.

Su ropa era un mono negro poco ajustado con el cuello alto. Se sentía como si volviera a
trabajar para Max, cosa que era extraña. Además, la gente que iba vestida de forma
corriente no los miraba. Quizá estaban acostumbrados.

Kai estaba en uno de los bancos de la inmensa plaza cubierta de nieve, que tenía en el
centro una gran fuente de agua en la que había mucha gente sentada.
—Veo que acerté con las tallas —dijo, mirándolos.

Trisha no había ido porque todavía estaba en tratamiento y acostumbrándose a hacer


cosas con un solo brazo. A Alice le había sorprendido la facilidad que tenía Trisha para
adaptarse a las inconveniencias. Si ella hubiera perdido un brazo, dudaba que pudiera
acostumbrarse a ello con tan buen carácter.

—¿Por qué vamos así? —preguntó Rhett, enarcando una ceja.

—Bueno, me dijisteis que sabéis disparar, ¿no? Se

miraron entre ellos.

—Sí —murmuró él.

—Es que... —hizo una pausa, mirándolos— seguidme, por favor. Es un poco difícil
explicarlo.

Los dos empezaron a seguirlo. Rhett bostezó descaradamente.

—Creo que lo entenderemos —le dijo él.

—Estamos trabajando en un pequeño grupo —empezó a explicar Kai—. Lo


entenderéis mejor cuando lo veáis, pero básicamente se trata de un grupo de expertos.

—¿Expertos en qué? —preguntó Alice.

—En disparar, esconderse... no lo sé. Todo eso.

Para llevar un traje militar, Kai no sabía mucho del tema.


Habían cruzado la plaza y ahora atravesaban una de las calles principales, por la que la
gente sí los miraba, pero no con extrañeza, sino con curiosidad.

—Os miran porque esos trajes son los que usan los miembros del equipo — explicó Kai
—. Aquí los consideran muy... importantes para el desarrollo de la ciudad. Seréis como
héroes.

—¿Y de qué se encarga ese grupo? —preguntó Alice.

—No podemos hablarlo aquí —aclaró él—. Es un secreto.

—Un secreto —se burló Rhett en voz baja, ganándose una mirada de reproche de
Alice.

Finalmente, llegaron a un edificio bajo que parecía más bien un gimnasio grande. Kai
saludó con la cabeza a los dos guardias de la entrada, que los dejaron pasar sin
reproches. El interior era algo austero y casi completamente blanco. Cuando pasaron
junto a algunas puertas —todas de cristal—, Alice miró de reojo en su interior. En la
mayoría, había gente con su mismo mono entrenando con ganas. Lo más curioso era que
parecía que las habitaciones estaban insonorizadas. Se dio cuenta cuando vio a una chica
disparando a un objetivo, pero ni siquiera lo escuchó.

—Lo llamamos el Grupo Cuatro —aclaró Kai.

—¿Por qué cuatro y no cinco? —preguntó Rhett, con cierto tono de burla.

—Es... ejem... porque esta es la cuarta vez que intentamos que esto funcione.

—¿Qué pasó las otras veces? —preguntó Alice.

—Bueno... eh... —lo pensó un momento.

—Murieron todos —adivinó Rhett rápidamente.

—Dicho así suena muy feo...


—Pero ¿qué demonios hacéis aquí? —preguntó Alice, alarmada.

—Pasad, por favor —él abrió una de las puertas de cristal.

Al otro lado había un gran despacho en el que se sentaron los tres. Kai parecía algo
nervioso mientras entrelazaba los dedos, mirándolos desde el otro lado de la mesa. Lo
único que tenía era un ordenador raro encima de la mesa.

—Hace casi un año, nos dimos cuenta de que la mayoría de los guardias que tenemos
actualmente en nuestro servicio no tiene ni idea de armas, ni de ataques o defensa. De
hecho, la mayoría de los que están alistados lo están porque no saben cómo contribuir
a la ciudad y que no los echen.

Hizo una pausa, sacando unos papeles, pero sin enseñarlos.

—Pensamos en lo que pasaría si nos atacaban. La única esperanza que teníamos era
que vieran un gran número de soldados y que no lo intentaran, pero eso no nos
serviría por mucho tiempo. Por eso, tuve la idea de crear un pequeño grupo de
personas expertas en... todo eso. Así, si algo sucede, tendremos algo con lo que
contraatacar.

—¿Y no sería más lógico entrenar a todos los guardias? —preguntó Rhett.

—No tenemos los recursos para entrenar a todos los guardias de la ciudad de manera
tan intensiva. De hecho, algunos reciben entrenamiento. Solo para saber disparar. Pero
lo que hacemos aquí es un grupo de profesionales experimentados. Cada uno tiene sus
puntos fuertes y sus debilidades, pero trabajando como un equipo se compensan unos
con otros, y debo decir que es muy difícil jugar contra eso.

—¿Y ha habéis puesto a prueba al grupo? —preguntó Alice.

—Sí... tres veces —él sonrió, nervioso.


—¿Y este es el grupo cuatro? —Rhett negó con la cabeza—. Si el cálculo no se me da
tan mal como recuerdo, diría que empiezo a estar preocupado.

—Pero... ¡los demás no eran tan buenos como vosotros dos!

—Ni siquiera nos has visto disparar, Kai —murmuró Alice.

—Pero... parecéis buenos, je, je... ¿habéis disparado a alguien alguna vez?

—Nunca a una persona —admitió Alice.

—Yo sí —dijo Rhett.

—Él era mi profesor —aclaró ella.

—Y ella mi peor alumna.

Alice le lanzó una mirada de ojos entrecerrados.

—Pues bien que te gustaban las clases extra.

—No es que me gustaran, es que las necesitabas.

—Seguro.

Kai los miraba con una amplia sonrisa, como si de un partido de tenis se tratara.

—¿Y ahora sois pareja? —sonrió ampliamente—. ¡Qué romántico! ¿Y cómo pasó?

—Pues... —empezó Alice.

—¿No estábamos hablando del grupo suicida? —interrumpió Rhett.


—Es así de simpático por naturaleza —murmuró ella. Kai

sonrió. Parecía estar pasándoselo en grande.

—Ah, sí, sí... el grupo, claro. Bueno, la cosa es que tenemos un grupo de gente que
parecía cumplir las expectativas. Pero... nos preocupa un poco el liderazgo.

—¿Quién los lidera? —preguntó Rhett.

—Nadie —sonrió Kai—. Por eso nos preocupa el tema.

—¿Y quieres que uno de nosotros sea el jefe?

—Pues... no estaría mal, teniendo en cuenta que ninguno de ellos sabe disparar...

—¿Y esa es la mejor gente que tenéis? —Rhett enarcó una ceja.

—¡Tienen muchas ganas de aprender! —aseguró Kai—. Bueno, ¿Queréis uniros? Debo
añadir que, solo por formar parte del grupo, toda la ciudad probablemente os admire.
Además, tendréis muchas facilidades. Y podréis salir y entrar de la ciudad cuando hagáis
las exploraciones.

—¿Exploraciones? —preguntó Alice—. ¡Me apunto!

—Mira que eres fácil de sobornar —dijo Rhett.

—Me apunto —repitió Alice.

—¡Genial! —Kai sonrió—. ¿Y tú, Rhett?


Él no parecía muy convencido.

—No lo sé, Alice —dijo, mirándola—. Ni siquiera sé cuánto tiempo estaremos aquí.

—Aunque solo sea un tiempo —Kai parecía estar empezando a desesperarse—.


Cualquier ayuda es bien recibida.

—Vamos, Rhett —ella le clavó un dedo en la mejilla, insistente—. Es mejor que hacer
de guardia en una puerta.

Él pareció pensarlo durante un buen rato, hasta que por fin suspiró y se encogió de
hombros.

—Pues... vale, supongo.

Kai y Alice aplaudieron.

—¡Vamos, os presentaré a los miembros del grupo!

Siguieron a Kai por el pasillo, que terminaba en una gran puerta de cristal, que fue la
elegida. Ésta se abrió cuando se acercaron, cosa que a Alice le encantó. En su interior,
había un gimnasio grande en el que estaban cinco personas sentadas en el suelo, como si
hubieran estado haciendo ejercicio hasta ese momento. Cuando los oyeron entrar, todas
se giraron hacia ellos, poniéndose de pie.

—¡Chicos! —los llamó Kai, entusiasmado—. Estos son Alice y Rhett. Son vuestros
nuevos compañeros, los que os mencioné ayer. Son muy buenos con las armas, así que
seguro que serán de gran ayuda.

Alice sonrió tímidamente.

Rhett puso mala cara al instante.

—Será una broma —masculló.


—¿El qué? —preguntó Alice.

Siguió su mirada, y tardó unos segundos en reaccionar cuando vio a un chico grandullón
y rubio que los miraba con los ojos muy abiertos. Ella parpadeó, justo antes de apretar
los labios en una dura línea.

—¿Os conocéis? —preguntó Kai, al ver el silencio tenso que se había formado.

—Desgraciadamente —murmuró Rhett.

Kenneth.

Otra vez.

—¡Qué bien! Una presentación menos —dijo Kai, ajeno a las miradas de odio que se
lanzaban el uno al otro.

Kenneth estaba tal y como lo recordaba Alice. Era grandullón, alto y musculoso. De
hecho, el único cambio que veía en él era que le había crecido el pelo, y que la última
vez se había escondido de él porque Deane lo había mandado a matarla.

—Ellos son... —y Kai empezó a soltar nombres que Alice ni siquiera pudo retener, al
estar tan concentrada en que Rhett no matara a Kenneth—. Estoy seguro de que
formaréis un buen equipo. Ahora tengo que irme... ¿por qué no os tomáis el día libre
para conoceros un poco?

No esperó una respuesta. Se marchó alegremente, dejando tras de sí un silencio más que
incómodo. Alice tiró del brazo de Rhett suavemente, llamando su atención.

—Pensé que estaríais muertos —dijo Kenneth, en tono desafiante.

—No parecías pensarlo cuando me buscabas por el bosque —le dijo Alice.
Por primera vez —siendo ella consciente de ello—, Kenneth la miró de la misma forma
que la miraba cuando estaba en la ciudad. Es decir, como si fuera algo que quisiera pisar.

—Lástima que no te encontrara —dijo.

—Si lo hubieras hecho, ahora no estarías respirando —aseguró Rhett.

Kenneth sonrió, divertido.

—Ya veo por qué me ignorabas en Ciudad Central —dijo Kenneth, mirándolo—.
¿Se ponía celoso tu profe?

—¿Celos de ti? No me hagas reír.

—Bueno —interrumpió una de las chicas, sonriendo—. ¿Por qué no... hablamos de otra
cosa?

—¿Tengo que formar un equipo con el tío que intentó cazarte? —le preguntó Rhett a
Alice—. Ni de coña. Yo me largo de aquí.

Alice lo detuvo sujetándolo del brazo.

—No. De eso nada.

—¿Es una broma? ¿Quieres que nos quedemos con él?

—No quiero quedarme con él. Pero tampoco voy a permitir que me echen de la ciudad por
su culpa.

Rhett apretó los labios, pero no se movió.

—¡Genial! —sonrió la chica—. Bueno, ¿y si intentamos conocernos un poco? Eh...


yo soy Maya.

—Alice y Rhett —dijo ella, aún sabiendo que todos conocían sus nombres.
—Es un placer, soy Laura —dijo la otra chica, que también parecía querer
olvidarse de la tensión anterior.

—Sí, no nos esperábamos que fueran a aparecer voluntarios —dijo un chico—.


Después de que masacraran a los anteriores... soy Luke, por cierto.

—Nosotros tampoco somos voluntarios —le dijo Laura.

—Prácticamente nos obligaron a alistarnos —explicó Maya—. Pero... es mejor que ser
el servicio de transporte, ¿eh? Y te lo digo yo, que lo fui durante dos meses...

—Yo trabajaba de limpiadora —protestó Laura—. Nunca me había cansado de hacer


camas, pero esa vez lo hice.

—Bueno, ¿qué sabéis hacer? —preguntó Luke—. Porque no nos iría mal que alguien
supiera disparar...

—Alice es muy buena —aseguró Rhett, señalando a Alice con la cabeza.

—Y él también. Me enseñó —añadió Alice, que de pronto se había avergonzado por el


cumplido—. Pero soy muy mala con la lucha cuerpo a cuerpo.

—No hay problema. Aquí hay tres personas expertas en eso —dijo Maya—. Laura, Doug
y Kenneth son muy buenos en lucha. A Erik se le da más o menos bien disparar. Y yo...
bueno, yo no soy buena en nada, pero lo intento.

—Yo era así al principio —sonrió Alice.

Kenneth se había apartado del grupo, pero seguía mandándose miradas de odio con Rhett,
que se las devolvía con gusto.

—Nos reunimos cada día menos los sábados y domingos —dijo Laura—. Toda la
mañana, con pausa para comer. La tarde es libre, pero normalmente entrenamos igual...

—Igual podríais enseñarnos a disparar —comentó Luke.


Rhett no parecía dispuesto a hacerlo.

—Claro —dijo Alice, de todos modos.

—Genial —Maya aplaudió.

Estuvieron un rato con ellos, hasta que cada uno empezó a marcharse. Después de todo,
les habían dado el día libre. Antes de que fuera consciente de ellos, Alice estaba
siguiendo a Rhett hacia su nueva casa. Cuando llegaron, él cerró de un portazo. Trisha se
asomó por encima del sofá con la cara llena de restos de palomitas.

—¿Qué pasa?

—Kenneth estaba ahí —le dijo Alice, al ver que Rhett se sentaba en el sillón sin decir
nada.

—¿Kenneth? —Trisha la miró—. ¿El Kenneth al que le di una paliza?

—Sí. Ese Kenneth.

—Uh —Trisha miró a Rhett con una sonrisa burlona—. Se te ve muy contento con el
reencuentro.

—Qué graciosa eres —masculló él.

—Míralo por el lado positivo. Si entrenáis juntos, puedes darle una paliza diciendo
que era para practicar.

A Rhett se le iluminó la mirada.

—No des ideas —sugirió Alice, sentándose con ella en el sofá—. ¿Qué estás
mirando?
—El guardaespaldas —dijo Trisha, y se giró hacia Rhett cuando él resopló—.
¿Algo que añadir?

—Eras la última persona del mundo que esperaba encontrarme viendo eso.

—Por Kevin Costner me cambiaría de acera —aseguró ella.

Y así empezaron a discutir sobre películas mientras Alice miraba la que tenía puesta. Fue
la primera vez en mucho tiempo que se sintió como si volvieran a su antigua ciudad.
CAPÍTULO 17
—Debería haberlo matado hace un año.

Habían estado todo el día en el gimnasio entrenando. Su primer día. Y Rhett ya no


podía soportar la presencia de Kenneth.

—Rhett... —protestó Alice, cansada.

—Es verdad —protestó él, a su vez.

La habitación era mucho más de lo que necesitaban, pero la cama también. Podía
tumbarse como le diera la gana, que difícilmente llegaría a tocar a Rhett. No estaba
segura de si eso le terminaba de gustar.

Ella se sentó en la cama y lo miró con cara de cansancio.

—No me puedo creer que vayamos a tener que convivir con él —seguía
murmurando Rhett.

—¿Miramos una peli? —preguntó ella, intentando cambiar de tema e incorporándose—.


Tenemos tele en nuestra habitación. A ver, cuáles hay...

Empezó a revisar las películas en la estantería, descartándolas con mala cara.

—Ese... imbécil —masculló Rhett, lanzando la ropa sucia a un rincón.

—¿Te apetece una de zombies? —preguntó ella. Después lo retiró—. Mejor


miramos una que no tenga sangre y vísceras... ¿una de amor?

—¿De amor? —él arrugó la nariz.

—Las hay muy buenas —masculló Alice, que seguía buscando—. ¿Y de drama? Vale, no
me mires así.
Él siguió murmurando cosas no aptas para niños mientras Alice suspiraba sonoramente.

—Vamos... déjalo.

—No quiero dejarlo. Quiero no tener que volver a verlo.

—¿Qué más da? Puede que se vaya él solito del grupo y se acaben todos nuestros
problemas. Bueno... el menor de ellos, más bien.

—Lo dudo. Es la clase de parásito que se queda solo por molestar.

—Bueno, ¿y qué pasa si se queda? Peor para él. Lo ignoramos y ya está.

—¿Qué lo ignoremos? —él se acercó, enfadado—. ¿Es que te has olvidado de todo lo
que te hizo?

—Me lo hizo a mí. Debería ser yo la enfada, no tú —ella se cruzó de brazos.

—Pues me lo tomo como algo personal —él se sentó en la cama, enfurruñado—


. Si me dice algo...

—Entonces, dispárale en la pierna y se le acabará la tontería.

—Eso ya me gusta más —Rhett sonrió, mirándola—. Lástima que no pueda hacerlo
sin que nos echen de aquí.

—Entonces, lo ignorarás. Como haré yo.

—No sobreestimes tanto mi paciencia, Alice.

—Tuviste paciencia conmigo —sonrió ella.

Rhett enarcó una ceja, mirándola.

—No es lo mismo.
—Como diría Trisha, él no tiene mis tetas —sonrió ella, orgullosa.

—¿Por qué siempre tienes que llevarlo todo al tema del sexo? —Rhett puso los ojos en
blanco, metiéndose en la cama—. Hay cosas más importantes en la vida.

—Porque eres un estrecho. Hace dos meses que vagamos por el bosque como almas en
pena. Hubiéramos podido morir en cualquier momento. ¡Habría muerto virgen!

—Qué drama —ironizó él.

—Lo es. Y no entiendo muy bien por qué no quieres tener sexo.

—Ni siquiera estoy seguro de si sabes lo que es el sexo, Alice.

—Sí lo sé. Sale en las películas.

—Bah. El sexo real no es como el de las películas. No tiene nada que ver.

—¿No? —eso hizo que perdiera algo de confianza.

—Bueno, depende de con quién lo hagas... pero la mayoría de veces no lo es. Es mucho
más... mhm... —buscó la palabra adecuada, mirándola— mucho menos... eh... ¿bonito?

—¿El sexo es feo?

—No, no... pero... —parecía no saber cómo decirlo—. Es decir, la primera vez de una
chica suele doler.

—¿Doler? —ella abrió los ojos como platos.

—Sí, y se supone que sangran, aunque...

—¡¿Sangrar?!
—Claro. Porque rompes el himen. Pero la mayoría de las chicas lo pierden por mil
razones distintas al sexo.

—Uh...

Ella arrugó la nariz.

—No pongas esa cara —se burló él.

—¿Y si duele por qué la gente quiere tener sexo? —preguntó ella, confusa.

—Porque solo duele las primeras veces. Es decir, entre que duele y los nervios, no
disfrutas. Pero, a partir de la tercera o la cuarta vez... ya es otra historia.

Alice se quedó pensativa un momento.

—¿Me estás diciendo esto para que me asuste y no insista más? Porque... no... no está
funcionando.

—No. Es verdad.

—¿Y cómo lo sabes?

—Porque mi primera novia —hizo énfasis en la palabra— me lo dijo. Ella

puso mala cara.

—¿Es normal que esté celosa de esa chica?

—¿Qué? —pareció hacerle gracia—. ¿Por qué?

—No lo sé.

—¿Por qué? —insistió, divertido.

—No lo sé.
—Al menos, ella te gustaba lo suficiente como para que... ya sabes...

—Alice, te aseguro que ninguna de esas chicas me gustaba la mitad de lo que me


gustas de tú.

Ella intentó no sonreír.

—Pero eso ya no importa —Rhett se encogió de hombros—. Probablemente muriera


cuando cayeron las bombas.

Alice lo miró un momento. Él ni siquiera se había inmutado.

—¿No te da pena?

—¿El qué? ¿Que muriera?

—Sí. Bueno, después de todo, fue tu novia.

—Si tuviera que darme pena cada persona que conocía y murió, no tendría tiempo
para nada más.

Ella se quedó un momento en silencio, pensándolo y preguntándose por qué ella no era
capaz de pensar en la muerte como él.

Rhett se tumbó en la cama unos segundos después, dándole las buenas noches y
apagando la luz. Alice miró el techo oscuro durante unos pocos segundos, antes de
encender la luz. El colchón se movió cuando Rhett se giró para mirarla.

—Entonces, ¿el sexo es como que te peguen un tiro?


—¿Qué? —él pareció contener una risa.

—Duele, sangras. Haces ruidos raros.

—Yo no he dicho nada de ruidos raros.

—Eso es una aportación de Trisha.

—Ya sería raro —Rhett se estiró para apagar la luz—. Deja de pensar en eso y
duérmete, anda.

Ella repiqueteó los dedos sobre su estómago durante casi cinco segundos, antes de volver
a encender la luz. Esta vez, Rhett suspiró.

—¿Alguna vez has pensado en tener hijos?

—Esta conversación ha subido de nivel muy rápido.

—Vamos, responde.

—No... bueno, no lo sé. Creo que no.

—¿Nunca?

—Antes de las bombas era demasiado crío como para pensar en eso, y ahora... bueno, el
contexto no es el mejor para traer un niño al mundo.

Ella no dijo nada.


—¿Vas a dormirte ya? —preguntó él, mirándola.

—No. Pero tú puedes dormirte.

Rhett sonrió y apagó la luz.

***

Alice se sintió extraña cuando sujetó el arma entre sus manos. Hacía tiempo que no se
hacía con una de esas, y era una pistola regular. Vio que los demás hacían lo mismo. Al
menos, todos sabían quitar el seguro y recargarla. Rhett estaba mirando al grupo que
tenía a su derecha. Alice supuso que el único al que ignoraría sería Kenneth, que estaba a
su lado, así que se propuso ayudarlo ella para quitar tensión a la situación.

Rhett les dio unas cuantas indicaciones que ella ya sabía de memoria. Los demás las
siguieron, mientras ella apuntaba al objetivo y apretaba al gatillo. Nadie le hizo caso,
pero estuvo contenta cuando vio que acertaba en la cabeza al primer intento. Al menos,
no había perdido práctica.

Vio por el rabillo del ojo que los demás empezaban a apuntar, y que Rhett le subía el
brazo a Maya, que parecía muy concentrada. A su otro lado, Kenneth intentó apuntar
por su cuenta.

—Tienes que colocar ese pie más atrás —le dijo Alice. Él se

detuvo y la miró.

—¿Y qué tiene que ver el pie con la pistola?

—Mucho —aseguró ella.

Kenneth puso mala cara.

—Habla de lo que sepas y no molestes.

—Sé bastante más de lo que tú te crees.


—¿Y si pongo el pie un centímetro hacia atrás, voy a disparar mejor?

—Vas a tener más equilibrio, no te temblará la mano como lo está haciendo ahora y sí,
dispararás mucho mejor.

Alice volvió a lo suyo de mal humor, pero vio que él hacía lo que le había dicho de mala
gana. Cuando disparó, al menos le dio al muñeco de prueba.

—¿Te llegó a atrapar Deane? —preguntó él, pillándola por sorpresa. Alice lo

miró.

—Si lo hubiera hecho, yo no estaría aquí. ¿No trabajabas para ella? Deberías saberlo.

—Se marchó de la ciudad poco después de que os marcharais sin avisar a nadie.
Se llevó a unos pocos soldados. No la he vuelto ver.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Ni lo sé, ni me importa. Pero no la he vuelto a ver. Espero que se esté pudriendo
bajo tierra.

Alice lo miró con el ceño fruncido mientras él soltaba una risa despectiva. Rhett
acababa de poner el pie tal y como había dicho Alice a uno de los chicos.

—Ahora entiendo por qué me rechazabas —hizo un gesto hacia Rhett, que estaba
centrado en los demás—. ¿Ya estabais juntos cuando era tu profesor?

—No es problema tuyo, Kenneth.

Él había dejado de disparar, mirándola con burla.

—¿Y qué tal es?


—¿El qué?

—En la cama.

Ella frunció el ceño y volvió a centrarse en la pistola.

—No hablaré de eso contigo.

—¿Tan malo es?

—¿Por qué no te centras en el objetivo? Podrías dispararte en el pie sin querer


—preguntó ella, molesta.

—Aunque igual eres tú la mala. No lo sé.

—Cállate —advirtió.

—Me lo pasé muy bien golpeando a ese amigo tuyo, ¿sabes? Alice

se detuvo en seco.

—¿Cómo se llamaba? ¿Jack? ¿Jason? Ah, no. Jake. Sí.

—No hables de Jake —advirtió ella.

—El pobre creía que tenía posibilidades —sonrió Kenneth—. ¿Sigue vivo?

Ella no dijo nada. Cada noche, Trisha, Rhett y ella intentaban rememorar todo lo
relacionado con los demás, pero eran incapaces de hacerlo. No recordaba a Jake después
de la noche en la que le dispararon en la cabeza. Ni de Tina. Ni de Max. Pero seguía
teniendo la esperanza de que siguieran vivos.

—Es muy fácil meterse con alguien de menos tamaño que tú —murmuró ella,
tratando de mantener la compostura..

—Sí. Sería muy fácil tirarte al suelo de un puñetazo ahora mismo.


—¿Tengo que recordarte quien fue la que te dio un puñetazo la última vez?

—Me pillaste desprevenido —admitió, aunque Alice supo al instante que eso le había
molestado.

—¿Tanto te molesta que una chica pueda contigo?

—¿Te crees que dejaría lo hicieras otra vez? —preguntó él, despectivo—. La única
razón por la que no te la devolví fue porque pensaba que eras lo suficientemente lista
como para acostarte conmigo en lugar de con ese.

—Ni muerta —masculló ella.

—Ya te arrepentirás. Soy muy bueno.

—Me parece genial.

—¿No quieres probarlo?

Alice se extrañó de que insistiera tanto en el tema. Sin embargo, cuando vio que Rhett lo
estaba matando con la mirada, entendió por qué. Decidió no responderle más y centrarse
en su objetivo.

***

—Me han dicho que Rhett os ha enseñado a disparar —comentó Kai mientras iban a su
despacho—. Es una gran noticia. Por fin, alguien sabe hacer algo más que golpear un
muñeco, je, je...

Alice cerró la puerta de su pequeño despacho a sus espaldas y se sentó en la misma silla
que la última vez que había estado ahí. Kai hizo lo mismo, mirándola con una sonrisa.

—¿Por qué estoy aquí? —preguntó ella, frunciendo el ceño—. ¿He hecho algo?

—¿Qué? No, no —Kai rechazó la idea con un gesto rápidamente—. Al contrario, has
estado trabajando muchísimo estos días.
—¿Ah, sí? —ella se extrañó.

Hacía ya una semana que estaban en la ciudad, y seguía con la misma sensación de que
no le terminaba de gustar. Sin embargo, estaba empezando a habituarse al gimnasio y a
volver a entrenarse.

—¡Sí! Todos tus compañeros han hablado muy bien de ti. Bueno... casi todos — Alice
podía adivinar perfectamente quién era ese casi—. Pero eso no importa.
Tenéis algunas cámaras en el gimnasio para que podamos ver vuestra evolución y todo
eso... he visto que eres muy buena disparado.

—¿Nos espiáis? —preguntó, a la defensiva.

—No lo llames espiar, je, je... —él se rio de manera nerviosa—. Es... una manera de
llevar un control general sobre lo que pasa ahí dentro y lo que no. Después, lo apunto
aquí y tengo un seguimiento de...

—¿Lo apuntas dónde?

—Aquí —señaló su ordenador.

Alice se quedó mirando el aparato, dudando sobre si preguntar o no.

—Obviamente, no es un ordenador normal. Es un controlador de población. Solo lo


tenemos el alcalde, Eugene y yo.

—¿Controlador de población?

—Sí. Está la gente que entra y sale de la ciudad. Es un poco caos, pero es muy útil para
saber el número de población y todo eso. Volviendo al tema del que íbamos a hablar...

—¿Y cualquiera puede verlo? —preguntó Alice.

—No, claro que no. Solo los tres que te he dicho. Pero no quería hablar de esto...
—¿Y qué tiene que hacer alguien para acceder?

—Pues... tener la contraseña y acceso a un terminal. Pero eso no importa ahora mismo...

—¿Y por qué no es público? —preguntó Alice—. ¿Qué más da que la gente sepa
quién está en la ciudad y quién no?

—Es... complicado... eh...

—¿Puedo verlo?

—¡No, no! —él cerró el portátil en un rápido movimiento—. Lo siento, pero es


confidencial.

Alice apretó los labios.

—Volviendo al tema que ocupábamos... —él sonrió, algo nervioso—. He estado


pensando en ello y creo que Rhett ha encajado perfectamente en el grupo. Es como el
profesor que llevábamos tiempo buscando.

—Ah —ella sonrió—. Sí, la verdad es que es muy bueno. Pero, ¿yo qué tengo que ver
con eso?

—Bueno... la cosa es que... mhm... hemos pensado que tú no deberías formar parte de él.

Alice lo miró, anonadada.

—¿Eh? Si has dicho que disparaba bien. ¿Qué he hecho mal?

¿Significaba eso que la echarían de la ciudad?

—Oh, no. Nada. Lo has hecho todo bien. —sonrió él—. Pero el sargento Phillips ha
estado, durante un tiempo, pidiendo un tirador experto para acogerlo como su ayudante..
Las posibilidades están entre Rhett y tú, y como creo que él es mejor
ayudando a los demás, pues... es decir, que no creo que tú seas una mala
ayudando, si casi no te conozco, je, je, pero como no lo sé... en fin... eh...

—¿Qué tendría que hacer si fuera ayudante de ese sargento? —preguntó ella,
salvándolo de la situación.

—Lo mismo que haces ahora, entrenar. Solo que algunas veces él te llamara para que le
ayudes en las patrullas. En general, suelen ser tranquilas.

Alice lo consideró un momento.

—¿Solo tengo que acompañarlo?

—Y protegerlo si es necesario, claro.

—¿Soy su guardaespaldas? —preguntó ella.

—Podría decirse así, sí. Bueno, ¿qué me dices? Necesito una respuesta rápida...

Alice se quedó mirándolo, pensativa. Estaba claro que le apetecía salir un poco de esa
ciudad, pero no sabía cuál sería el precio. Había hecho pocas exploraciones acompañada,
y todas habían terminado con algún inconveniente.

Pero... necesitaba salir de esa ciudad.

—Está bien —dijo—. Lo haré.

—¡Genial! —Kai encendió el ordenador otra vez y empezó a escribir a toda velocidad.

—¿Eso es todo?

—No... mañana tenemos que vernos. Por la tarde. Antes de empezar este trabajo
deberías ver algo.

—¿El qué?
—Creo que será mejor que lo veas por ti misma —sonrió él—. Nos vemos en la plaza a
las cinco, ¿te parece bien?

—Sí... supongo.

—¡Pues hasta mañana, descansa bien!

Alice se levantó, algo confusa, y se marchó, cerrando la puerta tras de sí.


CAPÍTULO 18
—Si hay alguna posibilidad de que alguno de ellos haya estado aquí en algún momento, lo
sabremos si miramos en esos ordenadores —dijo Alice paseando ansiosa por el salón.

Trisha la miró, mordisqueando un trozo de pizza. Rhett parecía pensativo,


sentado en el sillón.

—¿Y por qué deberían haber pasado por aquí? —preguntó Trisha—. Nos habríamos dado
cuenta, ¿no? Los habríamos visto por la calle. Tampoco es tan grande.

—Pueden haberse ido —dijo Rhett.

—¿Quién querría irse de aquí?

—Yo —Alice frunció el ceño—. Hay algo de este sitio que no me gusta nada.

—Pues a mí me encanta. Tienen pizza. Eso es suficiente.

—Muy graciosa —Alice la fulminó con la mirada—. Aunque para ti sea suficiente por la
masa con tomate...

—No me puedo creer que no te guste la pizza —le dijo la rubia, negando con la cabeza.

—...tenemos que encontrar a los demás —Alice la ignoró.

—No, no tenemos que hacerlo —le dijo Trisha.

—¿Qué quieres decir? —ella dejó de pasear para mirarla.

—A ver, ¿qué quieres que te diga? No me acuerdo de nada desde el momento en que me
dispararon en el brazo. Rhett no recuerda nada desde que te disparó. Y tú no recuerdas
nada desde que te dispararon.
—Hubo muchos disparos ese día —observó Rhett, bostezando.

—¿Y qué? —preguntó Alice a Trisha, frunciendo el ceño.

—Que no sabemos dónde están, ni siquiera sabemos si quieren que los


encontremos.

—Claro que quieren.

—No lo sabes. No sabes si ellos están tan perdidos como nosotros o nos dejaron
ahí tirados porque molestábamos.

—¿Qué...? ¿Cómo puedes decir eso? Son Jake, Tina, Max...

—Sé quiénes son. Y me da igual.

—¿Te da igual? ¡Son nuestra familia!

—Nuestra familia —repitió Trisha, como si le hiciera gracia—. ¿Acaso has notado
que ellos intenten buscarnos a nosotros?

—No es fácil encontrar a alguien hoy en día, Trisha.

—¿Y si nos dejaron? ¿Qué te hace pensar que les gustará volver a vernos?

—Ellos no harían eso. Nunca.

—Te sorprendería saber lo que hacen las personas cuando están asustadas, Alice.

—Me da igual lo que pienses, yo confío en ellos.

Trisha soltó una risa despectiva.

—¿Qué? —preguntó Alice bruscamente, empezando a irritarse.


—¿Y por qué no nos buscan ellos? ¿Por qué tenemos que hacerlo nosotros?

—Quizá sí lo hacen.

—O no.

—¡Quizá Jake está solo! —le gritó Alice—. O todos están muertos. O no les interesa
encontrarnos. Me da igual. Yo sí quiero encontrarlos. Y saber qué demonios pasó ahí. Y
por qué nos separaron, ¿cómo puedes no querer saberlo?

—Yo no quiero saber nada —ella se puso de pie—. Lo que quiero es vivir
tranquila de una vez, Alice.

—Son tus amigos —le dijo Alice mientras ella se alejaba.

—Yo no tengo amigos. Y menos unos que me abandonan.

—Son lo mejor que tenemos, entonces. No me puedes negar eso.

—¿Lo mejor que tenemos? ¿Tú los ves aquí? Creo que nos las hemos arreglado bastante
bien sin ellos. No quiero complicarme la vida por buscarlos.

—¡Sabes tan bien como yo que hay algo malo en esta ciudad!

—¡Lo que sé es que no quieres confiar en nadie porque nos traicionaron una vez, pero no
tiene por qué volver a pasar! ¡Si os concentrarais un poco menos en encontrar a esos y
un poco más en aprovechar la oportunidad que tenemos aquí, seríais un poco más
felices!

—¿Oportunidad? ¿De qué? ¿De volver a empezar la misma historia pero con
desconocidos?

—¿La misma historia? No tienes ni idea, Alice.

—¡Son nuestros amigos! ¡Y era nuestra ciudad! ¡No podemos dejarlo pasar!
—¡Esa ciudad me costó un brazo! —le gritó Trisha—. ¡Mi brazo! A ti, ¿qué? ¿Te
quemaron los juguetes? ¿Has perdido a un amigo? Qué lástima. ¿Quieres intentar vivir
con un brazo menos? Porque es una mierda. Te lo aseguro, Alice.

Hizo una pausa, respirando hondo.

—Aquí solo he conseguido que me dieran comida y casa —continuó ella, más calmada
—. Así que, sí, prefiero quedarme aquí y escuchar tus paranoias que ir de nuevo a ese
puto bosque sin saber si sobreviviré otra noche más.

Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó a su habitación, dando un portazo tras de sí.

Alice se quedó mirando el pasillo un rato, en silencio. Rhett, que había estado mirando la
escena en silencio, se puso de pie y se acercó a ella.

—No te eches la culpa a ti misma por lo de su brazo —le dijo.

Alice lo miró.

—No lo hago —mintió.

—Ya —él sonrió.

Ella miró el suelo, pensativa.

—Es que... —cerró los ojos—. No puedo dormir tranquila por las noches pensando que
Jake... que los demás están en algún lugar. Y que pueden estar peor que nosotros. Si es
que están...
—Sea como sea, los encontraremos —le aseguró Rhett.

Ella levantó la mirada, ilusionada.

—¿Todavía quieres buscarlos?

—Claro que quiero buscarlos, Alice. Y saber qué pasó. Y quien nos hizo eso.

No pudo ocultar el alivio que sintió al saber que no estaba sola. Rhett pasó por su lado.

—No hables con ella hasta mañana —le recomendó—. Será peor.

—Tampoco tenía ganas de hacerlo...

—Conociéndote, seguro que te hubieras colado en su habitación a las tres de la mañana,


en bragas, para disculparte.

Ella entrecerró los ojos.

—Eso solo lo hacía contigo.

—Así que era una relación exclusiva —sonrió Rhett—. Me siento afortunado.

—Oh, cállate —ella lo siguió, sonriendo mientras sacudía la cabeza.


***

Después de ducharse por el entrenamiento, Alice se presentó en la plaza a la hora


acordada. Kai llegó unos segundos más tarde y le hizo gestos frenéticos para que se
acercara a él, cosa que Alice hizo, congelándose por la nieve de su alrededor.

—Eres muy puntual, eso está bien —le dijo Kai mientras la guiaba por la ciudad—. No
he conocido a mucha gente que dé importancia a la puntualidad por aquí.

—¿Por qué estás aquí, Kai?

La pregunta pareció pillarlo de sorpresa, porque la miró con los ojos muy abiertos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.

—No lo sé... pareces tan distinto a los demás.

—¿Distinto? ¿En qué sentido?

—En el buen sentido —aseguró ella—. La gente de aquí es... muy fría. Tú, en
cambio, siempre has sido muy amable con nosotros.

—Es mi trabajo... —dijo, pero era obvio que le había gustado lo que había oído, que era
precisamente lo que quería Alice.

—Aunque sea tu trabajo, hay cosas que se hacen por voluntad propia — aseguró
—. En mi antigua ciudad, conocí a un chico como tú...
Se sorprendió por lo duro que le resultó hablar de Jake. No era como si estuviera
muerto —no, no lo estaba, no iba a pensar eso—, pero era extraño mencionarlo.

—Fue de las pocas personas que me ayudó a integrarme y a no sentirme sola. No sé


qué habría hecho sin él.

Kai la miró un momento, con algo parecido a la lástima en la mirada.

—¿Ya no... no estáis en contacto?

—No —dijo ella—. Hace mucho que no lo veo.

—Es una lástima —aseguró Kai—. En un mundo como este es muy difícil hacer
amigos. Pero perderlos... es un golpe difícil de superar.

—¿Tú tienes amigos aquí? —preguntó ella.

—¿Amigos? No los llamaría así... son compañeros de trabajo.

—¿Y no te sientes solo?

—Normalmente, tengo tanto trabajo que no puedo pensar en si me siento solo o no.

Kai se detuvo en ese momento, así que Alice no pudo continuar. Habían llegado al límite
de la ciudad, en la que ella no había estado nunca. Levantó la cabeza para ver unas
enormes vallas de hierro que rodeaban un edificio gris bastante grande, de una sola
planta. Kai sacó la tarjeta de identificación de su bolsillo y la pasó por una máquina,
haciendo que las enormes puertas se abrieran. Alice vio que los guardias los miraban,
pero no dijeron nada.

—¿Dónde estamos? —preguntó Alice.

—En uno de los edificios restringidos de la ciudad —explicó Kai.


Tuvo que pasar la tarjeta por dos puertas más, la última con acceso al edificio, donde dos
guardias les pasaron una máquina alrededor, quitándole a Alice el cinturón por la hebilla.
Ella frunció el ceño mientras recorrían un pasillo gris y lúgubre.

—¿Por qué...?

—No pueden dejar que pase ningún objeto punzante —explicó Kai—. Son
normas de seguridad.

—¿Seguridad para qué?

—Verás... —él se aclaró la garganta—. Este edificio está construido para ser
inexpugnable. Es decir, para que nadie pueda entrar ni salir sin que nosotros nos demos
cuenta.

—¿Por qué?

Ignoró la pregunta.

Kai abrió una puerta, bajaron unas escaleras, y pasaron por otro pasillo lúgubre con
varios guardias cada diez metros. Los miraron con curiosidad, especialmente a ella.

Cuando estaba a punto de preguntar de nuevo el por qué, Kai se detuvo delante de una
puerta de hierro y sacó su tarjeta.

—¿Estás lista?

—¿Para qué? —preguntó ella, algo asustada.

—Para demostrar que puedes ser la ayudante del sargento.

—Pero... ¿qué tengo que hacer?


—Sigue las instrucciones —Kai pareció pensar muy bien lo que iba a decir—. Todas.
Sin dudarlo. Si no lo haces... bueno, no serás útil para el sargento, y suele enfadarse
con la gente que no le es útil.

No le dio tiempo a pensar, porque Kai pasó la tarjeta por un lector y la puerta se abrió.

Alice entró en la habitación contigua y se quedó algo paralizada cuando vio que, a cinco
metros de distancia, había un enorme cristal que hacía de pared entre la habitación en la
que estaba y la que había al otro lado y que podía ver perfectamente. En la otra, había
una habitación que parecía de un niño pequeño, con una cama, juguetes, una casa de
muñecas, un armario, un espejo...

Y, en la cama, sentada con las piernas pegadas a su pecho, había una niña de unos
nueve años mirando al suelo fijamente. El sargento estaba agachado delante de ella,
hablándole tranquilamente. Su voz retumbó en la habitación en la que estaba Alice.

—Quiero ayudarte —aseguró Philips—. Camille, necesito que me ayudes tú a mí.


¿Me entiendes?

No obtuvo la respuesta. La niña ni siquiera se movió.

Kai cerró la puerta. En la habitación oscura, en la que estaban ellos, había dos hombres
mirando a través del cristal. Uno estaba manipulando un ordenador a través del que
grababa la conversación y la habitación. Los dos se giraron hacia ellos.

—¿Ella es la chica de la que hablaste? —preguntó uno de ellos, mirando a Kai.

—Sí —Kai los presentó, pero Alice estaba pendiente de la niña, que tenía la mirada
clavada en el suelo—. Alice, esa niña es Camille. La encontramos abandonada hace unos
días. Creemos que puede tener familia que la busque y queremos encontrarlos para que
puedan venir o quedarse con su hija, pero no habla con nosotros.
—¿Por qué no?

—Pensamos que puede tener un trauma o algo parecido —le dijo uno de los
hombres—. Quizá simplemente está asustada.

—Sabes idiomas, ¿no? —preguntó Kai.

Ella asintió con la cabeza. Tenía la capacidad de hablar veinte idiomas distintos a la
perfección. La habían programado para eso, aunque esa información no se la daría,
claro.

—Algunos —dijo, intentando recordarlos.

—¿El francés es uno de ellos?

—Sí.

Kai pareció satisfecho. El hombre que no usaba el ordenador miró a Alice.

—Lo único que sabemos es que puede llamarse Camille. Escribió ese nombre en un
papel, y...

—¿Sabe escribir? —Alice pareció algo sorprendida.

—Sí, por eso creemos que puede tener familia que la enseñara. Quizá, si tú hablaras
con ella en su idioma...

Alice quería salir corriendo de ahí, pero no le dio tiempo a pensar, porque Philips
acababa de volver y estaba con ellos. La miró con seriedad.

—Supongo que te acordarás de mí, Alice —le dijo él.

—No ha pasado tanto tiempo como para olvidarme —dijo ella.


—¿Sabes cuál es tu trabajo? —preguntó.

Asintió con la cabeza, aunque tenía ciertas dudas.

—Pues tienes media hora —el sargento le abrió la puerta—. Buena suerte.

¿Y ya estaba? ¿La dejaban sola?

Respiró hondo, miró a Kai, que le dio una sonrisa de ánimos, y entró en la habitación,
pasando a través de la puerta lateral. Al instante, vio que desde la habitación de la niña no
se podía ver la contigua, era solo una pared negra.

La habitación olía de una forma que le gustó a Alice. Le resultó familiar, y no sabía por
qué. Era como si lo hubiera olido antes. Sin saber el motivo, supo que le recordaba a la
habitación de la madre de Alicia. Seguía teniendo sus recuerdos en la mente. Le dio una
sensación de alivio instantáneo que mató sus nervios. Hacía tanto tiempo que no notaba
nada de Alicia...

Se acercó a la niña sorteando unos cuantos juguetes, y deseó sentirse tan segura
como parecía.

La niña era muy pequeña, con el pelo oscuro enmarañado y la cara redonda y
bronceada, señal de que había pasado tiempo al sol y no en una casa. Le debían haber
puesto ropa nueva, porque dudaba que hubiera venido con un vestido azul y unos
calcetines blancos. Tenía las rodillas llenas de moretones y arañazos.

—Hola, Camille —le dijo ella en francés perfecto.

La niña parpadeó al suelo y levantó la mirada hacia ella. Alice tragó saliva, tratando de
mantener la compostura.

—¿Cómo estás?

La niña tenía los ojos verdes adormilados. No parecía haber llorado en absoluto, pero
parecía estar muy triste. Alice dio un paso hacia ella. No respondió.
—Me llamo Alice —le explicó todavía en francés—. ¿Me entiendes si te hablo en este
idioma?

La niña asintió con la cabeza.

—¿Y entiendes este idioma? —preguntó Alice, en el idioma que utilizaba con los demás.

La niña volvió a asentir.

—¿Prefieres que te hable así? —preguntó Alice en francés. La

niña volvió a asentir.

Bueno, al menos respondía.

—¿Puedo sentarme?

No dijo nada, pero tampoco pareció sentir ningún tipo de rechazo cuando Alice se sentó
suavemente a su lado, en la mullida cama. Se fijó en que también tenía marcas de golpes
y rasguños en los brazos y las manos.

—Llevas un vestido muy bonito, Camille.

La niña cerró los ojos un momento.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta el vestido?

Negó con la cabeza.

—¿Entonces?

Ella tragó saliva.

—No me llamo Camille —le dijo con un hilo de voz, en francés.


Alice se quedó algo paralizada al escuchar su voz. No se esperaba que hablara con ella.

—¿Y cómo te llamas?

—Blaise —murmuró, al cabo de unos segundos.

—Blaise —repitió Alice—. Es un nombre muy bonito. ¿Y quién es Camille? La

niña apartó la mirada.

—¿Es tu madre?

Asintió.

Alice respiró hondo.

—¿Por qué estabas sola cuando te encontramos, Blaise? Se

encogió de hombros.

—¿Tu madre te dejó sola?

Negó.

—¿Está... bien?

Asintió.

—¿Sabes dónde está?

Asintió.

—¿Crees que podrías llevarnos a mis amigos y a mí con ella? Alice

se sorprendió al ver que negaba con la cabeza.


—Hombres malos —murmuró la niña.

—¿Tu madre está con hombres malos? —preguntó Alice. Ella

agachó la cabeza.

Alice miró el cristal sin saber si alguien le estaría devolviendo la mirada y volvió a
clavar los ojos en Blaise, que seguía con la cabeza agachada.

—¿Y si salvo a tu madre de esos hombres malos? —preguntó Alice. La

niña la miró al instante.

—¿Salvar a mamá? —preguntó torpemente.

—Sí, quiero salvar a tu mamá, pero necesito que ayudes a encontrarla.

Blaise se quedó mirándola como si fuera un fantasma. Después, se le llenaron los ojos de
lágrimas.

—¿No eres mala? —preguntó con un hilo de voz.

A Alice se le formó un nudo en la garganta. Tragó saliva como pudo y negó con la
cabeza.

—No, Blaise, no soy mala. Puedes confiar en mí.

Sin embargo, la niña parecía un poco reacia a hablar. Se frotó los ojos con fuerza y
apartó la mirada. Alice suspiró.

—¿Sabes? Mi madre también estaba con hombres malos —le dijo Alice, atrayendo
su atención—. Hace mucho de eso, pero me acuerdo. Intenté ayudarla, pero no
pude hacerlo yo sola, aunque te aseguro que lo intenté.

Los recuerdos de Alicia eran mucho más claros en su mente de lo que habían sido en sus
sueños. Aún así, seguía siendo extraño pensar en ella.
—Te aseguro que nunca me he arrepentido tanto de algo como de eso —le dijo Alice,
suspirando—. Si pudiera volver atrás, pedir ayuda y salvarla, lo habría hecho. Pero no
puedo.

Blaise parecía estar escuchando, aunque no la miraba.

—Lo que sí puedo hacer, Blaise, es intentar ayudarte a ti. Porque no quiero que te pase
lo mismo que a mí. No quiero que tengas que pensar, en un futuro, que no hiciste todo
lo que estaba en tu mano para ayudarla, ¿lo entiendes?

La niña asintió lentamente.

—Entonces —Alice la miró—, ¿vas a ayudarme?

Blaise levantó la cabeza y pareció examinarla de arriba a abajo. Casi parecía una
adulta cuando se inclinó hacia delante y la agarró de la mano con fuerza. Alice estuvo
a punto de apartarse de la impresión.

—¿Ayudarás a mamá?

Ella asintió, nerviosa.

—Sí, la ayudaré.

—¿Lo prometes?

—Te lo prometo, Blaise.

La niña la miró unos momentos y un segundo después se echó a llorar. Alice no sabía qué
hacer, así que le pasó un brazo sobre el hombro. La niña se aferró a ella como si hubiera
necesitado un abrazo durante mucho tiempo. Alice sintió ganas de llorar también.

—Mamá. Echo de menos —murmuró la niña en el idioma de Alice, llorando.

—La encontraremos, Blaise —le aseguró, acariciándole la cabeza.


Estuvo casi una hora con Blaise hasta que por fin se durmió. Debía estar agotada, hacía
varios días que no dormía. Alice volvió con los demás y vio cómo apagaban las luces a
la niña, que dormía plácidamente. Philips y Kai la miraban. Kai sonreía ampliamente.

—¿Lo he hecho bien? —preguntó ella mientras salían de la sala—. Tu sargento ni


siquiera me ha dirigido la palabra.

—Eso es muy bueno —le aseguró Kai—. Probablemente, esta semana vayáis a rescatar
a la madre de la niña.

Alice se sintió extrañamente bien cuando miró atrás. Quizá no eran tan malos. Después de
todo, estaban intentando ayudar a una pobre niña y a su madre.
¿Qué podía salir mal?
CAPÍTULO 19
Blaise estaba sentada en la mesa de la cocina, comiendo un bol lleno de chocolate
como si hiciera diez años que no comía nada. Rhett y Alice la miraban, sentados al
otro lado.

—¿Y va a quedarse aquí? —preguntó Rhett, viendo cómo ella se limpiaba la boca con el
dorso de la mano—. ¿Con nosotros?

—Mañana iremos a por su madre. Solo es una noche.

Alice había sugerido que Rhett los acompañara en la misión, y a nadie le había parecido
mal. Además, el parecía querer marcharse de esa ciudad, aunque fuera solo un rato.

—Creo que no le caigo bien —murmuró Rhett.

Blaise dejó de hablar y lo miró fijamente.

—Deja de mirarme, grandullón —le soltó en francés.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Rhett.

—Ha preguntado si tenemos más chocolate —mintió Alice tranquilamente.

En ese momento, Trisha entró en la cocina. Se quedó un momento mirando a Blaise, para
después agarrar un plato de comida y marcharse sin decir nada.

—¿Y esa quién era? —le preguntó Blaise a Alice.

—Una amiga.

—Deberíais hablaros de una vez —le dijo Rhett a Alice—. Tú y Trisha, digo.

—No le hablaré hasta que ella me hable.


—Y ella tampoco.

—Pues no nos volveremos a hablar jamás.

—Pues sois dos infantiles —Rhett se puso de pie—. En fin, me voy a dormir. Vigila
al monstruo para que no arrase con la cocina.

Blaise lo señaló con la cuchara mientras él se marchaba. Alice suspiró.

***

A la mañana siguiente, salió de casa acompañada de Rhett y Blaise. Ambos se sentían


extraños, con sus trajes militares y sus cinturones cargados de armas. Alice sopesó el fusil
tragando saliva cuando llegaron junto a los coches. Hacía tanto que no sostenía un arma
así...

Le había contado a Rhett todos los detalles de lo que había pasado en su visita a Blaise.
En ese momento, estaba asegurándose de que su pistola estaba cargada.

—Alice —ella escuchó una voz aguda llamarla a su lado.

Blaise estaba de pie y Kai intentaba acercarse a ella sin mucho éxito. La niña se agarró a la
pierna de Alice y la abrazó, entrecerrando los ojos en dirección a Kai.

—¿La estabas persiguiendo? —Rhett negó con la cabeza—. ¿Alguna vez has oído
hablar del acoso infantil?

—¡No iba a hacerle nada malo! —Kai se puso rojo.

—¿Va a venir? —preguntó Alice, poniéndole la mano en el hombro—. Pensé que se


quedaría contigo.
—Tiene que guiarnos —le dijo Kai—. Solo ella puede decirnos dónde está
exactamente su madre.

—¿Y por qué quieren encontrar a su madre? —preguntó Rhett. Kai

dudó un momento.

—La verdad es que no lo sé. Supongo que para seguir permitiendo el


crecimiento de la ciudad y prosperar en...

—Es solo una niña —Alice lo interrumpió—. Y no sabemos con qué nos vamos a
encontrar.

—Por eso vosotros dos vais a cuidarla —él sonrió ampliamente—. Y a mí, claro.

—¿Tú vas a venir? —le preguntó Rhett a Kai con gesto burlón. Él se

puso colorado otra vez.

—Soy un rastreador profesional —dijo, con el orgullo herido—. Me necesitáis.

—Y, cuando nos pongamos a disparar, ¿qué harás?

—Esconderme —dijo al instante—. O tú me protegerás, ¿no?

Rhett enarcó una ceja dejando clara su posición al respecto, lo que hizo que Kai esbozara
una mueca de horror.

—¿Todos listos? —preguntó Philips, que acababa de llegar. Miró a la niña, a Rhett,
Kai y Alice—. Vosotros iréis en un coche. Encabezaréis la marcha. Los demás
estaremos esperando vuestra señal.

—¿Señal? —preguntó Alice.

Kai le puso algo en la oreja. Cuando intentó ponérselo a Rhett, él le agarró la muñeca con
brusquedad y se lo quitó, poniéndoselo a sí mismo.
—Pulsadlos para comunicaros con nosotros —le dijo Philips—. Intentaremos ser tan
pocos como sea posible. No sabemos si hay una mujer o un ejército. Pero, si es la
primera, no queremos asustarla. Si se da el caso, cumpliréis la misión solos. Si no,
llamadnos para tener refuerzos.

No pudieron objetar mucho más, se subieron al coche blanco que les habían asignado,
y se pasaron el viaje en silencio, cada uno pensando en sus cosas. Blaise miraba
fijamente a Rhett, que se giró hacia ella con gesto molesto.

—¿Qué miras tú, enana? —preguntó, malhumorado.

—Tú siempre tan simpático —Alice lo miró.

—Es que me está mirando fijamente. Parece ET.

—¿Qué es ET? —preguntaron Kai y Alice a la vez.

Rhett cerró los ojos un momento, como si reuniera paciencia.

—¿Dónde te hiciste la cicatriz?

La pregunta había salido de los labios de Blaise. En su idioma. Con solo un deje de acento
francés.

Los tres se quedaron mirándola al instante.

—¿Hablas su idioma? —preguntó Alice, atónita.

—Pero... pero si no dijo nada durante el interrogatorio —Kai arrugó la nariz.


—Hablo más idiomas, pero si finjo que no lo hago me dejáis en paz antes —ella puso
mala cara y miró a Rhett—. ¿Cómo te la hiciste?

—¿Y a ti qué más te da? —preguntó él secamente.

—¡Rhett, es solo una niña!

—¿Sois novios? —le preguntó a Alice con una sonrisilla.

Ella se puso roja y Blaise empezó a reírse entre dientes.

—¿Por qué no comes una chocolatina y te callas un rato, enana? —preguntó Rhett.

—No me caes bien, grandullón —ella entrecerró los ojos.

—El sentimiento es mutuo —él sonrió irónicamente.

Blaise miró a Alice.

—No me gusta para ti.

Alice intentó no reírse con todas sus fuerzas cuando vio que Rhett fulminaba a la niña con
la mirada.

—¿Soy el único que se acuerda de que estamos a punto de entrar en una misión en la
que podríamos poner en peligro nuestras vidas? —preguntó Kai, mirándolos con
gesto de confusión.
Al instante, el buen humor desapareció. Rhett puso los ojos en blanco.

—Mira que eres un angustias.

Su coche se detuvo junto a los demás y bajaron de él. A través del dispositivo de la oreja,
Philips les dijo que se dirigieran a la entrada de la ciudad abandonada.
Alice miró a su alrededor. Estaban entre la franja del bosque y una pequeña carretera que
conducía a la ciudad que les decía. Se pusieron en marcha los cuatro juntos. Blaise iba
delante dando saltitos tranquilamente.

—¿Tú no eras el rastreador? —le preguntó Rhett a Kai.

—¿Eh? Ah, sí, es verdad.

Sacó un pequeño aparato del bolsillo y apuntó al suelo.

—¿Eso es todo? —preguntó Rhett, escéptico.

—¿Y qué esperabas?

—Hombre, no esperaba un satélite, pero...

—¿Qué es un satélite? —preguntó Alice.

—Una cosa del espacio —dijo, antes de girarse hacia Kai.

—¿Una cosa del espacio? —Alice parpadeó—. ¿Qué espacio?

—El... espacio —Rhett señaló al cielo—. Ya sabes, eso oscuro, con estrellas y planetas y
cosas.
—Ahí arriba solo hay nubes —le dijo Kai, confuso.

—Sí, no hay satélites —le dijo Alice.

Rhett respiró hondo y negó con la cabeza.

—Os quejáis de mí, pero os aseguro que tengo más paciencia de lo que parece
—miró el dispositivo de nuevo—. ¿Y eso va a rastrear algo?

—Rastrea los movimientos recientes de la zona.

—¿Y no sería mejor preguntarle a la niña que sabe dónde está su madre o no, en lugar
de rastrear un suelo por el que han podido pasar cientos de personas distintas?

Kai se quedó mirando a Rhett un momento.

—Pues... supongo que sí.

Los tres miraron a Blaise, que estaba mirando a su alrededor con el ceño
fruncido.

—¿Puedes llevarnos con tu madre? —le preguntó Alice.

La niña asintió y la agarró de la mano, guiándola. Rhett y Kai la siguieron. El


segundo parecía algo decepcionado por no poder usar su maquinita.

Estaban cruzando la ciudad cuando Blaise volvió a quedarse delante de ellos. Rhett se
acercó a Alice con una pequeña sonrisa.

—¿Te he dicho alguna vez que me pone que hables en francés?


Alice iba a decir algo, pero Kai la interrumpió.

—¿Qué murmuráis? —preguntó Kai corriendo e intentando meterse en medio de los dos
—. ¡No me dejéis solo!

—Te vamos a dejar bajo tierra como no te calles —le aseguró Rhett.

—Qué desagradable es tu novio, Alice —dijo Kai, ofendido.

—Me gustan los retos —aseguró Alice.

Rhett la miró con los ojos entrecerrados.

—Bueno —ella intentó cambiar de tema—. ¿Y cuál es el plan cuando


lleguemos?

—Si solo está la madre, intentar convencerla para que venga —dijo Kai.

—¿Y si está acompañada? —preguntó Rhett.

—Pues... habrá que pedir ayuda. Pero hasta que lleguen, tendremos que
contenerlos. Además, no creo que al sargento le guste.

—Ha dicho que podíamos pedirle ayuda, ¿no? —Alice lo miró, confusa.

—Sí, pero... —él los miró—. Mira, voy a ser sincero. En realidad, esta se supone que es
una misión muy sencillo. Solo os está poniendo a prueba para ver de qué sois capaces.
Así que os recomiendo que intentéis arregarlo solos. Así le impresionaréis más.

—¿Y por qué querría yo impresionar a tu jefe? —preguntó Rhett.


Empezaron a discutir y Alice desconectó rápidamente.

Entonces, ella fue consciente entonces de una cosa en la que no había pensado hasta ese
momento, y eso que era muy obvia.

—Espera —se detuvo, haciendo que Blaise y los demás la miraran—. ¿Voy a tener
que... que disparar a personas?

—Supongo que sí —Kai parecía confuso.

—No —Alice miró a Rhett en busca de ayuda—. No puedo disparar a personas, Rhett.

—No puedes echarte atrás ahora —le chilló Kai, muero de miedo—. ¡Tienes que
protegerme!

—No puedo —repitió ella, y sintió que empezaban a temblarle las manos—. Nunca
lo he hecho. Y no quiero hacerlo.

—¡Pero...!

—¡Cállate! —le espetó Rhett a Kai en la cara, haciendo que él retrocediera dos pasos,
luego miró a Alice—. Alice, escúchame...

—No hay nada que escuchar —dijo ella con voz temblorosa.

—No vas a disparar a nadie si no es completamente necesario —le aseguró él—


. Y si tienes que hacerlo y matas a alguien, no será a sangre fría. Será en defensa
propia. No será por tu culpa. Será la suya.

Si algo le gustaba de Rhett, era que siempre le decía las cosas claras. No maquillaba la
verdad para que se sintiera mejor, sino que le decía las cosas como eran, y aún así
lograba tranquilizarla.

—Pero... ¿y si mato a alguien?


—Mira, si quieres practicar puedes disparar a ese idiota —Rhett señaló a Kai con la
pistola.

Kai soltó un chillido y levantó las manos en señal de rendición.

Blaise empezó a reírse, mirándolo.

—He cambiado de opinión, Alice, tu novio me cae bien.

—¡Baja eso! —chilló Kai.

—Vamos, Alice, tampoco sería una gran pérdida.

—No quiero disparar a Kai —dijo ella, negando con la cabeza.

Rhett escondió la pistola y Kai pareció calmarse al instante, mientras Blaise seguía
burlándose de él.

—Intentaré disparar yo —le aseguró Rhett en voz baja. Ella

asintió con la cabeza.

—Vale.

—Eras mi alumna favorita —él sonrió—. ¿Vas a decepcionarme ahora entrando en


pánico?

Ella le puso mala cara.

—No.

—Pues déjate de bobadas —le dijo, señalando a Blaise—. Tenemos una misión que
cumplir.
—¿En qué momento has vuelto a ser un instructor amargado? —preguntó Alice,
siguiendo a la niña de nuevo.

—En el que tú has entrado en pánico —le aseguró Rhett antes de mirar a Kai—. Bueno,
¿tú tienes algo con lo que defenderte?

Él todavía caminaba con una mano en el corazón por el susto.

—¿Yo? —preguntó, sorprendido.

—Sí. A no ser que tu plan sea tirar la maquinita esa a la cabeza de alguien, claro. Tiene
pinta de doler.

—No... no tengo nada. Y no quiero sacrificar mi modelo de...

—Que sí. Cállate —Rhett miró a Alice—. Encárgate de que no maten a estos dos. Yo
iré delante.

Ella estuvo encantada.

Blaise los guió por la ciudad escrupulosamente, atravesando patios traseros, callejones, e
incluso pasando por debajo de una valla rota. Cuando Alice estaba empezando a pensar
que se estaban perdiendo, la niña se detuvo en seco y señaló con un dedo hacia una casa.

—¿Es ahí? —le preguntó Alice.

Blaise asintió con la cabeza.

Era una casa mediana, con dos hombres en el exterior jugando a cartas. Había algunas
luces encendidas en el interior, y habían rastrillado la nieve de alrededor de la casa. Blaise
miró a los hombres con los ojos entrecerrados.
—Pues sí que había hombres malos —comentó Rhett, sacando la pistola de su cinturón.

—¿Pido ayuda?

—¿No hay que impresionar al jefe? —Rhett quitó el seguro de la pistola.

—Ten cuidado —Alice lo agarró del brazo—. No sabes cuántos hay.

—Intentaré hablar con ellos —le aseguró Rhett.

—¿Y si no te hacen caso?

—Entonces, yo les vuelo la cabeza y tú me cubres.

Alice lo volvió a agarrar del brazo. Él se dio la vuelta de nuevo.

—Sé que te mueres de ganas de hacer esto —le dijo ella en voz baja—, pero necesito
que tengas cuidado, Rhett.

—Sé cuidar de mí mismo —aseguró él, sonriendo—. Y tengo a la mejor persona que se
me podría ocurrir para cubrirme las espaldas.

No la tranquilizó mucho, pero se dejó besar cuando se inclinó hacia ella. Blaise los miró
con gestos de repugnancia y Kai con cara de envidia.

—Qué solo estoy —murmuró.

—Ahora vuelvo —les dijo Rhett—. Escondeos hasta que dispare.

No dijo nada más, escondió la mano en el bolsillo con la pistola y se acercó a los
hombres. Alice contuvo la respiración, agachándose con los otros detrás de unos
escombros.
—Alto ahí —dijo uno con acento francés marcado—. Propiedad privada.

—Estoy buscando algún lugar donde pasar la noche —les dijo Rhett
tranquilamente.

Alice vio que los hombres se ponían de pie. Ambos llevaban un cinturón similar al suyo,
así que iban armados. Agarró su propia pistola, apuntando al suelo.
Blaise y Kai la miraban como si tuvieran la esperanza de que ella supiera qué hacía.

—No aceptamos desconocidos —dijo el otro hombre, dando un paso hacia Rhett
—. Lárgate.

—Con ese humor, seguro que no muchos desconocidos quieren quedarse — aseguró
Rhett.

Uno de los hombres se acercó a él.

—¿Qué eres, un graciosillo?

Alice quitó el seguro de la pistola, asomándose al muro.

No iban a dejarla soltera tan pronto.

—Normalmente, la gente me dice que mis chistes son una mierda. Pero aprecio el
cumplido, gracias.

Al hombre se le hinchó una vena del cuello. Rhett le sonrió burlonamente.

Alice estaba a punto de asomarse y disparar lo que fuera cuando vio que Rhett, en un
movimiento que ni siquiera ella pudo prever, agarró rápidamente al hombre que se había
acercado y le rodeó el cuello con un brazo, clavándole la
pistola en la sien. Su amigo apenas tuvo tiempo de hacer un ademán de llevarse la mano
al cinturón.

—¡Quieto! —le gritó Rhett.

Se detuvo al instante, levantando las manos temblorosas.

—¿Dónde está Camille?

—No sé de qué hablas —dijo el hombre.

Rhett apretó la pistola contra la cabeza de su amigo, que estaba paralizado de terror.

—Voy a darte otra oportunidad porque hoy me he levantado generoso —dijo—. Pero te
advierto que me estoy aburriendo, y eso no te conviene. Y menos a tu amiguito.

—Pero...

—Tres...

—Yo no...

—Dos...

—¡Está bien! —gritó, maldiciendo en voz baja—. Está bien. No dispares. El

hombre se giró hacia la casa y empezó a gritar en francés.

—¡Un hombre armado busca a la mujer! ¡Ayudadme!

Alice no lo pensó, cuando vio que el hombre que había estado gritando se giraba hacia
Rhett sacando la pistola, se asomó y apretó el gatillo sin siquiera apuntar, presa del pánico.
Vio, casi a cámara lenta, que la bala atravesaba perfectamente el pecho del hombre,
que cayó al suelo al instante. Se quedó paralizada un momento.

—¡Mierda, Alice! —le gritó Rhett, que había quedado cubierto de sangre junto al amigo.

—¡Ha llamado a los demás! —le gritó ella, asustada.

Rhett empujó al hombre y le disparó en la cabeza sin siquiera mirarlo, poniéndose a


cubierto tras una roca que tenía a su derecha. Alice miró a Kai y Blaise, que estaban
agachados y temblorosos.

Había disparado a un hombre. Lo había matado. Le temblaban las manos.

Durante un momento, se le nubló la mente. Había matado a alguien. ¿En qué la convertía
eso?

Pero cuando vio que Rhett se asomaba hacia la casa, volvió en sí.

No podía venirse abajo. No era el momento. Ni el lugar. Y ya lo había hecho. Ya estaba.


No había vuelta atrás. Arrepentirse ya no tenía ningún sentido.

Salieron tres hombres de la casa a la vez. Alice vio que disparaban directamente a la roca
donde Rhett estaba escondido. Él se agachó, con cuidado a no asomarse. Ella aprovechó
el momento y los apuntó. Al apretar el gatillo, solo vio que caía al suelo y decidió no
seguir mirando. Después, se agachó y escuchó que los dos restantes gritaban,
dispersándose.

Rhett estaba concentrado, en uno pero se quedó blanco cuando vio que el otro se
acercaba a los escombros donde ellos se escondían. Alice siguió su mirada al instante.

—¡Venid aquí! —les gritó Alice a Blaise y Kai.

Ambos obedecieron al instante, escondiéndose detrás del muro que les estaba
señalando. A pesar de sus diferencias, los dos se agarraron de las manos, asustados.
Alice estaba supervisando que ambos estuvieran bien cuando notó que algo la
golpeaba en la nuca, tirándola al suelo.

Idiota. No podía noquear a un androide a no ser que le disparara en la cabeza.

Se había caído boca abajo. Rodó al instante en que el hombre apretó el gatillo. Vio la bala
hundiéndose en la nieve a unos pocos centímetros de su cabeza. Le pitaba la oreja. Cuando
volvió a apuntarla, le dio una patada a su mano instintivamente. La pistola rodó unos
metros lejos.

El hombre le soltó una palabrota en francés y se lanzó sobre ella sin importarle que no
estuviera armado. Cuando intentó quitarle el fusil, ella forcejeó y disparó al aire,
rozándole la oreja, haciendo que él diera un traspié y el arma se arrastrara a unos metros
de ellos. Alice le dio una patada en el estómago y consiguió ponerse de pie mientras él
retrocedía. Intentó llegar a la pistola, pero el hombre la agarró de la coleta, retorciéndola
hacia atrás. Ella apretó los dientes por el dolor del tirón, cayendo al suelo de nuevo.

Lo siguiente que supo fue que el hombre tenía la pistola, y que estaba de pie delante de
ella, apuntándola a la cabeza. Contuvo la respiración. No iba a morir si apretaba el
gatillo, pero tampoco iba a ser agradable.

Sin embargo, cuando escuchó el disparo vio que se formaba una mancha roja en su
abrigo, y no en el de ella. Alice puso cara de asco cuando el cadáver le cayó encima.

Rhett estaba de pie unos metros atrás, bajando la pistola.

—Lo tenía controlado —le dijo Alice, intentando quitarse el cadáver de encima.

—¿Qué harías sin mí? —preguntó Rhett, ayudándola a levantarse.

Ella se sacudió la nieve y vio que Blaise y Kai se asomaban, asustados.


—¿Ya está? —preguntó Kai.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Rhett, aunque parecía preocupado solo por Alice, a la
que revisaba de arriba a abajo.

—Sí, sí —dijo Kai, saliendo de su escondite con la niña—. No he perdido el


control de la situación, tranquilo.

Rhett le lanzó la pistola del cadáver, poniendo los ojos en blanco. Kai la sostuvo como si
quemara.

—Haz algo útil y usa eso.

—P-pero si no sé...

Blaise se abrazó a Alice de nuevo, que tenía la espalda y el cuero cabelludo


dolorido. Miró el cadáver y se le revolvió el estómago.

—Vamos a buscar a esa mujer y acabemos con esto —le dijo Rhett.

La casa estaba iluminada por candelabros encendidos, que eran la luz que habían visto
desde fuera. Parecía haber sido habitada durante un tiempo, y Alice vio varias fotografías
en las paredes que le indicaban que ese había sido el hogar de una familia años atrás. Se
preguntó qué les habría pasado.

No había nadie en el interior de la casa. Rhett y ella revisaron todas las habitaciones.
Blaise los miraba con preocupación. Kai se esforzaba en que no le cayera la pistola al
suelo por los nervios.

—¿Qué señala? —preguntó Rhett, mirando a Blaise, que señalaba el suelo. Alice se

acercó a ella.

—¿Qué? —preguntó, confusa.


Blaise señaló el suelo.

—Mamá.

—¿Mamá? ¿En el suelo?

Kai dio una patada a la alfombra que señalaba, asustado, y los tres se quedaron mirando
una trampilla oculta. Blaise sonrió.

—Esto se pone cada vez más interesante —murmuró Rhett, frotándose las manos.

Alice abrió la trampilla lentamente y con la pistola sacada, pero no parecía haber nada
más que un pasillo oscuro con una puerta al fondo. Rhett la mantuvo detrás de él para
que le cubriera las espaldas y se encargara de los otros dos mientras él se acercaba
lentamente a la puerta.

Alice vio que abría la puerta de un empujón y apuntaba al instante, mirando a su


alrededor. De pronto, se quedó mirando un punto concreto.

—¿Camille? —preguntó.

Alice sintió que Blaise le soltaba la mano cuando una mujer se asomó. Tenía pinta de
hacer días que no comía o dormía bien. Iba con un camisón viejo y sucio, y el pelo
enmarañado. Era una mujer joven, con aspecto cansado, que se quedó mirando a Blaise
con los ojos abiertos de par en par.

—¿Blaise? —preguntó, con la voz ahogada.

—¡Mamá! —chilló Blaise, acercándose corriendo a ella.

Las dos se encontraron a mitad del pasillo, llorando, y se abrazaron la una a la otra con
fuerza. Alice se quedó mirándolas y no pudo evitar sonreír, bajando la pistola.

—¿Sargento? —preguntó, pulsando el botón de su oreja—. Misión cumplida.


CAPÍTULO 20
Mientras Rhett se duchaba, Alice se puso a comer sin muchas ganas un cuenco de
cereales. En realidad, los removía sin ganas mientras pensaba en si Blaise estaría bien.
Había estado poco tiempo con ella, pero lo cierto era que se había llegado a preocupar por
su bienestar.

Mientras cavilaba, notó que alguien se detenía delante de ella. Era Trisha, que la miraba
fijamente. Levantó la cabeza, dispuesta a soportar una pelea si era necesario.

—Tenemos que hablar —le dijo Trisha directamente.

Alice vio que se sentaba delante de ella y entrecerró los ojos.

—¿De qué? —preguntó con cautela.

Trisha se tomó un momento para buscar las palabras adecuadas.

—He pensado en algo que podría ayudarnos a acordarnos de lo que nos pasó... y buscar
a todos los demás —dijo, finalmente.

Alice se quedó mirándola fijamente. Se esperaba todo menos eso. Como sabía que
Trisha no era muy dada a pedir disculpas, supuso que eso era lo máximo a lo que
llegaría, así que sonrió y enterró el hacha de guerra al instante. Después de todo, estaba
harta de evitarla por los pasillos de la casa.

—¿Qué plan? —preguntó.

Trisha pareció aliviada en que no insistiera en el tema de las disculpas. Miró a su


alrededor.

—¿Dónde está tu novio?


—Su novio tiene nombre —replicó Rhett, que apareció con solo una toalla en alrededor de
la cintura.

Trisha puso mala cara.

—¿No puedes vestirte? Me molestas.

—A mí no —dijo Alice, encantada.

Rhett le quitó el cuenco de cereales y se puso a comerlos él mientras las miraba.

—Bueno, ¿qué pasa? —preguntó con la boca llena de cereales, apoyado en la encimera.

Trisha sacó un cuaderno de papel y lo abrió, dejándolo sobre la mesa. En la hoja había
algunos garabatos y frases sueltas. Alice le dio la vuelta y lo leyó rápidamente.

—Si queremos encontrarlos... —dijo Trisha, incómoda— tenemos que empezar desde
el principio. Desde lo último que recordamos de ellos.

Alice estaba emocionada por empezar a trazar un plan. Sus ojos volaron por los garabatos.
Trisha pintaba bastante bien.

—Lo último que recuerdo yo fue estar en el suelo con Tina y Max. Y que me habían
disparado en el brazo. Me dijeron que tenían que cortármelo porque la bala estaba
envenenada y... bueno, que vosotros os fuisteis con Jake y otros tres chicos porque ella
se estaba volviendo loca.

—Nos fuimos al despacho de John —dijo Rhett, pensativo, sin dejar de comer—. Alice
estaba teniendo un cortocircuito o algo así.

—Un cortocircuito —Alice lo miró con mala cara—. No soy una batidora.

—Lo siento, cariño.


Alice volvió a mirar los garabatos, pero levantó la cabeza de golpe cuando
escuchó la última palabra. Miró a Rhett, que ni siquiera parecía haber sido
consciente de decirla. Él la miró con las cejas levantadas.

—¿Qué? —preguntó, confuso.

—¿Me acabas de llamar cariño? —preguntó Alice, atónita.

—No —él frunció el ceño enseguida.

—Sí, lo ha hecho —dijo Trisha.

—No lo he hecho.

—Sí lo has hecho —le dijo Alice. Él

señaló a Trisha, malhumorado.

—¿Podemos centrarnos en recrear los hechos? —preguntó, impaciente por cambiar


de tema de conversación—. Estábamos en la parte de que nos llevábamos a Alice al
despacho de John.

Alice suspiró y volvió al tema.

—Y tuvieron que dejarme inconsciente —continuó—. No se puede noquear a un androide,


así que me disparaste. En la cabeza.

Trisha se quedó mirándolo con los ojos abiertos como platos.

—¡Tenía que dejarla inconsciente! —le dijo él a la defensiva.

—Qué gestos más románticos tienes —se burló Trisha.

—Que te den.

—Después —Alice siguió—, no recuerdo nada más.


Sí recordaba todo lo que pasó en su cabeza, pero no iba a decírselo. No quería que
creyeran que estaba loca o algo parecido.

—Yo solo recuerdo que te sacaron esa cosa y luego me dijeron que te llevara al coche,
que nos iríamos de ahí —Rhett lo pensó un momento—. Pero ni siquiera recuerdo salir
de la habitación.

Los tres se quedaron en silencio.

—Así que el momento en que nadie recuerda nada es cuando se suponía que íbamos a salir
del edificio —comentó Trisha, mirando a Alice, que se puso a escribirlo en el cuaderno—.
Por tanto, tiene que estar relacionado, pero ¿cómo?

Alice escribió a toda velocidad y pensó en John. No le gustaba pensar en él, pero
podía ser la causa de todos sus problemas.

—Cuando nos despertamos, no llevábamos la misma ropa —señaló Rhett—. Y las


heridas no eran recientes. De hecho, la mía tenía, al menos, dos semanas.

—¿Y recuerdas qué te pasó? —preguntó Alice.

—No.

—Y yo no tenía brazo —comentó Trisha, pasándose la mano por el muñón—. Y las


vendas ya estaban sucias.

—Además, yo tardé más en despertarme —comentó Rhett—. Creemos que me sedaron,


pero no lo sabemos.

—Y Alice me despertó a mí —dijo Trisha—. Si no lo hubiera hecho, no sé si lo habría


conseguido por mí misma.

—Así que... —Alice miró el papel—. En resumen, nadie recuerda nada desde el
momento en que quiso salir del edificio principal de Ciudad Capital. Cuando volvimos a
ser conscientes, habían pasado, al menos, dos semanas, y estábamos solos con ropa
distinta en nuestra ciudad, que estaba a punto de ser
destruida. Yo fui la primera en despertarme, Trisha la segunda y Rhett el último, pero no
sabemos por qué.

—Quizá el objetivo era que no sobreviviéramos —dijo Trisha—. Querrían que


muriéramos con la ciudad.

—¿Y por qué no nos ataron? ¿O por qué no nos mataron directamente? —Rhett negó con
la cabeza—. No. No tiene sentido.

—Entonces, ¿por qué dejarnos ahí? ¿Por qué dejarnos así? —ella pensaba a toda
velocidad, mordiéndose el labio inferior. No tenía ningún sentido.

—O... querían que viéramos la ciudad ardiendo —comentó Rhett—. Para


cabrearnos.

—Pero ¿por qué querrían cabrearnos y soltarnos otra vez? —Alice negó con la cabeza
—. No tiene que haber una razón. Solo que ahora no la vemos. Ni siquiera sabemos qué
hicimos esas dos semanas. O por qué destruyeron la ciudad.

Trisha suspiró.

—Solo puedo responderte a eso último —la miró—. Es lo que hacen con todas las
ciudades que se levantan contra la capital. Es el castigo que usan para que los demás no
lo hagan.

—Pero destruimos Ciudad Capital —dijo ella, convencida—. ¿No?

—No lo sabemos, Alice. No vimos a John muerto. Ni el edificio destruido.

—Entonces... —ella tragó saliva—. ¿Creéis que el padre John podría estar detrás
de todo esto?

—Es una opción.


—No es su estilo dejar a prisioneros vivos —dijo Alice, de todas formas—. No
dejaría cabos sueltos si quisiera vernos muertos. Y a mí me hubiera reprogramado
para que hiciera lo que él quisiera.

—Se supone que es tu padre, Alice —Trisha la miró—. A ver, técnicamente lo es y lo


conoces más que nosotros... ¿no se te ocurre ningún motivo por el que querría hacernos
esto?

Los dos se quedaron mirándola. Ella lo pensó un buen rato.

—Lo único que se me ocurre es que esto sea un experimento, como pasó la primera
vez que me dejó escapar. Quería ver qué pasaba si un androide de última generación
se mezclaba entre humanos. Además...

Se quedó un momento en silencio.

—¿Qué? —preguntó Rhett.

Ella se llevó un dedo a la sien y la tocó con cuidado. Trisha y Rhett intercambiaron
una mirada confusa.

—La última vez, para controlarme, me pusieron un chip aquí dentro —murmuró ella.

—¿Un qué? —Trisha arrugó la nariz.

—Un dispositivo pequeño de alto alcance con el que retransmitían mis sensaciones,
mis percepciones y mis experiencias a su laboratorio —ella los miró—. Con eso,
sabían dónde estaba en todo momento. Solo me lo quitaron cuando consiguieron
conectarme a una máquina que les enseñaba mejor mis recuerdos de Alicia.

Rhett dejó el cuenco a un lado y la miró.


—¿Y cómo sabías que tenías eso puesto?

Alice tragó saliva y lo miró.

—Solo hay una forma de saberlo —murmuró.

Durante unos segundos, la frase quedó suspendida en el aire. Trisha parecía asqueada.
Rhett empezó a negar con la cabeza cuando Alice se puso de pie y agarró un cuchillo.

—Ni se te ocurra abrirte la cabeza —le dijo, siguiéndola por el pasillo. Trisha también se
apresuró de seguirlos.

Alice se detuvo en el primer cuarto de baño que encontró y se miró en el espejo,


levantando el cuchillo.

—Alice, no —Rhett la detuvo con la mano.

—No hay otra forma de saberlo —le dijo ella, muy seria—. Y no estoy dispuesta a que
vuelvan a aparecer de la nada.

Sin pensarlo un momento más, se clavó la punta del cuchillo en la sien, haciendo un
pequeño hoyo del que empezó a salir un hilo de sangre al instante. Rhett apretó la
mandíbula y miró a otro lado. Trisha tenía el ceño fruncido.

Alice puso una mueca cuando dejó el cuchillo ensangrentado en el lavabo y se miró en
el espejo. Dolía muchísimo. Tanto que se estaba mareando. Pero no estaba dispuesta a
permitir que eso la parara.

Tragó saliva y metió un dedo en la herida, hurgando en ella. Rhett soltó una palabrota y
ella vio cómo se ponía pálida en el espejo.
—No hay nada, Alice —le dijo Trisha—. Ponte algo en eso antes de que se infecte.

—No se va a infectar —le dijo Alice—. A veces, se os olvida que técnicamente no soy
humana.

Cuando terminó de decirlo, se quedó muy quieta cuando notó algo pequeño y duro en la
herida. Rhett levantó la cabeza y la miró. Ella gruñó, introdujo ambos dedos y extrajo la
cosa, dejándola en su mano ensangrentada.

—¿Qué es eso? —preguntó Trisha, intrigada.

Alice le pasó un poco de agua y vio un pequeño chip blanco. Sonrió y negó con la
cabeza.

—Tenías razón —le dijo Rhett, mirando el dispositivo.

—La próxima vez, intenta decirlo sin sonar tan sorprendido —murmuró Alice.

Ella levantó el dispositivo y se enfocó a sí misma en la cara.

—Hola, John —dijo, sonriendo—. Espero que hayas disfrutado del espectáculo, porque
acaba de tocar su fin.

Y, dicho esto, tiró el dispositivo al suelo y le dio un pisotón, destrozándolo.

—Joder, Alice —Trisha la miró—. ¿Cuándo te has vuelto tan guay?

—Cuando me dispararon en la cabeza —aseguró ella, mirando el dispositivo destrozado


en el suelo—. Bueno, ahora que sabemos quién es el responsable
de nuestras lagunas, ¿qué nos queda?

—Que te cures eso —le dijo Rhett.

—Mi capacidad de curación es bastante superior a la vuestra —dijo ella—. Dentro


de un rato dejará de sangrar y cicatrizará.

De todos modos, cuando volvieron a la cocina, ella sujetaba un pañuelo contra la herida
para no manchar nada. Trisha suspiró mientras todos se sentaban.

—Tengo que admitir que no esperaba resolver eso hoy.

—Nos queda lo del ordenador de Kai —señaló Rhett.

—¿Y él nos daría la clave? —preguntó Trisha.

—Lo dudo mucho. Se cree que esta ciudad es la respuesta a todas las dudas de su vida —
Alice negó con la cabeza—. Podríamos intentarlo, pero no creo que funcionara.

—¿Y si le persuadimos con una pistola? —preguntó Rhett—. No parecieron


gustarle mucho el otro día.

—Es una opción —Trisha asintió con la cabeza.

—Esa será nuestra última opción —ella miró a Rhett—. ¿Cuánta distancia hay desde aquí
hasta Ciudad Capital?
—No lo sé. Quizá una semana si usan vehículos rápidos.

—Entonces, tenemos una semana antes de que John aparezca por la puerta de la ciudad
buscándonos, especialmente ahora que sabe que me he quitado su dispositivo.

Los tres pensaron un momento.

—Una semana es poco tiempo —dijo Trisha, finalmente.

—Nos hemos visto metidos en situaciones peores —dijo Rhett—. No tiene por qué
salir mal esta vez.

—Entonces... solo nos queda la opción de intentar convencer a Kai de que nos dé la
clave del ordenador en los días que nos quedan.

—Yo lo haré —dijo Trisha—. Le diré que quiero unirme a vuestro equipo e intentaré
ganarme su confianza.

—Sí, porque no creo que a mí me la dé —comentó Rhett, sonriendo.

—Y si no lo hace, usamos estrategias más persuasivas —concluyó Trisha.

—Me parece bien —Rhett asintió con la cabeza.


—¿Y por qué no puedo preguntarle yo? —preguntó Alice, confusa.

—Porque he estado informándome con los vecinos, y resulta que Kenneth es el


asignado para vigilar a Kai —dijo Trisha, como si nada.

Rhett y Alice intercambiaron una mirada.

—¿Qué? —preguntó Alice.

—No sé muy bien qué significa, pero parece ser que a alguien importante no le gusta
demasiado Kai y por eso le tienen vigilado desde cerca. Pagan a Kenneth para que lo
vigile. Por eso está en ese equipo.

—¿Por qué será que no me sorprende? —masculló Rhett.

—Y ahí es donde entras tú —Trisha miró a Alice.

Ella parpadeó.

—¿Yo? —preguntó, sorprendida.

—Bueno, está claro que yo no voy a ser muy bienvenida si me acerco, y Rhett menos.
Además, le gustabas, ¿no?

—De eso nada —interrumpió Rhett, que ya no sonreía en absoluto.

—No te lo estoy proponiendo a ti, novio celoso —se burló Trisha.


—Trisha, no me llevo nada bien con él —dijo Alice.

—Ni tú, ni nadie —murmuró Rhett.

—Solo tienes que distraerlo durante unos días. Invéntate una excusa para que no esté
pendiente de Kai. La que sea.

—La que sea, no —la interrumpió Rhett.

—Ya me entiendes —Trisha puso los ojos en blanco—. ¿Estamos todos de


acuerdo?

—Supongo que sí —murmuró Alice.

—No —dijo Rhett rotundamente.

—Si algo sale mal, tendrás derecho a partirle la nariz a Kenneth —le dijo Trisha.

Eso hizo que se lo pensara.

—Sigue siendo un no.

—Lástima, porque somos mayoría —Alice se encogió de hombros.

Rhett las miró un momento, luego soltó una palabrota y desapareció por el pasillo.
Alice suspiró.
—¿Por qué se pone así? No es para tanto.

—A mí tampoco me haría mucha gracia ver a quien me gusta teniendo que acercarse a
quien odio, pero supongo que no nos queda otra.

Alice la miró.

—¿Y por qué iba a hacerte gracia? —preguntó, confusa.

Trisha vaciló antes de ponerse de pie y darle una palmadita en la espalda.

—Te recomiendo dormir en cualquier otra habitación esta noche.

***

—Estará bien cuidada, no te preocupes —le estaba asegurando Kai mientras ella
recargaba la pistola.

—¿Seguro? Si no, puede quedarse unos días más con nosotros... —Alice apuntó
de nuevo al muñeco de pruebas, imaginándose que era Kenneth.

—Quiere estar con su madre, es normal... —Kai miró al muñeco con expresión de
dolor cuando Alice le disparó directamente en la entrepierna—. De todas formas,
puedes verla cuando quieras. Cuando se instalen, te avisaré.

—Vale... —Alice se detuvo y lo miró—. Oye, Kai.

—¿Sí?
—¿Cómo es que no sabes disparar? ¿No te han enseñado?

Él pareció avergonzado.

—Lo intentaron, pero pronto se dieron cuenta de que servía mejor en los ordenadores.

—Pero, ¿no es lo mínimo saber coger una pistola?

—Sí, es un básico de esta ciudad...

—¿Y por qué no sabes?

—Supongo que hicieron una excepción conmigo. Aunque no lo entiendo...

Alice frunció el ceño.

—¿No se supone que tú sabes todo de esta ciudad? ¿Cuándo hace que vives aquí?

—Cuatro años. Pero... el alcalde quiere guardar sus secretos, es lógico —a Alice le dio la
sensación de que intentaba convencerse más a sí mismo que a ella—.
Él es quien toma las decisiones. Bueno, el sargento Phillips también suele colaborar.

—¿Y por qué no quieren androides aquí?

La pregunta lo pilló por sorpresa. Él se encogió de hombros, torpemente.


—Creo que es porque tienen una alianza con... —se detuvo de golpe—. Es decir... eh...
puede ser otra cosa, ¿eh? Yo no te he dicho nada, por si acaso... je, je...

—¿Una alianza? —preguntó, mirándolo—. ¿Con quién?

—¡Uy! ¡Qué tarde se ha hecho! ¡Tengo que irme!

Ella supo al instante que no iba a sacarle más información, además, se suponía que pronto
llegaría Trisha. Tenían que empezar con el plan.

Como si le hubiera leído la mente, vio a Trisha esperando tras la puerta de cristal del
gimnasio. Intercambiaron una mirada significativa y Alice clavó los ojos en Kenneth, que
cruzaba el gimnasio con dos sacos de boxeo.

—Ha sido un placer hablar contigo —dijo ella, dejando la pistola


precipitadamente y pasando por el lado de Kai.

Él se quedó mirándola sorprendido antes de ver a Trisha y salir de la sala. Alice se


acercó a Kenneth algo nerviosa, usando los trucos que le había dado Trisha esa mañana.

Mente fría. Mantén la calma. Se supone que tienes que ser simpática.

—Hola —lo saludó cuando llegó a su lado, con una sonrisa forzada.

Kenneth dejó los sacos en el suelo y levantó uno para colgarlo de la cadena, sin siquiera
mirarla.

—¿Qué quieres? —preguntó secamente.

—¿Qué quiero? —preguntó ella a su vez, sorprendida.

—¿Te envía tu novio? —insistió Kenneth, mirándola por fin—. ¿Qué coño he hecho
mal esta vez? Porque hoy estaba de mal humor conmigo, te lo aseguro.
A Alice no le extrañó en absoluto. De hecho, le sorprendía que no lo hubiera tirado por
un barranco.

A ella ni siquiera le había hablado esa mañana.

—Es que hemos discutido, estará de mal humor por eso.

—Pues a ver si hacéis las paces y lo calmas un poco —masculló Kenneth,


asegurándose de que el saco estaba bien puesto.

Alice tragó saliva cuando vio que él la ignoraba. Nunca había tenido que hacer que
alguien le prestara atención, normalmente su mejor baza era pasar desapercibida. Lo
pensó un momento. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?

Igual, si hacía lo mismo que en esas películas románticas que solía robar de la habitación y
veía a escondidas por las noches... pero en la mayoría de los casos era el chico que se
acercaba a la chica, ¿no? ¿Usarían los mismos métodos?

—¿Quieres algo más o vas a quedarte ahí todo el día? —le preguntó él,
cruzándose de brazos.

En todo caso, los chicos solían ser muy atrevidos... pero ella no era así de atrevida.
Y menos con Kenneth. No le salía del interior ser amable con él. Ni siquiera le salía
mirarlo sin querer pisarle el pie.

—¿Hola? ¿Has entrado en crisis o algo así?

De hecho, era extraño tener una conversación con él que no acabara sin que alguno de los
dos golpeara al otro.

—¿O te has quedado sin batería? ¿Voy a preguntar si alguien todavía tiene algún
cargador de móvil?
Igual debería volver preguntar a Trisha, ella sabía sobre esas cosas... Estaba claro que no
podía preguntárselo a Rhett.

—¿Por dónde te lo enchufarías?

—¿Eh? —reaccionó por fin.

—¿Se puede saber qué quieres? No tengo todo el día —repitió él, impaciente.

—Yo... eh... —Alice tuvo que improvisar. Y dijo lo primero que se le vino a la cabeza—.
Es que... estaba recordando los viejos tiempos. En la otra ciudad.

—Si no ha pasado ni un año.

—Pero ha pasado tiempo, ¿no? Pues son viejos tiempos —le salió la risa
nerviosa—. ¿Te... te acuerdas?

—¿De cuando me diste un puñetazo? Sí. Bastante bien.

—Te recuerdo que tú también golpeaste a Jake —replicó ella, irritada.

—Ya empiezo a entender por qué eras tan buena en clase. ¿Cuántas clases extra te
dio el amargado de tu novio?

—No necesito clases extra para tirarte al suelo, imbécil.

—Qué más quisieras tú.

—Cállate. No te soporto.

—Entonces, ¿para qué coño vienes a hablar conmigo?

Alice se dio cuenta de que se había desviado completamente del tema y volvió a adoptar
la sonrisa tensa.

—Necesito ayuda —dijo, de pronto.


—Pues pídesela al pringado con el que hablabas. Está para eso.

—No... no creo que pueda ayudarme con esto.

Kenneth resopló, mirándola.

—¿Qué? —preguntó, impaciente.

—Yo... no sé nada de lucha.

—Pues hace un momento has dicho que podías tirarme al suelo con facilidad.

—Era... estaba irritada. Ahora no. Y necesito que me ayudes a recuperar el ritmo de las
clases de Deane —solo hablar de ella la ponía de mal humor.

Kenneth se detuvo un momento y la miró de arriba a abajo con suspicacia. Al

parecer, había conseguido llamar su atención.

Se cruzó de brazos y entrecerró los ojos.

—¿Y por qué no te ayuda tu novio?

—Ya te lo he dicho. Hemos discutido —ella se encogió de hombros, intentando no


sonreír como una histérica—. No creo que esté de humor como para que le pida favores
ahora mismo.

—¿Y yo sí?

—¿Por qué no? —sonrió.


Él se acarició la barbilla, pesándolo un poco.

—¿A cambio de qué?

Vaya. En eso no habían pensado.

—¿Quieres... algo a cambio?

—Pues sí. ¿O te crees que me sobran el tiempo y las ganas de darte palizas a diario?

—Pues... no lo se... ¿qué quieres?

Kenneth se llevó un dedo a la barbilla y lo pensó un momento, esbozando una sonrisa


engreída.

—Quiero verte las tetas.

—Y una mierda —le soltó Alice, dándose la vuelta.

—Espera, joder —la detuvo—. Que era una broma. Qué poco sentido del humor.

Alice se detuvo y lo miró. Rhett y los demás acababan de entrar. Kenneth podía dar
gracias al cielo porque Rhett no lo hubiera oído. Y aún más porque Alice tuviera que fingir
que le caía bien y no pudiera darle una patada.

—Me debes un favor —dijo Kenneth—. Dejémoslo ahí. Cuando te lo pida, tienes que
hacerlo.

—No pienso hacer nada sexual.

—No te pediré nada que no quieras hacer por ti misma —aseguró él, sonriendo
misteriosamente—. Mañana empezamos a las diez. Sé puntual o cambiaré de opinión.
Alice le sonrió de la forma más falsa que había usado en su vida y vio que él se centraba
en su saco. Se dio la vuelta y su mirada se cruzó con la de Rhett, que parecía a punto de
explotar de rabia. Dudó un momento, pero después decidió acercarse, deteniéndose a su
lado.

Rhett estaba limpiando una escopeta, así que no levantó la mirada cuando llegó.

—Espero que no uses eso para matar a cierto rubio engreído —intentó bromear
inocentemente.

—¿Qué quieres? —preguntó él, irritado.

Otra vez.

—¿Por qué todos asumís que quiero algo?

—Porque quieres algo, Alice.

—Cierto —sonrió ella—. Vamos, no te enfades conmigo. Es solo un plan.

—Un plan, sí —repitió él, malhumorado.

—Sí, solo eso. Con suerte, en una semana ni siquiera tendremos que volver a verlo.

—¿Y cómo piensas acercarte a él? Si puedo saberlo, claro.

—Le he pedido que me dé clases de lucha. Así te conocí a ti. A lo mejor


terminamos igual, ¿te imaginas? Je, je, je...

Rhett le echó una mirada que habría helado el infierno.

—Es broma, claro —añadió ella torpemente—. No hay punto de comparación.

Rhett pasó un trapo por la escopeta con más fuerza de la necesaria. Alice esbozó
una sonrisa inocente.
—¿Y qué te ha pedido a cambio?

—¿Cómo sabes que me ha pedido algo a cambio? —preguntó ella, sorprendida.

—Porque es Kenneth.

—Cierto, je, je...

Jake le había pegado la risa nerviosa. Genial.

—¿Te ha pedido algo o no, Alice? —insistió Rhett.

—Sí. Que le enseñara las tetas.

Rhett levantó la cabeza de golpe, mirándola. Después, sin pensarlo, agarró la escopeta y se
puso de pie.

—¡Pero después ha rectificado! —aseguró ella, sentándolo de nuevo—. Hemos


quedado en que le debo una. Sin connotaciones sexuales. Sin nada.
Simplemente un favor.

Él suspiró, mirando el arma de nuevo.

—No me gusta este plan.

Ella suspiró.

—Te aseguro que a mí tampoco.

—Estoy deseando que algo salga mal en secreto para poder romperle la nariz.
—Me gustaría ver eso.

Rhett suspiró y volvió a centrarse en limpiar la escopeta.

—Vete de aquí antes de que consigas ponerme de buen humor cuando quiero estar
enfadado contigo —dijo, sin mirarla.

Alice le sonrió disimuladamente y volvió a la zona de prácticas.

***

Kenneth la tiró al suelo por quinta vez, haciendo que ella se sujetara el
estómago con la mano, adolorida.

—¿Te creías que iba a ser blando contigo? —preguntó él, estirando los brazos.

No, no esperaba que fuera a ser blando en absoluto, pero tampoco esperaba la paliza que le
estaba dando. Le había reventado la nariz de un solo codazo. Alice había conseguido que
la herida dejara de sangrar, pero le seguía doliendo la mitad de la cara.

—¿Y no podrías enseñarme algún golpe en lugar de machacarme? —preguntó ella con
voz nasal, poniéndose de pie lentamente.

—Es un método de enseñanza alternativo —le aseguró Kenneth.

Ella no estaba segura de si era un método alternativo o no, pero cuando terminó, una hora
después, llevaba más golpes que en toda su vida. De hecho, se estaba mareando. Sola,
decidió ir al hospital, solo por si acaso. No tenían que sacarle sangre para esas cosas,
¿no?

El hospital era el edificio que estaba más cerca del campo de entrenamiento. Llegó
rápidamente y se refugió de la nieve sujetándose la nariz.
Ninguno de los médicos de ahí era Tina, así que no tenían milagros contra los golpes,
pero sí le curaron rápidamente la nariz y le dieron una bolsa de hielo para ponerse en el
pómulo. Ella pensó que sería más sencillo, simplemente, ir a hundir la cabeza en la
nieve, pero no dijo nada.

El médico la dejó sola en la habitación durante un rato, haciendo que se impacientara y


decidiera irse por su propia cuenta. Después de todo, tampoco estaba muy mal.

Alice bajó unas escaleras que le resultaron familiares. Después, otras. Después, giró hacia
la izquierda. Después, se encontró con un pasillo sin salida. Giró.
Escaleras hacia abajo. ¿Tenía que bajar tanto? Siguió bajando. Las ventanas
desaparecieron. Todos los pasillos parecían iguales. Y nadie aparecía para preguntar dónde
estaba.

Alice se detuvo, cansada, cuando volvió a llegar a un pasillo sin salida. Esta vez en el que
solo había una puerta de hierro reforzado. Se quedó mirando el suelo con el ceño
fruncido. Había un montón de ropa plegada con un letrero en la pared: Usar antes de
cruzar.

Era un traje extraño, blanco, con una mascarilla azul que cubría gran parte de la cara.
Alice se lo puso por encima de la ropa, solo por curiosidad. ¿Qué era eso?

Era un traje que parecía hecho a propósito para no infectarse de algún virus o algo así,
pero también para no ser reconocido. Pensó en quitarse el traje y volver por donde había
venido, pero la tentación era grande, y la puerta parecía albergar un secreto bien
guardado. Quería descubrirlo.

Además, con esa cosa en la cara, era imposible que la reconocieran si la


pillaban...

Puso una mano en el pomo. Respiró hondo.

Vamos, solo sería un vistazo.

No haría daño a nadie.


Era solo curiosidad inocente.

Abrió de golpe y se quedó mirando su interior con intriga. Esa cambió a una
expresión de desconcierto cuando vio que era, simplemente, otro pasillo.

Pero había algo especial en ese, algo que hizo que cruzara la puerta y la cerrara a su
espalda, empezando a andar entre las paredes blancas. Parecían interminables. Y no había
puertas, ventanas... ni siquiera un simple cuadro.

Alice estaba empezando a cansarse cuando vio que había unas escaleras que subían
hacia otra puerta de hierro reforzado. Subió y soltó una maldición que había aprendido
de Rhett cuando vio que estaba cerrada.

Casi le dio un infarto cuando un hombre vestido como ella se la cruzó de frente.

Miles de excusas pasaron por su mente, desde la más estúpida a un simple lo siento,
pero no le salió nada. Simplemente se quedó ahí mirándolo con expresión espantada.

Y, sin embargo, el hombre pasó por su lado, dejándole la puerta abierta. Alice se

quedó mirándolo, pasmada.

No la había reconocido.

Claro, con ese traje era imposible...

Dejó la puerta empujada disimuladamente y vio a otras dos personas vestidas como ella
que hablaban en voz baja. Era una enorme sala de ordenadores con tres puertas grandes
abiertas. Las dos personas hablaban rápido y bajo, así que no pudo escuchar qué decían,
pero sí vio unos gráficos en un ordenador de lo que parecía un ser humano. O su silueta.

Alice pasó por su lado con el corazón a cien por hora y cruzó la primera puerta que vio.
Algo le decía que esa era la indicada.
No tuvo que andar mucho hasta que se estuvo a punto de chocar con un cristal
perfectamente limpio. Tan limpio que apenas lo había visto. Fue entonces cuando fue
consciente de que había llegado al final de otro pasillo. Éste era extraño. Volvía a tener
las paredes blancas, pero desembocaba en una enorme habitación blanca con un panel
de cristal transparente que la separaba de...

De...

Alice se quedó mirando el interior de la habitación, pegándose al cristal.

No se había fijado, pero había, al menos, diez personas en el suelo. Por un momento, le
invadió el pánico al pensar que estaban muertas, pero después vio que una de ellas se
movía y la miraba con desdén, antes de dirigir su mirada al techo de nuevo.

Alice se quedó mirando a la persona que la había mirado, pasmada. Ese

pelo rubio, esos ojos, esa nariz puntiaguda....

Esa expresión tristona...

Era...

—Cuidado —le dijo alguien, apartándola.

Alice vio que una mujer vestida como ella ponía una tarjeta en la pared y aparecía
una obertura del tamaño de una puerta. La mujer entró, agarró a la chica que había
mirado a Alice, y se la llevó. No sin que antes Alice la observara. Cuando la mujer
quitó la tarjeta, la puerta volvió a cerrarse.

42.

Era 42.

La misma a la que había visto recibir un disparo. De la que no había vuelto a saber nada
en tanto tiempo.
Apenas pudo dejar de mirar hasta que la mujer y 42 estuvieron lejos de su alcance.
Parpadeó, obligándose a sí misma a reaccionar, y miró de nuevo hacia el cristal, donde
algunos presos la miraban con curiosidad, como si estuviera haciendo algo fuera de lo
normal.

Tenían a androides encerrados. Lo eran. Todos.

¿Por qué los tenían encerrados?

Pasó la mano por el panel, preguntándose cómo conseguir una de esas tarjetas, y miró de
nuevo a los androides, que habían vuelto a centrarse en su soledad, ignorándola.

Entonces, su mirada se quedó en otra integrante de la celda. En esta ocasión no era una
chica de su edad, sino una niña pequeña con la misma bata blanca de los demás y la
misma expresión vacía.

—Blaise —susurró Alice.

Estaba sola. No con su madre.

Pegó una mano al cristal, pero dejó de hacerlo cuando vio que la niña la miraba, confusa.

La tenían ahí. Encerrada. La habían engañado.

Entonces, ¿era un androide? Pero... no había niños androides, ¿no? Nunca había
oído hablar de ello.

—Te toca turno de visita —le dijo alguien a su espalda.

Ella se dio la vuelta y miró a una mujer vestida como ella. Parecía que la estaba mirando
fijamente.

—Date prisa —añadió.


Alice avanzó hacia la salida, mirando por última vez hacia atrás y conteniendo la
respiración.

¿Qué estaba pasando en esa ciudad?


CAPÍTULO 21
Alice entró en su casa con el corazón tan acelerado que se tomó un momento para
apoyarse en la puerta y cerrar los ojos. Estaba jadeando. Los tenían encerrados. ¿Qué les
estaban haciendo?

¿Por qué Blaise no estaba con su madre?

¿Por qué 42 estaba ahí? ¿Lo había estado todo el tiempo?

Intentó calmarse a sí misma y se acercó al marco de la puerta del salón. Quería estar con
gente en la que sabía que podía confiar. Y, en esos momentos, solo tenía a dos personas
de su lado.

Entonces, se quedó paralizada en la entrada cuando vio que una de las puertas de las
habitaciones se abría de un portazo. Alguien vestido de militar le había dado una patada
desde el interior.

No supo si era por instinto o por terror, pero su primer impulso fue esconderse en la
entrada con el corazón bombeando sangre a toda velocidad. Escuchó pasos y contuvo
la respiración, asomándose lo justo para ver lo que estaba pasando.

Se le paró el corazón cuando vio a Trisha en el suelo, sobándose la cara. Le habían


dado un puñetazo. Delante de ella, tenía a dos hombres vestidos de ejército y
armados. Uno de ellos la apuntaba a la cabeza. El otro estaba de brazos cruzados.

—¿Dónde está? —preguntó el hombre que no la apuntaba.

—Vete a la mierda —le soltó Trisha.

El otro giró el fusil y le dio en las costillas. Trisha se llevó una mano a la zona afectada,
pero sonrió, mirándolos. Si había sentido dolor, no lo mostró en ningún momento.
—Se fue esta mañana —les dijo, riendo—. Vio lo mal que estabais de la cabeza y
decidió que prefería pudrirse en una ciudad abandonada que seguir aquí con vosotros,
chiflados.

—¿Dónde está el androide que se hace llamar 43? —repitió el hombre—. Si nos lo dices,
nos ahorrarás mucho trabajo.

—Nunca he sido muy solidaria —murmuró ella.

Alice contuvo la respiración de nuevo mientras miraba a su alrededor, en busca de


cualquier cosa que pudiera ayudarla. ¿La buscaban a ella? ¿Estaban aliados el padre John
y la Unión? Quizá les había dicho que se había quitado el dispositivo y por eso la querían
encontrar. Y había coincidido con el momento en que encontraba a los demás androides.

Escuchó un golpe seco y no pudo aguantarlo más. Dio un paso hacia delante y se
acercó agachada hacia ellos, que le daban la espalda. Logró llegar al sofá y esconderse
detrás, dándole la cara a Trisha.

Por un momento, Trisha intentó incorporarse y levantó la mirada. Sus ojos se encontraron
y Alice respiró hondo. Trisha volvió a clavar la mirada en el suelo al instante, como si no
hubiera sucedido.

—¿Dónde está? —preguntó el hombre.

Ella no respondió. Alice se escabulló de puntillas hacia ellos, sintiendo que su corazón se
iba acelerando a medida que se acercaba. Trisha miraba fijamente a los hombres.

Alice notó que su cuerpo entero se tensaba cuando estiró la mano y tocó con la punta de
los dedos la pistola del cinturón del hombre, que estaba de brazos cruzados. Sentía que iba
a darle un infarto cuando consiguió agarrar la culata y estirar hacia arriba. El hombre
seguía sin darse la vuelta. Con cuidado, consiguió extraerla hasta casi la mitad.
—Te doy una última oportunidad —le dijo el soldado—. Dinos dónde está o
buscaremos a otra persona que lo haga.

Trisha se rio, sacudiendo la cabeza.

—Está detrás de ti, idiota.

El hombre frunció el ceño, y fue suficiente como para que Alice le quitara la pistola de un
tirón y disparara sin pensarlo a la cabeza del armado. No se giró para comprobar los
daños, sino que se giró hacia el otro y esquivó milagrosamente un puñetazo. Él buscó en
su cinturón y quedó pálido cuando vio que le había quitado la pistola. Alice le apuntó en
la cara.

—¡Qué asco, joder! —dijo Trisha, quitándose la sangre de la camiseta como pudo—. ¿No
podías haber apuntado a otro lado?

El hombre levantó las manos temblorosas, mirando fijamente la punta de la pistola con la
que lo apuntaba Alice.

—¿Dónde está Rhett? —preguntó ella, sin quitarle los ojos de encima.

Como respuesta, se escuchó el ruido de tres disparos seguidos en la habitación de Rhett.


Trisha agarró el fusil y apuntó a la puerta. Cuando se abrió, Alice hizo un esfuerzo por
no perder de vista al hombre, que seguía temblando.

—¿Qué...? —era la voz de Rhett, sintió que su corazón se relajaba—. Bueno, veo que
tenéis las cosas bajo control.

Rhett se colocó a su lado y apuntó al hombre en su lugar. Alice se separó y miró a


Trisha.

—No es por ofender... —empezó.

—Toma —Trisha le dio el fusil y cogió la pistola—. Das pena en el cuerpo a


cuerpo, pero tengo que admitir que tienes buena puntería.

Alice recargó el fusil.


—¿Lo mato? —preguntó Rhett.

—¡No! —chilló el hombre con voz aguda.

—Sí —sonrió Trisha.

—No —Alice respiró hondo—. Tengo que contaros algo antes. Creo que él puede
darnos algunas respuestas.

Trisha la miró con decepción por no poder matarlo.

—Tienen androides aquí —les dijo—. Los tienen encerrados en el sótano del
hospital. Creo... creo que están haciendo experimentos con ellos o algo así. Estaba
mi antigua compañera, 42, y Blaise...

—¿Blaise? —preguntó Rhett, sin despegar la mirada del hombre—. ¿Por qué?

—Tiene que ser una androide —murmuró Trisha.

—No hay niños androide —dijo Rhett—. ¿No? El

hombre se pegó más a la pared.

—No lo sé —aseguró.

—Sé cómo entrar —dijo Alice—. Podríamos ir a rescatarlas y salvar a los


demás, así...

—Alice, somos tres personas contra una ciudad entera —le dijo Rhett—. Y todavía
tenemos que llegar al ordenador de Kai. Ni siquiera sabemos si van a venir más como
este a buscarnos. Habrán oído los disparos.

—N-no los habrán oído —dijo el soldado—. Las casas están insonorizadas. Os juro que
no diré nada si dejáis que me va...

—¿Qué hacías aquí? —le interrumpió Alice—. ¿Por qué me buscabas?


El hombre tragó saliva y negó con la cabeza.

—No puedo decirlo —dijo.

—Yo creo que sí puedes —le dijo Rhett, acercándole la pistola a la cara.

—No sabéis lo que le hacen a los traidores —dijo él en voz baja.

—Te aseguro que se nos ocurrirá algo más creativo si no colaboras —le dijo Trisha,
acercándose para deshacerle el cinturón y ponérselo ella.

Alice hizo lo mismo con el tipo al que había matado, con cuidado a no mirarle a la cara.
De hecho, lo único que vio fue el charco de sangre por el rabillo del ojo. Cuando lo
tuvo atado alrededor de su cintura, volvió a mirar al hombre.

—No puedo —repitió él.

Rhett suspiró.

—¿Necesitamos que corra? —preguntó.

—No lo creo —murmuró Alice.

Ella ahogó un grito cuando Rhett le disparó al hombre en el pie, haciendo que él soltara un
grito desgarrador y cayera al suelo, sujetándoselo como pudo. Alice intentó mantener la
expresión serena cuando vio que sus manos se llenaban de sangre oscura, formando un
charco pequeño.

—¿Sabes algo ahora? —le preguntó Rhett, que ni siquiera había parpadeado—. Porque
todavía te quedan una pierna y dos brazos.

—¡Vale, vale! —él estaba retorciéndose de dolor—. A... nosotros n-no nos dan la
información de la misión. Solo... solo teníamos que traer al androide 43 con el capitán
Phillips.

—¿Por qué? —preguntó Alice.


—No lo sé, lo juro —dijo él, y pareció que iba a ponerse a llorar. Por

algún motivo, Alice decidió creerle.

—¿Por qué tienen un laboratorio de androides? —preguntó.

—Yo no... —empezó él.

Alice se adelantó, apartó a Rhett, y le apuntó ella misma con el fusil.

—Sí lo sabes. Habla —le dijo.

No podía dejar de pensar en Blaise, en su madre y en 42. En lo estúpida que había


sido al confiar en ellos. En que les había ayudado a hacerle daño a una niña y a su
madre. Se sentía tan estúpida...

—¡No lo sé! —gimoteó él, sujetándose el pie con las manos llenas de sangre—. Mandan
comisiones de búsqueda de androides fugados constantemente.

—¿Y los traen aquí?

—Sí, siempre. Después de un tiempo... —dudó un momento.

—Después de un tiempo, ¿qué? —le preguntó Alice.

—Yo soy oficial, no científico —dijo él, ya entre lágrimas—. No... no sé...

—Sí lo sabes —Alice quitó el seguro y él se puso a lloriquear—. Y me lo vas a decir.


O iré a averiguarlo por mí misma.

Él agachó la cabeza, llorando, y luego la miró.

—Para ellos, son juguetes —dijo, finalmente.

Hizo una pausa y suspiró.


—Desde que se... invadió... la capital de los rebeldes, ha habido un levantamiento de
androides contra sus creadores. N-no aceptan órdenes. Ha sido tan masivo que... sus
creadores han tenido que abandonar esa ciudad. Lo único que sé es que ahora están
pagando increíbles sumas de comida y armas para todos los que entregan a los
androides aquí.

Se estaba poniendo pálido y temblaba por el disparo.

—¿Por qué aquí? —preguntó Rhett.

—La tecnología es la mejor de todo lo que queda de mundo —murmuró él—. Sin su
ciudad, los creadores tuvieron que buscar alternativas, así que llegaron a un acuerdo con
la Unión. Nosotros les conseguimos androides y ellos pagan.

—¿Y por qué los tenéis encerrados? —preguntó Alice, frunciendo el ceño.

—Ya... ya te he dicho que tenemos la mejor tecnología del mundo actual. La única
forma de saber qué ha fallado con los androides es inspeccionarlos. Y... una vez
desconectados, los enviamos con sus creadores. Ellos... bueno... se encargan de
repararlos y reactivarlos. A no ser que el error sea muy grave, en cuyo caso...

No hizo falta que lo dijera. Los destruían.

—¿Y cómo es que tú sabes todo esto? —preguntó Alice, mirándolo.

—Yo... soy oficial y...

—No —ella negó con la cabeza—. Tú no eres oficial.

—¡Sí lo soy!

—Un oficial sabría defenderse mejor —le dijo Rhett, enarcando una ceja.

—Eres científico —Alice le acercó el fusil—. ¿No es así? Él

gimoteó un poco más y empezó a llorar otra vez.


—Yo no quiero ser parte de lo que les hacen —dijo, mirando a Alice como si ella pudiera
ayudarla—. Al principio, nos encargábamos de revisarlos. Los arreglábamos y los
enviábamos de vuelta con sus creadores. Ahora... ahora se ha convertido en una
carnicería...

—¿Por qué? —Alice intentaba mantenerse fuerte, pero lo cierto era que estaba tan
enfadada que le temblaban las piernas.

—Desde que Ben se puso al mando de la ciudad.

—¿Ben? —le interrumpió Rhett.

Ben. Era su padre. No lo habían visto desde que los había traicionado en su antigua
ciudad. Alice vaciló un momento.

—Es el alcalde —replicó el hombre—. Llegó con su ejército, así que adoptamos roles
de ejército nosotros también. Mató al antiguo alcalde y se puso al mando.

—Así que ha estado aquí todo el tiempo —murmuró Rhett—. Lo hemos tenido al lado y
no lo sabíamos. Él sabía que estábamos aquí. No me lo puedo creer.

—Por eso nunca nos dejaron visitarlo —concluyó Trisha.

—¿Qué les hace a los androides? —insistió Alice, centrándose en el científico.

—Les odia —gimoteó el hombre—. Al principio, por no perder el acuerdo con John,
el líder de los creadores, siguió el proceso habitual... pero no tardó en tener otras
ideas. En pedir a los científicos que experimentaran con esos androides. Que...

—¿Que... experimentaran? —Alice bajó un poco la guardia, asustada.

—Exponerlos a la radiación durante horas para ver si eran capaces de aguantar, ver si
eran capaces de reproducirse con el método humano, provocar reacciones extremas por
ver el porcentaje de supervivencia... al menos, eso era el principio.
Ahora... tiene la extraña idea de hacer un ejército de androides modificados para ser más
fuertes.

—¿Ser más fuertes?

—Quitarles los brazos y sustituirlos por armas —el hombre negó con la cabeza—.
Que sean capaces de ser operativos sin partes del cuepo... y cosas peores...

—¿Y tú lo permitías? —Alice notó un nudo en su garganta—. ¿Permitías que torturara a


los androides simplemente porque cree que puede obligarles a luchar por él?

—No lo entiendes —murmuró—. La Unión es más grande de lo que queréis. Y está


con los creadores. Si hubiera intentado algo... es imposible. Me habrían matado. Tenía
que colaborar. No había otra opción.

—Sí la había —Alice estaba a punto de llorar de rabia—. Siempre tienes la opción de
elegir. Elegir si vas a seguir dejándolos morir o intentar salvarlos.

Él sonrió sin ganas. Ya ni siquiera se sujetaba la herida de bala.

—¿Ya sabes lo que querías? —preguntó, mirándola—. ¿Te sientes mejor ahora que
sabes que nos torturan y nos matan porque no consideran que estemos vivos?

Alice se quedó mirándolo, muda. ¿Se había incluido a sí mismo en su grupo?

—Si hubiera dicho algo, me hubieran atrapado —él cerró los ojos un momento—
. Mátame o me encontrarán y me harán lo mismo que a los demás.

Alice dudó un momento y luego empuñó el arma contra su cabeza. El hombre agarró
la punta del fusil y la bajó a su estómago.

—Asegúrate de que no puedan repararme —dijo él—. O accederán a mis


sistemas de memoria y sabrán lo que ha pasado.
Alice lo miró durante unos segundos, sin saber qué hacer.

—Elegí no ayudar —dijo él en voz baja—. No hagas lo mismo.

Él cerró los ojos y Alice lo miró durante unos segundos. Entonces, apretó el gatillo,
destrozándole el sistema operativo. Vio la sangre manchando la pared y, justo entre los
órganos principales, tras donde debería haber estado el número, el núcleo de su sistema,
un cilindro pequeño y blanco conectado a sus órganos vitales.

La única diferencia entre ellos y los humanos. Un simple cilindro.

Durante unos segundos, nadie dijo nada. Alice tragó saliva y logró deshacer el nudo de
su garganta.

—¿Y ahora qué? —preguntó Trisha—. Porque está claro que no podemos seguir
aquí.

—Tenemos que irnos —dijo Rhett—. Aunque no tengamos la información de los


ordenadores.

—¿Y qué haremos? ¿Vagar sin rumbo otra vez?

—Es mejor que quedarse aquí y arriesgarnos a morir.

—No voy a dejarlos —murmuró Alice, mirando el cadáver fijamente.

Hubo un momento de silencio.

—Alice... —empezó Rhett.

—No voy a dejarlos —repitió ella, dándose la vuelta—. No lo haré. Y no hay nada
que puedas decirme que vaya a hacer que cambie de opinión.

—Es un suicidio —le dijo él, negando con la cabeza—. Lo único que conseguirás es que
te encierren con ellos o te maten.
—Prefiero eso que escapar sin intentar ayudarlos.

—¿Y qué hay de Jake? —interrumpió Trisha.

Alice la miró fijamente.

—¿De Tina? ¿De Max? Incluso del maldito Kilian... ¿qué hay de ellos?
¿Prefieres salvar a unos desconocidos a volver a verlos?

Alice no dijo nada. Trisha y Rhett la miraban fijamente, esperando una respuesta.

—No puedo irme sin ellos —repitió Alice, sacudiendo la cabeza—. No puedo.

—¿Y qué hay de los ordenadores? —preguntó Trisha—. ¿Ya no quieres saber dónde
están? ¿Se acabó el plan?

—Yo no he dicho eso.

—¿Y qué quieres hacer? ¿Salir ahí a disparar tú sola a todo el mundo hasta que hagan
exactamente lo que quieres que hagan? —preguntó Rhett.

—No —Alice se agachó y se metió la munición del fusil en el bolsillo, antes de


guardarse una pistola cargada en el cinturón—. Vamos a ir a buscar a Kai, nos abrirá el
ordenador, rescataremos a los androides y nos iremos de aquí.

—Haces que suene muy fácil —ironizó Rhett.

—Es un suicidio —Trisha negó con la cabeza—. Vas a hacer que nos maten.

—No voy a obligaros a venir conmigo —les dijo Alice, mirándolos.

—No voy a dejarte aquí sola —le dijo Rhett al instante.

—Y yo no voy a irme sin lo que quiero.


Él la miró durante unos segundos, antes de agacharse y ponerse otro cinturón con armas
cargadas. Se aseguró de que la pistola tenía munición de sobra mientras ponía cara de mal
humor.

—¿Te acuerdas de ese tiempo lejano en el que yo daba las órdenes? —


preguntó, recargando la pistola—. Porque lo echo de menos.

Alice le sonrió, agradecida, antes de mirar a Trisha. Ella

suspiró.

—¿Qué demonios? —preguntó, suspirando—. Vamos a disparar a estos locos.

***

Cruzar la ciudad con los trajes de los cadáveres había sido sorprendentemente fácil. Con la
oscuridad, nadie se había parado a mirarlos para asegurarse de que eran oficiales de
verdad. Alice se detuvo delante del edificio en el que sabía que vivía Kai y abrió la puerta.
Trisha se quedó abajo vigilando, mientras ella y Rhett subían las escaleras.

—¿Tercero? —preguntó Alice.

—Eso le dijeron los vecinos cotillas a Trisha —murmuró Rhett, siguiéndola.

Se detuvieron en la tercera planta y se colocaron en sus respectivas posiciones sin decir


una palabra. Alice respiró hondo y llamó al timbre, mientras Rhett se escondía con la
pistola en la mano detrás de la pared para que Kai no lo viera. Alice agarró su pistola y la
sujetó tras su espalda.

Kai abrió la puerta con cara de sueño y se quedó mirándola.

—¿Alice? —preguntó, confuso—. ¿Qué haces aquí?


—El sargento Phillips me envía a buscarte.

—¿A mí? ¿Por qué?

—Alguien ha intentado entrar en la red de ordenadores de la ciudad. Dice que eres el más
indicado para ver qué ha pasado.

Iba vestido con una camiseta blanca y unos pantalones anchos. Ni siquiera llevaba
zapatos, solo calcetines. A Alice casi le dio lástima. Casi.

—Bien, espera... voy a ponerme ropa para... bueno, para lo que sea.

Alice sonrió y esperó en la puerta mientras veía que se quitaba los pantalones y se ponía
el mono del ejército con la camiseta debajo. Después, se puso las botas y se acercó a ella
de nuevo.

Al instante en que lo hizo, Alice lo agarró el cuello y lo pegó contra la pared,


apuntándolo con el arma. Kai abrió los ojos como platos.

—¿Qué...? —preguntó él, confuso.

Rhett entró en la habitación asegurándose de que no había nadie más. Al no escuchar


ruidos, Alice supuso que estaba buscando la tarjeta.

—¿Qué haces? —le preguntó Kai, horrorizado—. ¡Me estás apuntando con esa cosa!

—Vas a ayudarnos —le dijo Alice—. Te guste o no.

—¿Yo? ¿Por qué? ¿Qué...? —le temblaban las manos.

—Porque he descubierto vuestro pequeño secreto —Alice lo miró fijamente—. Sé lo que


pasa en el sótano del hospital. Y quiero acceder al ordenador. Dijiste que tú podías
acceder a él.

—¿En el sótano del hospital? —preguntó Kai, confuso.


Alice lo miró. ¿La estaba engañando o no sabía nada?

—Aquí está —Rhett levantó una tarjeta de identificación.

Alice no lo pensó mucho más y soltó a Kai. Él parecía más confuso que nunca.

—Vamos los dos armados. Trisha, abajo, también. Si intentas algo raro, te mataremos a ti
y a todo el que se ponga por delante —le dijo Rhett—. Así que sé buen chico y llévanos
al gimnasio sin crear problemas.

—Pero...

—¿Te he preguntado tu opinión?

Kai dudó un momento antes de girarse y empezar a andar hacia las escaleras.

Trisha se mantuvo delante de él en el camino hacia el gimnasio. Se aseguraron de que


no había ningún guardia por la zona, pero estaba el de la entrada del edificio. Alice lo
pensó mucho antes de llegar, intentando buscar una forma de evadirlo sin dispararle.

—¿Qué hay en el sótano del hospital? —preguntó Kai en voz baja.

—¿No lo sabes? —le preguntó Alice, asegurándose de que nadie los seguía.

—No sabía que había un sótano en el hospital —murmuró él.

—Callaos —les chistó Trisha.

Los cuatro se escondieron detrás de un muro cuando pasaron dos guardias. Después,
siguieron andando.

—¿Qué hay? —insistió Kai.

Alice miró a Rhett en busca de ayuda. Él se limitó a encogerse de hombros.


—¿Cómo no lo sabes siendo el hombre de confianza de Phillips y habiendo vivido tanto
tiempo aquí? —preguntó Trisha, negando con la cabeza.

—Nunca me han contado ninguna información confidencial —murmuró Kai—.


¿Está... está relacionado con los androides?

Alice no estaba segura de si estaba fingiendo no saberlo. Lo miró sin confiar en él.

—Sí —dijo, finalmente.

—¿Qué les hacen? —preguntó Kai.

—Los torturan. Los matan —Alice negó con la cabeza—. No finjas que no lo sabes.

—No finjo nada... yo... yo no sabía nada... ¿los... matan...?

—¿Por qué no lo sabías? ¿No confían en ti?

—Por lo que sé, no les gusta que pregunte frecuentemente por qué desaparecen los
androides que se supone que tenemos que enviar al padre John —él esbozó una sonrisa
nerviosa.

—¿Crees que dice la verdad? —preguntó Trisha.

—No lo sé —admitió Alice.

—¿Y por qué iba a mentir? —preguntó Kai—. Me vais a obligar a traicionarlos y me
echarán de aquí. Y no tengo nada que perder, tampoco es que me traten genial, pero...

Alice le chistó. Habían llegado al edificio. Se detuvieron al ver al guardia de la puerta. Los
cuatro avanzaron hacia él, que los miraba fijamente. Cuando estuvieron a su altura, Trisha
hizo un ademán de hablar, acorde con el plan.
—Tenemos que entrar —dijo Kai, haciendo que los otros tres se quedaran
mirándolo fijamente—. Órdenes del sargento Phillips.

Alice intercambió una mirada nerviosa con Rhett, que parecía tan confuso como ella.

—¿Qué órdenes? —preguntó el guardia, mirándolos de arriba a abajo.

—Desde luego, no podemos decírtelas —Kai se cruzó de brazos—. Es urgente,


¿vas a decirle tú que me he atrasado por tu culpa?

El guardia dudó un momento antes de apartarse. Rhett se adelantó y pasó la tarjeta por el
lector antes de entrar los cuatro en el edificio. En cuanto estuvieron dentro, los tres
miraron a Kai.

—Ya os he dicho que no tenía nada que perder —dijo él, encogiéndose de
hombros.

—Si esto es una trampa... —empezó Rhett.

—No tenemos tiempo —interrumpió Trisha—. Quiero irme de aquí en cuanto pueda.

Se detuvieron en el despacho de Kai, donde él se sentó en su ordenador y empezó a


teclear cosas a toda velocidad. Trisha se quedó en la puerta y Rhett en el pasillo.

—Me aseguraré de que no hay nadie en la sala grande —murmuró Trisha.

—Ve con ella —le dijo Alice a Rhett—. Yo me encargo de esto. Se

quedaron ella y Kai solos. Él tecleaba sin parar.

—¿Por qué nos ayudas? —le preguntó Alice, después de unos segundos de silencio
—. Y no me digas que es porque no tienes nada que perder.
—Desde que sustituyeron al alcalde, me han gustado cada vez menos las decisiones
que tomaba —murmuró él, centrado—. Empecé a hacer preguntas que nadie
respondía y vi que había lagunas en algunas explicaciones.
Especialmente, las relacionadas con androides. Intenté descubrirlo por mi cuenta,
pero me habéis adelantado.

Él suspiró.

—Si lo hubiera sabido... —apretó los labios—. Nunca creí que estuviera pasando eso. Si
no, hubiera intentado hacer algo.

—Te creo —le dijo Alice, aunque pensaba que lo más seguro era que Kai
hubiera huido al enterarse.

—Lo tengo —él se detuvo—. Registro de visitas. ¿Fecha?

—¿Cuánto hace que llegamos aquí?

—Un mes.

—Pues entre un mes y dos semanas antes. Kai

tecleó.

—Necesito un nombre o tardaremos muchísimo.

—Max.

Él buscó.

—Nada.

Alice apretó los labios. Si eso no funcionaba, no estaba segura de qué iba a hacer.

—¿Tina?
—No... nada.

Estaba empezando a ponerse nerviosa.

—¿Jake? ¿Kilian?

Él buscó.

—No.

Alice hizo un esfuerzo muy grande por no tirar algo por los aires. Cerró los ojos un
momento.

Tenían que haber estado ahí. No podía perder su última esperanza. Si no insistía,
no los volvería a ver. Lo sabía.

Pero... ¿qué nombre podrían haber puesto? No era ninguno de los suyos. Lo pensó un buen
rato, concentrada, repasando cada nombre en su cabeza.

—¿Se te ocurre algo? —preguntó Kai.

Ella abrió los ojos y miró la pantalla.

—Charles —dijo—. Prueba ese nombre.

Él lo sabría. No había nada que Charles no supiera. Y ya encontrarían la forma de pagarle


por las molestias. O amenazarle, que siempre era más sencillo.

Él escribió y Alice sintió que se le aceleraba el pulso cuando la pantalla se iluminó


con un informe de visita.

—Bingo —sonrió Kai.

—¿Qué pone?
—Grupo grande de gente de caravanas. Estuvieron aquí dos días antes de que llegarais
vosotros —murmuró Kai—. Vienen a menudo por intercambios. Pero esta vez se
marcharon más rápido que las otras veces.

—¿Pone hacia dónde fueron?

—No... no exactamente. Solo dice que se marcharon hacia el sureste.

—El sureste —repitió ella—. ¿Qué hay en el...?

Se detuvo en seco y sacó el arma de su cinturón, apuntando a la puerta. Kenneth

estaba ahí de pie, mirándola con expresión de sorpresa.

—¿Qué hacéis? —preguntó, frunciendo el ceño.

—¿Me has estado siguiendo otra vez? —preguntó Kai.

—Es mi trabajo —Kenneth se adelantó un paso y levantó las manos en señal de


rendición—. No creo que quieras hacerlo, Alice. En cuanto el guardia escuche el
disparo, activará las alarmas.

Ella dudó. Tenía razón.

—Ahora, baja el arma antes de que me arrepienta de no llamarlo —le dijo


Kenneth, sonriendo.

Alice respiró hondo y, tras dudar unos segundos, bajó el arma lentamente. Kenneth
sonrió más ampliamente y dio un paso hacia ellos, bajando las manos.

—¿Me vais a decir qué hacíais ahora o qué?

—No es asunto tuyo —le dijo Alice.

—No estás en posición de responder así —replicó él.

—Creo que eres tú el que no está en posición de decir nada, Kenneth.


—¿Por qué no?

Él dio un traspié cuando Rhett apareció por detrás de él y lo agarró del cuello,
sujetándolo con fuerza. Kenneth se puso rojo como un tomate al instante, intentando
resistirse, pero lo tenía bien agarrado. Trisha apareció con un cuchillo.

—Esto no hace ruido —replicó ella, enseñándoselo.

—N-no puedo... res... respirar —masculló Kenneth como pudo.

—Qué pena —le dijo Rhett sin moverse en absoluto.

—¿Qué hacemos con él? —preguntó Trisha.

—Si no lo matamos, le contará todo lo que ha visto al alcalde —dijo Kai—. Si lo


matamos, perderemos un rehén.

—¿Un rehén? —preguntó Alice.

—Por lo que he visto, aprecian su vida. Si las cosas se tuercen, podéis negociar con él.

Alice lo miró fijamente. Tenía razón. Era, sorprendentemente, una buena idea.

Eso pareció gustarle a Trisha, que sacó unas esposas del cinturón y le ató las manos a
Kenneth en la espalda. Rhett lo soltó por fin. Parecía haber disfrutado cada segundo
agarrándolo del cuello.

—Mierda —gruñó Kenneth, jadeando—. Por un momento, creí que me


mataríais. Menos mal que vosotros no sois así...

—Entonces, ¿lo llevamos con nosotros? —preguntó Alice.

—Me parece bien —Rhett lo miró—. Necesitamos a alguien a quien golpear para
entrenar.
—Tienes razón —Trisha asintió con la cabeza antes de mirar a Alice—. ¿Tienes algo?

—Charles estuvo aquí con su caravana.

—¿Y él sabrá dónde están? —preguntó Rhett—. No sé si deberíamos confiar en él.

—Si no acepta sobornos, aceptará amenazas —le dijo Alice, recordando el miedo de
Charles a que sus hombres descubrieran que era un androide—. Se ha ido al sureste.
¿Qué hay al sureste?

Rhett lo pensó un momento. Después, se expresión se volvió sombría.

—¿Qué hay? —esta vez, Alice sonó más preocupada.

—Nada bueno —él negó con la cabeza—. Solo está la zona de androides, Alice. Donde
solías vivir.

Ella se quedó en silencio un momento. ¿Irían ellos ahí? Tenía sentido. Era el único
sitio lo suficientemente fortificado como para mantener a la gente ahí y poder
defenderse. Además, había zonas de cultivo que podrían aprovechar.

Aún así, tener que volver ahí le revolvía el estómago.

—Deberíamos irnos de aquí —replicó Trisha.

—¿Dónde vamos? —preguntó Kai.

—Al sótano del hospital —dijo Alice, poniéndole una pistola en la mano.

—¿Q-qué? —él abrió los ojos como platos.

—Que no te tiemble el pulso al apuntar —Trisha le dio una palmadita en la


espalda al pasar.
Él iba a ponerse de pie, pero se detuvo, mirando su pantalla.

—¿Qué? —preguntó Alice, al ver su expresión.

—Oh, no... —Kai intentó teclear algo, pero se detuvo.

—¿Qué pasa? —preguntó Rhett, que le había hecho una mordaza a Kenneth con un
trozo de su propia camiseta. Kenneth lo miraba con mala cara.

—Se han... —Kai soltó una palabrota—. No. Se han dado cuenta de que he usado el
ordenador. Han activado el sistema de defensas.

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Trisha.

—Han reforzado las defensas alrededor de la muralla, buscándonos —Kai los miró—.
Y aquí es donde mirarán primero.

—Buenas noticias —ironizó RHett.

—En realidad, lo son —Kai suspiró—. Han reforzado las defensas, así que en el hospital
no habrá guardias.

Salieron por la parte trasera del edificio —por las ventanas que solo podían abrirse
desde dentro, tal como les acababa de decir Kai— y entraron de nuevo en la ciudad.
Repitieron de nuevo el proceso de esconderse con cada guardia que pasaba, solo que
esta vez tenían a Kenneth con un trozo de camiseta metido en la boca para que se
callara y unas esposas puestas, cosa que lo hacía considerablemente más incómodo.

Cuando estuvieron delante del hospital, los cinco lo miraron, agachados en la oscuridad.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Trisha.

—No creo que el sigilo sirva de mucho ahí dentro —dijo Rhett—. Es una zona
cerrada.
—Si disparamos, ¿nos oirían fuera? —preguntó Alice a Kai.

—Si cerráis la puerta principal, no. Las paredes de los edificios están insonorizadas.
Todas.

—Pues no se hable más —Trisha sacó su pistola.

Ella fue la primera en entrar. Rhett el siguiente. Alice empujó tanto a Kai como a Kenneth
dentro y cerró la puerta a sus espaldas.

Cruzaron los dos primeros pasillos sin incidentes, escondiéndose en los puntos muertos y
en las puertas. De hecho, no vieron a nadie dentro. Estaba todo a oscuras. Ahí, no trataban
a pacientes de noche. Tuvieron suerte hasta que llegaron a la puerta de las escaleras del
sótano.

Había un guardia ahí, de pie, medio dormido.

Rhett hizo un gesto a Alice, que se deslizó sigilosamente hacia él. El guardia pareció
despertarse, pero era demasiado tarde. Rhett le dio con la culata de la pistola en la nuca,
dejándolo tendido en el suelo inconsciente.

—No podemos bajar los cinco —dijo Rhett cuando llegaron a la puerta ahora
despejada.

—Entonces, ¿uno se queda vigilando a estos dos? —preguntó Trisha.

—A mí no me tenéis que vigilar —protestó Kai señalando su arma.

—Me quedo yo —Trisha los miró—. Soy la que peor puntería tiene.
Especialmente con un brazo. No os serviría de mucho ahí abajo.

—Ten cuidado —Alice le puso una mano en el hombro.


—Tú deberías tenerlo si sigues tocándome —le dijo Trisha, sonriendo un poco.

Las dos se miraron un momento antes de asentir con la cabeza y cerrar la puerta
del sótano.

—Alice —Rhett la miró antes de avanzar—, ¿estás segura de que quieres


matarlos?

—¿Qué?

—A los científicos que haya ahí abajo —aclaró él.

Alice dudó un momento.

—No... no lo sé.

—No podemos abrirnos paso noqueando, como antes —replicó Rhett—. No sé si


vamos a tener que disparar.

Ella suspiró.

—No quiero disparar... pero si tengo que hacerlo, no dudaré. Rhett

se detuvo un momento y sonrió.

—Esa es mi chica.

Los dos bajaron por las escaleras y Alice siguió la misma ruta que la última vez, llegando
por fin a la puerta en la que había los trajes.

—Tienen miedo de que tengamos algún virus dentro —le dijo Alice, mirando el traje
—. Prefieren prevenir que curar.
—Hice bien en enseñarte algunos refranes —murmuró Rhett, siguiéndola.

Entraron en el pasillo blanco y Alice quitó el seguro del fusil. Rhett iba justo detrás de
ella, cubriéndole las espaldas. Tenía todos los músculos del cuerpo tensos.

Curiosamente, no tenía miedo de disparar. No quería hacerlo, pero ya no era por ese
motivo. Ahora era por algo muy distinto. No sabía cómo sentirse al respecto. No le
importaba matar a alguien si tenía que hacerlo. ¿Se había convertido en un monstruo?

