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FUEGO # 2
JOANA MARCÚS
CONTENIDO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capitulo 23
Capítulo 24
Capitulo 25
Capítulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo36
Capítulo37
Capítulo38
Capítulo39
Capítulo40
Capítulo41
Capítulo42
Capítulo43
Capítulo44
Capítulo45
Capítulo46
Capítulo47
Capítulo48
Capítulo49
Capítulo50
Capítulo51
Capitulo52
Capítulo53
Capítulo54
Capítulo55
Capítulo56
Epílogo
Joana Marcús
Ciudades de
Cenizas
Fuego #2
Joana Marcús
Todos los derechos Reservados.
JOANA MARCÚS
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No sabía si era del todo normal que un mismo sueño se repitiera una y otra vez, pero
no se atrevía a preguntárselo a nadie. Después de todo, ella no debería tener la función de
soñar. Era una androide y se suponía que los androides no pensaban por sí mismos, no
tenían imaginación. Los sueños formaban parte de la imaginación.
A veces, se preguntaba si los demás androides soñaban, como ella, y pensaban tanto
en... bueno... en todo. Nunca les preguntaría por miedo, pero quería pensar que sí lo
hacían. Que ella no era tan diferente.
Aunque... el padre John —su creador— solía decir que ella siempre había sido
especial. Era su última creación. Y todos sabían que el padre John era el mejor creador de
la ciudad.
Ella se llamaba 43. Un androide no tenía derecho a un nombre humano, solo a lo que
los demás llamaban número de serie. De todos modos, su padre la llamaba Alice cuando
estaban solos.
A ella le gustaba ese nombre humano, así que mentalmente se refería a sí misma como
tal. Hacía que se sintiera algo más que un número cualquiera de una larga lista.
Por supuesto, no era algo que pudiera decir delante de sus compañeros o de los demás
padres, así que en público seguía siendo la tranquila 43, tercera androide de la quinta y
última generación.
A Alice le resultaba difícil dormir y, por si eso fuera poco, siempre era la primera en
despertarse. Como no podía moverse de la cama hasta que sonara la sirena de buenos
días, siempre esperaba pacientemente mirando el cielo a través del ventanuco que había a
unos metros de distancia. Si bajaba un poco la mirada, entre su cama y el ventanuco,
estaba la cama de 42, que dormía plácidamente.
En ese aspecto, siempre la había envidiado. Se dormía nada más tocar la cama y,
además, parecía tan tranquila... ojalá Alice pudiera hacer lo mismo.
Aún así, despertarse la primera tenía sus ventajas. Todo era más silencioso cuando los
demás dormían. Podía hacer lo que quisiera... siempre y cuando no se moviera de la
cama, claro. Y era la única hora del día en que nadie, absolutamente nadie, estaba
vigilando lo que hacía y lo que no. Era como quitarse un enorme peso de encima, aunque
fuera solo por un rato.
Las habitaciones eran bastante austeras. Eran cuadradas, las paredes estaban pintadas
de blanco y tenían el suelo gris —Alice no conocía el nombre del material, pero no le
gustaba, estaba bastante frío cuando ponía los pies descalzos en él por las mañanas—.
Los únicos muebles eran las cinco camas repartidas para que cada una tuviera su propio
espacio personal y la mesa que había junto a la puerta. Una mesa rectangular de metal en
la que les ponían la ropa que debían llevar cada mañana.
Alice no entendía en qué momento ponían la ropa ahí. Ella era la primera que se
despertaba y, aún así, no había conseguido verlo nunca.
Justo en ese momento, Alice percibió un movimiento por el rabillo del ojo. 42 se había
despertado y se estiraba perezosamente. Era la androide con la que más había hablado en
su vida, pero nunca mantenían conversaciones muy extensas. Se limitaban a hablar del
maravilloso tiempo, de lo agradecidas que estaban a los padres por cuidarlas y de lo
felices que eran, aunque esa felicidad nunca se reflejaba en los ojos de ninguna.
—Buenos días, 43 —le dijo 42 con la cabeza despeinada y una pequeña sonrisa.
Pareció que 42 iba a decir algo más, pero se detuvo cuando la sirena de buenos días
empezó a sonar. Las demás se despertaron con el sonido, que se cortó al cabo de menos
de un minuto, y Alice se puso de pie para ir a recoger su ropa con ellas.
Siempre era la misma indumentaria: un conjunto completamente blanco con una falda
que les llegaba por las rodillas y una pieza superior que cubría su torso y su cuello,
dejando los brazos al descubierto. Alice metió los pliegues de la parte superior en la falda
y la alisó, de modo que no quedara ni una sola arruga. Podían castigarla si encontraban
alguna. Eran muy estrictos en ese sentido. Bueno, y en todos los sentidos.
A ella solo la habían castigado una vez. No había sido nada muy grave, pero prefería
no volver a vivirlo jamás. Era mejor portarse bien.
Tomó sus zapatos, que eran unas botas blancas sin ningún tipo de atadura que llegaban
hasta los tobillos. Todas se ayudaron unas a otras a atarse el pelo de manera que quedara
completamente recogido en una cola de caballo.
Tras eso, formaron una fila siguiendo el orden de sus números y salieron de la
habitación para dirigirse al comedor, que era la sala más grande del lugar — después de
la sala de conferencias, a la que acudían muy de vez en cuando, ya que rara vez tenían
algo nuevo que contar—. Se sentaron con sus respectivas compañeras y cerraron los ojos,
tomándose las manos.
Alice había oído que antes la gente se dedicaba a hacer eso para rezar a un dios o a más
de uno, pero no estaba segura de qué era eso exactamente. Había partes de la cultura
humana que seguía sin entender demasiado.
Seguramente, había gente que todavía lo hacía, pero era un tema prohibido en su zona.
El silencio era, simplemente, una muestra de respeto por los padres, que les habían dado
la vida sin pedir nada a cambio.
—¿Estás bien? —42 la miró cuando el silencio terminó y Alice no le soltó la mano.
—Si tienes un problema de funcionamiento, deberíamos avisar a un padre —le dijo 44,
que estaba sentada a su otro lado.
Apenas había hablado alguna vez con ella, pero a Alice no le gustaba. Era pelirroja,
alta y tenía pecas por toda la cara y los hombros. Pero eso no era lo que molestaba a
Alice, sino que siempre parecía buscar los fallos de los demás con la mirada. Si
encontraba alguno, siempre se lo contaba a un padre o a un científico.
Una vez había escuchado a un chico de la segunda generación llamarla sapo, pero...
Alice no tenía muy claro qué tenía que ver un animalito con contarle cosas a los padres.
—Lo que deberíamos hacer es dar las gracias por estos alimentos —dijo 42,
salvándola del apuro—. Hoy en día, no es fácil conseguirlos.
—Sí, tienes razón —le concedió 41, una androide de pelo castaño rizado y ojos
alargados.
42 tenía un don para disolver situaciones de conflicto sin siquiera levantar la voz, cosa
de la que Alice era incapaz. En ese aspecto, también la envidiaba un poco.
En realidad, la envidiaba en más aspectos. 42 era bajita, muy delgada, con el pelo rubio
muy claro y la nariz respingona. Tenía los ojos muy grandes para su cara y solía
moverlos a toda velocidad, como un cervatillo asustado.
Alice, por otro lado, era... muy perfecta, si es que eso tenía sentido. Tenía los ojos de
una medida perfecta y de color azul, el pelo lacio, negro y la piel blanca e inmaculada.
Las pocas veces que se había mirado a un espejo, había sido consciente de que era obvio
que no era humana. No tenía ni una sola imperfección, cosa que los demás tenían. Por
algún motivo, habría preferido tenerla, igual que 42.
Pero... en fin, eso dependía de su creador, no de ella. Después de todo, era una
androide.
Los androides eran formas de vida artificiales, cada cual más avanzada que la anterior
para que se parecieran aún más a los humanos. Los primeros habían sido robots sin más.
Ahora, eran réplicas exactas de las personas. Tan exactas que la única forma de
diferenciarlos era asegurándose de que tenían su número de serie tatuado en el estómago.
Alice no sabía por qué querrían hacer algo así teniendo a los propios humanos tan
cerca, pero nunca lo había cuestionado nadie, así que ella no iba a ser la primera.
Viajar de zona en zona no era sencillo, las separaban cientos de kilómetros, y además
tenían un estricto control sobre la gente que entraba y salía de ellas. Especialmente
porque, entre zona y zona, estaban el bosque y las ciudades de los rebeldes, es decir, de
los humanos que estaban en contra de los androides y de todo lo relacionado con ellos.
—Hoy los padres están inquietos —escuchó decir a 47 al otro lado de la mesa.
Tenía razón. Pero... ¿por qué lo había dicho en voz tan alta? Había tenido mucha suerte
al no ser escuchado. Lo miró de reojo. No recordaba haberse fijado nunca en él. Era un
chico con apariencia agradable, pero ese día estaba extraño. Parecía... ¿nervioso?
Repiqueteaba los dedos sobre la mesa compulsivamente.
Algunas cabezas se giraron hacia él. Su voz había resonado demasiado. Entonces, sí
que había sido escuchado, pero solo por sus compañeros. Si tenía algún aprecio por sí
mismo, no querría que las madres lo oyeran. Por no hablar de los padres...
Padres era el término que usaban para referirse a los diez creadores de la zona. Los
demás, los hombres que se paseaban por el lugar con sus batas blancas y se dedicaban a
preguntar cosas, a sacarles muestras y demás información a los androides como ella, eran
los científicos.
Ninguno de los dos grupos era muy simpático. El padre John era, en su opinión, el más
agradable de todos padres y científicos. En el caso opuesto estaba el padre Tristan. Nunca
había sido cruel con ella ni con nadie, pero a Alice nunca le había dado buena sensación
esa mirada de ojos azules acuosos y esa sonrisa que parecía ocultar algo retorcido.
Debían ser imaginaciones suyas, porque nadie más se había quejado nunca. De hecho,
parecían tenerle un cierto aprecio ciego que no llegaba a comprender y que estaba segura
de que jamás compartiría.
Tomó el tenedor de metal para mezclar su desayuno, que era una pasta de color beige
hecha para incrementar la funcionalidad de sus neuronas, o eso les decían los padres.
Fuera lo que fuera, no sabía a nada, pero quitaba el hambre. Lo comían cinco veces al día
junto con piezas de fruta fresca.
—Es verdad —la voz de 47 volvió a resonar, esta vez a más volumen. Alice contuvo la
respiración cuando las madres, de pie a los lados de la cafetería, se giraron hacia él—. No
es justo.
—¡No, no me digas que no es cierto! —él se puso de pie y golpeó la mesa, haciendo
que los platos temblaran y todo el mundo se girara hacia él—. ¡Sabes que lo es!
Una madre ya se había acercado con una sonrisa amable.
—¡Sí, que quiero irme de aquí! —47 volvió a golpear la mesa y el vaso de agua de
Alice vibró peligrosamente. 42 se lo sujetó para que no se derramara.
—Voy a tener que pedirte que mantengas la calma, androide —replicó ella
suavemente.
La última vez que había pasado algo así había sido con 49, un androide aparentemente
perfecto que un día se había puesto a gritar en medio de uno de los pasillos. Nadie había
vuelto a verlo.
Alice vio, de reojo, que las madres hablaban entre ellas mientras se tomaban el
desayuno. Ya habían terminado cuando le dio la extraña sensación de que hablaban de
ella.
Cuando vio que una de ellas se acercaba a su mesa, clavó la mirada en su plato vacío,
tensa.
Ella se alisó la falda y se puso de pie, aliviada. Solo era el padre John. Menos mal.
Y aún así... nunca era bueno que una madre viniera a buscarte fuera del horario
habitual, que era por la tarde. Mantuvo la calma y se retorció los dedos mientras la
seguía. Estaba nerviosa. Muy nerviosa.
Alice calculó los movimientos que daban. Izquierda, derecha, el pasillo de las sillas,
derecha, derecha. Puerta azul. Derecha. Escaleras. Izquierda. No sabía por qué lo hacía,
era inconsciente, pero siempre se encontraba a sí misma haciéndolo.
Ella se mantuvo en su lugar con los dedos entrelazados. No tenía permitido hablar con
madres, padres o científicos si no le preguntaban algo directamente. Vio que la madre
desaparecía por el pasillo y miró a su alrededor. Estaba completamente sola. Le resultó
un poco extraño, pero la idea se fue de su cabeza antes de que pudiera siquiera
considerarla porque un ruido parecido a un llanto sonó detrás de la puerta que tenía a su
izquierda y la distrajo.
Se detuvo y escuchó más atentamente, curiosa y tensa. Solo escuchar ya estaba tan
prohibido que hacía que se pusiera nerviosa.
Pero... solo tenía que escuchar sin que la pillaran, ¿no? Si no la pillaban... no pasaban
nada.
Dudó un momento, mordiéndose el labio inferior. La madre seguía sin aparecer. Estaba
sola. Las demás puertas estaban cerradas. Esa era la única entreabierta.
Antes de darse cuenta de lo que hacía, se encontró a sí misma acercándose sin hacer un
solo ruido. Se detuvo junto a la puerta y contuvo la respiración, agudizando el oído.
—...no es culpa tuya, 47, créeme —era la suave voz del padre Tristan. Un
—A veces, ocurren errores en los programas —siguió el padre—. Eso hace que vuestro
cerebro imite emociones humanas como la angustia... y no estáis
preparados para sentiros así. Tu reacción ha sido natural. Te has sentido sobrepasado. Lo
entiendo.
Alice no quería... y a la vez necesitaba mirar. Estaba segura de que había algo que solo
podría entender mirando a través de la rendija de la puerta. Pero era muy arriesgado. Si la
pillaban... no. No la iban a pillar. Solo tenía que asomarse un poco más.
—No te disculpes, 47. Ya hemos arreglado el error de tu sistema. Espero que entiendas
el castigo.
—Lo en... lo entiendo, padre Tristan —él seguía sonando como si llorara.
—V-verdad... padre...
—Exacto, 47. Eres un androide muy inteligente. Cuando te creé, supe que serías mi
mejor androide. Muchos no lo entenderían, pero tú lo haces.
Alice no lo soportó más. Se asomó lentamente, con las manos sudorosas y el corazón
latiéndole tan fuerte que le dolía el pecho. Alcanzó a ver la ventana del despacho y a 47
sentado delante de la mesa del padre Tristan, tapándose la cara con una mano. Seguía
llorando. Su creador, el padre Tristan, lo miraba casi con ternura.
—No hace falta que nadie se entere de lo que ha pasado —replicó el padre Tristan
suavemente, y Alice vio que hacía un gesto al otro lado de la habitación.
Se apartó de golpe cuando vio que un guardia salía de la nada, transportando algo. Su
cuerpo entero estaba entumecido por los nervios. Cuando los pasos se detuvieron, volvió
a asomarse.
—Esto es para que sepas que lo que hiciste estaba mal... pero también para que veas
que, pese a todo, sigo considerándote un androide válido y excelente.
Alice frunció el ceño cuando vio que le daban algo parecido a un guante de metal. No
entendía nada. El guardia lo extendió hacia 47, que se frotó los ojos con el dorso de la
mano y la alcanzó.
No pudo verlo bien porque se había mareado, pero consiguió ver que se colocaba el
guante de metal. En cuanto lo tuvo puesto, Alice se dio cuenta de que era una imitación
exacta de su mano. Era como si no hubiera pasado nada. Al menos, hasta que tuviera que
usarla.
—Eres un buen prototipo, 47. Esta noche la pasaras en el hospital y mañana volverás
con tus compa...
El guardia salió del despacho acompañando a 47. Alice levantó la mirada para
encontrarse con la de él, aunque no pareció verla del todo. Estaba pálido,
tembloroso y tenía mechones de pelo castaño pegados a la frente por el sudor frío.
Parecía tan... perdido.
—43 —la voz del padre Tristan la tensó de pies a cabeza—, ¿qué haces ahí?
Él también había salido del despacho para acompañar a 47, aunque se había detenido
al ver a Alice.
—El padre John ha solicitado de verme —replicó ella con el tono de voz más neutral
que fue capaz de encontrar dentro de sí misma—. Una madre me ha indicado que espere
aquí.
La sonrisa del padre Tristan pareció un poco más desconfiada esa vez.
Ella tragó saliva. No podía dudar. Levantó la cabeza y lo miró con falsa confusión.
—Padre Tristan, los androides no disponemos de recursos para saber la hora exacta.
Silencio. Por un momento, pensó que se había pasado de lista. Pero él se limitó a negar
con la cabeza.
Ella abrió mucho los ojos. Desobedecer a un padre era impensable, pero el padre
John quería verla. ¿A cuál de los dos tenía que obedecer?
—Pero...
—No te preocupes por tu creador. Yo hablaré con él. Ahora, ven conmigo.
No le quedó más remedio que hacerlo, incluso con las pocas ganas que tenía.
Se sentó en el lugar que había ocupado 47 unos segundos antes. La silla seguía caliente.
Eso hizo que se sintiera peor. Alice se retorció los dedos de nuevo hasta que dolieron y
tragó saliva, fingiendo tranquilidad.
—Bien. Preséntate.
Siempre, antes de una entrevista con un padre, tenían que decir todos sus datos.
—Número de serie: 43. Modelo: 4300067XG. Creación finalizada por el padre John
Yadir el 17 de noviembre de 2025, a las 03:01 de la mañana. Recuerdos artificiales
implantados por vía modular. Zona: androides. Sin uso formal. Función: androide de
información. Especialidad: historia clásica humana.
—Perfecto —él sacó un pequeño cuaderno digital y con uno de los lápices negros
empezó a dibujar cosas en la pantalla que a Alice le resultaron imposibles de entender—.
El otro día me hablaste de un sueño, ¿has vuelto a tenerlo?
En realidad, no se lo había dicho. Él siempre parecía saber cosas que no debería saber.
—No lo recuerdo muy bien —repitió, como cada vez que le había preguntado eso—.
Es confuso.
Ella nunca se lo contaría. Sin importar las veces que preguntara. No le gustaba ese
hombre. Ni sus ojos, ni su escaso pelo blanco, ni su barriga regordeta, ni su voz amable.
Especialmente su voz.
—¿Cómo es la luz?
—Brillante —replicó ella, con un ligero tono irónico. El padre Tristan levantó la
cabeza y la miró un momento. Ya no sonreía tan abiertamente como antes—. Extraña.
¿Qué había sido eso? ¿Había hecho una broma? ¿Ella? ¿Podía hacer bromas?
—¿Nada más?
—No, padre.
El padre Tristan se quedó mirándola unos segundos, abrió la boca para replicar y, justo
en ese momento, la puerta se abrió y el padre John entró con las mejillas rojas por el
enfado y el pelo oscuro perfectamente ordenado. Alice se puso de pie automáticamente,
como era de esperar en ella.
—Lamento haberte enfadado —replicó el padre Tristan, con la sonrisa amable—. Solo
quería preguntar algunas cosas. Es toda tuya, John. Está calibrada.
Alice siguió a su creador hacia el piso anterior, dejando al otro padre con una sonrisa
amable que fue apagándose a medida que se acercaban a la puerta. Otra vez volvió a
entrar en un despacho, aunque esta vez fue el de su querido padre John.
—Escúchame bien, Alice —él se acercó a ella y la miró desde su altura. No podía
tocarla, no podía ni acercarse más de medio metro. Era inapropiado—. Necesito que
hagas exactamente lo que voy a decirte a continuación y, pase lo que pase, no lo
cuestiones.
—¿Eh...?
Alice parpadeó, confusa, pero él no le dio tiempo a decir nada antes de seguir
hablando.
—No sé qué ha pasado exactamente, pero hemos perdido todo el contacto con los
humanos. Todo indica a que los rebeldes los han atacado... o se han aliado con ellos, no
lo sé. Nadie lo sabe. No podemos estar seguros de nada.
Alice frunció el ceño. Era extraño que su padre le hablara de otros lugares. Y mucho
más que le estuviera contando que había problemas en ellos.
—Nunca nos han tenido mucha estima —replicó el padre John con una sonrisa triste
—. Temo que asuman que somos una amenaza para ellos, como creen esos
indisciplinados de los rebeldes. Lo último que hemos sabido es que los humanos ya no
hablan con nosotros y hay un grupo de rebeldes acercándose a nuestra zona.
Ella no sabía qué decir. Tampoco sabía por qué le contaba eso, no tenía por qué
hacerlo.
—No puedes estar aquí cuando eso ocurra, ¿lo entiendes? —siguió él—. Tienes que
marcharte en cuanto haya peligro. Toma todo lo que necesites y vete sin que nadie te vea.
—No hay nada más que entender —replicó él, y dio la vuelta a su despacho para
recoger algo de su mesa. Alice sintió un escalofrío cuando se lo puso en la mano—. Esto
es un arma. Un revólver. Te ayudará.
—Padre...
—Créeme, lo necesitarás.
—¡Olvídate de las reglas! —replicó él y, al ver que la había asustado, respiró hondo y
se calmó un poco—. Alice, ¿te he mentido alguna vez?
—No...
—E-está bien...
—Está bien —repitió él, y pareció aliviado—. Alice, no le cuentes esto a nadie,
¿vale?
—Pero... —ella seguía sin entender nada—. ¿Qué hay de los demás? ¿Y de ti?
De... usted, perdón...
—¿Crees que ahora me importa que te saltes los modales? —casi pareció divertido,
pero volvió a su cara de preocupación al instante—. No pienses en los demás. Piensa en ti
misma. Eres la única persona en la que puedes confiar, Alice, nunca lo olvides.
—Entonces, si pasa algo... ¿me voy corriendo? ¿Tú... qué harás tú?
—Sabes que me las apañaré, y tus amigos... también. Por el momento, no puedes
ayudarlos.
—P-pero... aunque consiguiera escapar... no tengo ningún lugar al que ir. Soy un
androide.
—Claro que lo tienes. Tú... sigue el bosque hacia el este. El lado de las montañas por
donde sale el sol cada mañana. Eso es el este. No te desvíes en ningún momento, ¿vale?
Evita las ciudades y los caminos principales. Solo... intenta no encontrar a los rebeldes.
No sé qué serían capaces si vieran el número en tu estómago.
—Una ciudad amiga. Tiene los muros blancos y un gran edificio gris en el centro.
La reconocerás enseguida. Diles quién eres y cuidarán de ti.
—Padre... ¿por qué me está contando todo esto? Si alguien lo escucha... podría...
castigarlo.
La puerta se abrió en ese momento y, antes de que Alice respondiera, una madre entró
en el despacho con una sonrisa cordial.
—El padre George quiere hablar con usted —le dijo a su creador.
—Bien —él dirigió una mirada a Alice, una mirada significativa que prometía
cualquier cosa y que rogaba que no hiciera ninguna estupidez—. 43, ve a desayunar.
—Sí, padre —replicó con voz temblorosa, y abandonó la habitación con el peso del
revólver en su cintura.
CAPÍTULO 2
Había pasado una semana desde su charla.
Esos días habían sido los más largos de su vida. No dejaba de pensar que, si unos
rebeldes locos no entraban por la puerta y los mataban, lo harían los propios padres
cortándoles las manos.
Las comidas de la cafetería de parecían eternas, sus horas en la biblioteca sin sentido y
no dejaba de mirar a los padres y a los científicos como si fueran unos traidores. En su
cabeza, todos ellos sabían que podían atacarlos y no decían nada a nadie. Eran unos
traidores.
Más de una vez se encontró a sí misma de pie en el vestíbulo del edificio principal,
mirando la gran estatua que había en el centro. Era una estatua blanca y perfecta de un
hombre con una bata de científico. No era nadie en concreto, pero se suponía que
representaba a los padres. A Alice solía darle igual. Ahora, le parecía estúpida.
Sí, había sido una semana larga. Hasta que llegó ese día.
Mientras subían las escaleras por la noche hacia los dormitorios, le tocó andar a la par
que 47. No pudo evitar mirarle la mano. A no ser que te fijaras mucho en ella, no podrías
ver que no era la suya. 47 pareció darse cuenta y la escondió mejor. Los chicos llevaban
manga larga, así que era más fácil ocultarlo.
Cuando por fin llegaron a sus camas, Alice supo que esa noche tampoco dormiría
mucho. Como cada noche, miraba el techo durante horas y horas y le daba la sensación
de que podía notar el bulto del revólver en la espalda, aunque en realidad los separara el
colchón.
Estaba segura de que todo el mundo vería que lo tenía y, en cualquier momento,
entrarían en la habitación los científicos y la llevarían con su padre para castigarlos a
ambos. Incluso podía ver la malévola —y a la vez terroríficamente entrañable— sonrisa
del padre Tristan mientras ordenaba a los guardias que se les cortaran las manos.
Había oído que en algunas partes se cortaba el pelo de las chicas como castigo, como
una pérdida de su feminidad, aunque no lo entendía. ¿Qué tenía que ver el pelo con eso?
Se suponía que seguían teniendo rasgos femeninos. Los humanos eran un verdadero
misterio.
Se preguntó hasta qué punto podía confiar en 42 y se giró hacia el otro lado,
frunciendo el ceño. ¿Debía decirle que corría peligro? No, su padre le había dicho que no
lo hiciera.
Justo en ese momento, escucho un pequeño ruido del exterior. Su ceño se profundizó.
Apenas había sido un susurro, pero lo había oído. Y nunca había ningún ruido cuando
daban el toque de queda. ¿Había alguien despierto a esas horas? Quizá era una madre
vigilando los pasillos.
Intentó ignorarlo con todas sus fuerzas pero, justo en ese momento, volvió a escuchar
el ruido, esta vez más insistente y justo detrás de la puerta del pasillo. Sintió que se le
erizaba el vello de todo el cuerpo y se incorporó inconscientemente.
—¿43?
Dio un respingo ante el susurro de su compañera 42, que la miraba con los ojos muy
abiertos.
—¿Qué haces? —susurró 42, asustada.
Ella negó con la cabeza con tanta rapidez que Alice supo que mentía. En un momento
de pura curiosidad, dejó los pies colgando de la cama —el suelo volvía a estar frío— y se
levantó. Pareció que a 42 iba a darle un infarto en cualquier momento, pero también se
incorporó.
Y, sin pensarlo demasiado, abrió la puerta solo para ver a través de una rendija y se
asomó. Con sorpresa, vio que 42 también se asomaba, justo debajo de ella.
El pasillo estaba oscuro, pero sus ojos estaban adaptados a la oscuridad, así que le
bastó un pequeño escudriño para ver la silueta de tres hombres vestidos de negro que
llevaban... ¿qué era eso? Parecía un saco. Frunció el ceño cuando vio que tiraban el saco
al suelo y uno de los hombres levantaba algo que llevaba en los brazos y lo apuntaba.
Cuando vio lo que era, cerró la puerta de golpe, justo a tiempo para que el disparo apenas
se escuchara en la habitación.
No era un saco. No lo era. No era nada parecido a eso. Era una persona. Y la habían
disparado.
—¿Qué? ¿Irnos?
—Ya me has oído —se dirigió de nuevo a su cama y agarró el revólver con una fuerza
un poco desmesurada. Le dio la sensación de que pesaba más que la última vez.
Alguien se movió y ellas se dieron cuenta de que estaban hablando en voz demasiado
alta. Sin embargo, nadie parecía haberse despertado. 41, 44 y 45 seguían durmiendo.
Alice pensó en lo que había dicho su padre, pero ahora no importaba, ¡no podía
dejarlas morir de esa forma! ¿En qué clase de ser la convertiría eso?
Pero justo en ese momento la puerta se abrió de golpe. Ellas dos se encontraban justo
al lado, así que les vino justo que no las aplastara contra la pared. Quedaron ocultas ahí
detrás mientras los mismos tres hombres pasaban dentro de la habitación y empezaban
a gritar. Las tres androides restantes empezaron a levantarse apresuradamente,
desconcertadas, y los hombres levantaron las armas.
Pensó en 44. En lo molesta que le había parecido una semana atrás. Ahora, estaba a
punto de llorar por haberla dejado morir.
Alice sintió náuseas cuando vio montones de figuras en el suelo y tuvo que
esquivarlas. No quería pensar en qué serían. O más bien en quiénes serían.
Sin darse cuenta, se había quedado ella en primer lugar y al bajar las escaleras advirtió
que, probablemente, los de su habitación no serían los únicos invasores que habían
entrado en la zona, así que se detuvo de golpe en las escaleras. 42 chocó con ella y
estuvieron a punto de rodar hasta el piso inferior.
—¿Qué haces? —preguntó 43, en tono agudo—. ¡Tenemos que avisar a alguien!
Ella abrió la boca para replicar, pero 42 pasó por su lado y terminó de bajar las
escaleras. Apenas hubo tocado el pabellón inferior con la punta de los pies, volvió atrás,
pálida y miró a Alice con los ojos llenos de lágrimas.
—Está bien —no quería que lo dijera en voz alta. Ahí dormía también su padre.
¿Estaría...? No. No quería pensarlo. Su padre estaría bien—. ¿Había alguien... vivo?
—No, pero no hay otro camino —murmuró 42, a punto de llorar—. Tenemos que
pasar.
Alice se pasó las manos por la cara. El revólver cada vez le parecía una opción más
útil, aunque al final se limitó asentir una vez con la cabeza.
Alice se puso en guardia, pero 42 solo estaba señalando un punto del suelo.
Eran dos mujeres vestidas como los invasores de su habitación. Llevaban ropa muy
extraña, unos monos de cuerpo entero y de color gris ceniza. Estaban ambas tumbadas en
el suelo, una todavía sujetaba un arma, la otra estaba boca abajo.
—Se han defendido —susurró 42 como si fuera difícil de creer—. Los de nuestra
zona... se han defendido.
—Si nos ven descalzas y en camisón... nos atraparán enseguida. Tenemos que
encontrar una manera de salir de aquí.
Alice se separó de ella, se aseguró de que nadie las veía y tomó del tobillo a una de las
mujeres. 42 parecía estar a punto de vomitar cuando agarró a la que estaba boca abajo.
Las metieron en los lavabos del pasillo y se empezaron a cambiar de ropa. Alice advirtió
que casi todo le iba grande, pero no era nada comparado con 42. Ella estaba tan delgada
que parecía una muñeca de trapo vestida con ropa de guerra. Tenía los ojos llenos de
lágrimas mientras intentaba no tocar la sangre.
42 le dio la vuelta a la mujer para desabrochar mejor las botas y retrocedió
enseguida, soltando un grito.
Cuando miró abajo, deseó no haberlo hecho. Alguien había disparado a esa mujer en la
cara y ahora parecía cualquier cosa menos una persona. Solo un cráneo agujereado. Sintió
una nausea subiendo por su garganta y se tapó la boca.
No le gustó gritarle. Nunca había gritado a nadie. Pero al menos hizo que 42
reaccionara. Siguió llorando, pero al menos le quitó los zapatos.
Alice terminó de atarse las botas y la esperó. Cuando estuvieron listas, se ataron el
pelo la una a la otra, como cada mañana. Alice agarró el revólver y respiró hondo. Fingió
serenidad y, sin tener otra opción, bajaron al piso inferior.
—¿Dónde crees que están? —le preguntó, como si Alice tuviera las respuestas que ella
tanto quería.
—No lo sé.
Como si quisieran responder, escucharon un disparo en el patio delantero y las dos se
quedaron pálidas. Bajaron rápidamente las escaleras. Alice apretó el arma entre las manos
y se preguntó cómo funcionaría.
Había un grupo de gente vestida de gris ceniza que rodeaba a una hilera de gente
vestida de blanco. Un vistazo fue suficiente para ver que los de blanco eran los
científicos... o lo que quedaba de ellos.
Alice miró con más desesperación, buscando a su padre, pero no lo veía por ningún
lado. Uno de los hombres de gris exclamó algo que no pudo entender y vio que cada
persona de gris levantaba el arma y apuntaba a la cabeza de un científico.
Fue entonces, justo en ese momento, cuando vio a su padre. A su creador. Al padre
John.
Estaba de rodillas mirando al hombre que le apretaba la pistola contra la frente. Sin
embargo, en el último segundo, bajó la mirada y a Alice le pareció ver que sus ojos se
cruzaban. Pero fue durante solo un segundo, porque entonces todos apretaron el gatillo a
la vez.
Lo último que vio fue el cuerpo de su padre dar un espasmo y caer rendido al suelo.
Por un momento, no se movió, solo se quedó mirando por la ventana mientras los
hombres de gris, impasibles, arrastraban los cuerpos hacia un lado y los empezaban a
amontonar en un rincón del patio. El montón fue haciéndose más grande a medida que
pasaron los segundos y ella siguió con la mirada clavada en su padre. No le veía la cara, y
no estaba segura de si quería hacerlo, pero sí vio sus piernas siendo arrastradas hacia el
montón por un hombre desconocido.
Ella clavó los ojos una última vez en el padre Tristan y se dejó guiar hacia las cocinas,
como si no pudiera terminar de entender lo que sucedía.
Las dos salieron de la cocina por la puerta trasera, que daba directamente a los patios
del laboratorio. Los coches pequeños que utilizaban los padres para desplazarse de un
lado a otro estaban desiertos. Eran una buena opción para salir de ahí.
Pero... ¿cómo se usaba esa cosa? Puso las manos sudorosas en el volante. No se había
dado cuenta hasta ese momento de que las tenía llenas de sangre. Intentó no pensar en
ello.
—Tienes que apretar eso con el pie —señaló 42, para la sorpresa de Alice—. Y el otro
creo que es para parar el coche.
No necesitaba gran cosa más, así que encendió el motor, que apenas hizo ruido, y sin
encender las luces avanzó lentamente. Los primeros movimientos fueron bruscos, pero
después se encontró a sí misma conduciendo como si hubiera estado haciéndolo toda su
vida. 42 la miró, sorprendida, cuando ella cambió de marcha, pero no dijo nada. Alice
avanzó hacia la desierta salida trasera y aceleró cuando abandonaron la zona.
Y, sin embargo, cuando limpió el interior del arma con un trapo viejo, no pudo evitar
acordarse de las clases de Rhett. Lo había aprendido con él.
Y él la... la había...
No, él no importaba. Quienes importaban eran los que seguían con ella. Rhett era
historia. No le importaba en absoluto. Tenía que desaparecer de su cabeza. Ya tenía
demasiadas cosas malas como para añadirlo a él. No se merecía ni ese derecho.
Justo cuando había limpiado la última pistola que tenían, Tina se acercó a ella con una
mueca.
Ese día, ella había encabezado la marcha. Y había estado comiéndose todas las ramas,
espinos y todo tipo de cosas punzantes del bosque ella solita. Pero apenas lo había sentido.
Cada vez que daba una patada a una rama caída, era como si estuviera pateando a Deane, o
a Kenneth, o a Rhett. O incluso a Giulia. Todos eran una buena opción.
Alice suspiró y se giró para darle la espalda. Tina se agachó detrás de ella y le subió la
camiseta hasta los hombros. Por el suspiro que soltó, supo que no le gustó lo que veía.
—Sé que duele —le aseguró Tina—. Lo haré tan rápido como pueda. Este rasguño
no me gusta nada.
Sabía de cuál hablaba. Del que se había hecho poco antes de llegar con una rama que
estaba en medio del camino. Había notado la piel desgarrándose junto a la camiseta y,
pese a que no había sangrado demasiado, había escocido en todo momento.
No, la verdad es que Charles se había portado bien con ella... dentro de lo que cabía,
claro. No iba a olvidar que no tenía problemas en venderla.
Tina se separó, pero le hizo quitarse la camiseta vieja. Estaba destrozada y sucia. Tina
se quitó su propia chaqueta, quedando con una fina camiseta, y se la dio a Alice.