Quizá, para combatir a un monstruo, tenía que convertirse también en uno.

Cuando llegó a la puerta que la última vez habían abierto por casualidad, no lo dudó un
momento. Apuntó a la cerradura y, de un tiro, la abrió.

Al instante en que llegaron a la sala contigua, vio la sala de ordenadores. Unos cuantos
científicos se dieron la vuelta en sus trajes enormes y empezaron a gritar, pero ellos ya
los estaban apuntando.

Alice no dijo nada. No hacía falta. Rhett gritó dos órdenes y consiguió juntas a los pocos
científicos en un rincón, temblorosos y asustados.

—¿Dónde tenemos que ir? —preguntó a Alice.

Ella hizo un gesto con la cabeza a los cinco científicos, que caminaron pegados los unos a
los otros hacia la sala de cristal, con ellos dos apuntándolos con sus armas. Cuando
llegaron, Alice vio que la sala de cristal estaba mucho más vacía que la última vez que la
había visto.

Se acercó casi corriendo al cristal y tragó saliva al ver que solo había una niña sentada
con las rodillas en el pecho, mirando a una chica mayor, pero que estaba tumbada.

—¿Blaise? —preguntó Alice, golpeando el cristal.


La niña levantó la cabeza y se quedó mirándola un momento, antes de ponerse de pie
torpemente y acercarse corriendo a ella. Alice vio que movía los labios a toda
velocidad, pero no entendía nada. Estaba insonorizada. No supo decir si estaba feliz o
triste de verla, pero tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Alice —Rhett la devolvió a la realidad.

Ella volvió a centrarse en los científicos, que estaban arrinconados contra el cristal.

—Abrid la puerta —les dijo Alice.

Los únicos que dieron señales de entenderla intercambiaron una mirada.

—Podemos pedirlo de forma menos amable —recalcó Rhett.

Finalmente, uno de los trabajadores, tembloroso, puso una mano enguantada en el cristal,
que se abrió con un susurro. Alice vio que Blaise estaba intentando ayudar a la chica joven
a ponerse de pie, ansiosa.

—¡Vamos! —la intentaba ayudar en francés—. ¡Vamos, levántate de una vez, han
venido a ayudarnos!

Finalmente, la chica empezó a ponerse de pie y Alice entendió por qué había sido tan
difícil. Se estaba sujetando una enorme tripa de embarazada. Aceptó la ayuda de Blaise
mientras las dos corrían hacia la puerta abierta. Alice tragó saliva al ver lo delgadas que
estaban las dos, pero no dijo nada.
—Venga —Rhett estaba centrado en los científicos—. Adentro.

—No podéis... —empezó uno de ellos.

Rhett perdió la paciencia y empujó a uno al interior de la jaula de cristal, haciendo que
los demás lo siguieran. Cuando se apartaron de la puerta, esta se cerró automáticamente.

—No creo que los encuentren en unas horas —murmuró Alice.

—Eso espero.

Rhett se dio la vuelta por primera vez y se quedó mudo al ver a la chica
embarazada, que tenía los brazos y las piernas increíblemente delgados y pálidos.

—Habéis venido a rescatarnos, ¿verdad —Blaise hablaba a toda velocidad a Alice—. ¿A


que sí?

—Eso intentaremos —murmuró Alice.

—Lo sabía, sabía que no me abandonarías —ella abrazó con fuerza a Alice por la cintura
—. Y sabía que obligarías a tu novio a ayudarte.

—¿Qué? —Rhett volvió en sí, frunciendo el ceño—. Oye, un poquito de


agradecimiento no estaría mal. Me he jugado el cuello por ti.

—¿Y qué quieres? ¿Una medalla? —le preguntó Blaise.


Rhett puso los ojos en blanco mientras Blaise agarraba a la chica de la muñeca. Ella
parecía más asustada que nada.

—No la conozco, pero nos han encerrado juntas —les explicó la niña—. No habla
mucho.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Alice.

—Se los han llevado hace unas horas. Creía que... que querían librarse de nosotros
—Blaise apretó los labios—. ¿Es eso lo que hacen con los demás?
¿Los...?

—No lo sabemos, pero no tenemos tiempo —la cortó Rhett—. Tenemos que irnos
de aquí.

—Pero, los demás... —empezó Alice.

—No están aquí —él la miró—. Lo siento mucho, Alice. Siento que tu amiga no esté
aquí, de verdad, pero no podemos buscarla ahora. Ni siquiera sabemos si sigue en la
ciudad.

Alice sabía que él tenía razón, pero no dejaba de pensar en 42. Si solo hubiera podido
decirle que la esperara...

—Tenemos que irnos —insistió Rhett.

Ella asintió lentamente con la cabeza.

—Vámonos de aquí.
Recorrieron todo el camino de vuelta con las dos chicas. Blaise iba con Rhett delante,
mientras que Alice se había rezagado un poco para ayudar a la chica embarazada a subir
las escaleras. Parecía agotada. Y, a pesar de que tenía casi todo su peso apoyado encima,
apenas notaba nada. Estaba demasiado delgada.

Cuando llegaron, Kai, Trisha y Kenneth se quedaron mirándolos.

—¿Qué...? —preguntó Trisha, con la mirada clavada en la embarazada.

—Tenemos que irnos —le dijo Rhett—. Lo que no sé es cómo.

Todos se quedaron mirando a Kai.

—¿Tengo cara de saber escapar de aquí? —preguntó él.

—La verdad es que no —le dijo Trisha.

Kai se puso rojo, avergonzado.

—Has dicho que han reforzado las defensas —murmuró Alice—. ¿Qué quiere decir
eso?

—Que la entrada de la ciudad está vigilada. Saben que queréis marcharos. Y... bueno, van
a intentar impedirlo.

—¿Y por qué no había seguridad ahí abajo? —preguntó Rhett, sin terminar de confiar
en él.
—¿Quién iba a pensar que ibais a rescatar a nadie siendo buscados por la ciudad? —él
soltó una risita nerviosa.

—Tiene que haber algo —dijo Alice, pensando a toda velocidad—. ¿Es la única salida?

—Sí —murmuró él.

—¿Estás seguro? —preguntó Rhett—. ¿No hay nada más? ¿Ni siquiera una salida de
emergencia?

—No hay nada.

Kai suspiró, pero, entonces, se le iluminó la mirada.

—Un momento —murmuró—. Hay algo. La... la salida de los coches.

—¿De los coches? —repitió Trisha—. ¿Quieres que nos vayamos en un maldito coche?
¿Sabes lo que es la discreción?

—La entrada de los coches, la que usasteis vosotros, está al otro lado de la ciudad.
No estará tan vigilada. No hay mucha gente que sepa activar esos vehículos.

—Supongo que tú sabes —le dijo Trisha.

—Sí —él sonrió, orgulloso de saber hacer algo—. Si no saben que estoy con
vosotros, no deberían sospechar de esa zona.
—¿Y si sospechan?

—Entonces, estamos jodidos.

Hubo un momento de silencio. Después, Alice suspiró.

—Bueno, no tenemos otra opción —dijo.

Esta vez tuvieron que esconderse tanto tiempo que tardaron casi una hora en recorrer la
ciudad. Estaba plagada de guardias. Alice vio, a lo lejos, que el gimnasio estaba lleno de
ellos. Se preguntó qué excusa encontrarían al acceso al sistema. Solo esperaba que no
llegaran a la conclusión de que Kai estaba con ellos.

La parada de coches estaba al otro lado de una calle pequeña y discreta, así que
tuvieron que correr para llegar a la puerta. A Kai le temblaban las manos cuando
pasó su tarjeta por el lector.

—Tenemos dos minutos antes de que vean mi identificación en el lector —dijo él,
caminando rápidamente hacia el interior del edificio.

Alice seguía ayudando a la chica embarazada mientras seguía a los demás. Vio, de reojo,
que Rhett cerraba la puerta y les cubría las espaldas. Kai iba decidido con Trisha hacia la
planta inferior. Ella seguía sujetando a Kenneth de malas maneras con un solo brazo. Las
luces se encendían automáticamente a su paso. Dos minutos. Era poco tiempo. Alice
esperaba que nadie los viera por las ventanas.

El piso interior estaba lleno de coches. Ella los miró, sorprendida, mientras Kai los
sorteaba para llegar a los más cercanos a la puerta.

—No es por meter prisa, pero nos queda un minuto —dijo Rhett, siguiéndolos.
Kai no respondió. Se detuvo delante del coche más cercano a la puerta y pasó su tarjeta
por encima. La puerta se abrió y Blaise subió con Trisha y con la chica embarazada,
ayudándolas a sentarse. Kenneth seguía pareciendo enfadado por estar amordazado. Kai
subió con ellos y Alice vio que salía un panel de la pared. Él empezó a teclear como un
loco. Le sudaba la frente.

—Mierda —Rhett estaba calculando el tiempo—. ¿Tardarás mucho con eso?

—¿Cuánto tengo?

—Treinta segundos.

Kai soltó una maldición y aumentó la velocidad. Alice y Rhett intercambiaron una mirada
que lo dijo todo sin decir nada. Los dos tenían las armas preparadas, mirando la puerta por
la que habían entrado.

—No consigo... —Kai golpeó el panel—. ¡Han bloqueado la puerta!

—¿Qué puerta? —preguntó Alice, nerviosa.

—¡Esa! ¡La salida!

—¿No puedes usar el coche?

—Sí, pero tiene la defensa activada. Podríamos intentar retroceder y envestirla, pero no
serviría de nada si no se la quitamos.
—¿Y cómo demonios hacemos eso?

Alice se tensó por completo cuando escuchó gritos en el piso superior. Ya estaban
en el edificio.

—Lo único que se me ocurre es cortar la corriente de electricidad, pero...

—¿Cortarla? —preguntó Rhett.

—Sí, podríais disparar si consigues trepar por ahí y tienes buena puntería, pero...

—Sube al coche —Alice empujó a Rhett, interrumpiéndolo.

—¿Qué...?

—¡Hazlo! —consiguió obligarlo a subir y luego miró a Kai—. ¿Dónde tengo que
disparar?

—Hay... hay una placa en un poste grande, fuera. Desde la ventana...

—¡Pon el coche en marcha! —le gritó Alice, empezando a correr.

No se giró para ver si alguien la seguía, en ese momento se agachó junto a un coche al
escuchar disparos desde la puerta. Se dio la vuelta y vio que Rhett estaba cubriendo a los
demás e intentando mirarla para asegurarse de si estaba bien a la vez. Las luces del coche
se encendieron y Kai siguió tecleando.
Rhett y ella intercambiaron una mirada. Él parecía querer matarla. Ella intentó
disculparse con la mirada.

Alice se dio la vuelta y se escabulló corriendo hacia la siguiente tira de coches. No la


habían visto. Estaban junto a la puerta. Eran siete guardias. Ocho, quizá. No le dio
tiempo a verlo. Tenía que correr.

Se colgó el fusil de la espalda y empezó a correr con ganas. No podían oírla con el eco de
los disparos. Lo que había dicho Kai para trepar era una especie de escalera de incendios.
La subió a toda velocidad. Le sorprendió acordarse de las clases de Deane mientras lo
hacía. Al final, le habrían servido para algo.

Consiguió llegar a la parte superior de la estructura, que temblaba bajo su peso, y dio un
pequeño salto hacia el pasillo superior. Se asomó a la ventana con el corazón a toda
velocidad y buscó en la calle oscura. Se acercaban tres guardias más acompañados de
alguien que no parecía un guardia. Se quedó mirándolo un momento, confusa, y luego
apretó los labios.

El padre de Rhett. Ben.

Ella decidió centrarse en buscar el poste antes de que llegara. Su mirada se detuvo
en lo que le pareció que encajaba con la descripción, y vio, efectivamente, una
cajetilla de electricidad.

Pero Kai se había olvidado de decirle que estaba a cincuenta metros de


distancia. Y en la oscuridad.

Alice miró su rifle. Esperaba que llegara.

Intentó abrir la ventana, pero no cedía. Al final, le dio un codazo con todas sus ganas al
cristal, soltando todo el aire de sus pulmones. Se hizo añicos, dejándole un buen golpe en
el codo. Tragó saliva y apartó los cristales, clavando una rodilla en el suelo y
centrándose en su objetivo.

Casi podía oír la voz de Rhett en su cabeza.


Respira hondo. Céntrate. Culata en el hombro. Ambas manos colocadas. Mirada fijada.
Quita el seguro solo cuando tengas tu objetivo fijado. Seguro quitado.
Suelta todo el aire.

Apretó el gatillo y se quedó quieta un momento al ver que no ocurría nada. Quizá
había fallado.

Pero, entonces, vio que el padre de Rhett se paraba en seco y miraba a su alrededor.
Alice vio que las luces de la ciudad se estaban apagando lentamente hasta llegar a su
zona. Contuvo la respiración cuando se quedó sumida en la oscuridad,

Pero cada vez que alguien disparaba, veía un haz de luz que hizo que pudiera volver a
saltar hacia el andamio, que volvió a temblar. Bajó las escaleras a toda velocidad,
haciéndose daño en las manos, y bajó de un saltó los últimos metros, con el corazón a toda
velocidad.

Cuando llegó con los demás, que tenían las luces del coche encendidas, vio que el cristal
trasero de éste empezaba a ceder, a pesar de estar pensado para soportar disparos. Los
hombres se acercaban a ellos. Alice vio que Kai había conseguido retroceder y estaba
listo para embestir la puerta.

En ese momento, el padre de Rhett entró en el piso inferior y se quedó mirando el coche.
Rhett estaba en el interior, así que no lo vio.

Kai vio a Alice.

—¡Corre! —le gritó.

Ella dudó, mirando a los hombres que apuntaban al coche.

Espero que también te acuerdes de cuando Deane te hacía correr, Alice.

Alice cerró los ojos un momento y luego se puso de pie. Echó a correr tan rápido que no
supo medir la distancia con el coche. No notó nada, solo el aire silbando
en sus oídos. Entonces, saltó al interior del coche y rodó hasta chocarse con su lateral,
ya en su interior.

Vio de reojo que la puerta se cerraba y que Kai decía algo. Entonces, la cara de Rhett
apareció, pero el coche se movió con una fuerte embestida que hizo que la chica
embarazada ahogara un grito. Se seguían escuchando disparos.

—Lo... lo hemos logrado —murmuró Kai, mirando asombrado por la ventana.

Alice iba a decir algo, pero entonces notó el dolor en el brazo. Se llevó la mano ahí,
soltando el fusil, y notó la sangre caliente en la piel helada.

—No te han dado de lleno, solo te han rozado —Rhett ya estaba mirando la herida con el
ceño fruncido.

Alice cerró los ojos un momento y lo miró.

—¿Estamos fuera? —preguntó, agotada.

—Sí —Trisha miraba por la ventana, asegurándose de que no los seguían.

Rhett no respondió. Le arrancó la mordaza a Kenneth de la boca y se la puso a Alice


alrededor de la herida, apretándola con fuerza. Ella apretó los labios, intentando no
moverse.

—Siempre el mismo brazo, ¿eh? —murmuró Rhett.

Ella lo miró un momento antes de esbozar una pequeña sonrisa.


CAPÍTULO 22
Habían caminado todo el día después de abandonar el coche al amanecer. Solo lo podrían
usar para salir de la ciudad y tener distancia suficiente como para intentar seguir a pie.
Según Kai, los vehículos de la ciudad tenía localizadores.
Con suerte, estarían ocupados buscando el coche y ellos podrían llegar a Charles.

Estaba congelada. Estaba agotada. Tenía nieve dentro de las botas y le daba la sensación
de que se hundía en ella cada vez que daba un paso, haciendo más difícil avanzar. Sus
músculos dolían y ardían a la vez. Cada vez que respiraba, el aire helado le entraba en el
cuerpo y le daba la sensación de que se quedaba sin voz.

Y pensar que, en algún momento, se había quejado del calor... con lo mucho que lo
echaba de menos ahora....

Trisha les hizo una señal. Había encontrado una zona con un árbol lo suficientemente
grande como para hacerles de techo con sus ramas. Era la zona con menos nieve. La chica
embarazada estaba agotada. Había hecho varias paradas y se habían tenido que turnar para
ayudarla a caminar. En esos momentos, Rhett la dejó apoyada en el árbol y ayudó a quitar
algunas ramas del suelo para ponerlas sobre la nieve.

Ya era casi de noche cuando terminaron.

—No podemos encender fuego —dijo Rhett, al ver que Alice colocaba pequeñas ramas
para hacer una hoguera—. Nos están buscando. Verían el humo.

Cada vez que hablaba, le salía un halo blanco de la boca. Tenía los labios azulados.

Alice frunció el ceño. Apenas tenían abrigos. No tenían nada con que cubrirse. No
tenían nada. Y Blaise y la chica iban con las batas de hospital y los dos abrigos que
habían encontrado en el coche. Sabía que ellas no podían morir de hipotermia por ser
androides, pero Rhett, Trisha, Kai y Kenneth sí podían.
—No llegaremos a mañana sin fuego —le dijo, mirándolo.

—Es un riesgo...

—Tenemos que hacerlo —Trisha la apoyó—. Aunque vengan a por nosotros. Con
suerte, no verán el humo de noche y los árboles taparán la luz.

Rhett asintió con la cabeza y entre Alice y él consiguieron reunir ramas suficientes. Vio
cómo él se agachaba y encendía el fuego con un palo y un tronco más o menos seco. Se
preguntó si ella sería capaz de hacer algo así de encontrarse sola en esa situación.

—Odio la nieve —masculló Trisha, temblando, mientras se acercaba al fuego.

Alice intentó sonreír, pero sentía que tenía los músculos de la cara paralizados del frío.
Se acercó también y se calentó las manos, que apenas sentía por ese entonces. Intentó
estirar los dedos como pudo.

—Menos mal —murmuró Trisha, rebuscando en una mochila pequeña que habían
podido conseguir— que los pijos esos tenían comida y bebida de sobra.

Alice ayudó a la chica embarazada a sentarse junto al fuego. Ella puso una mueca y se
sujetó la barriga. Blaise se abrazaba a sí misma. Kai y Kenneth se limitaban a mirar el
fuego.

—Podríais desatarme de una vez —comentó el último—. No es que tenga ningún


lugar al que ir.

—No me fiaría de ti ni en medio del desierto —murmuró Rhett, sentándose junto a


Alice.

Se pasaron la comida uno a uno y Alice miró de reojo a Rhett, que se suponía que iba a
hacer la primera guardia. Parecía agotado. Los demás no tardaron en
quedarse dormidos uno junto a otro por el calor corporal. Alice estuvo a punto de hacerlo,
pero cambió de opinión.

—Duérmete —le dijo en voz baja, para no despertar a los demás. Rhett

temblaba cuando la miró.

—Tengo la primera guardia, Alice.

—Que te duermas. Y coge esto —ella se quitó el abrigo y se lo dio.

—¿Qué haces? —preguntó él, alarmado—. Te vas a congelar, loca.

—Las temperaturas extremas no pueden matarme —recalcó ella—. Soy un


androide.

—Estoy empezando a pensar que estoy en el bando equivocado —murmuró,


poniéndose el abrigo—. ¿Y no...? ¿No tienes frío? ¿Estás segura?

—Tengo frío, pero puedo soportarlo —le aseguró Alice, aunque en realidad se estaba
congelando.

Rhett lo pensó un momento y terminó tumbándose lentamente. Unos segundos más tarde,
estaba dormido por el agotamiento. Le subió la cremallera de la chaqueta distraídamente y
luego suspiró, mirando el fuego.

Esperaba que Charles fuera la solución.

Esperaba estar haciendo lo correcto.

***

—Lo que hiciste fue muy valiente.

Alice miró a la chica embarazada, a la que estaba ayudando a caminar. Tenía su brazo por
encima del hombro.
—No lo hice yo sola —dijo.

—Lo sé, pero me parecías la más simpática de los tres para agradecérselo.

Alice miró de reojo a Rhett y Trisha, caminando con los demás por detrás de ellos. Uno
tenía cara de mal humor y la otra pinchaba a Kenneth con un dedo para que acelerara.

La verdad es que no parecían muy simpáticos, no.

—Bueno, tienen otras virtudes —dijo, sonriendo un poco.

—Te llamas Alice, ¿no?

—Sí.

—¿Y qué número eras antes?

Alice la miró de reojo. Seguía sintiéndose algo incómoda con esas cosas cuando se trataba
de desconocidos.

—El 43.

—Bonito número —ella sonrió—. Eras de los mejores prototipos de tu categoría,


entonces.

—¿Cuál eras tú?

—El 36. Pero hace mucho que nadie me llama así. Ahora, soy simplemente Eve.

—Eve —repitió—. ¿Ese no es...?

—El nombre del primer androide que crearon, sí —ella sonrió un poco—. No tenía
mucha imaginación cuando salí de mi zona y tenía que adoptar una identidad
humana.
Alice recordaba la historia del primer androide. Si no recordaba mal, hacía casi veinte
años de eso. Antes de la guerra. Había sido el prototipo de un ordenador en forma
humanoide con inteligencia artificial.

Siguió andando en silencio, hasta que no pudo contenerse más y miró su tripa.

—¿Cómo...? —intentó formular.

—Lo sé. Se supone que no podemos reproducirnos —dijo ella, sonriendo—. Vi a muchas
de nosotras morir mientras lo intentaban. Yo fui la única que sobrevivió.

Alice no quiso saber a qué había sobrevivido exactamente, ni cómo habían intentado
dejarla así en primer lugar. Se le estaba revolviendo el estómago.

—¿El bebé será humano?

—Eso espero si quiero que crezca algún día —dijo ella—. ¿Te imaginas? No creo
que haya muchos bebés hoy en día.

—Yo no he visto ninguno nunca.

No en persona, al menos. Recordaba a Jake en sus sueños.

—Y será mi hijo —ella se puso una mano en la tripa—. Tras ocho meses
pensando que se lo llevarían nada más nacer, ahora sé que será mío.

Hubo un momento de silencio.

—¿Sabes? Cuando me hacían todo lo que me hicieron —comentó ella—. Cuando me


decían que no estaba viva, que era solo un juguete, que no podía sentir nada...
realmente, llegué a pensar que tenían razón.

Alice no dijo nada.


—Pero... el amor que siento por este bebé es demasiado real como para ser solo un
reflejo de los sentimientos humanos. Es demasiado grande. Ojalá pudieran verlo.

—Lo verán —le aseguró Alice—. Algún día lo harán. O

eso esperaba.

***

Dos días más tarde, se estaban empezando a quedar sin comida. Alice apenas había
dormido desde que habían salido de la ciudad. Sentía que el cuerpo entero le dolía y no
podía hacer nada al respecto. Cada paso era una tortura.
Además, la noche anterior había nevado y había sido imposible hacer fuego sin que se
apagara en pocos minutos, así que habían tenido que dejar casi toda su ropa a los cuatro
humanos para que no murieran de frío.

Sorprendentemente, la que mejor estaba llevando el asunto era Blaise, que estaba tan
enfurruñada en encontrar a su madre que era capaz de sacar fuerzas de donde ya no había
y seguir caminando más rápido que ellos.

El que lo llevaba peor eran Kai y Eve. Él no estaba acostumbrado a caminar mucho y,
aunque esos días había intentado no ser una molestia, empezaba a verse agotado de
verdad. Esa mañana había caído de rodillas y no les había quedado más remedio que
desatar a Kenneth para que le ayudara a caminar.

No fue hasta la tarde de ese día cuando Alice se detuvo, mirando las ruinas de una
ciudad abandonada. Vio que, a su alrededor, los demás también se detenían y la
miraban.

—Ciudad Central —murmuró Trisha, mirando las ruinas—. O más bien lo que queda
de ella.

Alice miró a Rhett. Él había apretado la mandíbula y miraba a su alrededor. Sabía que,
a pesar de haber pasado malos momentos ahí, había sido como un
hogar para él. Extendió la mano y agarró la suya. Rhett no la miró, pero sintió que se la
apretaba.

—¿Hay algún edificio entero? —preguntó Trisha.

—El comedor era el que estaba más lejos de la explosión —Alice la siguió, soltando la
mano de Rhett—. Junto con la sala de actos y el hospital.

—Se centraron en destruir las casas de la gente —concluyó Trisha.

Nadie dijo nada por un momento, y luego Alice tomó la iniciativa, pasando por encima de
las ruinas del muro destruido.

Mirando a su alrededor, solo veía cenizas y polvo. Eso era lo que había quedado de su
ciudad. De su casa. De su hogar.

Cenizas.

Cerró los ojos un momento y siguió andando.

Pasaron por las casas destruidas, las que peor habían salido paradas. Vio de reojo la casa
abandonada. Apenas era distinguible. Ahí había pasado su primer momento con los
chicos y con Trisha mirando aquel cometa. Había sido la primera vez que había sentido
que no estaba sola en esa ciudad.

Siguió andando y miró el edificio de instructores, del cual solo quedaba el piso de
abajo, cubierto de nieve. Lo demás se había desmoronado a su alrededor. Rhett lo
miró de reojo y siguió andando.

El edificio de los alumnos estaba completamente destruido. La nieve había cubierto sus
restos. Ni siquiera podía saberse que había estado ahí. Alice sintió que se le hacía un nudo
en la garganta cuando vio las vallas del campo de entrenamiento en el suelo, junto con la
casa de tiro en la que había pasado tanto tiempo con Rhett.
Intentó no volver a mirar a su alrededor y se encaminó hacia la cumbre en la que estaban
los tres edificios mejor parados, aunque no por ello enteros. Se quedaron en medio de la
calle nevada, viendo el comedor, del cual había caído el techo, y el hospital, que estaba
lleno de escombros del edificio contiguo.

—Supongo que va a tener que ser la sala de actos —dijo Trisha.

Alice asintió con la cabeza y se acercó a la puerta. Estaba atrancada. Miró a


Kenneth, sorprendida, cuando la apartó y abrió de una patada.

El interior era un desastre en menor medida que los demás. Las sillas estaban
desparramadas por todos lados, y había un hueco en el techo por el que había entrado
nieve en la zona donde se había sentado el público alguna vez. Alice avanzó mirando a
su alrededor y se detuvo en el escenario de los guardianes.

—¿No te sientes como en casa? —preguntó Trisha a Rhett.

Él esbozó una sonrisa amarga, pasando una mano por el respaldo de la que había sido su
silla.

—Nunca creí que vería este lugar peor de lo que estaba —dijo, intentando
bromear.

Alice esbozó una pequeña sonrisa.

—Deberíamos ir a ver si encontramos algo de comer —dijo después, volviendo al


presente—. Lo que sea.

—En el comedor tiene que quedar algo —murmuró Rhett.

Alice los miró. Estaban fatal los dos, tanto Trisha como Rhett. Aún así, intentaban
aparentar fortaleza.

—Iré yo —dijo.

—¿Sola? —Kai la miró.


—¡Yo quiero ir! —exclamó Blaise.

—Es una ciudad abandonada. Está nevando. No habrá nadie —Alice los miró—. Y no
pasará nada, voy armada.

—Voy contigo —le dijo Rhett.

—No —ella lo miró—. Tú haz un fuego y asegúrate de que nadie se muera de


hipotermia.

Lo decía por él y Trisha. Rhett lo entendió y, para sorpresa de todos, no


protestó.

—¿Puedo ir? —le preguntó Blaise.

Alice asintió con la cabeza.

—Vamos.

La niña parecía completamente feliz mientras la seguía fuera del edificio. Las dos
cruzaron la calle nevada y llegaron a la puerta del comedor. Alice puso la mano encima
para abrirla y vio que estaba rota. La puerta cayó con un ruido seco.

—Genial —sonrió Blaise, entrando.

Alice la siguió y miró a su alrededor. Algunas mesas seguían en su lugar, pero las sillas
estaban destrozadas y tiradas por todas partes. Olía a abandono.
Avanzaron las dos hacia las cocinas. Alice saltó la barra y ayudó a la niña a hacer lo
mismo.

—A ver por aquí... —murmuró Blaise hurgando por los cajones de la cocina.

Mientras lo hacía, Alice miró por encima de las encimeras y los armarios más altos.
No encontró nada más que latas vacías. Se preguntó si habría pasado
alguien ya a vaciar ese lugar. No sería una gran sorpresa. No era fácil encontrar algo para
comer en el bosque en esos momentos.

Entonces, mientras abría uno de los armarios, frunció el ceño al ver un pequeño montón de
cosas cuadradas amontonadas. Las agarró y las revisó con el ceño fruncido.

Eran las fotografías. Del Navidad. Los conocía a todos, aunque no hubiera hablado con la
mayoría de ellos. Sonrió al ver a la pareja de Trisha intentando retenerla para que se
quedara dentro de la fotografía. Jake y su pareja sonreían. Incluso había una de Max
mirando al fotógrafo con una ceja enarcada.

Pero la que hizo que dejara de respirar un momento fue una en la que estaba ella con un
brazo de Rhett por encima de los hombros. Alice parecía contenta y Rhett miraba la
cámara con una ceja enarcada y una pequeña sonrisa.

—¡He encontrado algo! —escuchó gritar a Blaise.

Alice volvió en sí y dejó las fotografías en su lugar. Estarían mejor ahí que con ella. Sin
embargo, se guardó la suya con Rhett en el bolsillo, doblada.

—¿El qué? —preguntó Alice.

Blaise estaba agachada delante de un armarito cerrado. Alice se agachó junto a ella y
entrecerró los ojos.

—¿Qué crees? —preguntó la niña—. Podría haber comida dentro.

—Podría ser.

Alice intentó abrirlo y vio que había una cadena con un candado. Miró a su alrededor y
sacó su pistola.

—Cuidado —le dijo a Blaise—. Esperemos que no nos oigan.


Ella se apartó enseguida y Alice apuntó con una mano. Cuando apretó el gatillo, el
candado salió volando y se quedó en el suelo, a unos metros de la salida trasera. Alice se
agachó de nuevo con Blaise y abrió el armario.

—Somos las mejores —dijo Blaise, sonriendo.

Dentro, estaba lleno de latas de comida sin abrir y de cantimploras vacías que podían ir a
llenar al río. Alice sonrió.

—Tú lo eres —le dijo—. Tú lo has encontrado.

Blaise sonrió, orgullosa, y empezó a cargar con las cosas.

Una hora más tarde, estaban todos junto al fuego, en silencio, con algo de comida en el
estómago. Hacía frío, pero no tanto como hubiera hecho si no hubieran tenido techo.
Alice nunca habría pensado que volvería a dormir ahí.

Kai tenía los labios azules. Alice se quitó la chaqueta y se la pasó. Él no pudo protestar
mucho. Se estaba congelando. Los demás parecían llevarlo mejor.

Ni siquiera Kenneth parecía tener ganas de hablar, y eso que se había pasado todo el
camino protestando.

Blaise fue la primera en quedarse dormida con la cabeza apoyada en el regazo de Rhett,
que se quedó mirándola como si no supiera qué hacer. Alice no pudo evitar sonreír
cuando él la apartó con sumo cuidado para poder tumbarse. No tardaron en dormirse
todos menos Trisha, que iba a ser quien hiciera el primer turno.

Alice se tumbó al lado de Rhett, que ya estaba dormido, y lo miró un momento. Parecía
estar helado, pero no se quejaba. Nunca lo haría. Era demasiado cabezota. Pero tenía los
labios pálidos y temblaba en sueños.

Se acercó a él y lo abrazó, intentando transmitirle su calor corporal.


***

Abandonar Ciudad Central había sido más fácil que entrar en ella. Realmente, ninguno de
ellos quería pasar más tiempo del necesario ahí. Demasiados recuerdos.

Alice sonrió al ver que salía el sol. No calentaba mucho, pero era un alivio sentir algo
que no fuera lluvia o nieve. Quizá era una señal de que estaban yendo por buen camino.

Estuvieron andando todo el día. Ya era de noche cuando ella pensó en pedir que se
detuvieran a descansar. Sin embargo, se detuvieron todos de golpe al escuchar una risa
estruendosa no muy lejos de ahí.

—¿Salvajes? —preguntó Trisha, que ya había sacado la pistola.

—No —dijo Rhett, negando con la cabeza—. Peor. Borrachos.

—Entonces, vamos por buen camino —murmuró Alice.

Trisha ayudó a la chica embarazada en su lugar cuando avanzó hacia el ruido de las
risas. No tardó en ver que había luz de fuego no muy lejos de ellos, a unos veinte metros.
Apartó algunas ramas para pasar mientras los demás la seguían y se detuvo cuando vio
una caravana delante de ella. La bordeó, viendo luz en su interior. Había otras. Unas
diez. Formaban un círculo en el claro del bosque. En el centro, había unas cuantas
fogatas pequeñas y gente a su alrededor, comiendo, riendo y bebiendo.

Estaba a punto de dar un paso más cuando alguien la vio y se puso de pie de golpe.
Las risas cesaron al instante. Ella levantó las manos.
—¿Quién eres? —preguntó el hombre que la había visto primero, sacando una pistola y
apuntándola.

—Quiero hablar con Charles —replicó ella, calmada.

Hubo un momento de tensión en el que el hombre dudó. Después, sin dejar de apuntarla,
hizo un gesto a sus compañeros, que salieron corriendo hacia una caravana cercana.
Alice sabía que Rhett y los demás estaban escondidos tras la caravana que tenía detrás
por si sucedía algo y tenían que intervenir, así que fingió que estaba sola.

Finalmente, vio que Charles aparecía en su caravana, tambaleándose con una botella de
vidrio en la mano. Parpadeó y miró a su alrededor. Pareció centrarse cuando vio armas
y a ella levantando los brazos en señal de rendición.

—Wow —dijo, completamente ebrio—, ¿qué... qué pasa?

—Dice que quiere verte —dijo el hombre que la apuntaba.

—¿A mí? —Charles se tambaleó hasta que quedó dos metros por delante de ella—. Ah,
eres tú.

—Yo también me alegro de volver a verte —masculló ella.

—Bajad las armas —dijo Charles, sin girarse.

El hombre la bajó enseguida y Alice hizo lo mismo con los brazos.


—¿Qué te trae por aquí, querida? —preguntó Charles, sonriendo—. ¿Me
echabas de menos?

—No —le aseguró ella—. Necesito tu ayuda.

—Mi ayuda —repitió—. Vaya, vaya. ¿Y para qué necesitas mi ayuda? ¿Quieren volver a
venderte?

—No exactamente. ¿Puedo fiarme de ti, Charles?

—Sabes que sí, querida.

No estaba muy segura de ello, pero no tenía muchas alternativas.

Se dio la vuelta y Trisha salió a la luz, arrastrando a la chica embarazada. La siguieron los
demás, quedando todos a la vista de los demás. Vio que la sonrisa divertida de Charles se
evaporizaba al instante.

—Tengo que hablar contigo —le dijo Alice—. En privado.

—Oye, oye —a él casi se le cayó la botella—. ¿Esa es...? ¿Está embarazada?

—Es una larga historia.

—No —la señaló con la botella—. ¿De dónde venís? Porque está claro que escapáis de
algo.
Alice suspiró.

—¿Estás seguro de que quieres hablar de esto en público?

—Segurísimo —aseguró.

—¿Conoces... la Unión? —preguntó ella en voz baja.

Charles la miró un momento antes de reírse irónicamente y empezar a sacudir la cabeza.

—Oh, no, de eso nada. No podéis quedaros.

—¿Qué? —Alice lo siguió cuando vio que empezaba a marcharse.

—Ya me has oído, querida —dijo él, deteniéndose para mirarla—. No quiero
problemas con esos locos. Nadie los quiere. Básicamente porque quien tiene
problemas con ellos termina muerto.

—¿Y te parezco muerta?

—Tú no, pero tus amigos están en condiciones bastante malas.

—Por eso tienes que ayudarnos —Alice se puso en su camino cuando hizo un ademán
de ir a su caravana—. No sobreviviremos otra noche fuera. Lo sabes.

—Por suerte, ese no es mi problema. Ahora, si me disculpas...


Alice miró a Rhett, que asintió con la cabeza, mientras Charles pasaba por su lado. Apretó
los labios y le agarró el brazo a Charles bruscamente.

—¿Te recuerdo algo que tus hombres no saben, Charles? —le preguntó en voz baja.

Él dejó de sonreír. La miró, muy serio.

—No juegues con eso, querida. Puedo decirles que te peguen un tiro si quiero.

—Y yo puedo gritar que eres un androide. A ver si te escuchan entonces.

—No te creerán. Me idolatran.

—¿Y saben lo de tu mano? ¿Y lo del número en tu estómago? Seguro que me creen si


se lo enseño.

Charles la miró un momento, y luego se zafó de su agarre. Nunca lo había visto tan serio.

—Muy bien —murmuró—. Pero si llegan aquí, no pienso arriesgar una sola vida por
vosotros.

—No te obligaré a hacerlo —le aseguró Alice.

Él suspiró y se giró hacia sus hombres con su sonrisa habitual.

—Parece que tendremos unos nuevos invitados por unos días —dijo alegremente—. ¿Por
qué no os encargáis de que tengan comida y ropa de
abrigo?

Alice sintió que su corazón volvía a latir. Realmente, no hubieran tenido ninguna
probabilidad de sobrevivir de no ser por Charles.

—Será mejor que hablemos en mi caravana —le dijo Charles.

Alice hizo un gesto a Rhett. Él, Trisha y Blaise se aceraron a ellos. Los demás se fueron
con los hombres de Charles, que los guiaron hacia una de las fogatas.

La caravana era tal y como la recordaba. Pequeña, con una cama enorme y con olor a
whisky. Había varias botellas vacías en la mesa. Él las apartó con una sonrisita,
lanzándolas a un cubo de metal que tenía al lado.

—Como si estuviérais en vuestra casa —dijo, señalando el sofá que tenía delante.

Aun siendo una de las mayores caravanas que tenían, cinco personas la hacían parecer
pequeña. Especialmente Rhett, que era el más alto de ellos. Trisha y Blaise se sentaron en
el sofá las primeras. Alice y Rhett se tomaron un momento más antes de hacerlo. Charles
se sentó delante de ellos, en la mesa, y entrelazó los dedos con una sonrisa.

—¿Dónde te has dejado al niño ese? —preguntó Charles, mirando a Blaise—.


¿Lo habéis sustituido por un prototipo más novedoso?

—Yo no soy un prototipo, imbécil —le soltó Blaise.

Charles parpadeó, sorprendido.


—Como son los niños de hoy en día, ¿eh?

—Precisamente —Alice volvió al tema principal—, estamos aquí porque


necesitamos llegar a Max y a los demás.

—¿Y sabéis dónde están? —preguntó Charles, agarrando un vaso y sirviéndose algo de
alcohol—. ¿Alguien quiere? Tú no. Eres menor de edad, niña.

Los cuatro lo miraron fijamente. Él se encogió de hombros y se bebió su contenido.

—No sabemos dónde están —le dijo Trisha—. Si lo supiéramos, no perderíamos el


tiempo por aquí.

—Cuánta amabilidad hacia el hombre que os ha salvado de morir de hipotermia


—Charles levantó una ceja.

—Hemos pasado cuatro días con temperaturas muy bajas sin dejar de caminar
—le dijo Alice—. Como comprenderás, no estamos de muy buen humor.

—Bueno, estábamos hablando de Max —les recordó Rhett.

Blaise hizo un ademán de agarrar el vaso con alcohol. Charles lo pilló primero y se lo
bebió de un trago.

—Ah, sí, Max —asintió con la cabeza—. El bueno de Max. Sí. Hablé con él hace poco.
—¿Sigue vivo? —Alice contuvo la respiración un momento.

—Más vivo que nunca. Y con su característico sentido del humor intacto. Creo que no le
he visto sonriendo en mi vida. Además...

—Al grano —le cortó Rhett.

—¿Has oído hablar alguna vez de la educación, jovencito? —le sonrió Charles.

A Rhett no pareció hacerle mucha gracia, así que Alice intervino.

—Si pudieras decirnos dónde están... nos arreglarías muchos problemas. Así podremos
irnos.

Él se apoyó en el respaldo de la silla, suspirando.

—Me temo que no puedo hacer eso, querida.

—¿Querida? —Rhett enarcó una ceja—. No es tu querida.

—Si te pones celoso, puedo llamarte querido a ti también —sonrió él.

—¿Por qué no puedes decirnos dónde están? —interrumpió Trisha.

—Ah, eso. Por un motivo muy simple.


Los cuatro lo miraron, esperando que siguiera hablando, pero estaba ocupado
intentando acertar en el vaso al verter el alcohol.

—¡Dilo de una vez y deja de beber! —Blaise ya había perdido los nervios.

—Eres muy pequeñita para tener tan mala leche, ¿lo sabías?

—¡Charles! —Alice también había perdido la paciencia.

—No hace falta que os lo diga porque nosotros estamos en camino de ir a verlos
—recalcó él.

Hubo un momento de silencio. Alice sintió que su corazón se aceleraba.

—¿Vamos a verlos? ¿Dónde están?

—Si no se han movido, que no lo creo, en la antigua zona de androides. Han montado
un buen campamento ahí, la verdad. Igual nos quedamos unos días con ellos.

—Pero... —Rhett frunció el ceño—. Eso está a menos de cuatro horas andando.

—Mañana por la mañana llegaremos —sonrió Charles.

Alice no podía creerse que hubieran tenido tanta suerte. De hecho, literalmente no
podía creérselo. Tenía que haber algo malo. No podían irles tan bien las cosas.

Rhett debió pensar lo mismo.

—¿Y cómo sé que no vas a entregarnos a la Unión cuando nos despistemos?

—Qué poca confianza ciega —murmuró Charles.


—Tiene razón —dijo Trisha—. Vosotros comerciáis con androides.

—Comerciábamos —corrigió Charles distraídamente después de beberse otro vaso de


alcohol.

—¿Ya no? —preguntó Alice, confusa.

—Los cabrones de la Unión nos han quitado todo el trabajo —dijo él, malhumorado—.
Ya no hay recompensas por androides. Pueden encontrarlos ellos perfectamente con sus
sistemas de rastreo de mierda. Y nosotros... bueno, nos queda el comercio con pequeñas
ciudades. Como lo que queda de la de Max. Así que ganaré mucho más yendo con
vosotros ahí que intentando entregaros en ningún lado.

Durante un momento, todo el mundo lo miró, pensativo.

—Y tampoco tenéis muchas alternativas, ¿no? Eso

era cierto.

—Bueno, aclarado todo esto... me gustaría disfrutar de mi botella solito — sonrió—. Os


habrán preparado algo para dormir y comer. Disfrutad de la noche.

No dio pie a mucha más conversación. Los cuatro se dispusieron a irse.

—Si queréis —les dijo a Alice y Rhett con una sonrisa— vosotros dos podéis dormir
aquí.

—Buenas noches —le cortó Rhett, cerrando la puerta.

Alice siguió a los demás hacia la fogata con un nudo en el estómago. El día

siguiente volvería a reunirse con los demás.


CAPÍTULO 23
—Debo admitir que pensaba que nos traicionaría —murmuró Rhett, mirando por la
ventana de la caravana.

Alice no respondió. Estaba demasiado nerviosa. Demasiado cansada. Demasiado todo.


Solo quería llegar con los suyos, aunque fuera en esa precisa zona.

Estaban todos en la caravana de Charles, mirando por las ventanas. Alice ya había visto
que cruzaban el muro. En ese momento, estaban cruzando los jardines principales y se
acercaban al enorme edificio principal de la zona.

—Es inmenso —murmuró Kai, asombrado.

—¿Para qué necesitabais tanto espacio? —preguntó Kenneth, arrugando la nariz—.


Si sois máquinas.

—Menos mal que siempre estás tú para aportar tu magia —murmuró Trisha.

Blaise y Eve miraban por la ventana con la misma expresión que Alice. Algo de temor.
No estaba segura del por qué de ellas, pero en su caso... la última vez que había estado
ahí, había visto lo que había creído que era la muerte de su padre. Cerró los ojos un
momento cuando vio el muro con marcas de balas, justo al lado de la salida trasera, la
del comedor. Su corazón latía a toda velocidad.

Los demás no le prestaban atención. Estaban ocupados mirando por las


ventanitas de la caravana. Deseó poder hacer lo mismo. Pero no podía.

Entonces, notó una mano encima de la suya. Rhett. La estaba mirando. Alice se dio cuenta
de que estaba temblando.

—Estoy contigo, ¿recuerdas? —le dijo en voz baja.


Eso fue suficiente. Su corazón se relajó al instante. Respiró hondo y, aunque sabía que a
Rhett no le gustaba mucho, le agarró la mano con más fuerza, pagando sus nervios con él.

Y, entonces, cuando parecía que no podía ir a peor, Charles detuvo la caravana y se


asomó desde el asiento del conductor.

—Última parada, señores pasajeros —sonrió ampliamente.

La mitad del grupo no lo entendió. No sabían lo que había sido el transporte


público.

Fue el primero en bajar, seguido de Rhett y de Alice, que lo siguió con el corazón
en un puño. Los demás, descansados, los siguieron mirando a su alrededor.

Estaban en la puerta principal de la zona de androides. Alice vio los amplios jardines
verdes, los arbustos perfectamente cortados y la grava que conducía a la imponente
puerta del edificio blanco. A su lado, se alzaba, serena, la estatua de Eve, la primera
androide jamás creada. Eve, la chica embarazada, la miró con expresión nostálgica.

Entonces, del edificio salieron unos cuantos guardias vestidos con ropa mucho más seria
que los harapos de Ciudad Central... pero Alice los conocía. Los había visto muchas
veces en Ciudad Central. Solo habían cambiado su ropa y su expresión, que era mucho
más seria.

Se colocaron en una formación neutral pero defensiva al ver a Charles, abriendo un


pasillo desde la puerta.

Y, justo en medio de ese pasillo, apareció Max.

Alice contuvo la respiración un momento al ver que Max se acercaba a Charles tan serio
como la última vez que lo había visto. Su ropa también había cambiado. Llevaba un
mono negro de la zona de androides. Quizá habían tenido que usar esa ropa. Después de
todo, era una buena ropa de combate.
Sin embargo, Alice también se dio cuenta de que Max había adelgazado y le habían
salido unas hebras blancas en la barba oscura.

Se detuvo justo delante de Charles. El segundo parecía un niño pequeño a su lado.

—Llegas puntual —le dijo Max, mirándolo con su seriedad habitual—. Es


sorprendente.

—Yo también te quiero —sonrió Charles con una pequeña reverencia—. De hecho,
te quiero tanto que te he traído unos regalitos. ¿Cuándo es tu cumpleaños?

—¿Regalos tuyos? —Max enarcó una ceja—. No sé si los quiero.

—Puedo devolverlos, aunque creo que no se resistirían.

—¿Resistirse? —repitió Max, desconfiado. En

ese momento, Charles los señaló.

Max los miró sin cambiar su expresión en absoluto. Al menos, durante los primeros dos
segundos. Después, abrió la boca, sorprendido, y descruzó los brazos. Durante un
momento, nadie dijo nada ni se movió. Solo intercambiaron miradas. Él parecía haber
visto un fantasma.

—¿Qué...? —era la primera vez que veía a Max sin palabras.

Alice se sorprendió al ver que Rhett era el primero en avanzar hacia él. Los demás lo
siguieron. Charles lo miraba todo con una sonrisa.

Rhett se detuvo delante de Max, que lo miró de arriba a abajo antes de repasar a todo el
grupo.

—Yo... pensé que... —ni siquiera parecía saber qué decir—. Pensamos que estabais
muertos.
—Tendrán que intentarlo mejor la próxima vez —replicó Rhett.

Ellos dos intercambiaron una mirada, por primera vez, casi sin resentimiento de ningún
tipo. Max estiró la mano y le apretó el hombro a Rhett. Nunca los había visto
intercambiando un gesto amistoso. Nunca.

Max lo soltó y miró a los demás. Cuando su mirada se detuvo en Alice, ella no pudo
evitar sonreír. Había pasado por muchas cosas con Max en la ciudad del padre John. Y
la había ayudado mucho. Verlo de nuevo era casi como volver a casa, como volver a la
realidad.

—Hola, Max —dijo en voz baja.

—Alice —él no hizo ningún gesto que se saliera de la más estricta


profesionalidad, como de costumbre.

Pero ella estaba tan contenta por verlo que no pudo evitarlo. Se abalanzó sobre él y lo
abrazó. Max se quedó tieso como un palo, sorprendido, pero ella no se movió. Casi
estaba llorando de la emoción.

—No sabes lo que nos ha costado encontraros —dijo Alice, separándose y sonriendo,
emocionada—. Nosotros también creíamos que estabais muertos.

—Lo intentaron, os lo aseguro —murmuró él, y pareció que se relajaba un poco.

Hubo un momento de silencio. Entonces, volvió en sí y adoptó su expresión de alcalde


serio.

—Tenemos habitaciones de sobra para vosotros. Podríais ir a descansar antes de


preocuparos por...
—¿Dónde está Jake? —preguntó Alice con urgencia.

—¿Antes de preocuparnos por eso? —preguntó Trisha, con una media sonrisa.

—Jake, Kilian y los demás están comiendo ahora mismo —les explicó Max—. Supongo
que no querréis una escena de héroes de guerra entrando con todo el mundo ahí.

—¿No la queremos? —preguntó Kenneth, confuso—. Yo la quiero.

—Tú, cállate —le dijo Rhett secamente.

—Deberíais descansar, poneros ropa cómoda, comer algo... —él se quedó mirando la
chica embarazada, confuso, y luego volvió en sí—. Ya habrá tiempo para todo lo
demás.

Alice miró el edificio. Quería ver a Jake. Estaba bien. Estaba ahí dentro, feliz con Kilian.
Eso era lo importante. Suspiró y asintió con la cabeza.

—Todo esto es muy bonito —sonrió Charles—. Pero yo esperaba una


recompensa por mis servicios prestados, la verdad...

—Tu recompensa es que no me vaya de la lengua —le cortó Alice, irritada.

Él enarcó una ceja.


—Seréis bienvenidos tanto tiempo como queráis quedaros —les dijo Max—. Ahora,
seguidme.

El grupo nuevo lo siguió mientras Charles volvía alegremente con sus hombres. Max
suspiró, mirando a Alice.

—¿Has oído hablar alguna vez de la diplomacia?

—Últimamente, se le ha olvidado lo que es eso —replicó Rhett.

Alice lo miró con mala cara y él sonrió. Max los miró de reojo y luego sacudió la cabeza,
con un amago de sonrisa.

El vestíbulo principal era enorme. Alice no miró a su alrededor, pero los demás se
quedaron embobados viendo las escaleras de metal y cristal, las esculturas de androides y
los cuadros viejos a los que Alice jamás había prestado atención.

Subieron al segundo piso y ella tragó saliva al ver el pasillo en el que había estado
durmiendo ella durante el inicio de su vida como androide. Pero Max se dirigía a los
dormitorios de los padres.

—No somos muchos —les dijo—. Así que hay habitaciones de sobra. Quizá no tengáis
sábanas. Preguntad abajo. Alguien os echará una mano.

Él se detuvo delante de una habitación y miró a los tres integrantes nuevos.

—¿Son de fiar?

—Ellos, sí —le dijo Trisha antes de señalar a Kenneth—. Él no tanto.


—¿Lo mandamos a las celdas?

—No hace falta —se escuchó Alice a sí misma—. Nos ayudó en el camino.

Todos se quedaron mirándola, extrañados. Kenneth el que más.

—Bien —Max no la cuestionó—. Pues las habitaciones son individuales. Son estas
siete. Elegid la que queráis, cambiaos de ropa... todo lo que necesitéis. Cada
habitación tiene un cuarto de baño privado.

Max hizo una pausa.

—Me reuniré con vosotros dentro de una hora. Debería comunicarles a los demás
que habéis llegado. Será bueno para reforzar la moral.

Todos se metieron en una habitación al instante menos Rhett y Alice. Ella estaba ocupada
mirando el pasillo de nuevo.

—Y... —se giraron los dos hacia Max, que parecía dudar sobre qué decir—. Me alegro
de que estéis... bien.

Alice miró a Rhett, que parecía tan sorprendido como si hubiera sacado una pistola. Max
nunca le había dicho nada bueno.

Tras un momento de silencio, Max se dio la vuelta y se marchó rápidamente. Rhett lo


miró unos segundos más, para después parpadear, sorprendido.

—¿Estás segura de que no hemos muerto y estoy alucinando? —preguntó en voz baja.
—Max es buena persona —le sonrió Alice.

—Ah, ¿sí? Nunca lo había manifestado.

—No seas malo —Alice lo empujó por el hombro, divertida.

—Max siendo amable —Rhett la miró—. ¿Qué es lo próximo? ¿Trisha cariñosa?


¿Kenneth entrañable? ¿Tú sin ser una pesada?

—¿Qué...? ¡Yo no soy una pesada!

Estuvieron peleándose amistosamente un rato hasta que cada uno se metió en su


respectiva habitación. Alice se quedó mirándola. Era una habitación muy sencilla.
Cuando vivía ahí, creía que los padres tenían habitaciones mucho más lujosas. Se
equivocaba. Solo había una cama individual, una cómoda pequeña, una ventana y un
escritorio.

Alice se quitó lentamente la chaqueta y sintió que todos sus músculos protestaban. La
dejó en el suelo y se bajó la cremallera del mono. No se lo había quitado más que para
hacer sus necesidades durante casi una semana. Cuando estuvo en ropa interior, vio la
cantidad de golpes y arañazos que había ido acumulando. Por no hablar de la cicatriz del
brazo, que estaba entre azul, morado y rojo oscuro. Se la intentó tocar y puso una mueca.

Se metió en su ducha y tardó un poco más de lo necesario, asegurándose de limpiarse el


pelo concienzudamente y de quitar toda la porquería de la herida, aunque dolía
muchísimo. Apretó los labios mientras se la frotaba e intentaba no gruñir de dolor.
Cuando terminó, se miró al espejo un momento, pero fue solo un momento.
Últimamente, se había sentido muy incómoda mirándose al espejo. Era como si viera la
cara de Alicia... y a veces se sentía como si le hubiera arrebatado su vida.

Se quitó ese pensamiento de la cabeza y abrió la cómoda. Había ropa normal. Casi toda
negra. También había un mono negro de trabajo. Se decantó por la ropa normal,
poniéndose unos pantalones negros y un jersey verde oscuro. Era extraño llevar ropa tan
cómoda.

Además, ¡también había bragas con dibujitos!

Fue la primera en salir de su habitación, seguida de los demás. Todos se habían cambiado
de ropa a otra más cómoda. Blaise corrió hacia ella con una sonrisa.

—Me encanta este sitio —le dijo. Alice sonrió al ver que llevaba un jersey tan
grande que parecía un vestido para ella—. Tienen ropa limpia.

—Me alegra de que te guste —le dijo Alice.

—¿Alice?

Ella levantó la cabeza de golpe. A unos metros de ellos, Jake, Kilian, Tina y Max estaban
de pie, mirándolos. Tina tenía las manos en la boca. Kilian parecía contento.

Y luego estaba Jake, que la miraba con los ojos llenos de lágrimas.

Alice lo miró de arriba a abajo. Era tal y como lo recordaba. Quizá un poco más alto y
delgado, pero el mismo niño. Él dio un paso delante, y luego no lo pensó más y recorrió
los pocos metros que los separaban corriendo. Blaise se apartó cuando se lanzó sobre
Alice y le dio un abrazo con todas sus fuerzas. Ella sintió un nudo en la garganta mientras
se lo devolvía, estrujándole la sudadera que llevaba puesta.
Miró a Rhett por encima de su hombro. Tina le había agarrado la cara con las manos y
lloriqueaba, como una madre que se había reencontrado con su hijo. Él parecía algo
incómodo con el contacto, pero no se movió.

Jake se separó de ella y la miró de arriba a abajo, como si no pudiera creerse que
estuviera ahí con él.

—Te recordaba más bajo —murmuró Alice en voz baja.

Él esbozó media sonrisa, pero no dijo nada. Alice supo enseguida que era porque
le daba miedo emocionarse.

—¡Oh, cielo! —exclamó Tina, acercándose a ella—. ¡Mírate!

Alice le sonrió cuando le agarró la cara con las palmas de las manos.

—Creíamos que estabais muertos —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. No me puedo


creer que estés aquí. Que ninguno de vosotros esté aquí.

Jake agachó la cabeza y se frotó la cara con el antebrazo.

—Somos más difíciles de matar de lo que parece —murmuró Alice.

Tina negó con la cabeza, soltándola.

—Nunca dejaréis de meteros en líos, ¿verdad? —sonrió un poco.


—Lo dudo mucho —dijo Trisha.

Jake la vio entonces y empezó a lloriquear, acercándose a ella. Trisha empezó a protestar
mientras se dejaba estrujar por Jake. Blaise empezó a reírse de ella.

—Hola, Kilian —lo saludó Alice.

El niño salvaje seguía sin moverse. Se limitó a sonreírle.

—Bueno —dijo Max—, ahora que ya nos hemos visto todos...

—No empieces con tus tonterías —le advirtió Tina al instante—. Estos niños
necesitan comer.

—¿Niños? —repitió Kenneth, arrugando la nariz.

Tina se giró hacia él.

—¿Te digo cuántos años tengo, jovencito? —lo cortó—. Eres un niño.

Eso hizo que se callara al instante.

—Vamos —Tina sonrió a Blaise—. Estoy segura de que esta señorita tiene
hambre, ¿verdad?

Blaise había sonreído hasta ese momento, pero cuando vio que la atención se centraba
en ella, se acercó a Alice y frunció el ceño, escondiéndose detrás de ella.
—Tenemos hambre —dijo Alice por ella—. Muchísima.

Eve asintió con la cabeza. Jake le miraba la tripa con expresión de desconcierto.

—Pues vamos a comer —sonrió Tina, ignorando completamente a Max, que parecía
irritado—. Vamos, seguidme —hizo un gesto con la mano antes sonreír a Trisha—. Oh,
querida, ha sido raro no haber tenido que curar ningún hueso roto por tu culpa estos
meses...

—Espero que no te hayas acostumbrado a eso —sonrió Trisha—. No necesito dos


brazos para dar un puñetazo.

—Esa es la actitud —sonrió ella—. Y lo mismo podría decirte, Kenneth.

Él pareció sorprendido de recibir algo que no fuera un insulto. Asintió distraídamente con
la cabeza.

—Vosotros, no —los cortó Max.

Alice se giró, sorprendida, pero vio que estaba señalando a Jake y Kilian. El
primero se cruzó de brazos.

—¡Acaban de llegar, quiero saludar!

—Ya has saludado. Y tienes tareas que hacer —le dijo Max—. Tendrás tiempo de
sobra de verlos cuando estés en tu tiempo libre. Y tu amigo igual.

—Pero...
—No me contradigas —le dijo Max.

Jake pareció querer sacar el dedo corazón a Max, pero no lo hizo. Se limitó a ponerle mala
cara.

—Después vendremos —le aseguró Alice.

Él dudó un momento antes de suspirar.

—Vamos, Kilian —dijo, haciéndole un gesto.

Los dos se marcharon algo irritados. Trisha miró a Max.

—No puedes evitar ser el dictador, ¿eh? —sonrió.

—Cuidado —le advirtió Max—. En una hora en mi despacho. Tina os llevará. Dicho esto,

se marchó.

Tina sonrió, incómoda.

—En el fondo, se alegra de veros —aseguró ella.

La cafetería era como la recordaba Alice. Pero nunca la había visto vacía. Y las
cocineras y cocineros eran las mismas personas que había en Ciudad Central.
Parecieron encantados de verlos. Comieron más de lo que habían comido en una
semana entera. Blaise fue de las que más, seguida de cerca por Kenneth.
Una hora más tarde, Alice sentía que iba a explotar. Siguió a Tina con los demás.
Ella se detuvo en el pasillo del penúltimo piso.

—Creo que esta señorita no debería subir con vosotros —dijo, mirando a Blaise.

Ella miró a Alice enseguida. Ella lo consideró un momento.

—Quizá no —murmuró Rhett.

—¿Qué? —Blaise empezaba a hablar en francés cuando se ponía nerviosa—.


¡No quiero quedarme sola!

—No estarás sola —le dijo Alice en el idioma de los demás—. Tina cuidará de ti. Es una
muy buena amiga.

—Quiero ir —dijo, cruzándose de brazos.

Alice no sabía qué decir. Para su sorpresa, Rhett se adelantó.

—No puedes venir —le dijo, y Blaise puso mala cara—. Porque Kenneth tampoco puede
ir. Y Kai tampoco. Y no podemos dejarlos sin supervisión. Los demás tenemos que
hablar con Max y necesitamos a alguien de confianza que se asegure de que ellos dos no
se escapan.

Alice parpadeó, sorprendida, cuando vio que Blaise miraba a Rhett con los ojos
entrecerrados.

—¿Estoy al mando? —preguntó.


—Sí —Rhett asintió con la cabeza—. Hasta que volvamos, claro. Tampoco te
emociones.

—Estoy al mando —sonrió Blaise—. Vale, voy con ellos.

Tina se marchó con ellos y la chica embarazada, a la que Kai ayudó a caminar. Rhett se

giró, suspirando, y vio que Alice y Trisha lo miraban fijamente.

—No sabía que se te dieran bien los niños —murmuró Alice.

—Se me da bien todo —él sonrió—. ¿Todavía no lo sabías?

Pasó por delante de ellas, que intercambiaron una mirada incrédula antes de seguirlo.

El despacho de Max estaba en la quinta y última planta. Un lado de la pared del pasillo
era de cristal y se podía ver todo el bosque hasta las ruinas de Ciudad Central. Había
algunas puertas blancas, pero no se detuvieron hasta llegar a la gris doble, la última del
pasillo. Rhett abrió sin llamar y se encontraron con una sala grande con una mesa
alargada con doce sillas y las paredes de cristal reforzado. Max estaba apoyado en la
mesa, mirando por la ventana con los brazos cruzados. Se giró al oírlos.

—Sentaos —ordenó.

Rhett y Alice se sentaron en un lado y Trisha en el otro mientras Max tomaba asiento al
final de la mesa.

—Así que aquí se reunían los padres —murmuró Alice, mirando a su alrededor.
Había algunos cuadros que, si no estaba equivocaba, estaban pensados para inspirar
tranquilidad y concentración según sus colores y sus formas. Miró a Max, que
suspiró.

—Bueno —los miró—, ¿cuánta gente quiere mataros?

—A eso lo llamo yo romper el hielo —murmuró Trisha, dando vueltas a su silla giratoria.

—¿Cuánta? —insistió Max.

—Los de siempre —dijo Alice—. Y la Unión.

—La Unión —repitió Max.

Pareció no gustarle mucho. Aunque era difícil saber qué pensaba Max.

—¿Los conoces? —le preguntó Rhett.

—Solo rumores. Dicen que son un puñado de lunáticos que odian a los
androides.

—Pues por una vez los rumores son ciertos —suspiró Trisha.

—¿Por qué os quieren? —preguntó Max.


—Están aliados con el padre John —le dijo Alice—. Cuando me quité el
dispositivo de seguimiento, ellos se dieron cuenta de que...

—Espera —la detuvo Max—. ¿Te quitaste qué?

Alice respiró hondo y empezó a explicárselo todo. Desde el momento en que se había
despertado en Ciudad Central hasta que habían tenido que escapar precipitadamente de la
Unión. Max escuchó todo sin cambiar su expresión. Sin embargo, al final, Alice vio que
apretaba ligeramente los labios.

—¿Cómo supisteis dónde estábamos? —preguntó Max.

—¿Eso es lo que te preocupa ahora? —Trisha frunció el ceño.

—Si nos encuentran, os encuentran —Max le dedicó una mirada severa—. Así que sí,
me preocupa.

—Kai, el chico que viene con nosotros, tenía acceso al registro de visitas.
Localizó a Charles y él nos trajo aquí.

—El chico es de la Unión, entonces.

—Sí, pero es inofensivo —le aseguró Alice.

—Tendré que confiar en vosotros —él suspiró—. ¿Y la embarazada?

—Experimentaban con los androides —le explicó ella—. Uno de sus experimentos
fue intentar hacer que se reprodujeran. Ella fue la única que
sobrevivió.

—¿Tendrá un niño humano? —Max frunció el ceño.

—No lo sé. Nadie lo sabe.

—Será una bonita sorpresa —sonrió Trisha.

Él la miró un momento antes de suspirar y apoyarse en el respaldo de su silla.

—Así que el resumen es que tenemos a medio mundo persiguiéndonos —


murmuró, pellizcándose el puente de la nariz.

—Muy alentador —murmuró Rhett.

—Por ahora, nuestra ventaja es que no saben dónde estamos, pero nosotros sí sabemos
dónde están. Podríamos intentar huir si se presenta la...

—Un momento —Alice lo detuvo—. Nosotros solo pudimos ayudar a Blaise y a Eve,
pero si todos nos uniéramos y fuéramos a por ellos, podríamos...

—¿Quién ha hablado de liberar androides? —la interrumpió Max.

Ella dudó un momento.

—No podemos abandonarlos, Max.

—En lo que a mí respecta, ellos no son mi problema —replicó—. Mi problema es mi


gente. Y ahora mismo estamos resurgiendo de nuestras cenizas. No
podemos enfrentarnos a dos fuerzas militares como la Unión y los creadores de
androides. Y mucho menos si se han aliado.

—No podemos abandonarlos —repitió Alice, incrédula.

Max la miró un momento antes de clavar la mirada en Rhett, que se había aclarado la
garganta.

—¿Qué hay del día en que fuimos a por Alice? —preguntó, cambiando
totalmente de tema—. ¿Qué pasó?

—¿A qué te refieres? —preguntó Max, confuso.

—Ninguno de nosotros recuerda mucho.

—De hecho, no tenemos recuerdos desde ese día hasta el de la ciudad —dijo Trisha.

Max dudó un momento antes de fruncir el ceño.

—¿Cómo podéis no recordarlo?

—No lo sabemos —Alice había vuelto en sí, pero no iba a dejar pasar el tema de los
androides tan fácilmente. Sin embargo, ese no era el momento más adecuado—. Mis
recuerdos se interrumpieron al recibir el disparo de Rhett en la cabeza. A él cuando me
disparó. Y Trisha cuando se estaba desangrando.

—¿Y bien? —preguntó Rhett, al ver que él se quedaba mirándolos.

—Perdimos —dijo Max—. Eso pasó.

Hubo un momento de silencio.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Alice.


—Rodearon el edificio y nos hicieron salir. Hubo disparos por todas partes. Incluso
quemaron parte del edificio para ahuyentarnos. Murió muchísima gente de ambos
bandos. Y... cuando estuvimos fuera... vosotros no estabais.

—¿Que no estábamos? —Rhett enarcó una ceja—. ¿Nadie nos vio? ¿Cómo es eso
posible?

—Los últimos que os vieron fueron los que se estaban encargando de Alice en ese
momento —replicó Max—. Dijeron que, al ver el humo, tú habías agarrado a Alice y
habías intentado seguirlos hacia la salida, pero desapareciste por el camino.

—¿Y qué hay de mí? —preguntó Trisha—. Estaba contigo. Con Tina... ¿no?

—Había tantos heridos que tuvimos que dejarte unos encargados para que no te
desangraras. Pero... no te volví a ver. No llegaste a salir del edificio.

—¿Y qué estás diciendo? —preguntó Alice—. ¿Que nos quedamos dentro de un edificio
que destruyeron? Es imposible.

—Solo digo que no salisteis. Y solo había una salida.

—¿Y cómo estamos aquí? —preguntó Rhett.

—No lo sé —replicó Max.

Hubo un momento más de silencio. Alice tragó saliva. Le dolía la cabeza. Estaba
agotada.

—Ya está bien por hoy —replicó Max al final—. Tengo mucho en qué pensar. Y
vosotros también. Por ahora, es mejor que vayáis a ver a los demás y os asentéis.

Se puso de pie y se acercó a la ventana con las manos en la espalda.

—Cerrad la puerta al salir —murmuró.


Alice notó algo de cansancio en su voz. Nunca había notado cansancio en él. Nunca en
Max.

Los tres se pusieron de pie y se marcharon, dejándolo solo.


CAPÍTULO 24
Alice no podía evitar sentirse incómoda.

Ya estaba con los suyos, era cierto, pero... no podía estar ahí y ser del todo feliz. El olor, el
color de las paredes, los cuadros, las salas... todo le provocaba malos recuerdos. Seguía
viniéndole a la mente el recuerdo del padre John siendo ejecutado en el muro exterior. Del
padre Tristan dando la orden. Había sufrido tanto por eso... incluso habiendo sido todo un
montaje. Para ella había sido tan real...

—Mira quién anda por aquí —ella se giró al escuchar a Charles.

Estaba paseándose por el jardín, cubierto de nieve. Cada vez que soltaba aire veía el vaho
blanco flotando delante de su boca.

A Charles también le salía humo de la boca, pero porque tenía un cigarrillo entre los
labios.

—¿Qué haces aquí fuera? —preguntó, sonriente como siempre—. ¿Tan pronto te has
aburrido de tus amiguitos?

—No me he aburrido de nadie —le dijo Alice secamente—. Solo quería tomar el aire.

Charles la miró un momento con los ojos entrecerrados.

—Este sitio te trae malos recuerdos, ¿eh? —dio una calada a su cigarrillo—. A mí
también. Y a este también.

Levantó la mano libre, enseñándosela.

—¿Qué robaste? —preguntó Alice, curiosa. Él

sonrió, negando con la cabeza.


—No creo que sea bueno para ninguno que sepamos mucho el uno del otro, ¿no crees,
querida?

—Pues vale —Alice decidió quedarse con la curiosidad y volvió a quedarse


mirando el muro del patio trasero.

—Veo que te has tomado bien la noticia —replicó Charles.

—¿Qué noticia?

—La de que vuelven a dar clases por aquí. Max quiere volver a sus métodos
preferidos, ¿eh?

Alice lo miró, confuso.

—¿Y por qué iba a molestarme eso?

—Porque aquí solo hay profesores y alumnos. Y tú no eres profesora, querida.

Ella tardó unos segundos en reaccionar, mirándolo fijamente. Charles la miraba como si
esperara, divertido, a que explotara.

—Es mentira —le dijo Alice.

—Yo no miento. A veces omito la verdad, pero no miento.

—¿Cómo lo sabes? —ella notó que sonaba bastante más enfadada de lo que
pretendía.

—Me lo ha contado tu amiguito Jake —él sonrió.

Alice se quedó mirando el muro un momento antes de darse la vuelta. Subió las escaleras,
hecha una furia. Llegó al último piso sin siquiera jadear. Cuando alcanzó la puerta de
Max, la abrió sin siquiera llamar. Rhett y él estaban hablando, pero se detuvieron
enseguida para mirarla.

—¿¡Una alumna!? —casi estaba gritando—. ¿¡Soy una maldita alumna!?


Max se apoyó en la mesa y se cruzó de brazos sin siquiera cambiar de
expresión.

—Sí. Una alumna. ¿Puedes cerrar la puerta?

Alice no se movió, así que Rhett suspiró y la cerró él mismo, pero sin perderse ningún
detalle de la conversación.

—¡No necesito que nadie me enseñe nada! —le dijo a Max, furiosa—. ¿Te crees que sigo
siendo un androide que no ha dado un puñetazo en su vida?

—No, pero sigues sin estar preparada para dejar de ser alumna.

—¿Qué...? —ella estuvo a punto de lanzarle una silla a la cara—. ¡No soy ninguna
principiante, Max! ¡He sobrevivido ahí fuera durante más de un mes!
¡Disparé a personas! ¡Conseguí acertar a un objetivo pequeño desde una
distancia enorme! ¡Díselo, Rhett!

—¿Eh? —él pareció volver a la realidad—. Ah, sí.

—Eres de gran ayuda —ironizó Alice.

Max seguía sin inmutarse.

—Nadie te quita méritos —dijo.

—¡¿Y por qué me pones al mismo nivel que los que no han sujetado un arma en su
vida?!

—¿Te lo tengo que repetir? No estás preparada.


Alice no se podía creer que la ignorara de esa forma. Eso la irritó aún más.

—Sí lo estoy —dijo después, irritada—. Rhett, dile que lo estoy.

—Lo está, lo está.

—No, no lo estás.

—¡¿Por qué no?! ¿¡Qué mas tengo que hacer para que no me veas como una inútil?

—Nadie te ha llamado inútil.

—¡No me lo has llamado pero tampoco has valorado nada de lo que he hecho hasta ahora!
¡No como Rhett!

Él asintió con la cabeza, como si no quisiera meterse en la discusión.

—Ya le dije que no era justo, Alice.

Ella se detuvo un momento para mirarlo fijamente.

—¿Tú lo sabías?

Rhett borró la sonrisa de golpe.


—¿Eh?

Alice se frotó la cara con las manos.

—Ya hablaré contigo después —se giró hacia Max—. Esto no es justo.

Max suspiró. Parecía aburrido de la conversación.

—¿Te parece que así reaccionaría alguien maduro, Alice?

—¡No quiero ser madura! —eso sí que la irritaba. Especialmente porque Rhett se lo
había dicho más de una vez—. ¡Ni tampoco una alumna!

—¿Y qué quieres ser?

Eso la dejó descolocada un momento. Balbuceó un momento.

—No lo sé —dijo—. Pero no quiero ser alumna.

—Muy bien. Dame una alternativa.

Ella apartó la mirada, avergonzada por no tener la respuesta preparada.

—Podría ser exploradora —dijo, al final.

Max la miró un momento antes de sacudir la cabeza.

—Ya no tenemos exploradores. No podemos arriesgarnos a perder a nadie más. Charles


hace todos los intercambios y nos trae todo lo que necesitamos del
exterior.

—Podría acompañarlo de vez en cuando —se ofreció ella enseguida.

—No estás preparada —le dijo Max lentamente.

—¡Sí lo estoy, maldita sea!

—No lo estás —la cortó Max secamente—. Llegaste aquí hace dos días y todavía no has
sido capaz de pisar el pasillo del segundo piso porque te has pasado el día en el patio de
atrás mirando ese muro con marcas de balas. Si no eres capaz de superar lo que pasó
aquí, no puedo ponerte a cargo de nadie. No tengo tanta gente como para arriesgarla.
Esto no es sobre ti o sobre tu valía, es por el bien común. Así que no, no estás preparada.
Y el hecho de que vengas aquí a pedirme ser exploradora a gritos solo me lo confirma.

Alice se quedó mirándolo un momento. Sintió un nudo en la garganta. Apartó la mirada,


intentando controlarse. De poco le serviría llorar delante de Max.

Él era así. Le decía las cosas tal y como eran. En algún momento le había gustado,
pero en ese en concreto le sentó como una patada en el estómago.

—Te has tomado tu tiempo para ver cómo estoy —murmuró ella, sin mirarlo.

—Siempre te he dicho que no pasa nada entre la gente de mi ciudad sin que me entere,
pero nunca te lo has creído.

Ella respiró hondo y lo miró por fin. Él seguía mirándola con expresión severa.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Aprender a disparar?

—No. Quiero que superes lo que pasó aquí. Y te lo digo muy en serio, Alice.

—Ni siquiera sabes lo que pasó.

—He visto las marcas de disparos. Conozco la mayor parte de tu historia. Puedo hacerme
una idea.

—No, no sabes lo que pasó —le soltó secamente—. Pero tú siempre te crees que lo
sabes todo.

—No tengo tiempo para esto, Alice.

—Tienes una ciudad que organizar, ¿no? —ella sonrió irónicamente—. No sé por qué
he venido a hablar contigo. Siempre termino peor que cuando entro.

Se dio la vuelta y avanzó hacia la puerta.

—Espero no tener que oír que no has asistido a tus clases mañana —le dijo Max mientras
se marchaba.

Alice avanzó por el pasillo escuchando los pasos de Rhett a sus espaldas. Se detuvo
abruptamente y se giró para mirarlo.

—¿Lo sabías? —preguntó en voz baja.


—Yo... —él intentó buscar las palabras adecuadas—. Quizá Max no está tan
equivocado.

—Así que piensas igual que él —ella sacudió la cabeza—. Que soy una
traumatizada a la que no se le puede confiar nada.

—Es no es cierto.

—Sí lo es. Lo acabas de decir.

—Alice, te he confiado mi vida más veces de las que recuerdo —la cortó—. ¿Te crees
que es un problema de confianza?

Ella dudó un momento.

—¿Y qué es?

—No lo sé. Estás... apagada. Lo hemos notado todos.

—Solo hace dos días que estamos aquí.

—Y han sido suficientes para verlo —replicó él—. Mira, no voy a preguntarte qué pasó
aquí. Sé que revivir esas cosas es una mierda y también sé que no es fácil superarlo,
pero... tienes que centrarte. En lo que estamos haciendo. O Max no te dejará en paz
nunca.

—Max es un idiota.
—Max se preocupa por ti más de lo que tú crees.

—¿Tú defendiendo a Max? —ella se echó para atrás, sorprendida—. ¿Qué me he


perdido?

—No lo defiendo —Rhett puso los ojos en blanco—. Pero he estado demasiados años a
su lado como para no ver qué le pasa por la cabeza.

Alice intentó poner mala cara cuando él le puso una mano en el hombro.

—Ser alumna no es tan malo —le dijo—. Será como volver a los viejos tiempos.

—¿A esos en los que me ponías a pelear con Trisha para que me asesinara delante
de un puñado de chicos de trece años?

—No iba a dejar que te asesinara —dijo él, ofendido—. Quizá, que te rompiera algo...
pero no matarte.

—Qué romántico, Rhett.

—Oye, aprendiste a recibir puñetazos con estilo, ¿no?

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

—Así que vas a volver a adoptar la cara de instructor serio y amargado.


—¿Qué...? Yo no tengo cara de eso.

—Oh, sí la tienes.

—No es verdad.

Justo en ese momento, aparecieron Blaise, Jake y Kilian por el pasillo.

—¡Jake! —Alice lo llamó—. ¿Qué cara pone Rhett cuando está en modo
instructor?

Él la imitó perfectamente y los demás se rieron mientras Rhett les ponía mala cara.

—Ya os arrepentiréis mañana en clase —murmuró.

—¿Qué hacéis aquí arriba? —les preguntó Alice.

—¡Van a hacerle una cosa de esas a Eve! —exclamó Blaise señalándose la tripa.

—¿Una cosa de esas? —Rhett frunció el ceño.

—De esas para ver el bebé —aclaró Jake.

No les dejaron mucha opción. Blaise se acercó corriendo y tiró de Alice, obligándolos a
seguirlos hasta el piso inferior. La zona médica estaba en la parte este del edificio
principal y era enorme. Más que nada, porque ahí también tenían todas las máquinas que
necesitaban para el cuidado de androides.
La sala principal tenía muchas camas divididas con cortinas blancas. Había muy poca
gente en ellas. Pero Jake los guió hacia la puerta del fondo, donde estaban las máquinas
para humanos. Pese a que Eve no era humana, el embarazo era una facultad humana y no
había otra forma de tratarlo.

Ella y Tina estaban en una de las máquinas. Tina le estaba poniendo algo transparente en
el estómago y Eve tenía cara de asustada.

—Chicos, no sé si deberíais estar aquí —dijo Tina al verlos.

—No pasa nada —aseguró Eve, pero tenía voz de aterrorizada.

Alice se acercó y le agarró la mano impulsivamente. Eve se la apretó con fuerza


mientras miraba la pantalla.

—Es que parece que va a explotar —dijo Jake, mirando la tripa hinchada con cara de
horror—. ¿Estás segura de que solo hay un bebé ahí dentro?

—¿Por dónde salen los bebés? —preguntó Blaise.

Alice abrió los ojos de par en par. Blaise estaba mirando a Rhett, que tartamudeó.

—Eh... salen de... —miró a los demás en busca de ayuda—. De...

—Es una larga historia —le interrumpió Tina—. Y ahora tenemos que mirar cómo
va todo esto. A ver...

Pasó un aparato por la tripa de Eve, mirando la pantalla.


—No me puedo creer que tengan un equipo de ecografía —murmuró Tina
distraídamente—. Nunca creí que volvería a ver nada parecido.

—Los que vivían aquí tenían interés particular en las máquinas de los humanos —
murmuró Alice.

—¿Sale algo? —preguntó Eve con voz chillona.

—Uno momento... hace mucho que no hago una de estas.

—¿Es chico o chica? —preguntó Blaise.

Kilian miraba la pantalla con los ojos muy abiertos, como si nunca hubiera visto algo así.

—No lo sé —murmuró Eve.

—¿Qué quieres que sea? —preguntó Alice.

—No lo sé... no me importa. Mientras esté bien.

—¡Ajá! —Tina sonrió—. Ahí está nuestro pequeñín.

Todos se giraron a la vez hacia la pantalla. Alice entrecerró los ojos cuando vio la forma
de lo que parecía una cabeza y unos bracitos.
—¿Está bien? —preguntó Eve, apretándole la mano.

—Está perfecto —sonrió Tina—. ¿Quieres saber qué es?

—No —Eve negó con la cabeza—. Yo... prefiero no saberlo.

—¡Yo quiero saberlo! —protestó Blaise.

Después de asegurarse de que todo estaba bien, Tina no tardó en echarlos a todos de la
sala para que dejaran descansar a Eve.

Esa noche, Alice miró su cena con mala cara mientras los demás comían como si la
vida les fuera en ello. Al otro lado de la mesa, Rhett y Jake estaban discutiendo por
alguna tontería. Kai y Kenneth estaban en otro lado, hablando con otra gente. Blaise
estaba a su lado, comiendo tranquilamente. A su otro lado, notó que Trisha la miraba
con una ceja enarcada.

—¿Y ahora qué te pasa? —preguntó.

—¿Eh? —Alice levantó la cabeza.

—No estás comiendo.

Ella se encogió de hombros.

—Hoy hemos acompañado a Eve a una de esas cosas en las que ves al bebé.

—Una ecografía.
—Supongo. No lo sé.

—¿Y qué? ¿No estaba bien?

—No, no es eso... —Alice frunció el ceño—. Es que siempre... siempre me he


preguntado si alguna vez podría... ya sabes...

—Tener hijos —terminó Trisha por ella.

Ella asintió con la cabeza.

—Bueno —Trisha se encogió de hombros—. Tampoco lo veo una gran pérdida. No me


gustan los niños.

—Sí, pero tú sabes que podrías si quisieras.

—¿Y tú no puedes? ¿De ninguna forma?

—Bueno, Eve se quedó embarazada, pero no sé...

—Pero, ¿tú tienes la regla? —preguntó Trisha.

Ella se giró, confusa.

—¿La qué?
—Lo que hace que te sangre eso cada mes.

—A mí no me sangra nada ningún mes —dijo Alice, confusa.

—Vale, déjalo —Trisha había desviado su mirada—. Mira quién viene.

Charles se acercaba con una sonrisa de oreja a oreja. Blaise le puso mala cara cuando se
sentó a su lado.

—Veo que esta niña sigue adorándome tanto como el primer día —dijo Charles,
sonriente.

Rhett y Jake también habían dejado de hablar para mirarlo.

—¿Pasa algo? —preguntó Alice.

—Solo quería venir a veros —dijo él, ofendido—. Qué humor tenéis.

—¿Y eso es todo? —Trisha enarcó una ceja.

—Solo venía a informaros —Charles los miró con una sonrisa inocente—. Resulta que,
por la nieve, voy a tener que quedarme aquí con mi gente una temporada corta.
—Y a nosotros nos importa porque... —Rhett dejó la frase en el aire, como si
esperara que él le diera una buena razón.

—¡Si no fuera por mí, estaríais perdidos en la nieve! —dijo Charles, ofendido.

—Te recuerdo que no querías llevarnos a ninguna parte —le dijo Alice—. Tuve que
amenazarte.

—Pero accedí, ¿no? Me debes una.

—¡No te debo nada!

—¡También te ofrecí mis reservas de droga una vez! ¡Y alcohol!

—¡Y yo te di un beso! Estamos en paz.

Rhett, delante de ella, empezó a atragantarse con el agua.

—¿Q-qué? —preguntó, mientras Jake le daba palmaditas en la espalda.

—Fue su condición para dejar que me fuera —le dijo Alice como toda
explicación, sin darle mucha importancia.

—¿Un beso? —Rhett había dejado de atragantarse y clavó en Charles una mirada que
habría helado el infierno—. ¿Y tú para qué querías eso?
—En esta zona no podía acercarme a las chicas y ahora me paso meses y meses en
carreteras desiertas —dijo él, suspirando dramáticamente—. Un poco de calor humano
no viene mal... bueno, humano no, pero ya me entiendes.

Se rio solo mientras Rhett miraba a Alice fijamente.

—No fue para tanto —dijo ella.

—Si te pones celoso, mi oferta sigue en pie —Charles le sonrió—. Podemos pasarlo bien
los tres. No hay por qué discriminar.

—¿Qué está pasando? —preguntó Jake, mirándolos.

—Charles —Trisha lo miró—. ¿Por qué no te vas a cualquier otra mesa? ¿O a


cualquier otra parte?

—Vale —él levantó las manos en señal de rendición—. Lo pillo. Me voy.


¿Contentos?

En cuanto se marchó, Alice vio que Rhett le echaba una mirada llena de
reproche, pero no dijo nada.

Probablemente, se arrepentiría de eso al día siguiente.

***

Si era raro volver a ponerse ropa de entrenamiento, más raro era volver a estar en la clase
de Jake.

Había tan poca gente joven a la que enseñar, que Rhett podía enseñarles a todos juntos.
Apenas llegaban a los veinte alumnos. Y eran bastante variados en edad. Max había
obligado a Kenneth, Blaise, Kai y Trisha a meterse también en sus clases. Junto con los
chicos de doce años.

Era un contraste gracioso.


Estaban todos en el edificio secundario. En algún momento había sido una enorme sala
de actos. Ahora, la usaban como gimnasio. Cada vez que alguien hacía un sonido, el
eco reverberaba en toda la sala.

Habían estado dos horas con entrenamientos básicos como correr, obstáculos, practicar
golpes con sacos viejos... nada nuevo. Rhett los había reunido poco después para empezar
las clases de verdad.

—Bueno —Rhett, como Alice supuso, había vuelto a adoptar su cara de instructor
—. Max me ha dicho que lo primero que tengo que enseñaros es lo básico en
defensa personal, así que...

—¿Defensa personal? —Kenneth puso los ojos en blanco—. Te recuerdo que estaba
en clases avanzadas de lucha.

Rhett lo miró un momento.

—Muy bien. Ven aquí.

Eso no pareció hacerle tanta gracia, pero se acercó igual y se quedó delante de Rhett, que
le sacaba cuatro dedos de altura.

—Primera lección. Tirar al suelo a alguien más grande que tú. No es muy difícil. Si
vuestro oponente tiene más fuerza que vosotros, tenéis que aprovechar su fuerza para
hacerlos caer. Dame un puñetazo.

Kenneth no dudó mucho. Le lanzó un puñetazo en la cara y Rhett le enganchó la muñeca


con el brazo.

—Cuando lo tengáis agarrado, ponéis la pierna así y lo empujáis hacia atrás.

Quizá lo lanzó al suelo con más fuerza de la que debería.

—Bien. Intentadlo en parejas.


Todo el mundo se colocó en parejas. Alice dudó cuando vio que todo el mundo se
colocaba con alguien menos ella. Incluso Trisha y Kenneth estaban juntos. Le tocó con
un chico que no conocía de nada, pero que resultó ser bastante simpático y fácil trabajar
con él.

Ese día solo aprendieron a derrumbar oponentes. Después, comieron y tuvieron clase de
tiro. Por supuesto, Alice fue la mejor. Trisha, con un brazo, fue de las peores.
Especialmente para controlar el retroceso y cambiar el cargador.

Era como volver atrás en el tiempo.

Alice subió los escalones esa noche para volver a su cama, pero se detuvo en el segundo
piso, mirando el pasillo en el que había robado el mono negro a esas dos guardias
muertas con 42. Parecía que había pasado una eternidad desde eso.

Por curiosidad, se acercó a una de las puertas y las abrió. Sin embargo, se quedó algo
sorprendida al no encontrar ninguna habitación. Sino una sala. Con una máquina. Una
máquina que conocía muy bien.

La máquina que habían usado para sacarle los recuerdos.

La imagen de ella, Trisha y Rhett intentando recordar qué había pasado justo antes de que
su ciudad explotara le vino a la mente y puso una mano en la máquina instintivamente.

Quizá por fin podría descubrirlo.


CAPÍTULO 25
—Así que esto sirve para ver recuerdos —murmuró Davy, mirando la máquina como si
fuera lo más interesante que había visto en su vida.

Alice no había visto a Davy desde hacía mucho tiempo. La última vez, había hecho que
Rhett le disparara en la cabeza. Prefería recordarlo durmiendo en la parte de arriba de su
litera, quejándose por el ruido.

Pero también había cambiado mucho. Ahora, él era el mejor de la ciudad respecto a
tecnología, así que era el que se encargaba de todo lo relacionado con ello.

—¿Recuerdos? —repitió Max, escéptico.

Él, Rhett, Tina, Trisha y Kai estaban con ellos. Max era el único —a parte de Davy
que se había acercado a la máquina para verla de cerca.

—No creo que sean recuerdos como tal —murmuró Davy—. No funcionaría en un
humano.

—¿Y en un androide? —preguntó Max.

—Los androides por otra parte... no tienen el mismo sistema de funcionamiento. Tienen
nuestras mismas partes del cuerpo pero son bastante inferiores a la hora de examinarlos
—me miró—. No te ofendas.

—No me ofendo —aseguró Alice.

—Sus mentes son más accesibles —explicó Davy, pasando una mano por un teclado
pequeño y extraño—. Pero no quiere decir que sea fácil acceder a ellas. Se necesita la
colaboración del androide, especialmente si es un recuerdo complicado. Hay que saber...
um... ¿cómo decirlo? Hay que saber por dónde ir. Por ejemplo, si quisiera preguntarle
sobre su infancia, necesitaría saber si fue feliz, triste... qué personas la marcaron... algún
suceso importante... eso haría que pudiera encaminar los demás recuerdos.
Alice recordó estar sentada en una mesa mientras la obligaban a decir la verdad sobre
Alicia. Max y ella intercambiaron una mirada. Dudaba que a él se le hubiera olvidado la
parte en la que lo torturaban para sacarle información.

—Pero... no dejan de ser recuerdos. Pueden ser adulterados por el androide. Como los
humanos.

—¿Adulterados? —preguntó Rhett, confuso.

—No recordamos las cosas como son exactamente —murmuró Tina—. A veces, con el
paso del tiempo... nos creemos que algo pasó de una forma cuando, en realidad, hemos
cambiado algunos detalles sin darnos cuenta.

—Especialmente si esos recuerdos están basados en sentimientos muy intensos.


Como odio, tristeza, euforia, miedo...

—Es increíble —Kai también se había acercado a la máquina—. Incluso se podría


ver por esta pantalla.

—Sí, esos científicos sabían lo que se hacían —murmuró Davy, asintiendo con la
cabeza.

—¿Tú sabes algo de tecnología? —preguntó Max a Kai.

Él se detuvo en seco cuando iba a tocar la pantalla. Siempre que Max le


hablaba, parecía hacerse pequeñito en su lugar.

Aunque era cierto que Max intimidaba mucho si no lo conocías. Y

conociéndolo...

—Bueno, algo sé, pero...


—Genial, ya tengo ayudante —Davy le lanzó una herramienta que Alice no reconoció—.
Usa eso para encenderla.

—¿A-ayudante?

—Es eso o mis clases —le dijo Rhett—. Tú eliges.

Kai dudó un momento antes de acercarse a la máquina e intentar adivinar cómo


funcionaba.

—¿Cuánto tardaréis en hacer que funcione? —preguntó Max.

—No lo sé —Davy tenía el ceño fruncido mientras pasaba la mano por el lateral de la
máquina, buscando algo—. Más de dos días, eso seguro. Es tecnología avanzada de
androides. Y no estoy especializado en eso.

—Avísame cuando lo tengas —Max se dio la vuelta y salió de la sala, haciendo que los
demás lo siguieran. Kai y Davy se quedaron dentro intentando adivinar cómo
funcionaba.

—No ha estado mal —le dijo Max mientras se dirigían a las escaleras.

—No soy tan inútil después de todo —murmuró Alice.

Max decidió ignorarla cuando vio que Trisha se acercaba corriendo. Tenía cara de
sorpresa. Y Trisha nunca tenía cara de nada que no fuera mala leche.

—Es Charles —dijo Trisha—. Dice que han visto algo desde el tejado.

—¿El tejado? —repitió Alice, confusa.

—Resulta que hay un tejado —Trisha negó con la cabeza—. Joder, he bajado cuatro
pisos corriendo.

Max ya se había dado la vuelta y empezaba a subir las escaleras. Todos lo siguieron
automáticamente, y Alice vio que él entraba en una de las puertas del
último piso. Nunca la había visto abierta, pero había unas escaleras de piedra seguidas
de una puerta grande. Max la abrió de un empujón.

El tejado era enorme, especialmente teniendo en cuenta que cubría todo el edificio. No
tenía techo, solo grava y gente de pie mirando hacia el oeste. Era un grupo reducido. Vio
que algunos eran de los suyos y otros de Charles.

Él estaba delante de todos, mirando un punto en concreto. Max fue el primero en llegar.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Alice vio la cara de Charles y supo que había algo muy malo. No lo había visto tan
serio nunca. Estaba mirando fijamente un punto en el exterior de los muros de la
ciudad.

Entonces, se giró y tardó un momento en darse cuenta de qué estaba pasando. Lo


primero que vio fueron personas vestidas de negro en la nieve, como hormigas desde
esa altura. Después, consiguió identificar coches blancos que apenas se veían por el
color del suelo.

Tardó un segundo más en darse cuenta de que eran los coches de la Unión, pero los
que iban a su lado no eran de la Unión. Eran de su padre. Del padre John.

—Así que era cierto que estaban juntos —murmuró Rhett, mirándolos.

Alice tenía la vista más avanzada que ellos, así que la clavó directamente en la mujer
que los lideraba. No necesitó echarle más que una ojeada para verlo.

—Giulia —murmuró Alice.

Era la misma mujer que la había ido a buscar a Ciudad Central, la que le había quitado
el primer dispositivo de la cabeza y una de las principales secuaces del padre John.
—¿Qué es eso? —preguntó Jake, que había aparecido a su lado.

—¿Qué demonios hacéis aquí? —se alarmó Tina al ver a Blaise y a Kilian con él—. ¡A
vuestras habitaciones! ¡Ahora mismo!

—Pero, ¿qué pasa? —Jake miró a Alice, que no sabía qué decirle.

—Trisha —Max se giró hacia ella, que acababa de llegar—. Encárgate de que todos
los menores de catorce vayan a su habitación.

—¿Tengo que volver a bajar? —ella estaba jadeando ya.

Él le dedicó una mirada que le dejó claro la gracia que le había hecho.

—Vale, vale —Trisha les hizo un gesto—. Venga, andando.

—¡Esto no es justo! —protestó Blaise.

—¿Te digo lo que no es justo? Tener que subir y bajar cuatro pisos tres veces seguidas.
Así que anda y calla.

Desaparecieron con Trisha y Alice vio que Max apretaba los labios. No le
gustaba lo que estaba viendo.

—¿No deberíamos ir a por armas? —preguntó Alice.


—Espera —Max la detuvo—. Quieren parlamentar.

—¿Parlamen... qué?

—Quieren negociar —le dijo Rhett—. Llevan una bandera blanca.

Alice dio un paso hacia delante para verlo mejor. Era cierto. Un chico detrás de Giulia
sujetaba una pequeña bandera blanca. Cuando se giró hacia los demás, se dio cuenta de
que se había quedado sola y se apresuró a seguirlos. Rhett era el único que la esperaba.
Los dos juntos siguieron a los demás. Alice vio que le pasaban dos pistolas y él le daba
una. Ella se aseguró de que estaba cargada casi por manía.

No había nadie por los pasillos, pero en el piso inferior estaban todos los soldados de
la ciudad. Parecían agitados. Se abrieron paso para dejar pasar a Max, que abrió la
puerta principal.

Las puertas del muro estaban cerradas, así que Giulia y los demás permanecían al otro
lado de éste. Alice sintió que la miraba directamente a través de los barrotes.

—Abrid la puerta —murmuró Max.

Alice lo miró con cara de horror, pero no quiso decir nada. No podía cuestionarlo delante
de todos.

Uno de los soltados hizo un gesto con el brazo y, los que estaban junto a las puertas, las
abrieron para Giulia. Ella estaba esbozando una media sonrisa en medio de la oscuridad,
iluminada por la espalda por la luces de los coches que la seguían.
Max empezó a avanzar solo hacia ella al mismo tiempo que ella también avanzaba
sola, sin armas. Ningún soldado de ningún bando se movió. Los separaban veinte
metros. Alice sentía que era muy poco como para sentirse segura.

Entonces, Giulia se detuvo en seco y Max hizo lo mismo, entrecerrando los ojos.

—Tú no —Giulia negó con la cabeza, señalándolo—. Ella.

Alice sintió que se le paraba el corazón cuando la señaló.

Todo el mundo se giró hacia ella. Incluido Max. No supo qué decir. Giulia
sonreía.

Pero Max no la contradijo. Se dio la vuelta lentamente y volvió con los demás al mismo
tiempo que Alice miraba a Rhett de reojo y se dirigía hacia Giulia, intentando no
parecer nerviosa.

Cuando pasó junto a Max, él la agarró del brazo y la detuvo.

—No pierdas la calma —le dijo en voz baja.

Luego, la soltó y volvió con los demás.

Alice tragó saliva al ver que Giulia también se detenía en seco y volvía hacia atrás.
Nadie salía de su grupo, pero ella no se detuvo hasta llegar a la mitad del camino. Se
quedó ahí de pie, sola, mirando al grupo de gente vestida de negro. Giulia había
desaparecido. Por un momento, pensó que se estaba equivocando en algo. Quizá tenía
que acercarse más a ellos.

Pero, entonces, la gente de negro se apartó, abriendo un pasillo para quien iba a ser el que
se acercara a ella.

El padre John.
Él iba vestido con su traje y un abrigo grande. Sujetaba un bastón de madera que tenía
que apoyar cada vez que daba un paso. Alice entrecerró los ojos,
¿qué le habría pasado en la pierna?

El padre John no daba señal de ir armado. Alice se había escondido la pistola en la parte
de atrás del cinturón. Esperó que no lo notara. Pero se sentía más segura con ella. Apretó
los labios con fuerza cuando se detuvo delante de ella.

Era extraño tenerlo delante. No sabía cómo sentirse. Estaba enfadada, triste, confusa... Y
sola. Delante de todos. Levantó la barbilla, tratando de demostrar un poco de valentía.

El padre John tenía un poco de barba canosa. Y le daba la sensación de que había
adelgazado. Pero seguía teniendo la misma expresión en los ojos.

—Hola, Alice —le dijo con voz serena.

Ella no respondió. No porque no quisiera, sino porque su cerebro estaba entumecido.


Estaba en blanco. No encontraba ni su propia voz.

—Me dijeron que te habías quitado el dispositivo de la cabeza —dijo él.

—No pareces muy enfadado —murmuró Alice, reaccionando por fin.

—¿Y por qué iba a estar enfadado? —el padre John esbozó una pequeña sonrisa—.
Quizá te he infravalorado todo este tiempo. Tienes más ingenio del que parece.

—Y yo veo que sigues insultando de manera muy bonita —replicó ella.


Él soltó risotada leve, sacudiendo la cabeza. Seguía apoyado en su bastón. Alice
vio que la parte en la que lo agarraba era una pequeña bola plateada. Incluso su
bastón era de primera calidad.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella.

—He venido a verte.

—¿Cómo sabías dónde estaba?

—No es muy difícil saberlo —replicó él, ladeando la cabeza—. Después de lo que le
pasó a tu antigua ciudad... bueno, no había muchas otras alternativas. Y debo decir que
esta zona es de las mejores que se me podrían ocurrir para empezar de cero.

—Fuiste tú, ¿no? —preguntó ella tras un segundo de silencio—. Tú destruiste la ciudad.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Porque es lo que haces —no pudo evitar levantar la voz—. Cada vez que alguien
te desobedece, lo destruyes.

El padre John la miró un momento.

—Tú estás viva, ¿no? —replicó—. Tus amigos están vivos. Tu hermano está vivo.
—No hables de Jake —advirtió ella en voz baja—. No tienes ningún derecho a hacerlo.

—No estoy aquí para solucionar nuestros problemas familiares, Alice.

—Porque no somos familia.

—He sido tu padre en dos vidas.

—Pero en ninguna de las dos me has tratado como a una hija.

Hubo un momento de silencio entre los dos. Él había perdido el semblante tranquilo por
un momento. Alice tenía un nudo en la garganta.

—Como ya te he dicho —replicó él—, no estoy aquí para hablar de nuestros


problemas personales.

—¿Y qué haces aquí? ¿Por qué quieres hablar conmigo? Max es quien lleva esta
ciudad.

—Pero Max no tiene nada que ver con esto. No directamente, al menos.

Dio un paso hacia delante y Alice se tensó por completo, pero no se movió. El padre
John seguía mirándola con calma absoluta.

—Los dos sabemos por qué estoy aquí, ¿verdad? —dijo él.
—Dímelo.

—Este no es tu lugar, Alice —él señaló el edificio—. Tu hogar está conmigo y con
los demás androides. ¿Qué pasará si tienes algún problema de funcionamiento? Ellos
no pueden arreglarte.

—Por ahora, no he tenido ninguno.

—Por ahora, tú lo has dicho. Pero tú sabes que ellos no son los tuyos.

—Sí lo son.

—No, no lo son. No son como tú. Tú no eres como ellos. Todos lo sabemos. Y, por
mucho que estéis unidos, eso siempre será así. No hay nada que puedas hacer para
arreglarlo.

—¿Y cuál es la solución? —preguntó ella—. ¿Convertir a todos los humanos vivos
en androides?

El padre John esbozó una sonrisa.

—Pese a que me gustaría, no tengo los recursos para ello. Además, prefiero la calidad
antes que la cantidad. Ya te dije que había tardado un tiempo en crearte. Pero el resultado
ha sido óptimo.

—¿Óptimo? —Alice tuvo que reírse—. Soy el primer androide que decidió huir de ti,
¿crees que eso es un resultado óptimo?
—La inteligencia es poder, Alice. En el momento en que te di esa inteligencia, te di el
poder de elegir. No todo el mundo tiene esa opción.

—¿Debería estar agradecida?

Él decidió ignorar la pregunta.

—¿Sabes? Estoy trabajando en un nuevo modelo de androides. Una nueva generación.


Una distinta a la que hemos creado hasta ahora. Y tú podrías ayudarme.

—¿Yo?

—Claro —él sonrió—. Voy a necesitar muchos recipientes en los que depositar la
inteligencia de mis androides, y creo que ahora mismo vives con casi trescientos.

Alice dio un paso atrás cuando se dio cuenta de lo que estaba insinuando.

—¿Me estás amenazando?

—Desde mi punto de vista, ahora mismo tenemos dos opciones —él apoyó las dos
manos en el bastón, suspirando—. Podemos llegar a un trato. Nosotros dos. Sin que
nadie salga herido. O podemos no llegar a ningún trato y... bueno, creo que todos
sabemos qué sucede cuando me enfado.

Ella dudó un momento.

—¿Un trato? —repitió.


—Creo que no me gusta mucho esa palabra. Mejor... llamémosle acuerdo. Un acuerdo
beneficioso para ambos. ¿Qué te parece?

—¿Qué... acuerdo?

—Oh, es muy sencillo —él sonrió—. Si tú y tu hermano venís conmigo, ellos viven.
Si no, no me quedará más remedio que decirle a Giulia que proceda a convencerte...
a su modo.

Alice lo miró de arriba a abajo. Le temblaban las manos. No sabía qué decir.

—Piensa en ellos, Alice —el padre John le puso una mano en el hombro y ella estaba tan
entumecida que no se movió—. ¿Cuántos niños, padres, jóvenes, adultos...? ¿Cuántos hay
ahí dentro? Muchos. Muchos que morirían si le dijera a Giulia que entrara en la ciudad
ahora mismo y os masacrara. Y tú y tu hermano vendríais conmigo de todos modos.

Hizo una pausa mientras Alice agachaba la cabeza.

—¿Qué valor tiene la vida de un androide realmente, Alice? ¿Qué es la vida de un niño
comparada con la de cientos de humanos?

Ella tenía un nudo en la garganta. Le seguían temblando las manos. No era cierto. No
podía entrar en la ciudad, ¿no? Era imposible. Tenían buenas defensas. Tenían buenos
soldados.

Pero ellos... eran más del doble. Y tenían mejor equipamiento.

—Sé que sería muy doloroso para ti, Alice —ella sintió un escalofrío cuando usó el
mismo todo de voz que había usado en su momento cuando había confiado en él—. Sé
que no es fácil. Podría borrarlos de tu memoria si quisieras. Sabes
que tengo la tecnología suficiente como para hacerlo. No te acordarías de sus nombres,
ni de sus caras, ni de nada que hayan hecho por ti. No sufrirías. Y ellos podrían seguir
vivos.

Alice giró la cabeza y se encontró con Rhett, que la miraba con expresión tensa. Durante
un momento, se sostuvieron la mirada el uno al otro. Fue suficiente como para que
reaccionara.

—¿Como los androides con los que experimentaban en la Unión? —preguntó,


levantando la cabeza—. ¿Como los habitantes de todas las ciudades que ahora solo son
cenizas?

—Esas cenizas, Alice, son el recuerdo permanente de lo que sucede cuando tomas
una decisión incorrecta.

—¿Y cuál es la decisión correcta, John? —preguntó, casi escupiendo la última palabra
—. ¿Fiarme de alguien que hizo que mataran a su propia hija? ¿Que abandonó a su
familia? ¿Que quería hacer exactamente lo mismo con su hijo?

—Te hice inmortal. Te hice superior.

—¡No me hiciste superior, me hiciste una máquina! —ella se quitó su mano del
hombro—. Incluso te lo hiciste a ti mismo.

—No te maté, Alice.

—¿Y qué hay de la madre de Alicia?

—El mundo se divide en gente que tiene poder y gente que sigue ese poder porque esa es
la única vida que conocen —replicó él—. Tu madre pertenecía al segundo grupo. No
pude hacer nada por ella. No era capaz de ver lo bueno en lo que estábamos haciendo. La
innovación que suponía.

—¡Porque querías matar a sus hijos!


—¿Estás muerta? —él seguía sin perder la compostura—. Yo creo que sigues respirando.
Porque logré hacerme contigo. ¿Qué hay de ella? Siguió sus ideales y ahora no es más
que polvo.

—Era... era tu mujer —Alice negó con la cabeza.

—Tú lo has dicho. Era. Me gusta vivir en el presente. Y, en mi presente, te necesito a mi


lado. Y a tu hermano. Así que, ¿qué me dices?

Hizo una pausa.

—¿Vas a venir voluntariamente o voy a tener que usar la fuerza bruta? Alice

lo miró un momento, negando con la cabeza.

—Estás demasiado acostumbrado a que todo el mundo haga lo que tú quieres,


¿verdad? —sonrió amargamente—. Siento que hayas venido en vano, John. Espero
que tengas un buen viaje de vuelta.

Se dio la vuelta y se alejó de él sin esperar una respuesta, pero ésta llegó igual.

—Tienes una semana Alice —replicó él a sus espaldas—. Estaré esperando tu


respuesta.
CAPÍTULO 26
Estaban todos reunidos en el despacho de Max. Alice tenía la mirada clavada en la mesa.
Los demás, hablaban sin parar. Los únicos sentados eran ella y Max, que intentaba
escuchar a todo el mundo hablando, pero era imposible y se estaba empezando a frustrar.

—¿Podéis hablar de uno en uno? —preguntó, irritado.

—No podemos entregarlos así como así —dijo Rhett—. No son armas, joder. Son
personas.

—Bueno, personas... —Charles sonrió—. Técnicamente, una no lo es.

—¿Y se pude saber qué hace ese aquí? —preguntó Rhett a Max, sin mirarlo.

—Decidir si tu novia vive o muere, claramente —sonrió Charles.

Alice vio que Rhett clavaba una mano en la mesa, mirándolo fijamente.

—Vuelve a hacer una broma de esas y te aseguro que no volverás a hacer otra.

—Ya vale —interrumpió Tina, intentando calmar la situación.

Rhett quitó la mano de la mesa y volvió a girarse hacia Max.

Charles apartó una de las sillas y se sentó justo delante de Alice, apoyándose
despreocupadamente en el respaldo de ella. Tina se paseaba, nerviosa, por la
habitación. Rhett miraba fijamente a Max, como si esperara que hiciera algo.
Trisha estaba apoyada en la pared. Davy, como representante de los de tecnología,
estaba sentándose también en la mesa, ajustándose las gafas.

—Tenemos una semana para decidirlo —replicó Max, que era el único que había
conseguido mantener la calma—. No hace falta que lo discutamos esta noche. Todos
estamos cansados y...
—¿Y te crees de verdad que esos no entrarán aquí en una semana? —preguntó Trisha,
mirando por la ventana, donde se veía al grupo de la Unión y del padre John acampando
fuera de los muros de la zona.

—Nos han dado su palabra —replicó Max.

—La palabra de alguien que nos ha amenazado de muerte —Trisha negó con la cabeza.

—No hay nada que pensar —interrumpió Rhett—. ¿De verdad lo estáis
pensando?

Hubo un momento de silencio absoluto. Todo el mundo miró cualquier cosa que no fuera
Alice.

—¿Cuánto tiempo hace que nos cubrimos las espaldas? —preguntó él, frunciendo el ceño
—. ¿Habrá sido todo para entregarlos a la primera de cambio?

—No es tan fácil —le dijo Trisha.

—Yo creo que sí lo es.

—Rhett —Max lo miró—. Esto va a ser una decisión conjunta.

—¿Por quién?

—Por los nuevos guardianes de la ciudad —dijo Max lentamente. Todos

se giraron hacia él al instante. Él ni siquiera parpadeó.

—Yo, como alcalde. Tina, representando a la sección de enfermería. Tú, Rhett,


representando a la tiro. Trisha representando a la de lucha. Y Davy a la de tecnología —
hizo una pausa—. Y Alice... que es tema que vamos a discutir.

Ella siguió sin decir nada. No lo había hecho desde que había dejado de hablar con su
padre. Estaba mirando fijamente la mesa, en completo silencio. Max le dedicó una ojeada
antes de girarse hacia los demás.
—No es una decisión fácil de tomar —dijo—. Hay muchas vidas en juego. Vidas de
personas que todos conocemos.

—Es una decisión fácil de tomar, Max —dijo Trisha—. Pero es difícil llevarla a cabo.

—¿Y qué sugieres? —preguntó Max.

—Yo... —ella miró a Alice, que seguía teniendo la cabeza agachada—. Mira, sé que esto
es una mierda. Y ojalá no tuviera que ser yo la que lo dijera, pero... son muchas vidas.
Muchísimas. Y apenas podemos defendernos.

Se interrumpió a sí misma y apartó la mirada de nuevo.

—¿Y qué nos asegura que no nos atacarán cuando entreguemos a Alice? — Tina
apareció, cruzada de brazos.

—Pueden atacarnos cuando quieran —dijo Davy—. Independientemente de lo que


decidamos.

—Exacto —Tina asintió con la cabeza—. Podrían atacarnos cuando quisieran. Y


ganarían. Pero no lo han hecho.

—Porque están esperando nuestra respuesta —dijo Trisha.

—¿Tienen cara de estar aquí para hablar? —preguntó Rhett bruscamente—. Lo único
que hace que ese... hombre... no nos ataque es que tiene a sus dos hijos aquí metidos.

—¿Y por qué molestarse en parlamentar si quiere matarnos? —preguntó Davy,


confuso.

—Para sacarlos de aquí sin preocuparse de que salgan heridos —le dijo Tina—. Así,
tiene la ciudad para él. Tiene mucha tecnología aquí. No creo que quiera
desperdiciarla.

—Además, ha dicho que necesita gente para crear una nueva generación de
androides —dijo Rhett—. Nos necesita. Muertos.

Empezaron a hablar todos a la vez de nuevo. Charles sonreía, mirando a su


alrededor. Max se pasó las manos por la cara.

—Ya es suficiente —interrumpió bruscamente—. Esto es una reunión de


guardianes, no un patio de colegio. Deberíamos tomar una decisión.

—¿Y ellos no tienen derecho a elegir? —preguntó Rhett.

—¿Ellos? —Trisha enarcó una ceja.

—Jake y Alice. Ellos son los que se entregarían.

Hubo un momento de silencio. Todos se giraron hacia Alice, que ni siquiera estaba
escuchando. Max negó con la cabeza.

—Informaremos a Jake a su debido tiempo, pero esta decisión incumbe a la ciudad


entera, no solo a ellos. Por poco que nos guste, su opinión, ahora mismo, no es relevante.

—¿Y cuál es el plan? ¿Que nosotros decidamos por todo el mundo? —preguntó Davy.

—Ese es, precisamente, el plan —murmuró Max.


—¿Y no deberíamos informar a los demás? —preguntó Trisha.

—Les comunicaremos nuestra decisión, no os preocupéis. Pero primero, debe haber una.

Como si se hubieran coordinado para ello, todos se sentaron en sus sillas


correspondientes. Alice notó que Rhett se sentaba justo a su lado, pero no levantó
la cabeza.

—Muy bien. Entregarlos. ¿Quién quiere empezar la votación? —preguntó Max, en voz
más seria de lo habitual.

Nadie dijo absolutamente nada.

—¿Yo tengo voto? —preguntó Charles, sonriendo.

—Tú estás aquí en representación de los invitados, Charles. Esto no te afecta.

Él levantó las manos, como si se rindiera.

—Yo no puedo hacerlo —todos miraron a Tina cuando empezó a hablar—. No puedo
entregarlos así como así, y menos sabiendo que no podemos asegurar nuestra
supervivencia aunque lo hagamos —ella negó con la cabeza—. No puedo hacerlo. Lo
siento. Yo, Tina, digo no.

Max la miró y asintió con la cabeza. Ella respiró hondo.

—Yo... —Davy se aclaró la garganta—. Alice, te conozco desde hace mucho


tiempo. No somos muy amigos... bueno... no me caes mal. Pero no puedo
jugarme el cuello por ti. Lo siento. Yo, Davy, digo sí.

—Yo no pienso hacerlo —dijo Rhett—. Ni en un millón de años. No.

Hubo un momento de silencio. Alice levantó la cabeza y miró a Trisha. Ella se estaba
mirando el regazo. Parecía no querer decir lo que iba a decir.

—Hemos perdido demasiado —murmuró, mirando a Alice a los ojos—. Somos menos
de la mitad que hace un año. No podemos arriesgarnos a que nos ataquen otra vez o
moriremos todos. A lo mejor nos matan de todas formas, pero... tenemos que
intentarlo.

Hizo una pausa.

—Yo, Trisha, digo sí.

Todos se giraron hacia Max, que tenía la última palabra. Alice también lo miró de reojo.
Él tenía la mente apoyada en las manos, como si estuviera pensando muy bien. Pero
Alice ya sabía qué diría. Él siempre buscaba lo mejor por el pueblo.
Siempre. Y no parpadearía al mandar un androide con ellos para eso. No

podía culparlo por ello.

Max se quitó las manos de la cara y se aclaró la garganta, sin mirar a nadie.

—Yo, Max, digo no.

Alice se quedó mirándolo un momento, sin entenderlo. Los demás empezaron a hablar a
toda velocidad. No entendía nada. Se giró hacia Charles, que era el único que seguía
sentado. Él le sonreía, divertido por la situación.

Alice se puso de pie lentamente. Nadie se dio cuenta. Estaban demasiado ocupados
mirando a Max y despotricando a voces. Ella salió de la habitación sin
decir nada. Nadie se dio cuenta. Nadie menos Charles, que la siguió, cerrando la puerta a
sus espaldas.

—Parece que se avecina una batalla —sonrió él.

Alice no dijo nada.

—Yo que tú practicaría con eso de luchar cuerpo a cuerpo. Por lo que me han dicho, lo vas
a necesitar.

Pasó por su lado felizmente y Alice lo miró.

—¿Qué harías tú?

Charles se detuvo y se giró, mirándola pensativo.

—Emborracharme —dijo, encogiéndose de hombros—. Nunca es muy pronto para


hacerlo.

Al ver que no se movía, Charles se mordisqueó el labio inferior, pensativo. Después,


suspiró.

—No soy muy bueno dando consejos, pero escuchar... eso se me da mejor.

Alice no dijo nada, pero lo siguió. Subieron las escaleras del tejado. Había algunas
personas de las caravanas sentadas en el suelo, hablando y bebiendo alcohol. Parecía ser
la única forma de pasar el tiempo que conocían. Eso sí, no hacían demasiado ruido.
Charles se sentó en el borde del tejado sin siquiera titubear y agarró una botella sin abrir
que tenía al lado. Mientras bebía, Alice se quedó a su lado, de pie, mirando fijamente la
gente de la Unión y del padre John asentándose.
—No sé para qué te preocupas tanto, la verdad —dijo Charles después de dar un trago a
su botella—. Acaban de decidir por ti. Ya solo te queda sentarte a esperar para ver las
consecuencias. Y puedes echarles la culpa si algo sale mal.

—Pueden decir lo que quieran. No quiere decir que vaya a hacer lo que decidan
—murmuró Alice, con la mirada clavada en el mismo sitio.

—Pues deberías decírselo. Parecían muy emocionados.

Ella no respondió. El aire frío le daba en la cara, pero seguía sintiéndose entumecida.

—¿Lo sabe el chico? —preguntó Charles, refiriéndose a Jake.

—No.

—¿Y por qué lo quiere? Si es que puede saberse.

Alice lo sabía perfectamente. Porque era su hijo. El único miembro de su familia que le
quedaba por convertir en androide.

—Es complicado —murmuró Alice—. Ni siquiera sé si debería decírselo a Jake.

Él tampoco lo sabía. No sabía que la dueña de la memoria de Alice había sido su


hermana mayor. Era demasiado pequeño cuando murió como para acordarse de ella.
Ella seguía sin haberse atrevido a decírselo. No sabía cómo iba a tomárselo. Le aterraba
pensar que Jake pudiera darle la culpa de que su hermana hubiera muerto.
Normalmente, que alguien la odiara no le hubiera hecho ni parpadear, pero Jake... no
sabía si podría superar su odio.

—Sea como sea —Charles dejó la botella a un lado—, está claro que todo esto es un
dolor de cabeza. Solo espero que, cuando os masacren, nos dejen salir primero.

—Es muy alentador de tu parte.

—Aquí cada uno mira por su propia supervivencia —Charles balanceó las piernas y dio
otro trago a la botella—. Tienes una semana para pensarlo. No es como si tuvieras que
decidirlo esta misma noche.

—No, no tengo una semana —murmuró Alice—. Lo conozco. Sé que no esperará


tanto por algo que quiere y que tiene tan cerca. Lo único que me desconcierta es
que todavía no haya intentado llevárselo por la fuerza.

Charles la miró, bebiendo. Ella seguía reflexionando en voz alta.

—Quizá sea verdad que quiere asegurarse de que no... —Alice se cortó a sí misma.

Había entreabierto los labios, dando un paso hacia atrás. Charles frunció el ceño.

—¿Qué? —preguntó, curioso—. ¿Se te ha ocurrido algo?

Ella negó lentamente con la cabeza, tragando saliva.

—Algo así —masculló.


—¿Y eso es bueno o malo? Porque con tu cara...

—Espero... —Alice no sabía cómo decirlo—. Espero no tener que recurrir a él.

No preguntó. Debió ver que no le diría nada más. Alice se abrazó a sí misma con
fuerza, intentando quitarse esa imagen de la cabeza.

—Debería ir a hablar con Max.

—Si los demás no han acabado con él, claro.

Alice lo ignoró y bajó las escaleras de nuevo. La puerta de su despacho estaba abierta.
Max estaba solo, mirando por la ventana con las manos en los bolsillos. Estaba mirando
a los inquilinos de fuera de los muros. No se giró cuando Alice se colocó a su lado,
mirándolos también.

Estuvieron un momento en completo silencio. La cabeza de Alice era un caldero de


pensamientos confusos. Uno tras otro. Sin interrupción. Necesitaba dormir, pero sabía
que, aunque se metiera en la cama, no conseguiría pegar ojo.

—Ojalá solo me hubiera pedido a mí —murmuró ella, al final, en voz baja—. Todo
sería más fácil.

—Nada sería más fácil.

Ella frunció ligeramente el ceño, confusa.

—Te habrías entregado sin dudarlo —siguió Max, sin mirarla—. Ni siquiera lo
habrías pensado.
—Y vosotros estarías bien —dijo—. ¿Ese no era el objetivo?

—Oh, no estaríamos tan bien. Te lo aseguro. Para empezar, Jake organizaría una
expedición para venir a buscarte con el chico salvaje, la niña nueva y Trisha. Además, no
sabemos si nos hubieran atacado igual... y todo eso por no hablar de Rhett, que se habría
vuelto loco.

Alice no pudo evitar esbozar una sonrisa triste al pensar en Rhett y en como la había
defendido.

—Hemos tomado una decisión, Alice —le dijo Max, mirándola fijamente—. No es tu
decisión.

—Es mi vida. Y la de mi... de Jake.

—Nos afecta a todos.

Ella no dijo nada, pero notó que Max la seguía mirando fijamente, como si pudiera
leer sus pensamientos.

—Solo espero —dijo él lentamente— que, llegado el momento, no hagas


ninguna tontería.

Ella estuvo a punto de reírse.

—Siento decirte que esa es mi especialidad, Max.


—Alice, esto no es un juego.

—Lo sé muy bien.

—Esto no es Ciudad Central —insistió él—. Estás acostumbrada a que no haya


consecuencias con lo que hacemos, pero aquí, si tomas la decisión incorrecta, no te
echan de la ciudad. No te castigan con clases extra. No te encierran en ningún lado.
Simplemente, aprietan el gatillo, ¿lo entiendes?

Ella asintió con la cabeza.

—Deberías ir a descansar —le dijo, suspirando—. Todos estamos muy


cansados. Ha sido una noche muy larga.

Alice no dijo nada más. Salió de su despacho, cerrando la puerta detrás de sí y bajó
hasta su habitación. Se alegró enseguida de no encontrarse con nadie.
Tenía demasiado en la cabeza. Se metió en la ducha y estuvo un buen rato bajo el agua
caliente con los ojos cerrados. Seguía deseando con todas sus fuerzas que el padre John
rectificara y le dijera que solo la quería a ella. Que dejara en paz a Jake.

Porque no podía entregarlo. Simplemente no podía. No podía quitarle todos sus recuerdos,
su forma de ser... no podía matarlo.

Al salir de la ducha, se puso su pijama improvisado y se quedó sentada en su cama un


buen rato, mirando por la ventana que había justo encima. No dejaba de mirar al grupo
nuevo, como si eso fuera a hacer que cambiara algo.

Se le estaban empezando a cerrar los ojos cuando escuchó que alguien llamaba a la
puerta. Se detuvo un momento, confusa, pensando que se lo había imaginado. Pero no.
Volvieron a llamar suavemente. Se acercó, respirando hondo y preparándose para
enfrentarse a Rhett... pero no era Rhett. Era Jake.

Se quedó mirándolo un momento, en blanco. Jake tenía cara de cansado.


—No podía dormir —murmuró—. Nadie quiere decirme qué está pasando.

—Jake, no...

—No te estoy pidiendo que me lo digas, ¿vale? —él suspiró dramáticamente—.


¿Puedo quedarme un rato contigo? No puedo dormirme.

Alice dudó un momento. Su cabeza volvía a ser un lío. Al final, se apartó, dejándolo pasar
y cerrando la puerta. Jake se sentó en su cama y miró el grupo nuevo por la ventana. Alice
hizo lo mismo, sentada delante de él.

—Esos son... los que atacaron Ciudad Central hace tiempo, ¿no? —murmuró Jake,
confuso.

Alice lo miró fijamente sin poder evitarlo. Cada vez que lo veía, le venía la imagen
de un niño pequeño jugando en el río con el mismo pelo rizado, los mismos ojos
risueños y la misma expresión de fastidio cada vez que le decía que no podía hacer
algo.

Volvió a la realidad cuando Jake la miró.

—¿Qué te pasa? —preguntó.

—Nada —aseguró ella enseguida, tragando saliva y mirando por la ventana. No podía
mirarlo a él.

—¿Te has peleado con Rhett? —preguntó Jake, entrecerrando los ojos—. Porque estos
meses he entrenado mucho, ¿sabes? No sé dar un puñetazo, pero
sé hacer una sopa que dejaría dormido a cualquiera, ¿no es genial?

Cuando sonreía, seguía pensando en las expresiones vacías, desoladas y tristes de todos
los androides que había conocido. Si lo entregaba, jamás volvería a ver esa sonrisa
maliciosa y despreocupada.

Ella le sonrió, intentando no derrumbarse.

—Es genial.

—Pero tendría que hacer que se la comiera. Y no se fía mucho de mí. ¿Te he contado
alguna vez que, cuando estábamos en la otra ciudad, le metí un ojo de mentira en el
puré? —se rió—. Lo encontraron los exploradores en una ciudad abandonada y me lo
cambiaron por un fajo de cartas. Fue caro, pero valió la pena solo por ver la cara que se
le quedaba. Eso sí, se enfadó muchísimo... me hizo dar diez vueltas corriendo al campo
de fútbol. Parece poco, pero te aseguro que no lo es. Y menos a pleno sol. Te aseguro
que nadie le hizo una sola broma más, je, je...

Él sonrió, pero dejó de hacerlo al no ver en Alice la reacción que esperaba. Ella lo
miraba en silencio, intentando no llorar con todas sus fuerzas, pero con un nudo en la
garganta.

—Puedes contarme lo que sea que te pasa, Alice —dijo, lentamente—. Lo sabes,
¿no?

—Es que... —ella negó con la cabeza—. Te he echado de menos, Jake. Mucho.

—Sí, han sido unos meses raros —él ladeó la cabeza—. No tenía a nadie que me
defendiera de los abusones. Ni a nadie a quien enseñar a usar ironía y sarcasmo
correctamente.
—Pues me he vuelto una experta en eso —aseguró ella con una pequeña sonrisa.

—Ya lo sé. Soy un buen maestro. ¿Te acuerdas de cuando no sabías ni qué eran
unas cartas? Debiste aburrirte mucho por aquí.

—Tenía su encanto —murmuró ella, agachando la cabeza para mirarse las manos.

—La verdad, Alice... —él se cortó. Pareció pensarlo un momento.

De hecho, dejó la frase suspendida en el aire durante unos segundos. Después, la miró.

—La verdad... es que para mí eres como una hermana pequeña. Ya te lo dije.

—Sigo siendo mayor que tú, Jake —ella sonrió, pero sentía que las lágrimas se le
acumulaban en los ojos.

—Soy muy maduro para mi edad, ¿vale? Todo el mundo lo dice. Además,
¿quién ha enseñado más cosas al otro? ¿Eh? Pues eso. Hermana pequeña. Hermano
mayor.

Ella estuvo unos segundos en silencio, sin poder mirarlo.

—¿Puedo... puedo preguntarte algo? —preguntó Alice en voz baja.

—Aquí está tu hermano mayor para aconsejarte en tus penas.


Alice sonrió un poco, sin levantar la cabeza. Pero la sonrisa murió lentamente en sus
labios.

—Si tuvieras que... elegir... entre algo que algo que... que aprecias mucho y algo...
algo que le gustara a todo el mundo... ¿qué harías?

—Quedarme con lo que me gusta, obviamente.

—No, pero... —Alice suspiró—, ¿y si elegir eso que quieres hace que todo el mundo
lo pase mal por tu culpa? ¿Qué harías?

Jake no dijo nada por unos segundos. Lo consideró en silencio.

—¿No serías un egoísta por elegir lo que te gusta? —preguntó ella en voz baja.

—A veces, hay que ser un poco generoso —murmuró Jake, pensativo—. No he


conocido a mucha gente generosa en este mundo, la verdad. No sé cómo sería todo
antes de la guerra. Espero que mejor. Aquí, todo el mundo que hace algo, lo hace para
tener otra cosa a cambio.

Hizo una pequeña pausa, mirándola.

—Tú eres una de las personas más generosas que conozco, Alice —le dijo—. Y...
honestamente, todo lo que has decidido hasta ahora nos ha traído aquí... vivos y
juntos. Si tú crees que ser generosa está bien... entonces, adelante.
Pero... si hay alguien que se merezca un poco de egoísmo, esa eres tú. Alice lo miró

fijamente unos segundos, muda. Él entrecerró los ojos, confuso.

—¿Te ha servido de algo? —preguntó—. Porque, a veces, empiezo a divagar y termino


sin ayudar en nada, porque...

—Me ha servido —murmuró ella, asintiendo con la cabeza—. Me ha servido


mucho.

—¿Ya te has decidido?


Alice dudó un momento. Después, asintió una vez con la cabeza, tragando saliva.

—Deberíamos irnos a dormir, Jake —le dijo—. Mañana, Max va a contar a todo el
mundo lo que ha pasado. Querrás estar presente.

—Sí, me muero de curiosidad —dijo él, poniéndose de pie—. En fin, voy a


dormir. Buenas noches, Alice.

—Buenas noches, Jake —murmuró Alice, viendo cómo desaparecía por la puerta
de su habitación.
En cuanto esta se cerró, cerró los ojos con fuerza, pasándose las manos por la cara.

Después, soltó todo el aire de sus pulmones y los abrió de nuevo.

Esperaba estar tomando el camino correcto.


CAPÍTULO 27

Al día siguiente, Alice era un manojo de nervios. No se había atrevido a ir al discurso de


Max. Había sido muy cobarde por su parte, pero había preferido quedarse en su
habitación pensando, y pensando, y pensando... parecía que no podía hacer nada más
que pensar.

Sin embargo, cuando salió de su habitación para ir a clase de Rhett, notó las miradas de
reojo, los comentarios y las malas caras. Obviamente, la gente no estaba contenta con la
decisión. Se iban a arriesgar todos por ella cuando, en realidad, apenas la conocían. Solo la
conocían los más jóvenes y, salvo algunos casos particulares, parecían pensar lo mismo
que los adultos.

Al llegar a clase de Rhett, vio que ya habían empezado a practicar golpeando los sacos.
Encima, llegaba tarde. Probablemente, en otra ocasión habría temido el discursito de
Rhett, pero en ese momento solo quería descargarse contra el saco.

Pero, para sorpresa, no dijo nada. Solo la miró de reojo mientras ella se detenía junto al
único saco vacío. Empezó a practicar los ejercicios sin mirar a nadie en concreto.

Jake estaba en su saco sudando como un loco por el esfuerzo. Ni siquiera parecía
alterado. Alice lo observó, confusa. Quizá no había ido al discurso de Max. De
haberlo hecho... sabría que el padre John también lo quería a él.

Rhett dio unas cuantas explicaciones sobre golpes, esquivar y lo de siempre. Alice no
lo escuchó demasiado. Sus prácticas fueron con una chica que había visto alguna vez
en Ciudad Central y que la miraba como si fuera un insecto al que pisar.
Cuando terminó la clase, empezaba a sentirse abrumada por las miradas de desprecio.
Los únicos que no la habían mirado así habían sido Jake, Rhett, Trisha y,
sorprendentemente, Kenneth.

Alice transportó su saco a la zona de materiales y lo dejó en el suelo, resoplando.


Mientras se daba la vuelta, notó que alguien se le acercaba. Era Trisha.

—¿Podemos hablar un momento? —le preguntó.

Alice la miró en silencio. Podría haber aceptado una y mil veces que Trisha la entregara
sin pensarlo. Lo entendía. Solo quería protegerse. Pero entregar a Jake... él siempre había
sido bueno con ella. Siempre. Había sido uno de los pocos que jamás la habían juzgado en
Ciudad Central.

Se sentía como si le hubiera clavado un puñal en la espalda.

—Mira, lo que dije en la reunión... —empezó.

—No hace falta que me des explicaciones —Alice intentó no sonar fría, pero su mirada
era difícil de ocultar.

—Lo siento, ¿vale? —ella suspiró—. Mira, sé que Jake te importa mucho, pero... hay
tantas vidas en juego que...

—Trisha —la cortó Alice—, tengo demasiado en la cabeza como para hacerte sentir
mejor. Hiciste lo que creíste que era lo correcto. Nadie puede culparte por ello. Ahora, si
me disculpas.

No esperó una respuesta. Se dirigió a la salida con los demás.

—Alice —escuchó a Rhett, que la miraba desde el centro del gimnasio—. Ven,
ayúdame.

Ella cerró los ojos un momento. Solo quería estar sola. O no. Ni siquiera sabía lo que
quería.
Se acercó a Rhett, que miró por encima de su hombro a los demás. No dijo
absolutamente nada hasta que se marcharon todos y ambos escucharon la puerta
del gimnasio cerrándose.

—No te he visto esta mañana en el discurso de Max —comentó Rhett,


mirándola.

—¿No iba a ayudarte con algo? —preguntó Alice, intentando evadir el tema.

—Sí, a saber el por qué.

Ella suspiró.

—Mira, te ayudaré a llevar todo esto al almacén si quieres —dijo lentamente—, pero
no quiero hablar de nada.

Recogió las cosas bajo su atenta mirada. Él no decía nada. Eso la hacía sentir aún peor
que si se hubiera enfadado. Cuando Rhett se callaba, había motivos para asustarse.

El almacén era del tamaño que la vieja caseta donde escondían la munición. Alice dejó
una de las bolsas en el suelo y vio que Rhett dejaba las dos últimas a su lado. Después, se
atrevió a mirarlo. Se arrepintió al instante.

Estar a solas con Rhett, una de las pocas personas en las que sabía que podía confiar al
cien por cien, fue como si hiciera que se derrumbara. Empezó a notar el nudo
formándose en su garganta.

—¿Has visto cómo me miran? —preguntó en voz baja.

—Te aseguro que si alguien hubiera dicho algo delante de mí...

—No lo dirán delante de ti —aclaró ella—. No lo harán. No son estúpidos. Pero... no


puedo culparlos por sentirse así.
—Alice...

—Max los ha puesto en peligro por... por mí y por Jake.

Rhett apartó la mirada un momento y ella frunció el ceño.

—¿Qué?

—Max ha decidido mantener en secreto que también querían a Jake —aclaró Rhett—.
Pensó que lo preferirías así.

Ella dudó un momento antes de esbozar una sonrisa triste.

—Sí, lo prefiero así —masculló—. Al menos, él no tiene que soportar ser la


persona más odiada de la ciudad.

—No lo eres.

—Todo el mundo me odia.

—Yo no te odio —le puso una mano en la nuca—. Estoy muy, muy lejos de
odiarte, créeme.

Quizá, en otro momento, ella hubiera sonreído. Sin embargo, en esas circunstancias solo
pudo empezar a lloriquear. Hacía tanto tiempo que no lloraba que era extraño hacerlo. Ni
siquiera era un llanto. No cambió su expresión. Pero las lágrimas empezaron a resbalar por
sus mejillas.
—¿Como puedo seguir aquí, verlos... ver todo lo que destrozaré y no
entregarme?

—No digas eso.

—No puedo dejar que mueran por mi culpa —murmuró.

—No morirán. No morirá nadie —él se inclinó hacia delante—. Tenemos buenas defensas
y...

—¿Puedes prometerme que nadie morirá si decido no entregarme?

Él dudó un momento.

—No.

—Entonces... —negó con la cabeza—. No sé por qué quisisteis que me quedara. No


debería estar aquí. Ojalá no hubiera pedido a Jake. Todo sería tan fácil...

—No sería fácil —Rhett apretó los labios.

—Rhett, tienes que pensar en los demás, yo...

—Que le den a los demás. A todos. Yo te quiero a ti.

Ella lo miró por unos segundos, muda.


—Somos una familia, Alice. La familia está unida siempre. Aunque haya problemas. Y si
un miembro de la familia está en peligro, los demás lo protegen.

Alice agachó la mirada un momento, recuperando la voz.

—¿Habrías hecho lo mismo por Trisha? —preguntó en voz baja—. Ella también es
parte de la familia.

—Sí —ni siquiera titubeó—. Aunque dijera lo que dijo en la reunión.

—No puedes culparla por querer salvarse. Ha pasado por tanto.

—Y ha llegado aquí gracias a ti. Igual que Kenneth, Kai, Eve, Blaise... y yo. Todos
hemos llegado aquí porque tú no paraste hasta que encontraste una forma de volver a
casa, con los nuestros. Te debemos nuestra vida y, ahora que tú necesitas nuestra ayuda,
te han dado la espalda. Tenemos derecho de sobra a culparla.

Ella suspiró. No sabía qué decirle.

—Prométeme que no te entregarás —él le levantó la cara por la barbilla—.


Prométemelo.

—No puedo prometerte eso y lo sabes. Él

tragó saliva, mirándola.

—Por favor, no lo hagas —dijo en voz baja.


No lo había escuchando suplicar algo jamás. Ella se quedó sin palabras de nuevo.

—No lo hagas —repitió Rhett—. Te necesito.

Alice no se atrevió a mirarlo. Sentía que iba a ponerse a llorar de nuevo. Después,
negó lentamente con la cabeza.

—Espero que tengas un buen plan de defensa —masculló.

Vio, de reojo, que Rhett esbozaba una pequeña sonrisa tras un momento de duda.
Después, se inclinó hacia ella y empezó a besarla.

***

Cuando entró esa tarde en el hospital, vio que Eve estaba despierta, leyendo un libro.
Alice enarcó una ceja al ver que era un libro de historia de antes de la guerra.

—Hola, Alice —Eve sonrió, bajando el libro—. Ven, siéntate. Me alegro de verte.

—Eres de las pocas que me dicen eso hoy —masculló Alice, moviendo la silla para poder
sentarse a su lado.

Eve estaba pálida y delgada. Esos días, había tenido algún que otro problemas con su
hijo y Tina había decidido tenerla en observación durante el mes que le quedaba para
dar a luz.

—Ya he oído lo del padre John —murmuró Eve, mirándola con cierta lástima—.
¿Fue tu creador?

—Y el padre de la dueña de mis recuerdos de humana —masculló Alice. Sintió que podía
contárselo a Eve sin miedo—. ¿Lo conociste cuando vivías aquí?
—Solo lo vi unas cuantas veces. No fue mi creador. Siempre me pareció... muy
simpático en comparación con los demás padres.

—Sí, yo pensaba lo mismo al principio —ella quería cambiar de tema, así que señaló
su libro—, ¿qué es eso?

—Estoy intentando aprender un poco de historia humana —murmuró Eve con una
pequeña sonrisa—. Quiero aprovechar el tiempo que tenga que estar aquí.

—Yo era una androide de información —murmuró Alice—. Puedo contarte casi toda la
historia de los humanos y todas y cada una de las características de este lugar. Al menos,
las que los padres no me ocultaban.

—Yo era de agricultura —Eve esbozó una sonrisa triste.

—¿En serio?

—Sí. Me pasaba el día entero en los huertos interiores, programando las máquinas que
hacían que las plantas no murieran... puedo decirte el nombre de más de dos mil plantas,
flores y arbustos distintos.

Las dos sonrieron con la mirada perdida.

—Mis favoritos eran los androides de protección —murmuró Alice—. Solía


pensar en lo genial que sería que te entrenaran desde tu nacimiento para proteger a
alguien.
—Mírate ahora —Eve sonrió—. Fuiste mi protectora durante todo el camino.

Alice no supo qué decirle. No estaba acostumbrada a los halagos y hacía que sintiera algo
de vergüenza.

—¿Por qué parte vas? —le preguntó, señalando el libro.

—Siglo veinte —murmuró Eve—. He intentado evitar guerras, pero... estos siglos están
tan llenos de ellas... a mí lo que me gusta es ver cómo vivían.

—Sí, vivían mejor que nosotros. Eso seguro.

—Cuando vivía aquí, mi creador tenía una fotografía de su vieja casa en la mesa. La
recuerdo perfectamente. Era una casa blanca con ventanas grandes y, por algún motivo,
una puerta roja. Me imaginé una y mil veces siendo humana, pudiendo vivir ahí. Entrar y
salir por la puerta roja. Poder tener mi huerto, mi propia casa... Poder hacer lo que
quisiera.

Miró a Alice.

—¿Qué hubieras hecho tú de haber estado en el mundo humano?

Alice esbozó una pequeña sonrisa.

—Ir al cine.

Eve la miró, confusa, sin comprender.

Estuvo un buen rato con ella charlando, pero no tardó en aparecer Tina para decirle que
Eve tenía que estar tranquila. Alice se marchó rápidamente,
intentando evitar que le empezara a preguntar si estaba bien. Amaba a Tina, pero en ese
momento era lo último que necesitaba.