Alice se puso la chaqueta. Seguía algo caliente, y le iba un poco pequeña. Tina era
más menuda que ella. Pero no importó. Agradeció tener algo cálido alrededor,
porque por las noches la temperatura bajaba en picado.
Cuando se acercó de nuevo a la pequeña hoguera que habían hecho, Trisha y Jake
discutían sobre quién debía hacer la primera guardia. Alice supo la respuesta al instante.
—Hoy la haré yo.
Ambos la miraron a la vez, callándose.
Al final, accedieron a que fuera ella quien hiciera la primera guardia, pero primero
tuvieron que cenar. Lo poco que tenían eran algunas latas que habían conseguido robar
de las cocinas, un puñado de bayas que había encontrado Jake por el camino y tiras de
carne seca que se solían usar para los exploradores, también robadas.
La carne era dura y cada mordisco hacía que Alice se sintiera como si le rechinaran los
dientes, pero no le importaba. Era comida. Una semana atrás, la habría rechazado por ser
carne, pero ahora, con el dolor de estómago de estar casi dos días sin comer... cualquier
cosa era buena.
—¿Es seguro tener una hoguera? —preguntó a Trisha, dubitativa, cuando Tina y
Jake se acostaron al otro lado del fuego para empezar a dormirse. Ellas no habían
terminado su cena.
—¿Por qué no debería serlo?
—Ellos viven en las ciudades abandonadas —le aseguró Trisha—. Nunca van al
bosque, no sé por qué.
—¿Y por qué todo el mundo les tiene tanto miedo? ¿Son muchos
—No lo sabemos, por eso les tienen tanto miedo. Podrían ser cientos, miles... nadie lo
sabe. Viven apartados de nosotros. Ni siquiera hablan nuestro idioma. Yo solo he visto
uno, y estaba desgreñado y sucio.
—Son peligrosos, Alice. Todos los que han conseguido acercarse a ellos... bueno, ya
sabes.
—¿Rhett?
Trisha asintió antes de suspirar y ponerse de pie. Cuando Alice vio que se iba a
dormir, le hizo una última pregunta:
Su turno terminó después de lo que pareció muy poco tiempo y fue el de Jake, que le
sonrió cuando ella fue a acostarse en el suelo, con la cabeza apoyada en una de las
mochilas. Alice cerró los ojos, intentando no pensar en nada y quedarse dormida.
No había llegado a soñar nada, lo que indicaba que no había estado dormida por
mucho rato. Cuando abrió los ojos, vio que todavía era de noche y frunció el ceño,
frotándose la cara con una sola mano.
Alguien hablaba a su lado, y supuso que serían Jake y Trisha por el cambio de guardia.
Se tumbó boca arriba e intentó volver a dormirse, pero no era capaz,
así que optó por ofrecerse a hacer la guardia de Trisha.
Siguió el ruido de su voz y lo vio hablando con alguien a unos metros de ellas. Estaba
bostezando, pero se cortó a sí misma cuando vio que había alguien más con él, de
espaldas a ella.
Jake estaba murmurando algo, pero abrió los ojos como platos al verla por encima del
hombro de Rhett. Alice seguía con los ojos abiertos de par en par.
Pero ella no lo escuchó, se centró en Rhett, que en esos momentos se estaba girando
hacia ella como en cámara lenta. Alice sintió que su corazón se aceleraba de pura rabia
mientras apretaba los puños.
Rhett sonrió de lado y dio un paso hacia ella. El cual lamentó enseguida, porque
Alice le dio un puñetazo con todas sus fuerzas en la cara.
Y tal como le había enseñado, moviendo la cabeza para usar toda la maldita fuerza de
su cuerpo y que le doliera tanto como fuera posible.
Le había dado tan fuerte que le temblaba el brazo entero cuando se tambaleó hacia atrás,
asesinándolo con la mirada.
—¡Mierda! —Rhett se sujetó la nariz con una mano—. ¡Me has reventado la nariz!
—¡Jake! —ella se acercó a Jake hecha una furia, a lo que el niño empezó a
retroceder, aterrado—. ¡La pistola, ahora!
—¡Alice, baja eso! —Tina se había despertado, y la miraba con expresión de horror—.
¡Como dispares, aunque sea sin querer...!
—No va a disparar —aseguró Rhett, con la voz nasal por taparse la nariz con la
mano.
—¡CÁLLATE!
—¿Se puede saber por qué gritáis de esa manera? —Trisha bostezó mirando la
escena, como si fuera lo más normal del mundo—. Genial, otro que se une a la
excursión.
—¡Él no se va a unir a nada! —aseguró Alice.
—¡Se lo merecía!
—¿Quieres callarte de una vez? —espetó Alice, furiosa, empujándole la frente con la
punta de la pistola—. ¿No ves que te estoy apuntando.
—Si quisieras dispararme, ya lo habrías hecho hace rato —miró a Tina, como si ella
no existiera—. ¿Tenéis carne en lata?
—¿Se puede saber qué haces aquí? —preguntó ella, ignorándole—. ¿Qué te hacía
pensar que serías bienvenido?
—¡Pues elige de una maldita vez si disparas o bajas la pistola, porque yo así no te
voy a tomar en serio!
Alice apretó los labios, furiosa. No podía creerse que tuviera tan poca vergüenza.
Después de haberla abandonado, de haberla entregado a alguien que sabía que la
vendería... ¡se atrevía a preguntarle por qué estaba enfadada!
Ella se dio cuenta de que había bajado la pistola. Estaba tan furiosa que le temblaba la
mano.
Hizo un ademán de golpearlo con la pistola, pero Trisha consiguió atraparla a tiempo,
conteniéndola como a un animal salvaje. Alice dio unas cuantas patadas al aire,
intentando librarse, pero no tardó en darse cuenta de que sería inútil. Al final, dejó de
forcejear, más enfadada todavía por ver que Rhett ni siquiera se había movido. De hecho,
Tina le estaba mirando la nariz.
—No es nada grave —murmuró Tina—, pero te ha acertado bien. Aprieta aquí un
poco para que deje de sangrar.
—¡Lo grave será cuando me libre de Trisha! —aseguró Alice, pataleando como una
loca.
—Tranquílizate de una vez —le soltó Rhett, poniendo los ojos en blanco de nuevo.
—¿Puedes callarte de una vez, Rhett? —sugirió Trisha cuando tuvo que apretar
el agarre para que Alice no escapara.
—¡Es un traidor, Tina! —le gritó Alice, jadeando del esfuerzo—. ¡Él me llevó con
Charles! ¡Y me inyectó esa... esa cosa que me dejó inconsciente! ¡Está de parte de
Deane!
—Cielo... —empezó Tina.
—¡No, lo sé! ¡Lo oí! ¡Estaba en el coche! ¡Me vendió a un... a un...! ¡Sabía lo que me
harían y aún así me vendió!
—Teníamos que mandarte con Charles para que pudiéramos comprarte después
—aclaró Rhett con tono cansado, como si fuera evidente.
—Nos ayudó a escapar —Trisha la soltó por fin—. Espabila, que no te enteras de
nada.
Los demás se relajaron cuando vieron que ella no tenía intenciones de volver a
apuntar con la pistola a nadie. Alice estaba de pie, con el ceño fruncido, pensando a toda
velocidad.
—Gracias por la confianza ciega, por cierto —Rhett enarcó una ceja.
—¿Confianza ciega? —Alice se volvió a acercar a él y le dio un puñetazo (no tan
fuerte) en el brazo, haciendo que retrocediera.
—¿Y cuándo querías que te lo dijera? ¡Tuve que planearlo en dos horas!
—¡¿Tienes idea de lo que han sido estos dos días?! —otro empujón—.
¿Sabes las cosas que he llegado a pensar, maldita sea? ¡Pensé que iban a
desconectarme! ¡Pensé que estabais todos de su parte!
—¿Y qué otra cosa podía pensar si estabas vendiéndome a Charles con Kenneth
y Deane, Rhett?
—Bueno, creo que no se van a intentar matar el uno al otro —aclaró Trisha—.
¿Puedo volver a irme a dormir?
No esperó una respuesta, sino que se fue directamente. Fue en ese momento cuando
Alice vio que Rhett había dejado un saco lleno junto al árbol en el que había estado
hablando con Jake. Seguía enfadada, así que aunque se moría de ganas no preguntó qué
era.
De hecho, se formó un silencio bastante incómodo hasta que Tina miró a Alice con una
dulce sonrisa.
—¿Cielo? —le puso una mano en el hombro—. ¿Me dejas ver esa mano? Alice se
—¿Algún día podré dar un golpe sin hacerme más daño yo que la otra
persona? —masculló ella de mala gana.
—No has colocado bien el... —Rhett dio un respingo cuando vio la mirada asesina de
Alice—. Vale, me callo.
—Pensé que habría sido peor, le has dado con fuerza —murmuró Tina viendo los
nudillos enrojecidos y palpitantes.
—Te aseguro que me he dado cuenta —murmuró Rhett, que se miró la sangre de la
mano con una mueca.
—Al menos —Alice le enarcó una ceja—, he sacado el dedito del puño, ¿no?
Pareció que él estaba a punto de reírse, pero en ese momento los tres se giraron
hacia Jake, que hurgaba en el saco que Rhett había traído.
Se pusieron a discutir mientras Tina decía a Alice que su mano estaba bien, pero que
no le iría mal tenerla en el agua fría del río por un rato. Alice asintió y flexionó los
dedos, incómoda y extrañamente satisfecha consigo misma por ese puñetazo tan bien
dado.
Jake y Rhett, por su parte, habían dejado de discutir y ahora mantenían una
conversación más o menos normal.
—¿Y cómo has conseguido salir de ahí tú solo? —preguntó Jake, curioso.
Jake sonrió y Alice entrecerró los ojos en dirección a Jake, el muy traidor,
haciendo que él diera un respingo y dejara de sonreír al instante.
—Bien... —Tina se aclaró la garganta, mirándola—. Ahora que todos estamos más
calmados... ¿por qué no aprovechas y te bañas en el río, Alice? Seguro que Rhett te ha
traído ropa limpia.
—¿Yo sola?
Alice tenía la sensación de que estaba intentando separarla de Rhett hasta que estuviera
completamente calmada. Tina agarró unas cuantas cosas del saco y las llevó de manera
dificultosa hacia el campamento que habían montado.
Jake no tardó en seguirla, mordisqueando la nueva comida que Rhett había traído.
Bueno, en realidad parecía que solo quería alejarse de la situación incómoda.
Alice, con toda la dignidad posible, le dedicó una miradita iracunda antes de agacharse
junto al saco y empezar a rebuscar entre sus cosas.
Alice no respondió.
nuevo, no respondió.
Alice no tardó en encontrar su ropa. Y... su ropa interior. Levantó la cabeza y vio que a
él se le habían enrojecido las orejas.
—¿Ah, sí? Estas las tenía en el fondo del cajón —levantó las de un unicornio lila—. Y,
casualmente, una vez me habías dicho que eran tus favoritas.
—Eso no es cierto.
—¡Sí que lo es! Fue las que usé el primer día que vine a tu habit...
—Bueno, ¿vas a coger ya lo que necesitas o qué?
Había también dos camisetas de tirantes, unos pantalones, unos calcetines y sus
apreciadas botas, que había necesitado tanto ese día. Intentó ocultar lo agradecida que
estaba de haberlas encontrado mientras se apresuraba a cargarlas con todo lo demás en
sus brazos.
—Pero, ¿por qué estás enfadada? —se irritó—. ¡Lo único que he hecho estos dos días
ha sido intentar que no te mataran!
—¡Cállate!
—Estás siendo muy injusta, Alice —replicó él con tanta calma que la puso de los
nervios.
—¡Injustal! —repitió—. ¡He estado dos días creyendo que todos mis amigos me
odiaban! ¡Y creyendo que tú me habías traicionado!
—¡Y yo he estado dos días creyendo que estabas muerta, Alice! —le gritó, a su vez—.
¡Ni siquiera sabía si te encontraría al llegar aquí! He tenido un maldito nudo en la
garganta desde que te dejamos con ese drogadicto. Y siento no habértelo contado, pero
no podía arriesgarme a que Deane se interpusiera o se creyera que estaba de tu parte. Te
habría matado ella misma. Además, ¡tuve que pensar en todo con dos horas de margen,
cosa que, honestamente, no es fácil, y menos bajo presión! Ella ni siquiera quería
enviarte con Charles, sino con los locos de una ciudad donde dicen que torturan a
androides. ¿Te crees que lo habría permitido? Estaba claro que Charles era el más
sobornable. Y siempre me ha parecido inofensivo. Era el único que suponía que no te
haría daño.
Alice apretó los labios, pensativa. Rhett estaba mirando a su alrededor con la mandíbula
apretada.
—¿Y se lo creyó?
—Sí. Hasta que, cinco minutos después, se dio cuenta de que alguien se había llevado
parte de la comida —se encogió de hombros—. Pero para entonces ya era difícil
encontrarme. Y más para esos niños a los que llama alumnos y no saben ni dar un
puñet... —se detuvo, mirándola—. Es decir, no pasa nada por no saber dar un puñetazo,
es perfectamente aceptable, pero...
—Me refiero a si Charles te hizo algo —Rhett frunció el ceño—. Es un pesado, pero...
no parece especialmente malo.
—Sí, lo es.
—No eres drogadicta por probarlo, sino por engancharte. Y te enganchas probándolo.
Dámelo.
—Venga ya.
Él enarcó una ceja y a Alice se le olvidó, por un momento, que hacía cinco minutos lo
apuntaba con una pistola en la cabeza. Le puso la bolsita en la mano y Rhett la lanzó al
bosque con un solo movimiento de brazo. Alice suspiró.
—Y todavía me quedan muchas por dar, créeme —Rhett hizo una pausa—.
Mhm... ¿vas a bañarte al río?
—Por na...
—¿POR QUÉ?
—PORQUE YO LO DIGO —se escuchó cómo Trisha salía del agua y se acercaba a
ellos con su ropa seca puesta—. Dales un poco de privacidad, mujer.
—Tina, se te oye desde aquí —le dijo Rhett enarcando una ceja.
Alice se quedo mirando a Tina volver al campamento y apretó los labios, dejando
la ropa en el suelo. Rhett seguía de brazos cruzados, pero ella ya se estaba quitando
los pantalones.
—Bañarme.
—Pero...
—Oh, vamos, me has visto en bragas mil veces. Ahora no te hagas el santo.
Rhett apartó la mirada cuando ella se quitó la camiseta, quedando en ropa interior.
—Pues tú te lo pierdes.
—¿Seguro?
—Segurísimo.
—Jamás —Alice sonrió, metiendo el otro pie y dando un paso hacia el interior del
agua, que le acariciaba la piel suavemente—. Esto es... emocionante.
Pero no había terminado de decirlo y Rhett ya se estaba quitando la ropa detrás de ella.
—¿Eh...?
Pero era tarde. Alice salió casi corriendo al agua hasta que ésta la engulló y apenas
tocó el suelo del río con las puntas de los pies. Escuchó a Rhett maldiciendo detrás de
ella, pero no le importó. Estaba totalmente emocionada. Ni siquiera podía verse las
manos.
—¿Siempre tienes que intentar provocarte una muerte espantosa? —protestó Rhett,
deteniéndose a su lado.
Él era más alto, así que el agua le llegaba por los hombros. Alice apenas podía
sacar la cabeza.
—No quiero nadar, quiero flotar, como en esa película que vimos —ella intentó
levantar los brazos y que quedaran flotando sobre la superficie del agua, pero
volvieron a hundirse. Puso una mueca.
Alice sonrió y dejó que se acercara. Sintió un pequeño hormigueo en la piel cuando
Rhett le puso las dos manos en la espalda e hizo que separara los pies del suelo,
dejándolos flotando. Un segundo más tarde, estaba mirando el cielo con las manos de
Rhett sujetándola por la espalda para que se mantuviera a flote.
—Esto es genial —murmuró, mirando las pocas estrellas que se veían con las nubes
grises de la contaminación.
—¿Suave?
De todos modos, Alice se separó un poco de él para agitar los brazos en el agua e
intentar nadar. Rhett se mantuvo pegado a ella en todo momento.
Parecía que iba a darle un infarto cada vez que a Alice se le hundía la cabeza en el agua y
tenía que volver a sacarla a flote. Ella se reía y él tenía el ceño fruncido.
Pero, diez minutos más tarde, Alice había aprendido a mantenerse a flote a sí misma.
Rhett tuvo la decencia de parecer sorprendido.
—Te veo muy incómodo —comentó ella, nadando tranquilamente haciendo círculos a
su alrededor.
Ya apenas se acordaba de que hacía un rato estaba furiosa con él. Ahora, lo que le
apetecía era incordiarle.
—¿Con qué?
—No.
—¿Por qué no, Rhett? —sonrió ella ampliamente—. ¿Te pones nervioso?
—Me pones de los nervios, sí, pero no en el sentido que estás pensando.
Rhett le dedicó una mirada ligeramente más interesada, a lo que Alice empezó a reírse.
Él puso los ojos en blanco y se dio la vuelta, dándole la espalda. Alice no tardó en
nadar hacia él y pegarse a su espalda como una lapa, rodeándolo de brazos y piernas.
Notó que Rhett suspiraba de manera dramática.
—¿Por qué estás encima de mí, Alice? —preguntó él a su vez, lanzando el jabón a
la orilla—. Bueno, ya he terminado.
—Oye, ahora entre nosotros —Alice sonrió—. ¿Has buscado esas bragas a
propósito?
—¡No!
—Vamos, no me enfadaré.
—¡Que no!
—Porque tú... —la miró desde la clavícula hasta la raíz del pelo, que era todo lo que
tenía fuera del agua—. No importa. Me voy.
—¡Espera, quédate un poco más! —lo agarró del brazo y lo arrastró de nuevo hacia
donde estaba antes.
—¡Hace nada no querías ni hablarme y ahora quieres que me quede contigo!
¡No hay quien te entienda, Alice!
Rhett hizo un ademán de echarse hacia atrás cuando ella le rodeó el cuello con los
brazos, sonriendo maliciosamente.
—¿Y qué?
—¿No te gusta? ¿Quieres que me vista? —ella perdió un poco de confianza al instante.
—No, no, no, así está bien... es decir, si quieres, claro, yo no... —él suspiró por
enésima vez—. ¿Por qué tienes que hacer que todo se vuelva siempre tan incómodo?
—Alice... —intentó alejarse de nuevo, aunque esta vez con menos ganas.
Alice empezó a reírse cuando vio que sus orejas se teñían de rojo otra vez.
—¿Como puedes ser tan seguro dando clases y tan inseguro cuando me acerco a
ti? —Alice se separó un poco, dejándole respirar tranquilo.
—¿No te gusta?
Alice se acercó a él de nuevo, le agarró la cara con ambas manos y le dio un beso en la
mejilla. Rhett dejó de hablar enseguida cuando ella se giró y le dio en siguiente en los
labios. Para su sorpresa, no se separó de ella, pero tampoco le puso una sola mano encima,
como si tocarla le quemara.
Rhett soltó todo el aire de sus pulmones, aliviado, mientras la seguía fuera del agua.
***
Alicia siguió la cola de gente, con la cabeza gacha, con los ojos perdidos en el suelo
que iba pisando.
Si levantaba la cabeza, sabía qué pasaría. Ya tenía un ojo morado como recordatorio
por si se le olvidaba en algún momento. A ella o a alguna de las otras.
Le daba la sensación de que nadie la estaba mirando, de que nadie se daba cuenta
de su existencia. Estaba rodeada de personas, pero nadie parecía estar realmente
presente. Se sentía como si estuviera más sola que nunca. Y todo el mundo a su
alrededor debía sentir lo mismo. Lo indicaban sus expresiones desoladas.
Nadie les decía nada, solo los obligaban a caminar y caminar, y a servir a los que
daban las órdenes, tales como que se alinearan, que se enderezaran... Las pocas
personas que lo habían cuestionado ya no estaban ahí para seguir haciéndolo.
Alicia había descubierto quiénes mandaban y quiénes no el primer día, tras la bomba
que habían lanzado. Concretamente, en la capital.
El ejército había ido a las zonas menos afectadas de los alrededores para rescatar a
los pocos que habían vivido, pero lejos de rescatarlos, los trataban como perros. Nadie
sabía por qué lo hacían, era como si fueran animales de corral que se habían escapado
y estuvieran siendo reagrupados para que no se escaparan.
Durante los siguientes días habían lanzado tres bombas más, o eso había oído decir a
los guardias. Decían que habían sido en otros dos continentes, y que habían sido mucho
más devastadoras que la primera. Hablaban de muertos. Muchos muertos. Y de zonas
abandonadas por la radiación. Incluso hablaban de una cuarta bomba.
Dos meses después de la bomba, los obligaron a detenerse en medio de la marcha por
primera vez, pero fue mucho peor de lo que creía. No había rastro de nadie que
conociera. Los pusieron a todos en fila, de rodillas, y dispararon a los que quisieron,
concretamente a todos los hombres, dejando solo las chicas jóvenes y las niñas. Alicia
se dio cuenta de que era la mayor enseguida, y que las otras niñas eran solo crías
llorando.
Les vendaron los ojos y siguieron la marcha solo ellas, guiándose con una mano en el
hombro de la chica que iba delante. No tardaron en obligarlas en cruzar lo que parecía
una pasarela y a ponerse unos cinturones a ciegas. Ella no tardó en deducir que se
trataba de un avión. ¿Dónde las llevaban? Estaba tan cansada que ni siquiera lo
preguntó en voz alta.
Además, por mucho que lo intentara, no podía entender ningún idioma que hablara esa
gente.
Nadie respondió. Jake era el que iba más atrasado del grupo, caminando perezosamente
y sudando muchísimo.
—Todos lo estamos, Jake —le aseguró Alice, pasándose una mano por la frente
sudorosa.
Estuvo casi un minuto entero sin decir nada. Hasta que volvió a suspirar
dramáticamente.
—¿Falta mucho?
De hecho, incluso se adelantó y se puso el primero para demostrar a Trisha que iba
a hacerle caso para que no se pusiera agresiva con él.
Alice también se estaba mareado ya por el calor que hacía. Curiosamente, por la noche
bajaba bruscamente la temperatura y necesitaban dormir con sus abrigos. Pero de día... el
calor era insoportable. El sol hacía que le ardiera la piel y le diera vueltas la cabeza. Ya
habían hecho varias pausas para recuperarse bajo la sombra de algún árbol.
Y el agua... nunca había necesitado tanta agua. Ni tampoco había sudado tanto jamás.
Especialmente con la humedad del bosque, que hacía que el calor se transformara en una
especie de cúpula por los árboles y se metiera bajo su
piel. Era como estar dentro de una sala con la calefacción puesta en pleno verano.
Incluso el aire era caliente, así que por mucho que se abanicaran con las manos,
no servía de nada. De hecho, casi era peor.
Alice aguantó tanto como pudo, pero cuando la herida del brazo que le habían hecho
el día que invadieron la ciudad empezó a palpitarle, la herida de la espalda empezó a
escocerle y la cabeza empezó a quedársele en blanco por el mareo... decidió que no
podía más.
Rhett fue el único que la escuchó porque era el único que se había rezagado para seguir
con ella, que iba la última.
Eso explicaba por qué Alice estaba tan mal mientras que los demás, incluso Jake, la
miraban con curiosidad.
—En su zona no hace demasiado calor —le dijo Tina, mirándola de reojo—.
Están hechos para soportar temperaturas bajísimas, pero dudo que alguien pensara en la
posibilidad de hacerlos compatible con temperaturas altísimas.
—Bueno, ¿quién iba a pensar que el pequeño androide escaparía y se iría a vivir con
humanos malvados? —bromeó Trisha, apoyando una mano en su cadera—. Oye, no vas a
morirte ni nada, ¿no?
—Intentaré que no —le aseguró Alice, todavía jadeando.
—Bueno, parece un buen momento para un descanso —dijo Jake, y se apresuró a dejar
la mochila en la sombra de un árbol antes de que pudieran negarse.
Alice se acercó al río, que estaban siguiendo para marcar su camino, se se arrodilló
al lado para hundir las manos en el agua fría y echársela a la cara.
Trisha apareció a su lado poco después cuando vio que bebía con las manos y le dio
una cantimplora.
Trisha se sentó a su lado, apoyando los brazos en las rodillas. También estaba
ligeramente roja, sudaba un poco y se le pegaba la camiseta sin mangas al cuerpo. Era
mucho más esbelta que la mayoría de las chicas que Alice había conocido; no tenía
muchas curvas, era más bien alta y ligeramente musculosa. Y el pelo, que se había rapado
unos meses antes, ya le crecía. De hecho, ya le había cubierto la cabeza en forma de una
suave capa de rubio oscuro.
—Entonces, si veo peligro... ¿debería atarme el pelo para que no puedan tirarme de él?
—No es mala idea —Trisha le sonrió ligeramente—. Hay chicas que también llevan
pendientes. Supongo que tú no eres mucho de llevarlos, pero... no olvides quitártelos antes
de una pelea. No quieres que te rompan el lóbulo, créeme.
Alice puso una mueca al imaginarlo. El agua fría estaba haciendo que su temperatura
corporal descendiera lentamente y sus mejillas rojas volvieran a su color pálido natural.
—La verdad es que nunca he entendido a qué viene tanto terror a androides —
murmuró—. Supongo que tienen miedo a que terminéis siendo
mejor que los propios humanos. Y... bueno, en cierto modo lo sois. Pero eso no justifica el
odio que sienten.
—Además —ella enarcó una ceja rubia—, yo odio a todos por igual. No me importa
que sean salvajes, androides, humanos o perritos. Bueno... los perritos me gustan. Los
gatos no. No son de fiar.
Alice permaneció junto al río durante unos minutos más, mirando el agua con aire
pensativo, hasta que notó que Tina se acercaba a ella. A lo lejos, Trisha se reía y Jake
chillaba, dando vueltas a su alrededor para recuperar su gorrito, que ella le había
quitado.
Rhett por su lado, les echó una ojeada, puso los ojos en blanco y se volvió a centrar en
sus cosas.
—¿Por qué?
Vaya, Tina era observadora. Alice puso una mueca y se levantó la manga de la
camiseta. Ella retiró las vendas improvisadas que le había ido cambiando esos pocos
días y Alice puso una mueca cuando un ligero olor flotó entre ellas, proveniente de su
brazo.
Ella no dijo nada, pero levantó la cabeza cuando Rhett se acercó a ellas con el ceño
fruncido.
Ella dudó un momento, mirando a Alice, antes de sacudir la cabeza y retirarle la venda
por completo. Cuando el sol tocó la herida, ella puso una mueca de dolor. Apenas sentía
esa parte del brazo, y había empezado a tener calambres en los dedos durante todo el día.
Alice vio que él se detenía un momento antes de hacer un verdadero esfuerzo para
mantener una expresión serena.
Eso sí que hizo que bajara la mirada. Si Rhett ponía cara de horror, era hora de salir
corriendo.
Alice tragó saliva cuando bajó la mirada. La herida redonda de la bala seguía ahí, pero
ya no estaba roja como los otros días, ahora estaba adquiriendo un tono entre azul,
morado y... castaño oscuro. Estaba mezclado con la suciedad que había ido acumulando
durante el día, el sudor y el calor corporal de Alice, que hacía que pareciera que dolía
más.
—Rhett, con agua no es suficiente. Y no pude recoger nada del hospital que pueda...
Por la forma de hablar, Alice estaba segura de que estaban discutiendo sobre algo más
que la herida de su brazo, pero no entendía el qué.
Tina dirigió una dura mirada a Rhett antes de girarse hacia Alice y empezar a hacer
todo lo que podía con lo que tenía. Terminó usando una venda nueva y Alice abrí y
cerró la mano de ese brazo mientras ellos se alejaban un poco.
Rhett le daba la espalda, y Tina no le prestaba atención. Era perfecto para escuchar a
escondidas.
—No lo hay.
—¿Y si... y si entramos en otra ciudad por el camino? Podría robar algo y...
—Necesito un hospital —dijo ella en voz baja, y parecía enfadada—. Se le está
gangrenando la herida, Rhett. ¿Te crees que te estaría diciendo esto si no fuera serio?
Hubo un momento de silencio. Alice no sabía qué significaba ese término, así que no
supo cómo reaccionar.
—No he estado en esa ciudad desde hace años —le dijo en voz baja, y sonaba
tenso—. Ni siquiera sé si nos querrán.
Y ahí dejó de poder escucharlos, porque Jake se había acercado muy feliz con el
gorrito que había recuperado de Trisha y quiso enseñárselo a Alice, paseando delante
de ella como si fuera un modelo.
Esa noche, Tina se aclaró la garganta junto a la hoguera, atrayendo las miradas
de todos menos de Rhett, que la tenía clavada en el fuego.
—Ha habido un pequeño cambio de planes —les dijo en voz segura—. Antes de ir a
la ciudad de mi amigo, debemos hacer una pequeña parada en otra más cercana.
Rhett no dijo nada. De hecho, ese día y el siguiente estuvo muy silencioso. Y no se
despegaba de Alice. Cada vez que ella ponía una mueca de dolor, le preguntaba
apresuradamente si estaba bien. Y no dejaba de decirle que él cargaría con el peso de la
mochila, o que él iría a por los troncos para hoguera, o a por el agua de las cantimploras.
Alice empezó a hartarse de eso. ¡No era una niñita desvalida! Sí, el brazo le dolía de
vez en cuando y los calambres en la mano cada vez eran más comunes, pero si estuviera
tan mal como para no poder sujetar una mochila, se lo diría.
Al día siguiente, por la tarde, tuvieron que hacer otra pequeña parada para descansar.
Alice estaba sentada con Rhett junto a las mochilas, viendo cómo Tina vigilaba a Trisha y
Jake, que se mojaban el uno al otro con el agua del río.
—Tengo que hacer pis desde hace una hora —enarcó una ceja—. Creo que podré
arreglármelas sin tu ayuda. A no ser que quieras sujetarme las bragas, claro.
Alice se alejó unos metros de ellos y se miró los pantalones. Como le iban grandes,
había tenido que improvisar un cinturón con un trozo de cuerda. De hecho, todo le iba
grande. Esos días había adelgazado, y ella ya era bastante más delgada que las demás
chicas. No encontraba ninguna camiseta que no le estuviera gigante.
Sin poder evitarlo, pensó en 42. Ella era mucho más pequeña que Alice. Más
delgadita. Esas camisetas y esos pantalones le iría como sacos. Intentó alejarla de sus
pensamientos cuando empezó a desanimarse.
Se intentó deshacer el nudo de los pantalones con los dedos torpes, con el brazo
palpitante, pero se detuvo en seco cuando escuchó un ruido no muy lejos de ella.
Escuchó con atención, asustada, y el ruido se acercó. Estuvo a punto de gritar para que
Rhett o Trisha fueran a ayudarla, ¡no sabía cómo enfrentarse a un animal salvaje! ¡Y
menos desarmada y con ganas de hacer pis!
no.
Se agachó junto a un arbusto por puro instinto cuando escuchó las puertas de un coche
abriéndose y cerrándose, acompañadas del ruido de pasos de, al menos, tres personas.
No se atrevía a levantarse y avisar a los demás. Quizá ni siquiera sabía se dirigirían hacia
ellos, y si se levantaba probablemente la verían, haciendo que eso se volviera un
desastre.
Aún así...
Se asomó a una velocidad tan lenta que hizo que le temblaran las manos y vio, entre
las ramas del arbusto, un coche detenido en medio del camino. Había tres puertas
abiertas. Pero no había rastro de na...
—¿No habías dicho que aquí había un río? —preguntó una voz que sonó como si
estuviera encima de ella.
Alice se tapó la boca con una mano, conteniéndose para no gritar del susto.
No se esperaba que estuvieran tan cerca. El hombre que había hablado, estaba
literalmente al otro lado del arbusto, mirando a su alrededor con las manos en las
caderas.
Alice se asomó un poco más y vio, a unos metros, a Kenneth con su mono gris de la
ciudad impecable. Parecía ser el guía. Le entraron ganas de escupirle en las botas.
Eran tan jóvenes... debían tener la edad de Alice. O menos, incluso. No eran avanzados,
eso seguro. Y Deane, la muy inconsciente, los enviaba solos a las exploraciones.
—Mirad por ahí. Seguro que el río está cerca. Puedo oírlo.
Alice aprovechó el primer segundo en que le dieron la espalda para salir corriendo lo
más sigilosamente posible.
Cuando llegó con los demás, debieron verle la cara de horror, porque Tina se puso de
pie enseguida.
—Ahí, justo detrás de esos arbustos. Nos están buscando, pero querían
encontrar el río y...
—¿Lo veis? Os dije que estaría por aquí —dijo Kenneth, deteniéndose en el claro en
el que habían estado ellos unos segundos antes.
—Pero si has señalado en dirección contraria.
—¿Por qué está esto empapado? —preguntó uno de los chicos, viendo la zona
por la que Trisha y Jake habían salido.
Alice giró la cabeza y miró a Rhett, oculto tras una roca a unos metros de ellos dos.
Intercambiaron una mirada antes de que él volviera a clavar los ojos en el grupo,
colocando una mano en su pistola.
—No eres el único que tiene calor, lerdo. Los animales también vienen a beber.
Alguno se habrá caído al agua.
—No sé vosotros, pero yo no pienso seguir sudando como un cerdo porque a Deane
no le apetezca buscar a esos por sí misma —aseguró.
Los demás no tardaron en dejar de pelearse y quitarse la ropa para lanzarse al agua
entre risas y gritos. Los muy idiotas iban a atraer a alguien haciendo tanto ruido. Jake
quitó la mano de Alice para asomarse un poco y ver qué pasaba.
Pensó en salir corriendo aprovechando que estaban ahí ocupados, pero Kenneth seguía
fuera del agua y echaba ojeadas continuas por todos lados. Era arriesgado. Y, aunque ellos
fueran más... ellos estaban bien equipados. Y Deane
debía saber dónde los había enviado. Si desaparecían, sabría dónde ponerse a buscarlos. Y
no tardaría a encontrarlos a ellos.
Pareció que pasaba una eternidad hasta que por fin los dos chicos salieron del agua y se
pusieron la ropa seca. Alice suspiró, aliviada, pero todo su alivio se marchó cuando vio
que, lejos de irse, se sentaban en el suelo con Kenneth y se abrían unas latas de cerveza
que uno había ido a buscar al coche.
—Y yo la segunda.
Claro, Deane no les había contado que la había vendido a los de las caravanas. Sabía
que la noticia no iba a ser del agrado de todos, aunque era la única opción que tenía si no
quería exponerse a que le hicieran daño.
Seguramente había preferido esperar a tener una buena recompensa para dar la noticia, y
así aplacar el enfado de los de la ciudad.
—Deane estaba furiosa —dijo el otro chico—. Dijo que recompensaría muy bien a
quien encuentre al androide.
—Lo dice todo el mundo —aseguró el chico, riendo—. Dicen que como no quiso
nada contigo, empezaste a decirle a todos que era un androide, y dio la casualidad de
que lo era de verdad.
—Yo no dije nada de eso a nadie. Fueron Shana y Tom —farfulló, como si le diera
envidia que se le hubieran adelantado—. Se lo dijeron a Deane. Por eso ahora son sus
favoritos.
—Pues estaba bien hecha —comentó uno de los chicos—. Nunca habría dicho
que era humana.
—Sí, ojalá Deane los cuelgue del muro cuando los devolvamos a la ciudad. Alice miró
Vaya, era la primera vez que decía algo verdaderamente bueno de Alice.
Los otros dos intercambiaron una mirada aterrada antes de asentir y apresurarse a
marcharse con él. Sin embargo, nadie de los que estaban escondidos se movió hasta
que escucharon que el motor del coche se alejaba de ellos.
Alice soltó a Jake, aliviada.
***
Era mediodía del día siguiente, el momento en que Jake empezaba a ponerse nervioso si
no comía nada. Y se habían quedado sin frutos secos y verduras.
—Pues sí, Jake, un animal, de esos que se mueven y corretean por el bosque.
Supongo que te sonará el concepto
—¡No puedes matar a una ardilla indefensa! —le dijo Jake, horrorizado.
—¿Indefensa? El otro día saliste corriendo y gritando porque una ardilla pasó corriendo
por delante de ti.
—Pero... a esos animales no los veo sufrir —masculló él, frunciendo el ceño
—A este tampoco —aseguró Rhett.
—Voy a cazar lo que sea, y te va a gustar, así que no te quejes —Rhett puso los ojos
en blanco.
—Déjame en paz.
—Pero...
—Rhett —Alice intervino, algo nerviosa por pensar en el pobre animalito, y lo miró
fijamente—. No lo hagas.
—Porque ella tiene mejores tetas que tú —sugirió Trisha, sonriendo un poco.
—¡Yo no tengo tetas! —chilló Jake, tapándose el pecho con los brazos.
—Un momento —Jake miró a Rhett con los ojos abiertos de par en par—. ¿Le has
estado tocando...?
—¡Pórtate bien con ella! —Jake lo señaló—. Si me entero de que has estado
haciendo según qué cosas malas...
Dejó la frase al aire y, por algún motivo, debió ver algo de culpabilidad en sus caras,
porque ahogó un grito dramático.
—¡Te ha tocado las tetas! —chilló Jake, mirando a Alice como si fuera la culpable del
mayor de los pecados.
—Claro que lo ha hecho —dijo Trisha, divertida—. Mírales las caras, Jake.
—Yo que tú, ahora dormiría entre ellos dos, Jake —ella sonrió, aún más
divertida—. Por la noche veo mucho movimiento por su zona.
Jake volvió a mirar a Rhett, que a su vez clavó una mirada significativa en Trisha.
—No —Jake se puso de pie rápidamente—. Iré yo. Tú... quédate aquí, Alice. Al final,
Rhett y Jake volvieron un rato más tarde. Al final, Rhett sí había cazado algo, pero en
su lugar comieron un puñado de frutos secos y plantas junto con una de las latas de
comida... cuyo resultado fue sorprendentemente satisfactorio.
—No.
—¿Quién es?
Rhett hizo una pausa, apartando la mirada.
—Mi padre.
Esa misma tarde recogieron todo y lograron salir del bosque. Tal como
recordaba Alice, el exterior era solo un vado sin hierba ni vegetación, con
ciudades abandonadas y edificios medio destruidos por el fuego.
Ya casi era de noche cuando llegaron a la primera ciudad. Rhett iba liderando el
grupo, pero fue Trisha la que señaló una casa mínimamente estable al otro lado de la
calle. Era de las pocas que tenía puerta y cortinas, y lo más importante era que tenía
chimenea, así que podrían hacer fuego por la noche, cosa que se agradecía. Rhett les
había prohibido hacer fuegos en el exterior porque podían atraer visitas desagradables,
pero el humo solo era mucho más difícil de detectar, y más en una noche con apenas
estrellas y luna por las nubles de contaminación.
Ese día, cada vez que entraban en una casa, Rhett lo hacía el primero con una
pistola, revisándola de arriba a abajo. Alice le había preguntado varias veces si podía
hacerlo ella, pero las respuestas no habían sido muy satisfactorias.
Así que, cuando Rhett suspiró y se giró hacia ella, no pudo evitar una sonrisa entusiasta.
—No te emociones —advirtió él—. Entra conmigo, pero puede ser pelig...
¡Alice!
Pero ella ya estaba revisando la casa ella solita muy concienzudamente, con la
pistola en la mano.
No había nadie dentro. De hecho, apenas había nada. La mayor parte de los muebles
se habían roto o estaban quemados, y el resto habían sido robados por
los miembros de ciudades que seguían con vida. Volverían a dormir en el suelo, al menos
la mayoría, pero al menos tendrían un techo.
Cuando estaba con Rhett, siempre se sentía baja. Y eso que ella no era especialmente
baja. De hecho, le sacaba unos pocos centímetros a la mayoría de chicas de su antigua
habitación. Y a algunos chicos.
Y, pese a que el pobre no había dicho absolutamente nada, Jake pasó por su lado y lo
miró con el ceño fruncido.
Todo el mundo empezó a correr, y Alice hizo lo que pudo y más por quedarse
atrasada. Al final, los únicos que no tenían habitación eran Rhett y ella. Tuvo que fingir
con todas sus fuerzas para que no se notara lo satisfecha que estaba con la decisión.
—Supongo que tendremos que dormir en el salón —dijo ella, suspirando. Rhett
—¿Por qué estás contenta con esto? ¿No quieres dormir sobre una cama?
Rhett abrió mucho los ojos y sus orejas se volvieron de un rojo tan vivo que Alice
empezó a reírse a carcajadas.
—Tranquilo, mantendré la distancia —le aseguró, dándole una palmadita en el pecho—.
No quiero asustarte, vaquero.
—Claro, claro...
Sin embargo, no habían llegado a bajar al salón de nuevo cuando Jake se plantó
entre ellos, claramente indignado.
—¡He dicho que te la cedo! —empezó a empujarla hacia la puerta, hasta que a ella no
le quedó más remedio que quedarse encerrada en ella, con mala cara.
Esa noche, había intentado dormirse por un buen rato, y aunque estaba agotada, no
conseguía hacerlo. Simplemente daba vueltas en la cama vieja, haciendo que la madera
crujiera cada vez más, hasta que se rindió y se puso de pie, acercándose a la puerta de
puntillas.
Asomó la cabeza por el pasillo y vio que el fuego de la chimenea iluminaba la parte de
éste más cercana al salón. Lo demás estaba completamente a oscuras.
Sin hacer un solo ruido, consiguió deslizarse hasta el salón, donde se detuvo en seco al
ver a Jake, pero se calmó al ver que estaba durmiendo en el sofá con la boca abierta y
roncando. Rhett estaba agachado junto al fuego.
Debió oírla, porque se giró de golpe con el ceño fruncido, pero se calmó enseguida al
ver que era ella.
—Bueno, ¿vienes?
Alice no esperó un momento más, después de todo, llevaba el día entero haciéndolo.
Le rodeó el cuello con los brazos y lo besó en los labios. Pilló a Rhett tan desprevenido
que dio un paso atrás, apoyándose en la pared. Ella se puso de puntillas tan alta como
pudo para seguir, pero se quedó colgada cuando él apartó la cara.
—¿Qué...?
—¿Por qué?
Alice pensó en su padre. Habría dado lo que fuera por volver a verlo, aunque fuera
solo una vez. Y Rhett no quería ver al suyo.
Alice no pudo evitar sentir una oleada de culpabilidad. Si no fuera por su herida,
el plan no habría cambiado. Si no fuera porque era una androide, no estarían en esa
situación.
Pero le daba la sensación de que Rhett se merecía ese momento para desahogarse
mucho más que ella, así que se limitó a ponerle una mano en el hombro.
—No lo creo, Alice. No es que no nos soportáramos, pero nuestra relación nunca
ha sido la mejor entre un padre y un hijo.
—Yo no creo que seas un idiota —hizo una pausa, dubitativa—. Bueno... a ver...
—Significa que era un viejo amargado que no dejaba de dar órdenes y esperaba que
todo el mundo las cumpliera —dijo Rhett—. Hace casi siete años que no lo veo, pero
estoy seguro de que no ha cambiado.
—¡¿Siete años?!
—¿Y... a tu madre?
—Mi madre no lo quería, solo lo aguantaba porque no quería que fuera hijo de unos
padres divorciados.
—¿Qué es divor...?
—Ya te lo he dicho, hace siete años que no lo veo. Tenía la esperanza de no tener
que acudir a él para que nos ayudara.
—Ya veo —murmuró ella—. Bueno... después de tantos años... quizá los dos hayáis
cambiado a mejor y podáis intentar tener una buena relación, ¿no?
Alice no respondió, pero no pudo evitar poner mala cara cuando vio que él se dirigía a
la puerta.
Rhett, como había hecho en más de una ocasión, se detuvo en mitad del camino y
retrocedió, agachándose para besarla. Alice notó que el colchón se hundía cuando
clavaba una mano en él, al lado de su cadera, y con la otra la sujetaba de la nuca. Ella
no se movió, esperando un beso corto, pero para su sorpresa, cayó de espaldas sobre
la cama cuando él la tumbó, clavando una rodilla en el colchón para quedarse
suspendido sobre Alice.
Ella se quedó tan sorprendida que no fue capaz de moverse, solo notó que su beso era
mucho más intenso que cualquier otra vez que la hubiera besado. Solo
fue capaz de seguirlo unos segundos después, pero cuando él la agarró con una mano de
la cadera se volvió a quedar paralizada, y no precisamente porque lo sintiera
desagradable. Contuvo la respiración cuando notó que la mano en su cadera la agarraba
con un poco más de fuerza, arrugando la camiseta. Su corazón latía a toda velocidad.
Y, cuando por fin fue capaz de levantar las manos para tocarlo, él se separó tan rápido
como había vuelto, sonriendo.
Estaban rodeadas de gente con uniformes extraños, azules. Uno de ellos, el que
parecía más importante, acompañaba a un hombre con el pelo largo y bigote, gordo y
de unos cincuenta años, que se detenía delante de cada niña y la miraba fijamente.
No estaba del todo segura de qué estaba haciendo, pero era repugnante, como si
escogiera la mejor oveja del ganado.
Se detuvo más tiempo del necesario delante de dos niñas que no parecían tener nada
que ver entre ellas. Una era rubia y paliducha, y la otra estaba más rellenita, con el pelo
oscuro atado.
En realidad, sí que tenían algo que ver entre ellas: eran las más pequeñas del grupo.
Debían tener, como mucho, doce años.
Parecía que había pasado una eternidad cuando el hombre se detuvo delante de ella.
No pareció gustarle lo que veía mientras el otro, el de uniforme importante, le iba
diciendo cosas, como si esa situación fuera lo más normal del mundo. El viejo la agarró
de la cara con una mano y la miró desde todos los puntos de vista posibles. Pareció
poco impresionado cuando la soltó y se acarició el bigote, pensativo.
Dijo algo al oficial en otro idioma. Tenía la voz grave y rasgada. El oficial se acercó
a Alicia y ella se tensó cuando la agarró de la nuca y siguió diciendo algo que no
parecía complacer al de los bigotes.
Finalmente, el oficial la soltó y Alicia pensó que se había librado, pero el del bigote
volvió a acercarse, esta vez más interesado. Aguantó que le tocara la cara sin moverse.
Al instante, notó que alguien tiraba de sus brazos. Trató de librarse como pudo,
forcejeando, pateando, mordiendo... pero no sirvió de nada. El hombre estaba
examinando a la siguiente chica mientras la arrastraban hacia el coche de nuevo,
cubriéndole los ojos.
Cuando por fin le quitaron la venda, estaba sentada en una habitación oscura, con
unas mujeres con atuendos extraños quitándole la ropa y lavándola con agua helada. Ni
siquiera hablaban su idioma, así que no dijo nada, simplemente se dejó. Después de
todo, una de ellas llevaba una vara de madera y parecía estar supervisando lo que
hacían.
Hablaban entre ellas, y tenía la sensación de que precisamente hablaban sobre ella.
De todos modos, intentó ignorarlas tanto como pudo.
Sin embargo, cuando le agarraron un mechón de pelo y otra mujer se acercó con unas
tijeras, se apartó.
Casi al instante en que hubo abierto la boca, la mujer de la vara la golpeó de lleno
en la espalda, haciendo que se sentara de nuevo y dejara que le cortaran el pelo sin
decir una palabra.
Aprendió la lección.
***
Alice se despertó y descubrió que tenía las manos en su pelo. Su corazón palpitaba a
toda velocidad. Se incorporó, alarmada, y se dijo a sí misma que solo era una pesadilla,
que no era real. Para empezar, la chica del sueño tenía el pelo rubio, lo había visto
cuando un mechón había caído al suelo. Y ella lo tenía oscuro. No era real, no era real...
Entonces, ¿por qué se sentía como si ella misma estuviera viviendo lo mismo que la
chica de sus sueños?
Cruzó el pasillo y descubrió que los demás ya casi estaban listos. Solo faltaba Jake,
aunque con él siempre tardaban media hora en conseguir despertarlo del todo. Al final, el
único método que funcionó fue decirle que, si no se despertaba ya, se quedaría sin
desayuno. Apenas tardó cinco segundos en incorporarse de un salto.
Echaron agua sobre los restos de la hoguera de la noche anterior y salieron de la casa
antes de que amaneciera. Rhett y Tina querían salir de la zona de las ciudades
abandonadas en cuanto antes. Alice supuso que les daba miedo encontrarse con salvajes,
y no podía culparlos.
—No, no lo creo. Seguramente tardemos unos días más —le echó una ojeada,
apretando los labios—. ¿Qué tal tu brazo?
Rhett la miró con extrañeza, como si no se lo creyera, pero no dijo nada al respecto.
Solo aceleró la marcha, para desgracia de Jake.
—¿Quieres que te cuente un secreto? —Rhett soltó la bolsa para mirarlo, cansado
—. ¡TODOS tenemos calor y hambre!
—No matarte por pesado es hacer algo, algo muy difícil, créeme.
—¿Por qué no vamos a dar una vuelta? —sugirió Alice al ver que Rhett se
empezaba a enfadar de verdad—. Así vemos si encontramos... algo.
—No sé si es una buena idea —les dijo Tina al instante—. Seguimos en las
ciudades.
Eso pareció calmarla un poco, pero les dijo, de todas formas, que no se alejaran
demasiado.
Alice soltó a Jake y escuchó que él lo seguía, enfurruñado, pateando una piedra.
—Está nervioso —lo defendió Alice, acercándose a la puerta de una casa cercana
—. Como todos.
Jake suspiró cuando Alice abrió la puerta de la casa con el hombro bueno y apuntó a
su alrededor, asegurándose de que no había nadie, antes de ver que estaban solos.
—¿Qué es eso? —preguntó ella con curiosidad, al ver que había marcas de pintura
en el suelo.
—Oh, son marcas de los exploradores. Cada marca y cada pintura significa una cosa
distinta. La blanca es para indicar caminos.
—Ese lleva al bosque —señaló, con la boca llena de pepinillos. Cerró el bote para
mirar a Alice—. Si algún día Rhett se vuelve loco como el del Resplandor, tenemos
que huir por aquí.
—No lo sé, nunca he estado en las otras. Aunque sé que Max se reunía con los líderes
de cada ciudad cuando pasaba algo serio, para llegar a una decisión con ellos.
—Bueno... creo que el que manda de verdad es el líder de Ciudad Capital — Jake
volvía a comer pepinillos felizmente—. Pero no sé. Una vez Max me lo contó, pero es
un tema tan aburrido que pensé en mis cosas mientras lo hacía.
Jake siguió andando y ella lo siguió, pensativa. De hecho, estaba tan absorta en sus
pensamientos que apenas se dio cuenta de que algo se movía a su derecha.
Se detuvo de golpe y se giró justo a tiempo para ver una sombra ocultándose detrás
de la casa de la que acababan de salir.
Jake ni siquiera se había enterado y seguía andando felizmente, pero Alice ya había
sacado la pistola de la cintura del pantalón, sin despegar la mirada de la parte trasera de
esa casa.
—Creo que...
Otro ruido.
—Oh, vaya —Jake se atragantó con un pepinillo, pálido, antes de volver a cerrar el
bote—. Deberíamos irnos.
No pudo estar más de acuerdo.
Dio un paso hacia atrás, agarró a Jake de la mano y, cuando se aseguró de que no
los seguían, salió corriendo hacia las casas que tenían delante.
Se calló de golpe cuando captó un movimiento con el rabillo del ojo y se dio cuenta de
que la sombra que los había perseguido... estaba delante de ellos.
Estaba agachado, sentado sobre sus talones, y los miraba fijamente, con la cabeza
ligeramente ladeada. Alice estaba casi segura de que el tono marrón de su piel era
suciedad, y no el color de ésta en sí. Iba vestido solo con lo que parecían unas bermudas
viejas, desgastadas, y con agujeros por todas partes.
Tenía el pelo por los hombros, oscuro y enmarañado, y los estaba mirando con unos
ojos grandes y claros que parecían derrochar curiosidad.
—Pero...
—Jake —soltó más bruscamente de lo que pretendía—, cállate de una maldita vez.
Y sí, estaba muy delgado, pero tenía los brazos fuertes. Definitivamente, tendría
más fuerza que ellos dos juntos.
Además, era un salvaje. Estaba segura. Con ese aspecto, no podría encajar en otra
descripción mejor. Y, si no recordaba mal, los salvajes ni siquiera hablaban su idioma.
No podía pedirle que los dejara en paz.
—¿A-Alice...?
Ella lo dudaba. Podría haberles hecho tanto daño como hubiera querido, pero solo les
había sonreído. De todos modos, prefirió no arriesgarse. No se movieron de su lugar.
El niño, casi triste, apartó la mirada, se giró y salió corriendo a una velocidad
sorprendente hacia una de las casas. Alice vio su oportunidad de oro y empezó a
arrastrar a Jake con ella hacia la carretera, para volver con los demás.
Alice se calló de golpe cuando vio que el niño había vuelto a aparecer delante de
ellos, esta vez con una caja de zapatos y una sonrisa de oreja a oreja.
Ella dio un paso atrás cuando se acercó, acuclillado, enseñándoles la caja, pero el niño
la ignoró. Tenía su atención puesta en Jake, al que le estaba ofreciendo lo que fuera que
llevaba dentro.
Alice estuvo a punto de sacar la pistola cuando vio la mueca de estupefacción de Jake,
pero se detuvo cuando a él se le iluminó la mirada al soltar un grito ahogado por la
emoción.
—Son... ¡chocolatinas!
—Jake, no sé...
—Eso no lo sabes.
—¡Él también está herido! —le explicó Jake, que al parecer acababa de convertirse
en su traductor oficial—. Seguro que está solito y se ha acercado a nosotros porque ha
visto que tú también estás herida.
—Jake, no...
—¿Ver el qué?
—¡Está herido! Los salvajes abandonan continuamente a su gente cuando está herida.
Y más si son niños. No son útiles.
Eso le pareció mucho más salvaje que cualquier otra cosa que pudiera aprender de
ellos. ¿Abandonaban a la gente solo por estar herida? Puso una mueca, intentando no
sentir empatía por el chico. No podían llevárselo con ellos.
—Jake, no sabemos nada de él.
—Es decir, que sí nos entiende —replicó Alice, mirando al niño con poca confianza.
—Jake, no es estúpido.
—No debe saber —concluyó Jake—. ¡Pero, no podemos dejarlo solo, Alice, nos ha
ayudado!
—¿Y cuánto hace que no vemos comida así por aquí? ¡Es un regalo
importante! ¡Hoy en día casi no hay chocolatinas!
El niño salvaje no dejaba de mirarla con una amplia sonrisa. Al menos, alguien estaba
contento. Bueno, Jake también lo estaba por el regalo; todavía tenía chocolate en las
comisuras de los labios.
Los demás estaban comiendo cuando llegaron. Trisha fue la primera en darse la vuelta.
—Espero que no os moleste que hayamos empezado sin vosotros. Bueno, en realidad
me importa un bledo si os molesta —se detuvo en seco—. ¿Qué es eso?
Tanto Tina como Rhett se dieron la vuelta para mirarlos. Tina se quedó muda, y Rhett
empalideció.
—Jake, es un salvaje —masculló Trisha, que se había puesto de pie, con una mano en
su cinturón.
—¡No, es bueno! —dijo él enseguida—. Lo han abandonado porque tiene una herida
en el brazo y...
—¡Es un salvaje! ¡Podría matarnos a todos sin parpadear! —Trisha miró a Alice
—. ¿Es que has perdido el juicio?
Alice miró a Rhett, que parecía estar a punto de vomitar. ¿Qué les pasaba?
Solo era un niño.
Entonces, se acordó de la conversación con Trisha. Él había estado con los salvajes.
Y habían matado a todo su grupo, menos a él. Quizá por eso estaba tan pálido al mirar
al chico.
Pero... ¡él no tenía la culpa de nada! De hecho, tenía más motivos para odiar a los
salvajes que ellos cinco juntos, a él lo habían abandonado.
—Si quisiera hacernos daño, ya lo habría hecho —dijo Alice, tratando de calmar
la situación.
El niño, como si supiera que hablaban de él, se escondió detrás de Alice, frunciendo el
ceño a Trisha.
—No se quedará con nosotros —añadió Trisha, mirándolo también con mala cara—.
Míralo. Seguro que ni siquiera sabe hablar.
—No es mi problema.
Alice sintió que revivía el momento en que había llegado a la ciudad y los guardianes
juzgaban si podía quedarse. Y, de pronto, se vio a sí misma reflejada en ese niño salvaje.
—No —Rhett habló por primera vez desde que el niño había llegado mirando a
cualquier otra parte—. Yo no lo quiero aquí.
—Menos mal que alguien tiene un poco de cabeza —masculló Trisha.
—Es un salvaje, Alice —replicó él, con la mirada clavada en una de las casas.
—¡Sigue siendo un niño! No podemos dejarlo morir solo —miró a Tina—. Tina,
vamos, tú tienes que entenderlo.
—Yo...
Alice miró a Rhett, que no parecía tener intención de cambiar de opinión. Tina tampoco.
—Seguro que conoce estas ciudades mejor que nosotros —dijo Alice de repente,
sonriendo y mirándolo—. ¿Sabes cuál es la forma más rápida de salir de aquí?
—¿Lo ves, Tina? —Jake lo señaló—. ¡Es listo! ¡Y sabe sobrevivir solo!
—Nah, si es verdad.
Entre los dos, pareció que habían conseguido que Tina lo pensara mejor, porque cuando
levantó la cabeza tenía cara de resignación.
El niño debió entenderlo, porque se puso de pie y abrazó a Alice con fuerza, que le dio
una palmadita en la espalda.
—Qué bonito, has encontrado novio. Otro —ironizó Trisha—. Unas tanto y otras
tan poco...
Rhett se mantenía tan alejado de él como podía y, pese a que Trisha al principio se
había negado a escucharlo, para el final del día ya seguía todas sus indicaciones.
Anduvieron hasta que se hizo de noche, y volvieron a ocupar una casa abandonada, esta
en mejor estado que la anterior, aunque con menos habitaciones. Hicieron fuego y se
sentaron a su alrededor. Alice puso una mueca cuando vio que volverían a comer carne
seca. La odiaba. Estuvo a punto de bromear sobre ello con Rhett, pero él no le había
dirigido la palabra desde que había vuelto de su excursión con los dos niños.
El chico salvaje apareció una hora más tarde, cuando todos ya estaban sentados
cenando, y apartó a Rhett, que soltó una palabrota, para sentarse entre él y Alice. Tenía
algo en las manos y se lo ofreció a ella, que lo levantó para verlo mejor.
Alice entreabrió los labios, sorprendida, cuando vio que brillaba con los reflejos
del fuego.
El chico tocó un mechón de pelo a Alice con una sonrisa. Pareció sorprenderlo mucho
que no estuviera enmarañado, como el suyo, y que fuera tan oscuro.
—¿Y cuánto tiempo va a quedarse con nosotros? —preguntó Rhett, viendo como
enredaba un mechón de pelo de Alice en su dedo.
—El necesario. Es mi amigo —Jake frunció el ceño al niño—. Creo que nos
entiende, pero no habla. Igual podríamos preguntarle...
Alice vio como el niño se detenía en seco y recogía un palo que habían traído para la
hoguera. Se inclinó sobre una parte del suelo que no habían limpiado y seguía llena de
cenizas y empezó a mover el palo torpemente, formando letras.
Pareció que había pasado una eternidad cuando por fin se apartó para que Alice
pudiera leerlo.
—¿Kilian? —preguntó.
—Tú tienes nombre y no eres un perro —señaló Trisha, sonriendo con aire burlón.
—Y tú hablas mucho, pero eres idiota.
Empezaron a discutir entre ellos mientras Jake intentaba comunicarse con Kilian sin
grandes resultados. Tina y Alice intercambiaron una mirada antes de optar por
terminarse sus respectivas cenas en silencio.
Un rato más tarde, Tina y Trisha se metieron en las habitaciones que habían ganado al
sortearlas entre todos, dejando a Alice, Jake, Rhett y Kilian solos en el salón en medio de
un silencio un poco incómodo.
Pero se volvió mucho más incómodo cuando Jake se quedó dormido en su cama
improvisada.
—No entiendo por qué tenemos que dejar que venga con nosotros —murmuró Rhett.
Alice, que había estado intentando explicarle a Kilian cómo desenredarse el pelo, se
detuvo y lo miró.
Alice quiso preguntar, pero supuso que sería mucho peor hacerlo con Kilian delante.
Solo pondría a Rhett de peor humor.
—No lo juzgues por cómo son los demás —pidió ella en voz baja.
—Por ahora.
—A ti te conocía.
—Mira, a nadie le gustan los salvajes, imagino que tú... —se cortó cuando la miró
fijamente—. Es un niño. Ni siquiera debe saber lo que hacen los adultos con los que se
crió. Además, lo abandonaron. ¿No crees que debe odiarlos igual o más que tú?
—¿El qué?
—Convencerme de todo tan rápidamente —Rhett la miró, enarcando una ceja—.
Antes solía considerarme un cabezota. Y me gustaba, la verdad.
—Tranquilo, sigues siéndolo.
Rhett se acuclilló a su lado y la miró.
—¿Que soy qué?
—Nada.
—Yo creo que has dicho algo.
—No he dicho nada —ella sonrió ampliamente, contenta de que la conversación
hubiera cambiado tan rápidamente.
Y Rhett le tocó las costillas. Por algún motivo, ella notó una especie de calambre
recorriéndole todo el cuerpo que la llevó a reírse y a retorcerse para alejarse de él. Cuando
lo consiguió, parpadeó, sorprendida.
—¿Qué era eso? ¿Qué me has hecho?
—Cosquillas —Rhett frunció el ceño—. ¿Nadie te había hecho cosquillas nunca?
—Rhett, en mi zona nadie podía tocar a nadie.
—Es decir, que soy el primero.
Le pareció que eso tenía doble significado, pero no supo cuál era, así que lo dejó pasar.
—No me ha gustado —protestó.
—Bien, no lo he hecho para que te gustara.
—¡Pues yo te lo haré a ti!
Le pasó una mano por las costillas, pero él ni siquiera reaccionó. Solo sonrió.
—Nunca he tenido cosquillas, pero puedes seguir intentándolo tanto como
quieras.
Alice, frustrada, le dio con el puño en el hombro. Rhett no pareció muy
afectado.
Se acercó a ella y le dio un beso en los labios. Alice se dejó, sonriendo. Y otro.
Y otro más. Había dejado de contar cuando notó que Rhett paraba. Abrió los ojos,
sorprendida, y vio que Killian había metido una mano en medio, clavando una mirada en
Rhett.
—¿Se puede saber qué te crees que haces? —le espetó Rhett, enfadado.
—Jake le ha dicho que nos vigile —Alice puso los ojos en blanco.
—Lo que me faltaba. Otro guardaespaldas —Rhett se puso de pie de nuevo—
. En fin... yo haré la primera guardia. Deberías ir a descansar.
—¿Seguro?
—Sí.
Se puso de pie y le dio la espalda. Justo cuando iba hacia el pasillo, vio que el chico
salvaje volvía a pegarse a ella. Enseguida se apartó, o más bien Rhett lo apartó y lo sentó
bruscamente en el suelo.
—Ah, no, de eso nada —lo señaló—. Tú duermes aquí, campeón.
—No seas brusco con él —le pidió Alice, dirigiéndose a su habitación.
—Cuando deje de intentar pegarse a ti, dejaré de serlo.
CAPÍTULO 6
—¿Para qué querrías vigilar una piedra? —preguntó Alice, pensativa—. Si no pueden
moverse...
—La piedra de Los cuatro fantásticos se movía —le dijo Trisha—. Pero era un señor.
—¿Qué superpoderes?
—¡A VER, CENTRAOS! —gritó Jake antes de mirar a Rhett—. ¡Se suponía que tenías
que vigilarlo!
Trisha, Jake y Alice habían estado toda la mañana buscando a Kilian entre los edificios y
las casas, pero por mucho que habían hecho, no habían encontrado nada. Tina se había
quedado en casa por si volvía y Rhett se dedicaba a seguirlos, pero no hacía gran cosa,
solo los miraba con mala cara cuando se quejaban.
Al final, teniendo en cuenta que conocía la ciudad mejor que ellos, habían llegado a
la conclusión de que quizá no quería ser encontrado, pero Jake era incapaz de
asumirlo. Él prefería echarle la culpa a Rhett.
—¿Y por qué es culpa mía, por cierto? —preguntó Rhett, cruzándose de brazos
—. Que yo sepa, todos estábamos en la misma casa.
—¿En serio? ¿Me ves con cara de preocuparme mucho por el crío raro?
—¿Y si le ha pasado algo? —preguntó Jake en voz baja, ignorando lo que le acababa de
decir—. ¿Y si lo han encontrado esos... salvajes?
Alice vio que se le llenaban los ojos de lágrimas y lo abrazó, mirando por encima de su
cabeza a Rhett con rencor.
Alice se mordisqueó el labio, pensativa. Trisha tenía razón. No podían quedarse ahí más
tiempo. Habían tenido suerte hasta ahora, pero no la tenían garantizada para siempre.
—¿Y también hablas con tus otros amiguitos invisibles? —preguntó Trisha, divertida.
—En ese caso, volverá a la casa —dijo Alice, ignorándola—. Deberíamos volver con
Tina y comer algo antes de irnos.
—¡Con todas las cosas que se me pasaron por la cabeza en ese momento, Alice, da
gracias a que solo estuviera a punto de tirarlo por la ventana!
—Pues muy bien. El pobre Jake está triste, pero veo que te da igual.
suspiró.
—¡No! Seguro que te pasaste toda la noche en silencio, aburriendo tanto al pobre niño
que terminó huyendo.
—Pues mira, se pasó toda la maldita noche pintando en el suelo cosas que le gustaba
hacer, como si a mí me importara.
Alice puso mala cara y lo adelantó, colocándose por delante de Jake y Trisha.
Tina pareció algo decepcionada con que no hubieran encontrado al niño, y les informó de
que por ahí tampoco había aparecido. No les quedó otro remedio que comer rápidamente
lo que tenían reservado para ese día, aunque Jake no dejaba de echar ojeadas a la puerta y
Rhett no decía nada, con la cabeza agachada.
Alice se sintió repentinamente mal por echarle la culpa. Si Kilian se había ido, había sido
por voluntad propia. No veía a Rhett capaz de echarlo, por poco que le gustara. Igual
había sido demasiado dura con él.
Justo cuando iba a sentarse a su lado y decirlo, Rhett se puso repentinamente de pie.
Lo siguió con la mirada y estuvo a punto de ir tras él, pero Tina la detuvo. Después de
todo, Rhett podía defenderse solito, y conocía el camino de vuelta.
Intentaron charlar un poco, pero nadie tenía muchas ganas de hacerlo. Alice preguntó
cuán lejos estaban de la ciudad a la que se dirigían, más que nada para llenar el silencio,
y casi se atragantó con la comida cuando le dijeron que estaba a solo un día de distancia.
Justo cuando empezaban a ponerse nerviosos, la puerta se abrió y entró Rhett con una
sonrisilla. Justo detrás de él, Kilian estaba mordisqueando un trozo de pescado crudo.
Tenía una enorme herida en la pierna, pero parecía darle igual.
—El muy idiota se tiró por el río por un pez y se quedó estancado en las ramas rotas.
—¿Y tú cómo sabías que estaría ahí? —preguntó Trisha con el ceño fruncido.
—Porque anoche se puso a contarme todo lo que le gusta hacer, el muy pesado.
De hecho, el pelo oscuro y enmarañado de Kilian ahora parecía color bronce, y su piel
más dorada que oscura. Incluso su ropa tenía colores más claros.
—Ejem.
—Que has estado todo el día mirándome mal por el niño estúpido... y ahora lo he
traído de vuelta.
—Bien —él sonrió y se estiró—. Ahora, vámonos de aquí antes de que al mono de feria
le dé por seguir saltando dentro de ríos.
—Algo muy bonito —le aseguró Trisha, suspirando—. ¿Nos podemos ir de una vez?
Recogieron todas sus cosas rápidamente y abandonaron la casa, con Tina y Trisha
encabezando el camino. Decidieron dejar a Kilian con Jake en medio por si decidía
escaparse de nuevo, pero no lo hizo. De hecho, solo señalaba a su alrededor para
indicarles caminos más rápidos o atajos para salir de la ciudad.
Alice sintió bastante aliviada cuando por fin la abandonaron y entraron de nuevo en el
bosque. Se sentía mucho más protegida ahí. Además, en el bosque había comida y agua,
pero en las ciudades solo había cenizas.
Por supuesto, cuando levantó la mirada Rhett ya estaba agachado delate de ella,
mirándola con los ojos muy abiertos.
Ella asintió y quitó la mano. La venda se había resbalado con el agua de la lluvia y ahora
podían ver la herida, que desprendía un ligero olor desagradable y estaba entre el azul
oscuro y el violeta. Pero lo peor era el dolor agudo y punzante que sentía Alice.
Rhett le dijo algo, pero no lo entendió hasta que le pasó los brazos por debajo,
levantándola del suelo. Alice vio que las gotas de lluvia le caían sobre la cara y lo
obligaban a entrecerrar los ojos cuando alcanzó tan rápido como pudo a los demás.
En cuanto Tina vio la herida, mandó a Trisha, Jake y Kilian a buscar un sitio seguro
donde acampar. Por suerte, lo encontraron rápido. Era un pequeño rincón junto al río
en que las copas de los árboles les proporcionaban un techo natural que los protegía
casi completamente de la lluvia.
Rhett dejó a Alice en el suelo, con la espalda apoyada en un tronco, y Tina le pasó una
mano por la frente.
Alice no entendió lo demás, estaba ocupada intentando sentarse mejor y mirarse la herida
del brazo. Trisha y Jake también se acercaron al cabo de un rato, pero Jake se mareaba
muy fácilmente con las heridas y no tardó en alejarse con Kilian.
Unos segundos más tarde, Alice dio un respingo al escuchar el tono furioso de Rhett.
—No te acerques a ella, mocoso —advirtió.
Alice volvió a centrarse en ellos y se dio cuenta de que estaba echando a Kilian, que se
estaba intentando acercar a ella con algo en las manos.
Klian ignoró a Rhett y se acercó a Alice, agachándose. Tenía una mezcla extraña en
una mano y una piedra en la otra. Casi parecía que había mezclado barro con unas
cuantas hojas molidas por la piedra.
Al instante en que hizo un ademán de acercar la mano al brazo de Alice, Rhett lo detuvo
bruscamente.
—Intenta ayudarla —intervino Jake, que se había acercado pero se tapaba los ojos para no
ver la herida.
—¿Cómo?
—Que dejes que lo haga. He visto cómo se lo ponía antes a sí mismo en la herida de la
pierna —Tina la señaló y Alice vio que la herida estaba cubierta con esa mezcla extraña
—. Son hierbas curativas.
—Yo solo tengo vendas —replicó ella—. ¿Quieres que le ponga eso en el brazo? No va
a servir de nada. Sería como intentar tapar el sol con un dedo, Rhett. Al menos, él tiene
una solución.
Eso no pareció convencerlo del todo, pero no se movió cuando Kilian volvió a inclinarse,
pasando la mezcla por la herida de Alice con suavidad. Ella cerró los ojos con fuerza,
intentando contener las ganas de apartarse por el dolor.