La tarde le pareció eterna. Se la pasó entera en la antigua biblioteca. Había pasado tanto
tiempo ahí cuando esa era su zona... solo para recabar más y más información. Y, ¿para
qué le había servido? Para saber datos históricos estúpidos. Pero hasta llegar a Ciudad
Central no había aprendido lo que era una preciosura, una película, la música... e incluso
besar a alguien.

Estaba revisando un libro sobre la Edad Media cuando notó que alguien se le
acercaba por detrás. Se dio la vuelta con el ceño fruncido, pero se detuvo en seco
cuando vio que era Kai, que hiperventilaba.

—Hola —dijo, jadeando—. Madre mía, cómo cansan esas escaleras.

—Y eso que las has bajado —sonrió Alice.

Kai respiró hondo y pareció centrarse de nuevo.

—Tengo que enseñarte algo.

—¿Davy y tú habéis descubierto algo?

—No, solo yo —Kai sonrió, entusiasmado—. Ven, corre.

Dejó el libro en su lugar y lo siguió por las escaleras. Kai parecía ansioso.

—He oído lo de los invasores —comentó él. Alice suspiró.

—¿Y qué piensas de ello?


—Has hecho bien en negarte a ir con ellos —dijo, para su sorpresa—. Lo único que les
mantiene alejados de usar la violencia contra este lugar eres tú. Y no es que vayan a
cambiar su forma de ser porque te entregues. Nos matarían igual.

Alice lo miró de reojo mientras entraban en una de las salas del primer piso. Kai cerró la
puerta tras de sí y ella vio que estaban en una habitación con una camilla y una máquina
bastante grande que no había visto nunca. La máquina tenía una silla, una pantalla
grande y una extensión que cubría la parte de la camilla en la que suponía que iba la
cabeza.

—Creo que, por ahora, no deberíamos contárselo a nadie que no deba saberlo sí o sí —
masculló Kai, enseñándole la llave—. La encontré en la biblioteca. En uno de los
cajones de las mesas. Me pareció que...

—Kai —ella no quería ser desagradable, así que sonó tan amable como pudo—, al grano,
por favor.

—Ah, sí —él sonrió ampliamente—. La cosa es que empecé a mirar a ver cómo
funcionaba y... bueno, es un prototipo de intercambiador.

Alice parpadeó. Él pareció un poco decepcionado por la falta de reacción.

—¿Y qué es un intercambiador? —preguntó ella, confusa.

—A ver, no sé cómo se llamará en realidad. Yo le he puesto ese nombre porque me ha


gustado y porque creo que...
—Kai.

—Perdón, perdón —se centró de nuevo—. A ver, sabes que todos los androides tienen
una función, ¿no?

Ella asintió con la cabeza.

—Pues resulta que esa función no la enseñan. Es decir, puedes ir ampliándola leyendo
libros, con prácticas... bueno, todo eso. Pero la información base está implantada en tu
cerebro por ser androide.

—Sigo sin entender a dónde quieres llegar —murmuró Alice, confusa.

—Verás —él se acercó a la máquina y le puso una mano encima, como si fuera su niño
pequeño—, esta grandullona de aquí es la que se encarga de poner las placas vacías de
información en los cerebros de los androides.

—¿Placas vacías... de información?

—Cuando os crean, añaden un chip en vuestro cerebro, en la parte del


conocimiento —añadió él, entusiasmado—. Es una placa de información
completamente vacía. Y esto sirve para poder llenarla con la información
deseada.

Ella se acercó, empezando a entenderlo todo.

—Por lo tanto, si consiguiera adivinar cómo funciona esto... —Kai hizo una pausa.

—¿Qué? —Alice se impacientó.

—Perdón, quería darle un toque dramático.

—¡Kai!
—¡Vale! La cosa es que, si consigo que funcione, puedo modificar tu placa de
información. Y la de cualquier androide.

Ella se sentó lentamente en la camilla, mirándolo.

—¿Podrías quitarme la información que tiene?

—Quitártela, añadir información nueva. Podría darte los conocimientos necesarios como
para hacer artes marciales a la perfección. O saber conducir. O incluso resolver
problemas matemáticos. Si la gente todavía diera clases nos haríamos ricos —él suspiró,
como si eso fuera lo mejor que le había pasado en la vida—. Esto es tan Matrix... que me
encanta.

Ella lo miraba con la boca abierta.

—Y eso no es todo, Alice. Hay algo mejor.

—¿El qué? —preguntó, atónita.

—Puedo extraer información de otro androide y añadírtela.

—¿Qué...? ¿Cómo?

—No conozco muy bien cómo funciona esto, así que, por ahora... solo podría hacerlo
si el androide en cuestión viniera aquí y me dejara usar la máquina, pero...

Él buscó en una de las mesas del fondo y sacó algo que a Alice le pareció una linterna
en miniatura. Kai apretó el único botón que tenía y la pequeña linterna emitió una luz
blanca que solo se vio durante un milisegundo. Alice parpadeó, frunciendo el ceño.

—Ellos usaban esto —murmuró Kai, mirándolo—. Tengo que descubrir cómo conectarlo
con la máquina. Si lo consiguiera, podrías hacerle esto en los ojos a cualquier androide del
mundo y yo recibiría la información al instante aquí, en la máquina.
Alice agarró la pequeña linterna plateada cuando él se la ofreció.

—Usaban esto para las pruebas médicas —murmuró Alice, negando con la cabeza
—. Solo querían asegurarse de que no aprendíamos nada que no les interesara.

Él la miró un segundo y se escondió la linternita en el bolsillo cuando Alice se la devolvió.

—Kai... —no sabía ni qué decirle—. Esto es... es mucho. Es... increíble.

—Hacía mucho tiempo que no me sentía útil haciendo algo —murmuró él, algo
avergonzado—. Pero me alegro de que te sirva para algo, Alice.

—¿Para algo? —ella se puso de pie y lo agarró por los hombros—. Kai, ¿no te das
cuenta? Si consiguiera usar esto para...

Se detuvo a sí misma. Kai parecía confuso cuando a ella le brilló la mirada.

—Tengo que hablar con Max —murmuró.

—¿Ahora?

—¿Sabe lo de la máquina?

—Se lo he dicho antes, como no te encontraba... ¡oye, podrías despedirte, al menos!

Alice ya estaba subiendo las escaleras a toda velocidad. Llegó al despacho de Max con
el corazón acelerado, pero no por haber corrido. Sino por la emoción.

Max estaba solo, sentado en su mesa con unos papeles delante. Levantó la cabeza y
entrecerró los ojos cuando vio que Alice se acercaba a él con la respiración
acelerada y los ojos brillantes.
—Max —ella se sentó a su lado, embriagada por la emoción—, tengo que decirte
algo.

Y él, por primera vez desde que lo conocía, le dedicó una pequeña sonrisa.

—¿Cuál es el plan?
CAPÍTULO 28

—No, sigo sin saber muy bien como va... —masculló Kai—. Es decir, puedo
intentar quitar información, pero ponerla... es un lío de...

—Lo necesitamos para mañana —le dijo Max.

Kai siempre se ponía nervioso cuando Max le hablaba. Empezaba a ponerse rojo por
la presión y movía las manos como un loco para gesticular al hablar.

—A ver, podría intentarlo, pero... —miró la linternita plateada—. Van a ser


muchas horas de trabajo y... dudo que pueda dormir...

—Pues cuanto antes empieces, mejor —le dijo Max—. Tranquilo, te lo


compensaremos cuando todo esto pase.

Kai suspiró y asintió una vez con la cabeza.

—Vale, pues... dejadme solo, supongo.

—Lo que necesites —Alice le sonrió un poco. Cuando

salieron de la sala, ella miró a Max de reojo.

—¿Y si no sale bien el plan? —preguntó—. ¿Cómo le recompensarás?

—Si no sale bien, moriremos todos y no reclamará ninguna recompensa —dijo él, tan
tranquilo como si hubiera dicho que iba a llover.

Alice se apresuró a seguirlo por el pasillo. Max siempre andaba a pasos agigantados y,
además, tenía las piernas más largas que ella. Se detuvo junto a una de las ventanas que
daban al patio, tocándose el cinturón con las armas instintivamente.

—La nieve se está empezando a fundir —murmuró, casi para sí mismo.


—¿Y eso es bueno?

—Charles y los suyos podrán irse y, si todo va bien, podremos volver a iniciar las
exploraciones.

Alice asintió, mirando por la ventana. Sin embargo, volvió a girarse hacia él cuando notó
que la miraba.

—¿Estás entrenando con Rhett.

—Cada día.

—¿Estos cinco últimos días?

—Más intensivamente todavía.

—¿Cuántas horas?

—Unas... cuatro o cinco. Por día.

—Pues que sean el doble. Ella

suspiró disimuladamente.

—Créeme, Rhett hace lo que puede y más para que pueda defenderme llegado el
momento.

—Me parece perfecto. Pero vas a entrenar el doble. Hasta que no puedas más. Y
céntrate en la parte de disparar y correr.

—Sí, capitán.

—Alice —advirtió, enarcando una ceja.

—Capitán es un apelativo precioso —protestó.


—Intentaré ignorar eso.

—¿Y por qué no puedo centrarme en la parte de luchar? —preguntó ella,


confusa.

—He visto cómo peleas —Max enarcó una ceja—. Intenta salir viva disparando o
corriendo. Tendrás más posibilidades.

—Menos mal que te tengo a ti para animarme...

—La ironía es una forma muy baja de ingenio —replicó—. ¿Tienes arma propia?

—¿Arma propia? —ella estuvo a punto de reírse—. Creo que no he tenido arma propia
en mi vida. Lo más cercano a eso fue el revólver que ese chalado de ahí fuera me dio
hace un año.

—¿Chalado?

—Jake lo usa mucho —se encogió de hombros.

—Chalado —repitió Max, y le pareció que ponía los ojos en blanco—. A estas
alturas, deberías tener arma propia.

—Tampoco es que usara demasiado el revólver.

—Al final, te salvó la vida —le dijo Max, mirándola—. Tener un arma encima
siempre es muy importante, Alice.

—Bueno, puedo ir a la armería a ver si hay alguna que pueda...


—Sígueme.

Ella suspiró. Nunca dejaba que terminara de hablar. Max bajó al gimnasio y entró en la
sala de armas, que todavía estaban desordenadas porque nadie se había molestado en
separarlas por grupos.

—¿Puedo elegir la que quiera? —preguntó, ilusionada, haciendo una inspección visual a
su alrededor.

—No.

Max la cortó, tan serio como siempre. Ella le puso mala cara.

Entraron en la sala contigua, la de tiro. Max acercó uno de los muñecos sin cambiar su
expresión y lo dejó a unos ocho metros de distancia.

—¿Vas a hacerme una prueba de habilidades para ir a avanzados? —bromeó ella.

—¿En qué momento has pasado de vagar por los pasillos como un alma en pena a
hacer bromas a cada cosa que te digo?

—Tener un plan me pone de buen humor —Alice sonrió ampliamente—. Me hace


sentir menos inútil.

—No te llames a ti misma inútil —le ordenó él.

Alice suspiró y vio, de reojo, que Max se sacaba una pistola del cinturón. La sospesó un
momento y luego se la dio a ella.

—Pruébala.
La agarró, cautelosa. Era más ligera que las que había solido usar. Y el diseño era mejor.
Era evidente que era mejor que las de clase. Y apenas estaba usada. Miró el cargador y
levantó las cejas.

—Quince balas —murmuró, sorprendida.

—¿Qué tipo de balas?

—Mhm... ¿9mm?

—¿Me lo preguntas o me lo dices?

—9mm.

—Muy bien. Cárgala.

Alice hizo lo que le decía con una práctica sorprendente. Recargar la pistola le recordaba a
ese tiempo lejano en que daba clases con Rhett y se ponía de buen humor.

Se colocó con los pies y los hombros correctamente y apuntó al objetivo, intentando
equilibrarse. Parecía que hacía años que no hacía eso. Últimamente, se había dedicado a
disparar sin más, sin apuntar... aunque tampoco le había ido mal.

Cuando apretó el gatillo, notó que el arma apenas tenía retroceso. Sí que era de buena
calidad. Hacía que disparar fuera más sencillo, incluso. El muñeco tenía un agujero
perfecto entre ambos ojos.

—No está mal —murmuró Max—. Puedes vaciarlo. Intenta no darle dos veces a la
misma zona.
Alice sonrió y le dio de lleno en la entrepierna. Después, en el corazón.

—¿Me has dado tu pistola? —preguntó ella, disparando en la rodilla—. Porque es una
pasada.

—¿Te gusta?

—Dudo que a alguien no le guste, la verdad.

—Solo la he usado una vez.

—Entonces, ¿es tuya?

—No.

—¿Y de quién es?

—Iba ser de mi hija.

Alice se quedó apuntando un momento, paralizada. Max nunca le había hablado de su


hija. Tardó un momento en seguir disparando como si no hubiera pasado nada. Sabía que
a Max no le gustaría que intentara decir algo para reconfortarlo. De hecho,
probablemente se enfadaría.
Seguro que ni siquiera había cambiado su expresión. Aunque Alice estaba empezando a
pensar que era solo una máscara para ocultar lo que sentía de verdad.

—¿De Emma? —preguntó Alice en tono casual.

—Sí.

—¿Y la usaste tú?

—Una vez. Para probarla.

—¿Y...? —ella tuvo que aclararse la garganta para que no se notara que estaba nerviosa—.
¿Estás seguro de que quieres que me la quede?

—Sí.

—Pero... si iba a ser suya...

—Dudo mucho que te la pida, la verdad.

Alice se detuvo y lo miró, sorprendida. ¿Así hacía bromas Max? Tenía un


sentido del humor muy negro.

Pero tampoco estaba sonriendo. Alice miró la pistola.

—Yo no... —Alice la bajó, como si ardiera—. No sé si deberías dármela, yo...


—Ya te la he dado —la interrumpió, mirándose el reloj—. Practica todo lo que puedas
hasta que te canses. Y ponte un cinturón para llevarla. Yo tengo cosas que hacer.

—Pero... ¡Max!

—Cállate y dispara.

No esperó una respuesta. Se marchó sin siquiera mirar atrás. Alice miró la pistola
de nuevo y apuntó de nuevo al objetivo.

***

Alice se pasó la tarde entera en esa sala. No estaba segura de si era porque quería
desahogarse disparando a algo o porque quería estar sola, pero se sintió mucho mejor
cuando fue a la cafetería. Charles estaba sentado ahí con Blaise, Jake y Kilian.

—...así que, queridos niños —estaba diciendo Charles tranquilamente cuando Alice se
sentó a su lado—, la lección de hoy es que no os metáis con una persona más grande que
vosotros a no ser que tengáis un buen cuchillo.

—O sepáis correr rápido —añadió Rhett, sentándose al otro lado de Alice.

Jake negó con la cabeza.

—Trisha venció a Kenneth y es más pequeña que él.

—Pero Kenneth no es una persona, es un orangután —masculló Rhett.

Alice le dio un manotazo en el brazo mientras Blaise y él se reían con crueldad.


—¿Habéis visto las defensas? —preguntó Jake, cambiando de tema—. Rodean todo el
edificio.

Era difícil no verlas. Alice había pasado parte de la mañana ayudando a construirlas. Eran
bloques de madera, sacos o cualquier cosa que sirviera para ocultarse y disparar a quien
entrara por la puerta del muro. Además, habían preparado material para tapiar ventanas y
puertas si era necesario.

—Son necesarias —le dijo Rhett.

—¿Podremos salir con vosotros a pelear? —preguntó Blaise, ilusionada.

Alice la miró un momento. Blaise solo quería matar al padre John porque lo culpaba de
que su madre estuviera desaparecida. Pero, era tan pequeña...

—Vosotros estaréis aquí, en la cafetería —dijo Rhett, comiendo sin siquiera mirarlos.

—¿Por qué no podemos ir? —a Jake le salió la voz aguda por la indignación.

—Porque sois unos críos.

—La sensibilidad personificada —Charles sonrió, divertido.

—¡No somos críos! —protestó Jake.


—Lo sois. Y si os ponéis en medio de una pelea, seréis un estorbo —le dijo Rhett
sin inmutarse—. Ya os cansaréis de pelear cuando seáis mayores.

—Esto no es justo.

—La vida no es justa.

—¡Tengo derecho a proteger a Alice tanto como tú!

Ella no pudo evitar dedicarle una sonrisa triste. Rhett suspiró, dejó la cuchara y miró
fijamente a Jake.

—¿Quieres saber qué pasará si alguno de vosotros sale ahí fuera mañana a pelear?

—Rhett... —Alice conocía esas preguntas de Rhett cuyas respuestas nunca te


gustaban.

De hecho, le había dedicado unas cuantas y, aunque todas eran ciertas, siempre la habían
dejado peor de lo que ya estaba.

—No —él no despegó la mirada de los dos—. Tienen derecho a saberlo.

—Muy bien —Blaise entrecerró los ojos—, ¿qué pasará?

—En caso de que tengamos que dispararnos los unos a los otros, cosa que no está muy
clara, vais a ser los primeros en asustarse porque no tenéis conocimiento suficiente sobre
armas o sobre defensa. Sois demasiado pequeños. Así que intentaréis entrar, pero las
puertas estarán cerradas por el ataque. Lo más seguro es que os dé un ataque de pánico
en medio de la pelea.
Y, claro, Alice será la primera en acudir a ayudaros. El problema es que ella puede
defenderse a sí misma, pero en el momento en que la distraigáis, ellos lo usarán en su
contra. Lo más seguro es que terminen consiguiendo arrastrarla con ellos y, después de
eso, nos terminen matando a todos.

Hizo una pausa, enarcando una ceja.

—¿Tengo que repetir que vosotros os quedaréis aquí o ya lo tenéis claro?

Blaise y Jake intercambiaron una mirada antes de asentir lentamente con la cabeza.

—Bien —Rhett se giró hacia Alice y su expresión volvió a ser la de siempre—. Oye,
¿te vas a comer eso?

***

Ya sabía que no podría dormirse mucho antes de meterse en la cama. Se duchó, se puso
su pijama improvisado y, tras media hora en la oscuridad, encendió la luz y salió de esa
habitación, llamando con los nudillos a la de al lado.

Rhett le abrió la puerta y la miró con una pequeña sonrisa.

—¿Tanto te ha gustado rememorar las clases que también quieres rememorar esto de
presentarte aquí en medio de la noche?

—Algo así —ella pasó por debajo de su brazo.

Su habitación era una copia de la otra. Alice no esperó que la invitara y se sentó de piernas
cruzadas en su cama, mirando por la ventana. Escuchó a Rhett
cerrando la puerta y acercándose para sentarse delante de ella, con un hombro apoyado en
la pared.

Estuvieron un rato en silencio. Le gustaba estar así con Rhett, sin decir nada. A veces,
sentía que estar con él era como un calmante. Uno muy agradable.

—¿En qué piensas? —le preguntó él al cabo de unos minutos.

—Todo el mundo actúa como si nada... —ella negó con la cabeza—. Pero mañana
podríamos... terminar muy mal.

—Tú y Max tenéis un plan, ¿no?

Max había decidido que solo ellos dos supieran los detalles, pero Rhett y Tina sabían de su
existencia. Eran los únicos en la ciudad.

—Sí, pero... ¿y si sale mal?

—Si quieres un consejo, no te pongas nerviosa hasta que sea necesario.

—Últimamente, siempre es necesario.

—Ahora no lo es —él ladeó la cabeza—. Yo no veo a ningún científico loco


asomándose por la esquina de mi habitación. Creo que estamos a salvo.

Ella sonrió, negando con la cabeza. Sin embargo, la sonrisa no tardó en desaparecer.
—Pero... ¿qué pasa si ganamos?

—Podríamos robar alcohol a Charles y celebrarlo —bromeó Rhett.

—¿Alcohol? ¿En serio?

—La última vez que me emborraché lo pasamos bien, ¿no?

—Lo digo en serio —ella suspiró—. Es que... ¿cuál es el plan después de eso?
¿Seguir viviendo aquí hasta que muramos?

—Es una opción.

—Rhett, este lugar está bien, pero... —frunció el ceño, no sabía ni cómo decirlo—, ¿no te
sientes como si no estuvieras en casa? ¿Como si estuvieras en un campamento de verano
que nunca termina?

—¿Verano? Hay nieve ahí fuera.

—¡Céntrate en lo importante!

—¿Cómo demonios sabes qué es un campamento de verano?

—Vi fotos en la biblioteca. Responde a mi pregunta.

Él lo consideró un momento, poniéndose serio de nuevo.


—No lo sé —murmuró—. Puede no ser la mejor opción, pero... no hay muchas más
alternativas.

—Podríamos... construir un sitio nuevo —ella se encogió de hombros—. Sería


nuestro. Nuestra casa. Podríamos empezar todos de cero.

—Si te vas a poner a construir, yo veo más útil reformar Ciudad Central —
bromeó él.

Ella se quedó mirándolo un momento.

—Alice, era broma.

—No. Es una buena idea.

—Suponiendo que ganemos y sigamos teniendo ganas de hacer algo


productivo... ¿de verdad quieres volver ahí?

—Sí.

—Alice, volaron la ciudad. Es un nido de escombros y cenizas.

Alice agachó la cabeza.

—Ese ha sido el único lugar del mundo en el que me he sentido como si


estuviera en casa.
Hubo un momento de silencio. No levantó la cabeza. No sabía qué decir. Rhett suspiró.

—Muy bien —dijo él—. Si mañana ganamos, seguimos quedando más de diez
personas vivas y alguien decide que esto es buena idea, me comprometo a ayudarte.

—Esas son muchas condiciones —pero Alice ya estaba entusiasmada.

—No he dicho que fuera a hacerlo fácilmente —él enarcó una ceja—. Soy bueno
enseñando a dar puñetazos, no restaurando una casa.

—Tampoco eres tan bueno enseñando a dar puñetazos.

—Fingiré que no has dicho eso.

—Podríamos hacernos una casa —Alice le sonrió de reojo—. Para los dos. Como
la de la Unión.

—Gran ejemplo. El último recuerdo que tengo de esa casa es un pasillo lleno de sangre.

—Oh, vamos, ya me entiendes.

Rhett ladeó la cabeza.


—No estaría mal —dijo, al final.

—Y Jake, Kilian, Blaise, Eve y su hijo podrían venir con nosotros a...

—Eso ya está un poco peor.

Alice sonrió, divertida.

—Pues solo nosotros dos.

—Menudo paso en nuestra relación —murmuró Rhett—. ¿No debería pedirle el


consentimiento a tus padres? Seguro que tu padre me diría que sí.

—Seguro que el tuyo también estaría encantado si nos viera viviendo juntos y felices.

—Sí, vive para nuestra felicidad.

—Igual que el mío.

Los dos sonrieron un poco. A Rhett se le borró la sonrisa paulatinamente mientras


se apoyaba en la pared, pensativo.

—Uno de mis mayores miedos siempre ha sido parecerme a él —dijo en voz baja.

Alice lo observó en silencio. Él no la miraba. Tenía expresión algo triste. Le entraron


ganas de abrazarlo, pero con Rhett era difícil saber si lo aceptaría.
—Y me aterraba aún más la perspectiva de tener un hijo y tratarlo como él me trataba a
mí.

Ella no supo qué decir. Estiró la mano y la puso sobre la suya. Rhett la miró por fin.

—No te pareces en nada a ese hombre.

—Oh, nos parecemos —aseguró—. Somos igual de cabezotas.

—Si te consuela, a mí me gusta que seas cabezota...

—Gran halago.

—...aunque a veces me saques de quicio.

—¿Que yo te saco de quicio? —preguntó, enarcando una ceja—. ¿Hablamos de tus


preguntas indecentes?

—No eran indecentes, era curiosidad.

—Me preguntabas literalmente todo lo que se te venía a la cabeza.

—¡Estaba aprendiendo!

—¿Qué es eso de juntar bocas? —él imitó su voz.

—¡No haberme puesto esas películas perversas!


—¿Esas películas eran perversas? —arrugó la nariz—. Menos mal que no tengo porno.

—¿Qué es...? —se cortó a sí misma al ver su sonrisa burlona—. No quiero saberlo.

—Oh, sí que quieres saberlo.

—No quiero.

—Sí quieres.

—¡Que no!

—Si me lo pides bien, te lo diré.

Ella había quitado su mano. Se cruzó de brazos, testaruda. Sin

embargo, unos segundos después, lo miró con mala cara.

—¿Qué es el promo?

—Porno —dijo Rhett, divertido.

—¿Qué es?
—Un animalito muy bonito —sonrió él, burlón.

Ella hizo un ademán de levantarse, enfadada, pero la detuvo por el brazo.

—Vale, vale. Es cine sobre sexo.

—¿Sobre... sexo?

—Sí.

—¿Y se ve... sexo?

—Ese suele ser el objetivo, sí.

—Oh.

Estuvo unos segundos considerándolo. Rhett entrecerró los ojos.

—No sé si quiero saber qué está pasando por esa cabecita perversa.

—¿No tienes... ninguna película de esas?

—¿Y tú para qué quieres eso?

—¡Es curiosidad!

—Lo que te faltaba. Ver porno.

—Si tú no me enseñas lo que es el sexo, tendré que aprenderlo de algún lado.

Sonrió, negando con la cabeza.


Entonces, Alice vio que su sonrisa iba transformándose en una expresión que no entendió
muy bien. Ella lo observó con los ojos entrecerrados cuando vio que se quedaba
mirándola fijamente.

—¿Qué he hecho ahora? —preguntó, enfurruñada.

—Nada.

—Mhm... —Alice no estaba muy convencida—. ¿Y por qué me miras así?

—Estaba pensando.

—¿En qué?

—En que mañana podríamos morir —dijo lentamente—. Sería una pena que
murieras virgen.

Alice se quedó mirándolo con la boca abierta. Recordaba haber dicho eso en el pasado,
pero nunca hubiera pensado que oírselo decir a Rhett fuera a hacer que se pusiera roja
como un tomate. Ni siquiera sabía por qué se había ruborizado.

—¿Estás...? ¿Qué...? —de pronto, estaba muy nerviosa—. ¿Cómo...?

Rhett empezó a reírse, divertido.

—Hay que ver... tanto tiempo diciendo que querías hacerlo y, cuando lo insinúo yo, te
pones roja y empiezas a balbucear.

—Yo... n-no... —ella se aclaró la garganta, avergonzada—. No estoy


balbuceando.
—Sigues estando roja.

—¡No estoy...! —se cortó a sí misma al ver su sonrisa se ensanchaba. Se había


ruborizado aún más—. No estoy roja, ¿vale?

—Es verdad. Ahora estás carmesí.

Ella agarró una almohada y se la tiró a la cara. Rhett la agarró, divertido.

Era extraño estar riendo ahí dentro con lo que pasaba ahí fuera. Por un momento, fue
como si todo volviera a la normalidad. Como si fueran una pareja cualquiera. Y, aunque
Alice estaba irritada con él, se había olvidado por primera vez en mucho tiempo de todos
sus problemas.

—Me lo tomaré como un no —dijo Rhett, levantando la almohada.

—¡No es un no!

—¿Es un sí?

—¡No! —¿por qué estaba tan nerviosa?—. No lo sé. Cállate.

—Bueno —Rhett sonrió—. Por ahora, nos olvidaremos de eso.

Alice asintió un poco con la cabeza. Le había entrado el pánico solo de pensarlo. Y eso
que había estado insistiendo durante mucho tiempo... Rhett tampoco parecía muy
sorprendido. Quizá sabía que haría eso.
—De todas formas, ¿quieres quedarte aquí?

Ella se había calmado un poco. Asintió con la cabeza.

Rhett se apartó para dejarle sitio y Alice se tumbó delante de él. Hacía mucho tiempo que
no dormían los dos solos. Se acurrucó en la almohada y sintió su brazo por encima de su
cintura. Tenía su pecho en la espalda. Era agradable. Cerró los ojos cuando notó que Rhett
apoyaba la cabeza al lado de la suya.

No hizo falta decir nada más. A pesar de que había creído que no podría dormir esa
noche, estar con él la calmaba. Apenas unos minutos después de cerrar los ojos, se había
dormido profundamente.

***

Alice levantó la cabeza cuando alguien se sentó delante de ella en la cafetería. Jake, Blaise
y Kilian. La niña se sentó a su lado y los otros dos al otro lado de la mesa.

—¿Estás nerviosa? —preguntó directamente Jake.

Ella no supo qué decir. Todo el mundo la miraba significativamente, pero nadie se
había atrevido a preguntarle nada del tema hasta ese momento.

—¿Vas a comerte eso? —Blaise sonrió inocentemente.

Alice le dio su postre y ella aplaudió felizmente.

Últimamente, daba su comida a todo el mundo. Esos días no había tenido mucha
hambre.
—Estoy bien —le dijo a Jake—. Nunca es fácil enfrentarte a tu padre.

—Ah, claro, él fue tu creador —masculló Jake.

Ella lo miró un momento, pero apartó la mirada cuando notó que Kilian la observaba.

—Un creador es mucho más que eso —aseguró Alice en voz baja—. Es como si hubiera
sido... mi padre de verdad.

—Pues tu padre de verdad o de mentira no me cae bien —le dijo Blaise secamente—.
Deberíamos encerrarlo en una jaula por amenazarnos. Es lo que él nos hacía a nosotros.

—No me parece mala idea —dijo Jake.

Kilian asintió felizmente con la cabeza.

—Es una buena idea —Rhett acababa de aparecer y se sentó al otro lado de Alice—,
pero hay un concepto un poco raro llamado civismo. Igual el término os suena de algo.

—A mí no me suena —dijo Blaise, confusa.

—Venga ya —Jake lo señaló con su cuchara—, ha amenazado a Alice, ¿cómo puedes


estar tan tranquilo?

Alice y él intercambiaron una mirada. Ellos ni siquiera sabían que tenían un plan.
—Wow —Jake se cruzó de brazos—, ¿detecto algún secreto entre vosotros?

—Definitivamente —dijo Blaise, mirándolos.

—Chicos... —empezó Alice.

—Escúpelo —Blaise entrecerró los ojos.

—Tú come y calla —la cortó Rhett antes de girarse hacia Jake—. Y tú también.
Aprende de tu amiguito el mudo.

—¡No es mudo, es reflexivo!

—Pero si nunca ha dicho nada.

—Porque no necesita palabras para expresarse —Jake entrecerró los ojos.

—¿Y qué está pensando ahora, entonces?

Jake lo miró de reojo. Kilian le dedicó una sonrisa.

—Piensa en lo idiota que eres —le dijo Jake a Rhett.

Él le sonrió irónicamente.
—Vamos, no os habléis mal —pidió Alice, suspirando—. ¿Por qué tengo que deciros
yo siempre estas cosas?

—Eres la mamá del grupo —Blaise sonrió ampliamente.

—¿Qué? —ella frunció el ceño—. No lo soy.

—Sí lo eres —dijo Jake.

—¡No es verdad!

—Mamá —se burló Jake.

—Para ya.

—Mamá, mamá—Blaise le pinchó el brazo con un tenedor.

—¡Parad!

—La mamá del grupo —Rhett sonrió, divertido.

—Oh, ¿tú también?

—Si no puedes con el enemigo, únete a él.


—Genial, solo os ponéis de acuerdo para meteros conmigo —ella negó con la cabeza—.
No sé si sentirme halagada o si tiraros comida a la cara.

Justo en ese momento, Max entró en la cafetería. Él nunca comía ahí, así que era
extraño. Se detuvo junto a su mesa y miró a Alice fijamente.

—Vamos —le dijo, haciendo un gesto con la cabeza.

—Está comiendo —protestó Rhett.

—¿Tengo cara de que eso me importe? —le preguntó Max.

Alice no pudo evitar sonreír. Había tenido esa misma conversación con Rhett un año
antes.

—Vamos —repitió.

Alice se puso de pie mientras los demás protestaban por no saber de lo que
hablaban. Max no dijo nada en todo el camino.

Por supuesto, entraron en la sala donde Kai trabajaba. Él se puso de pie torpemente al
verlos entrar. Tina estaba con él, mirando intrigada la pantalla.

—Creo que hemos avanzado —Kai sonrió, ilusionado—. Mucho.

***

A Alice le temblaba el cuerpo entero mientras se ataba el cinturón. Los demás la


observan en silencio. El único que iba a salir con ella era Max. Los demás, tenían
órdenes de permanecer en el interior a no ser que las cosas se torcieran.
Las mismas normas se aplicaban en el otro bando. Nadie entraría en la ciudad, solo el
padre John y su acompañante.

Estaban en el vestíbulo del edificio principal. Parecía incluso pequeño con tanta gente
agrupada en él. Los únicos que se habían acercado de verdad a Max y ella eran los de
siempre. Alice miró a Blaise y Jake, que tenían expresiones tristonas.

—Estaré bien —les dijo, atándose bien la bota e incorporándose—. En veinte


minutos podremos ir a cenar todos juntos.

—¿Puedes prometerlo? —masculló Blaise.

Ella dudó un momento.

—No —dijo, poniéndole una mano en el hombro—. Pero, en el peor de los casos,
sé que tú cuidarías de Rhett y Jake, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza, aunque sorbió por la nariz.

Después, miró a Jake y a Kilian. El último se había mantenido al margen, como de


costumbre. Cuando vio a Jake con expresión preocupada, se le encogió el corazón. Era
de las últimas personas que quería preocupar en el mundo.

—Nos vemos en un rato —le dijo en voz baja.

—Nos vemos en un rato —repitió Jake, sin mirarla.


Max le hizo un gesto. Era hora de salir. El padre John y su acompañante se estaban
acercando.

Sin embargo, cuando se dio la vuelta, notó que la retenían del brazo. Rhett estaba
delante de ella. Nunca le había visto una expresión tan seria.

—Si pasa algo... —Rhett se había acercado a ella.

—Sé que tú serás el primero en salir a defendernos —ella sonrió.

Rhett dudó un momento antes de agarrarla con una mano de la mandíbula y plantarle un
beso en los labios. Cuando se separó, aunque solo habían pasado un puñado de segundos,
sintió que el aire no le llegaba a los pulmones. Max se aclaró ruidosamente la garganta.

—¿No habéis tenido mejor momento para esto? —preguntó, mirándolos y


sacudiendo la cabeza.

Alice lo miró por última vez y se dio la vuelta, subiéndose por completo la cremallera del
mono. Max abrió la puerta y ella la cruzó.

En cuanto ésta se cerró a sus espaldas y se quedó sola con Max, fue cuando los nervios y
el miedo empezaron a surgir de verdad. El padre John y Giulia estaban de pie en medio
del camino, mirándolos.

—¿Llevas la pistola? —preguntó Max en voz baja mientras se acercaba.

—Sí —susurró Alice—. Pero espero no tener que usarla. Max

suspiró.

—Yo también lo espero —admitió.


Alice se detuvo inconscientemente. Max la miró, extrañado. Ella nunca había estado tan
nerviosa. Estaba a punto de hiperventilar.

—Alice, no es momento de mostrar debilidad —le dijo él en voz baja.

—¿Y si... no sale bien? —preguntó ella en un susurro—. ¿Y si hago algo mal y todos
terminan...?

Max suspiró y se aseguró de que la oscuridad los rodeaba y el padre John y Giulia
no podían verlos. Se acercó a Alice y le puso una mano en hombro, haciendo que lo
mirara.

—Escúchame —le dijo en voz baja—, te he castigado, te he gritado y me he enfadado


contigo muchas veces, Alice, pero nunca ha sido porque hayas puesto en peligro a nadie.

—Hasta ahora —replicó ella, temblando.

—Mira, eres muchas cosas, pero no eres idiota —le dijo él—. Sabes lo que dices y sabes
lo que haces. Si hubiera creído que alguien en esta ciudad estaba más capacitado para
hacer esto, se lo habría pedido a él. Pero tú estás aquí. Y no es por nada.

Se separó y ella parpadeó, sorprendida.

—¿En... serio?

—No hagas que me arrepienta de esto solo por estar nerviosa —terminó.
Alice dudó unos segundos antes de esbozar una sonrisa nerviosa.

—¿Cómo consigues calmarme siempre hablándome así de mal? —masculló.

—Es un don —le pareció ver una sonrisa fugaz—. Ahora, cálmate. Te necesito
centrada en esto.

Ella respiró hondo.

—¿Estás lista?

—Sí —dijo, mucho más segura que antes.

—Bien. Voy detrás de ti.

Alice se adelantó y empezó a andar hacia ellos. En el momento en que la luz los tocó, el
padre John le dedicó una expresión sombría. En cuanto se detuvieron delante de ellos, vio
que, de hecho, parecía enfadado.

—¿Dónde está el chico?

Alice evitó a toda costa girarse para asegurarse de que Jake no se había vuelto rebelado
y salido del edificio. Rhett se habría ocupado ya de él. Ya estaría en la cafetería. Tenía
que calmarse y centrarse. Max tenía razón.

Se limitó a sostenerle la mirada.

—¿Dónde está? —repitió él.


—Protegido —dijo—. Lejos de ti.

No pareció gustarle mucho esa respuesta. Nunca lo había visto especialmente nervioso,
pero en esos momentos lo estaba. Cuando intentó aparentar calma con una sonrisa, vio
que le temblaban las comisuras de los labios. Casi parecía que quería decir algo pero se
contenía.

—Supongo que eso quiere decir que no quieres seguir en la vía diplomática.

Alice no respondió.

—Quieres la segunda opción, ¿no? La guerra.

—En realidad, quiero la tercera opción.

Eso pareció desconcertarlo.

—Creo que te dejé bastante claro que, sin el chico, no había trato.

—Lo dejaste muy claro.

—¿Y te atreves a venir aquí con...? —miró a Max con su máxima expresión de
desprecio—, ¿con qué? ¿Mi sustituto? ¿Ya has encontrado un padrastro?
Lástima que no vaya a durarte mucho.

—No necesitas un sustituto —le dijo Alice sin inmutarse—, porque nunca has sido
necesario en mi vida.
El padre John ya había perdido la compostura. Se apoyó con más fuerza en el bastón,
mirándola fijamente. Giulia tenía la mano ya en la pistola, esperando a una orden.

—Sabes que no tolero la insolencia, Alice —dijo él en voz baja—. No quieres jugar
conmigo ahora mismo, te lo aseguro.

—Solo he dicho la verdad.

—Entonces, ¿esa es tu elección? —preguntó, furioso—. ¿Vas a matarlos a todos solo


por ti y por el crío? Cuando te creé, intenté meter un poco de solidaridad en ti.
Solidaridad que le faltaba a la estúpida de mi hija. Veo que no ha arraigado muy bien.
Quizá, después de todo, no seáis tan diferentes.

—No somos diferentes, somos exactamente la misma persona. Solo que con una vida
distinta.

Él dudó un momento. No estaba acostumbrado a que le hablara así. Se estaba


enfadando más por momentos.

—Por eso los sacrificarás a todos, ¿no?

—No voy a sacrificar a nadie.

Max y ella intercambiaron una mirada. Giulia apretó la mano entorno a su arma, alarmada.

Entonces, Alice hizo un movimiento mucho más rápido de lo que se había esperado al
entrenar un rato antes y sacó algo de su bolsillo. En menos de un segundo, lo sujetaba
delante de la cara del padre John. Él parpadeó cuando el
destello blanco lo cegó. Después, dio un paso hacia atrás, llegando a estar a punto de
caerse con el bastón.

Al instante, Giulia hizo un ademán de sacar su pistola, pero se detuvo en seco cuando
Max la apuntó con la suya, mucho más rápido. Alice había oído ruidos de armas
apuntando en ambos lados de los muros. Todos los hombres del padre John la
apuntaban. Todos los de su ciudad lo apuntaban a él.

Y ella no se había molestado en tocar su pistola.

—Max, no seas idiota —masculló Giulia, con la mano en su pistola.

—No lo seas tú y quita la mano de ahí —replicó Max.

Ella dudó un momento antes de hacerlo y mirarlos con los labios apretados. El padre

John miraba a Alice fijamente, entre confuso y sorprendido.

—¿Sabes qué es esto? —preguntó ella, dándole una vuelta a la linternita


plateada entre sus dedos.

Él no respondió, pero por su expresión dedujo que sí que lo sabía.

—Resulta que hace unos días, en la biblioteca, encontré un libro muy interesante sobre el
inventario de máquinas para cuidar androides que tenéis aquí —dijo ella, jugueteando
con la linternita y mirándolo—. Al principio, dudaba que lo hubierais dejado atrás.
Llegué a pensar que era antiguo y ya no servía de nada. Si hubiera sido importante, no lo
habríais dejado ahí.

Hizo una pausa, deteniendo la linternita entre sus dedos.


—Pero... después me acordé de lo rápido fuiste viniendo al enterarte de que habíamos
venido aquí. A esta preciosa zona.

—Estás cometiendo un grave error, Alice —le dijo él en voz baja.

—Y, tras pensarlo un poco —ella lo ignoró—, llegué a la conclusión de que nunca le
diste demasiada importancia a la gente que vivía aquí con Max porque sabías que no
conocían ese tipo de tecnología y era imposible que la llegaran a usar correctamente. Sin
embargo, con un androide que conoce el funcionamiento de algunas de las máquinas y la
ayuda de alguien que trabajaba en la Unión... ahí te empezaste a asustar, ¿verdad?

Ella apretó los labios y se metió la linternita en el bolsillo lentamente, mirándolo.

—Hiciéramos lo que hiciéramos, ibas a matarlos —dijo en voz baja—. Solo


querías que Jake y yo saliéramos con vida.

Él no respondió.

—Porque tú destruiste nuestra ciudad, ¿no?

—Sí —ni siquiera parpadeó.

—Y nos dejaste ahí para morir —Alice lo decía precipitadamente—. No sé por qué lo
hiciste si ahora me necesitas, pero ese era tu objetivo en ese momento,
¿no? Que muriéramos.

—Piensa lo que queiras.


—Y no sé que hiciste en nuestras memorias, pero no podemos recordarlo —dijo en voz
baja.

El padre John esbozó una sonrisa amarga.

—Veo que, después de todo, sigues sin saber muchas cosas.

—Sé lo suficiente, John.

Por algún motivo que desconocía, ella supo que llamarlo así lo enfurecería. Tuvo el efecto
deseado. Su mirada se volvió sombría.

—Alice... —él sonaba furioso. Había usado su nombre como advertencia.

—No me voy a entregar.

—Muy bien —para su sorpresa, él se había calmado—. Has llegado lejos, Alice, te lo
concedo.

—¿Me lo concedes? —preguntó ella, casi divertida.

—Vamos a hacer un nuevo trato —replicó él—. Uno que nos beneficie a los dos,
¿qué te parece?

Ella entrecerró los ojos.

—Estoy deseando oírlo.

—No te haré nada. Ni a nadie de la ciudad. Tienes mi palabra.


—¿A cambio de qué?

—Del chico.

Ella negó con la cabeza, sonriendo.

—No lo necesito vivo para transformarlo, Alice —dijo él. Una amenaza.

Alice dejó de sonreír al instante y apretó los labios en una dura línea. El padre John dio un
paso atrás, sorprendido, cuando ella se acercó y se plantó justo delante de él, furiosa.

—El momento en el que decidas dar un paso cerca de él, será el momento en que
tengas una bala en el estómago —le dijo lentamente—, ¿lo has entendido bien?

Notó que Max la miraba de reojo y volvió a alejarse de John. Respiró hondo para
calmarse. Eso todavía no había terminado.

—Vamos a hacer un nuevo trato —Alice repitió sus palabras—. Uno que nos
beneficie a los dos. Pero esta vez lo diré yo.

—¿Tengo cara de querer seguir negociando nada contigo?

—Dile a Giulia que tire su pistola a mis pies.


Él dudó un momento antes de sonreír.

—¿Y por qué iba a hacer esa tontería?

—Porque eres un androide —le dijo lentamente—. Y eso con lo que te he


apuntado ha registrado todos tus datos sobre creación de androides al ordenador
que tiene mi amigo ahí dentro.

Él dejó de sonreír. Esta vez ni siquiera parecía enfadado. Se había quedado sin color en
la cara. Giulia tampoco pareció muy divertida al ver la cara de horror de su líder.

—Veo que sabes de qué máquina hablo —murmuró Alice—. Si ahora hiciera un gesto...
solo uno pequeño... él pulsaría un botón y todos esos registros desaparecían. No sabrías
crear ningún otro androide.

El padre John no decía nada. Alice estaba segura de que estaba pensando a toda
velocidad.

—La pistola —le recordó Max a Giulia.

Ella apretó los dientes cuando el padre John le asintió con la cabeza. Hizo un ademán de
tirar la pistola al suelo, pero Max la detuvo. Ella lo miró, confusa.

—Mejor el cinturón entero.

Giulia parecía furiosa cuando lanzó el cinturón con todas sus armas al suelo. Alice se
agachó tranquilamente y lo dejó detrás de ella, asegurándose de que no podrían
alcanzarlo.

—Volviendo al tema del trato... —empezó ella— ahora, vas a alinear a tus hombres y a
marcharte de aquí. Si vuelves a molestarme a mí o a Jake, o a cualquiera de los que me
rodea, borraré toda la información que tienes sobre
androides.

—Ya no la tengo —murmuró el padre John, furioso—. La tiene tu amigo en su


ordenador.

—Ese es mi incentivo de que no volverás —le dijo Alice—. Comprenderás que no


pueda fiarme mucho de tu palabra. En el momento en que esté segura de que nos
dejarás en paz, te la devolveré. Si incumples el trato, lo borraré y el trabajo de tu vida
se irá a la mierda. No creo que eso fuera a gustarte mucho.

El padre John tragó saliva.

—Muy bien —masculló—. Nos iremos.

—Eso no es todo —lo detuvo Alice.

Él ya se había dado la vuelta. La idea de perder todo su trabajo había hecho que ni siquiera
lo pensara a la hora de rendirse.

—¿Qué más? —preguntó él en voz baja.

Eso no era parte del plan. Notó que Max la miraba, extrañado.

—Vas a soltar a todos los androides que tengas —le dijo Alice—. A todos. Y vas a
proporcionarles un transporte seguro para que puedan venir aquí. Sanos y salvos. Todos
y cada uno de ellos.

—Eso no...
—Y si tienes algún humano en contra de su voluntad, tendrá los mismos derechos
que ellos.

—No voy a...

—No es negociable —le interrumpió Alice bruscamente.

El padre John apartó la mirada, apretando los dientes. Tardó unos segundos en
responder. Giulia lo miraba fijamente, confusa. No estaba acostumbrada a perder.

Cuando él levantó la mirada, la miró con expresión de furia contenida. Alice se la sostuvo.

—Lo has hecho bien —asintió él con la cabeza, apretando los labios—. No puedo
negarte eso.

—Gracias.

—Quizá sí que heredaras algo de mí, después de todo.

—¿Tenemos un trato o no?

El padre John sonrió amargamente y, sin dejar mirarla, se dirigió a Giulia.

—Informa a los nuestros del nuevo acuerdo, Giulia —asintió con la cabeza a Alice—.
Tenemos un trato, hija.
Se miraron el uno al otro un segundo más antes de que él se diera la vuelta y se marchara
apoyándose en su bastón.

Alice no se movió hasta que vio a la gente subiendo a sus coches, confusa. Entonces,
cuando el último vehículo desapareció en la entrada del bosque, sintió que podía volver a
respirar.

Lo habían conseguido. Habían ganado.


CAPÍTULO 29
Cuando Alice vio que los coches desaparecían, estuvo unos segundos embobada,
mirando el horizonte. Entonces, Max se acercó a ella y se obligó a parpadear para
volver a centrarse.

La expresión de Max no era muy amigable.

—Creía que íbamos a seguir el plan al pie de la letra —replicó—. No recuerdo haber
dicho nada de más androides o humanos.

Ella tragó saliva, algo nerviosa.

—Yo... sentí que tenía que hacerlo.

Pasaron unos segundos sin que ninguno dijera nada. Entonces, Alice suspiró y agachó
la cabeza.

—Lo siento —murmuró.

La volvió a levantar, extrañada, cuando notó que Max le ponía una mano en el
hombro. Ya no estaba serio. Tampoco sonreía, pero había cierto brillo en sus ojos...
orgullo.

—Cualquiera puede seguir las normas, pero solo un verdadero líder sabe cuándo
romperlas. No lo sientas. No ha sido un error.

Cuando se alejó de ella para ir hacia la puerta, estaba tan atónita que tardó unos momentos
en darse la vuelta y apresurarse a seguirlo.

Todo el mundo seguía en el interior del edificio cuando volvieron a entrar. Lo


habían oído todo, claro. Max llevaba el dispositivo de escucha. Sin embargo,
parecían contener la felicidad.
Alice lo podía entender. Después de tanto tiempo habiendo estado controlados por
Ciudad Capital, de haber perdido a sus amigos y familiares, de haber tenido que
abandonar sus hogares, de huir durante meses... no era fácil creer que hubieran ganado
algo. Ni siquiera ella se lo terminaba de creer.

Entonces, se escuchó a alguien vitoreando de fondo. Alguien se le sumó. Otro grito. Y


otro. Y, entonces, todo el mundo gritaba y aplaudía. Todos se habían preparado, en
cierto modo, para pelear esa noche. El alivio era obvio.

Alice seguía sin creérselo cuando la marea de gente empezó a empujarla con los demás a
la cafetería, donde toda la gente que no había podido salir con ellos esperaba. Jake,
Blaise y Kilian estaban solos en una mesa del fondo, pero se giraron enseguida. Había
tanta gente que Alice los perdió de vista mientras intentaba sonreír a todos los que le
daban apretones en el hombro, le decían algo positivo, o se limitaban a gritarle algo en la
cara, completamente felices.

Y pensar que, dos días antes, la odiaban...

Y, justo en ese momento, fue cuando Charles se puso de pie en una mesa y abrió una
botella de alcohol, dando inicio a lo que harían todos los demás momentos más tarde.
Todo el mundo se quedó callado, mirándolo.

—¡Por vuestro nuevo hogar! —gritó, levantando la botella. Alice vio que, a su alrededor,
todo el mundo levantaba una bebida distinta a la vez. No lo entendió muy bien. ¿Eso era
un brindis de esos?—. ¡Esos cabrones no volverán a molestaros en mucho tiempo! ¡Y
todo gracias a uno de los suyos! ¡Gracias a una androide! ¡Ja! ¡Que se jodan! ¡Por Alice!

Alice se encogió cuando todo el mundo empezó a gritar y a beber a la vez. Ni siquiera
sabía de dónde habían sacado todo eso. Notó que Max le daba una palmadita en el
hombro, un poco divertido al verla tan abrumada por ser el foco de atención.

Por fin, la gente empezó a dispersarse para tomar asiento en cualquier lado de la
cafetería. Las botellas de alcohol, los refrescos, la comida basura... todo lo que
normalmente era un lujo en ese momento estaba yendo de un lado a otro
por la sala . Era una noche de celebración. Probablemente, no tendrían muchas más noches
para celebrar algo tan bueno como eso.

Alice sintió que podía volver a respirar cuando pudo mover los brazos sin chocarse con
nadie. Entonces, notó que alguien la abrazaba por la cintura. Blaise. Casi cayó al suelo de
culo cuando Jake se unió al abrazo, estrujando a Blaise entre ellos. Alice sonrió, un poco
conmovida, y les puso una mano en la cabeza a ambos.

Hubiera deseado poder decir algo, pero había tanto ruido... en el momento en que se
separaron, Blaise contuvo la respiración. Había visto la comida basura en la barra.

—¡MILKY WAY! —chilló, y se olvidó por completo de Alice para salir corriendo a
quedarse con una de las barras de chocolate.

—Oh, no —Jake puso los ojos en blanco y se apresuró a seguirla para que la gente no
la atropellara por el camino. Siendo tan pequeña...

Alice negó con la cabeza viendo como se metían todas las que podían en los bolsillos.
Al menos, ahora podía oír todos sus pensamientos. Y... se había quedado sola. Max
estaba hablando con Tina en un rincón. Charles bebía y se reía, todavía encima de la
mesa. Y los demás... ni se molestó en buscarlos.
Había demasiada gente. Nunca había visto la cafetería tan llena.

Entonces, como si le hubiera leído el pensamiento, notó que alguien se detenía a su lado.
Rhett. Le dedicó una sonrisa de lado.

—¿Lo he hecho bien? —preguntó en voz baja—. Porque sigo sin creerme que se
hayan ido.
—Pues se han ido —él parecía divertido—. Y bastante escocidos.

—¿Esco... cidos?

—Es una expresión.

—Cada vez que creo que entiendo todas vuestras expresiones, me decís una nueva —
protestó ella.

Rhett sacudió la cabeza, pasándole un brazo por encima del hombro para acercarla y
plantarle un beso en los labios. Alice no se lo esperaba. En general, nunca se esperaba
muestras de afecto de Rhett. Y menos tan intensas. Cuando la soltó, tuvo que sujetarse a
su brazo para no caerse de culo.

—Has pasado a ser la más odiada de la ciudad a ser la más querida en menos de
veinticuatro horas —le dijo, divertido—. ¿Qué se siente?

—Cansancio —confesó.

Él dudó un momento, mirándola.

—¿Está mal que me haya calentado un poco oírte amenazar a alguien?

Ella empezó a reírse, un poco avergonzada. Rhett le puso una mano en la nuca.

—Lo has hecho bien —le aseguró en voz baja—. Ahora, a disfrutar de la victoria.

Los dos se abrieron paso entre la gente hasta llegar a una de las últimas mesas, donde Jake,
Blaise y Kilian se hinchaban a comer todo lo que habían
conseguido robar. Alice agarró una botella de algo que no conocía cuando alguien
se la dio, felicitándola. Miró a Rhett en busca de información. Él la entendió sin
necesidad de decir nada.

—Es cerveza —dijo él—. Dudo mucho que te guste.

Ella le dio un sorbo y puso cara de asco. Los demás empezaron a reírse. En ese
momento, Charles apareció con una gran sonrisa.

—¡La heroína de la noche! —anunció, mirando a Alice—. Y pensar que, cuando te


conocí, apenas sabías usar un arma.

—La sabía usar —dijo ella, confusa.

—No arruines el momento emotivo.

Charles se sentó entre ella y Rhett y les pasó un brazo por encima del hombro a ambos.

—¿No os gustaría celebrarlo de una forma más divertida? —preguntó él


alegremente.

Rhett puso los ojos en blanco y lo apartó de un manotazo, sentándose junto a Blaise.

—Nunca me habían rechazado así de mal —Charles fingió que le había


ofendido, llevándose una mano en el corazón.

—Seguro que lo superarás.


—La verdad es que sí —Charles sonreía. Se giró hacia Alice—. Ah, por cierto, hay
alguien que te está buscando.

—¿Tina? —era la única a la que no había tenido la oportunidad de abrazar.

—No. Trisha. Está por ahí.

Alice dudó un momento. La cosa con Trisha había sido un poco fría esos días. Siguió la
dirección que señalaba. Efectivamente, vio a Trisha buscando entre la gente, junto a la
barra de la cocina. Sin saber muy bien por qué, se abrió paso de nuevo hasta llegar junto
a ella. La rubia se detuvo en seco cuando la vio.

—¿Me buscabas? —preguntó Alice.

Trisha dudó un momento. Era obvio que le resultaba difícil tener que lidiar con una
situación así.

—Has estado muy bien ahí fuera —le dijo Trisha.

—Gracias —Alice le dedicó una pequeña sonrisa.

—Yo... eh... —ella suspiró, incómoda—. Mira, no debí votar en tu contra.

—Lo hiciste pensando en todos. Ya no es para tanto.

—No —ella negó con la cabeza—. Pensaba en lo mejor para mí misma.

Alice no supo qué decirle. Estaba demasiado acostumbrada a la Trisha dura e implacable,
no a la arrepentida. No le gustaba verla así.
—No pasa nada —aseguró Alice—. Lo entiendo.

—Pero...

—Ya nos hemos librado de ellos. Al menos, por un tiempo. ¿Qué más da lo que votáramos
en ese momento?

Trisha le dedicó una sonrisa afectiva. Entonces, también por primera vez en su vida,
extendió su único brazo hacia Alice y la atrajo hacia sí misma para abrazarla con fuerza.
Alice se lo devolvió enseguida. A pesar de todo, la había echado de menos. La quería
como a una mejor amiga.

En cuanto se separaron, una mirada bastó para pactar en silencio no volver a hablar
del tema jamás.

—¿Te gusta la cerveza? —preguntó Alice.

—¿Eh?

—Me han dado una y está asquerosa.

—Serás rarita.

—¡Está asquerosa!

—Dame eso. La cerveza se merece a alguien que sepa apreciarla.

Trisha se la llevó a los labios y le dio un buen trago, suspirando.


—Hacía mucho que no bebía algo así —aseguró en voz baja—. Creo que desde una de
mis primeras navidades en Ciudad Central.

—Dudo que nadie de aquí hubiera bebido algo que no fuera agua en mucho
tiempo... descartando a Charles y a los suyos, claro.

—Sí, esos se lo pasan mejor que nosotros.

—Y nosotros siempre tenemos más bajas —añadió Alice.

—Creo que nos hemos equivocado de estilo de vida.

Las dos sonrieron.

Estuvieron un buen rato hablando, pero Alice se despidió de ella al ver que Kai había
llegado a la cafetería. Él se mantenía al margen, como de costumbre.
Para los demás, seguía siendo el chico raro de la Unión. Nadie sabía lo que había
hecho por ellos. Alice se detuvo a su lado con dos vasos de agua. Le ofreció uno a
él, que lo aceptó.

—Ah, gracias —le dijo Kai al verla.

—No has dormido mucho —observó Alice. Había estado más de doce horas
seguidas con la máquina.
—Ese trasto... era un caos. Menos mal que la hemos conseguido arreglar a tiempo.

—Tú las has arreglado a tiempo —replicó Alice—. Tú solo, Kai. Nosotros solo hemos
hecho el trabajo fácil.

Él pareció agradecido al recibir, aunque fuera un poco, apoyo de alguien.

—Prefiero que no me digan nada y sigan sin saber nada de la máquina —dijo, como si
pudiera leerle los pensamientos.

—El padre John ya sabe que la tenemos —le dijo Alice, pensativa—. No
podremos volver a usar ese truco.

—Sí, pero también sabe que, si quiere volver a crear un androide en su vida, más le
vale estar mucho tiempo alejado de nosotros.

Hubo una pequeña pausa. Ella tuvo la sensación de que Kai quería decirle algo más.

—Lo que has hecho al final... lo de los androides... —Kai asintió con la cabeza—
. Nunca pensé que vería a alguien luchando por la vida de un androide.

—Es justo que el primero sea un androide, ¿no? —bromeó ella.

—Sí —Kai sonrió un poco—. Quizá, algún día, no haga falta que los defiendas para que la
gente vea que no son tan distintos.
Él asintió una vez con la cabeza y desapreció por el pasillo. Alice no entendió el por qué
hasta que vio que Tina se acercaba a ella dramáticamente. La fundió en un abrazo que
casi la dobló, pero que la hizo sonreír.

Pasó el resto de la noche con los de siempre. Jake había sacado una baraja de cartas y
estaba jugando con Blaise y Rhett. Trisha y Kai se habían unido a ellos. Alice optó por no
jugar. Prefería asomarse por encima del hombro de Rhett y susurrarle lo que tenía que
hacer. Jake se ponía de los nervios cada vez que la veía.

—¡No puedes ayudarlo! —le chillaba él—. ¡Es trampa!

—¿Y quién lo dice? —Rhett le sonrió, burlón.

—¡Lo digo yo!

—Que yo sepa, no está escrito en ningún lugar.

—¡Porque ya no hay nada escrito sobre juegos de mesa!

—Pues qué pena. Oh, vaya, parece que vuelvo a ganar la ronda.

Él y Alice chocaron sus manos, divertidos, mientras todos los demás se ponían a protestar
a la vez. Especialmente Jake, que se ponía rojo cuando se indignaba. Cuando perdió la
partida por culpa de la ayuda de Alice a Rhett, se puso escarlata.

Alice nunca pensó que esa sería una de las mejores noches que tendría en mucho tiempo.
Sin embargo, se había reído, había probado la comida basura, había hecho las paces con
Trisha, había pasado tiempo con sus amigos y, en definitiva, se había olvidado de
cualquiera de sus problemas durante una noche.
Todos subieron a sus habitaciones cuando Max empezó a perder la paciencia, diciendo
que tenían que estar descansados para el día siguiente. Alice siguió a los demás por la
escalera, todavía recibiendo algunas felicitaciones. Iba la última. Cuando llegó al pasillo
de las habitaciones, todo el mundo había desaparecido menos Rhett, que bostezaba,
abriendo su puerta.

—Una noche intensa, ¿eh? —bromeó Alice, deteniéndose a su lado.

—Nunca creí que Jake daría más miedo que tu padre.

—Ahora ya sabes cómo se pone cuando pierde jugando a cartas.

—Es que soy un ganador...

—...que no habría ganado nada sin mi ayuda —Alice enarcó una ceja.

—Tu ayuda solo ha sido un extra. Ya estaba ganando la partida.

—¡Venga ya!

—¡Es verdad!

—¡No es verdad!
—¡Que sí!

—¡Que no!

—¡Que sí, cabezota!

—¡Que no, pesado!

Hubo un momento de silencio en que los dos sonrieron, mirándose el uno al otro.
Entonces, Alice sintió el impulso de acercarse a él sin saber muy bien por qué. No se
reprimió y se acercó, juntando sus labios. Rhett no se apartó.

Cuando Alice se separó, le dio la sensación de que la miraba con gesto burlón.

—¿Primero discutes conmigo y luego me besas? Me tienes un poco perdido.

Él dejó de sonreír burlonamente cuando vio su expresión. Frunció el ceño, confuso.

—¿Qué?

Alice no dijo nada, pero volvió a acercarse, esta vez agarrándole la cara con ambas
manos y dándole un beso más profundo. Rhett soltó inconscientemente la puerta para
sujetarla de la cintura, algo sorprendido.

No hizo falta decir nada más. Se volvieron a mirar el uno al otro y Alice esbozó una
pequeña sonrisa. A Rhett le brillaban los ojos. Dio un paso dentro de la habitación, tirando
de su brazo hacia su interior. Alice volvió a besarlo, cerrando los ojos, mientras él cerraba
la puerta.

***
Los preparativos para la llegada de nuevos androides fueron mucho más sencillos que
los de defensa de la ciudad. Fue ya por la tarde cuando Alice vio los coches blancos
acercándose por el bosque. Todo el mundo salió al patio a recibirlos. Abrieron las
puertas para que los coches entraran. Alice dudó por un momento, tensa por si salía
alguien armado de ese coche, pero... no.

El padre John había cumplido con su palabra.

Se quedó apartada junto a Max, Rhett, Jake y Tina cuando los androides empezaron a
bajar de los coches. Y no solo androides. Ellos iban en bata de hospital, pero los que
iban con ropa vieja y rasgada eran humanos. Humanos que tenían intenciones de matar y
usar para convertir en androides.

Entonces, Alice escuchó un grito agudo a su lado y vio que Blaise salía corriendo hacia
una mujer en bata que acababa de bajar de su coche. Su madre, Camille, se puso a llorar
cuando vio a su hija pequeña. Se tiró al suelo de rodillas y la abrazó con fuerza mientras
Blaise le hablaba frenéticamente en francés, sollozando. Alice esbozó una pequeña
sonrisa.

Al menos, eso había servido para algo.

Blaise no era la única que había encontrado a alguien. Mucha gente había perdido a
gente que habían transformado en androides. Alice empezó a ver que casi todo el mundo
encontraba a alguien que conocía. Los recién llegados parecían confusos y fuera de
lugar, como si no pudieran creerse lo que estaba pasando.

Y, fue en ese momento de felicidad, cuando Alice vio a una chica rubia, baja y con la
nariz puntiaguda bajando de uno de los coches con una bata de hospital y aspecto
asustado. Su corazón se aceleró. 42. Su compañera. La que había creído muerta al
abandonar su zona un año antes.

Y ahí estaba, más viva que nunca.


Empezó a andar sin pensar. 42 miraba a su alrededor con admiración. Entonces, Alice se
detuvo a unos metros de ella con el corazón acelerado. Se miraron la una a la otra en
completo silencio.

Durante unos segundos, se sostuvieron la mirada la una a la otra. Alice estaba a punto de
llorar. 42 parecía estupefacta, mirándola de arriba a abajo como si no pudiera creerse que
esa fuera Alice.

Entonces, 42 empezó a lloriquear y a correr hacia ella. Alice cerró los ojos con fuerza,
devolviéndole el abrazo con todas sus fuerzas. No se podía creer que siguiera viva.
Después de lo que habían tenido que pasar juntas... todavía le venían recuerdos
oscuros de esa noche.

—Creía que ya estarías muerta —murmuró 42 sobre su hombro—. Creía que... que...

—Pues me siento bastante viva —Alice se separó y la miró de nuevo.

42 la miró de arriba a abajo.

—No pareces la misma —murmuró—. Estás tan... diferente.

—No me siento la misma, 42.

—Anya —la corrigió ella—. Ahora me llaman así.

—Anya —se corrigió Alice enseguida, orgullosa porque hubiera adquirido un nombre
humano—. Te he echado de menos, Anya.
—Y yo a ti.

Y eso que el noventa por ciento de sus conversaciones habían sido acerca del precioso
tiempo que hacía cuando vivían con los padres y los madres en esa zona. Sin embargo,
vivir algo tan traumático como la muerte de sus compañeros las había unido
profundamente. Anya volvió a adelantarse y pareció dudar antes de ponerle una mano en
el brazo a Alice.

—No me puedo creer que nos hayas salvado —murmuró.

—Yo no os he salvado. Hemos sido todos.

Anya se limpió una lágrima con el dorso de la mano.

— Ven, quiero presentarte a unos amigos —le dijo Alice, agarrándola del brazo.

—¿Unos amigos?

—Sí, mis amigos. Les he hablado miles de veces de ti.

Jake, Tina, Trisha, Rhett y Max seguían en el mismo lugar. Eran los únicos que no tenían
a nadie con quien reencontrarse.

—¿Esos son tus amigos? —preguntó Anya en voz baja—. Dan miedo.

—Ya te acostumbrarás —murmuró Alice, completamente feliz.

Estaba tan emocionada con que estuviera con ella, a salvo... casi se sentía como si
hubiera enmendado un error del pasado.
—Chicos —los llamó, atrayendo su atención—. Os presento a Anya, la androide que
escapó conmigo de esta ciudad hace un año.

Anya pareció un poco nerviosa cuando todos clavaron su mirada en ella. Seguía teniendo
cierta actitud pasiva de androide.

Alice se esperaba alguna muestra de afecto de parte de ellos, aunque fuera pequeña, pero
no oyó nada, así que volvió a girarse. Estaba todavía más confusa cuando vio a Rhett con
la boca entreabierta y a Max sin color en la cara.

—¿Emma? —preguntó Max en voz baja.

Anya parpadeó, confusa.

—¿Yo? —preguntó, sin entender, mirando a Alice en busca de ayuda.

Pero Alice miraba a Max con el ceño fruncido.

¿La había llamado Emma? ¿Emma... como su hija?

Max la miró de arriba a abajo, estupefacto. Alice nunca lo había visto así. Como si...
hubiera visto un fantasma. Tenía los labios blancos. Rhett, a su lado, tenía una expresión
similar. Trisha y Jake intercambiaron una mirada al instante.

—¿Emma? —repitió Alice, mirando a Tina, que era la única que parecía
mantener la compostura pese a su sorpresa.

—Me llamo Anya —seguía diciendo ella, sin entender nada—. ¿Quién es
Emma?
—Yo... —Alice no sabía qué decir. Los miró a todos, en busca de ayuda.

Entonces, Max apartó la mirada. Tomó una bocanada de aire, recuperando sus sentidos.
Rhett seguía mirándola con la boca entreabierta.

—Max... —Tina lo miró, preocupada.

Pero él no dijo nada. Se dio la vuelta y prácticamente salió corriendo hacia el edificio sin
mirar atrás. Alice miró a Anya. ¿Ella...? ¿Ella había sido la hija de Max en otra vida? No
podía ser. Lo sabría, ¿no? ¿No reconocería a Max? Ella había reconocido a Jake. O, más
bien, había sentido que ya lo conocía de antes.

Pero Anya parecía completamente perdida.

—Es increíble —Jake dio un paso hacia ella, fascinado—. Es exactamente igual.

—¿Igual? —Anya frunció el ceño—. Alice, ¿qué pasa?

Alice seguía mirando el camino por el que había desaparecido Max. Sabía
perfectamente que estaría en su despacho. Dudó. ¿Querría estar solo?
Conociéndolo, era lo más seguro. Pero... no quería dejarlo solo. Pobre Max.

Miró a Rhett entonces. Él ahora tenía los ojos clavados en el suelo. Anya era la prueba
viviente de que la hija de Max había muerto en una exploración organizada por él.

—Alice... —Anya la llamó al ver que hacía un ademán de marcharse.

—Yo... tengo que irme —le dijo—. Estarás bien. Tina cuidará de ti.
Se dio la vuelta y avanzó rápidamente entre la gente. Le daba igual que Max fuera un
cascarrabias, estaba segura de que necesitaba hablar con alguien en esos momentos.

Iba tan decidida que se chocó con varias personas, pero no tuve que detenerse hasta
chocar con una chica junto a la puerta. La sujetó de los hombros inconscientemente para
que no se cayera. La chica consiguió mantenerse de pie torpemente.

—Ay... vaya, gracias.

Alice estaba a punto de soltarla, pero se quedó mirándola un momento.

¿Qué...?

Su mente empezó a funcionar a toda velocidad. Ese pelo rubio, esa cara
perfecta, esos ojos azules... la conocía. La conocía demasiado bien.

Los recuerdos empezaron a acumularse en su mente. Alicia en el instituto siendo


acosada por una chica rubia con los ojos azules. Alicia encontrando a Jake con una
rubia con los ojos azules cuidándolo. Alicia enamorándose de la rubia con los ojos
azules... Jake llorando... Alicia muriendo...

La chica del pelo rubio y los ojos azules huyendo.

Charlotte.

La soltó al instante, dando un paso hacia atrás. Su corazón se había detenido.

Charlotte pareció llegar a la misma conclusión, porque su cara pasó de la curiosidad al


horror en pocos segundos.

—¿Alicia? —preguntó en voz baja, casi asustada.

Alice no dijo nada. No podía hablar. Tenía un nudo en la garganta.


La imagen de ella huyendo se repetía una y otra vez en su cabeza. Casi podía sentir la
decepción, furia y tristeza de Alicia sumergiéndose en su piel. Le temblaban las manos
y no podía controlarlo. Charlotte hizo un ademán de acercarse a ella, pero se detuvo,
confusa.

—Te... te convirtieron —murmuró Charlotte.


En el momento en que estiró la mano para tocarla, Alice se dio la vuelta y abrió la puerta
de un empujón, andando tan rápido como pudo en dirección a las escaleras. Tenía la
respiración agitada. Las subió sin ser consciente de lo que hacía. No se detuvo hasta
llegar al despacho de Max. Lo encontró sentado en el suelo con la espalda apoyada en la
ventana. Se cubría la cara con una mano.

Alice se sentó a su lado, con el corazón acelerado, y colocó exactamente igual,


abrazándose las rodillas. El corazón salía latiéndole a toda velocidad. No podía ser. No
podía ser ella.

Estuvieron unos segundos en silencio absoluto. Alice solo podía ver a Charlotte huyendo
mientras Alicia agonizaba y Jake lloraba. Abandonándolos a una muerte segura.

—Esa chica era mi hija —murmuró Max en voz baja.

Alice tragó saliva, cerrando los ojos por un momento. Por fin, encontró su voz.

—Esa otra chica era la que abandonó a Alicia y a Jake.

Max la miró de reojo, pero no dijo nada. Ella agradeció el silencio. Sentía que era lo
único que necesitaba en esos momentos.

Sin pensarlo, apoyó la cabeza en el hombro de Max y se quedaron los dos mirando un
punto fijo sin ver realmente nada.
CAPÍTULO 30

Rhett estaba enfadado cuando entró en la clase a la mañana siguiente. No necesitó


preguntarlo para verlo. Había desarrollado una habilidad especial para saber qué pensaba
solo con ver sus ojos.

No podía culparlo. Alice lo había estado evitando durante toda la noche anterior. De
hecho, había evitado a todo el mundo menos, por un rato, a Max. Y se sentía horrible
consigo misma. Rhett tampoco estaba bien. Había descubierto que Emma había muerto
ese día bajo sus órdenes. Y Alice no había hecho ni un ademán de preocuparse por él.

Además, el único que sabía que Charlotte estaba en la ciudad era Max. Rhett tampoco
sabía esa parte de la historia. Alice se sentía un poco incómoda teniendo que contarle
que, en otra vida, había sentido algo por ella.

Volvió a la realidad cuando Rhett dejó su saco en el suelo con un golpe seco, haciendo que
todo el mundo se tensara al instante. Oh, ya había vuelto el instructor estricto de siempre.

Se quedó mirándolos un momento y Alice vio que enarcaba una ceja.

—¿Por qué nadie está en su saco? —preguntó lentamente.

Al instante, todo el mundo se dirigió rápidamente a la zona de los sacos. Alice se olvidó
por un momento de que era su novio y se apresuró también a hacerlo para no ser el
objetivo de su enfado. Acababa de hacerlo cuando vio que Rhett se acercaba a un pobre
chico que estaba en el saco de su lado. Se quedó mirándolo con los brazos cruzados y fue
evidente que el chico se ponía nervioso. Y Rhett no decía nada.

Alice recordaba cuando le hacía eso a ella. Era tan frustrante saber que hacías algo mal
pero que no especificaran el qué...
—¿Esa es la postura que te he enseñado? —le preguntó al chico, que se puso rojo
como un tomate.

—Eh... ¿no?

—¿Me lo estás preguntando?

—No —corrigió él rápidamente, dejando de golpear.

—¿Te he dicho que dejaras de golpear tu saco, iniciado?

Volvió a golpearlo, más tenso que nunca.

—Pies apuntando al saco, iniciado —le dijo bruscamente, y él dio un respingo para
hacerlo.

Sin embargo, pareció calmarse cuando Rhett pasó a la chica de su lado. Alice vio que
ella se quedaba sin color en la cara.

—La cabeza —remarcó cada palabra.

Ella lo miró un momento, aterrada, antes de de agacharla más, casi pegando la barbilla en
su pecho.

Rhett podía intimidar de verdad cuando quería. Incluso Alice notó que se tensaba
cuando vio que era la siguiente. Se aseguró de que estaba en la postura correcta y dio
otro golpe al saco. Intentó no mostrar que se estaba poniendo nerviosa cuando Rhett se
detuvo a su lado. Odiaba tanto que hiciera eso.

—Tú y yo tenemos que hablar —le dijo lentamente. Oh,

oh.

Alice no dio señales de escucharlo mientras seguía golpeando el saco. Sabía que tendría
que reñirla si se detenía a escucharlo.
—La cadera, iniciada —le soltó Rhett, colocándosela con la mano. Alice

no pudo evitarlo. Lo miró con expresión furibunda.

—¿Iniciada? —repitió en voz baja.

Rhett la miró de vuelta, pero no dijo nada. Realmente estaba enfadado.

—¿Quieres que te llame avanzada? —preguntó—. Pues coloca bien la cadera y aprende a
golpear un saco.

Alice tuvo que cerrar los ojos un momento para no girarse y darle un puñetazo a él en la
cara. Vio que la miraba un momento y golpeó el saco con más fuerza.
Después, él volvió a hacer sus pasos hacia los primeros de la fila. Cuando pasó al lado de
la chica de antes, se detuvo un momento.

—¿Tengo que pegarte el mentón al pecho para que coloques bien la cabeza? Ella dio

un respingo y se colocó enseguida.

Alice intercambió una mirada con Trisha, que también lo miraba de reojo con cierta
reprobación.

La clase fue eterna. El humor de Rhett se contagió a los demás. Incluso Alice falló un
disparo esa tarde. Y no le había pasado en mucho tiempo. Rhett no le dijo nada, pero
su mirada y el silencio incómodo y tenso que los rodeó fueron más que suficientes
para dejar saber lo que pensaba.

Por fin, terminó la clase. Todo el mundo dejó sus sacos de boxeo en el armario y las armas
en una caja. Alice no estaba segura de cuándo lo había hecho, pero Rhett había colocado
las armas en algún momento de esos días. Las dejaron todos en una caja y vio que la
transportaba hacia el almacén.

Bueno, había llegado el momento de enfrentarse a solas.


Entró en el almacén cuando los demás desaparecieron y se asomó junto a una
estantería. Vio que estaba colocando las armas sin mucha prisa. La miró de reojo y
puso mala cara. Empezaba bien.

—Alguien se ha levantado con el pie izquierdo —ella intentó bromear.

Rhett le clavó una mirada que dejó muy clara la poca gracia que le había hecho.

—Si tu objetivo era aterrorizar a la clase, enhorabuena, lo has conseguido.

—Bien —dijo escuetamente.

Alice suspiró y se apoyó con el hombro en la estantería, mirándolo.

—¿Esto es por lo de ayer?

—No, Alice, es por lo de mañana.

Silencio. Ella frunció el ceño.

—¿Eso es iron...?

—Sí, es ironía —la miró, impaciente.

Silencio. Alice solía ser bastante valiente, pero le resultaba complicado sostenerle
la mirada a Rhett cuando estaba enfadado.

—¿Se puede saber dónde estabas?


Se miró las manos. Se sentía como una niña pequeña.

—En mi habitación.

—Dios, mientes fatal —dejó la caja en el suelo de malas maneras—. Mira, me da


igual. No me lo digas si quieres. Últimamente, tampoco es una novedad.

Alice parpadeó sorprendida cuando pasó por su lado, saliendo del almacén. Se apresuró
a seguirlo. Lo encontró apilando los sacos mejor de lo que los habían dejado los
alumnos.

—¿Tampoco es una novedad? —repitió, confusa.

—Ya me has oído.

—Sí, pero no entiendo a qué viene esto.

Él se detuvo un momento y la miró fijamente.

—¿Quién era la chica?

—¿Qué... qué chica?

—Deja de fingir. La que se chocó contigo.

Charlotte. Alice abrió la boca para responder, pero se había quedado sin palabras. Rhett
enarcó una ceja cuando vio que se quedaba en silencio. ¿Se suponía que debía decírselo?
—Nadie importante.

Él la miró unos segundos en completo silencio. Alice tragó saliva. Entonces, Rhett
sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa irónica.

—Nadie importante —repitió.

—Ella es... —¿por qué era tan difícil decirlo?—. Es complicado, Rhett.

—Hoy en día, Alice, no hay nada que no lo sea.

Cuando vio que ella volvía a quedarse en silencio, hizo un ademán de pasar por su lado,
pero Alice lo detuvo agarrándolo del brazo. Para su sorpresa, Rhett se detuvo y la miró.

—Está relacionada con Alicia —murmuró.

No pareció que cambiara mucho su expresión.

—Muy bien.

Quería que siguiera, obviamente. Alice lo pensó muy bien.

—¿Te acuerdas del día en que tú y Max la encontrasteis? ¿Cuando murió y os quedasteis
con Jake?

—Sí —esa vez sí que pareció interesarse más por el relato.


—Pues... Alicia no estaba sola —murmuró Alice, muy atenta a su reacción—. Esa
chica, Charlotte, había estado con ellos un minuto antes.

Rhett dudó un momento antes de fruncir el ceño, confuso.

—¿Cómo...?

—Cuando Alicia encontró a Jake, Charlotte cuidaba de él. Decidieron juntarse para seguir
cuidando de él. Y se... bueno, no sé qué sentía Charlotte, pero Alicia se enamoró de ella.

Él la miraba fijamente, sin parpadear. Parecía estar cada vez más confuso, pero no decía
nada. Alice se estaba poniendo muy nerviosa.

—El día en que dispararon a Alicia, Charlotte estaba con ellos. Cuando Alicia vio que se
estaba muriendo, le pidió a Charlotte que huyera con Jake, pero no lo hizo. Se marchó
sola. Los... los abandonó. Jake consiguió esconderse a tiempo. Y vosotros aparecisteis
cuando fueron a por Charlotte. Dudo que la encontraran ese día.

Pausa. Rhett seguía sin decir nada. Alice perdió la paciencia.

—Di algo —murmuró.

Pareció reaccionar. Parpadeó, sorprendido.

—Bueno... no era lo que me esperaba.

Al menos, ya no parecía enfadado. Alice le soltó el brazo y le puso la mano en el


hombro, suspirando.
—No quería verla —murmuró—. Lo siento. Pero no podía.

—¿Te reconoció? —preguntó él—. Quiero decir... has cambiado bastante, ¿no?
¿Alicia no era rubia y con los ojos castaños?

—Me reconoció de todas formas. ¿Tú no reconociste a Emma?

Él se tensó un poco al oír el nombre.

—A ella no la cambiaron —dijo en voz baja.

Hubo un momento de silencio. Rhett apretó los labios.

—Una parte de mí creía que había sobrevivido ese día.

—Quizá sobrevivió... dudo que los salvajes la entregaran a los científicos.

—Sí, yo también lo dudo —frunció el ceño—. ¿Cómo estaba Max?

—Bien... teniendo en cuenta la situación.

—Y... ¿ella no recuerda nada?

—Mencionó algo de sueños hace tiempo, pero... honestamente, apenas pude hablar con
ella.
—¿Tú no recordabas a Jake cuando lo viste?

—No exactamente... solo me resultaba familiar. Era una sensación extraña. Pero se supone
que yo soy un modelo más avanzado que ella. No sé si nuestra capacidad de ver los
recuerdos del humano anterior es la misma.

Rhett pareció un poco divertido.

—¿Un modelo más avanzado que ella? —repitió con expresión burlona.

—Es verdad... —por algún motivo, sintió vergüenza cuando la miró así—. ¿Qué?

—Nunca creí que oiría a alguien presumiendo de ser un modelo más avanzado que...

—Oh, cállate —le puso mala cara—. Y, por cierto, ya hablaremos de eso de
llamarme iniciada otra vez.

—Eso no es discutible.

—Ya lo creo que lo es.

—No lo es. Todos mis alumnos son iniciados. No puedo tener favoritos.

—¡Soy tu novia!

—Y mi alumna —sonrió—. Iniciada, además.

Alice le dedicó una mirada agria.


—Así que vas a volver a tratarme como antes en las clases.

—Solo en las clases —recalcó—. Tengo una reputación que mantener.

—Sí, la de instructor amargado...

Él sonrió sin importarle demasiado e hizo un ademán de besarla, pero se detuvo


abruptamente, como si recordara algo.

—Así que técnicamente, la otra noche no eras virgen —enarcó una ceja.

—Yo sí —ella se puso roja.

—¿Te acuerdas de esos tiempos lejanos en que tú eras la que sacaba el sexo en cada
conversación?

—He madurado —protestó—. Y, técnicamente, yo sí lo era. Alicia no.

—Así que a Alicia le gustaban las chicas.

—Y los chicos.

Él se detuvo un momento.

—¿Eh?
—Tuvo otro novio —murmuró Alice—. Podía verlo en mis sueños.

—¿Y sentirlo?

Se le calentaron aún más las mejillas. ¿Por qué estaban hablando de eso?

—Sí, bueno... eh...

—Así que Alicia perdió la virginidad con ese chico y después...

—Em... no...

—Vale —Rhett la miró—. ¿Cuántos encuentros sexuales se te ha olvidado


mencionar durante toda la conversación, Alice?

—Solo ese —protestó ella, aún más roja al verlo divertido—. Hubo un primer chico,
pero... a ella no le gustó. Después estuvo Gabe. Con él si le gustó.
Mucho.

—Vale, estoy empezando a odiar a Gabe. No necesito más detalles.

Ella sonrió, sacudiendo la cabeza.

Sintió que se iba a acercar antes de que lo hiciera. Cerró los ojos y dejó que la besara. Pero
el beso no fue demasiado largo, porque apenas llevaban unos segundos y Rhett se tensó.
Cuando ella abrió los ojos, vio que tenía la vista clavada en la puerta.
Anya estaba ahí de pie, mirándolos con los ojos muy abiertos.

—Hola... —murmuró tímidamente, mirando a Alice.

Ella dudó, viendo que Rhett se tensaba un poco más. No le debía gustar estar en su
presencia. Alice no podía ni imaginarse lo que debía ser reencontrarte con alguien y que
ni siquiera supiera quién eras.

Intercambió una mirada con Rhett y él se separó en silencio. Alice avanzó rápidamente
hacia Anya. Cuando llegó a su lado, se sorprendió al ver que estaba mirando a Rhett con
expresión confusa. Él también se dio cuenta, porque le devolvió la mirada.

—¿Quieres algo? —le preguntó él con su simpatía natural.

—No... —ella se puso roja—. Eh... solo creí que... ¿nos conocemos de algo?

Oh, no.

—No —dijo él, secamente.

Anya no pareció creerlo.

Alice miró a Rhett, que apretó los labios. Después, agarró a Anya del brazo y la arrastró
hacia la salida del gimnasio. Ella seguía pareciendo confusa mientras iban hacia el
edificio principal.

—Me dijeron que te encontraría en el gimnasio —dijo ella—. No pensé que... eh...
¿aquí podéis tocaros?
—Los humanos no son muy estrictos con el contacto —bromeó Alice, aunque estaba
un poco tensa—. ¿Por qué le has preguntado eso a Rhett?

—¿Rhett? ¿Se llama así? —ella pareció quedarse pensativa un momento—. No lo sé.
Me ha resultado... extrañamente familiar.

Alice se preguntó qué pensaría Max de eso. Y, a la vez, no le gustó demasiado la


situación. Seguía recordando que Jake le había dicho que Emma siempre había estado
enamorada de Rhett. Era una tontería ponerse celosa, pero... lo estaba.

—¿Qué querías? —Alice se detuvo junto al edificio principal, mirándola.

—Oh... me ha mandado una que... creo que es amiga tuya. Creo que dijiste que se
llamaba Tina.

—¿Tina te ha mandado?

—Mientras buscan alguna tarea para los recién llegados, somos los mensajeros oficiales
—sonrió tímidamente—. Ha dicho que quería verte esta noche en la cena o que iría a
buscarte de la oreja a la habitación.

Alice no pudo evitar sonreír. Tina era tan madre cuando quería...

—¿Eso es bueno? ¿No te dolería que te fueran a buscar de una oreja?

—Es una forma de hablar —se sintió rara diciéndolo y no oyéndolo—. Gracias por
avisarme, Anya... ¿cómo te está yendo el primer día?

—Es fácil si ya conoces la zona —dijo, encogiéndose de hombros—. Además, es más


cómodo pasearte por aquí sin tener miedo de que una madre o un padre
se enfade contigo.

—Sí, mucho más —Alice suspiró.

—Aunque... no será fácil acostumbrarme a eso de no tener... normas.

—Hay algunas normas. Solo que no son tan estrictas.

—¿Y... te gusta?

—Te aseguro que, una vez te acostumbres, no querrás volver a pensar en los pad...

—¡AAAALIIICEEE!

La voz chillona de Jake hizo que las dos se giraran. Anya parecía asustada, como si
fueran a atacarla.

—¿Por qué grita? —preguntó, alarmada, cuando vio que Jake y Kilian se acercaban
felizmente.

—Porque le gusta —Alice suspiró—. ¿Qué pasa, Jake?

Él se detuvo a su lado. Estaba hiperventilando por haber llegado corriendo.

—Pensé que te encontraría haciendo cosas malas con Rhett, qué raro.
—¿Cosas... malas? —Anya pareció confusa.

—Jake... —Alice puso los ojos en blanco.

—Perdón, perdón. ¿A que no adivinas a quién dejarán a cargo del hospital durante
el tiempo en que Tina no esté? ¡A MÍ!

Ella tardó un momento en procesarlo. Jake dejó de sonreír, algo decepcionado.

—Esperaba un poco más de ilusión, la verdad.

—Es que... tú... yo... ¿en qué momento has empezado a ser aprendiz de Tina?

—Desde que desapareciste. Decidí asumir que no era bueno en luchar, disparar y todo
eso... ¡y resulta que soy muy bueno curando a la gente!

—¿Van a dejar a un niño a cargo de un hospital? —pareció que Anya se iba a


desmayar.

—Oye, Emma, soy un niño muy maduro para mi ed...

Alice lo detuvo con una mirada horrorizada. Jake abrió los ojos como platos. Ya había
soltado su nombre. Los dos miraron a Anya, que no pareció entender qué pasaba.

—¿Emma? —repitió, confusa.


—Le recuerdas a una chica que se llama así —Alice improvisó—. Oye, Anya,
¿te importa que nos veamos más tarde? Tengo que hablar con ellos.

—Sin problema —por supuesto, los modales de androide se sobrepusieron a su


curiosidad. Ella entró en el edificio sin decir nada.

Incluso Kilian se había dado cuenta del error. Cuando ella desapareció, él y Alice se
giraron hacia Jake, que estaba rojo como un tomate.

—¡Se me ha escapado!

—Tienes que tener más cuidado, Jake.

—Lo siento —suspiró—. Tampoco es que se haya enterado de nada. Hubo

una pausa. Jake pareció intrigado.

—¿Qué?

—Creo que ha reconocido a Rhett.

—¿A Rhett? —dudó un momento—. Bueno, cuando vivía con nosotros se pasaba
el día babeando por él...

—Y... —Alice se retorció los dedos, nerviosa—. ¿Él dio alguna señal de... eh...?

—Sinceramente, Alice, pensaba que Rhett era asexual hasta que te conoció.
—Qué directo —bromeó ella, aunque estaba más aliviada—. Entonces, él nunca dijo
nada al respecto.

—No podía hacer mucho. Era la hija de Max. Y Emma era un poco... eh...
caprichosa. No se paraba hasta conseguir lo que quería. Rhett era su cuenta
pendien...

Se detuvo abruptamente. Rhett salía del gimnasio. No pareció darse cuenta de que
estaban ahí hasta que llegó a su altura. Los tres estaban en silencio absoluto, mirándolo.
Rhett enarcó una ceja.

—¿No deberíais ir a cenar? —preguntó.

—¡Voy a ser el médico de la ciudad en la ausencia de Tina!

Rhett le arrugó la nariz.

—Estamos todos muertos, entonces.

—No dejaré que tus malas vibraciones me quiten la ilusión, ¿vale?

—Un momento —Alice lo miró—, ¿y por qué se ausentará Tina?

—Algunos de los humanos nuevos dijeron que conocían un lugar con provisiones. Max
ha organizado una partida de exploradores y se llevará a Tina por si pasa algo.
Alice intentó ocultar su decepción por no haber sido escogida. Rhett no pareció muy
sorprendido. Seguro que él ya lo sabía. Era un guardián.

—Una gran noticia —les dijo Rhett—, pero, si me disculpáis, me estoy muriendo de
hambre.

Se dirigieron los cuatro al comedor, que estaba completamente lleno con las nuevas
adquisiciones. Alice sintió que se ponía nerviosa a medida que los de la cocina le llenaban
la bandeja. No quería encontrarse con Charlotte.

Y, justo estaba pensando eso, cuando se dio la vuelta y se quedó petrificada con la bandeja
en la mano.

Charlotte estaba delante de ella, mirándola.

Alice tardó unos segundos en procesarlo. Odiaba cuando los sentimientos de Alicia se
mezclaban con los suyos. Era confuso y agotador. Por un parte, sentía su propio enfado,
pero, por otra... no lo entendió. Sintió lo mismo que había sentido Alicia en el instituto,
cuando Charlotte se metía con ella. Se hizo pequeñita e insignificante en su lugar. Era
una sensación horrible.

Quizá era porque Charlotte tenía la misma expresión que en ese entonces.

—Hola —dijo, y esbozó una sonrisa que no le gustó.

Alice trató de decir algo, pero se dio cuenta de que se había quedado sin palabras.
¿Qué le pasaba? Le dolió la cabeza. Maldita Alicia. Su confusión estaba haciendo que
se mareara. Parpadeó, intentando alejar las sensaciones de su invasora, y se dio cuenta
de que había dado un paso atrás. Charlotte lo dio hacia delante.

Y, justo en ese momento, como un halo de luz, Rhett apareció justo delante de ella,
mirando a Charlotte directamente. Ella levantó la cabeza, algo sorprendida.
—A tu mesa —le soltó Rhett de malas maneras.

Charlotte esbozó una sonrisa petulante.

—Perdona, pero solo estaba intentando hab...

—A. Tu. Mesa. ¿Estás sorda o qué?

Ella pareció sorprendida. No estaba acostumbrado a que la gente le hablara así... y


menos un chico.

—¿Y quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer? —preguntó, irritada.

—Uno de los guardianes de esta ciudad. Por lo tanto, uno de los votos que necesitas
para seguir viviendo en esta preciosa zona. Así que te recomiendo que te des la
vuelta y te vayas a tu mesa antes de que me canse de tener tu presencia cerca.

Charlotte apretó los labios, algo frustrada. Dedicó una última mirada a Alice, que no se la
devolvió. Entonces, se dio la vuelta.

—¡Eso, vete! —dijo Jake cuando vio que el peligro se alejaba—. No te acerques a Alice,
¿me oyes? ¡Que tiene una pistola y está muy loca! ¡Y yo tengo un amigo que te puede
tirar comida a la cara!

—Ya lo ha pillado, Jake —le dijo Rhett, sacudiendo la cabeza.

—Estaba a punto de intervenir cuando lo has hecho tú, ¿eh?

—Sí, claro.

—¡Es verdad!

Los cuatro se sentaron en la mesa. Alice se aseguró de darle la espalda a la chica que no
quería ver. Notó que Rhett, a su lado, la miraba de reojo.

—Gracias por defenderme —murmuró.


—No me las des —él tenía el ceño fruncido—. ¿Qué te ha pasado? No sueles quedarte
así.

—Es... Alicia —murmuró en voz baja, aprovechando que Jake charlaba con Kilian y
Trisha, que acababa de aparecer.

—¿Alicia? —repitió Rhett, también en voz baja.

—Sí, ella... no lo sé. A veces, sus sentimientos se cruzan con los míos. Es agobiante. Es
como tener dos personalidades mezcladas dentro. Pero... solo le pasa con Charlotte. Ni
siquiera le pasaba con Jake o John.

—¿No hay ninguna forma de impedirlo?

—No lo sé. Pero... cuando la veo es como... como si fuera Alicia siendo acosada por ella.
Me siento tan... inferior.

Era raro admitirlo en voz alta, pero sabía que Rhett era una de las pocas personas que no
lo juzgaría si lo hacía. Él suspiró y pareció considerarlo un momento.

—Por mucho que me guste defenderte, Alice, tenemos que trabajar en que puedas
defenderte tú sola.

—Sé defenderme sola.

—Con esa chica en concreto.

—Está bien —accedió a regañadientes.

—¿De qué cuchicheáis? —preguntó Trisha, señalándolos con la cuchara.

Y, entonces, se vieron obligados a dejar el tema de Charlotte y a volver a la


conversación con los demás.
CAPÍTULO 31
La clase ya había terminado cuando Alice se quedó felizmente con Rhett para ayudarlo a
colocar los sacos en su lugar. En realidad, él se irritaba cuando lo colocaba mal, así que se
limitaba a mirarlo de brazos cruzados mientras él hacía el trabajo duro.

—Hoy me ha salido una clase perfecta —bromeó ella felizmente.

—¿Perfecta? —su tono era escéptico cuando cerró la puerta del almacén y se quedaron
los dos en el gimnasio.

—No dejaré que tu mal genio se me contagie —advirtió ella sonriendo—. Me he


levantado de buen humor.

—Eso ya lo veo. Pero la clase no ha sido perfecta.

—Oh, vamos, lo he hecho bien. He conseguido darle un puñetazo a un chico.

—Pues, ahora que lo mencionas —él se cruzó de brazos—, la próxima vez que te vea
dando un puñetazo como el de antes, te ato la muñeca.

—¡La he colocado bien! —ella borró su sonrisa para reemplazarla con expresión
estupefacta.

Hizo una muestra del puñetazo de antes y Rhett enarcó una ceja lentamente.

—Odio cuando me miras así —musitó Alice.

—¿Así?

—Sí. Sabiendo todas y cada una de las cosas que he hecho mal pero sin decirlas.

—Es que no tengo tiempo para decirlas todas —él sonrió maliciosamente.
Alice puso las manos en sus caderas, irritada.

—¿Qué insinúas?

—Que has empeorado. ¿Vuelves a necesitar clases extra?

—¿Necesitas ser mi saco de boxeo para que te demuestre que he mejorado? Rhett

ladeó la cabeza, divertido.

—Seamos realistas, Alice. No conseguirás darme.

Ella se empezó a colocar, sonriendo maliciosamente. Apretó y estiró los puños unas
cuantas veces.

—¿Eso es un reto, instructor? —remarcó la última palabra.

—Para ser un reto tendría que ser alcanzable, iniciada —él también remarcó la última
palabra.

—Igual debería recordarte que Kenneth me dio unas cuantas clases en la Unión —
bromeó dando una patada al aire—. Ahora soy una ninja como la de ese niño de la
película del hombre que lo obliga a limpiar.

—Muy bien, Karate Kid, si quieres intentarlo, no seré yo quien te frene,


Pero ni siquiera se estaba colocando en posición defensiva.

—Te veo muy seguro, instructor.

—Y yo te veo muy motivada, iniciada.

—Te recuerdo que ya te he dado un puñetazo —ella lo dio al aire, divertida—. Y te hice
sangrar.

—Sí, tienes una forma de demostrar tu amor muy curiosa.

—¡Pensaba que me habías vendido!

—Oh, vamos, no te habría vendido a Charles. Hubiera ido a por alguien que pudiera
darme más por ti.

—Oh, muchas gracias, Rhett. Eso hace que me sienta mucho mejor.

—Era mi intención —bromeó y, a la vez, esquivó sin mucha dificultad un


puñetazo en el brazo—. Ah, ¿ya hemos empezado?
—Hace ya un rato.

Alice ya se había colocado en posición defensiva con una sonrisa en los labios. Le daba
la sensación de que, nada más moverse, él ya sabía lo que iba a hacer. Rhett estaba de pie
delante de ella, mirándola fijamente. Cuando se centraba, le brillaban los ojos. Intentó
darle unos cuantos golpes, pero los esquivaba moviendo la cabeza o ligeramente el
cuerpo. Casi parecía que se estaba riendo de ella.

Alice apoyó el pie tal y como le había enseñado, adelantándose para darle en la cara. Él
bloqueó el brazo con facilidad y, cuando intentó retenerla, Alice pasó por debajo de su
otro brazo y se libró, asestándole un golpe suave en las costillas con el codo.

—¡Te he dado! —quizá hubiera deseado no estar tan feliz de haberlo conseguido—. Si
esto hubiera sido una pelea de verdad, iniciado, ahora mismo no estarías tan tranquilo.

Pero él no la escuchaba, porque Alice se había puesto a dar saltitos sobre las puntas de
sus pies y él tenía la mirada clavada en sus pechos. Alice dio una vuelta a su alrededor sin
darse cuenta, divertida.

—¿Qué gano si consigo tirarte al suelo? —preguntó, deteniéndose delante de él.

Rhett enarcó una ceja, mirándola a la cara.

—La pregunta es: ¿qué gano yo?

—Dímelo tú —le lanzó un puñetazo en el hombro y él atrapó el puño con su mano,


sonriendo. Alice intentó soltarse, pero su sonrisa se acentuó cuando la
sujetó con más fuerza—. Suéltame.

—¿Qué quiero ganar? —preguntó, divertido, adelantando la mano para agarrarla de la


muñeca—. Tengo que pensarlo. Hay muchas ideas tentadoras.

—Pues, si yo gano —Alice tiró de su brazo inútilmente—, quiero que me debas un


favor. Y que no puedas negarte a él cuando te lo pida. Cuando sea. Donde sea.

—Muy bien. Pero no hace falta ser tan específica. No creo que tengamos que acordarnos
cuando te tire al suelo.

—¿Y por qué no lo has hecho todavía, eh?

—Porque es divertido verte dando saltitos por aquí —se burló de ella.

Alice aprovechó el momento en que la soltó para intentar desequilibrarlo con una técnica
que había aprendido en sus clases. Se adelantó para enganchar una de sus rodillas con su
pantorrilla, pero Rhett se movió justo a tiempo y giró su cuerpo. Alice sintió que caía por
un momento, justo antes de que él la sujetara del brazo y volviera a ponerla de pie. Se
separó, irritada.

—Eso te lo enseñé yo —dijo él, divertido—. ¿Crees que te enseñaría algo sin saber
cómo esquivarlo?

—¿Tienes miedo a que use tus trucos contra ti? —sonrió.

—Como has dicho antes, querida alumna, ya me has dado un puñetazo. Hay que tener
cierta precaución.

Alice dejó de dar saltitos, algo decepcionada.


—Si hubieras sido un buen profesor, ahora sería una experta en defenderme y podría
tirarte al suelo sin parpadear —lo acusó.

—Si hubieras sido una buena alumna, ahora sabrías que has bajado la guardia.

Alice se puso colorada cuando vio que había bajado los puños. Se volvió a colocar
enseguida. ¿Por qué estaba cometiendo esos errores de principiante?

—Kenneth no me enseñó así —intentó defenderse—. Te aseguro que él no se detenía


si me tiraba al suelo, pero me enseñó algunos trucos útiles.

—¿Y en qué momento nuestro querido Kenneth te enseñó trucos útiles?

—Mientras intentábamos escapar de la Unión, ¿ya no te acuerdas?

—Oh, sí —esbozó una sonrisa irónica—. El famoso plan para escapar de ahí.

—Al final funcionó, ¿no?

—Y él sigue con nosotros —no pareció muy contento al recordarlo—. Una parte de mí
está esperando que haga algo mal para poder echarlo.

—A lo mejor ya no es tan malo —Alice se encogió de hombros.

Rhett la miró con los ojos entrecerrados.


—¿Ahora te cae bien?

—No me cae bien —Alice puso los ojos en blanco—. Pero hay una cosita que se llama
segundas oportunidades. Todos nos la merecemos.

—No todos.

—Rhett... —ella suspiró.

—No todo el mundo se merece una segunda oportunidad —insistió él, irritado.

—Yo le di una segunda oportunidad y aprendí a recibir un puñetazo sin llorar.

—Gran consuelo.

—¡Tú nunca llegabas a golpearme!

—¡Lo dices como si fuera algo malo!

—¡Bueno, lo era!

—¿Estás enfadada porque nunca te he dado un puñetazo? —preguntó, perplejo.

Ella dudó un momento, avergonzada.

—No tenías problemas en dejar que Trisha me destrozara.


Él esbozó una sonrisa de ángel.

—Aprendiste a defenderte, ¿no?

—Sí, después de semanas y semanas de que me destrozara.

—Da gracias a que nunca has tenido a Max de profesor —Rhett se acercó a ella—.
Anda, vamos a comer. Me muero de hambre.

—Pero que conste que yo habría ganado —ella no se movió de su lugar,


enfurruñada cuando él le puso una mano en la nuca.

—Mira, lo dejaremos en empate y ya está.

—Bueno... pero esto no ha terminado aquí.

—Vale, Karate Kid —dijo, divertido—. Lo dejaremos para otro día.

—Me parece bien. Ya te enterarás.

Él sonrió y, justo cuando se inclinó hacia delante para besarla, Alice aprovechó el
momento para agarrarlo del brazo con las dos manos y hacer que perdiera el equilibrio
dándole justo en el tobillo. Un segundo más tarde, él estaba tumbado en el suelo y ella
estaba sentada en su estómago con una sonrisa de oreja a oreja.

—Whoa, ¿qué...?
—¡Te he tirado! —exclamó, entusiasmada—. ¡He ganado!

—¿Qué...? —él seguía perplejo.

—Con que no podía tirarte, ¿eh?

—Has esperado que me distrajera —Rhett entrecerró los ojos, negando con la cabeza.

—Sí, parece que aprendí algo en las clases de Kenneth, después de todo — sonrió
ella, burlona.

Rhett intentó apartarse de mala gana, pero lo tenía inmovilizado. La sonrisa de ella se
ensanchó cuando él se encontró tumbado de nuevo sobre su espalda.

—Muy graciosa. Ahora, suéltame.

—Es la primera vez que te gano en algo. Quiero disfrutar del momento.

—No has ganado. Me has...

—Te he ganado —lo interrumpió, burlona—. Y ahora tengo yo el control de la


situación, ¿eh?

—¿Y qué vas a hacer? ¿Matarme? —preguntó con tono irritado, aunque era obvio
que tampoco le desagradaba la situación.
—Eso no sería muy divertido.

—Conozco a unas cuantas personas que lo encontrarían muy divertido.

—Tienes suerte de que solo yo pueda tirarte al suelo, entonces —Alice lo agarró de las
muñecas y se las sujetó a ambos lados de la cabeza. Él enarcó una ceja.

—¿Por qué todo lo que dices suena ridículamente pervertido? —preguntó—. Ah, bueno.
Quizá es porque estás a horcajadas sobre mí.

—Estoy pensando en el favor que quiero que me hagas —sonrió ella


perversamente.

—Oh, no. Yo creía que tu parte perversa había muerto.

—Solo estaba dormida. Pero ha despertado cuando te he tirado al suelo.

Cuando vio que él iba a volver a protestar, se inclinó hacia delante y juntó sus labios.
Rhett dejó de hablar enseguida. Alice cerró los ojos y le soltó las muñecas para sujetarle
la cara con ambas manos. Su pulgar rozó la cicatriz, pero él no dijo nada. Ya nunca decía
nada sobre eso. Sintió sus manos en su espalda y se inclinó un poco más hacia delante,
intensificando en beso.

—¿Así entrenáis vosotros dos?

Alice dio un respingo cuando escuchó la voz de Max. Estaba de pie con los brazos
cruzados. Los miraba con cierto escepticismo. Ella se separó de la cara de Rhett
enseguida, pero él ni siquiera se molestó en incorporarse. Se limitó a mirar a Max.
—Algunas veces, sí.

—Rhett —Max enarcó una ceja a modo de advertencia.

Alice se apresuró a ponerse de pie, roja como un tomate. Rhett se incorporó a su lado,
sacudiéndose los pantalones.

—Me habían dicho que, por algún motivo, todavía no habíais ido a comer —dijo, su
tono reflejando lo que le parecía que usaran el tiempo de entrenamiento para
besuquearse—. Tenía la esperanza de haberos encontrado haciendo algo productivo.

—No se me ocurre nada más productivo —murmuró Rhett antes de llevarse un codazo
de Alice.

—Tú y yo ya hablaremos sobre la conducta que deberías mantener —le dijo a Rhett
secamente antes de girarse hacia Alice—. Y espero que tú hayas estado entrenando
algo más que tirarte al suelo con chicos.

—No con chicos —remarcó Rhett—. Conmigo.

—No sé qué es peor, la verdad.

Él abrió la boca, ofendido, pero Max se limitó a girarse.

—Venid conmigo.

Echó a andar sin esperar para ver si lo seguían. Alice clavó una mirada avergonzada a
Rhett, que parecía divertido cuando se la devolvió.
Ella estaba un poco sorprendida cuando subieron las escaleras y se encontraron todos en
despacho de Max. Ahí estaban los demás guardianes reunidos. Y Jake también estaba ahí
sentado. Parecía tan confuso como ella. Se sentó entre él y Rhett mientras Max se dirigía a
su lugar al final de la mesa.

—Bueno, ahora que estamos todos... —empezó él, pero fue interrumpido por la puerta
abriéndose bruscamente.

Charles entró con una enorme sonrisa y se quedó mirándolos.

—¿Ibais a empezar sin mí? Qué traición, Max.

—Siéntate —le dijo él con expresión seria—. Como iba diciendo...

Max se interrumpió a sí mismo cuando Charles empezó a arrastrar una silla sonoramente
hasta ponerse descaradamente entre Rhett y Alice. Todo el mundo lo miraba, pero él se
limitó a sonreír como un angelito.

—¿Has terminado? —le preguntó Max claramente irritado.

—Por ahora, sí —sonrió Charles.

—Bien —Max volvió a centrarse—. Como ya sabéis, ahora tenemos casi diez
personas más viviendo aquí, además de más de más de veinte androides.

Alice tragó saliva cuando hizo una pausa. ¿De qué iba eso? ¿Qué pintaba ella ahí? No era
guardiana. Jake tampoco.
—Tina y yo estamos intentando averiguar si podrían ayudarnos en algún aspecto, pero
casi todos los androides han venido en las mismas condiciones en las que aparecieron los
demás. Sin la menor idea de luchar o defenderse. Así que, en cuanto recuperen fuerzas,
vamos a meterlos en clases. ¿Te parece bien?

Miraba a Rhett, que asintió con la cabeza sin siquiera parpadear. Seguro que él ya había
pensado en eso. Rhett siempre pensaba en todo. Alice deseó ser como él para no llevarse
tantas sorpresas.

—Perfecto —Max volvió a dirigirse al grupo—. Siendo sinceros, lo más probable es que
la mayoría de ellos terminen ayudando en las cocinas, en los jardines o en el
mantenimiento de la ciudad. En cambio, los humanos vienen un poco más preparados.
Podremos trabajar mejor con ellos. Saben luchar y defenderse. En cuanto todos los
alumnos tengan, al menos, una semana de entrenamiento... volveremos a dividirlos en
niveles. Como hacíamos en Ciudad Central.

Hizo una pausa.

—Yo me encargaré de los avanzados. Rhett de los intermedios. Y Trisha de los


principiantes.

Ella había estado un poco despistada hasta ese momento, en el que dio un respingo,
sorprendida.

—¿Yo?

—Lo hemos estado hablando. Sabes luchar. Sabes defenderte. A partir de ahora,
no enseñaremos nada de armas a los alumnos hasta que sean intermedios y sepan
defenderse cuerpo a cuerpo.

—Oh —ella parecía tan sorprendida que no dijo nada durante unos segundos—. Eh...
está bien.
—Eso no es todo —Max repiqueteó los dedos en la mesa—. Nos hemos dado cuenta de
que muchos de los que llegan no entienden el funcionamiento de la ciudad. Necesitamos
a alguien que pueda enseñarles cómo va esto. Alguien de los suyos a quien dirigirse si
tienen un problema. Una especie de representante que les pueda ayudar. Alguien que
pueda entenderlos mejor que yo o que ningún otro guardián. Jake, ¿aceptarías ser tú?

Jake pareció tan sorprendido como Trisha. Aunque enseguida esbozó una sonrisa alegre.
Se le iluminó la mirada y asintió con la cabeza rápidamente.

—Se te da bien la gente. Vas a hacer un buen trabajo representando a los alumnos.

Él sonrió, orgulloso de sí mismo. Alice le puso una mano en el hombro, feliz por él.
Todavía se acordaba de la cantidad de veces que le había dicho que no era bueno en
nada... pues mira, sí que era bueno en algo. En muchas cosas.

—Y, por último —Max suspiró, pensando bien lo que iba a decir—, no tenemos
recursos suficientes para abastecer a toda la ciudad.

Hubo un momento de silencio. Me dio la sensación de que eso no se había hablado


con nadie, porque Tina solía ser la única que conocía sus planes y pareció
sorprendida.

—No podemos prescindir de gente, y nuestra máxima fuente de alimento son los jardines
traseros, la comida almacenada que trajimos de la otra ciudad y los pocos recursos que
nos dejó Charles.

Él sonrió cuando todos lo miraron, como si hubiera hecho una heroicidad.

—No podemos controlar el tiempo que tardaremos en consumirlo todo y quedarnos sin
nada, ni tampoco cuánto tardarán las plantas en crecer. La única opción es depender de
Charles y los de las caravanas, pero ellos no pueden darnos recursos infinitos. Tenemos
que buscar una alternativa. Por eso, he estado hablando con los humanos recién llegados
y ellos conocen bastantes fuentes de alimento y bebida.
Miró a Tina, que sonrió afablemente.

—Tina y yo organizaremos un pequeño grupo para ir a investigar la zona. Parece seguro,


pero no sabemos cuánto tiempo tardaremos. Lo esperado es una semana. En nuestra
ausencia, Jake se encargará de organizar el hospital. Ha demostrado que es el mejor
alumno de Tina. Y, siguiendo el mismo patrón, he pensado que es necesario que en mi
ausencia alguien se encargue de la ciudad. Alguien que estoy seguro de que lo hará igual
o mejor que yo porque ya ha demostrado ser de confianza.

Hizo una pausa y Alice sintió que se le paraba el corazón cuando la miró directamente a
ella.

—Alice, te propongo como líder sustituta de la ciudad.


CAPÍTULO 31

Alice estaba sentada sola en el despacho de Max con los dedos entrelazados y cara de
horror.

Era. La. Líder.

¿Qué se suponía que hacían los líderes?

Esa mañana él y Tina se habían marchado con los exploradores y con algunos de los
nuevos. Max no le había dedicado una gran despedida —no la esperaba, la verdad—,
aunque le había asegurado que contaba con la ayuda de los demás guardianes. Alice
sospechaba que se refería a Rhett, que era el único guardián que lo había sido también en
la otra ciudad.

Pero ahora estaba sola. Hacía una hora que se habían marchado y tenía una extraña
sensación en el estómago. Durante esos días no tenía que ir a clase. Pero... ¿qué hacía,
entonces? ¿Qué hacía la gente que no tenía que entrenar con su vida?

Llamaron a la puerta y se quedó mirándola como una estúpida hasta que se dio cuenta de
que ahora, técnicamente, era Max. Puso cara seria y se aclaró la garganta.

—Adelante —le sonó la voz ridículamente aguda.

Rhett abrió la puerta con una sonrisa maliciosa.

—¿Puedo pasar, líder? —preguntó, burlón.

—Déjate de tonterías —masculló ella.

—Mírate, hablándome como Max.

—Rhett —ella suspiró.


Él cerró la puerta para sentarse a su lado despreocupadamente.

—¿Qué tal tu primera hora al mando? ¿Ya has empezado a corromperte?

—¿Qué es...? Déjalo. No quiero saberlo.

Agachó la cabeza y se miró las manos, afligida. Él dejó de sonreír.

—Oye —Rhett le levantó la cabeza por el mentón—, no te desanimes. Estoy aquí


para ayudarte.

—Lo sé, es que..

—No te gusta, ¿no?

—No lo sé. Es que... no sé ni qué se supone que tengo que hacer. Max no me ha dicho
absolutamente nada.

—Tranquila, soy el encargado de hacer que no destroces la ciudad en una semana


—sonrió, dejando una hoja sobre la mesa—. Eres la líder, Alice.
Limítate a tomar decisiones.

—¿Sobre qué?

—Sobre esto, para empezar. Esta es la lista de todos los alumnos que tenemos ahora
mismo —Rhett la deslizó hasta que quedó justo delante de ella—. Los he dividido por
grupos según sus habilidades. Hoy les he hecho algunas pruebas.

Ella lo miró, confusa.

—¿Tengo que decirte si me gusta?

—Sí, estaría bien —Rhett parecía divertido—. Revisa los nombres, las
habilidades... todo está ahí. Si no te parece suficiente, puedo organizar más pruebas
en las que estés presente.
—No... eh... —ella agarró la hoja y lo miró por encima de ella—. Sabes más de esto
que yo. Mhm... ¿qué tengo que hacer? ¿Escribir que estoy de acuerdo?

—También puedes decírmelo. Es más rápido —él sonrió, divertido al verla tan
apurada.

—Pues... mhm... estoy de acuerdo.

—Bien —Rhett volvió a adoptar su mirada de instructor serio—. La gente siempre


tiene problemas en estas ciudades, Alice. Tú solo tienes que solucionarlos. Y, si ves
que es algo serio, convocas a los guardianes o a sus sustitutos y tendrá que ser una
decisión grupal.

—¿Tú estarás conmigo? —ella estaba un poco aterrada.

—No puedo estar a todas horas contigo —él torció el gesto—. Tengo que
sustituir a Max en sus clases. No voy a tener la tarde libre. Pero no me necesitas,
Alice.

—Yo creo que sí, la verdad.

—No me necesitas —repitió, mirándola—. Lo que necesitas es creer un poco en ti


misma. ¿Crees que Max te habría elegido si no hubiera creído que eras lo
suficientemente buena para esto?

—No —murmuró ella. Max nunca decía algo porque sí. Y confiaba en ella. Se sintió
un poco más orgullosa de sí misma.

—Paséate por la ciudad. La gente te contará sus problemas y vas a tener que fingir que te
importan, pero... oye, eso de ser líder tampoco puede ser un camino de rosas. Puedes
empezar por el hospital. Jake se alegrará de verte.

—Vale. Hospital —repitió, mecánica.

—Tengo clase en cinco minutos —él puso una mueca—. ¿Puedo irme tranquilo, Alice?

Ella dudó un momento.

—Sí —masculló.

—Si tienes algún problema, siempre puedes sacar la pistola —bromeó él,
poniéndose de pie—. Aunque no es una gran campaña electoral, claro.

Alice tardó media hora en decidirse a bajar. Al menos, ya no la odiaban. Era un avance.
Menos mal que Max había decidido marcharse cuando habían empezado a tenerle algo
cariño de nuevo. Saludó a un grupo de alumnos con la cabeza cuando le sonrieron. Fingió
seguridad hasta que dobló el pasillo y estuvo sola. Entonces, volvió a la expresión de
terror.

El hospital estaba tranquilo, como siempre. Jake estaba sorprendentemente centrado en sus
labores cuando Alice se asomó. Tenía la bata blanca de Tina e iba de un lado a otro con
Kilian persiguiéndolo con una mesa con ruedas.
La mayoría de los ingresados eran androides con los que habían experimentado. Alice los
miró de reojo. Casi todos la saludaron. Jake estaba tan centrado que se le había formado
una arruga en el entrecejo. Ella se acercó. Estaba en la camilla de Eve. Ella sonrió al
verla llegar.

—Si es la nueva líder —sonrió Eve.

Alice miró su barriga. Parecía mentira que pudiera caminar con el estómago tan
hinchado.

—En carne, hueso y algún que otro aparato —Alice sintió que se relajaba al sonreír
—. ¿Alguna queja del enfermero novato?

—Médico —corrigió Jake, que estaba inyectando algo a una bolsa transparente. Ésta
tenía un tubo que iba directamente al brazo de Eve—. Y que sepas que soy genial en esto.

—No se le da mal —admitió Eve.

Jake sonrió, orgulloso de sí mismo, y estiró la mano hacia Kilian sin mirarlo. Él le dio lo
que había pedido sin pensárselo un segundo. Después, Jake miró a Alice.

—¿Qué tal te va a ti? —preguntó.

—Bien —Alice adoptó el tono más maduro que consiguió reunir—. Esto de dar
órdenes no está del todo mal.

Aunque todavía no había dado ninguna.

—¿Va todo bien contigo? —le preguntó a Eve.


—De maravilla —sonrió ella.

—Me alegro mucho, Eve.

—Gracias, Alice.

—Ven conmigo —Jake la agarró del brazo—. Necesito que veas algo.

Alice lo siguió tranquilamente hacia el pasillo donde no pudieran verlos. Un gesto fue
suficiente para que Kilian se quedara vigilando a los enfermos. En cuanto estuvieron solos,
Alice sonrió a Jake.

—Mírate. Has nacido para esto. Todavía me acuerdo de cuando te daba miedo la
sangre.

—¡No me daba miedo! Solo... mhm... me mareaba un poco.

—Lo que tú digas. Te daba miedo.

Sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. Alice levantó las cejas.

—¿Qué pasa?

Jake suspiró.
—Tengo que hablarte de algo, Alice.

Ella se tensó al instante.

—¿Qué pasa?

Jake suspiró.

—Es... Eve.

—¿Qué pasa con ella? —insistió al ver que no continuaba.

—Tiene preeclampsia.

Alice parpadeó.

—¿Que tiene qué?

—Es una complicación del embarazo —explicó él—. Es complicado explicarlo, pero
puede ser malo para el bebé. Y para Eve. Al bebé no le llega la sangre necesaria y puede
tener consecuencias bastante malas si no lo trato bien...
¿sabes?

—¿Qué consecuencias?

Por su cara, no quiso saber más.

—¿Hay algo que podamos hacer?


—Hago lo que puedo, pero... —Jake suspiró—. Creo que lo lleva bien, pero... no lo sé.
Tina me dejó instrucciones para ella. Dijo que tenía que seguirlas al pie de la letra. Que
era muy importante si queríamos que todo saliera bien. Pero... no sé. Estoy un poco
nervioso. Imagínate que hago algo mal.

Alice recordó las palabras de Rhett y le puso una mano en el hombro, transmitiéndole toda
su seguridad.

—Jake, no te habrían elegido si no creyeran en ti —aplicó el discurso que la había


motivado a ella—. Estás aquí por algo. Y eres bueno en esto. No te desanimes.

Jake le dedicó una pequeña sonrisa emocionada.

—Gracias, Alice.

—Ahora, vuelve ahí. Tengo que ir a dar órdenes.

—Has pasado demasiado tiempo con Rhett —replicó él, entrando en el hospital de
nuevo.

Alice lo observó un momento antes de marcharse.

Fue a la cafetería, las cocinas, a los jardines, a las caravanas... todo el mundo tenía algo
de lo que quejarse. Y todo el mundo se creía que tenía prioridad. Alice intentó por
escuchar a todo el mundo por igual. Ni siquiera tuvo tiempo para ir a comer porque tenía
a Davy quejándose de que no tenía recursos suficientes para arreglar un algo de
combustión. Alice se esforzó en no perder los nervios.

Ya casi estaba anocheciendo. Estaba agotada. ¿Por qué se creían que tenía las respuestas
a todos sus problemas? Bueno, vale, porque era la líder. Se detuvo en el pasillo al ver a
Charles paseándose con toda la tranquilidad del mundo.
—Líder —hizo una reverencia exagerada, divertido—, es un honor estar en su
presencia.

—Déjate de bobadas —Alice negó con la cabeza.

—Me han dicho que has tenido una mañana ocupada.

—No me puedo creer que Max haga esto todos los días. Es agotador.

—Por algo está siempre con esa cara de mal humor.

—No hables así de él —protestó Alice. No le gustaba cuando hablaban de Max como si
fuera un monstruo. No era cierto. Era muy bueno.

—Perdón —sonrió Charles—. No quería insultar a tu papi.

—Charles —Alice dio un paso hacia él, sonriendo frívolamente—, igual debería
recordarte que, ahora mismo, tengo el poder de no dejar que entres alcohol en la ciudad.

Él borró la sonrisa al instante y levantó las manos en señal de rendición.

—No quería ofenderte —aseguró enseguida—. ¿Te he dicho ya lo bien que te queda ese
pelo?
—Lo llevo así siempre.

—Pero hoy te brilla con más intensidad —sonrió Charles.

Alice iba a responder, pero se quedó callada cuando vio que alguien se acercaba por el
pasillo. Reconoció el pelo rubio y la cara perfecta sin necesidad de nada más que una
ojeada. Charles se marchó silbando cuando vio que lo ignoraba. Alice clavó los ojos en
Charlotte, que se paseaba moviendo las caderas, como lo había hecho siempre.

Alice respiró hondo y siguió andando. No se giró hacia ella cuando pasó por su lado.
Sintió a la Alicia que tenía dentro retorciéndose cuando el pelo de Charlotte le rozó el
brazo y tragó saliva. Ya casi había conseguido pasar por su lado cuando escuchó que sus
pasos se detenían.

—Hola, líder —la voz suave pero un poco ególatra de Charlotte la detuvo en seco.

Alice cerró los ojos un momento y se odió a sí misma por desear que Rhett estuviera con
ella. Tenía que enfrentarse a sus propios problemas. Sola.

Se giró hacia ella frívolamente.

—Iniciada —asintió con la cabeza con cordialidad.

Charlotte tenía los brazos cruzados. Alice se esforzó por no moverse cuando se acercó
lentamente a ella. Seguía siendo más alta que Charlotte. Ni siquiera parpadeó cuando se
detuvo justo delante. Ni siquiera movió la cabeza. Ni siquiera reaccionó. Eso pareció
decepcionar un poco a la rubia.

—Supongo que te acuerdas de mí —murmuró Charlotte, mirándola—. Aunque... ya no


seas tú.

Alice tragó saliva, manteniendo su expresión.

—Recuerdo mucho de ti —replicó lentamente—. Más de lo que me gustaría.


—No puedes sacarme de tu cabeza, ¿eh? —Charlotte sonrió

Alice frunció el ceño cuando notó que los sentimientos encontrados de Alicia se movían
en su interior. Tenía que luchar contra ellos para no ponerse nerviosa.

—He visto al niño del hospital —la voz de Charlotte la devolvió a la realidad—. Lo he
visto, Alicia. Es él, ¿verdad?

Alice se detuvo y giró lentamente la cabeza en su dirección.

—Te recomiendo precaución, iniciada.

Dio un paso hacia ella. Charlotte retrocedió, sorprendida.

—Recuerdo muchas cosas, sí. Recuerdo la escuela. Recuerdo el instituto. Recuerdo los
insultos y las peleas. Recuerdo las caricias y los besos. Recuerdo confiar en ti. Recuerdo
todo, Charlotte. Todo. Incluso recuerdo cuando abandonaste a mi hermano sabiendo
perfectamente que iba a morir.

La rubia intentó hablar, pero Alice dio otro paso hacia ella, haciendo que chocara contra la
pared. Apretó los labios.

—Te aseguro que, si pudiera borrar algo de mi mente ahora mismo, serías tú. Nada más.
Solo tú. Pero no te confundas. No lo haría porque seas importante. No lo haría por ti. Lo
haría por mí. Porque quiero mi mente libre para la gente se lo merece. No quiero ocupar
espacio con tu maldita imagen emponzoñándolo todo. Porque eso es lo que eres,
Charlotte, ponzoña. Veneno. Al principio, no te das cuenta de que lo has tomado pero,
cuando consigue llegar a tu interior, arrasa con todo y ni siquiera puedes impedirlo.

»Así que deja de molestarme, Charlotte. Deja de hablarme. Deja de mirarme. Y más te
vale que no me entere de que haces nada relacionado con Jake porque tienes razón,
quizá no pueda sacarte de mi mente, pero puedo sacarte de mi ciudad, y te aseguro que
ahora mismo no hay nada que quiera más.
Hizo una pausa, inclinándose hacia delante. Charlotte se encogió.

—No me des motivos para hacerlo, iniciada, porque solo necesito uno.

Se separó de Charlotte, que estaba muda, y recorrió el pasillo respirando hondo. Tenía los
puños apretados y no se había dado cuenta. Se estaba clavando las uñas en las palmas. Se
alegró al ver que no la seguía.

Había dominado la situación. Se había impuesto por encima de los sentimientos de Alicia.
Bien. Respiró hondo, aliviada. Bien.

Alice se dirigió directamente hacia la cafetería. Era la hora de cenar. Estaba a rebosar,
como siempre. Agarró su bandeja. Las cocineras volvieron a entretenerla con los mil
problemas de la cocina. Ella llegó a su mesa con un suspiro diez minutos después,
cuando todo el mundo ya había terminado de comer. Jake, Rhett, Kai, Trisha y Kilian
la miraban con curiosidad.

—¿Primer día duro? —preguntó Rhett, divertido.

—La gente no se da cuenta de lo pesada que es, ¿verdad? —preguntó Alice,


malhumorada.

Se metió un poco de puré en la boca y casi soltó un jadeo de placer. Había estado
hambrienta durante todo el día. Y ahora estaba agotada. Solo quería cenar con ellos y
olvidarse de Charlotte, de la ciudad, de su padre y de todo.

Y todavía era su primer día como líder. El primero de una larga semana.

Suspiró. Estaba segura de que sus problemas acababan de empezar.


CAPÍTULO 33

Alice había tenido una mañana un poco ocupada. Se tomó un respiro para acercarse a la
habitación en la que Davy y Kai seguían trabajando en la máquina de los recuerdos. Había
estado tan agobiada en un día y medio que ya tenía la misma expresión de amargura de
Max. Incluso ellos lo notaron.

Estaban hablando de algo divertido, pero se callaron al momento en que la vieron,


poniéndose serios.

—¿Cómo vais? —preguntó Alice, cerrando la puerta.

—Bien —Davy se incorporó torpemente—. Muy bien, de hecho. El sistema operativo


ya vuelve a estar en marcha, pero... hay muchas cosas que tenemos que aclarar todavía.

—¿Por ejemplo?

—Bueno... —Kai habló cuando Davy lo miró—. Parece que hay diferentes clases de
recuerdos para trabajar en ellos. Cada uno más difícil de encontrar que el otro.

—Voy a necesitar que seas más claro.

Kai estaba nervioso, era obvio. Miró a Alice significativamente y ella, sin saber muy bien
por qué, supo al instante qué quería.

—Podéis usarme para probarla —ofreció. Kai

parecía aliviado. Señaló la camilla.

—Ven, ponte aquí. No... no haremos nada. Solo es para ver los recuerdos. Es mucho más
fácil en alguien que ya ha usado esto.
Alice se tumbó obedientemente y dejó que le suspendieran encima de la cabeza la misma
máquina que la otra vez. Sin embargo, esa situación era mucho menos tensa que la
anterior. Kai estaba tecleando algo a toda velocidad mientras Davy ajustaba lo que Alice
tenía encima de la cabeza.

—Los cerebros de los androides son mucho más sencillos que los humanos. Más
fáciles de manipular.

—Vaya, gracias —murmuró ella, mirando al techo.

—Eh... perdón, Alice —él se puso rojo—. Verás, los humanos solo tenemos la memoria...
bueno... humana. La que va evolucionando. Los androides tienen esa y la almacenada.

—¿La almacenada?

—Sí. La que heredan de los humanos. Es decir, los recuerdos que les han impuesto en el
cerebro. La memoria humana va modificándose y avanzando... incluso puede llegar a
cambiar en algunos casos. Pero la almacenada no. Se mantiene siempre igual. Y... bueno...
eso es lo que queremos ver.

—¿Y ya puedes hacerlo?

—Creo que sería mejor esperar a que estemos completamente seguros de que no te
pasaría nada. Si tocamos el botón equivocado, podrías perder todos los recuerdos, je,
je...

Alice lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Cómo?

—No pasará —le aseguró Davy, colocándole la cabeza en su lugar de nuevo.

—El problema... —Kai giró la pantalla hacia ella. Había una serie de puntos rojos que
Alice no entendió—. ¿Ves esto? Son tus recuerdos... bueno, los de la humana que la
precedió. Es su memoria a largo plazo, la que aprovechan los científicos para los
androides. Siempre la mantienen al margen para que el
androide no se confunda. O lo intentan, al menos. A ver, puede haber excepciones
y que el androide desarrolle habilidades parecidas al humano anterior, pero...

—¿Cuál es el problema? —lo cortó Alice al ver que se ponía a divagar.

—Ah, eso, sí... eh... verás, los recuerdos forman parte de la memoria sensorial... de la
parte del cerebro que administra las emociones. En concreto, se llama memoria
episódica. El caso es que, como está controlada por las emociones... bueno... al hacer que
el sujeto, en este caso tú, Alice, las revivas... no solo vas a verlo. Vas a tener que sentirlo
todo como lo sintió Alicia.

—¿A sentirlas? —Alice levantó la cabeza y Davy volvió a colocársela.

—Sí... es complicado de explicar. El caso es que las personas no tienen una memoria
calcada a la realidad. Muchas veces, nuestros recuerdos se distorsionan con nuestros
sentimientos. Eso hace que perdamos recuerdos o los cambiemos sin querer. Por
ejemplo... no puedo encontrar nada del padre John aquí.

—¿Nada? —Alice sonó extrañada—. Es imposible.

—Es decir... sí puedo hacerlo, pero son recuerdos bloqueados por la propia Alicia.
Suele pasar con eventos traumáticos, ya sabes, recuerdos tristes. La persona los
bloquea para no sufrir. Son muy difíciles de encontrar. Necesitas
que el sujeto te guíe en todo el proceso.

A Alice le vino a la mente la insistencia del padre John en que le hablara de sus sueños.
¿Sería Jake un recuerdo bloqueado? Estaba claro que para Alicia era un recuerdo triste.
Quizá por eso había necesitado que le hablara de ellos, para saber dónde buscar a Jake.

—De todas formas, todavía no podemos hacer nada —añadió Kai.

—Sí, necesitaremos unos días —murmuró Kai, quitando la máquina de Alice, que se
incorporó de nuevo.

—¿Podréis tenerlo listo para cuando Max vuelva?

—Espero que sí —murmuró Kai.

Ella se puso de pie y decidió volver a dejarlos solos.

***

Alice miró la hoja que le había pasado Trisha con los cambios de su clase distraídamente
mientras cruzaba el vestíbulo. Le dio la sensación de que alguien se acercaba a ella. Se
tensó al instante al pensar que podía ser Charlotte, pero solo era 42. Es decir... Anya.
Seguía sin acostumbrarse a su nuevo nombre.

—Alice —sonaba preocupada—. Hace días que no te veo. ¿Dónde estabas?

—He estado muy ocupada —Alice le dedicó una sonrisa débil—. ¿Qué tal tu
adaptación a esta ciudad?
—Es... interesante —murmuró ella—. No tienen mucha organización. ¿Sabes que no
tienen una establecida para ir a dormir?

—Llevo viviendo con ellos un año, Anya.

—Sí, se nota —la miró casi con envidia—. Incluso hablas como ellos.

—¿Yo?

—Sí, utilizas palabras raras y... ¿sarcasmo? Sigo sin entender muy bien lo que es. Pero lo
usan mucho.

Alice esbozó una pequeña sonrisa. Podía entender por lo que estaba pasando.

—¿Sabes? —Anya pareció un poco incómoda—. La gente te idolatra por aquí. Alice la

observó un momento sin decir nada.

—Todos sabemos que te arriesgaste mucho para que pudiéramos venir con vosotros
—añadió Anya—. Y te estamos muy agradecidos.

Ella no quiso responder a eso. Seguía sin estar acostumbrada a los halagos.

—¿Te acompaño a la cafetería? —sugirió en su lugar.

Anya asintió con la cabeza y la siguió.

Ya en ella, Anya sonrió antes de darse la vuelta y marcharse con el resto de androides,
que la miraban de reojo. Alice suspiró y fue a por una bandeja. Sus amigos estaban en
su mesa de siempre. Jake estaba hablando de algo y Trisha lo miraba con mala cara. Eso
también era como siempre. Rhett no estaba,
¿dónde se habría metido?
—...así que no son trampas —terminó Jake, quitando las cartas de la mesa.

—Di lo que quieras. Eso son trampas.

—¿Ya empezamos? —Alice se sentó al lado de Kilian, que miraba la partida en


silencio.

—Dile al mocoso que deje de hacer trampas —protestó Trisha.

—¡No hago trampas! —a Jake se le habían colorado las orejas.

—Tramposo —Trisha le dedicó una sonrisa irónica.

Alice miró a su alrededor distraída mientras ellos discutían sobre la partida. A lo lejos,
vio a una mujer sonriendo con Blaise. Camille, su madre. Parecían tan felices... no había
hablado con Blaise desde la llegada de los demás, pero una parte de Alice prefería que las
cosas siguieran así. Después de todo, Blaise había vuelto a encontrar a su familia. Ya no
la necesitaba para nada.

A unos metros de ellos, vio a Kenneth hablando con unas humanas nuevas con su
habitual sonrisa. Las chicas estaban sonrojadas y le reían las tonterías, cosa que hacía
que él se apretujara aún más contra ellas. Sin embargo, la tercera chica, sentada a su
izquierda, no daba señales de escucharlos.

Charlotte.

Alice la miró fijamente unos segundos. Su mente se nublaba cada vez que la veía. Los
sentimientos opuestos de Alicia se mezclaban en su interior. Odio y
amor a la vez. Alicia realmente la había amado. Sin embargo, Alice solo quería odiarla.
La había abandonado. Seguía viéndola corriendo, alejándose de ella y de Jake.

Y... qué a gusto se había quedado el otro día al amenazarla con echarla de la ciudad.
Aunque no hubiera sido muy correcto.

Charlotte levantó la cabeza, extrañada, y se encontró con Alice. Se sostuvieron las


miradas unos segundos antes de que Alice se centrara en sus amigos de nuevo.

—¿Dónde está Rhett? —preguntó.

—Ha salido a hablar con Charles —Trisha puso los ojos en blanco.

¿Con Charles? ¿Estaba borracho?

—Prefiero no encontrarlo, entonces —Alice esbozó una pequeña sonrisa—. Toma


la lista, por cierto. Está genial.

Trisha la aceptó y se la metió en el bolsillo.

—Oye, Alice —Jake había estado removiendo su comida por un rápido—. Tú eres
una androide de información, ¿no?

Ella asintió con la cabeza, un poco confusa por el cambio de tema tan repentino.

—Lo soy —dijo, mirándolo—. ¿Por qué?

—¿Cuántos idiomas conoces?


—Bastantes.

—¿Y... puedes aprender uno nuevo?

—Esto se pone interesante —comentó Trisha, comiendo tranquilamente.

—¿Aprender uno nuevo? —Alice lo pensó un momento—. Se supone que sí, pero
solo lo intenté dos veces y con la supervisión de padres.

—¿Cuánto tardarías en aprender uno nuevo?

—Si puedo centrarme lo suficiente, se supone que podría tardar menos de un día... pero es
muy complicado. ¿Por qué quieres saberlo?

—Es que... —Jake bajó la voz y se acercó a ellas—. Kilian ha estado raro estos días.

—¿Más todavía? —Trisha enarcó una ceja.

—Lo digo en serio, amargada. Está como... triste. Y no sé cómo ayudarle.

—Creía que podías comunicarte con tu amiguito raro, Jake —le dijo Trisha.

—Y podía... hasta ahora. Además, ¡Kilian no es raro!


—Lo que tú digas.

—Ni siquiera nos escucha, ¿veis?

Los tres lo miraron. Kilian observaba su comida con la expresión decaída.

—¿Quieres que aprenda el lenguaje de los salvajes? —preguntó Alice,


extrañada.

—A Kilian no le gusta esa palabra, Alice.

—Vale, perdón... pero, ¿no se supone que hablan una lengua distinta?

—Sí...

—Hay algo que no entiendo —Trisha entrecerró los ojos—. ¿Cómo es que tienen una
lengua distinta? Es decir, no han pasado tantos años desde la guerra como para haber
creado una forma de vida completamente alternativa.

—Creo que ya estaban aquí antes de la guerra —Jake se encogió de hombros—


. Bueno, Alice, ¿me ayudarías?

Él sonaba tan ilusionado... no quería decirle que no.

—No... no es tan fácil, Jake....

—Sí lo es —insistió el niño—. Vamos, Alice, nunca te pido nada.


—Lo sé, no es que no quiera hacerlo, pero... no es como si tuviera alguna referencia.
La única persona que conocemos que habla como los salv... como ellos... es Kilian, y
no es que sea muy comunicativo.

—Pues... ¡Kilian! —él dio un respingo y miró a Jake—. Di algo, vamos.

Kilian parpadeó, mirándolo.

—¡Vamos! Así Alice podrá aprender a hablar contigo.

Kilian miró a Alice, pero siguió sin decir nada.

—No va a hablar —dijo Trisha.

—¡No seas tan pesimista!

—¡No es pesimismo, es realismo, míralo!

Alice puso los ojos en blanco cuando volvieron a discutir el uno con el otro. Miró a
Kilian y le dejó su bandeja de comida, a lo que él sonrió inocentemente.
Después, se puso de pie y fue a la salida de la cafetería. No había alcanzado la mitad del
pasillo cuando se dio cuenta de que Anya la seguía con una sonrisa.

—¿Puedo ir contigo?

—Ni siquiera sabes dónde voy, Anya.

—Estaba un poco cansada de estar ahí sentada.


Alice no se negó a que la siguiera mientras iba a la puerta trasera y la abría. La nieve casi
había desaparecido. Vio las caravanas de Charles a lo lejos y empezó a encaminarse hacia
ellas. Sin embargo, Anya la detuvo bruscamente del brazo.

—Espera —musitó.

Alice se detuvo, confusa. Anya miraba las caravanas con expresión de espanto.

—¿Qué pasa?

No dijo nada. Solo tragó saliva.

—¡Anya!

—Ellos... ¿quiénes son?

—Las caravanas. Son los que intercambian...

—¿Cómo se llama su líder?

—Charles, ¿qué te pasa?

Anya la miró fijamente unos segundos. Parecía sinceramente aterrorizada. Alice frunció el
ceño, intrigada.