Sin embargo, cuando Kilian se apartó y miró a Alice, ella se dio cuenta de que el dolor
seguía ahí, pero había disminuido muchísimo. De hecho, sintió un cosquilleo molesto en
el codo que casi la ilusionó; apenas había sentido ese brazo entero en todo el día.
Él sonrió, tan silencioso como de costumbre, mientras Jake no dejaba de repetir que él
había confiado en Kilian desde el principio.
Tina decidió vendarle el brazo de todas formas mientras los demás montaban el
campamento. Decía que era mejor que lo que había preparado Kilian no se moviera de
su lugar y, cuando terminó con ella, Alice vio cómo iba junto al niño para que le
explicara cómo había preparado esa mezcla.
Alice se pasó unos minutos sola, intentando mover el brazo, hasta que notó que alguien
se acercaba a ella. Era Trisha, y estaba sonriendo con aire divertido.
—Yo diría que estoy bien —aceptó su mano para ayudarla a ponerse de pie
torpemente—. Por un momento, casi me he desmayado.
—Si lo hubieras hecho, don amargado te habría cargado en brazos como si fuera tu
príncipe azul —Trisha puso los ojos en blanco—. Sois de esa clase de parejas.
—¿Un príncipe... azul? ¿Qué es eso?
—Pues un príncipe al que ahogas hasta que se pone azul —bromeó Trisha,
divertida.
Alice puso una mueca, confusa, hasta que ella señaló el río.
—Creo que hay una parte del río donde el agua está más calmada, podríamos intentar
pescar algo para cenar y para comer mañana. ¿Te vienes?
—Yo protegeré a estos dos —comentó Jake, señalando a Tina y Kilian, que
probablemente serían los que lo protegieran a él.
Pero Kilian no parecía dispuesto a quedarse esperando, porque los siguió todo el camino
hacia el río, que estaba a unos veinte metros. Para haber llovido, el agua no se movía
con demasiada fuerza. Solo había un poco de corriente.
Trisha y Rhett se quitaron los zapatos, agarraron sus palos afilados y se metieron
en el río hasta que el agua les llegó a las rodillas.
—Mhm... —Alice los miró un momento—. No sé yo si seré muy útil para eso.
Así que Alice se quedó sentada en la hierba húmeda rasgando el tronco con todas sus
fuerzas, dejándolo tan afilado como podía. Tardó casi diez minutos en hacer que un palo
se pareciera a lo que sujetaban ellos, y ni siquiera así tuvo un gran resultado, porque solo
podía usar un brazo.
Mientras, Kilian desapareció entre los árboles y Trisha y Rhett hicieron lo posible para
pescar algo, pero había pocos peces y no eran fáciles de atrapar.
—No necesitas ser tan sarcástica para decir que no —le dijo Rhett, pasándose una mano
por la frente.
Rhett empezó a reírse a carcajadas mientras Trisha enrojecía un poco. Al final, él dejó
de reírse porque ella le dio con el palo en la cabeza y empezaron a pelearse.
De pronto, saltó una figura desde un árbol y llegó al agua. Salpicó por todas partes y se
quedó agazapada en el agua. Rhett se apartó de un salto de Kilian, que sonreía
ampliamente. Tenía un pez en la boca.
—Pero ¿qué...?
Kilian se acercó a Alice y le dejó el pequeño pez muerto a los pies, a lo que ella no se
sintió capaz ni de fingir una pequeña sonrisa.
—Apartad —les empujó Trisha, saliendo del agua con un montón de peces enormes
colgando del brazo—. Poder femenino, nenas.
Esa noche, lógicamente, cenaron pescado. Fue la primera comida en la que Kilian estuvo
todo el rato con ellos. Jake estaba encantado, y no dejaba de hablarle aunque no recibiera
ningún tipo de respuesta.
Rhett, por su parte, comía en silencio, de mal humor, aunque se le pasó un poco cuando
Alice se cambió de sitio para quedarse a su lado.
De pronto, Kilian sonrió como un niño pequeño, desapareció un momento y los dejó a
todos sumidos en un silencio confuso.
Pero Kilian no había escapado. De hecho, apareció unos pocos minutos más tarde con
algo en la mano que dejó a Alice, sonriendo. Parecía un regalo.
Jake empezó a gritárselo como un loco, como si así fuera a entenderlo mejor.
Por suerte, el niño pareció entenderlo. Kilian agarró de nuevo la ardilla y se la llevó,
desapareciendo. Al cabo de un minuto, volvió. Esta vez llevaba un ramo de flores
silvestres. Esta vez Alice sonrió ampliamente, mientras Jake y Tina reían, Trisha los
ignoraba y Rhett entrecerraba los ojos.
Esa noche Trisha y Tina hicieron la primera guardia, por lo que Alice fue de las primeras
en montarse una camita improvisada. Tardó más de lo necesario porque se había
empeñado en hacerlo sola y tenía un solo brazo para ello.
De todos modos, cuando estuvo lista, se dio cuenta de un pequeño detalle que se le
había olvidado: una manta.
Miró a su alrededor. Los demás ya estaban acostados en sus lugares mientras Trisha y
Tina hablaban junto al río, que era el único lugar por el que podían llegar desconocidos.
Kilian y Jake estaban a un lado del fuego y Rhett estaba en el otro, pasándose una mano
por la cara.
Kilian había intentado dormir con ella, pero Rhett lo había llevado a base de patadas con
Jake, así que dormían plácidamente uno al lado de otro con la boca abierta, roncando.
Alice se incorporó y se puso a buscar alguna otra manta en el saco, pero no había
nada. Cuando llevaba ya un rato buscando, escuchó un suspiro.
—Yo llevo una chaqueta. Tú apenas llevas ropa, y además está destrozada —él frunció
el ceño—. Debí recoger más cosas tuyas.
Alice se pensó que le estaba ofreciendo la suya, pero al ver que se apartaba, se dio
cuenta de que en realidad le estaba ofreciendo un sitio junto a él.
¿Eso no tenía un significado algo sexual entre los humanos? Dudó un momento, mirando a
los demás, pero supuso que si el significado fuera sexual, Rhett se hubiera dado cuenta y
no se habría ofrecido en primer lugar.
Se puso de pie, colocó la suave sábana que había puesto en el suelo sobre la manta de
Rhett, y se metió en ella a su lado.
Alice empezó a buscar la posición adecuada sin aplastarlo, pero estaba incómoda de
cualquier forma. Parecía que, hiciera lo que hiciera, habría una piedra bajo su espalda.
Por no hablar de que no podía apoyarse en el brazo malo.
—No hagas que me arrepienta de esto —murmuró con los ojos ya cerrados.
—Yo tampoco estoy muy cómodo en el suelo y contigo retorciéndote a mi lado, pero es lo
que hay.
Alice siguió removiéndose hasta que Rhett la miró con mala cara. Él la agarró del
brazo y la tumbó boca arriba. Sorprendentemente, así estuvo cómoda, así que cerró
los ojos y trató de dormirse, pero seguía sin poder.
—Sí. O no. ¿Yo qué sé? Tampoco es la primera vez que dormimos juntos.
—¿A hacer...?
—A correr. Era una broma —aclaró, abriendo los ojos, irritado—. ¿Qué quieres? Alice
—Me resultará difícil, pero creo que podré superarlo algún día.
—No.
Alice dudó.
—¿Eso era...?
—Sí, era sarcasmo. ¿Qué pasa? ¿Por qué demonios no quieres dormirte?
—Mira, casi todas las veces que te duermas, tus sueños no tendrán nada que ver con
los anteriores.
Él se tumbó boca arriba también, llevándose parte de la manta, por lo que Alice tuvo que
arrastrase más hacia él.
—¿Sobre qué?
Durante un instante, Alice fue incapaz de decir nada. El sonrió ligeramente al ver si
expresión se espanto.
—Podría hacerte un libro sobre lo que dices en sueños.
—¿Qué chico?
—Ah, ese —se encogió de hombros—. Es el novio de la chica con la que sueño. Rhett
—¿Qué?
—¿Y no lo conoces?
—No.
—No lo sé. Te he dicho que mis sueños son raros —se acercó a él—. Oye,
¿sería muy inapropiado si me acerco más? Es que tengo la espalda descubierta.
—Haz lo que quieras —murmuró él.
Ella se tiró completamente hacia él, pasó una pierna por encima y el brazo por el pecho y
cerró los ojos. Rhett tensó cada músculo de su cuerpo, alarmado
—Oye, Rhett...
Él no abrió los ojos, pero por su expresión Alice supo que estaba empezando a irritarlo.
Rhett abrió los ojos y la miró con los ojos entrecerrados, desconfiado.
—Sí, ¿y qué?
—Nunca he tenido novia —dijo él—. Era solo una chica de mi clase.
—Porque no quería seguir siendo virgen mientras todos mis amigos me hablaban de lo
maravilloso que era el sexo. De todas formas, ¿a qué viene eso?
—¿Cómo es?
—El sexo.
—Alice...
—¿De verdad quieres hablar de sexo en esta precisa situación? —preguntó él,
pasándose una mano por la cara.
—Eres un aburrido.
—Y tú una pesada.
—Lo que no es justo es... —él miró la pierna de Alice sobre las suyas y tragó saliva,
alejando las manos como si fuera a salir ardiendo si la rozaba—. Nada.
—¿Eso importa?
—Sí.
—Alice...
—Sí.
—Lo sé.
—Y tú lo llamas niño.
—Entonces, tú te considerabas adulto de alguna forma con solo un año más que él, pero lo
llamas niño...
—¿Te gustó?
—No me acuerdo.
—Me acuerdo del nombre de mis amigos y mis amigas, pero ella... solo estuvimos
juntos unas pocas semanas. Si sigue viva, seguro que tampoco se acuerda de mí.
Alice notó una extraña sensación en el estómago parecida a la que había sentido el día
de las pruebas, cuando Annie se había dedicado a parpadear y contonearse delante de
Rhett. Seguía sin estar muy segura de qué sentimiento era, pero no le gustaba. En
absoluto.
Volvió a mirar su pierna y apartó la mirada, clavándola en las ramas que los protegían de
la lluvia.
—¿Qué?
—Contigo —aclaró.
—Ah.
Él volvió a quedarse en silencio. Alice casi podía oír los engranajes de su cerebro
funcionando a toda velocidad, buscando algo apropiado que decir. No quería que se
hiciera incómodo, así que decidió seguir hablando ella.
—Si llegamos a la Capital y me pasa algo... no quiero morir virgen. Sería muy triste.
—Eso es la mayor tontería que he oído nunca —él frunció el ceño, intentando
apartarse sin mucho esfuerzo y sin mucho éxito.
—¿Por qué?
—Créeme, ahora mismo no hay nada que... —al ver la sonrisa de ella, se
apresuró a negar con la cabeza—. No, Alice.
—¿Por qué no?
—Ah, claro, puede ser entre los matorrales, mientras continuamos la excursión.
—Alice, no.
Durante un momento, pareció que la idea lo tentaba, pero Rhett se apresuró a volver a
sacudir la cabeza.
—No.
—Pero...
—Sí, pero...
—Pero ¿qué?
—Técnicamente no lo sabemos. Puede que tenga veinte años. Solo son cinco de
diferencia.
—No, pero...
—¿Pero...?
—Pero no sabes cómo va eso —Rhett puso una mueca—. Cada vez que te besaba de una
forma un poco brusca, notaba cómo te asustabas. ¿Qué pasaría si intentara hacer algo
más?
Ella enrojeció al darse cuenta de que tenía razón, pero no estaba dispuesta a
admitirlo.
Rhett la miró unos instantes, como si quisiera comprobar si hablaba en serio o no.
—¿Estás segura?
Alice asintió, sin dudarlo, y se inclinó para darle un beso en los labios. Fue tan corto que
Rhett no tuvo tiempo para reaccionar antes de que ella se apartara, la sujetara una mano
y la colocara al borde de su camiseta.
—Quítamela tú.
Durante un instante, Rhett dudó visiblemente. Pero entonces tiró de su camiseta para
volver a pegarla a su lado y empezó a subirla, dejando la piel del estómago expuesta y...
Rhett se apartó tan rápido como pudo, torpemente, quedando de pie a un lado. Jake lo miró
en medio de un gran bostezo.
—Estoy... —Rhett se pasó una mano por el pelo—. Voy a lavarme la cara, o a
lanzarme al río, o lo que sea.
Estaba abrazada a alguien. Miró mejor. De hecho, Rhett estaba a su lado, estirado con
cuidado de no tocarla y dormido, pero ella estaba abrazada como un animal a a la rama
de un árbol.
Un momento...
Estiró la mano para despertar a Rhett, sonriente, pero se detuvo al darse cuenta de que
podía dejar que siguiera durmiendo un poco en lugar de molestarlo.
Levantó la cabeza y vio que la única despierta era Tina, que estaba junto al río,
limpiando la camiseta que había usado el día anterior. Alice decidió acercarse a ella,
estirándose.
—Bah, no es nada.
—¿Que no es...?
Alice metió las manos en el agua y se las pasó por la cara, limpiándosela y despertándose
por completo. Cuando terminó, Tina todavía estaba intentando frotar la camiseta.
—Si lo haces así solo conseguirás romperla —dijo Alice, sin saber por qué. Tina se
—¿Qué?
—Bueno, yo nunca había lavado nada en un río, así que ha sido bastante útil.
—¿De su padre?
—Sí, de su padre.
—Sí, ha venido alguna vez a la ciudad. Max y él no se llevan demasiado bien, pero
hemos tenido que mandar soldados algunas veces, y...
—Espera, espera —Alice tenía tantas preguntas que no sabía ni por dónde empezar—.
¿Soldados? ¿Max? ¿Qué...?
—Pero... Rhett me dijo que hacía mucho que no veía a su padre. ¿No lo veía cuando
iba de visita a Ciudad Central?
—Siempre que se enteraba de que iba a visitarnos, se marchaba o encontraba algo que
hacer para no verlo.
—Pero... ¿por qué?
—Cielo, su padre es... —Tina no parecía querer decir las palabras exactas en las que
pensaba— ...difícil de tratar.
—¿Como Rhett? —ella sonrió, pero dejó de hacerlo cuando vio que Tina estaba muy
seria.
—No, no como él. Rhett es un buen chico, aunque tenga algo de mal carácter. Solo
tienes que aprender a conocerlo para darte cuenta de ello.
En eso, no le faltaba razón. Alice dirigió una mirada de reojo al aludido, que seguía
durmiendo en su cama improvisada.
—Si tan mal se lleva con él... ¿por qué vamos a ver a su padre?
—Porque es la ciudad que queda más cercana, y tú necesitas que alguien te mire ese
brazo urgentemente —le dedicó una pequeña sonrisa comprensiva—. No era el plan
inicial porque Rhett no quería ver a su padre, pero... tuvimos que improvisar sobre la
marcha.
Alice removió el agua con un dedo, pensativa, mientras notaba que Tina la miraba.
—¿Dónde íbamos a ir? —preguntó al final, con curiosidad—. ¿Cuál era el primer plan?
—Bueno... todavía hay unas cuantas ciudades a las que podríamos pedir ayuda.
—Para rescatar a Max. Para negociar con Ciudad Capital y que dejen de extorsionarnos a
todos solo porque pueden hacerlo...
—Los del dominio... puede que sí. Es a los que iba a pedirles ayuda. Los de Ciudad
Jardín quizá también, igual que los de las Islas Escudo, pero los demás...
—Es una burla. Su ciudad en realidad se llama Ciudad Este, pero... bueno... tienen fama
de ser un poco agresivos. Y la ciudad está rodeada de montañas, así que...
—Ruidoso, la verdad.
—Ajá —Alice había estudiado eso en su zona, pero muy por encima y ya no se
acordaba—. ¿Y ahora dónde estamos?
—Pues... en una de las pocas partes no-contaminadas del mundo. No hay muchas. Si
no me equivoco, creo que solo hay tres habitables. No sé exactamente dónde está.
Creo que entre Francia y Suiza... por ahí. Ahora no tiene nombre. Solo lo llaman
tierra buena de vez en cuando, pero ya sabes... nadie quiere pensar en todo lo que se
perdió.
—Ah... —Alice no tenía ni idea de qué hablaba—. ¿Y siempre has vivido con Max?
—Claro.
Qué fácil de convencer era el pobre Jake. Alice casi se sintió culpable.
Alice estaba ansiosa. Hacía muchísimo tiempo que quería saberlo y no se había atrevido a
preguntárselo a nadie. Miró a Jake, que respiró hondo antes de empezar.
—Verás... antes, hace tres años... o cuatro, no me acuerdo, Rhett estaba al mismo nivel
que Max. Se encargaba de todas las exploraciones, de los comerciantes... Max lo
consideraba como un segundo hijo y esas cosas cursis y aburridas. Es decir, que
llevaban genial.
Kilian saltó por delante de ellos y volvió a desaparecer, distrayendo por una momento a
Jake.
—Sí.
—¿Está...?
—Déjame hablar. Sí, lo está, pero todavía no he llegado ahí. En fin, era muy buena en
combate y esas cosas, pero era muy impulsiva. Y, si te soy sincero, a mí no me caía
demasiado bien. Tenía demasiada... no sé cómo decirlo. Bueno, sí. Era una creída. Era
como si los demás fuéramos unos inútiles a su lado. La cosa es que suplicaba a Rhett ir
con él en todas las expediciones, pero él se negaba por respeto a su padre.
—Pero Max era muy protector con ella. Además, dudo que ni siquiera quisiera saber
nada de las exploraciones. Solo quería pasar tiempo con Rhett.
—Espera —Alice lo miró, sin saber por qué, pero preocupada—, ¿ellos dos...?
—¿Qué? ¡No! —Jake negó con la cabeza, calmándola—. Ella era la que estaba colada
por él. Pero Rhett nunca le hizo demasiado caso, la verdad. No era como contigo. De
hecho, más de una vez tuvo que ser bastante malo con ella para que se apartara, era
muy...
—Ah, sí. Perdón. En fin, cuando ella, Emma, cumplió los quince, Rhett decidió llevarla
a su primera exploración como regalo; iba a ser algo sencillo, solo tenía que intercambiar
algo con los de las caravanas, que venden plantas y medicinas a cambio de armas. Rhett,
Emma y los demás hicieron el intercambio, y todo fue bien hasta que tuvieron que cruzar
una de las ciudades quemadas para volver.
Se encontraron a los salvajes, claro.
—Bueno... no lo sabemos del todo —murmuró Jake—. Rhett nunca habla de ello. Pero
conseguimos que nos contara que mantuvieron a algunos prisioneros por si Max ofrecía
algo a cambio de ellos. Rhett y Emma fueron dos de los prisioneros. Pero... bueno, en
Ciudad Central tampoco es que haya gran cosa,
¿no? Ya lo habrás comprobado. Y nadie sabía qué hacer. Era todo un desastre. Max fue a
buscarlos más de diez veces sin conseguir nada. Estaba desesperado.
Los dos se quedaron en silencio durante unos instantes. Alice recordó la mueca de Trisha
cuando le contó la misma historia, solo que mucho menos detallada.
—Iba... —Jake lo pensó un momento—. Yo estaba ahí la noche en que llegó. No sé cómo
lo hizo. Lo encontraron tirado en el suelo de la entrada de la ciudad. Al principio,
pensamos que era posible que se hubiera desmayado al llegar, pero era imposible que...
con esas heridas... eran horribles, Alice. Los salvajes son... horribles. Tienen muchas
maneras de divertirse con la gente que consiguen atrapar. Por lo poco que escuché,
habían intentado ver cuánto podía sangrar Rhett antes de morir.
Ella tragó saliva, incómoda por la conversación. Ni siquiera podía imaginarse la escena. O,
más bien, no quería.
—Has dicho que era imposible que viniera por sí mismo —dijo—. Entonces,
¿cómo lo hizo?
—Se llevan mal por eso, Alice. Max lo culpa de la muerte de Emma. Ella
—Los primeros meses fueron horrible —murmuró Jake—. Lo trataba... tan mal... y nadie
se atrevía a intervenir. Le quitó casi todo lo que tenía en la ciudad; el sitio en la mesa de
instructores, una habitación privada, el derecho a ir de exploraciones... y lo renegó al
puesto de profesor de iniciados. Con el tiempo, Tina convenció a Max de que le
devolviera algunas cosas, como la habitación y el sitio en la mesa, pero... dudo que
jamás le deje volver a salir en alguna exploración.
—¿Por qué?
Estuvieron en silencio lo que quedaba de camino. Alice echó una ojeada a Rhett, que iba
caminando el primero, mirando al frente con el ceño fruncido, como de costumbre. Sin
poder evitarlo, miró su mano, donde el guante roto daba un poco de visión a las cicatrices.
Aunque claro, la mayor era la de la cara.
Solo de imaginarse lo que habría sido estar en su piel durante esos momentos hizo que se
le revolviera el estómago y volvió la vista al frente.
Al final, se hizo de noche antes de llegar a Colmillo Gris, así que, como cada noche —y
esa sí sería la última—, escogieron una casa, hicieron un fuego y cada cual se hizo una
cama improvisada alrededor del fuego tras comprobar que no había habitaciones.
Durante la cena, quizá las cosas habrían sido menos incómodas si Kilian no hubiera estado
pegado a Alice de brazos y piernas con una gran sonrisa, ganándose varias miradas
afiladas de Rhett.
Al final, Alice se quitó los brazos y las piernas de Kilian de su alrededor y el niño, lejos
de estar enfadado por ello, se puso de pie de un salto y salió de la casa por una de las
ventanas.
—¿Es demasiado genial para cenar con los demás? —Rhett enarcó una ceja.
Fue como si Alice y Jake se acordaran a la vez de la conversación que habían tenido
por el camino, porque agacharon las cabezas casi simultáneamente.
—Te toca.
Trisha se incorporó lentamente, salió de la casa y se quedó sentada en la puerta con una
escopeta en la mano, mirando a su alrededor con cara de sueño.
Alice había estado fijándose en lo que hacía cada uno durante su guardia; ella limpiaba sus
armas, Trisha solía aprovechar para practicar los ejercicios que les habían enseñado en
clase, Tina hacía inventario de sus cosas, Jake comía o canturreaba y Rhett se limitaba a
pasearse por el campamento.
Justo cuando Trisha empezó a estirarse y cerró la puerta, Alice bostezó, preguntándose
cuándo sería su turno.
Rhett, para sorpresa de Alice, se acercó a ella directamente, por lo que se apartó para
dejarle lugar. De hecho, Rhett ni siquiera se había hecho una cama.
—No —ella se pegó como una lapa a él, que se removió (un poco menos
incómodo que el día anterior, eso sí).
—Sí me gusta.
—Era curiosidad.
—Está bien...
—Los salvajes.
No quería ser morbosa, pero quería hacerse una idea de lo que una salvaje podía
llegar a hacer.
—¿Cómo...?
—Entonces, lo de la cara...
—Pero...
—¡Solo quiero...!
—Muy bien, ¿qué quieres saber? —él la miró de pronto, enfadado, haciendo que ella se
echara hacia atrás enseguida—. ¿El proceso en el que te cortan la piel?
¿Quieres saber lo que duele? Apenas me acuerdo, porque lo que sé es que quedé
inconsciente del dolor.
—Además, les gusta jugar con la comida. O lo que sea que fuera para ellos. Porque se
esmeraron mucho en que no muriera desangrado. No. En su lugar, me cauterizaron las
heridas. ¿Sabes lo que es eso?
—No, pero...
Estaba empezando a asustarse por lo agresivo que sonaba. Se echó aún más hacia
atrás, alejándose de él.
—Pues si miraras mi espalda lo sabrías. O mi cara, por ejemplo. ¿Te crees que una
cicatriz queda así por un corte? No. Queda así si luego le pones algo ardiendo encima.
—Rhett...
—O mejor, ¿por qué no hablamos de cómo sacrifican a personas humanas por puro
entretenimiento? Y de una manera que parece gustarles especialmente, que es atarlos en
un poste y quemarlos vivos. O, si no les apetece, simplemente cortándoles la garganta.
—O de cómo te hacen cortes por todo el cuerpo para que no mueras desangrado, pero
seas incapaz de moverte. ¿De cuál quieres hablar, Alice?
—Sé lo que quieres, como todos los demás. Los jodidos detalles. Como si saberlos fuera
a servir de algo. Si lo que quieres es saber cómo se mata a una niña de quince años, o
cómo se tortura al imbécil que la ha traído, entonces vete a ver una película gore y
déjame en paz.
Alice se había arrastrado tan lejos de él que ahora ni siquiera estaba metida en la cama,
sino sentada en el suelo de la casa.
—No... no quería... —no supo cómo seguir, pero él debió entenderlo, porque clavó una
mirada enfadada en ella.
—¡Ya te he dicho que no...! —se detuvo al darse cuenta de que había levantado la voz y
decidió bajarla para no despertar a los demás, que dormían al otro lado de la habitación,
lo suficientemente lejos para no oírlos si susurraban—. No quiero saber ningún detalle,
Rhett...
Alice negó con la cabeza. Le dolía que le hablara así. Y estaba enfadada consigo
misma por haber insistido. Y un poco con él por reaccionar de esa forma. Era una
sensación extraña.
—Porque... quiero... —no supo cómo seguir.
—No te preocupes, no serías la primera persona que lo dice como si yo hubiera querido
que alguien muriera en esa maldita exploración.
—¡No lo sé, Alice! A lo mejor, si de vez en cuando me hicieras caso cuando te digo
que no me preguntes algo, ahora no estaríamos discutiendo.
—Eso no quiere decir que puedas obligarme a contarte cosas de las que no quiero hablar,
Alice.
—No, Rhett. Luego te enfadas porque no te pregunto las cosas, pero cuando lo hago
reaccionas así, ¿qué esperabas?
Alice se dio la vuelta, y se tumbó de espaldas a él, que se había quedado mirándola con la
mandíbula tensa. Apenas habían pasado cinco segundos cuando escuchó que Rhett
también se tumbaba, con sus espaldas pegadas la una a la otra. Ninguno de los dos dijo
nada.
Alice se miró las manos un rato, enfadada consigo misma y con él por partes iguales.
Estaba muy incómoda. No quería dormirse sintiéndose así.
Pero, apenas unos segundos más tarde, sintió un brazo por encima del suyo. Rhett
estaba suspendido sobre ella, apoyándose en sus codos para mirarla.
—No, tú... —Rhett suspiró—. Pregúntame lo que quieras, ¿vale? Menos de eso. Es
demasiado...
Pareció que no sabía ni siquiera cómo describirlo, así que ella se apresuró a hablar.
—¿Solo me vas a poner esa condición? Creo que vas a arrepentirte en algún
momento. Puedo preguntarte de muchos otros temas.
Se acordó sin querer de la época en que vivía en su antigua zona, donde nadie podía
tocar a nadie y ella nunca se lo replanteó. Le parecía algo natural. ¿Quién le habría dicho
entonces lo que podía provocar una simple caricia?
Rhett se separó cuando la escuchó suspirar y agachó la cabeza un momento, con los ojos
cerrados. Alice sintió ganas de agarrarlo y hacer que se quedara, pero al ver que se
separaba rápidamente de ella, decidió no seguir molestándolo.
Alice lo observó unos segundos mientras él tragaba saliva y se pasaba una mano por la
cara. ¿Le afectaba eso tanto como a ella? ¿Por qué se apartaba siempre?
Tuvo ganas de extender la mano hacia él, pero se contuvo, y para asegurarse de que se
contendría toda la noche, decidió darle la espalda y quedarse dormida así.
CAPÍTULO 8
El día siguiente fue el día en que menos caminaron en lo que parecía... una eternidad.
Acostumbrada a andar y andar sin rumbo fijo, Alice casi suspiró de alivio cuando, a las
cuatro horas de haberse despertado y haber empezado la marcha con los demás, vio que
a lo lejos, por encima de los árboles, aparecían por fin las montañas que se suponía que
cercaban gran parte de Ciudad Este —o Colmillo Gris, dependiendo de a quién se lo
preguntaras—.
Tardaron veinte minutos en ver por fin los muros grises de piedra de la ciudad. Eran de
la misma altura que los de Ciudad Central, aunque esos tenían alambres al final, por lo
que estaba claro que muy pacíficos no eran.
Quizá, los ejercicios en el circuito de Deane habían servido para algo, porque no tardó en
ver pequeños huecos casi imperceptibles en los que podría impulsarse con un pie, luego
agarrarse a la superficie del muro, conseguir sostenerse sobre la punta de los pies y saltar
el alambre con la esperanza de que, al otro lado, no hubiera mucha distancia de caída.
Era un plan, pero no muy realista teniendo en cuenta que apenas podía mover el brazo. Se
había pasado el día abriendo y cerrando los dedos. Era como si, a cada hora que pasaba,
se le entumecieran más y más. Ahora, apenas podía sentirlos.
Rhett se tensó visiblemente cuando, al cabo de una hora, por fin consiguieron llegar a las
enormes puertas de hierro de la ciudad. Estaba claro que estaban pensadas para coches, y
en la parte superior había una plataforma desde la cual dos guardias vestidos de verde
oscuro los miraban.
Estaba claro que los esperaban, por lo que Alice supuso que otros guardias los habrían
visto y los habrían avisado.
Uno de los guardias los miró de arriba a abajo, especialmente a Kilian, que se mantenía
detrás de Jake y Trisha, y soltó un bufido despectivo.
Pareció que iban a reírse, pero se contuvieron cuando Rhett dio un paso al frente,
claramente enfadado.
—Quiero hablar con Bren ahora mismo —espetó—. Y lo voy a hacer de una forma
u otra.
Puede que esos dos estuvieran en lo alto de las puertas y armados, y que Rhett estuviera
prácticamente solo porque se había adelantado a los demás, pero había algo en él... Alice
no sabía si era el tono de voz, la expresión o la mirada... que hacía que no quisieras
irritarlo. En absoluto.
—¿Con Ben? —repitió uno de los guardias, sin poder evitar mostrar su
estupefacción—. ¿De qué conoces tú a Ben? ¿Cómo te llamas?
—Mira, iniciado... —empezó Rhett, perdiendo la paciencia.
—Sé cómo funciona esta ciudad, sé que ese uniforme se lo dan a todos los guardias y sé
que vas ganando insignias con el paso del tiempo y con los logros que vas adquiriendo.
Tú no llevas ni una. Ni siquiera llevas el traje sucio. Está claro que eres un maldito
iniciado, así que así te voy a llamar Ahora, haz el favor de agarrar el comunicador,
llamar a Ben y decirle que su hijo quiere hablar con él ahora mismo, o yo mismo me
encargaré de ensuciarte ese atuendo tan nuevo y limpio que llevas. ¿Me has entendido
ahora, iniciado?
Hubo un momento de silencio en que ambos chicos, antes tan valientes, miraron a Rhett
con los ojos muy abiertos.
Por fin, el guardia que no había hablado se apresuró a agarrar un comunicador que
llevaba al cinturón y a decir unas cuantas palabras. Esperó una respuesta, claramente
nervioso porque la mirada de Rhett seguía sobre él, y entonces se apartó de la muralla
con su compañero.
Apenas unos segundos más tarde, escucharon un mecanismo moviéndose y las puertas
se abrieron lentamente para ellos. Rhett suspiró y se giró para mirarlos.
—Es nuestra última oportunidad de huir —bromeó. Bueno, Alice no estaba muy segura
de que bromeara.
—Vamos, cuanto antes entremos mejor —le dijo Tina con una decisión que en el fondo no
tenía.
Rhett asintió sin mirar a nadie en particular y entró en la ciudad con todo el grupo
acompañándolo.
—¿Alguna vez has visto al padre de Rhett? —preguntó Alice a Jake en voz baja.
Como los demás parecían completamente seguros, Alice y Jake se dieron las manos
para infundirse confianza —que no tenían— el uno al otro.
Era una ciudad un poco más pequeña que Ciudad Central, pero mucho mejor
conservada. Los edificios no eran nuevos, pero parecían mucho mejor cuidados que
cualquiera que hubiera visto en otro sitio. La gente no usaba ropa ancha y vieja, sino que
todos llevaban monos de diferentes tonos de verde. Alice no tardó en darse cuenta de
que los colores más claros eran para los novatos y los oscuros para los veteranos. Y
todos iban perfectamente arreglados.
Además, la ciudad en sí era bonita. Casi todos los edificios eran bajos y de tonos grises y
verdes, cosa que combinaba perfectamente con los colores de las montañas que tenían al
lado, cerniéndose sobre ellas. De hecho, una parte de la ciudad ni siquiera tenía murallas,
solo montañas. Montañas gigantes. Alice las miró casi con fascinación.
Alice se dio cuenta de que se lo estaba preguntando a Rhett, y de que estaba mirando a su
curioso grupo con desconfianza.
—Sí —le dijo él, frunciendo el ceño—. ¿Vas a hacernos esperar todo el día?
¿Dónde demonios está mi padre?
Alice se fijó en el detalle de que... no había visto a ningún niño. Y tampoco a ningún
anciano. Toda la gente que se cruzaba con ellos tenía entre dieciséis y sesenta años. O
al menos eso parecía. Quizá vivían en la otra parte de la ciudad.
Los guardias no se detuvieron hasta llegar al único edificio de tres plantas de Colmillo
Gris. Tenía una bandera colgando de la fachada, entre las dos ventanas de la segunda
planta, aunque Alice no la reconoció y no le dio mucha importancia cuando uno de los
guardias llamó a la puerta y otro abrió, sustituyendo al que había llamado para llevarlos
escaleras arriba en un edificio hecho casi completamente de hormigón.
—El líder está reunido —les informó el guardia nuevo, cruzando el pasillo del primer
piso e ignorando todas las puertas—. Es posible que os haga esperar.
Y Alice supuso que tenía razón, después de todo, había estado esperando varios
años para volver a ver a su hijo... si es que quería hacerlo.
Los dos guardias se detuvieron delante de la última puerta y uno de ellos llamó con los
nudillos. Dentro, se oía el ruido de una conversación que se detuvo casi al instante en
que pasos se acercaron a la puerta. Se la abrieron y los dos guardias se apartaron para
dejarlos pasar.
Rhett entró el primero, respirando hondo, y los demás lo siguieron.
Parecía un despacho, pero solo había una mesa enorme en el centro iluminada por un gran
ventanal que daba a toda la ciudad. En la mesa, había un mapa con algunos planos y notas
escritas en él. Dos guardias que parecían estar distinguidos por llevar una medalla de plata
en el pecho estaban apoyados en el borde de la mesa, escuchando a un hombre de unos
cincuenta años, con el pelo corto y canoso, pero con porte duro y fuerte. Alice supo sin
ninguna duda que, fuera lo que fuera esa ciudad, ése debía ser el líder.
Era el único que llevaba un mono verde tan oscuro que fácilmente podía confundirse con
negro, y de un lado del pecho le colgaban más de diez medallas de diferentes tamaños,
formas y colores.
Y, además, había algo en él... que era lo mismo que había en Rhett. Era de esas personas
que habían nacido para dar órdenes, para estar al mando. Y sabían hacerlo.
Cuando el hombre levantó la cabeza para mirarlos, frunció el ceño profundamente. Alice
pudo ver cierto parecido en algunos aspectos físicos con Rhett. Tenían, sin duda, los
mismos ojos. Y las mismas facciones. Solo que las de Rhett eran más jóvenes, vivaces y
expresivas, y las de él solo parecían expresar cierto... desprecio.
Alice vio que Rhett adoptaba una postura más defensiva cuando el hombre se separó de
la mesa y se acercó a él a paso lento, juntando las manos en la parte baja de su espalda.