—¿Qué?
—Ellos... Charles....

Volvió a quedarse en silencio. Alice estaba empezando a perder la paciencia.

—¿Ellos, qué?

—Ellos... me encontraron y me llevaron..........a la Unión.

Alice estaba a punto de decir algo, pero se detuvo abruptamente, mirándola con la boca
entreabierta.

—¿Qué?

—Me vendieron a un tal... Phillips, creo...

—¿Charles te vendió? —Alice se acercó a ella y la agarró por los hombros, olvidándose
por un momento de que Anya no estaba acostumbrada a eso—. ¿A la Unión?

—Yo... te vi cuando él te llevaba con ellos. Me tenía encerrada en una caravana. Sin
embargo, no llegaste nunca a la Unión.

Alice lo recordó. Cuando creía que Rhett la había traicionado. Cuando Max había
desaparecido. Deane la había vendido a las caravanas. Si sus amigos no hubieran
mejorado la oferta, habría terminado con Anya en la Unión.

Pero se obligó a centrarse. Su mente era un revoltijo de emociones. Charles trabajaba con
la Unión. Trabajaba con ellos. Había dicho que no lo hacía. Había mentido. Y si había
mentido en eso, podía haber mentido en todo lo demás.
Oh, no.

¿Y si seguía trabajando con ellos? ¿Y si él había sido quien había contado al padre John
donde estaban? Porque era imposible que los hubiera encontrado tan rápido sin
referencias.

Empezó a andar antes de darse cuenta. Anya se apresuró a seguirla, pidiendo que
ralentizara el paso.

Alice no se detuvo hasta que llegó al círculo que formaban siempre las caravanas con la
hoguera en el centro. Los miembros del grupo ya la conocían. Hicieron una seña hacia
Rhett y Charles, que hablaban junto a la caravana del último. Alice se acercó a paso
acelerado, con su corazón bombeando sangre a toda velocidad.

—...por lo tanto, solo han sido dos —estaba diciendo Charles, balanceando una botella de
alcohol distraídamente—. No creo que haya más.

—Necesitaré algo más que eso, Charles.

—Y me solidarizo con la causa, pero...

Se interrumpió a sí mismo cuando Alice irrumpió bruscamente en su dirección. Antes de


darse cuenta de lo que hacía, su puño temblaba porque había dado un puñetazo perfecto en
la nariz a Charles.

Él estaba tan sorprendido que se cayó contra la caravana y resbaló hacia el suelo,
derramando toda su botella mientras se retorcía, sujetándose la nariz. Rhett se había
apartado, mirando a Alice con expresión sorprendida.

—¡Alice! —Anya sonaba horrorizada. Ella apenas conocía la violencia.


Alice los ignoró a todos y se agachó encima de Charles, agarrándolo del cuello de la
chaqueta. Él parpadeó, mirándose la manos llenas de sangre. Pareció todavía más
horrorizado cuando vio su alcohol derramado por el suelo.

—¿No podías esperar a que me terminara la botella? —preguntó,


malhumorado—. Mira... qué desperdicio.

Alice sabía que, en esos momentos, todo el mundo la miraba


amenazadoramente, pero no le importó.

—¿Trabajas para la Unión? —preguntó en voz baja, furiosa.

Charles perdió su sonrisa despreocupara por un momento, mirándola.

—¿Qué...?

—¡Responde!

Ni siquiera sabía que tenía un tono de voz tan autoritario. Pero Charles se lo merecía.

O, quizá, estaba pagando un poco con él todo su estrés del último día y medio.

—Por si no te habías dado cuenta, me puse de vuestro lado cuando llegaron aquí —
replicó Charles.

—¡No me mientas!
—¡No te miento!

—¿¡Cuántos androides les has vendido!?

Charles se entreabrió los labios, sorprendido.

—¿Qué...? ¿Quién te ha dicho eso?

Entonces, su mirada se clavó en un punto encima de su hombro. Anya se tapaba la cara


con las manos, mareada al ver la sangre. Charles cerró los ojos un momento, echando
la cabeza hacia atrás.

—Mierda, Anya...

—Así que es cierto —Alice lo soltó bruscamente, haciendo que se diera con la cabeza
en el suelo.

—Oye, un poco de cuidado —protestó él, acariciándose la nuca con mala cara.

—¿¡Cuidado!? —gritó ella, fuera de sí.

—Alice, cálmate —escuchó la voz de Rhett a su lado.

—¡Nos has traicionado! —le gritó a Charles, enfurecida.

—¡Yo no he traicionado a nadie!


—Alice, ¿de qué estás hablando? —Rhett se acercó, cauteloso.

Alice ya había sacado la pistola de su cinturón y lo apuntaba en la cabeza. Charles puso


los ojos en blanco mientras los demás desenfundaban sus armas a la vez, apuntando a
Alice. Rhett también sacó la suya, tenso, metiendo a Anya entre él y Alice.

—Alice, agradecería una pequeña explicación antes de que nos intenten matar todos los
presentes —replicó Rhett, mirando a su alrededor.

—¡Ha estado trabajando para la Unión todo este tiempo! —a Alice le temblaba el cuerpo
entero por los nervios—. ¡Les dijo que estábamos aquí!

—Oye, eso no es...

—¡Sabías perfectamente lo que hacían con los androides y seguiste vendiéndolos!

Ahí, se quedó callado. Ella estaba tan enfadada que le temblaba el pulso.

—Alice, cálmate —pidió Rhett en voz baja.

—¿Sabes lo que podría haber pasado si no hubiéramos podido evitar un enfrentamiento?


—le preguntó Alice a Charles—. ¡Hubiéramos muerto todos!

—¡Yo no le dije a nadie nada de vosotros!

—¡Responde! ¿Trabajas para la Unión o no?


—¡No! —Charles frunció el ceño.

—¡No me mientas!

—¡No te estoy mintiendo!

Alice apretó los labios y bajó la pistola a su estómago. Charles perdió todo el color de los
labios al momento. Desde que lo había conocido, nunca había parecido asustado de
verdad. Al menos, hasta ese momento.

—Alice... —empezó, aterrado.

—¡Di la verdad! —le exigió ella.

—¡No trabajo para ellos, lo juro!

—¡Les vendes androides, Charles!

—¡No! ¡Lo juro! Yo... les mandaba androides, sí. Pero hace tiempo de eso. Hace meses.
Pero no podía seguir haciéndolo... especialmente sabiendo lo que ocurría cuando me iba.
Así que dejé de hacerlo cuando vendí a Anya.

Alice seguía temblando de la rabia. Se sentía como si hubiera explotado sin ningún motivo
aparente. Charles se relajó visiblemente cuando subió la pistola a su cabeza de nuevo.
—¿Y por qué debería creerte? —preguntó en voz baja.

—Porque estoy aquí —replicó Charles, irritado—. Y me la estoy jugando por vosotros,
joder. Las caravanas siempre han sido neutrales en los conflictos de ciudades. Es la
primera vez que nos posicionamos. Un poco de gratitud no estaría mal.

Alice dudó un momento más antes de quitarle la pistola de la cabeza. Charles se dejó caer
contra el suelo, aliviado. Ella apretó la culata con los dedos.

—Bajad las armas —exigió Charles sin abrir los ojos.

Todo el mundo lo hizo, aunque parecían un poco reacios a ello. Rhett también escondió su
pistola antes de lanzar una mirada de reprobación a Alice.

Charles se puso de pie torpemente, pasándose las manos por los pantalones. Anya lo
miraba con los ojos muy abiertos, pero él se limitó a señalar a Alice con un dedo
acusador.

—La próxima vez, podrías preguntar antes de apuntarme a la cabeza con una pistola
—murmuró.

—La próxima vez, no vendas un puto androide a un sitio donde sabes que los
torturan.

Anya se tapó la boca con una mano cuando escuchó la palabrota. Alice

dejó de temblar cuando Rhett le puso una mano en el hombro.

—Por un momento —murmuró Charles con una risita nerviosa—, pensé que
realmente ibas a matarme.
—Por un momento, te aseguro que iba a hacerlo.

—Si me dieran alcohol por cada vez que alguien ha querido matarme... — Charles
recogió la botella ahora vacía con una mueca—. Me debes whisky, que lo sepas.

Charles dejó de hacer una mueca cuando miró a Anya. Ella seguía pareciendo un poco
asustada en su presencia.

—Parece que no te hicieron nada, después de todo —bromeó Charles—.


¿Cómo has estado estos meses, Anya?

—Bien —murmuró ella.

—¿Sabes que yo le puse ese nombre? —Charles sonrió ampliamente. Alice

enarcó una ceja.

—¿Sabes que me da igual?

—Alguien está de mal humor —él empezó a reírse.

—Charles —Rhett atrajo su atención—. Estábamos hablando de algo que querías


comunicarnos.

—¿Eh? Ah, sí, sí, es verdad.

Hizo una pausa.

—Mis hombres han avistado a algunos salvajes cerca de aquí. Vigilaban la ciudad
—le dijo a Alice, totalmente calmado.

Ella se quedó muy quieta por un momento.

—¿Qué?
—Parece que están ojeando la zona. Todavía no sabemos para qué, pero no tiene
buena pinta.

—¿Qué? —repitió como una idiota—. ¿¡Y se puede saber por qué no me has dicho
nada hasta ahora!?

—¡Porque estaba ocupado sangrando por tu culpa, querida líder! Silencio.

Vio que Rhett y él intercambiaban una mirada.

Oh, no era todo.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó, irritada—. ¿Más salvajes? ¿Un maldito ejército de...?

—También hemos visto soldados de la Unión —murmuró Charles. Alice

lo miró un momento, pasmada.

Después, cerró los ojos y tragó saliva. No podía pasarle esto. No justo cuando Max se
acababa de ir. ¿Por qué tenía tan mala suerte?

Abrió los ojos y los clavó en Rhett que, por primera vez desde que lo conocía, pareció un
poco intimidado bajo su mirada.

—Reunión de guardianes. Ahora.


CAPÍTULO 34
Alice se pasaba la mano por la cara, agotada, en completo silencio.

Bueno, ella estaba en completo silencio... los demás vociferaban sin parar,
interrumpiéndose unos a otros.

Trisha gritaba a Davy. Davy gritaba a Trisha. Rhett gritaba a los dos. Charles se reía y
metía cizaña. Jake los miraba con los ojos desorbitados.

Y Alice... ella solo intentaba no matarlos a todos. Cerró los ojos un momento, apoyando la
frente en la mesa. Iba a necesitar paciencia.

—¡No podemos dejar que se acerquen ni un metro más! —espetó Trisha—. Deberíamos
organizar un grupo pequeño e ir a por ellos. Aprenderían la lección.

—¿A por cuál de ellos? —Rhett enarcó una ceja.

—Los de la Unión son el objetivo fácil —observó Charles—. Relativamente, claro.


Al menos, sabemos cómo funcionan. Los salvajes, en cambio... son terreno
desconocido.

—¡Salvajes! —Davy los miró como si se les hubiera ido la cabeza—. ¡Son ellos los que
deberíamos quitar del camino primero! Los de la Unión podrían destruirnos si quisieran.

—No lo han hecho, ¿no? —Trisha enarcó una ceja.

—¡Porque Alice tiene a su jefe amenazado! Pero ¿crees que eso será para siempre?
Van a intentar robar lo que sea que guardemos aquí. Y luego nos matarán a todos.

—Eres tan positivo —Charles sonrió—. Escucharte da esperanzas a mi vida de mierda.


—¡Lo que está claro es que no podemos quedarnos de brazos cruzados! — exclamó
Trisha—. Tenemos que ir a por uno de ellos. O a por los dos. Pero algo hay que hacer.

—¡Somos muy pocos! —Rhett frunció el ceño.

—¡Tenemos refuerzos!

—Todos los humanos nuevos que eran mínimamente buenos en algo se fueron con
Max. Y no pienso poner nuestras vidas en manos de androides que no han sujetado una
pistola en su vida.

—¿Y cuál es tu gran plan, Rhett? —preguntó ella, frunciendo el ceño.

—Para empezar, calmarnos.

—¡Yo estoy calmada!

—¡Estás gritando!

—¡NO ESTOY GRITANDO!

—¡ESTÁS GRITANDO!

—Me encanta esto —Charles se reía tranquilamente.

—Si Max estuviera aquí, esto no estaría pasando —murmuró Davy.

Silencio. Alice vio que Rhett se giraba lentamente hacia él.

—¿Te crees que la ausencia de Max ha influenciado en algo?

—Es obvio que, ahora mismo, no nos ven como una amenaza, ¿no? —dijo Davy.

—Max es el líder de la ciudad, no la ciudad entera —le frunció el ceño Rhett.


—¡Él sabría qué hacer! ¡Esto es una mierda! ¡Nos intenta atacar todo el mundo y no
podemos defendernos de ninguna forma porque no tenemos líder!

—Tienes a tu líder sentada a tu izquierda , así que cuidado con lo que dices — Rhett se
inclinó hacia él mortalmente serio.

—¿Alice? ¡Si no tiene ni idea! ¡Somos cinco idiotas contra dos ejércitos!
¡Estamos perdi...!

Todo el mundo se calló cuando Alice golpeó la mesa con el puño haciendo un ruido
que reverberó en la mesa. Todos los cuellos se giraron hacia ella al instante.

—¿Podéis calmaros por un minuto? —preguntó, irritada.

—¿Calmarnos? —repitió Davy, perplejo—. ¿Se te ha olvidado la cantidad de gente


que quiere matarnos?

—Alice, no es momento de calmarnos —le dijo Trisha.

—He dicho... —repitió ella en voz baja— ...que os calméis.

Silencio. Trisha apartó la mirada. Davy frunció el ceño cuando Alice se giró hacia él.

¿Qué haría Max si alguien cuestionara lo que estaba haciendo? Respiró hondo y adoptó la
mirada más dura que pudo reunir.

—¿Te crees que estar sentada aquí es fácil? —le preguntó—. ¿Te crees que es fácil tener
que liderar un consejo donde solo una persona tiene la menor idea de lo que es ser
guardián?

—La verd... —intentó decir Charles.


—Ahora mismo, Charles, tu opinión está en el final de mis prioridades —le espetó
Alice.

Él levantó las cejas y, por una vez, se quedó en silencio y serio. Alice se puso de pie con
las manos apoyadas en la mesa.

—Tenemos dos malditos ejércitos intentando entrar en nuestra ciudad —les dijo
lentamente—. Dos ejércitos. Y no tendremos la oportunidad de hacer nada al respecto si
nos dedicamos a berrear y gritar cuando lo que deberíamos estar haciendo. Es. Decidir.
Qué. Demonios. Haremos. Al. Respecto.

Remarcó cada una de las últimas palabras, mirándolos uno a uno. Nadie parecía querer
mirarla a los ojos excepto Rhett, que parecía pensativo. Ella decidió seguir hablando.

—Me da igual que tú tengas menos experiencia en combate. O que tú tengas un brazo. O
que los nuevos soldados mínimamente buenos no estén aquí. Me da igual. Lo que me
importa ahora mismo es que no muramos todos en menos de una semana.

»Así que, si tenéis algo que opinar que no esté relacionado con el pequeño detalle de que
están a punto de intentar matarnos de mil formas posibles, podéis cerrar la boca, porque
vuestra opinión sobre lo demás, honestamente, ahora mismo me da igual.

Alice los miró uno a uno. Davy le frunció el ceño.

—¿Y por qué no propones tú algo? ¿No eres la líder? ¿No es tu trabajo?

Ella dudó un momento, con los ojos clavados en él. Después, agarró la pistola. Davy se
tensó hasta que vio que le dio un movimiento de muñeca rápido, dejándole la culata
delante, perfecta para que él la agarrara. Alice enarcó una ceja.

—¿Crees que puedes hacerlo mejor que yo, Davy? —preguntó, ya cansada de sus
comentarios—. Porque, si es lo que crees, entonces puedes coger la pistolita y decidir
tú lo que haremos. Eso sí, ni se te ocurra echarme la culpa
cuando tu plan no funcione y nos maten a todos.

Él parpadeó varias veces, sin moverse.

—¿Quieres ser tú el líder? —preguntó Alice.

Davy negó lentamente con la cabeza.

—Bien. Eso me parecía —le dijo antes de girarse hacia los demás—. ¿Alguien tiene
algo que decir sobre mi capacidad de liderazgo? Porque este es el momento ideal.

Silencio. Rhett parecía ligeramente divertido.

—Solucionado esto —Alice volvió a sentarse y se guardó la pistola en el


cinturón—, Charles, ¿podrías decirme cuántos vigilantes habéis visto?

—Cuatro miembros de la Unión y dos salvajes.

—¿Algo más que deberíamos saber?

—Los salvajes son muy territoriales —replicó Charles, pensativo—. No es


normal que salgan de su terreno sin motivo.

—Así que deben tener un buen motivo —Alice enarcó una ceja, pensativa—.
¿Alguna idea?
Alice se giró hacia Jake cuando vio que levantaba una mano temblorosa.

—No hace falta que levantes la mano para hablar, Jake —replicó Alice, casi
divertida.

—Mhm... —él se puso rojo—. Podría... intentar hablar con Kilian.

—¿Y quién demonios es Kilian? —preguntó Davy.

—Alguien de confianza —lo cortó Alice—. Es una buena idea, Jake.

Él pareció orgulloso de sí mismo por haber dicho algo bien.

—Daremos un día a Kilian para que intente explicarnos lo que quieren esos salvajes... si lo
sabe, claro. Si no funciona, recurriremos a otro plan menos amistoso —replicó ella—.
¿Votos a favor?

Los miró. Poco a poco, todas las manos se levantaron. Alice asintió con la cabeza, un
poco más calmada. ¡Lo estaba bien! Intentó mantener la expresión severa de Max en su
cara.

—Bien —murmuró—. La verdad es que la Unión me preocupa más.

—Sí, a mí también —murmuró Rhett.

Alice se sintió aliviada al ver que alguien la apoyaba. Intercambió una mirada con él
y Rhett le dedicó una sonrisa de lado.

—Sabemos que la Unión no está cerca de aquí —dijo ella—. Así que, si han venido
tan lejos, no es para hablar. Si quisieran parlamento ya lo habrían
solicitado hace unos días. Charles, ¿dónde los vieron?

—En las cuatro entradas de la ciudad —dijo él.

—No quieren hablar —observó Rhett—. Quieren ver cómo nos organizamos.

—Planear un ataque —añadió Trisha, asintiendo con la cabeza.

—Exacto —Alice la miró—. Trisha, tú eres la que dirige las guardias de la ciudad ahora
mismo.

—Sí —dijo ella, un poco confusa.

—¿Cuáles son los horarios de los guardas de las puertas?

—Hay un cambio cada tres horas.

—A partir de hoy, cambia el horario cada día —le dijo Alice.

Ella parpadeó, confusa.

—¿Cómo?

—Están buscando los cambios de guardia. El guardia más débil. O incluso cualquier
momento en que la puerta se quede sin vigilancia. Si consiguen controlar el tiempo y las
condiciones, estamos perdidos. Réstale cinco minutos al turno de cada guarda y haz que
intercambien sus puestos. Eso debería dejarnos
un poco de tiempo. ¿Votos a favor?

Todas las manos se levantaron.

—Bien —Alice suspiró, fingiendo que no estaba aliviada—. De todas formas, vamos a
tener que tenerlos bien vigilados. Volveremos a aplicar las defensas que organizamos
hace unas semanas. No quiero que las coloquéis todavía, pero mantenedlas preparadas
para cualquier emergencia. Ahora mismo, no creen que sepamos que están aquí.
Dejemos que la cosa continúe así. ¿Han entrado ya los androides en las clases?

—Están en mis clases —confirmó Trisha—. Son principiantes.

—¿Hasta qué punto?

—Por ahora, no tienen ni idea. Pero aprenden rápido, la verdad. Pronto podrán empezar
con las armas.

—Bien —Alice miró a Rhett—. Mañana darás una clase intensa a los novatos con
pistolas, lo más básico. Que nadie salga de la clase sin saber cómo cargar, disparar y
acertar, al menos, en el objetivo.

—Eso va a ser agotador para ellos —observó Charles.

—Por eso se lo pido a él —Alice dedicó a Rhett una pequeña sonrisa—. Seguro que
sabes apañártelas para que hagan lo que quieres.
—Te aseguro que sí —él esbozó una sonrisa malvada.

—Trisha, tú no tendrás que dar ninguna clase, así que serás tú quien se
encargue de organizar las defensas de la ciudad, ¿estás de acuerdo?

Ella asintió con la cabeza.

—Bien. Charles, también necesitamos a los tuyos. ¿Saben disparar todos?

—De sobra —aseguró.

—¿Y tienes armas suficientes?

—Cada uno tiene la suya. Estamos cubiertos.

—Perfecto —Alice lo miró—. Pues tú irás a ayudar a Rhett en su clase.

Hubo un momento de silencio. Intercambiaron una mirada horrorizada.

—¿Te ha dado mucho el sol por ahí fuera, Alice? —preguntó Rhett lentamente.

—¿Tienes un cortocircuito en el sistema o algo? —Charles arrugó la nariz.

—Van a ser cuarenta personas sin la menor idea de disparar en una sola clase y con un
solo profesor —Alice enarcó una ceja—. No podrás hacerlo tú solo, Rhett.
—¿Me estás diciendo que será igual de buen profesor que yo? —él enarcó una ceja,
ofendido.

—No. Pero puede asegurarse de que nadie se mate mientras tú revisas bien el grupo.
¿Estáis de acuerdo?

Tardaron unos segundos, pero parecieron estarlo. Alice miró a Davy, que se puso
firme al instante.

—Y tú —lo señaló—, quiero todos los auriculares de comunicación que


encontramos listos para mañana por la noche.

Todavía recordaba lo útiles que habían sido en su momento. Eran dispositivos negros
y pequeños que se colocaban en la oreja para comunicarte con los demás a distancia.
Si querías hablar con ellos, solo tenías que presionarlos.

—¿Todos? —preguntó Davy, pasmado.

—Todos —repitió ella—. Asegúrate de que la señal llega a toda la ciudad y de que
funcionan. ¿Estás de acuerdo?

—Yo... eh... supongo que sí...

—Jake —ella lo miró y Jake dio un respingo—. ¿Podrás explicarles a los


alumnos lo que tendrán que hacer mañana?

—Sin problema —dijo él, claramente aliviado por su tarea.


—Bien —ella se puso de pie—. Si alguien tiene algo que objetar...

—Un momento —Trisha la detuvo—, ¿y tú qué harás?

Alice la miró.

—Encargarme de Kilian y los salvajes.

—¿Tú sola? ¿Y por qué los demás no pode...?

—¿Tienes la capacidad cerebral de aprender una lengua completamente desconocida en


menos de un día?

Silencio. Ella negó con la cabeza.

—Pues yo estoy programada para eso. Así que no me queda otra que ser yo quien lo
haga. Repito, ¿alguien tiene algo que decir? Bien. ¿Todos tenemos claro lo que
tenemos que hacer?

Todos asintieron con la cabeza.

—Pues... —Alice suspiró—. Podéis marcharos.

Todo el mundo salió del despacho y ella se quedó respirando hondo en su silla. Los únicos
que quedaban eran Jake y Rhett, que la observan en silencio.

—¿Qué tal he estado? —preguntó ella con voz aguda—. Estaba temblando todo el rato.
He intentado hacer lo que Max hubiera hecho en mi lugar, pero no sé si
he estado bien.

—Me has intimidado hasta a mí —murmuró Jake, poniendo una mueca.

—¿En serio? —Alice lo miró, ilusionada.

—Sí, tenías la misma expresión de amargura que Max —Rhett le sonrió, burlón.

—No sé si eso es algo bueno o malo.

—Ahora eso no importa, querida líder —él se puso de pie—. Tenemos mucho por
hacer y muy poco tiempo para hacerlo. En marcha.

***

Kilian estaba haciendo de ayudante perfecto de Jake cuando Alice pisó el hospital con
expresión cansada. Se quedó de pie a un lado y esperó pacientemente que terminara de
ayudar a Jake antes de acercarse y robarlo por un rato.

Kilian la siguió con expresión confusa cuando se dirigió directamente a la biblioteca sin
decir nada. Había pasado tantas horas en esa sala cuando vivía ahí que era como su
segunda casa. Se sentó en una de las múltiples mesas vacías —no mucha gente acudía a
leer libros— y lo miró, entrelazando los dedos.

—Hola —murmuró.

Kilian le dedicó una pequeña sonrisa.


—Mira, Kilian... —respiró hondo—. Has estado raro durante días. Jake está
preocupado por ti.

Él no dijo nada, pero su sonrisa había desaparecido. Parecía casi triste.

—Sé que quieres mucho a Jake. Sois muy amigos. Por eso... solo quiero saber qué está
mal —Alice se estiró y puso una mano sobre la suya—. Si me ayudas, puedo intentar
ayudarte. Y, así, Jake dejará de estar triste.

Kilian miró su mano, confuso, y luego ladeó la cabeza en su dirección.

—Quieres que nos ayudemos, ¿verdad? —insistió Alice.

Él dudó un momento antes de asentir con la cabeza.

—Bien —murmuró ella—. Bien. Entonces... necesito que te comuniques conmigo


de alguna forma.

Kilian intentó hacer un gesto, pero Alice lo detuvo sujetándole la muñeca


suavemente.

—No, Kilian. Necesito que hables conmigo.

Él se quedó mirándola un momento antes de negar con la cabeza.

—Puedes hacerlo. Soy un androide de información. Podré aprender a comunicarme


contigo en tu idioma en mucho menos tiempo del que crees —le aseguró, sonriendo—.
¿No te gustaría poder hablar?

Kilian asintió tristemente con la cabeza.


—Ahora puedes hacerlo. Conmigo. Vamos, dime lo que quieras.

Pero él seguía en silencio, mirándola.

—Lo que sea —aseguró Alice.

Él negó con la cabeza.

—Kilian, necesito que me ayudes en esto, si no...

Se detuvo cuando él le puso una mano encima de la suya, atrayendo su atención.


Alice frunció el ceño al ver que hacía un gesto raro con la mano.

—¿Qué es eso? —preguntó, confusa.

Kilian volvió a hacer el gesto.

—Vale, sé que quieres decir algo, pero no lo entiendo.

Él insistió, añadiendo otro gesto más lento. Alice lo observó detenidamente, sin entender.

Entonces, fue como si se le iluminara el cerebro.

—¿Así os comunicáis? —preguntó lentamente.

A Kilian se le iluminó la mirada y asintió con la cabeza rápidamente. Volvió a hacer el


gesto y Alice lo detuvo.
—Espera... así no...

Se detuvo, pensando. Se comunicaban por gestos. Su cerebro iba a toda velocidad.


¿Podía aprender eso? Era un idioma, ¿no? Era idioma de signos. Tenía que poder
aprenderlo. Lo miró, ansiosa.

—Sabes escribir, ¿verdad? Una vez, escribiste tu nombre.

Kilian volvió a asentir, entusiasta, con la cabeza. Alice se apresuró a ir a por un papel
en blanco y una pluma. Se lo dejó justo delante.

—Cada vez que hagas un gesto, necesito que escribas lo que significa.

Kilian miró la hoja y asintió con la cabeza, respirando hondo.

Y así pasaron lo que quedaba y toda la tarde. Alice intentaba grabar cada gesto en su
cabeza, pero no era fácil. Kilian los hacía lentamente para que pudiera captarlos mejor.
Intentó repetir algunos y no se detuvo hasta que pudo replicar la mayoría de ellos con
relativa facilidad.

Ya estaba anocheciendo cuando Kilian intentó comunicarse con ella sin la hoja de papel.
Alice lo entendió casi todo. Le dolía la cabeza de haber estado haciendo eso todo el día
pero, al menos, lo podía entender bastante bien.

Justo cuando Kilian estaba enseñándola a saludar y despedirse, entraron Jake, Trisha y
Rhett. Se sentaron a su alrededor, muertos de curiosidad.

—Jake nos ha dicho que puedes hablar con el rarito —sonrió ampliamente Trisha.

—¡No es rarito, es especial! —protestó Jake.


—¿Has podido hablar con él? —Rhett lo miró como si fuera un bicho raro.

—No he podido hablar con él, pero sí comunicarme —Alice sonrió, enseñándoles la
hoja de papel—. Habla con signos. Con gestos. Cada gesto que hace con las manos
es una palabra o una expresión.

—¿Y te has aprendido todo esto en una tarde? —Rhett miró, perplejo, la hoja tan
escrita que ya no parecía blanca.

—Fui creada para poder hacerlo, Rhett.

—Por favor, no digas que fuiste creada —pidió Trisha con una mueca—. Me da mal
rollo.

—Bueno —Jake parecía muy nervioso—, entonces, ¿por qué nunca habla? ¿No sabe?
¿No le han enseñado? Podría enseñarle yo.

Alice miró a Kilian, que empezó a hacer gestos deliberadamente lentos para que lo
entendiera. Los analizó bien y frunció el ceño.

—Dice que sí sabe hablar —dijo, extrañada.

—¿Y por qué no nos habla? —preguntó Jake, impaciente.

—Hablas tú por los dos —sonrió Rhett—. Y demasiado.

—Por una vez, estamos de acuerdo —murmuró Trisha.


—¿Por qué no nos hablas? —le preguntó Alice, ignorándolos.

Kilian agachó la mirada un momento y luego hizo un gesto.

—Dice que no es agradable —murmuró ella.

—¿Que no es agradable? —repitió Trisha—. Igual es porque Jake no le cae bien.

—Tendría sentido —dijo Rhett.

—¡Yo le caigo de maravilla!

—No lo creo, Jake.

—Yo tampoco lo creo, Jake.

Los dos siguieron riéndose de él mientras Alice se centraba en Kilian. Él tenía expresión
triste.

—Dinos por qué no puedes hablar —le pidió.

Kilian suspiró y los miró uno por uno. Entonces, abrió la boca.

Los cuatro se quedaron en completo silencio cuando vieron que, dentro de su boca, no
había una lengua. De hecho, solo había un pequeño muñón que
indicaba que, en algún momento de su vida, se la habían cortado. Jake dio un paso hacia
atrás, pálido. Trisha tuvo que sujetarlo para que no se cayera. Alice tuvo que contenerse
para no poder una mueca.

El único que no parecía sorprendido era Rhett, que tenía la mirada clavada en él.

—¿Qué hiciste? —le preguntó.

Kilian miró a Alice y empezó a gesticular con la mirada sombría.

—Dice que su antiguo líder era... malo —fue traduciendo Alice—. Se portaba mal
con la gente buena que intentaba cruzar las ciudades abandonadas... a Kilian no le
gustaba eso. Intentó decirle a su líder que no hiciera daño a dos personas y...

Hizo una pausa cuando Kilian cerró los ojos un momento.

—Y... su antiguo líder se enfadó con él. Él... ¿insistió? Sí, insistió en que quería que no
les hicieran daño. Su líder... se enfadó mucho... sí... y... le cortó la lengua. Es un
castigo... común... porque...

Se cortó a sí misma, sorprendida. Los tres la miraron al instante en que ella balbuceó algo.

—¿Qué? —preguntó Trisha impacientemente.

—Dice que, la mayoría de las veces, se comunican con gestos para poder ser más
sigilosos al acercarse a un enemigo.

»Cuando echan a alguien de su grupo... lo consideran una traición —Alice siguió leyendo
los gestos, centrada—. Les cortan la lengua para que, si otros salvajes los encuentran,
sepan que son unos traidores y... no los acepten.
—¡Por eso lo encontramos solo, porque intentaba ayudar a alguien! —exclamó Jake.

—Os dije que los malditos salvajes no eran tan buenos como os creíais —
murmuró Rhett.

—Sí, pero él no está de su parte —le recordó Alice—. Está de la nuestra.

—Pues que lo demuestre —él frunció el ceño, mirándolo—, ¿por qué hay salvajes
bordeando nuestra ciudad?

Kilian dio un respingo y los miró, asustado. Alice frunció el ceño cuando empezó a
gesticular a toda velocidad.

—Dice que es... ¡Ralentiza un poco, Kilian! —protestó—. Que tenemos que... ¡si lo
haces tan rápido, no puedo entenderlo!

Kilian tragó saliva y lo repitió todo más lentamente.

—Dice que los salvajes nunca salen de las ciudades abandonadas.

—Pues lo han hecho —recalcó Trisha.

—Solo salen de ellas cuando se quedan sin provisiones —añadió Alice,


mirándolo.

Kilian asintió con la cabeza.

—¿Quieren robarnos? —preguntó Jake, extrañado.

—Siempre se quedan sin recursos después de las nevadas —siguió Alice—. Ha estado
raro porque le daba miedo pensar que pudieran venir aquí.

—Estaba preocupado —Jake puso una mueca triste.

—¿Qué hacemos para que se vayan a otra parte? —le preguntó Rhett.
Esa vez, no hizo falta traducción. Kilian se limitó a negar con la cabeza.

—¿No hay nada que podamos hacer? —preguntó Trisha, extrañada.

—Tiene que haber algo —murmuró Alice, pensando a toda velocidad.

Pero no se le ocurría nada que no fuera peligroso. Y no podían arriesgarse. Seguían


teniendo a la Unión en su contra.

Kilian la miró e hizo un gesto rápido. Alice le frunció el ceño.

—¿Quieres hablar con ellos? —preguntó, confusa—. Acabas de decir que no... La cortó

volviendo a gesticular.

—¿Qué dice? —preguntó Trisha.

—Dice que podríamos intentar llegar a un acuerdo con ellos. No conoce al nuevo
líder. Puede que no sea tan malo como el anterior.

—¿Un acuerdo con los salvajes? —Rhett no parecía muy convencido—. ¿Soy el único
que ha oído la parte en que le cortaban la lengua?

Kilian negó con la cabeza y volvió a mover las manos. Hubo un momento de
silencio cuando Alice lo miró, entrecerrando los ojos.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Jake.

Ella esbozó media sonrisa.

—No hay nada que una más a dos personas que un enemigo común.
CAPÍTULO 35
—¿Estás segura de esto? —preguntó Rhett en voz baja. Alice

respiró hondo con los ojos clavados en el bosque.

—Rhett —murmuró—, ahora mismo no tengo ningún tipo de seguridad en nada, así que
necesito que la tengas tú por los dos.

Casi pareció que él iba a reírse.

—Pues tenemos un pequeño problema.

Ella estaba tensa. Muy tensa. A su alrededor, tenía a los demás guardianes de la ciudad,
como Kilian había indicado, y también los mejores alumnos de Rhett, que era lo mejor a
lo que podían aspirar para defenderlos en caso de emergencia. La única persona ausente
era Davy, a quien había dejado al mando en su ausencia. Esperaba haber tomado la
decisión correcta. Kai lo sustituía como si fuera un guardián.

Porque... eso de dejar a Kai al mando no le había parecido la mejor idea del mundo.

De todas formas, Charles también estaba en la ciudad con los suyos. Y él sabía cómo
funcionaba eso de liderar. Era un alivio.

Kilian estaba de pie delante de ellos. Parecía muy tenso, también. Estaban esperando
que sus antiguos compañeros se manifestaran desde la entrada del bosque. Alice se
ajustó el dispositivo de la oreja y suplicó no tener que usarlo.

Davy y los de tecnología habían arreglado uno para cada uno de los guardianes los
guardianes y otro para Kai. Era la única forma que tenían de comunicarse entre ellos.

En todo caso, tenían todas defensas activadas. Alice sabía que llegarían a tiempo si
ocurría algo malo, pero seguía estando nerviosa.
Esperaba no tener que usar esas defensas. Nunca.

Tenía a Trisha y Kai por un lado. Cada uno más tenso que el otro. Al otro, Rhett, Jake y
Kilian. Detrás, seis alumnos avanzados. Entre esos alumnos —para su desgracia—
Charlotte. Podía caerle todo lo mal que quisiera, pero seguía siendo de las mejores
alumnas que tenía Rhett. Alice la miró de reojo y no pudo evitar apretar los labios cuando
la rubia le devolvió la mirada.

No le gustaba tener que depender de su ayuda. Ya había dependido de ella una vez y
Alicia había muerto.

Parecía que hacía una eternidad que esperaban en completo silencio cuando Kilian dio un
respingo. Alice frunció el ceño. ¿Qué pasaba? Vio que él ladeaba la cabeza y cerraba los
ojos para escuchar.

Entonces, Alice tragó saliva al ver que tres figuras salían del bosque. Eran dos hombres y
una mujer. Los tres iban vestidos de la misma forma que Kilian cuando lo habían
encontrado. Poca ropa —especialmente para esa época del año—, rota y sucia. Todos
tenían el pelo por los hombros e iban armados con lo que a Alice le parecieron cuchillos
hechos a mano. No los estaban sujetando — estaban en sus fundas— pero no le gustaron
de todos modos.

—No han venido solos ni de coña —murmuró Trisha.

Alice sabía que tenía razón, pero no dijo nada. Le daba la sensación de que un montón de
ojos la observaban entre las ramas de los árboles. Y, probablemente, no estaba equivocada.

Miró a Kilian y vio que él se había adelantado unos pasos. El hombre salvaje que estaba
en medio, un poco más forzudo que sus compañeros y con expresión sombría, miró
fijamente al niño. Kilian no se detuvo hasta que estuvo delante de él.

Hizo un gesto, pero Alice no pudo verlo porque le daba la espalda. El hombre gruñó
un sonido gutural e hizo un gesto con la cabeza a sus dos compañeros.
Ellos dieron dos pasos atrás y Alice vio que Kilian también se apartaba,
mirándola.

La había advertido de que los salvajes no se tomarían demasiado bien eso de tener una
chica tan joven como competencia, así que habían optado por pretender que Rhett era
el líder de la ciudad.

Rhett la miró un momento antes de avanzar hacia el hombre. Alice lo siguió y se quedó de
pie entre ambos, más nerviosa que nunca. Iba a ser la traductora.

Genial, ¿verdad?

El salvaje miró a Rhett de arriba abajo, analizándolo concienzudamente. Rhett ni siquiera


parpadeó. Alice lo conocía y sabía que estaba nervioso, pero habría sido imposible
saberlo desde ojos de un desconocido. Parecía tan seguro como hubiera estado Max.

Honestamente... a veces, parecía su hijo.

Pero no era algo que fuera a decirle, claro. Su relación había mejorado, pero seguía sin ser
la ideal.

El hombre murmuró algo en un idioma extraño mientras hacía gestos con las manos. No
despegó los ojos de Rhett. Alice se apresuró a traducir.

—Cree que eres muy joven para ser líder de una ciudad —murmuró Alice.

Rhett enarcó una ceja.

—Dile que no estamos aquí para hablar de mi edad.

Alice se encogió un poco cuando el hombre la miró, pero hizo los gestos de todas
formas. Él entrecerró los ojos y volvió a gesticular.
—Dice que quiere que los demás retrocedan —murmuró Alice.

Rhett frunció un poco el ceño y la miró en busca de su aprobación. Después de todo,


Alice seguía siendo la líder sustituta. Hizo un gesto a Trisha, que se encargó de que
todo el mundo retrocediera unos pasos. Pareció que el hombre salvaje se relajaba, pero
la situación seguía siendo bastante tensa.

—¿Ya está todo listo para que el señor se sienta a gusto? —preguntó Rhett en voz baja.

—Rhett... —advirtió Alice, tensa.

—Acabemos con esto. Pregúntale qué quiere de nosotros.

Alice obedeció al instante y optó por empezar a traducir literalmente.

—Mi gente tiene hambre... pero... eso no quiere decir que queramos confiar en vosotros.
Solo... queremos alimentos para poder pasar lo que queda de invierno.

—Nosotros no tenemos alimentos suficientes para ellos —dijo Rhett.

Alice lo tradujo y volvió a recitar como si se hubiera dedicado a eso toda su vida.

—No queremos vuestros alimentos.

Los dos se quedaron en silencio un momento, confusos.

—¿Y qué quieren? —preguntó Rhett.


—Queremos... —Alice tradujo con el ceño fruncido— poder cruzar la ciudad para llegar
al resto de ciudades abandonadas.

Rhett frunció un poco el ceño.

—¿Por qué no pueden rodearla? —preguntó Alice en voz baja.

—El río rodea una parte de la ciudad y es imposible cruzarlo en invierno —


murmuró Rhett—. Lo que no entiendo es lo del otro lado.

Alice miró al hombre y preguntó. Un gesto fue suficiente para entenderlo.

—Gente vestida de negro —murmuró—. Los hombres del padre John.

—Saben que no son de los nuestros, ¿no? —murmuró Rhett.

Ella tradujo literalmente.

—Si fueran de los tuyos, no estaríamos negociando en estos momentos.

Hubo un momento de silencio. Rhett ladeó un poco la cabeza.

—¿Qué me asegura que no harán nada si les dejamos cruzar la ciudad?

—No lo... haremos. Tienes mi palabra.


—La última vez que confié en la palabra de un salvaje, me cortaron la cara.

Alice dudó un momento antes de traducirlo. Para su sorpresa, el hombre sonrió y sacudió
la cabeza.

—Otros tiempos, otro líder —murmuró ella—. Solo quiero que mi gente viva.

—Sigue sin responder a mi pregunta.

—Si ninguno de los míos sufre ningún daño, tendréis acceso a nuestras ciudades sin
ningún tipo de palabra —tradujo Alice, perpleja—. De por vida.

Silencio. Ella y Rhett intercambiaron una mirada.

—Pregúntale si podrían ayudarnos.

—No. Muy pocos. Demasiado riesgo.

—Yo me estoy arriesgando al dejarlos entrar. ¿Ellos no se arriesgarán por nosotros?

El hombre dudó un momento al traducirlo, mirándolos.

—Dice que... —Alice intentó entender todos los gestos rápidos— siente lo que te pasó en
la cara.

Rhett se tensó al instante, perdiendo por un momento la postura segura que había
adoptado. Alice también parecía confusa.
—¿Qué? —preguntó Rhett, frunciendo el ceño.

—Dice que tuvieron un líder cruel —murmuró Alice—. Y que no fuiste el único.

El hombre agarró la manga su camiseta vieja y la subió. Los dos vieron cicatrices
idénticas a las que tenía Rhett en las manos. Ella vio que él se quedaba pálido por
un momento.

—Dice que entiende que no vayas a olvidarlo —murmuró Alice, traduciendo—, él


tampoco lo hará. Pero solo quiere cruzar la ciudad con los suyos.

Rhett permaneció en silencio unos segundos que parecieron eternos. Después, levantó los
ojos y los clavó en Alice.

—Tú eres la líder —murmuró.

Alice miró al hombre. Había estado mucho tiempo con humanos. Había aprendido
algunas cosas sobre ellos. La primera era que mentían peor que los androides. Siempre
tenían ciertos gestos nerviosos que los delataban. La segunda era que, aún así, mentían
considerablemente más que los androides. La tercera —y última—... que, a veces, eran
demasiado rencorosos.

Y, al ver a ese hombre, solo vio a alguien intentando sobrevivir. Igual que ellos. Miró a

Kilian y vio que él asentía una vez con la cabeza.

—Si los dejamos cruzar —Alice miró a Rhett—, ¿te enfadarías conmigo?

Rhett puso los ojos en blanco.

—A estas alturas, Alice, deberías saber que te apoyaré aunque estés


cometiendo la mayor estupidez de tu vida.
—¿Dejarlos entrar es una estupidez?

Silencio. Rhett apretó los labios.

—No —dijo, al final—. No lo es.

Rhett asintió con la cabeza una vez al hombre, que hizo lo mismo. Había gestos
universales. Entonces, se dio la vuelta y se volvió a marchar con los suyos, desapareciendo
en el interior del bosque.

Alice notó que volvía a respirar cuando estuvieron solos de nuevo.

—Ha sido bastante más tranquilo de lo que esperaba —murmuró.

—Ha sido muy fácil —murmuró Trisha—. No es normal que las cosas sean tan fáciles
para nosotros.

—Me encanta que siempre seas tan positiva —murmuró Jake.

Volvieron a los dos coches que habían usado para ir ahí. Alice estaba metiendo uno de
los fusiles en una caja de la parte de atrás de su coche cuando notó que alguien se le
acercaba. Puso mala cara cuando vio que era Charlotte.

—Hola —murmuró.

Alice tardó en responder, frunciéndole el ceño a la caja, que empujó para que quedara en
su lugar.
—Deberías estar con tus compañeros, soldado —le dijo sin mirarla.

Se dio la vuelta y avanzó hacia el resto de cajas que quedaban por cargar. Habían traído
munición de sobra por su pasaba algo. No pudo evitar suspirar cuando escuchó que la
seguía.

—Sé que no empezamos con buen pie —empezó Charlotte, apresurándose a seguirla
—, pero... no tiene por qué ser así. Mira, Alicia, yo no...

—No me llamo así —Alice se detuvo y la miró—. Yo no soy esa chica. No quiero ser tu
amiga. Ni nada tuyo. Así que no intentes enredarme hablando, porque no funcionará.

Charlotte se quedó mirándola un momento, sorprendida. Apretó los labios. Entonces,


Alice vio que ella miraba por encima de su cabeza y notó una mano con un guante de
cuero en su hombro.

—Vuelve a tu coche —le dijo Rhett a Charlotte con su tono de instructor.

Charlotte apretó los labios y decidió obedecer. En cuanto estuvo a una distancia decente,
Rhett le quitó la mano del hombro a Alice.

—Es muy insistente, ¿eh? —le preguntó.

—Demasiado —murmuró Alice.

Jake se había acercado a ellos con una sonrisa de oreja a oreja. Kilian, a su lado, también
sonreía ampliamente.

—Tengo miedo —murmuró Rhett.

—Hoooola —les dijo Jake con demasiada felicidad—, ¿sabéis lo guapos que estáis
hoy?
—Quiere algo —le dijo Alice a Rhett.

—¿Qué quieres? —le preguntó él directamente.

—¿Yo? ¿Por qué asumís que quiero algo?

—Jake —Alice lo miró—, ¿qué quieres?

Él suspiró dramáticamente antes de poner cara de angelito.

—¿Podemos quedarnos un rato más aquí? —entrelazó los dedos como si


suplicara y Kilian se apresuró a hacer lo mismo—. Por fa, por fa, por fa...

—No —le dijo Rhett directamente.

—Por fa, Alice, por fa, por...

—Jake, tenemos que volver —le dijo ella.

—¡Nunca salimos de la ciudad, para a una vez...!

—Tenemos que volver porque, por si se te había olvidado, estamos amenazados de


muerte por un maldito ejército —le dijo Rhett, poniendo los ojos en blanco y girándose
hacia sus alumnos—. ¿Se puede saber por qué esas cajas no están todavía en el coche?
¿Os pesa el culo, iniciados?
Alice sonrió de lado al ver que todos aceleraban el ritmo cuando Rhett pasaba por su
lado.

—¿Ni un ratito? —suplicó Jake.

—Lo siento —Alice se encogió de hombros—. Cuando la cosa se calme.

—Promételo. Un día entero. Fuera de la ciudad.

—Muy bien. Prometido. Ahora, dejadme seguir con lo que hacía.

Transportaron el resto de cajas y los alumnos de Rhett volvieron a la ciudad mientras


Alice se subía a su coche para colocarlas con Rhett. Trisha, Kilian, Jake y Kai estaban en
los asientos, haciendo el tonto. Jake se sentó en el asiento del conductor y fingió que
conducía. Kilian, sentado a su lado, se reía. Trisha ponía los ojos en blanco.

—¿Crees que hemos hecho bien? —preguntó Alice en voz baja, acuclillada en la parte de
atrás, mientras pasaba las cajas de munición a Rhett.

Él se encogió de hombros.

—Lo sabremos pronto, ¿no?

—Supongo que sí, pero...

Alice se detuvo cuando escuchó un horrible pitido en su oreja. Puso una mueca y se
llevó la mano al dispositivo que tenía ahí. Vio que los demás también habían dado un
respingo.
—¡Maldito Davy! —protestó Trisha—. No sabe arreglar una mierda.

—En realidad... yo arreglé esos —murmuró Kai, sentado a su lado con las
mejillas ruborizadas.

—¿Y se supone que tienen que pitar así?

—No...

—Pues permíteme decirte que...

—¿Alice? ¿Hola? —la voz de Davy a través del auricular hizo que todos se tensaran al
instante.

Alice levantó el brazo y pulsó un botón para hablar con él.

—Estoy aquí. ¿Qué pa...?

—¡Ven aquí! ¡Ahora mismo! ¡Los de la Unión están aquí!

Silencio. Miró a Rhett, que había dejado de colocar cajas al instante.

—Mierda —murmuró él.

—Mierda —repitió Alice—. ¿Cuántos?

—¡Varias decenas! ¡Ven ya!


—Estoy en camino —le dijo enseguida.

Rhett se giró hacia el interior del coche.

—¡Jake, baja del...!

No pudo terminar... porque Jake acababa de girar la llave y el motor rugía. Alice y

Rhett, en la parte de atrás, intercambiaron una mirada puro horror.

—¿Qué cojo...? —intentó maldecir Trisha cuando vio que Jake, muy serio,
cambiaba de marcha y respiraba hondo.

—¡Jake, ni se te ocurra! —le gritó Alice.

No le hizo caso.

De pronto, el coche dio un acelerón tan brusco que Alice se cayó de culo en la parte de
atrás del vehículo. Rhett corrió la misma suerte, pero él consiguió estirarse y cerrar la
puerta para que nada saliera volando. O nadie.

—¡Jake! —advirtió él, furioso.

—¡He nacido para este momento! —chilló él, acelerando más.

Apretó el acelerador y cambió de marcha. El coche dio un tumbo y Alice y Rhett


rodaron hacia la puerta ahora cerrada del coche, quedando uno encima del otro. Trisha,
Kilian y Kai se aferraban a los asientos por sus vidas.
—¡JAKE! —gritó Trisha—. ¡COMO MUERA POR TU CULPA, TE MATO! ¿ME
OYES?

—¡YA ESTARÁS MUERTA, NO PODRÁS MATARME!

—¡TE JURO QUE VOLVERÉ A LA VIDA SOLO PARA...!

—¡AAAAAAHHHHHH! —chilló Kai al ver que se acercaban a un árbol.

Jake contuvo un grito y dio un volantazo, volviendo a ponerse en el camino. Eso hizo
que Alice, que había conseguido separarse, saliera volando y cayera sobre Rhett otra
vez. Los dos se quedaron enredados en el suelo, rodando de un lado a otro. Alice se
hubiera reído por la cara de enfado de Rhett si no hubiera sido porque iba en un coche
conducido por un niño de catorce años.

—¡Jake, para el puto coche! —le gritó Rhett, sujetándose al respaldo del asiento de
Trisha y ayudando a Alice a hacer lo mismo.

—¡No tenemos tiempo que perder! —gritó él—. ¡Y conduzco genial, envidiosos!

Dio otro volantazo y volvió a acelerar. Las cajas de munición rodaron por todas partes.
Alice intentó sujetarlas y volvió a rodar por la parte de atrás como una idiota.

—Vamos a morir —Kai lloriqueaba—. Vivo en un mundo donde todo el mundo se


pelea y dispara... y vamos a morir en un maldito accidente de coche porque un niño de
doce años lo está conduciendo.
—¡TENGO CATORCE! —le gritó Jake, mirándolo.

—¡MIRA LA CARRETERA! —se desesperó Alice.

—¡Es lo que hago...! ¡AAAAAHHH!

Consiguió esquivar un árbol de milagro y volvió a acelerar.

—¡Jake! —Rhett sonaba furioso—. ¡Para el coche ahora mismo o...!

—¡Te recuerdo que ahora yo también soy guardián, no puedes darme órdenes!

—¡Te daré órdenes hasta que te mueras! ¡Para el puto coche de una vez!

—¡No!

—¡Sí!

—¡NO!

—¡SÍ!

—Voy a morir rodeada de idiotas —Trisha negó con la cabeza.

—¿Alice? —la voz de Davy volvió a sonar por el comunicador.


—¡Estamos... viniendo! —gritó ella, sujetándose en uno de los asientos como pudo.

—Por ahora, los estamos conteniendo, pero no sé cuánto tiempo podremos hacerlo.

—¡Necesito que aguantes un poco más, Davy!

—¡No sé qué hacer! ¡La gente está muy asustada!

—¡Pide ayuda a Charles, él sabrá qué hacer!

—¡Charles está al otro lado de la ciudad y no tiene un dispositivo! ¡Como esto siga así,
yo...!

—¡Escúchame! —Alice se exasperó—. ¡Eres el maldito líder en lo que me quede de


ausencia, así que deja de lloriquear como un niño pequeño y asume un poco de
responsabilidad! ¡Agarra tu maldita arma y dispara a todo el que quiera entrar, porque
como vuelva y descubra que te has escondido por miedo, seré yo quien te dispare a ti!

Hubo un momento de silencio absoluto. Todo el mundo miró a Alice con


sorpresa en medio del terror.

—Vale —murmuró Davy al otro lado de la línea en voz baja—. Perdón.

—¡Jake! —Alice se olvidó de todo su pánico por un momento y vio que él daba un
respingo—. ¡Acelera al máximo este trasto!
—¿Te has vuelto completamente loca? —Rhett la miró con los ojos muy
abiertos—. ¡Jake, ni se te ocurra!

—¡Jake, acelera el maldito coche! —le gritó Alice.

—¡Jake, detén el coche y...!

—¡Yo soy la líder! —le dijo Alice—. ¡Así que acelera el coche!

—Eso es abuso de poder —Rhett la miró con mala cara.

—Y esto es que me da igual —dijo sacándole la lengua.

—Muy maduro por tu parte.

—¡Jake!

—¡Dalo por hecho! —chilló él.

Dio un pisotón ruidoso al acelerador que hizo que todo el mundo se pegara a sus
asientos menos Alice y Rhett, que salieron disparados hacia las puertas cerradas de la
furgoneta. Alice esquivó un arma que iba a caérsele encima mientras Jake sorteaba
los árboles a toda velocidad.

—Vamos a morir —seguía lloriqueando Kai.


—¡Como no te calles, te aseguro que morirás! —le gritó Trisha.

—¡Vamos a morir! —la ignoró él—. ¡Y voy a vomitar!

—¡Como me potes encima, te acuchillo!

—Y tú te preocupabas por los salvajes —murmuró Rhett, negando con la cabeza mientras
se sujetaba donde podía—. El loco asesino ha estado entre nosotros todo este tiempo.

—¡No estoy loco! —chilló Jake como un loco.

Justo en ese momento, Kilian empezó a gesticular, señalando por la ventanilla.

—¿Qué le pasa ahora al rarito? —preguntó Trisha—. ¿Le está dando un ataque?

—¡No, estamos llegando! —confirmó Kai, llorando de la alegría.

—Sí, ahora solo tendremos el pequeño problema de que nos están intentando invadir. ¡Qué
bien! —sonrió Trisha irónicamente.

Alice se asomó entre los asientos y vio toda la gente que había en el camino de entrada del
edificio principal. Jake no frenó, pero pareció no saber qué hacer.

—¡El coche es a prueba a de balas! —reaccionó Rhett enseguida—. ¡Podríamos usarlo


como barrera!

—¿Barrera? —repitió Jake, de pronto asustado.


—¡Tienes que llegar a la puerta y dejarlo de lado para que podamos escondernos
detrás!

—Vamos a morir —volvió a empezar Kai.

—¡Cállate de una vez, pesado! —le soltó Trisha.

—¡Jake! —Alice lo miró al ver que dudaba—. ¡Están invadiendo nuestra ciudad, no son
buena gente, no dudes en pasarles por enc...!

Se detuvo cuando chocó con lo que quiso pensar que era un obstáculo sin vida y ella
volvió a rodar con Rhett. Entonces, mientras rodaban, escuchó el chillido de unos
neumáticos frenando a toda velocidad. Olía a quemado. El coche se detuvo de golpe y
Alice chocó contra Rhett, que se había quedado con la espalda pegada en la pared del
coche.

—¡Lo he conseguido! —chilló Jake.

Alice y Rhett se miraron y, como si lo hubieran organizado así, agarraron un fusil cada
uno. Trisha se giró y agarró una pistola, cargándola como Rhett le había enseñado para
hacerlo con una mano. Los otros tres parecían aterrados.

—Escondeos en la parte segura del coche —les dijo Rhett.

Ellos salieron y se ocultaron en la parte que daba con la puerta del edificio principal. Alice
escuchó a Trisha empezando a disparar mientras ella se metía toda la munición que podía
en sus bolsillos. Cargó su fusil y se pasó la correa.
—Que sepas que la correa sigue siendo fea y sigue apretándome las tetas —
murmuró.

Rhett esbozó una pequeña sonrisa, poniendo una mano en la manilla de la puerta.

—¿Lista?

Alice apretó los dedos entorno al arma y asintió con la cabeza.

Rhett abrió de un portazo y se deslizó hacia el lado en que estaban los demás. Alice hizo
lo mismo y una bala le silbó al lado de la oreja cuando estuvo a punto de rozarla. Se
agachó tras la rueda y vio que Kilian, Kai y Jake estaban agachados, aterrados,
abrazados entre ellos. Rhett y Trisha estaban al otro extremo, disparando.

Alice respiró hondo, cerrando los ojos, y quitó el seguro a su arma. Eran malos. Tenía
que matarlos. No le quedaba otra.

Se dio la vuelta y apuntó.

Fue casi automático. Vio un uniforme negro y apretó el gatillo casi sin apuntar. No se
quedó esperando a que se cayera al suelo —que lo hizo. Pasó a la siguiente. Apuntó a la
cabeza y siguió disparando. Un disparo por persona.
Cuando terminó el cargador, se apartó un momento para seguir cargando. Cuando volvió
a girarse, vio que ya no quedaba nadie de pie. Trisha y Rhett ya abrían la puerta principal.

Alice se detuvo un momento en el umbral de la entrada, viendo el caos que tenía


alrededor. La gente corría de un lado a otro. Vio manchas de sangre en el suelo y a dos
personas transportando a un herido. Salió corriendo a ayudarlos sin pensar cuando vio
que alguien vestido de negro se acercaba a ellos. Alice le disparó sin pensar y, cuando
estuvo en el suelo, se acercó a ayudarlos.
Una de las personas que transportaban al herido era Anya, que pareció sinceramente
aliviada al verla. El herido era Kenneth, aunque no parecía grave. Solo lo había rozado
en la pierna.

—¡Alice! —chilló Anya, que estaba despeinada y asustada.

—¿Por dónde han entrado? —preguntó ella enseguida.

—La puerta de atrás —masculló Kenneth.

—¿Dónde se está escondiendo todo el mundo?

—Cafetería —murmuró Anya.

—Llévalo ahí —le dijo Alice.

—Pero...

—¡Ahora, Anya!

Cuando se aseguró de que el pasillo estaba vacío para ellos, se giró en redondo y volvió
con los demás, llevándose una mano a la oreja.

—Estoy en la ciudad, Davy, ¿me oyes?

No hubo respuesta. Alice volvió a disparar a una mujer de negro y lo intentó de nuevo.

—Davy, es un buen momento para responder.


Cuando llegó a la entrada, hubo un momento de pánico. No estaban ahí.
¿Dónde se habían metido? Vio que varios guardias de su ciudad ayudaban a la gente a
salir corriendo hacia la cafetería y decidió ir a ayudarlos.

Sin embargo, algo la golpeó en la cara con fuerza en ese momento. Alice cayó de
espaldas al suelo de un duro golpe que la dejó sin aliento por un momento. Le habían
dado en la mandíbula con la culata de un arma. Parpadeó, mirando hacia arriba.

Oh, no.

El padre de Rhett, Ben, ahora líder de la Unión, la apuntaba con una pistola.

—Veo que te acuerdas de mí —le dijo al ver su cara de horror.

Alice hizo un ademán de agarrar el fusil que tenía en el suelo, pero él le pisó la muñeca
con fuerza, inmovilizándola. Intentó no demostrar que eso dolía..

—No lo creo —sonrió él. Parecía

estar pasándoselo bien.

—Cuando te dispare... ¿sangrarás igual que un humano? Alice

no dijo nada. Apretó los labios con fuerza.

—Estoy dispuesto a descubrirlo —murmuró él apuntando mejor a su estómago.

Ella pensó a toda velocidad, pero no se le ocurrió nada que pudiera evitar que la matara.
Tragó saliva cuando le quitó el pie de la muñeca y levantó las manos en señal de
rendición.

—Sea lo que sea que os haya dicho el padre John... —empezó, incorporándose poco a
poco hasta quedarse sentada.
—No nos ha dicho nada, querida —replicó Ben, mirándola— Lo único que necesitamos
saber es que tienes algo que le pertenece. Y vamos a recuperarlo.

Alice respiró hondo e hizo algo muy estúpido que, probablemente, hubiera hecho que
Rhett quisiera matarla.

Se tiró hacia delante con rapidez y apartó la pistola de Ben de un manotazo. Escuchó el
disparo junto a ella, pero ni siquiera la rozó. La pistola salió volando y ella le enganchó el
brazo, tirándolo al suelo. No podía creerse que le hubiera ido bien. Su corazón latía a toda
velocidad cuando consiguió sujetar a Ben contra el suelo, mirando a su alrededor en busca
de ayuda.

Fue entonces cuando Ben le dio un puñetazo en la cara, haciendo que cayera al suelo de
espaldas de nuevo. Antes de poder reaccionar con el sabor a sangre que tenía en la boca,
se sentó encima de ella y le rodeó el cuello con las manos, apretando con fuerza. Él tenía
los labios apretados. Alice intentó moverse cuando notó que no podía respirar, pero
estaba completamente inmovilizada.

Sintió que la cabeza la daba vueltas mientras intentaba librar sus brazos, pero era
imposible. Intentó respirar, pero no podía. Su cuello ardía. Estaba mareada. Y dolía.
Dolía mucho.

—Le daré recuerdos a Rhett de tu parte —murmuró él, sonriendo.

Alice desistió y dejó de intentar mover los brazos y las piernas, cerrando los ojos. La
presión hacía que pareciera que su cabeza iba a estallar. Solo podía ver un punto rojo.

Entonces, la presión desapareció.

Abrió los ojos cuando notó que había dejado de tener un cuerpo sobre el suyo. Se llevó la
mano al cuello enseguida, tosiendo con dificultad. Le ardían los pulmones cuando miró a
su alrededor, confusa.

Y ahí estaba, como un ángel caído del cielo, Max ofreciéndole la mano para
ayudarla a levantarse.
—Venga, de pie —le dijo.

Alice parpadeó varias veces para asegurarse de que era real y no estaba soñando. Aceptó
su mano y se puso de pie, agarrando el fusil. A su lado, dos guardias esposaban al padre de
Rhett, que gruñía maldiciones. Tina miraba a su alrededor, horrorizada.

—Son los de la Unión —dijo Alice torpemente—. Ellos... nos han...

—¿Dónde están todos? —la cortó Max con voz sorprendentemente tranquila.

—En la cafetería. La mayoría de los guardias están también ahí. Charles está en la otra
entrada, conteniéndolos.

—Tina, ve a la cafetería —le dijo Max—. Los heridos estarán ahí.

Tina se apresuró a desaparecer por el pasillo con dos guardias. Max miró el cuello
de Alice y luego hizo un gesto.

—Ven conmigo.

—¿Dónde vamos?

—Al tejado. Hay francotira...

Max se detuvo de golpe. Alice hizo lo mismo, confusa, y siguió su mirada. En cuanto
vio lo mismo que él, se quedó helada.

Eve estaba ahí de pie, con la parte baja de la bata mojada. Estaba pálida y temblorosa.

—He roto aguas —murmuró, aterrada.


CAPÍTULO 36
Durante un momento, nadie se movió.

Entonces, Rhett, Trisha y Jake aparecieron de la nada por el otro pasillo. Los tres se
quedaron helados al ver la misma escena que Max y Alice.

—Mierda —masculló Rhett.

Pareció que nadie sabía qué hacer durante unos momentos. Max fue el primero en
reaccionar.

—Llevadla al hospital —dijo, acercándose—. ¿Puedes andar?

Eve negó con la cabeza. Le temblaban las rodillas y parecía que estaba a punto de llorar.

—Rhett —Max lo miró.

Rhett se apresuró a acercarse y sostener en brazos a Eve, que estaba pálida.

—Id al hospital —les dijo—. Voy a por Tina. Jake, encárgate de que todo vaya bien
hasta entonces.

Todos se apresuraron a bajar mientras Alice y Trisha cubrían las espaldas a los chicos. El
pasillo estaba desierto cuando Rhett abrió de una patada y dejó a Eve en una de las
camillas. Jake estaba a su lado. Parecía aterrado. Todos lo estaban.

Entonces, Trisha gritó algo y Alice vio que se escondía tras la puerta,
asomándose al pasillo. Escucharon disparos. Lo que les faltaba.

—¡Duele! —les dijo Eve—. ¡Duele mucho!


—Esto no puede estar pasando —murmuró Alice, sin saber qué hacer.

—¡Duele mucho! —repitió ella, llorando.

—¡Mierda! —escuchó Alice gritar a Trisha.

Vio que ella intentaba recargar con una mano tan rápido como podía, pero era imposible
que fuera suficiente. Sin pensarlo, agarró el fusil y se colocó a su lado, disparando también
a los que había al otro lado del pasillo.

El pobre Rhett se había quedado solo con Eve y Jake a unos metros.

—¿Qué hago? —preguntó, desesperado.

—Está de parto —le dijo Jake, mirándolo

—¡Gracias por la información, Jake, pero ya sé perfectamente que está de parto!

—¡Perdón! Es que... tiene que... calmarse. Hasta... que venga Tina. Ella sabrá que hacer.

—¿Y tú qué demonios sabes de embarazos? —preguntó Rhett, mirándolo.

—¡Leí un libro! ¿Vale?

Rhett parecía muy tenso mientras Alice y Trisha seguían disparando en el pasillo.

Eve volvió a retorcerse de dolor.

—¿¡Qué demonios hago!? —gritó Rhett.

—¡Cálmala! —le gritó Trisha sin mirarlo.

—¿¡CÓMO QUIERES QUE CALME A ALGUIEN SI NI YO MISMO ESTOY


CALMADO!?
—¡Sábanas limpias! —gritó Jake.

Alice puso una mueca cuando intentó mirarlos y estuvieron a punto de darle. Apuntó
bien y consiguió acercar a uno de ellos, pero seguían quedando cuatro. Volvió a
esconderse.

Vio, de reojo, que Rhett arrancaba las sábanas de otra cama y las pasaba a Jake. Él las
dejó a un lado, temblando. Eve echó la cabeza hacia atrás y gritó de dolor.

—¡Está teniendo contracciones! —gritó Jake—. ¡Yo... lo leí...! ¡No sé dónde!


¡Pero sé que tienen que ser cada dos minutos para que...!

—¡AAAAAAHHHH!

—¡Contracción! —chilló él, mirando el reloj.

—¡Solo han pasado tres minutos! —le gritó Rhett.

—¡Lo sé... pero... el libro...!

—¡No es humana! —les gritó Alice—. ¡Su cuerpo no funciona como el de un humano!

—Entonces... —Jake se quedó pálido.

—...está cerca de... —Rhett también estaba pálido.


—¡Por el amor de Dios! —Trisha se apartó y dejó a Alice sola, corriendo hacia ellos.

Se acercó a Eve y se sentó a su lado, agarrándole la mano. Eve la miró,


aterrada.

—Mírame —le dijo con sorprendente calma—. Respira. Relájate. Inspira por la nariz y
suéltalo por la boca. Eso es... vosotros dos también podéis hacerlo, histéricos.

—Tiene que... dilatar... eso —Jake señaló sus piernas—. Tenemos que
colocarla... eh...

Trisha puso los ojos en blanco y colocó a Eve con las rodillas flexionadas y las piernas
separadas.

—¿Está a punto de parir y os preocupa ver una maldita vagina? —les gritó.

Alice contuvo la respiración cuando consiguió derribar a otro. Tres restantes. Jake
corría por el hospital, recogiendo cosas a toda velocidad. Alice apuntó y disparó.
Dos.

Eve gritó, llorando desesperada. Trisha le apretó la mano mientras Rhett la miraba,
tragando saliva.

—Mierda —murmuró él.

—¿Qué? —preguntó Jake, deteniéndose de golpe.

—¡¿Dónde demonios está Tina?!


—¡Tenemos que arreglárnoslas sin ella, Rhett! —le gritó Trisha.

Alice se quedó pálida cuando vio que él empezaba a remangarse la camiseta, respirando
hondo.

—Mierda —repitió.

—¡AAAAHHHH! —gritó Eve.

Alice se tomó un momento para mirar y una bala se clavó a su lado,


asustándola. Disparó. Uno menos. Su corazón latía a toda velocidad.

—¡Vale! —Jake se detuvo a toda velocidad y dejó una serie de cosas junto a Rhett
—. Yo... eh... ¿cómo demonios va a salir eso de ahí?

—¡JAKE! —le gritó Rhett.

—¡Es que es materialmente imposible!

—Respira hondo —insistió Trisha a Eve con voz tranquila antes de girarse hacia Jake,
furiosa—. ¡Y tú céntrate de una vez!

—¡Sí, perdón! —chilló Jake, mirando a Eve—. Eh... empuja con fuerza cuando te duelan
menos las contracciones.

—¿Estás seguro de eso? —le preguntó Trisha.

—¡Os digo que lo leí en un libro, maldita sea!

Eve se puso roja como un tomate cuando el dolor disminuyó y empezó a empujar
con fuerza. Apretó la mano de Trisha, que se puso también roja.
Alice apretó el gatillo. El último cayó al suelo.

Cerró las puertas y respiró hondo antes de volver corriendo con los demás. No pudo llegar
antes de que Rhett la mirara.

—¡Ve a por Tina! —le gritó.

Alice asintió torpemente con la cabeza y encendió el dispositivo de su oreja para oírlos
en todo momento. Se colgó el fusil de la espalda y salió corriendo hacia la puerta,
empujándola. Los pulmones le ardían mientras subía las escaleras a toda velocidad.

—¡Joder! —gritó Rhett al auricular.

—¡AHHHHHHH! —chilló Eve.

—¡No digas palabrotas delante del niño! —le gritó Alice.

Terminó de subir las escaleras y volvió a agarrar el fusil para disparar a tres personas de
negro. Tuvo que esconderse para que no le dieran.

—¡Jake! —gritó Rhett en busca de ayuda—. ¡Estaría bien que me dieras alguna
indicación!

—¡Yo no...! ¡Eve, tienes que empujarlo tú! ¡No podemos ayudarte!

Alice se asomó al tercer disparo y vio que estaba sola de nuevo. Corrió por el pasillo y
vio que Max y Tina estaban atrapados en la cafetería porque había un grupo vestido de
negro delante de sus puertas.
¿Y ahora qué hacía?

—¡Mierda! —gritó Rhett—. ¡Joder, lo veo!

—¡Rhett, tienes que sujetarle la cabeza en todo momento! ¡Es muy importante!

Alice contuvo la respiración, pensando a toda velocidad. Tina tenía que llegar a ese
hospital. Y estaba ahí encerrada.

Solo había una manera de que pudiera salir, y esa era distrayendo a los
guardias.

Respiró hondo y se puso las manos alrededor de la boca para poder gritarles.

—¡Hey! —todos se giraron hacia ella a la vez—. Si habéis venido a por la hija del
padre John, enhorabuena. Porque la habéis encontrado.

Hubo un momento de silencio en el que intercambiaron miradas perplejas.

Entonces, todos empezaron a correr hacia ella a la vez. Alice se dio la vuelta y echó a
correr también hacia la entrada del edificio. Escuchó gritos a sus espaldas mientras
seguía corriendo. Al menos, no la estaban disparando.

Eve volvió a gritar a través del auricular, desesperada.

—¡DUELE!

—¡RHETT, HAZ ALGO! —le gritó Alice.

—¿QUE YO HAGA ALGO? ¿QUÉ HACES TÚ?


—¡SER PERSEGUIDA POR SEIS PSICÓPATAS PARA QUE TINA PUEDA VENIR
CON VOSOTROS!

Alice empujó la puerta de la entrada y salió corriendo hacia la zona de los coches.
Ellos seguían persiguiéndola. Solo esperaba que Tina estuviera llegando al
hospital.

—¡Alice tiene razón, Rhett, haz algo! —gritó Trisha.

—¡¿Y QUÉ DEMONIOS QUERÉIS QUE HAGA?!

—¡TIRA DE ÉL! —sugirió Trisha.

—¡¿DE DÓNDE DEMONIOS QUIERES QUE TIRE?! ¡¿DE LAS OREJAS?!

—¡NO! —gritó Jake—. ¡Tiene que empujarlo ella! ¡No tires de él!

Alice apenas podía respirar cuando se metió entre todos los coches abandonados,
despistando a los que la seguían. Se detuvo cuando vio que la buscaban al otro lado y se
apresuró a escabullirse para llegar a la entrada trasera sin ser vista.

—¡Sigue así, Eve! —la instó Jake.

Alice oía gritos y llantos a través del auricular, pero ella no hizo un solo ruido mientras se
apresuraba a correr hacia la ahora desierta puerta de atrás.

—¡Tina! —gritó Jake de pronto.


—Cuidado —la voz de Tina fue como música para sus oídos.

Eve seguía llorando cuando Alice entró de nuevo en el edificio, deshaciéndose de otra
persona vestida de negro. Siguió corriendo.

—Eso es, Eve —dijo la voz tranquila de Tina en medio del caos.

Ella lloraba y gritaba, pero... Alice dejó de oírlo. Había tropezado y el auricular había
salido de su oreja. Soltó una palabrota muy impropia de ella cuando vio que se había
roto. Lo dejó en el suelo y volvió a incorporarse, corriendo escaleras abajo.

Casi volvió a tropezarse cuando llegó al pasillo del hospital. Sonrió cuando
escuchó un bebé llorando y casi le entraron ganas de llorar a ella. Abrió las puertas
y se quedó mirando a los demás con una sonrisa emocionada.

La sonrisa desapareció cuando vio que Jake estaba llorando. Parpadeó varias veces, sin
entender. Rhett sujetaba el bebé mientras Tina miraba a Eve. Había mucha sangre. Por
todas partes. Alice se acercó lentamente.

Justo cuando cubrieron la cabeza de Eve con una sábana. Max agachó la cabeza.

—Descansa en paz.

***

Las siguientes horas parecieron extrañamente largas. Tina se encargó del bebé enseguida
y les aseguró que estaba bien. Max había vuelto a adoptar la faceta de líder y estaba
reorganizando a todo el mundo. Rhett lo ayudaba. Trisha estaba con los de las caravanas.
Todo el mundo hacía algo... menos Alice.
Ella estaba sentada en el tejado. Tenía las piernas colgadas en el vacío, pero no
importaba. Lo último que le preocupaba en esos momentos era caerse. Su cerebro era
una mezcla de emociones y no le gustaba ninguna de ellas.

Eve estaba muerta. Davy había muerto, también. Ahora, Kai sería el nuevo
guardián de tecnología. Más de veinte de los suyos y diez de los de las caravanas
habían muerto. Apretó los labios.

Escuchó pasos detrás de ella, pero no se dio la vuelta. Alguien se detuvo y también
suspiró. Max. La observó un momento.

—¿Has oído hablar alguna vez de las consecuencias de caerse de un quinto piso? —
enarcó una ceja.

Alice esbozó una pequeña sonrisa, aunque no le llegó a los ojos.

—No demasiado.

De todos modos, se puso de pie y se alejó un paso del vacío, sacudiéndose los
pantalones. No se había cambiado y seguía teniendo sangre seca en las manos y la ropa.
Max la miró, pero no dijo nada. Ella tampoco.

—Parece que han pasado muchas cosas en mi ausencia —comentó él.

—Sí. Has elegido la mejor semana del año para irte.

—Eso parece —Max esbozó lo que pareció la sombra de una sonrisa—. Te ha sentado
bien como entrenamiento. Hay que saber operar bajo presión.

Hizo una pausa y ladeó la cabeza.


—Rhett me ha contado lo que hiciste con los salvajes —añadió.

Alice lo miró, precavida. Como siempre, era difícil leer su expresión.

—¿Y qué opinas? —preguntó.

Max se cruzó de brazos, pensativo.

—No está mal para un androide.

Alice dudó un momento antes de ponerle mala cara.

—Los salvajes nunca se habían aliado con nadie —él volvió a ponerse serio—. Nunca.
De hecho, no creo que hubiera llegado a planteármelo jamás.

—No todo el mérito es mío. La idea fue de Kilian.

—Y tú fuiste quien aprendió a comunicarse con él —Max enarcó una ceja—. Y quien
puso las defensas en la ciudad. Y quien se dejó perseguir por seis guardias para que
pudiéramos llegar al hospital. Y quien negoció con los salvajes sin saber qué
sucedería. Deja de restarte importancia.

Hizo una pausa, mirándola. Alice notó que se le encendían las mejillas. Max se metió las
manos en los bolsillos.

—Puedes llegar a ser difícil de aguantar, pero tomas buenas decisiones.


—¿Y eso se supone que es bueno? —ella entrecerró los ojos.

—Es lo más cercano a un halago que vas a recibir de mi parte, así que
confórmate.

Alice suspiró.

—Me vale. De todos modos, ya puedo volver a mi vida de alumna normal y


corriente —hizo una pausa, mirándolo—... ¿verdad?

—Lo siento, pero sí.

—Vaya —ella puso mala cara.

—Todavía te queda mucho por aprender, Alice.

—¡Acabas de decir que tomo buenas decisiones!

—Exacto. Solo eso. En ningún momento he dicho que ya supieras lo necesario para
dejar de ser alumna.

Alice suspiró y se miró a sí misma de nuevo. Ver la sangre en su ropa era horrible. Le
recordaba a lo que había pasado con Eve. Tragó saliva con fuerza.

—No ha sido culpa tuya —dijo Max, mirándola.

Alice no se atrevió a devolverle la mirada. Notó que se le formaba un nudo en la garganta.


—Mírame —Max le puso una mano en la nuca para levantarle la cabeza. Estaba muy serio
—. No ha sido culpa tuya.

—Si hubiera subido antes, Davy y Eve...

—Hiciste lo que pudiste.

—Están muertos —decirlo en voz alta era todavía peor. Apretó los labios—. Si
hubiera sido más rápida, yo...

—Estabas defendiendo una ciudad, Alice.

—Lo sé, pero...

—Están muertos, sí —él la miró—. Davy sabía que era posible. Eve también lo sabía.
Tina se lo había advertido. Que ella y el bebé sobrevivieran era casi imposible. Cuando
experimentaron con ella, no tuvieron en cuenta que su cuerpo no estaba preparado para
un parto. Eve sabía que la cosa estaba entre ella y el bebé, y siempre dejó claro que
quería que el bebé viviera.

Hizo una pausa, mirándola.

—Y está vivo gracias a ti, a Jake, a Rhett y a Trisha... y gracias a toda la gente que luchó
contra los que entraron aquí.

Alice hizo una pausa, mirándolo.

—¿Vivo? ¿Es un chico?


—Sí.

—¿Tiene... nombre?

—Todavía no.

Alice apartó la mirada, pensativo. Él siguió hablando.

—Deja de pensar que es culpa tuya. No es culpa de nadie. No había nada que se
pudiera hacer para salvarla. Solo quería que su hijo viviera. Ahora, ese niño tiene la
oportunidad de vivir.

—Y ellos se la quitaron a Eve —Alice parpadeó cuando notó que se le llenaban los ojos
de lágrimas de rabia—. Se lo quitaron todo. Solo por entretenimiento.

Max asintió con la cabeza en silencio.

—La gente es cruel, Alice.

—No, no la gente. Ellos —señaló el bosque, en dirección de la Unión—. Nos tratan


como basura y se supone que somos sus creaciones. Se supone que somos sus hijos.

Max frunció un poco el ceño.

—Esto no es sobre Eve, ¿verdad? —preguntó.


Alice cerró los ojos un momento. Negó con la cabeza.

—Siempre nos han tratado como basura. Siempre. Como si solo fuéramos un juguete.
Como si jugaran a ser Dios con nosotros. En mi zona, ni siquiera teníamos derecho a
hablar de sentimientos porque eran algo humano que nosotros jamás tendríamos
derecho a sentir. Jamás. Y nos lo dejaban claro.
¿Sabes lo que hacían con la gente que no estaba de acuerdo con ellos? ¿Con los que se
atrevían a poner en duda todo lo que nos habían metido en la cabeza? Les cortaban la
mano. Y eso si decidían no matarlos.

Hizo una pausa, respirando hondo. Max la miraba en silencio.

—Nunca me trataron como una humana —le dijo en voz baja—. Nunca me trataron
como si tuviera derecho a algo. Nunca. Siempre fui un maldito trozo de carne con el que
jugar. La primera vez que sentí que era algo, que podía llegar a serlo... la primera vez
que sentí que podía hacer algo importante... la primera vez que... que, finalmente,
pertenecía a algo... a una familia... fue con vosotros.

»Se suponía que él era mi padre. Fue el padre de la humana que me precedió. Fue mi
creador. Pero nunca, jamás, me ha tratado como a una hija. Jamás.
Estaba dispuesto a matarme con tal de llegar a su maldito experimento. Con tal de poder
seguir haciendo lo que está haciendo a androides como Eve, que no tienen la maldita
culpa de ser así. Ellos nos crearon, pero nos repudian. No tiene sentido.

»Lo que han hecho con Eve... no es justo. Ella tenía derecho a vivir. Tenía derecho a
poder elegir. Le quitaron ese privilegio. Y lo harían con todos nosotros si pudieran. Ni
siquiera parpadearían al dar la orden porque, para ellos, no somos más que números de
serie.

No sabía por qué estaba soltando todo eso, pero se sentía como si se estuviera quitando un
gran peso de los hombros.
—No entiendo por qué nos tratan así —hizo una pausa cuando su voz se rompió—. Yo
me siento humana. Me da igual tener un número en el estómago. Me da igual que mi
sistema funcione con un núcleo. Me da igual. Sé lo que son los sentimientos. Sé que... lo
que siento es real. O quiero pensar que lo sé. Que soy más que una maldita máquina más
con la que jugar.

Miró a Max como si él pudiera tener la respuesta que buscaba.

—No soy solo eso, ¿verdad? —preguntó en voz baja, intentando no llorar—. Soy más
real de lo que creen, ¿verdad?

Él la observó en silencio. Parecía haberse quedado pensativo. Alice esperó, tragando


saliva. No quería llorar, pero estaba cerca de hacerlo.

Al cabo de unos segundos, se sorprendió cuando Max le puso una mano en el hombro,
mirándola.

—Eres real —le dijo lentamente—. Lo que sientes, lo que haces, todo es real. Y no
dejes que nadie te haga pensar que no lo es.

»Lo que han hecho con esa chica es injusto y desearía no tener que ser yo quien te diga
esto, pero así funciona el mundo. Así ha funcionado siempre. Quien tiene poder se
aprovecha de él y, quien no lo tiene, hace lo que puede por sobrevivir. No hay más. No
hay nada que podamos hacer.

—Sí, hay algo —le dijo Alice.

Él pareció sorprendido por un momento.

—Siempre hay algo que puedes hacer —siguió Alice—. Siempre.

Max la observó unos instantes, analizándola. Después, levantó lentamente una ceja y Alice
supo que había adivinado sus intenciones.
—Matarlo no solucionaría nada.

—Él es símbolo de su bando —le dijo Alice—. Si el padre John cae, todos caen con él.

—Si matas a ese hombre, lo convertirás en un mártir. Su gente nunca te apoyará.

—No quiero su apoyo —ella frunció el ceño—. No quiero el apoyo de unos sádicos que
son capaces de cualquier cosa con tal de satisfacer su necesidad de creación. Quiero
gente buena. Quiero gente que quiera vivir para ser feliz, no para hacer infelices a los
demás.

Hizo una pausa.

—Si él cae —repitió lentamente—, todos caen con él.

Max la observó en silencio. Pareció que había pasado una eternidad cuando habló.

—Llegar a él no será fácil.

—No quiero ir a por él todavía —replicó a Alice—. Ahora mismo, tenemos a uno de sus
mayores dirigentes en nuestras manos.

Hubo un momento de silencio cuando la frase quedó en el aire.

—Ben no tiene la culpa de esto, Alice.

—No, pero nos servirá para enviar un mensaje.

—¿Un mensaje?

—Sí —ella apretó los labios—. Que, a partir de ahora, las cosas van a cambiar. Mucho.
CAPÍTULO 37
Cuando Alice bajó las escaleras, sintió que se había quitado un gran peso de encima. Fue
directa a la cafetería y saludó a unos cuantos que le hablaron, pero su objetivo era claro.
¿Dónde estaba Rhett?

Lo encontró ya en su habitación. Estaba metido en la cama y le daba la espalda. Miró por


encima de su hombro y suspiró al verla.

—¿Quieres estar solo? —preguntó Alice.

—No.

Ella sonrió un poco y cerró la puerta a su espalda. Se acercó a la cama, se quitó las botas y
se metió en la cama con él. Rhett se dio le vuelta y se quedaron mirando el uno al otro.
Alice se acercó a él y le pasó una mano por la mejilla.

—De todos los idiotas que hay en el mundo —murmuró él—, van y atrapan a mi padre.

Alice sonrió un poco, siguiendo con los ojos el recorrido que hacían sus dedos en su
cuello y en su mandíbula. Rhett no se movió cuando recorrió la cicatriz con las yemas de
los dedos. De hecho, pareció relajarse.

—¿Está en el sótano? —preguntó Alice.

—Sí. Con cinco guardias.

—Lo que quiere decir...

—...que le harán un juicio —terminó él—. Mañana. Y yo tendré que ser uno de los
jueces. Soy guardián.
Alice lo observó en silencio. No dejó de acariciarle la cara porque parecía relajarlo.
Además, a ella le gustaba. Y Rhett no se dejaba acariciar siempre. Tenía que aprovechar.

—Max no te pondría en esa situación si no supiera que lo harás bien —murmuró ella.

—Es mi padre.

—Lo harás bien.

—No es... —Rhett suspiró—. Sé lo que se merece. Sé lo que deberíamos hacerle. Sé lo


que muchas veces en mi vida he querido hacerle, pero... es muy distinto cuando la
posibilidad es tan real.

Alice lo observó en silencio.

—No tiene por qué morir.

—¿Y cuál es la alternativa? ¿Dejar que vuelva con los suyos para que nos vuelva a
atacar?

—Podríamos convencerle de quedarse con nosotros. Rhett

esbozó una sonrisa triste.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, confusa.

—¿Tienes idea de la cantidad de veces que mi madre y yo intentamos que cambiara?


¿Que fuera mejor persona? Lo intenté durante todo el tiempo que viví con él. Mi madre
lo intentó y se llevó más de una bofetada por ello. La gente mala no cambia. Es horrible,
pero es así.

Alice se quedó un poco impactada al oír lo de las bofetadas, pero decidió no indagar más
en el tema. A Rhett parecía ponerle triste. Pasó la mano por encima de su oreja y le
acarició la nuca, acercándose un poco más a él.
—Siento oír eso.

Él contuvo una sonrisa irónica.

—¿Sabes lo que me decía cuando era pequeño? —preguntó en voz baja—. Que lo que
hacía cuando me obligaba a entrenar durante horas era por mi bien. Que cuando golpeaba
a mi madre era por su bien. Que, cuando me obligaba a entrenar hasta que mis músculos
no podían más, era por mi bien. Porque me quería.

Negó con la cabeza.

—Él nunca ha querido a nadie, Alice. Nunca lo hará. No sabe cómo es querer a alguien.
Quererlo de verdad. Ni siquiera a sí mismo.

De pronto, Alice tuvo algo muy claro todo lo que le había dicho Rhett en su día, todo ese
miedo de ser como su padre... era porque nunca se había sentido querido y le daba miedo
no saber querer a alguien cuando llegara el momento. Lo observó en silencio y siguió
acariciándole la nuca con las manos. Tenía miedo de no poder querer a alguien. Tenía
miedo de no ser capaz de hacerlo.

Se inclinó hacia delante y unió sus labios durante un breve momento. Cuando se separó, lo
miró a los ojos.

—No necesitas su amor, Rhett. Tienes el mío. Siempre lo tendrás. Él

parpadeó, sorprendido. Alice tragó saliva.


—Aunque a veces seas un cabezota, un instructor amargado y no me dejes ser
romántica contigo. No me importa. Nunca lo hará. Nunca lo cambiará. Así que... lo
siento, pero esta alumna pesada y preguntona siempre va a quererte.
Siempre.

Rhett entreabrió los labios, mirándola fijamente. No parecía saber qué decir. Alice
volvió a sentirse como si se quitara un gran peso de encima. Esperó una respuesta. Sabía
que a Rhett le resultaban difíciles esas cosas. Nunca había tenido que expresar sus
sentimientos con nadie.

Entonces, él le puso una mano en la mejilla y la recorrió el labio inferior con el


pulgar. La miró a los ojos con la expresión más suave que le había dedicado jamás.

—Yo también te quiero, Alice.

***

Alice disfrutó de no tener ninguna responsabilidad esa mañana. Max le había perdonado
las clases del día, así que aprovechó para hacer lo que había tenido en mente toda la
noche, viendo como Rhett dormía plácidamente.

Era la primera vez en su vida que había dicho a alguien que lo quería o lo amaba... no
entendía muy bien la diferencia de esas dos cosas, pero sí entendía lo que sentía por
Rhett. Por eso, bajó las escaleras hacia el sótano.

Max había asignado a Charles la custodia de Ben, así que él era el máximo
obstáculo que podía encontrarse.

Era alentador.

Efectivamente, se encontró con dos miembros de las caravanas al final de las escaleras que
la miraron con suspicacia.
—¿Tienes órdenes de estar aquí? —preguntó uno de ellos.

—Quiero ver a Charles —ella enarcó una ceja.

El otro desapareció para volver, un minuto más tarde, con Charles. Él sonrió
ampliamente al verla.

—La heroína de la ciudad —empezó a reírse—. Está mal que un drogadicto haga
esa broma, ¿no?

—Quiero verlo —le dijo Alice.

A Charles se le sustituyó la risotada por una pequeña sonrisa curiosa.

—¿Por orden de alguien?

—Por voluntad propia.

Lo consideró unos instantes, pensativo.

—Max se enfadará mucho conmigo si se entera de que te he dejado pasar, preciosa.

—Entonces, que no se entere, precioso.

Charles y sus dos hombres empezaron a reírse. Alice esbozó media sonrisa.

—Venga, pasa. Tienes diez minutos. Aprovéchalos.


Alice pasó por su lado y cruzó la puerta de las celdas. Nunca había estado ahí abajo,
pero tenía entendido que era donde iban los androides que se rebelaban contra los
padres. Tragó saliva y avanzó por un corto pasillo. Había una puerta vigilada por un
último hombre que no hizo preguntas cuando Charles le hizo un gesto para que la dejara
pasar. Alice entró en la habitación y él cerró la puerta a su espalda.

Era una habitación considerablemente grande y bien iluminada. Todo era de hierro o
cristal menos el suelo y las paredes. Alice vio que había tres cabinas de cristal
amuebladas exactamente iguales pegadas entre sí. Dos de ellas estaban vacías. La última,
tenía a Ben sentado en la cama.

Tenía la mirada clavada en la pared y las manos entrelazadas, esposadas. Alice se acercó
a él y vio que su puerta era la única cerrada. El cristal era muy grueso y su única abertura
eran varios agujeros por los que entraba el oxígeno. Era imposible escaparse de ahí.

Ben se giró para mirarla. Al ver quién era, esbozó una sonrisa irónica y negó con la
cabeza, volviendo a clavar los ojos en la pared.

—Lo que me faltaba —masculló.

—Hola, Ben —le dijo Alice tan amablemente como pudo.

Al ver que no respondía, agarró una de las sillas del fondo de la habitación y la arrastró
hasta quedarse delante de él. Se sentó y apoyó las manos en las rodillas. Tenía que
centrarse en su objetivo. Ben la miró de reojo.

—Puede que me atraparan —masculló él— pero, al menos, te di un buen golpe en la


cara.
Alice sabía que tenía una pequeña zona de la mandíbula azulada y un corte en el labio
por su culpa, pero ni siquiera dolía. Hacía tiempo que un moretón parecía no doler en
comparación a otros tipos de dolor que había sentido.

—Necesito hablar contigo —le dijo.

—Pues tienes suerte de que no pueda salir de aquí —masculló él de mala gana—.
Porque lo último que quiero hacer ahora es hablar con un maldito androide.

Ella tuvo que hacer un esfuerzo por no mandarlo a la mierda.

—Van a juzgarte —le dijo, y siguió hablando al ver que él hacía un ademán de interrumpir
—. Sé que lo sabes, pero van a juzgarte dentro de poco. Rhett estará entre los que te
juzguen.

—¿Y qué? —él la miró—. ¿Qué quieres que haga yo?

—Quiero que, en el juicio, digas que te arrepientes de lo que has hecho con todos
esos androides, de entrar en esta ciudad y de todo lo que se te ocurra mencionar. Y
que des tu palabra de que jamás volverás a hacer algo similar.

Hubo un momento de silencio absoluto. Después, Ben se echó a reír.

—Vale, eres entretenida —dijo, casi llorando de la risa—. ¿Es eso lo que ha
necesitado mi hijo para follarse un androide? ¿Reírse un poco?

—Creo que no entiendes lo que sucederá si no lo dices, Ben.


—Voy a morir —él dejó de sonreír para mirarla—. Lo sé mejor que tú.

—¿Y no te importa?

—Llevo mucho tiempo preparado para morir, chica —replicó él, sin inmutarse—.
¿Puedes decir tú lo mismo?

Alice no respondió, entrecerrando los ojos.

—Porque es lo que va a pasar —siguió Ben, mirándola—. Cuando muera, todos mis
hombres vendrán aquí y os matarán. Uno a uno. Una bala envenenada será suficiente.
Como la que usamos en tu amiga para que perdiera el brazo. Un solo roce... y ya está.
Tuviste suerte de que no las usáramos en el ataque de ayer.

Pareció que él esperaba una respuesta.

—Rhett no... —intentó empezar Alice.

—Tu padre está muy preocupado, chica —la interrumpió—. Está muy nervioso
pensando que tienes lo que sea que tengas suyo.

—No estaba tan preocupado cuando os mandó a buscarlo.

—No nos mandó a buscarlo —él soltó una risa irónica—. Yo quería acabar con todo esto.
Pensé que, si te mataba y me libraba de todos los demás, se acabaría todo esta guerra
absurda que tenéis montada.
Silencio. Alice frunció el ceño.

—¿Él no sabe que estás aquí?

¿El padre John también estaba teniendo problemas con su gente?

—No lo sé. Pregúntaselo. Yo no puedo hacerlo, por si no te has dado cuenta — él


esbozó una sonrisa irónica.

Alice no reaccionó cuando él se puso de pie y se acercó a ella. Golpeó el cristal con los
puños, mirándola. Las esposas tintinearon.

—¿Para eso has venido? —la miró con todo su odio—. ¿Para intentar salvarme la vida?
¿Por mi hijo? Es patético. No voy a mentir por salvarme. Y mucho menos para que tú
tengas la conciencia más tranquila. O para que él la tenga.
Rhett ha querido matarme por muchos años, chica, muchos más de los que hace que lo
conoces. Y va a tener que hacerlo, porque no pienso retractarme de una mierda.

Alice se puso de pie, mirándolo con incredulidad.

—Es tu hijo —le dijo, perpleja.

—Mi hijo —él se rió irónicamente—. Sí, desgraciadamente, lo es.

Él se volvió a dar la vuelta y se sentó en su lugar. Alice cerró los ojos cuando supo que
no la estaba mirando. Odiaba que las cosas tuvieran que ser así, pero no iba a suplicarle
nada. Se dio la vuelta y avanzó hacia la puerta.

—Oye, chica.

Se detuvo, pero no lo miró.


—Cuando me muera, algo en él se romperá —le dijo lentamente—. Algo que ni
siquiera tú podrías arreglar. Y todo porque tú decidiste no venir con nosotros
pacíficamente cuando tuviste la oportunidad de hacerlo.

Alice apretó los labios con fuerza, pero no dijo nada.

Volvió a la puerta y sintió que se le formaba un nudo en la garganta. Cuatro guardias


entraron mientras ella salí. El juicio iba a empezar. Evitó la mirada de Charles al subir
las escaleras rápidamente. La sala de actos no estaba demasiado lejos. Todo el mundo
estaba en ella cuando Alice entró y se sentó con Kilian.

Vio que en la mesa grande estaban sentados Kai, Jake, Trisha, Max, Tina y Rhett —por
ese orden—, cada cual más serio que el anterior. Todo eran susurros. Alice miró a Rhett
y vio que, aunque fuera imposible darse cuenta desde fuera, estaba nervioso. Él encontró
su mirada entre la gente al instante y Alice intentó animarlo como pudo sin decir nada.

Entonces, la puerta se abrió y los murmullos disminuyeron. Alice vio a Charles guiando a
sus hombres y a Ben hacia la silla que tenían delante de la mesa grande. La sentaron en
ella y dos guardias se quedaron de pie a ambos lados, vigilándolo. No le habían quitado
las esposas. Charles rodeó la mesa y se sentó al lado de Rhett, completándola. Ya estaban
los siete guardianes en su lugar.

Max se puso de pie. Parecía tenso.

—Doy comienzo a este juicio —anunció, mirando a Ben—. Di tu nombre.

Él soltó una risa áspera y escupió en el suelo.

La sala se quedó en silencio absoluto cuando Max le dedicó una mirada helada. Ben no
se molestó en dejar de reírse.
—Ahí tienes mi nombre —le dijo de malas maneras.

El silencio que siguió esa frase fue todavía más tenso. Alice tragó saliva cuando vio que
Rhett negaba con la cabeza, sin mirarlo.

—Ben —dijo Trisha, cortando la tensión—. Se llama Ben. Acabemos con esto.

Max se sentó de nuevo con las manos en la mesa.

—Estás aquí para juzgar lo que haremos a continuación contigo —le dijo con toda su
profesionalidad.

—No creo que haga falta un juicio para saber lo que haréis —murmuró Ben.

—Invadiste nuestra ciudad —siguió Max, ignorándolo—. Mataste a muchos de los


nuestros. Intentaste matar a muchos más. Violaste un pacto que habíamos hecho con tu
superior y...

—Mi superior es un blando —soltó Ben de malas maneras—. Está tan centrado en
recuperar a sus hijos que no tiene en cuenta lo que estamos perdiendo por su culpa.

Alice se tensó al instante y miró a Jake, que había fruncido el ceño. Él no sabía que era
hijo del padre John o que era el hermano de Alicia. De hecho, ni siquiera sabía que
también lo había reclamado a él cuando había ido a la ciudad.

—No estamos aquí para discutir las decisiones de John en esta guerra —le dijo Max—,
sino tu papel en ella.
—Mi papel ha sido mantenerme fiel a lo que creo correcto. No me gustan los robots,
pero... es algo con lo que puedo vivir. Siempre y cuando no haya humanos
entrometiéndose de por medio. Ciudad Capital solo reclamó lo que era suyo. Su androide.
Y vosotros no se lo disteis. Es bastante sencillo.

—Ciudad Capital os ha estado engañando desde hace años —le dijo Tina suavemente—.
Os ha hecho creer que destruía los androides cuando, en realidad, son sus creadores. ¿Por
qué crees que puedes confiar en ellos ahora?

Ben se tomó un momento para responder.

—Soy fiel a mi palabra —dijo, al final—. Si dije que estaba de su parte en todo eso, lo
sigo manteniendo. No soy un traidor —clavó la mirada en Kai, que se encogió en su
lugar—. Hacía mucho tiempo que no te veía, chico. Espero que te traten mejor aquí de lo
que te tratarán los míos cuando te atrapen. Nadie abandona la Unión sin consecuencias.

—Relájate —le advirtió Trisha.

—¿O qué? —Ben enarcó una ceja.

—Volvamos a centrarnos en el tema del juicio —pidió Max.

—Sí, os ataqué —Ben lo miró—. Y quise mataros. Lo habría hecho de no haber sido
porque os defendisteis. Ahora, matadme si queréis, pero no creáis por un solo segundo
que los míos no van a venir a vengarme. Porque lo harán. Y, cuando la Capital os pase
por encima, no quedarán más que cenizas. Entonces, os acordaréis del día en que
preferisteis a un androide antes que vuestra propia vida.
Hubo un silencio absoluto en la sala por unos segundos. Alice notó que Kilian le ponía
una mano encima de la suya y se la apretó un poco, contenta de recibir algo de apoyo.

—¿No vas a defenderte de ningún cargo? —la voz de Rhett resonó en toda la sala
cuando lo miró fijamente.

Ben guardó silencio un momento, mirándolo.

—Mírate —murmuró, riendo ásperamente—. Ahí sentado, juzgando a tu propio padre.


No te crié para esto, Rhett. Te crié para ser un hombre independiente, no el peón de
alguien que sabe jugar a este juego mejor que tú. De hecho...

—Empecemos con la votación —lo interrumpió Max.

Kai se puso de pie, mirándolo con cierto rubor en las mejillas.

—Yo, Kai, voto porque... muera.

Miró a Jake, que se puso de pie torpemente. Parecía muy nervioso.

—Yo, Jake... —sonó tembloroso—. Voto porque viva.

Silencio. Volvió a sentarse. Alice parpadeó, sorprendida. Trisha ya se había puesto


de pie.

—Yo, Trisha, voto por matarlo.

Ni siquiera lo había dudado. Max se puso de pie cuando ella se sentó.

—Yo, Max —miró a Ben fijamente—, voto porque viva.


¿Qué?

Alice le frunció el ceño sin entender. No pudo procesarlo. Tina ya estaba de pie.

—Yo, Tina, voto porque viva —dijo ella lentamente.

Alice no entendía nada. Seguía sin entenderlo cuando Charles se puso de pie.

—No es nada personal —le dijo él, sonriente—, pero no me gusta la gente que va
escupiendo por la vida cuando le preguntan su nombre. Además, intentaste matarme, así
que... bueno, sí que es un poco personal. En fin... yo, Charles, voto porque te maten.

Volvió a sentarse y todo el mundo guardó silencio al mirar a Rhett, que se puso de pie
lentamente. Alice contuvo la respiración. Tres contra tres. Él iba a desempatar. Al final,
era su decisión.

Rhett lo pensó por lo que pareció una eternidad. Ben no se movió, devolviéndole la
mirada. Por primera vez, Alice vio algo de miedo en su rostro. No lo había en el de
Rhett, que se mantuvo impasible durante todos los segundos en que guardó el tenso
silencio.

Entonces, Rhett levantó la barbilla y clavó los ojos en él.

—Yo, Rhett, voto porque muera.

Volvió a sentarse, mirándolo fijamente. Ben agachó la cabeza y miró el suelo con los
labios entreabiertos. Max ni siquiera había parpadeado. Volvió a ponerse de pie.

—En nombre de la mayoría de los guardianes de la ciudad, decreto que seas ejecutado
inmediata y públicamente.
De pronto, todo el mundo se puso de pie. Los guardias habían vuelto a agarrar a Ben de
los brazos y lo arrastraban por el pasillo. Todos lo siguieron hasta que estuvieron en el
patio delantero del edificio. Alice se quedó en primera fila, viendo como ponían a Ben de
rodillas en el suelo. Todos los guardianes se quedaron a un lado cuando Max sacó la
pistola de su cinturón y se acercó a él.

—No —Ben clavó los ojos en Rhett—. Quiero que lo haga él.

Alice miró a Rhett, que se había tensado visiblemente. Max también lo miró,
esperando una respuesta.

Entonces, Rhett se adelantó y sacó la pistola de su cinturón, colocándose delante de su


padre. Max lo miró con el ceño fruncido, como si no estuviera de acuerdo con eso.

—¿Últimas palabras? —preguntó Rhett a su padre con voz fría.

Ben esbozó una sonrisa irónica y miró a su alrededor. Alice no cambió su


expresión cuando sus ojos se detuvieron en ella. Sin embargo, siguió moviéndose
hasta que vio a Jake, de pie con el resto de guardianes.

—No sabes nada de tu familia, ¿verdad, chico? Jake

parpadeó varias veces, sorprendido.

Alice entró en pánico al instante.

—¿Yo? —preguntó.

—Tuviste un padre y una madre, chico —sonrió él ampliamente—. Aunque no los


conozcas. Yo conozco a uno de ellos.

—No es el momento, Ben —replicó Max.


—Aunque... quizá tu hermana te resulte más familiar —le dijo Ben, ignorándolo—.
Después de todo, has estado viviendo con ella todo este tiem...

Rhett levantó la mano y le disparó en la cabeza antes de que pudiera seguir.

Hubo un momento de silencio absoluto seguido del sonido del disparo. Alice tragó saliva
cuando vio que él apretaba tanto el arma que tenía los dedos blancos.

Entonces, se atrevió a levantar la cabeza y vio que Jake la miraba, pálido de horror.
CAPÍTULO 38
El silencio tenso estaba presente cuando Max se aclaró la garganta. Estaban todos en la
trasera del edificio principal, junto a una de las salidas. Alice miró los múltiples
rectángulos de tierra que acababa de ser removida. Cada uno de ellos tenía una cruz —
aunque no entendió muy bien lo de la cruz— con un nombre en ella.

Alice estaba justo delante de las de Eve y Davy, mirándolas fijamente.

Realmente, no había llegado a llevarse de maravilla con Davy, pero lo había conocido
desde hacía mucho tiempo. Todavía recordaba su tiempo en Ciudad Central,
compartiendo litera con él. Le había pedido que se callara mil veces, le había dicho que
era una pesada otras mil, pero... también había sido el único que, durante su castigo, le
había dirigido la palabra, le había prestado libros y se había sentado con ella en la
cafetería.

Era cierto que la relación se había enfriado en la ciudad actual, especialmente cuando
Alice se había convertido en líder provisional, pero... ¿quién podía culparlo? Lo habían
puesto de guardián sin que él tuviera ni idea de cómo serlo.

Alice apretó los labios. La última vez que había hablado con él, lo había obligado a salir a
combatir a los soldados de la Unión. Y se lo había gritado. No era agradable pensar que
el último recuerdo que tendría alguien de ti era de un enfado.

Max había estado hablando, pero Alice había estado distraída. Rhett, a su lado, tenía la
mirada clavada en la que tenía el nombre de su padre. Habían decidido enterrarlo con
los demás, a pesar de todo. Lo había pedido el propio Rhett. Y nadie había protestado.

Por otra parte, Alice también miraba de reojo a Jake, que estaba junto a Kilian a la otra
punta del grupo. Miraba las tumbas con expresión vacía. Alice no había hablado con él
desde el día anterior, cuando Ben había soltado esa bomba. Jake ni siquiera le había
pedido explicaciones.
Y no las necesitaba para saber que la chica de la que hablaba Ben era Alice. En el

fondo, muy en el fondo... había sido evidente todo ese tiempo.

Desde el principio, Alice había sentido esa conexión especial con él. Como si lo conociera
de antes. Como si quisiera cuidar de él. Jake había admitido sentirlo, también. Y siempre
habían hecho eso, cuidar el uno del otro. Alice esperaba que la cosa no cambiara ahora que
sabía la verdad.

Intentó volver a concentrarse en el discurso de Max. Le daba la sensación de que ya


estaba terminando. No podía. Apartó la mirada y la clavó en Rhett. Vio que él si miraba
a Max con expresión triste.

Finalmente, Alice vio que cada persona ahí presente se acercaba a una de las tumbas.
Vio a unos cuantos llorando. No quería estar ahí. Echó una última ojeada a su alrededor
y se apresuró a seguir a Rhett, que había vuelto a entrar en el edificio sin esperar a nadie.

Sin embargo, Tina la detuvo por el camino.

—Alice —le dedicó una pequeña sonrisa—. ¿Cómo estás? Alice

tragó saliva y se encogió de hombros.

—Bien —murmuró—. Todo esto es un poco... complicado.

—Oh, cielo... —suspiró—. Sabes que, si necesitas hablar con alguien, siempre me
tendrás disponible.

—Lo sé —Alice le dedicó una pequeña sonrisa.

Hubo un momento de silencio y ella adivinó que no se había acercado solo para decir eso.

—¿Ocurre algo?
—No —Tina suspiró—. Bueno, yo... verás, Eve me dio esto antes de... de que me
marchara. Por si no volvíamos a vernos.

Alice vio que sacaba una pequeña nota de papel perfectamente doblado.

—¿Y la has leído? —preguntó Alice, intrigada.

—No. No es para mí —ella sonrió—. Es para ti.

Alice la aceptó, sorprendida. Se quedó mirando el papel doblado y tragó saliva.


¿Para ella?

—Ábrela cuando te sientas preparada —le recomendó Tina—. No hay prisa.

Se miraron la una a la otra un momento. Las dos vieron, de reojo, que Anya volvía al
edificio con otros androides. Max la miró de reojo al pasar, pero no dijo nada.

—Voy a hablar con nuestro gran líder —Tina sonrió—. Deberías ir a ver a Rhett, cielo.
Y aprovechad vuestro día libre. Os lo habéis ganado.

Era cierto. Era domingo. El día más feliz de la semana, supuestamente. El único día en
que no tenían nada que hacer. Alice nunca pensó que el no tener nada que hacer fuera a
ser tan sofocante.

De todos modos, entró en el edificio y esquivó a la gente para ir a la cafetería. Todavía


tenían que desayunar. Apenas había nadie todavía. Agarró una bandeja, dejó que se la
llenaran, y fue a la mesa que había ocupado Rhett. Se sentó a su lado, mirándolo de
reojo.

—No me siento como si fuera domingo —murmuró ella.

Sabía que no le gustaría que le preguntara sobre el tema de su padre. Y que odiaría que le
preguntara si estaba bien.
—Yo tampoco —admitió Rhett, mirando su desayuno con poca hambre—. ¿Has hablado
con Jake?

Alice negó con la cabeza cuando la miró.

—Igual debería aprovechar para hacerlo hoy. Siendo nuestro día libre...

—Pues ahora es tu momento de oro.

Alice levantó la cabeza cuando vio que Kilian y Jake se acercaban a ellos. Kilian se
sentó, pero Jake no. Estaba evitando el contacto visual. Alice tragó saliva y se puso
también de pie.

—¿Quieres que vayamos fuera?

Jake asintió con la cabeza. Alice echó una ojeada a Rhett, que dio un golpe a Kilian
en la mano cuando intentó robar comida de su bandeja.

Jake y Alice salieron de la cafetería justo cuando todo el mundo estaba llegando, así que
tardaron un poco más que de costumbre en llegar al patio trasero. Ya estaba desierto.
Alice miró a su alrededor en busca de algo en que sentarse, pero terminó optando por el
suelo. Se quedó ahí sentada con la espalda en el muro y Jake hizo lo mismo a su lado.

Por un momento, solo hubo silencio. Ninguno de los dos sabía qué decir.

—¿Lo sabías? —preguntó Jake, jugando con la tierra con los dedos. No quería mirarla a
los ojos.

Alice tragó saliva, apoyando los brazos en las rodillas. No iba a mentirle. Ya no tenía
sentido.
—Sí.

—¿Hace cuánto tiempo que lo sabías?

Hizo una pausa. No quería que esa conversación terminara mal.

—Desde que... estuve en Ciudad Capital.

Jake no dio señales de haberla escuchado por unos instantes.

—¿Y por qué no me lo dijiste?

—No... no lo sé. Creí que... bueno... no quería que te enteraras así, Jake.

—¿Y por qué no me lo dijiste? —repitió, mirándola.

Pareció dolido. Alice se sintió horrible al instante.

—No lo sé. Creo que... me daba miedo.

—¿Miedo?

—Jake, tu hermana... —se cortó a sí misma, intentando buscar las palabras


adecuadas—. Ella tuvo que... morir... para que yo pudiera... existir.

—Tú eres mi hermana, Alice.


Ella dejó de respirar por un momento, girándose hacia él. Tenía un nudo en la garganta.

—Pero...

—Desde el principio sentí que ya te conocía —murmuró Jake—. Al principio, pensé que
era cosa de los androides. Que todos hacéis sentir así a los humanos. Pero... no.

—¿Recuerdas algo de ella? —preguntó Alice en voz baja.

—No —murmuró Jake—. Max nunca quiso contarme cómo me había


encontrado.

Él hizo una pequeña pausa.

—Tú lo sabes, ¿no?

—Sí, pero no sé si te gustará.

Jake tragó saliva.

—Quiero saberlo.

Alice le relató los recuerdos que había tenido, intentando no omitir ningún detalle
importante. También le habló del padre John, de lo que había pasado cuando había ido a la
ciudad y de lo que había pedido.

Cuando terminó, hacía casi una hora que estaban ahí sentados. Jake la miraba con una
mueca de confusión.
—¿Todo eso ha pasado sin que me diera cuenta?

—No lo sabía mucha gente.

—Ya me lo imagino, si no lo sabía yo y era el protagonista...

Alice sonrió un poco.

—Siento no habértelo contado antes.

—No importa —murmuró él, negando con la cabeza—. Entiendo por qué no lo hiciste.
Aunque... me hubiera gustado que confiaras en mí.

—Confío en ti. Pero... a mí no me hubiera gustado mucho saber que mi padre es...
ese.

—Sí, la genética no está a nuestro favor, ¿no?

—No demasiado, no.

Los dos sonrieron. Pareció que Alice iba a decir algo, pero se interrumpió a sí misma
cuando vio que Charles iba felizmente hacia ellos.

—¿Qué tal, pequeños saltamontes?

Se sentó de piernas cruzadas delante de ellos con una gran sonrisa.


—Era una conversación privada, Charles —Jake le enarcó una ceja.

—Soy comunista. No creo en la propiedad privada —él sonrió de nuevo—. ¿De qué
temas jugosos hablabais?

—De que es nuestro día libre —Alice improvisó rápidamente.

—Todos los días son días libres para mí —Charles se frotó las manos—. ¿Y qué hacéis
aquí cuando tenéis un día libre? ¿Vais a dar una vuelta?

—¿Dar una vuelta? —repitió Jake—. Si no podemos salir.

—¿No?

—Claro que no. Max nos mataría —murmuró Alice.

—Bueno... solo si se entera, ¿no?

Hubo un momento de silencio. Alice y Jake intercambiaron una mirada.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, frunciendo el ceño.

—Que nadie se morirá porque nos ausentemos unas horas con uno de los coches,
¿no?
—Nosotros moriremos —dijo Alice— cuando Max se entere.

—Qué poco sentido de la aventura tienes, querida —Charles le dedicó una sonrisa
deslumbrante.

—Yo tengo sentido de la aventura —se enfurruñó ella.

—Genial. Pues nos vemos en los coches en diez minutos. Avisad a quien queráis
—Charles ya se alejaba, pero se detuvo para volver a mirarlos—. A quien queráis
menos a Max, a ser posible.

—Gracias por iluminarnos —Jake enarcó una ceja de nuevo.

Charles se alejó alegremente y Alice miró a Jake. Él parecía pensativo.

—No te lo estarás planteando, ¿no?

—Me prometiste un día fuera de aquí... —murmuró él.

—No con el psicópata de Charles.

—¿Cómo sabes lo que es un psicópata?

—Lo leí en un libro hace tiempo —ella suspiró—. Pero eso ahora no importa, sino
que...
—Podríamos pedírselo a Rhett, a Kilian, a Trisha...

—¡Jake, si Max se entera...!

—Oh, vamos, ¿cuándo te has vuelto tan aburrida?

Vio, confusa, como Jake se iba felizmente hacia el edificio. Llegaron a la cafetería,
pero ya estaba vacía de nuevo. Todo el mundo había desayunado. Jake decidió optar
por el gimnasio. Y no iba mal. Encontraron a Trisha, Rhett y Kilian en él. Trisha
estaba riendo mientras intentaba golpear a Kilian, pero él la esquivaba con facilidad.

—¡Mirad esto! —exclamó cuando entraron—, el pequeño salvaje sabe esquivar muy
bien.

—No es pequeño —Jake le frunció el ceño.

Rhett estaba sentado en una de las colchonetas, bostezando. Negó con la cabeza.

—No es que él se defienda bien, es que tú golpeas fatal.

—¿Que yo golpeo fatal? —Trisha se giró hacia él con una ceja enarcada—. Incluso
con un brazo podría machacarte.

—No podías hacerlo ni con dos —Rhett también enarcó una ceja.

Trisha se limitó a ponerle una mueca antes de girarse hacia ellos.


—Bueno, ¿qué queréis?

—¿Cómo sabes que queremos algo? —preguntó Alice, confusa.

—Porque es evidente —murmuró Rhett, mirándolos también.

—Yo no quiero nada —aclaró Alice, cruzándose de brazos.

—Sí, sí quieres —Jake le frunció el ceño y se dirigió a ellos—. Charles nos ha


propuesto pasar el día fuera de la ciudad. Con un coche.

Alice estaba a punto de decirle ¿lo ves? a Jake, pero los demás se habían quedado
callados.

—Me parece bien —dijo Trisha.

Kilian asintió con la cabeza.

—¿Qué? —Alice los miró, perpleja.

—¿Lo ves? —le dijo Jake con una sonrisita.

—Pero... ¿Rhett? —lo miró en busca de ayuda.

—A mí tampoco me parece tan mala idea —él se encogió de hombros.


Alice entrecerró los ojos en su dirección.

—Pues yo no voy. Lo veo un riesgo innecesario.

—Oh, vamos... —Rhett puso los ojos en blanco.

—¡No, no iré! ¡Y no me convenceréis digáis lo que digáis!

Diez minutos más tarde, estaba sentada en uno de los coches.

Tenía los brazos cruzados y la mirada clavada al frente. Al menos, había conseguido
sentarse delante. Charles, Trisha, Kilian y Jake estaban apretujados detrás. No habían
podido usar la caravana de Charles. Hubiera sido muy sospechoso.

—Vamos, no te enfades —le dijo Rhett, divertido, cuando estuvieron todos sentados.

—No me hables.

Él sonrió, pero no dijo nada.

—Una preguntita —escuchó decir a Trisha tras ella—, ¿hemos pensado en qué hacer
cuando los guardias de la puerta nos pregunten dónde vamos de excursión?

—El truco está en mirarlos como si fueran idiotas cuando lo preguntas —le dijo Charles
—. Así, se piensan que les falta información y te dejan pasar.

Rhett ya había acelerado. Dio la vuelta al aparcamiento. Alice miró de reojo el


edificio. Estaba segura de que Max saldría en cualquier momento para darles
una mirada furiosa a cada uno. Pero no salía. Rhett detuvo el coche junto al guardia de la
puerta que le hizo un gesto.

—Recuerda —le dijo Charles—. Finge que son idiotas.

—En algunos casos, no hace falta fingir —murmuró Trisha.

—Eso, pretende naturalidad —dijo Jake—. Como si estuviera todo bien. Y si te


pregunta, intenta seguirle el rollo.

Rhett bajó la ventanilla y lo miró.

—Soy guardián, ábreme.

—Vale.

Y la volvió a subir.

Hubo un momento de silencio en el coche cuando las vallas se abrieron.

—Bueno, eso también era efectivo —murmuró Charles.

Llevaban ya unos minutos de carretera por el bosque cuando Alice notó que Rhett la
miraba de reojo. Ella seguía sin estar muy convencida de todo eso.

—¿Estás...?

—No —lo cortó.


Rhett evitó una sonrisa. Los de atrás discutían entre ellos por un centímetro más de
asiento.

—Vamos, no está mal cambiar de aires por un día.

—Los hombres del padre John siguen sueltos por ahí y nosotros estamos aquí... como si
nada.

—Pensar en ellos no va a hacer que desaparezcan.

—No pensar en ellos tampoco.

Alice frunció el ceño cuando vio que Rhett detenía el coche. Todo el mundo se calló.

—¿Qué pasa? —preguntó Jake.

Rhett la miraba a ella.

—¿Quieres conducir tú?

Hubo un momento de silencio absoluto cuando Alice se olvidó de su enfado y levantó


ambas cejas.

—¿Yo? ¿En serio?

—Sí. Venga. Antes de que me arrepienta.

Ella soltó un chillido de felicidad y dio la vuelta al coche. Rhett hizo lo mismo,
negando con la cabeza. Cuando estuvo en el asiento del conductor y él a su lado,
miró el volante con una sonrisa maligna.
—Eh... un momento —Trisha se asomó entre los asientos—. Tú sabes conducir,
¿no?

—Si no recuerdo mal, la última vez que lo hice me estampé contra un árbol —
murmuró Alice, arrancando el motor.

—Bueno, va a ser una excursión corta —murmuró Charles—. Ha sido un placer


conoceros, compañeros.

—Sí, moriremos en paz —murmuró Jake, a su vez.

—Callaos ya —protestó Alice—. Sé lo que hago, ¿vale?

Pero no se acordaba de nada. Miró a Rhett, que sonreía.

—¿Cómo se acelera esto?

—Vamos a morir —Trisha negó con la cabeza.

Rhett los ignoró y se asomó para señalar los pedales.

—Freno, embrague, acelerador. Cambia a la primera marcha pulsando ese... muy bien.

Alice hizo lo que le decía y, más o menos, terminó acordándose. Condujo con una
velocidad bastante lenta mientras los demás resoplaban.
—¿He dicho que sería un viaje corto? —preguntó Charles.

—Creo que será muuuuy largo —dijo Trisha.

—Os odio a todos —murmuró Alice, acelerando un poco más—. Oye, Rhett,
¿este trasto tiene música?

Él sacó el Ipod de su bolsillo.

—Ahora, sí.

—¡Déjame eleg...!

—Tú, mejor, céntrate en la carretera —le recomendó él.

Con la música puesta, los de atrás terminaron olvidándose de las quejas para cantar.
Alice también terminó cansándose de conducir y le cedió el puesto a Rhett. Bajó la
ventanilla —le gustaba el aire frío— y se quedó mirando el bosque y las ciudades
abandonadas que iban cruzando.

Apretó un poco los labios cuando pasaron lo suficientemente cerca de lo que quedaba de
Ciudad Central como para ver sus ruinas. Le dio la sensación de que todo el mundo
también miraba por la ventana durante esa parte del trayecto.

—¿Dónde vamos? —preguntó ella cuando ya se hubieron alejado de ella.

—Al lugar que usábamos los exploradores cuando terminábamos nuestro trabajo muy
temprano —él le dedicó una sonrisa de lado.
—Como sea otra ciudad abandonada... —Trisha suspiró.

—Es... mejor que eso.

Alice se apoyó en el asiento y vio el paisaje pasar sin decir nada... hasta que le llegó un
olor que no había sentido jamás.

Era... refrescante. Frunció el ceño y se asomó un poco más en la ventanilla.


¿Olía a... sal? ¿La sal tenía un olor?

No pudo pensarlo. Rhett detuvo el coche y todos se bajaron. Iban armados por si acaso,
aunque ninguno parecía estar prestando mucha atención a ningún posible peligro. De
hecho, Rhett encabezó la marcha bajando por una suave pendiente entre los árboles y
Alice lo siguió, intrigada. El olor seguía estando ahí.

Entonces, notó que sus pies pisaban algo más blando que la tierra del bosque. Miró
hacia abajo y frunció el ceño cuando vio que era algo más... raro. Parecían fragmentos
pequeños de algo. Era de color beige. Era... eso, raro.

Los demás habían empezado a correr hacia delante y Alice se quedó sin palabras cuando
vio que, delante de ella. No había nada. Solo un fragmento más de eso raro y luego... solo
agua.

¿Qué era eso?

Rhett era el único que se había quedado con ella. Pareció divertido.

—¿Qué?
—¿Qué es... esto? —ella dio un paso atrás y volvió a la seguridad de la tierra del bosque.

—Es arena —él intentó no reírse—. ¿Nunca habías estado en una playa?

—¿Una... playa?

—Me lo tomaré como un no.

—Un momento —ella ató cabos y señaló hacia delante—, ¿eso es el... mar?

—Sí.

—¿Eso tan pequeño?

Rhett empezó a reírse, pero ella no lo entendió.

—Alice, esto no es todo el malo —estiró una mano hacia ella—. Y puedes
caminar sobre la arena. No te comerá, tranquila.

Alice le puso mala cara, pero aceptó su mano y vio que los demás ya se estaban
arreglando bien sin ellos. Trisha insultaba a Jake y Kilian porque ellos se habían quitado
los zapatos y habían entrado al agua hasta los tobillos, salpicándola.
Charles estaba sentado al lado, encendiéndose un cigarrillo y riendo.

Rhett se acercó a ellos mientras Alice se quitaba las botas y los calcetines y apoyaba el pie
en la arena. Era una sensación extraña. Cosquilleaba. Y la arena estaba caliente por el sol,
lo que contrastaba mucho con el frío que hacía.
Seguro que Jake y Kilian se estaban congelando los pies en el agua.
Pasaron la mañana ahí mientras cada uno estaba ocupado con algo diferente. Kilian y
Jake habían desaparecido un rato en el bosque, pero no tardaron en volver para molestar
a la pobre Trisha, que estaba a punto de meterles las cabezas en el agua de una patada.
Charles, por otro lado, había estado mareando a Alice y Rhett contándoles anécdotas de
su vida. Ambos fingían que lo escuchaban, pero en realidad solo estaban tumbados en la
arena pensando en sus cosas.

Menos mal que Rhett había pensado en traer algo de comer. Cuando ya había pasado gran
parte de la tarde, Charles pareció cansarse de parlotear con ellos y se fue con los demás,
uniéndose a la marcha para molestar a Trisha.

Alice suspiró y miró a su lado, donde Rhett repiqueteaba distraídamente los dedos en su
estómago.

—Voy a reírme cuando tenga que quitarme toda la arena del pelo más tarde —
murmuró ella.

—No me puedo creer que no supieras qué es la arena —él negó con la cabeza.

—Se supone que soy un androide de información... y no tengo información de nada —


Alice puso mala cara, mirando al cielo.

—Sabes cosas.

—¿Como qué?

—Sabes hablar no sé cuántos idiomas. Y aprenderlos muy rápidamente.

—Sí, quizá eso hubiera sido útil cuando había gente con la que hablar.
Rhett se rio disimuladamente.

—Vamos, seguro que sabes algún dato inútil más.

—Mis datos no son inútiles —ella frunció el ceño—. Simplemente, no sabéis


apreciarlos.

—Muy bien, ilumíname, ¿qué dato más conoces?

—Pues... sé todo lo que pasó en la época griega y romana. Literalmente. Todo. Puedes
decirme un año cualquiera y te sé decir el nombre de una batalla.

—Venga ya.

—Ponme a prueba.

Él lo pensó un momento.

—432 a.C.

—Batalla del Istmo de Palene.

—243.
—Batalla de Resaena.

—Eh... 114 a.C.

—No hay batalla, pero se construyó el primer templo de Venus.

—Vale, ¿y ahora cómo sé que todo es verdad?

Alice le sonrió.

—Puedes leerte un libro de historia.

—Prefiero morir sin saberlo —aseguró él en voz baja.

—¿No hacías historia en el instituto?

—Sí, desgraciadamente.

—¿Por qué no te gustaba?

—Alice, no me gustaba nada —murmuró—. Bueno, sí. Gimnasia me gustaba.


Siempre era el más rápido de la clase.

—¿Hacíais competiciones para saber quién era más rápido? —ella puso una mueca.
Él sacudió la cabeza y luego frunció el ceño.

—¿Qué es eso?

Alice agachó la mirada y vio que, de su bolsillo, se asomaba un papel blanco


perfectamente doblado. Se incorporó y la agarró, mirándola. Rhett también se sentó,
curioso.

—Me la ha dado Tina. Eve la escribió. Para mí.

Rhett la observó durante unos segundos.

—¿No la vas a leer?

A Alice le resultó curioso que la carta pareciera naranja por la luz del sol, que se estaba
empezando a ocultar. No tardarían mucho en tener que volver.

—No lo he hecho todavía —murmuró.

—Deberías hacerlo.

Alice miró de reojo a los demás. Estaban, al menos, a diez metros de distancia. Se
habían cansado y estaban sentados, charlando y riendo.

—Sí, debería —murmuró, mirándola de nuevo.

Hubo un momento de silencio cuando ella no se movió en absoluto. Tenía un nudo


en la garganta.
—No me puedo creer que estén muertos —murmuró, tragando saliva—. Ella y Davy,
y los demás, yo...

Se detuvo cuando le empezaron a escocer los ojos. No había llorado en tres días,
¿por qué quería hacerlo ahora?

—Y... Ben —miró a Rhett, que la observaba en silencio—. Yo... lo siento mucho, Rhett.

Él esbozó una sonrisa triste.

—No digas que lo sientes como si la culpa fuera tuya.

—Es que... Max tenía razón —sacudió la cabeza—. Esto no es como el año pasado. Antes,
si te equivocabas, te castigaban. Ahora, si cometes un error... alguien puede morir.

Miró la carta de nuevo y respiró hondo. No quería llorar. Notó la mano de Rhett en su
espalda.

—Sé que no eran mis mejores amigos de la ciudad —murmuró—. Y sé que, quizá,
tampoco lo hubieran llegado a ser de estar... ya sabes. Pero... es tan raro pensar en ellos.
Pensar que no volveré a verlos nunca.

Lo miró en busca de una respuesta. Rhett pareció pensarlo un momento. Respiró


hondo.

—Cuando se murió mi madre, quise culpar a todo el mundo de lo que le había pasado —
empezó lentamente—. A mi padre, a los que no la habían traído
aquí... algunas veces, también a mí mismo. Pensé que las cosas podrían haber sido muy
distintas si solo una persona hubiera tomado una decisión correcta.
Solo una.

Hizo una pausa y negó con la cabeza.

—Pero... luego me di cuenta de que no tiene sentido pensar en eso. Pensar en quién tenía
la culpa de la muerte de mi madre no hizo que me sintiera mejor. No me la devolvió. Nada
podía devolvérmela. Y creo que solo buscaba culpables porque no quería ser consciente de
eso, de que no volvería.

Alice sintió que el nudo en su garganta aumentaba cuando él volvió a detenerse para
buscar las palabras adecuadas. Le estaba resultando difícil hablar de eso y lo sabía.

—No hay nada que puedas hacer para que vuelvan —añadió Rhett, mirándola—
. No tiene sentido buscar al culpable detrás de sus muertes. Ellos no querrían que lo
hicieran. Las cosas pasan por algo, Alice. A todos nos llega nuestro momento en
algún punto de nuestras vidas. Las de los demás no pueden detenerse por eso.

»Eve murió para proteger a su hijo. Y está vivo. Davy murió para protegernos a
nosotros. Y también estamos vivos. Tienes que centrarte en eso. Sé que no es fácil,
pero es lo mejor que puedes hacer.

Alice no supo qué decir durante unos instantes. Al final, tragó saliva para deshacerse del
nudo de su garganta y lo miró.

—¿Puedo... preguntarte algo?

—Sabes que sí.


—Cuando... cuando pensabas en ella, en tu madre... en todo lo que habíais pasado juntos...
¿no te ponías triste?

Rhett se tomó un momento para responder.

—Lo triste no es pensar en los recuerdos que tienes con esa persona, Alice, sino saber que
nunca podrás crear ninguno nuevo.

Él cerró los ojos un momento y luego los abrió, mirando la carta.

—¿Quieres que te deje sola para leerla?

Alice negó con la cabeza.

—No. Quédate.

—Vale —él la señaló con la cabeza—. Ábrela.

Alice apretó los labios, pero empezó a desdoblar la carta. Cuando la tuvo abierta, Rhett
se inclinó sobre su hombro para leerla rápidamente. Alice respiró hondo antes de hacerlo
también.

Hola, Alice.

Supongo que esto será un poco raro para ti. Después de todo, si Tina te da esta carta...
bueno, las dos sabemos por qué será. Y también supongo que será poco después de que
haya sucedido.

Sé que quizá no entiendas por qué te he escrito una carta a ti y no a otra persona. Pero...
es importante para mí que la recibas y la leas. Necesitaba enviarla a alguien con quien
confiara. Y tú me has demostrado que eres alguien en quien se puede confiar.

Llevo cuatro años en funcionamiento. Puede parecer poco, pero, en un mundo como esto,
es muchísimo tiempo para un androide. Durante estos cuatro años,
nunca, ni una sola vez, me sentí como si mereciera que me trataran como un humano.
Había pasado tanto tiempo con los científicos que tenia asumido que éramos,
simplemente, máquinas sin sentimientos. Y los creí. Hasta que me practicaron ese
experimento y me dejaron embarazada.

¿Te acuerdas cuando te dije que mis sentimientos por ese niño eran demasiado reales
como para ser solo reflejos de sentimientos de humanos? Pues sigo pensándolo.

La cosa es, Alice, que tú has sido la primera androide que he conocido que se
consideraba a sí misma algo más que una máquina sin sentimientos. Y he conocido a
demasiadas como para que te tomes esto a la ligera. Cuando tú y tus amigos nos
salvasteis de ese sótano, no podía creerme que alguien se estuviera molestando en
arriesgar su vida por un androide. Y mucho menos otro androide acompañado de
humanos.

Fue ahí cuando me di cuenta de que podía confiar en ti. Y en Rhett. Y en Kai. Y en
Trisha.

Pero contigo me siento más unida. Quizá es porque también eres una androide, no lo sé.
Por eso es a ti a quien va dirigida esta carta.

Lo he estado meditado durante mucho tiempo y quiero que mi hijo viva, pero no quiero
que lo haga sin una familia. Sé que es injusto que te esté pidiendo esto, pero sé que tú le
sabrás dar esa familia. Aunque no seas tú. Sé que encontrarás la manera de que crezca
con alguien que lo quiera.

No quiero que mi hijo pasé sus primeros años de vida sin amor, como
desgraciadamente nos pasó a nosotras. Quiero que entienda lo que es una familia. Y
que sepa lo que es querer a alguien. Pero, sobre todo, quiero que no sepa lo que es
sentirse solo y desamparado.

Ni siquiera he pensado en un nombre para él. Eso es lo peor. Te dejaré elegir eso a ti. O
a quien quieras darle esa oportunidad. Confío en tu juicio.

Y, por favor, si tienes la opción de verlo cuando sea mayor... háblale de su madre. No de
los científicos y del tiempo que pasé en esa caja de cristal, sino...
de que intenté luchar porque viviera. Porque pudiera tener una vida mejor que la mía.
Quiero que sepa que, aunque no estuve ahí, intenté cuidarlo hasta que no pude seguir
haciéndolo.

Quiero que sepa mi nombre, Alice. Quiero que sepa quién he sido.

Sé que tú podrás hacerlo. Y, si no puedes hacerlo, sé que encontrarás a alguien que


pueda.

Estas últimas semanas han sido las mejores de mi corta vida. Fue la primera vez que
sentí algo parecido a la esperanza. Ojalá puedas conseguir lo que querías y todos los
androides y humanos del mundo puedan experimentarlo también.

Gracias por abrirme los ojos, Alice. Te deseo toda la suerte el mundo. Con

cariño, Eve.
CAPÍTULO 39
Todos estaban parloteando en el coche mientras Alice sonreía, repiqueteando los
dedos en sus rodillas. La carta de Eve seguía estando en su bolsillo. Se sentía bien
después de haberla leído. Y eso que casi se le habían escapado unas cuantas lágrimas
en el proceso.

Rhett, a su lado, puso los ojos en blanco.

—¿Podéis dejar de hablar de drogas? —preguntó, cansado.

—Las drogas son buenas —dijo Charles, muy convencido—. El problema de la gente
es que no es capaz de verlo por los prejuicios.

—Eso está tan mal en tantos sentidos —murmuró Jake.

—¿Qué? Es verdad. Cuando estudiaba en el instituto, me fumaba un porrillo y me


centraba mucho mejor.

—Charles, tú no has estudiado en tu vida —le dijo Trisha, negando con la cabeza.

—Pues la anatomía humana se me daba de maravilla, rubita. Te sorprenderías.

Jake hizo un gesto de vomitar mientras Trisha se giraba lentamente hacia Charles,
enarcando una ceja.

—Mira, morenito —remarcó la palabra—, te aseguro que sé mucho más de


anatomía femenina que tú. Seguro que no sabes ni por dónde empezar.

—¿Empezar el qué? —preguntó Jake.

Rhett y Alice intercambiaron una mirada de pánico.

—Nada —dijeron a la vez.


—Empezar la danza sin pantalones —dijo Charles, sonriendo mientras se
removía en su asiento.

—Quédate quieto de una vez, pesado —le soltó Trisha, exasperada.

—Vale, rubita.

—Como me vuelvas a llamar rubita, te doy un codazo en la cara.

—Eres muy agresiva, rubita. ¿Cuánto hace que no...? ¡AUCH!

Alice se dio la vuelta y abrió los ojos como platos cuando vio que Charles se sujetaba la
nariz. No estaba sangrando, pero estaba roja como un tomate. Jake y Kilian se reían
disimuladamente. Trisha lo miraba con mala cara.

—Vuelve a llamarme eso y el codazo será en tu anatomía.

—¡Me ha dado un codazo en la nariz! —protestó Charles a Alice.

—Bueno, te había advertido, ¿no? —ella sonrió.

—¿Es que no hay justicia en el mundo?

—Poca —murmuró Rhett, cruzando las puertas de la ciudad.

—¡Pues me parece fatal que...!

Alice se dio cuenta de que se había quedado callado al instante. Todo el mundo dejó de
sonreír. Se dio la vuelta, confusa, y se dio cuenta de que, justo al lado de donde estaba
aparcado antes su coche, Max los miraba fijamente con los brazos cruzados. Tina y dos
guardias estaban a su lado.

—Oh, oh —dijo Jake en voz baja.

—Mierda —Rhett apretó los labios.


—Os dije que moriríamos cuando nos pillara —murmuró Alice—. Os lo dije,
¿veis como os lo dije y...?

—Lo hemos pillado —le dijo Trisha, poniendo los ojos en blanco.

—Oye, querida —Charles se inclinó hacia delante—, tú podrías convencer a tu papi de


que nos dejara salir vivos de esta, ¿no?

—¿Mi... papi? —repitió Alice, mirándolo con mala cara.

—Bueno —Rhett suspiró—. Acabemos con esto.

Dejó el coche en su lugar y todos bajaron las atentas miradas de los que los esperaban.
Alice se atrevió a mirar de reojo para encontrarse con la cara furiosa de Max. Volvió a
agachar la cabeza, roja de vergüenza.

—Ni siquiera voy a empezar a decir todo lo que hubiera podido pasar si algo de esto
hubiera salido mal —empezó Max lentamente, mirándolos uno a uno—.
Pero sí tengo curiosidad por saber por qué demonios habéis pensado que algo de esto era
una buena idea.

—¿Puedo remarcar que yo dije que no quería ir? —preguntó Alice de mala gana.
—Soplona —le murmuró Trisha.

—Vamos, Max —Charles le sonrió inocentemente—, ¿qué sería de la vida sin algún
riesgo?

—Hoy en día, los riesgos son innecesarios —le dijo Max secamente.

—Solo queríamos salir un ratito —le dijo Jake—. Solo un ratito, de verdad. Y no ha
pasado nada. Ni siquiera nos hemos encontrado con nadie.

—Hemos sido como ninjas —añadió Charles.

—Verdaderos ninjas —sonrió Jake.

Max clavó la mirada en él y Jake se puso rojo como un tomate.

—Max —intervino entonces Tina—, creo que un castigo sería más que suficiente para que
aprendieran la lección.

—¿Un castigo? —repitió Trisha, perpleja.

Alice estaba con la misma expresión. ¿Tina acababa de sugerir un castigo?


¿Qué estaba pasando?

—Limpiar el hospital, por ejemplo —añadió Tina, sonriendo—. Nunca viene mal que
me echen una mano.

—¡¿Qué?! —Trisha empezó a negar con la cabeza.


—Por una semana. Todas las tardes —Max asintió con la cabeza—. Todos menos
Rhett, que tiene otras responsabilidades. Has tenido suerte.

Los cinco lo miraron fijamente, indignados. Él sonrió ampliamente.

—Qué pena que no vaya a poder estar ahí con vosotros, ¿eh?

—¡Yo también soy guardián! —protestó Jake.

—Y yo no tengo doce años —añadió Charles.

—¡TENGO CATORCE!

—¡Solo ha sido un día fuera! —protestó Alice.

—Sí, Alice, solo un día —Max la miró fijamente—. ¿Qué pasaría si todo el
mundo hiciera lo que habéis hecho vosotros?

—No... no tienen por qué enterarse.

—Aquí todo el mundo se entera de todo, querida —Tina puso una mueca.

—Y, si se enteran de que no hay castigo por salir de la ciudad sin más, no dejaran de
hacerlo —añadió Max—. Y, ahora, marchaos de aquí e id a cenar antes de que
cambie de opinión y quiera que el castigo sea peor.
Todos se miraron entre sí y avanzaron rápidamente hacia la entrada con los guardias y
Tina.

—Tú no —Max enarcó una ceja a Alice.

Ella se detuvo y suspiró. Ya estaban solos.

—No quería ir —repitió—. Es que... no sabes qué convicción tienen cuando quieren,
además...

—No es eso —Max puso los ojos en blanco—. ¿Has estado practicando?

—¿Eh? —ella parpadeó, nerviosa—. Sí, sí, claro.

—¿Sabes de qué te estoy hablando?

—Claro que sí.

—¿Y qué es?

Alice abrió la boca y volvió a cerrarla, pensando a toda velocidad. Max enarcó una
ceja.

—La pistola que te di —aclaró—. Te dije que practicaras cada día.


—Hoy era mi día libre —protestó.

—Libre de clases grupales, pero el gimnasio sigue abierto.

—Sí, y está vacío por algún motivo.

—Porque la gente que necesitaba practicar lo ha hecho por la tarde, cuando tú estabas muy
ocupada de excursión por el bosque.

Alice apretó los labios. ¿Por qué siempre terminaban haciendo que se sintiera como si
tuviera diez años? Suspiró largamente.

—Bueno, hoy ya es muuuuy tarde —sonrió ella inocentemente—. Ya lo dejamos para


mañana, ¿no?

—Alice, tengo paciencia, pero la estás poniendo a prueba demasiado a menudo. No


querrás ver lo que ocurra cuando termine.

—¿Y qué ocurrirá? —ella le puso mala cara—. ¿Me vas a echar de la ciudad?

—Hay castigos peores que echarte de la ciudad.

—¿Como cuál?

—Como hacerte la ayudarte de Charles, por ejemplo —enarcó una ceja—. Y tener
que aguantarlo todo el día. A todas horas. Y, encima, obedecerlo. Y...
—¡Vale! —Alice levantó las manos en señal de rendición—. Tampoco hace falta
ponerse así.

—Hoy te libras del entrenamiento, pero no de mí —él señaló el edificio—.


Venga, vamos.

—¿Dónde vamos?

—He dicho que vamos.

Empezó a encaminarse al edificio con mala cara y Max la siguió, colocándose a su lado.

—¿No voy a cenar?

—No.

—¡¿Qué?!

—Tómatelo como tu castigo personal.

—La alimentación es muy importante, Max —le recordó Alice—. Sin los nutrientes
necesarios, puedo no crecer como debería. ¿Te gustaría tener eso en la conciencia?

—Alice, no tienes diez años. ¿Cuánto más quieres crecer?


Hicieron una pausa mientras cruzaban la puerta principal.

—¿Dónde habéis ido? —preguntó él.

—A una playa o algo así. Estaba cerca de Ciudad Central.

—La playa de los exploradores —murmuró Max—. Solía ser el lugar favorito de mis
alumnos.

—¿Y el tuyo?

Max lo consideró un momento, metiéndose las manos en los bolsillos.

—Yo prefería mi despacho.

—Siempre tan divertido, ¿eh? —Alice sonrió.

—Ya me entenderás cuando tengas mi edad.

—Sí, cuando sea una vieja.

—¿Cómo que una vieja? —Max se detuvo para mirarla—. ¿Cuántos años te crees que
tengo?
—No sé. ¿Sesenta?

—¿Sesen...? Tengo cuarenta y dos —entrecerró los ojos—. No soy tan viejo.

—Jake llama viejo a Rhett y tiene veinticinco.

—Claro, y Jake es la fuente de la sabiduría de la ciudad, ¿no?

—Es quien me da más información —ella se encogió de hombros—. ¿Cuántos años


tiene Tina?

—Creo que cuarenta, ¿por qué?

Alice le dedicó una sonrisa de lado.

—Por... ejem... nada.

Max la miró por unos momentos antes de entrecerrar aún más los ojos.

—Sea lo que sea que estás pensando, bórratelo de la cabeza.

—¡No estoy pensado nada!

—Ya lo creo que lo haces.

—¿Por qué crees que pienso en algo? —ella levantó y bajó las cejas, divertida—
. ¿Qué ocultas, Max?
—Últimamente, te estás tomando muchas confianzas.

—Y tú evitas mis preguntas.

Max señaló las escaleras con la cabeza.

—Sube y calla.

Alice le puso mala cara y empezó a subir.

—Sube y calla —lo imitó en voz baja.

—He oído eso.

—Lo sé. Lo he dicho para que lo oyeras.

Siguió subiendo las escaleras hasta que llegó al último piso. No entendió nada hasta
que llegaron a la sala con la máquina de memoria. Kai estaba agachado en una parte
de esta. Rhett lo miraba con una mueca confusa.

—¿Ya estáis listos? —preguntó Max.

Alice cerró la puerta a su espalda al entrar.

—¿Está arreglada? —preguntó, señalando la máquina.

—Eso creemos —murmuró Kai, incorporándose—. Solo hay una forma de


comprobarlo.
—Espera, espera —Alice los detuvo cuando vio que él y Max se acercaban—,
¿cómo que creéis? ¿No estáis seguros de que vaya a funcionar?

—No... del todo —Kai sonrió, algo nervioso.

Rhett se reía disimuladamente.

—Veo venir que me voy a quedar soltero.

—Cállate —protestó Alice—. No puede pasarme nada, ¿no?

—¡No! —aseguró Kai enseguida—. Solo puedo borrarte la memoria sin querer, pero
tampoco es para tanto.

Alice miró a Max en busca de ayuda.

—No te va a borrar nada —aseguró él, poniendo los ojos en blanco—. Venga, túmbate
ahí.

Ella suspiró y se tumbó en la camilla. Kai fue indicando a Rhett y Max cómo poner las
máquinas .Alice sonrió cuando Rhett le colocó uno de los cables alrededor de la muñeca
y él la miró de reojo.

—Esto tiene muchas interpretaciones erróneas —murmuró, divertido.

Alice se rio disimuladamente.


—¿Nos centramos? —Max les enarcó una ceja, especialmente a Rhett.

Él puso los ojos en blanco y siguió con su trabajo. En menos de un minuto. Alice estaba
preparada. Se sujetó a la camilla con los puños cuando vio que algo se iluminaba en la
máquina que tenía encima de la cabeza.

—Vale, Alice —murmuró Kai—. Nosotros vamos a ver todo lo que veas tú a través
de un monitor. Y podremos hablar contigo en todo momento. Será un poco
diferente a la última vez que usaron esto contigo.

—¿Podré hablar con vosotros? —ella frunció el ceño.

—Sí. Eh... verás, mhm... vamos a tener que hundirnos en recuerdos muy dolorosos para la
humana que te precedió. Vas a tener que experimentar esos recuerdos tú misma. Y...
bueno, no va a ser fácil.

—Cuando quieras salir, avísanos —le dijo Max.

Rhett la miraba como si no estuviera muy convencido de todo eso cuando se acercó
y le dio un vaso con un líquido rosa.

—¿No podemos ir directamente a los recuerdos de lo que pasó durante el tiempo


que no recuerda?

—No es tan sencillo —le dijo Kai—. Los recuerdos no se encuentran así como así. Hay
que tener una cierta... guía. Necesitaremos repasar muchos recuerdos de su padre hasta
poder llegar a los más recientes. Alice, tienes que beberte eso para quedarte dormida y
que podamos empezar.

Ella miró el líquido con poca confianza.


—¿Qué es esto?

—Mejor que no lo sepas —murmuró Kai.

Alice clavó los ojos en Rhett.

—Más os vale desconectarme cuando lo diga.

—Estamos a tus órdenes —sonrió él.

Ella suspiró y se llevó el vaso a la boca. Se lo tragó de golpe y le devolvió el vaso a


Rhett. Al instante, notó que la cabeza empezaba a darle vueltas y parpadeó, pero le
costaba enfocar. Notó que Rhett le colocaba la cabeza en la almohada otra vez.

Entonces, todo era negro. Se sentía como si no pudiera abrir los ojos.

—¿...puedes?

Abrió los ojos. Todo seguía siendo negro, pero ya podía sentir su cuerpo. Y conocía esa
voz. Era Kai. Apoyó las manos en el suelo y tanteó a su alrededor, pero no podía ver
nada. Su mano chocó con algo. Una pared. Se aferró a ella.

—¿Hola? —preguntó en voz baja.

—Perfecto —la voz de Kai sonaba como si saliera del mismísimo cielo y
retumbara en su cabeza—. Voy a inducirte el primer recuerdo, ¿vale?

No esperó respuesta. Alice abrió los ojos y, de pronto, se encontró a sí misma sujetándose
en una pared. Una pared de cocina. Una cocina muy conocida. Era la casa de Alicia.
Parpadeó varias veces y miró a su alrededor. Era primavera. Por la mañana. No sabía
cómo, pero lo sabía. Se despegó de la pared y vio, a unos metros, una mujer. Ella estaba
mirando por la ventana. Alice se acercó a ella cuando reconoció el pelo castaño y rizado
y sintió que se le secaba la boca. La mujer tenía el ceño fruncido, apoyada en la encimera.

Alice, por puro instinto, estiró la mano y trató de tocarla, pero... no pudo. La
atravesó como si fuera invisible. Miró su propia mano y la apretó en un puño.

—¿No va a venir papá, mamá?

Alice se dio la vuelta de golpe, asustada. Había una niña en la mesa de la cocina.
Una niña de unos siete años, con el pelo rubio y los ojos castaños. Cuando su
madre se dio la vuelta y vio su expresión, agachó la cabeza.

—Alicia, ya sabes que papá está muy ocupado —la mujer se acercó a ella y le sonrió—.
Pero, no pasa nada. Tú y yo nos lo podemos pasar muy bien también,
¿verdad?

—Es mi cumpleaños —murmuró la niña—. ¿No va a venir?

Su madre apartó la mirada un momento, cerrando los ojos. Cuando volvió a


abrirlos, sonreía cálidamente.

—Me había pedido que no te lo dijera hasta ahora, pero... —ella sonrió y se puso de
pie, yendo hacia la sala contigua.

La niña la siguió, algo triste. Alice anduvo a su lado con el ceño fruncido. Todo lo que
veía a su alrededor le daba la sensación de conocido. La mujer estaba en un salón
sujetando un regalo rojo y morado.
—¿Qué es? —preguntó Alicia con curiosidad.

—Te lo ha mandado papá esta mañana —ella sonrió y Alice supo al instante que no era
cierto—. Por si no podía venir.

—¿En serio? —Alicia sonrió ampliamente—. ¿Puedo verlo?

—Sí, claro. Es tu regalo.

Alicia se agachó con el regalo y empezó a destrozar el papel felizmente. Alice vio que la
mujer miraba de nuevo hacia la ventana con los labios apretados, pero volvió a sonreír
cuando Alicia soltó un chillido de felicidad.

—¡Un Ipod! —exclamó—. ¡No me lo puedo creer!

—Es lo que querías, ¿no?

—¡Sí, me encanta!

Alice podía sentir que los sentimientos de felicidad y emoción la invadían al tiempo en
que Alicia conectaba los auriculares a la pequeña máquina. Cuando se conectó la
música, todo volvió a ser negro.

—Pasemos al siguiente —escuchó decir a Kai.

—Estos no son recuerdos tristes —murmuró Alice en medio de la oscuridad—. Al


menos, no para ella. ¿Por qué los intenta bloquear?
—No es el recuerdo en sí, sino pensar en su padre —dijo Kai—. Ni siquiera puedo ver
cuántos hay. Debe ser realmente doloro...

Se cortó a mitad de frase, cuando su alrededor volvió a iluminarse. Alice parpadeó varias
veces, adaptándose a la débil luz de una lámpara. Estaba en la habitación de Alicia,
aunque ella tenía, al menos dos años más que la última vez que la había visto. Ella estaba
metida en la cama y miraba el techo con los labios apretados, como si no quisiera llorar.

Entonces, Alice escuchó el ruido de alguien gritando. Se dio la vuelta y, por puro
impulso, estuvo a punto de sacar su pistola. Pero se detuvo cuando se dio cuenta de que
era la madre de Alicia. Y, de alguna forma, sabía que estaba hablando por teléfono. Se
acercó a la puerta e intentó abrirla, pero su mano la atravesó. Miró a Alicia de reojo y
salió de la habitación, recorriendo el pasillo oscuro.

—¿Cómo puede ver otras habitaciones siendo los recuerdos de esa niña? — escuchó
preguntar a Max mientras avanzaba por el pasillo.

—Alicia tenía la información y, seguramente, ya había visto a su madre alguna vez.


Podía imaginarse la situación. Es una representación de lo que cree que pasó.
Además...

—Estoy intentando escuchar esto —les recordó Alice, poniendo los ojos en blanco.

—Perdón —murmuró Kai.

Alice llegó al salón y encontró a la madre de Alicia sentada en el sofá. Tenía algo en
la oreja. Alice vio que estaba conectado a la pared con un cable. Y le hablaba.
—...que vendrías —estaba diciendo ella en voz baja—. Se lo prometiste. No, John, no
me interesa tu maldito proyecto. Dijiste que vendrías a ver a tu hija. Hace tres meses
que no sabemos nada de ti, ¿qué clase de padre hace eso?

Hizo una pausa. Alice se sintió triste y supo que era por culpa de Alicia. Tragó saliva
cuando pudo sentir sus ganas de llorar. Lo estaba oyendo todo.

—¿Mañana? ¿Te crees que mañana querrá verte? ¡Por el amor de Dios, John!
¡Es tu hija! —hizo una pausa y sonrió irónicamente al escuchar algo—. No, John, te lo
digo muy en serio. No voy a seguir discut... sí, lo haré. Y tú también. Y más te vale
compensarla por esto. O te juro que no volverás a vernos. Estoy harta de esto. También es
tu hija.

Colgó el aparato y, justo cuando se pasaba una mano por el pelo, Alice volvió con
Alicia. Ella se había puesto los auriculares y había cerrado los ojos.
Entonces, el recuerdo se volvió negro.

—Oh, vaya —dijo Kai.

—¿Qué? —preguntó Rhett.

—Salto temporal. Vamos a saltarnos más de cuatro años.

—Entonces, Alicia tendrá trece años —murmuró Alice.

La habitación se iluminó más lentamente esta vez. Alice supo enseguida donde estaba. En
la habitación de Alicia otra vez. Ella era mayor. Ya empezaba a parecerse a la chica que
había visto el día en que había explotado Ciudad
Central. Se acercó a ella y vio que estaba escuchando música con el Ipod mientras pasaba
los dedos rápidamente sobre una cosa con pantalla y teclas.

—¿Qué es eso? —preguntó Alice.

—Un portátil —le dijo Rhett.

—¿Y qué hace?

—Céntrate —dijo Max—. No tenemos tiempo para clases de informática.

Alicia levantó la cabeza en ese momento y Alice sintió un pinchazo de nervios en el


estómago. Vio que ella se quedaba mirando la puerta e hizo lo mismo sin saber muy bien
por qué. Unos segundos más tarde, un padre John más joven de lo que recordaba apareció
con una sonrisa. Sujetaba algo en su espalda cuando cerró la puerta tras de sí.

—Hola, cariño —le dijo a Alicia.

Ella se quedó mirándolo. No se había quitado los auriculares. El padre John se sentó a su
lado y ella cerró el portátil, enarcando una ceja.

—¿Cómo estás?

—Bien.

—Bueno... hace poco fue tu cumpleaños, ¿no?


—Sí.

El padre John sacó algo de su espalda y Alice vio que era un pequeño regalo
plateado. Lo dejó sobre el portátil de Alicia, que se quedó mirándolo un momento,
sin tocarlo.

—¿No vas a abrirlo? —preguntó él, confuso.

—Claro que no va a abrirlo —murmuró Alice, negando con la cabeza.

Podía sentir la rabia y la frustración de Alicia corriendo por sus propias venas. Apretó los
puños inconscientemente.

—Hace meses que no sé ni si estás vivo —le dijo Alicia lentamente, quitándose los
auriculares—. ¿Qué te creías? ¿Que me regalarías una... pulserita y todo estaría bien?

Por la cara del padre John, Alice supuso que había acertado con el contenido del
regalo.

—Sabes que mi trabajo...

—Tu trabajo, tu trabajo —ella sonrió sin ganas—. Sí, siempre va eso primero.

—Lo primero eres tú.

—¿Y mamá?
—Tu madre también.

—Sí, ya —Alicia negó con la cabeza—. Vete de aquí. Los dos sabemos que no es
donde quieres estar.

—Alicia, cariño...

—¿Vas a volver a soltarme la charla sobre tu experimento? —ella le puso mala cara—.
¿Como haces cada vez que te digo que tu trabajo es una mierda?

—Hija, escúchame...

—No, escúchame tú a mí. Estás obsesionado con que algún día, por algún motivo, habrá
una guerra o algo así. Algo que justificará que te hayas pasado la mitad de mi infancia
encerrado en un laboratorio. Pero, ¿y si eso no pasa? ¿Qué harás?

—Pasará —dijo él lentamente.

—¡No lo sabes! ¡Nadie lo sabe! ¡Lo único de lo que puedes estar seguro es que...! —
agarró el regalo y se lo devolvió de malas maneras—, ¡es que ya no puedes
recuperarme con regalos, como cuando era una niña!

—No quiero recuperarte. Nunca te he perdido.

—Sí lo has hecho —ella frunció el ceño—. ¿Te crees que alguna vez me prestaría a un
experimento tuyo? Sé que has estado hablando con mamá. Para
que sobreviva o algo así. Siento decirte, papá, que ya estoy viva. Y paso de ti y de tus
experimentos de mierda. Nunca participaría en ellos.

Alice miró al padre John en busca de una respuesta y se sorprendió al ver que a él le
brillaban los ojos como si se le hubiera ocurrido algo. Alicia no se dio cuenta, pero ella
sí. Había visto esa expresión demasiadas veces.

Entonces, él se puso de pie sin decir una palabra más y el recuerdo volvió a ser negro.

—Alice, tienes la tensión disparada —le dijo Kai—. ¿Estás bien?

—Podemos parar cuando quieras —añadió Max.

—Estoy bien —dijo ella, pero lo cierto era que le dolía la cabeza—. Pasad al
siguiente.

Kai lo hizo. La habitación volvió a iluminarse. Esta vez, estaba en el salón. Tragó saliva al
ver el árbol de navidad y el exterior de la casa completamente nevado. Alicia estaba
sentada en un sillón. Sus padres estaban sentados en el sofá, abrazados y hablando en voz
baja. Vio que Alicia sonreía un poco.

Alice sintió su alegría y también sonrió.

—No volvió a marcharse después de esa discusión —murmuró Alice.

—Pues hay tres años de diferencia entre los recuerdos. Ahora, Alicia tiene dieciséis —le
dijo Kai.

—¿Se quedó tres años con ellas? —Rhett sonaba extrañado.


—Quizá se arrepintió de haberlas abandonado por tantos años —murmuró Kai.

—No —Alice casi podía ver a Max negando con la cabeza—. Tiene que haber algo más.

Alice miró al padre John, que se separó de su mujer y ambos miraron a Alicia con una
sonrisa.

—Tenemos que decirte algo, cariño —empezó su madre.

—Algo muy importante —añadió el padre John.

Alice pudo sentir la tensión y los nervios de Alicia cuando los miró.

—¿Qué pasa?

—¡Vas a tener un hermanito! —exclamó su madre felizmente.

Silencio. Alice sintió que su propio corazón se detenía por un momento. Alicia
entreabrió los labios, sorprendida.

—¿Un... hermanito?

—O una hermanita —sonrió su padre.

Alice podía sentir su alegría cuando se puso de pie y empezó a abrazarlos, completamente
feliz. Sin embargo, ella no estaba feliz. Era confuso tener esa
mezcla de sentimientos. Y todo porque sabía que el padre John no había hecho eso
porque sí.

—No ha hecho eso porque sí —murmuró Max, pensando igual que ella.

—No, tiene que haber algo más —dijo Alice, asintiendo con la cabeza mientras Alicia
empezaba a proponer nombres de niña. Ella quería una hermana—. Algo que no...

Se detuvo en seco.

—¿Qué? —preguntó Rhett.

—Kai, pasa al siguiente.

—Alice, no sé si es bueno forzarte tanto el primer día. Podrías...

—¡Pasa al siguiente!

Kai obedeció. La habitación se volvió negra por unos segundos. Entonces, Alice sintió
que una tristeza profunda y mezclada con ira la llenaban por completo. Se llevó una
mano al corazón cuando abrió los ojos y se encontró a su madre llorando desesperada en
el salón mientras Alicia miraba por la ventana con expresión vacía. Alice sabía que
habían pasado pocos días después de navidad. Seguía habiendo nieve.

Miró fuera con Alicia y se le formó un nudo en la garganta cuando vio que el coche
de su padre no estaba ahí. Una lágrima se cayó por su mejilla cuando Alicia se
limpió la suya con rabia. Se sentía estúpida y utilizada. Y perdida. Y sola. Y vacía.
Las había vuelto a abandonar. Alice la miró de reojo y deseó poder reconfortarla.
Su madre soltó un gimoteo mientras se sujetaba la barriga, que ni siquiera había
empezado a crecer. Alicia cerró los ojos un momento y Alice no pudo evitarlo y se puso
a llorar a la vez que ella. Sintió que le ardía la garganta cuando se llevó una mano al
corazón. Dolía mucho. Y no era dolor físico. Era algo peor. Las lágrimas empezaron a
brotar con fuerza y apenas pudo ser consciente de que estaba oyendo las voces de Rhett,
Kai y Max.

—¡Sácala! —estaba gritando Rhett.

—¡Dame un momento, tiene que...!

—¡Que la saques de una jodida vez!

Alice cerró los ojos un momento. Seguía llorando cuando volvió a abrirlos y vio una
máquina encima de su cabeza. Alguien la apartó de un manotazo y ella se incorporó de
golpe, encontrándose la cara de Rhett, con una mueca por la preocupación. Ella no
podía dejar de llorar. Nunca se había sentido tan mal. Ni siquiera cuando había creído
que su padre se había muerto.

Se inclinó hacia delante y rodeó el cuello de Rhett con los brazos, abrazándolo con
fuerza. Él también la abrazó con la cintura. Alice hundió la cara en la curva de su
cuello, llorando. No podía parar.

—Ya estás aquí —le dijo Rhett en voz baja—. Tranquila.

—Quiso tener a Jake... p-para... para tener un plan B —empezó a gimotear ella—. N-
nunca... nunca las quiso. S-solo... solo quería un maldito experimento.

—Alice, ya estás aquí —repitió Rhett.

Alice no pudo decir nada. Él lo hizo por ella.

—Ven conmigo.
Se puso de pie cuando la ayudó, pasándose las manos por la cara. Tenía las mejillas
empapadas cuando Rhett la rodeó con un brazo y la llevó hacia la puerta.

—No va a volver a entrar ahí —les dijo a Kai y Max.

—Pero... —empezó Kai.

—Me importa una mierda. No va a volver a entrar.

No les dejó decir nada más. La guió fuera de la habitación sin soltarla en ningún momento.
CAPÍTULO 40
Al día siguiente, Alice tenía ganas de cualquier cosa menos de entrenar, pero no le quedó
otra que ir a clases. Parecía que hacía una eternidad que no escuchaba los gritos de Rhett
rebotando por las paredes del gimnasio cuando les ordenó, como cada día, que hicieran
cinco vueltas corriendo.

Qué suerte tenía Kilian. Él se había librado de las clases para ser el ayudante oficial de
Tina, que se había quedado encantada al verlo trabajar con Jake.

Ahora, Alice estaba en clase junto a Jake, haciendo estiramientos y ejercicios. Jake ya
sudaba, como siempre, al intentar mantenerse sobre las puntas de los pies y los codos
durante un minuto entero. Alice cerró los ojos, intentando centrarse en lo que hacía y
no en el dolor que tenía en los músculos.

Rhett se detuvo a su lado con una sonrisa socarrona.

—Estáis desentrenados, ¿eh? Os pesa el culo.

—Oh, cállate —masculló Jake de mala gana, rindiéndose y cayendo al suelo, agotado
—. Yo no he nacido para esto. Yo he nacido para estar sentado doce horas al día y
tumbado las restantes.

—Te pondré a hacer eso hasta que aguantes un minuto —le advirtió Rhett sin
inmutarse—. Así que hazlo bien.

Alice contaba en voz baja. Le quedaban diez segundos de tortura. Solo un poco más. No
podía creerse que no fuera capaz ni de soportar eso. Ocho, siete... Un mes atrás, lo hacía
sin siquiera pensar. Cinco, cuatro...

—Cadera arriba, iniciada —le dijo Rhett, pasando por su lado.

Alice hizo un verdadero esfuerzo y por no golpearle cuando se puso en cuclillas delante
de ella, mirándola.

—Solo me quedan cinco segundos —le recordó en voz baja.


—Esto es demasiado divertido para que acabe. Ponle otros quince.

—Rhett...

—Aquí soy tu entrenador, iniciada —le dijo un poco demasiado divertido, subiéndole la
cadera él mismo con la mano en su estómago—. Ahí está mejor.

Alice estaba agotada a la mitad del entrenamiento. Se sentía como si hubiera corrido
durante horas. Y todavía faltaba entrenar para los combates. Iba a vomitar como
mantuvieran ese ritmo. Y lo peor era que Jake y ella eran los únicos que parecían tener un
problema con ello.

Como la nieve ya había desaparecido, a Rhett le pareció buena idea salir a hacer el resto
alrededor del edificio principal. A Alice le parecía igual de insoportable en ambos lados.
Ella vio de reojo que Kenneth y sus nuevos amiguitos se reían disimuladamente de ellos
cuando tuvo que parar a apoyarse en sus rodillas y descansar mientras los demás seguían
corriendo alrededor del gimnasio.

Rhett se detuvo a su lado con los brazos cruzados y los ojos clavados en los que seguían
corriendo.

—Vas a tener que hacerlo mejor que eso —le dijo sin mirarla.

—No lo entiendes, estoy cansada —murmuró.

La cabeza le daba vueltas. Era como si no pudiera ni sostenerse en pie. Nunca le había
pasado esto. ¿Hacía tanto que no hacía ejercicio como para encontrarse así?

—No puedo tener tratos de favor —él la miró—. Tienes que seguir corriendo.

—Lo digo en serio —ella cerró los ojos cuando volvió a marearse—. Estoy
cansada de verdad.

—Pues tómate un minuto, pero luego vas a tener que terminar esto.
Alice no lo miró. Se apoyó en sus rodillas con más fuerza, todavía con los ojos cerrados.
Ni siquiera Jake se había detenido todavía. ¿Qué le pasaba? Tenía que entrenar más.

Se incorporó lentamente cuando vio que los demás hacían la última vuelta. Sentía su
cuerpo entumecido. El cerebro le funcionaba despacio. Era horrible. Se tomó un
momento para respirar hondo. Estaba mareada.

Vio que Kenneth se reía de ella al pasar por su lado, pero no se atrevió a decir nada.
No lo haría jamás teniendo a Rhett tan peligrosamente cerca. Anya y los demás
androides también seguían corriendo. Jake también. Todo el mundo lo hacía. Todos
menos ella.

—Como vuelva a reírse, te juro que pruebo las pistolas nuevas con él —
murmuró Rhett, siguiendo a Kenneth con los ojos.

—Si no puedes tener tratos de favor, tampoco puedes dejar que se note que te cae mal —le
recordó Alice, llevándose una mano al corazón, que le latía rápidamente y no parecía tener
intención de calmarse.

—Di lo que quieras. Como vuelva a sonreír, va a estar corriendo hasta que se haga de
noche y...

Alice dejó de escuchar. Sus orejas zumbaban. Volvió a cerrar los ojos, agotada. Intentó
apoyarse en su rodilla de nuevo al marearse, pero falló y lo único que notó fue la tierra
bajo su mano, indicando que se había caído al suelo. Genial. Lo que le faltaba.

Escuchó una risita y supo que era del idiota de Kenneth enseguida, pero no pudo hacer
otra cosa que ignorarla cuando clavó la otra mano en el suelo, intentando ponerse de
pie. ¿Por qué le pesaban tanto los brazos? ¿O el cuerpo entero?

—Alice —Rhett se había agachado a su lado—, sé que estás cansada, pero...


Ella negó con la cabeza. No, no era cansancio. No podía ni abrir los ojos, pero solo fue
capaz de hundirse más. Sus codos se clavaron pesadamente en la tierra. No podía
moverse.

—¿Alice? Eh, mírame.

Notó una mano enguantada en su cara que se la levantó y abrió los ojos. Rhett la miraba
fijamente, con el ceño fruncido. Vio que, a su alrededor, la gente se había acercado para
mirarla. Pero... ¿no estaban a treinta metros? ¿Cuánto tiempo había estado con los ojos
cerrados?

Rhett la miró un momento y Alice no supo lo que vio mal, pero vio que se quedaba
muy quieto por un momento antes de girarse hacia los demás.

—Jake, ocúpate de la clase.

El aludido seguía mirando a Alice cuando Rhett la ayudó a levantarse. Tenía las rodillas y
los codos húmedos y sucios por la tierra.

—Pero...

—Ahora —lo cortó—. Y, los demás, seguid corriendo.

Por un momento, nadie le hizo caso. Pero, entonces, Alice vio que la gente volvía a
correr, mirándola de reojo cuando Rhett la sujetó y le quitó la tierra de las rodillas.

—¿Qué te pasa? ¿No has dormido?

Ella negó con la cabeza. Apenas podía pensar.

—¿Entonces?
—Yo... no... no lo sé.

—Ven, te llevaré a descansar un poco.

—No... espera...

No le hizo caso y agarró uno de los brazos de ella para ponérselo sobre los hombros,
arrastrándola hacia el edificio principal. Alice seguía intentando decirle que parara, pero
no le hacía caso. O no la entendía, que era lo más probable.
Pero ella quería decir que parara. Que no sentía las piernas. No sabía ni cómo había tantos
pasos.

Al final, no pudo más y notó que cedían bajo su peso. Rhett la sujetó por instinto,
frunciendo el ceño.

—¿Alice? ¿Qué...?

Pero ella ya había cerrado los ojos.

***

Parecía que había pasado un segundo cuando parpadeó lentamente, mirando lo que fuera
que tuviera delante. Sentía su cuello tirante y sus brazos y piernas colgando. Entendió
todavía menos lo que pasaba cuando vio que estaba mirando el techo. Y que se movía.
Levantó la cabeza lentamente y ajustó la vista. Sí, era un techo. Le dolía el cuerpo
entero. La ropa se sentía demasiado ajustada en su piel. ¿Qué estaba pasando?

—¡Tina! —la voz de alguien sonó como si viniera del otro extremo de un túnel. Dijo algo
más, pero no lo entendió. Y otra voz se unió. Tampoco la entendió.
Lo que sí notó fue que la ponían en un sitio más cómodo y comprendió que lo que
había pasado era que la transportaban en brazos. Le pusieron la cabeza suavemente
sobre algo mullido que supuso que sería una almohada.

—...no lo sé, de repente, Tina —dijo la primera voz—. Creía que estaba
cansada, pero se ha quedado muy pálida...

—Rhett, relájate. Me encargo yo.

—Pero, estaba...

—Relájate, ¿vale?

Ella parpadeó, intentando ajustar la mirada a lo que tenía a su alrededor. El hospital.


Levantó la cabeza y vio a la mujer acercándose a ella con una sonrisa, pero fue
sustituida rápidamente por otra cara.

—Alice —él la agarró de las mejillas—. Joder, casi me da un infarto. ¿Se puede saber qué
te pasa?

Ella parpadeó varias veces y se miró a sí misma sin comprender antes de volver a mirarlo
a él, que ahora parecía confuso.

—¿Qué haces?

Miró a su alrededor. La mujer también parecía un poco perdida al ver que inspeccionaba
su alrededor.

—¿Alice?
Ella se giró hacia el chico, un poco asustada.

—¿Quién eres?

El chico se quedó mirándola un momento, petrificado. 43 miró hacia abajo de nuevo y


tocó su ropa extraña. ¿Dónde estaban su falda y su jersey? ¿Por qué le dolía tanto la
cabeza? ¿Por qué ese chico de la cicatriz estaba tan cerca de ella?
¿No era inapropiado?

—¿Dónde está el padre John? —su voz tembló, asustada, cuando se apartó un poco del
chico—. ¿Q-quiénes sois?

La mujer, que si no recordaba mal se llamaba Tina, miró al chico con los labios
entreabiertos. Él seguía teniendo los ojos clavados en 43.

—¿Dónde está el padre John? —repitió.

—No —el chico por fin reaccionó y ella intentó apartarse cuando le puso una mano en la
nuca, acercándose más—. No, otra vez no. Mírame, Alice...

—¿Quién es Alice? —ella estaba a punto de llorar—. ¿Dónde está...?

—Mírame —repitió el chico, sujetándole la nuca con más fuerza—. Ya hemos pasado
por esto, sabes quién soy, Alice. Sabes quién eres. ¿Vale? Solo... concéntrate... y...

—Rhett... —empezó a la mujer.


—Yo... yo no... —43 quería salir corriendo, pero ese chico parecía tener la
capacidad de atraparla con facilidad de ser eso necesario.

—Vamos, Alice, no vuelvas a hacer esto —murmuró él en voz baja.

De pronto, 43 notó una especie de pitido en la cabeza que la dejó en blanco un


momento. Cerró los ojos con fuerza y se apartó del chico, llevándose una mano a la
zona afectada. Dejó caer la cabeza contra la almohada.

Y todo se volvió negro.

***

Frunció el ceño por el ruido y la luz.

—¡...que no era una buena idea! —reconoció la voz de Rhett al instante. Sonaba furioso.

Alice parpadeó para adaptarse a la luz y bajó la mirada. ¿Qué hacía en una camilla de
hospital?

Oh, no, ¿qué hacía Rhett gritándole a Max?

Estaban ellos dos, Charles y Tina a unos cuatro metros, discutiendo. En realidad, Max y
Rhett estaban de pie uno delante del otro, cada uno con el ceño más fruncido que el
anterior. Charles estaba sentado en una de las camillas observándolo todo. Era de las
primeras veces que no tenía una sonrisa en los labios al ver una discusión. Tina intentaba
ponerse en medio de ambos.

—Esto no solucionará nada —repitió, mirándolos.


—¡Lo dije! —espetó Rhett como si lo hubiera dicho varias veces—. ¡No tenías por
qué meterla en esa... máquina... solo para saber qué había pasado!

—Alice también quería hacerlo, Rhett —repitió Max pacientemente.

—¡Y una mierda! No le dijisteis en ningún momento que podía volverse... como antes.

—Le dijimos que podía perder la memoria.

¿Perder la memoria? ¿De qué hablaban? Alice puso una mueca confusa.

—¡Tú mismo le dijiste que no era cierto, que se subiera a la máquina! ¡Y cuando se puso a
llorar, no querías sacarla! ¡Solo sabes pensar en ti mismo!

—Rhett, relájate —le advirtió Max en voz baja.

—¿O qué? ¿Vas a quitarme la memoria en una máquina?

Hubo un momento de silencio. Tina volvió a ponerse en medio cuando se acercaron el uno
al otro, cada uno más enfadado.

—Si hubiera sabido que podía terminar así de mal, jamás la habría dejado entrar
—le dijo Max.

—¡Pues claro que lo habrías hecho! ¡Es lo que haces siempre! ¡Pones la ciudad por delante
de cualquier persona! ¡Sin tener en cuenta las consecuencias que puedas provocar!
—Eso no es...

—¿Qué os pasa?

Todos se giraron de golpe hacia Alice, que lo miraba todo sin entender nada. Estaba
sentada en la camilla, frunciendo el ceño.

Durante un instante, solo hubo silencio. Entonces, Rhett fue el primero en acercarse.
Pareció que iba a hacer un ademán de tocarla, pero se detuvo en seco, precavido.

—¿Sabes quién soy?

Alice parpadeó varias veces. ¿Había entendido bien la pregunta?

—Bueno, una cicatriz como esa es difícil de olvidar —dijo, confusa.

Rhett pareció soltar todo el aire de sus pulmones al volver a acercarse. Ella casi se cayó
de la camilla de la impresión cuando la sujetó de la cara para plantarle un beso. Alice
tuvo que sujetarse de la camiseta de él para no caerse hacia atrás.

—No hagáis eso, que me pongo celoso —Charles sonrió ampliamente.

Rhett lo ignoró, pero se separó, cerrando los ojos un momento.

—¿Qué pasa? —preguntó Alice, confusa.

Max había puesto los ojos en blanco cuando los vio besarse y Tina había sonreído
divertida al verlo, pero volvieron ambos a la realidad con la pregunta.
—¿No recuerdas nada? —preguntó Rhett, soltándola.

Alice frunció el ceño.

—¿De... la clase? Sé que me mareé, pero...

—No, después —aclaró Max, acercándose—. Al parecer, no recordabas nada. No has


reconocido a Rhett y a Tina. Y preguntabas por tu padre.

Alice entreabrió los labios, perpleja. Miró a Rhett y, por su cara, supo que era verdad.

—¿Yo? No... no lo recuerdo.

—Pues te aseguro que a mí no se me va a olvidar en una temporada —murmuró Rhett de


mala gana.

—Romeo creía que había perdido a su Julieta —canturreó Charles.

—Vale, ¿alguien me recuerda qué hace ese idiota con nosotros? —preguntó Rhett,
señalándolo.

—Doy un poco de diversión a todo esto —Charles no pareció muy afectado—. Sois
unos aburridos sin mí.
—¿Estás bien? —interrumpió Tina, acercándose a ella para revisarla con los ojos—. Estás
un poco pálida todavía.

—Me siento un poco... —Alice buscó la palabra adecuada—. No... mejor dicho... muy
agotada.

—¿Agotada? —repitió Rhett, confuso.

Max la miraba, pensativo. Charles jugaba con uno de los instrumentos de Tina. Se
pinchó un dedo y lo soltó de golpe, haciendo que rebotara en el suelo. Él se metió el
dedo en la boca con una mueca.

—Sí. No... apenas siento las piernas —murmuró Alice, acariciándolas.

Casi por impulso, Rhett le dio un apretón suave en la rodilla. A ella se le hizo muy raro
verlo tan preocupado. Normalmente, era tan despreocupado con todo...

—¿Sabes lo que le pasa? —preguntó Max a Tina.

Ella pareció pensarlo unos segundos. Pasó una mano por la cara de Alice, observándola.

—No —admitió, al final—. He mirado su sangre. Todo está bien. Y no tiene heridas. No
hay nada que indique que puede haber un problema.

—¿Y qué... por qué me he desmayado?

Por la cara de Tina, supo que no le gustaría la respuesta.

—Voy a ser muy honesta con esto —dijo ella lentamente.


Alice asintió con la cabeza.

—Por favor —murmuró.

—Hacer que un androide pierda el conocimiento es casi imposible —dijo—. Ni siquiera


existe un sedante. Solo puede hacerse desactivando el cerebro por unos segundos. Eso
solo lo hacen las máquinas capacitadas. O, en caso de emergencia... un disparo en la
cabeza. Un golpe, la pérdida de sangre... nada de eso puede hacerlo.

—¿Y eso qué... quiere decir? —preguntó Alice.

—Has tenido un bajón de tensión. O... bueno, es lo más cercano que puedo encontrar a lo
que te ha pasado. La cosa es que un androide no debería tener eso. Bajo ninguna
circunstancia. Quizá no sería tan preocupante de no ser porque te has desmayado. Eso...
eso sí que me preocupa.

—¿Te preocupa? —Alice notó que su corazón se encogía. Miró a Rhett, que tenía el
ceño fruncido—. Entonces... ¿algo está mal conmigo?

—No contigo, cielo, es... creo que tu sistema tiene un problema. Y no sé cómo
solucionarlo. No controlo bien la mecánica de un androide.

—¿La mecánica de un androide? —repitió Rhett, mirándola fijamente—. Es


prácticamente una humana. Su cuerpo funciona como el de una humana.
—No su cerebro. Rhett, cariño, sabes que no es lo mismo —le dijo lentamente,
comprensiva—. Un cerebro de androide tiene una capacidad de retención del doble de
tamaño que la de un humano. Suena muy bien, pero... eso lo hace muy vulnerable. En
cuanto algo falla, el sistema se cae. Y creo que es lo que ha pasado antes, cuando no se
acordaba de nada.

—¿Estás diciendo que puede volver a olvidarse por un rato de todo esto? —
preguntó Charles, arrugando la nariz.

—No —Tina miró a Alice—. Estoy diciendo que es cuestión de tiempo que... dejes de
funcionar.

Se hizo el silencio entre ellos.

Alice notó que la mano de Rhett se apretaba en su rodilla cuando le dio la espalda a
Tina, entreabriendo los labios y mirando la cama. Tragó saliva y cerró los ojos. Alice no
sabía ni cómo sentirse. ¿Acababa de decir que estaba fallando? ¿Que... podía morirse?

Levantó la vista y se encontró con la de Max. Él tenía la mandíbula apretada y Alice


estaba segura de que pensaba a toda velocidad, pero no decía nada. Y un Max que no decía
nada ante una situación así solo podía significar una cosa: no había nada que decir. Nada
qué hacer.

—Entonces... —Alice miró a Tina, que había agachado la mirada—. ¿No hay... nada
que hacer?

—Cielo, yo no sé nada de tecnología de androides, no...

—Pues encontraremos a alguien que sepa —Rhett se dio la vuelta y se puso de pie—.
Tiene que haber alguien aquí, ¿no? Kai. Kai tiene que saber algo.
—Kai sabe de tecnología y yo de medicina. Necesitamos a alguien que sepa de androides,
Rhett.

—Pero... —él negó con la cabeza—. ¿Y sí...?

Se calló cuando no se le ocurrió ninguna posibilidad. Alice agachó la mirada.

—Ha sido una mañana larga —murmuró Tina—. Pronto será la hora de
almorzar. Rhett, quizá deberías.

—Yo no me muevo de aquí —la interrumpió bruscamente.

—Rhett —Alice lo miró—, estoy bien. Ve a desayunar.

Él frunció el ceño como si no estuviera de acuerdo.

—Cielo, necesita descansar —le dijo Tina más suavemente—. Vuelve más tarde.
Necesito que duerma un poco.

Eso pareció convencerlo un poco más. Se dio la vuelta y miró a Alice un momento antes
de marcharse pasándose una mano por la cara. Alice lo observó desaparecer antes de que
Charles se pusiera de pie.

—Supongo que también es mi momento de salida.

—Sí, necesito que os marchéis —les dijo Tina—. Voy a tener que hacer algunas pruebas.
Para asegurarme otra vez de que no hay nada mal.
Max hizo exactamente lo mismo que Rhett. Alice seguía viendo sus parecidos
continuamente. Por mal que se llevaran, habían pasado tanto tiempo juntos que casi
parecían padre e hijo. Charles se marchó como si nada y las dejaron solas.

—Descansa un poco —le dijo Tina—. Seguro que sigues agotada.

Alice la miró un momento antes de asentir con la cabeza. Tina le dedicó una pequeña
sonrisa triste antes de taparla con la manta y darle un beso en la frente.

—Voy a hacer lo posible para que te pongas bien —le aseguró.

—Sé que lo harás —le aseguró Alice.

Ella le dio un apretón cariñoso en la mejilla antes de alejarse y apagar la luz que tenía
encima de su camilla.

***

Alice se frotó los ojos al despertar y no se sorprendió nada al ver que era de noche. Había
dormido durante horas y seguía estando agotada. Hizo un ademán de incorporarse, pero
se detuvo en seco cuando vio a Rhett sentado en la silla que había al lado de su cama, con
una mano y la cabeza en el regazo de ella.
Estaba dormido.

Alice esbozó una pequeña sonrisa que se le borró cuando sintió un pinchazo de dolor en
la cabeza. Se incorporó lentamente y consiguió apoyarlo en la cama sin despertarlo. Salió
de la camilla sin hacer ruido y sus pies desnudos sintieron el frío suelo de camino al
cuarto de baño.
Llevaba puesta una vestido blanco de manga corta que le llegaba por las rodillas sin
ningún tipo de adorno. Supuso que era el sustituto de una bata de hospital.
Se lavó las manos y salió del cuarto de baño.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que algo, o más bien alguien, se movía a su lado.

Estuvo a punto de adoptar una postura defensiva, pero se detuvo en seco cuando vio
una pequeña cuna. Se acercó, dudando, y vio una manita diminuta asomándose en un
puño.

Alice se detuvo en seco antes de volver a asomarse.

La carita redonda del bebé le hizo gracia. La primera vez que lo había visto, apenas le
había prestado atención. Estaba demasiado ocupada con el tiroteo y Eve. Ahora, sin
embargo, sí que podía fijarse en él. Alice entreabrió los labios.
¿Así eran los bebés? ¡Si era diminuto!

El niño estaba abriendo y cerrando la boca. Su cabecita redonda estaba coronada con
una pequeña mata de pelo oscuro. Él dejó de moverse y clavó unos sorprendentes ojos
azules en Alice. O eso le pareció. En realidad, dudaba que pudiera verla bien. Alice se
apoyó en la cuna, mirándolo.

—Te acuerdas de mí, ¿eh? —murmuró.

Qué raro. No recordaba haberlo oído llorar en toda la noche. Miró a su izquierda. Tina
dormía en esa habitación siempre por si pasaba algo en medio de la noche. Alice se
asomó un poco mejor y el bebé abrió y cerró los dedos de nuevo.

Y, de pronto, se encontró con ganas de sujetarlo. Estiró las manos hacia él y el bebé
parpadeó, sin decir nada. Parecía muy tranquilo. Alice lo sujetó por debajo de los brazos y
lo levantó. Era muy ligero. ¿En serio así eran los bebés?
Parecían tan frágiles...

Se lo colocó junto al pecho, sujetándolo con un brazo debajo de él. El niño estiró la
mano y agarró un mechón de pelo. Por un momento, Alice pensó que iba a
darle un tirón, pero se limitó a llevárselo a la boca y babearlo. Ella esbozó una pequeña
sonrisa y le ajustó la pequeña camiseta de algodón que tenía puesta.

—¿Qué haces? —preguntó Rhett, que acababa de despertarse. La miraba, medio


adormilado.

Alice se acercó. El niño no había soltado su mechón de pelo.

—Mira, estaba despierto.

Rhett lo miró con poca confianza.

—¿Como es que sabes... sujetarlo?

—No se necesita ser muy listo para conseguirlo —ella sonrió de lado—.
¿Quieres probar?

—¿Eh? —Rhett cambió su cara adormilada por una de horror absoluto—. ¡No, no, no!

—Venga, no es para tanto.

—Que... no. Nunca he sujetado un bebé. Déjalo.

—¿Te da miedo? —Alice enarcó una ceja, divertida.

—¿Eh? No. A mí no me da miedo nada.


—Entonces, ¿por qué no quieres sujetarlo?

El bebé había soltado el mechón y parpadeaba lentamente, como si supiera que era el tema
de conversación.

—¿Y si se pone a llorar o una de esas cosas que hacen los críos? —Rhett arrugó la
nariz.

—Puedes darle el pecho —sugirió Alice, sonriendo.

—Qué graciosa eres.

—Acerca los brazos. Te ayudaré.

—Que no quie...

—Hazlo ya, pesado.

Rhett le puso mala cara, pero estiró los brazos. Alice vio que el bebé giraba la cabeza
hacia él cuando lo dejó en sus brazos. Rhett estaba más tenso que nunca y lo sujetaba
como si fuera a romperse si apretaba un poco. Alice empezó a reírse disimuladamente.

—Mierda, se está moviendo —él puso una mueca.

—Rhett, es solo un bebé. No te morderá. ¡Y no digas palabrotas delante de él!

—Si no me entiende. Míralo. Está como... no sé. Drogado.

—¡Es un bebé! Seguro que tú estabas peor cuando naciste.

—Pues no me acuerdo, la verdad.

Alice vio que, mientras hablaba, se había relajado y el bebé intentaba llegarle a la cara
con sus manitas. Rhett lo alejó echando el cuello hacia atrás con una mueca.
—Eh, cuidado, bicho —le advirtió.

—¡No lo llames bicho!

—¿Y cómo quieres que lo llame? No tiene nombre —murmuró—. Vivimos en un mundo
sin normas, en una ciudad sin ley y con un niño sin nombre. Nuestra vida es una película
mala del viejo oeste.

—¿Qué es el...? Bueno, da igual —Alice se centró—. Tendremos que ponerle un nombre.

—Podríamos ponerle Rhett. Es un nombre precioso. Con carácter. De ganadores —


sugirió él, moviendo un dedo por encima de la cabeza del niño, que intentó atraparlo—.
Sería Rhett junior. O Rhettito.

—¿Rhettito? —ella arrugó la nariz.

—Es precioso. No pongas esa cara —miró al bebé—. ¿A que te gusta, Rhettito?
¿Ves? Ha movido la mano.

—¡Ya la estaba moviendo!

—La ha movido con más intensidad cuando se lo he preguntado. ¿A que sí,


Rhettito?

Alice sonrió, sacudiendo la cabeza, cuando vio que Rhett ya sujetaba al niño como si
nada, jugando con él.

Ella estaba segura de que Rhett tenía mucho más instinto para cuidar de los demás del
que jamás admitiría. Y siguió pensándolo mientras se volvió a quedar dormida, viendo
como Rhett hablaba en voz baja con el bebé, sonriendo.
CAPÍTULO 41
Alice había intentado subir a desayunar con los demás al día siguiente, pero Tina no
tardó en engancharla de la oreja y devolverla a la cama. Por mucho que se quejó, no le
quedó otra que tumbarse y cruzarse de brazos para demostrar su enfado. Y el bebé
empezó a reírse. Alice se lo hubiera creído si alguien le hubiera dicho que se reía de ella.

Ya no estaba cansada en absoluto. Se había pasado casi veinte horas dormida. Solo quería
ir a entrenar. Estaba aburrida. Pero Tina no le dejaba. Decía que tenía que reposar y
empeoraría. Claro está que Alice no le hizo demasiado caso.

Tenía controlados sus descansos y sus horas de comidas. Así que, cuando Tina
desaparecía, llegaba su momento de levantarse de la cama y hacer estiramientos. No
quería ni imaginarse lo que le haría Rhett si se enteraba de que no había hecho nada en
días. Iba a matarla a base de dar vueltas al campo.

Pensó que las cosas mejorarían de esa forma, pero el destino no parecía estar de su parte.
La primera semana fue bastante llevadera. Especialmente porque Tina dejaba que
estuviera con el bebé y Alice había descubierto qué hacer exactamente si se reía, si
lloraba, si abría y cerraba los puñitos y si ponía muecas. Pero se sentía muy sola. Tina no
dejaba que los demás bajaran a verla, aunque no entendía por qué. Solo Rhett y Max. Y,
de ellos dos, solo venía el primero. No había sabido nada de Max desde la tarde en que se
había despertado después de perder la memoria temporalmente.

Alice estaba sola con el bebé y Tina en el hospital. Las únicas personas que iban eran los
heridos por algún entrenamiento o las personas con algún tipo de problema que
buscaban medicamento. Solo ellos. Y, claro, no hablaban con Alice. Tina les tiraría de la
oreja si se enteraba de que habían inclumplido sus normas. Alice suspiraba sonoramente
durante las visitas para intentar hacerse notar, pero no servía de mucho.
Y, por si no fuera suficiente, solo podía comer de ese estúpido puré de hospital que no
sabía a nada. Lo odiaba. En realidad, odiaba todo lo relacionado con estar ahí tumbada.

Pero no fue hasta la segunda semana que las cosas empezaron a complicarse.

Como cada mañana, intentó ir a ver al bebé para pasar el tiempo, pero se sorprendió
cuando una de sus piernas no respondió. Se cayó al suelo con un golpe sordo y sintió
un dolor punzante en el codo y la rodilla. Bajó la mirada, extrañada, y consiguió
mover la pierna otra vez. ¿Por qué no le había hecho caso a la primera? Se puso de
pie de nuevo y siguió con su camino, un poco más tensa.

Sin embargo, ese fue el principio del fin.

Volvió a caerse dos veces ese día por el mismo motivo. Al menos, había conseguido
evadir a Tina. A saber lo que haría si se enteraba de que casi no podía andar. Se dio la
vuelta, extrañada, y se miró la pierna en cuestión. La revisó con los ojos, pero no parecía
pasarle nada.

Entonces, sus mirada se detuvo en su pie. La piel blanca estaba azulada en la parte de los
dedos. Alice se estiró y los tocó. Apenas podía sentirlos. Frunció el ceño e intentó
moverlos, pero fue inútil. Tocó la zona azulada con la punta de un dedo y se volvió blanca
por un momento antes de volver al tono azulado.

—¡Alice! —Tina la acababa de descubrir en el suelo y se acercó rápidamente—.


¿Qué pasa, cielo? ¿No te encuentras bien?

—Yo... estoy bien, solo... eh... —mintió, mirándose el pie cuando la ayudó a sentarse en la
cama.

Pero Tina no tardó en darse cuenta de que era mentira. Unos días más tarde, Alice vio que
el azul había ascendido hasta su tobillo. Tina también lo había notado, obviamente. Ahora,
la obligaba a pasearse por el pequeño hospital con una muleta. Alice se sentía ridícula,
pero al menos no la veía nadie.
Literalmente. Porque nadie había vuelto a verla. Ni siquiera Rhett.
Preguntó a Tina en varias ocasiones sobre el tema y ella le confesó que no sabía qué
estaba pasando, pero Rhett y Max habían estado discutiendo mucho últimamente. Alice
le pidió que le preguntara a Rhett si tenía intención de volver a verla, pero no volvió con
muy buenas noticias. Al parecer, estaban preparando unas pruebas o algo así y no tenía
tiempo. Alice intentó que eso no la afectara, pero no podía evitar guardarle cierto rencor
a Rhett. Ella se hubiera deshecho de las pruebas esas en dos días y habría bajado a verlo.

Además, Alice había seguido empeorando. Ahora, tenía partes azules en casi todo el
cuerpo. Parecían moretones. Los tenía en la cara interior de las rodillas, los muslos, los
brazos y la espalda. Pero las peores partes eran los dedos. Tina ya no la dejaba pasearse
por la habitación, así que se quedaba sentada en la cama la mayor parte del tiempo,
entreteniéndose mediante intentar mover los dedos, que cada vez era más complicado.

Lo único bueno era que no había vuelto a perder la memoria. Casi lo hubiera preferido.
Se sentía completamente abandonada. Como si no le importara a nadie.

A la tercera semana, nadie había aparecido a verla, incrementando su aburrimiento y


rencor. Estaba jugueteando de un hilo suelto de su bata cuando escuchó pasos
acercándose. Levantó la cabeza, ilusionada, pero solo era Charlotte.

Pero ver a alguien, aunque fuera ella, era un alivio. Se incorporó apoyándose en los codos
para mirarla.

—Hey —le dijo Charlotte, deteniéndose a los pies de su cama.

—Tina está en la otra habitación —le dijo, volviendo a tumbarse y a centrarse en el hilo
de su camiseta.

—No... yo... —Charlotte sacudió la cabeza—. Solo quería verte. Me dijeron que estabas
mal.
—Estoy bien.

—No es lo que he oído.

—Pues estoy bien. Ya puedes volver a irte.

Charlotte suspiró y se dio la vuelta para marcharse. Alice levantó la mirada cuando
le dio la espalda. Era curioso, pero apenas podía sentir ya nada de Alicia. Ahora,
solo estaba su propia rabia. Ya ni siquiera veía a Charlotte atractiva. Solo... una
traidora.

Ella, sin embargo, se detuvo en seco y volvió a girarse.

—¿Cuánto tiempo vas a seguir tratándome mal por lo que pasó? —Charlotte se acercó
con el ceño fruncido.

Alice tardó un momento en procesar lo que acababa de decir.

—¿Es una broma?

—No, no lo es. Desde que llegué, no has hecho otra cosa que echármelo en cara.
¿Cuándo se te olvidará de una vez?

—Nunca se me olvidará —le dijo Alice lentamente—. Nunca. Abandonaste a mi


hermano pequeño. Para que muriera.

—No... no era...
—Sí, lo hiciste —siguió Alice con un tono de voz calmado. Estaba agotada incluso para
gritar—. Y no solo a él. Dejaste que la persona que se suponía que amabas se muriera
sola. De no haber sido por Max, Jake habría terminado igual. O peor.

—Pero... ¡está vivo! Deberíamos poder olvidarlo y...!

—¡No quiero olvidarlo! ¿Es que no te das cuenta de lo que hiciste?

—Lo sé, pero...

—¡Deja de decir pero! ¡Hace más de un mes que estás aquí y ni siquiera te has molestado
en pedirme disculpas! ¿Qué clase de persona te hace eso?

—Lo siento —dijo Charlotte, acercándose—. Lo siento, ¿vale? Me asusté. Y huí. Lo sé.
Pero... me arrepentí. Te juro que lo hice. Y volví corriendo. Pero... solo estaba... ella... o
tú... bueno... Alicia. Muerta. No había rastro de Jake. Pensé que se lo habrían llevado y...
y desistí.

—Desististe —repitió Alice, apretando los labios—. Yo no habría desistido


nunca.

—Pero... ¡Jake sobrevivió! Tú... tú también, de alguna forma.

—No gracias a ti, ¿verdad? —Alice apartó la mirada—. No sé qué buscas aquí, pero no
puedo ser tu amiga, Charlotte. Nunca podré volver a serlo. No después de lo que pasó.
Hubo un momento de silencio. Alice volvió a tumbarse —ni siquiera se había dado
cuenta de haberse incorporado—, dando por zanjada la conversación. Charlotte tragó
saliva y agachó la mirada.

—Tú y yo no éramos amigas —le recordó en voz baja antes de marcharse.

Alice la siguió con la mirada con los dientes apretados, pero se detuvo cuando vio que
casi se chocaba con Jake, Trisha, Charles y Kilian, que acababan de entrar. Los cuatro la
siguieron con la mirada sin disimular y se acercaron a la cama de Alice.

Ella estaba tan sorprendida que tardó un momento en asegurarse de que Tina no
andaba cerca.

—¿Hemos interrumpido un momento de Romea y Julieta? —sonrió Charles, sentándose


en su cama sin ninguna vergüenza.

—Esa chica me da de todo menos confianza —Trisha puso una mueca y se sentó en
el otro lado.

—¿No deberíais no sentaros? —sugirió Jake, viendo como Alice tenía que encoger
las piernas para dejarles espacio—. Hasta donde yo sé, Alice es la enferma.

—El androide con Alzheimer —canturreó Charles—. Justo cuando creíamos que la cosa
no podía ir a peor.

Pareció que esperaban a que dijera algo. Alice no fue capaz de hacerlo hasta pasados unos
segundos.

—¿Dónde está Rhett?


—Ah, muchas gracias —Trisha enarcó una ceja—. Venimos todos a verte y lo
primero que haces es preguntar por el idiota.

—Oh... yo... eh... quiero decir...

—Discutía con Max —dijo Jake, salvándola del apuro—. Así que dale una hora o eso
para que se calme antes de bajar.

—Y otra para esquivar a la doctora muerte —Charles señaló la habitación de Tina


con la cabeza.

—¿Discutían otra vez? —Alice se había quedado con lo primero—. ¿Por qué?

—¿Desde cuando necesitan motivos para discutir? —Trisha arrugó la nariz.

—Bueno —Charles se apoyó con el codo en la cama, mirando a Alice—. La cosa es


que te mueres, ¿no?

—Eres muy sutil —ella sonrió irónicamente.

—Es para ir aclarándome.

—¡Si estabas aquí cuando Tina me lo dijo!

—Sí, pero cuando alguien se pone a hablar, y hablar, y hablar... desconecto y pienso
en mis cosas —sonrió ampliamente—. Si necesitas una última juerga
antes de irte al hoyo, puedes llamarme, ¿eh? Siempre tengo material de emergencia.

—Gracias, pero estoy bien.

Ella esbozó una sonrisa que se borró cuando vio que Jake había clavado la mirada en
sus dedos azulados. Por un momento, con el humor de Charles, se había olvidado de
lo que sucedía. Tragó saliva.

—Jake...

—Así que... es verdad —la miró—. Te... te mueres.

—Jake, todo el mundo está destinado a morir en algún momento.

—Pero... no así. No tan... pronto. No es justo.

—Pero no es seguro —le recordó Trisha, que había dejado de sonreír—. Siempre...
bueno, Tina siempre encuentra la solución, ¿verdad? Es su trabajo. Y es buena en ello.

—Y, en el peor de los casos —Charles sonrió ampliamente—, solo está mutando a Pitufo.

—Sería Pitufina —le recordó Trisha.


—¿Pitufina? El Pitufo Olvidadizo.

—O el Pitufo...

—¿De qué demonios habláis? —preguntó Alice.

—Vale, déjalo —Trisha volvió a centrarse—. La cosa es que Tina encontrará una
solución, como siempre.

—Exacto —Alice sonrió—. Solo tiene que aprender un poco más de and...

Todos se giraron hacia ella cuando se quedó en completo silencio, abriendo los ojos de
golpe.

—¿Le ha dado algo? —Charles chasqueó los dedos delante de su cara—.


¿Hola? ¿Sigues con nosotros? ¿Llamamos a la doctora muerte?

—Soy estúpida —masculló Alice, quitándose la sábana de encima de un tirón que


hizo que le doliera el brazo—. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes...?

Los cuatro se quedaron mirándola cuando intentó ponerse de pie y sus piernas fallaron,
mandándola al suelo. Se apoyó torpemente en él con las palmas de las manos.

—¡Alice! —se alarmó Jake, acercándose.

Entre Kilian y él, la pusieron de pie. Ella se apoyó en el hombro de Kilian y en la cama.
Apenas sentía las piernas.
—Casi no puedo andar —murmuró, mirándose las manos. Volvía a tener las uñas y
los dedos azulados.

—¿Puedo preguntar dónde se supone que quieres ir? —Trisha enarcó una ceja.

—He tenido una idea —masculló Alice, apoyando todo su peso en la cama. Miró a su
alrededor, pensando a toda velocidad—. Tina volverá de su descanso en cinco minutos y
necesito haberme ido ya para entonces.

—¿Irte? —repitió ella, sorprendida.

—Alice, no sé si es la mejor idea del mun... —empezó Jake.

—Tú —Alice señaló a Charles—, déjame subirme encima de ti.

Él levantó las cejas.

—Bueno, hacía mucho que esperaba que me lo pidieras, pero tenía en mente algo más
íntimo.

—Eso no —Alice puso los ojos en blanco—. Déjame subirme a tu espalda.

—¿Eh?

—¡Hazlo ya!
—Vale, vale —Charles se giró y se agachó un poco—. Querida, esperaba una
proposición más romántica.

Alice lo ignoró y se subió a su espalda. Charles la sujetó de las piernas y suspiró.

—Bueno, ¿ahora qué? ¿Una carrera? ¿La rubita se sube encima del mudito?

—Ahora, llévame al último piso.

—¿Al últim...? ¿Quién te crees que soy? ¿Hulk? ¡Vas a destrozarme la espalda!

—¡Yo no peso tanto!

—Estoy replanteándome todas las decisiones de mi vida que me han llevado a este
momento —murmuró Trisha, mirándolos.

Charles suspiró largamente.

—Pues nada. Habrá que ser el caballo de la señorita —empezó a andar—. ¿Lo pillas?
Caballo. Es que es una droga y yo soy...

—Céntrate —lo cortó Alice con mala cara.

—Últimamente te noto un poquitín amargada, querida.


—Quizá sea porque hace tres semanas que estoy sola en una maldita cama — murmuró
ella.

—Intentamos venir —dijo Jake—, pero Tina no nos dejaba.

—Oye, preciosa —Charles siguió andando tranquilamente, mirándola por encima del
hombro—, sabes que estoy aquí para más cosas que para transportarte al último peso,
¿no? Servicios veinticuatro horas de satisfacción de...

—Estoy cubierta en ese aspecto, gracias.

—No necesitaba saber eso —Jake puso mala cara.

—Vigilad que no nos vea nadie —los urgió Alice cuando llegaron a la primera puerta.

Ella y Charles esperaron pacientemente cuando ellos salieron. Alice escuchó a Jake
hablando con alguien y supuso que lo estaba convenciendo para que se marchara. Eso
podía llevar un rato.

—Oye, Charles.

—Dime, querida mía.

—Querida mía —Alice negó con la cabeza, riendo para no llorar—. ¿Dónde tienes
tu marca?

Él la miró por encima del hombro, extrañado.


—¿Mi marca?

—El año pasado encontraste la mía en mi muñeca, ¿te acuerdas? Me dijiste que algún día
me dirías donde está la tuya.

Hubo un momento de silencio. Charles contuvo una risotada.

—¿Qué? —preguntó Alice sin entender.

—Nada. Creo que dejaremos la marca para un momento menos... eh... concurrido.

—¿Por qué?

—Porque aquí, en medio de una misión suicida y contigo enganchada a mi espalda, no


quiero bajarme los pant...

—Ya no sé si quiero verla.

—Yo creo que no —le aseguró él—. Solo la ve la gente privilegiada. Y soy muy
selectivo.

—Despejado —anunció Trisha.

Volvieron a avanzar. Charles recorrió en unas pocas zancadas el vestíbulo y empezaron


a subir las escaleras. Trisha y Jake se habían adelantado para vigilar, mientras que Kilian
se había rezagado por las mismas razones. Iban por el segundo piso cuando se
encontraron a un alumno volviendo a los dormitorios.
Se escondieron rápidamente y terminaron de subir cuando él desapareció. Charles
bajó a Alice, que se apoyó en la pared y se acercó a la puerta que buscaba.

—Y yo que pensaba que veníamos a hacer una visita al bueno de Max —


murmuró Trisha.

—¿Qué hay ahí dentro? —preguntó Jake, curioso.

Alice los ignoró y alcanzó la puerta. Revisó el pasillo antes de volver a meterse en ella.
Por suerte, la sala estaba vacía y solo estaba la máquina de la memoria con la camilla.
Alice sonrió y se apoyó en la máquina porque sus piernas apenas funcionaban.

Escuchó a los demás entrando y les indicó que cerraran la puerta. Todos empezaron a
hacer preguntas mientras revisaban la máquina. Charles lo hizo sentado en la camilla, que
era más cómodo.

—¿Qué es esto? —preguntó Trisha con una mueca.

—Parece sacada de una película del futuro —Jake sonrió, entusiasmado.

—Es una máquina de memoria o algo así —murmuró Alice—. No lo recordaba, pero
aquí está la mem...

—¿Qué hacéis?
Alice casi se cayó de culo al suelo cuando escuchó la voz de Max. De hecho, todo el
mundo dio un respingo. Él estaba de pie en la puerta, de brazos cruzados. Y
mortalmente serio.

Oh, oh.

—Eh... —Jake intentó improvisar, pero se calló al ver que Max solo miraba a Alice.

—Creí que había dejado claro que la existencia de esta máquina debía ser un secreto.

—Somos de confianza —Trisha le quitó importancia con un gesto.

Max le clavó una mirada que dejó claro el humor del que estaba. Incluso Charles apartó
los ojos.

—Esto no es un juego de niños —replicó Max, enfadado—. Es una máquina muy


importante. La única que tenemos. Si la perdemos, no podremos conseguir otra. Y si se
entera quien no debe de que está aquí, justo aquí, nos arriesgamos mucho. No solo
nosotros, sino toda la ciudad. ¿Podéis entender eso?

Silencio. Nadie parecía querer mirarlo.

—La próxima vez que tengáis la idea de hacer una tontería así, id al gimnasio y entrenad
hasta que se os borre de la cabeza —Max se acercó y cerró la máquina que Alice había
encendido—. Y tú deberías estar en la cama. Déjate de chorradas y vuelve a ella.

Alice se quedó mirándolo un momento antes de fruncir el ceño, pero Max la


interrumpió al intentar decir algo.

—Y ya me dirás en qué momento se te ha ocurrido venir aquí para...


—¡Aquí tenemos toda la información sobre creación de androides! —protestó ella,
señalando la máquina—. No necesitamos nada más.

Se decepcionó un poco al ver que Max no reaccionaba tan positivamente como


esperaba.

—Si consigo meterme esto en la cabeza —siguió Alice, señalándose—, podré tener
toda la información para intentar...

—Precisamente esa máquina fue la que te dejó como estás —le recordó Max
frívolamente.

—¡Pero puedo solucionarlo! ¡Solo necesito...!

—No voy a dejar que vuelvas a entrar ahí, así que ya puedes ir quitándotelo de la cabeza.

—Pero...

—He dicho que no.

—¡Max, está todo aquí! ¡Justo aquí! ¡Puede que solo sea información de
creación, pero seguro que haya algo que pueda servirnos!

—Ya estás demasiado débil. Y solo entraste una vez. No va a haber segunda.

—¡Max, vamos, no seas...!


—¿Tengo que repetirte que no lo harás?

—¡Podríamos encontrar otro androide que...!

—No hay otro androide que sepa de esto. O que quiera arriesgarse.

—¡Podríamos intentar...!

—No.

Hubo un momento de silencio en que ella suspiró pesadamente. Entonces, levantó


la cabeza cuando alguien se adelantó.

—Yo podría hacerlo —dijo Charles.

Alice clavó los ojos en él, perpleja. Todo el mundo se giró en seco.

—¿Eres...? —Trisha entreabrió los labios.

—Sí, soy androide. Pero que sea un secreto, ¿eh? —Charles sonrió—. Podría hacerlo
yo. Tampoco es para tanto.

—Podrías morir —le recordó Max.


—Me arriesgaré por el bien de mi querida —sonrió ampliamente, señalando a Alice con la
cabeza.

Alice no estaba segura de quién estaba más sorprendido en la sala.


Seguramente, era ella. No se esperaba una muestra así de Charles.

—No —dijo Max, sin embargo.

Ella se giró en redondo.

—¿No?

—No. Ya me arriesgué metiéndote a ti. No haré lo mismo con Charles.

—¡Pues deja que lo haga yo otra vez!

—He dicho que no. Marchaos. Los cuatro.

Ellos intercambiaron miradas confusas.

—¿No me habéis oído? —preguntó Max lentamente.

Al final, tras unas cuantas miradas de apiado hacia Alice, los dejaron solos. Max la miró.

—Y tú vas a volver a tu habitación y no volver a desobedecer a Tina cuando te diga lo que


tienes que hacer, ¿está claro?

Alice frunció el ceño.


—¿Y por qué tengo que hacer lo que tú digas? Es mi vida, no la tuya.

—Alice... —advirtió.

—¡No es justo que decidas tú! ¡Tengo derecho a elegir si quiero arriesgar mi vida! ¡Y a
elegir el por qué! ¡No soy una niña!

—¡Pues deja de comportarte como tal! ¿Qué te crees que conseguirás metiéndote
ahí otra vez? ¡Te matarás! ¡O matarás a otro, como a Charles!

—¡Al menos, yo intento solucionarlo!

—Oh, ¿y yo no?

—¡No! —Alice explotó—. ¡No has intentado solucionar nada en tres semanas!
¡Nada! ¡Ni siquiera has tenido el detalle de venir a verme, de preguntar a Tina o de
preguntarme a mí si estaba bien! ¡Ni tú, ni Rhett! ¡Me habéis ignorado cuando me acaban
de decir que me voy a morir!

—Soy el alcalde de la ciudad, Alice, ¿te crees que tengo tiempo para hacer todo lo que
qui...?

—¡Me estoy muriendo! —repitió ella, a punto de llorar de rabia—. ¿Es que no te
importa? ¿Te da igual?

Max abrió los labios y los cerró.

—Las cosas no son tan sencillas como eso.


—¡Sí, son muy sencillas! ¡Voy a meterme en esa máquina y voy a arreglar este desastre
porque, al parecer, soy la única que parece querer hacerlo!

—No, de eso nada —Max perdió la paciencia al ver que arrancaba la máquina y la
agarró del brazo, arrastrándola a la puerta—. Tú te vas a tu cama. Ahora.

—¡Suéltame!

—¡Empieza a comportarte y te soltaré!

—¡No me digas que me comporte! ¡No eres nadie para hacerlo! ¡No eres mi padre!

Max se detuvo en seco y Alice libró su brazo de un tirón que casi la tiró al suelo. Se
apoyó en la pared, ignorando la expresión de Max, y se empezó a arrastrar por el pasillo
hacia las escaleras. Sintió que se le formaba un nudo en la garganta y empezó a
detenerse. Se estaba mareando otra vez. Le fallaron las rodillas y se cayó al suelo.
Cuando apoyó las manos en él, no pudo más y empezó a llorar.

Era como si todo lo que hubiera pasado esos interminables días se reuniera en ese
momento. Agachó la cabeza para cubrírsela con el pelo, avergonzada, y siguió
llorando. No podía parar. Nunca había llorado de esa forma. Le dolía el pecho y la
garganta.

Entonces, notó una mano en su hombro y no necesitó levantar la cabeza para ver que
Max se había acuclillado delante de ella.
—Lo siento —murmuró ella con voz ahogada.

—No pasa nada.

—No... no quería d-decir eso... yo...

—Lo sé. No pasa nada.

Alice se pasó las manos por la cara, pero no se atrevió a mirarlo. Estaba
demasiado avergonzada. No le gustaba llorar de esa forma.

—Venga, tienes que volver a tu cama —Max se puso de pie y le ofreció una mano.

Alice negó con la cabeza.

—Alice, no empieces otra vez —advirtió.

—No es eso...

—Entonces, ¿qué es?

Ella notó que las mejillas se le teñían de rojo por la vergüenza.

—N-no puedo... no puedo mover las piernas.

Max dudó un momento antes de agacharse y ayudarla a ponerse de pie.


Entonces, la enganchó de las rodillas y de los hombros y la levantó. Alice
suspiró. Odiaba que tuvieran que transportarla de un lado a otro. Lo odiaba mucho.

No dijeron nada en todo el camino. Max era un transporte considerablemente más estable
que Charles. Al menos, no saltitos al caminar. Al llegar al hospital, Alice agachó la
cabeza al ver que Tina los esperaba con los brazos en jarras y el ceño fruncido.

—¡¿Se puede saber dónde te habías metido?! ¡¿Tienes la menor idea de lo preocupada que
estaba, jovencita?!

—Yo me encargo —le dijo Max, para sorpresa de Alice.

—¡¿Que tú te...?!

—Tina, yo me encargo.

Ella no pareció en absoluto de acuerdo, pero se dio media vuelta y se alejó para cuidar
del bebé. Alice vio que le daba lo que parecía un biberón, quejándose en voz baja de
jovencitas desobedientes mientras él bebía ávidamente.

Max la dejó en la cama y Alice puso una mueca al volver a cubrirse con las
sábanas y a ponerse todos los cables. Se cruzó de brazos y suspiró pesadamente.

—Otra vez aquí —murmuró.

Max se giró y alcanzó la bandeja de la cena que no se había comido. Se la dejó encima
mientras daba la vuelta a la cama y revisaba las máquinas con los ojos.

—Come —le dijo sin mirarla.

—No tengo hambre —ella lo apartó con una mueca—. Esto no sabe a nada.
—Es lo que hay, así que come.

—¡Quiero algo que no sea puré insípido!

—Que comas y dejes de quejarte. No voy a repetirlo.

Le puso mala cara, pero agarró la cuchara y se metió una cucharada de puré en la boca.
Suspiró otra vez. Estaba harta de puré. Y de estar tumbada. Y de todo.

Max pareció conformarse con lo que veía, porque dio la vuelta a la cama y se sentó en la
silla que había permanecido vacía durante tantos días. Alice lo miró de reojo cuando él
enarcó una ceja, esperando que siguiera comiendo. Se tomó otra cucharada con cara de
asco.

—Pon la cara que quieras —le dijo Max, cruzándose de brazos—, vas a
terminarte eso.

—Ya me gustaría verte a ti teniendo que comértelo —murmuró ella.

—Hay gente que no tiene nada para comer.

—Te odio —masculló Alice con la boca llena y cara de asco.

—Genial, pero come.

Dio otra cucharada grande. Solo quería terminárselo rápido para poder lanzar el plato a un
lado y no volver a pensar en ello hasta el día siguiente.
—Esta mañana, los salvajes han cruzado la ciudad —comentó Max—. Supongo que
recordarás el trato que hiciste con ellos.

—¿Ha funcionado? —preguntó Alice, un poco sorprendida por el cambio de tema.

—Eso parece. Habrá que esperar para ver si lo de que las ciudades serán seguras
para nosotros también es cierto.

—Bueno... —Alice dejó la cuchara a un lado—, es un pequeño triunfo, ¿no?

—Sí, podrías llamarlo así —Max repiqueteó los dedos en su brazo, pensativo—. Los
alumnos también han avanzado mucho. Especialmente los androides.
Aprenden rápido.

—Pues claro, ¿no me viste a mí?

—Haberte visto a ti hacía que tuviera pocas expectativas en ellos. Me han sorprendido.

Alice le puso mala cara.

—Come —Max señaló el plato.

—¡Está asqueroso, cómetelo tú!

—Yo no estoy enfermo. Come.


—¿Sabes que eres insoportable? —masculló Alice, volviendo a meterse una
cucharada en la boca—. ¿Por qué está tan malo?

—Eres una exagerada.

Ella removió el puré cuando llevaba ya la mitad, pensativa.

—¿Está Anya entre los alumnos que ascenderéis? —preguntó, al final.

Max pareció tensarse un poco al oír ese nombre, pero mantuvo su expresión vacía.

—Sí, probablemente.

—Debes estar... orgulloso.

Él enarcó una ceja.

—No más que de los demás.

—Pero... es tu hija, después de todo.

Max lo consideró un momento. Alice lo observó intentando adivinar lo que


pensaba, pero era inútil. Nunca lo conseguiría. Ya había llegado a esa conclusión.

—Ella no me recuerda —dijo Max, al final, encogiéndose de hombros—. En cierto


modo, hace las cosas más sencillas.
—¿No has hablado con ella?

—No.

—A lo mejor, si hablas con ella, lo recordaría.

—Yo no quiero que lo recuerde, Alice.

Ella parpadeó, sorprendida.

—¿No?

—¿Recuerdas lo confundida que estabas tú mientras te obligaban a recordar toda la


vida de Alicia? —preguntó Max, mirándola—. ¿Recuerdas lo doloroso que fue
revivirlo todo?

—Sí, pero quería descubrirlo.

—Porque tú sabías que había algo por descubrir. Ella no lo sabe. No voy a
obligarla a enfrentarse a ello si no es completa y absolutamente necesario.
Además, no es Emma.

—Sí lo es.

—No. Igual que tú no eres Alicia, ella no es Emma.


Vale, en eso tenía razón. Alice no se consideraba a sí misma la misma persona que Alicia.
En cierto modo, nunca lo había hecho.

—¿No te apena que no te recuerde? —preguntó lentamente.

Max suspiró, desdoblando los brazos para apoyar los codos en sus rodillas.

—Sí... y no. Depende del momento —miró a Alice—. Si hubiera ocurrido hace unos años,
cuando su muerte era más reciente... sí, hubiera intentado que me recordara. Por todos los
medios. Pero no ahora. Me he acostumbrado a vivir sin ella, y sería muy egoísta por mi
parte hacer que esa chica sufriera solo para acordarse de mí.

—Pero... es tu familia.

—Sí. Y Tina, y tú, y Rhett. Todos somos una gran familia, en el fondo.

—Pero nosotros no compartimos sangre. Tú y ella, sí.

—No necesitas compartir la sangre con alguien para que sea tu familia, Alice.

Ella estaba genuinamente sorprendida. Agachó la cabeza hacia su puré y Max vio que
fruncía el ceño.

—¿Qué te pasa?

—Es que... no sé si yo podría hacer eso. Si Rhett, o Jake, o tú mismo... si os olvidarais de


mí, no podría evitar ser egoísta y obligaros a recordarme de nuevo.

Max lo consideró un momento.


—Eres muy joven. Necesitas ser egoísta. Ya tendrás tiempo para dejárselo a los demás.

—¿Lo tendré? —preguntó Alice tristemente.

—Sí.

La respuesta rotunda de Max la sorprendió. Levantó la cabeza y lo miró.

—¿Sí?

—Sí —repitió—. No voy a dejar que te mueras tan fácilmente, Alice.

—Pero... antes...

—Antes tenía que evitar que mataras a alguien con esa máquina —replicó Max
lentamente—. Intento tener siempre un plan de emergencia.

—¿Un... plan de emergencia? Él

se puso de pie.

—Sí. Te aseguro que vamos a intentar que no te mueras tan fácilmente.

—¿Lo prometes?

—Sí, pero... —se detuvo y puso una mueca confusa—. ¿Qué demonios haces? Alice le

enseñaba el meñique. Frunció el ceño.

—Jake hace las promesas así.

—¿Así?

—Tienes que enganchar con el mío.

—Sí, claro.
—¡Venga, hazlo!

—¿Te crees que tengo diez años? Soy mayorcito para...

—Sé que eres un viejo. ¡Hazlo!

—Vale, para empezar, yo no soy un viejo y...

—¡Solo hazlo!

Max puso los ojos en blanco y lo hizo. Alice sonrió ampliamente.

—Lo prometo —dijo él, soltándola después—. ¿Puedo irme ya?

—Sí. Tienes mi permiso.

—Muy bien. Termínate eso antes de que vuelva a hacer mi ronda o te haré comerte
dos más.
CAPÍTULO 42

—Alice —Tina le daba suaves golpes en la mejilla—. Alice, cielo, despierta.

Ella abrió los ojos y parpadeó varias veces, alterada. Se calmó al ver la cara de Tina.

—¿Qué...? ¿Pasa algo?

—No exactamente. Voy a necesitar que estés despierta. Han venido a verte.

—Oh.

Alice se frotó los ojos y vio, con cara de asco, que Tina ya preparaba las bandejas de
puré. Levantó la mirada y vio que la puerta se abría. Su corazón se aceleró cuando Rhett
apareció. Sonrió ampliamente al verlo.

—Rhett —intentó ponerse de pie.

—Quieta —advirtió él, acercándose. Parecía un poco acelerado—. ¿Qué tal estás?

—Acabo de despertarme. ¿Tú qué crees? Adormilada.

Alice se pasaba muchas tardes durmiendo. Se frotó los ojos. ¿Qué hora debía ser?

Rhett le dedicó una sonrisa fugaz que se borró cuando le tomó la mano y le revisó los
dedos azulados.

—¿Por qué no has venido en tantos días? —preguntó Alice, viendo como la revisaba.

—He estado ocupado.


—¿Tan ocupado como para no venir a verme?

—No he podido venir porque estaba ocupado por ti —replicó Rhett, sujetándole la cara
para revisársela.

—¿Por mí...? ¿Qué quieres dec...?

—Sht —le revisó los labios, haciéndola callar—. Tienes peor aspecto.

—Vaya, muchas gracias.

—Alice —él se detuvo y respiró hondo—. He tenido que ir a por ayuda con tu
problema.

—¿Ayuda?

—Sí. Ayuda. A buscar a alguien que supiera sobre androides y pudiera ayudarte. No ha
sido fácil, te lo aseguro, pero...

—¿Has encontrado a alguien? —ella parpadeó, sorprendida.

Rhett la observó un momento antes de hacer un gesto a la puerta. Alice lo miró, confusa,
antes de girarse hacia ella.

Entonces, no entendió nada al ver que Max entraba con cara de tensión. Iba seguido de
tres guardias con las pistolas en las manos. Y, entre ellos... el padre John.

Alice se quedó paralizada por un momento y notó que Rhett la observaba,


preparado por cualquier reacción. El padre John andaba con su bastón. Iba detrás
de Max, pero la vio enseguida y en su rostro se pudo apreciar la concentración al
revisarla de pies a cabeza.

—¿Qué...? —Alice miró a Rhett. El pecho de ella subía y bajaba a toda velocidad—. ¿Qué
hace él aquí? ¿Qué...?
—Relájate, Alice —le dijo Max.

Alice lo miró, perpleja, cuando dejaron que el padre John se quedara a los pies de su
cama con su traje inmaculado y su bastón perfecto.

—Yo también me alegro de verte, hija —replicó él.

Alice entreabrió los labios sin entender nada.

—¿Por qué está aquí? —miró a Max—. ¿Han...? ¿Nos han...?

—Estamos en plena tregua temporal —replicó el padre John, observando con curiosidad
las máquinas a las que estaba conectada.

—¿Tregua? —Alice miró a Rhett en busca de respuestas.

—Ha accedido a intentar curarte —replicó él.

—¿Él ha...? —Alice retrocedió, negando con la cabeza—. No. No él. No.
—Alice... —empezó Rhett.

—No. No voy a dejar que se acerque a mí. Podéis volver a echarlo.

—Alice —la voz de Max sonó más firme—, es por tu bien. Así que cállate y
acepta la ayuda.

Ella le frunció el ceño, pero no dijo nada. Vio que la mirada del padre John se agudizaba y
bailaba de Max a ella. Después, esbozó media sonrisa.

—Bueno, voy a necesitar llevarla a las camillas del fondo —replicó él, pensativo
—. ¿Alguien tiene una silla de ruedas o...?

Se calló al ver que un guardia se inclinaba hacia delante e intentaba agarrarla, pero Alice
se apartó y se cruzó de brazos.

—No voy a dejar que lo haga —repitió—. No va a salvarme, solo quiere colarse en la
ciudad.

—En realidad, mi intención sí es salvarte, hija —replicó el padre John suavemente—. Por
si se te había olvidado, sigo necesitándote viva.

—En cuanto estés mejor, él se marchará y todo volverá a la normalidad —Max asintió
con la cabeza.

Alice suspiró, cerrando los ojos por un momento.

—¿Y si no me cura?
—No he podido ni revisarte —dijo el padre John—. No recordaba que perdieras las
esperanzas tan rápido.

Ella le clavó una mirada que hubiera helado el infierno, pero su padre ni siquiera se
inmutó. El guardia volvió a intentar acercarse, pero Rhett lo detuvo por el pecho,
enarcando una ceja. Se agachó él mismo y Alice le rodeó el cuello con los brazos
automáticamente, dejando que la llevara. El padre John lo observaba todo con curiosidad
en los ojos, pero no dijo nada.

Rhett la condujo hacia las camas del fondo y Alice tuvo ganas de apretujarse contra él,
pero se contuvo por el público que tenían detrás. Junto a ellos estaban las máquinas cuyo
funcionamiento Tina desconocía. Alice vio que el padre John las miraba de reojo y se
acercaba directo a una. Dejó el bastón apoyado en la pared y cojeó elegantemente hacia
esta, pasándole la mano para quitarle el polvo.

—Túmbala —le dijo a Rhett sin mirarlo.

Por la cara de Rhett, Alice supo que tampoco le hacía mucha gracia tener que obedecerle.
Sin embargo, la dejó en la camilla vacía, tal y como había indicado. Alice parpadeó
cuando el padre John se acercó y encendió el foco que tenía encima.

—No creo que los guardias sean necesarios, Max —le dijo, mirándolo—.
Después de todo, mi hija ya tiene dos guardaespaldas, ¿no?

Max pareció querer decir algo, pero se limitó a hacer un gesto a los guardias, que fueron
a esperar al pasillo. Tina seguía a un lado, mirándolo todo con cierta tensión en los ojos.
Estaba junto al bebé y no parecía tener ninguna intención de alejarse de él.

—Bien —el padre John ajustó el foco encima de Alice—. Dame una mano.
Alice le apretó los labios, pero obedeció. Se le hizo extraño dejar que el padre John la
tocara cuando, en realidad, su mayor deseo era robarle la pistola a Rhett y apuntarlo con
ella.

—Mhm... —John no pareció muy contento al ver sus dedos.

Alice vio que pasaba el pulgar por encima de ellos y la piel quedaba momentáneamente
blanca antes de volver al azul. Dejó su mano con cuidado en la camilla y se inclinó con el
ceño fruncido por la concentración. Ella se tensó, pero no se movió cuando le puso dos
dedos en el cuello. Lo repasó hasta llegar a la garganta y frunció un poco más el ceño.

—Abre la boca, 43.

Ella enarcó una ceja.

—Alice —corrigió él con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Por favor.

Ella decidió obedecer y abrió la boca. El padre John le sujetó la mandíbula y pareció
revisar algo que no lo dejó muy contento. Dejó que volviera a cerrarla y le puso una
mano en el estómago.

—Voy a necesitar que colabores un poco más, Alice —replicó, centrado en


presionar un punto exacto en su estómago—. ¿Te duele?

—No.

Presionó otro punto. Esta vez, rozaba su número.


—No —repitió Alice.

Entonces, presionó con suma suavidad un punto en su estómago y ella dio un respingo.
Eso sí que había dolido. Y mucho. La sensación más parecida que pudo encontrar fue que
le apagaran un cigarrillo en la piel justo en ese punto. El padre John la soltó sin siquiera
parpadear al ver su mueca.

—Siéntate.

Ella obedeció a regañadientes cuando él se asomó a su espalda y bajó un poco el cuello


de su bata, apartándole el pelo. Soltó un ruido de desaprobación.

—¿Vas a decir algo ya o solo has venido a revisar? —preguntó Rhett.

John se separó, dejando caer el pelo de Alice sobre su espalda.

—Un poco de paciencia, chico —replicó lentamente, sin mirarlo—. Las cosas bien
hechas llevan su tiempo.

Rhett enarcó una ceja, poco convencido.

—¿Cuánto hace que estás así? —preguntó John, levantándole un brazo y


doblándoselo, mirando su codo.

—Una semana y dos días —dijo Max por ella.

—¿Cuándo fue la última vez que perdiste la memoria?

Alice levantó las cejas. ¿Había dicho ella que le hubiera sucedido?
—No me mires así, Alice, yo te creé. Sé todo de ti. Incluso tus posibles fallos — replicó
él frívolamente—. ¿Cuándo fue?

—El primer día.

—¿Ha vuelto a ocurrir?

—No.

—¿Has tenido dolores de cabeza?

—Sí.

—¿Sueños?

—No.

El padre John se detuvo y la miró un momento, por primera vez sin palabras. Después,
se acercó a sus piernas y presionó un punto de la rodilla con un dedo. Era casi imposible
verlo sin conocerlo, pero Alice lo conocía muy, muy bien. Y supo que no le gustaba lo
que veía. Se acercó al tobillo y lo examinó con los ojos.

—Mhm... —murmuró.

—¿Mhm...? —repitió Rhett, enarcando una ceja.


—¿Sabes algo o no? —preguntó Max, todavía cruzado de brazos.

—Tengo una teoría —murmuró el padre John, volviendo a las manos de Alice. Sujetó
una y miró la parte azulada con gesto pensativo—. No puedo probarla con una primera
mirada.

—¿Sobrevivirá? —preguntó Rhett con un poco más de ansiedad de la que parecía


pretender.

John observó la mano por unos segundos más antes de clavar los ojos en él.

—Tiene posibilidades. Si no es tarde.

Alice intentó que no se notara lo aliviada que estaba. Vio que Rhett soltaba todo el aire de
sus pulmones.

—Pero voy a necesitar un poco más de información sobre todo esto —replicó el padre
John, mirándola—. ¿Qué has estado haciendo para llegar a este estado?

—Usamos una máquina de memoria en ella —dijo Max sin titubear.

El padre John enarcó lentamente una ceja, sacudiendo la cabeza.

—Sí. Debí suponerlo.

—¿Y eso qué quiere decir? —Alice también enarcó una ceja, quitando su mano.

El hombre suspiró y se tomó un momento para estirarse y agarrar su bastón de nuevo.


Se apoyó en él con ambas manos y clavó los ojos en Max.
—Ahora mismo, Max, debería estar dejando que entraran todos mis guardias para
matarte. Has dañado mi mejor modelo.

—No es un modelo —Rhett frunció el ceño—. Y te recuerdo que no estás en


posición de amenazar a nadie. Di cómo curarla y vete.

—¿Que os diga...? —el padre John sacudió la cabeza y empezó a reírse—. Chico,
deberías pensar un poco más antes de hablar. Es un modelo avanzado. Última
tecnología. Única en el mundo. ¿De verdad te crees que estoy dispuesto a dejar su
arreglo en manos de alguien que no sea yo mismo?

Rhett apretó los labios, pero no dijo nada cuando Max le hizo un gesto que el padre John
no dio señales de ver.

—No, es bastante más serio de lo que creía —murmuró él—. Va a llevar unos días que
determine si puedo arreglar el desastre que habéis hecho o no. No se puede jugar con
tecnología que desconoces o suceden estas cosas.

Él suspiró largamente y miró a Max.

—Los androides pueden ser parecidos a los humanos, pero hay muchas funciones que
no pueden cumplir como ellos. Una de esas funciones es la producción de un tipo de
célula cerebral que el cuerpo humano produce naturalmente. Con los suplementos
necesarios, no hace falta preocuparse por ello durante varios años. El problema viene
cuando forzamos demasiado la maquinita que tienen dentro de la cabeza.

—¿Y eso en cristiano es...? —Rhett enarcó una ceja.

—Tiene recuerdos bloqueados y queréis acceder a ellos, supongo —dijo John—. Os


habéis creído que es tan sencillo como intentar evocarlos con una máquina, pero no es
así. El cerebro de un androide es mucho más complicado que el de
un humano. Si lo fuerzas de la manera incorrecta, puedes formar un fallo en cadena que
termine dejándolo todo... como la ha dejado a ella. Un cerebro humano estimularía la
célula que os he dicho cuando intentarais eso. Pero, como he dicho también, un androide
no tiene esa capacidad. Básicamente, habéis estado a punto de dejarla sin eso.

—¿Tiene cura? —preguntó Max.

—Tiene arreglo, sí.

El padre John señaló a Alice con la cabeza.

—Pero no aquí. En mi ciudad. Bajo mis condiciones.

—No —empezó Rhett a negar con la cabeza.

—Esta es una conversación de adultos, chico —le dijo John frívolamente—. Si no


puedes escuchar y callar, te recomiendo que te vayas.

—Esta no es tu ciudad, John, es la nuestra —replicó Rhett, a su vez, acercándose un paso


—, y no estarías vivo, aquí, de pie, de no haber sido porque Alice te necesita. Así que
soy yo quien te recomienda que dejes de soltar sermones y empieces a decirnos cómo
curarla. Aquí.

Alice se esperaba una respuesta mordaz que no llegó. Al contrario. El padre John soltó
una risa suave y se giró hacia ella.

—¿Eso es lo que te gusta ahora, hija? ¿Los chicos irrespetuosos? ¿Es así de
irrespetuoso en todo?

—Estamos aquí para hablar de cómo curarla —le recordó Max, sujetando a Rhett del
brazo cuando fue a adelantarse—. Si no puedes ayudarnos, no solo perdemos
nosotros. Tú también. Y Alice no saldrá de aquí, así que necesitaremos una
alternativa.
El padre John lo consideró un momento, pasándose una mano por el mentón mientras se
sujetaba al bastón con la otra. Se giró hacia Alice y le volvió a mirar las manos, pensativo.

—Hay una alternativa —dijo, finalmente—. Podría intentar hacerlo aquí, pero... tengo
mis condiciones.

—Tus condiciones —repitió Max, enarcando una ceja.

—No va a ser cosa de un día. Voy a necesitar tiempo para poder hacerlo bien.

—¿Cuánto tiempo?

—No lo sé, Max. Variará en función de la respuesta del sujeto. Pueden ser días. Siendo
positivos.

Alice miró a Max, que parecía estar considerándolo. Él se frotó la barbilla y, por un breve
momento, Alice supo que le diría que no. Era difícil que Max metiera el enemigo en casa.
Y más si era solo por un androide. En el fondo, podía entenderlo. Tenía que pensar en el
bien común.

Apartó la mirada cuando vio que Max iba a hablar.

—¿Cuáles son tus condiciones?

Ella levantó la cabeza, sorprendida. El padre John sonrió.

—Quiero tener mi seguridad garantizada durante el tiempo en que tenga que cuidar
de mi prototipo.

Rhett apretó los labios.

—No es un prot...

—Dalo por hecho —lo cortó Max.


—Y quiero que mis hombres se vayan a casa. Con seguridad garantizada.

La frase quedó suspendida en aire por unos segundos. Alice miró a su padre con
desconfianza. ¿Qué estaba diciendo? Max también pareció algo confuso, pero no
preguntó.

—Muy bien.

—El día que termine con todo esto... —añadió, señalando a Alice—. Quiero que seáis
vosotros tres quienes me llevéis a casa de nuevo. Garantizando mi seguridad, de nuevo,
en todo momento.

Había señalado a Alice, Rhett y Max. Cada uno parecía más desconfiado que el anterior.

—¿Y por qué no querrías volver con los tuyos? —preguntó Rhett entrecerrando los
ojos.

—Mi seguridad estará mucho menos comprometida en un coche con vuestro alcalde,
chico.

Alice seguía sin confiar demasiado en él, especialmente porque se imaginaba que su
tercera condición sería recuperar la memoria correspondiente a la creación de nuevos
androides.

Sin embargo, no lo hizo. Se limitó a apoyar ambas manos en el bastón.

—¿Bien? ¿Tenemos un trato?

Max tardó unos segundos, pero finalmente asintió con la cabeza y estiró la mano hacia él,
apretándosela.

—Tenemos un trato.
CAPÍTULO 43
—Bueno, está claro que los padres no se eligen.

Alice sonrió y sacudió la cabeza cuando Rhett terminó de decirlo. Por fin estaban solos.
Él se dejó caer en la silla de su lado.

Ella se dio cuenta, por primera vez desde que había entrado en la sala, de que parecía
cansado. Más bien agotado. Como si llevara un tiempo sin dormir bien. Alice hubiera
estirado la mano hacia él para pasársela por la mejilla, pero ella también se sentía
bastante agotada. De hecho, tenía los músculos medio dormidos.

—¿Por eso no has venido a verme en todos estos días?

—¿Por qué te creías que era? —frunció el ceño—. ¿Te creías que me había ido con otra
o qué?

—Charles parecía interesado. Era una posibilidad a tener en cuenta. Rhett

le puso mala cara y Alice volvió a sonreír.

—¿Fue idea tuya traerlo? —preguntó suavemente.

—Mi idea era ir a por cualquier científico loco y obligarlo a ayudarte, pero...
bueno, supongo que él es quien sabe más sobre cómo ayudarte.

—No me gusta tener que pedirle ayuda —admitió en voz baja tras una breve pausa.

—Ni a mí, pero... prefiero eso a verte así.

Alice vio que se quedaba en silencio por un momento, apartando la mirada.


Decidió esbozar una pequeña sonrisa.

—¿Acabas de llamarme fea en toda la cara? —enarcó una ceja, divertida.


Rhett le dedicó una mirada agria de ojos entrecerrados.

—No empecemos.

—¿Te parece que esa es la mejor manera de tratar a una señorita?

—A una señorita pesada, sí.

—Rhett, si sigues tratándome así de mal, podría irme yo con otro. Con Kenneth, por
ejemplo, y dejarte solito.

—¿A que me voy yo y te dejo solita a ti? —se irritó.

—Es broma —Alice empezó a reírse. Se estiró para sujetarlo del brazo cuando hizo un
ademán de levantarse. Le dolió cada músculo del cuerpo cuando tiró de él—. Vamos, no
te enfades.

—No estoy enfadado. Estoy ligeramente irritado.

—Ven, túmbate conmigo.

Se le pasó la ligera irritación por un momento en el que pareció dudar.

—No sé si es lo mejor para ti, Alice.

—Rhett, he estado aquí durante semanas completamente sola. Me lo debes.

—¿Que te lo...? ¡He ido en busca de un psicópata solo por ti!

—¡Pero me debes un favor!

—¿Yo? ¿Desde cuándo?

—¡No lo sé, pero seguro que me debes alguno, ven aquí!


Él le puso mala cara, pero se acercó y se tumbó con cuidado. Alice estaba encantada y
divertida por partes iguales cuando vio que se quedaba a su lado, completamente tenso
para no rozarla.

—No soy de cristal, ¿sabes?

—Prefiero no arriesgarme.

Ella lo ignoró completamente y lo abrazo con las piernas y los brazos, como un koala.
Apoyó la cabeza en su pecho y levantó la mirada para ver que él había puesto mala cara.

—¿No te recuerda esto a cuando te hacías el estrecho conmigo? —sonrió


ampliamente.

—No me hacía el estrecho, ¿vale?

—Claro que sí. Eras un aburrido.

—Yo no era... ¿a que me voy?

—Vale, vale —Alice se acomodó un poco más contra él, felizmente.


—¿Sabes lo que me hará Tina si me encuentra aquí?

—No volverá hasta dentro de un buen rato —le aseguró Alice con los ojos ya
cerrados.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—He tenido suficiente tiempo libre como para saber a qué hora viene y a qué hora se va,
te lo aseguro.

Rhett suspiró. Seguía estando un poco tenso, así que Alice decidió separarse y tumbarse
a su lado. Se miró las manos. Rhett le sujetó una y miró los dedos azulados con el ceño
fruncido.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.

—Mejor de lo que creo que pensáis —le aseguró en voz baja—. Todo el mundo me
trata como si fuera a romperme solo con rozarme.

—La gente está preocupada —Rhett frunció el ceño—. Has causado un poco de revuelo
entre los demás androides.

—¿Yo?

—Todos tienen miedo de ser los siguientes en estar aquí tumbados.

Se preguntó si Max, Jake, Trisha o cualquier otra persona le habría contado eso.
Seguramente no, simplemente para no preocuparla. Le gustaba que Rhett sí lo hiciera.
—¿Dónde va a dormir John? —preguntó ella.

—No lo sé. Supongo que Max le dará una habitación individual.

—Sí, dudo que alguien quiera compartir habitación con él —murmuró Alice con media
sonrisa un poco amarga—. Los humanos lo odian porque intentó atacarlos y los
androides lo odian todavía más por... bueno, por todo.

—¿Y tú? —él la miró.

Alice parpadeó, confusa.

—¿Qué?

—¿Tú también lo odias?

Ella lo consideró un momento. La verdad era que no se lo había llegado a plantear.


Había tenido la tentación de dispararle más veces que a nadie más en el mundo, había
abandonado a Alicia, a su madre, había intentado hacerse con Jake...

—No lo sé —murmuró.

—Nadie podría culparte si lo hicieras, ¿sabes?

—Lo sé, pero... quizá odiar no sea la palabra.

Después de todo, técnicamente, seguía siendo su padre. ¿Se podía odiar a un padre? ¿Eso
era correcto? No estaba segura.
—No quiero hablar de él —ella volvió a acercarse un poco—. Te he echado de menos.

Rhett pareció relajarse un poco.

—Sí, yo he echado de menos tener a alguien a quien gritar en clase.

—Vale, no he echado de menos esa parte.

—Ve haciéndote a la idea de que vas a dar unas cuantas vueltas al gimnasio en cuanto te
pongas de pie. Habrá que volver a ponerte en forma.

—Y tú ve haciéndote a la idea de que no pienso hacerlo.

Alice se inclinó hacia él y le puso una mano en la mejilla para besarlo. Sin embargo, no
había llegado a hacerlo cuando la puerta se abrió de golpe.

—¡AAAAALIIIICEEEEE!

Rhett puso los ojos en blanco.

—Ya empezamos —masculló.

Jake iba muy decidido hacia ellos, pero se detuvo cuando vio lo que había
interrumpido y puso una mueca.

—Qué asco. Haced vuestras guarradas en privado.


—¿Qué guarradas? Si siempre nos interrumpes, enano —Rhett le frunció el ceño.

—Bueno, tortolito, relájate —Jake se acercó a ellos—. He visto al tipo que


acompañaba a Max y a los guardias hacia arriba. ¿Es...?

Alice dudó un momento antes de asentir con la cabeza.

—Está aquí para ayudarme.

—Ya veo —Jake pareció pensativo—. ¿Y él sabe... sabe quién soy?

—No sabe cómo eres, puedes estar tranquilo —le aseguró ella.

—Mejor, mejor.

—¿Qué te ha parecido tu papi? —Rhett le sonrió maliciosamente—. ¿Es como te


esperabas?

—Bueno... no es calvo, lo que me da buenas expectativas para el futuro. Es algo.

Él pareció pensar en algo más positivo, pero no debió ocurrírsele, así que se encogió
de hombros y sonrió ampliamente.

—En fin, Tina me ha dicho que va a bajar en cinco minutos y espera no


encontrarse a nadie con Alice. Quería que viniera a avisarte, Rhett.
—Sí, ella siempre es muy sutil con sus avisos.

Rhett se incorporó y salió de la cama. Alice les puso una mueca cuando los dos se
alejaron tras despedirse. Otra vez sola.

***

Los siguientes días parecieron pasar más rápido que los anteriores.

Alice tenía que soportar al padre John a todas horas, pero no era tan insostenible como
creyó que podía llegar a ser. Más que nada, porque él no hablaba demasiado. Solo hacía
su trabajo en silencio. Lo único que decía eran algunas instrucciones simples como
levantar un brazo o enseñarle las palmas de las manos. Además, siempre había guardias
vigilándolo y Alice podía preguntarles si había pasado algo interesante en la ciudad.

La respuesta solía ser un no, aunque en una ocasión le contaron que Charles no había
tenido otra idea que meter alcohol en el agua a la hora de comer. Y Max, como castigo, lo
había obligado a beberse siete vasos seguidos. El pobre se pasó casi diez horas
durmiendo en su caravana.

Por lo demás, no había mucho que contar. El padre John realmente parecía centrado en
su labor. De hecho, en algunas ocasiones, Alice casi se sentía como si volvieran a ser un
padre con una androide, como un año atrás. El lugar no había cambiado, pero ellos sí.
Era extraño pensarlo.

Llevaba una semana con ella cuando pidió que usaran una de las máquinas del fondo del
hospital. Alice vio que le ponía algo encima del estómago, justo donde ella sabía que
tenía el núcleo, y miraba algo en una pantalla pequeña. Se había puesto las gafas y
pasaba el dedo por encima de la pantalla con el ceño fruncido por la concentración. Alice
estaba tumbada mirando el techo. Llevaban así casi una hora. Además, Charles había
sido el guardia asignado para vigilar al padre John. Y no dejó de resoplar, aburrido.
—¿Falta mucho? —preguntó, impaciente.

El padre John no despegó los ojos de la máquina.

—Falta lo que tenga que faltar.

—Vaya, muchas gracias —murmuró.

Él lo ignoró mientras se centraba en algo. Sus dedos pulsaron dos teclas y siguió
con su trabajo. Alice lo miró, también aburrida.

—¿Puedo preguntar qué estás haciendo ahora?

—Podría explicártelo, pero no tienes los conocimientos necesarios como para


entenderlo y no quiero malgastar saliva.

—Con qué elegancia te llaman tonto por aquí —murmuró Charles.

—Creo que voy a poder entenderlo si me lo explicas bien —le aseguró Alice de mala
gana.

—Estoy comprobando que todos los componentes de tu núcleo siguen sus


funciones indicadas.

—¿Y lo hacen?
El padre John dejó la pantalla un momento para apuntar algo en un papel.

—Sí.

—¿Eso quiere decir que estoy bien?

—No.

—Pues vaya padre estás tú hecho —murmuró Charles.

El padre John se detuvo y lo miró.

—Necesito que vayas arriba a por mi cuaderno azul.

—¿Yo? —preguntó Charles, llevándose una mano al corazón—. Pero hay muchas
escaleras.

—Seguro que podrás hacerlo.

—¿Y no puedes ir tú?

—¿Vas a encargarte tú de comprobar el núcleo de mi androide si voy yo?

Charles suspiró y se puso de pie. Cruzó el hospital silbando y escucharon sus pasos por
el pasillo. Alice negó con la cabeza. Menudo guardaespaldas estaba hecho. Alice miró
a su padre y se dio cuenta de que era la primera vez que estaba sola con él desde que
había vuelto. De hecho, era la primera vez que estaba sola con él en mucho tiempo.
—Todo el mundo aquí parece querer cuidarte —murmuró él, moviendo el foco que
tenía encima de Alice por unos centímetros.

Ella no respondió, desconfiada. El padre John suspiró al ver su expresión.

—No hace falta que estés a la defensiva, Alice. Solo era un comentario.

—No necesito tus comentarios.

—En realidad, sí los necesitas —señaló la máquina con un dedo.

—Lo que necesito es que me cures, puedes ahorrarte la charla.

Él la miró un momento antes de esbozar media sonrisa.

—¿Puedo preguntar a qué viene tanta agresividad?

Alice estuvo a punto de echarse a reír. ¿Lo estaba preguntando en serio? ¡Tenía que ser
una broma!

—Para empezar, hasta hace poco nos tenías amenazados de muerte. A todos los de la
ciudad.

—Hija, si hubiera querido matarte, ya estarías muerta. Igual que el resto de tu querida
ciudad.

—¡Mandaste a Ben a hacerlo!


—¿Al padre de tu novio? No, yo no mandé a nadie. Vino porque así lo quiso — se cruzó
de brazos, pensativo—. Ben era un buen líder. La gente lo seguía sin dudar solo por la
seguridad que mostraba. Pero era demasiado impulsivo. Tenía que deshacerme de él de
alguna forma y no podía hacerlo directamente sin que toda la Unión me diera la espalda,
así que dejé que viniera en esa misión suicida y vosotros os encargasteis del trabajo sucio.
Ahora, él es un héroe caído de guerra y yo dirijo la Unión.

Alice lo observó un momento, boquiabierta. Acababa de decirle que había dejado que un
hombre fuera a su propia muerte sin siquiera parpadear. Era como si no pudiera sentir
nada. Era increíble que alguien así hubiera sido tan diferente un año atrás.

—¿Es que solo somos basura para ti? —le espetó, enfadada—. ¿Somos solo peones en un
juego gigante? ¿No te importa que alguien muera a tus órdenes?

—Alice, querida, hay que tener sangre fría para conseguir ciertas cosas en un mundo como
este.

—¿Sangre fría? ¡Hay que tener humanidad!

—Tengo humanidad con quien tengo que tenerla.

—¿Y con quién es, papá? ¿Contigo mismo?

—Con mis hijos —enarcó una ceja—. Por eso os he mantenido vivos tanto tiempo. Por
eso no os puse en riesgo atacando la ciudad. Y por eso estoy aquí.
—Solo estás aquí porque si me pierdes a mí te sentirás como si perdieras un logro
profesional. No te importamos. No te importa nadie que no seas tú.

—Eso no lo sabes.

—Lo sé perfectamente.

Él la observó un momento. Casi pareció irritado.

—¿De verdad te crees que me habría molestado en venir hasta aquí si no fuera porque eres
mi hija?

—¡Hace un año dijiste que no era tu hija, que solo era una máquina sin
sentimientos!

—En un año pueden pasar muchas cosas —él apartó la máquina—. Uno puede aprender
muchas cosas.

Alice apretó los labios en su dirección. Seguía sin confiar en él.

—Hacía mucho tiempo que no me llamabas papá —añadió, mirándola.

Ni siquiera recordaba haberlo hecho, pero no importaba. Había sido sin pensar. No
significaba nada. No cambiaba nada.

—Pues no te acostumbres.

—Te guste o no, soy tu padre.


—No, nunca te has comportado como tal.

—¿Y quién lo ha hecho? ¿Max? ¿Te crees que él no te sacrificaría por el bien de la
ciudad?

—Tú no sabes...

—Si ahora mismo le dijera que te entregara a cambio de prometerle que jamás volveré a
molestarlo, ¿crees que te elegiría a ti, Alice?

Ella abrió la boca, pero volvió a cerrarla, sin encontrar la respuesta que quería. El
padre John sacudió la cabeza.

—Puede tenerte cierto cariño, sí, pero nunca te querrá como si fueras su hija biológica.
Nunca podrás sustituirla.

—Yo no quiero sustituir a nadie —masculló Alice en voz baja.

—Oh, claro que quieres. Quieres sentirte como si los que te cuidan aquí fueran tu
pequeña familia nueva. Pues lo siento, querida, pero no es así. Yo soy tu familia. Tu
hermano es tu familia. Tarde o temprano, vas a tener que entenderlo.

Alice decidió no responder. Le hervía la sangre por la rabia. Apartó la mirada y tragó
saliva.

—¿Has pensado en qué harás cuando termine de arreglarte? —añadió él de pronto.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó ella, entrecerrando los ojos.
El padre John repiqueteó los dedos en la máquina, pensativo.

—Podrías venir conmigo.

La frase quedó en el aire por unos segundos. Alice entreabrió los labios. Ni siquiera estaba
enfadada, solo estupefacta.

—¿Venir contigo?

—Sí. Podrías volver a casa.

—Ya estoy en casa.

—Podrías tener todo lo que quisieras —la ignoró—. Y no tendrías que volver a
preocuparte de que te pasara algo así. Yo cuidaría de ti. Cualquier científico lo haría.

Alice frunció el ceño.

—No voy a entregarte a mi hermano.

—No te he pedido a tu hermano. Puedo vivir sabiendo que está a salvo con humanos. Pero
tú... eres un caso distinto. Eres un androide. Tarde o temprano, volverás a necesitar mi
ayuda. Y querrás tenerme cerca.

—O no —ella se puso a la defensiva—. Quizá no vuelva a tener ningún


problema y no vuelva a necesitarte, ¿sabes?
—Quizá. Quién sabe.

Él volvió a observar la pantalla de la máquina.

—La vida da muchas vueltas —murmuró, centrado en su labor.

Alice decidió no responder y clavó los ojos en cualquier otra parte de la sala.

—Por cierto... —su padre la miró de reojo.

—¿Qué?

Él se quitó las gafas y se las limpió distraídamente con la camisa.

—Voy a poder salvarte la vida.

***

Alice estaba un poco más emocionada de lo que debería cuando Rhett entró en el
hospital días más tarde. Tenía una prueba física para ver si había mejorado lo suficiente
como para reincorporarse a las clases. Solo quería una excusa para no volver a pisar el
hospital. Y había estado practicando desde que el padre John le había dado algo para
comer y se había podido poner de pie. El azul de las uñas ya casi había desaparecido. Y
se sentía mucho más enérgica que de costumbre. Incluso mejor que antes. Estaba dando
tumbos alrededor del bebé cuando apareció Rhett.

—¿Estás segura de que...?


—Por fin —murmuró ella, pasando por su lado.

¡Por fin podía salir de ahí!

—¡Eh, espera! —Rhett se apresuró a seguirla—. Frena un poco, vaquera.

Alice lo ignoró completamente. No estaba segura de si estaba más emocionada por poder
vestirse como siempre o por volver a entrenar. Nunca habría creído que poder correr la
hubiera hecho tan feliz. Subió las escaleras a toda velocidad y no sintió ni un poco de
dolor. Rhett tuvo que trotar unos metros para seguirla, poniéndole mala cara.

—¿Puedes disminuir esa velocidad? Me estás cansando solo de verte.

—Ya me gustaría ver cómo estarías tú si te hubieran obligado a quedarte ahí abajo durante
un mes entero. Me estaba volviendo loca.

—Pero...

Ella se giró y le hizo un gesto.

—Cállate. No me cortes la ilusión.

Rhett suspiró, siguiéndola.

—¿Te acuerdas de esa lejana época de nuestras vidas en la que te decía que hicieras algo y
tú, simplemente, lo hacías?
—Sí.

—La echo de menos.

Alice sonrió ampliamente y le enganchó un brazo con el suyo.

—No, no lo haces.

—Sí, sí lo hago.

—Aburrido.

—No soy un aburrido.

—Sí lo eres.

—No lo eres.

—Sí lo eres.

Ella empujó la puerta principal del edificio y se sorprendió al ver que casi no hacía frío.
De hecho, el sol le dio directamente en la cara, haciendo que tuviera que entrecerrar los
ojos. Puso una mueca, haciéndose sombra con la mano.

—Ugh —Rhett también había puesto una mueca—. Qué asco da el sol. Prefiero la
lluvia.
—Eres aburrido incluso con eso.

—¿Quieres dejar de llamarme aburrido, pesada?

Alice puso los ojos en blanco y lo empujó por el hombro, divertida.

—Aburrido.

—Tienes que dejar de hacer eso.

—¿Por qué?

—Porque mis alumnos van a dejar de tomarme en serio —él señaló con la cabeza un
grupo de chicos que los miraban con curiosidad, sentados contra el muro de la ciudad.

Alice los miró con aire divertido antes de girarse hacia Rhett.

—Podrías intentar caerles bien, para variar.

—No necesito caerles bien.

—¡Te tienen miedo!

—Pues como todo el mundo.

—Yo no te tengo miedo —ella frunció el ceño.


—Exacto. Y mira lo pesada que eres. Por eso quiero que me tengan miedo.

Alice estaba demasiado contenta como para darle importancia a eso. Se acercó y le dio
un toque en el hombro con un dedo.

—¡Carrera hacia el gimnasio!

—¿Eh?

—¡Venga!

Y echó a correr hacia él.

—¡Eh, eso es trampa! —le escuchó gritar a su espalda.

Aún así, llegaron a la vez y abrieron la puerta de un empujón. Max, el padre John y
Charles estaban ahí de pie. Los tres dieron un respingo cuando entraron entre quejas y
empujones de protesta.

—¿Se puede saber qué os pasa? —preguntó Max, poniendo los ojos en blanco.

—Nada —pero Rhett estaba irritado. Habló a Alice en voz más baja—. Eso ha sido
trampa y lo sabes.

—Te hubiera ganado igual.

—No me has ganado.


—Sí lo he hecho.

—No me has...

—¿Podemos centrarnos? —el padre John enarcó una ceja.

Los dos se cruzaron de brazos a la vez. Charles lo observaba todo sacudiendo la


cabeza. Alice lo miró.

—¿Y tú qué haces aquí?

—Vigilar que todo el mundo se porte bien —sonrió ampliamente, tirando su arma al aire
y recogiéndola como si nada—. A la mínima que hagáis algo raro. ¡PUM! En la cabecita.

—Charles, te he confiado hacer de guardia —Max le bajó la pistola—. No hagas que me


arrepienta.

El padre John los miraba de reojo.

—Sí, la seguridad aquí es muy eficaz.

—Bueno —Max miró a Alice—. ¿Estás lista?

Ella asintió con la cabeza con entusiasmo. Llevaba mucho tiempo lista. Solo quería pasar
esas pruebas y volver a su vida normal.
—Pues vamos a ello —dijo el padre John, repasando su hoja—. Primera
prueba... lucha.

—Tiene que estirar —le dijo Rhett.

—Ya he calentado cuando te he ganado la carrera —Alice sonrió ampliamente y fue


directa hacia el ring.

Rhett la siguió de mala gana y subió con ella a la baja plataforma. Los otros tres se
quedaron mirándolos mientras Alice se colocaba. ¿Por qué estaba tan entusiasmada con
la idea de golpear a alguien? Bueno, iba a intentar no darle a la cara. Le gustaba su cara.

—¿Listos? —preguntó Max, cruzado de brazos.

—Lista —anunció Alice, apretando los puños y flexionando un poco las piernas.

—Listo —dijo Rhett, claramente más calmado.

—¿Para besar el suelo? —Alice le sonrió ampliamente.

—O para hacer que lo beses tú.

Ella hizo un ademán de adelantarse y Rhett no se movió. Siempre se había preguntado


cómo sabía cuándo iba a intentar atacarlo de verdad y cuándo solo lo pretendía. Tenía un
don. O la conocía mejor de lo que le gustaría. Alice hizo otro ademán y Rhett sonrió al
no moverse. Él también hizo un ademán y Alice se protegió las costillas con un brazo...
pero no sirvió para nada porque Rhett no la había intentando golpear.
—Te noto un poco desentrenada —comentó él.

—Un poco.

Los dos daban círculos sin dejar de mirarse. Alice se mordió el labio inferior. Realmente
quería ganar.

Esta vez, dio un paso hacia delante e hizo un ademán de darle en el estómago, pero Rhett
la esquivó justo a tiempo y le atrapó el brazo con una mano. Alice intentó soltarse y él
enganchó su pierna con la suya, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera de culo al
suelo. Sin embargo, Alice no soltó su brazo y tiró con fuerza de él, rodeándolo con una
pierna y empujándolo con la otra por el estómago. Rhett cayó al suelo con ella y Alice
intentó quedarse encima, pero Rhett se adelantó y se quitó la pierna atrapándole el tobillo.
No terminaron en ser una masa de tirones y empujones que intentaban ponerse uno
encima del otro.
Alice no se había dado cuenta de que había dejado de morderse el labio y sonreía,
divertida y entretenida a la vez. Rhett también tenía una sonrisa autosuficiente.

—¿Aquí no existen los empates? —preguntó Charles.

Alice se había olvidado de su existencia. Dejó de forcejear con Rhett y quedaron los dos,
uno delante del otro, jadeando por el esfuerzo. Se sentía llena de energía. El padre John
apuntó algo en su hoja, poco sorprendido.

—Bueno, supongo que podemos darlo por válido —murmuró.

Él y Charles salieron del gimnasio para su última prueba, la de disparos. Max se detuvo
un momento para mirar a Alice y Rhett con expresión de cansancio antes de seguirlos.

—No ha sido empate —le dijo Alice en voz baja, yendo a la sala de munición y armas.
—Lo sé —Rhett entró tras ella—. He ganado yo.

—¡Iba a ganar yo!

—Que te lo has creído.

—¡No es que me lo crea, es que es verdad!

Pero perdió un poco de credibilidad cuando tuvo que dar saltitos para llegar a la parte de
arriba de la estantería, donde estaba la pistola que Max le había dado y Rhett le había
guardado ese tiempo. Él sonrió ampliamente.

—¿Necesitas ayuda?

—No.

—¿Estás segura? Seguro que yo puedo alcanzarla.

—No necesito tu estúpida ayuda.

—Vale, vale.

Alice se pusto de puntillas y casi pudo rozar la culata del arma, pero era inútil. Suspiró y
se apartó, cruzándose de brazos. Rhett sonrió ampliamente y se adelantó para agarrarla sin
ningún tipo de dificultad. Alice se la quitó de la mano, algo crispada.

—Borra esa sonrisa o voy a usar esta pistolita para algo más que para la prueba.

—Qué miedo das —él empezó a reírse.

Alice lo ignoró y salió del gimnasio, recargando su pistola. Ellos tres estaban esperándolos
junto a una estructura que Alice supuso que había servido para practicar a los alumnos de
Rhett. Había cuatro muñecos diferentes. Cada uno un poco más lejos que el anterior. Alice
estaba completamente emocionada. Hacía mucho que no disparaba.
—Ya sabes cómo funciona esto —le dijo Max.

Ella se colocó en la primera marca, preparada para apuntar.

—¿Y vas a darle en la cabeza? —el padre John no sonó muy convencido. De hecho,
sonaba como si no se lo creyera.

Alice lo miró con mala cara.

—Sí.

—¿A todos?

—Sí.

—Muy bien —pero, de nuevo, no sonó muy convencido de que fuera verdad.

Eso fue motivación más que suficiente como para que ella se colocara y disparara al
primer muñeco, dándole directamente entre los ojos. Se colocó en el siguiente objetivo y
lo repitió. Y con el tercero. El cuarto y último estaba a dos metros más de distancia. Se
colocó, respiró hondo y apuntó. Casi podía oír la voz de Rhett en su cabeza diciéndole
cómo colocarse. Soltó el aire de sus pulmones y apretó el gatillo... haciendo el recorrido
perfecto.

Se dio la vuelta hacia el padre John, enarcando una ceja. Él miró un muñeco, pero no hizo
ningún comentario y apuntó algo en su papel.

—A eso le llamo yo puntería —Charles asintió con la cabeza.

—Las consecuencias de un buen profesor —remarcó Rhett.

—Tú tuviste un buen profesor, ella ha tenido a uno medianamente pasable —le remarcó
Max, a su vez.
—¿Medianamente pasable?

Alice sonrió al ver su cara de fastidio, pero se detuvo cuando el padre John se aclaró la
garganta, devolviéndolos a la realidad.

—¿He pasado las pruebas? —preguntó ella. Él la

miró un momento.

—Supongo que sí —cerró su pequeño cuaderno—. Puedes volver a tu vida normal.


CAPÍTULO 43
—¿Cuándo se marchará?

Max también estaba mirando a través de la cafetería, donde el padre John ocupada
una mesa solo, leyendo unos papeles. Alice vio que se ajustaba las gafas sobre el
puente de la nariz varias veces, girando sus hojas.

—Cuando nos aseguremos de que estás bien —se limitó a decir Max.

—Estoy bien.

—No, Alice. Te sientes bien.

—¿Y qué diferencia hay?

—Muchas —él señaló el pasillo que les quedaba por delante—. Venga,
andando.

Alice siguió con su camino, alejándose de la entrada de la cafetería pero sin despegar la
mirada de ella. Suspiró pesadamente cuando Max le hizo un gesto para que se centrara.

—¿Y te fías de él? —preguntó Alice—. Es decir, ¿te fías de que vaya a decirte si estoy
bien o no?

—No tengo otra opción.

—Tienes la opción de echarlo.

—Alice, sé que solo quieres que se vaya, pero no siempre podemos hacer lo que
queremos.

—¿Y por qué no? Yo creo que podríamos.

Max se detuvo para mirarla.


—Desde que llegó hace unas semanas, no ha hecho más que cumplir con su palabra.
Lo mínimo que podemos hacer nosotros es cumplir con la nuestra y dejar que se
quede hasta que lo necesite.

—Para luego volver a casa y planear cómo invadirnos —murmuró ella de mala gana.

—Pues sí. Pero así funcionan estas cosas —Max enarcó una ceja—. ¿Ya has
terminado de quejarte?

—¡No me estaba quejando! Solo decía lo que pensaba.

—Te estabas quejando.

—¿Ahora quejarse es decir la verdad?

Ella se cruzó de brazos y lo siguió por el pasillo hacia la salida. Vio, a lo lejos, las
caravanas aparcadas y la gente bebiendo y comiendo a su alrededor. Seguía sin entender
por qué no entraban al edificio principal. Según Max, tenían que respetar sus costumbres.
Pero Alice opinaba que sus costumbres eran una tontería.

Pero decidió centrarse en el gimnasio, donde estaban yendo.

—¿Ya has decidido cómo se va a llamar el crío del hospital? —preguntó Max.

—Siempre tan fino...

—Me lo tomaré como un no.

—Es que... es mucha responsabilidad. ¿Qué nombre se supone que debería elegir?

—No hay ninguno que se supone que debas elegir —replicó Max—. Uno que te guste.
—¿Eso hiciste tú con Emma?

—No —negó con la cabeza—. Ella tenía el nombre de mi madre.

—Pues yo no voy a ponerle el nombre de mi padre —murmuró Alice de mala gana.

—Siempre puedes ponerle el nombre de alguien a quien admires —le dijo Max—
. Kenneth, por ejemplo.

Alice seguía sin acostumbrarse al humor de Max. Sus bromas eran escasas y muy
repentinas. A veces, tardaba unos segundos en sonreír.

—O Charlotte —puso una mueca.

Max sonrió y sacudió la cabeza, abriendo la puerta del gimnasio. Alice vio que los
alumnos de Rhett seguían dando clases como de costumbre y algunas cabezas se
giraron hacia ella. Jake y Kilian estaban con Trisha en el fondo del gimnasio,
practicando. Alice los saludó con la mano. No pudo saludar a Rhett porque estaba
ocupado aterrorizando a un pobre chico que acababa de equivocarse en un
movimiento.
Max se detuvo ahí y miró a Alice, que volvió a suspirar, dejando claro su
descontento.

—¿Tenías que hacerme de guardaespaldas hasta aquí?

—Sí.

—¿Y dónde demonios te creías que iba a escaparme?

—¿Con tal de no ir a clase otra vez? A cualquier rincón de la ciudad.

—¡Solo lo hice ayer, y ni siquiera te diste cuenta!

Se suponía que tenía que empezar las clases el día anterior y se había... ejem...
escabullido un poquito. Solo un poquito. Había decidido quedarse en la biblioteca. Pero,
claro, Rhett se había dado cuenta.

—Tu profesor me avisó —Max lo miró de reojo.

—Porque es un soplón... —masculló Alice.

—Será lo que quieras, pero ahora tú te has ganado que tenga que acompañarte a todas
partes para asegurarme de que cumples con tu deber. Como una niña pequeña.

Señaló el grupo con la cabeza.


—Venga. Ya te has perdido la mitad de tu clase.

—Uy, qué pena...

Alice se alejó de él de mal humor y se unió a los demás. Miró a Max por encima del
hombro. Él ya se marchaba como si nada, abandonándola con todas las miradas curiosas
de sus compañeros.

—¡Carne fresca!

Ella estuvo a punto de poner los ojos en blanco cuando Rhett se acercó con una sonrisa
maliciosa. Le dio recuerdos bastante oscuros de ese tiempo lejano en que Trisha le daba
palizas cada día.

—Creía que volvías ayer —Rhett se cruzó de brazos, mirándola.

Alice vio que todos sus compañeros la miraban fijamente y agachó la cabeza. Vale, se lo
merecía. Lo entendía. Pero eso no quería decir que no fuera a golpear a Rhett en cuanto
se dieran la vuelta, claro.

—Eso se suponía —masculló de mala gana.

—Pues tendremos que buscarte algo que hacer para compensar tu día libre,
¿no?

Alice lo miró con expresión agria. Él se lo estaba pasando demasiado bien.

—¿Como qué?

—No lo sé. Quizá deberíamos dejar que lo decidieran tus compañeros.


Alice los miró. Vio varias sonrisitas divertidas. Entre ellas, las de Trisha, Jake y Kilian.
De hecho, fue Trisha quien levantó la mano.

—Creo que lo más justo sería que diera algunas vueltas corriendo al gimnasio,
¿no?

Será traidora.

Hubo asentimientos con la cabeza. Alice miró a Rhett suplicándole con la mirada que se
negara, pero por su expresión dedujo que eso no iba a pasar.

—Parece que tus compañeros han decidido —él se encogió de hombros.

—Sí, eso parece.

Alice suspiró pesadamente y empezó a correr.

Y siguió corriendo, y corriendo, y corriendo, y nadie le decía que parara. De hecho, Rhett
la miraba de reojo de vez en cuando y seguía con la clase. Estaban practicando disparar
con escopeta en la zona de tiro del fondo. Alice deseó poder ir con ellos y los maldijo en
voz baja varias veces mientras seguía corriendo.

Al final, no pudo más y se detuvo, sujetándose de las rodillas. Vio que Rhett no la veía y
aprovechó para tomarse un pequeño descanso, respirando agitadamente y sudando. Vio
que Kenneth estaba en el ring con uno de los chicos nuevos. La cosa estaba bastante
igualada. Trisha los miraba fijamente y negaba con la cabeza inconscientemente cada
vez que hacían algo que consideraba malo. Debía ser raro para ella no poder volver a
luchar como antes.
Volvió a ponerse a correr mirando a sus compañeros. Miró de reojo a sus conocidos.
Todos miraban el combate. Sin embargo, algo captó su mirada. Los humanos nuevos
hablaban en voz baja, entre ellos. Parecían discutir algo con ganas. La única que no
participaba era Charlotte, que captó la mirada de Alice y clavó un codazo al chico de su
lado. Todos se callaron al instante y Alice apartó la mirada, frunciendo un poco el ceño.

Llevaba ya un rato corriendo cuando, finalmente, Rhett le hizo un gesto para que se
acercara. Alice lo hizo, sujetándose las costillas. Odiaba correr con todas sus fuerzas. Y
él lo sabía perfectamente. De hecho, Alice sospechaba que ese era el motivo exacto por el
cual la había obligado a hacerlo.

De todos modos, él la ignoró y se centró en los dos chicos del ring. Negó con la cabeza y
los detuvo con un gesto.

—¿Alguien puede decirme qué están haciendo mal?

Hubo un momento de silencio en el que varias personas parecieron querer decir algo,
pero nadie se atrevió. A veces, Alice se olvidaba de lo mucho que intimidaba Rhett si no
lo conocías bien.

—La defensa —dijo Trisha.

—¿Por qué?

—Están demasiado centrados en el ataque.

—¿Y tú qué sabrás, tullida? —le soltó Kenneth de malas formas. Seguía sin gustarle
demasiado que lo corrigieran.

Trisha ni siquiera parpadeó.

—Es lo que veo.


—Y ves bien —dijo Rhett, señalando a Kenneth y al otro chico con la cabeza—. Ambos
estáis obviando completamente la defensa.

—¡No lo estamos haciendo! —Kenneth se olvidó de su compañero y dio un paso hacia


Rhett, irritado—. Es un combate, no se trata solo de defenderte la carita.
También hay que atacar.

—Gracias por enseñarme qué es un combate —Rhett enarcó una ceja.

—Es que parece que se te ha olvidado.

Hubo un momento de silencio absoluto con varias miradas asustadas. Alice vio que Rhett
esbozaba media sonrisa y negó con la cabeza. Kenneth era idiota.
Rhett no necesitaba ninguna excusa para tratarlo mal, pero dándosela era todavía
más sencillo.

—¿Y por qué no me enseñas tú, grandullón? —Rhett subió al ring mirándolo fijamente—.
Quizá sabes más que yo y deberías ser tú el instructor en mi lugar.

Kenneth frunció el ceño, un poco confuso. El otro chico casi salió corriendo cuando
Rhett le hizo un gesto con la cabeza sin mirarlo. Se quedaron él y Kenneth uno delante
del otro. Pareció que, por un momento, el último también iba a salir del ring, pero se
mantuvo en su lugar y adoptó una posición defensiva. Rhett no se había molestado en
hacerlo.

—Venga, atácame —le dijo.

Kenneth volvió a poner una mueca confusa.

—Hace un momento no parecías pensarlo tanto, ¿no? Atácame y tírame al suelo,


vamos.
Él finalmente hizo un gesto de acercarse. Rhett lo miró, pero no se movió. Alice sintió
que se tensaba un poco más de lo necesario cuando Kenneth se lanzó hacia delante,
intentando desequilibrarlo por las piernas. Por mal que le cayera, era obvio que Kenneth
era bueno luchando... pero Rhett era mejor.

De hecho, en cuanto Kenneth se adelantó, él se movió hacia un lado y le atrapó el cuello


con el brazo. Había sido ridículamente fácil. Incluso Kenneth se dio cuenta, porque Alice
vio que su cara se volvía completamente roja mientras intentaba librarse del agarre, pero
era demasiado complicado desde su posición.

—Perfecto —Rhett miró a los demás sin soltar a Kenneth, tan tranquilo—.
¿Alguien puede decirme las tres cosas que ha hecho mal?

Hubo un momento de silencio. Solo se oía a Kenneth resoplando para soltarse, enfadado.

Alice frunció un poco el ceño cuando vio que Charlotte se aclaraba la garganta.

—Los hombros no estaban alineados con los pies —dijo.

—Bien —Rhett asintió una vez con la cabeza—. ¿Algo más?

Ella no pareció saber qué decir. Jake levantó una mano un poco temblorosa, como
siempre que hablaba en público.

—¿Que se ha adelantado demasiado rápido?

—Es posible, pero no me refería a eso.


—Las rodillas no estaban flexionadas —dijo Trisha.

—Eso es. ¿Y lo último?

Rhett repasó a todo el mundo con la mirada. Kenneth seguía retorciéndose para intentar
librarse. Su cabeza estaba completamente roja y tenía los puños apretados. Alice pensó en
no decir nada para alargar un poquito más ese momento tan bonito, pero al final optó por
dar un paso hacia delante. Rhett la miró.

—La cabeza —dijo.

—¿Qué pasa con ella?

—Que tenía la barbilla levantada.

—¿Y qué pasa cuando tienes la barbilla levantada durante un combate?

—Mayor acceso a tu cara y a tu cuello.

—Muy bien —Rhett miró a Kenneth—. ¿Crees que lo harás mejor si te doy otra
oportunidad, iniciado?

Kenneth asintió como pudo con la cabeza y Rhett lo soltó. Dio un paso atrás,
acariciándose la nuca y el cuello. Parecía furioso, pero Rhett seguía tranquilo. Le hizo un
gesto para que se acercara y Alice vio que, esa vez, se colocaba perfectamente. Se tensó un
poco. No quería ver a Rhett recibiendo un puñetazo.

El combate volvió a empezar. Esta vez, Kenneth intentó atacar las costillas de Rhett, pero
este lo esquivó fácilmente y se movió a un lado. El proceso de
esquivar y defender se repitió unas cuantas veces hasta que Kenneth perdió la paciencia
y se lanzó literalmente sobre él. Rhett puso los ojos en blanco antes de atraparlo con
facilidad, solo que esta vez lo sostuvo con un brazo en la espalda, doblándolo sobre sí
mismo y obligándolo a mirar el suelo. Alice vio que sujetaba uno de los brazos de
Kenneth sobre su espalda en un ángulo raro.

—Y ahí tenemos el fallo más común de todos; dejarte llevar y obviar la defensa
—replicó Rhett.

Kenneth soltó un grito ahogado y Alice vio que la sangre abandonaba su cara cuando
Rhett apretó los dedos en su muñeca. Seguía sujetándole el brazo por encima de la
espalda.

—Este es uno de los trucos más usados por luchadores expertos —dijo Rhett con toda
tranquilidad—. Es una llave sencilla pero efectiva. Lo único que necesitas para
hacerla es que tu oponente se lo suficientemente torpe como para bajar los brazos.

Kenneth soltó un ruido de terror cuando Rhett movió un poco se brazo. Alice sintió que
se le formaba un nudo en el estómago.

—Ahora mismo, yo tengo todo el poder —dijo Rhett lentamente—. Él no puede moverse.
Si lo hace, yo podría dar un ligero tirón de su brazo y rompérselo. Solo con un tirón.

De pronto, el silencio de la clase era mucho más tenso que el anterior. Incluso Alice
estaba tensa. Vio que Kenneth contenía un gruñido cuando Rhett le retorció un poco más
el brazo.

—¿Alguien puede decirme cómo puede librarse de esto ahora mismo? — preguntó Rhett
—. ¿Cómo puede hacer que sea yo quien pierda desde esa
posición?

Silencio. Alice miró a su alrededor. Todo el mundo parecía un poco desconcertado.


Kenneth parecía aterrorizado.

—¿Trisha? —preguntó Rhett, mirándola.

Ella negó con la cabeza.

—¿Jake? ¿Anya? ¿Charlotte?

Nadie habló. Rhett miró a Alice, pero ella solo podía ver el brazo de Kenneth
completamente tenso.

—Exacto —Rhett asintió con la cabeza—. No hay forma de librarse. Ya ha


perdido.

Soltó a Kenneth tan de pronto que él estuvo a punto de caerse al suelo. Kenneth se alejó
unos pasos, sujetándose el brazo. Tenía los labios pálidos y le temblaban los dedos.

Rhett lo miró de reojo antes de centrarse en la clase y, obviando toda la tensión de la sala,
sonrió ampliamente.

—Y eso es lo que os voy a enseñar a hacer hoy, queridos iniciados.

Hubo un momento más de silencio antes de que Alice viera que casi todo el mundo se
iluminaba con una sonrisa por la emoción de aprender a hacer eso. Suspiró,
relajándose por completo, y sacudió la cabeza.

Alice formó equipo con Anya, que era sorprendentemente eficiente, y se pasó el resto de la
clase con ella. Estaba algo cansada cuando terminó, pero se las
apañó para ir a la sala de las armas, donde Rhett colocaba unas cuantas cajas pequeñas
de munición. No se giró al oírla llegar.

—¿Qué se siente al volver de las vacaciones? —murmuró, buscando el lugar de una caja
pequeña.

Alice se cruzó de brazos.

—¿Por qué has hecho eso con Kenneth? —preguntó, entrecerrando los ojos.

—Necesitaba un voluntario. Él se ha ofrecido.

—No se ha ofrecido. Le has dicho que te atacara.

Rhett suspiró y dejó la caja que sostenía en la estantería antes de girarse y mirarla.

—¿Y qué? —enarcó una ceja.

—¡Estaba aterrorizado!

—Lo superará.

—No es... —Alice sacudió la cabeza—. No te ha dicho nada tan malo.

—Alice, no te ofendas, pero llevo bastante tiempo haciendo esto.


—¿Esto? ¿Aterrorizar alumnos porque sí?

—Enseñar a pelearse correctamente —Rhett también se cruzó de brazos—. ¿Te crees que
Kenneth aprenderá a defenderse si le pido con educación que lo haga? No.

—No creo que ese método fuera...

—No puedes usar el mismo truco para cada alumno, Alice. Kenneth necesitaba que lo
humillara. Ahora, hará todo lo posible para no volver a sentirse así, te lo aseguro. Y eso
quiere decir que corregirá todo lo que ha hecho mal hasta ahora.