Se movía como si estuviera a punto de inspeccionar una obra, y se detuvo delante de su
hijo con la barbilla alta, mirándolo con una ceja enarcada. Incluso Alice pudo sentir la
tensión.
Rhett era unos centímetros más alto, pero el otro hombre intimidaba más. Alice estaba
segura de que, si hubiera sido ella la que estaba de pie justo delante de él,
probablemente habría querido salir corriendo.
—Hijo—dijo Ben lentamente, mirándolo, y su tono de voz no era cálido. No era el tono
de voz habitual en un padre que se reencuentra con su hijo después de varios años.
—Hacía ya tiempo que no te veía, chico —replicó. Tenía la voz profunda—. Unos
cuantos años. ¿Cuántos...?
Alice vio que su padre se quedaba mirándolo unos segundos. Los dos hombres
distinguidos que habían estado con él intercambiaron una mirada de sorpresa, pero Ben no
parecía sorprendido, en absoluto.
Su padre le dirigió una breve mirada intimidante antes de girarse hacia el grupo que
acompañaba a su hijo. Los revisó a todos lentamente, de arriba a abajo, como si los
analizara. Especialmente a Kilian. Le puso una pequeña mueca casi imperceptible.
—No es peligroso.
—Unos cuantos, pero no creo que sea muy cortés comentarlos delante de ellos.
Volvió a revisarlos y Alice hizo un verdadero esfuerzo por no moverse cuando esos ojos
claros pero fríos se clavaron en ella, especialmente en la herida de su brazo, antes de
volverse de nuevo hacia su hijo.
—¿Qué quieres?
—Evidentemente. ¿Después de seis años sin saber nada de ti? —el hombre sonrió de una
manera que hizo que sus ojos siguieran, de alguna forma, estando serios.
—No.
Curiosamente, no necesitó señalar a Alice para que supiera que hablaban de ella. Su
padre ya había visto la herida. Y cómo las manchas azules de esta se asomaban por
los bordes de la venda.
—Si no recuerdo mal, yo te pedí que volvieras a mi ciudad hace seis años. Rhett
Ben lo observó por unos instantes, como si estuviera pensando en ello, hasta que
finalmente suspiró.
Ni siquiera les dirigió una última mirada antes de que los dos soldados que los habían
escoltado hasta la puerta les hicieran un gesto para que los siguieran.
Alice intercambió una mirada con Rhett, que asintió casi imperceptiblemente con la
cabeza, aunque parecía querer estar en cualquier otra parte del mundo. Así que siguió a
los demás a la salida del edificio principal.
En cuanto llegaron a lo que ellos llamaban enfermería pero era casi el doble de grande
que el hospital de Ciudad Central, Tina apartó bruscamente a los médicos que intentaron
acercarse a Alice y se apresuró a encargarse personalmente de la herida. Kilian, Jake y
Trisha se mantuvieron al margen de la situación; no había mucho que pudieran hacer.
—Menos mal que no he dejado que se acercaran —murmuró Tina mientras rebuscaba
entre las cosas que le habían dejado—. Habrían intentado sedarte y se habrían dado
cuenta de que eres un androide.
Cierto, los androides no podían verse afectados por los sedantes humanos. Para
incapacitarlos, era necesario un líquido especial. Era la única forma.
La casa en cuestión era un pequeño edificio de dos plantas. Nada más entrar, vieron que
había unas escaleras que llevaban al piso superior y unas que llevaban a una especie de
sótano. El guardia se detuvo.
—Solo el alcalde entra ahí —le dijo él, secamente—. Si te atreves, pregúntaselo a él.
—Bien —el guardia subió las escaleras, abrió la puerta, y lanzó tres llaves iguales
a los demás. Trisha las atrapó en el aire—. Entonces, bienvenidos.
La primera en acercarse y abrir la puerta del todo fue Tina, y los demás la
siguieron.
La decoración era sencilla, pero limpia y ordenada, con muchos cuadros y cortinas en
todas las ventanas, cosa que para Alice era todo un lujo. Cruzaron la pequeña entrada y se
encontraron con un enorme salón con sofás, sillones y
una mesa de café, junto con una mesa redonda con seis sillas, perfecta para ellos. Tina
se adelantó para asomarse al marco de la puerta de la cocina, que era también gigante, y
tenía una despensa y una nevera llenas de comida en buen estado, cosa que hizo que
Alice se acordara de lo hambrienta que estaba.
—¿Cómo elegimos las habitaciones? —preguntó Trisha, haciendo que todos dejaran de
curiosear en la cocina al instante.
Como si lo hubieran programado, Jake, Trisha y Alice echaron a correr como locos por el
salón, cruzando el pequeño pasillo. Fueron abriendo rápidamente todas las puertas,
encontrándose con un pequeño cuarto de baño, una habitación individual, dos con camas
de matrimonio, y una última con dos camas individuales. Todas con cuarto de baño
privado.
Alice, gracias a que Trisha y Jake se empujaban entre ellos, había conseguido llegar la
primera a la última habitación del pasillo, lanzándose sobre la cama de matrimonio. Era la
mayor de la casa. Tenía que ser suya.
Nada más rebotar en el colchón, vio que Jake y Trisha la miraban con mala cara desde la
puerta. Kilian estaba asomado detrás de ellos, sin entender nada, pero muy feliz.
Entonces, los dos echaron a correr hacia la segunda más grande a la vez.
Más tarde, acordaron que Trisha se quedara la individual, Jake y Kilian la de dos camas,
Alice la que había conseguido y Tina la otra de matrimonio.
Ya verían qué hacía Rhett cuando llegara... aunque Alice ya tenía algún que otro plan para
él.
Desgraciadamente, la ropa interior era lisa y aburrida, así que seguiría prefiriendo
la suya.
Mientras metía la ropa en el armario, se fijó mejor en la habitación que tenía. Era
enorme. O eso le pareció. Tenía una cama enorme de dos plazas, dos armarios, una
enorme alfombra suave en la que estaba sentada, un escritorio con una silla, un sillón en
el fondo, un ventanal que daba a la ciudad... ¡y un cuarto de baño!
¡Alice nunca había tenido tantas cosas sin tenerlas que compartir con otras veinte
personas! ¡Eso era tan... emocionante!
Cuando terminó de llenar un armario —una parte de ella seguía esperando que Rhett se
instalara en su habitación—, lanzó su ropa usada al sillón y se probó una de las
camisetas nuevas. Era grande, pero con tirantes y azul chillón. Le gustó.
Una hora y una ducha más tarde, estaba profundamente dormida en la cama.
Era como si no hubiera dormido bien en meses... y menos en una cama de verdad, una
cama mullida con una almohada, dentro de una casa. Jamás habría pensado que
consideraría eso un verdadero lujo.
No se despertó hasta que alguien llamó a su puerta con suavidad. Se frotó la cara con
ambas manos, y miró a Tina, que ahora asomaba la cabeza en la habitación.
—¿Has dormido bien? —preguntó con una pequeña sonrisa—. ¿Te duele el brazo?
—No, está bien —le aseguró, sorprendida de lo cierto que era—. ¿Por qué no me
habéis despertado?
—Creímos que necesitarías descansar un poco. Jake también ha dormido hasta ahora —
abrió la puerta completamente—. ¿Por qué no vienes al salón? Trisha y yo hemos
conseguido cocinar algo decente.
El estómago le rugió a modo de respuesta. Se puso de pie y siguió a Tina por el pasillo
iluminado de la casa. Los demás estaban ya sentados en la mesa, como una gran familia,
y ya devoraban sin esperar a nadie. Solo faltaba Rhett, que todavía estaba hablando con
su padre. Se preguntó si le estaría yendo bien a él solo o necesitaría ayuda.
Bueno... claro que le estaría yendo bien. Era Rhett. Nunca necesitaba ayuda de nadie.
Alice comió, bebió y rio hasta que le dolió el estómago. Todo el mundo parecía haberse
olvidado de la situación que vivían fuera de esa casa, cosa que era bastante agradable para
relajarse un poco, aunque solo fuera por un tiempo limitado. Trisha y Jake metiéndose el
uno con el otro parecieron lo más gracioso que ninguno había visto en su vida. Incluso
Kilian reía de vez en cuando.
Cuando terminaron de cenar se quedaron un rato más juntos mientras ayudaban a Tina a
amontonar los platos en el fregadero y limpiarlos. Pero nadie tuvo ganas de seguir
hablando después de eso. Todos estaban demasiado cansados como para seguir
haciéndolo, así que poco a poco se fueron yendo todos a dormir hasta que solo quedaron
Jake, Kilian y Alice en el salón, los primeros sentados en el sofá y ella en el sillón,
bostezando.
—Oye, Alice —dijo Jake después de que se rieran por alguna broma más.
—¿Mhm? —ella se estiró en el sillón, bostezando.
Alice lo consideró.
—Como el sexo.
Alice no pudo evitar reírse.
—Más que tú —Jake la volvió a señalar, ofendido por su reacción—. Como decía,
me considero como tu hermano mayor y me veo en la obligación de advertirte que
si Rhett te hace algo inapropiado voy a darle una paliza.
Alice se imaginó la cara de Rhett si le decía eso, teniendo en cuenta el tamaño de Jake, y
no pudo evitar sonreír, divertida.
—¿Eh?
—Bueno, hasta ahora he sido yo quien ha querido hacer cosas malas, pero se pasa el
día rechazándome.
—¿Ah, sí?
—A mí no me gusta tanto como parece gustarte a ti —replicó ella, con los ojos
entrecerrados.
—¿Cómo lo sabes?
—¡Déjate los pantalones puestos para dormir! —le gritó Jake mientras cruzaba el
pasillo.
Decidió darse otra ducha, solo por darse el capricho, y esta vez sí consiguió desenredarse
por completo el pelo, que después de todo ese tiempo sin peinarlo, parecía un nido de
pájaros. Uno mal hecho. Cuando terminó, se miró por primera vez en mucho tiempo al
espejo, con solo la toalla puesta.
Era consciente de que era atractiva para los humanos, había sido diseñada para serlo, pero
nunca había entendido muy bien por qué. Tenía rasgos bastante simples por muy
simétricos que fueran. Nariz recta, ojos azules —eso le había gustado especialmente
siempre—, pelo castaño y piel pálida que no podía broncearse por la manera en la que
había sido creada. Y su cuerpo no era especialmente destacable por ningún lado.
Lo único destacable era la herida del brazo, o el hecho de que ahora sus
músculos no eran blandos, sino duros. Había entrenado muchísimo.
Algunas androides de su zona tenían más trasero o más pecho que ella, igual que la
mayoría de las humanas, pero Alice era completamente normal y corriente por todos
lados. De hecho, todavía recordaba a la chica que se había burlado de ella por tener
poco pecho. Puso una mueca al pensar en ello.
Entonces, si tan normal era, ¿qué criterios seguían los científicos para juzgar cómo sería el
nuevo androide?
Pensó en 42 un momento. Ella sí era guapa. Rubia, pequeña, con rasgos afilados y
siempre dulce y complaciente con el mundo. ¿Qué habría sido de ella?
Se vistió antes de seguir pensando en eso. Y, por mucho que Jake le hubiera dicho
algo, no se puso los pantalones, sino unas bragas lilas con un dibujo de una tortuga
sonriente y una camiseta de tirantes ajustada y con un gracioso dibujo de un sol.
Se había decidido a esperar a Rhett por algún motivo y lo había estado haciendo durante
casi dos horas.
De hecho, estaba a punto de rendirse cuando por fin la puerta se abrió y él entró,
mirándola con curiosidad.
—He dormido un poco al llegar, no tengo sueño —Alice entrecerró los ojos—.
¿Vas a dormir aquí?
—Trisha estaba bebiendo agua en la cocina —Rhett se quitó la chaqueta y la tiró al sillón,
que ya tenía la ropa sucia y la camiseta azul de Alice—. Me ha dado un palmadita y me
ha dicho a por ella, tigre.
—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó mientras Rhett entraba en el cuarto de baño.
—Tenía que poner a mi padre al día después de varios años, no podía hacerlo en cinco
minutos. En fin, voy a ducharme.
Rhett se detuvo antes de cerrar la puerta y la miró con los ojos entrecerrados.
—No te ofrezcas a esas cosas o terminaré diciendo que sí —y cerró la puerta.
—Lo pregunto precisamente por eso —masculló Alice, antes de cruzarse de brazos.
Estaba más cómoda que nunca, después de haber dormido durante varias semanas en
un colchón viejo o directamente en el suelo, estar en una cama gigante era todo un lujo.
Estaba tan cómoda que no quería dormirse para disfrutar del momento. Mientras
escuchaba el ruido de la ducha, se estiró tanto como pudo en la cama, disfrutando como
una idiota, y terminó por deshacer completamente las sábanas. Cuando Rhett salió de la
ducha, ella era una bola de sábanas y almohadas.
—¿Sabes que yo también tengo que dormir ahí, no? —preguntó, al verla.
—Sí. Te la he metido en el armario —dijo ella, mirando fijamente como una acosadora
cómo él se cambiaba de camiseta al otro lado de la habitación—. Me gustan más tus
camisetas que las mías. Te las robaré.
—Es decir, que has rebuscado entre mis cosas —él esbozó una sonrisa de lado.
—Tú rebuscaste entre las mías para cogerme ropa —replicó ella, a la defensiva.
—No es lo mismo —se defendió Rhett—. Al menos, dime que te han dado bragas
normales.
—No finjas que no te gustan mis bragas —le dijo ella, viendo cómo se metía en la
cama.
Era tan ancha que ni siquiera estaba cerca de él. Eso no le gustó tanto, así que se
arrastró disimuladamente hacia su lado.
—Buenas noches.
—Alice...
—Es tarde.
—Tengo sueño.
—Alice... —repitió.
—Si es del tema que creo, Alice, me iré a dormir al sofá —advirtió él.
—Tranquilo, no es de sexo —Alice puso los ojos en blanco—. ¿Por qué a todos os
molesta tanto ese tema?
—Jake me ha dicho que si intentas algo inapropiado conmigo, te daría una paliza.
—¿Otro más?
—Max me dijo que si hacía algo contigo me mandaría a las cocinas a hacer el puñetero
puré ese que sabe a cartón sucio, Jake no deja de mirarme como si fuera a saltar sobre ti
en cualquier momento y arrancarte la ropa, Tina lleva todo el viaje diciéndome que si ve
algo raro entre nosotros me llevaría de la oreja con Deane, en serio, ¿qué clase de
pervertido se creen que soy?
—Sí, Alice, es solo que... —él se pasó una mano por la cara, frustrado—. Estoy...
intentando portarme lo mejor que puedo en esto, de verdad, y no es
fácil, y tú no estás colaborando mucho, precisamente.
—Creía que los humanos se entregaban más a sus instintos —murmuró Alice.
Eso le sentó como una patada en el estómago, y no pudo evitar fruncir el ceño,
ofendida.
—¡Porque no!
—Aburrido...
—¡Deja de llamarme eso! ¿Sabes cuántas broncas me caerían encima si te pongo una
mano encima? Además, te repito que me siento como si estuviera intentando pervertir a
una niña pequeña.
—No tanto.
—Mira, no es solo por la edad. Es... ¡hace unos meses ni siquiera dejabas que te tocara
una mano por no sé qué reglas de tu zona!
—¡Estás haciendo que te suplique! —protestó—. ¿Qué clase de caballero hace eso?
—Me gustabas más cuando no sabías lo que era un caballero —replicó él.
Alice pensó en lo que había dicho unos segundos, confusa. ¿Estaba insinuando...?
—¿Qué? ¡No! —Rhett negó con la cabeza, pero dejó de hacerlo al verle la expresión—. Es
decir, ¡sí! Claro que... ¡deja de tomarte las cosas tan enserio!
—Pero no quieres...
—Para.
—A-bu-rri...
—¡Para!
—...do.
—Pero...
—A dormir, Alice.
—No.
Alice resopló cuando se tumbó de espaldas a ella y, al final, decidió intentar dormirse
también.
—Que sepas que esta vez has sacado tú el tema del sexo, yo quería hablar de otra cosa.
—Sí, claro.
—¡Es verdad!
—Aburrido.
CAPÍTULO 9
—Es una ciudad militar —les explicaba Rhett a Trisha y a Alice mientras iban los tres
paseando por la ciudad—. Por eso solo hay soldados.
—Mandan a las personas demasiado mayores o pequeñas para luchar a nuestra ciudad.
Por eso, ahí los entrenamos hasta que consideramos que están listos para venir aquí. Si es
que alguna vez lo están —Rhett se detuvo—. Tú eras una de las candidatas, Trisha.
Alice puso una mueca. Igual debería pensar lo mismo de sí misma, aunque todavía no
entendía mucho cómo funcionaba eso de los "complejos" o la "seguridad en uno mismo".
Siguieron andando por uno de los caminos que rodeaba los múltiples campos de
entrenamiento. Todas las casas, entre ellas la de invitados en la que se alojaban, estaban
al otro lado de un lago que estaba exactamente en el centro de la ciudad. El otro lado
estaba reservado para las zonas comunitarias y de entrenamiento. Era increíble que le
dedicaran tanto espacio solo a eso.
—¿Solo eso?
—No hablamos de nada que no fuera Max, si es lo que estás preguntando. Ella se
Dejó la frase incompleta a propósito, porque no estaba muy segura de cómo terminarla.
Después de todo, no estaba muy segura de cuál era exactamente la relación que había entre
ellos.
—Alice, quiero que él sepa lo menos posible de mi vida —aseguró, esta vez mirándola—.
Así que no, no lo sabe. Solo sabe tu nombre. Y me gustaría que siguiera así.
Alice sonrió ligeramente y enganchó el brazo de Rhett con el suyo —el bueno, claro
—, acercándose a él.
—Oye —ahora Rhett parecía también ofendido—, ¡mi pistola es muy importante para
mí!
Rhett seguía riendo, pero por lo menos se calló y le pasó un brazo por encima de los
hombros.
—Era broma.
Alice sonrió ligeramente, pero cuando la miró fingió que estaba ofendida otra vez.
***
Esa tarde, Rhett, Tina y Trisha estaban desaparecidos. Tenían una reunión con los
guardianes de la ciudad —Ben, el padre de Rhett, incluido— para intentar convencerlos de
que los apoyaran para ir a buscar a Max y enfrentarse a Ciudad Capital. Tina había puesto
mala cara antes de irse, como si no estuviera muy segura de si iba a funcionar.
Sin embargo, de lo que sí estaba segura era de que no quería que Alice fuera con ellos.
—¿Un poco adormilada? Alice, vas a dormir al menos dos horas. Es un sedante muy
potente.
—Pero...
—Te están buscando por todas partes por ser el androide que se fugó de la ciudad —
añadió Trisha, mirándola con una ceja enarcada—. ¿En serio crees que la mejor idea del
mundo es ir a hablar con los guardianes de una ciudad que ni siquiera sabemos si es de
fiar?
Y Tina había dicho la verdad, porque se dejó caer en el sofá nada más se marcharon y se
quedó dormida casi al instante. Tuvo que despertarla Jake dos horas más tarde, aunque los
demás no habían vuelto todavía. Alice se frotó el brazo malo y se asomó para ver la
herida, que apenas sentía, cosa que era un verdadero alivio.
Pero ahora no tenía tiempo para ver heridas. Ahora, tenía un objetivo. Un objetivo
que llevaba atormentándola desde el día que habían llegado:
Peeeeeeeero...
Finalmente, se encontró a sí misma, segura de que era una bobada, girando el pomo de la
puerta. Para su sorpresa, la puerta se abrió al instante.
Lo primero que detectó fue el olor a algo característico. No supo qué era. Pero no era
desagradable. Era... familiar.
Pasó una mano por la pared, buscando el interruptor, que encontró unos segundos después.
Se quedó contemplando la habitación que había delante de ella. Era una especie de
estudio cuadrado, con solo luces. Ni un solo mueble. Podía escuchar el eco de sus pasos
a medida que avanzaba, mirando las paredes blancas. Lo único destacable eran los
cuadros colgados de las paredes, hechos todos con la misma técnica y color, y con una
repetición continua...
...la de la cara de un niño pequeño de pelo oscuro y ojos claros, primero sonriendo,
después serio, y enfadado, y alegre...
Alice reconoció la cara tan pronto como la vio, aunque ahora tuviera una pequeña
diferencia, la de una cicatriz.
Entonces, si Rhett era el de las pinturas... ¿eran las pinturas de su madre? Había
mencionado algo de ello.
Se acercó a la mayor, que fue la que más le llamó la atención. Era un cuadro simple, casi
igual de grande que ella. Estaba hecho con colores muy claros. Reflejaba la mirada de un
niño de unos diez años, mirándola directamente. El niño estaba serio, pero parecía
calmado por algún motivo. Sus ojos reflejaban algo de malicia mientras jugueteaba con
un palo en sus manos. Llevaba un polo rojo que le quedaba de maravilla, resaltando el
claro de sus ojos verdes.
Se quedó mirándolo, embobada, encontrando todas las características comunes que tenía el
Rhett pequeño con el actual. Le pareció increíblemente tierno.
—¿Qué haces?
Dio tal salto que temió haber roto algo a su alrededor. Se aseguró de que no era así y se
dio la vuelta, encontrándose directamente con el padre de Rhett, que la miraba desde la
pared que había justo al lado de la puerta, de brazos cruzados.
Ups.
¡Pero es que su mirada intimidaba! Era como mirar a los ojos de un depredador al
acecho. ¿Quién podía pensar con claridad en una situación así?
—Tú, ¿qué?
Ella se quedó mirándolo. Era como una versión de Rhett, pero quitándole todo lo bueno y
dejando todo lo malo. Dudaba que hacer lo mismo que hacía con Rhett para librarse de
problemas sirviera esa vez.
Además, nunca había tenido una estrategia para librarse de los enfados de Rhett.
Simplemente sonreía hasta que se le pasaba el enfado, cosa que solía funcionar bastante.
No creía que con Ben fuera a tener los mismos resultados.
Ella jugueteó con sus manos, aunque en el fondo intentaba aparentar seguridad en sí
misma. No sabía mucho de Ben. Y todo lo que sabía, todo lo que Rhett le había contado,
era malo. Ben se detuvo delante del cuadro que ella había estado mirando unos segundos
antes y pareció quedarse inmerso en sus pensamientos.
Alice se permitió calmarse durante esos pocos instantes en que él estaba centrado en el
cuadro, pero cuando se giró hacia ella de nuevo, sintió que todos los nervios volvían a ella.
—Eh... sí.
—Bueno, era evidente —agregó, mirándola un segundo más, antes de centrarse de nuevo
en el cuadro.
—Bueno, tú no eres cerveza, eso está claro —parecía una broma, pero su sonrisa
no parecía sincera—. Pero voy a suponer que no eres solo una compañera más en
su grupo. ¿Me equivoco?
Alice se quedó mirándolo. Era de esa clase de personas con las que uno no se atrevería
jamás a intentar mentir. Así que no respondió. El hombre cambió su sonrisa a una más
segura.
—Lo suponía. Además, suponía que no habría venido a la ciudad por cualquier persona.
¿Qué tal tu herida?
—Ha mejorado mucho —le aseguró—. Es... mhm... gracias por dejarnos
acceder al hospital.
Ben no dijo nada. No parecía alguien muy acostumbrado a los agradecimientos. Aunque
Alice casi prefería que se quedara en silencio, claro. Quizá estaba dando la conversación
por terminada y podría volver a casa.
—Yo... solo quería ver qué había —se sintió como una niña pequeña siendo
regañada, otra cosa que solo conseguían Tina, Rhett y él.
—Cálmate. Nadie te va a castigar por eso —replicó—. Sabes qué son, ¿no?
Ella miró el cuadro unos segundos, antes de asentir con la cabeza lentamente.
—Sí, eran suyos —dijo él, sin cambiar su expresión—. Antes de que muriera, claro.
Ahora soy yo quien me encargo de ellos.
Ese pequeño momento de rebeldía pareció hacerle gracia a Ben, que sonrió un poco más.
—Oh, claro que lo son. Y de Rhett, claro. Después de todo, él es el modelo. Intentó
pintarme a mí unas cuantas veces, pero soy incapaz de hacer de modelo durante todo el
tiempo que necesita un artista —la miró de nuevo—. ¿A ti te gusta pintar, Alice?
Dudaba que siquiera estuviera en su programa. Pero también había dudado de poder
luchar, así que igual era buena pintando y no lo sabía todavía.
—Nunca me ha enseñado nadie. La gente parece bastante más interesada en que sepas
luchar, no pintar.
Lo miró, aterrada, esperando que pasara por alto que había estado a punto de decir que era
de una zona distinta. Él no pareció darse cuenta del error.
—¿Y cuál es tu especialidad? Según lo que me han dicho, en vuestra ciudad tenéis
ciertas... disciplinas en las que especializaros.
—Armas —dijo ella, sintiéndose un poco más segura por el cambio de tema.
—Ya veo —algo brilló en su mirada. Curiosidad—. Así os conocisteis. Espero que
tengas paciencia, la necesitarás.
—Bueno...
—Deberías hacerme una demostración algún día. Quizá, después de todo esto, puedas
quedarte aquí con Rhett.
Ella estaba empezando a preparar un rotundo no, pero se detuvo de golpe, mirándolo.
—¿Con... Rhett?
—No tanto. Yo llevo muchos sin verlo. Seguro que en vuestra ciudad aguantan uno sin él.
Ella no supo cómo sentirse. Sabía que Rhett solo lo hacía por su propio bien, y que era
lógico que un padre quisiera estar con su hijo, pero una parte de ella no podía dejar de
sentirse como si quisiera impedirlo.
—Rhett no me verá en vuestra ciudad —dijo él, y por primera vez pareció un poco triste,
apartando la mirada—. Alice, él y yo tenemos una relación un poco... complicada. He
hecho lo que he podido estos años para acercarme a él, pero no ha querido saber nunca
nada de mí.
—No creo que Rhett lo haga sin motivo —replicó ella, a la defensiva.
—Oh, no. Tiene un motivo —él suspiró, y a Alice le dio un poco de lástima—.
Cree... cree que los abandoné. A él y a su madre.
Alice intentó simular que conocía la historia, aunque Rhett nunca había dicho gran cosa
de esa noche. Si es que había dicho algo.
—Todos quisimos volver en cuanto pudimos. Tardamos un día entero en llegar a lo que
eran ya las ruinas de nuestras casas. La ciudad entera estaba en ruinas. Los refugiados
estaban amontonados en los hospitales en mejor estado, que era insuficientes para
tantos... y yo no sabía nada de mi familia.
»De hecho, tardé otro día en enterarme de que habían trasladado a los refugiados de esa
zona al otro lado del condado. Cuando llegué al hospital, me dijeron que mi mujer estaba
en mal estado, y que mi hijo estaba con ella, con una salud perfecta. Cuando Rhett nos
dejó solos... los dos supimos qué hacer. No tardarían en mandar la otra tanda, y no podía
pedir que trasladaran a una
persona en tan mal estado. Era evidente que ella no... no podía sobrevivir al vuelo. Era
imposible. En fin, tuve que mentir a Rhett para que se metiera en el avión en dirección
aquí. No supo la verdad hasta que llegó. Creía que su madre se encontraría con nosotros
al llegar. Pero... bueno, sabes cómo terminó eso,
¿no?
»Nuestra relación siempre había sido un poco conflictiva, pero a partir de ese momento,
se volvió insostenible. Rhett no me dirigía la palabra. Me culpó de la muerte de su
madre tanto tiempo que ni siquiera sé si llegó a dejar de hacerlo. Cuando quise darme
cuenta, supe que si quería que fuera feliz, quizá su sitio estaba en otra parte, seguro del
bosque... pero sin mí. Así que hablé con un viejo conocido, Max, que nunca ha tenido
problema en acoger a los niños sin hogar para entrenarlos, y accedió. El día de la
despedida ni siquiera me miró. Simplemente subió al coche y se marchó. Y esa fue la
última vez que lo vi hasta ayer.
Alice tenía la mirada clavada en él. Podía sentir su pena en cada palabra. Tragó saliva,
confusa por sus sentimientos contradictorios.
—Sé que no he sido el mejor padre del mundo, Alice —replicó él, mirándola—. Y sé
que, probablemente, me estés odiando ahora mismo por lo que Rhett te habrá contado de
mí, o porque parece que quiero separaros. Pero... sabes cómo son nuestras vidas.
Prácticamente nos las jugamos todos los días. Y si esta es mi última oportunidad de
recuperar a mi hijo, tengo que aprovecharla.
—Me alegra que lo entiendas. Ahora... espero que Rhett también lo haga.
Tras unos segundos de silencio en los que ambos pensaron en sus cosas, Ben suspiró.
—Espero que esta visita haya satisfecho tu curiosidad.
—Más que eso —aseguró ella en voz baja antes de mirarlo—. ¿Por qué no está en la
reunión de los guardianes?
—Porque esas reuniones son eternas, aburridas e insoportables. Prefería dar una
vuelta. Vengo mucho a ver estos cuadros. Lo que no esperaba era encontrar compañía.
Alice enrojeció un poco cuando le dirigió una breve mirada de reproche, pero él retomó el
hilo de la conversación enseguida.
—Ahora, yo tengo trabajo que hacer y tú deberías volver a tu casa. No creo que tardéis
mucho en ir a cenar.
Un rato más tarde, estaban todos en la mesa cenando, y aunque ella se reía y participaba
en la conversación, una parte de ella estaba pensando en Ben y en lo que le había dicho.
Miró a Rhett, pensativa, y así siguió cuando todos se dirigieron a sus habitaciones.
Ella se había duchado la primera, y estaba metida en la cama mirando el techo como una
idiota cuando él salió sin camiseta —cosa que agradeció para poder mirar con todo
privilegio, aunque tenía la parte superior de la espalda cubierta de pequeñas cicatrices— y
se puso a rebuscar en el armario algo que ponerse.
—Eres aburrido incluso en eso —ella puso los ojos en blanco—. Negro, gris y azul
oscuro. No sales de esa línea.
—¿Quieres que nos pongamos a hablar de tu ropa? Porque sería una
conversación larga.
Alice miró su atuendo, ofendida. Llevaba una camiseta amarillo chillón con un sol
sonriente en medio.
¡Era genial!
Rhett agarró una camiseta oscura y la lanzó a la cama. Mientras cerraba el armario, Alice
no pudo evitar sacar el tema.
La frase quedó suspendida en el aire unos segundos en los que Rhett se detuvo en seco, de
espaldas a ella. Alice observó su reacción atentamente, preguntándose qué diría.
Pero no dijo nada. Simplemente terminó de cerrar el armario y se dirigió a la cama para
ponerse la camiseta, sin mirarla.
Rhett cerró los ojos un momento, antes de clavar una mirada indescifrable en ella.
—Sí.
—¿Tengo que recordarte que ya no eres mi instructor, Rhett? Aquí cada uno obedece las
órdenes que quiere.
—Pues tómatelo como una sugerencia, pero no quiero que te acerques a él. Lo digo en
serio.
—No te ha parecido mala persona —repitió, como si le hubiera dicho que Deane era
buena persona.
—Yo...
—Rhett... es su mujer.
—Era —replicó, mirándola fijamente—. Porque está muerta. Y por su culpa. Ella
—Oh, claro, ya veo lo que ha pasado —replicó Rhett, y parecía más enfadado que
nunca—. Te ha contado la historia del padre desesperado por recuperar el amor de su
pobre hijo perdido, ¿no?
—Pues su versión es una basura. ¿Sabes qué es lo único que le importa? Su maldita
ciudad. Yo le importo una mierda.
—Rhett, no entiendo...
Ella se quedó mirando la puerta cerrada unos segundos, sorprendida. Después, se puso de
pie y se apresuró a seguirlo. Lo encontró cerrando la puerta de la entrada.
Tras unos segundos dudando, respiró hondo y abrió la puerta otra vez. Rhett estaba
sentado en las escaleras del edificio, con los codos apoyados en las rodillas. Alice se
quedó mirándolo un momento, dubitativa, y luego se sentó a su lado, con una distancia
prudente.
—Sabía que no había sido una buena idea venir aquí —masculló él.
—Aquí tenemos una casa y comida —le dijo ella en voz baja—. Es mejor que dormir
en casas abandonadas con alguien despierto para que vigile.
—Sí, pero... —Rhett negó con la cabeza—. No lo soporto. No puedo estar en la misma
habitación que él. Yo... lo odio. Y odio todavía más que me use para que la gente sienta
pena por él.
Hubo un momento de silencio. Alice se mordió el labio inferior y se arrastró un poco
más cerca de él, poniéndole una mano en la rodilla.
—Deberíamos dejar de pedir disculpas cada vez que nos gritamos el uno al otro
—sugirió ella, sonriendo.
—No me importa pedirte perdón —él se arrastró hacia ella, pasándole un brazo por
encima del hombro para apretujarla contra sí mismo—. Bonitas bragas.
—Son horribles —ella se miró a sí misma. Eran unas bragas negras, lisas,
aburridas.
—A mí me gustan.
—¿Ya empezamos?
—Te lo digo con cariño —aseguró ella, divertida—. Pero ¿podemos volver junto a esa
preciosa chimenea? Te recuerdo el frío que hace. Y yo voy en bragas.
—A mí no me das miedo.
—Por... la cicatriz. Por tu actitud. Estaba acostumbrada a que las figuras de autoridad de
mi vida fueran hombres bastante mayores que tú, muy serios, siempre perfectos... y tú eras
todo lo contrario.
Alice casi estaba esperando una réplica ingeniosa y burlona, pero Rhett se limitó a
contemplarla con perplejidad.
—¿Me estás diciendo que te gustaba?
—¡Bueno, yo no sabía lo que era que alguien te gustara! Solo sentía curiosidad por saber
más de ti, te miraba más de lo necesario... todo eso —enrojeció sin saber muy bien por
qué.
—Si te consuela, tú también me gustaste desde el principio. Y eso que parecías tan
perdida como un pingüino en un garaje.
—Pero yo fui creada para eso —murmuró, frunciendo un poco el ceño—. Para
parecerte atractiva. No es un gran consuelo.
—Que los androides son atractivos a propósito, para que los humanos os intereséis por
nosotros y pasemos desapercibidos. Cualquiera habría podido sentir atracción inicial por
mí.
Hubo un instante de silencio en que ella notó que Rhett la miraba fijamente,
perplejo.
—No lo he dicho como si fuera lo único que me gusta de ti, Alice. Es decir... es un buen
añadido, uno genial, pero no lo es todo. Si fuera algo simplemente físico, no habría
arriesgado mi puesto en la ciudad por estar contigo, ni me habría escapado contigo, ni
habría venido a esta mierda de ciudad contigo.
Alice sonrió un poco, pero no dijo nada. Él debió entender que quería cambiar de tema,
porque eso hizo, mirando a su alrededor como si acabara de olvidar la conversación que
estaban teniendo.
—Cuando vivía aquí, esta solía ser mi parte favorita de la ciudad. Alice
miró a su alrededor.
—A mi madre —aclaró Rhett, sin mirarla—. Yo... la echo muchísimo de menos. Ella
sabría qué hacer en una situación así. Sabría... siempre fue la mejor para calmarnos a
mi padre y a mí. Sin ella, no puedo estar cerca de él. Ojalá estuviera aquí.
Ella se quedó mirándolo en silencio. No sabía qué decirle. Sintió que se le hacía un nudo
en la garganta.
De pronto, la miró, como si Alice pudiera hacer algo para solucionarlo. Ella apretó
los labios.
—Ojalá pudiera decir algo que hiciera que te sintieras mejor —susurró.
—Quédate conmigo —pidió en voz baja.
Alice se acercó a él, que se había separado a medida que iba hablando, y lo abrazo
con ambos brazos, apretando la cabeza en su pecho. Rhett tardó un poco en
devolverle el abrazo, pero finalmente lo hizo. Alice cerró los ojos con fuerza antes de
echar la cabeza hacia atrás para mirarlo.
—Yo también perdí a mi padre —dijo en voz baja—. Sé que no es un gran consuelo,
pero... sé lo que se siente. Y sé que no hay nada que pueda decir para que te sientas
mejor.
—Lo único que desearía es ser capaz de pensar en ella sin sentirme triste. Es... es como si
todos sus recuerdos... incluso los felices... me dejaran un sabor amargo en la boca. Y no
es justo.
—Suenas más inteligente de lo que eres cuando dices esas cosas —susurró,
bromeando.
—Ah, sí... —él se pasó una mano por la cara—. Pasado mañana lo haremos.
—¿Haréis qué?
—Por supuesto.
—No hay tiempo. Y ni siquiera es seguro que nos apoyen. Quizá lo harían más si vieran
que hemos conseguido rescatar a Max. Se darían cuenta de que los de Ciudad Capital
también cometen errores. Y todos los que cometen errores pueden ser superados.
Alice se mordió el labio, insegura, y Rhett debió darse cuenta de ello, porque la miró.
—Tú te quedarás con Tina, Jake, Kilian... y mi padre. Creo que te asignarán una radio para
que puedas comunicarte con nosotros.
—Eso creo.
—¿Podré irritarte?
Alice también lo había probado estando con Charles y estaba segura de que no quería
más, así que se refugió en su botella de agua, mirando con desconfianza cómo los demás
se emborrachaban en cuestión de minutos.
Tina no estaba, habían hecho otra reunión —o había tenido el detalle de dejarlos solos—,
así que los chicos tenían la casa para ellos.
Jake nunca había bebido alcohol, y con solo medio vaso pequeño ya estaba completamente
rojo, dando vueltas y bailando por la habitación. Kilian no había bebido nada que no fuera
agua, pero miraba divertido a los demás, se reía a carcajadas y daba saltos por las camas.
Los que más bebieron fueron Trisha y Rhett, los únicos que ya lo habían probado antes.
Alice estaba sentada en la cama, mirando la situación sin llegar a entender muy bien qué
les pasaba. No dejaban de beber esa cosa asquerosa. Todos menos ella y Kilian, que se
estaba quedando dormido en la alfombra, mirándolos.
—¿Qué haces sentada? Ven a bailar con nosotros —le urgió Trisha,
acercándose a ella y tratando de tirar de sus brazos para que se uniera.
—Creo que prefiero mirar —aseguró ella.
Jake se había quitado la camiseta y la había lanzado a Kilian, que aplaudió mientras él
lucía sus mejores pasos de baile.
—Vale, lo pillo —Trisha levantó las manos a modo de rendición—. Oye, deberías ir a
ayudar a tu novio antes de que se rompa la cabeza. Hace un rato que está en la cocina.
Alice se puso de pie, contenta por poder hacer algo, y se dirigió a la cocina, donde
Rhett estaba inclinado sobre la nevera con el ceño fruncido.
—Me ha entrado hambre —le dijo él—. Pero no hay nada. Literalmente. El estúpido del
amiguito de Jake come como si fuera un pozo sin fondo. Solo hay verduras de Tina.
Si no recordaba mal lo que había aprendido del alcohol, a esos tres les esperaba una
mañana preciosa. Lo único que la preocupaba es que en veinticuatro horas
estarían entrando en Ciudad Capital, y prefería que estuvieran completamente serenos.
—¿A parte de ser asquerosas? —Rhett se acercó a ella y le pasó un brazo por el hombro.
No era muy habitual en él ser tan cariñoso, pero Alice no se quejó en absoluto—. Oye,
¿te he dicho lo bien que te sienta... eso? ¿Qué...? ¿Eso es mío?
—Mhm... no...
—Ya —él enarcó una ceja—. Puedes quedártelo. Te queda mejor que a mí.
—¿Y si te lo pruebas tú? Nunca te he visto con ropa de un color que no sea oscuro.
—Te estoy intentando decir que hoy estás... preciosa —dijo, frunciendo el ceño
—. Joder, qué cursi me estoy volviendo. Qué asco.
—A mí me gusta.
—A mí no —dijo, enfurruñado.
Él pareció confuso unos momentos que Alice aprovechó para retroceder, ahora menos
valiente. Rhett había entrecerrado maliciosamente los ojos y no estaba muy segura de si
era mejor quedarse a disfrutar o salir corriendo, asustada.
Cuando intentó rodearlo para salir corriendo hacia el salón, Rhett se interpuso en su
camino con la sonrisa aumentando.
Alice se alejó de golpe cuando notó que tocaba sus costillas, sorprendida por su propia
reacción. Había sido una sensación extraña. Rhett frunció el ceño un momento, antes de
echarse a reír.
Y, mientras decía eso, consiguió alcanzarla. Alice intentó zafarse con tanto empeño, entre
risas y retorcimientos, que terminó dándole un codazo con fuerza en el estómago. Rhett
retrocedió, dolorido, sujetándose la zona afectada.
Para colmo, cuando Alice intentó ayudarlo, se acercó tan rápido a él que tropezó con sus
propios pies y cayó de bruces contra su cuerpo, mandando el pobre Rhett al suelo de un
duro golpe. Alice se quedó estirada encima de él, notando cómo su cara enrojecía a
medida que los lamentos dolorosos de Rhett aumentaban.
Rhett aceptó su mano y se puso de pie, todavía pasándose una mano por el pobre
abdomen golpeado. Alice tuvo la tentación de acercarse a disculparse otra vez, pero se
detuvo en seco cuando Rhett volvió a su sonrisita malévola.
Alice intentó retroceder cuando vio que se acercaba a ella, pero no lo hizo a tiempo y,
antes de que pudiera reaccionar, la había levantado sobre su hombro. Empezó a patalear,
entre confusa, asustada y divertida, pero unos pocos segundos más tarde aterrizó en el sofá
con un sonoro plof. Lo miró, confusa y pasmada a partes iguales.
—¿Qué...?
Alice abrió la boca, indignada, cuando Rhett se dejó caer a su lado. Intentó lanzarle un
manotazo, pero él le atrapó la mano sin mucho esfuerzo. Alice le puso mala cara cuando
intentó tirar de ella, pero no la soltó.
—Suéltame, amargado.
—Oh, ¿la niñita se ha puesto de mal humor porque incluso borracho puedo con ella?
—Bueno, yo quería portarme bien y simplemente hablar contigo, pero si dices cosas así
haces que sea demasiado difícil.
—Ven aquí.
Rhett tiró de su mano hacia él y colocó la otra en su nuca para besarla, para su sorpresa.
Alice notó el sabor a alcohol en su boca, pero no le importó. Cerró los ojos, le puso una
mano en el hombro, y se inclinó más hacia él, hasta que sus piernas se tocaron en el sofá.
Le gustaba besar a Rhett. Nunca habría creído que algo tan... simple y humano pudiera
gustarle tanto. Pero hubiera podido estar así toda la noche sin haberle importado.
—¿No quieres?
—¿Eh?
—Alice, reacciona.
—¿Eh?
Rhett empezó a reírse otra vez, esta vez con más ganas, y la pobre Alice sintió que su
cerebro empezaba a funcionar otra vez.
Rhett dejó de reírse, pero seguía sonriendo cuando le enarcó ligeramente una ceja, como
poniéndola a prueba.
Rhett se quedó mirándola un momento antes de esbozar una pequeña sonrisa divertida,
ponerse de pie, y levantarla sin mucha dificultad sobre su hombro.
Alice se quedó mirando el suelo mientras recorrían el pasillo y empezó a reírse.
Ella empezó a reírse de nuevo, pero dejó de hacerlo cuando Rhett la metió en la
habitación, la dejó en el suelo y cerró la puerta tras ellos.
Durante unos instantes, solo hubo silencio. No incómodo, ni tampoco extraño. Más
bien... sabía a expectación.
Alice no sabía qué hacer. Simplemente se quedó mirándolo, con el corazón desbocado,
mientras Rhett se mantenía a un metro de distancia, mirándola de arriba a abajo. Casi
creyó que se había arrepentido y por eso no se acercaba, pero su lenguaje corporal
indicaba más bien lo contrario; que solo quería acercarse.
Y, entonces, Rhett por fin se movió hacia Alice. Le sujetó la cara con ambas manos
para darle un beso muy diferente a los que le había dado hasta ahora. Nunca se había
fijado en eso, pero hasta ese momento sus besos habían sido calmados, controlados,
como si él intentara no asustarla. Esa vez no fue igual. En absoluto.
Quizá Alice disfrutó de ese detallito mucho más de lo que debería, pero
guardadle el secreto.
Ella reaccionó casi al instante, poniéndose de puntillas para facilitarle a Rhett el acceso
a su boca. Ni siquiera se había dado cuenta de rodearlo con los brazos, pero de repente
se encontró a sí misma tirando de su camiseta para acercarlo más a su cuerpo, cosa que
él hizo sin siquiera titubear.
Rhett se detuvo un momento para mirarla y ponerle las manos en las caderas, asomando
los dedos por debajo del jersey, sobre su piel. Nunca nadie le había tocado la espalda, por
raro que sonara. Sintió un escalofrío, pero no desagradable. En absoluto. Y ahí se dio
cuenta de que Rhett se había detenido, como si estuviera probando que quería seguir
adelante.
Colocó las manos en sus brazos inconscientemente, apretándolos con fuerza cuando
Rhett empezó a subir el jersey por su torso, hasta sacárselo por la cabeza. A Alice no
le importó en absoluto estar en sujetador delante de él, de hecho, solo quería
quitárselo de una vez, como si fuera una molestia.
Ya se había olvidado de los demás por completo, y eso que hacían muchísimo ruido con
la música y las risas. De hecho, se había olvidado incluso de Deane, de Kenneth, del
padre de Rhett... de todo. De pronto, tenía la sensación de que lo único que existía en el
mundo era esa habitación. Y que lo único que importaba era la persona que estaba dentro
con ella.
Envalentonada, sintió que sus manos temblaban —quizá por la emoción, quizá por los
nervios— cuando bajó las manos por el torso de Rhett hasta llegar al borde de su
camiseta. Él lo entendió enseguida y se la quitó con un solo movimiento. Alice aprovechó
y, tragando saliva, le pasó las puntas de los dedos por el abdomen, por el pecho, por la
clavícula, la mandíbula, las mejillas... se detuvo cuando entrelazó los dedos en su nuca.
Rhett la estaba mirando.
—¿Quieres... quieres parar? —preguntó Alice, de repente algo insegura. ¿Había hecho
algo mal?
Alice sintió que su cara se volvía roja y se le aceleraba el corazón, así que buscó
desesperadamente una forma de hacerse la segura; soltar lo que pareció una risita
nerviosa.
Volvió a besarla en la boca de la misma forma que antes y Alice se dejó, tanteando con
una mano hacia atrás cuando Rhett empezó a empujarla ligeramente. Sus piernas chocaron
con la cama y se dejó caer en ella, insegura, pero se sintió mil veces más convencida
cuando Rhett subió a la cama con ella y los dos se tumbaron juntos, volviendo a besarse
hasta que Alice sintió que se relajaba. Solo entonces él dejó de besarla en la boca para
empezar a besarle la comisura de los labios, la mejilla, bajo la oreja, el cuello, la clavícula,
el cuello de nuevo...
Ella estaba más nerviosa que nunca. De pronto, Rhett estaba en todas partes; su pecho
sobre el suyo, sus caderas sobre las suyas, su pierna entre las suyas, su boca en su
cuello... eso último le hacía cosquillas, pero no daban la misma reacción que las que le
habían hecho las anteriores. Era una sensación muy, muy, muy distinta a cualquier otra
que hubiera sentido jamás.
Alice se tensó por completo cuando notó que Rhett le pasaba las manos por la espalda,
poniéndole la piel de gallina, y le desabrochaba el sujetador. Se lo quitó con una mano y
lo tiró al suelo de la habitación. Cuando se detuvo y bajó la cabeza para mirarla, fue la
primera vez que ella se sintió tan nerviosa que sintió la necesidad de cubrirse.
Rhett pareció entenderlo, porque no dijo nada, simplemente volvió a besarla en la boca,
esta vez con mucha más suavidad, con mucha más dulzura, y lo hizo durante un buen
rato, tanto que Alice terminó por relajarse por completo y apartando los brazos para
pasarle las manos por la espalda.
Rhett volvió a bajar sus besos, y esta vez no se detuvo en la clavícula, y su mano
ascendió por su cadera. Alice le pasó una mano por el pelo cuando notó un beso justo en
medio de sus pechos, haciendo que su respiración se agitara.
—Rhett —murmuró.
—Yo... —ella no sabía qué decir—. Yo no... esto está mal. Estás borracho. Rhett se
—No lo estoy.
—Sí lo estás. Y no quiero que la primera vez que tú y yo... —se cortó a sí misma—
No me puedo creer que sea yo la que esté diciendo esto, pero no podemos hacerlo.
No quiero que la primera vez estés borracho. Quiero que estés sereno y lo hagas
porque quieres.
Y se separó de ella, tumbándose boca arriba a su lado, mirando el techo. Alice se miró
las manos, incómoda.
—¿No lo estás?
—Claro que no. Quiero que tú también lo disfrutes —él le sonrió—. Además,
tenemos muchísimas noches por delante.
Alice pensó un momento en lo que le había dicho Ben sobre la estadía de Rhett, lejos de
ella. Pero no quería sacar el tema en ese momento.
—Y mañanas, y tardes...
Alice obedeció con gusto y se aferró como solía hacer a él, como un koala. Rhett le dio un
beso en la cabeza antes de taparla con la manta.
—¿Que me relaje?
—Sí —murmuró Alice tras unos segundos—. Todo saldrá bien. O eso espero.
—Oh, a ese idiota tienes que dejármelo a mí. Me quedé con las ganas de darle un
puñetazo.
Alice empezó a reírse, pero se calló de golpe por un sonido intruso que de pronto
se coló entre ellos.
Alice fue consciente entonces de que no llevaba sujetador, pero por suerte estaba
cubierta bajo la manta. Rhett agarró un cojín y se lo puso en la ingle enseguida,
aunque Alice no entendió muy bien por qué.
—¿Por qué no? —Jake se encogió de hombros y entró de todas formas, cerrando la
puerta tras él y sentándose en el lado de Alice con las piernas colgando, como si nada.
Alice notó que su cara ardía, mientras miraba a Rhett en busca de ayuda.
—No soy tonto —Jake lo miró, arrastrando las palabras—. Sé ver la ropa en el suelo. No
quiero saber qué me encontraré bajo esa manta, así que no lo preguntaré. Pero creo,
chicos, que alguien debería hablaros un poco del tema de las relaciones sexuales y de los
métodos anticonceptivos…
Alice sintió ganas de hacer un hueco en la tierra y desaparecer para siempre.
—Bueno, es normal que queráis tocaros y todo eso que hacéis y que apesta — empezó
Jake—. Pero tenéis que controlaros. Especialmente tú, Rhett. Sois muy jóvenes...
—Tengo 25 años —Rhett lo miró con mala cara—. Esa charla me la dieron hace ya
tiempo, ¿podemos irnos a dormir?
—No te preocupes, yo le enseñaré a Alice todo lo que tenga que saber del tema —
aseguró Rhett.
—Jake, ¿puedes irte, por favor? —preguntó Alice, asomando solo los ojos—.
Estamos muy cansados, de verdad. Mañana será un día duro.
—Segurísima.
Jake dudó, claramente borrachísimo, mirando a Rhett con desconfianza, que seguía
apretando el cojín contra su ingle.
—Está bien —accedió Jake, y clavó una mirada significativa en ella—. Pero si ese de ahí
te da algún problema, solo tienes que gritar la señal secreta para que Kilian y yo
vengamos a defender tu honor.
—Está bien —Jake se puso de pie—. Pero que sepas que te vigilo. Y, dicho
esto, los dejó solos, cada uno más abochornado que el otro.
***
—Estamos dentro.
—Sí, va bien —dijo Rhett, y casi pudo adivinar que estaba sonriendo.
Ella no podía estar calmada. Desde el momento en que se habían ido él y Trisha, había
sido consciente de que no lo estaría hasta que volvieran. No dejaba de repiquetear los
dedos en la mesa, impaciente. Además, los demás estaban fuera de la sala, así que estaba
sola con Ben y dos soldados suyos, que era peor.
—¿Cómo van los demás? —preguntó Rhett por el auricular—. ¿Ya están dentro?
—Sí —le informó Alice—. Van a empezar a buscar por el sótano del edificio principal.
—No es nada personal —aseguró ella—. Pero me gustan más bajas, con menos músculo
y más tetas.
—Eres demasiado inocente para mí, Alice —estaba segura de que Trisha sonreía
—. Tranquilo, tipo duro, no te la robaré.
—Bien —Ben hizo un gesto a uno de los guardias, que salió de la sala—. Entonces,
va todo como lo planeamos. Si no hay nadie en el sótano, tendrán que buscar en el
primer piso. Eso será más peligroso.
—En el mejor de los casos, los matan. En el peor, primero los torturan para
sacarles información, los matan y también vienen a por nosotros.
Hubo un momento de silencio. Por una oreja, Alice no dejaba de oír que Trisha y Rhett se
irritaban el uno al otro sobre a cuál de los dos se le daba mejor luchar.
—¿Puedo preguntarte algo, Alice? —preguntó Ben, quitándose los auriculares para
mirarla.
—¿Qué?
—¿Crees que no sabía lo que eras? Lo supe desde el momento en que entraste por esa
puerta.
—Yo no...
—¿Alice? —escuchó que preguntaba Rhett al otro lado del auricular—. ¿Estás bien?
Todavía paralizada por el miedo, estuvo a punto de salir corriendo, pero Rhett seguía
preguntándole qué le pasaba por el auricular, cada vez más asustado, y Alice solo fue
capaz de formular dos palabras en voz tan baja que apenas se oyó a sí misma:
—Pájaro volador.
Rhett se quedó en silencio al instante. Uno de esos silencios tensos, casi asfixiantes, que
preceden a los momentos de desesperación.
Pero Alice no pudo decirle nada más, porque Ben pulsó tranquilamente un botón y su
auricular se desconecto.
—Oh, querida... debiste haber hecho caso a mi hijo y jamás haber venido aquí.
Alice apretó los puños cuando la puerta se abrió, dando paso a dos guardias vestidos de
negro. Los soldados de Ciudad Capital.
Cuando Alice abrió mucho los ojos, aterrada, ella le dedicó una sonrisa radiante, casi de
satisfacción.
Giulia lo detuvo antes de que pudiera hacer nada y le ató las piernas a Alice, que no dejaba
de retorcerse en el suelo, desesperada. Incluso intentó morderle una mano cuando le puso
la mordaza, pero fue inútil.
Cuando la tumbó de espaldas al suelo para apretarle las esposas, Alice notó que le ardían
los ojos por la rabia al girarse hacia Ben. Especialmente cuando vio que él no parecía
arrepentido en absoluto, sino más bien molesto.
—¿Y mi recompensa? —preguntó, mirando a Giulia.
—Ahora te la traerán.
—¿Quién?
—Aquí está.
No podía ser.
Esa voz...
Se dio la vuelta lentamente hacia la puerta, por donde un hombre trajeado, con pelo
perfectamente peinado, un poco de barba y unos ojos fríos como el hielo, dejaba una bolsa
de piel en la mano de Ben, sin dejar de mirarla fijamente, como si fuera un tesoro perdido.
Alice notó que había dejado de respirar y volvió a hacerlo, sin poder creerse lo que veía.
—Hola, Alice —dijo el hombre, acercándose para mirarla más de cerca—. Ha pasado
un tiempo desde la última vez que nos vimos, ¿no crees?
—Deberíamos irnos, líder —le dijo Giulia, mirando las pantallas—. Sus amigos están
viniendo a por ella.
—No te preocupes, Giulia. Solo celebraba el momento. Hay que apreciar las pequeñas
victorias de la vida, ¿no crees, 43?
Alice parpadeó, deseando que fuera una pesadilla, o una broma de mal gusto. Lo que
fuera. No podía ser él. Él no podía ser el líder de esa gente. No podía ser la persona que
la había estado persiguiendo todo ese tiempo.
Estaba vivo.
Y era su padre.
CAPÍTULO 11
Alice pateó, golpeó, mordió, se retorció e hizo lo imposible y más para que la dejaran en
paz, pero no fue capaz de librarse de los guardias. Terminaron prácticamente
arrastrándola por los pasillos y las escaleras hasta la planta baja, y de ahí al exterior del
edificio. Fue entonces cuando Giulia terminó su paciencia y le dio un golpe seco en la
boca, dejándola quieta el tiempo suficiente como para que la ataran con fuerza en las
muñecas y los tobillos.
Alice levantó la cabeza cuando la sujetaron del pelo y le pusieron otra venda, esta vez
en la boca. Vio que su padre se quedaba mirándola desde un lado, sin decir nada.
Finalmente, se acercó y la miró con cierto escepticismo.
¿Sistema? Alice intentó hablar, pero solo se escuchó un murmullo detrás de la tela que le
cubría la boca. Además, su padre ya se estaba alejando de ella y subiéndose a uno de los
coches.
***
Cuando abrió los ojos de nuevo, le dolía la cabeza. Parpadeó varias veces cuando notó
que no podía moverse —y no tenía muchas fuerzas para ello— y vio que estaba siendo
transportada por alguien por un camino de piedra que no había visto en su vida. Levantó
un poco la cabeza. Giulia iba delante de ellos.
Detrás, dos guardias que no le prestaron atención. Cuando echó una mirada a su
alrededor, no conoció nada, pero supo enseguida dónde estaba.
Ciudad Capital.
Lo veía todo borroso, así que no tuvo la oportunidad de contemplar ningún detalle de su
alrededor. Se limitó a cerrar los ojos con fuerza cuando entraron en un edificio. Le dolía
el cuerpo entero. Apenas era consciente de dónde estaba.
Cuando volvió a abrirlos, vio que cruzaban un pasillo blanco iluminado y que se detenían
delante de una de las múltiples puertas. Giulia la abrió de un manotazo.
Alice notó el golpe seco contra el suelo cuando la soltaron bruscamente. Se quedó sin
respiración unos segundos, mirando el suelo blanco. Luego, se permitió mirar a su
alrededor. Estaba en una celda, no había duda, pero era de una capital, así que los lujos
—o lo que ella consideraba lujo— eran abundantes: dos camas individuales, dos mesas
auxiliares con lámparas encendidas, un cuadro pequeño encima de la puerta y otra puerta
que, al parecer, conducía a un cuarto de baño.
—¿Qué tenemos que hacer? —preguntó el hombre que la había transportado. El gigante.
Alice miró su placa.
Giulia no respondió. Se limitó a agacharse con un cuchillo y a quitar las cuerdas a Alice,
que habría deseado huir, pero no tenía fuerzas ni para ponerse de pie.
¿Qué demonios le habían dado?
—De pie —dijo Giulia cuando le hubo quitado todas las cuerdas y la mordaza de la boca.
—Como quieras.
Clavo los dedos en el brazo de Giulia cuando la agarró del pelo y la arrastró por la
habitación hasta el cuarto de baño. Alice consiguió no caerse de morros de
nuevo cuando la soltó, apoyándose torpemente en el lavabo y evitando mirarse al
espejo.
—Desnúdate.
Alice miró a Giulia. Los otros tres hombres estaban en la otra habitación. El capitán
Clark parecía de todo menos interesado, y los otros dos vigilaban la puerta, dándole
la espalda.
Ella movió un brazo, pero estuvo a punto de caerse al suelo. Giulia, irritada, se acercó y le
quitó la ropa de mala manera, dejándola completamente desnuda. Después, la metió en la
bañera y le enchufó un chorro de agua fría en la cabeza. Alice sintió que sus sentidos
empezaban a despertarse cuando Giulia le tiró el jabón bruscamente.
—Lávate de una vez —le dijo—. No querrás presentarte mañana con esas pintas
que llevabas.
Giulia señaló el jabón y ella empezó a frotarse sin ganas, dándose cuenta de la cantidad
de suciedad que tenía encima. Cuando terminó, Giulia volvió a mojarla con agua fría y la
obligó a ponerse de pie envuelta en una toalla suave. La obligó a sentarse encima de la
tapa del retrete y Alice frunció el ceño cuando vio que sacaba un cuchillo.
—Bueno, tengo sedante para esto, pero no creo que lo necesites, ¿no?
Alice apenas era consciente de nada, pero se tensó cuando notó que la agarraba de la
cabeza con una mano y con la otra apuntaba con el cuchillo en su sien.
—Eres más dura de lo que pensaba —dijo Giulia, metiendo la placa en una bolsa de
plástico pequeña y guardándola en su bolsillo—. Me esperaba más gritos. Las otras
me los dieron.
Agarró un paño, lo empapó con un líquido que le dio el Capitán Clark, quien se había
acercado sin que Alice se diera cuenta, y lo estampó sobre la herida. Alice se mareó con la
mezcla de dolor y escozor que tenía en la cabeza. Quería vomitar, pero no tenía nada en el
estómago.
—Podrías haber hecho una herida más limpia —replicó el capitán, mirando a Giulia.
—Todavía estamos dentro, ¿no? —Giulia la miró con una sonrisa engreída—. La ropa
está en la cama. Te recomiendo que te vistas antes de que venga alguien
***
No sabía cómo, pero había conseguido ponerse la camiseta blanca y los pantalones del
mismo color, de algodón, que le habían dejado encima de una de las camas. Había
conseguido parar el sangrado ella sola cuando había conseguido despertarse del todo,
pero ahora tenía una marca azulada en la sien, justo donde habían clavado el cuchillo.
Además, le dolía el cuerpo entero, como si hubiera estado un año entero corriendo y
ahora se hubiera detenido de
golpe. No sabía qué era ese suero que le habían dado, pero no quería volver a probarlo
nunca.
Estaba tumbada en su cama cuando escuchó que la puerta se abría. Se asomó por
encima de su brazo, deseando que fuera alguien llevando comida, pero en su lugar vio
que era un guardia que empujó bruscamente a un hombre en el interior de la celda. El
hombre hizo un ademán de dirigirse a la otra cama, pero se detuvo en seco al darse
cuenta de su presencia.
—¿Max?
No supo como continuar. Alice lo miró a arriba a abajo. Él también llevaba puestos
unos pantalones y una camiseta de manga corta. Todo blanco. Era extraño ver a
Max en algo tan impoluto. Era extraño verlo ahí.
—Así que estabas vivo —murmuró ella, sonriendo sin ganas—. Después de todo,
nuestros esfuerzos no fueron para nada.
—¿Qué esfuerzos?
—Intentamos salvarte —murmuró Alice, agachando la cabeza—. Pero solo llegó hasta
ahí. Solo el intento.
Max permaneció en silencio unos segundos, y después se dirigió hasta la otra cama,
sentándose lentamente. Alice lo miró de reojo. Se sentía avergonzada y humillada. Quería
esconderse bajo las sábanas. Y eso que ver a Max, de alguna forma, había hecho que su
ánimo mejorara.
—¿Qué... qué te han hecho durante este tiempo? —preguntó Alice, sin poder evitarlo.
—Nada doloroso —aseguró Max, frunciendo el ceño—. Solo preguntas sobre la ciudad.
—Ya veo...
—Teníamos un plan, así que nos separamos. Los que se quedaron conmigo
resultaron ser unos traidores —ella apretó los labios, pensando en Ben.
Max la miró durante unos segundos sin decir nada, cosa que ella odió profundamente. Se
sentía como si la estuviera juzgando. Y lo odió porque sabía que merecía ser juzgada.
El solo pensamiento de su padre hacía que a ella le volviera la jaqueca. No entendía nada.
No sabía si quería entenderlo. Era todo tan confuso... había estado intentando no
pensarlo, pero era inútil. Era obvio que tendría que hacerlo en algún momento.
—¿Cómo?
No levantó la cabeza para mirar a Max, pero supuso que estaba apretando los labios.
—¿Hablas en serio?
No pudo evitar fijarse en la manera tan despectiva que usó para llamarlo padre.
—Él vive aquí —dijo Max, negando con la cabeza—. Es el líder, por así decirlo, de
ciudad Capital. De los rebeldes. Es nuestra mayor representación de poder.
—¿Ah, sí? Tengo entendido que tus recuerdos de esa zona son implantados.
—¿Qué?
—Alice...
Ella se pasó las manos por el pelo, desesperada. Necesitaba entenderlo y no podía. Era
frustrante.
—No pienses en ello ahora —le dijo Max—. Solo conseguirás estar horas y horas
pensando en algo que solo hará que te sientas peor.
—Nunca creí que serías tú el que me dijera eso a mí —murmuró ella, sonriendo sin ganas.
***
Ninguno había hablado demasiado ese primer día. De hecho, Alice había estado tumbada
en su cama todo el día, mirando el techo y pensando. Odiaba pensar en qué estaría
pasando fuera de esa habitación, pero no podía evitarlo. Max tenía un pequeño libro que
iba leyendo, en silencio. Era como estar sola de nuevo.
De hecho, estaba a punto de ir a cuarto de baño solo para hacer algo y distraerse,
cuando abrieron la puerta. Dos guardias se acercaron a ella y le pusieron unas esposas.
Alice miró a Max, que tenía el ceño fruncido, antes de que la condujesen fuera.
Cruzaron los mismos pasillos que el día anterior, aunque esta vez se detuvieron en una
zona que ella no había cruzado. Era un pasillo más ancho, con gente vestida con batas
blancas y androides que estaban siendo reformateados, sentados en camillas de metal. Era
extraño ver un androide abierto. Parecían tan humanos... y sin embargo cuando los abrías
eran circuitos y circuitos de placas y cables combinados con sistemas humanos.
Abrieron una de las habitaciones del fondo y la empujaron dentro sin decir una sola
palabra.
La dejaron sola, y ella miró a su alrededor. Una de las paredes era solo ventana, pero
desde ahí se podía ver que era lo suficientemente gruesa como para que nadie pudiera
intentar nada con ella. Por lo demás, había un enorme foco de luz
que iluminaba perfectamente la habitación entera, además de una camilla y un montón de
aparatos que no reconoció.
Llevaba tanto tiempo esperando que se había sentado en el suelo, cuando la puerta se
abrió. Ella levantó la cabeza bruscamente y se quedó muda cuando vio que el padre
Tristan entraba hablando con un hombre. Con su padre.
Ninguno de los dos la miró mientras ella los observaba con la boca abierta de par en
par. Dos guardias se quedaron mirando en la puerta.
Por primera vez, ambos la miraron. El padre Tristan frunció el ceño al ver la expresión
escéptica de su padre.
Uno de los guardias se apresuró a agarrar una bolsa y lanzársela a Alice, que todavía
tenía las manos esposadas. La agarraron del brazo y la llevaron a una habitación
contigua diminuta, en la que había solo una mesa de metal y un espejo. Los recuerdos
a su habitación en su antigua zona hicieron que pusiera mala cara, pero la puso peor
cuando abrió la bolsa.
—No —susurró.
—Póntelo —el guardia, al que ahora había identificado como el capitán Clark, la empujó
contra la mesa de nuevo.
—No... no puedo.
—Si no te quitas eso ahora mismo, lo haré yo. Así que date prisa.
—No pu...
Miró la bolsa de nuevo. Era esa ropa. Esa maldita ropa. La que había usado durante su
tiempo en su antigua zona. El vestido, las botas, incluso la goma del pelo. Y todo
perfectamente blanco.
Agarró el vestido blanco y cerró los ojos un momento cuando recordó todo por lo que
había pasado la última vez que se lo había puesto. Había sido su vestido reglamentario
durante muchos años. Respiró hondo mientras se quitaba la ropa, quedando en ropa
interior, y frunció el ceño cuando notó la fina tela rozándole la piel hasta que estuvo
ajustado. Se subió ella misma la cremallera de la espalda y se miró a sí misma. Odiaba
esa ropa. Odiaba todo lo que le recordara a esa zona. Odiaba a todo el mundo.
Ella se los puso casi sin pensar, y luego se miró al espejo. Sabía lo que venía ahora.
Agarró la goma del pelo y se lo ató en un moño perfecto, sin un solo pelo suelto. Se miró a
sí misma y le entraron ganas de vomitar.
Estaba vestida como la antigua 43, pero ya no era esa chica. Ya no quedaba nada de esa
androide asustada que había huido de su antigua zona. Ahora era Alice...
...y tenía que ser fuerte su quería salir de esa.
Se relamió el labio y salió de la habitación con el capitán, que la agarró bruscamente del
hombro.
En la sala habían dos doctores más, todos con una máquina diferente. Su padre estaba
sentado en una silla que acababan de traer, mirando la camilla vacía.
Cuando la vio llegar, suspiró.
—No me llames padre —el hombre puso los ojos en blanco, cosa que la
confundió aún más—. Por Dios, ¿todavía no has entendido nada?
—¿Entender? ¿Qué hay que entender? —preguntó en voz baja.
—Tumbadla en la camilla.
Esta vez se dejó llevar a la camilla, donde la tumbaron sin atarla por ningún lado, cosa
que la extrañó. Vio que el padre Tristan bajaba una máquina pequeña hasta situarla
veinte centímetros por encima de su cabeza, y los demás padres hacían lo mismo en sus
piernas y brazos. La mayor estaba encima de su estómago. Ella vio que en todas sus
pantallas empezaban a salir dibujos incomprensibles para ella.
—Pero...
—Te han pedido silencio —replicó su padre, poniéndose de pie y mirando las máquinas
con el ceño fruncido.
—Padre, yo... necesito... —ni siquiera lo sabía. Seguía confiando en él. O, al menos, una
pequeña parte de él, la que había conocido en su antigua zona. No podía haberse
transformado tanto en tan poco tiempo. Era imposible. Lo miró, desesperada, pero él
permanecía impasible—. Necesito que me expliques qué
está pasando.
—Pero... —ella se pasó una mano por la cara, frustrada— vi como... como...
—¿Como me disparaban?
—No, pero...
—Alice, me dispararon la cabeza y no morí —sonrió un poco, poniendo una mano
encima de la de ella—. ¿Qué crees que significa eso?
—¿Cómo?
—Mi conocimiento viene de la experiencia, querida —le paso un dedo por la palma
de la mano de manera cariñosa, para después volver a cruzarse de brazos.
—¿Eres... un androide?
—Obviamente.
Se quedó mirándolo, sin palabras. Todavía estaba asimilando lo que había oído.
—Pero...
—Me... me hiciste creer que estabas muerto. Que eras humano —replicó en voz baja.
—¿Quién... eres?
—Oh, Alice —él sonrió, como si le hubiera contado un chiste—. Soy el alcalde de
Ciudad Capital.
Alice se quedó mirándolo unos segundos. No tenía sentido. Era imposible. Aunque
Max ya se lo había dicho, todavía no lo había asumido.
—No.
—Sí, lo soy —replicó él—. Lo he sido siempre. Solo que me tomé un tiempo para
dedicarme más a fondo a la creación de androides de nueva generación, como tú. Pero
de eso también hablaremos otro día.
—Entonces... —ella estaba empezando a atar cabos— ¿tú enviaste a la gente que
masacró nuestra zona?
—La gente que masacró la zona era mi gente, querida. Yo vivo aquí.
—Mataste a... cientos de los nuestros —ella notó que se le cortaba la voz.
—¿Matar? —su padre negó con la cabeza—. No se puede matar lo que no está vivo,
querida.
—Has pasado demasiado tiempo con humanos, Alice... ya no recuerdas quién eres en
realidad.
—Oh, Alice —él suspiró, poniéndose de pie. Todos los científicos los miraban desde
el otro extremo de la habitación. Su padre empezó a pasearse—. Tenía miedo de que
algo así pasara.