Él se quedó mirándola un momento antes de fruncir el ceño al ver que no decía nada.

—¿En serio te has enfadado por eso?

—No estoy enfadada.

—Sí, claro.

Ella apartó la mirada y se mordió el interior de la mejilla. Rhett ladeó la cabeza.

—¿Qué?
—Nada.

—No, ¿qué?

—Es que... —Alice miró por encima de su hombro—. Es... complicado.

—Creo que podré intentarlo.

Ella volvió a mirarlo e intentó encontrar una forma de explicarlo.

—¿Alguna vez...?

Se detuvo a sí misma y negó con la cabeza.

—Alguna vez, ¿qué?

—¿Nunca has tenido el presentimiento de que... todo está demasiado tranquilo?

Rhett levantó las cejas, algo sorprendido. Lo pensó un momento.

—Bueno, tranquilo no es la palabra que usaría para definir nada de lo que nos pasa.

—No es eso, Rhett, es... tengo un mal presentimiento y no sé explicarlo.

—¿Mal presentimiento sobre quién?


—Sobre... los nuevos.

Él se detuvo, sorprendido.

—¿Los nuevos?

—Sí...

—¿Los androides?

—No —ella negó con la cabeza—. Los humanos nuevos.

—Los humanos nuevos —repitió Rhett, suspirando y poniéndole ambas manos en los
hombros.

—¿Por qué lo dices así? —Alice le frunció un poco el ceño.

—Esto no tendrá nada que ver con esa chica, ¿no?

—¿Con esa chica?

—Con Charlotte, Alice.

Ella se detuvo en seco.

—No es por eso —dijo, enfadada.


—Alice...

—¿De verdad te crees que diría algo malo de todos ellos solo por Charlotte?

—Tenía que preguntarlo.

—Pues has sonado justo como suena Max cuando me habla como si fuera idiota.

Se separó y se dio la vuelta para irse, pero Rhett la detuvo del brazo.

—No te tomo por idiota, relájate.

Ella se detuvo, mirándolo con el ceño todavía fruncido.

—Está bien, tienes un mal presentimiento sobre ellos —repitió Rhett, calmado la
situación—. ¿Tienes algo más en mente? ¿Sabes por qué?

—No. No sé cómo explicarlo. Pero... sé que algo está mal. Por la

cara de Rhett, ella supo perfectamente lo que pensaba.

—No me crees —dedujo.

—Sí te creo. Creo que tienes un mal presentimiento.

—Pero no crees que sea importante. Él

lo consideró un momento.

—Creo que has estado encerrada en el hospital y expuesta al científico loco ese durante
mucho tiempo y ahora estás muy susceptible a todo lo demás. Pero no tiene por qué ser
algo malo. Es una reacción normal.

Alice puso una mueca, pero lo aceptó.

—¿Tú crees?
—Sí.

—Pero...

—Alice, hace solo dos días que saliste de ahí abajo. Tómate una semana antes de
ponerte conspiranoica.

Ella sonrió un poco.

—¿Conspiranoica? ¿Eso es un insulto?

—Prefiero no explicarte lo que quiere decir.

—¿Por qué? —ella enarcó una ceja, divertida—. ¿Te doy miedo?

—¿Miedo?

—Yo no soy Kenneth.

—No, eres más pequeñita y menos musculosa.

—Pues te recuerdo que te tiré al suelo.

—Y yo te recuerdo que me distrajiste.

—¡No dijiste que eso fuera en contra de las reglas!

—¡Sigue siendo jugar sucio!

Y se pasaron todo el camino de vuelta a la cafetería discutiendo cuál de los dos había
ganado esa pelea.
CAPÍTULO 45

Alice tenía la mirada clavada en la mesa del otro lado de la cafetería. Removió su
comida y frunció un poco el ceño cuando vio que los humanos nuevos hablaban entre
ellos, riendo y mezclándose con algunos miembros antiguos de la ciudad. Kenneth era
uno de los que se relacionaba más con ellos. Seguía intentando ligar con cada chica que
se encontraba. Y ellas parecían encantadas con ello, claro.

Aunque Alice podía entender esa última parte. Kenneth no le caía bien, pero estaba claro
que tenía cierto atractivo. Y tampoco era que hubiera muchos chicos como él en la
ciudad para elegir. Ella incluso había visto a algunas de las chicas nuevas mirando a
Rhett en su primera clase. Mirándolo de esa forma.

Pero habían salido espantadas en cuanto él abrió la boca y les gritó que
corrieran más rápido, malhumorado.

—¿Ya has pillado alguna actividad criminal, lince?

Alice levantó la cabeza de golpe para mirar a Rhett, que se acababa de sentar delante de
ella. Se encogió de hombros y miró la comida sin mucho interés.

—No los estaba mirando.

—Claro, claro.

—¡No estaba pensando en eso!

—Ah, ¿no? —él enarcó una ceja—. ¿Y en qué pensabas? ¿En lo bonita que es la vida
en esta maravillosa ciudad?

—Sí, Rhett, tú iluminas mi vida —ella también le enarcó una ceja.

—Fingiré que eso no ha sido sarcástico y seré un poco más feliz —dijo él—.
¿Sigues obsesionada con los nuevos?
—No estoy obsesionada.

—No, claro. Solo los observas día y noche.

—Por la noche duermo, ¿vale?

—Te das cuenta de que eso no lo hace mejor, ¿no?

Alice suspiró y apartó la bandeja de comida, cruzándose de brazos y apoyándose en el


respaldo de su silla. Justo en ese momento, Jake apareció hablando a toda velocidad con
Kilian, que no parecía ni escucharlo pero iba a su lado felizmente. Kilian se quedó al
lado de Rhett y Jake al lado de Alice.

—...y por eso no tenía sentido —terminó Jake—. ¿Verdad, Rhett?

—Voy a necesitar un poco más de información, pero ya supongo que no lo será.

Jake puso los ojos en blanco y miró a Alice, que seguía centrada en vigilar a un grupo
concreto del otro lado de la cafetería. Trisha apareció también en ese momento y se
dejó caer al final de la mesa, entre Rhett y Alice.

—Bueno, pringaos —los miró—, ¿de qué habláis?

Jake pareció orgulloso de que alguien estuviera dispuesto a escucharlo.

—Estábamos hablando de lo que pasaría si los conejitos blancos nos invadieran.


¿Nunca lo habéis pensado?

Hubo un momento de silencio. Todos lo miraron —incluso Alice— y él suspiró.

—Me lo tomaré como un no.

—Come y calla —Trisha puso los ojos en blanco.


Jake puso mala cara y volvió a centrarse en su comida.

—Volviendo a temas importantes —Trisha se inclinó hacia delante—, he oído por ahí
que Charles está vendiendo material a tus alumnos, Rhett. Si quieres ir a patearle, no te
olvides de llamarme.

—¿Material? —Alice la miró, confusa.

—¿Qué material crees que vende Charles, Alice? ¿Libros de cultura popular?

—Vale —ella puso una mueca—. Solo era una pregunta.

—Oye —Jake se asomó—, ¿vas a comerte eso?

Alice negó con la cabeza y Jake se inclinó para robarla, pero Rhett lo detuvo de un
manotazo, mirándolo con mala cara.

—Quieto.

—¡Me ha dicho que no lo quiere!

—Tú tienes de sobra —Rhett devolvió la bandeja delante de Alice—. Y tú, come.
—Relájate. No eres mi padre.

—No. Soy peor. Soy tu instructor, come.

Alice se pasó el resto de la hora del almuerzo removiendo su bandeja sin llegar a comer
nada. En cuanto Rhett se marchó a preparar la clase, se lo pasó todo a Jake, que lo
aceptó felizmente.

Ella no estaba muy motivada al llegar al gimnasio, pero por lo menos las clases de tarde
no eran tan repetitivas como las de la mañana. Iba un poco más motivada, aunque
entrecerró los ojos cuando vio que todos sus compañeros estaban alrededor del gimnasio
en lugar de dentro. Se situó entre Kilian y Jake y se puso de puntillas para ver a Rhett. Ya
había terminado de hablar y daba algo a todo el mundo. Alice se acercó y recogió lo que
le tocaba. Frunció un poco el ceño cuando vio que tenía una pistola rara y poco pesada.

—Es de pintura —le dijo Trisha, que no podía participar con un solo brazo
porque no podía sujetar del todo bien el fusil.

—¿De pintura? ¿Y para qué quiero un fusil con pintura?

—Vais a hacer equipos o algo así, ¿no escuchabas, listilla?

Alice le sonrió de lado y miró la munición de la pistola. Efectivamente, tenía una ranura
extraña. Se acercó a los demás pasándose la correa por el cuello.

Tanto tiempo, y seguía apretándole las tetas como el primer día.

—Vais a hacer dos equipos —dijo Rhett, mirándolos y levantando dos cartuchos—.
Unos tendrán pintura roja. Los otros tendrán pintura azul. No es muy difícil. Seguro
que podéis hacerlo sin mataros.
Alice miró a su alrededor y vio que todos los humanos nuevos se colocaban directamente
con Kenneth al otro lado de Rhett, riendo y hablando. Jake, Kilian, Anya y el resto de
androides estaban a su lado. Ella dio un paso atrás, situándose con ellos sin dudarlo.
Rhett los revisó con los ojos y pareció satisfecho con el resultado, porque agarró una caja
que tenía detrás y la puso en el suelo. Eran trozos de tela negra. Le tocó al lado de Alice.
Se las ataron a las muñecas para diferenciar los equipos.

—Elegid un capitán cada equipo —él se giró hacia Trisha—. Tú. Ayúdame con esto.

Entre los dos, sacaron las dos cajas de pintura. Alice vio que los otros enseguida
empujaban a Kenneth hacia delante para que fuera su equipo. Estuvo a punto de poner
los ojos en blanco, pero se detuvo al acordarse de que también tenían que elegir ellos
uno. Se giró hacia sus compañeros.

—¿Alguien quiere serlo? —preguntó Jake.

Silencio. Todo el mundo intercambió miradas.

—Yo creo que debería hacerlo Alice —dijo Anya con una pequeña sonrisa.

Ella parpadeó, sorprendida.

—¿Yo?

—Funcionas bien bajo presión —se encogió de hombros—. Y eres la mejor


disparando.

—P-pero...
—Sí, yo también voto por Alice —dijo Jake.

Kilian asintió con la cabeza. Los androides lo imitaron, aceptando la propuesta. Alice se
dio la vuelta, un poco más asustada de lo que pretendía aparentar.
Tenía una caja llena de munición de pintura roja delante. Tragó saliva cuando Rhett
se situó entro los dos grupos.

—¿Tenéis capitanes, iniciados? —preguntó sin mirarlos y centrado en algo que


sujetaba.

—Kenneth y Alice —le informó Trisha detrás de él.

Él asintió con la cabeza, despegando lo que tenía en las manos. Empezó a pasearse entre
los dos grupos con lo que fuera que había despegado en cada mano.

—Las reglas son sencillas, queridos iniciados —dijo—. El juego se hará en el patio
delantero del edificio principal. Después veréis que está preparado. Cada equipo tendrá
cinco minutos para formar una estrategia de ataque una vez estemos ahí.

Él se paseó tranquilamente hacia Kenneth.

—No es un juego de lucha. Me da igual si os empujáis, os tiráis arena a los ojos u os


insultáis. Pero el primero que dé un puñetazo recibirá una bala de pintura en la frente. Y
ya podéis tomároslo en serio —añadió, deteniéndose delante de él y pegándole de un
golpe seco en el pecho la pequeña chapa dorada—, porque os aseguro que duele más de
lo que parece.
Kenneth dio un paso atrás y pareció contenerse para no poner una mueca, pero
consiguió mantener la compostura cuando Rhett siguió andando, esta vez hacia Alice.

—Así que nada de disparos por encima del cuello. Si veo que lo hacéis, estáis
descalificados. El primer equipo que se quede sin participantes en el juego, pierde. Se
puede eliminar un participante una vez recibe tres disparos. El otro equipo, gana poder
elegir mañana qué haremos en la clase de la mañana.

Alice vio que a todo el mundo se le iluminaba la mirada al instante. Oh, quería ganar. Iba a
ganar.

—Espero que hayáis estado practicando, porque este juego no es de fuerza bruta —
se detuvo delante de Alice y le puso la chapa encima del corazón, pasando el pulgar
por encima de ella distraídamente—, es un juego de inteligencia y habilidad. No me
decepcionéis.

Echó una ojeada a Alice y luego se separó de los dos grupos, haciendo un gesto para que
lo siguieran. Todo el mundo lo hizo. Alice recogió la munición roja de su pistola por el
camino y la cargó rápidamente. Vio que Charlotte la miraba desde el otro equipo y tuvo
claro que una de sus bolas de pintura iría directa a ella.

Efectivamente, el jardín delantero tenía cajas y troncos grandes colocados de forma


ideal para que pareciera un campo de batalla. Incluso había una de las caravanas de
Charles. De hecho, él y cuatro personas más estaban sentados encima, mirándolos y
vitoreando. Y todos bebían, claro. Trisha sacudió la cabeza.

—¿No podemos echarlos? —le preguntó a Rhett en voz baja.

—Si queremos la estúpida caravana, no. Ha sido su única condición.


Rhett dejó que miraran el campo de batalla. Cada equipo tenía un lado. Alice tenía el de
la entrada. Le recordó al campo de fútbol de Ciudad Central. Revisó el patio con la
mirada, cada rincón, cada escondite posible. Charles y los demás de las caravanas les
aplaudían. Alice vio que algunos se habían puesto alrededor del campo, mirando y
bebiendo. Cada uno tenía su equipo favorito.
Charles había dejado claro el suyo desde el principio.

Se había puesto de pie encima de la caravana y había colocado ambas manos delante
de su boca para hacer eco.

—¡YO ESTOY DE TU PARTE, QUERIDA! —le gritó a Alice a todo pulmón y


luego todos los demás empezaron a aplaudir.

Rhett puso los ojos en blanco descaradamente.

Pero Alice estaba demasiado ocupada analizando el terreno. No tenía mucho tiempo
para estrategias, así que se giró hacia los demás.

—¿Quién dispara mejor de aquí? —vio que varias manos se levantaban—. Lo digo en
serio.

Esta vez, algunas manos se bajaron. Dos androides se mantuvieron. Y eran nueve.
Alice se mordió el labio inferior.

—Cada uno de vosotros irá por un lado con dos... eh...

—Con dos de los que no sabemos hacer nada —concluyó Jake.


—Nosotros tres —Alice señaló a Kilian, Jake y a sí misma— iremos por el frente.
Vosotros tres por la derecha. Vosotros tres por la izquierda.

—¿Y si ellos hacen lo mismo? —preguntó una chica.

—¿Kenneth planificando un ataque? —Trisha, que estaba paseando detrás de ellos,


puso una mueca.

Alice asintió y suspiró.

—El punto de encuentro será la caravana. Así, podremos darles por ambos lados y
por delante.

—Suena bien —asintió un chico.

—¿Ya estáis listos, pequeños saltamontes? —preguntó Rhett, junto a la


caravana.

Alice hizo un gesto afirmativo y supuso que los demás lo habrían hecho también, porque
no podía ver a Kenneth. La caravana cubría la vista del campo. Supuso que estaba
colocada así a propósito. Rhett hizo un gesto y vio que los seis de su equipo se
dispersaban. Se colocó en el tronco más cercano con Kilian y Jake.

Alice quitó el seguro en el momento en que Kenneth y los demás aparecieron, rodeando la
caravana para llegar a ellos. Vio una bola de pintura azul volando cerca de su cabeza y se
agachó. Los demás miembros de su equipo seguían avanzando por ambos lados. No los
habían visto. Bien.

—¡Vamos, no seáis cobardes y salid con nosotros! —gritó Kenneth, abriendo fuego
contra el tronco que los protegía.
Jake puso una mueca. Kilian seguía tan feliz como siempre.

Ella se asomó un solo segundo y se agachó cuando una bola de pintura le rozó la
cabeza. ¿No se suponía que no podían disparar ahí? Bueno, no le había dado.

Alice miró la caja que tenía a cuatro metros a la derecha. Los demás ya habían avanzado.
Lo pensó un momento y miró a Jake.

—Voy a echar a correr hacia ahí. Cuando lo haga, asomaos y disparad.

—¿Eh? —él parpadeó, confuso.

—Ya me has oído —se preparó para salir corriendo.

—P-pero... ¿cuándo?

—¡Ahora!

Alice echó a correr y notó casi al instante que una dura bola de pintura le daba en las
costillas. Puso una mueca y se escondió sola tras la caja. Tenía pintura azul por todo el
costado. Solo le quedaban dos oportunidades. Y no dolía tanto como un disparo, claro,
pero frustraba mucho más.

Pero vio que Jake y Kilian habían hecho lo que les había dicho. Y había servido, porque
Jake sonreía. Al menos, había servido para algo.

—¡Fuera! —gritó Rhett—. Tres tiros, iniciado. Estás fuera. Y tú también.

Alice se asomó y vio que la mayoría de los que estaban en medio del campo estaban
girados a los lados, con los androides. Ya solo quedan seis de nueve
del equipo contrario. Apuntó al que tenía más cerca y disparó directa a la rodilla. El chico
cayó al suelo con una mueca y dos bolas de pintura le dieron en el pecho casi a la vez.
Estaba medio dolorido todavía cuando corrió fuera del campo. Alice hizo un gesto de
apoyo a los tres androides del otro lado y le sonrieron, pero dejaron de hacerlo cuando
dos de ellos recibieron tres disparos de los que quedaban del otro equipo.

—¡Le ha dado a uno! —chilló Jake de repente, emocionado.

Alice se tensó cuando vio que Kenneth se daba la vuelta hacia el ruido. Y solo tenía un
disparo. Podría llegar a él sin dudarlo. Fue directo a Jake mientras los demás estaban
ocupados disparando a los cuatro restantes. Jake y Kilian ni siquiera se dieron la vuelta.
No se habían dado cuenta. Alice pensó a toda velocidad.

Y lo único que se le ocurrió fue salir corriendo hacia Kenneth.

Estaba claro que él no se lo esperaba, porque cuando se lanzó —literalmente— sobre él,
cayeron ambos al suelo, levantando una capa de polvo. Kenneth tosió de mala gana.

—Pero ¿qué demonios...?

Alice vio que ambas pistolas habían salido volando. Se apresuró a arrastrarse hacia la
suya y la alcanzó justo cuando Kenneth agarraba su tobillo. Se dio la vuelta y, sin
pensarlo un segundo más, disparó dos veces...

...justo en la bragueta de Kenneth.

Escuchó un uuuuuuhhhh del público cuando Kenneth se congeló y soltó un


chillido bastante impropio de él, llevándose las manos a la zona afectada.
Al menos, la había soltado. El problema era que ahora todos los de su equipo se habían
girado hacia Alice. Ella abrió los ojos como platos cuando cuatro pistolas la apuntaron.

Bueno, no todo podía salir bien.

Gateó hacia Kenneth a toda velocidad y la pierna le dio una sacudida cuando una bola de
pintura la alcanzó, pero consiguió mover a Kenneth para que quedara de lado y
esconderse en su espalda mientras él seguía protestando por el dolor. Escuchó varios
disparos y Kenneth se retorció.

—¡Dejad de disparar, inútiles, que soy vuestro capitán!

—P-perdón, Kenneth —murmuró un pobre chico, soltando la pistola.

Un androide lo aprovechó al instante y le disparó en la espalda. Anya le disparó en el


pecho y Jake en el estómago. Él soltó un chillido. Kenneth un gruñido.

—¡PERO NO SUELTES LA PISTOLA, PEDAZO DE IDIOTA!

—¡Perdón!

Kenneth suspiró cuando salió prácticamente corriendo hacia el otro lado. Apartó a Alice
de un manotazo. Ella se agachó con Jake y Kilian de nuevo. Solo quedaban tres.
Charlotte estaba entre ellos.

Pero debían estar asustados, porque en cuestión de segundos, dos de ellos habían sido
disparados tres veces. Solo quedaba Charlotte. Alice contó dos disparos en ella. Uno en el
hombro y otro en el muslo. Charlotte suspiró y tiró la pistola al suelo, levantando las
manos en señal de rendición.

—Supongo que ya hay ganadores —murmuró.


Alice miró a sus compañeros y se puso de pie. Nadie parecía saber muy bien qué hacer,
así que fue ella misma la que apuntó a Charlotte en el estómago. La rubia la miró con el
ceño fruncido.

—¡Me he rendi...!

Se calló cuando una bola de pintura le dio justo en el estómago. Se lo sujetó con una
mueca, dedicó una mirada agria a Alice, y se marchó del campo.

Hubo un momento de silencio antes de que Charles aullara y empezara a aplaudir,


bajando de la caravana, que tenía manchas de pintura por todas partes. Alice vio que
sus compañeros —los eliminados y los que no— también se ponían a celebrarlo. Jake
y Kilian se abrazaron y empezaron a dar saltitos. Ella sonrió, mirándolos de reojo.

—¡He estado de tu parte todo el rato! —le aseguró Charles, acercándose y


señalándola con la botella medio llena.

—Ya te he visto —ella negó con la cabeza.

—¡Ven aquí, querida!

Alice notó que la estrujaba en un abrazo y le dio una palmadita en la espalda,


sorprendida.

Sin embargo, el abrazo no duró mucho. Rhett enganchó del cuello de la camiseta a
Charles y lo apartó sin mucho cuidado, dedicándole una mirada poco amistosa. Charles
se encogió de hombros y siguió con su sonrisa feliz.
—Enhorabuena, equipo rojo —les dijo Rhett—. Pensad en lo que queréis hacer
mañana. E id a ducharos. Esa pintura no es fácil de quitar.

Todo el mundo se marchó —algunos con mejor cara que otros— mientras Jake, Kilian,
Trisha, Charles, Rhett y Alice se quedaban en medio del campo. La última se colgó la
pistola a la espalda y se miró a sí misma.

—¿En qué momento se te ha ocurrido que era buena idea... algo de esto? — protestó,
mirando a Rhett.

—Ha sido divertido ver cómo pateabas a Kenneth —se encogió de hombros.

—Menuda puntería —Trisha negó con la cabeza, divertida.

Charles empezó a reírse al recordarlo.

—¡La cascanueces!

Todos se echaron a reír, pero Alice no lo entendió. Parpadeó, sorprendida.

—¿Nueces? ¿Qué tiene que ver la comida con esto?

Todo el mundo seguía riéndose. Ella se cruzó de brazos y miró a Rhett en busca de una
explicación, pero él seguía riéndose de ella.

No pudo evitarlo y levantó la pistola, disparándole justo en el estómago.

Él dejó de reír, sorprendido, y se puso una mano en la pintura de su camiseta. Levantó


la cabeza hacia Alice.

—¡Mira cómo me has puesto! —protestó.


—¡Mira tú cómo te reías de mí! ¡Te lo merecías!

—¿Qué...? ¡No era el único!

—¡Y tampoco eres el único con dos disparos!

—¡Solo tengo u...!

Alice levantó la pistola y le dio justo encima del corazón. Él dio un paso atrás por el
impacto.

—¿Quieres tener tres? —preguntó.

Charles seguía riendo. Alice se giró y le disparó también en medio del pecho. Él dejó de
reír para empezar a toser como un loco.

—¡Y tú también deja de reírte!

—¡Guerra de pintura! —gritó Jake de repente.

—¿Eh? —Trisha se giró hacia él.

Sin embargo, justo cuando se giraba, cayó de culo al suelo porque una bola de pintura
azul le dio en la pierna. Abrió la boca, sorprendida, mirando a Jake.

—¡Serás...! ¡Ven aquí, maldito crío!

Ella agarró una pistola y se las apañó para apoyarla en el suelo y en su único brazo. En
menos de un segundo, Jake corría como un loco intentando huir de
sus bolas de pintura mientras Trisha le disparaba por la espalda. Kilian terminó
metiéndose y Trisha disparó a ambos. Entonces, por algún motivo, todo el mundo
empezó a disparar. Alice vio que Charles y Rhett tenían pistolas y se apresuró a ir a
esconderse, pero le dieron varias balas. Sonrió ampliamente cuando consiguió darle a
ambos.

Le dolía el estómago —no estaba muy segura de si era por los disparos o por reírse todo
el rato— cuando consiguió darle por quinta vez a Rhett. Iban todos cubiertos de pintura
roja y azul de arriba abajo. Rhett la apuntó y le disparó de vuelta. Alice intentó hacerlo,
riendo, pero dejó de hacerlo cuando apretó el gatillo y no salió pintura.

—Oh, no.

Rhett sonrió ampliamente.

—No me digas que te has quedado sin pintura, iniciada.

Alice retrocedió dos pasos y él los avanzó. Soltó la pistola vacía e intentó echar a
correr, medio divertida y medio aterrada, pero Rhett la enganchó del brazo y cayeron
los dos al suelo. Los demás seguían disparándose entre sí. Los de las caravanas se
habían unido. Había pintura por todas partes. Una bola le dio a Rhett en el hombro y se
distrajo un momento.

Alice lo aprovechó al instante para intentar quitarle la pistola, pero terminaron


forcejeando por ella, rodando en el suelo. Alice terminó de espaldas al suelo y Rhett
de rodillas sobre ella, tirando de la pistola.

—¡Suéltala! —le urgió Alice, intentando empujarlo y enganchar la pistola con el brazo.
—¡Suéltala tú, es mía!

—¡Es de quien se la quede!

—¡Por eso voy a...!

Se detuvieron cuando la cápsula de pintura azul se rompió por la presión,


llenando las manos de Rhett de pintura. Alice consiguió apartar el brazo a tiempo
y empezó a reírse de él, todavía tumbada debajo.

—¡Eso te pasa por meterte con una señorita! —se burló, señalándolo.

Rhett le enarcó una ceja.

—¿Y quién es la señorita? Yo no la veo.

—¡Serás idiota! —intentó empujarle para que se apartara.

Sin embargo, Rhett le quitó los brazos y se inclinó hacia delante con una sonrisa
malvada. Alice empezó a retorcerse, riendo, cuando le pasó las manos llenas de pintura
por las mejillas y el cuello. Empezaron a forcejear y ella consiguió pintarle la frente y los
brazos.

Seguían retorciéndose cuando escucharon a alguien carraspear ruidosamente junto a su


cabeza.

Los dos se detuvieron al instante, levantando la cabeza. Max estaba de brazos


cruzados, mirándolos.

—¿Qué tal la clase? —preguntó secamente—. ¿Os lo estáis pasando bien?


Rhett y Alice intercambiaron una mirada antes de que ambos se separaran y se pusieran
de pie con los demás. Ella se sacudió los pantalones torpemente. Iba cubierta de pintura
y polvo.

—Es que la clase había terminado —dijo Jake enseguida.

—Y habéis pensado que era mejor que no quedara pintura para otro día, ¿no?

Hubo un momento de silencio interrumpido cuando Alice suspiró ruidosamente. Max


clavó los ojos en ella.

—Vamos, solo lo pasábamos bien. No seas plasta.

—¿Plasta? —repitió él con los ojos entrecerrados.

—Quiere decir aburrido —sugirió Jake.

—O cansino —dijo Trisha.

—Aguafiestas.

—Malhumorado.

—Cascarrabias.

—Gruñón.
—Amarg...

—Me ha quedado claro —Max les puso mala cara—. Y era una pregunta
retórica.

—¿Qué es una pregunta retórica? —preguntó Charles.

—¿Podéis centraros? —se impacientó Max, a lo que todos dieron un respingo—.


¿Creéis que tenemos tantos recursos como para malgastarlos en una pelea absurda?

—No era una simple pelea, era una guerra de pintura —recalcó Jake.

—Exacto —Charles asintió con la cabeza.

—Vamos, Max, solo lo pasábamos bien —añadió Rhett—. Lo han hecho muy bien
en la clase. Se lo han ganado.

Hubo otro momento de silencio. Max clavó los ojos en él y Alice estuvo segura que, de
haber sido Rhett, habría salido corriendo. Pero él seguía ahí de pie tan tranquilo.

—¿Y esta es vuestra idea de pasarlo bien? —le señaló la cara a Alice, cuya mitad
cubierta de pintura azul.

—Es divertido —sonrió ella.


Max puso los ojos en blanco.

—Recogedlo todo. Y más os vale que nadie entre en la cafetería cubierto de pintura
a la hora de cenar.

Todos se quedaron mirándolo con una mueca cuando volvió al edificio principal. Trisha
suspiró y soltó la pistola. Alice empezó a recoger las que había por el suelo y a dejarlas
en la caja grande.

—Max tiene un don para estropear la diversión —murmuró Trisha.

—Pues como todos los adultos —dijo Charles.

Jake se quedó mirándolo con una mueca.

—Pero si tú eres un viejo.

Alice nunca había visto a Charles ofendido. De hecho, pocas veces lo había visto con
una expresión que no fuera de felicidad despreocupada. Sin embargo, en ese momento se
llevó una mano al corazón.

—¡Todavía soy joven! ¡No tengo ni treinta años!

—Eres un viejo —remarcó Trisha.

Rhett puso los ojos en blanco.

—Treinta años no es ser viejo.

—Dijo el otro viejo —sonrió Trisha malévolamente.


—¿Viejo yo? ¿Cuántos años te crees que nos llevamos? —protestó él.

—Además, la edad es algo mental —recalcó Charles, dándose un golpecito en la


cabeza con un dedo.

—Entonces, Rhett tiene setenta años de amargura y mal humor —Jake empezó a reírse
con Trisha y Kilian.

Sin embargo, los tres se detuvieron al ver la expresión de él.

—¿Se os olvida que yo controlo el número de vueltas que dais corriendo al


gimnasio, mocosos? —preguntó, cruzándose de brazos.

Alice perdió la paciencia y se incorporó.

—¿Se os olvida a vosotros que tenemos que recoger todo este desastre? — preguntó,
señalando a su alrededor—. ¿Podéis dejaros de tonterías y ayudarnos?

Los cuatro se quedaron mirándola, un poco sorprendidos. Incluso Rhett lo parecía. Alice
dio una palmada, haciéndolos reaccionar. Todo el mundo se puso a recoger.

Ya había pasado un buen rato cuando empezó a subir las escaleras, rumbo a su
habitación. Solo faltaba una hora para ir a cenar. Tenía pintura incluso bajo la ropa. Puso
una mueca cuando se tocó el pelo, embadurnado en ella. Iba a ser difícil quitarse todo
eso.

Estaba cruzando el pasillo de las habitaciones cuando vio que Charlotte esperaba —
ya duchada, claro— apoyada en la pared. Se separó de esta en cuanto de la vio
llegar y Alice puso los ojos en blanco.
—No tengo ganas de hablar —le dijo.

—Tengo que decirte algo.

—Sí, te he disparado. Supéralo.

—No es eso.

Alice ya tenía la mano la puerta, pero se detuvo para mirarla con cierto cansancio.

—¿Y qué es tan importante, Charlotte?

Ella tragó saliva.

—Es... verás... yo...

Sin embargo, no llegó a terminar la frase, porque se quedó helada al mirar por encima
del hombro de Alice. Ella siguió la dirección de sus ojos y frunció un poco el ceño al ver
que el padre John se acercaba a ellas mirando unos papeles distraídamente. Charlotte
agachó la cabeza cuando él pasó por su lado sin siquiera mirarlas y se metió en su propia
habitación. Alice vio que cerraba la puerta y volvió a girarse hacia la rubia.

—¿Qué? —repitió.

—Yo... —Charlotte cerró los ojos y negó con la cabeza—. Nada. No era tan
importante.

Alice la vio marcharse a toda velocidad por el pasillo y frunció el ceño, intrigada.

¿Qué se le estaba escapando?


CAPÍTULO 46
Alice hubiera deseado poder disfrutar mejor de la mañana en la que habían elegido las
clases. Por supuesto, la elección había sido practicar disparando. Era poco cansado y se
les daba bien a casi todos los del equipo, así que fue bastante relajada.

Pero no para ella. Seguía teniendo mareos de vez en cuando y odiaba que Max la obligara
a dejarse revisar por el padre John cada vez que sucedía, pero esta vez no le quedó otra,
porque el mareo era todavía peor que los anteriores. Dejó la pistola en su pequeña mesa y
se tomó un momento para respirar. Casi al instante, notó que se le humedecía la parte
baja de la nariz y se la tocó, confusa. Era sangre. Lo que le faltaba.

—Whoa —Trisha la miraba—. Oye, sangras.

—Gracias, no me había dado cuenta —murmuró ella tapándose la nariz con dos dedos.

—Bueno, solo informaba.

Alice vio que Rhett estaba ocupado aterrorizando un humano, así que suspiró.

—Dile que estoy con el padre John otra vez —le pidió a Trisha.

Ella asintió con la cabeza, intentando aumentar la velocidad con la que cargaba la pistola
con una sola mano.

Alice se apresuró a marcharse sujetándose la nariz y fue directamente al hospital. Tina


estaba sentada en una de las camas con el bebé en brazos. Le daba un biberón. Sonrió al
ver aparecer a Alice, pero lo sustituyó con un suspiro cuando vio que estaba sangrando.

—Está ahí detrás —señaló al padre John con la cabeza.


Alice suspiró también y fue a la parte trasera del hospital, donde el padre John se había
instalado. Alice vio que escribía algo en su libreta. Volvía a llevar las gafas puestas.
Solo levantó la cabeza cuando notó que alguien se acercaba. No pareció muy
sorprendido con la cara ensangrentada de Alice.

—Siéntate —señaló la cabeza que tenía delante con la cabeza.

Alice lo hizo y vio que él terminaba de escribir con toda la tranquilidad. Lo miró de
reojo y enarcó una ceja.

—Te acuerdas de que estoy sangrando, ¿no?

—Perfectamente.

—¿Y qué apuntas? ¿De qué color es la sangre? Te daré una pista: no es amarilla.

El padre John suspiró y cerró la libreta, dedicándole una mirada cansada.

—Me gustabas más cuando no respondías. Nunca.

—No te estaba respondiendo. Te hacía preguntas —remarcó ella—. Ahora te estoy


respondiendo.

Él decidió ignorarla y se puso de pie. Alice lo vio cojear hacia la estantería del fondo
y volvió con un toalla y un pequeño bote azul. Dejó ambas delante de la mesa y
volvió a sentarse.

Alice ya sabía cómo iba la cosa. Había pasado demasiadas veces esos días. Se limpió la
sangre con la toalla y se tomó una de las pastillas blancas del bote azul. Su suplemento.
Se lo tragó sin necesidad de agua y miró al padre John, que había vuelto a su libreta.

—¿Para eso sigues aquí? ¿Para darme una pastilla?

—Es una vitamina, no una pastilla.


—La primera pregunta no ha cambiado.

—A veces, Alice, me da la sensación de que eres la que menos se preocupa de tu salud


—replicó sin mirarla.

Alice estuvo a punto de ponerse de pie y marcharse, pero se detuvo un


momento, mirándolo con los ojos entrecerrados.

—¿Qué te pasó el pierna?

Él levantó la cabeza, confuso por un momento.

—¿Cómo?

—¿Por qué cojeas? ¿Qué te pasó en la pierna?

Por un momento, no dijo nada. Entonces, sacudió la cabeza y volvió a centrarse en su


trabajo.

—Veo que sigues sin recordar nada —dijo, simplemente.

Alice supo al instante que esa sería toda la información que conseguiría sacarle. Se puso
de pie y se acercó a Tina, que ahora hablaba con el bebé. Él le sonreía.

—¿Quieres sujetarlo? —preguntó al ver a Alice.


Ella sacudió la cabeza y se sentó a su lado. El niño parpadeó hacia Alice y abrió las manos
en su dirección, como si quisiera que lo sujetara. Pero ella no hizo ningún ademán de
hacerlo.

—¿Estás bien, cielo? —preguntó Tina.

—Sí. Es decir... no... no lo sé.

Tina la observó unos segundos, meciendo al bebé con una mano, como si lo hubiera hecho
toda su vida. Fue entonces cuando Alice cayó en el hecho de lo hacía de forma demasiado
natural.

—¿Has tenido hijos alguna vez? —le preguntó, curiosa.

Tina estaba mirándola con cierta preocupación, pero su expresión volvió a una
sorprendida. Esbozó una pequeña sonrisa y negó con la cabeza.

—No. No encontré a nadie con quien tenerlos. Pero quería, te lo aseguro. Por eso me
hice pediatra... antes de todo esto.

—¿Periatra...? —repitió Alice con una mueca.

—Pediatra. Es un médico especializado en niños.

—¿Y para qué quieres especializarte en nada? ¿No es mejor tener un médico que sepa
hacer de todo?

—Cielo, antes había tantos pacientes y médicos que podías especializarte en lo que
quisieras. En el corazón, en los niños, en la piel, en los ojos, en los pies...
—¿Había un médico solo por los pies? —Alice arrugó la nariz.

—Sí —Tina sonrió con cierta nostalgia y miró al niño, que estaba empezando a
bostezar—. Quizá algún día vuelva a ser así. Nunca se sabe.

—Quizá en la zona de humanos hay lugares así.

Tina se detuvo un momento, confusa. La miró.

—¿La qué?

—La zona de humanos —repitió Alice—. Cuando vivía aquí, nos explicaron que había
una zona solo para androides, esta, una zona de humanos al otro lado del bosque y los
rebeldes, que estaban en él.

Tina la contempló unos segundos, completamente descolocada.

—Cielo... no... ¿quién te dijo eso?

—Los padres y las madres. Siempre lo decían.

—Pues... no es verdad —murmuró Tina—. Los únicos humanos vivos que


encontrarás aquí son los que conoces como rebeldes.

Hubo un momento de silencio. Alice parpadeó.

—Espera, ¿qué?
—La zona de esclavistas desapareció hace muchos años —le dijo Tina—. Quizá te
refieras a los humanos que rescataban a otros de las peores zonas del mundo y los usaban
para su beneficio personal.

Alice recordaba a Alicia con el pelo cortado, atendiendo las necesidades de una casa sin
poder elegir si quería hacerlo o no. Tragó saliva.

—¿Ya no existen?

—No. Ya te lo he dicho, desaparecieron hace años.

—Pero...

¡El padre John le había dicho que tenía que llegar a ellos por el este! ¡Y que tuviera
cuidado con los rebeldes! ¡Lo recordaba perfectamente!

Alice miró el otro lado de la habitación, donde él seguía escribiendo. Otra mentira.
El objetivo desde el principio había sido que formara parte de los rebeldes. Quizá
hubiera ido a por él en otra ocasión, pero en esta, por algún motivo, solo se quedó
en su lugar, mirándolo fijamente.

—Mira, no sé qué te pasa estos días —le dijo Tina suavemente—, pero te noto muy
distraída. ¿Estás segura de que estás bien? Puedes hablar conmigo.

Alice volvió a la realidad y sacudió la cabeza, centrándose en Tina.

—Estoy bien —le aseguró.


—Bueno... si algún día no lo estás, no dudes en decírmelo.

—Lo haré.

Alice miró al bebé, que se había dormido en los brazos de Tina, y se puso de pie.

—Debería volver a clase.

—Cuídate, Alice.

Ella subió las escaleras con una mueca. Casi podía ir directamente a la cafetería. Solo
quedaban dos minutos de clase —y eso según sus cálculos, quizá ya había terminado—.
Se subió los pantalones que seguían cayéndose un poco y fue a la puerta principal.

Sin embargo, se detuvo en seco cuando vio, por el rabillo del ojo, a tres de los humanos
nuevos en uno de los pasillos vacíos, hablando en voz baja. No la habían visto. Alice miró
la puerta principal y los volvió a mirar.

La decisión estaba clara.

Se ocultó al principio del pasillo sin hacer un solo ruido. Tragó saliva y se apoyó en la
pared sin atreverse a asomarse para que no la vieran. Agudizó el oído y escuchó
atentamente todo lo que pudo captar, que fue poco porque estaban susurrando.

—...no podéis decírselo a nadie —dijo uno.

—Eso estaba claro —murmuró otro.

Alice frunció un poco el ceño. ¿Decir qué?


—¿Y si algo no sale...? —dejó la frase al aire.

Escuchó un suspiro y tuvo la tentación de asomarse, pero se detuvo. No. Tenía que
seguir oculta.

—No pasará eso —dijo el primero.

—Pero...

—Si cada uno hace lo que debe, no pasará.

—¿A qué hora?

—En dos horas. La habitación número tres. Tenemos que estar todos ahí o...

—¿Qué haces?

Alice dio tal respingo que creyó que iba a salírsele el corazón por la boca cuando vio a Kai
a su lado, comiendo una chocolatina. Él también dio un respingo al ver que la había
asustado.

—¡No te acerques a mí como si quisieras matarme sin hacer ruido! —le espetó Alice,
irritada.

—¡Si llevo llamándote desde que he salido de la cafetería!

Alice levantó la barbilla de todos modos, muy digna.


—¿Qué hacías? —preguntó Kai.

—Nada.

—Parecía algo.

—No era nada, ¿vale?

—Pues parecía algo.

—Oye, ¿tú no tienes trabajo que hacer? ¿No eres un guardián?

—También tengo vida, ¿sabes?

—¿Y qué haces en esa genial vida, Kai?

Él lo pensó un momento y se puso colorado al levantar su chocolatina.

—No es que haya muchas en el mundo ahora mismo —aclaró—. Tuve que
cambiársela a uno de las caravanas por tres auriculares. Y creo que salí perdiendo
igual, porque sabe raro.
Alice se asomó al pasillo mientras él hablaba y puso una mueca al ver que los humanos se
habían ido. Suspiró. Kai la miraba muy serio con la cara manchada de chocolate.

—¿Te pasa algo, Alice?

—Sí, me pasa algo —masculló.

—¿Algo que...?

—Tengo que hablar con Rhett —masculló, pasando por su lado.

—Vale —dijo Kai a sus espaldas—. No hables conmigo, claro. No te preguntaba para
que me lo contaras.

Alice suspiró y se apresuró a ir al gimnasio. Se cruzó con el resto de alumnos, que


iban en dirección contraria para almorzar. Alice entró en el gimnasio empujando la
puerta y se encontró a Jake, Trisha, Kilian y Rhett de pie junto a los paneles de
disparo. Rhett fue el primero en verla.

—¿Estás mejor? —le preguntó.

—Sí, no era nada —ella se dio la vuelta para asegurarse de que no había nadie—.
Tengo que hablar con vosotros sobre algo importante.

Hubo un momento de silencio. Todos intercambiaron miradas. Rhett entrecerró los ojos.

—¿Cómo de importante?
—Muy importante. Creo... creo que dentro de dos horas va a pasar algo muy malo.

—¿Va a venir Kenneth? —preguntó Jake.

Hubo sonrisitas, pero Alice no fue una de sus partícipes. Sacudió la cabeza con urgencia.

—He estado observando a los humanos nuevos y... —empezó.

—Oh, no... —Rhett suspiró.

—¡Traman algo! —insistió Alice—. ¡Los he escuchado en una conversación


privada!

—Eso está muy feo, jovencita —le dijo Trisha, poco impresionada.

—¡No es eso! ¡Estaban hablando de reunirse todos en dos horas en la


habitación tres o algo así! ¡Y parecía algo malo!

Alice vio que Kilian le hacía gestos y sacudió la cabeza.

—¡No tiene nada de malo que vayan a una habitación! —le respondió—. ¡Lo malo
es lo demás!

—¿Y qué es lo demás, señora inspectora? —le preguntó Trisha.

—¿Han dicho que fueran a hacer algo malo? —preguntó Jake.


Rhett seguía mirándola con la cabeza ladeada. Alice tragó saliva.

—No... bueno, no directamente, pero... creo... yo...

—Alice —Rhett atrajo su atención—, quizá solo es una reunión de amigos.

—¡No lo es!

—¿Y cómo lo sabes?

Ella dudó un momento.

—Yo... tengo un mal presentimiento.

Otro momento de silencio. La primera en suspirar fue Trisha, que además puso los ojos
en blanco.

—Un mal presentimiento —repitió.

—¡Es verdad!

—¿Y no has pensado que quizá solo sea eso? —sugirió Rhett—. ¿Un
presentimiento?

—Es... ¡es complicado, sé que suena raro, pero...!


—Sí, la verdad es que suena raro —coincidió Jake.

Alice se detuvo y los miró, algo decepcionada.

—¿No me creéis?

—No es cuestión de no creerte —aclaró Rhett—. Es cuestión de que... no


podemos guiarnos siempre por el instinto, Alice.

—¡Nunca me he equivocado!

—Yo nunca había perdido un combate —replicó Trisha—. Y ahora no ganaría


ninguno. Hay una primera vez para todo. En fin, yo me voy a comer. Haced lo que
queráis.

Pasó por su lado y Jake le dedicó a Alice una sonrisa de disculpa.

—Un mal presentimiento no es un gran sustento —se encogió de hombros antes de


seguir a Trisha.

Kilian le siguió sin decir nada. Alice vio que Rhett iba a hacer lo mismo y se acercó a él
con urgencia. Él tenía que creerla. Tenía que hacerlo. Rhett vio venir sus intenciones y
suspiró.

—No puedo hacer nada —le dijo antes de que hiciera ninguna pregunta.

—¡Sabes que soy buena en esto!


—Lo que sé es que has estado mucho tiempo encerrada en un hospital. Y es normal
volverse un poco paranoico después de eso, porque...

—No estoy paranoica —dijo, ofendida.

—No es...

—¡No lo estoy! ¿Por qué nadie me cree?

Rhett suspiró y tardó un momento en mirarla.

—Tengo mucho trabajo que hacer.

Ella se quedó mirándolo un momento, irritada, antes de asentir una sola vez con la
cabeza.

—Muy bien. Gracias por nada.

—Alice... —murmuró Rhett cuando empezó a marcharse.

—No te molestes. Estás muy ocupado y yo estoy muy paranoica.

Salió del gimnasio, pero no fue a la cafetería. Cuando se enfadaba dejaba de tener
hambre. Suspiró y se quedó de pie en el pasillo, sin saber muy bien qué hacer.

Fue entonces cuando captó, por el rabillo del ojo, que Anya pasaba por su lado con otros
dos androides. La saludó con la mano, pero Alice se apresuró a detenerla.
—Oye, Anya.

Ella se detuvo y los demás las dejaron solas. Anya la miraba con curiosidad.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—La verdad es que sí. ¿Puedo preguntarte algo?

—Sí, claro.

—Tú... ¿conoces a los nuevos?

Hubo un momento de silencio. Anya parpadeó.

—Bueno, son tan nuevos como yo.

—No. Me refiero a los humanos nuevos. Solo a ellos.

—No vivíamos en el mismo lugar, Alice.

—Entonces, no los conoces.

—Bueno... no, la verdad es que no —Anya frunció un poco el ceño, confusa—.


¿Te pasa algo?
—No. Tengo que irme. Gracias por la ayuda.

Alice empezaba a tener sospechas de que no estaba tan paranoica como creía Rhett. Entró
en la cafetería y buscó con la mirada. Encontró a Charlotte en la barra, haciendo cola para
ir a por su bandeja. Estaba sola. Bien. Alice fue directa a ella, que no levantó la cabeza
hasta que la tuvo al lado. Y pareció perpleja.

—Ho-hola...

—¿Qué ibas a decirme el otro día? —le preguntó Alice directamente.

Charlotte entreabrió los labios y miró a su alrededor. Después, volvió a mirar a Alice y
tragó saliva.

—Nada importante —dijo, al final.

—Me da igual que no fuera importante. ¿Qué era?

—Nada.

—¿Qué era, Charlotte? —insistió Alice, frustrada, señalando con la cabeza al grupo de
humanos nuevos—. ¿Tenía algo que ver con ellos?

Charlotte volvió a intentar decir algo, pero se calló y negó con la cabeza. Alice estaba a
punto de volver a insistir cuando notó que alguien se detenía a su lado. Uno de esos
humanos. La miraba fijamente.
—¿Te está molestando, Charlotte? —le preguntó él sin despegar los ojos de Alice.

Pero ella no necesito responder, porque Alice lo hizo por ella.

—Ya hemos terminado —masculló de mala gana.

Pasó junto al humano dándole a propósito con el hombro y salió de nuevo de la cafetería.
El corazón le iba a toda velocidad. Nunca había tenido tan mal presentimiento sobre algo.
Fue directa donde le indicaron los guardias del pasillo y se encontró a Max en el patio
trasero del edificio principal, revisando el muro con otros guardias. Parecían realmente
enfrascados en una conversación interesante cuando Alice se acercó, claramente agitada.
El guardia se detuvo, mirándola, y Max hizo lo mismo. Levantó las cejas.

—¿Alice? —frunció un poco el ceño—. ¿Por qué no estás en la cafetería?

Ella echó una ojeada a los guardias y tragó saliva.

—¿Podemos hablar a solas?

Para su sorpresa, Max no se negó. Hizo un gesto a los guardias, que volvieron a acercarse
al muro, y se acercó a Alice. Era un alivio que por fin alguien fuera a escucharla.

—¿Va todo bien? —preguntó Max.

—No. La verdad es que no.

Al ver que no seguía, Max enarcó una ceja.


—Voy a necesitar que seas un poco más específica.

—Yo... tengo un mal presentimiento. Sé que suena a... no sé, a tontería, pero lo digo en
serio. Creo que va a pasar algo malo.

—¿Algo malo? —no pareció muy convencido—. ¿Como qué?

—Algo malo con los humanos nuevos.

Hubo un momento de silencio. Max cerró los ojos un instante y, al abrirlos,


parecía ligeramente irritado.

—Alice, ahora mismo tengo muchísimo trabajo —le dijo lentamente—. No puedo
involucrarme en problemas entre los alumnos.

—¡No es un problema entre alumnos cualquiera!

—¿Y se puede saber qué han hecho?

—Pues... ¡todavía nada!

—¿Todavía? —repitió.

—Esta tarde van a reunirse en una habitación.


—No sabía que eso estuviera fuera de las normas. Y, hasta donde yo sé, yo pongo
las normas. Así que supongo que pueden hacerlo.

—¡No es eso, Max, van a hacer algo malo, lo sé!

—Alice, no tengo tiempo para esto —replicó, empezando a marcharse.

—Pero... ¡hay muchas cosas que no encajan! —insistió Alice, siguiéndolo—.


¿Por qué no se relacionan con casi nadie de la ciudad? ¿Por qué los androides no los
conocen? ¿Por qué el padre John sigue aquí?

—Sabes las respuestas a todas esas preguntas, Alice.

—¡No, no las sé! ¡Y tú tampoco!

—Mira —Max se detuvo en seco y la miró—, es la primera vez en el meses que hemos
conseguido llegar a una mínima estabilidad en esta ciudad. No puedo dejar que la
destroces solo porque pagas tus frustraciones con John en ellos.

—Yo no pago...

—Sí, sí lo haces. Hasta que no hagan algo realmente malo, no quiero oír hablar de esto. Y
ni se te ocurra hacer algo en su reunión, Alice.

—¡Pero...!
—Nada —repitió Max, señalándola—. No es una maldita petición.

Alice le sostuvo la mirada, enfadada, y cada uno se fue en dirección opuesta. Ella se
dirigió al edificio principal mascullando palabrotas. Y eso que no le gustaba decirlas.
¿Por qué nadie la creía? Necesitaba pruebas. Sí, claro que iría a esa reunión.

De hecho, estuvo esperando las pocas horas que faltaban yendo de un lado a otro en su
habitación. Tenía la suerte de no tener clase por la tarde ese día. Se mordisqueó una uña
mientras esperaba al final del pasillo, donde podía ocultarse de ser necesario. Se asomó
al otro lado y vio que había dos chicos esperando a los demás, pero por ahora no estaban
haciendo nada del otro mundo.

Ella siguió esperando y suspiró cuando fueron las cinco y no apareció nadie.
¿Quizá se había confundido de habitación? Estuvo a punto de asomarse para ver si se
había equivocado, pero se detuvo en seco cuando vio un grupo de chicos acercándose
a la puerta. Intercambiaron unas palabras en voz baja con los otros dos les dejaron
entrar. Alice frunció un poco el ceño cuando ellos también entraron.

Avanzó sin hacer un solo ruido por el pasillo y se detuvo en la puerta, asegurándose de
que nadie la había seguido. Tragó saliva y se apoyó en ella con la oreja, escuchando
atentamente. Hubo murmullos, pero nada que pudiera sacar en claro. Puso una mueca y
se pegó un poco más, atenta.

—¿Os ha seguido alguien?

—No.

—¿Estáis seguros?
—Sí. Definitivamente.

—Bien. Porque si se entera de esto...

¿Quién no tenía que enterarse? ¿Y por qué? Alice frunció un poco más el ceño, atenta.

—...sabemos qué pasará —dijo el otro.

Hubo un momento de silencio.

—¿Lo hacemos ahora? —preguntó uno en voz baja.

—Sí. Todo el mundo está en la cafetería o en la biblioteca.

—¿Y dónde vamos primero?

—En la cafetería hay más gente...

La frase quedó en el aire por unos segundos. Alice entreabrió los labios. ¿Por qué
querían un lugar lleno de gente? ¿Y que nadie se enterara de qué iban a hacer? ¿Por
qué hablaban de esa forma?

Sin darse cuenta, puso una mano en su propio cinturón, donde estaba la pistola que Max
le había dado.

—¿La tienes? —preguntó uno.


—¿El qué?

—El arma, idiota.

Vale, eso era todo. Alice había estado intentando buscar alguna explicación alternativa,
pero estaba claro que no la había. No podía haberla. Agudizó el oído y ya no pudo
aguantarlo más cuando escuchó el inconfundible ruido de un arma siendo cargada.

—Vamos a ello, entonces —dijo el otro.

Pero no llegaron a tocar la puerta. Alice agarró su propia pistola y abrió de una patada,
asustada y nerviosa por partes iguales.

En cuanto la puerta estuvo abierta, apuntó al primer chico que vio. Y coincidió en ser el
que, precisamente, llevaba la pistola. Él dio un salto hacia atrás del susto y esta cayó al
suelo, junto a los pies de Alice. Ella la pisó al instante, tragando saliva.

—¿Qué haces? —preguntó otro chico. Eran tres. Alice seguía apuntando al que estaba en
medio, ahora sentado en la cama.

—Lo he oído todo.

—¿Eh...? —esta vez, el chico perdió el color de la cara.

—Que lo he oído todo —replicó Alice—. Y estoy segura de que a Max le va a


encantar oírlo tamb...

—¿Estáis listos?
Alice se giró de golpe hacia la voz que venía de detrás de ella. Una humana nueva se
quedó de piedra al ver que la apuntaban con una pistola.

—Whoa, ¿q-qué...?

—Creo que te estás equivocando —le dijo el chico de la cama.

—¡Cállate! —le espetó Alice, sin saber a quién apuntar—. ¿Quién más va
armado?

—¡Nadie!

—¡Sacad ahora mismo...!

—¡Era un regalo!

Alice se detuvo y se giró hacia el chico que tenía de pie al lado. Él tenía las manos
levantadas. Le temblaban.

—¿Qué era un regalo? —preguntó de mal humor.

—La pistola. Es... es un regalo. Es el cumpleaños de un amigo nuestro.

—Sí, claro. Y yo tengo noventa años.

—¡Es verdad! —insistió la chica de la puerta.


—No intentéis engañ...

—¡Ya tenemos la tarta!

Alice bajó la pistola inconscientemente cuando otra chica apareció con una pequeña tarta
que debió costarle una fortuna en la cocina. Se quedó mirando la situación, sorprendida.

—¿Va todo bien?

Alice entreabrió los labios y bajó la mirada a la pistola que estaba pisando. Tenía un
pequeño lazo de tela roja. Dejó de pisarla y tragó saliva.

Oh, no.

Ese oh, no se transformó en unas mejillas rojas cuando tuvo que sentarse en el despacho
de Max, esperando a que, básicamente fuera a decirle de todo menos guapa. Alice se pasó
las manos por la cara, frustrada, pero dejó de hacerlo al instante en que la puerta se abrió...

...con demasiada fuerza. Oh, no.

No se atrevió a levantar la cabeza cuando Max apartó una silla y se sentó delante de
ella. Irradiaba enfado por cada poro de su cuerpo. Alice tragó saliva. Volvieron a
teñírsele las mejillas de rojo cuando se quedaron en completo silencio. Uno muy
incómodo.

—Yo... —empezó, atreviéndose a mirarlo.


—Tú, ¿qué? —preguntó él de malas maneras.

Alice volvió a agachar la cabeza al instante, roja de vergüenza.

—¿Qué, Alice? —insistió bruscamente—. ¿Puedes explicarme por qué tengo a diez
alumnos aterrorizados porque has entrado de repente en su habitación amenazándolos
con una pistola?

—Yo... —repitió, avergonzada—. Pensé... pensé que...

—Pensaste algo que no era —la cortó Max—. Como te dije esta mañana. Como te dijo
Rhett. Como te dijimos todos.

Alice levantó la cabeza, sorprendida.

—¿Has hablado con ellos...?

—Hace veinte minutos que hablo con cada maldito miembro de esta ciudad porque nadie
entiendo por qué has hecho lo que has hecho. Y cada vez que creo que puedo encontrar
un solo motivo que lo justifique, me preguntan por qué demonios te dejo ir por la ciudad
con una pistola cuando no eres guardiana.

—Pero...

—No. He. Terminado.

Alice tragó saliva. Nunca lo había visto tan enfadado. Ni siquiera el día de la máquina. Se
miró las manos.
—Te lo dije —replicó Max—. Te dije que no hicieras nada. Que te mantuvieras al
margen. Lo único que has conseguido con toda esta tontería de los humanos nuevos es
que la poca paz que había en la ciudad se esfume.

—No quería hacer eso...

—No importa lo que quisieras hacer. Lo que importa es que ahora mismo yo soy el único
culpable.

Ella dudó un momento antes de mirarlo de reojo.

—¿Tú? —repitió, confusa.

—Sí. Yo. Por fiarme de ti tanto como para confiarte una pistola. Está claro que no es
lo que te mereces.

Alice tardó unos segundos en entender lo que estaba diciendo. Cuando lo hizo, empezó a
negar con la cabeza.

—No puedes quitármela —le suplicó con los ojos.

—No me digas lo que puedo o no hacer, Alice —le advirtió—. He estado dos horas
metido en un buen problema por tu culpa. Y te mereces un castigo.

—P-pero... tú me la diste y yo...

—Y ahora te la quito. Dámela ahora mismo. Todo el cinturón.


Ella dudó, mirándose la cintura, donde su pistola estaba en la funda. Negó con la cabeza.
No quería perderlo todo de repente otra vez.

—Alice, solo voy a decirlo una vez más —advirtió él en voz baja—. La próxima vez
que hable, el castigo será mucho peor. Así que te aconsejo que me des el maldito
cinturón ahora mismo.

Alice sacudió la cabeza. Le entraban ganas de llorar de impotencia. Al final, se


desabrochó el cinturón y se lo puso en la mesa a Max. Él agarró la pistola y se la metió
en la funda vacía que tenía en el cinturón. Ella tragó saliva al verlo. Se sentía como si le
hubiera quitado su valentía. Se sentía desprotegida.

—Vas a disculparte con esos chicos —le indicó Max, enfadado—. Y vas a
hacerlo de verdad, Alice. Quiero que se lo crean. Nada de tus tonterías.

Ella asintió una vez con la cabeza sin mirarlo.

—Y más te vale no meterte en un lío otra vez, porque empiezo a estar harto de que hagas
lo que quieras sin pensar en las consecuencias que puedes causar en los demás.

—No... creí que... mi intuición...

—Mantén tu intuición en las clases de Rhett —la cortó—. Y para nada más. Ahora,
vete de aquí y no vuelvas a molestarme en todo el día.

Alice tragó saliva y se puso de pie. Fue directa a la puerta con un nudo en la garganta y
la abrió con más suavidad de la que sentía posible. En cuanto la cerró, bajó las escaleras
a más velocidad. No sabía muy bien dónde ir. No quería ir a la habitación. No quería
estar sola. Quería encontrar a los demás.

Y lo hizo. Cruzó el pasillo del vestíbulo con varias miradas sobre ella. Todo lo que
había conseguido en sus días como líder había quedado opacado otra vez. Ahora, solo
tenía miradas de desprecio. Pero no le importaron.

Sin embargo, sí que le importó cuando se encontró a Jake, Trisha y Kilian sentados en las
escaleras del sótano, hablando entre ellos. Los tres se quedaron
en silencio en cuanto la vieron llegar y Alice no necesitó mucho más para saber qué
pensaban.

De hecho, no tenía ganas de hablar. Sin decir nada, se dio la vuelta y fue directa al
gimnasio. Necesitaba a la única persona en el mundo que la entendía de verdad. La única
persona que la apoyaría en esto. Necesitaba a Rhett.

Efectivamente, estaba en el gimnasio, clasificando los paquetes de balas. Estaba


centrado en su trabajo, pero levantó la vista cuando Alice se acercó a él.

Alice casi sintió que el corazón se le caía a los pies cuando él apartó la mirada otra vez y
suspiró.

—¿Has hablado con Max? —le preguntó directamente. Ella

sacudió la cabeza, conteniendo una sonrisa amarga.

—¿Tú también estás enfadado conmigo?

—Te dije que no te metieras en eso, Alice.

—¿Y qué? ¿Nunca te has equivocado?

—Mira, todos te lo dijimos. No nos...

—Ahórratelo —lo cortó Alice, dándose la vuelta otra vez.

Notó la mirada de Rhett clavada en su nuca en el viaje a la puerta del gimnasio.


¿Él también? Era la única persona que creyó que iba a apoyarla. Pero no. En ese
momento, solo quería huir y hacerse pequeñita hasta desaparecer.

Y el único lugar que se le ocurrió fueron las caravanas.

Entró en el círculo de caravanas y vio que varias caras se giraban hacia ella. Al menos,
ellos no la miraban con desprecio. De hecho, le sonreían como si nada hubiera pasado.
Era agradable, para variar. Pero ella se dirigió a la caravana
que reconocía perfectamente y se detuvo en la puerta. Tragó saliva y llamó con los
nudillos.

Esperó pacientemente y frunció un poco el ceño cuando escuchó pasos dentro. Estuvo a
punto de marcharse cuando la puerta se abrió y apareció una chica de las caravanas que
se abrochaba el botón de los pantalones. Alice levantó las cejas cuando pasó por su lado,
volviendo a su lugar. Le dedicó una pequeña sonrisa que ella no pudo corresponder por
la sorpresa.

Entonces, Charles apareció. Se apoyó en el marco de la puerta de la caravana con una


sonrisa amplia.

—Hola, querida. Qué sorpresa.

—Eh... ¿estabas ocupado?

—Siempre tengo tiempo para mi pequeño androide favorito. ¿Quieres entrar?

Alice dudó un momento antes de entrar a la caravana. La revisó con los ojos y estuvo a
punto de ir a sentarse en el pequeño sofá cuando captó movimiento en la cama de la
caravana. Genial, ¿otra chica?

Pero se quedó parada cuando vio que dos chicos —uno se ponía la camiseta— se ponían
de pie y les saludaban con la cabeza antes de abandonar la caravana. Alice los siguió con
la mirada, perpleja, antes de girarse hacia Charles. Él estaba en el pequeño sillón,
fumándose algo. Cuando vio la mirada juzgadora, puso una mueca.

—¿Qué? No me cierro a ningún tipo de placer.


—¿Con cuánta gente...?

—No quieres saberlo —le aseguró, riendo.

Alice sacudió la cabeza, quitándose la imagen de la mente, y se sentó en el sofá. Apoyó


las manos en la mesa que tenía delante y suspiró Charles la miraba desde el otro lado de
la mesa, curioso.

—¿Has venido por algo en concreto o solo a observar mi cara perfecta?

—Por nada en concreto —murmuró—. No sabía dónde ir.

—Sí, ya he oído que eres la apestada de la ciudad —sonrió él—. ¿Te ha reñido papi
Max?

—¿Puedes no llamarlo así?

—Uy, alguien está escocida —Charles sujetó lo que fuera que fumaba entre los labios y
se estiró para alcanzar dos vasos pequeños y una botella con líquido que apestaba a
alcohol—. ¿Has matado a uno de los nuevos o algo así?

—No. Solo... los he apuntado con la pistola.

—¿Y te la han quitado? —preguntó Charles, empujando un vasito lleno hacia ella.

Alice lo recogió y lo olió antes de poner una mueca.


—Sí. El cinturón entero.

—Joder. Max es estricto. Aquí, no hay ni un solo día en que alguien no apunte a otro con
una pistola. No es para tanto. Es el ciclo de la vida.

—¿Qué es esto? —preguntó Alice con una mueca.

—Whisky, querida. Sirve para olvidarte de tus problemas.

—Dudo que tengas nada que pueda hacer que me olvide de mis problemas, Charles.

Él pareció que iba a decir algo, pero se detuvo y pareció que se le había ocurrido algo.
Alice enarcó una ceja.

—¿Qué?

—Mira, querida, yo te considero mi amor imposible...

—¿Eh?

—...por eso, creo que puedo hacerte un pequeño favor —la ignoró—. Y te voy a dejar
gratis lo que normalmente doy a los... mhm... alumnos frustrados que necesitan un
pequeño chute de energía. ¿Me entiendes?

Alice parpadeó.

—¿Vas a darme ánimos o algo así?


—Algo así.

Charles se agachó y buscó algo bajo el sillón. Alice parpadeó cuando sacó una pequeña
bolsa con pastillas blancas diminutas. Sacó una y la miró detenidamente antes de dejarla
en la mesa, mirando a Alice.

—Créeme, esto es oro puro.

—¿Y qué es esto, exactamente?

—Ya te lo he dicho. Solo son ánimos.

—No sé...

—¿Qué más te da? Si te mareas, puedes quedarte. Soy inofensivo.

Alice puso los ojos en blanco y agarró la pequeña pastilla, mirándola fijamente. No
parecía tener nada del otro mundo. Y no olía a nada en particular.

—Max se enfadará aún más de mí si me tomo esto.

—No lo hará si no se entera. Además, ¿no crees que te mereces un pequeño respiro?

Hubo un momento de silencio. Ella puso una mueca.


—A la mierda.

Se metió la pastilla en la boca y la dejó sobre su lengua antes de agarrar el vaso de


alcohol y apurarlo, tragándose ambas cosas. Volvió a dejar el vaso vacío en la mesa y
puso una mueca de disgusto. Charles aplaudía, divertido.

—¡Ese es el espíritu!

—No siento nada —murmuró Alice.

—Eso dímelo en un rato —él empezó a reírse.

Alice esperó unos segundos, pero seguía sin sentir nada. Suspiró y se encogió de
hombros.

—Creo que estaba caducado, Charles —dijo—. Voy a volver a mi habitaci...

Se detuvo abruptamente cuando estuvo de pie. Su corazón se detuvo un momento y


parpadeó varias veces, como si le resultara difícil poder enfocar algo. No se había dado
cuenta de que estaba apoyada con una mano en la mesa.
Miró a Charles con la respiración agitada. Él sonreía.

—Ahí está —la señaló—. Eso se llama subidón, querida.

Y Alice podía sentirlo. Podía sentir la sangre fluyendo más rápidamente por sus venas, su
cerebro funcionando a toda velocidad y su corazón aporreándole el pecho. La sensación
más cercana que encontró fue la primera vez que Rhett la había besado.

Pero era mucho intenso. Era... incontrolable. De pronto, solo quería ir a correr. Miró a
Charles, entusiasmada.
—¡Creo que lo noto!

—Pues vete a volar, pequeño pajarito —Charles suspiró—. Me gusta


emborracharme solo.

Alice sonrió ampliamente y salió de la caravana. De pronto, todo parecía más


colorido. Incluso la mugre de las caravanas parecía tener una carita sonriente que le
daba ánimos a hacer lo que fuera que quisiera hacer. Saludó a todo el mundo que se
cruzó con ella y los de las caravanas la saludaron de la misma forma.

¿Qué hora era? Levantó la cabeza. No era tarde. Quería hablar... ¿con quién?
¿Qué más daba? ¡Con quien fuera!

Entró dando saltitos de felicidad al edificio principal y lo primero que captó fue que los
guardias de la puerta dejaban de hablar al ver los saludaba agitando la mano como una
histérica. Alice ni siquiera se dio cuenta y siguió andando.

Las paredes, los techos, los suelos... todo brillaba. ¿Lo habían limpiado? Ni siquiera se
había enterado? Incluso podía lamer el suelo y no pasaría nada. ¿Y si lo hacía? Solo para
comprobarlo. Para saber qué pasaría.

Estaba a punto de agacharse cuando le pareció escuchar su nombre como en otro planeta.
Se dio la vuelta y vio que Rhett se alejaba de un grupo de iniciados para acercarse a ella
con el ceño fruncido.

—¿Estás bien? —preguntó, extrañado—. Te veo muy...

—¡Estoy genial! —exclamó ella, con el pecho subiéndole y bajándole a toda


velocidad.
Rhett enarcó una ceja, confuso, mirándola de arriba abajo.

—No te has dado un golpe en la cabeza, ¿no?

Alice soltó una risa tan repentina que él dio un respingo hacia atrás. Ella aprovechó el
momento para —literalmente— lanzarse sobre él con los brazos alrededor de su
cuello. Rhett tuvo que dar un paso atrás para sujetarla y no caerse los dos al suelo.

—Pero, ¿qué...?

—¡¿Sabes qué?!

—Alice, ¿puedes bajar...?

—¡Ya sé qué pasaría si los conejitos blancos nos invadieran!

Él siguió intentando librarse del abrazo porque todo el mundo los estaba mirando,
pero Alice aprovechó y lo rodeó también con las piernas, entusiasmada.

—¿De qué demonios estás hablando?

—¡De lo que dijo Jake!

—Lo dices como si alguna vez escuchara lo que dice Jake.


—¡Pues dice cosas muy interesantes!

—Genial, ¿puedes bajarte?

—¿Por qué? ¿Tu hosco honor se ve afectado porque tu novia te esté dando abracitos?

Rhett le puso mala cara, pero Alice no se movió de su lugar. De hecho, sonrió
ampliamente.

—¿Sabes qué?

—No, no lo sé.

—¡Pues pregúntamelo!

—¡Es que no quiero saberlo! ¡¿Te quieres bajar?!

—¡Es verdad! —Alice se bajó de un salto y lo enganchó de la mano—. ¡Ven,


vamos!

Ella dio un tirón con todas sus fuerzas cuando empezó a corretear por el pasillo, obligando
a Rhett a seguirla.

—¿Qué...? ¡Ten cuidado, bruta, que me arrancas un brazo!

—Uy, que flojito es el instructor más duro de Max —ella soltó una risita.
—¿Se puede saber qué demonios te ha pas...?

Rhett estuvo a punto de chocarse con ella cuando se detuvo de golpe, girándose en
redondo hacia él. Pareció que iba a decir algo, pero Alice sintió el impulso de besarlo y...
eso hizo.

Lo agarró por las mejillas con ambas manos y lo atrajo bruscamente hacia ella. Rhett
estaba tan sorprendido que, al menos, no se separó. De hecho, ni siquiera se movió del
todo. Pero Alice lo hizo por él. Y cuando pareció que por fin iba a reaccionar, ella se
separó y volvió a arrastrarlo por el pasillo.

—Whoa, ¿qué...? —lo escuchó musitar a sus espaldas—. ¡No había terminado!

—¡Pues yo sí!

—¿Y desde cuándo eliges tú en esta relación?

—Desde siempre, Rhett, asúmelo.

—No quiero.

—Además, ¿ya no te preocupa la gente o qué?

—¿Qué gente? Ni me acordaba de su existencia.

Alice lo ignoró estaba demasiado acelerado. Se detuvo en la puerta de la


biblioteca y la abrió de una patada. Todo el mundo la miró. Rhett soltó un
suspiro.
—Muy bien —murmuró—. La discreción es lo más importante.

Ella avanzó por los pasillos de la biblioteca hasta que encontró la mesa ocupada por Jake,
Kilian y Trisha. Jake y Kilian leían un libro de medicina mientras que Trisha se limitaba a
comer y a mirarlos con desprecio, como de costumbre.

Los tres levantaron las cabezas de golpe cuando Alice apartó una silla de malas maneras y
se sentó justo delante de Jake, que parecía confuso.

—Menudo sust...

—¡Ya sé qué pasaría si nos invadieran los conejitos blancos!

Hubo un momento de silencio. Jake puso una mueca.

—¿Qué?

—¡Lo que dijiste! ¡Sé que pasaría! ¿No te acuerdas?

—Pues...

—Si nos invadieran, habría dos opiniones extremas al respecto —le explicó Alice a toda
velocidad bajo su mirada confusa—. Los primeros serían los que los aceptarían.
Llamémoslos pro-conejitos. Los demás, serían los anti-conejitos.
Pero lo que deberíamos preguntarnos en realidad es cuál de los dos bandos tiene la
razón.
»Para empezar, los anti-conejitos no aceptarían una forma de vida que toda su
existencia han considerado como inferior, así que una invasión por su parte debatiría
sus delirios de grandeza, haciendo que se replantearan su orgullo y poder como seres
humanos y capitanes de la escala evolutiva tal y como la conocemos hoy en día.

»Por otra parte, los pro-conejitos podrían argumentar que deberían ser considerados como
iguales porque si han tenido la capacidad de invadirnos es que tienen algún tipo de
inteligencia sí o sí. ¿Y qué diferencia a los humanos de los animales? ¡Pues muchas cosas!
Pero una de ellas es la inteligencia.
Entonces, tendríamos que conseguir que las dos especies se adaptaran una a otra y
sería un proceso largo y costoso.

»Pero, ¿y si los conejitos fueran demasiado inteligentes para nosotros? ¿Y si quisieran


venganza por todos los años que hemos pasado ignorándolos, tratándolos como seres
inferiores o degradándolos. Si pudieran invadirnos, ¿por qué no podrían hacernos lo que
ellos quisieran? Entonces, ¿cómo elegirían a su líder y cómo organizarían la invasión?
¿Se comunicarían entre ellos? ¿Nos dejarían vivos para ponernos en jaulas como ellos
han estado recluidos por años y años, cobrando así su venganza? Bueno, ¿tú qué crees?
¿Moriríamos o no?

Silencio.

Alice sentía su cuerpo agitándose a toda velocidad por la emoción, pero... ¿por qué
nadie más parecía emocionado? ¿Por qué la miraban como si estuviera loca?

Por fin, Trisha habló, pero le habló a Rhett.

—¿Está fumada?

—No lo sé, pero la verdad es que empiezo a sospecharlo.


—¡Tengo que ir a atender otros asuntos! —Alice se puso de pie precipitadamente,
señalando a Jake—. ¡Piensa en la invasión de los conejitos!

—Eh...

No esperó una respuesta. Volvió a salir corriendo y escuchó a Rhett llamándola mientras
la perseguía. Eso solo hizo que quisiera correr aún más, divertida.
Estaba casi sudando cuando dobló una de las esquinas del pasillo y se dio de bruces
con alguien alto. Cayó al suelo de culo y, al instante siguiente, Rhett estaba de pie a
su lado, jadeando.

—Ya era hora de que dejaras de correr —masculló.

Alice lo ignoró y se puso de pie mirando Max, con quien había chocado. Él

parecía un poco precavido, así que no se movió. Así que lo hizo Alice...

...dándole un abrazo.

—¡Alice! —le chistó Rhett entre dientes, paralizado.

—¡Ay, Maxy, Maxy, Max! —exclamó Alice apretujándolo entre sus brazos.

—Vale, no sé que te pasa. Pero te doy cinco segundos para soltarme —le dijo él sin
mucha compasión.

—¿Y por qué me castigarás? ¿Por un abrazo? ¿Ahora un abrazo es un delito?

—Alice —le advirtió él, completamente incómodo—, tengo que hablar con Rhett.
—¿Ahora? —él suspiró.

—Ahora —Max la miró—. Fuera.

—Qué suave eres siempre conmigo.

Alice suspiró y empezó a alejarse de ellos. Max le daba la espalda y decía algo a Rhett,
que encontró la mirada de Alice por encima de su hombro. Frunció un poco el ceño
cuando vio que estaba sonriendo maliciosamente, como si le preguntaba por qué estaba
tan contenta.

Alice aumentó su sonrisa y levantó su cinturón, el que acababa de robar de la cintura de


Max.

Rhett abrió los ojos como platos, pero ella no le dejó tiempo para responder, porque
enseguida volvió a salir felizmente corriendo.
CAPÍTULO 47
Alice abrió los ojos lentamente y se adaptó a la débil luz que le daba en la cara. Frunció
un poco el ceño cuando intentó mover la mano y chocó con algo. O más bien con
alguien.

Miró a su derecha. Estaba en su habitación. En su cama. Vestida exactamente como la


noche anterior. O la tarde. Sí, la tarde era lo último que recordaba. ¿Se había quedado
dormida? ¿Por qué le dolía tanto la cabeza?

Le sorprendió un poco ver a Rhett durmiendo a su lado. Normalmente, prefería no


hacerlo porque... bueno, porque era Rhett.

Se estiró un poco más y vio que estaba amaneciendo. Se pasó una mano por la cara. Se
sentía como si alguien le estuviera martilleando la cabeza.

—Buenos días —murmuró Rhett sin despegar la mejilla de la almohada. De hecho, se


acomodó un poco más.

—¿Cómo sabes que estoy despierta? Ni siquiera has abierto los ojos.

Su voz sonaba como si no hubiera bebido en años. De hecho, tenía sed. Mucha sed.

—Simplemente lo sé —murmuró él.

—A veces, das miedo.

—Mejor no hablamos del miedo que das tú otras veces.

Le puso mala cara, pero no estaba de humor para hablar mucho más, así que se limitó a
estirarse. Eso sí, aprovechó para golpearlo a propósito en el proceso.
Rhett abrió los ojos solo para mirarla con mala cara.

—Es una muy bonita forma de agradecerme que no hicieras el ridículo anoche.
—¿Anoche? —ella arrugó la nariz, extrañada—. ¿Qué pasó?

Rhett se detuvo un momento, sorprendido. Después, sacudió la cabeza.

—Claro que no te acuerdas.

—¿Debería?

—No. Con lo que habías bebido... ya hablaré con Charles.

—No... no recuerdo beber nada.

—Sí, bueno, bienvenida al mundo del pecando.

Él rodó sobre sí mismo hasta quedar con la espalda en el colchón. Alice lo miró con cierta
desconfianza.

—¿Qué? —preguntó Rhett al darse cuenta.

—¿Por qué hemos dormido en la misma cama y estamos los dos vestidos? Él tardó

un momento antes de empezar a reírse a carcajadas.

—Serás pervertida.

—Era una pregunta seria.

—Sinceramente, Alice, dudo que acostarme con chicas medio-inconscientes sea jamás
algo que pueda gustarme.

—Yo no estaba medio-inconsciente.


—¿Y tú qué sabes? Ni siquiera te acuerdas.

Alice lo analizó un momento con el ceño fruncido. Después se incorporó y se estiró hacia
su cantimplora. Menos mal que le quedaba algo de agua. Le dio un sorbo y miró a Rhett.

—Y... ¿qué hice?

—Bueno, hay una larga lista. ¿Empezamos por la parte en que le robaste tu cinturón a
Max y te fuiste corriendo con él?

Tenía agua en la boca y trató de hablar tan rápido que se atragantó y empezó a toser. Rhett
se sentó a su lado y le dio unas palmaditas en la espalda que no sirvieron de mucho. Al
final, cuando pudo volver a respirar, lo miró con los ojos abierto de par en par.

—Que yo... ¡¿qué?!

—Y después fuiste a la cafetería con Charles y los colgados de sus amigos. Y creo
que no quieres saber más detalles.

—¿El detalle de cómo terminé aquí...?


—Sí, eso fue básicamente cuando te dije que nos fuéramos y tú solo aceptaste con la
condición de que fuera a tu habitación.

Por su cara, Alice dedujo enseguida el por qué. Se puso roja al instante. Él sonrió,
divertido.

—Menos mal que te quedaste dormida en dos segundos. Ya no sabía cómo contener
a la fiera.

—¿C-cuánta gente vio todo eso?

—¿Lo de la cafetería? Era la hora de cenar. Más gente de la que te gustaría. Lo de la


habitación solo lo vi yo, así que puedes estar tranquila.

—Bueno... ¡no habría reaccionado así si no hubiera sido porque todos me tratasteis como a
una idiota!

Él parpadeó, sorprendido.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

—Yo no te traté como una idiota.

—¡Fui al gimnasio y me dijiste que estabas muy ocupado como para


escucharme!
Él pareció estar a punto de decir algo que a ella no iba a gustarle, así que se calló y
sacudió la cabeza.

—No es tan sencillo, Alice. Las cosas están muy bien como para estropearlas.

—No iba a estropear nada.

—Además, hasta donde yo sé, esos chicos no planeaban nada malo.

Alice puso mala cara.

—O disimularon.

—Sí, claro, e hicieron una tarta en lo que iban a la habitación para disimular.

—¡Puede que ya la tuvieran hecha, por si acaso!

—Venga ya, Alice.

—Bueno, ¿y tú por qué sigues aquí? ¿No tienes una clase a la que ir? ¿O niños a los que
aterrorizar?

—Vale, primero, yo no aterrorizo a los niños.

—No, claro, solo haces que lloren.


—¡Solo lloran algunos!

—¿Y de qué te crees que lloran? ¿De alegría?

—Bueno, ¿qué más da eso? Hoy es domingo.

Alice parpadeó y lo consideró un momento antes de sonreír.

—Oh, sí, es verdad.

—A ver si te centras un poco.

—¡Acabo de despertarme!

Se tumbó de espaldas en la cama, cruzando los brazos para dejar claro que no le estaba
gustando esa conversación. Rhett la miró de reojo antes de suspirar.

—¿Quieres que me vaya?

—Pues sí.

—Pues nada, voy a seguir durmiendo a mi habitación.

Alice le puso mala cara al instante y él se detuvo, confuso.

—¿En serio?
—¿Qué?

—¿En serio te vas a ir?

Rhett entreabrió los labios.

—¡Acabas de decirme que me vaya!

—¡No quería decir eso!

—¡Has dicho, literalmente, que me vaya!

—¡Porque no quiero que te quedes!

—Pero ¡¿se puede saber qué demonios quieres de mí?!

—¡Si está clarísimo!

—¿El qué?

—¡Quiero que te quedes un rato más!

Rhett la miró y sacudió la cabeza.


—¿Alguna vez has pensado en hacer un manual para poder entenderte? Porque lo
agradecería mucho.

Alice sonrió ampliamente, olvidándose del enfado anterior, y le hizo un gesto para que se
tumbara a su lado. Rhett lo hizo, aunque seguía sin entender muy bien por qué. Esta vez,
fue él quien se cruzó de brazos, dejando claro su enfado. Alice sonrió aún más y se
arrastró a su lado, abrazándolo de pies y brazos.

—Oye, Rhett.

—¿Qué?

—¿Estás enfadado?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque eres más rara que un perro verde.

—Nunca he visto un perro.

—Pues enhorabuena.

Alice sonrió, divertida, al ver su repentino mal genio. Se acercó un poco más, pegándose
por completo. Rhett suspiró.
—Y luego me dicen a mí que soy difícil de entender. Hace treinta segundos me decías
que me fuera y ahora te abrazas. No entiendo nada.

—Es que lo analizas todo demasiado.

—Y tú no, claro.

—¿Eso ha sido sarcasmo?

—No, Alice.

—...

—...

—¿Eso ha sido sarc...?

—Sí, Alice, lo ha sido las dos veces.

Ella empezó a reírse y se movió, subiéndose encima de él. De esta manera, se quedó
sentada en la parte baja de su estómago. Sin embargo, Rhett se limitó a enarcar una
ceja.

—¿Por qué sonríes tanto?

—Porque cuando te enfadas eres gracioso.


—Sí, eso mismo deben pensar los niños a los que hago llorar.

—Ellos no te conocen.

—Claro, es que en realidad soy un oso amoroso.

—No, pero tampoco eres el chico malo que quieres que crean que eres —ella ladeó la
cabeza.

Rhett la miró con una ceja enarcada. Otra vez.

—¿Ahora qué eres? ¿Psicóloga?

—¿Qué es...?

—Oh, déjalo.

Ella empezó a reírse, pero no le quitó la mala cara. Eso de que era gracioso cuando se
enfadaba no era mentira. Se acomodó un poco más en su estómago y decidió cambiar de
tema. Buscó con la mirada y lo primero que vio fue su estómago. Se lo pellizcó a sí
misma y puso mala cara. Rhett la miraba con extrañeza.

—Me da miedo preguntar qué demonios haces.

—He engordado un poco.


—Ah, es eso.

Alice lo miró al instante. Su expresión era la indignación personificada. Sin pensarlo dos
veces, le dio un manotazo en el hombro. Rhett dio un respingo, sorprendido.

—¿Qué...?

—¿Ah, es eso? ¿Y qué se supone que quieres decir, Rhett?

—¿Yo?

—¡Sí, tú, el único otro ser vivo de esta habitación!

—¿Y tú cómo sabes que no hay un bicho en el armar...? ¡Vale, vale, olvídalo, el bicho
está muerto!

Se había encogido cuando vio que iba a darle otro golpe. Se detuvo. Esta vez, el que se
reía era él, aunque todavía no parecía entender mucho lo que la había molestado.

—¿Puedo preguntar a qué ha venido el golpe!

—¡Me has dicho que estoy gorda!

—¡Yo...! ¿Qué...?
—¡Lo has dicho!

—¡No es verdad!

—¡No lo has negado!

—¡Solo has dicho que has engordado un poco, Alice, no...!

—¿Qué pasa? ¿Que si engordo un poco ya no te voy a gustar? ¿Es eso?

—¿En qué maldito momento he dicho yo eso?

Al ver su cara de confusión, Alice no pudo aguantarlo más y se echó a reír. Rhett le puso
mala cara.

—Así que era una broma —masculló de mala gana.

—Siempre caes en ellas —Alice ladeó la cabeza, divertida—. ¿Te acuerdas de cuando
te ruborizabas cada vez que venía en bragas a tu habitación?

—Yo no... no me ponía rojo.

Y, solo con el recuerdo, Alice vio que sus mejillas se encendían un poco. Sonrió
ampliamente.

—¡Sí lo hacías, mírate!


—¡Bueno, tú no tenías por qué venir en bragas!

—Nunca te vi quejarte. Especialmente cuando te acordabas de todos y cada uno de los


dibujos que había en ellas.

—¿Y a qué querías que mirara si no dejabas de pasearte en la habitación en ellas?

—Hay mucho cuerpo encima y mucho debajo, Rhett, no disimules. Mirabas lo que
querías mirar.

—Bueno, ¿y tú qué?

Ella se detuvo un momento, sorprendida.

—¿Yo?

—¿Te crees que no me daba cuenta de que me mirabas cada vez que se me levantaba
un poco la camiseta? —él enarcó una ceja.

Esta vez, fue Alice quien se puso roja. Y mucho peor.

—¿Eh? ¿Yo?

—Sí, tú, cariño.

—¡Yo no hacía eso!


—Claro que lo hacías. No puedo decir que no me gustara. A veces, esperaba a que vinieras
tú para colocar las cosas de las estanterías superiores.

—¡Yo no...! ¡Solo miraba por curiosidad! ¡Por la cicatriz de la cintura!

—Así que también me mirabas la cintura. Yo que creía que era solo la espalda...

Alice agarró la almohada y estuvo a punto de darle con ella, pero Rhett se la quitó de la
mano y la tiró fuera de la cama. En menos de un segundo, él se incorporó para quedarse
sentado con ella en su regazo y se inclinó hacia delante para besarla.

Alice se olvidó por completo del enfado al instante. Notó que le rodeaba la cintura con
ambos brazos sin dejar de besarla e, inconscientemente, cerró los ojos y subió las manos
por sus hombros y su cuello hasta dejarlas en sus mejillas. La barba de pocos días le
pinchó las manos cuando pasó las yemas de los dedos por ella.

—Y sí que me mirabas —añadió Rhett, separándose un momento.

A Alice, en esos momentos, le daba exactamente igual si lo miraba o no. Estaba


demasiado centrada en lo que hacían en ese instante como para preocuparse de nada
más.

Especialmente cuando él le bajó la cremallera de la sudadera negra. Alice se la quitó


mientras él se quitaba la camiseta y luego hizo lo mismo, quedándose en sujetador. Se
inclinó de nuevo hacia delante para volver a besarlo, esta vez con muchas más ganas, y
ya sintió que su corazón se aceleraba. Como siempre que la besaba así.
Rhett la sujetó con un brazo y le dio la vuelta, dejándola de espaldas en la cama. Se
tumbó encima de ella, clavando una de sus rodillas entre las suyas. Alice notó el el
colchón se hundía junto a su cabeza cuando apoyó una mano justo en ese punto. Ella le
puso las manos en la espalda y notó la cicatriz de la que habían hablado unos momentos
antes bajo sus dedos. Tiró de su cuerpo hacia abajo, obligándolo a pegarse un poco más.
Rhett le pasó una mano por la espalda y le deshizo el sujetador con una mano.

—AAAAALIIIICEEEEE.

—No me lo creo —Rhett se separó—. Este crío tiene una maldita alarma.

Alice sonrió y estuvo a punto de gritarle a Jake a través de la puerta que iría a verlo en
un rato. un rato largo.

Pero... Jake no esperó.

De repente, abrió la puerta como si nada. Alice dio un respingo y notó que Rhett volvía a
abrocharle el sujetador a toda velocidad.

—Pero, ¿se puede saber qué te pasa? —le espetó él a Jake.

El niño se quedó de pie en la puerta.

—Ups —puso una mueca—, ¿podéis dejar de hacer guarrerías? Es asqueroso.

—Sí, eso dímelo cuando empieces a hacerlas tú —masculló Rhett.

Alice se apresuró a alcanzar su camiseta y cubrirse el sujetador con ella, sujetándola con
una mano. Tenía las mejillas rojas, y no estaba muy segura de si era por haber sido
pillada... o por lo de antes.
—¿Tienes pensado irte o te quedas y te hacemos un café? —Rhett enarcó una ceja.

—¿Tenéis...?

—No, no temos. Pero, ¿qué os pasa hoy con el sarcasmo?

Jake miró a Alice señalándolo con la cabeza.

—¿Puedes recordarme porque te gusta?

Ella sonrió, divertida, cuando él le puso mala cara.

—Bueno, ya puedo quedarme, ¿no? —Jake sonrió ampliamente—. No estáis


haciendo nada interesante.

—Teníamos toda la intención de hacerlo —aclaró Rhett.

—Jake, ¿no podemos hablar un poco más tarde? —preguntó Alice.

—¿Un poco más tarde? ¿Y eso qué son? ¿Cinco minutos?

—Mejor... unos veinte —sonrió ella.

—¿Veinte? —Rhett la miró de reojo—. Mejor cuarenta.

—¿Cuarenta? ¿Tanto?
—¿Veinte? ¿Tan poco?

—No entiendo nada de esto —aclaró Jake—, pero ya nos veremos a la hora de
desayunar. Y no preguntaré detalles, tranquilos.

Abandonó la habitación, cerrando a su espalda. Alice suspiró.

—Bueeeeno —Rhett la miró y se le quitó la camiseta de la mano—, ¿por dónde


íbamos?

Ella sonrió cuando volvió a acercarse para besarla.

Sin embargo, se detuvo en seco cuando la puerta volvió a abrirse de golpe. Ambos se
quedaron mirando a Charles, que se estaba comiendo una piruleta tranquilamente.

—Venga ya —Rhett soltó una palabrota—, ¿y tú qué demonios quieres?

—Uh, ¿os he pillado de fiesta? —Charles sonrió ampliamente, lanzando la piruleta a su


espalda sin mirar a dónde quedaba—. ¿Hay sitio para alguien más?

—¡No! —le gritó Alice.

Sin embargo, él cerró la puerta y fue felizmente hacia ellos, sentándose en medio de
ambos con una sonrisa de oreja a oreja. Le pasó un brazo por encima de los hombros a
Alice, que recordó que solo iba en sujetador.

—Oye, te aseguro que sé hacer cosas más interesantes que ese de ahí —dijo, señalando
a Rhett con la cabeza.
El aludido enarcó una ceja lentamente.

—¿Quieres perder ese brazo?

—No, gracias.

—Pues te recomiendo que lo quites de ahí.

Charles se empezó a reír y le pasó el otro a él, también por encima de los
hombros.

—Tranquilo, si esto es un juego de tres, no de dos. ¿Qué me decís?

—Te digo que te vayas de mi habitación —aclaró Alice.

—Oh, vamos, no me seas aburrida. ¿Qué me dices tú, Romeo?

—Romeo te recomienda que te apartes. Charles

suspiró dramáticamente y los soltó.

—Hay gente que no sabe pasarlo bien.

Se puso de pie y avanzó hacia la puerta.

—Un momento —Alice frunció el ceño—, ¿por qué has entrado en mi habitación de esas
formas?
—Solo venía a ver si alguien quería un poco de diversión matutina, querida, pero veo que
ya estás servida.

Rhett puso los ojos en blanco cuando él sonrió ampliamente, deteniéndose en la puerta.

—Aunque sigo acordándome de ese dulce beso —añadió, mirando a Alice—. Nunca
lo olvidaré. Quedó grabado a fuego en mi corazón.

—¿Quieres que te grabe yo algo a fuego en la cara? —Rhett apretó los labios.

—Relájate, vaquero —Charles lo miró un momento más—, ahora busco el tuyo.

Le guiñó un ojo descaradamente y se marchó tan feliz como siempre. Rhett y Alice
suspiraron a la vez y se miraron el uno al otro.

—¿Sigues queriendo...? —preguntó Alice.

—¿Tú qué crees?

Él se arrastró a su lado de nuevo y la rodeó con los brazos, volviendo a besarla. Alice
apenas había tenido tiempo a tocarlo cuando la puerta volvió a abrirse.

Trisha entró con la cabeza agachada hacia un papel que sostenía.

—Oye, Alice, ¿crees que...?

—A la mierda —Rhett se puso de pie y recogió su camiseta—. Yo me voy a darme


una ducha. Esto está más transitado que un maldito autopista.

Trisha lo miró con una ceja enarcada y luego se giró hacia Alice.

—¿Interrumpo algo?
CAPÍTULO 48
Max estaba mirando unos papeles cuando Alice asomó la cabeza por la puerta. Tenía una
sonrisa inocente en los labios.

—Hoooola.

—¿Qué quieres?

—Saludar a mi alcalde favorito del mundo mundial.

—Si no has venido a devolver el cinturón, puedes volver a cerrar la puerta.

Alice le puso mala cara y entró en el despacho. Él ni siquiera había levantado la cabeza.
Seguía revisando algo con el ceño fruncido.

—Tienes que sonreír más a menudo, Max.

—No me gusta sonreír.

—Eso ya lo veo.

Ella se dejó caer en la silla que tenía al lado y, tras suspirar, le tendió el cinturón de
nuevo. Max levantó la cabeza un momento, solo para quitárselo y ponerle mala cara.

—Espero que la próxima vez que te pelees con alguien, lo afrontes de forma más
madura.

—¿Y qué hice inmaduro? —preguntó, irritada.

—¿A parte de recurrir a los métodos de Charles? Ella

enrojeció y se encogió de hombros.


—Estaba enfadada.

—Todos estamos enfadados continuamente. Supéralo.

—Gracias por tu comprensión continua, Max. Es muy reconfortante.

—Con todas las cosas que podías aprender del ser humano, ¿lo primero que se te ocurrió
fue aprender ironía?

Ella se encogió de hombros.

—La ironía es divertida.

Se quedó mirando un momento sus papeles y vio un montón de números que no entendió.
No era su punto fuerte. Prefería las letras.

—¿Qué haces? —preguntó, curiosa.

—Cuentas.

—¿De qué?

—De los gastos de la ciudad —replicó, algo molesto.

Alice repiqueteó un dedo en la mesa.

—¿Y puedo ayudarte?


—Sí. Callándote me ayudarías mucho.

—Vamos, puedo ser útil cuando quiero.

Max suspiró y quitó la hoja que tenía delante para sustituirla por otra que se veía todavía
más complicada..

—¿Por qué no vas a molestar a Jake? —le preguntó.

—Hemos quedado en vernos a la hora del desayuno.

—¿Y con Rhett?

—Está enfadado porque esta mañana nos han interrumpido un montón de veces cuando
intentábamos...

—...no necesito tantos detalles, la verdad.

Alice vio que soltaba la hoja y la miraba.


—No vas a irte hasta que tengas algo que hacer, ¿no?

—Creo que los dos sabemos que no, Max.

—Pues muy bien —él suspiró y se puso de pie—. Tenía que ir a ver a Charles y Tina.
Puedes venir. Si te callas.

Ella sonrió ampliamente y lo siguió por el pasillo. Max bajó las escaleras sin mucha prisa
y lo detuvieron tres veces en que Alice se limitó a mirar a su alrededor, sin tener la menor
idea de qué le hablaban. Al final, empezaron a cruzar el patio delantero en dirección a las
caravanas.

—Oye, Max.

Él la miró, pero no dijo nada. Tan simpático como de costumbre.

—¿Tú qué eras antes de todo esto?

—¿Qué era? —repitió, confuso.

—Tina dijo que era pertiatra...

—Pediatra —él puso los ojos en blanco.

—...y Rhett estudiante. ¿Tú qué eras?


—Ah, eso —él sacudió la cabeza—. A ver si lo adivinas.

—¿Alcalde?

—No.

—¿Líder de una ciudad de rebeldes?

—Alice, no había reb...

—¿Científico?

—No, mira...

—¿Líder de caraanas?

—Mira, déjalo —él negó con la cabeza—. Era policía. Ella

lo miró de reojo, un poco perdida.

—¿Qué es eso?

—Es... bueno, era un grupo de gente que se encargaba de asegurarse de que las
personas cumplieran la ley.

—¿Qué es la ley?

—Las normas.
—¿Y matabais a los que no lo hacían?

—¿Qué? No, claro que no. No podíamos disparar a zonas donde pudiéramos herir de
muerte.

—¿Por qué no?

—Porque, básicamente, Alice, morirían.

—¿Y qué? ¿No son malos? Que se mueran.

—Me preocupa un poco esa violencia que has adquirido. Te recuerdo que cuando
nos conocimos no sabías ni qué era golpear.

—Pero he cambiado.

—A peor.

—¡A mejor!

—Definitivamente, a peor.

—Bueno, ¿me vas a decir por qué no matabais a los malos?


—Alice, en el mundo no todo es bueno o malo. Nunca sabes lo que está pasando otra
persona. Imagínate a un chico de diecisiete años robando comida porque sus padres no
tienen dinero y sus hermanos pequeños tienen hambre. Está incumpliendo la ley, pero,
¿tú le dispararías?

—No —ella frunció el ceño—. Pero también hay gente mala.

—Bueno, siempre ha habido gente mala. Y siempre la habrá. Y no solo en un bando,


sino en todos.

Él hizo un gesto hacia las caravanas.

—Charles no es que sea lo mejor que puedes encontrarte, por ejemplo.

—Pero Charles es bueno cuando quiere —replicó ella.

—¿Estás defendiendo a Charles? ¿Te encuentras bien?

—¿No puede caerme bien?

—Hasta hace un momento, creía que no. Ahora veo que sí.

Alice sonrió divertida mientras entraban en el círculo de caravanas. Se puso roja de nuevo
cuando todo el mundo la saludó —la recordaban por la fiesta de la noche anterior— y Max
la miró con cierto reproche.
Sin embargo, se olvidó cuando los dos se detuvieron delante de la caravana de Charles.
Max llamó con los nudillos y esperaron pacientemente. Pasaron unos segundos sin que
recibieran respuesta.

—Puede que no esté —murmuró Max.

—Oh, claro que está —Alice suspiró y golpeó la puerta con más fuerza—.
¡CHARLES, ABRE!

Al instante, se escucharon pasos acelerados de un lado a otro de la caravana. La puerta


se abrió y tres chicas se quedaron mirando a Max y Alice. Las tres — despeinadas— se
apresuraron a salir de ella. Un chico las siguió, dedicándoles una sonrisa. Por fin,
Charles apareció sin camiseta y con una gran sonrisa.

—¿Sigues queriendo un poco de diversión ma...?

Se detuvo en seco cuando vio a Max y puso una mueca.

—Oh, vaya. Eres tú.

—Sí, yo también me alegro de verte, Charles.

Él bajó los escalones de la caravana y se detuvo a su lado, solo con unos


pantalones. Sonrió a Alice y luego miró a Max.

—No te ofendas, Maxy, pero no eres la visita que esperaba.

—¿Y qué te esperabas exactamente? —él enarcó una ceja.


—Mejor no te lo digo. No quiero mancillar la imagen que tienes de tu hijita
postiza.

Alice puso los ojos en blanco y Max lo miró un momento. Charles estaba sonriendo
ampliamente, pero se detuvo cuando Max le dedicó una sonrisa irónica y le dio una
"palmadita" en la espalda que casi lo mandó volando al otro lado de la ciudad.

—Qué gracioso es —masculló.

Charles puso una mueca mientras se acariciaba la espalda. Max lo ignoró


completamente.

—Tenemos que hablar.

—Sí, eso ya lo suponía —murmuró Charles—. ¿Queréis entrar?

—No va a hacer falta.

Y empezaron a hablar de cuentas, armas y otras cosas que, honestamente, a Alice le


importaban un bledo. Ella miró a su alrededor un rato, viendo que los de las caravanas
no estaban muy activos por las mañanas. Su punto fuerte era la noche. Suspiró y se giró
hacia Max cuando volvió con ella. Emprendieron juntos el camino hacia el edificio
principal.

—¿Ha ido bien? —preguntó ella.

—Estabas literalmente al lado, Alice.

—Cuando te pones a hablar de cosas serias, desconecto.


—Es un gran incentivo para que te haga líder en el futuro.

—Como si fueras a elegirme a mí —Alice puso los ojos en blanco.

—Algún día tendré que jubilarme.

—¿Qué es eso?

—Para ser una androide de información, tienes muy pocos datos.

—Tengo datos de historia clásica —ella sonrió ampliamente—. Puedo decirte qué
batallas tuvieron lugar en cada añ...

—Eso es muy interesante, pero mejor lo dejamos para otro día.

—Vale, pero, ¿qué es jubilarse?

—Cuando una persona es muy mayor para seguir trabajando. Suele hacerse a los
sesenta.

—¡Me dijiste que tienes cuarenta!

—Alice, aquí nadie vive tanto como para llegar al los sesenta años. Voy a tener que
dejar las cosas a alguien.
Ella lo miró de reojo. Parecía haberse quedado pensativo.

—¿Vas a dejárselo a Rhett?

Max la miró con curiosidad.

—¿Por qué preguntas eso?

—Es el que mejor se entera de todo. Ha estado contigo desde que... bueno, desde que
todo empezó. Y sabe cómo funciona, ¿no?

—Sí.

Pero había algo que no le estaba contando. Alice se detuvo y él hizo lo mismo,
mirándola.

—¿Qué pasa?

—No creo que Rhett quiera pasarse tanto tiempo de su vida siendo líder, Alice
—replicó él, pensativo—. No le gusta el exceso de responsabilidad.

—Es instructor. Tiene responsabilidad.

—No es lo mismo. No es una ciudad entera. No puedes dejar que cualquier persona
se ponga al mando. Además, los dos sabemos cuál es el puesto que Rhett siempre ha
querido recuperar.
Alice asintió con la cabeza.

—El de jefe de exploradores —murmuró.

Max también asintió, apartando la mirada. Pareció pensar algo, pero no lo dijo en voz
alta.

Alice todavía recordaba la historia. Después de que Rhett estuviera a cargo de la


exploración en la que la hija de Max murió, lo renegó al puesto de instructor. Y, desde
entonces, no había vuelto a ser explorador.

Alice nunca lo había hablado con él. ¿Querría volver a serlo? Lo cierto era que parecía
gustarle el puesto que tenía ahora, pero Rhett era tan difícil de leer...

—¿En qué piensas tanto? —Max enarcó una ceja.

—En nada importante —Alice reemprendió la marcha y él se colocó a su lado—. En lo


mucho que las cosas cambiarían si nos hubiéramos conocido antes de todo esto.

—Bueno, no te ofendas, pero tú no existirías si todo esto no hubiera ocurrido.

—Ya me entiendes —Alice le puso mala cara—. Sería aburrido no poder


disparar a la gente.

—Dijo la chica de paz —él hizo un amago de sonrisa.

—Podríamos vivir todos en una misma casa.


—¿Todos?

—Tú, yo, Tina, Jake, Rhett, Kilian, Trisha... ya sabes.

—Eso es mucha gente.

—Bueno, en una casa grande.

—No es mi futuro ideal.

—Y Rhett y yo podríamos ir a uno de esos... cines de los que tanto habla.

—Y le obligaría a traerte a casa antes de las diez —añadió él enarcando una ceja—. Y a
dormir en otra habitación.

—...o ir a un concierto —Alice lo miró con curiosidad—. ¿Alguna vez has ido a un
concierto?

—¿Yo? Sí, a algunos.

—¿En serio? ¿Cuándo? ¿Cuando no eras un viejo? —ella sonrió. Max le

dedicó una mirada agria.

—Sí, cuando era más joven.

—¿Y te gustaron?
—Mucho. Me gustaba mucho la música. Conocí a la madre de mi hija gracias a ella.

Hubo un momento de silencio. Nunca le había oído mencionarla. Jamás. De hecho, si


Anya no hubiera llegado a la ciudad hacía un tiempo, probablemente tampoco habría
hablado nunca de su hija.

Alice lo miró de reojo.

—¿Cómo se llamaba?

Max se había quedado con los labios apretados un momento, pero reaccionó enseguida.

—Eso no importa. Cuando pasó lo de las bombas, ya no estábamos juntos desde


hacía mucho tiempo.

—Oh, vamos, dime algo más.

—¿Por qué quieres saberlo?

—¡Tengo curiosidad! Nunca me hablas de ti mismo.

Max suspiró y miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los espiaba. La


curiosidad de Alice aumentó.

—Esto no lo sabe nadie —replicó Max en voz baja.


—¡No lo contaré! ¡Lo prometo!

—Más te vale. O no te devolveré el cinturón.

Ella se llevó una mano al corazón a modo de juramento.

Entonces, para su sorpresa, él agarró la manga de su camiseta y la subió hasta su


hombro. Alice parpadeó, acercándose. Había una frase en negro ahí, con letras pequeñas
y con una pequeña calavera y un corazón encima.

—¿Qué es eso?

—Un tatuaje. Y no, no puedo quitármelo.

—¡¿En serio?! ¡¿Como mi número?! —preguntó ella, entusiasmada.

—Algo así, sí.

Ella se inclinó para leerlo. Tocaremos con todas nuestras energías para todos los que
no quieran escuchar. ¿Qué significaba eso?

—Es una frase de una canción —murmuró Max, volviendo a taparse el tatuaje y
adivinando su pregunta—. Nos conocimos con ella. Y nos hicimos el mismo tatuaje.

—¿Ella también tenía uno así?

—Sí. En la espalda —Max suspiró—. El peor error de mi vida. Ojalá pudiera quitármelo.
—A mí me gusta. No está tan mal.

Ella decidió dejar el tema para no hacer que se sintiera incómodo. Lo pensó un momento.

—¿De quién era el concierto al que fuiste?

—¿El último? De Red Hot Chili Peppers.

Alice se detuvo en seco y él la miró, confuso.

—¡Esa es la banda de la que Rhett habla siempre!

Max esbozó media sonrisa. A ella casi le dio un infarto de la impresión. Seguía sin
acostumbrarse a que Max sornriera.

—Ah, ¿sí?

—¡Sí! Me los enseñó en una de nuestras clases. Es decir... eh... antes de que empezara,
¿eh? Tampoco perdíamos tanto el tiempo. Fue el día de la colina. Y... y tenía un iPod
lleno de canciones suyas. Y de... de Oasis, y Guns N' Roses, y...

—...y de los Rolling Stones —terminó él.

—¡Sí, exacto!

—Y Scorpions. Y Eagles.

—¡Sí, tam...! Un momento, ¿cómo lo sabes?


Max sacudió la cabeza, casi divertido.

—Ya te he dicho que conocí a la madre de mi hija gracias a la música. Teníamos la


costumbre de hacernos listas de reproducción el uno al otro. Y nos las regalábamos. Con
el tiempo, dejé de escucharlas y le di los iPods a Rhett porque parecía que los disfrutaba
más que yo.

Alice lo miró, sorprendida. Él tenía una expresión extraña en los ojos.

—¿Tú hiciste esas listas?

—Sí.

—¿Y cuáles eran tus canciones favoritas? —preguntó. No quería terminar la


conversación tan rápido.

—Todas lo eran.

—Venga ya. Solo puedes decir una.

Max volvió a emprender el camino.

—Todas lo eran.

—¡Deja de decir eso y di un nombre!


—No.

Alice le puso mala cara.

—Pues a mí me gusta Don't Cry.

—No está mal.

—Y Winds of change.

Max sacudió la cabeza y, para su sorpresa, le puso una mano en el hombro.

—Si algún día encontramos un tocadiscos, te enseñaré mi colección.

—¿Qué es eso?

—Tengo unos discos de vinilo guardados por alguna parte. No quise deshacerme
de ellos. Sirven para escuchar música. Todos tienen muchas canciones dentro.

—Oh —ella no lo había entendido muy bien, pero asintió con la cabeza—. Pues buscaré
alguno.

—Sí, claro, como si pudieras encontrarlos bajo las piedras.

—Si no los buscamos, Maxy, nunca los encontraremos.


Él movió la mano de su hombro a su nuca y apretó un poco en señal de aviso. Alice
sonrió, divertida.

—Ten cuidado con lo de Maxy —le recordó, enarcando una ceja.

—Perdón.

La soltó y siguieron el recorrido.

Alice estaba tarareando una de las canciones que había mencionado cuando Max se
detuvo de nuevo. Lo miró, confusa. ¿Qué había hecho ahora? Sin embargo, él tenía la
mirada clavada en una parte del muro. Alice lo inspeccionó con los ojos, curiosa, pero no
vio nada fuera de lo normal.

—¿Qué...?

—Sht —la chistó bruscamente Max.

Ella se calló, aunque seguía sin entender muy bien por qué. Volvió a revisar el muro
sin encontrar nada reseñable en él.

—Max, ¿qué...?

Se detuvo cuando él dio un paso atrás y la empujó con su propio cuerpo, tirándola al
suelo. Alice sintió un pinchazo de dolor en el culo y puso una mueca.

—¿Qué...?

Y, entonces, escuchó lo que había estado observando Max. El disparo. Vio la bala
volando justo por la zona en la que ella había estado de pie. De no haberla
empujado Max, le habría dado directamente en la cabeza. Contuvo la respiración.
Un francotirador.

No pude pensar lo que estaba pasando porque escuchó gritos en las caravanas. Se giró
para ver qué pasaba, pero Max la agarró del brazo y la puso de pie de un tirón. Ya había
sacado la pistola.

—A la cafetería, ahora —le ordenó.

—¿Qué? No pienso...

—Ahora, Alice —le dijo bruscamente.

—¡No! ¡Vamos a por mi pistola!

Max miró por encima de su hombro y Alice hizo lo mismo. Vio que Charles y los suyos ya
se estaban defendiendo de lo que fuera que les estaba atacando.
También vio a los guardias de la ciudad corriendo hacia ellos. Su jefe se detuvo delante de
Max.

—¿Dónde...?

—Cubrid el muro por el este y por la puerta principal —le dijo Max
bruscamente—. Y asegúrate de tener a alguien a cargo de la gente de la
cafetería.

—Sí, señor.
Max agarró a Alice del brazo y la arrastró entre los guardias, que estaban recibiendo las
órdenes pertinentes. Ella vio que cada uno iba a su lugar correspondiente con eficiencia
y se preguntó dónde estarían Rhett, Jake, Trisha y los demás.

—El cinturón está en tu despacho —le recordó ella a Max.

—Lo sé.

Sin embargo, giró por el pasillo del hospital y no se detuvo hasta que llegó a él. Había
dos guardias y varios pacientes ahí reunidos. Entre ellos, Tina y el bebé los miraban.
Tina pareció inmensamente aliviada.

—¡Max, Alice! Oh, menos mal... —murmuró.

Alice miró a Max con confusión.

—¿Qué...?

—Que no se vaya de aquí —le dijo a Tina, señalándola con la cabeza.

—Muy bien —le concedió ella.

—¿Cómo? —chilló Alice al ver que se iba—. ¡Max, espera, no...!

—No estorbes —le advirtió él antes de pasar entre los guardias.


Ella los miró con mala cara, pero estaba claro que no iban a dejar que pasara. Soltó
una palabrota muy poco común en ella y se dio la vuelta. El bebé, en los brazos de
Tina, la observaba con curiosidad.

—¿Quieres sujetarlo? —sugirió Tina.

—¡No! —bufó Alice, de mal humor.

Durante lo que pareció una eternidad, no pudo hacer otra cosa que ir de un lado a otro
del hospital mirando a los guardias con desprecio aunque ellos solo hicieran su trabajo.
Tina dejó al niño durmiendo en la cuna y se ocupó de sus pacientes como si no pasara
nada, pero estaba claro que algo pasaba.

Alice se había detenido varias veces en la pared para escuchar mejor. El ruido de
pasos, disparos y gritos era inconfundible, pero estaba claro que no era tan grave como
la última vez que los habían invadido. La única pregunta era...
¿quiénes eran? Porque no podían ser miembros del padre John. Él estaba...

Alice se detuvo en seco y miró encima de su hombro. Buscó con la mirada


frenéticamente y su corazón se aceleró cuando se dio cuenta de que él no estaba
ahí.

No estaba ahí.

Se acercó directamente a Tina.

—¿Dónde está? —preguntó atropelladamente.

—¿Quién, cielo?

—El padre John, ¿dónde demonios está?


Ella pareció confusa.

—Supongo que estará en la cafetería, o en...

—¡No! ¡Dime dónde lo viste por última vez!

—Alice, cielo, tienes que...

—¡Tina!

—¡Aquí, hace una hora! —dijo ella, sorprendida—. O... quizá un poco más, no lo sé.
¿Por qué?

Pero Alice ya se había alejado de ella e iba directa hacia los guardias de la puerta. Ellos la
miraron con cansancio propio de haberle dicho diez veces que se detuviera.

—Necesito pasar —les dijo, muy seria.

—Sí, como antes.

—Lo digo en serio.

—Pasarás cuando Max nos dé permiso.


—¡Necesito pasar ahora mismo, par de idiotas!

—Niña, vete a dormir un poco.

—¡No! ¡Tengo información muy importante para Max! ¿Queréis ser vosotros
quienes le digan después que no la ha podido recibir a tiempo por vuestra culpa?

Hubo un momento de silencio. Ellos intercambiaron una mirada.

—¿Qué información? —preguntó uno, al final.

—Una que obviamente no voy a contaros a vosotros.

—Entonces, no pasas.

—Entonces, buena suerte hablando con Max más tarde. O con Rhett, que os recuerdo que
es mi novio. O conmigo cuando me devuelvan mi maldita pistola.

Ambos dieron un respingo, esta vez más convencidos.

—Solo puedes pasar tú —dijo uno.

—¡Abrid de una vez!

El otro no parecía muy convencido, pero se apartó y el primero quitó el candado de la


puerta, abriendo solo una rendija para que Alice pudiera pasar. Ella suspiró aliviada y se
acercó, decidida.
Sin embargo, apenas había tocado la puerta cuando ésta se abrió de golpe. Ella cayó hacia
atrás y se arrastró varios metros por el suelo del impacto con su hombro, que le dolió casi
instantáneamente.

Alice parpadeó, mirando el techo e intentando respirar. Escuchó los gritos casi como ecos
porque su corazón latía a tanta velocidad que le vibraban las orejas.

Entonces, captó algo por el rabillo del ojo. Tres hombres vestidos de negro. Con fusiles en
las manos. Estaban apuntando a Tina. Ella gritó algo y uno de ellos la apartó bruscamente,
lanzándola contra una de las camillas y haciendo que se cayera al suelo.

Alice tardó, pero finalmente lo entendió. Vio que esos tres hombres se acercaban a la
cuna del bebé, cuyo llanto podía oír perfectamente. Se le cortó la respiración y se intentó
poner de pie con la adrenalina recorriendo sus venas a toda velocidad. No. Eso no. Eso
no.

Y, justo cuando se ponía de pie, volvió a caer al suelo con fuerza, haciendo que le
vibraran los huesos de la espalda. Bajó la mirada y vio que tenía una bota clavada
encima del corazón, apretándola contra el suelo. Intentó quitársela de encima
retorciéndose, pero era imposible. Y más cuando la bota subió y le pisó el cuello. Alice
intentó moverse, empezando a notar que le resultaba difícil respirar.

Entonces, levantó la mirada y vio que la bota pertenecía a una mujer que conocía ya
demasiado bien pese a las pocas veces que había hablado con ella. Giulia, la principal
seguidora del padre John.

Ella sonreía ampliamente, como si eso fuera divertido.

—Mira a quién tenemos aquí —dijo alegremente—. El perrito favorito de Max. No me


esperaba que fuera a dejarte tan desprotegida. Qué agradable sorpresa.

Ella la ignoró, intentando ver qué pasaba con el bebé, pero Giulia apretó todavía más su
cuello. Alice notó la presión en su cara a medida que se ponía roja. Le vibraban los ojos.
—¿De verdad te creías que John iba a ayudarte a cambio de nada, querida?

Alice intentaba respirar como podía. Agarró a Giulia del tobillo e intentó clavarle las uñas,
pero era imposible hacerlo a través de la bota. Y ella seguía hablando.

—¿De verdad te creías que ganarías un maldito chantaje contra nosotros? Pobre e
inocente Alice...

Entonces, Giulia dejó de apretarle el cuello y Alice empezó a toser secamente, llevándose
una mano al cuello. Había empezado a verlo todo negro. Su cerebro todavía temblaba
cuando Giulia la empujó con la bota y le dio la vuelta, haciendo que quedara boca abajo.
Ella estaba tan ocupada intentando volver a respirar que no pudo hacer nada para
impedirlo. Ni siquiera cuando Giulia le pisó la cabeza con suficiente presión como para
asustarla, apretando su mejilla contra el suelo.

—¿No te resultan familiares esas caras?

Alice parpadeó intentando enfocar y vio que uno de los hombres estaba levantando el
bebé. Intentó moverse y notó el frío cañón de un fusil en su nuca. Pese a eso, no pudo
hacer otra cosa que intentar retorcerse inútilmente. El bebé no. El bebé no, por favor.

Pero en ese momento algo le llamó la atención. Y fue la persona que sujetaba el bebé.
Alice había visto antes esa cara. Apretó las manos contra el suelo, intentando ubicarla...

...para darse cuenta de que era uno de los humanos nuevos. Igual

que los otros.


El chico pasó el bebé a otro y Alice vio que Kenneth, enfundado en un traje negro, lo
sujetaba con una mueca. Kenneth captó su mirada y le dedicó una sonrisa de lado.

Alice no despegó la mirada furiosa de él cuando Giulia se inclinó hacia delante sin quitar
la bota de su cabeza.

—Veo que ya les recuerdas. ¿Sabes quiénes son?

Alice no respondió, pero ella no lo necesitó para seguir hablando.

—¿Te acuerdas de tu llegada a la Unión, querida? ¿Ese grupo tan especial del que te habló
Kai? ¿Ese grupo de gente con más habilidad de los demás? ¿Te acuerdas de que él
mencionó que los dos primeros habían sido aniquilados?
Bueno, pues resulta que era una pequeña mentira.

Así que era eso. Los nuevos habían sido, en todo momento, espías. Y formaban los dos
primeros equipos especiales de la Unión. Alice estuvo a punto de llorar de la rabia
cuando le vino a la mente la imagen de...

El bebé pasó a una chica. Precisamente, la chica en la que Alice estaba


pensando. Charlotte.

Ella también había sido parte de eso. Desde el principio.

Charlotte encontró su mirada y la apartó, avergonzada, sujetando el bebé en su pecho con


mucho más cuidado que Kenneth.

—¿Sabes lo que has conseguido con tu intento de chantaje? —le preguntó Giulia en voz
baja—. Que recuperemos todo lo que nos pertenece. Incluido lo que tienes que pertenece
a John, querida.

—Dejadlo en paz —murmuró ella una y otra vez como pudo e ignorando sus palabras,
viendo que el bebé seguía llorando inconsolablemente—. Dejadlo en
paz. Él no tiene la culpa de nada.

—Claro que no, si es solo un bebé. Pero los inocentes también mueren en las guerras. Es
su parte negativa, supongo.

Giulia suspiró y Alice notó que le quitaba el cañón del fusil de la nuca.

—Es una pena que no tenga órdenes de matarte todavía. Supongo que
tendremos que esperar a nuestro próximo encuentro, pequeña Alice.

Ella intentó volver a retorcerse, pero era inútil.

—Hasta entonces... pásalo bien pensando en tus decisiones.

Y, justo en ese instante, Giulia quitó la bota. Alice intentó aprovechar para ponerse
de pie, pero notó que le inyectaban algo en el cuello y se quedó dormida al
instante, escuchando los llantos del pequeño bebé.

***

Alice abrió los ojos lentamente. La cabeza le daba vueltas.

Tenía algo frío y húmedo en la mejilla. Bajó la mirada y vio un charco de sangre. El
brazo le ardió cuando se tocó la frente y notó la pequeña herida en ella.
Estaba pegajosa. Le dolía.

Levantó la cabeza lentamente, gruñendo. Sentía que cada músculo de su cuerpo


estaba dormido o dolorido. Consiguió quedarse de rodillas y miró a su alrededor,
intentando enfocar lo que veía. Era todo borroso y confuso.
Entonces, captó algo. A gente. Gente llorando. Parpadeó, confusa, sin poder escuchar
nada, y miró a su otro lado. Vio a Tina... también llorando. Ella estaba apoyada en... ¿qué
era eso? ¿La cuna? ¿El bebé? ¿Le hab...?

Alice contuvo la respiración cuando los recuerdos de lo que había pasado la golpearon
directamente.

El bebé.

Se puso de pie tan rápido que casi se resbaló con el charco de su propia sangre. Se acercó
corriendo a la cuna y el mundo se detuvo cuando vio que estaba vacía. TIna seguía
llorando desconsoladamente.

—Se... se lo llevaron... —gimoteó Tina. Alice jamás la había visto así—.


Dijeron... dijeron que se llevarían todo lo que es suyo.

Alice se dio la vuelta y miró a su alrededor, dándose cuenta del pequeño detalle de que
todos los que había a su alrededor eran humanos. Y, la última vez que había mirado,
también había androides.

Inconscientemente, fue directa a la puerta, pasando por encima de los cuerpos de los
guardias tirados en el suelo. Ni siquiera podía centrarse en eso. O en las marcas de balas
en las paredes de los pasillos. Se apoyó en la pared con una mano, todavía mareada, y
cruzó el pasillo hacia el vestíbulo. Estaba hecho un completo desastre. La cabeza le dio
otra punzada de dolor cuando se obligó a sí misma a caminar hacia la cafetería, donde
había gente reunida. Su gente.
Ningún androide.

—¿Alice?

Ella se detuvo de golpe y se giró hacia Rhett, que había aparecido de la nada. Él tenía
sangre en la mejilla y en los brazos, pero no parecía herido. Ella notó que se le llenaban
los ojos de lágrimas solo con verlo.

Había subido solo para buscarlo. Aunque no quisiera admitirlo, era la verdad.
Él no necesitó más. Se acercó en dos zancadas y le dio un abrazo con fuerza. Alice se lo
devolvió, aunque un poco dolorida, escondiendo la cara en su cuello. Durante unos
segundos, ninguno de los dos dijo nada.

Entonces, ella se dio cuenta del pequeño detalle de que él estaba temblando.

—Cuando... cuando vi que se habían llevado a todos los androides creí que... que tú...

Rhett se separó, respirando hondo, y le sujetó la cara con ambas manos. Alice no fue
capaz de decir nada cuando se inclinó hacia delante y presionó sus labios sobre los de
ella.

—¿Dónde demonios estabas? —le increpó entonces.

—En... en el hospital.

—¿Y qué...? ¿Por qué demonios estabas ahí? ¿Sabes lo jodidamente preocupado
que estaba?

—Yo...

—Te he estado buscando por todos los malditos rincones de la jodida ciudad, Alice, no
vuelvas a hacerme esto. Nunca. Nunca más. ¿Me oyes?

Pareció que iba a decir algo, pero se detuvo al ver que a ella se le llenaban los ojos de
lágrimas.

—¿Qué?
—Yo... intenté... —ella no podía ni hablar por el nudo en su garganta—. El bebé, Rhett...
se lo llevaron.

Él entreabrió los labios.

—¿Qué? —preguntó en voz baja.

—Se lo llevaron y no... no pude hacer nada... lo intenté, pero... pero...

—Alice, lo instentaste —murmuró, obligándola a mirarle—. Estoy seguro de que hiciste


lo que pudiste y más.

—Pero no fue suficiente.

—Vamos a rescatar a ese bebé como sea, así que ni se te ocurra llorar.

Ella estuvo a punto de sonreír con los ojos llenos de lágrimas.

—Siempre tan sensible —murmuró.

—Ya me conoces —él esbozó media sonrisa, aunque un poco amarga.

Volvió a inclinarse hacia delante y la besó con más ganas. Como si realmente lo hubiera
estado deseando. Alice cerró los ojos y se dejó llevar por unos momentos antes de que él
se viera obligado a separarse.

—Tenemos que ayudar a los demás —le dijo.


—Sí, yo...

Alice se detuvo un momento, mirándolo. Él frunció el ceño.

—¿Qué?

Las palabras de Tina retumbaron en su cabeza. Giulia había dicho que se


llevarían todo lo que les perteneciera.

Todo lo que les perteneciera.

Durante un instante, sintió que el mundo entero se detenía a su alrededor. Entró en un


trance que solo Rhett pudo romper, sujetándole la cara con una mano.

—¿Qué pasa? Estás pálida.

—¿Dónde está Jake?

Rhett pareció confuso por un momento, antes de abrir los labios en señal de alarma.

Alice se separó bruscamente y, por instinto, fue directa a las escaleras. Escuchó los pasos
de Rhett siguiéndola de cerca, pero no se detuvo en ningún momento. De hecho, aceleró
tanto que estuvo a punto de caerse varias veces de camino a los dormitorios que les
habían asignado.

Su cabeza zumbaba cuando se detuvo ante le puerta que estaba buscando y vio que estaba
un poco abierta. No se atrevió a empujarla por varios segundos, pero su instinto de
protección era mayor que su miedo. Mucho mayor.

Empujó la puerta sin pensar y casi se le paró el corazón cuando vio un charco de
sangre en el suelo.

Kilian estaba tumbado boca arriba con los ojos cerrados. Tenía un disparo en el estómago
y marcas de agarrones en el cuello y los brazos. Alice se quedó paralizada en la puerta,
pero Rhett fue corriendo hacia él y se agachó a su lado,
manchándose las rodillas con el charco de sangre. Ella vio que le ponía dos dedos
en el cuello.

Durante unos segundos, la tensión en el ambiente fue tanta que Alice sintió que iba a
desmayarse.

—Tiene pulso —murmuró Rhett.

Pero ella seguía sin poder respirar. Las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas
porque ya lo sabía perfectamente. Lo había sabido desde el momento en que había
despertado en el suelo del hospital.

Se lo habían llevado. Se habían llevado a Jake.


CAPÍTULO 49

Alice tenía la cabeza entre las manos y los ojos cerrados. Su rodilla se movía de arriba
abajo de manera ansiosa.

Se sentía como si hiciera una eternidad que esperaba en el pasillo. No habían dejado que
entrara por no ser guardiana de la ciudad. Como si eso importara. Pero no le había
quedado otra que esperar sentada en el suelo del pasillo intentando no volverse loca. Era
como si el tiempo no pasara.

Miró por la ventana y se puso de pie, frustrada. Le dolía cada músculo del cuerpo. No
había dormido. No había comido. Solo quería que esa pesadilla terminara de una vez por
todas.

Estaba a punto de aporrear la puerta cuando escuchó pasos a su derecha. Se dio la vuelta
enseguida y vio que los guardianes estaban saliendo de la sala de reuniones. Ninguno la
miro a los ojos. Ninguno.

Alice intentó no empezar a agobiarse y pasó a través de ellos hacia el despacho de Max. Él
hablaba con Rhett en voz baja, pero se detuvieron cuando la vieron llegar.

—¿Y bien? —preguntó, impaciente.

Max suspiró y le hizo un gesto. Parecía agotado.

—Cierra la puerta.

Ella la cerró enseguida, acercándose. Ni siquiera se sentó. Estaba demasiado nerviosa.


Miró a Rhett y el corazón se le encogió un poco cuando vio que él no le dedicaba una
sonrisa reconfortante.

—¿Y bien? —repitió, esta vez más nerviosa.

—Siéntate —le dijo Max.


—No quiero sentarme, quiero que me digáis cómo vamos a ir por Jake.

—Alice —él adoptó un tono de voz más autoritario—. Siéntate ya y respira


hondo.

Ella soltó un resoplido de frustración y se sentó. Los miró, impaciente.

—¿Qué?

—Hemos estado hablando con los demás guardianes. Ya sabes que estas
decisiones tan importantes tienen que ser tomadas en conj...

—¿Y qué habéis decidido? —lo cortó ella.

Max se tomó un momento.

—Estamos considerando negociar con John.

No era la respuesta que Alice esperaba. Frunció el ceño, un poco sorprendida.

—¿Negociar? ¿Con el hombre que ha estado jugando nosotros todo este tiempo?

—No es tan sencillo como eso, Alice.

—Bueno, no importa, ¿y cómo vas a negociar?

—Lo único que le interesa aquí es eso que tenemos en la máquina de


memoria —le dijo Rhett—. Y Kai consiguió esconderse en esa sala y protegerlo, así
que...

—¿Queréis devolverle la capacidad de crear androides? —Alice frunció el ceño todavía


más.

—A cambio de Jake —aclaró Max.


—¡Nunca aceptará eso! ¡Lo que quiere es que Jake sea un androide!

—¿Se te ocurre algo mejor? —Max enarcó una ceja.

—Sí. Dejarnos de tonterías de una vez e ir a por ellos. Y que pase lo que tenga que
pasar.

Rhett suspiró y ella clavó los ojos en él.

—¿Qué?

—Vamos, Alice, sabes lo que pasaría.

—Que recuperaríamos a todo el mundo.

—No, que nos matarían en menos de diez minutos. Y sin demasiadas bajas. Si nos resulta
difícil vencerlos cuando nos envían un grupo pequeño a nuestra propia ciudad... ¿de
verdad te crees que tenemos alguna posibilidad en la suya?

—No podemos arriesgarnos tanto —concluyó Max.

—Bueno, pues la maldita memoria —masculló Alice, frustrada—. Lo que sea con que
vuelva Jake.
—Bien.

—¿Y los otros?

Hubo un momento de silencio. Max la miró con confusión.

—¿Qué otros?

—Los otros —ella hablaba atropelladamente. Seguía nerviosa—. Los androides, el


bebé...

Las miradas que le dedicaron no le gustaron. En absoluto. Ella tragó saliva.

—¿No habéis pensado en un plan?

—Alice —le dijo Max lentamente—, sé que quieres ayudarlos, pero...

—No queréis rescatarlos —murmuró ella, echándose hacia atrás.

Miró a Rhett y vio que él, por primera vez desde que lo conocía, apartaba la mirada,
avergonzado.

No podía creérselo. ¿Lo estaban considerando de verdad? ¿Querían


abandonarlos? ¿A todos?

—¿Por qué nunca me escuchas? ¡No podemos dejarlos tirados!

—No son nuestra responsabilidad —le dijo Max.


—¿Qué...? ¡Sí lo son, eran parte de nuestra ciudad!

—Alice...

—¡Nos ayudaron en todo lo que pudieron, intentaron integrarse...!

—Alice, no es eso.

—¿Y qué es?

Silencio. Alice sintió que se le cerraba la garganta cuando se dio cuenta de lo que no
querían decir tan explícitamente y miró a Max, suplicando que lo negara.

—¿Porque son androides? —preguntó en voz baja.

Él suspiró y se pasó una mano por la cara.

—No son parte de nuestra ciudad —repitió.

—Lo eran hace unas horas —le dijo Alice con voz temblorosa—. Lo eran cuando te
ayudaron a defender tu maldita ciudad de los que nos atacaron. Cuando murieron por
protegernos.

—No es tan sencillo.

—Claro que lo es. Y los dos sabemos perfectamente que, si fueran humanos, ya
estaríamos formando un maldito equipo para rescatarlos. Pero solo son androides. No
nos sirven para nada.
—Yo no he dicho eso.

—¡Ni lo has negado!

—¡No puedo poner en riesgo a toda la ciudad por ellos, Alice!

—¡Tienen tanto derecho a vivir como nosotros!

—¡Y no sabemos lo que harán con ellos!

—Oh, ¡lo sabes perfectamente! ¡Solo no quieres verlo!

—¡No puedo responsabilizarme de cada habitante que pasa por aquí, Alice, tengo que
preocuparme de los que seguimos en la ciudad!

—¡¿Y por qué ellos no son parte de tu maldita ciudad?! ¡¿Por qué no puedes intentar
ayudarlos como haces con Jake?!

—¡Porque son suyos! —le espetó Max—. Son de su propiedad, Alice. Siento tener
que decirlo así, pero sabes que es verdad.

Ella se detuvo, pasmada. Lo miró durante unos segundos que a cada uno ellos se le
hicieron eternos antes de apretar los labios en una dura línea.

—Como yo, ¿no?


Max suspiró y negó con la cabeza.

—No es lo mismo.

—¿Por qué no? ¿Porque a mi me conoces? ¿Eso me da derecho a vivir con


vosotros?

—Alice...

—Te pasas la vida diciendo que aceptas a los androides como si fueran solo personas
cuando, en realidad, piensas exactamente lo mismo que los que se han llevado a Jake.
Que no valemos para nada.

—Yo no he dicho eso.

—No hace falta que lo digas —murmuró ella—. Es lo que piensas. Y lo que piensa
la mitad de la ciudad, ¿te crees que no lo sé?

—Alice... —intentó decir Rhett.

—No —ella lo detuvo bruscamente y volvió a mirar a Max. Le temblaba la voz—. No


importa cuántas cosas buenas haga por esta ciudad. O a cuánta gente ayude. O todos los
halagos que reciba. No importará porque, en cuanto haga algo mal, todo el mundo
recordará, de repente, que solo soy un androide inútil.
Solo eso.

—Yo nunca te he mirado así —le dijo Max en voz baja. Ella

esbozó media sonrisa amarga y sacudió la cabeza.


—No, porque a mí me conoces. Y quizá te dolería perderme. Pero no me niegues
que no has mirado así a los demás.

Él se quedó en silencio y Alice se encogió de hombros.

—He visto esa mirada durante toda mi vida, Max. No necesito que me la describan
para saber cómo es.

—Esto va más allá de ser humanos o androides —le dijo él—. Intentar recuperar a Jake
ya es un riesgo.

Alice cerró los ojos intentando no hablar más de la cuenta, pero estaba a punto de
hacerlo.

—Y no es discutible, Alice, ya está decidido por todos los guardianes —zanjó Max—.
Solo te lo estamos diciendo antes que a los demás porque sabemos que quieres mucho a
Jake.

Ella no pudo más. Se puso de pie y la silla casi se cayó al suelo. Notó el silencio
incómodo que se formó cuando abandonó el despacho de Max, furiosa y frustrada. Y
triste. E impotente. Tenía demasiados sentimientos mezclados. Y solo quería hacer algo
que sirviera de ayuda, pero le daba la sensación de que era imposible.

Ya estaba en el piso de las habitaciones cuando escuchó los pasos de Rhett detrás de
ella. Se detuvo cuando la alcanzó por la muñeca y se dio la vuelta para encararlo.
Parecía cauteloso, pero eso no hizo que su enfado se calmara.

—¿Piensas lo mismo que él? —le preguntó directamente.

Rhett suspiró.
—Max puede ser muchas cosas, Alice, pero no es un mentiroso. Y hablaba en serio
cuando te ha dicho que no es cuestión de que sean androides.

—¿Y por qué es?

—Mira, no podemos simplemente ir a su ciudad y reclamar lo que es nuestro.

—¡Es lo que han hecho ellos!

—Sí, con mucha más fuerza militar que nosotros.

—No necesitamos fuerza militar. Necesitamos un plan, un buen plan.

Él se detuvo y negó con la cabeza.

—No podemos contradecir las órdenes de los guardianes, Alice.

Ella soltó su mano. Ni siquiera se había dado cuenta de que la estaba sujetando. Dio un
paso atrás.

—¿Habéis votado para decidirlo?

—Sí.
—¿Y tú...? —ni siquiera podía empezar a pensarlo.

—No.

Eso la alivió inmensamente, pero sabía que significaba que los demás habían decidido que
solo Jake merecía que lo salvaran. Eso hacía que se le partiera el corazón.

Pero, al menos, seguía teniendo a Rhett de su lado. Como siempre.

En realidad, nunca se había detenido a pensarlo, pero... incluso al principio, cuando se


metía continuamente con ella, había estado protegiéndola. En todo momento. Con las
peleas con Trisha, cuando la provocaba para que aprendiera a defenderse. En las clases
extra, cuando la ayudaba en lucha pese a saber que Max podía enfadarse con él. Cuando
Deane o Kenneth se metían con ella siempre estaba dispuesto a defenderla. Siempre.
Incluso en ese momento, en que se estaba poniendo en contra a más de la mitad de los
guardianes.

Rhett vio que se había quedado en silencio y enarcó una ceja.

—¿Te ha dado un cortocircuito o algo así?

—Cállate, idiota —le dijo en voz baja, aunque tenía ganas de llorar y abrazarlo.

Fue como si él le leyera la mente, porque dio un paso en su dirección y le levantó la cara
con una mano, pasándole el pulgar por el mentón. Alice no estaba del todo acostumbrada
a esas muestras de cariño, pero cada vez que las recibía lo hacía encantada.
Especialmente en un momento como ese.

—Jake es más fuerte de lo que te crees, estará bien.

—Solo es un niño. Y está solo con esos... esos...


—Sigo creyendo que es más fuerte de lo que te crees —insistió él—. Aunque tu instinto
de hermana mayor sobreprotectora no te deje verlo.

—Yo no soy sobreprotectora —protestó ella.

—Lo que tú digas. Ven aquí.

Alice apoyó la mejilla en su pecho y notó que la rodeaba con los brazos. Se quedó
mirando la ventana un momento antes de cerrar los ojos.

Sin embargo, volvió a abrirlos al instante, porque notó que alguien más la rodeaba
con los brazos. Miró atrás y vio que Charles sonreía ampliamente, abrazándolos a
ambos.

—Abrazo grupal —anunció felizmente.

Rhett le dedicó una mirada que, de haber sido posible, lo hubiera desintegrado.

—Aparta. Ahora.

Charles levantó las manos en señal de rendición y dio un paso atrás. Alice se apartó
de Rhett, intentando recuperar su compostura.

—¿Se puede saber qué te hace tan contento? —le preguntó, irritada.

—Siempre estoy contento, ya me conocéis.

—No entiendo por qué —Rhett enarcó una ceja.


—Por esos comentarios tan bonitos que me dedicas continuamente, querido —le aseguró
Charles, divertido.

—¿Qué quieres, Charles? —le preguntó Alice directamente.

—¿Yo? Un paquete de tabaco, una botella de ron de marca buena, unas cuantas
chicas dispuestas a pasarlo bien, unos cuantos chicos sin ro...

—Que nos incluya a nosotros —le dijo Rhett.

—Ah, eso —él se rio felizmente—. Pues iba a emborracharme a la azotea y no quería
hacerlo solo. ¿Queréis venir?

Rhett soltó un bufido indicando su opinión, pero Alice no coincidía.

—Sí, por favor.

Él la miró, perplejo, mientras Charles aplaudía.

—¡Esa es la actitud!

—Espero que sea una broma —aclaró Rhett.

—No lo es —le aseguró ella en voz baja—. Si no quieres venir, no vengas.


—Sí, claro, y me quedo en la habitación sabiendo que vosotros os emborracháis junto a
una caída de veinte metros, ¿no?