—Yo te creé, Alice. No creas que sabes más de ti misma de lo que sé yo. Incluso
te dejé mi marca.
Se acercó y la agarró de la muñeca, justo por la zona que había tocado Charles. Alice vio,
por primera vez, una pequeña marca con una J. Apartó la mano rápidamente y se puso de
pie, al otro lado de la cama.
—¿Lo ves? —le preguntó su padre—. Siento que te hayan hecho creer esa cruel mentira,
Alice, pero sabes que es cierto. Toda tu existencia es un programa diseñado y
programado minuciosamente.
—¿Crees que lo que sientes es real? —preguntó él—. Querida, tus sentimientos son solo
reflejos de la conciencia que se te ha implantado. No puedes sentir. No puedes tener
consciencia. Porque no eres humana.
—Oh, querida. Los humanos se dejan llevar fácilmente por sus instintos. Te creamos
como un modelo de belleza. Fuera lo que fuera lo que quería ese humano, no era amor, era
algo más carnal.
—Sé cada movimiento que has hecho, desde la huida con 42, hasta...
—¿Dónde está 42? —preguntó ella bruscamente, al recordar que los hombres que se la
habían llevado eran hombres de su padre.
—Túmbate en la camilla.
—No lo haré.
—Se acabó —su padre se dio la vuelta—. Que alguien me dé la placa de mando.
Alice cerró los ojos un momento, y luego se dio cuenta de que ya no podía más. Más
que nunca, estaba enfadada. Con su pa... no. Ese no era su padre. Ese no era el padre
John. Ese era un completo desconocido.
Sin pensarlo dos veces, saltó la cama, dispuesta a chocar con él, pero el capitán se
interpuso en su camino. Hizo un movimiento de lucha tan básico que a Alice le dieron
ganas de reírse. Rhett se habría reído, probablemente, antes de romperle el brazo. Se
apartó tan rápido que pudo agarrar el brazo y doblarlo para inmovilizar al capitán contra
el suelo, justo antes de darle una patada en la espalda.
Se dio la vuelta hacia su padre, que parecía extrañamente calmado. Ella apretó los puños
con fuerza y se lanzó sobre él.
Pero no pudo.
Justo cuando estaba a medio metro de él, se dio cuenta de que no podía moverse.
Parpadeó y bajó la cabeza, mirándose a sí misma. Tenía los brazos y piernas congelados.
No podía moverse. Intentó mover, aunque fuera, un dedo, pero era imposible. Ni siquiera
los sentía. Le entraron ganas de gritar por la mezcla de furia y confusión.
—Te he dicho que no me obligaras a hacerlo —replicó su padre, haciendo que lo mirara.
Sujetaba una especie de tabla táctil—. Querida, esta es tu placa de mando. Si quiero que
saltes por la ventana, lo harás.
Ella intentó hablar, pero se dio cuenta de que tampoco notaba la boca. Solo podía mover
los ojos y la cabeza. Le entraron ganas de llorar de rabia.
—¿Lo ves? —preguntó él, acercándose y pasándole una mano por la mejilla—. Eres
una máquina, por mucho que te duela. Ahora, vuelve a la cama.
Ella volvió a la cama sin siquiera ser consciente de ello. Se quedó tumbada y vio que le
ponían las máquinas de nuevo. Clavó los ojos en el techo, con ganas de gritar.
***
Max estaba todavía en la cama leyendo cuando llegó. La miró con curiosidad cuando la
dejaron entrar en la habitación. Alice estaba pálida. Parecía estar asustada. La sentaron en
la cama y un guardia puso una máquina en su sien. Pulsó un botón y, al instante, Alice
volvió en sí.
Ahora, estaba sola con Max en la habitación. Él la miraba con el libro a un lado.
—Yo... —Alice notó que le fallaba la voz. No quería hablar. Tenía ganas de llorar
—. Voy a darme una ducha.
Max no dijo nada, pero notó su mirada hasta que se metió el cuarto de baño.
Fue la ducha más larga que se había dado en su vida. Se frotó tan fuerte el estómago que
terminó con la piel irritada. Odiaba ese número. Odiaba ese lugar. Se odiaba a sí misma.
Odiaba a su padre. Odiaba a todo el mundo.
Cuando volvió, con la ropa blanca puesta, Max estaba sentado en su cama mirando un
punto fijo. Volvió a centrarse en ella cuando Alice se sentó en su cama, con las rodillas en
su pecho, abrazándolas con fuerza.
Estuvieron los dos en silencio unos segundos. Notó la mirada de Max sobre ella.
Levantó la cabeza para mirarlo. Max no había cambiado su expresión. Seguía mirándola
en silencio.
—Ahí arriba... podían hacer lo que querían conmigo. Solo tenían que pulsar un botón y
yo... Soy... solo una máquina.
Alice negó con la cabeza, con aún más ganas de llorar. De hecho, tenía la vista borrosa por
las lágrimas.
—Una máquina perfeccionada, pero una máquina, después de todo —siguió Max.
—¿Crees que eso me sirve de algo? —preguntó ella, sin atreverse a mirarlo—. Lo
acabo de decir.
Alice lo miró un momento, pasando el dorso de la mano por debajo de sus ojos.
—¿Qué?
—¿Que crees que son los humanos? También somos máquinas, de algún modo. Quizá
estamos creados por diferentes componentes, pero funcionamos a base de reacciones
químicas y biológicas. Igual que tú. A nosotros también se nos puede controlar. A ti con
un botón, a nosotros con un precio. ¿Qué importa?
—No es lo mismo...
—Sí es lo mismo —replicó Max—. Por eso, no te eché de la ciudad cuando Deane me
advirtió de lo que eras.
—¿Qué?
—¿Crees que no lo sabía, Alice? —preguntó, suspirando—. Deane había estado
quejándose de ti durante un tiempo, pero ese día explotó. Convenció a dos alumnos para
que me contaran lo que eras, y se mostró algo decepcionada cuando no te eché.
—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó ella en voz baja, limpiándose otra lágrima.
—Si el cambio fuera tan evidente, sabrías decirme algo al instante. Pero veo que no
puedes.
—Por eso, Deane contactó con los de Ciudad Capital para que fueran a Ciudad Central.
Pero esperaba que te atraparan a ti, no a mí, así que tuvo que improvisar y llevarte con
Charles. Supongo que esta vez tampoco habrá tenido recompensa.
—Sí, Deane estaba implicada. Los dejó entrar. Quería tener razones para que la gente se
pusiera en tu contra.
—Pues... tenían razón —ella negó con la cabeza—. Pero eso no quita que yo siga
siendo un androide.
—¿Sabes? —Max la miró, tras unos segundos de silencio—. Yo nunca he tenido
problemas con los androides. De hecho, nunca he tenido una opinión muy concreta sobre
ellos. Me daban igual. Los capturaba y vendía por comida sin detenerme a pensar si
realmente estaban vivos o no. Siempre es mejor pensar que no sienten nada, así no tienes
cargo de conciencia cuando los vendes como si fueran objetos.
—Sí. No esperaba que fueras así —la miró con una ceja enarcada—. Unas horas con
ellos y tu primera reacción es olvidar todo lo que has aprendido en meses con
nosotros. Y todo para volver a ser el androide obediente que ellos quieren que seas.
—Pero...
Ella calló enseguida cuando Max clavó una mirada severa en ella.
—Hace unos minutos me has dicho que no sentías nada por ser una androide. Y, sin
embargo, llorar es una reacción muy humana. Así que, dime, ¿eso es todo lo que harás?
¿Llorar?
—Es... es complicado.
—No he llorado, ¿vale? —replicó, molesta—. Soy más fuerte de lo que crees.
Alice se quedó mirándolo, sin saber qué decir. Ya ni siquiera tenía ganas de llorar.
—Ahora, dime, Alice —Max clavó en ella una mirada severa—, ¿vas a hacer esto
durante todo el tiempo que estés aquí? ¿Lamentarte por bobadas?
—No, no lo haré.
—¿Por qué?
—Porque sé quién soy. Y no soy lo que ellos creen.
Alice se quedó mirándolo fijamente unos segundos, sorprendida por lo rápido que había
cambiado de pensamiento. Se miró las manos, avergonzada por haberse dejado
manipular por su padre tan fácilmente, y luego lo miró de nuevo.
—Gracias, Max.
Él no respondió, pero se quedaron mirando el uno al otro con complicidad unos segundos,
hasta que cada uno volvió a su actividad particular.
CAPÍTULO 12
—Esto es un aburrimiento.
Max la miró de reojo mientras ella seguía pasando una mano por la pared, bostezando.
—Me da igual. No entiendo qué hago aquí. Hace una semana que ni siquiera nos llaman
a ninguno de los dos.
—Preguntas.
—¿Sobre qué?
—¿Qué más da? Hace unas semana que nadie me llama. Solo... me hicieron esa cosa
rara y me dejaron en paz. Igual ya no les interesamos.
la miró en silencio.
Durante unas horas, ninguno habló demasiado. Alice había descubierto una gran
actividad en hacer abdominales —Rhett estaría orgulloso de ella—, y Max releía el libro
por enésima vez. Fue entonces cuando dos guardias entraron en la habitación. Ella se
puso de pie torpemente cuando la señalaron. Sin embargo, cuando fue hacia la puerta,
notó que Max la retenía.
—No les digas nada de tus sueños —le dijo Max en voz baja. Alice
—¿Qué?
—No lo hagas —repitió—. Pase lo que pase. Haz todo lo que te digan menos eso.
El guardia los separó bruscamente y agarró a Alice, atándole las manos y llevándosela con
ellos.
Volvieron a la sala del día anterior y esta vez no la obligaron a cambiarse de ropa.
Habían colocado una pequeña mesa en medio de ésta con dos sillas. El padre Tristan...
no, de hecho, Alice había decidido no dirigirse a él de manera tan respetuosa. Ahora era
solo Tristan.
Tristan estaba de pie a un lado, el capitán Clark al otro, y su padre estaba sentado en una
de las sillas. Alice sintió que el guardia la empujaba hacia abajo hasta que quedó sentada.
Le ataron las manos con unas esposas.
Ella no respondió.
—Voy a hacerte unas cuantas preguntas —puso la el objeto que había usado para
controlarla en su regazo, de manera que ella pudiera verlo—. No me obligues a usar
esto.
—Controlarte.
—Acabas de decir que no puedes hacerlo —recalcó ella—. Debe ser tan
frustrante para ti...
—Silencio.
—Pero...
El capitán Clark apretó los labios al no poder golpearla. Ella seguía sin sentir la mitad
de su boca.
lo miró, aburrida.
—¿Qué quieres?
Max había dicho que no dijera nada. Y era la persona en la que más podía confiar
ahí dentro.
—Sé que los has tenido, Alice, tú misma me hablaste de ellos unas cuantas veces. Y
al padre Tristan —replicó su padre—. Esto será más rápido si eres sincera.
John la miró fijamente unos segundos, antes de hacer un gesto al guardia que tenía detrás.
Éste salió y, unos instantes más tarde, volvió con alguien.
Con Max.
Max se quedó mirando la situación con el ceño fruncido. Entre el guardia y el capitán lo
obligaron a tumbarse en la camilla. Alice lo miró a los ojos y sintió un escalofrío cuando
lo ataron de brazos y piernas. Max parecía impasible, pero estaba con los puños apretados.
—Bien —su padre atrajo su atención de nuevo— , creo que ahora tengo un
pequeño incentivo de tu sinceridad.
Alice miró a Max, que negó con la cabeza. Ella apretó los labios cuando el capitán se
sacó un cuchillo del cinturón y la miró, esperando una respuesta.
El capitán frunció el ceño cuando John le asintió con la cabeza. Se acercó a Max y le
agarró la camiseta, rasgando la tela desde el cuello hasta el ombligo. Su torso quedó
descubierto, y él bajó el cuchillo y, en su lugar, sacó la misma porra con la que había
golpeado a Alice.
—No lo sé —soltó Alice, viendo la porra a dos centímetros de la piel de Max, a quien
parecía no importarle en absoluto—. Desde que... que tengo memoria.
Desde que tengo diez años, creo...
—Tú nunca has tenido diez años, Alice —él la miró—. Te creamos hace cinco años. Crees
que eres más vieja porque te metimos recuerdos de infancia en el sistema. Mentalmente y
físicamente tienes dieciocho años, pero tu sistema tiene cinco.
Ni siquiera se sorprendió.
—No lo sé, es como si viera episodios salteados. Alguna vez está feliz, otras veces grita...
—¿Cómo es la chica?
Ella volvió a dudar, el tiempo suficiente como para que el capitán bajara el cuchillo.
Alice apretó los puños, intentando ponerse de pie, cuando le dio un golpe seco en el
estómago a Max, que lo soportó de manera sorprendentemente buena. Sin embargo, el
segundo fue en la cara, mucho más fuerte que el que le había dado a ella. Alice contuvo
la respiración cuando vio un hilo de sangre bajar por la ceja de Max.
—¡Para!
—Alice, responde.
—Pero...
—¡He dicho que no...! —volvió a soltar un gruñido de dolor de dolor cuando el capitán le
dio otro golpe, esta vez en las costillas.
—Capitán —su padre no dejó de mirarla mientras se dirigía a él—, ¿por qué no lo
intenta con algo más fuerte esta vez? Parece que Alice no disfruta del espectáculo.
El capitán sonrió y, esta vez, dejó la porra a un lado para volver a sacar el cuchillo. Alice
abrió la boca, pero no lo suficientemente rápido como para evitar un corte justo bajo el
pectoral.
Era insoportable.
—Dilo.
—Alice. Dilo.
—Yo no...
—Alice —su padre la miró—. Si no haces que Max me sea útil, el próximo paso no
será un corte.
Ella levantó la cabeza y miró a su padre, que se había quedado mirándola con una
expresión extraña que no supo descifrar. Después, se recompuso y volvió a mirar a
Tristan, que se había quedado quieto durante un segundo.
El capitán obedeció, pero no se alejó de él. Max estaba tan agotado que ni siquiera
le dijo nada, solo la miró con cara de decepción.
—¿Y qué...? —su padre se había quedado en blanco un segundo—. ¿Cuál es el último
recuerdo que tiene Alicia?
—Son recuerdos —murmuró ella—. Claro que lo son. ¿Cómo no lo he pensado antes?
—Alice.
—Pero, ¿por qué los veo yo? ¿Que tengo que ver con esa chica?
—Alice, escúchame.
—¡Alice!
—Tiene que haber algo que nos conecte... —pensó en voz alta, antes de repasar a
toda velocidad todos y cada uno de los recuerdos que había visto.
Alice se quedó mirándolo. Él se había alterado claramente. Entonces, sin saber cómo ni
por qué, lo supo con tanta claridad como si se lo hubiera dicho él mismo.
—¿Qué?
—Cuando nos creáis usáis bases humanas. La utilizaste a ella para crearme a mí. Por
eso sueño con ella. Son sus recuerdos. Todavía los conservo, aunque sea
inconscientemente.
—Alice, ya es suficiente.
—Por eso lo he visto todo este tiempo. De alguna vez, es como si yo lo hubiera vivido.
Pero, ¿por qué queréis saber de qué tratan? ¿Qué tienen de importante los recuerdos de
una chica muerta?
—¡No! —le respondió ella, igual de enfadada—. ¡Tengo que saberlo! ¡Hay algún
motivo por el cual tú has reaccionado así cuando te he dicho su nombre!
—¡Es eso! —ella lo miró, con el corazón acelerado—. ¡Claro que la conocías!
¡Era tu hija!
Se hizo tal silencio en la habitación que ella sintió que, de haber caído una aguja al suelo,
lo habría oído perfectamente.
John había pasado de furia a quedarse pálido, mirándola fijamente. Alice sintió que su
corazón se aceleraba aún más. Era eso. Lo había descubierto. Después de tanto tiempo,
por fin empezaba a tener sentido todo. Los sueños. Su padre. Su interés en los sueños.
Quién era la chica. Por qué eran exactamente iguales. Por qué John la había estado
buscando tan exhaustivamente...
—Era tu hija —lo miró con el ceño fruncido—. Murió. Y trataste de volver a crearla. Por
eso los demás no conservan los recuerdos completos de sus antiguos cuerpos y yo sí lo
hago. Los conservaste porque querías que... querías que yo fuera ella.
John no dijo nada, pero no dejó de mirarla. Tristan había dejado de teclear y los miraba.
—Por eso me salvaste el día de la masacre. Por eso era la única que podía ver los
recuerdos de manera tan clara. Los demás solo podían ver lo que quedaba de ellos. Yo
los tenía a mi entera disposición.
—Sigues siendo una maldita máquina. Una de última generación, pero una máquina.
***
Max estaba poniendo mala cara mientras ella se las arreglaba como podía con las
vendas y medicamentos que les habían dado. Al menos, querían mantenerlos con vida.
Era una buena señal.
—Tengo que llevarte a la ducha.
Alice puso el agua tibia y agarró el jabón que les habían dado. Max gruñó palabrotas
mientras ella le quitaba la sangre con el jabón y apretaba las heridas, que al menos
habían dejado de sangrar. Después, agarró el ungüento y empezó a aplicarlo. Max dejó
de quejarse para limitarse a apretar la mandíbula.
Cinco minutos más tarde, Max estaba sentado en su cama con mala cara mientras
se miraba el vendaje que Alice le había puesto.
—Tuve que ayudar más de una vez a Tina —replicó ella—. Porque alguien me castigó.
—La única razón por la que no te había frito el cerebro todavía es porque necesitan cierta
información para acceder a los recuerdos. Ahora ya la tiene. Ya no te necesita consciente.
***
Alice estaba mirando el techo desde la camilla, mientras tres científicos hablaban entre
ellos de cosas que no entendía y apretaban botones de máquinas que no conocía. Tiró de
las correas solo para hacer algo. Su padre la miraba desde un rincón.
—Bien. Provócalos.
Alice lo miró.
—¿Qué?
—Van a provocarte tus últimos sueños —replicó él, impasible—. Para poder extraer
los recuerdos de una vez por todas.
—No puedes...
—Bien. Hazlo
—¡No, no...!
Pero Alice no pudo evitar que le pusieran la mascarilla en la cara, y quedarse dormida al
instante.
***
No sabía cuánto llevaba ahí. Su medida de tiempo era tocarse el pelo. Iba creciendo con
las semanas. Ahora, empezaba crecer como lo habían solido llevar los chicos de su
clase... cuando todavía iba a clase. Ella apretó los labios cuando una mujer se puso a
gritarle en un idioma que seguía sin entender, así que agarró con más fuerza la cesta y
salió de la enorme casa.
El señor de la casa estaba fuera. Habían traído una nueva horda de refugiados. Así
llamaban a los que encontraban por el bosque, ajenos a las casas de señores y al
ejército. Normalmente, los mataban a todos menos a los pocos que podían servir, como
ellos.
Alicia miró al pequeño grupo, encerrado en la enorme jaula con paredes de cristal, y vio
que el señor negaba con la cabeza a un hombre mayor, al que dos guardias se
apresuraron a llevarse mientras él gritaba.
Su madre estaba...
...que...
...ti...
***
—Sí, señ...
***
—No puedo, mamá —dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas.
—Mañana nos matarán —le dijo ella firmemente—. No quiero que te quedes. Ni que lo
veas. Tienes que irte. Tienes que encontrarlo.
—Pero...
—No hay elección —ella la miró unos segundos, tragando saliva—. Alicia, tienes que ser
fuerte. Por las dos.
—No puedo...
—Claro que puedes.
—Alicia...
—...
...está en...
...tienes qué...
...él...
***
—Necesito que recuperes el siguiente —le urgió John a Tristan—. Y el último. Son
los más importantes.
***
Entonces, la recordó. Charlotte. La chica que la había estado acosando tanto tiempo
en la escuela. Ahora estaba delante de ella, con un abrigo grande y con muchos kilos
menos. Y pareciendo mucho más mayor.
—No sabíamos que ibas a ser tú quien viniera a buscarlo —dijo Charlotte,
mirando su pelo.
—¿Dónde está?
—Pasa.
Las dos la condujeron por un salón repleto de gente. Alicia miró a toda la gente agrupada
a su alrededor, junto a las chimeneas, mirándola con mala cara.
—El parto fue casi desastroso —le dijo Charlotte, mientras Alicia avanzaba—. Por
suerte, los dos vivieron.
—Hola, hermanito —lo agarró en brazos y le pasó una mano por el pelo rizado y
castaño, igual que su madre. Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Encantada de
conocerte por fin, Jake.
***
***
—¿Crees que alguien nos buscará aquí? —le preguntó Charlotte, viendo que Jake
jugueteaba con un palo que había encontrado por el camino.
Alicia se ajustó la escopeta en la espalda. Era su especialidad. Igual que todas las
armas. Se agachó junto al agua y siguió frotando la camiseta en círculos, tal y como le
había enseñado su madre.
—Tu tranquilidad me pone de los nervios —Charlotte miró a Jake—. Vigílalo tú, voy a
por algo de comer antes de que se haga de noche.
Pero se hizo de noche enseguida. Por suerte, Charlotte consiguió volver con unas
cuantas ardillas muertas. Hicieron un pequeño fuego y las asaron. Alicia utilizó la
comida de bebé que había encontrado en una de las casas para el pequeño Jake, que era
demasiado joven para comer lo mismo que ellas. De hecho, le estaban creciendo los
dientes todavía. No dejaba de morder todo lo que encontraba.
Un rato más tarde, Alicia estaba afilando su cuchillo con una piedra mientras
escuchaba que Charlotte cantaba una nana a su hermano. No tardó en acercarse a ella
y sentarse a su lado.
—Ya se ha dormido.
Alicia se inclinó hacia ella, como cada noche, y unió sus labios. Charlotte cerró los ojos
y le devolvió el beso, abrazándola. Alicia fue la primera que se puso de
pie para ir al saco de dormir. Ambas se metieron en el mismo sin dejar de
besarse. Charlotte tenía los labios secos, pero agradable besar a alguien.
Se quitaron la ropa la una a la otra lentamente. Alicia tenía la piel de gallina. Tenía frío
y calor a la vez. No podía despegarse de ella. No podía dejar de recorrer su cuerpo con
sus manos. Charlotte se quitó, finalmente, la última pieza de ropa y se pudieron unir sin
obstáculos.
Alicia sonrió.
***
—Porque ella los está cortando —dijo Tristan, señalando a Alice—. Aunque creo que es
inconscientemente, hace que no los podamos ver enteros... y además se mezclan algunas
palabras sueltas.
***
...unas horas caminando cuando se dio cuenta de que algo no iba bien. Se habían
detenido para comer algo. Jake estaba persiguiendo a un bicho detrás de un árbol.
Ahora ya sabía caminar. Charlotte estaba de pie a unos metros, mirando a su alrededor.
—Pues yo sí.
—¡Pero es que es verdad, apestas! —ella empezó a reírse a carcajadas,
tapándose la nariz.
Alicia sintió que algo la empujaba bruscamente hacia atrás y se quedó tumbada en el
suelo, respirando con dificultad. Giró la cabeza lo suficiente para ver una mancha roja
en su estómago, haciéndose cada vez más ancha. Empezó a notar que se mareaba
cuando vio que Charlotte retrocedía con los ojos abiertos de par en par.
Alicia consiguió darse la vuelta para quedar boca abajo e intentar arrastrarse hacia
Jake, que seguía en los arbustos. Cuatro hombres armados se acercaban a ellos desde
lo lejos, y la habían acertado de lleno en el estómago.
—¿Q-qué...?
Alicia se quedó mirándola unos segundos, mientras notaba que el mundo se detenía
y las voces de los hombres se acercaban.
Pero fue peor cuando se giró y vio a Jake detrás del árbol, mirándola aterrado.
Jake abrió la boca para decir algo, pero ella gruñó una palabrota.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó uno—. Ni siquiera es androide. No nos sirve de
nada. No nos la comprarán en la ciudad.
—Que se pudra. La encontrarán los de Ciudad Capital y la usarán para los androides.
Alicia se quedó mirando el cielo, que cada vez parecía más borroso, y casi pudo jurar
que sentía que esos eran sus últimos segundos de vida. Especialmente cuando vio la
cara llena de lágrimas de Jake, que la miraba desde su pequeña altura y la empujaba
por el hombro para que reaccionara, desesperado.
Apretó su puño cuando vio que un hombre se detenía a su lado, pero por algún motivo
supo al instante que ese hombre no era como los demás. Iba acompañado de un chico
adolescente que la miraba con el ceño fruncido. El hombre pareció algo sorprendido al
ver a Jake, pero no al verla a ella.
Desgraciadamente, debía estar acostumbrado. Se agachó y le miró la herida.
—J-Jake —murmuró.
—Soy el alcalde de una ciudad. Ciudad Central —le dijo el hombre, mirándola—.
Me llamo Max. Él es Rhett —señaló al adolescente—. Nos encargaremos del
chico. No tienes nada de que preocuparte.
Ella respiró hondo, aliviada. Ni siquiera fue capaz de dar las gracias. Abrió la boca
y solo salió un sonido parecido a un gruñido de dolor. Notó que los ojos empezaban
a cerrarse solos, como si estuviera a punto de dormirse.
—Descansa —él hombre la miró por última vez, cerrándole los ojos con
suavidad—. Pronto se irá el dolor.
entonces, calma.
***
Ella no supo qué decir. Tenía las mejillas húmedas. Había estado llorando en sueños.
Todos en la sala la miraban, pero era como si ella estuviera en un universo paralelo.
Todo estaba empezando a cobrar sentido. Y estaba mareada, sentía que la habitación
daba vueltas a su alrededor.
—Mi hija murió, sí —él la miró—. Creía que podría sustituirla por un modelo perfecto.
Así que la estudié a fondo, hice una réplica, pero... decidí perfeccionarla. El pelo rubio
por castaño, los ojos castaños por azules, un poco más delgada... en fin, tonterías de un
perfeccionista nato. Pero eras ella. Para mí lo eras, al menos.
—Por eso, tenía que ver qué hacías si te relacionabas con humano. Qué parte de ti surgía
con más fuerza; la parte androide o la humana. La humana ganó. En parte, era mi
intención. Eso indicaba que eras mi mejor creación y que podías, incluso, llegar a
sustituirla. Pero no tardé en darme cuenta de que, a pesar de eso, seguías siendo una
máquina.
—¿Por qué mataste a todos los de nuestra zona? —preguntó en voz baja.
—Porque sabían demasiado. Y los androides... eran defectuosos. Hacía tiempo que
trabajaba en modelos mejores. Tenía que librarme de ellos de algún modo. Y ya tenía
una excusa para empezar tu experimento.
—Así que todo ha sido para encontrar a Jake —murmuró ella—. No sabes dónde
está ahora.
—No está ahí, imbécil —escupió ella—. Nunca lo encontrarás. Y, aunque lo hicieras, no
irá contigo jamás.
—Abandoné a su madre.
—¿Sí, señor?
—¿Reiniciarme?
—Sí, querida. Ya has pasado demasiado tiempo con esta fantasía de ser humana. Es
hora de que vuelvas a ser disciplinada. Y que podamos ponerte algunas mejoras.
Después de todo, sigues siendo mi mejor modelo.
—No recordarás nada —sonrió él—. Ni a nadie. Solo sabrás lo que eres y que yo te
creé.
—¿Tristan?
—Cuando usted me diga, señor —él tenía el dedo encima del botón.
—Puede...
—¡Papá! —chilló Alice, desesperada.
Alice cerró los ojos. Era su última carta. Apostar por la nostalgia de él. Era todo o nada. Si
eso no funcionaba...
—No me hagas esto, papá —pidió en voz baja, con la voz ahogada.
—¿Te acuerdas de cuando volvías a casa del trabajo y te esperaba con nuestro gato en la
entrada con la taza llena de café? —preguntó ella bruscamente, haciendo que la mirara de
nuevo con los labios apretados mientras seguía buscando desesperadamente en sus
recuerdos—. La taza de el mejor papá del mundo. ¿Te acuerdas?
—Mamá siempre nos hacía tortitas los sábados para desayunar, y tú siempre me reñías
porque me ponía tanto sirope de chocolate que, en lugar de ser tortitas con chocolate,
eran...
—Pero... no me hagas esto. No quiero olvidar quién soy —ella frunció el ceño—.
Mírame.
Alice sintió que su pecho se hinchaba de alivio cuando se acercó y le pasó una mano
por el pelo. John tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Lo sé.
Alice se quedó mirándolo mientras se alejaba con los hombros caídos hacia la puerta.
Forcejeó bruscamente con las cuerdas.
—¿Qué? ¡No! —empezó a removerse—. ¡No, espera! ¡Por favor! ¡No lo hagas! Él
—¡No, por favor, espera, no lo hagas, por favor! ¡Sé que puedo...! Pero
Respiró hondo.
Cuando levantó la cabeza, se sentía algo mareada. Intentó moverse, pero tenía correas en
las manos y los tobillos. Frunció el ceño sin entenderlo.
padre sonrió.
—¿Seguro que no volverá en sí? —preguntó su padre a uno de los científicos, ambos
mirándola.
—Seguro, señor.
—¿Y la memoria?
—Sí, aunque es algo complicado —el científico lo miró con algo de temor—.
Cuanto más tiempo pase, más ajenos serán los recuerdos y menos probable será que
vuelva a aceptarlos.
—¿Y cuánto tiempo hay que dejar pasar para que sea seguro que no puede
recuperarlos?
—Varía mucho... semanas, meses... no creo que llegue a un año, pero es difícil calcularlo
en un prototipo de última generación.
43 sonrió.
—Mi nombre es 43. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que
necesite saber.
Ella la aceptó, siendo guiada por el lugar, que era extrañamente blanco y amplio. Parecía
agradable. Parpadeó, sorprendida, cuando la guió por unas escaleras.
Su padre sorteó unas cuantas personas con pistolas y no se detuvo hasta que llegaron a un
pasillo con varias puertas. Abrió una de estas y la mantuvo abierta para ella, que se
introdujo en ella. Escuchó que la puerta se cerraba.
Se trataba de una habitación sencilla con una puerta y dos camas. En una de ellas
había un hombre con barba, sin camiseta y con un vendaje puesto rodeándole el
pecho. Lo observó con curiosidad cuando él se puso de pie, mirándola con la
expresión seria.
—¿Qué te han hecho? —preguntó él, mirándola de arriba a abajo—. He oído gritos.
Ella sonrió.
—¿Qué?
—Mi nombre es 43. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que
necesite saber. El padre John me ha dicho que es un amigo suyo, así que sepa que
tendré especial prioridad en usted.
Él seguía sin decir nada. Simplemente apretó los labios. Ella advirtió cierta tristeza
en su mirada.
—Te dije que no les dijeras nada —dijo en voz baja él.
—¿Disculpe?
—Oh, bien —43 entrelazó sus dedos—. Entonces, llámeme cuando me necesite, Max.
Estaré a su disposición.
***
—Número de serie: 43. Modelo: 4300067XG. Creación finalizada por el padre John Yadir
el 17 de noviembre de 2025, a las 03:01 de la mañana. Recuerdos
artificiales implantados por vía modular. Zona: Ciudad Capital. Sin uso formal. Función:
sin especificar. Reprogramación finalizada.
—¿Nombre adquirido?
—¿Disculpe?
—No, padre.
—No, padre.
—Padre, debo recordarle que los androides no tienen la capacidad cognitiva de soñar, y
por lo tanto...
—Ya, ya —él hizo un gesto con la mano—. Entonces, ¿no has tenido nada parecido a un
sueño? ¿O algún recuerdo?
—Mi nombre es 43. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que
necesite saber.
—Mi nombre es 43. Es un placer conocerlo. Estoy a disposición si requiere mis servicios.
¿En qué puedo ayudarle?
—Me han dicho que tengo que vigilarla —replicó, mirándola—. Hasta que venga el
alcalde.
—De hecho, primero tenemos que hablar en su despacho —el padre Tristan se puso de
pie—. Que no se mueva de aquí, ¿entendido?
—Sí, señor —dijo el capitán mientras lo veía marchar. Cuando hubo cerrado la puerta a su
espalda, cambió su expresión—. Imbécil.
43 lo miró mientras se acercaba y se sentaba en la silla que acababan de dejar libre. Miró
los papeles con curiosidad y luego la miró a ella con más curiosidad todavía.
—Me da igual tu programación —puso mala cara—. Casi me gustabas más cuando
tenía motivos para golpearte.
Los dos se quedaron en silencio por casi diez minutos, mientras 43 se dedicaba a mirar
fijamente a la mesa, como le habían indicado que hiciera. El capitán no tardó en emitir
un sonido extraño por la boca, uno agudo. 43 lo miró con curiosidad.
—Disculpe, ¿qué es eso?
El capitán la miró, sorprendido. No estaba programada para hablar sin que antes le
hicieran una pregunta. Por algún motivo, los dos decidieron pasarlo por alto.
—¿El qué?
—El sonido.
—Una canción.
—¿Música?
El capitán se quedó mirándola y sacó las esposas, pero justo en ese momento llamaron
a la puerta. 43 se calmó visiblemente cuando él bajó las esposas de nuevo para
dirigirse a ella, recuperando la compostura.
Sin embargo, no supo cómo reaccionar cuando, al abrirla, algo oscuro golpeó al capitán
directamente en la cabeza, dejándolo tirado en el suelo. Nada más caer, un chico se puso
de pie a su lado, giró el arma que había usado para golpearlo y le disparó directamente en
la cabeza.
El chico miró a su alrededor. Le daba la espalda. Cuando por fin la vio a ella, no supo
qué pensar de su reacción. Solo podía centrarse en la cicatriz enorme que tenía en la
cara. ¿Cómo se la habría hecho?
—¿Qué haces? —preguntó él con una sonrisa—. ¡Hemos venido a por ti!
No se atrevió a decir nada. Cuando él levantó una mano para acercarla a ella, se volvió a
echar hacia atrás, chocando de nuevo con la cama. Esta vez, el chico dejó de parecer
confuso para parecer preocupado.
—¿Qué te pasa? Tenemos que irnos de aquí, Alice. ¿Tienes idea de a cuantos guardias he
tenido que quitar de mi camino para poder llegar?
El chico la miró fijamente unos segundos, sin decir una sola palabra.
—¿Qué...?
—Mi nombre es 43 —dijo, esta vez más segura—. Estoy a su disposición para
cualquier tipo de información que necesite.
—¿43? —repitió, esta vez acercándose a ella y agarrándola por los hombros. Tenía
las manos enfundadas en guantes de cuero. Se sorprendió con el acercamiento
repentino.
—¿Qué te pasa? —repitió, mirándola de arriba a abajo—. ¿Por qué llevas eso puesto?
—Es mi ropa reglamentaria —replicó ella, confusa.
El chico volvió a mirarla por unos segundos que se le hicieron eternos. No supo cómo
interpretar su expresión. Parecía estar pensando a toda velocidad.
Finalmente, frunció el ceño, acercándose más a ella.
43 lo miró durante unos segundos, repasando en su base de datos, pero no había nada
relacionado con un chico de unos veinticinco años con una cicatriz en la cara. Aún así, le
resultaba familiar. Quizá era un amigo de su padre. Pero no sabía su nombre.
El chico apretó los labios durante un momento, para después agachar la cabeza. 43 no
supo muy bien qué hacer. No sabía en qué situación se encontraba exactamente, ni qué le
pasaba a ese chico. Ni siquiera sabía si estaba autorizada a tratar de animarlo.
El chico la soltó, dando un paso hacia atrás, pero al levantar la cabeza no la miró,
sino que clavó la mirada en cualquier otra parte.
—¿Qué?
—¿Qué significa?
Tenía la sensación de que alguna vez había pasado por una situación así, pero no sabía
dónde ni cuándo, porque normalmente no solía interesarse en los nombres de los demás.