Al final, protestando, subió las escaleras con ellos. Por el camino Trisha decidió unirse
y Alice se quedó un poco sorprendida al verla paseando con Kilian. Él había despertado
poco después de que lo encontraran en la habitación. Al parecer, le habían disparado
varias veces al intentar proteger a Jake, pero Tina había conseguido salvarlo. Sin
embargo, tendría unas buenas cicatrices repartidas por el estómago y la espalda.

Alice le pasó un brazo por encima de los hombros mientras salían a la azotea. El pobre
todavía cojeaba un poco.

Era de noche, así que el aire era bastante más frío de lo acostumbrado. Pero no pareció
importar a ninguno. Se sentaron los cinco en el suelo de grava con las espaldas en la pared
del edificio, mirando el bosque. Charles no tardó en romper el silencio sacando las dos
botellas de alcohol. Le dio una a Rhett y Alice se sorprendió un poco al ver que le daba un
trago antes de dejársela a ella.

Al cabo de un rato de silencio en que cada uno pensó en sus cosas, Alice pasó la botella
a Kilian. Él le dio un trago y se la dejó a Trisha. Ella lo miró un momento, pensativa.

—Realmente espero que ese crío esté bien —murmuró en voz baja.

Alice la miró de reojo. Era una de las cosas más agradables que la había escuchado decir.
Y especialmente de Jake. Ellos siempre discutían y se irritaban el uno al otro.

—Yo también —admitió Charles—. Es un poco pesado, pero no es mal chico.

—Y yo —murmuró Rhett.

Kilian asintió con la cabeza una vez con la mirada perdida.


—No es justo que se lo llevaran a él —dijo Alice, mirando la otra botella que había
llegado a ella de nuevo—. Es el último que se lo merece en esta maldita ciudad.
Siempre está ahí cuando alguien necesita algo... y ahora nosotros no podemos hacer
nada por él.

—Max tiene un plan —le recordó Rhett.

Alice no dijo nada, mirando su botella. Rascó la etiqueta con una uña intentando no llorar
con todas sus fuerzas.

—Deberían haberme llevado a mí —dijo Trisha de repente.

Todos la miraron. Ella tenía los ojos clavados en su botella, también. Solo que parecía
apretarla con un poco más de fuerza de la necesaria.

—Desde que perdí el brazo, no sirvo para nada —murmuró—. Antes, era buena
luchando. Ahora solo puedo ver como otros lo hacen. Y no puedo sujetar las armas
grandes. Ni siquiera puedo recargar las pequeñas a la velocidad que me gustaría. No
puedo hacer nada. Debería haber sido yo.

—No digas eso —le dijo Alice en voz baja.

—Es la verdad. No voy a poder volver a luchar nunca —ella la miró—. Nunca. No
importa lo que practique, nunca será lo mismo. Ni tampoco voy a poder disparar.
¿Qué demonios puedo hacer?
Nadie pareció saber qué decir. Hubo unos segundos de silencio antes de que Charles
soltara una pequeña risa amarga.

—¿Quieres que te hable de inutilidad? —le preguntó a Trisha—. Soy un androide


rechazado por defectuoso que se hizo con una caravana cuando estaba a punto de
morirse de hambre y convenció a otros de que se emborracharan con él. Y esos otros
ni siquiera seguirían conmigo si supieran que no soy humano. Tardarían segundos en
darme la espalda y buscar a alguien que se mereciera que lo siguieran.

Agarró la botella de Alice y le dio un largo trago.

—Así que me paso el maldito día borracho o drogado para no tener que
acordarme de ello. No me hables de inutilidad, sé lo que es. Y, para tu
información, no eres la única que tiene un brazo menos.

Alice vio que él, por primera vez desde que lo conocía, se arremangaba la chaqueta hasta
el codo. Se quitó la mano falsa y Alice vio que el viejo muñón en su muñeca. Nunca lo
habia visto. Él suspiró y lo levantó.

—No lo había enseñado a nadie en años. Por no hablar de las demás cicatrices.

—¿Quieres que te hable de cicatrices? —preguntó Rhett con una ceja


enarcada—. Porque puedo darte una maldita clase sobre ellas.

Kilian hizo un gesto a su boca y Trisha puso una mueca.

—Sí, eso de no tener lengua tiene que ser jodido.

—Conclusión, que cualquiera de nosotros habría sido una mejor víctima que el crío —
dijo Charles.

Alice los observaba, perpleja. Ellos asintieron con la cabeza.


—Pero, ¿qué es esto? —preguntó, confusa—. ¿Una competición para ver quién se
deprime más a sí mismo?

—No hemos dicho ninguna mentira —le dijo Trisha.

—No, pero solo habéis dicho lo negativo —Alice le frunció el ceño—. Trisha, puede
que no puedas volver a luchar, pero eres genial dando instrucciones. Y me enseñaste
muchas cosas cuando luchábamos juntas. Además, no te aseguro que no necesitas dos
brazos para intimidar a la gente.

Miró a Kilian.

—Y tú puede que no puedas hablar, Kilian, pero defendiste a Jake hasta el punto en que
pudieron matarte. ¿Te crees que todo el mundo es capaz de hacer eso por un amigo?
Porque te aseguro que no.

Estuvo a punto de sonreírle, pero se detuvo con la voz de Charles.

—Oye, yo también quiero que me digas algo bonito.

Alice se giró hacia él, un poco más animada.

—Y tú eres un pesado, pero siempre te portas bien con nosotros, Charles. Y eres de las
pocas personas que he conocido en mi vida que hacen lo que creen que es correcto sin
importar a quien afecte. Y no todo el mundo es capaz de emborracharse cada día y
mantenerse tan sano.

—Eso es verdad.

Alice se giró hacia Rhett, que le enarcó una ceja.


—¿Y yo qué? —le preguntó, medio divertido.

—Y tú... —se detuvo—. Ya sabes lo que pienso de ti.

—Sí, pero nunca viene mal que me lo repitas.

Alice hizo un ademán de hacerlo, pero se giró hacia la puerta cuando escuchó pasos
acercándose. Su sonrisa se esfumó al instante en que vio que Max había subido a la
azotea. Los miró un momento y clavó los ojos en la botella. Charles hizo un ademán de
esconderla cuando Max fue directo a él.

—Dame eso.

—Vamos, Maxy, solo estábamos...

—Que me lo des.

Charles suspiró y se la dio. Alice puso una mueca, pero se borró completamente cuando
vio que Max la destapaba y le daba un largo trago.

Todo el mundo pareció tan sorprendido como ella cuando él suspiró, dándose la vuelta y
mirando el bosque, dándoles la espalda.

—¿Estás bien, Max? —le preguntó Rhett.

—No —replicó él.

Entonces, Alice vio que suspiraba otra vez. Se quedó en silencio unos segundos más,
metiéndose las manos en los bolsillos. Ella estuvo a punto de decir algo más cuando él la
interrumpió.

—Mañana iremos a por Jake —añadió.

Alice tragó saliva.

—¿Y cómo transportaremos la información de los androides para el padre Jo...?


—De ninguna manera, porque no se la daremos.

Ella entreabrió los labios, sorprendida, cuando se dio la vuelta y la miró.

—Vamos a ir a por Jake. Porque no tienen ningún derecho a retenerlo. Y vamos a volver
con los androides y ese bebé. O no volveremos.

Max le dio otro trago a la botella y se la lanzó a Charles, que la recogió


torpemente, sorprendido.

—Y usaremos tu caravana, así que más te vale tenerla lista.

—Y-yo...

—Iremos en contra de los guardianes, pero... que les den.

Alice estaba entre la sonrisa y la mueca de sorpresa absoluta. Max la señaló.

—Y tú —añadió—más te vale no volver a reprocharme que no te escucho.

No dejó que terminara. Fue directo a la puerta de nuevo. Sin embargo, se detuvo en ella,
sosteniéndola, y volvió a mirarlos.

—Mañana a las seis en punto en la caravana de Charles. Quien quiera quedarse, que lo
haga. No está obligado a nada. Y, quien quiera venir... espero que sepa lo que conlleva
a hacerlo.

Los miró un segundo más antes de volver a entrar al edificio y dejarlos sumidos en un
profundo silencio que se extendió por un buen rato.
CAPÍTULO 50
Alice respiró hondo, mirándose a sí misma al espejo.

Llevaba la ropa negra y gris reglamentaria con sus respectivas botas oscuras y pesadas.
Su piel parecía todavía más pálida que de costumbre. Y ella, en general, parecía mucho
más delgada y menuda. Se relamió los labios y suspiró. Después, se ató el pelo
lentamente, como había hecho en su momento en su zona a una de sus compañeras
androides, especialmente a 42, y volvió a dejar caer los brazos a ambos lados de su
cuerpo.

Miró el reloj y vio que solo faltaban unos minutos para que fueran las seis. Tenía un nudo
de nervios en el estómago. Volvió a echarse una ojeada a sí misma y, después, se dio la
vuelta y salió de su habitación sin mirar atrás.

Rhett estaba en el pasillo, apoyado en la pared de brazos cruzados. Se miraron un


momento el uno al otro sin que ninguno de los dos supiera qué decir.

—No necesitas venir si no quieres hacerlo —le dijo él finalmente.

—Es mi hermano.

—Alice, no tienes por qué venir —insistió—. Sabes que nosotros lo traeremos de vuelta.

Ella le dedicó una mirada de advertencia.

—Voy a ir.

Le dio la sensación de que Rhett parecía algo frustrado al ver que insistía, pero se esforzó
en ocultarlo para no molestarla. Se separó de la pared y se acercó a ella, colocándole una
mano entre los omóplatos y emprendiendo el camino hacia las escaleras.

Alice tenía la sensación de que ese día era más frío de lo habitual y se subió la cremallera
de la chaqueta gris oscura. Vio que la caravana de Charles estaba un
poco apartada de las demás. Max y él hablaban entre ellos junto con varias figuras más.
Alice levantó un poco las cejas cuando las reconoció. Tina, Trisha, Kilian y Kai.

—Buenos días, parejita —el único que no parecía tenso era Charles, que les sonrió
ampliamente—. ¿Por qué habéis tardado tanto? ¿Qué hacíais sin mí?

—Dormir —le dijo Rhett secamente.

—Qué aburrido eres, Romeo.

—¿Podemos centrarnos? —Max frunció el ceño, como de costumbre, y miró a Tina de


nuevo—. Dejo la ciudad bajo tu mando hasta que vuelva.

Ella asintió con la cabeza. Alice vio que apretaba los labios. Parecía estar a punto de
llorar.

—Vais a tener que ser solo dos guardianes por unos días —murmuró Max, mirándola a
ella y luego echando una ojeada a Kai, que parecía aterrado—. Vais a tener que trabajar
mucho para que esto no esté en ruinas cuando volvamos.

—Se las arreglarán —Charles sonrió ampliamente y se adelantó—. Aunque, ahora


que lo pienso, yo también tengo que dejar mi precioso legado de líder a alguien.

Alice vio que su sonrisa iba directamente a Trisha, que no se dio cuenta hasta que
pasaron unos segundos. Dio un respingo, confusa.

—¿Yo?

—Eres la candidata perfecta, rubita.

—¿Q-qué...? Si yo no...

Alice nunca había visto a Trisha titubear. Por un momento, estuvo a punto de sonreír.
—Eres la candidata perfecta —repitió Charles, mirándola—. Tienes autoridad, mala
leche y sabes dar órdenes. ¿Qué más podría exigir a mi sustituta temporal?

—P-pero...

—Además, el otro día te quejabas de que no podías disparar ni luchar, ¿no? — Charles
se encogió de hombros—. No necesitas nada de eso para liderar las caravanas. Y, como
habrás comprobado, la falta de un brazo tampoco es que marque un gran cambio.

Él levantó la mano mala y sonrió, divertido.

—Bueno, ¿qué? ¿Vas a cuidar de mi entrañable rebaño en mi ausencia?

Trisha titubeó de nuevo, confusa. Miró a Max como si buscara ayuda. Él se encogió
de hombros, dejándola elegir. Trisha entreabrió los labios antes de volver a
cerrarlos y asentir una vez con la cabeza.

—Sí... yo... —sacudió la cabeza—. Sí. Claro que lo haré.

—Así me gusta, rubita.

—Vuelve a llamarme rubita y vas a terminar debajo de esa caravana tan preciosa.

—¿Ves por qué te he elegido como mi sustituta? ¡Somos iguales! Quizá terminemos
enamorándonos y todos, como tu amiga la androide solo tiene ojos para cara-cortada... ¿no
te gustaría?
Ella enarcó una ceja.

—Pues no.

Él suspiró, aunque no parecía muy afectado.

—Nadie ama al bueno de Charles.

—Vamos, no digas eso —le dijo Alice, cruzándose de brazos.

Charles le dedicó una sonrisa encantadora antes de levantar y bajar las cejas a Rhett.

—Ten cuidado, Romeo. Quizá yo sea tu sustitución.

—Permíteme dudarlo —Rhett también se cruzó de brazos.

Max había estado observando todo con expresión cansada. Al final, negó con la cabeza
como si estuviera cansado de todos ellos y volvió a hablar.

—Tenemos que irnos —replicó—. ¿Tenéis todo lo que necesitáis?

—Está todo en la caravana —le informó Rhett con su voz de instructor.

—¿Armas? ¿Munición? ¿Provisiones?

—Todo. Lo he comprobado antes.

—Bien hecho, Rhett.

Alice no pudo evitar enarcar las cejas. Miró a Rhett de reojo y vio que él también se había
quedado petrificado.

¿Max acababa de halagar a Rhett?

Nunca lo había hecho. Nunca.


Sin embargo, Max no dejó que lo pensaran mucho. Se giró hacia Kai y el pobre chico
se encogió al ser el centro de su atención.

—Cuida de la ciudad —le dijo. O más bien le ordenó.

—S-sí, señor...

—Y que no te tiemble la voz. Pierdes credibilidad.

—N-no, señor.

Max puso los ojos en blanco y miró a Trisha. Un asentimiento de cabeza fue lo único
que le dedicó. Y a ella le pareció suficiente. Después, se giró hacia Tina. Ella se limpió
una lágrima.

—Tened mucho cuidado —les dijo, mirándolos a todos y cada uno de ellos—. Ya hemos
perdido a demasiada gente.

—Lo tendremos —le aseguró Rhett.

Ella pareció haberse estado conteniendo hasta ese momento. No pudo más y se adelantó
directamente hacia Rhett. Alice vio que las mejillas de él se volvían rojas cuando empezó
a apretujarlo en un abrazo de oso.

—¡A ti te lo digo especialmente! —le espetó ella—. Más te vale volver sano y salvo.

—Tina... —masculló él, avergonzado.

Alice sonrió, divertida, antes de echar una ojeada a su derecha. Kilian se había mantenido
al margen hasta ese momento. De hecho, parecía triste. Suspiró y se acercó a él,
poniéndole una mano en el hombro. El niño no levantó la cabeza.

—Él sabe que intentaste protegerlo —le dijo en voz baja.


Kilian no se movió, pero Alice vio que le temblaba el labio inferior.

—Oye, Kilian —lo obligó a levantar la cabeza—, no pasará nada. Está bien. Y lo seguirá
estando cuando volvamos con él.

Hubo algo en su expresión que le indicó que había información que no sabía, pero Kilian
se apresuró a apartar la mirada y a asentir secamente con la cabeza. Ella vio que le hacía
un pequeño gesto tímido. Buena suerte.

Alice decidió dejarlo solo y miró a Tina, que seguía estrujando a Rhett. Sonrió a Kai y
Trisha, que también habían intentado mantenerse al margen de la situación.

—¿Vais a saber arreglaros solos por aquí? —preguntó, divertida.

—Te recuerdo que la ciudad funcionaba perfectamente mucho antes de que tú


aparecieras —le dijo Trisha.

—Pero era más aburrida.

—Y más segura.

Alice le sonrió y se acercó a ella. Notó que Trisha la abrazaba con su solo brazo algo
hoscamente. Dudaba que estuviera muy acostumbrada a recibir abrazos. Y mucho menos
a darlos. Cuando se separó, ella parecía completamente incómoda.

—Cuida de esos idiotas —le recomendó la rubia en voz baja—. Van a necesitar a
alguien con un poco de lucidez que desestime sus ideas de mierda.

—Mis ideas también lo son un poco.

—Pero en menor medida —se aclaró la garganta—. Ten cuidado, Alice.

—Lo mismo te digo. Y a ti, Kai. Cuídate.


Él sonrió un poco.

—Ojalá pudiera hacer algo más para ayudar.

—Ya hiciste mucho cuando cuidaste la máquina de memoria durante el asalto, Kai. No
cualquiera lo hubiera hecho.

—Oh, eso... —Kai se ruborizó y asintió con la cabeza—. Yo... eh... gracias...

Alice vio que enrojecía aún más y le dio un apretón ligero en el hombro antes de volver
con los demás, que estaban empezando a subir a la caravana. Tina la enganchó en un
abrazo en cuanto pasó por su lado y Alice vio que Max, a unos metros, era el único que
faltaba para subir. La esperó pacientemente mientras Tina seguía apretujándola.

—Oh, querida, espero que todo vaya bien —le dijo, separándose y sujetándola por los
hombros—. Puede que lleves menos tiempo que los demás con nosotros, pero desde el
primer día supe que eras especial. Y no me equivoqué. Sabrás lo que hay que hacer,
siempre lo sabes. Max es consciente de ello. Y yo también. Por eso, los dos confiamos
en ti.

Alice no supo qué decir. Eso la había pillado un poco descolocada.


Especialmente cuando le pasó una mano por la mejilla.

—Cuida de Rhett. Y deja que el te cuide a ti, ¿vale? —le dijo en voz baja para que
nadie más lo oyera—. No podría soportar perderos a ninguno de los dos.

—¿Y Max, o Charles? —ella sonrió un poco.

—Esos dos son mayorcitos para cuidarse solos.

Alice no pudo evitar reírse suavemente.

—Adiós, Tina.

—Hasta muy pronto, cielo.


Alice les dedicó una última mirada a todos antes de respirar hondo y dirigirse a la
caravana. Max la esperaba de brazos cruzados, mirándola.

—¿Estás lista? —le preguntó.

—¿Lo estás tú, Maxy?

Él puso los ojos en blanco y se apartó para dejarla pasar.

—Venga, sube antes de que me arrepienta de haberte invitado.

Alice pasó por su lado y, al cabo de unos segundos, cerraron la puerta. Los cuatro
miembros restantes de grupo se quedaron de pie a las puertas del edificio principal viendo
cómo la caravana desaparecía tras el muro de la ciudad. Y ninguno pudo librarse de la
sensación de vacío que se quedó con ellos.

***

Ya era de noche cuando la caravana se detuvo a un lado de la carretera, oculta de la


mirada de todo aquel que pudiera cruzar el camino principal. Alice había ayudado a
Charles a cubrir todas las pequeñas zonas expuestas con ramitas mientras Max y Rhett
seguían hablando y hablando en la caravana.

En realidad, podrían haber entrado a la ciudad ese mismo día, pero habían decidido revisar
todas las entradas y perfeccionar su plan. Además, Max prefería entrar por la tarde y ese
día ya no hubieran podido.

Cuando Alice y Charles volvieron a entrar, Alice vio que Max había quitado todo lo de
la mesa y había dibujado un plano de lo que recordaba de Ciudad Capital. Charles,
detrás de ella, ahogó un grito dramáticamente.

—¡Mi mesa! ¿Qué...? ¡Seréis desgraciados!

—Relájate, solo es una mesa —le dijo Rhett sin mirarlo.


—Oh, sí, claro, no hay problema. Mañana voy al maldito Ikea a comprar otra.

—Charles —Max lo miró—. Cállate y haz la cena.

—Pero... ¿para qué me habéis traído? ¿Para que sea vuestro esclavo?

—Hubiéramos escogido a alguien más callado —masculló Rhett. Alice

le dio manotazo y él fingió que no se daba cuenta.

Un rato más tarde, los cuatro estaban sentados alrededor de la mesa comiendo las
provisiones que habían traído desde la ciudad. Max repitió el círculo que había hecho en
uno de los puntos para aclarar lo importante que era.

—Ahí entráis Alice y tú —le dijo a ella y a Rhett—. No necesitaréis ser tan
rápidos como nosotros, pero tened cuidado.

—Lo tendremos —murmuró Rhett.

—Charles, ¿estás seguro de que tienes la ropa de...?

—Aquí la tengo —dijo él felizmente.

Sacó unas cuantas prendas blancas y se las lanzó a Alice. Ella puso una mueca cuando
vio la ropa de androide. No le gustaba tener que usarla de nuevo. Se sentía como si
estuviera retrocediendo en el tiempo. Pero lo hacía por el bien del plan.

—Bien. Entonces, vosotros dos estáis cubiertos. En cuanto lleguéis a la sala


principal...

—Activamos la puerta, sí —dijo Rhett por enésima vez.

—Y tú y yo, Charles... —él enarcó una ceja, esperando que siguiera.

—...nos metemos en ese maravilloso edificio juntitos y felices, sí.


—Alice —Max la miró—, vas a tener que buscar la habitación donde tienen a Jake tú
sola mientras Rhett te cubre. Te necesito muy centrada. Nada de tonterías.

Ella asintió con la cabeza, un poco nerviosa.

—En cuanto encontremos al chico, nos reunimos todos en la tercera salida del edificio.
Tendremos que ir por pasillos distintos. Si diez minutos más tarde alguien no
aparece... nos marcharemos igual.

Hubo un momento de silencio en el grupo. Ni siquiera Charles pareció tener ganas de


sonreír por unos instantes. Sin embargo, él mismo fue quien rompió el silencio con una
palmada ruidosa.

—Bueno, todo esto es muy interesante, pero... ¿no creéis que es hora de ir a dormir?
Mañana será un día muuuuy largo.

—Sí, deberíamos descansar —murmuró Max—. ¿Quién hará la primera


guardia?

—No hacen falta guardias, querido Maxy —replicó Charles alegremente—. La caravana
tiene sensores. En cuanto alguien se acerque a menos de viente metros, lo sabremos.
Podéis dormir como angelitos sin preocuparos por nada.

Hubo algo de discusión sobre quién se quedaría con la cama y, al final, fue Charles
quien lo hizo. Ofreció a Alice un lugar a su lado, pero cuando Rhett hizo un gesto de
sacar la pistola, entendió que era mejor no insistir. Ella y Rhett se hicieron una cama
improvisada en el suelo con mantas mullidas y almohadas que resultó ser bastante
agradable y Max se quedó con el sofá.

La caravana era pequeña, pero ella y Rhett eran los que estaban más apartados. La
pequeña pared que separaba la cocina del resto de la caravana los cubría, por lo que
los demás solo podían verles los pies, y tendrían que
asomarse mucho. Alice sospechaba que Max lo había hecho a propósito, y no para
darles intimidad, si no para no tener que ver nada.

Tampoco era como si ella tuviera ganas de hacer algo. No se sentía capaz ni de cerrar los
ojos. Cuando miró a su lado, vio que Rhett tampoco estaba dormido.
Bañada por la luz de la luna, su cicatriz parecía bastante más fina que durante el día.

—¿Tampoco puedes dormirte? —le susurró. Él

negó con la cabeza sin mirarla.

—El idiota ha podido dormirse en un momento —murmuró Rhett, escuchando los


suaves ronquidos de Charles al otro lado de la caravana.

—Creo que nunca he visto a Charles nervioso —replicó ella.

—Yo sí. El día en que le apuntaste al estómago con una pistola. Estaba seguro de que
ibas a matarlo. Y él también.

Alice sonrió un poco y él suspiró antes de girar la cabeza hacia ella y recorrerle el rostro
con la mirada. Ella notó que se detenía un momento de más en sus labios antes de volver
a centrarse en sus ojos.

—Todo saldrá bien —le dijo en voz baja—. Hemos hecho esto mil veces.

—¿El qué?

—Arriesgarnos por alguien. Por uno de nosotros. Lo hicimos contigo y salió bien. Volverá
a salir bien.

Alice le repasó también la cara con la mirada, deteniéndose especialmente en los ojos
claros, la cicatriz y los labios. Estiró la mano y se la pasó por el contorno de la
mandíbula, pinchándose un poco por la barba de pocos días.

—Sí, tienes razón —murmuró.


Rhett sonrió de lado.

—Mañana volveremos a estar todos en la ciudad con Jake incordiando todo el día,
Tina cuidando de nosotros, Max quejándose, Charles siendo una pesadez de ser vivo y
contigo revoloteando por todas partes.

—Y contigo dando órdenes, que no se te olvide.

Alice lo observó unos segundos antes de inclinarse hacia él y unir sus labios. Hubo algo
distinto en ese beso. Ni siquiera abrieron las bocas, solo presionaron los labios el uno
contra el otro. Y lo distinto fue que no necesitaron nada más para trasmitirse todo lo que
sabían que el otro necesitaba en ese momento.

Cuando Alice se separó, le pasó el pulgar por el labio inferior y él cerró los ojos.

—Deberíamos dormir —murmuró Rhett.

Alice asintió con la cabeza pese a que él seguía con los ojos cerrados.

Rhett la rodeó con un brazo de la cintura y la atrajo contra su cuerpo. Alice se quedó
algo sorprendida cuando él pegó su mejilla a su pecho, justo encima de su corazón, y se
acomodó para quedarse dormido. Nunca había hecho algo así. Sin embargo, ella no
tardó en rodearle el cuello con los brazos. Al cabo de unos segundos, se encontró a sí
misma pasándole los dedos por el pelo y viendo como él iba relajándose
progresivamente hasta quedarse dormido.

Pero ella no podía dormir. Dejó que pasara casi una hora solo mirándolo y acariciándolo,
escuchando que murmuraba cosas en sueños, hasta que sintió que no podía más y lo
apartó suavemente, dejándolo solo en la cama improvisada y poniéndose de pie. Salió de
la caravana sin hacer un solo ruido y se quedó sentada en una roca que había al lado.
Apoyó los codos en las rodillas y hundió la cara en sus manos.
—Deberías estar durmiendo —le dijo la voz de Max justo después de que
escuchara la puerta de la caravana abriéndose y cerrándose de nuevo.

—No voy a poder —murmuró Alice—. No esta noche.

—Si te consuela, yo tampoco.

Ella no se movió cuando notó que Max se acercaba y se sentaba a su lado,


suspirando. Frunció el ceño al suelo y negó con la cabeza.

—¿Y si Jake...? —no supo cómo decirlo—. Puede que ni siquiera lo tengan ahí.

—Puede ser —le dijo Max tranquilamente.

—¿Nos vamos a arriesgar sin saber si... si hay premio?

—Es un riesgo que tenemos que asumir, Alice —le dijo él—. Lo asumiría con
cualquiera de vosotros.

Ella volvió a incorporarse y miró sus manos en su regazo. No sabía ni qué pensar. Solo
sabía que no le gustaba esa situación. Y que hubiera deseado no tener que volver a pisar
esa ciudad jamás. Sin embargo, la idea de no volver a ver a Jake era demasiado
insoportable como para siquiera considerarla.

—¿Sabes quién tampoco va a poder dormir esta noche? —le preguntó Max. Alice lo

miró con curiosidad, todavía un poco desanimada.

—¿Quién?

—Tina. Va a estar pensando en nosotros sin parar. Y no va a estar bien hasta que sepa
qué ha pasado y que todos estamos bien.

Alice sonrió al instante al pensarlo.

—Sí, tienes razón.


Cuando la sonrisa se mantuvo por unos segundos más en sus labios, Max le enarcó
una ceja.

—¿Qué?

—Nada.

—¿Qué? —repitió, molesto.

—Que sigo con la esperanza de que Tina y tú...

—Tina y yo, ¿qué?

—Ya sabes...

—No sé nada.

—Hacéis buena parej...

—Cállate.

Alice sonrió todavía más cuando él puso los ojos en blanco.

—¿Por qué no?

—Ni me lo había planteado.

—¡Venga ya! Tina es genial.

—No estoy diciendo que no sea genial, Alice.

—¿Entonces?

—No tengo veinte años, como tú y Rhett —aclaró—. Y Tina tampoco. Las cosas no
funcionan tan fácilmente a nuestra edad.
—Pero... que seas un viejo no quiere decir que no tengas derecho a que alguien te ame.

—Gracias por llamarme viejo. Otra vez. Eres un poco pesada.

—Y tú eres un poco cabezota.

Max la miró con mala cara por unos segundos.

—Todavía recuerdo cuando, al llegar a la ciudad, agachabas la cabeza, roja de


vergüenza, cada vez que alguien te hablaba. Eran buenos tiempos. Mejores que estos.

—A mí me parezco más divertida ahora.

—Prefiero no comentar nada al respecto.

—Decir eso es comentar algo al respecto, querido Max.

—Eres una pesada, querida Alice.

Ella sonrió ampliamente y miró la caravana por unos segundos. Al final, suspiró.

—Debería ir a dormir. O a intentarlo. Dudo que a Rhett le haga mucha gracia


despertarse y no verme. Y me apetece...

Max puso una mueca.

—Prefiero no saber los detalles de lo que hacéis —aclaró.

Alice se puso de pie y volvió a la caravana más animada que antes, pero se detuvo cuando
escuchó que él se aclaraba la garganta. Al mirarlo, vio que tenía algo en las manos. A ella
se le iluminó la mirada cuando lo reconoció.
—Vas a necesitarlo mañana —aclaró Max.

—¡Mi cinturón!

Se acercó y lo sujetó, ilusionada. Lo único que habían cambiado era la zona de munición,
que ahora estaba llena. Alice se lo puso solo para poder sentirse bien otra vez y sonrió
ampliamente a Max, que parecía considerablemente menos ilusionado.

—¿A que me queda bien?

—Pues no. Pero es tuyo.

—Qué simpático eres siempre, Max.

—Sigo sin entender por qué demonios alguien pensó que era necesario
enseñarte lo que es el sarcasmo.

—Es muy útil —ella sonrió y sacó la pistola.

La revisó con los ojos y, de pronto, un sentimiento repentino apagó toda la sonrisa
que tenía en ese momento. Max frunció el ceño al darse cuenta, especialmente
cuando ella bajó la pistola.

—¿Qué pasa?

—Yo... —ella tragó saliva—. Tu hija estará ahí. Max

ladeó la cabeza, pero dejó de fruncir el ceño.

—Esa chica no es mi hija, Alice —replicó.

—Técnicamente, lo es.

—No, no lo es. Es una persona nueva, con su propia vida.


—Pero... ¿has pensado alguna vez en que podría reconocerte algún día? ¿No querrías
dársela a ella en lugar de a mí?

Max suspiró largamente cuando ella se sentó a su lado de nuevo, esta vez con la cabeza
gacha.

—¿No te la di a ti? —le preguntó.

—Sí, pero...

—Alice, te la di a ti porque sé que sabes utilizarla.

—No estoy hablando de utilizarla. Estoy hablando de su valor sentimental. Es de tu hija,


Max.

—Por eso te la di a ti y no a otra persona.

Ella lo miró con los labios entreabiertos, sorprendida. Max cerró los ojos un momento y
sacudió la cabeza sin mirarla.

El silencio que los acompañó durante los segundos en que Alice volvió a guardar la pistola
y buscó las palabras adecuadas no fue incómodo. De hecho, parecía que cada uno pensaba
en sus cosas. Y ninguno miró al otro.

Finalmente, ella tragó saliva, mirando el suelo.

—¿Max?

—¿Mhm?

Permaneció en silencio un momento.

—Yo... siempre he sabido quién era mi padre —murmuró.

Él no dijo nada. Alice tragó saliva de nuevo. Se le había formado un nudo en la garganta.
—Siempre he sabido dónde estaba. No se murió trágicamente. Bueno, lo creí por un
tiempo, pero no es lo mismo. Y... no cambió nada. No sirvió para nada. Nunca me he
sentido como si realmente él fuera mi padre.

Vio de reojo que Max asentía con la cabeza sin decir nada.

—Una parte de mí siempre ha creído que nunca encontraría a nadie a quien pudiera...
considerar mi familia. Que nunca me sentiría como si realmente perteneciera a algún
lugar. Hasta que os encontré a vosotros. Jake es mi hermano. Tina es como una madre.
Rhett... bueno, sabes lo que es Rhett.
Trisha, Kilian, Charles, Kai... todos ellos, en mayor o menor medida, son
fundamentales en mi vida.

Hizo una pausa.

—Yo... nunca he sabido muy bien lo que es tener padre —dijo en voz baja—. Pero... lo
que si sé... es que si hubiera podido elegir... que... si ahora mismo, aquí, pudiera elegir a
quien desearía que lo hubiera sido durante toda vida... a quien desearía que lo fuera
siempre... no dudaría ni un solo segundo en elegirte a ti, Max.

No se atrevió a levantar la cabeza. Se mantuvo con la mirada gacha y en el suelo,


pero el nudo en su garganta aumentó porque sabía que era verdad. Y, pasara lo que
pasara al día siguiente, quería que Max entrara en esa ciudad sabiéndolo.

Entonces, para su sorpresa, él estiró el brazo y se lo puso por encima de los hombros,
tirando de ella hasta que tuvo la cabeza en su hombro. Nunca lo había visto tener un gesto
así con nadie. Y mucho menos con ella.

Ni siquiera hizo falta que ninguno de los dos dijera nada. Alice se acomodó con la
cabeza en su hombro y cerró los ojos, dejando que el silencio guardara ese momento en
su memoria.
CAPÍTULO 51
—Odio verte con esa ropa —murmuró Rhett de mala gana, mirándola desde la puerta del
pequeño cuarto de baño de la caravana.

Alice seguía ajustándose bien la el pelo en una sencilla cola de caballo. Se pasó las
manos por la falda y por el jersey de cuello alto sin mangas, asegurándose de que no
tuviera ni una sola arruga. Casi no se reconocía a sí misma. Estaba claro que no era la
misma persona que había usado esa ropa un año atrás.
Incluso físicamente se notaba la diferencia. La flacidez de sus brazos —que siempre
habían sido flacuchos— ahora era firme y tenía algunas cicatrices pequeñas. Además,
andar de una forma sumisa había resultado ser más complicado de lo que esperaba. Estaba
demasiado acostumbrada a poder andar como quería.

—Tampoco es mi ropa favorita, la verdad —dijo ella, mirándose a sí misma.

Rhett puso una mueca cuando ella volvió a hacerse la cola de caballo para que le
quedara perfecta.

Él iba vestido con la ropa negra que usaban los miembros de seguridad del equipo del
padre John. Y, claro, le sentaba genial. Como todo. Especialmente porque su cara de mal
humor lo metía perfectamente en el personaje.

—¿Crees que estoy bien así? —preguntó ella, revisando todo el disfraz en busca
de cualquier arruga.

—Pareces una tranquila e inocente androide.

—Entonces, es perfecto.

—No abras la boca o se darán cuenta de que eres lo contrario.

Le sonrió y sacudió la cabeza. Después, se agachó y metió su ropa en la mochila


que dejarían en la caravana.
Charles y Max los esperaban fuera con la misma ropa que Rhett. Charles fue el primero en
verla y esbozar una sonrisa de oreja a oreja.

—Mírate, querida. Pareces una buena chica.

—¿Parezco?

—Bueno, no lo eres —él le guiñó un ojo—. Pero, no me malinterpretes. Me gustan


los retos.

—Cállate —le dijo Rhett, de nuevo con mala cara.

—¿A que yo también estoy guapo en mi traje? —sonrió él ampliamente—. Me siento


como si hubiera cambiado de rol. La última vez que estuve ahí, iba vestido de blanco.

—Ya nos contarás cómo has conseguido la ropa —Max le enarcó una ceja.

—Un buen mago nunca desvela sus trucos. Como

nadie le preguntó, él se cruzó de brazos.

—Aunque voy a decirlo si insistís un poco —aclaró.

—A mí me da mucha pereza —murmuró Rhett.

Charles miró a Alice con el ceño fruncido y ella suspiró.

—¿No nos lo puedes decir, Charles?

—Bueno... lo haré, pero solo porque me lo pides tú —sonrió de nuevo—. Conocí a unos
cuantos androides que se escaparon de su zona con trajes de estos y
terminé quedándome con algunos de ellos. El de androide fue... ejem... más interesante.
No sé si querríais saber los detalles. De todos modos, es una suerte que fuera de tu talla,
querida. Te sienta como un guante.

—Esta conversación es muy interesante —dijo Max—, pero os recuerdo que no estamos
aquí para hablar.

—Ya ha vuelto el amargado de Maxy —murmuró Charles, suspirando.

Terminaron de recoger sus cosas y Charles cerró la caravana. Alice vio que Max se
colgaba su cinturón por encima del que ya llevaba puesto. Ella no podría llevar armas
hasta que se encontraran. Era imposible ocultarlas llevando esa ropa. Tenía que admitir
que eso la hacía sentir un poco insegura. Pero, al menos, Rhett estaría con ella.

Empezaron a ver la muralla de la ciudad después de cinco minutos andando por el


bosque. Alice se esforzó mucho en que ninguna rama rebelde se le enganchara a la ropa
o la despeinara y, al final, lo consiguió. Los cuatro se en la orilla del bosque, mirando la
valla y el muro que formaban la quinta entrada de la ciudad. Había siete en total. Alice
tragó saliva cuando vio a los dos guardias de la que tenían delante hablando entre ellos
tranquilamente.

—Pues aquí estamos —murmuró Charles—. Listos para morir.

—Gracias por tu positividad —masculló Rhett.


—Recordad el plan —dijo Max, observando a los guardias—. Y no os desviéis en
ningún momento.

Especificó esa última parte mirando fijamente a Alice, cuyas mejillas se tiñeron de
rojo.

—¿Por qué me miras a mí?

—Porque te conozco. Estamos aquí principalmente por Jake.

—Y me dijiste que también nos encargaríamos de los demás...

—Y lo haremos. Pero no es lo mismo sacar a un chico que a veinte androides. Hoy


estamos aquí por Jake. Así que no te desvíes del plan.

Ella apartó la mirada y frunció un poco el ceño.

—No lo haré —dijo, finalmente.

Max pareció aliviado cuando se giró hacia Charles.

—Cuando quieras. Esperaremos a tu señal.

Él sonrió como un angelito y se deslizó hacia la derecha, desapareciendo por el bosque.


Los tres restantes se quedaron esperando durante lo que pareció una eternidad. A Alice le
sudaban las manos y Rhett parecía especialmente tenso. Si Max sentía algo, no dejó que
los demás lo notaran.

Entonces, escucharon un estruendo doblando la esquina de la muralla y los dos guardias


se pusieron firmes al instante, girándose hacia el origen. Después de decir algo, los dos
se fueron corriendo. Alice hizo un ademán de empezar a
avanzar, pero se detuvo cuando Max la sujetó del brazo. Vio que un guardia restante se
apresuraba a seguirlos y, entonces, la soltó.

Los dos se quedaron mirando a Max un momento. Él dudó.

—Buena suerte —dijo, al final, mirándolos uno a uno.

Alice apartó la mirada al cabo de unos pocos segundos y sintió que Rhett la guiaba con
una mano en la espalda. Tras echar una última ojeada a Max, echó a correr con él.

Los guardias estaban ocupados con Charles —fuera lo que fuera que había hecho, había
funcionado—, así que tuvieron tiempo de sobra para seguir corriendo hasta llegar a la
valla cerrada. Rhett asomó la cabeza entre los barrotes antes de asentir con la cabeza y
poner dos manos a modo de escalón. Alice se impulsó con un pie y con ambas manos se
agarró del borde. Pasar por encima con falda fue bastante más complicado de lo que
habría creído. Pero, al final, consiguió saltar al otro lado. Las prácticas en el circuito de
Ciudad
Central —o lo que recordaba de ellas— la ayudaron mucho. Apenas lo hubo hecho,
vio que Rhett caía a su lado. La miró de reojo.

—¿Estás bien?

—¿Quién habría creído que las clases de Deane servirían para algo? —
murmuró ella.

Rhett esbozó media sonrisa y le hizo un gesto para que lo siguiera.

Rodearon el edificio junto al que habían saltado y Alice vio que Rhett se detenía justo
antes de correr hacia el siguiente. Dos personas con batas de científico pasaron por
delante de ellos sin verlos, murmurando algo, y siguieron su camino. Alice estaba
empezando a cansarse de correr y esconderse cuando vio el edificio principal erigiéndose
ante ella con toda su majestuosidad. Un recuerdo vago le indicó que, en algún momento
de su vida, había estado ahí. Pero no
conseguía recordar en cuál. Revisó las columnas blancas, el jardín verde y las grandes
puertas y ventanas. Todo le resultaba extrañamente familiar.

—¿Qué haces? —preguntó Rhett al ver que se detenía.

Ella sacudió la cabeza y se apresuró a seguirlo. En cuanto alcanzaron las escaleras del
edificio principal, ella agachó la cabeza automáticamente y entrelazó los dedos por
delante de su estómago. Una postura completamente sumisa. Volver a tener que andar así
le sentó peor de lo que hubiera creído.

A su lado, Rhett le puso una mano en la espalda para guiarla, justo como ella recordaba
que hacían las madres. Había estado casi una hora durante esa mañana explicándole todo
lo que tenía que hacer para tratarla en público correctamente dentro de ese edificio. Él
parecía frustrado, pero se lo aprendió de todas formas.

Mientras empezaban a recorrer la calle así, escuchó que él resoplaba.

—Es vejatorio que tengáis que ir con la cabeza agachada —masculló.

Ella no dijo nada —prefería no arriesgarse a que la vieran hablando—, pero tenía
razón.

Se detuvieron delante de la puerta principal, de cristal, y esta se abrió para dejarlos


pasar al instante. Alice sintió que un escalofrío le recorría la espalda cuando vio de
reojo a varios guardias que los observaban. Pero ninguno dijo absolutamente nada.
También vio que otros varios llevaban androides de un lado a otro de la misma
forma.

Rhett se había aprendido el mapa por los dos, porque ella había tenido bastante con las
indicaciones de la sala principal. Dejó que la guiara por los pasillos
impolutos y atestados de científicos con sus respectivas batas y guardias con sus
respectivos rifles. El mismo que tenía Rhett colgando en su espalda.

—¿Por qué todo el mundo aquí te mira por encima del hombro? —preguntó él en voz
baja cuando cruzaron un pasillo vacío.

—Porque se sienten mejores que tú —murmuró ella.

—Tienen suerte de que no pueda decirles lo que pienso de ellos.

Alice esbozó media sonrisa, pero se la borró al instante en que un guardia pasó por su lado
y saludó a Rhett con la cabeza, que hizo lo mismo con él.

Llegaron al ascensor de cristal. Ella se acordaba de esa parte. Segundo piso. Tercer pasillo
a la derecha. El resto, era cosa de Rhett.

Él volvió a empujarla ligeramente por la espalda para que se metiera en el ascensor.


Había otros dos guardias con androides perfectamente alineados. Ellos se colocaron en
medio. El androide delante y el guardia detrás con una mano en su espalda. Alice vio de
reojo a una madre junto a los botones del ascensor.

—¿Piso? —le preguntó amablemente a Rhett.

—Tercero.

Ella le dedicó una sonrisa educada y pulsó el botón. Los demás hicieron lo mismo y
estuvo profundamente aliviada al ver que ambos iban a un piso inferior que supuso que
sería un sótano. Al menos, estarían solos.

El ascensor empezó a bajar y toda la claridad de la luz del día desapareció y fue sustituida
por una luz clara que iluminaba todo el ascensor. Alice no entendió
muy bien de dónde venía porque, básicamente, estaba enteramente hecho de cristal.
Incluso el suelo. Podía ver el vacío bajo sus pies, a través del cristal impoluto. Menos mal
que no tenía miedo a las alturas.

Algo hizo que girara un poco la cabeza. Alguien la estaba mirando. Estuvo a punto de
apartar la mirada a toda velocidad pensando que era el guardia, pero no pudo evitar
detenerse cuando sus ojos se encontraron con la de la androide que tenía al lado. Tardó
unos segundos en procesar a quien veía, pero cuando lo hizo, no pudo evitar entreabrir
los labios. 42. Anya.

Se quedó mirándola un momento y sus ojos fueron al instante a su boca, donde vio una
marca que no tenía la última vez que se habían encontrado. Un corte profundo en uno de
los labios. Alice supo al instante que había sido por un golpe.

No podía moverse. Sabía que tenía que apartar la mirada, pero no podía. Vio que Anya
se le llenaban los ojos de lágrimas, mirándola fijamente y pidiéndole algo con los ojos
que no supo muy bien quién era. Anya miró a Rhett y volvió a agachar la cabeza. Alice
vio que hacía lo que podía para aguantarse las lágrimas.

Alice estuvo a punto de ponerle una mano en el hombro por puro impulso cuando ella
volvió a mirarla con los ojos llenos de lágrimas. Solo que esta vez sí pudo ver el
sentimiento que escondían. Esperanza.

Se creía que estaban ahí para sacarla de ahí. Y no

iban a hacerlo.

A Alice se le cayó el alma a los pies cuando las puertas del ascensor se abrieron,
dando paso a otro pasillo impoluto. El guardia de Anya la empujó sin ningún tipo de
delicadeza para que avanzara. Alice la siguió con la mirada y estuvo a punto de ir
corriendo hacia ella cuando Anya le sostuvo la mirada por unos momentos más y el
guardia, bruscamente, le colocó la cabeza de nuevo.
Las puertas volvieron a cerrarse y el ascensor ascendió, alejándola de ella. Alice agachó
la cabeza y cerró los ojos, intentando contenerse las ganas de moverse, hablar... de hacer
lo que fuera.

Ella sintió que Rhett le ponía una mano suavemente en la nuca y volvía a colocarle la
cabeza correctamente. Su mano estuvo en su nuca unos segundos más de los necesarios
y, cuando la quitó, le pasó el pulgar por la nuca. Alice supo al instante que él se había
dado cuenta de lo que había pasado y trataba de darle ánimos. No podía hacerlo de otra
forma con la madre mirando.

Finalmente, llegaron al pasillo del tercer piso y volvieron a estar solos, pero ninguno se
atrevió a comportarse de forma natural. El riesgo era demasiado grande. Así que solo
siguieron las indicaciones que les había dado Max.

Pero, entonces, cuando Alice seguía intentando recuperarse, miró de reojo al científico que
se acercaba a ellos por el pasillo, acompañado de un guardia. El mundo se detuvo. El
padre Tristan.

¿La reconocería? Si lo hacía, estaban perdidos. Completamente perdidos. El pensamiento


fue tan repentino que sus piernas se detuvieron solas.

—Alice —la llamó Rhett en voz baja.

Él estaba mirando la puerta del final del pasillo. Era la puerta a la que se dirigían. Estaba
ahí. Justo ahí. Y el padre Tristan estaba en medio.

Rhett no tardó en darse cuenta de que algo iba mal, porque Alice sintió que la mano que
tenía en su espalda se tensaba al empujarla para que siguiera andando.

Ella volvió a hacerlo. El corazón le latía a toda velocidad. Agachó la cabeza tanto como
pudo sin que fuera evidente y suplicó en voz baja que él estuviera demasiado ocupado
con el guardia como para fijarse en ella. Después de todo, no era más que un androide.
Uno más, uno del montón, no tenía por qué...
—¿Dónde vas con ese androide?

Alice se detuvo de golpe y Rhett la imitó, clavándose en el suelo todavía con la mano en
su espalda. Ella sintió que se le secaba la boca cuando vio los pies del padre Tristan a un
metro de distancia de ella.

Por favor, que no mirara abajo.

Intentó disimular lo mucho que le temblaban las manos apretándolas con fuerza.

—A la sala principal —se limitó a decir Rhett.

—¿Para qué?

—Es lo que me han ordenado.

—¿Quién? Porque yo soy el único científico que había ahí ahora mismo. Está vacía.

Alice sintió que el pánico se apoderaba de ella. Menos mal que Rhett sabía gestionar
mejor la tensión y ni siquiera le temblaba la voz.

—Son órdenes. No las he cuestionado.

—¿Quién te lo ha dicho?

—El líder John.


Eso pareció hacerlo dudar, porque se mantuvo en silencio unos segundos.

—¿Es peligroso? —Alice casi pudo adivinar que la estaba señalando con la cabeza.

—En absoluto.

—¿Puedes dejarlo solo por unos segundos?

Ella no pudo ver la respuesta pero dedujo que era un sí por lo que siguió la conversación.

—Bien, porque necesito una ayudita en el despacho. Ven un momento conmigo y déjalo
aquí. No se habrá movido cuando vuelvas.

—Pero...

—Será solo un momento. Venga, date prisa.

Alice levantó la cabeza cuando la presión de su mano desapareció y vio que los tres
giraban por el pasillo. Rhett la miró un momento por encima del hombro para indicarle
que no se moviera y siguió al padre Tristan.

En cuanto estuvo sola, ella echó una ojeada a la puerta de la sala principal. Su corazón
seguía latiendo a toda velocidad. Quizá ahora tenía que seguir sola.
Aunque supiera que Rhett se enfadaría mucho.

Seguía planteándoselo, un poco asustada, cuando escuchó unos pasos acercándose a ella.
No era Rhett. Era otro guardia. Agachó la cabeza al instante y miró el suelo, donde unas
botas negras se detuvieron delante de sus botas blancas.
—¿Y tú qué haces aquí sola? —le preguntó el guardia perezosamente.

Alice intentó hablar y luego se detuvo al recordar el protocolo. Se aclaró la garganta sin
hacer ruido y volvió a intentarlo.

—Me han ordenado que espere, señor —dijo con voz monótona.

—¿Aquí? ¿Sola? ¿Quién te ha dicho eso?

—Un guardia, señor.

Ella no se movió en absoluto, pero sus hombros estaban tan tensos que sentía que iban
a romperse en cualquier momento. Suplicó para sus adentros que el guardia se
marchara, pero no lo hacía. Solo la miraba fijamente.

Se congeló entera cuando notó que le ponía una mano en el mentón para levantarle la
cabeza. Lo miró, sorprendida, cuando él le giró la cara en ambas direcciones para
revisársela. Tenía una ceja enarcada.

—Mírate —murmuró, fascinado—. Eres casi perfecta. ¿Cómo no te había visto antes
por aquí?

Ella no dijo nada. Solo esperaba que no fuera lo suficientemente listo como para seguir
atando cabos.

—¿Quién te ha creado? ¿Eres un nuevo modelo?

—Sí, señor.
—¿Y en qué estás especializada exactamente? —murmuró con una sonrisa
socarrona.

Alice tuvo el instinto primario —muy urgente— de levantar la rodilla y clavársela entre
las piernas, pero consiguió mantener una expresión totalmente impasible.

—Soy un androide de información, señor.

Su sonrisa se ensanchó cuando le bajó un dedo por el mentón y se detuvo en la mitad de


su garganta pálida, justo en el inicio del jersey. Alice tuvo que hacer un esfuerzo
sobrehumano para no moverse ni cambiar de expresión.

—¿Qué clase de inf...?

—Yo me encargo, gracias.

Ella sintió que el mundo se iluminaba a su alrededor cuando reconoció la voz de


Charles. No sabía de dónde había salido, pero nunca había agradecido tanto su
presencia. Casi soltó un suspiro de alivio.

No se movió en absoluto cuando el guardia se giró y se apartó de Alice de mala gana,


suspirando.

—¿Tú la has dejado aquí sola?

—No puedo contradecir una orden —dijo él simplemente, improvisando.

El guardia lo observó por un momento antes de encogerse de hombros.


—Pues vale. ¿Y dónde la llevas?

—A la sala principal.

Eso hizo que frunciera un poco el ceño, pero no dijo nada. Alice sintió que sus hombros
se relajaban cuando Charles se acercó a ella y le puso una mano en la espalda, guiándola
hacia la sala. Sin embargo, toda la relajación se esfumó cuando escuchó al guardia
llamándolos.

—Espera. Voy con vosotros.

Maldita sea.

Charles se congeló por un momento, pero no pudo hacer nada porque el guardia se
adelantó y abrió la puerta para ellos. Alice fue conducida a su interior.

Era una sala pequeña, de madera —la única hecha de madera en todo el edificio— y con
varios ordenadores repartidos por cada rincón. El que le interesaba a ella era el de las
cinco pantallas, a unos pocos metros. Evitó mirarlo a toda costa cuando escuchó que la
puerta se cerraba. El guardia se apoyó con el culo perezosamente en una de las mesas,
cruzando los brazos sobre su pecho.

—¿Y para qué la tenías que traer aquí? —preguntó, curioso.

Charles se aclaró la garganta.

—No me lo han dicho.

—Cómo son estos científicos de mierda, ¿eh? Siempre dando órdenes sin decir por qué —
él suspiró, sacudiendo la cabeza—. Seguro que, siendo de
información, tiene que hacer algo con uno de estos ordenadores complicados.

—Probablemente —le concedió Charles.

—¿A quién tienes que esperar?

—A un padre, seguramente.

—Bueno, pues esperaré contigo.

Alice tragó saliva y trató de no maldecir con todas sus fuerzas.

Apenas llevaban unos segundos en silencio cuando Charles se separó de ella, fingiendo
naturalidad, y se apoyó en otra de las mesas. Alice se quedó de pie a un lado de la sala,
sola. Sintió la mirada del guardia desconocido sobre sí misma antes de que él se separara
de la mesa y se acercara directamente a ella.
Apretó los labios sin levantar la cabeza.

—¿Habías visto a esta alguna vez? —preguntó él a Charles.

Alice lo miró de reojo y vio que él fingía muy bien que toda la situación le importaba un
bledo. O quizá no lo fingía. Estaba demasiado nerviosa como para analizarlo.

—Solo una —dijo él—. Creo que es nueva.

—Pues ya podrían hacerlos a todos así. Estoy harto de llevar a rubias esqueléticas de un
lado a otro. Me tienen harto. Mira esta. Si parece que incluso está entrenada.
Alice apretó los labios con fuerza cuando sintió que le tocaba los tríceps y soltaba
un silbido de aprobación.

—Mira esto. ¿Crees que las entrenan o algo así cuando las llevamos a sus
despachos?

—Es así por defecto —le explicó Charles tranquilamente—. Es su constitución. Igual
que, aunque le cortaras el pelo, solo crecería hasta la longitud que tiene ahora. No
puede modificarse más.

—Esos científicos son unos malditos genios.

Él estaba sonriendo pero se detuvo, confuso.

—¿Y tú cómo sabes todo eso?

Charles dudó por un momento y Alice miró automáticamente su estómago, donde sabía
que tenía su número. Por suerte, él recuperó la compostura muy pronto.

—Llevo mucho tiempo aquí.

—¿En serio? ¿Y cómo lo aguantas? Yo llevo solo dos meses y ya estoy harto.

Él se mantuvo en silencio unos momentos antes que de Alice sintiera que se acercaba un
poco más, inclinándose. Pudo notar su aliento en su frente.
—Oye, ¿tú crees que sabe...?

No supo cuál era el gesto que hacía, pero vio que a Charles no le hacía ninguna gracia.
Ella sintió que sus puños se apretaban sin poder evitarlo.

—Siempre me lo he preguntado —añadió el guardia, riendo—. Es decir, supongo que


sí, ¿no? Son imitaciones de humanos. Igual es eso lo que les hacen a los científicos,
después de todo. No me extrañaría. Explicaría por qué siempre están de buen humor.

Alice cerró los ojos cuando notó que le ponía una mano en la cadera. Su paciencia
estaba empezando a alcanzar un límite que ese idiota no quería alcanzar.

—Yo que tú no haría eso —le advirtió Charles.

—¿Que más da? No va a moverse. ¿A que no vas a moverte, guapa?

Ella no se movió cuando le dio un golpecito en la nariz con un dedo. No respondió.


Quizá, si él se hubiera estado centrando más en su comportamiento que en otras cosas,
se habría dado cuenta de que algo estaba mal con ella.
Porque, siendo androide, tenía que responder sí o sí a todas las preguntas que le hicieran.

—Estás programada para obedecer, ¿no?

Ella abrió los ojos y apretó los dientes cuando sintió que la mano que tenía en su cadera
subía a sus costillas. Estaba a un centímetro de girarse y reventarle la nariz de un codazo.

—No hagas eso —le recomendó Charles, separándose de la mesa.

—Cállate, pesado. Me toca a mí primero. Luego tú ya harás lo que quieras.


—Te estoy diciendo que...

—¿Crees que, si le digo que se ponga de rodillas y abra la boca, lo haría?

Justo en ese momento, Alice sintió que subía un poco más la mano de sus costillas
y, al mismo tiempo, su paciencia hacía las maletas y se iba de vacaciones a la
playa.

Su brazo se movió antes de que pudiera contenerlo y enganchó el del hombre. Su pierna
se metió entre las suyas y lo desequilibró, haciendo que se le doblaran las rodillas y
pudiera empujarlo contra el suelo. El muy idiota terminó de rodillas con un brazo
doblado sobre su espalda por Alice y el otro clavado en el suelo, con su bota blanca
pisándolo con fuerza.

—Pero ¿qué...?

—Como vuelvas a tocarme, te rompo el brazo —le advirtió, furiosa.

El guardia intentó moverse y ella lo piso con más fuerza. Soltó un gruñido de dolor.

—¿Qué...? —él buscó a Charles con la mirada—. ¿Quieres ayudarme, idiota?


¿Quién demonios ha enseñado a este maldito androide a defenderse?

Charles se encogió de hombros y se metió las manos en los bolsillos.

—Te he advertido que no lo hicieras.


El hombre pareció todavía más confuso, pero Charles se frotó las manos de todos
modos, mirando a Alice, que estaba ocupada dedicando su máxima expresión de
odio a ese idiota.

—Oye, querida, no hubiera dejado que te tocara —dijo enseguida.

—Sí, ya.

—Eso solo lo podemos hacer cara-cortada y yo.

—Se han notado mucho tus ganas de ayudarme —masculló ella.

—¡Estaba a punto de sacar la pistola! ¡Lo prometo!

—¿Quieres dejarte de tonterías y asegurar la puerta de una...?

Se detuvo en seco cuando ésta se abrió y Rhett entró. Su cara de perplejidad contrastó con
la de alivio de Alice. Sin embargo, el alivio desapareció cuando el padre Tristan entró
detrás de él.

Hubo un momento de silencio absoluto cuando los dos miraron al hombre que ella
tenía inmovilizado de rodillas en el suelo. Pero el silencio fue todavía más tenso
cuando el padre Tristan levantó la cabeza y sus ojos se encontraron.

Alice no pudo moverse. Ya era tarde. Ya lo vio en sus ojos. La había reconocido.

—43... —murmuró, perplejo.

Alice no se dio cuenta de que había aflojado el agarre hasta que el hombre se movió y la
tiró al suelo de malas maneras, poniéndose de pie. Alice se quedó sin aire cuando su
espalda chocó contra el suelo en un ruido sordo. Ella vio que Rhett cerraba la puerta con
pestillo apresuradamente y empujaba al padre Tristan hacia delante. Lo enganchó con el
brazo alrededor del cuello y le puso
una pistola en la cabeza al mismo momento en que el guardia lo apuntaba con la suya.

—Suéltalo —le advirtió a Rhett.

—Sí, claro.

Los dos se miraron el uno al otro. El padre Tristan estaba pálido del terror.

—Voy a disparar si no te apartas —advirtió el guardia.

—¡Ni se te ocurra disparar, idiota, esoty en medio! —advirtió el padre Tristan, a su vez.

Charles suspiró dramáticamente y sacó su pistola como quien saca un paraguas antes de
salir de casa. Con toda la tranquilidad del mundo, apuntó al guardia, que se tensó de
nuevo, alternando entre apuntar a uno u otro.

—Que conste que yo he intentado ser amable —le dijo Charles—. Pero, oye, si te
empeñas en que nos matemos... con lo que me gusta a mí llevarme bien con la gente...

—¡Sois... unos traidores! —les espetó el guardia. Le temblaba la voz y la mano de la


pistola—. ¡En cuanto se enteren los demás, os colgarán del muro!

—No somos guardias, idiota —Rhett puso los ojos en blanco—, ¿cómo puedes ser tan
lento?

—¿Eh? ¿Y q-qué sois?


—Somos tus padres —le dijo Charles—. Te hemos buscado durante años,
pequeño marinero, y por fin nos hemos vuelto a encontrar en...

—Charles —advirtió Rhett.

—Perdón —él suspiró y miró al guardia dramáticamente—. Somos la resistencia.

—¿Qué? —él parecía completamente perdido. La mano le temblaba todavía más—.


Si nadie dice nada en los próximos diez segundos, pienso empezar a disparar. Y me
dará igual si le doy a uno u otr...

Se detuvo en seco y se le pusieron los ojos en blanco antes de que su mano soltara la
pistola y su cuerpo cayera al suelo con un golpe sordo, dejando su cuerpo inmóvil. Alice
estaba detrás de él, sujetando su bota a modo de arma. Le frunció el ceño.

—Estaba harta de oírlo hablar —murmuró de mala gana.

—A eso le llamo yo unos zapatos de muerte —Charles empezó a reírse solo y miró a
los demás, que lo juzgaban con la mirada—. ¿Qué? ¿No lo pilláis? Es que el zapato
ha...

—Cállate —Rhett suspiró y empujó al padre Tristan hacia delante de malas maneras.

El hombre se quedó de rodillas entre los tres. Alice volvió a ponerse la bota y se cruzó de
brazos, mirándolo con desprecio.
—Te acuerdas de mí, ¿no? —le espetó, enfadada.

El hombre miró a Charles en busca de ayuda. Luego hizo lo mismo con Rhett. Ninguno
parecía muy dispuesto a ayudarlo en nada.

—¿Q-qué.... qué queréis? —preguntó, finalmente.

—¿Tú qué crees? —Rhett puso los ojos en blanco—. ¿No se supone que los científicos
locos estos son listos?

—Sí, no estamos aquí para ver tu bonita sonrisa —le dijo Charles tranquilamente—.
Aunque, la verdad, tampoco es que sea muy bonita.

El padre Tristan no parecía estar de buen humor para reírse. Ni siquiera para intentar
caerle bien. En su lugar, se giró hacia Alice y se arrastró hacia ella.
Rhett hizo un gesto enseguida de agarrarlo, pero ella lo detuvo con una mirada. El

hombre se quedó de rodillas a sus pies, mirándola.

—No me matarías, ¿verdad, 43? —empezó a hablar a toda velocidad—.


Nosotros dos nos llevábamos bien cuando vivíamos en la otra zona, ¿te
acuerdas? Siempre teníamos charlas y...

—Siempre me hacías interrogatorios —le cortó Alice.

—Vamos, 43. Siempre intenté ser amable contigo. Al menos, tienes que
concederm...

—Me llamo Alice.


El hombre se quedó en silencio un momento. Alice siempre había odiado esa sonrisa
de persona buena que nunca llegaba a sus ojos azules y acuosos. Esa que,
precisamente, estaba esbozando en ese momento.

—Siempre fuiste una buena androide —le dijo lentamente con toda la amabilidad que
pudo reunir—. Si te portas bien y me dejas hablar con el padre John... si entregas a los dos
rebeldes... hablaré bien de ti. Y él te perdonará. Sabes que lo hará. Tienes mi palabra de
que lo hará.

—Tu palabra no vale nada.

—¡No pondría mi vida en juego por una mentira!

—No voy a entregar a nadie —le dijo Alice sin inmutarse.

—Sé coherente 43... digo... Alice... vamos, sabes que es lo más inteligente ahora
mismo.

—Lo que yo veo es que estás en mucha desventaja, padre —replicó ella
lentamente.

Tristan apretó los labios cuando ella le dedicó la misma sonrisa falsa que él le había
dedicado durante todos esos años.

—Y te repito que no voy a entregar a nadie.

—¿Qué más te da si dos rebeldes cualquiera se mueren, chica? —le preguntó él


bruscamente.
—Da la casualidad de que uno de esos rebeldes cualquiera es su novio, viejo idiota
—le espetó Rhett.

—Da la casualidad de que los dos rebeldes idiotas son sus novios —corrigió
Charles.

Rhett lo miró con una ceja enarcada.

—No.

—Sí.

—Te digo que no.

—¡Y yo te digo que sí!

—¿Te quieres callar? Te he dicho que no. Pesado.

—¡Y yo te he dicho que sí, pesado lo serás tú!

El padre Tristan les puso mala cara y miró a Alice.

—¿En serio vas a matarme por esos dos?


—¿Quién ha hablado de matarte? —Alice frunció el ceño.

Él dudó un momento, pero se encogió cuando Rhett se aburrió de la discusión y lo agarró


del cuello de la bata, poniéndolo de pie bruscamente. El hombre temblaba cuando lo
obligó a sentarse en la silla giratoria que había en el ordenador que Alice tenía al lado.

—Al final, el viejo va a resultarnos útil —dijo Charles alegremente.

Alice apoyó una mano en la mesa, mirándolo, mientras Rhett seguía sujetándolo en la silla
con una mano en su hombro. El hombre la miró con mala cara y ella sonrió.

—Creo que va a echarnos una mano, padre Tristan.

***

Max recorrió el pasillo con la tensión en los hombros. Era difícil ver lo que pensaba.
Como siempre. Asintió con la cabeza a un guardia que lo saludó de la misma forma, sin
prestarle demasiada atención, y siguió con su camino.

Estaba ya en el quinto pasillo del plan cuando sintió que algo vibraba en su bolsillo. Miró
por encima del hombro y se acercó al hueco de la escalera para sacar el dispositivo de
escucha. El chico nervioso que no dejaba de
tartamudear —¿Kai? ¿Se llamaba así?— había hecho un buen trabajo, después de todo.
Se lo llevó a la oreja y cerró los ojos un momento cuando escuchó varias voces
atropellándose las unas a las otras.

—¿Vais a aclararos antes de pulsar el botón de comunicar? —le espetó al pequeño


dispositivo, irritado.
—¿Max? —esa voz era la de Alice. Sonaba algo tensa, pero era natural en una
situación así.

—Sí.

—¡Menos mal! No sabía si me había conectado bien. He estado un buen rato


buscando conexiones correctas y había tres diferentes. He sabido que era la tuya
porque...

Ya estaba empezando a divagar. Él intentó no poner los ojos en blanco con todas
sus fuerzas.

—Alice, no estoy en una posición muy adecuada para escuchar una charla ahora
mismo.

—¿Eh? Oh, perdón —casi pudo adivinar que se había ruborizado—. ¿Dónde estás?
¿Te ve alguien?

—No.

—Perfecto. Charles, Rhett y yo estamos en la sala principal con...

—¿Charles? —repitió Max en voz demasiado alta. Tuvo que asegurarse de que nadie se
había acercado antes de seguir hablando—. ¿Y se puede saber qué demonios está haciendo
ese idiota ahí?

—Oye, que puedo oírte —escuchó la voz del mencionado un poco más lejos—. Me
estás rompiendo el corazón.
—Pues mejor, porque eres un idiota. ¿No te he dicho que te ciñeras al plan?

—¡Ha habido un acontecimiento dramático que me requería!

—¿Qué acontecimiento dramático te malditamente requería, Charles?

—¡A Alice la estaba acosando un guardia! ¡Tenía que salvar a mi amada!

—¿Qué? —esta vez sonó la voz de Rhett, furiosa—. ¿Qué acaba de decir?

—Y yo la he salvado —aclaró Charles—. ¿Quién es mejor novio ahora, Romeo?


¿Eh?

—Yo misma me he salvado —dijo Alice—. Le he dado un botazo en la cabeza.

—¿Qué...? —Max puso una mueca de horror.

—Oye, Max, hemos secuestrado a un científico que nos está ayudando —ella siguió
hablando.

—¿Que habéis...?

—Y ya he localizado la zona donde tienen encerrados a todos los prisioneros.


Max suspiró y negó con la cabeza, intentando aclararse las ideas. Tras unos
segundos, decidió que estaba listo para hablar sin insultar a nadie.

—¿Dónde están?

—Sótano, como supusimos. Vas a tener que usar el ascensor de cristal o las escaleras
auxiliares. Las principales no te llevarán ahí.

Sin duda, usaría las escaleras. No podía arriesgarse por algo tan estúpido como para
ahorrar unos segundos. Tenían que ir por una zona segura.

—Bien —dijo él—. ¿Charles?

—Me he encargado de mi parte —le dijo él.

—Bien —repitió.

Empezó a emprender el camino de vuelta hacia la salida del edificio con el fusil en la
mano. Nadie le prestó atención mientras lo rodeaba con el ceño fruncido y los hombros
tensos. Cuando encontró una pequeña puerta metálica, la abrió y vio que conducía a unas
escaleras de emergencia que iban tanto arriba como abajo. Empezó a descenderlas y vio
que Charles había hecho la pequeña marca con la tiza, tal y como habían indicado. Aún
así, tenía sus dudas.

—¿Estás seguro de que has hecho tu trabajo, Charles? —preguntó Max.

—¿No te he dicho que sí?

—También me dijiste que seguirías el plan, pero veo que no lo has hecho.
—¡Tenía que salvar a tu hijita postiza!

A Max se le hinchaba una vena del cuello cada vez que la llamaba hijita postiza, pero
prefería no decir nada al respecto.

Terminó de bajar las escaleras y vio que iba a tener que meterse en un pasillo estrecho. Se
detuvo cuando volvió a escuchar la voz de Alice.

—¡Espera, Max! ¿Dónde estás?

—En el pasillo que me habéis dicho.

—¿Por qué lo escucho tan mal? —murmuró ella.

—La señal no llega tan lejos —le dijo secamente la voz de un hombre. Max supuso
que era la del científico.

—¿Y cómo hacemos esto?

Ya podía sentir el pánico de Alice. Max se pasó una mano por la cara y suspiró,
pensando. La necesitaba relajada. Finalmente, asintió una vez con la cabeza pese a estar
solo.

—Calcula cinco minutos —le dijo a Alice—. Y abre su puerta. El resto... ya lo


sabéis. Nos encontraremos en la salida que acordamos.

—¿Qué? —su voz sonó aguda—. ¡No podemos quedarnos incomunicados ahora,
Max! ¿Y si...?
—Hazlo —le dijo secamente—. Y no me repliques.

La escuchó suspirar antes de permanecer en silencio unos segundos.

—Buena suerte, Max —murmuró, finalmente.

Él escuchó la frase y se quedó pensando en una respuesta por unos segundos, pero no fue
capaz de encontrarla. Se quitó el dispositivo de la oreja y se lo metió en el bolsillo.

Solo esperaba que esos tres estuvieran bien. Pasara lo que pasara.

Se metió en el estrecho pasillo y tuvo que entrecerrar los ojos para adaptarse a la poca
luz que había en él. Subió dos escalones y empujó la primera puerta de madera que
había visto hasta ese momento. Calculó un minuto entero andando antes de encontrarse
otra, esta vez de metal.

En cuanto la abrió, la luz lo cegó por un momento. Tuvo que parpadear para ver el
desastre que tenía delante.

Efectivamente, Charles había hecho su trabajo. Vio que había tres guardias en el suelo
tumbados en posiciones extrañas, muertos. Max suspiró y negó con la cabeza antes de
seguir andando. No recordaba haber visto a Charles obedeciendo una orden en toda su
vida. Y eso que lo conocía desde hacía muchos años. Quizá era cierto que había
cambiado, después de todo.

Llegó a un pasillo con puertas reforzadas y vio que cada una tenía un número. Frunció
un poco el ceño mientras seguía recorriéndolas de un lado a otro. Había veintiséis.
¿Estarían todas ocupadas? ¿Qué le hacían a la gente que había en su interior? Seguro que
eran todos androides. Esos animales no sabían tratarlos de ninguna otra forma.
Por un momento, se imaginó a Alice siendo conducida por un guardia a una de esas
celdas, con la cabeza gacha y los ojos llenos de lágrimas. La imaginó ahí encerrada por
semanas sin saber nada de lo que estaba sucediendo. No pudo evitar apretar los labios.
Era inhumano.

Estaba pensando en ello cuando escuchó un ligero click a su derecha. Se giró al instante y
vio la puerta que había hecho ese ruido. Habían pasado cinco minutos exactos. Sonrió para
sus adentros. Habían hecho un buen trabajo. Ahora solo tenían que ver si había servido
para algo.

Se acercó a la puerta con cautela y se colgó el rifle de la espalda para poder sujetar la
pistola con la otra. Siempre era mejor ir precavido. No sabía que había ahí dentro.

Le empujó con las yemas de los dedos y levantó la pistola al instante hacia la figura
que se encontró delante de él.

Reconoció enseguida la habitación. Era una exactamente igual a la que habían usado con
él y Alice un año atrás. Solo que esta no estaba ocupada por las mismas personas.

Bajó la pistola cuando vio al niño, a Jake, mirándolo con los labios entreabiertos. Él
parecía todavía más pequeño con esa ropa blanca y el pelo rizado enmarañado. Max no
pudo evitar soltar una maldición cuando vio que tenía una parte del labio y el pómulo
azulados. Y estaba seguro de que encontraría muchos más golpes si se ponía a buscarlos.
¿Qué clase de persona golpeaba a un niño?

—¿M-Max...? —preguntó Jake, a punto de llorar.

—Sí —él asintió con la cabeza y no pudo evitar relajar la expresión—. Siento haber
tardado tanto.

El niño contuvo las lágrimas con los labios apretados.


—¿Alice...?

—Tu hermana está arriba, abriéndonos las puertas.

Él pareció tener todavía más ganas de llorar cuando pronunció la palabra


hermana.

Entonces, se adelantó y Max se tensó por completo cuando notó que lo abrazaba con
fuerza. Se aclaró la garganta, incómodo, y le dio unas palmaditas hoscas en la espalda.

—Venga, chico, tenemos que irnos de aquí.

—Y-yo... creí... creí que... —él negó con la cabeza.

Max sabía perfectamente lo que había creído. Lo que creían todos los que estaban
ahí encerrados. Él también lo había creído, un año atrás, cuando lo habían
encerrado en una de esas habitaciones durante lo que pareció una eternidad.

—No importa lo que creyeras —le dijo finalmente—. Estás bien y vamos a salir de
aquí.

Vio la esperanza en los ojos de Jake, pero esta se evaporó cuando miró a su
alrededor.

—¿Y los demás?


—Nos encargaremos de ellos cuando estemos más preparados.

Vio que él dudaba y le agarró del brazo.

—Tenemos que irnos —dijo, esta vez más secamente.

Jake echó una ojeada atrás y, tras dudar, asintió con la cabeza, dejándose guiar. Sin
embargo, Max vio que miraba apenado las demás puertas mientras cruzaban el pasillo.

***

—¿Y para qué sirve ese botón?

El padre Tristan cerró los ojos con fuerza, implorando paciencia, cuando Charles señaló el
cuarto botón consecutivo.

—Se encarga de las luces.

—¿Y ese?

—Puerta trasera del garaje.

—¿Y esa palanca?

—Apaga los ordenadores de esta sala.

—¿Y este botón?


—Abre todas las puertas por una emergencia.

—¿Y este?

—Abre la... —el padre Tristan resopló—, ¿para qué quieres saberlo?

—Es solo curiosidad —él sonrió inocentemente—. ¿Y este?

Mientras Charles seguía tentando peligrosamente la paciencia de ese hombre, Alice y


Rhett se mantenían al margen. Ella estaba calculando los segundos exactos que les había
indicado Max. Todavía les quedaban siete minutos antes de tener que moverse. Los
nervios estaban empezando a apoderarse de ella.

Suspiró y vio que Rhett miraba con asco al guardia que seguía echándose la siesta en el
suelo.

—Si me lo hubieras dicho antes, le hubiera disparado directamente —espetó de mala


gana.

—Lo tenía controlado.

—Deberías haberle apretado más el brazo. Por eso te ha tirado al suelo. Siempre
cometes el mismo error.

—Algunos novios se preocuparían si supieran que su novia ha sido acosada. Tú no. Tú,
simplemente, me corriges la postura que he usado para defenderme.
—Pues haberla hecho bien. Debería haber estado aquí...

—Me sé defender sola —ella enarcó una ceja.

—Lo sé —él también enarcó una ceja—. Básicamente, porque yo te enseñé.

—Ya está aquí el instructor creído —murmuró Alice.

Rhett se detuvo un momento con las manos en las caderas.

—¿El instructor creído? —repitió, entrecerrando los ojos.

—Ya me has oído.

—¿Quieres que empecemos a hablar de la alumna pesada? Porque podría escribirte


una Biblia entera sobre las preguntas molestas que haces.

—¿Qué es una Bib...?

—¿Ves lo que te digo?

—¡Mirad esto! —Charles les hizo gestos felizmente para que le prestaran
atención.

Estaba mirando una de las pocas cámaras que había en la pantalla. En ella, cuatro guardias
intentaban arreglar una bombilla que él encendía y apagaba con
un botón. Empezó a reírse cuando uno de ellos estuvo a punto de electrocutarse.
El padre Tristan, a su lado, solo ponía los ojos en blanco.

—¿Puedes dejar de hacer el tonto? —le espetó Rhett—. ¿No ves que nos van a pillar?

—El viejo dice que siempre tienen problemas así —él pinchó al padre Tristan con un
dedo—. ¿Verdad, viejo?

Él suspiró.

—¿Por qué no me habéis matado directamente? —murmuró en voz baja.

Alice se pasó una mano por la cara y, durante un momento, no se movió. Sus ojos
vieron algo que le llamó la atención. En concreto, era uno de los botones que Charles
había señalado para molestar al padre Tristan. El de emergencia.

Si lo pulsaba, se abrirían todas las puertas.

Todas.

Incluso las de los androides.

Se le secó la boca por un momento y miró a su alrededor. Charles seguía incordiando al


padre Tristan. Rhett ponía mala cara al guardia inconsciente. Y ella volvió a clavar los
ojos en el botón.

Era arriesgado, pero... si lo hacía... todos tendrían la misma oportunidad que ella.
¿No era eso lo justo?

Se mordió el labio inferior y dio un paso hacia delante. Tenía los ojos de 42 grabados en
la memoria. Ella había creído que la salvarían. Y Alice no había dicho nada pese a saber
que no era así. ¿Tampoco iba a hacer nada? ¿Podría quedarse de brazos cruzados aunque
eso significara salvarse?
Sin darse cuenta, dio otro paso.

Solo tenía que pulsar un botón. Solo eso.

Y, estaba solo a un centímetro de pulsarlo... cuando algo hizo que se detuviera. No,

alguien.

Alice vio que el padre Tristan se ponía de pie e intentaba lanzarse sobre Rhett para quitarle
el arma. Ella sintió que dejaba de respirar porque Rhett no lo había visto venir y lo pillaría
con la guardia baja.

Ni siquiera lo pensó, solo extendió la mano, quitó la pistola de Charles de su cinturón y


apretó el gatillo sin apuntar. Un segundo más tarde, un disparó se escuchó en toda la
sala al mismo tiempo en que el hombre caía al suelo con un charco de sangre
empezando a formarse alrededor de su cabeza.

Durante un segundo, nadie se movió.

Ella soltó la pistola al instante en que se dio cuenta de lo que había hecho. No solo lo
había matado, también había delatado su posición a todos los que estuvieran alrededor
para escuchar el disparo.

Eso debió ser lo mismo que pensaron Charles y Rhett, porque los dos se
quedaron pálidos al instante.

—Oh, no —murmuró Charles.

Él se agachó y recogió la pistola cuando escuchó pasos acelerados viniendo por el


pasillo. Alice se echó hacia atrás. Todavía le temblaba la mano. Y estaba desarmada.
Estuvo a punto de agacharse, pero no hizo falta porque, en cuanto el guardia que entró
asomó la cabeza, Rhett ya le había disparado. Seguía intentando darse cuenta de lo que
había sucedido cuando Charles la agarró de la muñeca y la arrastró hacia la puerta.
Ella empezó a ser consciente de lo que sucedía cuando pasó por encima del cuerpo del
hombre, corriendo, y alcanzó a Rhett. Se quedó entre él y Charles porque seguía estando
sin arma. Se sentía completamente desprotegida pese a tenerlos a ambos a su lado.

Siguió a Rhett por los pasillos inmaculados y se cruzaron con tres guardias más que iban
corriendo hacia ellos. El pánico hizo que le costara respirar cuando empezaron a bajar las
escaleras a toda velocidad. Sin embargo, tuvieron que detenerse en seco cuando la puerta
de las escaleras se abrió con fuerza y más de diez guardias empezaron a salir de ella.
Rhett la volvió a empujar hacia arriba y Charles lideró la marcha mientras escapaban de
ellos a toda velocidad.

Correr con esas botas y esa falda ya era complicado, pero tener la presión de estar
desarmada encima era mucho, mucho peor. Alice estaba ya hiperventilando cuando
llegaron al siguiente piso y Charles se metió en el único pasillo en el que no había
guardias. Aceleraron el ritmo pese a que los tres estaban jadeando y siguieron corriendo,
evitando los guardias. Alice sintió varias veces balas silbando a su lado y tuvo que
asegurarse de ninguno de los dos acompañantes que tenía estaban heridos. Ni siquiera se
fijó en si ella lo estaba.

Cuando consiguieron llegar a las escaleras secundarias, sus esperanzas cayeron en picado
por los escalones. Varios guardias se habían adelantado a ellos. Alice chocó contra
Charles cuando él se detuvo y la escondió en su espalda, disparando con Rhett.
Consiguieron esconderse en la pared del pasillo, pero no tardaron en darse cuenta de que
no podían hacer nada contra ellos.

Así que tuvieron que hacer lo único que les quedaba por hacer; ir por el pasillo que
sabían que no tenía salida.

¿Qué más podían hacer? Los demás tenían guardias por todas partes. Alice intentó abrir
varias puertas, desesperada, pero era inútil. Todas estaban cerradas. Estaba a punto de
desistir cuando Charles volvió a detenerse en seco. Esta vez, fue Rhett quien la agarró
bruscamente y se la puso en la espalda.
Nunca lo había notado tan tenso, y eso la asustó.
Habían llegado al final del pasillo, pero ella no entendía por qué estaban ahí de pie, en
silencio. Vio que tanto Charles como Rhett estaban muy quietos y no pudo resistirse a
asomarse.

Y ahí estaba Charlotte, de pie, sola, apuntándolos con su rifle.

Habían conseguido eludir a la seguridad por unos preciosos segundos y era obvio que era
cuestión de tiempo que volvieran a encontrarlos. Todos lo sabían. Pero, si ella disparaba,
estarían perdidos al instante.

Alice la miró y se sorprendió a sí misma cuando no sintió odio. Ni desprecio. No sintió


nada. Solo miedo. Y no por ella, sino por Rhett. Y por Charles. Y porque les pasara algo
malo.

Sin pensar en lo que hacía, se apartó de la espalda de Rhett y vio que él la miraba,
aterrado, pero no se detuvo. Charlotte la apuntó al instante. Alice no se molestó en
levantar las manos en señal de rendición, solo la miró fijamente, acercándose con
pequeños pasos.

—Alice —masculló Rhett.

Ella lo ignoró, mirando a Charlotte.

Enseguida se dio cuenta de que a ella le temblaban las manos mientras sujetaba el arma. Y
que tenía los labios pálidos. Estaba aterrada. Como ellos. Por un momento, se preguntó si
habría llegado a matar a alguien alguna vez.

—Charlotte —empezó lentamente.

—No te acerques más —advirtió ella.

Alice la ignoró y siguió andando lentamente hacia ella. De alguna forma, se sentía
calmada, como si tuviera el control de la situación.

—No quieres hacernos daño —le dijo en voz baja.


Charlotte no dijo nada, pero bajó el rifle hacia su estómago. Si apretaba el gatillo,
Alice estaría muerta. Ambas lo sabían.

Y Rhett también lo sabía, porque hizo un gesto de acercarse a ellas, aterrado, pero
Charles le detuvo bruscamente del hombro, observando la situación.

—Sé que no quieres hacernos daño. Sé que no eres mala persona —repitió Alice en
voz baja, calmada—. Puede que no sea Alicia, pero parte de mis recuerdos le
pertenecen. Y te conozco. Te conozco tan bien como te conocía ella.

—¿Te crees que fui una buena persona con ella? —le espetó Charlotte, todavía
apuntando a su estómago—. ¿No viste en esos recuerdos cómo era con ella en el
instituto?

—Sí, los vi.

—¿Y qué demonios te hace pensar que no...?

—También vi los recuerdos que tenía sobre ti después de encontrar a Jake.

Charlotte no dijo nada, pero tampoco se movió. Alice vio que apretaba los dientes.

—Ella te quería —insistió con voz suave—. Y sabía que tú la querías.

Charlotte dudó un momento y echó una ojeada enfadada a Charles y Rhett antes de
volver a centrarse en ella.
Los pasos de los guardias parecían acercarse a una velocidad demasiado alta. Y Alice
tenía ganas de zarandearla para que se diera prisa, pero no podía. Tenía que mantener la
calma. Era la única forma que se le ocurría de salir con vida de esa.

—¿Qué sabrás tú? —le preguntó Charlotte en voz baja y temblorosa.

—En los recuerdos, puedo sentir lo que sentía Alicia —Alice se llevó una mano al
corazón—. Y sé lo que sentía por ti.

—No lo sabes. Ni siquiera ella lo sabía.

—Lo sabía perfectamente. Y tú también, Charlotte. Pese a todo, sé que la amabas.

Alice se detuvo justo delante de su rifle, que le rozó el estómago. Buscó cuidadosamente
sus siguientes palabras, respirando hondo e ignorando el ruido de los guardias.

—No importa lo que pasara al final —insistió en voz baja—. Ella lo sabía.

—¿Lo sabía mientras me iba corriendo, abandonando a su hermano?

—Cometiste un error, Charlotte, no pasa nada.

—Sí pasa. Ese error hizo que la mataran. Y hubiera hecho que mataran a Jake de no
haber aparecido esos... lo que fueran... a rescatarlo.

Alice volvió a respirar hondo y asintió con la cabeza.


—Todos cometemos errores —le dijo en voz suave—. Mayores y menores. Todos
los cometemos.

—No así —insistió Charlotte con los ojos llenos de lágrimas—. No de esa forma.

—Todos los cometemos. Y todos tenemos derecho a intentar arreglarlos.

Al ver que no se movía, Alice dio un paso más y el hierro de la punta del fusil le apretó
la tela del jersey, justo encima de su número. Aún así, mantuvo su tono de voz suave.

—Yo acabo de cometer el error de proteger a Rhett y hacer que todo el mundo
escuchara el disparo. Por eso estamos en esta situación. Y podríamos morir los tres.
Todo por mi error.

Soltó el aire de sus pulmones al ver que tenía su atención y, muy lentamente, puso una
mano en el rifle.

—Tú cometiste un error y Alicia murió —le dijo en voz baja—. Lo que ella quería era
que protegieras a Jake, pasara lo que pasara.

Todavía más lentamente, bajó el rifle hasta que apuntó al suelo. Charlotte la miraba con
los ojos llenos de lágrimas.

—Estoy aquí por Jake. Porque quiero salvarlo de ellos. De lo que hace la gente aquí con
quien no sigue las normas —insistió Alice en voz baja, esta vez temblorosa—. Pero no
puedo perder tampoco a Rhett y a Charles. No puedo. Y tampoco voy a poder hacer
nada por ellos si no nos ayudas, Charlotte.
Ella seguía dudando. Alice tragó saliva y dio un paso hacia ella, colocando lentamente una
mano en su mejilla. A Charlotte le temblaba el labio inferior, pero se estaba esforzando en
que no se notara.

—Cometiste un error y eso le costó la vida a Alicia —dijo ella sin dejar de mirarla—.
Ahora puedes arreglarlo. Ayúdanos. Ayuda a Jake. Es lo que ella hubiera querido. Y lo
único que puede arreglar ese error.

Durante unos segundos, se miraron la una a la otra en completo silencio. Alice sintió que
los pasos de los agentes del pasillo iban acercándose cada vez más. Charlotte agachó la
cabeza.

Por un momento, estuvo segura de que los abandonaría. Sin embargo, ella se giró y abrió
la puerta que tenía a su izquierda.

—Saltad a por la ventana al tejado y entrad por la tercera ventana a la


derecha —le dijo sin mirarla—. Todo recto, bajad las escaleras y encontraréis la única
puerta que se queda abierta en casos como este.

Alice contuvo la respiración, esperanzada.

Entonces, Charles y Rhett se apresuraron a meterse en la pequeña habitación vacía.


Alice miró un momento más a Charlotte y escuchó que los pasos de los guardias
estaban a unos metros de doblar la esquina.

—¡Alice! —la llamó Rhett urgentemente.

Ella miró a Charlotte y ella levantó la mirada.

—Gracias —le dijo en voz baja y sincera.


Charlotte asintió una vez con la cabeza. Ella hizo lo mismo. No hizo falta nada más.
Alice se metió en la sala justo en el momento en que los guardias doblaron la esquina.

En cuanto estuvo en la sala blanca pequeña y vacía, Rhett y Charles se


apoyaron con fuerza en la puerta. Alice vio que ellos hacían verdaderos
esfuerzos para contenerla de los guardias.

—¡La ventana, Alice! —le gritó Rhett con una mueca de esfuerzo.

Ella se giró, medio perdida, y fue directa a la pequeña ventana que tenía delante. Intentó
abrirla y sintió que el mundo se detenía al no poder. Volvió a intentarlo, presionando
hacia arriba con todas sus fuerzas, y siguió sin ser capaz de hacer nada. Gruñó del
esfuerzo cuando volvió a intentarlo con tanta fuerza que sus pies se resbalaron del suelo.

—¡Alice! —urgió Rhett.

—¡Lo estoy intentando!

Ella miró a su alrededor en busca de cualquier cosa que pudiera servir para romper el
cristal. No había nada. Era una maldita sala vacía. Intentó pensar a toda velocidad,
presionada por los gritos de los guardias y los gruñidos de esfuerzo de Charles y
Rhett.

—¡Es un buen momento para hacer algo, querida! —le dijo Charles, bastante más
tenso de que costumbre.

—¡Ven aquí! —se impacientó Rhett.


Ella corrió hacia él y ocupó su lugar en la puerta, clavando los talones en el suelo para
mantener la puerta cerrada junto a Charles. Podía sentir los golpes de los guardias en
su espalda.

Rhett fue directo a la ventana y, sin dudarlo un segundo, se quitó la chaqueta y se la


puso en el codo. Entonces, se colocó de lado y le dio un codazo con todas sus fuerzas al
cristal. Decenas de fragmentos volaron por los aires mientras Alice y Charles seguían
esforzándose en contener a los guardias.

—¡Ya está! —gritó Rhett, ya en el tejado, mirando a través del estropicio de cristales que
habían armado.

Y fue entonces cuando se dieron cuenta de un pequeño detalle.

Alguien tenía que quedarse en la puerta para que pudieran escapar dos de ellos.

Pareció que los tres lo pensaban a la vez, porque el silencio que se formó fue casi
absoluto. Incluso pareció que los guardias suavizaban los golpes. Alice miró a su
alrededor al instante, en busca de cualquier cosa que pudiera contener la puerta mientras
los tres escapaban. Pero no había nada. Absolutamente nada.

Lo estaba pensando cuando escuchó una risa a su lado. Se giró, medio


paralizada, y vio que Charles estaba riendo y negando con la cabeza.

—Bueno... —suspiró—. Parece que aquí se acaba la diversión para mí, ¿no?

Alice lo miró como si no lo entendiera y él dejó de reír, aunque su sonrisa no se borró en


absoluto. La miró y le hizo un gesto con la cabeza hacia Rhett.

—Ve con tu Romeo, querida.


Ella siguió sin moverse. No podía. Charles suspiró. Ni siquiera parecía triste. Solo
parecía estar aceptando la situación.

—Ve con él —insistió.

—N-no... —ella negó con la cabeza—. Tiene... tiene que haber...

—Vamos, no me mires así —él sonrió—. Yo ya tengo a la rubita amargada como


sustituta en las caravanas. Sería más difícil encontrar a un sustituto con la mala leche de
tu Romeo. No hay muchos en el mundo. Y tú... bueno, tú eres insustituible, querida.

Hizo una pausa.

—Es decir, sé que os aburriréis sin mí, pero no hace falta poner esa cara. Lo último que
creí es que alguien lloraría por mi muerte. Me lo imaginaba más como una fiesta con
alcohol, drogas y sexo. Prométeme que, al menos, te tomarás una cerveza, ¿eh? Aunque
las odies. En mi honor.

Alice no se había dado cuenta de que le había caído una lágrima por la mejilla. No
quería que Charles muriera. No podía permitirlo. Volvió a mirar a su alrededor y vio que
Rhett tenía la cabeza agachada. Él ya lo estaba asumiendo. Ella seguía sin hacerlo.

—Yo no... —Alice dudó—. Tiene que haber una manera...

—No la hay —replicó Charles suavemente—. Ve con él, querida.

—Alice —la voz de Rhett sonó más firme esta vez—, tenemos que irnos.

Alice siguió mirando a Charles con lágrimas en los ojos.


—Lo siento mucho —murmuró.

—No lo sientas —él sonrió como si no pasara nada—. Que la tuya sea la última cara
que veré antes de morir es un verdadero honor.

Alice cerró los ojos un momento y trató de tragarse sus propias lágrimas.

—Solo dime una cosa.

Levantó la cabeza hacia Charles, que la estaba mirando. Esta vez, su sonrisa pareció ser
más sincera. Y también más triste.

—Soy más guapo que cara-cortada, ¿verdad?

Alice empezó a reírse y no pudo evitar soltar algunas lágrimas más.

—Eres el chico más guapo que he conocido —le aseguró en voz baja.

—Lo sabía —él sonrió ampliamente—. Ya puedo morir en paz.

Suspiró y se apoyó en la puerta como si ya estuviera listo. Miró a Rhett y luego a Alice de
nuevo.

—Os esperaré emborrachándome en el Infierno, pero no tengáis prisa por venir,


¿eh?

Alice intentó no llorar con todas sus fuerzas cuando lo miró y se inclinó hacia él, dándole
un beso en la mejilla.
—Adiós, Charles.

Él dejó se sonreír por un momento, al mirarla.

—Adiós, querida —le dijo en voz baja—. Ten la vida larga y feliz que te mereces.

Alice lo observó durante unos segundos antes de que él asintiera con la cabeza con una
pequeña sonrisa, indicándole que estaba listo.

Al final, ella sintió que le caía otra lágrima al separarse de la puerta y echar a correr
hacia Rhett. La puerta se mantuvo quieta por unos momentos cuando saltó la ventana y
él la sujetó. Los dos se deslizaron a un lado del tejado cuando Alice escuchó la puerta
abriéndose de un estruendo y los disparos llenando la habitación.

Quizá ella sola se habría quedado llorando ahí, de pie, pero Rhett no le dejó la opción
de hacerlo en absoluto. La tomó de la mano y tiró de ella por el tejado hasta que
llegaron a la ventana que Charlotte había indicado.

Rhett pasó primero y aterrizó en un pasillo impoluto. La sujetó para que no se hiciera
daño cuando ella lo siguió, todavía con lágrimas en los ojos. Le cayó otra por la mejilla y
no se molestó en quitársela. Rhett apretó los labios, mirándola.

—Siento no poder consolarte ahora mismo, Alice, te juro que lo siento, pero tenemos que
irnos.

La agarró de la mano y la arrastró con él hacia las escaleras. Alice apenas era consciente
de lo que sucedía. Especialmente cuando Rhett se detuvo justo al lado del pasillo que
llevaba a la puerta de salida. Efectivamente, estaba abierta. Sin embargo, él se detuvo en
el pasillo de al lado cuando un guardia pasó por ahí.
Esperó unos segundos en silencio, asegurándose de que se marchaba, y entonces
hizo un gesto de avanzar.

Alice lo detuvo de la mano cuando notó el frío del cañón de un fusil clavado en su nuca.

Rhett se dio la vuelta y se quedó muy quieto. Alice no se atrevió a moverse.

—No os creíais que esto iba a ser tan fácil, ¿no? —preguntó Giulia.

Alice sintió que le clavaba una mano en el hombro para darle la vuelta y vio que el chico
que la apuntaba era el mismo que, un año antes, la había disparado con el francotirador
en la colina. Él no dejó de apuntarla en ningún momento. Giulia estaba de pie a su lado,
de brazos cruzados, con cinco guardias más con ella.

Estaban perdidos.

—Ay, pequeña... —ella sonrió—. ¿Te crees que ese disfraz me engaña? Te habría
reconocido al instante.

—Pues tus guardias no lo han hecho —masculló Alice.

—Hasta ahora —Giulia se giró hacia uno de los guardias—. Avisa al líder. Ya
tenemos a su cachorrito perdido.

Alice no se movió cuando él desapareció. Miró a Rhett de reojo y tuvo el impulso de


agarrar su mano, pero se contuvo. No podía moverse.

Apenas un minuto más tarde, ella contuvo la respiración cuando el guardia reapareció y
escuchó un bastón golpeando el suelo. Cerró los ojos y, al abrirlos, vio al padre John
mirándola, a un lado de Giulia. Él apretó los labios.

—Alice —la saludó.


No fue capaz de responder. Era como si su cerebro no pudiera procesar lo que estaba
sucediendo.

Y lo único que fue capaz de hacer fue soltar lo primero que se le pasó por la cabeza.

—Solo queremos marcharnos —le dijo en voz baja.

—Claro que queréis marcharos —el padre John apoyó ambas manos en el bastón—. Y yo
quería a mi androide y a mi hijo. No recuerdo que me dejaras las cosas fáciles para
conseguirlo.

Giulia sonreía. Alice sentía que su corazón iba rompiéndose a cada segundo que
pasaba. Y no por ella, sino por Rhett. Porque sabía que a ella la necesitaban viva. A
Rhett no.

El solo pensamiento hacía que le temblara cada nervio del cuerpo. Empezó a negar con la
cabeza.

—Deja que nos marchemos —le suplicó en voz baja.

—No, Alice —él sacudió la cabeza suavemente—. Me temo que no puedo hacer eso.

—P-por favor... yo no...

—Me encanta cuando suplican —Giulia sonrió, jugando con su pistola.

—¿Cuántos androides ves, Giulia? —preguntó él suavemente. Ella

sonrió ampliamente.

—Solo uno.
—¿Y cuántos humanos necesitamos ahora mismo?

—Ninguno.

Ella no borró su sonrisa al apuntar a Rhett con la pistola. Alice se puso en medio al
instante, sin pensarlo. Cuando él intentó apartarla, Alice se clavó todavía más en su
lugar, mirando al padre John.

—Por favor, no hagas esto. Por favor.

—Podría dispararte solo para apartarte —le dijo Giulia y ladeó la pistola un momento—.
¿Ves esto verde? ¿Sabes lo que significa? Que la bala solo necesita rozar a tu humano
para matarlo. Tú sobrevivirías, querida. Él no. Y solo con un roce.

Alice estaba todavía negando con la cabeza. Dio un paso atrás y su espalda chocó
con Rhett. Él le puso las manos en los hombros.

—Si me dispara... ¿Alice viviría? —le preguntó al padre John.

Alice sintió que su mundo se detenía al instante. Miró automáticamente al padre John.
Parecía haberse quedado pensativo por unos segundos.

—Sí —dijo, finalmente—. Viviría.

—¡No! —Alice miró a Rhett—. ¡Ni se te ocurra!

—Alice...

—¡No! —repitió y miró al padre John—. Si lo matas, me dispararé en el


estómago. ¿Me has oído? ¡Lo haré! Sabes que lo haré. Y tu investigación
desaparecerá conmigo. Lo juro.

El padre John la miró en silencio. Giulia seguía apuntándolos con una sonrisita, esperando
órdenes.

—¿Volvemos a estar en esta situación, Alice? —preguntó él, finalmente.


Ella parpadeó, confusa. ¿Qué situación...?

—No necesito más prisioneros —replicó él lentamente—. Y lo único que tendría que
hacer es no dejarte una pistola en lo que te quede de vida para poder matarlo sin tener
ninguna consecuencia. ¿Crees que voy a detenerme por esa amenaza?

—Alice, está bien —le dijo Rhett en voz baja.

—¡No, no está bien! ¡No... n-no... no pueden hacerte daño! ¡Yo no...!

—Alice —esta vez su voz sonó más firme, cortándola.

Ella notó que se llenaban los ojos de lágrimas otra vez. Esta vez, ni siquiera se molestó en
apartarlas cuando empezaron a caerle por las mejillas.
Especialmente cuando Rhett la apartó suavemente, quedando expuesto ante la pistola. Su
corazón latía a toda velocidad cuando vio que Giulia quitaba el seguro a su pistola.

Alice miró al padre John. Él permaneció impasible. Y supo que iba a hacerlo. Iba a
matarlo. Lo supo solo con mirarlo.

Su corazón se detuvo cuando vio que abría la boca para dar la orden.

No pudo evitarlo y sintió que sus rodillas se doblaban. El padre John se detuvo y la miró,
sorprendido, cuando ella hizo lo que no había hecho en su vida: suplicar de rodillas.

—Por favor, no lo mates —le suplicó en voz baja—. Por favor, no lo hagas. Haz lo que
sea conmigo, pero no lo mates. Por favor.

Pudo ver el asombro en los ojos del hombro cuando las lágrimas siguieron cayéndole por
las mejillas.
—Me quedaré aquí. Y-yo... yo... me quedaré aquí todo lo que me quede de vida. No me
importa. Pu-puedes usarme con... con todos los experimentos que necesites. Me portaré
bien. Te lo juro. T-te lo juro por lo que quieras. Seré una buena androide. Seré... seré
mejor d-de lo que he sido hasta ahora. Nunca te contradeciré en nada. Haré todo lo que se
requiera de mí cada vez que me lo pidas. N-no... no protestaré. Nunca. Pero... por favor,
no hagas esto. No lo mates. Te lo suplico.

Hubo un momento de silencio en la sala. Él seguía mirándola, sorprendido, mientras ella


seguía llorando. Incluso Rhett se había quedado de piedra al no haberla visto así jamás.

Sin embargo, Giulia seguía apuntándolo con la pistola.

Alice siguió mirando a su padre con la súplica en los ojos. Ya no era cuestión de
dignidad o de orgullo. Era cuestión de que no podría seguir con su vida si Rhett moría. Y
estaba tan segura de ello que daba miedo. No podría. Simplemente, no podría.

Vio que el padre John apartaba la mirada. La respiración de ella era acelerada mientras
le seguían cayendo lágrimas por las mejillas. Él siguió pensativo durante unos
segundos. Tantos, que Giulia incluso dejó de sonreír para mirarlo de reojo.

—¿Líder? —preguntó, señalando a Rhett con la cabeza.

El padre John la ignoró durante unos instantes más. Alice vio que su ceño se fruncía
profundamente al revisar su bastón con los ojos. Pareció que pasaba una eternidad antes de
que él levantara por fin la cabeza.

Entonces, estiró el brazo y puso la mano en la pistola de Giulia, bajándola hasta que
apuntó al suelo.

Alice sintió tal alivio que agradeció no estar de pie, porque se habría caído al suelo. Se
llevó una mano al pecho, como si pudiera volver a respirar, y vio que Giulia le ponía
cara de horror al padre John.
—¿Qué...?

Él la calló con un gesto y miró a Alice.

—Ponte de pie.

Ella tardó unos momentos, pero finalmente lo hizo. Rhett parecía tan perplejo que ni
siquiera había dicho nada.

Entonces, los ojos del padre John pasaron de la impasibilidad absoluta a la perplejidad al
mirarla.

—¿Estás dispuesta a sacrificar tu vida aquí... solo para salvar la suya?

Alice ni siquiera dudó. Puso una mano sobre la muñeca de Rhett, asintiendo con la
cabeza.

—Solo es un humano, Alice.

—No lo es —susurró ella—. No lo es en absoluto.

Durante unos segundos, solo se miraron el uno al otro. Alice apretó los dedos entorno
a la muñeca de Rhett. No iba a separarse de él hasta que estuviera a salvo.

—¿Estás segura de esto, Alice? —preguntó el padre John. Ella

asintió de nuevo.

—Lo estoy.

Pareció que él lo consideraba unos instantes. Después, apartó la mirada un


momento antes de volver a clavarla en ella.

Y Alice vio algo que no había visto nunca en sus ojos. Ni siquiera supo
identificarlo antes de que él hablara.
—Vete con él.

Las palabras flotaron por unos segundos entre ellos. Alice miró a Rhett y vio que él
fruncía un poco el ceño, confuso.

—¿Q-qué? —preguntó ella en voz baja.

—Vete con él —repitió—. Y no vuelvas aquí. Si lo haces... la próxima vez, no tendré


tanta clemencia.

Alice sintió que su corazón volvía a latir. Miró de nuevo a Rhett. Él seguía sin poder
creerlo.

—Vete antes de que lo piense mejor, Alice —repitió el padre John.

Ella ni siquiera podía reaccionar. Agarró a Rhett con un poco más de fuerza y lo arrastró
con ella torpemente hacia el pasillo de la salida. Sin embargo, no habían dado dos pasos
cuando vio por el rabillo del ojo que Giulia los apuntaba de nuevo.

—¡De eso nada! ¡Ni se os ocurra moveros!

Alice se detuvo bruscamente con Rhett. El padre John miró a Giulia con el ceño fruncido.

—¿Se puede saber qué haces?

—¡No puedes dejar que se vaya así, líder!

—Puedo hacerlo y, de hecho, es lo que acabo de hacer. Baja la pistola.

—¡No pienso bajarla! Si no te dejaras llevar por las súplicas de la maldita


androide, te acordarías de que la necesitas. No puedes dejar que se vaya.
—Giulia, no voy a repetirlo. Baja la pistola.

Ella apretó los labios y la mantuvo en su lugar con el dedo en el gatillo.

—No.

El padre John hizo un gesto al instante y tres de los cinco guardias apuntaron a Giulia. Los
otros dos apuntaron al padre John. Hubo un momento de silencio tenso.

—No me obligues a hacer esto —le advirtió el padre John en voz baja.

—¡Estoy harta de que tu estúpido paternalismo con esa androide te haga hacer las cosas
mal! ¡Sabes que no podemos dejar que se escape!

—Lo único que sé ahora mismo es que he dejado que se vayan.

—¿Y el chico? ¿Qué más te da si se muere?

—Eso no es asunto tuyo, Giulia. Baja la pistola. Ella

negó lentamente con la cabeza.

—No, líder. Esta vez no se van a ir sin más.

Y, de pronto, Alice escuchó el sonido de un disparo.

No sintió nada. Ni dolor, ni adrenalina, ni nada. Solo se quedó muy quieta. Sus ojos
bajaron a su estómago.

Pero no había ningún disparo en él.

Entonces, notó que la mano que el brazo de Rhett se tensaba bajo su mano.

Se dio la vuelta inconscientemente y su mundo se detuvo cuando vio una mancha


roja en el estómago de él, haciéndose cada vez más grande.
Por un momento, no fue capaz de moverse, ni de oír, ni de pensar. Solo de ver. Ver esa
mancha creciendo. Rhett dio un paso atrás y se puso la mano en ella. La sangre empezó a
brotar aún más cuando se apartó de Alice y se tuvo que apoyar en la pared para no
caerse.

—No... —susurró ella.

Miró a su alrededor sin saber por qué y vio que los guardias, Giulia y el padre John
estaban enzarzados en una pelea entre ellos. Giulia se dio la vuelta y pulsó algo en la
pared. Alice oyó un ruido en la única puerta abierta, al igual que una sirena sonora, y vio
que la puerta de hierro empezaba a cerrarse lentamente. No sabía qué hacer. Volvió a
mirar a Rhett y sintió que su corazón se encogía al ver que sus labios empezaban a perder
el color.

—Tenemos que irnos —su voz sonó sorprendentemente segura cuando se acercó a
él—. ¡Ahora, Rhett!

—Alice, no...

—¡Todavía estamos a tiempo, vamos!

Agarró su brazo y se lo pasó por encima de los hombros. Rhett se incorporó de nuevo con
casi todo su peso sobre ella. Alice sintió que la adrenalina se apoderaba de su cuerpo al
empezar a arrastrarlo como podía. Su corazón se aceleró cuando vio que la puerta seguía
cerrándose. Tenían que darse prisa.
Intentó acelerar el paso, desesperada, y los dos se cayeron al suelo.

—Alice, no... —intentó decir él.

—¡Vamos, ayúdame, tienes que ponerte de pie!

Cuando intentó agarrarlo de nuevo del brazo, él negó con la cabeza y se apoyó con la
mano en el suelo. Tenía la otra llena de sangre de su estómago. Alice volvió a intentarlo y
él la apartó.

—Vete —le espetó.


Ella negó rápidamente con la cabeza.

—¡Eso intento! ¡Tienes que...!

—Alice, vete sin mí —aclaró.

Alice se detuvo en seco y miró la puerta. Seguía cerrándose. Ignorándolo, volvió a


agarrar su brazo.

—No digas tonterías y ven de una maldita vez, Rhett.

Él negó con la cabeza mientras seguía intentando ponerle de pie y la miró.

—¿No ves que no voy a sobrevivir a esto?

Alice sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas cuando volvió a tirar de su brazo,
intentando ponerle de pie. Era como si su cuerpo ya lo estuviera empezando a asumir
pero su cerebro fuera incapaz.

—Vamos, por favor, no digas tonterías y ponte de pie.

—Es veneno, Alice. No voy a sobrevivir.

—¡N-no! ¡Trisha sobrevivió! ¡P-puedes... puedes sobrevivir! ¡Ponte de pie!

—A Trisha le dispararon en un brazo y tuvieron que cortárselo casi al instante — le dijo


Rhett lentamente, mirándola—. Alice, vete.

Ella negó con la cabeza. Ni siquiera podía sentir las lágrimas calientes cayéndole
por las mejillas.

—No me iré sin ti.

Ignorándolo completamente, tiró de su brazo con fuerza y consiguió ponerlo de pie. Alice
notó que Rhett colaboraba un poco más esta vez mientras iban a la puerta y la llama de la
esperanza volvió a iluminarse en su interior. Sin embargo,
se apagó al instante en que se detuvo justo al lado de la puerta. Ella intentó volver a
acelerar cuando vio a los guardias doblando la esquina del pasillo para ir a por ellos. Los
de Giulia. Pero Rhett no se movía.

—¡Vamos! —le urgió, desesperada, al ver que solo quedaba un metro de


apertura.

Pero Rhett no se movió en absoluto.

De hecho, solo se movió para quitarle la mano de su brazo. Alice se quedó quieta,
confusa, cuando la agarró de la nuca y la acercó para darle un beso corto en los labios. No
pudo moverse cuando se apartó y cerró los ojos un momento.

Entonces, sintió que la empujaba bruscamente del hombro. Ella dio un traspié hacia
atrás y cayó al suelo, paralizada. Notó el calor del sol en sus hombros desnudos y
supo que estaba fuera, solo que estaba sola. Y la puerta seguía cerrándose. Apenas
quedaban unos veinte centímetros.

Al darse cuenta de lo que había hecho Rhett, se puso de pie y volvió a acercarse a la
puerta, desesperada, pero se detuvo en seco cuando él la miró y negó con la cabeza.

Se quedó clavada en su lugar cuando él la miró una última vez antes de darse la vuelta
hacia los guardias. Alice volvió a intentar avanzar, pero eso fue lo último que pudo ver
antes de que el choque del hierro contra el metal le indicara que la puerta se había cerrado
completamente.

Y, entonces, solo entonces, se dio cuenta de que lo había perdido para siempre.
CAPÍTULO 52
—¿Nada?

Jake negó con la cabeza, algo cabizbajo.

—Nada —murmuró.

—¿Hoy tampoco ha salido de la habitación?

Jake frunció un poco el ceño.

—No me refiero a la habitación.

—¿Y a qué te refieres?

—Hoy tampoco ha salido de la cama de Rhett.

Max se apartó de la ventana en la que estaba apoyado y Jake vio como se metía las
manos en los bolsillos, algo inquieto. Era raro verlo así, pero esos días todo el mundo
había estado alterado. Las dos ausencias que habían dejado Rhett y Charles eran
horribles.

—Tienes que hacer que coma y beba algo —concluyó, sin mirarlo—. Ya lleva así tres
días.

—No me escucha... o eso creo.

—¿Eso crees?

—No... bueno... sigue sin decir nada. Está como... ausente. Él

agachó la cabeza al decirlo y Max le echó una ojeada.

—¿Algo más? —enarcó una ceja.


—Yo... ¿crees... crees que podrías ir tú a hablar con ella?

A Max no le apetecía ir a hablar con ella. No le apetecía en absoluto porque, de alguna


forma, una parte de él no quería ver esa faceta de Alice. No quería verla triste. O, más
bien, no quería verla triste sin saber qué hacer para que se encontrara mejor.

—Si no te escucha a ti, no me escuchará a mí —replicó.

—Sí te escuchara —Jake esbozó una pequeña sonrisa triste—. Más que a nadie en esta
ciudad.

Él apartó la mirada y lo consideró un momento con los dientes apretados. Al ver que no
iba a moverse, Jake se dirigió a la puerta, dejándolo solo. Max estuvo unos segundos más
observando la entrada del muro por la ventana.

Una parte de él seguía esperando que, de pronto, las puertas se abrieran y aparecieran tanto
Rhett como Charles, intactos. Pero sabía, tras tantos años viviendo en un mundo así, que
eso no iba a suceder.

Todavía recordaba lo que había pasado tres días antes de manera casi perfecta.
Recordaba haber ido con Jake a la salida correspondiente y haber esperado durante casi
diez minutos a que aparecieran. Recordaba haber oído el sonido de una alarma y dejar al
niño escondido para entrar corriendo a la ciudad pese a que era un riesgo gigante.

Y... recordaba a Alice apoyada con ambas manos en una puerta de metal,
completamente blanca y con rastros de lágrimas en los ojos.

Cuando la alcanzó, no dijo nada. Tampoco lloró. Era como si estuviera en trance. Tuvo
que zarandearla varias veces para que reaccionara y se moviera con él, pero seguía sin
esbozar ningún tipo de expresión. Ni siquiera de dolor. Solo estuvo en blanco todo el
camino. Y Max no tardó en deducir lo que había pasado. Incluso pensó en dejar a Alice
con el chico y entrar de nuevo. Si hubiera estado solo, lo habría hecho sin pensar. Pero
no podía abandonar a Alice y
Jake, así que esperó. Durante una hora. Lo hizo. Pero nadie apareció. Y, cuando vio que la
ciudad volvía a la normalidad, supo que los había perdido a ambos.

Tras echar una mirada dolida atrás, no le quedó más remedio que salvar, al menos,
a Jake y Alice.

Y ella, desde el momento en que la había encontrado, no había dicho absolutamente nada.
A nadie. De hecho, cuando llegaron a la ciudad y Trisha, Tina, el chico salvaje y el que
tartamudeaba salieron corriendo a recibirlos... incluso cuando Tina cayó de rodillas y
empezó a llorar... ella no reaccionó. Solo pasó por su lado y se encerró en la habitación de
Rhett.

Max había mandado varias veces a Tina a verla —no confiaba en nadie más para hacerlo
— y, pese a que la mujer estaba igual de dolida que ella, intentó animarla. No tuvo muy
buenos resultados aunque, al menos, le dijo a Max que estaba bien. Solo estaba tumbada
en la cama.

Él bajó las escaleras lentamente, pensando en algo que decir, pero había poco que pudiera
consolarla en esos momentos. ¿Qué le hubiera gustado que le dijeran a él después de la
muerte de Emma? No recordaba absolutamente nada que pudiera haber funcionado de
verdad.

En menos tiempo del que le hubiera gustado, se encontró a sí mismo frente a la puerta de
la habitación de Rhett. Cerró los ojos y se aseguró de que no había nadie ahí para
molestarlos antes de aclararse la garganta y llamar a la puerta con los nudillos.

—Soy yo —dijo, simplemente.

Esperó unos segundos, pero no escuchó respuesta. Tras otros segundos, llamó de nuevo
con los nudillos. Con el mismo resultado.

Pensó en volver a su despacho para seguir lamentándose él solo, pero algo hizo que se
quedara. No podía dejarla sola. No otra vez.
Apoyó la frente en la puerta un momento antes de abrirla.

Echó una ojeada a su alrededor y vio que su habitación no era ningún desastre. Él había
destrozado todo lo que había encontrado al enterarse de la muerte de Emma. Ella no.
Estaba todo perfectamente. De hecho, no se notaba que alguien hubiera estado viviendo
ahí... a no ser que te fijaras en el pequeño bulto de la cama.

Max cerró a su espalda y vio que ella estaba tumbada dándole la espalda, mirando a la
pared. Puso una mueca cuando vio que ni siquiera se había cambiado de ropa. Seguía
llevando el mismo mono sucio de hacía unos días. Incluso vio unas cuantas manchas de
sangre en las mangas. Intentó ignorarlas cuando se acercó.

Alice no levantó la mirada. Max se quedó un poco sorprendido al ver que no estaba
llorando. Ni durmiendo. Solo miraba la pared con expresión vacía.

—¿Puedo sentarme? —le preguntó en voz baja.

Ella no dio señales de haberlo oído, pero Max vio que apartaba un poco las piernas
para dejar que se sentara. Él suspiró y lo hizo, apoyando los codos en sus rodillas. Se
pasó una mano por la cara, pensando en algo que decir. No lo encontraba. Vio la
bandeja de comida y bebida que había mandado a Jake traerle encima del comodín que
tenía al lado.

—Ni lo has tocado —murmuró, consciente de que ella sabía perfectamente de lo que le
hablaba.

De nuevo, no obtuvo respuesta.

—Alice, necesitas comer. Y beber. No puedes seguir así.


Ella ni siquiera parpadeó. Solo acomodó un poco más la mejilla en la almohada,
ignorándolo.

—Mira... —intentó tomar otro rumbo—, yo... sé que suena horrible, pero sé por lo que
estás pasando. Yo lo pasé cuando murió mi hija. Puedo imaginarme el dolor que tienes
ahora mismo dentro, Alice. Y te aseguro que si hubiera algo que pudiera decirte para que
te sintieras mejor, te lo diría. Pero... no lo hay.

Él apartó la mirada un momento, inquieto.

—Sé que ahora mismo parece insoportable —siguió, en voz baja—. Parece que no va a
mejorar. Pero... lo hará. Te aseguro que lo hará. Con el tiempo. Quizá con mucho
tiempo, pero... así funciona la vida.

Vio que ella cerraba los ojos un momento antes de volver a abrirlos, pero seguía sin
cambiar de expresión. Él empezó a perder un poco la paciencia, como siempre que no
sabía qué hacer y se frustraba.

—¿No vas a hablar? —preguntó—. Yo no soy Jake. Hacerme el vacío no te va a servir


de nada. No va a hacer que me vaya.

De nuevo, silencio. Él apretó los labios.

—¿Ni siquiera vas a molestarte en intentar comer algo? ¿O a beber?

Ella no respondió. Ni siquiera dio señales de haberlo oído. Max apretó aún más los labios
antes de hablar.

—¿Cuál es el plan? ¿Quedarte aquí, dejando que esto te consuma? ¿Ni siquiera lo vas a
inten...?
—Realmente están muertos, ¿no?

Le había salido un hilo de voz apenas audible, pero Max se detuvo al instante y la miró.
Sintió un peso frío en el estómago cuando vio que a ella le temblaba el labio inferior y
se le llenaban los ojos de lágrimas.

—No van a volver —dijo en voz baja, sin mirarlo—. No van a volver nunca. No
importa lo mucho que llore, que grite o... nada... no importa nada... nunca van a volver.

—Alice...

—Están muertos por mi culpa.

—No fue por tu culpa.

—Tú ni siquiera estabas ahí. Murieron para que yo pudiera salvarme.

—Entonces, no dejes que murieran en vano —él frunció el ceño—. ¿Crees que realmente
les gustaría verte aquí, tumbada, llorando por ellos? ¿O preferirían ver que sigues
intentándolo?

Ella no se molestó en limpiarse una lágrima que le cayó desde el lagrimal, cruzando su
nariz y chocando con la almohada, en la que hizo una pequeña mancha. Max deseó poder
hacer algo, pero realmente no se le daban bien esas cosas. Y había poco que pudiera hacer.

—Han pasado tres días —dijo ella en voz baja, por fin mirándolo—. Y no has venido
hasta ahora.
Esta vez, fue él quien apartó la mirada, avergonzado.

—Yo no...

—¿Estás enfadado conmigo?

Esa pregunta le dejó descolocado. Volvió a mirarla con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—¿Estás enfadado porque yo lo provoqué? —preguntó ella en voz baja—. No te culparía


si lo estuvieras.

—Alice, no digas tonterías.

—Si no hubiera disparado esa arma, ahora Charles estaría vivo —a ella se le volvieron a
llenar los ojos de lágrimas—. Y... y Rhett estaría... aquí... conmigo.

—Pasara lo que pasara, no fue responsabilidad de nadie.

Ella se sentó lentamente y agachó la mirada. Max vio que se pasaba los dedos por debajo
de los ojos y sus hombros empezaban a sacudirse ligeramente. Sin saber muy bien lo que
hacía —el contacto humano y él no se llevaban muy bien—, estiró el brazo y le rodeó
los hombros, atrayéndola hacia sí mismo. Alice no correspondió al abrazo, pero él sintió
que hundía la cara en su hombro y empezaba a llorar.

Pasaron unos minutos en los que él no pudo hacer otra cosa que pasarle la mano
torpemente por la espalda, intentando calmarla. No supo si había provocado alguna
mejora, pero, al menos, no estaba sola. Y había hablado.
Mientras lo pensaba, ella se separó un poco y negó con la cabeza, llorando con tanta
fuerza que su pecho se sacudía. Ni siquiera se atrevió a mirarlo.

—N-no... n-no... no volveré a ver a Rhett... nunca... nunca más...

Max apretó los labios y la volvió a atraer. Esta vez, ella rodeó su pecho con los brazos
y volvió a llorar, apretando los puños en su camiseta.

Pasaron casi veinte minutos en los que el llanto que llenaba la habitación pasó de ser casi
desesperante a calmarse hasta desaparecer. Cuando dejó de llorar, ella se mantuvo unos
momentos más con la cara escondida antes de separarse y quedarse sentada a su lado, en
la cama. Max la miró de reojo y sus ojos se clavaron inmediatamente en la bandeja.

—Necesito que comas algo, Alice —le dijo en voz baja.

Ella echó una mirada ausente a la bandeja antes de encogerse de hombros.

—No tengo hambre.

—Sé que no tienes hambre, pero tienes que comer algo.

Max se puso de pie y agarró la bandeja con ambas manos. Ella la observó cuando se la
puso en el regazo, pero no se movió. Al cabo de unos segundos, Max perdió la paciencia
y agarró el vaso de agua, acercándoselo. Por fin, Alice levantó el brazo para sujetarlo
ella. Le dio un sorbo y se relamió los labios.

Poco después, empezó a comer en silencio. No se terminó el plato, pero al menos ya no


tenía el estómago vacío. Y se había terminado el agua. Era un
avance, después de todo. Max le quitó la bandeja del regazo y la dejó en la cómoda de
nuevo antes de echarle una ojeada.

—Creo que deberías ducharte y cambiarte de ropa.

Ella se miró a sí misma como si se acabara de dar cuenta de lo que llevaba puesto y
asintió lentamente con la cabeza.

—Te dejaré sola —se ofreció Max—. Si necesitas hablar conmigo, estaré en...

—¡No!

Le sorprendió el tono de voz que usó. La urgencia que albergaba. Ella lo miró con los
ojos muy abiertos.

—¿Puedes... puedes quedarte aquí un rato más? ¿Por favor?

Max la observó unos segundos antes de apartar la mirada y asentir. Volvió a sentarse
a su lado y, cuando Alice apoyó la cabeza en su hombro, le besó el pelo y le volvió a
pasar un brazo por encima de los hombros.

***

Alice sintió que sus pasos eran lentos y pesados cuando Max se marchó y se vio con
fuerzas de bajar las escaleras. Se sentía como si el mundo entero pesara.
Como si no tuviera sentido bajar esas escaleras. O hacer nada.

Apenas llevaba dos peldaños cuando escuchó que alguien la llamaba. Se giró y vio que
Kai aparecía por el pasillo, sorprendido.

—Yo... —pareció algo incómodo cuando se detuvo a su lado—. ¿Cómo estás? Es decir...
eh... sé que es una pregunta estúpida pero... yo... ¿puedo hacer algo por ti?
Ella agachó la mirada y negó con la cabeza. Kai suspiró.

—Gracias por ofrecerte —añadió ella de todos modos.

—No me las des. Yo... si no hubiera sido por ti, ahora mismo no tendría un hogar.
Siempre te deberé una.

—No me debes nada —le aseguró en voz baja.

—Al contrario, te la debo —Kai se miró las manos—. Mira, me gustaría mucho estar
contigo un rato más, pero... Max me ha pedido que subiera a su despacho a informarle
sobre la máquina y todo eso... y la verdad es que me da mucho miedo hacerle esperar.

Ella esbozó lo que pareció una sombra de sonrisa.

—Entonces, deberías ir con él.

Kai asintió con la cabeza, nervioso, y pasó por su lado para subir las escaleras. Alice lo
observó unos segundos antes de seguir bajando las escaleras, apoyada en la barandilla.

Quizá ella se hubiera dado cuenta de las miradas de reojo y los comentarios en voz baja
que recibió una vez llegó a la planta baja si no hubiera sido porque su cabeza seguía
estando en otra parte. Otra parte muy, muy lejana. Mantuvo los ojos clavados en el frente
y no se detuvo hasta llegar al patio trasero del edificio, donde Max le había indicado. Su
mirada se clavó enseguida en el pequeño
grupo de tres que estaba sentado en el suelo, con las espaldas apoyadas en el muro. No la
habían visto.

Alice estuvo a punto de ir hacia ellos, pero se detuvo para echar una ojeada al
cementerio improvisado que habían creado en el último asalto a la ciudad. Miró de reojo
la del padre de Rhett, la de Davy y la de tantas otras personas que había conocido
durante su tiempo en la ciudad. Pero su mirada se detuvo inmediatamente en la de Eve.
La imagen del bebé le vino a la cabeza. Y la carta que le había dejado.

Había sido incapaz de cuidarlo por ella.

Alice no pudo seguir mirando su tumba y avanzó hacia Trisha, Jake y Kilian, que seguían
sentados hablando. Los tres se detuvieron cuando la vieron llegar.
Parecían perplejos. Especialmente Jake, que se puso de pie e hizo un ademán de ir hacia
ella, dubitativo. Al ver que no iba a apartarse, acortó la distancia entre ellos y le dio un
abrazo con fuerza.

Alice deseó habérselo devuelto con más entusiasmo, pero era incapaz de
demostrar ningún afecto en esos momentos. Solo cerró los ojos y, tras un
momento, lo miró.

—Siento no haberte hecho caso hasta ahora.

—¿Bromeas? —él negó con la cabeza—. Yo... lo entiendo, Alice.

Trisha y Kilian también se habían puesto de pie. Trisha pareció algo incómoda cuando
se acercó. Tras unos momentos de silencio, ella esbozó media sonrisa un poco triste.

—Te ves fatal.

Alice le devolvió la media sonrisa, solo que un poco apagada. Ella entera estaba apagada.
—Lo mismo te digo.

Hubo otra vez un silencio de unos segundos hasta que Alice se aclaró la
garganta.

—¿Nadie me contará lo que ha pasado en mi ausencia?

Intentó fingir entusiasmo cuando se sentó con ellos junto al muro y le contaron algunos
detalles poco relevantes de sus días fuera. O, más bien, de sus días encerrada en la
habitación de Rhett. Alice los observó hablando y, pese a que no llegó a escuchar
mucho, sonrió un poco para que no se detuvieran. Escuchar a alguien hablar era un
verdadero alivio.

Cuando se formó un silencio incómodo a su alrededor porque todo el mundo parecía


haberse quedado sin ideas de mantener la conversación, ella se giró hacia Kilian.

—Supongo que te alegraste de ver que Jake había vuelto.

Kilian asintió tímidamente con la cabeza.

—Después de todo, no cualquiera se interpondría entre una bala y su amigo —


concluyó ella en voz baja.

Jugó con la hierba con los dedos, pero se detuvo al darse cuenta del silencio incómodo que
se había formado a su alrededor. Vio que a Jake se le enrojecían las orejas y frunció un
poco el ceño.

—¿Qué?

—Yo... —Jake miró a Kilian y a Trisha en busca de ayuda que no encontró—. Mira,
Alice... eh... creo que no es el mejor momento para contarte esto, pero...
eh...

Se aclaró la garganta, todavía más rojo.

—No... no somos amigos.

Alice parpadeó en su dirección, confusa.

—¿Y qué sois?

Trisha esbozó media sonrisa divertida.

—¿Tú qué crees, genio?

Alice miró en su dirección y, cuando vio la ojeada que intercambiaban y que Kilian
también se había puesto rojo, entreabrió los labios.

—¿Sois...? —los señaló a ambos—. Oh... yo... yo no... no sabía... ¿a ti no te gustaba


una chica el año pasado, Jake?

—Bueno, no me gustaba. Solo la veía guapa.

—¿Y eso no quiere decir que te gustan las chicas?

—Charles me dio una lección sobre que no necesariamente tiene por qué gustarte
solo una cosa.
Alice sintió que su corazón se encogía un poco al oír ese nombre, pero la
sorpresa era demasiado grande en esos momentos.

—¿Hablaste con él y conmigo no?

—A ver... no era lo mismo —murmuró Jake.

—¿Por qué no?

—Porque no estaba seguro y quería hablarlo con alguien que entendiera del tema.
Trisha no fue muy comunicativa, así que se lo pregunté a Charles. Y... bueno, la verdad
es que fue bastante más comprensivo de lo que esperaba. Me dijo que no pasaba nada si
me gustaba alguien de un sexo u otro. Que... bueno... que solo estuviera con alguien que
me hiciera feliz.

Alice agachó la cabeza y asintió con la cabeza. En realidad, le había sorprendido más que
le hablara a Charles del tema que el hecho en sí.

Al final, solo volvió a asentir con la cabeza y siguieron con la conversación como si no
hubiera pasado nada.

En realidad, ella estuvo con ellos durante el resto del día y dedicó una pequeña sonrisa a
Max cuando se cruzaron en la cafetería y él se aseguró de que estaba bien. Tina pareció
a punto de llorar cuando vio que había salido de la cama y él la arrastró hacia la mesa
antes de que montara una escena.

Alice casi se había olvidado de su propio dolor cuando Jake y ella empezaron a subir las
escaleras a solas. Los demás habían decidido quedarse un rato más abajo. En realidad, a
ella le gustaba estar a solas con Jake. Con él, los silencios no eran incómodos. De hecho,
algunas veces eran solo... perfectos.
Sin embargo, Jake quiso romperlo en ese momento, justo cuando llegaron delante de la
habitación de Alice. Ella ya tenía la mano en la manilla cuando escuchó que hablaba.

—Yo...

Alice se detuvo, algo confusa cuando no siguió hablando, y lo miró por encima del
hombro.

—¿Sí?

—Lo siento mucho, Alice —él no se atrevió a mirarla—. Yo... Charles podía ser un
pesado, pero... pero era genial. Y nunca se portó mal conmigo. Y Rhett... lo quería
como a un hermano mayor. Y sé que te quería. Mucho. Muchísimo.
Ojalá...

Se cortó a sí mismo. Ella seguía en silencio, mirándolo.

—Cuando salimos de la capital la primera vez... cuando nos separamos por meses... creí
que habíais muerto los tres —continuó Jake en voz baja—. No sabía qué hacer. Todos
estábamos desesperados. Todos. Intentamos buscaros por todas partes, pero no tardamos
en llegar a la conclusión de que, de haber estado vivos... os habríamos encontrado.

Hizo una pausa para tragar saliva y parpadear varias veces. Seguía sin
atreverse a mirarla.

—La única persona que me ayudó de verdad fue Max. Él... me habló de su hija. Nunca lo
había hecho. Y me dijo que lo único que lo había salvado después de su muerte había
sido tener la ciudad. Tener algo que hacer. Un propósito.
Por fin, la miró.

—Solo tienes que encontrar tu propósito, Alice. No borrará el dolor, pero... al menos... al
menos no será tan constante.

Jake la observó en silencio, esperando una respuesta que no llegó. En su lugar, solo vio
que Alice lo miraba fijamente, en silencio. Le dio la sensación de que se había apagado
algo en sus ojos.

—Eres un buen chico, Jake —le dijo en voz baja.

Él no supo qué decir. Intentó murmurar algo en agradecimiento, pero ella le interrumpió.

—Descansa bien.

No dejó que respondiera. Se metió en la habitación de Rhett y cerró la puerta a su


espalda sin mirar atrás.

***

Max estaba un poco molesto cuando, esa mañana, Jake le dijo que Alice volvía a estar
encerrada en la habitación. La había visto el día anterior con sus tres amigos y ya le
había dado algo de miedo pensar que podían decir algo que desechara todo el trabajo
que había hecho él. Eso lo confirmó. Ya tendría una charla con ellos. Una que no les
gustaría en absoluto.

Se detuvo delante de la habitación de Alice y llamó con los nudillos. No hubo respuesta.
Lo mismo que el día anterior. Le dio otra oportunidad para que abriera, pero no recibió
ninguna respuesta.

Algo irritado, abrió la puerta.


—¿Ya estás otra vez...?

Se detuvo en seco.

No había nadie.

Y la ventana estaba abierta.

Parpadeó, confuso, y se acercó a ella apoyando una rodilla en la cama. Al asomarse, vio
que el tejado del piso inferior tenía una teja rota y que el salto hacia el suelo desde él no
era muy alto. Siguió el camino hacia el muro con la mirada y se le cayó el alma a los pies
cuando vio que la valla estaba un poco abierta.

Por un instante, fue incapaz de reaccionar. Lo único que pudo hacer fue quedarse con una
rodilla clavada en la cama de Alice, intentando buscarla en vano en la habitación.

Y, entonces, algo captó su mirada. Su almohada. O lo que escondía debajo de ella.

La apartó con el ceño fruncido, y este se frunció aún más cuando vio que había un
pequeño iPod con unos auriculares conectados y una fotografía doblada. La agarró y la
desdobló, encontrándose con la cara sonrojada de Alice y a Rhett sonriendo con un
brazo alrededor de su cuello y la mejilla pegada a la suya.
Enseguida reconoció la cafetería de Ciudad Central. La fotografía de la cena de Navidad.

¿Eso era lo que había estado haciendo esos días ahí encerrada? ¿Mirar la fotografía y
escuchar música?

Max apretó los labios e hizo un ademán de salir de la cama, pero se detuvo cuando captó
algo más. Esta vez, en la ventana. Un pequeño trozo de papel. Lo agarró con el ceño
fruncido y lo leyó rápidamente, reconociendo al instante la letra de Alice. Era una sola
frase. Solo una. Y solo una frase hizo que él quisiera arrugar el papel en un puño y
lanzarlo a la basura.
No me busquéis.

Max se puso de pie precipitadamente y salió al pasillo. El chico que tartamudeaba, Jake y
Trisha estaban en él. Su mirada fue directa a Jake, que se encogió, aterrado.

—¿Dónde está? —le preguntó directamente.

Jake dudó.

—¿Quién?

—¡Alice! ¿Dónde demonios está?

—¿No está en la habitación de Rhett? —preguntó Trisha, confusa.

—¡No, no está ahí! ¡Se ha escapado por la noche y ha dejado una maldita nota pidiendo
que no la buscáramos! ¿Dónde...?

Se detuvo en seco cuando escuchó un grito ahogado a su lado. Se giró hacia el chico
nervioso, Kai, y vio que había perdido el color de los labios.

—¿Qué? —le preguntó bruscamente.

—Yo... yo... —él perdió todavía más el color—. Ella... anoche... Al

ver que no seguía, Max perdió completamente la paciencia.


—¿Ella, anoche, qué? —le espetó.

El chico dio un respingo. Estaba temblando.

—Le... le dije que le debía un favor y... y anoche me pidió que se lo devolviera. Yo no
sabía...

—¿Qué favor? —Max se detuvo con los puños apretados.

Kai tragó saliva.

—Me... me pidió que extrajera la información de... d-de la máquina y... y se la llevó...

Max parpadeó, confuso.

—¿Qué información?

—Yo...

—¿Qué información? —repitió Max, furioso.

Kai se detuvo y tragó saliva.

—La información de creación de androides del padre John.

***
Alice miró el suelo, a sus botas, y se quedó pensativa por unos momentos mientras sentía
que los ruidos del bosque se apoderaban del silencio. Se apoyó mejor en la roca en la
que estaba sentada y recordó vagamente la conversación que había tenido con Max en
ella unos días antes. Parecía que había pasado una eternidad desde eso.

Acarició con la mano la zona ahora vacía y, con la otra, se llevó la botella de cerveza a los
labios de nuevo. El sabor seguía siendo horrible, pero ya era el último trago. Puso una
mueca de disgusto y se lo tragó, mirando la botella con expresión vacía.

Al cabo de unos segundos, dejó la botella donde había estado la caravana de Charles
unos días antes, la observó unos segundos y se abrochó la chaqueta, internándose en el
bosque.

No llevaba mucho tiempo andando cuando divisó los edificios blancos y la muralla de
piedra rodeando una ciudad. Siguió andando sin dudarlo hacia la entrada más cercana
que encontró. No se detuvo cuando vio que dos de los tres guardias intercambiaban una
mirada, la apuntaban con sus armas y él último iba directo al interior de un edificio.

Alice llegó a la valla y levantó las manos en señal de rendición cuando ambos guardias
la apuntaron, uno de cada lado. Ella no cambió su expresión, solo mantuvo la mirada
clavada en el edificio. Esperó unos segundos, ignorando las preguntas de los guardias, y
por fin vio que el tercero salía de nuevo del edificio acompañado por un hombre.

Alice clavó los ojos en el hombre. El padre John.

Él parecía completamente descolocado cuando se acercó con su bastón. Se detuvo tras


la valla, dejándola entre ambos, y la miró de arriba abajo. Pasaron unos segundos en
que ninguno dijo nada. Solo se miraron el uno al otro.

Entonces, él hizo un gesto y el tercer guardia dijo algo a un aparato. La valla se empezó
a abrir lentamente a ambos lados, desapareciendo dentro del muro.
Alice bajó las manos pese a que seguían apuntándola y miró a su padre. Él también la miró
antes de fruncir el ceño a los dos guardias.
—¿Se puede saber qué hacéis? Bajad eso ahora mismo.

Ambos parecieron un poco confusos, pero lo hicieron al instante, apartándose un paso de


Alice. El padre John volvió a mirarla de arriba abajo, todavía perplejo.

—¿Qué haces aquí?

Ella lo miró por unos segundos, en silencio, antes de agachar la mirada.

—No soportaba estar ahí —dijo en voz tan baja que apenas pudo oírla—. No lo
soportaba más. Y no sabía dónde ir.

El padre John ladeó la cabeza hacia ella, observándola. Ella no se atrevió a levantar la
mirada. Volvía a tener un nudo en la garganta y no quería volver a llorar.

Parecía que había pasado una eternidad cuando, por fin, el padre John asintió con la
cabeza.

—Has hecho bien viniendo aquí.

Alice levantó la mirada cuando vio que le hacía un gesto para que se acercara. Lo hizo y
él le puso una mano en la espalda para guiarla al interior de la ciudad. Alice lo miró,
agradecida, pero no fue capaz de decir nada cuando él le dedicó una pequeña sonrisa.

—Bienvenida a casa de nuevo, hija.


CAPÍTULO 54
Alice tardó unos segundos en acordarse de dónde estaba. Miró a su alrededor y vio una
habitación blanca con una pared entera hecha de cristal, varios muebles de madera clara
y hierro y la cama gigante en la que ella estaba tumbada.

Se incorporó lentamente y se pasó una mano por la cabeza. Al menos, el dolor había
disminuido. Esos días apenas había dormido. Era curioso que, al llegar ahí, hubiera
podido hacerlo casi al instante. El padre John le había ofrecido la mejor habitación del
edificio contiguo al principal, junto a la suya. También le había dado ropa de sobra,
pero Alice había preferido la que ya llevaba puesta. De hecho, ni siquiera se la había
quitado. ¿Cuánto tiempo había dormido? Era de noche. Y había llegado por la mañana.

Sacó los pies de la cama y se puso las botas pesadas y manchadas de barro del camino.
Contrastaban casi cómicamente con la habitación inmaculada.

Ella entera contrastaba cómicamente con ese lugar tan perfecto.

Se acercó a la puerta y la abrió. Una parte de Alice se esperaba que estuviera cerrada con
candado, pero no fue así. Su padre realmente confiaba en ella si le permitía salir de ahí sin
acompañantes.

Vio que en ese pasillo solo había dos puertas más. Una delante de la suya y otra al final
del pasillo. La de delante era la habitación del padre John. Esa última...

Justo en ese momento, se abrió y un guardia salió de ella. Alice vio que era una especie
de sala de control pequeña, con dos guardias más dentro. El que se había acercado a ella
le hizo una leve inclinación con la cabeza. Alice intentó no fruncirle el ceño a modo de
respuesta.

—¿Aviso al líder? —preguntó el hombre, mirándola.

Ella dudó un momento antes de encogerse de hombros. El guardia volvió a asentir con la
cabeza y desapareció por las escaleras que había junto a su
puerta. Al otro lado del pasillo, había un ascensor de cristal parecido al del edificio
principal. Quizá un poco más pequeño.

Estaba a punto de acercarse a él cuando escuchó pasos aproximándose. Y el característico


sonido de un bastón acompañándolos. El padre John se detuvo a su lado y la revisó
concienzudamente.

—¿Has dormido bien?

Ella asintió con la cabeza sin decir nada.

—Bien. No quería molestarte. Supuse que tendrías que descansar unas horas antes de
poder empezar con esto.

—¿Empezar con qué? —elevó levemente una ceja.

—Tengo mucho que enseñarte, hija. Muchísimo.

Si a Alice le importaba en lo más mínimo que la llamara hija, no lo dejó ver en ningún
momento. Miró el vacío bajo sus pies por un momento, pero volvió a levantar la cabeza
cuando notó que el guardia se había detenido por un gesto del padre John.

—Puedes retirarte —le informó.

El guardia entreabrió los labios, sorprendido.

—Líder, la seguridad...

—Creo que ya tengo una buena guardaespaldas conmigo.

Ella miró abajo, confusa, y se dio cuenta de que seguía llevando su cinturón equipado. No
le habían quitado nada. Ni siquiera la munición.
El padre John pulsó el botón de la planta baja y Alice se dio cuenta de que estaban en
un séptimo piso. No recordaba haber estado en un sitio tan alto en su vida.

Como seguía mirando su cinturón, el padre John hizo lo mismo y señaló la pistola.

—¿De dónde la has sacado? No he visto muchas de ese tipo por aquí.

Vio que Alice la rozaba con los dedos, se quedaba en silencio unos instantes y, después,
clavaba una mirada fría en la ciudad.

—Fue un regalo —dijo con voz monótona.

Él enarcó una ceja.

—¿Un regalo? Alguien debía apreciarte mucho para hacerte un regalo así.

Si lo que quería era una reacción por parte de Alice, no la consiguió. De hecho, ella solo
observó el panel del ascensor sin ningún tipo de expresión.

—Eso ya no importa —dijo finalmente.

El hombre la observó durante unos instantes antes de volver a hablar.

—¿Cómo estás?
La pregunta la pilló desprevenida. Apartó la mirada del panel del ascensor y la clavó de
nuevo en la ciudad, ahora iluminada por algunas farolas y luces de casas.

—No creo que vaya a estar bien en mucho tiempo —admitió en voz baja.

—El duelo es algo que todos los humanos tienen que pasar, querida. Silencio. Él

se adelantó un poco.

—Pero tú no eres humana, ya lo sabes.

Alice se giró hacia él con extrañeza.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Si quisieras que cancelara tus emociones, solo tendrías que pedirlo. Seguro que
podemos conseguirlo. Te aseguro que yo también me lo aplicaría. Nos ahorraríamos
muchos problemas, ¿no crees?

Por un momento, solo lo miró.

—No —dijo simplemente—. Siento que debo pasar por esto.

El padre John asintió con la cabeza.

—Como quieras. Es tu duelo. Y tus amigos.

Alice esbozó una sonrisa amarga al pensar en la agria expresión que le habría puesto
Rhett al oír la palabra amigos. Y en que habría puntualizado que eran algo más que eso.
Antes de que Charles hiciera lo mismo consigo mismo.

Pero no iban a volver a hacerlo. Nunca.


—Me alegra que hayas decidido cambiar de opinión —añadió el padre John, que la había
estado observando apoyado en su bastón.

—No fue un cambio de opinión. Solo necesitaba salir de ahí.

—Te entiendo —replicó él suavemente—. Solo me alegro de que eligieras este lugar para
escapar. Quizá, algún día, lo consideres tu hogar. Y puedas ser feliz.

Alice asintió pese a saber que un lugar donde Rhett no estuviera nunca podría ser su
hogar.

Y, mucho menos, hacerla feliz.

—Siento lo que le pasó a tu amigo —añadió él.

Alice no lo miró. Ni siquiera parpadeó.

—¿A cuál?

—A ambos. Pero... especialmente al que disparó Giulia. No debería haberlo hecho. Debí
detenerla.

Él se detuvo, esperando una respuesta. Pero, de nuevo, Alice solo se quedó en silencio.

—Está encerrada en un lugar seguro —le aseguró el padre John, repentinamente


serio—. La traición nunca queda impune en esta ciudad.

—¿Y sus hombres?


—Sus hombres pudieron elegir. Los que eligieron bien, siguen vivos.

Alice se giró hacia él casi por primera vez desde que había llegado a la ciudad.

—¿Dónde vamos?

—Quiero enseñarte mi ciudad, hija. Después de todo, ahora también es la tuya.

Ella no dijo nada cuando el ascensor se detuvo y dos guardias les asintieron con la cabeza
al pasar por delante de ellos. El padre John se apoyó en su bastón para salir del edificio
en el que estaban y Alice se dio cuenta de que era el más alto de la ciudad. Incluso más
que el edificio principal. Seguro que tenía la mejor habitación de ese lugar del mundo.

—No quiero abrumarte demasiado el primer día pese a que, técnicamente, eres una
esponja de conocimientos —replicó el padre John mientras subían una pequeña cuesta de
piedra hacia el edificio principal, plagado de guardias.

—Es difícil abrumarme —replicó ella.

—Ya lo creo. No quiero ni imaginarme las cosas que habrás visto viviendo con esos
salvajes.

Alice entró en el edificio tras él y se fijó en que absolutamente nadie los miraba a la cara.
Estaba tan acostumbrada a que la gente de su otra ciudad susurrara y la mirara mal, que
eso era verdaderamente extraño.

Los dos entraron en el edificio y el padre John fue directo al ascensor principal. La madre
que había dentro pulsó el botón dos. Los tres se mantuvieron en
silencio hasta que ellos dos salieron y Alice vio de reojo a un guardia acompañando a un
androide.

—¿Por qué no me has dado ropa de androide? —preguntó Alice, observándolo de reojo.

El padre John echó una ojeada poco interesada a lo que estaba captando su atención
antes de volver a girarse hacia delante.

—Porque no eres un androide ordinario.

—Hasta hace poco, lo era.

—Nunca lo has sido. Eres mi hija. Puedes vestirte como quieras.

Se detuvo delante de una de las últimas puertas y sacó una tarjeta de su bolsillo. Apenas
un segundo más tarde de pasarla delante de una placa de metal, la puerta se abrió
automáticamente y él volvió a guardársela en el bolsillo de su pecho. Hizo un gesto a
Alice para que entrara y ella accedió a la sala.

Al principio, no entendió muy bien dónde estaba. Solo vio una sala parecida a la que
habían usado para manipularla con la memoria la primera vez que había estado ahí. Pero
había algo distinto en esa máquina, en esa camilla y en el ordenador que había al lado.
Algo que no cuadraba.

—He pedido a los demás científicos que no estuvieran aquí —replicó el padre John,
apoyando el bastón en la pared y cojeando hacia la camilla—. Pensé que querrías hacer
esto con el menor número de implicados presente.

—¿Hacer qué?
—Túmbate aquí, justo debajo del foco.

Alice lo miró de reojo, pero obedeció y se subió a la camilla. En cuanto se tumbó de


espaldas, él alineó los dos lazos de la máquina encima de su cabeza. Ella frunció el ceño
cuando se encendió un pequeño haz de luz en una de ellas, llegándole directamente a los
ojos.

—Ciérralos —le recomendó el padre John.

—¿Qué es esto?

—Es mi regalo, hija.

Escuchó sus pasos alejándose y deteniéndose junto al ordenador.

—No quería enseñártelo tan pronto, pero eres lo suficientemente fuerte como para verlo
hoy. Además, quiero que veas que, finalmente, has ido al lugar al que perteneces.

Ella lo consideró un momento.

—¿Vas a enseñarme los recuerdos de lo que pasó la primera vez que estuve aquí?

—Eso sería demasiado sencillo como para considerarse un regalo. Solo tendría que
desbloquear esa parte de tus recuerdos.

—¿Está bloqueada?
—Alice, relájate.

Ella tragó saliva, pero lo hizo. Dejó que sus músculos se relajaran y amoldó la cabeza en
la camilla. Tras unos segundos de silencio, intentó incorporarse de golpe cuando notó
que algo le rodeaba las muñecas y los tobillos. Estaba atada. Y una sensación de pánico
la invadió cuando se dio cuenta de que no podía moverse. Ni abrir los ojos. Su
respiración se aceleró mientras siguió intentándolo, desesperada.

—Alice, quédate quieta. Es por tu propia seguridad.

Ella se detuvo, pero no por sus palabras, sino porque sonaron directamente dentro
de su cabeza.

—Abre los ojos.

Lo hizo. Pero no vio nada. Solo oscuridad. Y, de pronto, fue consciente de que ya no
estaba atada. Ni tumbada en una camilla. Ni siquiera estaba en Ciudad Capital.
Estaba... ¿dónde estaba? No podía ver nada. Solo oscuridad.

—¿Puedes oírme?

De nuevo, la voz del padre John sonó como si viniera de todas partes y de ninguna en
concreto. Ella asintió con la cabeza en la oscuridad.

—Puedes hablar, Alice. Hazlo.

—Sí, puedo oírte.


—¿Quieres que te diga qué puede hacer esta máquina?

Alice no respondió. Volvió a mirar a su alrededor y sintió que su cuerpo se tensaba


cuando vio una rendija de luz. No supo decir con claridad si estaba muy lejos o muy
cerca de ella.

—Alice, céntrate en mi voz.

—¿Dónde estoy?

—No tenemos un nombre muy claro para ello, pero solemos referirnos a ello como si
estuvieras en tu propio subconsciente.

Alice tragó saliva y se puso de pie torpemente. Ni siquiera podía ver sus propias manos.

—¿Quieres que te diga lo que hace esta máquina? —repitió él.

—Sí.

—Te da la felicidad, Alice.

Ella frunció ligeramente el ceño.

—¿Cómo puede hacer eso?

—Es un prototipo y necesita muchas modificaciones. Quería hacer esta


especialmente para ti. Puede darte la vida que más deseas.
—¿Y cómo sabes cuál es esa vida? —repuso Alice en voz baja.

—Yo no lo sé. La máquina sí. ¿Ves esa rendija de luz?

Alice asintió con la cabeza en la oscuridad.

—Síguela y llegarás a tu objetivo.

No tenía alternativa. Empezó a avanzar hacia la luz, dudando, y sintió que sus pasos se
hacían más ligeros y la temperatura más cálida a medida que se acercaba a luz. Seguía
en la oscuridad más absoluta cuando, de pronto, sintió que sus ojos se cerraban solos.

—Alice, abre los ojos.

Ella estaba segura de que, al hacerlo, volvería a estar tumbada en esa camilla, con las
manos y los tobillos atados.

—Alice, ábrelos —insistió él.

Y Alice, finalmente, lo hizo.

Se incorporó al darse cuenta de que podía ver a su alrededor y de que ya no tenía las
ataduras en las muñecas y los tobillos. Se los tocó, extrañada.
¿Cuándo se lo había quitado? Ni siquiera tenía las marcas. Frunció todavía más el ceño.
Y fue entonces cuando miró a su alrededor y se dio cuenta de que no estaba en una
camilla, ni en una habitación blanca. De hecho, distaba mucho de estar en un lugar así.

Estaba en su cama. En la habitación de los avanzados. En Ciudad Central.

Parpadeó varias veces al darse cuenta. Miró a su alrededor y vio que todo el mundo estaba
charlando. Y todos iban con la ropa vieja típica de esa ciudad.

Nadie parecía extrañado de estar en una ciudad destruida.

¿Estaba soñando? Tenía que ser eso. Pero... era tan real... no parecía un sueño. Ni
siquiera parecía un recuerdo. Parecía... tenía que ser real.

Alice vio a Kenneth hablando con Tom y Shana al otro lado de la habitación. Estaban
poniéndose malas caras y parecían estar a punto de discutir entre ellos, como de
costumbre. Siguió con su inspección y vio a un grupo jugando a cartas, otro mirando por
la ventana y otro, simplemente, charlando en sus respectivas literas.

Entreabrió los labios cuando todos se giraron a la vez hacia la salida. Alice se quedó
sentada. Era hora de comer. Lo sabía pero... ¿cómo lo sabía?

¿Dónde demonios estaba?

Su hilo de pensamientos se detuvo en seco cuando alguien saltó de la parte superior de su


litera. Davy se ajustó las gafas y cerró el libro que tenía en una mano de un golpe.

—¿Cómo se puede hacer tanto ruido para salir de una habitación? Menudos mandriles.

Alice tenía los ojos abiertos de par en par cuando él se giró, malhumorado, en su
dirección. Sin embargo, se detuvo al ver la expresión de ella. Puso una mueca.
—¿Y a ti qué te pasa?

—Yo... tú...

Se detuvo a sí misma. No era posible. Estaba muerto. Por... por su culpa. Davy

suspiró.

—¿Por qué siempre me toca hablar con los idiotas? —murmuró, yendo a la salida.

Alice se quedó un momento de más mirando la puerta antes de ponerse de pie sin siquiera
pensarlo. Tocó las paredes como una loca para asegurarse de que no estaba soñando. Bajó
las escaleras y todas crujieron de la misma forma que habían crujido tanto tiempo en su
estancia en Ciudad Central. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué era todo eso?

Alice salió del edificio y vio la cafetería. Y el edificio de los instructores. Y el campo de
fútbol. Todo estaba exactamente igual. Todo.

Nada estaba destruído.

¿Cómo era eso posible?

Avanzó lentamente hacia la cafetería, donde todo el mundo se estaba dirigiendo. Ni


siquiera fue a por una bandeja cuando cruzó el umbral de esta. Simplemente, miró a su
alrededor. Las mesas estaban repletas de sus compañeros. Vio a todos. A todos. Incluso a
esa chica que a Jake le había gustado, a Dean y Saud en el otro lado de la sala, junto a la
mesa de los profesores, donde Max comía hablando con Tina y, a su lado, Deane y Geo
mascullaban entre ellos.

Ella contuvo la respiración y se giró hacia su mesa. La del rincón. Se le formó un nudo en
la garganta cuando vio a Jake y Trisha jugando a cartas con el ceño fruncido por la
concentración.
Se acercó a ellos inconscientemente. Ni siquiera levantaron la cabeza.

—¡Eso ha sido trampa! —le gritó Jake a Trisha.

Alice se sentó lentamente, mirándolos.

—¿Trampa? —Trisha soltó una risa irónica. Tenía los dos brazos. Los... dos. Usó
uno para sacarle el dedo corazón—. ¿Esto también es trampa?

—¡Eso es increíblemente maleducado, señorita!

—Oh, madura un poco —Trisha puso los ojos en blanco y miró a Alice—. ¿A que he
ganado yo?

Alice solo la pudo mirar fijamente. No podía procesar nada. Trisha enarcó una ceja y le
chasqueó un dedo delante de la cara.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

—No quiere decirte que he ganado yo —aclaró Jake.

—Que he ganado yo, niño estúpido.

—¡No me llames niño, no eres tan mayor como para...!


—Soy mayor que tú, así que te llamaré niño las veces que quiera.

—Pues muy bien, vieja.

—¡Yo no...! ¡No me llames vieja!

—¡Pues tú no me llames niño, vieja bruja!

Alice estaba intentando procesarlo todo mientras ellos seguían discutiendo. Se pasó una
mano por la cabeza. Se sentía como si le diera vueltas.

Entonces, Jake se giró hacia ella, extrañado.

—Oye, ¿tú no tienes clase ahora?

Alice parpadeó en su dirección.

—¿Qué?

—La clase con el amargado —aclaró Trisha.

—Rhett no está amargado —le dijo Jake—. Solo... le gusta reservar su simpatía. Con
Alice es simpático.

Trisha sonrió significativamente.

—¿Quieres que te diga lo que le da Alice a cambio de su simpatía, pequeño e inocente


Jake?
—¿Eh? ¡No!

—Cuando están solos...

—¡No quiero saberlo!

—...se quitan la ropa y...

—¡TRISHA, PARA!

Alice no había oído nada de lo que habían dicho después de pronunciar el nombre
de Rhett.

Parpadeó hacia ellos, medio paralizada.

—¿Rhett está aquí? —preguntó en voz baja.

Ellos dos se detuvieron en seco para mirarla, extrañados.

—¿Alguna vez no está aquí? —Trisha enarcó una ceja.

Alice notó que su corazón se aceleraba cuando se puso de pie


precipitadamente.

—Adiós, eh —le dijo Jake a su espalda—. Oye, ¿y tu comida dónde está?


¿Puedo comérmela yo...?

Alice hubiera deseado decir algo, pero estaba demasiado mareada en ese momento. Tenía
demasiados sentimientos mezclándose en su interior. Y unas
ganas de llorar tremendas. Casi corrió por la ciudad hacia el campo de entrenamiento.
Nunca un camino se le había hecho tan largo. Nunca.

Parecía que había pasado una eternidad cuando abrió la puerta de la casa de tiro. Todos
los paneles, las estanterías... todo estaba igual. Exactamente igual.

Su corazón se aceleró cuando escuchó el sonido de cajas moviéndose en el pequeño


almacén.

Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando llegó a la puerta.

Y ahí estaba él, dándole la espalda y revisando unas cajas para meterlas en la
estantería. Ni siquiera se molestó en darse la vuelta para hablarle.

—Llegas tarde, iniciada.

Alice sintió que apenas podía ver nada por culpa de las lágrimas cuando escuchó su
voz. Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que había estado con
él.

Lo había echado tanto de menos que le dolía el pecho solo de verlo. Ni siquiera tenía
palabras para expresarlo. Solo podía mirarlo fijamente, paralizada.

—¿Qué haces tan callada? ¿Se te ha vuelto a descargar el iPod o qué?

Rhett se dio la vuelta al notar que no respondía y se quedó mirándola cuando vio que tenía
los ojos llenos de lágrimas. Dejó la caja a un lado de malas maneras y se acercó en dos
zancadas a Alice, que estaba congelada.

—¿Qué pasa? —él frunció el ceño.


Ella no pudo responder. Tenía un nudo en la garganta y sabía que iba a ponerse a llorar
en cuanto lo intentara. Le temblaban las manos.

Rhett frunció aún más el ceño.

—Dime que el imbécil del alumno de Deane no te ha hecho nada. Porque te juro que voy
a...

Se interrumpió a sí mismo, sorprendido, cuando Alice se lanzó sobre él y le rodeó con


urgencia con los brazos, abrazándolo con todas sus fuerzas. Rhett se quedó paralizado de
la impresión, pero no le importó. Apoyó la mejilla en su pecho y pudo escuchar su
corazón latiendo. No pudo más y empezaron a caerle lágrimas por las mejillas.

—Alice, ¿qué...?

—Te he echado tanto de menos... —susurró—. Tanto... no hay una maldita cantidad en el
mundo para expresarlo.

Rhett parpadeó, sorprendido, antes de rodearla también con los brazos, confuso.

—Bueno... yo... quiero decir, nos vemos cada día en las clases. Y en las clases extra. Y
en la cafetería. Y en la habitación, cuando te presentas con esas bragas raras que... es...
mhm... no es que las mire, es que...

Alice sonrió sin poder dejar de llorar y se separó. Él parecía todavía más
confuso.

—¿Me vas a decir ya qué te pasa o tengo que jugar a adivinarlo como un idiota?

Alice subió las manos hacia su cara y Rhett se quedó paralizado cuando le tocó la cicatriz
con el pulgar, pero no se movió. Clavó los ojos en los suyos, perplejo.
Alice no pudo contener otra oleada de lágrimas cuando bajó el pulgar a sus labios y
recorrió el inferior lentamente.

¿Cuántas veces había hecho eso sin saber que habían sido las últimas?

—Si hubiera... s-si hubiera sabido que no te volvería a ver... yo...

Rhett seguía pareciendo confuso, pero tampoco se movió esa vez.

—Lo siento mucho. Yo... debí hacer algo más. Debí... —Alice respiró hondo, negando con
la cabeza—. Te quiero tanto... y... y te echo tanto de menos... me... me he sentido vacía
desde... desde que tú... oh, Rhett...

Él entreabrió los labios, sorprendido, pero se quedó todavía peor cuando Alice se puso de
puntillas y le besó en los labios. Presionó los suyos sobre los de él por unos segundos,
cerrando los ojos y siendo perfectamente consciente de que jamás podría volver a hacer
eso. Jamás. Se separó lo justo para estar a centímetros de su cara. Rhett la miraba,
perplejo.

—Te amo —le dijo en voz baja—, no te lo dije cuando podía y nunca me arrepentiré tanto
de algo en mi vida. Ojalá lo hubiera hecho. Ojalá... yo...

Ella cerró los ojos y volvió a abrazarlo con fuerza, saboreando el momento.

Sin embargo, supo que algo iba mal al instante. Se separó, todavía llorando, y vio que
Rhett se había quedado congelado. De hecho, todo a su alrededor parecía haberse
detenido en el tiempo. Dio un paso atrás, confusa.

—¿Q-qué...? ¿Rhett? ¿Me...?


—No puede oírte.

La voz del padre John hizo que diera un respingo.

—Podrías vivir aquí para siempre, Alice —replicó él suavemente.

Alice miró a su alrededor, pero la voz estaba en su cabeza. Tragó saliva,


mirando a Rhett. No podía dejar de hacerlo. Se acercó y sujetó su mano. Aunque
no fuera real. Aunque no lo fuera. No podía desaprovechar eso.

—Me sorprende que este sea tu mayor deseo —confesó el padre John mientras ella
volvía a acercarse y apoyar la cabeza en el pecho de Rhett—. Una parte de mí creyó que
tu deseo sería haber vivido antes de la guerra. Pero... veo que esa ciudad realmente te
hizo feliz.

En realidad, esa ciudad había sido la única felicidad que había conocido. Y Alice sintió
que su pecho se oprimía al darse cuenta de que esa felicidad no volvería.

—Podrías vivir aquí, Alice —replicó suavemente el padre John—. Tanto tiempo como
quisieras. Con todas las modificaciones que desearas. Podrías ser feliz.

Alice cerró los ojos apoyando la frente en el hombro de Rhett.

—No quiero vivir una mentira —murmuró.

El padre John suspiró.

—Podría hacer tantas cosas para ayudarte, Alice... tantas. Podría incluso borrarte
los recuerdos.

Ella se detuvo en seco y casi pudo ver la sonrisa del padre John.
—Nunca sabrías que ellos han existido. Nunca sabrías que nada de esto ha pasado.
Solo serías un androide feliz. Podría restaurar tu memoria hasta el día antes de darte
ese revólver para empezar de cero.

Hubo una pausa. Alice miraba fijamente a Rhett, paralizada.

—Y no habría dolor. No habría sufrimiento, ni culpa... no habría nada. Nada.

La frase se quedó suspendida en el aire por unos segundos. Alice tragó saliva.

—Podría hacer desaparecer tu dolor, Alice. Solo tienes que pedírmelo.

Ella respiró hondo y apoyó la frente en el pecho de Rhett. Ya no podía sentir sus latidos.
Volvía a estar vacía. Como había estado desde que él había... muerto.

Sujetó su camiseta con dos puños y tuvo que contener otro sollozo. No volver a verlo era
tan doloroso que no podía ni imaginarse vivir con ello. Dudaba poder hacerlo. Una vida
sin él no era una vida llena. Una vida sin él era... nada.

—No quiero ser nada —murmuró.

El padre John tardó unos segundos en responder. Por primera vez en su vida, sonó como
un padre de verdad.

—Lo sé, hija.

Hubo un momento de silencio.

Entonces, ella se separó de Rhett y fue, probablemente, lo más doloroso que había hecho
en su vida entera. Se sintió como si estuviera dejando parte de su corazón en él. Pero no
dudó. No miró atrás. Se dio la vuelta y empezó a andar hacia la salida. Cerró los ojos con
fuerza y negó con la cabeza.
—Llévame de vuelta.

—¿Qué?

—He dicho que me lleves de vuelta.

—Hija, no...

—Sácame —espetó.

De nuevo, no miró atrás. Solo cerró los con fuerza.

Al abrirlos, volvía a estar con el padre John en la sala blanca.

Él la observaba con curiosidad. Ya la había desatado. Alice apartó la máquina de


delante de su cara y se dio cuenta de que ya no estaba llorando. Solo volvía a tener la
misma expresión vacía que había tenido hasta ese momento.

—¿Por qué has querido salir? —preguntó él finalmente.

Alice no respondió. Bajó de la camilla y se acercó a la ventana. Se otorgó un momento


para cerrar los ojos y respirar hondo.

—Porque no quiero vivir una mentira.

—No era una mentira.


—Sí lo era —dijo en voz baja—. Ellos no eran reales. Rhett... no era real. Porque el real
está muerto.

El padre John suspiró a su espalda.

—Pensé que, dado que no puedo devolverte al real, te gustaría esto.

Alice se limitó a observar la ciudad por unos segundos antes de girarse


lentamente hacia él con el ceño fruncido.

—¿Devolverme? —repitió?

Él se había sentado en la camilla, mirándola. Asintió con la cabeza.

—Pensé en convertirlo en androide. Para ti.

—No sería lo mismo —replicó Alice, observándolo con atención—. No tendría sus
recuerdos. Solo sería un recipiente vacío.

—No tiene por qué ser así, hija. No fue así conmigo.

Él sonrió ligeramente cuando vio que tenía toda su atención.

—Intento no hacer excepciones, pero solo tendría que dejar de bloquear sus recuerdos
humanos a la hora de crearlo. Y eso sería todo. Podrías recuperarlo.

Alice entreabrió los labios, pero él la detuvo con otro suspiro.

—Pero... no tengo la fórmula para crear androides —replicó—. Tú me la quitaste,


¿recuerdas?
Ella no dijo nada durante unos segundos en los que el padre John se dedicó a alcanzar
su bastón y pasar una mano por la empuñadura distraídamente.

Finalmente, Alice lo miró.

—¿Y... y si lo tuviera?

Él se quedó quieto un momento antes de mirarla.

—Entonces, podría ayudarte.

—Si... si te lo diera... ¿podría...?

—Podrías recuperar a tu amigo.

El padre John esbozó media sonrisa cuando vio que el pecho de ella subía y bajaba
rápidamente.

—Pero solo puedo hacer eso si lo tienes, Alice. Si no, me temo que no puedo seguir
ayudándote.

Durante unos segundos, ambos se quedaron en silencio. Alice agachó la mirada al suelo y
respiró con dificultad.

El padre John esperó pacientemente, pero no puedo evitar que sus labios se curvaran
hacia arriba cuando vio que Alice metía una mano en su bolsillo trasero y sacaba un
pequeño objeto oscuro. Lo observó un momento en su palma antes de mirar al padre
John.

—¿Me das tu palabra de que lo harás?


El hombre asintió lentamente y extendió la mano.

—Primero vas a tener que confiar en mí, Alice.

Ella volvió a dudar.

Pero, finalmente, tragó saliva y se acercó, dejando el pequeño objeto en la palma


de su mano.

El padre John cerró la mano entorno a la pequeña tarjeta de información y respiró hondo,
revisándola con los ojos. Alice lo miraba con gesto suplicante.

—¿Cuándo lo harás?

Él volvió a mirar la tarjeta con una pequeña sonrisa.

—¿A qué viene tanta prisa, Alice?

—Me has dicho que lo harías —aseguró ella atropelladamente—. Lo has


prometido.

—¿Lo he hecho?

Alice lo observó por un momento antes de abrir ligeramente más los ojos.

—Por favor, no...


—Es broma —replicó él, sonriendo ligeramente—. ¿Crees que jugaría así con tus
sentimientos?

Ella seguía pareciendo confusa cuando el padre John se puso de pie.

—¿Quieres recuperarlo?

Alice asintió con la cabeza con vehemencia.

—Entonces, voy a necesitar que me demuestres que puedo confiar en ti, Alice.

—¿C-cómo?

—Sígueme.

Y lo hizo. Lo siguió, ansiosa, hacia el ascensor. Dos guardias se unieron a ellos por el
camino y Alice los miró de reojo cuando notó que tenían las manos en sus pistolas. El
padre John le dedicó una pequeña sonrisa antes de pedir a la madre que los dejara en el
sótano.

Las puertas del ascensor se abrieron y, cuando Alice hizo un gesto para quedarse
ahí, los guardias la agarraron bruscamente de los brazos y la arrastraron tras el
padre John. Ella respiraba dificultosamente cuando se detuvieron delante de una
de las primeras celdas.

¿Iban a encerrarla?

El pensamiento hizo que contuviera la respiración.

El padre John pasó su tarjeta por delante del panel de la puerta y la abrió sin más
preámbulos. Alice intentó volver a respirar cuando la empujaron a su interior.
Se quedó ahí de pie, confusa, en la celda vacía. Tragó saliva e hizo un ademán de
intentar salir, pero un guardia la empujó hacia atrás de nuevo. El padre John la miraba
junto a la puerta.

Un momento, ¿dónde estaba el otro guardia?

Como si alguien hubiera escuchado la pregunta, Alice vio que reaparecía. Y no lo hizo
solo.

Durante unos segundos, sintió que su corazón dejaba de latir.

El guardia se detuvo dentro de la celda con su acompañante agarrado de la nuca. Lo


detuvo justo delante de Alice y él levantó la cabeza. Durante unos segundos, solo se
miraron el uno al otro.

—¿Charles? —preguntó ella en voz baja.

Lo repasó de arriba abajo y se dio cuenta de que tenía vendas en el brazo, pero eso era
todo. Levantó la mirada a la suya, aterrada ante la posibilidad de que le hubieran
reiniciado... pero no.

—¿Querida? —él puso una mueca—. ¿Qué demonios?

Alice intentó decir algo, lo que fuera, pero sintió que el guardia la apartaba unos metros
hacia atrás. Él sujetó a Charles de la nuca para que no pudiera moverse. Y Alice sintió
que el padre John le ponía una mano en el hombro.

—Cuando mis hombres se dieron cuenta de que era un androide, me informaron y pensé
que podría encontrarle alguna función en la ciudad —replicó él suavemente—. Así que
dejé que viviera. Al final, me va a servir para algo.
Charles seguía sin entender nada. Alice tampoco. Ella temblaba de pies a cabeza.

—¿P-para qué? —preguntó con voz temblorosa.

El padre John movió la mano a su cinturón y extrajo lentamente la pistola que Max le
había dado.

—Sabes para qué, Alice.

Cuando ella sintió el frío peso de la pistola en su mano, el mundo se detuvo.

—Te dejo elegir —le dijo el padre John en voz baja—. Elige a este, y el otro
permanecerá como ahora. Elige al otro... y este morirá. Es tu decisión.

Alice fue incapaz de reaccionar.

—¿El otro? —Charles intentó moverse, pero lo detuvieron—. ¿Está hablando de cara-
cortada? ¿Qué pasó, querida? ¿Os atraparon?

Alice lo miró. Le temblaban las piernas.

Y, cuando sus ojos conectaron con los de Charles, sintió que él lo entendía todo.

—Elige rápido —agregó el padre John—. O lo haré yo mismo.

—N-no... no puedo... yo no...

—Elige, Alice. Eres afortunada por poder hacerlo, así que aprovéchalo.

Miró a Charles de nuevo y sintió que le temblaba el labio inferior cuando él asintió
casi imperceptiblemente con la cabeza.
—Todo sea por amor —murmuró.

Alice dudó.

Y, entonces, levantó el brazo con la pistola, apuntándolo directamente al estómago.

El padre John vio que ella lo apuntaba durante unos segundos. Le temblaba
violentamente la mano y era poco probable que acertara. Quizá tendría que disparar
dos veces. No se lo impediría.

Vio cómo Alice intentaba pensar a toda velocidad y como el androide agachaba la
cabeza y cerraba los ojos cuando ella quitó el seguro. Estaba preparado para su muerte.
El padre John esbozó media sonrisa y negó con la cabeza.

—Tienes diez segundos, Alice —le dijo—. Si no has elegido entonces, me temo que
perderás a ambos.

El padre John supo que las palabras habían tenido el efecto que quería cuando ella cerró
los ojos y tomó dos bocanadas de aire.

Sin embargo, su sonrisa se borró cuando vio que ella abría los ojos. No tenía la misma
expresión que antes. Y no le temblaba la mano. En absoluto. De hecho, parecía más
centrada que nunca.

Justo cuando el padre John intentó abrir la boca para decir algo, escuchó dos disparos
cortando el silencio.

Charles se atrevió a abrir los ojos un segundo más tarde de oír los dos disparos. Se miró
a sí mismo preparado para lo peor, pero no vio nada. No había sangre, ni manchas. No
había nada más...

Dio un respingo cuando vio que se estaba formando un charco de sangre a sus pies por
el disparo que había recibido cada guardia.
Alice, por su parte, respiró aliviada de no tener que seguir fingiendo en esa tontería.

Su mano firme se giró en seco hacia el padre John y se acercó a él. El hombre había
empalidecido, pero a ella no le importó.

—Charles —le dijo sin mirarlo—, coge las pistolas de los guardias.

Pero no escuchó movimiento a su espalda.

—¡Charles! —le espetó.

—¿Eh? —él reaccionó por fin—. Espera, ¿sigo vivo? ¿Otra vez? Es decir... no siento
nada.

—Coge las malditas pistolas.

—¿Eh? ¿Qué...? Oh, sí... eh... vale.

Escuchó que daba saltitos entre los guardias para saltear la sangre y alcanzar sus
armas.

Alice intentó no poner los ojos en blanco con todas sus fuerzas cuando volvió a su lado
con las manos manchadas de sangre, dos pistolas y una gran sonrisa.

El padre John, por su parte, estaba entrando en pánico.


—¿Qué demonios te crees que...?

—Admito que no me esperaba esto, querida —Charles sonrió ampliamente a Alice


—. Tú sí que sabes hacer que nuestras citas sean únicas.

—Charles, céntrate.

El padre John frunció el ceño, indignado.

—¡Os estoy...!

—Aunque podrías haberme avisado, ¿sabes? —replicó Charles—. Por la tensión de no


saber si ibas a volarme el estómago o no, más que nada. Hubiera sido un detalle.

—¿Me estáis escuch...?

—¿Y cuándo querías que te lo dijera? Ni siquiera estaba segura de que estuvieras
vivo?

—¡Estoy diciend...!

Charles ahogó un grito.

—¿No has venido a salvarme a mí? ¿Qué clase de novia eres tú?

—¡OS ESTOY HABLANDO!


Los dos se giraron de nuevo hacia el padre John. Tenía las mejillas encendidas por el
enfado.

Pero, lejos de parecen intimidados, Charles se limitó a fruncirle el ceño.

—¿Te quieres callar? Estamos hablando de cosas importantes. No todo puede girar a tu
alrededor, viejo egocéntrico.

—¡Me da igual! —les espetó el padre John—. ¡Os recuerdo que estáis en mi ciudad
y que os habéis atrevido a atacar a uno de mis...!

Se detuvo en seco cuando Alice, sin siquiera parpadear, bajó la mano y le disparó
en la pierna buena.

Él cayó al suelo soltando un gruñido de dolor antes de que la sensación se


extendiera por todo su cuerpo, haciendo que se retorciera entre gimoteos y
gruñidos. Miró a Alice y vio que ella negaba con la cabeza.

—¿Vas a callarte ya o tengo que dispararte también en brazo?

—¿Callarme? —el padre John negó con la cabeza, invadido por la adrenalina—. No sabes
el error que has cometido, pequeña desagradecida. No tienes ni la menor idea de lo que
has hecho.

—He matado a tus dos guardias —replicó Alice lentamente—. Y luego mataré a los
demás guardias que no estén dispuestos a rendirse, haré lo mismo con tus queridos
científicos, sacaré a los androides de aquí y luego destruiré tu bonita ciudad, justo como
tú hiciste con la mía hace unos meses. Oh, y entre todo eso, pienso recuperar a Rhett.

Hizo una pausa, mirándolo fijamente.

—Créeme, sé perfectamente lo que hago aquí, papi.


—¿Recuperar a tu amigo? —él negó con la cabeza, riendo irónicamente—. Te
recuerdo que me has dado ese poder a mí.

Él sacó la pequeña tarjeta de información de su bolsillo y la atrapó en su palma


ensangrentada. Se la enseñó a Alice justo antes de apretar el puño con fuerza.

La tarjeta se hizo trizas en su mano.

Él sonrió, pero Alice se mantuvo impasible completamente.

Charles, que se había mantenido a un lado todo ese tiempo, apretó los labios en una dura
línea.

—Me temo que parte de tu plan ha fallado —le dijo el padre John lentamente a Alice.

Ella no respondió. Al menos, durante unos segundos. Su mirada era helada cuando
él abrió la mano y dejó caer los restos de la tarjeta en el suelo.

Finalmente, lo miró a la cara.

—¿Sabes por qué Max siempre ha sido mi padre, y no tú?

El padre John parpadeó, algo confuso. ¿A qué venía eso ahora?

—¿Lo sabes? —insistió Alice.

—No me vengas con tont...

—Max no hubiera necesitado pensarlo dos veces porque me conoce mucho mejor de lo
que tú me conocerás jamás. Y habría sabido al instante, solo con
mirarme, que nunca le daría una información tan valiosa a alguien como tú. Jamás.

Ella sacó algo de su bolsillo. Un pequeña tarjeta negra. Él abrió los labios, pero no pudo
decir nada.

—La información real ha estado aquí todo el tiempo —Alice lo observó, impasible—.
Lo que acabas de destruir son los recuerdos oscuros que Alicia tenía sobre ti. Supuse que
no volvería a necesitarlos.

Silencio. El padre John dejó caer la mano en su regazo, olvidándose incluso de su dolor
en la pierna.

Alice se acercó a él lentamente y él fue incapaz de moverse cuando ella se inclinó hacía
delante y sacó la tarjeta para abrir puertas del bolsillo delantero de su camisa. Le echó
una ojeada y se la lanzó a Charles, que la atrapó con la mano libre.

—No te preocupes, la cuidaremos por ti —le aseguró él.

Alice levantó un poco la barbilla y lo observó.

—¿Tienes algo más que decir?

—Mis guardias se encargarán de vosotros —espetó él en voz baja—. Nunca saldréis


de aquí con vida, no es...

—Por suerte, tú no tendrás que verlo.

Él no entendió muy bien a qué se refería hasta que Alice volvió a estirar el brazo. Solo
que esta vez apuntó directamente en su estómago. El padre John perdió todo el color de la
cara.

Alice vio cómo, en sus ojos, todo tipo de emociones hacían que se quedara quieto
en su lugar. La más obvia era la de terror.
—Alice... —él negó con la cabeza lentamente—, no tienes que hacer esto. Soy tu
padre.

Ella no dijo nada.

—Soy la única familia que te queda, no puedes...

—Te equivocas —lo cortó—. He tenido suerte de encontrar una familia. Y, precisamente
por eso, para protegerla, es por lo que voy a apretar este gatillo.

Él tragó saliva cuando Alice quitó el seguro de su pistola.

—Esto es por Jake. Y por su madre —ella apretó los labios—. Y, especialmente, por
Alicia.

Respiró hondo cuando él cerró los ojos.

—Adiós, John.

Y, sin necesidad de decir nada más, apretó el gatillo.


CAPÍTULO 55
Alice sintió que le zumbaba la mente cuando bajó de nuevo la mano. Todavía notaba la
pistola ligeramente caliente por el disparo cuando se dio la vuelta y la recargó sin decir
absolutamente nada sobre lo que acababa de pasar.

Charles, a su lado, la miraba en silencio.

—Vámonos —murmuró Alice.

Él la siguió fuera de la sala y cerró la puerta tras él, pero detuvo a Alice del brazo antes de
seguir avanzado.

—Oye, querida... siento que hayas tenido que...

—Ni se te ocurra —advirtió Alice—. No me siento mal por ello. En absoluto. Debería
haberlo hecho hace mucho tiempo.

Charles dudó antes de seguir hablando, y ella agradeció que cambiara de tema.

—Sé que ahora la tensión está un poco alta como para pensar, pero no sé si te acuerdas
del pequeño detalle de que estamos rodeados de gente que quiere matarnos.

—No se me ha olvidado.

—¿Y puedo preguntar si hay algún plan? —él soltó una risita nerviosa—. ¿O solo...
iremos improvisando sobre la marcha?

—Lo de improvisar me gusta.

—A mí me causa un poco de ansiedad, pero si es tu plan no voy a quejarme.

—Tranquilo, no es mi único plan. Ven conmigo.


—¿Dónde?

Alice no respondió. Le quitó una de las pistolas de la mano y se la guardó en la funda


vacía del cinturón. Charles se quedó con las otras dos, aunque todavía parecía un poco
entumecido como para usarlas.

Ella cruzó el pasillo entero y subió las escaleras principales, cosa que pareció aumentar
considerablemente el nivel de estrés de Charles.

—¿Cuál es la estrategia? ¿Ir por la ciudad como si nada hubiera pasado para escapar?

Alice le dirigió una mirada de soslayo, cruzando un pasillo vacío.

—No vamos a escapar.

—Ah, clar... espera, ¿qué?

—Ya me has oído.

—Sí, pero espero que eso no implique que todo esto sea un plan suicida.

—Todos mis planes son un poco suicidas.

Ella volvió a subir unas escaleras sin molestarse en asegurarse de que no hubiera
nadie. Él la seguía, mirando cada rincón que cruzaban en busca de guardias.

—¿Puedo preguntar, al menos, dónde vamos?

—Un piso más arriba.

—¿Por qué?

—Porque lo digo yo.


Él le puso mala cara.

—Qué mal te está sentando la viudedad.

Alice lo ignoró categóricamente y sacó la pistola del cinturón cuando escuchó pasos al
otro lado de la puerta de las escaleras. Sin embargo, los pasos se alejaron rápidamente y
la abrió. Fue directa al pasillo sin salida y Charles la siguió dócilmente. Incluso cuando
abrió la última puerta y llegaron a la sala vacía con la ventana rota. Se quedaron los dos
ahí de pie un momento.

—Bueno, no es que muy tenga buenos recuerdos de este rincón particular del maravilloso
mundo —murmuró Charles.

—Yo tampoco, por si te consuela.

—Sigo acordándome de que soy el chico más guapo que has visto.

—Muy bien. Quieto.

—¿Eh?

Él frunció ligeramente el ceño cuando Alice se apoyó en su hombro bruscamente para


saltar por la ventana y quedarse de pie en el tejado. Charles asomó la cabeza, confuso.
—¿Vas a tirarte por un tejado después de salvarme?

—No.

Alice entrecerró los ojos en dirección a la gran puerta cerrada de la muralla. Justo cuando
empezó a sacar la ventana, se dio cuenta de que Charles estaba a su lado y la detenía.

—Hemos tenido suerte de que no nos escucharan abajo —le dijo torpemente—, pero no
vamos a tener la misma si disparas aquí.

Alice lo miró durante unos segundos.

—Lo sé.

—¿Que lo sabes? ¡Van a venir corriendo todos los guardias!

—Lo sé.

Charles puso una mueca confusa.

—Mira, entiendo que tu concepto de diversión sea un poco extremo, pero el mío es estar
sentado en un sofá con una cerveza en la mano. ¿No podemos volver directamente?

—No. Tápate los oídos.


—¿Por qué?

Ella levantó el brazo y apuntó durante unos segundos, sujetando el arma con ambos
brazos para que no temblara. Apuntó directamente al pequeño poste de electricidad que
tenían a unos treinta metros. Casi se acordaba de haber hecho lo mismo en La Unión.
Separó un poco mejor los pies y, cuando estuvo segura de que apuntaba al lugar
correcto, disparó.

Al instante en que la bala entró en contacto con el panel del poste, hubo una pequeña
explosión que hizo que saltaran chispas al aire. Todos los guardias que había alrededor se
apartaron, asustados. Charles también dio un paso atrás, confuso.

—¿Qué...? ¿Estás intentando cortarles la electricidad?

—No. Siguen teniéndola.

—Vale, creo que es un buen momento para que me aclares unas cuantas cosas.
¿Sabes que van a abrir esa puerta en cualquier momento y van a venir corr...?
¡Oye!

—Ven conmigo y cállate, Charles.

Él resopló, pero lo hizo. Alice bajó de un salto al tejado del piso inferior y entró por la
ventana, aterrizando en el pasillo vacío. Charles aterrizo a su lado pocos segundos
después y empezó a seguirla. No entendió nada hasta que vio que se estaban acercando a
una puerta abierta.

—¿Nos vamos? —preguntó, casi dando saltos de alegría.

—No exactamente.
Alice se detuvo en medio del pasillo sin llegar a la puerta y Charles vio que giraba la
pistola y golpeaba algo con fuerza en la pared. Él dio un respingo.

—¿Qué es eso?

—El control de esa puerta —murmuró—. Ya no pueden cerrarla.

—¿Y qué más da si la cierran?

—Tengo unos amigos que tienen que llegar todavía. No querría que se encontraran una
puerta cerrada.

—¿Amigos? ¿Qué amigos? ¿Max?

Alice negó ligeramente con la cabeza.

Ella vio que Charles entreabría los labios al mirar la puerta abierta.

—¿Salvajes? —preguntó en voz baja.

Efectivamente, un gran número de ellos estaba cruzando la puerta en ese momento.


Estaban encabezados con el hombre con el que Alice y Rhett habían hablado una vez.
Su líder. Él hizo un gesto de reconocimiento a Alice antes de empezar a avanzar por el
edificio. Charles, a su lado, los miraba fijamente, sin poder dar crédito.
—¿Qué...?

—Me debían un favor —explicó ella en voz baja—. Una vez los dejamos cruzar la
ciudad.

—¿Lo de antes, lo de la electricidad, era una señal para que entraran?

Alice asintió con la cabeza. Charles se llevó una mano al corazón.

—¿No podías habérmelo dicho? Empezaba a pensar que se te había ido la olla.

—Se me fue hace mucho —replicó Alice.

—Vale, ¿y qué van a hacer? ¿Matar a todo el mundo?

—Se encargarán de los guardias. Y tienen órdenes de no atacar a nadie que decida
rendirse.

Ella se cruzó de brazos y lo miró. Charles retrocedió un paso, intimidado por la


seriedad de su mirada.

—¿Quieres irte ahora o quedarte conmigo a resolver unas cuantas cosas?

Él dudó. Alice enarcó una ceja.

—No me enfadaré si te vas, pero vas a tener que decidirlo ya.


—N-no... bueno, yo me quedo contigo, querida.

—Bien. Pues vamos a desactivar la alarma.

—¿Qué alarma?

—La que lleva sonando desde que he disparado, Charles.

—Oh... ni siquiera me había dado cuenta.

Ella puso los ojos en blanco y se metió entre la manada de salvajes que seguían entrando
en el edificio. Realmente eran muchos más que los guardias. Ella no se esperaba a tanta
gente.

Todavía recordaba haberse ido precipitadamente de la zona de Max para ir a una de las
ciudades libres. Se había quedado en una de las casas durante casi una hora hasta que por
fin apareció uno de ellos. Le había pedido hablar con su líder y, gracias al pacto de
neutralidad al que habían llegado, a él no le quedó más remedio que escucharla.
Convencerlo de que tenía que devolverle el favor por dejarles cruzar la ciudad había sido
sorprendentemente fácil. Aunque Alice sospechaba que había accedido a invadir la
ciudad con ella solo porque odiaba a esos científicos tanto como ellos odiaban a los
salvajes.

Cruzó entre la gente hasta llegar a las escaleras. Escuchó gritos y unos pocos disparos,
pero los ignoró mientras iba directamente a la sala de control a la que habían ido ese día.
Pasó la tarjeta del padre John por la zona, pero fue inútil. La pantalla táctil se iluminó de
rojo. Intentó abrir con el pomo, pero también fue inútil.

—Está bloqueada por alguien —le dijo Charles—. Creo que vamos a tener que ser un
poco más bruscos.
—¿Tienes alguna idea?

—Unas cuantas.

Alice se apartó y vio que él sacaba la pistola y disparaba directamente a la cerradura de


la puerta. Parte de ella voló por los aires, pero con una patada fue suficiente como para
abrirla.

Los dos tenían las pistolas en la mano cuando entraron, alerta, pero no parecía haber nadie.

No lo parecía... pero Alice sabía que sí lo había.

Se giró instintivamente hacia la zona que escondían unos cuantos ordenadores y escuchó
a Charles detrás de ella, cubriéndola mientras se acercaba bajo la mesa. Tensó la mano
entorno a la pistola antes de bajar la mirada y encontrarse directamente con un guardia
escondido y aterrado.

Y no cualquier guardia. Era el que la había molestado el otro día.

Él también la reconoció al instante. Alice pudo ver que sus ojos pasaban de la
incertidumbre y el miedo al terror más absoluto.

—Vaya, mira a quién tenemos aquí —ella esbozó media sonrisa malvada—. No te
imaginas cómo me alegro de volver a verte.

—Oh, mierda —murmuró él.


—De pie. Vas a ayudarnos.

—¿Yo...?

—¿Te acuerdas de lo que te hice la última vez que perdí la paciencia contigo?

Él tragó saliva y asintió con la cabeza rápidamente. Alice le enseñó a pistola.

—Bueno, pues lo hice sin estar armada. Así que te recomiendo que hagas lo que te
pida. Ya. Ponte de pie.

Él intentó hacerlo tan rápido que se dio un cabezazo sonoro contra la mesa. Alice
puso los ojos en blanco cuando Charles soltó una risita a su espalda.

Finalmente, él estuvo de pie delante de ella con la cabeza agachada.

—Oye, lo que pasó... eh... si hubiera sabido que me estabas entendiendo no...

—Me da igual, así que cállate. ¿Cómo te llamas?

—Milo.

—¿Milo? —Charles puso una mueca—. Eso es nombre de perro.

Él enrojeció hasta la raíz del pelo.

—¡Es un nombre original! —protestó.


—Bueno, Milo —Alice volvió al tema—, voy a necesitar que nos ayudes en unas
cuantas cosas, así que te recomiendo que empieces a sentarte delante de ese ordenador.

***

Jake se estaba poniendo el cinturón a toda velocidad y muy torpemente mientras corría
como un loco por el pasillo. Ya estaba jadeando cuando llegó a la altura de Max. Él puso
los ojos en blanco, crispado.

—No puedes venir —le dijo bruscamente—. Te lo he dicho muchas veces, Jake.

—¡Es mi hermana! ¡Tengo derecho a ir a por ella!

Max lo ignoró y se dio la vuelta. Algunos miembros de la ciudad se habían ofrecido


voluntarios para acompañarlo y todos iban armados hasta los dientes. Trisha estaba entre
ellos, aunque solo pudiera usar un brazo.

Jake los siguió de todas formas, enfurruñado, hacia la puerta principal. Justo cuando iba a
abrir la boca para protestar, vio que Max se detenía de golpe, deteniendo también al grupo.
Se giró, confuso, y vio a un Kai tembloroso y rojo bloqueando la puerta con los brazos
estirados.

—Aparta —le advirtió Max en voz baja.

—Y-yo... no puedo hacerlo, lo siento. Se lo prometí a Alice.

—¿Le prometiste qué?

—Que... ejem... no te diría que le había dado la información del padre John. Y que no te
dejaría salir de la ciudad. La primera no se ha cumplido muy bien, así
que todavía me queda la segunda.

Jake se apiadó del pobre Kai cuando Max se inclinó hacia él, dirigiéndole una mirada
glacial.

—Aparta. Es la segunda vez que te lo advierto.

—¡Se lo prometí a Alice! ¡Tengo que esperar a su señal!

—¿Qué señal?

Él sacó torpemente un aparato de su bolsillo. Parecía un pequeño altavoz.

—Me dijo que me hablaría en cuanto pudiera.

Max cerró los ojos un momento.

—No va a hablarte. Se ha ido a una ciudad enemiga completamente sola y lo más


probable es que termine como Rhett y Charles si no hacemos algo, ¿no lo ves?

—P-pero...

—Es la tercera y última vez que te lo pido, chico; apártate.

Kai dudó visiblemente. Estaba temblando de pies a cabeza.


Finalmente, cuando Max hizo un gesto de apartarlo él mismo, el aparato que tenía en la
mano emitió un zumbido extraño y Jake clavó los ojos en él, confuso.

—¿Kai? —la voz de Alice inundó la sala, completamente silenciosa—. ¿Estás ahí?

Kai estaba tan nervioso que su sonrisita de triunfo ante la perplejidad de Max tembló
visiblemente. Él pulsó un botón y se acercó el aparato a la boca.

—E-estoy aquí.

Pasaron unos cuantos segundos antes de que Alice volviera a hablar.

—¿Estás tartamudeando porque Max está contigo?

Como si acabara de reaccionar, él le arrancó el aparato de la mano y se lo llevó a la boca,


furioso.

—¿Se puede saber qué te crees que estás haciendo? —le espetó a Alice.

—Sí, yo también me alegro de oír tu voz —murmuró ella.

—No estoy de humor, Alice. No lo estoy en absoluto. Más te vale no tener


pensado ir a esa ciudad tú sola.

Jake vio que el ceño fruncido de Max se hacía más profundo cuando ella soltó una risa un
poco seca.

—No sé qué es tan gracioso —masculló de mala gana.


—Lo gracioso es que ya estoy en ella —replicó Alice.

Jake abrió mucho los ojos y miró a Trisha, que a su lado parecía tan sorprendida como él.
Max les dio la espalda y tardó unos instantes en responder.
Demasiados. Alice se adelantó.

—Bueno, solo os quería comunicar que está todo bajo control.

—¿Bajo cont...?

—Volveré esta noche si todo va bien. Oh, y Charles está vivo. Adiós.

Y, sin más, dejó de escucharse el zumbido. Había desconectado el aparato. Todo el

mundo se quedó en silencio, confuso.

***

Alice esquivó a otro salvaje cuando siguió guiando a Milo por los pasillos. Finalmente,
llegaron al último piso y él se detuvo delante de una de las múltiples puertas.

—Es... es aquí —murmuró en voz baja.

Alice seguía apuntándolo en la espalda con una pistola, pero dejó de hacerlo cuando
Charles la sustituyó. Sacó la tarjeta de su bolsillo y enarcó una ceja en dirección al
guardia.

—Espero que no me estés mintiendo, Milito.

—No me llames Milito, por favor... —masculló, enrojeciendo.


—Repito: espero que no me estés mintiendo.

—¡No lo hago! —le aseguró enseguida.

—Más te vale. Charles, vigílalo.

—Muy bien, jefa.

Ellos se apartaron y Alice se situó delante de la puerta. Pasó la tarjeta por el panel, que se
iluminó de un verde un poco apagado antes de escuchar un click.

Al abrirse, vio una sala parecida a la celda que había ocupado ella durante lo que había
parecido una eternidad en su primera vez en esa ciudad. Sin embargo, esa era individual.
Y más lujosa.

Entró con la pistola en la mano, guardando la tarjeta sin molestarse en cerrar la puerta.
Barrió la habitación con los ojos hasta que encontró lo que deseaba.
Giulia.

Ella estaba sentada en la cama, con la espalda apoyada en la pared. No parecía muy
sorprendida de verla. De hecho, se limitó a soltar una risa entre dientes y a negar con la
cabeza.

—En cuanto he escuchado disparos he supuesto que pronto me tocaría a mí —


murmuró.

Alice no la apuntó con la pistola, pero tampoco la guardó. Se acercó a Giulia y se


quedó de pie delante de ella, mirándola fijamente.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Giulia, curiosa—. ¿Invadirás nuestra ciudad tú sola?

—No tengo ningún interés en vuestra ciudad —replicó Alice frívolamente—. Y te


aseguro que no estoy sola.

—Tampoco te veo muy acompañada.

—No necesitaba a nadie para ocuparme de ti.

Se miraron fijamente durante unos segundos. Alice había querido que sonara amenaza.
Le hervía la sangre solo con verla. Solo podía pensar en que había sido ella la que
había apretado el gatillo contra Rhett. Todo ese infierno había empezado por su culpa.
E iba a encargarse de que tuviera algo a cambio. Algo poco agradable.

Vio venir el golpe. Giulia intentó darle una patada y pasar por su lado a la puerta abierta,
pero Alice fue más rápida. Le sujetó el tobillo y le barrió el pie que tenía en el suelo con
una pierna. Giulia cayó al suelo con un golpe sordo y Alice clavó un pie en su cuello,
inmovilizándola. Justo como había hecho Giulia cuando se había llevado al bebé.

Tenía tantas ganas de apretar el gatillo y acabar con eso que casi se le olvidó que tenía
cosas pendientes antes de ello.

Giulia soltó una risa entre dientes cuando intentó zafarse y fue incapaz de hacerlo.

—La pequeña androide tiene habilidad —murmuró irónicamente.

—Más que tú, pequeña humana.


Giulia suspiró y dejó de luchar, mirándola todavía con una sonrisa egocéntrica.

—No sabes lo que te hará el líder cuando se entere de que lo has traicionado, chica —
replicó ella—. Vas a arrepentirte del día en que te crearon.

—Lo dudo mucho.

—Oh, ¿en serio?

—Sí. Porque he matado a tu querido líder.

Por primera vez desde que la conocía, Giulia borró toda expresión de altivez por completo.
En su lugar, se quedó mirándola con ingenua sorpresa.

—¿Cómo?

—Ya me has oído —replicó Alice sin inmutarse.

Durante unos segundos, la mujer no dijo nada. Sin embargo, terminó obligándose
a reaccionar.

—¿Y qué quieres de mí? Porque me necesitas para algo, ¿no? Si no, ya tendría una bala en
el cerebro.

—Dime dónde guardáis las máquinas para crear androides.


Giulia volvió a su sonrisa socarrona.

—¿Para qué quieres eso, pequeña androide?

—Eso no es asunto tuyo. Habla.

Alice había sacado la pistola para apuntarla en la cabeza y que hablara antes. Sin
embargo, no puedo evitar una mueca confusa cuando Giulia empezó a reírse.

—Debería haberte disparado a ti en lugar de a tu novio.

Alice sintió que sus dedos se apretaban entorno a su arma. El corazón empezó a latirle
con fuerza. Y con rabia. Giulia seguía sonriendo.

—Le dije a tu querido padre que no te creara. Que era un error. Nunca me escuchó. Estaba
obsesionado con tener a su querida familia para siempre.

—Los androides no viven para siempre.

—No, pero se mantienen. Tú nunca envejecerás, chica. No por fuera, al menos. Pero tu
esperanza de vida es la misma que de un humano. Entonces, tu núcleo empezará a
apagarse.

Alice sacudió la cabeza. Esa conversación le daba absolutamente igual en ese


momento.

—Dime dónde están las máquinas.


—¿Cuántas veces estuviste a punto de morir antes de llegar aquí? —Giulia sonrió,
ignorándola—. Y papi siempre venía a salvarte. Incluso esa vez que tuvo que venir a
vuestra estúpida ciudad para quitarte eso de dentro.

—¿Quitarme eso de dentro? No me quitó nada. Había usado la máquina de memoria


demasiado tiempo y...

—Oh, por favor, dime que no sigues creyéndote esa mentira.

Alice frunció ligeramente el ceño.

—¿Cómo?

—La máquina no puede hacerte daño, idiota —le espetó Giulia, apartándole el pie de su
cuello—. Absolutamente todo lo que tienes en el cuerpo menos una pequeña parte del
cerebro y el núcleo de tu estómago es humano. Puedes tener algunas enfermedades
humanas, pero te aseguro que no hay enfermedades de androides.

Alice estaba tan sorprendida que permitió que se sentada con la espalda apoyada en la
pared. Incluso bajó el arma sin darse cuenta, pero Giulia no parecía tener ninguna
intención de irse. De hecho, solo se acomodó, mirándola fijamente.

—Él me curó —aclaró Alice—. Tenía una falta de... algo... y él me curó.

—No tenías una falta de nada, idiota. Solo se ocupó de que lo que habías hecho no te
matara.

—¿Y qué había hecho?


—Tener relaciones sexuales, querida.

Alice enarcó una ceja.

—Eso no tiene por qué afectar a nada.

—Eso no, pero en el momento en que te dejan embarazada, sí afecta bastante.

Alice sintió que su mente se quedaba en blanco. Se quedó mirando a Giulia


fijamente, incapaz de reaccionar. Sin darse cuenta, dio un paso atrás.

—¿Em... embarazada?

—Sí, querida, despierta. Lo que tenías no era ninguna falta de nada. Era un
embarazo. Tuvo que terminarlo para que no te matara.

—P-pero... las androides no... no pueden...

—Tu amiguita Eve debería ser un buen ejemplo de que sí pueden quedarse embarazadas
—replicó Giulia, enarcando una ceja—. La diferencia es que a ella la modificaron para
que pudiera soportarlo. E incluso así no sirvió para que sobreviviera. A ti no. Te habría
matado, querida.

Alice seguía mirándola fijamente. Le daba la sensación de que le zumbaban los oídos.
—Pero no te preocupes —añadió Giulia con una sonrisa—, te modificó para que no
pueda volver a suceder. Enhorabuena, eres oficialmente estéril. Ya no puedes traer a
ningún pobre niño a este mundo de mierda.

Como Alice seguía sin reaccionar, Giulia suspiró y cerró brevemente los ojos.

—Si te consuela, no eres la única a la que ha engañado —murmuró—. Es lo que hizo


conmigo desde que nos conocimos. Para que hiciera lo que me decía sin pensar. De no
haber sido mi líder, le habría disparado hace mucho tiempo.

Alice por fin se obligó a sí misma a volver a la realidad, aunque la cabeza le daba
vueltas. No sabía qué pensar. No sabía qué sentir. No sabía qué hacer.

Así que se limitó a volver a apuntar a Giulia.

—Las máquinas —repitió—. ¿Dónde están?

—No lo sé, idiota —Giulia puso los ojos en blanco—. ¿Te crees que a mí me
enseñaba algo de eso? Ese hombre no confiaba en nadie. Solo servía para manipular.

—Si tanto le odiabas, ¿por qué demonios has estado a su lado tanto tiempo?

—Porque no tenía alternativa y quería sobrevivir —replicó Giulia amargamente—


. Como todos, mi pequeña androide.

—Yo no soy así.

—Tú eres exactamente igual, chica.


—No los soy.

—Cuando vivías en la zona de los androides sabías perfectamente lo injusto que era el
trato con vosotros, que vivíais en una dictadura y que, en cuanto dijerais algo
inapropiado, os castigarían. Y nunca hiciste nada para cambiarlo. Ni siquiera te hubieras
marchado de no haber sido por lo que pasó.

Alice apretó los labios en una dura línea.

—No entraré a hablar de eso —murmuró—. Dime dónde puedo encontrar las
máquinas o...

—¿No has pensado que no va a servirte de mucho encontrarlas sin saber usarlas?

—Tengo la información para crear androides.

—Oh, ¿en serio? ¿Y no crees que necesitarías todo lo demás?

Alice se quedó callada un momento, intentando no dejar ver que creía que tenía razón.

—No.

—Es una lástima que hayas matado al padre John tan precipitadamente, chica. Ahora
no podrás llevar a cabo tus experimentos.

Giulia soltó una risita burlona cuando vio que el pecho de Alice subía y bajaba a toda
velocidad.
—Oh, no te alteres tanto. Seguro que encuentras una solución.

—Cállate.

—De hecho, yo podría tenerla aquí mismo.

Alice enarcó una ceja, todavía un poco tensa, cuando ella se llevó una mano a la espalda.
Enseguida adoptó una posición defensiva, pero Giulia solo sacó dos tarjetitas negras de su
bolsillo. Las extendió hacia Alice.

Ella la miró fijamente, cautelosa.

—¿Qué es?

—Dos cosas que el líder no quería que llegaran a ti, obviamente. ¿Te crees en serio que
me encerró aquí por lo de tu novio? Oh, por favor. Solo me encerró para que me ocupara
de guardar esto. Pero... sinceramente, ya está muerto. Así que me da igual.

Alice seguía mirándola con desconfianza.

—¿Qué es?

—La primera, es la información completa de la cabecita del padre John acerca de los
androides. Muy útil, la verdad. Y la segunda... bueno, son mis recuerdos
sobre lo que pasó.

—¿Lo que pasó...?

—La noche en que tú estabas amnésica y vinieron a buscarte tus amiguitos. No te


acuerdas, ¿no? Pues está todo aquí.

Alice miró las dos tarjetas sin bajar la pistola.

—¿Y qué ganas tú dándome esto?

—¿Yo? —Giulia empezó a reírse amargamente—. Nada. Solo quiero que todo esto se
termine de una maldita vez.

Alice le arrancó las tarjetitas de las manos y se las metió en el bolsillo.

—Si no son lo que tú dices que son...

—¿Qué crees que ganaría mintiéndote a estas alturas?

—Por lo que he visto sobre ti, nuca te faltan intenciones de mentir.

—Siento decirte, entonces, que esto no es ninguna mentira.

Alice dudó, mirándola fijamente. Sopesó el arma entre sus dedos y quitó el seguro.
Giulia ni siquiera parpadeó.
—No puedo dejarte vivir después de lo que hiciste —le dijo en voz baja—.
Aunque me ayudaras a arrasar la ciudad, no podría.

—Oh, qué pena —Giulia puso los ojos en blanco—. Y todo por disparar a tu
maldito novio.

—Por dispararlo con ese veneno en la bala.

—¿Y qué más te da si tenía veneno o no la bala?

—El veneno es letal para los humanos —Alice apretó los dedos—. Si hubiera sido en
un brazo, o en una pierna, o donde fuera... pero no. Tuvo que ser en el estómago.

—En realidad, apunté a la cadera, ¿sabes?

—Me da igual. No me importa. Le disparaste.

—¿Y qué? ¿Se acaba el mundo por eso?

—Sí. Se acaba en el momento en que mi novio muere por tu culpa.

—¿Muere? Chica, ese veneno solo mata a humanos.

Alice apretó los labios.

—Precisamente por eso.


Giulia la estaba mirando fijamente con expresión extraña. Alice frunció el ceño.

—¿Unas últimas pal...?

—No lo sabes —murmuró Giulia, casi asombrada.

Alice entrecerró los ojos en su dirección.

—¿Saber el qué?

—Lo de tu novio.

Ella sintió que su pecho empezaba a palpitar con fuerza y no supo por qué.

—¿Qué pasa con él? —preguntó en voz baja.

Giulia sonrió ampliamente, asombrada.

—No te lo dijo, ¿verdad? El líder no te lo dijo. Te ha hecho creer que estaba


muerto.

Alice sintió que todo el mundo se detenía a su alrededor. Absolutamente todo.

—¿Qué? —preguntó en un hilo de voz.

—¿Para eso querías las máquinas? ¿Para transformarlo? —Giulia se puso de pie,
mirándola—. ¿Creías que era humano?

—Rhett... Rhett es...

—Él es un androide, chica. Y el veneno no puede matar a un androide.


Alice no se había dado cuenta de que había dejado de apuntarla. De hecho, podría
haber explotado algo a su lado y tampoco se habría dado cuenta. Solo podía mirar
fijamente a Giulia, respirando agitadamente.

—¿Está vivo? —preguntó finalmente, y la respuesta la aterró.

—¿Que si está vivo? Está en la maldita celda de al lado.

Alice ni siquiera lo pensó. Salió precipitadamente de la habitación y Charles cerró a su


espalda, todavía sujetando al guardia. Le temblaba todo el cuerpo cuando se detuvo
delante de la puerta blanca que había visto viniendo, pero a la que no había prestado
atención. Sintió que su corazón se aceleraba al sacar la tarjeta.

—¿Qué haces, querida? —preguntó Charles.

Pero Alice no pudo responder. Solo fue capaz de pasar torpemente, temblando, la tarjeta
por el lector. La pantalla se iluminó y escuchó un leve click.

Una parte de ella sabía que Giulia podía haber mentido. Que era muy probable. Pero no
quería creerlo. Había estado tan centrada en convencerse a sí misma que de había muerto
que no se había molestado en considerar la posibilidad de que no fuera así.

Con una mano temblorosa, empujó la puerta y no se molestó en levantar la pistola. Solo
dio un paso hacia el interior de la habitación y la registró con los ojos con la cabeza
zumbándole.

Y, entonces, sus ojos se clavaron en el chico que se había puesto de pie nada más
verla, paralizado.

Sintió que su corazón se detenía un breve momento y su mano se abría automáticamente,


haciendo que la pistola cayera al suelo. Su cuerpo entero se quedó helado en su lugar.

Rhett estaba vivo. Y estaba delante de ella.


CAPÍTULO 56

Alice ni siquiera recordaba tener la pistola en la mano, pero de pronto sintió que
resbalaba entre sus dedos y chocaba contra el suelo, rompiendo el denso silencio que se
había formado en la pequeña celda.

Rhett estaba delante de ella. Sin ser una simulación. Ni un sueño. Estaba realmente delante
de ella. Estuvo a punto de pellizcarse a sí misma para asegurarse, pero una parte de Alice
ya lo sabía. Era él. Él de verdad.

Pero...

Sintió que la inmediata esperanza que había sentido al verlo empezaba a desvanecerse
lentamente. Tragó saliva cuando vio la extraña expresión en los ojos de Rhett.

La última vez que ella había estado ahí, en una celda, le habían borrado todos los
recuerdos de la ciudad. Y Rhett era un androide —según Giulia, al menos—, por lo que
era posible que le hubiera sucedido lo mismo.

Entonces, ¿no la estaba reconociendo? Alice sintió que una nube de terror se instalaba en
su cerebro. No. Tenía que reconocerla. No había llegado tan lejos como para no...

Detuvo el hilo de sus pensamientos cuando Rhett soltó un suspiro y apartó la mirada.
Ella tensó cada músculo de su cuerpo, incapaz de hablar. Así que lo hizo él, sin
mirarla.

—Cuando he empezado a escuchar disparos algo me ha dicho que tendrías algo que ver
—masculló, poniendo los ojos en blanco.

Alice dudó antes de dar un paso hacia delante. Le temblaban las manos.

—¿Sabes... sabes quién soy?


Rhett se giró hacia ella con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—¿Sabes quién soy? —insistió—. ¿Te acuerdas de mí? ¿Te acuerdas de... de algo
relacionado conmigo?

Rhett mantuvo los ojos clavados en ella por lo que pareció una eternidad. Su expresión fue
más confusa a cada segundo que pasaba.

—¿Te han disparado y se te ha ido la cabeza o qué? —preguntó finalmente,


extrañado.

—¿E-eso es un sí?

—Claro que es un sí. ¿Por qué no debería acordarme?

Alice soltó un suspiro con tanto alivio que casi cayó de rodillas al suelo. Parte de la
angustia que había estado soportando esos días se aliviaba. Aunque fuera solo por un
rato. Estaba a punto de llorar.

—Entonces, ¿qué? —Rhett se cruzó de brazos—. ¿Los disparos tienen que ver contigo o
no?

Ella se olvidó de la situación por un momento y también le frunció el ceño.

—Pues claro que tienen que ver conmigo, ¿o te crees que el pasatiempo más popular por
aquí es pegarse un tiro en el estómago?

—Pero ¿tú te has vuelto loca? ¿Has venido aquí solo por... por rescatar a esos
androides?

—¿Los andr...? ¡Había venido por ti, imbécil!


—¡Ni siquiera sabías que estaba vivo, Alice! ¿Cómo demonios se te ha ocurrido
presentarte aquí?

—¡Pues mira, creía que estabas muerto, sí! ¡Y, si no podía hacer nada al respecto, iba a
matar a Giulia, a John y a todos los que lo habían provocado!

—Madre mía, ¿cuándo te has vuelto tan vengativa? La última vez que lo comprobé eras
una dulce e inocente androide.

—Oh, ¿y qué harías tú si yo me hiciera la heroína del día encerrándome en un maldito


edificio lleno de enemigos y empujándote fuera, Rhett? ¿Te quedarías de brazos
cruzados? ¡Lo dudo mucho!

—¡No intentaba hacerme el héroe, intentaba salvarte!

—¿Salvarme? ¡¿Tienes idea de lo que han sido estos días pensando que estabas.. que...?!
¡Eres un idiota! ¡Han sido los peores días de mi vida, Rhett! ¡Y todo porque no me diste la
oportunidad de intentar sacarte de ese edificio!

—¡Si no hubiera hecho lo que hice, ahora mismo los dos estaríamos aquí
encerrados!

—¡Al menos, no estaríamos solos!

—¡Creía que el veneno iba a matarme de todas formas, Alice! ¿Qué sentido tenía
arriesgarse si iba a morir?
—¡No estás muerto!

—¡Pues no! ¿Se puede saber por qué parece que eso te enfada?

—¡Porque... agh! ¡Como salgamos de aquí vivos, voy a dispararte yo misma por
imbécil!

—Bueno —Charles seguía sujetando al guardia, y ambos miraban todo desde la puerta—,
esto no está siendo el reencuentro romántico que esperaba, la verdad.

Por supuesto, tanto Alice como Rhett lo ignoraron. De hecho, ella ni siquiera se
acordaba del detalle de que estaban ahí cuando se acercó a Rhett, furiosa, y le clavó un
dedo en el pecho.

—¡¿En qué momento se te ocurrió que era una buena idea dejarme sola?!

—¡Dejarte sola! —repitió, perplejo y enfadado a partes iguales—. ¡Intentaba


salvarte! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

—¡Si me hubiera atrevido a hacer yo eso, habrías pateado la maldita puerta hasta
sacarme del pelo del edificio!

—¡No te habría sacado del pelo! ¿Quién te crees que soy? ¡Solo te habría
arrastrado un poco!

—Oh, sí, se me olvidaba la parte de como te quejes, te arrastro.

Él tuvo la decencia de enrojecer un poco.


—¡Eso... fue hace mucho tiempo! ¡Y se suponía que tú estabas inconsciente!

—¡Es que tener un imbécil tan cerca hizo que se me dispararan los sentidos y fuera
incapaz de quedarme inconsciente!

—¡Pues el imbécil te llevó con Tina, por si se te olvidaba!

—¡Y luego me llamaste gorda!

—¿Yo?

—¡Sí, cuando estábamos en la colina! ¡Me dijiste que seguías teniendo dolor de espalda!

—¡Venga ya! ¡Estaba bromeando!

—¡No se bromea con esas cosas, maleducado!

—¿Maleducado? ¡Hace dos días no sabías qué quería decir preciosidad y ahora me
hablas de educación!

Alice hizo un ademán de responder, pero por puro impulso en su lugar se limitó a
agarrarlo de la camiseta y tirar con fuerza hacia ella. En menos de un segundo, lo estaba
besando. Y con ganas. Con muchas ganas. No más que Rhett, que le correspondió tan
rápido como si también lo hubiera estado esperando.
De hecho, quizá el beso se alargó un poco más de lo necesario teniendo en cuenta los
disparos que se oían de fondo. Y que Charles y el guardia seguían mirándolos desde
la puerta.

Alice casi se había olvidado de todo ello cuando Charles carraspeó. Tuvo que hacerlo tres
veces, cada vez más ruidosamente, para que al final los dos se giraran hacia él, molestos.

—¿Qué? —espetaron a la vez.

—Esto es muy bonito, pero os recuerdo que hora mismo la mitad del edificio quiere
matarnos.

Alice suspiró y soltó su camiseta. No se había dado cuenta de que había estado
agarrándolo con dos puños. Respiró hondo antes de agacharse y recoger su pistola.
Seguía sin saber cómo reaccionar, así que intentó mantener la cabeza fría. Tenía
demasiados sentimientos mezclados dentro.

—¿Y ese quién es? —Rhett señaló al guardia con la cabeza.

—Gustavo —lo presentó Charles.

Él lo miró con mala cara.

—Milo —corrigió.

—Gustavo te queda mejor. Como la rana.


Rhett ignoró a Charles para volver a echarle una ojeada al guardia.

—¿Y tiene alguna función o solo lo sacáis a pasear?

—¿Ya te has olvidado de él? —Charles levantó y bajó las cejas varias veces—. La
última vez que estuvimos aquí, se mostró muy cariñoso con nuestra novia.

—No es nuestra novia. Es mi nov... —Rhett se detuvo abruptamente—. Espera,


¿qué?

Alice puso los ojos en blanco cuando ellos empezaron a pelearse por el pobre Milo. En su
lugar, registró la habitación con la mirada y revisó los muebles. Una parte de ella esperaba
encontrarse más tarjetas de memoria que hubieran extraído a Rhett. Pero no fue así. Menos
mal.

Entonces, mientras rebuscaba, escuchó el sonido de algo explotando fuera. La segunda


torre de electricidad. Soltó una palabrota muy impropia de ella y se incorporó de
nuevo.

—Tenemos que irnos. Ya.

—¿Eh? —Charles frunció el ceño—. ¿Por qué?

—Tenemos que abrir las puertas de la ciudad.

—¿Abrir las puertas? ¿Te has vuelto...?

—¿A quién tenéis que abrirle qué? —Rhett por fin tenía el guardia agarrado del cuello
y sujeto contra la pared, pero parecía haberse olvidado de ello y solo los miraba con
confusión mientras Milo intentaba retorcerse para escapar.
—Es una... larga historia —Alice sacudió la cabeza—. Tenemos que
deshacernos de Milo.

Él se quedó pálido, pero Rhett se giró hacia él como si acabaran de concederle su mayor
deseo.

—No así —aclaró Alice, suspirando—. Enciérralo con Giulia.

—¿Con Giulia?

Alice se detuvo en el pasillo y abrió la puerta con la tarjeta. Giulia estaba sentada en su
cama, y ahí permaneció con expresión perpleja cuando Rhett empujó a Milo dentro,
todavía sin entender nada. Cuando Alice cerró la puerta y se escondió la tarjeta, él
frunció el ceño.

—¿Dónde has conseguido eso?

—Se la he robado al padre John antes de pegarle un tiro.

—Ah, vale.

Ella enarcó una ceja.

—¿No vas a preguntar...?

—Sinceramente, prefiero no saberlo. Me conformo con que esté muerto.

Alice suspiró y señaló la puerta.


—¿Le has quitado la pistola a Milo antes de encerrarlo ahí? Rhett

levantó la mano y vio que la estaba sujetando.

—Por favor, no me tomes por un principiante.

—Eso jamás —murmuró ella, relajándose por un momento.

De hecho, se quedó mirándolo fijamente y él hizo lo mismo con ella. Alice estaba a punto
de desmoronarse bajo esa fachada de enfado que se había construido para no confesarle
lo mucho que le había echado de menos, pero le daba la sensación de que Rhett lo sabía
aunque no lo hubiera expresado en voz alta.

—Ejem —Charles se cruzó de brazos a su lado, sacándolos del momento—,


empiezo a sentirme como el violinista de la relación y no me gusta. ¿Podéis hacerme
más caso?

Rhett lo miró de pronto.

—Espera, ¿por qué estás vivo?

—Gracias por darte cuenta de ese detalle diez minutos después de haberme visto.

—¿No te dispararon?
—No en el estómago. Y podría preguntarte lo mismo. ¿No deberías estar envenenado y
muerto?

Alice ya había emprendido el camino hacia la sala de control mientras ellos discutían,
siguiéndola. No había tiempo que perder. Aunque tuvieran mucho de lo que hablar.

—Puede que la bala no tuviera veneno, después de todo —murmuró Rhett—. Aunque
te aseguro que lo parecía.

Ella estuvo a punto de decir lo que había descubierto con Giulia, pero prefirió guardárselo
hasta que estuviera segura de que era verdad. Y hasta que no tuvieran tanta prisa para salir
de esa ciudad, preferiblemente.

Llegó al pasillo de las escaleras esquivando a unos cuantos grupos de salvajes. Rhett los
miró con una mueca confusa, pero no dijo nada y siguió detrás de Alice.

—¿Dónde está Max? —preguntó directamente.

Alice sacudió la cabeza.

—En su ciudad. Probablemente planificando el mayor castigo de mi vida.

—¿Has venido aquí sola?

—Eso da ig...

Se detuvo cuando él la agarró bruscamente del brazo y le dio la vuelta para que lo mirara.
Antes había parecido molesto. Ahora parecía realmente enfadado.
—¿Has venido aquí sola? —repitió, levantando la voz.

—¿Realmente importa?

—Sí, Alice. Importa. Importa mucho —le espetó—. No sabías que Charles estaba vivo.
No sabías que yo estaba vivo. No dijiste nada a Max, porque si lo hubieras hecho estaría
aquí contigo. Así que viniste sola, ¿no?

Ella sintió que se le encendían las mejillas por primera vez en mucho tiempo.

—Bueno... eh...

—¿Se puede saber qué te pasa? —él frunció el ceño, furioso—. ¿Qué demonios
pretendías? ¡Podrían haberte matado! ¿Eres consciente de eso?

Sí, lo era. De hecho, lo había sido todo el tiempo que había pasado en esa ciudad. Y se
había encontrado a sí misma contemplando esa posibilidad muchas veces. Ninguna con
miedo o arrepentimiento. Solo... aceptándolo. Como si ya no valiera la pena intentar no
hacerlo.

Pero eso no lo habría admitido jamás. Y menos delante de Rhett, que seguía
mirándola con los ojos llameándole del enfado.

—Ya hablaremos de esto —masculló, soltando su brazo.

—Ya lo creo que lo hablaremos —masculló él, siguiéndola de nuevo.

Cualquier intento de discusión quedó sofocado cuando bajaron las escaleras y llegaron al
piso que querían. Alice empujó la puerta y Charles tiró de su hombro hacia atrás
impulsivamente. Ella vio que una bala pasaba silbando justo donde
había estado su cabeza un segundo atrás. Su corazón se aceleró por la
adrenalina.

—Te noto distraída, querida —le dijo él, dándole una palmadita en el hombro.

—Distraída —repitió ella, casi echándose a reír y llorar a la vez.

Eso se quedaba muy corto. Tenía tantas emociones dentro que apenas era
consciente de lo que estaba haciendo.

Cuando el sonido de disparos tras la puerta desapareció, abrió de nuevo la puerta, esta
vez precavida. No había nadie. Nadie vivo, al menos. Intentó no mirar el suelo y cruzó el
pasillo. En cuanto fue a girar para llegar al que conducía a la puerta de la sala de control,
se detuvo abruptamente al escuchar voces en él. Charles y Rhett también se detuvieron
mientras Alice intentaba agudizar el oído.

Y, entonces, escuchó el idioma característico de los salvajes. Aliviada, se asomó y vio


que dos de ellos salían del pasillo. Les echaron una ojeada sin importancia y los dejaron
solos.

—Esto está siendo demasiado fácil —comentó Rhett cuando los tres se
asomaron al pasillo vacío.

—No seas tan pesimista —protestó Charles—. Desprendes malas vibraciones, Romeo.

—¿Quieres que desprenda malas vibraciones con mi puño en tu cara, pesado?


—¿Os queréis callar? —protestó Alice, molesta—. Esperad aquí y vigilad que no venga
nadie. ¿Podréis aguantar solos cinco minutos sin mataros?

Los dos intercambiaron una mirada que indicaba que era poco probable. Pero tampoco
había mucha más alternativa.

—Ahora vuelvo —murmuró Alice.

Ella sacó la pistola y fue directa a la puerta. La abrió solo por una rendija y se aseguró de
que no había nadie antes de entrar e ir directamente al ordenador que pretendía. Apenas
se había sentado cuando la puerta se cerró. Puso los ojos en blanco.

—Os he dicho que esp...

Su mueca molesta desapareció cuando se dio la vuelta y vio que ahí, de pie, no estaban
ni Rhett, ni Charles. Estaba Kenneth.

Hacía tanto tiempo que no lo veía que el único recuerdo que le vino a la mente fue el
momento en que él le sonrió antes de llevarse al bebé de Eve de la ciudad. Alice
recordaría esa sonrisa petulante el resto de su vida, muy a su pesar.

—Mira quién ha venido a visitarnos —murmuró Kenneth, cruzándose de brazos. Y,

claro, esbozó esa sonrisa.

Alice volvió a ponerse de pie con la pistola en la mano. Sintió que le empezaban a
palpitar las sienes por el enfado que se empezaba a acumular en su cuerpo.

—Eres un traidor —le espetó—. Te dejamos quedarte con nosotros y, a cambio, nos
vendiste en cuanto tuviste la oportunidad.

—No te engañes. No me dejasteis quedarme. Me obligasteis a hacerlo. ¿O se te ha


olvidado que me sacasteis de la Unión a golpes?
—Oh, y te merecías cada uno de ellos.

Kenneth soltó una risa muy despectiva antes de descruzar los brazos y estirar el cuello.

—Bueno, parece que voy a tener que encargarme yo mismo de poner fin a tus
tonterías. No puedo decir que no me alegre. A no ser que quieras llamar a tu novio
para que te defienda. O usar la pistolita para terminar antes.

Alice sintió que se le crispaba la expresión. Estaba intentando provocarla porque ella
llevaba ventaja. Ella tenía la pistola. Solo tenía que levantarla y apretar el gatillo para
seguir.

Deseó con todas sus fuerzas tener la cabeza fría, como Rhett y Max. Lo deseó de
verdad.

Pero... ella nunca había sido así.

Dejó la pistola de un golpe en la mesa que tenía detrás y apretó los puños. Kenneth sonrió
burlonamente.

—Parece que alguien tiene ganas de que la pateen —murmuró, adoptando una posición
defensiva.

—Me encantará verte intentándolo.

Sin despegar los ojos de él, se inclinó a un lado y pulsó el botón para abrir la puerta.
Kenneth apretó los labios en una dura línea y ella supo que había llegado el
momento de jugársela.
Alice no había peleado con nadie en mucho tiempo. Demasiado. Y las últimas veces
habían sido con Rhett. Pese a que él normalmente la trataba igual que al resto de alumnos,
esas últimas veces se había mostrado muy suave con ella.
Quizá eso jugarían a favor de Kenneth en esa ocasión.

Ella no se movió de su lugar cuando Kenneth se adelantó y lanzó un puñetazo casi


desganado hacia su cara. Fue muy fácil esquivarlo agachándose y echándose a un lado.
Alice vio que él pasaba junto a su pistola y por un momento pensó que la agarraría y le
dispararía. Pero no. Kenneth solo la miró de reojo y luego volvió a centrarse en ella.

—No necesito una pistola para encargarme de ti —le aseguró, volviendo a


colocarse.

—Te recuerdo que la última vez yo te gané —murmuró Alice, también en


posición defensiva.

Él se adelantó un paso y ella lo retrocedió, cubriéndose la cara. Pero él solo había hecho
un ademán de golpearla. Sonrió al ver lo tensa que estaba. Y Alice enrojeció con una
mezcla de rabia y humillación.

—Y yo te recuerdo que ha pasado ya un tiempo desde la última vez. Y ha habido muchas


peleas desde entonces. Ese niño, por ejemplo. El que consideras tu hermanito. ¿Recuerdas
cómo le di la paliza de su vi...?

A pesar de saber que solo la seguía provocando, ella no pudo evitarlo y se adelantó.
Intentó darle un puñetazo en el estómago y él la bloqueó con un brazo. Quizá la enfureció
más saber que ese movimiento lo había aprendido de Rhett.
Ella también lo conocía. Cuando intentó doblarse sobre sí misma para librarse — justo
como le había enseñado—, él reconoció el movimiento y enganchó una pierna con las
suyas, tirándola al suelo.

Alice contuvo la respiración cuando su estómago chocó contra el suelo en un golpe sordo.
Su cuerpo entero quedó entumecido por un segundo, pero la
adrenalina le impidió quedarse quieta. En su lugar, se dio la vuelta a toda velocidad
y rodó por el suelo para esquivar la patada que él había estado a punto de darle en
la cabeza.

Cuando intentó ponerse de pie para recuperar el equilibrio, Kenneth se abalanzó sobre
ella. Lo único que pudo hacer fue intentar bloquearlo, pero fue muy tarde. Sintió el dolor
extenderse por todo su torso y parte de su brazo cuando un puñetazo le alcanzó las
costillas. No pudo evitar doblarse sobre sí misma. Él, por supuesto, aprovechó el
momento y le dio otro puñetazo. Esta vez en la cara.

Ella seguía sujetándose el estómago cuando cayó de rodillas al suelo. Su boca tenía un
sabor metálico. Sangre. Le sangraba el labio. De hecho, le palpitaba y hormigueaba media
cara. No podía sentir el labio inferior. Ni siquiera su dolor. Y sabía que eso dolería más
tarde.

Justo cuando lo asumía, sintió una mano grande rodeándole el cuello y levantándola del
suelo. Su respiración quedó ahogada en su garganta cuando Kenneth le estampó la
espalda en la pared, todavía sujetándola. Sus dedos apretaban su garganta con la fuerza
suficiente como para no matarla, pero hacer que se retorciera en busca de aire. Empezó a
sentir la presión aumentando en su cabeza mientras pateaba al aire incapaz de alcanzar el
suelo y se sujetaba su muñeca como podía.

—Mírate —murmuró Kenneth con la respiración todavía agitada—, ¿qué


pensaría tu querido instructor si te viera ahora?

Alice siguió intentando retorcerse. Consiguió un poco de aire al sujetarse con más
fuerza de la muñeca. Y lo usó para soltar la palabra que tenía en mente desde que
habían empezado esa conversación.

—Púdrete.
Kenneth sonrió. O eso le pareció. La vista empezaba a emborronarse. Sus brazos
empezaban a perder fuerza. Y ya no sentía su cuello. Solo su cabeza, palpitando por
el dolor.

—Me aseguraré de decirle a Max que fui yo quien se encargó de ti —le dijo
Kenneth.

Entonces, Alice reconoció qué dedos apretaba exactamente en un lado de su cuello. Y


por qué ponía la otra mano en su cabeza. Iba a doblarle la cabeza. Quería romperle el
cuello y matarla en ese mismo instante.

Una sensación de pánico la invadió al instante. Y se sorprendió a sí misma al darse


cuenta de que no era por sí misma, sino al pensar en Max perdiendo a alguien más en
su vida. O en Rhett. O en Jake.

No había llegado tan lejos como para que Kenneth lo mandara todo a la basura.

No supo de dónde había sacado fuerzas para hacerlo, pero sintió que su pierna se
impulsaba hacia arriba. Le dio tal patada entre las piernas que su propio pie empezó a
dolerse, pero no pudo pensar en ello, porque Kenneth se dobló ligeramente, abriendo un
poco los dedos.

Alice se aprovechó al instante y pensó a toda velocidad. Tenía que pensar en sus clases
con Rhett. ¿Por qué no lo había hecho hasta ese momento? ¿Qué le pasaba?

Ah, bueno, sí. Demasiadas cosas en la cabeza. Tenía que centrarse.

¿Qué haría Rhett? Intentó acordarse de todas sus lecciones y se acordó del día que les
había enseñado a pelear con alguien más grande que ellos. Había dado las instrucciones
a Jake también el día de las pruebas, cuando se había enfrentado a Kenneth. Solo tenía
que seguirlas.

Estiró una mano hacia delante y la apoyó en el hombro de Kenneth. Se agarró a su


camiseta con un puño y se impulsó hacia arriba hasta que una de sus piernas
le rodeó el cuello con fuerza. Entonces, clavó la mano libre en la pared y empujó hacia
delante.

Kenneth había estado demasiado ocupado maldiciendo por el dolor en la entrepierna, así
que perdió el equilibrio al instante. Los dos cayeron al suelo y Alice rodó lejos de él,
sujetándose el cuello —que ardía y dolía— y tosiendo para recuperar la respiración.

Y pensar que algunas veces, en las clases de Rhett, consideraba que lo que hacían era
poco útil y no prestaba atención... no se podía creer que acordarse de una de sus
lecciones acabara de salvarle la vida. Iba a besarlo hasta hartarse en cuanto lo viera.
Aunque primero tenía que librarse del gigante idiota que tenía tumbado al lado.

Alice se puso de pie al mismo tiempo que él. Kenneth había parecido mantener el
control hasta ese momento, pero ahora tenía el ceño fruncido y parecía furioso. Eso
jugaba en ventaja de ella. Un Kenneth furioso era un Kenneth que no calculaba sus
movimientos.

Y, efectivamente, cuando le lanzó un puñetazo fue mucho más fácil esquivarlo. Alice no
hizo un ademán de golpearlo de vuelta. De hecho, solo lo esquivó cuatro veces más. Él
ya estaba sudando y rojo de enfado cuando volvió a esquivar un golpe.

Alice recordaba lo que tenía que hacer; adelantarse a los movimientos de Kenneth.
Durante todo ese tiempo, había creído que era imposible hacerlo. Ahora, sin embargo, le
daba la sensación de que no era tan difícil.

Él se adelantaba con el pie derecho y echaba el hombro hacia atrás antes de golpear. Y
siempre iba a partes donde doliera de verdad. No se molestaba en intentar darle en las
piernas o en los brazos. Sus objetivos eran la cara, las costillas y, como último recurso, el
estómago. Alice esquivó un nuevo puñetazo. Él se enfureció todavía más. Estaba
descuidando sus movimientos.

Respiró hondo cuando vio que iba a darle un puñetazo en la cara. Se echó a un lado justo a
tiempo y atrapó la muñeca entre su brazo y sus costillas. Cuando él
intentó doblarse para sacarlo, ella se impulsó con la cadera y le dio un codazo con todas
sus fuerzas en la garganta.

Kenneth, claro, retrocedió tosiendo como un loco y cayó al suelo. Alice se adelantó y se
sentó encima de él, bloqueándole bruscamente los brazos con las rodillas. Cuando intentó
moverse, ella estuvo a punto de perder el equilibrio.
Pero no se movió.

—Zorra —le espetó él, todavía tosiendo.

Alice lo miró, enfadada, y le dio un puñetazo en la cara tan innecesario como


satisfactorio. Una zona roja se empezó e formar en su mandíbula.

—No se llama zorra a las señoritas —lo reprendió, irritada.

Kenneth la miró como si se hubiera vuelto loca.

Pero Alice ya lo ignoraba. Bajó la vista y empezó a deshacerle el cinturón. Notó que él
dejaba de removerse para marcharse, pero no levantó la mirada.

—Si lo que querías era terminar así, solo tenías que pedirlo —se burló Kenneth.

Alice estuvo a punto de darle otro puñetazo, pero prefirió centrarse en su tarea. Ya había
perdido mucho tiempo. Se lo sacó de un tirón y quitó la funda de la pistola, el cuchillo y
las balas, lanzándolas lejos en la habitación. Cuando solo quedó el cinturón, ella lo agarró
casi como un arma.

—Voy a moverme. Date la vuelta y pon las manos juntas en la parte baja de tu espalda o te
daré con el cinturón.
—Qué miedo tengo.

—Hazlo.

Ella se movió. Al instante, Kenneth trató de quitarle el cinturón de un manotazo. Alice le


dio en el cuello con el trozo de cuero. Él se detuvo, sorprendido.

—¿Qué...?

—¡Que te des la vuelta!

Para su sorpresa, Kenneth lo hizo. En cuanto tuvo las manos atrás, Alice se las ató un
poco más fuerte de lo necesario. Después, se puso de pie y se tocó el cuello y la boca. Al
menos, había dejado de sangrar. Aunque sentía un rastro de sangre seca en su piel hasta
su camiseta. Efectivamente, miró abajo y vio que se había manchado.

Pero lo importante era que las puertas estaban abiertas. Se inclinó sobre las cámaras y
esbozó una pequeña sonrisa cuando vio que el resto de salvajes ya habían terminado de
entrar en la ciudad.

—¿Por qué no me matas directamente? —protestó Kenneth, todavía boca abajo en el


suelo.

Alice lo miró de soslayo antes de acercarse y tirar bruscamente de sus manos atadas
para ponerlo de pie. Él gruñó, dolorido, pero no le quedó más remedio que hacerlo.

—Porque matarte sería demasiado fácil —masculló Alice, metiéndose su pistola en el


cinturón—. Y no es solo mi decisión. Es de todos a los que traicionaste.
—No todos pueden decidir.

—No todos. Pero los guardianes de la ciudad, sí. Y no puedo esperar a ver tu juicio.

Kenneth pareció perder la valentía por un instante.

Alice lo empujó hacia la puerta y la abrió sin siquiera asegurarse de que no hubiera nadie.
Rhett y Charles se ocupaban de esa parte. Empujó a Kenneth y abrió la boca para
explicarse, pero se quedó muy quieta cuando, en lugar de Rhett, se encontró de frente con
Max.

Un Max muy, muy, muy furioso.

Oh, oh.

Durante un momento, se olvidó de toda la valentía que había sentido hasta ese
momento y sintió que se hacía pequeñita en su lugar. No importaba cuántos locos
armados le pusieran por delante. Ninguno daba tanto miedo como Max enfadado.

—E-eh... —empezó en voz baja—. Yo...

—Tú, ¿qué? —espetó.

Alice miró por encima de su hombro y vio que casi todos los guardias de su ciudad
habían venido con él. Y Trisha. Y Jake. Ambos estaban con Rhett y Charles. Suplicó
ayuda a todos con la mirada, pero ninguno fue a su rescate. De hecho, Trisha sonrió
maliciosamente.

—Eh.... —repitió—. Yo... um...


—Tienes suerte de que ahora no tengamos tiempo para esto —masculló él.

De pronto, clavó los ojos en Kenneth. Él dio un respingo y bajó la mirada al suelo,
completamente rojo. Sí, Max podía aterrorizar a cualquiera.

—¿Y qué ibas a hacer con este? ¿Pasearlo?

—Iba a llevarlo a la ciudad por un juicio.

Max le dedicó una mirada severa a Alice, pero no dijo nada. Ella dedujo que seguía
enfadado, pero estaba conforme con la decisión. Si no lo estuviera, ya hubiera protestado.

—¿Cómo habéis entrado? —no pudo evitar preguntarlo.

—Has abierto las puertas —le recordó con una ceja enarcada.

—Sí, pero...

—Tus salvajes se han encargado de tomar la ciudad cuando hemos llegado. Solo
hemos tenido que ayudar con los androides.

Alice estaba a punto de escabullirse de la conversación, pero se detuvo de golpe.

—Espera, ¿qué? ¿Los androides?

—Sí. Has abierto todas las puertas. También las de las celdas de abajo.

Ella parpadeó, sin ser capaz de decir nada por un momento.


—¿Están... están todos...?

—No hemos podido contarlos. He dejado a Tina abajo encargándose de todo. Ella abrió

la boca y volvió a cerrarla.

—¿Y los guardias? ¿Han muerto?

—Algunos se han rendido, por lo que he entendido —murmuró Max, calmándose un


poco por fin—. Todos los que han dejado de atacar han sido conducidos al patio
delantero. No son muchos.

—No creí que fueran muchos.

Max hizo un gesto a uno de los guardias y tres de ellos se acercaron para llevarse a
Kenneth por las escaleras. Max volvía a estar al mando. Aunque no estaban solos. Rhett,
Charles, Jake y Trisha seguían ahí, de pie. Él los miró de reojo hasta que pillaron la
indirecta y siguieron a los guardias. Entonces, volvió a clavar una mirada mordaz en
Alice.

Ella buscó desesperadamente algo que decir para romper el silencio.

—Entonces... ¿ya está? ¿La ciudad es nuestra?

—Eso parece.

Alice esbozó una pequeña sonrisa nerviosa.

—¿Y no... deberías alegarte?


—¿Te parece que esté alegre?

—Mhm... no mucho.

—Debe ser porque no lo estoy. En absoluto.

Alice suspiró pesadamente.

—Bueno, vale, me precipité un poco al venir y...

—¿Un poco? —repitió Max, entrecerrando los ojos—. ¿Tienes idea de la cantidad
de cosas que podrían haber salido mal?

—¡Pero... no han salido mal!

—¡Porque has tenido suerte, Alice, pero no siempre la tendrás! No puedes hacer lo que
quieras siempre.

Ella agachó la cabeza. De pronto, se sintió como una niña pequeña que había cometido
una estupidez. Aunque, bueno... quizá la había cometido.

—Esto ha sido una estupidez —remarcó Max como si pudiera leerle el


pensamiento.

Alice no dijo nada, pero no le impidió seguir hablando.


—Venir aquí sola, sin avisar a nadie, sin prepararte... y confiando en alguien que podría
haberte dado la espalda con suma facilidad. ¿Qué hubieras hecho si los salvajes no
hubieran entrado a ayudarte? ¿Cuál era la alternativa? ¿O ni siquiera la había?

Ella agachó aún más la cabeza, avergonzada. Él supo la respuesta.

—Pues claro que no lo había. Solo querías venir aquí y vengarte de todo el mundo,
¿no? Sin pensar en las consecuencias.

—Yo...

—Ya habíamos perdido a Rhett y a Charles y querías que tuviéramos la posibilidad de


perderte a ti también. ¿Cómo crees que se sentía Jake?

Alice tragó saliva, todavía sin atreverse a levantar la mirada.

—No... no lo había pensado.

—Sé que no lo habías pensado, por eso te lo estoy diciendo —espetó él.

De pronto, se dio la vuelta y se cruzó de brazos, dándole la espalda. Alice lo miró de


reojo y vio que estaba sacudiendo la cabeza.

—Lo siento —masculló, avergonzada.

—Bueno, espero que lo sientas.

—No quería asustaros.


—Lo que me preocupa no es que nos asustaras a nosotros, sino que tú no estuvieras
asustada. Viniste aquí completamente sola y sabías lo que pasaría si solo una parte de tu
plan iba mal.

Ella respiró hondo cuando él clavó los ojos en ella. Seguía muy enfadado.

—Lo siento —repitió.

Max la observó por unos instantes.

—Bueno, ahora que ya te he soltado todo esto... —suspiró—. Tengo que admitir que la
estrategia no ha estado mal.

Alice levantó la cabeza de golpe y lo miró.

—¿Eh?

—No estoy de acuerdo con el método ni con tus aliados, pero has tomado una ciudad
entera tú sola. En dos días —él negó con la cabeza—. Creo que es un récord.

Ella estaba tan sorprendida al ver que él ya no estaba enfadado que tardó todavía
más en responder.

—¿No vas a gritarme?

—¿Quieres que te grite?


—N-no... bueno... es decir... me esperaba...

—Voy a olvidarme de mi enfado por un rato porque lo que has hecho aquí ha sido
sorprendente.

—¿Y cuando pase ese rato, qué pasará?

Max enarcó una ceja.

—Que voy a pensar un castigo acorde con lo que has hecho.

Ella suspiró.

—Bueno, era todo demasiado bonito.

Max pareció esbozar una sonrisa, pero desapareció al instante en que se fijó mejor en
ella. Sus cejas se juntaron cuando le levantó la cara con un dedo, mirándole el
cuello.

—Kenneth —explicó Alice.

—¿Has dejado que alcanzara tu cuello? —él casi pareció estar a punto de poner los ojos
en blanco—. Si Rhett hizo bien su trabajo, esquivar eso fue lo primero que te enseñaron.

—Y me lo enseñó. Pero estaba muy alterada.


—Sí, después me explicarás por qué sigue vivo cuando le dispararon con ese veneno.

Alice estaba a punto de adelantarse, pero se detuvo y miró a Max. Él enarcó una ceja,
confuso.

—¿Qué?

—Tengo que hacer algo.

—¿Ahora?

—Sí. Ahora. Y necesito a Rhett. Y a Trisha. Y a Kai.

—¿Para qué?

—¡Ve a buscarlos y reúnete conmigo en el primer piso!

Salió corriendo sin esperar respuesta. Max la miró unos segundos, confuso, antes de
hacer lo que le había pedido. Alice, por su parte, bajó corriendo las escaleras y se detuvo
en el primer piso. Si no recordaba mal por los planos de la ciudad, en ese piso estaban
casi todas las máquinas. Abrió todas y cada una de las puertas hasta que por fin llegó a
una que tenía dos máquinas grandes e idénticas. Las de memoria. Sacó las dos tarjetitas
negras de su bolsillo

Apenas había encendido la máquina cuando Max apareció con todos los que había
mencionado. Cada uno parecía más confuso que el anterior. Kai especialmente.

—¿Eso es...?
—Sí. Necesito que me injertes estas tres memorias —le dijo Alice
precipitadamente.

Kai miró las dos tarjetitas que tenía en la mano, confuso.

—¿Por qué?

—¡Solo hazlo!

Kai hizo un ademán de ir a la máquina, pero Max lo detuvo de la muñeca.

—Espera, ¿qué es?

—Dos son de información —Alice ya se estaba sentando en la camilla y ajustándose las


máquinas sin esperar ayuda de nadie—. Una es de memoria.

—¿Qué información? —preguntó Rhett.

—¿Y qué memoria? —Trisha enarcó una ceja.

—Androides. Y memoria de lo que pasó la noche en que vinisteis a buscarme a la


ciudad.

Hubo un momento de silencio. Cada uno pareció más confuso que el anterior.

—¡Vamos! —espetó Alice.


—S-sí —Kai se apresuró a meter las tarjetitas en la máquina y a empezar a teclear.

Pero Rhett seguía sin parecer conforme con la situación. Se acercó a ella con expresión
tensa.

—La última vez que usaste una máquina así estuve a punto de perderte —le recordó
en voz baja—. Prefiero no saberlo y no arriesgarte.

Alice tragó saliva.

—No fue por eso —le dijo en voz baja.

Él pareció confuso, pero no se movió cuando Alice terminó de colocarse. Un pitido en la


máquina le indicó que ya estaba funcionando. Miró a Rhett una última vez antes de
cerrar los ojos.

En medio de la oscuridad, escuchó la voz de Kai en su cabeza.

—Ya tienes la información —le dijo, nervioso—. Ahora... ¿estás segura de que quieres
ver la memoria? La última vez no fue muy agradable.

—Solo ponla.

—Qué cabezota es —escuchó decir a Trisha.

Alice los ignoró. En cuanto notó que estaba flotando, como había notado tantas otras
veces, abrió los ojos.
Ya no estaba en esa sala. Estaba de pie en medio del pasillo del segundo piso. Estaba de
pie junto a Giulia. Ella hizo un gesto a unas personas. Unos guardias se acercaron
corriendo a una puerta. El padre John empezó a avanzar hacia ellos. En cuanto llegó él
mismo a la puerta, la abrió de golpe y disparó en el interior.

Alice casi corrió para ver que, dentro de la habitación, solo estaban Davy, dos chicos que
no reconocía, y... ella, tumbada en una mesa, con Rhett a su lado. Él parecía haber estado
apuntándola con la pistola que tenía en la mano, pero ahora se había apartado
bruscamente con una mano en su pierna. El disparo del padre John le había rozado la
pierna.

—¿Nunca llegué a disparar? —preguntó Rhett en voz baja dentro de su cabeza.

Alice se preguntó lo mismo. Lo último que recordaba era el sonido de un disparo. Pero
creía que había sido para ella. Sin embargo, al acercarse a su cuerpo, se dio cuenta de que
ella estaba desmayada.

Rhett cayó al suelo en el recuerdo de Giulia. Había perdido el color de los labios. Alice
sintió que su corazón se contraía cuando intentó ponerse de pie al ver que el padre John
iba hacia ella, pero no pudo hacerlo y se cayó al suelo. Giulia se acercó a él y sonrió.

—No te molestes —canturreó—. Es veneno, querido.

Rhett intentó moverse, pero no pudo. Durante unos momentos, pareció intentar hablar,
o alcanzar su pistola. Sus manos estaban llenándose de sangre. Giulia sonrió
maliciosamente cuando por fin alcanzó su pistola. No confiaba en que pudiera hacer
nada con ella.

Y, sin embargo, Rhett la levantó y disparó donde pudo: en la pierna del padre John.

Justo cuando él, aullaba de dolor, Rhett cayó de espaldas al suelo y cerró los ojos.
Alice se quedó mirándolo fijamente unos segundos. ¿Había... muerto? Ni

siquiera oyó la voz de nadie en su cabeza.

—¿Está muerta?

La voz de Giulia hizo que se diera la vuelta. El padre John se había incoporado ignorando
el dolor con sorprendente fortaleza. Buscaba el pulso a la Alice que estaba tumbada en la
mesa.

—Sí. Se ha desmayado de dolor.

Giulia parecía algo inquieta.

—Tenemos que irnos, líder. Hay un incendio en la planta superior. No tardará en llegar
aquí. Y tu herida...

El padre John, sin embargo, solo miró a Alice fijamente unos segundos. Giulia y sus
hombres parecían más nerviosos a medida que seguía sin hacer nada.

—¿Líder? —preguntó finalmente.

—¿Está muerto?

Giulia hizo un gesto a uno de sus guardias. Él se acercó a Rhett y le puso dos dedos en el
cuello. Después, negó con la cabeza.

—Muerto —confirmó Giulia.

—Traedlo. Y traed también a 43.


La orden pareció desconcertarlos. No se movieron al cabo de unos segundos. Dos
guardias se encargaron de Alice y otros dos de Rhett. Salieron de la habitación y Alice
los siguió, todavía sin ser capaz de reaccionar. Notó que Giulia se detenía bruscamente
en el pasillo. Alice bajó la cabeza. Trisha estaba en el suelo con los ojos apuntando a un
punto cualquiera, quita y pálida. Y con un disparo en el brazo.

—Muerta —confirmó Giulia al agacharse y comprobar su pulso.

—Traedla también.

—¿Lider...?

—No me cuestiones —advirtió bruscamente el padre John.

Justo cuando dos guardias se agacharon para recoger a Trisha, el recuerdo se volvió negro.
Alice se encontró a sí misma flotando en la oscuridad por unos instantes. Nadie dijo
absolutamente nada. Entonces, su alrededor volvió a iluminarse.

De alguna forma, supo que estaban en la sala del fondo del sótano. Y supo que esa sala
era la de creación de androides. Quizá solo lo sabía por la información que le había
añadido Kai recientemente. Giulia avanzó por la sala hasta llegar al padre John. Estaban
junto a dos camillas. En una estaba Trisha. En la otra estaba Rhett. Ambos seguían sin
moverse. Y el padre John ya llevaba el bastón por la herida de bala que tenía en la pierna.

—¿Qué harás con ellos? —preguntó Giulia, mirándolos de reojo.


—Los convertiré.

Giulia se giró hacia él.

—¿Para qué? La chica está herida. Y el chico también.

—Lo sé.

—¿Y de qué van a servir?

—Son mis alternativas —murmuró el padre John.

—¿Alternativas? ¿Para qué?

—Sigo teniendo que encontrar a mi hijo. Y ellos me conducirán hacia él. Al igual que 43
cuando se recupere. Y le devuelva su memoria.

—Pero... no necesitas tres androides para eso.

—Los necesito. Si Alice consigue sacarse el dispositivo de búsqueda, ellos dos lo


tendrán. Si uno descubre que es un androide, seguiré teniendo al otro. Y podré seguirlos.

Así que así habían sabido dónde estaban en cada momento. Alice tragó saliva.
—Es imposible que no sepan que son androides —Giulia se cruzó de brazos—.
¿Qué hay del número? ¿Y de los recuerdos?

—El número no es necesario, Giulia. Solo es una forma de reconocimiento y de


diferenciación. Y, en cuanto a la memoria... no se la tocaré. Solo le borraré los recuerdos
de el tiempo que pasen aquí.

—¿Y cuánto tiempo va a ser ese?

—Unos meses. Hasta que termine de configurar su núcleo. El problema...

Se detuvo y miró a Trisha con más detenimiento.

—Voy a tener que deshacerme de su brazo. Tenemos que simular que se ha salvado
del veneno manteniendo su condición humana.

—Eso es imposible.

—Sí, pero ellos no lo saben.

—Se van a dar cuenta dentro de unos años, cuando no envejezcan.

—Para entonces, yo ya tendré a mis dos hijos conmigo.

Giulia sacudió la cabeza.


—¿Cómo vamos a hacer que crean que no los hemos convertido? Despertarán aquí.

El padre John lo pensó un momento.

—¿Ya os habéis ocupado de su ciudad?

—No. Solo hemos colocado la pólvora.

—Pues creo que ellos estarán ahí para ver el espectáculo. Para que recuerden con quién
no deben entrometerse.

Alice intentó adelantarse, pero el recuerdo se volvió negro y ella se vio sumida en la
oscuridad. Al parpadear, se encontró de nuevo en la camilla. Se apartó la máquina de la
cara y miró a su alrededor.

Rhett y Trisha miraban fijamente la pantalla que había en la máquina. Max


también parecía sorprendida. Kai, por su parte, parecía fascinado.

—Giulia no mentía... —murmuró Alice, confusa.

Rhett pareció reaccionar por fin. Se giró hacia ella.

—¿Es verdad? ¿Soy... soy un...?

Alice asintió con la cabeza. Él apartó la mirada, tratando de asimilarlo.


—Entonces, sí que había veneno en esa bala.

—Sí —murmuró Alice.

Trisha se sentó en la camilla, negando con la cabeza.

—Toda mi vida criticando a los androides... y ahora resulta que soy uno de ellos.

—Pero... no me siento distinto —murmuró Rhett—. Es decir, no...

—Es imposible que lo notes —murmuró Alice, a su vez—. No físicamente, al


menos.

El silencio volvió a extenderse en la habitación. Ambos parecían absortos en sus


pensamientos, así que Alice se giró hacia Max.

—¿Qué vamos a hacer con la ciudad? —preguntó en voz baja. Max

levantó la mirada hacia ella, pensativo.

—Tú la has conquistado, Alice. Es tu ciudad. Y tu decisión.

***

Un día después, todavía había mucho por hacer.

Era de noche cuando Alice decidió que habían trabajado lo suficiente por un día. Habían
estado sacando cuerpos y limpiando sangre más tiempo del que hubiera deseado admitir.
No solo ella, sino también los miembros de su ciudad, los androides rescatados y los
guardias que se habían rendido.
En cuanto había salido del edificio el primer día, lo primero que había visto había sido a
Charlotte. Estaba entre los soldados que se habían rendido. Pero no fue a ella a quien
miró directamente, sino al bebé que tenía en sus brazos. El bebé de Eve. Después de
todo, había sobrevivido.

Entre los androides también había caras conocidas. Reconoció a Anya, a Blaise y a su
madre y a otros muchos que había visto en la ciudad. Evito el contacto con ellos tanto
como pudo. Se alegraba de que estuvieran bien, pero por algún motivo sentía que no
podría soportar que alguien le diera las gracias.

Tampoco había pasado mucho tiempo con Rhett, Jake, Trisha, Kilian o Max. Ni siquiera
con Charles, Kai o Tina. Había estado muy ocupada a propósito. Y muy pensativa. Tenía
mucho que considerar.

Ya estaba anocheciendo. Alice cruzó el vestíbulo del edificio principal y miró el


campamento que se habían montado Max y los demás en el patio delantero de éste. Paseó
la mirada entre ellos hasta que encontró a su objetivo. Se acercó a Anya y, a una distancia
prudente, le hizo un gesto. La androide se puso de pie y se acercó a ella.

—¡Alice! —sonrió—. Todavía no había tenido la oportunidad de...

—Tengo que hablar contigo de algo.

Anya pareció confusa, pero la siguió hasta un rincón un poco más íntimo. Alice suspiró y
se cruzó de brazos.

—¿Qué vais a hacer ahora? —preguntó Alice directamente.

Anya pareció confusa.

—¿Quiénes?
—Tú y los demás androides.

—Oh...

—He visto cómo son contigo —siguió Alice—, te consideran su líder.

—¿A mí? Solo... he tenido que tomar algunas decisiones.

—Porque los demás no podían hacerlo. Eso hacen los líderes. Y ellos necesitan un líder,
créeme.

Notó los ojos de Anya sobre ella, curiosos.

—¿Dónde quieres llegar?

Alice suspiró y, por fin, la miró.

—Mira... lo he estado pensando mucho desde ayer.

Hizo una pausa, tragando saliva.

—Cuando vine aquí... la verdad es que lo único que quería era quemar la ciudad.
O hacer que explotara. Justo lo que ellos hicieron ella.

Anya parpadeó, confusa.

—¿Y no lo harás?
—No.

—¿Por qué no?

—Porque... necesitáis un lugar donde vivir. Y porque ya ha habido suficientes


ciudades de humo. Y suficientes cenizas.

Alice no esperó una reacción. Simplemente, se aclaró la garganta.

—Las dos sabemos cómo terminan los androides sometidos por humanos. Y, sí, quizá
estos humanos no son como los que hemos conocido hasta ahora. Quizá podríais vivir con
ellos sin problema, pero... ya va siendo hora de que seamos capaces de vivir por nuestra
cuenta.

Anya había estado mirándola fijamente durante todo el rato, pero no se pudo contener
más.

—¿Nos... nos estás regalando la ciudad?

—Sí.

Alice sintió que se quitaba un peso de encima.

—Sí —repitió—. Y esto también.

Sacó dos tarjetas negras pequeñas de su bolsillo junto con una más grande y blanca. Las
puso en la mano de Anya.
—Esto es una tarjeta de la ciudad. Imagino que habrá más copias; tendréis que
encontrarlas. Sirve para abrir cualquier puerta bloqueada. Y las dos pequeñas son... todo lo
relacionado con androides. Cómo se crean, cómo funcionan, cómo encargarse de cualquier
problema... todo. Solo tenéis que usar una máquina de memoria para poder meteros esa
información.

—Espera... ¿eres consciente de lo que nos estás dando?

—Os estoy dando lo que es vuestro —dijo Alice, mirándola—. El poder de crear un
androide no debería ser de nadie más. Solo de un androide. Y sé que lo usaréis bien.

Anya parpadeó, confusa y emocionada a partes iguales.

—Yo... no sé qué decir, Alice...

—No digas nada. Solo... lidera esta ciudad. Sé que lo harás bien.

No esperó una respuesta. Se alejó de ella con paso firme y anduvo por la ciudad,
alejándose del barullo de gente sin siquiera darse cuenta de ello. No se detuvo hasta
llegar a una de las salidas de la ciudad. Se apoyó en la valla ahora cerrada y se quedó
mirando la puesta de sol por unos segundos.

Apenas habían pasado unos segundos cuando escuchó pasos acercándose. Max se
detuvo a su lado y también se apoyó con los brazos en la valla.

—¿Qué haces aquí sola? —le preguntó.

Alice suspiró.

—Necesitaba pensar.
—¿En el castigo que te pondré?

Ella esbozó media sonrisa divertida, pero pronto se convirtió en una mueca algo triste.

—Más o menos —murmuró.

Max la observó por unos segundos. Finalmente, se apoyó en la valla con un hombro para
mirarla mejor.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—Deberías estar contenta.

—Y lo estoy, pero...

Se detuvo. Max siguió observándola.

—Ya tendrás tiempo para pensar en lo que sea cuando volvamos a la ciudad. Por ahora,
limítate a disfrutar de la victoria.

Se dio cuenta de que algo iba mal cuando ella bajó la mirada por un instante. Parecía
algo más triste que antes.
—¿Qué? —preguntó directamente.

—Yo no... no voy a volver a la ciudad, Max.

La frase se quedó suspendida entre ellos por unos instantes. Max frunció ligeramente el
ceño, pero ella se limitó a mirarlo. Estaba diciendo la verdad.

—¿No? —preguntó, confuso.

—No en un tiempo. En... mucho tiempo.

Max se removió, incómodo y confuso a partes iguales.

—¿Por qué no? ¿Dónde irás? ¿Te quedarás aquí?

Alice esbozó una pequeña sonrisa triste.

—No... no me quedaré aquí.

—¿Entonces?

—Voy a volver a Ciudad Central.

Alice esperó su reacción. Y no tardó en llegar. Pocas veces había dejado a Max sin
palabras. Esa era una de ellas.

—¿A Ciudad Central? Quedó destruida tras la explosión.


—Voy a reconstruirla.

—Alice, reconstruir una ciudad no es...

—No es fácil, lo sé. Pero es lo que quiero hacer.

Max apartó la mirada por un momento.

—Yo... supongo que podría ayudarte —dijo, finalmente.

—No —Alice le puso una mano en el brazo—. Tú tienes gente de la que cuidar.

—Tú eres de parte de ellos.

—Siento ser yo quien te devuelva a la realidad, pero... yo ya no lo soy.

Ella había esperado una sonrisa burlona. O una sombra de ella. Pero no la recibió.
De hecho, le sorprendió ver que Max parecía incómodo... y triste.

—¿Te vas a ir tú sola? —preguntó finalmente.

—No. Rhett y Charles quieren venir conmigo. Y creo que Jake y Kilian también. No
estaré sola.

Max suspiró y se apartó de la valla, dándole la espalda. Alice lo miró de reojo, en


silencio.

—¿Cuándo te vas? —preguntó.


—Mañana por la mañana.

—¿Cuándo volveré a verte?

—En unos meses...

—...quizá —concluyó él.

—Quizá —concluyó ella.

A pesar de que esa despedida tenía un fuerte sabor triste, a Alice le dio la sensación que
había cierto orgullo en los ojos de Max cuando se dio la vuelta y la miró de nuevo.

—Si es lo que quieres, habrá que aceptarlo —dijo finalmente—. No me harías caso
aunque te pidiera que te quedaras.

—No. Soy demasiado cabezota para eso.

—Lo sé.

Max suspiró y se acercó a ella. La observó un momento antes de esbozar media sonrisa.

—Creo que ya empiezo a entender lo del síndrome del nido vacío. Alice

parpadeó, confusa.

—¿Qué es eso?

Max empezó a reírse. Un hecho insólito. Alice no había podido verlo reír muchas veces.

—Venga, vamos a la fiesta.

—¿Fiesta? —repitió Alice.


—Charles ha abierto una botella de alcohol y se cree que no me dado cuenta. quieren
celebrar que la ciudad es libre.

Alice dejó que la guiara con un brazo por encima de sus hombros. Levantó la cabeza
para mirarlo.

—¿Eso significa que me he librado del castigo?

—Oh, de eso nada. Voy a asegurarme de que lo cumplas. Aunque sea en otra ciudad.

—¿Y qué será?

—Limpiar pistolas. Durante toda la tarde. Y durante mucho tiempo.

—¡Odio limpiar pistolas!

—Lo sé. Por eso es tu castigo.

—¿Y cuánto es mucho tiempo?

—Hasta que me canse.

Alice resopló mientras subían los últimos escalones para unirse a la fiesta.

—Nunca te cansarás, ¿verdad?

—No.

—¿Y cómo te asegurarás de que cumplo el castigo? Max

esbozó media sonrisa.

—Me temo que tendré que venir a verte. Muy a menudo.


EPÍLOGO
Dos años más tarde

Alice volvió a mirarse a sí misma a través del espejo. No estaba segura de si esa elección
de ropa era la más adecuada. Se escondió un mechón de pelo tras la oreja, se ajustó la
camiseta, quitándole las arrugas —aunque realmente no tuviera ninguna—, se subió los
pantalones y volvió a repetir el proceso, nerviosa.

—Nunca te quitarás ese mal hábito, ¿no?

No levantó los ojos hacia Rhett, que estaba apoyado en la puerta con un hombro,
mirándola. Sin embargo, esbozó media sonrisa.

—¿Cuál de ellos? —preguntó directamente, alcanzando su cinturón.

—El de quitarte imperfecciones inexistentes —replicó él, ladeando la cabeza. Alice no

dijo nada por unos segundos, centrada en abrocharse el cinturón.


Finalmente, se giró hacia Rhett y levantó la mirada hacia él, señalándose a sí misma.

—¿Y bien?

Rhett intentó no sonreír con burla.

—¿Quieres que te ponga nota?

—¡No! Solo... dime si estoy bien.

—Depende.

Ella sintió que su pecho se hundía junto con sus pocas esperanzas.

—¿De qué depende? —preguntó, desilusionada.


—De la opinión de cada uno.

—Muy bien —Alice le enarcó una ceja, irritada—, ¿y cuál es la tuya?

—Que llevas demasiada ropa.

Ella lo miró por unos segundos antes de sonreír y empujarlo ligeramente del
hombro. Rhett se estaba riendo.

—Vas bien —dijo, ahora en serio—. No tienes nada que demostrar, así que
cálmate.

—En realidad, tengo mucho que demostrar, ¿no?

—Lo has hecho durante mucho tiempo —él abrió la puerta—. Venga, hazlo ya y deja de
pensártelo.

Alice suspiró y asintió con la cabeza —más para sí misma que para Rhett— antes
de salir de su habitación. Él la alcanzó en unas pocas zancadas y empezaron a bajar
juntos las escaleras.

—No entiendo qué te pone tan nerviosa —murmuró él, negando con la cabeza.

—¡No lo sé! Últimamente, todo me pone nerviosa.

—No lo parece en público.

—Porque en público intento ser una buena líder.

—¿Y conmigo no? —enarcó una ceja, divertido.

—¿Eres tú un instructor al mando cuando estamos tú y yo solos?

—Sí.

—Qué más quisieras.


Él empezó a reírse mientras le sujetaba la puerta. Alice vio que casi todo el mundo estaba
ya yendo a cenar. Y había oscurecido. Estaba a punto de avanzar hacia ella cuando se
detuvo de golpe al ver la enorme cantidad de luces, decoración y otras tonterías que había
en todo el edificio de la cafetería.

—¿Qué demonios ha hecho Jake? —preguntó con voz aguda.

—Te dije que no dejaras la decoración en manos de esos tres.

—Pensé que Kilian compensaría las ideas de Charles y Jake —protestó.

—Y yo te dije que eso no pasaría. Si alguna vez me escuch...

—Rhett, es Navidad. No me obligues a matarte en Navidad.

—Vale, esperaré a que empiece el verano.

—Bien.

Los dos llegaron a la cafetería no mucho más tarde, pero no entraron junto con los demás.
Alice tenía un nudo en el estómago cuando se detuvo junto a la entrada de la ciudad.
Miró los muros nuevos y suspiró, mirando la puerta abierta. Notó que Rhett le ponía una
mano en la parte baja de la espalda al detenerse a su lado.
—¿Vas a ponerte a chillar cuando lleguen? —preguntó Rhett directamente.

—Soy una líder madura y fría. Claro que no.

Él ahogó una risotada.

—Sí, ya.

Apenas unos minutos más tarde, Alice escuchó el rugido de un motor de coche
acercándose y esbozó una pequeña sonrisa al ver que tres de los vehículos de Ciudad
Capital se detenían dentro de la ciudad. Unos cuantos androides bajaron de él —entre
ellos algunos que ella conocía—, pero Alice fue directa a ver a Anya.

—Feliz Navidad —le dijo la recién llegada.

Alice le dio un corto abrazo antes de separarse para mirarla. Anya ya no parecía una
androide inocente. De hecho, parecía mucho más adulta que la última vez que la había
visto. Y, por lo que había oído de la ciudad que ahora lideraba, era muy buena líder.
Esperaba que dijeran lo mismo sobre ella.

—Gracias por invitarnos —dijo ella—. La verdad es que tenía curiosidad por ver la
ciudad totalmente arreglada. ¿Cuánto habéis tardado en hacerlo?

—¿En reformar todos los edificios? —Alice resopló—. Dos largos años. Se podría decir
que esta noche celebramos Navidad y que por fin hemos dejado de construir cosas.

Anya empezó a reírse y, tras una pequeña charla, entró en la cafetería con los suyos. Alice
volvió junto a Rhett, que la miraba de reojo.
—Bueno, has mantenido tu aspecto de líder madura y fría —murmuró—, por ahora.

—¿Por ahora?

—Ya veremos cuánto te dura.

—Toda la noche.

—Ya, seguro.

La conversación se detuvo en cuanto Alice escuchó el ruido de otro vehículo. De hecho,


de cuatro más. Los cuatro entraron en la ciudad. Alice sintió que la emoción la
embargaba cuando vio que Max salía del asiento del piloto del primer coche, mirando a
su alrededor.

Y, bueno, no pudo evitarlo.

Soltó un chillido de emoción y Rhett dio un respingo a su lado. Por no hablar del que
dio Max. Fue corriendo y —literalmente— se lanzó sobre él sin preguntarse si estaba
preparado para sujetarla. Por suerte, lo estaba. Le rodeó el cuello con los brazos y le dio
un abrazo casi asfixiante sin tocar el suelo. Max le devolvió el abrazo torpemente, algo
incómodo por tanto contacto humano.

—Sí, yo también me alegro de verte —murmuró.

—¡Por fin! —Alice se separó y volvió a tocar el suelo con los pies, mirándolo—. Me
esperaba un poco más de emoción, la verdad.
—Tú la tienes por los dos —él negó con la cabeza y volvió a mirar a su
alrededor—. Vaya, esto es...

—Ha quedado bien, ¿eh?

—Me gustaba más antes.

Alice torció el gesto y él esbozó media sonrisa.

—Pero no está mal para una principiante.

—Me lo tomaré como un cumplido.

Rhett se había acercado, pero obviamente no se lanzó a los brazos de Max a darle un
abrazo. De hecho, solo se quedó de pie junto a ella con las manos en los bolsillos.

—¿Qué tal? —le preguntó Max.

Rhett asintió con la cabeza a modo de respuesta. Alice

los miró a ambos con una mueca de disgusto.

—¡Venga ya, hace dos años que no os veis! ¿Ni siquiera os vais a decir nada?

—Me ha preguntado qué tal estaba —protestó Rhett.


—Exacto —protestó Max.

Estuvo a punto de hacer que se abrazaran entre ellos, irritada, pero le sorprendió ver que
alguien se le adelantaba. Tina apareció de otro de los coches y rodeó a cada uno con un
brazo, atrayéndolos juntos para abrazarlos a la vez.
Alice casi empezó a reírse cuando vio sus caras de horror.

—¡Por fin todos juntos de nuevo! —canturreó ella igualmente.

Entonces, levantó la cabeza y su mirada se fijó en Alice.

—¡Alice, cielo!

Los soltó como si no existieran y fue directamente hacia ella. Alice disfrutó de cada
segundo de ese abrazo. Cuando se separó, Tina la sujetó por los hombros para mirarla de
arriba abajo.

—Mírate. Pareces toda una adulta. ¿Cuándo has crecido tanto?

—Tina, yo ya no crezco más.

—No me refiero a físicamente. Se te ve más... madura.

—Y más pesada —intervino Rhett.

—Tú no has cambiado nada, cielo —Tina le dio un apretón cariñoso en el hombro—.
¡Tenéis que contarme todo lo que haya pasado en nuestra ausencia!
—Id a la cafetería —Alice sonrió—. Tenéis un lugar en la mesa principal.

—Sí, todavía queda un invitado —murmuró Rhett.

Ellos dos se marcharon felizmente y Alice sonrió disimuladamente cuando vio que Tina
enganchaba su brazo con el de Max.

—¿Le faltará mucho? —Rhett suspiró—. Tengo hambre.

Al final, sí que le faltó un poco. Unos diez minutos, de hecho. Alice estuvo a punto de
pedir que cerraran las vallas cuando escuchó el característico ruido de unas caravanas
acercándose. Rhett y ella se apartaron cuando las caravanas entraron. La primera se
detuvo junto a ellos y la puerta se abrió de una patada.

Alice sonrió ampliamente cuando Trisha bajó de un salto y miró a su alrededor,


suspirando.

—Joder, menuda reforma —asintió con la cabeza—. Se ve que lo único que


necesitaba esta ciudad era una chica a cargo de ella.

Se giró hacia ellos y sonrió ampliamente.

—¿Qué tal, tortolitos? Feliz Navidad y todo eso. ¿Dónde está la comida? Alice

negó con la cabeza.

—En la cafetería —la señaló—. Admito que me esperaba, al menos, un abrazo.

—Ya te di uno. Una vez. Dejemos las cosas así o te enamorarás de mí y no quiero
que tu novio se ponga celoso.
Rhett soltó una risa irónica mientras entraban en la cafetería.

Jake, Charles y Kilian habían decorado incluso el interior. No había una sola mesa que
no tuviera una ostentosa decoración navideña. Alice intentó no poner los ojos en blanco
mientras entraba y todo el mundo reía y charlaba alegremente. Optó porque se le pegara
el espíritu navideño. Fue directa a la mesa principal, la del fondo, donde ya estaban
sentados los demás.

Trisha se dejó caer enseguida junto a Charles, que le sonrió ampliamente.

—Hola, rubita.

—No empieces —advirtió ella.

—¿Qué tal se te da liderar mis caravanas?

—¿Quieres decir mis caravanas? Muy bien, la verdad.

—Bueno, no es como si no estuvieran acostumbrados a ser liderados por un


androide sin mano.

Trisha puso los ojos en blanco, negando con la cabeza. Alice pasó junto a ellos y se dejó
caer en su lugar, entre Rhett y Jake.

A pesar de que lo viera cada día, seguía sorprendiéndose cada vez que veía a Jake tan
cambiado. No se había dado cuenta de en qué momento exacto había pasado, pero de
pronto dejó de ser un niño regordete con una manada de rizos para ser un adolescente
delgaducho con una melena desordenada encantadora y un aspecto bastante agradable
para las chicas. Lástima para ellas que solo
tuviera ojos para Kilian, que estaba sentado a su lado mirando con ojos de deseo a
la comida que tenía delante.

Rhett empezó a hablar con Tina y Max, que estaban sentados al otro lado de la mesa. Alice
la recorrió con los ojos. Kai estaba sentado con 43 charlando animadamente. Frunció
ligeramente el ceño cuando siguió buscando y no vio a...

—Hoy está muy nervioso —protestó Jake de pronto con esa voz grave a la que ella
seguía sin acostumbrarse—, no sé qué le pasa.

Alice se apartó de la mesa e hizo un gesto al niño de dos años que se acercaba con el
ceño fruncido y los brazos firmemente cruzados.

—¿Qué pasa? —Alice le hizo un gesto para que se acercara—. ¿No te han dejado
sitio, es eso?

El niño asintió con la cabeza, enfurruñado.

—Ven aquí, entonces.

Él pareció mucho más alegre mientras se acercaba a toda velocidad. Alice lo ayudó a
subir a la silla y sentarse en su regazo, desde donde revisó toda la mesa con ojos
críticos. Su mirada se detuvo en Tina, que ahogó un grito de emoción.

—¿Es...?

—El hijo de Eve, sí —Alice sonrió de lado.

El niño la miró con curiosidad unos segundos, pero al final le restó importancia y se
estiró para robar comida y empezar a devorarla sin piedad. Jake puso los ojos en blanco
y volvió a su conversación con Kilian.
—Hacía tanto que no lo veía... —Tina sonrió—. Me alegra verlo tan bien
cuidado.

—Es que papi Rhett es muy bueno —bromeó Alice maliciosamente.

Rhett puso una mueca.

—Yo no hago nada especial. Es un crío muy pesado.

—Cada vez que se pone a llorar, sales corriendo a socorrerlo.

—¡Eso no es verdad!

—No llegaste a decirme qué nombre habías elegido para él —interrumpió Max,
mirándola con curiosidad.

—Oh, bueno...

Alice se acomodó mejor con el niño encima cuando él quiso acercarse más a la mesa
para robar más comida.

—La verdad es que hubo un tiempo en que pensamos ponerle un nombre


cualquiera, solo para quitarnos el problema de encima —murmuró—. Tanto Rhett
como yo pensamos que solo era un nombre y que no tenía mucha importancia,
pero...

Miró a Rhett, que esbozó media sonrisa. Tina y Max los seguían mirando con
curiosidad.
—Al final, decidimos elegir un nombre que a los dos nos gustara —concluyó.

—¿Cuál? —preguntó Tina.

Alice sonrió.

—Max.

Durante unos segundos, el único que se movió fue el niño, que levantó la cabeza al
oír su nombre, todavía con la boca llena de comida. Pareció que la situación no le
interesaba mucho, porque enseguida volvió a centrarse en comer.

Mientras tanto, Alice intentaba no reírse con todas sus fuerzas al ver la cara que se le había
quedado al pobre Max. Nunca lo había visto estupefacto. Era una bonita novedad.

Tina, por su parte, esbozó una enorme sonrisa.

—¡Es perfecto! —exclamó, emocionada—. ¡Es un detalle precioso! ¿Verdad, Max?

Él seguía pareciendo medio paralizado cuando lo zarandeó en busca de una respuesta. Se


aclaró la garganta ruidosamente.

—Yo... eh... no me lo esperaba.

—No derrames toda tu alegría de golpe, Max —bromeó Charles, que había estado
escuchando.
Todos empezaron a reírse y la cena continuó sin muchos más incidentes. El pequeño Max
no tardó en aburrirse de estar sentado sin hacer nada y terminó recorriendo la cafetería y
hablando con todo el mundo, como de costumbre.
Alice observó a los demás integrantes de la mesa en silencio, pensativa.

Lo cierto es que había tenido suerte con la gente que la había acompañado a Ciudad
Central. Al principio, solo habían sido ella, Rhett, Charles, Kai, Jake y Kilian. Bueno, y
el pequeño Max, que por aquel entonces todavía no tenía nombre. Habían empezado a
retirar todas las ruinas de la ciudad, cosa que llevó tanto tiempo que casi se arrepintieron
de haberlo empezado.

Sin embargo, cuando empezaron a construir de nuevo no empezó a llegar gente nueva.
Gente que buscaba un hogar después de todo lo que había pasado en las ciudades,
principalmente. Ahora que las controlaban los androides, eran mucho más libres para
elegir dónde querían vivir. Y muchos habían elegido vivir con ellos.

En cuanto la ciudad estuvo más preparada para llamarse como tal, Alice se había
encontrado en la tesitura de elegir a nuevos guardianes.

Había pensado en hacer a Rhett guardián de los exploradores, y se sorprendió mucho


cuando él sonrió y negó con la cabeza. Resultó que, tras tantos años, había empezado a
gustarle eso de dar clase. Y no se le daba mal, así que Alice le dejó con los principiantes,
los intermedios y en la especialidad de lucha y quien terminó quedándose con la parte de
las exploraciones fue Charles, que pareció encantado con la idea de ser guardián.

No tardó en llegar a la conclusión de que su candidato ideal para el puesto que había
ocupado Tina anteriormente era Jake. Él se había encargado del hospital durante todo ese
tiempo, y junto con Kilian era increíblemente bueno con ello. La decisión de hacerlo
guardián fue fácil. Al igual que la decisión de encargar la especialidad en tecnología a
Kai, a quien no le pareció mal ser guardián.

Y, claro, solo quedaba la parte de la especialidad en armas, la cual Alice estuvo encantada
de cubrir.
Además, no podía quejarse con los tratos que recibía por parte de las caravanas, cuya
nueva líder se aseguraba siempre de que fueran los mejores. Tampoco tenía nada que
objetar sobre la nueva capital, cuya nueva líder también se aseguraba siempre de que
estuviera bien.

En conclusión, Ciudad Central volvía a ser una buena ciudad. O eso quería pensar.

Y lo cierto era que, mirando a su alrededor, creía que era verdad. Que formaban una buena
ciudad. Que había tomado una decisión al reformarla junto a sus amigos.

Se sentía en su hogar. Y hacía muchos años que no podía decir eso.

Interrumpió el hilo de sus pensamientos cuando Charles levantó abruptamente su copa


de alcohol —que Alice había advertido que no bebiera en exceso porque seguía
trabajando en eso de estar completamente sobrio—.

—¡Por la Navidad! —exclamó.

Todo el mundo empezó a hablar a la vez, levantando también sus copas y


bebiendo. Alice lo hizo con ellos, riendo.

—¡Por los invitados! —gritó Trisha, a su vez.

De nuevo, más risas y gente bebiendo.

Alice parpadeó, sorprendida, cuando vio que Rhett levantaba la copa. Él no hacía nunca
esas cosas. Quizá por eso todo el mundo lo miró con más atención que a los demás.

Rhett sonrió.

—Por la líder.
Alice sintió que sus mejillas se teñían de rojo intenso cuando las voces y risas que
había oído hasta ese momento se multiplicaban. Esta vez, todo el mundo bebió en su
honor. Dio un manotazo a Rhett, que empezó a reírse.

—Me pienso vengar de eso —masculló de mala gana.

Rhett sonrió y apoyó un brazo en el respaldo de su silla, mirándola.

—Ha valido la pena.

—¿Ya vas borracho?

—Un poco.

—La última vez que pasamos la Navidad aquí, también estabas borracho. Y no puedo
decir que me desagradara del todo.

Él enarcó una ceja, divertido.

—¿Qué parte te gustó más?

—Solo diré... que esta noche podríamos terminar lo que dejamos a medias.

Rhett empezó a reírse antes de asentir con la cabeza.

—Todavía tengo mucha música que enseñarte. Creo que vamos a necesitar algunas
noches más.
FIN

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