Sin embargo, la pregunta había salido sin que pudiera evitarla.
—En... en la película favorita de mi madre... —empezó él, pasándose una mano por la
frente.
Se quedaron mirando el uno al otro durante unos segundos, Rhett pareció más confuso
que antes. Dudó unos segundos, antes de agarrarla del brazo bruscamente.
—Tenemos que irnos —dijo en voz baja—. Arreglaremos... lo que sea que te hayan
hecho. Pero aquí no.
Pero 43 no se movió.
—Lo siento, pero sin autorización directa de mi padre no puedo moverme de esta
sala.
—¡Vamos!
—No.
Él respiró hondo y se acercó a ella, agarrándola por ambas mejillas con las manos.
—Mírame —dijo en voz. baja—. Sabes quién soy. Y sabes quién eres. No sé qué te
han hecho, pero necesito que vuelvas ahora mismo. Porque no sé qué pasará si nos
ven aquí.
—No puedo marcharme, lo sien...
—¡Alice! —insistió—. ¡Tenemos que irnos! ¡No es una maldita petición, es una orden!
Ella frunció el ceño. Había algo en la forma en que lo decía que le resultaba familiar, pero
seguía sin poder desobedecer a su padre. Y mucho menos por irse con un chico armado.
—Vamos, Alice —esta vez sonó diferente. Menos serio. Más... ¿desesperado?—
. No me hagas esto. Sé que sabes quién soy. No puedes haberte olvidado.
—No. Esta no es tu casa —insistió—. Tu casa está conmigo. Con Jake. Con Trisha.
Y con Kilian, Tina, Max...
—No sé qui...
—Sí que sabes quienes somos. Acuérdate. Sé que te acuerdas. Alice, mírame...
Con el nombre del chico ya le había empezado a doler la cabeza, pero con el del tal Jake,
le daba la sensación de que iba a explotar. Cerró los ojos. Era insoportable. Y el chico
seguía insistiendo. Intentó empujarlo, pero la tenía agarrada por los hombros. No le
estaba haciendo daño, pero dudaba que fuera a soltarla. Y ella solo quería apartarse de él
y de la sensación tan extraña que le estaba dando.
—Me iré contigo —repitió Rhett—. Aunque tenga que arrastrarte fuera del
edificio.
Justo en ese momento, 43 vio por el rabillo del ojo que dos figuras entraban
precipitadamente en la sala. Se sintió todavía más mareada cuando vio que un niño
más joven que ella, con el pelo castaño rizado, se acercaba con una gran sonrisa, pero
se detenía de golpe al ver la cara de Rhett.
Rhett soltó a Alice y miró al hombre, que ella recordó como Max.
—¿Qué le han hecho? —preguntó, furioso.
—No estoy seguro, Rhett. Solo sé que le han borrado parte de la memoria — replicó
el hombre, calmado.
—¡A ella le han borrado la puta memoria y a ti no te han hecho nada! —gritó.
—¡No voy a calmarme! ¡Eras la única persona que podía haber impedido esto!
¡Y te has limitado a estar en una maldita celda mientras a ella le borraban la memoria!
—Creo que no eres el más indicado para hablar de esto —advirtió Max en voz baja.
—¿Por qué no? ¿Por tu hija? ¿Crees que la dejé morir? —preguntó Rhett,
acercándose a él, furioso.
—¿No es lo que crees tú que he hecho con Alice? Al menos, a ella no la han matado por
mi culpa.
—¿Vas a estar sacando el tema hasta que me muera? ¿Por qué no me dices de una vez
que murió bajo mi responsabilidad y te quitas el peso de encima?
—¿Con qué? ¿Con que murió? —Max hizo un gesto de decir algo, pero Rhett siguió
hablando—. Mira, he tenido mucha paciencia con eso durante estos años, pero se acabó.
Murió, sí. Pero no había nada que yo pudiera hacer. Ni siquiera la vi morir. Estaban
ocupados conmigo en la otra parte del campamento. Lo siento, ¿vale? No sé cuántas
veces tengo que disculparme para que entiendas que yo tampoco voy a poder olvidarme
nunca.
Max pareció estar a punto de decir algo, pero se contuvo. Rhett se separó de él, todavía
enfadado, pero con los nervios más controlados.
—Si le han borrado la memoria, no hay nada que podamos hacer —replicó Max—.
Al menos, por ahora.
—No lo haré.
—¿Por qué no puede venir Alice? —el niño la miró con expresión asustada, antes
de dirigirse a Max—. ¿Qué pasa?
Rhett y Max se miraron el uno al otro durante unos segundos. Max, finalmente, puso los
ojos en blanco.
Rhett se acercó a 43, que no reaccionó a tiempo para evitar que la agarrara de las rodillas
y la cargara bruscamente sobre su hombro. Se quedó mirando el suelo, cabeza abajo,
confusa. ¿Qué se suponía que tenía que hacer en una situación así?
Jake.
Jake.
Ese nombre...
—¿A quién le importa su nombre? —preguntó Max, deteniéndose por una puerta cerrada.
Sacó un manojo de llaves gigante y empezó a probarlas con el ceño fruncido—. Mierda.
No deberíamos perder tiempo en esto.
Pero 43 consiguió liberar una pierna, haciendo que ambos perdieran el equilibrio y
cayeran al suelo. Rhett soltó una palabrota y la agarró de la pierna cuando ella intentó
ponerse de pie y salir corriendo.
Pero era tarde. La llave había acertado en la cerradura. Al darle la vuelta, ésta cedió y, tal
y como esperaba, al otro lado de la puerta estaba un hombre de pie con tres guardias
secundándolo.
Su padre.
43 aguantó la respiración. ¿Por qué había intentado huir de su padre? ¿Por esa gente? ¡Si
ni siquiera la conocía! ¿Qué le pasaba?
—Un placer volver a veros —sonrió su padre—. A pesar de las circunstancias, claro.
—Deja que nos vayamos y nadie saldrá herido —replicó Max, con la mano en su pistola.
—¿Crees realmente que estás en condiciones de exigir nada? —su padre esbozó una
sonrisa ególatra—. Yo tengo tres guardias armados. Vosotros sois un niño, un viejo con
una pistola y un soldado ocupado sujetando a un androide.
Rhett había conseguido sujetar a 43 en el proceso. Pero tenía que retenerla con una sola
mano, porque con la otra sujetaba una pistola, mirando fijamente a los guardias que
rodeaban a su padre. Mientras, Jake se mantenía al margen, con
una mano temblorosa sujetando una pistola. 43 se quedó mirándolo con el ceño fruncido.
Le estaba volviendo a doler la cabeza.
—¿Ah, no? Pues veo que el chico está sujetando a mi androide y tiene intención de
llevárselo. Para mí, eso significa que sí quieres pelear.
Max le dedicó una mirada furibunda, señal de que se callara. Rhett no pareció ni notarlo.
—No me hagas reír —su padre suspiró—. Bueno, me he cansado de juegos. 43, ven aquí.
43 se soltó del agarre de Rhett inmediatamente. Rhett la miró con el ceño fruncido, pero
a ella no le importó. Empezó a caminar hacia su padre, que estaba empezando a esbozar
una sonrisa de satisfacción. Sin embargo, esta se borró cuando Alice notó una mano más
pequeña rodeando su muñeca y deteniéndola. Al instante, los tres guardias, Rhett y Max
sacaron las pistolas y se apuntaron los unos a los otros.
43 se dio la vuelta lentamente y se quedó mirando directamente a Jake, que tenía los
ojos llenos de lágrimas.
—Nosotros somos tu familia —siguió él—. No sé qué te han hecho, pero sé que, en el
fondo, te acuerdas de nosotros. Sigues siendo tú. Sabes quien soy.
Justo en ese momento, una chica con la cabeza rapada apareció detrás de ellos, armada,
pero se detuvo de golpe al verlos, con el ceño fruncido.
—Sabes quienes somos, solo tienes que acordarte, sé que puedes hacerlo, vamos, Alice...
—empezó a distorsionarse su voz a causa de las lágrimas—. Por favor, no me dejes solo.
Sabes quien soy. Y quien eres. Y... sabes que ellos no son nadie. Nosotros somos tu
familia, no ellos.
—Ya te lo he dicho, chico. No vale la pena molestarse, no puedes evitarlo —su padre
sonó como si estuviera sonriendo—. ¿Habéis oído hablar del bloqueo de recuerdos?
Supongo que no.
—¿Qué es eso? —preguntó Max, que sonó como el más sereno de la situación.
—Joder, suena como mi profesor de historia —dijo la chica que, al parecer, se llamaba
Trisha.
—Bueno, ya hemos extendido demasiado esta charla —escuchó que decía su padre, y lo
miró por encima del hombro de Rhett, donde estaba de pie con sus guardias—. Os daré
la opción de terminar esto pacíficamente. Si dejáis al androide sin poner resistencia,
nadie os hará absolutamente nada. Podréis iros. Y todos nos olvidaremos de que esto ha
pasado.
—Esconde esa pistola o te mataré antes de que puedas abrir la boca —replicó su padre
frívolamente.
—¿Qué? —preguntó ella, a la defensiva—. Dudo que ninguno de nosotros quiera dejar a
Alice con este loco. No creo que le importe que me haya burlado de él cuando, dentro de
cinco minutos, esté muerto.
Hubo un momento de silencio absoluto en el que nadie pareció moverse. 43 vio que su
padre entrecerraba los ojos y Max sacaba la pistola del cinturón. Jake era el único que
parecía más fuera de lugar que ella, ya que simplemente miraba la escena con el labio
inferior tembloroso.
Y, entonces, su padre hizo el primer movimiento. 43 notó que su corazón se paraba
cuando vio que, lejos de apuntar a Max, apuntaba directamente a la cabeza de Rhett,
que seguía justo delante de ella.
En apenas unos segundos, pasaron muchas cosas. 43 vio que todo el mundo levantaba sus
armas automáticamente, y, como en cámara lenta, vio que Rhett se giraba hacia su padre,
que acababa de quitar el seguro .
43 ni siquiera tuvo tiempo para pensarlo. Notó el golpe duro en su pecho cuando se lanzó
sobre el chico de delante de ella y los dos cayeron al suelo. Al instante en que los dos
tocaron el suelo, cerró los ojos con fuerza y empezó a escuchar disparos volando por
encima de ella.
La confusión era ya grande, porque no sabía por qué había salvado a ese chico. Nadie le
había dado instrucciones para hacerlo, y mucho menos de contradecir las órdenes de su
padre. Tenía las manos agarradas con fuerza a la camiseta de Rhett, tanto que dolía, y le
daba miedo soltarse y abrir los ojos, porque era consciente de que ya no sonaban tantas
armas como antes.
Pero, finalmente, los disparos pararon y se vio obligada a abrir los ojos.
Lo primero que vio fue que Rhett estaba mirando fijamente algo que pasaba a sus
espaldas. Se giró lentamente y vio que los guardias de su padre estaban en el suelo —
quiso pensar que dormidos, la posibilidad de una persona muerta delante de ella se le
hacía imposible de imaginar—, salvo uno que estaba respirando con dificultad, con una
mano en una herida sangrante en su pecho. Su padre, en cambio, estaba de pie con las
manos levantadas, mirando al frente.
Detrás de Alice, la chica rapada, Trisha, estaba tirada en el suelo y 43 tuvo la tentación de
salir corriendo hacia ella cuando vio que no se movía y tenía manchas de sangre en la
ropa.
Sin embargo, notó que su corazón volvió a latir cuando la chica parpadeó y gruñó
algo. Max estaba arrodillado junto a ella, y se había quitado la chaqueta para atársela a
la chica en el brazo, de donde no dejaba de brotar la sangre.
Y, finalmente, Jake estaba de pie justo donde lo había estado antes, solo que esta vez
tenía una pistola en la mano y estaba apuntando directamente al padre John.
—Baja eso antes de que hagas una tontería —dijo su padre en voz baja.
—Di cómo solucionamos lo de Alice y no te haré nada —su voz sonó segura, pero
sus manos temblorosas desvelaban sus nervios.
El padre John hizo un ademán de dar un paso al frente, y al instante Jake levantó
más el arma, apuntándolo a la cabeza.
—¡No te muevas!
—No vas a disparar —el padre John dio un paso de todas formas—. No lo harás.
No eres un asesino.
—He dicho que... que no te muevas —repitió Jake, sudando de puros nervios.
—Vamos, chico, baja el arma —insistió su padre, acercándose un poco más con las
manos todavía levantadas.
El padre John estaba en el suelo, retorciéndose y sujetándose la herida con las manos.
Jake se acercó a él y le apuntó justo en la cabeza, esta vez desde una distancia desde la
que era imposible fallar el tiro. John debió verlo también, porque soltó una maldición.
Mientras esto pasaba, Rhett había apartado a 43 lentamente y se había puesto de pie. En
esos momentos, llegó junto a Jake y le quitó la pistola de las manos. Jake pareció sentir
un alivio inmenso cuando Rhett ocupó su lugar.
El padre John no respondió, y Rhett suspiró, pegando el cañón del arma en su frente.
—Estamos llegando, hemos oído los disparos —dijo una voz femenina.
Apenas unos segundos más tarde, la dueña de la voz junto con otras diez personas
llegaron y se dirigieron directamente a Trisha, que estaba pálida en el suelo, pero parecía
satisfecha de ver a John en las mismas condiciones que ella.
Rhett se acercó a 43 y la puso de pie por la muñeca. Dos chicos se habían acercado
a ellos junto a Max.
—Ya lo has oído. Último piso. Puerta de madera —le dijo Max.
43 dejó que la guiaran. Seguía sin saber muy bien qué estaba pasando, así que siguió a
Rhett sin protestar. Detrás de ellos, estaban Max, dos chicos que no conocía pero que
llevaban cajas de hierro con herramientas, y Jake, que corría para seguir su ritmo.
Subieron las escaleras hasta el tercer piso, y 43 contuvo la respiración cuando Rhett la
detuvo bruscamente y se deshizo solo de dos guardias.
Así que entraron los cinco restantes y 43 se quedó de pie, incómoda, viendo como los
otros cuatro se ponían a buscar como locos en la habitación, que era más bien un
despacho con un sofá, dos sillones, una alfombra y una mesita de café a un lado, y un
enorme ventanal que daba a la ciudad y un escritorio en el otro. Por no hablar de las
numerosas estanterías perfectamente limpias.
—¿Es esto?
Rhett bajó de un salto y le dio la caja. El chico la abrió sin mucha dificultad y sacó el
pequeño chip negro de su interior. Lo sostuvo en el aire unos segundos, y después
apretó los labios.
—No te muevas —le dijo Jake, a su lado, tan asustado como ella.
—Tenemos que ponerle esto en el sistema cerebral —dijo Davy, acercándose con su
compañero.
—Que voy a tener que meterle esto en la sien —Davy suspiró—. Esto no es un
contenedor de recuerdos, es la capacidad de control. Cuando un androide lo tiene puesto,
hace que no puedas controlarlo, que tenga libre albedrío. Supongo que se lo quitaron por
eso. Así controlan sus recuerdos. Nunca se los han quitado, solo le han bloqueado esa
parte del cerebro.
—Eso depende de ella. Yo no podré controlarlo. Ni siquiera sé cómo han podido bloquear
recuerdos. Es... muy complicado.
—¿Y qué tenemos que hacer? —preguntó Rhett, tan impaciente como antes.
—Pues... ahí es donde se complica la cosa —Davy suspiró—. No tengo anestesia para
androides. Bueno, no tengo anestesia, en general. Y no puedo hacer esto con ella
consciente.
—No podemos sacarla de aquí en estas condiciones —insistió Davy—. Está programada
para que su sistema se apague si se aleja del foco de energía, que es este sitio. Tenemos
que ponerle esto para que pueda irse.
—No, no puedo.
—Entonces, no lo haré.
—Es eso o que se quede así —dijo Davy bruscamente—. Y no sé cuánto tiempo podré
mantener su sistema en estas condiciones. Será cuestión de tiempo que
se apague. Así, al menos, tendremos una oportunidad.
Rhett miró a 43, que seguía tumbada en silencio, sin saber de qué hablaban exactamente.
Ni siquiera había entendido para qué era ese chip. Pero estaba empezando a dolerle la
cabeza de nuevo.
—Yo no puedo hacerlo —dijo Davy con algo de metal en la mano—. Tengo que
aplicarle esto al instante. Mi compañero tiene que pasarme las herramientas, y Jake...
—No —Rhett cerró los ojos un momento—. No... lo... lo haré yo.
—Podría haberla avisado —dijo Rhett, señalando el aparato con el que se había
comunicado antes con ella.
Davy no decía nada, pero estaba al margen, preparado para intervenir en cuanto lo hiciera.
Y, entonces, notó algo en su cara. Concretamente en sus labios. Abrió los ojos y vio que
Rhett tenía la cara justo encima de la suya. Acababa de besarla. El dolor de cabeza
aumentó de golpe, como si millones de recuerdos quisieran abrirse paso en su mente a la
vez.
—Lo digo en serio, Alice —él cerró los ojos—. No me dejes solo. Ella
Literalmente.
Abrió los ojos lentamente y lo primero que vio fue que sus manos no estaban sobre un
suelo artificial, sino sobre hierba. Movió los dedos y sintió la humedad entre ellos, al
mismo tiempo en que apoyaba las palmas para incorporarse e intentar ver dónde estaba.
En el momento en que lo hizo, supo que había estado ahí. No sabía cuando, pero ese
lugar era familiar.
Era un prado. Bueno, más bien el final de uno. Estaba en una colina, y podía oír agua
corriendo, lo que indicaba que no estaba muy lejos de un riachuelo.
Delante de ella, a unos metros, había un enorme árbol con unos cuantos arbustos
rodeándolo. Frunció el ceño. ¿Por qué ese sitio resultaba tan familiar?
Se puso de pie lentamente, y mientras lo hacía se dio cuenta de que no iba vestida como
de costumbre. Llevaba un vestido blanco, liso, ancho, e iba descalza. Y tenía el pelo
suelto. Se pasó la mano por él y se sorprendió al no notar ni un solo enredo, sino,
simplemente, pelo liso y suave. Por no hablar de su piel. Estaba impoluta. No tenía una
sola cicatriz, mancha o herida. Era como si jamás hubiera tenido alguna.
Por algún motivo, supo que tenía que avanzar, así que lo hizo, frunciendo aún más el ceño
cuando vio una silueta sentada junto al árbol. Desde lejos era difícil ver quién era, pero a
medida que fue acercándose, prefirió no haberlo hecho.
Era ella. Tenía el mismo vestido, el mismo tono de piel, las mismas manos, las mismas
piernas, los mismos brazos, el mismo cuello... y la misma cara.
Alice se quedó quieta cuando estuvo a unos metros. La chica levantó la cabeza y la
miró. Tenía los ojos castaños y el pelo rubio, pero por lo demás, era ella.
Alice contuvo la respiración cuando se miraron la una a la otra. Ella estaba
segura de que estaba asustada, pero la chica que estaba delante de ella
simplemente sonreía, como si no pasara nada.
La chica, sin perder la sonrisa, se puso de pie lentamente y se alisó el vestido con las
palmas de las manos, dejando algunas briznas de hierba en la tela blanca. Alice
seguía tan confundida que no le importaron.
Alice dio un paso hacia atrás, asustada. Incluso sus voces eran iguales.
—No tengas miedo —dijo la chica, ladeando la cabeza—. No tienes por qué
tenerlo.
La chica sonrió de nuevo, pero esta vez de una manera muy distinta. La sonrisa había
dejado de ser benévola. Ahora era triste.
—¿No sabes quién soy? —preguntó—. Yo creo que sí. Llevamos conviviendo juntas
un tiempo.
Se miraron la una a la otra en silencio durante un rato. Alice ladeó la cabeza, pero dejó
de hacerlo cuando vio que la otra chica hacía lo mismo — inconscientemente—. Incluso
en esos gestos eran iguales.
—Imagino que tendrás tantas preguntas que no sabrás ni por donde empezar. Sí, lo
sabía.
—¿Eres real?
—A mí me importa —Alice miró a su alrededor—. ¿Dónde estoy? ¿Por qué... por qué me
duele la cabeza? ¿Por qué estoy contigo?
—No recuerdas nada de lo que ha pasado estas semanas, ¿no? —preguntó Alicia.
Alice estuvo a punto de echarse hacia atrás cuando la chica se acercó a ella, pero por
algún motivo se quedó quieta y dejó que le pusiera una mano en la frente. Al instante, los
recuerdos de lo que había pasado ese tiempo le vinieron a la mente. Notó que su corazón
se aceleraba.
—Ya habrá tiempo para eso —le dijo Alicia, poniéndole las manos en los hombros—. Has
estado incomunicable mucho tiempo.
—¿Cómo...?
—Solo conservo recuerdos hasta que te disparó en la cabeza. Después, está todo blanco.
—Sé que volviste a estar consciente después de eso, pero alguien te borró la memoria
—Alicia suspiró—. No puedo acceder a ella. Ni siquiera sé que estás haciendo aquí.
—Aquí es donde he vivido los últimos cinco años —sonrió ella—. Donde me he
refugiado, más bien.
Alice se quedó mirándola mientras ella terminaba de quitarse las briznas de hierba
del vestido.
—¿Sentarme? ¡No! —Alice frunció el ceño—. No... no sé qué es esto, ni siquiera sé dónde
estamos. Pero quiero irme. Ahora.
—Pues vete —Alicia echó a andar hacia el bosque, suspirando—. Después de todo,
has entrado aquí solita.
Alice se quedó mirándola desaparecer entre los árboles y dudó un momento antes de
seguirla a paso rápido. Ni siquiera sabía dónde estaba exactamente. No quería
quedarse sola.
Sin embargo, nada más meterse en el bosque se dio cuenta de que la había perdido.
Además, le daba la sensación de que ese bosque era mucho más frondoso que cualquier
otro en el que hubiera estado. Y... parecía que se estrechaba a medida que se metía más
en él. Frunció el ceño cuando su hombro chocó con un tronco que, supuestamente,
estaba un poco más lejos. Esto sucedió de nuevo. Y de nuevo. Y no tardó en darse cuenta
de que los troncos se iban apretando contra ella. Notó que la corteza le arañaba los
brazos y las piernas, y tenía las plantas de los pies doloridas por el suelo que estaba
pisando sin zapatos. Cerró los ojos un momento cuando una rama le dio en la cara, y
cuando volvió a abrirlos se dio cuenta de que era de noche, y que estaba apretada entre
tres árboles. Desesperada, metió un brazo entre dos árboles e intentó salir de ahí como
pudo, pero no sabía ni por dónde había entrado.
Era la voz de Alicia, solo que le daba la sensación de que estaba en su cabeza.
—Tengo que salir —gritó Alice, notando que los troncos se apretaban contra ella,
impidiéndole respirar—. Me... me ahogo. Necesito...
Alice clavó las uñas en la corteza del árbol e hizo un último intento de salir de ahí,
pero no podía. Estaba atrapada. No podía respirar. No podía moverse. No podía
hacer nada. Solo pensar en que iba a morir. Necesitaba aire. No notaba su propio
cuerpo.
—Respira, Alice.
Ella deseó hacerlo. Pero no podía. Se le clavaba la corteza del árbol en la piel.
Atravesaba el vestido y la carne. Le daba la sensación de que estaba muriendo.
Alice desistió y se rindió, relajando los músculos y mirando el cielo. A través de las
hojas, que en esos momentos parecían negras, se veía el cielo de un tono azul oscuro.
Intentó centrarse en eso. Pero la visión de las hojas moviéndose y apretándose entre
ellos solo le recordaba su situación. Así que cerró los ojos y soltó todo el aire de sus
pulmones.
Le dio la sensación de que estaba flotando. La presión había desaparecido. Ahora estaba
siendo acariciada. Brazos, cuello, piernas... algo suave e incorpóreo. Notaba su pelo
flotando a su alrededor, al igual que su vestido. No necesitó abrir los ojos. Estaba bajo
el agua. Lo sabía. Pero no se movió.
Simplemente permaneció flotando.
—Eso es —le dijo la voz de Alicia—. Tu cabeza es el único lugar donde nadie puede
contradecirte... a parte de ti misma.
—Tienes que salir de ésta —siguió la voz—. Confío en ti. Tú confías en ti misma. No
puedes dejarles morir.
¿A quiénes iba a dejar morir? Alice sacudió la cabeza sin abrir los ojos.
—A tus amigos —le respondió Alicia, como si lo hubiera preguntado en voz alta—. Eres
la única que puede salvarlos. Y salvarte a ti. De ellos.
¿De qué tenía que salvarlos?
—Despierta, Alice.
Alice apretó los labios cuando sintió un rayo de luz en la cara. Le entraron ganas de abrir
los ojos, pero algo en ella seguía resistiéndose.
—No puedes morir así —repitió la voz—. Todavía te queda mucho por hacer.
¿Morir?
No quería morir.
Abrió los ojos lentamente y se sorprendió a sí misma cuando vio con suma claridad bajo
el agua. Estaba flotando a unos metros de la superficie. Bajo ella no había nada, solo
negrura, y en la superficie solo se distinguía un borroso rayo
de luz que le daba justo en la cara. Alice frunció el ceño a la luz. Empezaba a tener
control sobre su cuerpo. Empezó moviendo un dedo de la mano, y siguió moviendo la
pierna, y después la cabeza, y antes de darse cuenta, era completamente capaz de mover
su cuerpo entero.
Alice movió los brazos y las piernas, nadando hacia la superficie, y se dio cuenta de que
le faltaba el aire. Apretó los labios y nadó aún más deprisa, aunque le parecía que la
superficie estaba cada vez más lejos. Aún así, lo que había al otro lado empezaba a
hacerse claro. Parecía una sala vacía, iluminada con un ventanal. Pero era tan borroso.
Los músculos le pesaban, estaba mareada por la falta de aire, pero siguió nadando hasta
que sus pulmones ardieron.
Y, entonces, sacó una mano del agua, y después otra, y finalmente su cabeza surgió en
la orilla.
***
Abrió los ojos, sobresaltada, y se incorporó tan rápido que no fue capaz de procesar
donde estaba. Su corazón iba a toda velocidad. Respiraba con dificultada. No sabía ni
qué estaba viendo. Caminó torpemente hacia atrás y su espalda chocó con la pared.
Fue entonces cuando fue capaz de empezar a darse cuenta de que eso ya no era un
sueño. Miró a su alrededor. Estaba en un lugar que conocía. Había estado ahí antes.
Pero estaba tan confusa que su mente estaba en blanco.
Apretó los puños y frunció el ceño, bajando la mirada.
Ya no iba vestida con la ropa blanca de la ciudad de su padre, sino con su ropa habitual.
De hecho, incluso llevaba unos guantes de cuero. Se quedó mirando por la ventana con
la boca abierta cuando vio que, fuera, estaba cayendo del cielo algo que parecía polvo
blanco.
¿Era nieve? ¿Estaba nevando?
Iba abrigada. La última vez que se había vestido había sabido que nevaría. Pero no
recordaba nada.
Notó un sabor extraño y se pasó la lengua por el labio. Estaba sangrando. Se llevó una
mano a la cara y gruñó de dolor al tocarse el pómulo. De hecho, también le dolía la
espalda y la pierna derecha, como... como si alguien la hubiera pateado.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que no estaba sola en la habitación. Y también
cuando se dio cuenta de que estaba en la sala de actos de Ciudad Central.
Delante de ella, tirados en el suelo como ella había estado unos segundos antes, estaban
Trisha y Rhett, separados por unos metros. Ambos parecían magullados, como ella. Alice
avanzó torpemente hacia ellos y se detuvo de golpe al ver a Trisha. O más bien lo que le
faltaba. Porque de una de las mangas de su abrigo no asomaba un brazo. Y recordó
entonces que le habían disparado en ese brazo, pero no recordaba haber visto que lo
perdiera.
Alice se agachó junto a Rhett, que tenía los ojos cerrados, y le agarró la cara con una
mano, revisándolo. Cuando vio que no tenía ninguna herida grave, intentó despertarlo
sin que surtiera efecto. Lo sacudió por los hombros, pero seguía sin obtener respuesta.
Asustada, apoyó la oreja contra su corazón. No oía nada.
—¿Alice?
Dio un salto del susto cuando vio que Trisha se había incorporado mirando a su alrededor.
—¿Qué está pasando? —preguntó Trisha, confusa—. ¿Qué...? ¿Qué hacemos aquí? ¿Y
que...? ¿Está nevando?
—Rhett no se despierta —dijo ella, ignorando todas sus preguntas y notando su propia
desesperación en la voz.
Trisha frunció el ceño y se puso de pie torpemente, acercándose. Eso también era
extraño. Nada en Trisha era nunca torpe.
—No está muerto —dijo Trisha, poniendo un dedo en su cuello—. Tiene pulso. Pero poco.
—No lo sé —Alice no sabía nada, en realidad, pero quería irse de ahí costara lo que
costara—. Pero tenemos que irnos.
Trisha no lo discutió.
Alice agarró los hombros de Rhett y tiró de ellos, arrastrándolo por la sala hacia la
salida. Trisha apenas podía sostenerse sola en pie, así que no la ayudó más que abriendo
la puerta. Alice ya sudaba cuando llegaron a esta, por no hablar lo que le dolía la
espalda.
—¿Qué hacemos aquí? —repitió Trisha, mirando Ciudad Central empezando a cubrirse de
nieve lentamente.
—No recuerdo nada —jadeó Alice, mientras seguía arrastrando a Rhett como podía.
Alice se quedó de piedra. De pronto, supo perfectamente a qué olía. Trisha se detuvo junto
a ella, confusa.
—¿Recuerdas qué era lo que le hacían a las ciudades que se revelaban contra la ciudad
principal?
Se quedaron mirando la una a la otra sin parpadear durante unos segundos que parecieron
eternos.
Alice agarró de nuevo a Rhett por los hombros y no supo muy bien si fue por la
desesperación o la adrenalina, pero de pronto sintió que tenía mucha más fuerza. Trisha
corría cojeando hacia la salida, y empezó a empujar con fuerza la puerta principal, pero
no cedía. Cuando Alice llegó a su altura, Trisha estaba sudando por el esfuerzo de
intentarlo.
Nunca la había visto asustada antes. Eso solo hizo que Alice fuera más
consciente de la situación que estaban viviendo.
—No puedes romper una cadera con una piedra —murmuró Trisha—. Es
imposible.
Alice echó a correr antes de darse cuenta de que no tenía donde ir. Pero siguió corriendo.
Y, sin saber cómo, se encontró a sí misma deambulando desesperada por el campo.
Cuando llegó a la altura de la caseta de entrenamiento, abrió la puerta casi de una patada
y se metió corriendo en la caseta, específicamente en la sala de munición.
Se quedó mirando la sala vacía durante un segundo en que el que se permitió no hacer
nada.
Pero al siguiente estaba corriendo de nuevo. Alguien tenía que tener un arma. La que
fuera. Pensó en Rhett, pero nunca había tenido un arma escondida en su habitación.
Pensó en Deane, incluso, pero ella tampoco parecía...
Subió las escaleras de la casa de entrenadores tan rápido que estuvo a punto de caerse
unas cuantas veces, pero al final consiguió llegar al despacho de Max con una velocidad
impresionante. Abrió un cajón de su escritorio y tiró su contenido al suelo, desesperada,
mientras buscaba algo, lo que fuera, pero tampoco había nada. Y eso que ella habría
jurado, unos segundos antes, que había encontrado la solución a sus problemas.
Desesperada, quitó todos los libros de las estanterías, tocó encima y debajo de estas, pero
no había nada.
Nada.
Respiró hondo y se llevó las manos a la cabeza. El olor a dinamita no hacía más que
desesperarla aún más. Tenía que hacer algo. O morirían los tres.
No podía morir ahora. Sabía que había alguna forma. Tenía que haberla.
Revisó de nuevo el contenido del cajón con las manos temblorosas, solo para
encontrarse con el mismo resultado que antes.
Sin embargo, esta vez, cuando intentó cerrar el cajón de nuevo, notó que chocaba con
algo. Se quedó mirándolo un momento, y lo sacó completamente, casi llorando de la
alegría cuando vio que había un revólver que le resultaba familiar pegado con cinta
americana debajo.
Era la primera arma que había sujetado jamás. El revólver que le había dado su padre.
Nunca habría creído que lo volvería a ver. Pero Jake le había dicho una vez que
probablemente se lo habría quedado Max hasta que ella fuera capaz de usarlo. Que razón
había tenido.
Miró el cargador mientras volvía a bajar las escaleras a toda velocidad. Solo tenía
tres balas. Era más que suficiente.
Cuando llegó con los demás, Trisha seguía intentando despertar a Rhett, que seguía
inconsciente. Alice se dirigió directamente al muro y, impulsándose como —aunque le
costara admitirlo— le había enseñado Deane en los duros circuitos y entrenamientos,
consiguió agarrarse al borde del muro. Soltó un gruñido de esfuerzo al conseguir
impulsarse hacia arriba y quedarse sentada en el muro. Le dolía el cuerpo entero, pero
más le dolieron las piernas cuando aterrizó de un salto al otro lado. Pero lo ignoró. Llegó
a la puerta y, efectivamente, vio que había un candado enorme que no les había
permitido abrirla.
Sin pensarlo un segundo, quitó el seguro y disparó al candado desde una distancia
prudente, dando de lleno y haciendo que saltara por los aires. Al instante, Trisha empujó
la puerta, arrastrando a Rhett como pudo. Alice se guardó el revólver en la cintura del
pantalón y volvió a agarrar a Rhett por los hombros.
No había terminado de decirlo, cuando oyó una explosión tan ensordecedora que la
tierra vibró bajo sus pies.
Alice se encontró a sí misma tirada en el suelo junto a Rhett, al igual que Trisha. Se giró
al momento exacto para ver que había explotado el hospital. De su zona salía una espesa
capa del humo más negro que había visto en su vida. Supo que no sería la única, pero no
podía moverse. Le pitaban los oídos. Se los tapó con las manos al tiempo en que se
agachaba y escondía la cara contra el cuello de Rhett.
La explosión sonó menos que la anterior, o eso le pareció, pero la fuerza hizo que las
dos se tambalearan. Alice vio de reojo que los árboles se movían como si les hubiera
golpeado un viento repentino.
Hubo una última explosión, la más ensordecedora. Las dos se quedaron muy quietas,
sin atreverse a mover un solo músculo.
Y, entonces, calma.
Trisha se tomó un momento para responder, aún más aterrada que antes, mientras las dos
miraban el desastre.
Alice no pudo apartar los ojos de la escena que todavía ocurría delante de ella.
Donde había habido una ciudad preciosa, ahora solo había edificios derruidos, negros por
las espesas capas de humo que surgían de sus restos y que iban directas al cielo, donde
estaban creando una enorme nube negra que tapó los ya débiles rayos de sol y que hizo
que la nieve se mezclara con cenizas que iban cayendo lentamente sobre ellos, como si
les recordaran que lo que estaban viendo no era una pesadilla, sino la realidad. La
realidad de que habían perdido su hogar.
Porque su ciudad ya no era su ciudad, ahora era una destruída más, una de las muchas
ciudades de humo que habían dejado a sus espaldas.
Alice cerró los ojos llenos de lágrimas y notó los copos de nieve en sus mejillas,
fundiéndose por la piel caliente.
En realidad, no tenía balas. Solo era para asustar. Esperaba no verse en un apuro hasta
que encontrara algo para defenderse.
Alice entró en el salón y empezó a abrir los cajones, buscando cualquier cosa que le fuera
a ser útil. No tardó en darse cuenta de que ya habían pasado por esa casa, porque la gran
mayoría de ellos estaban vacíos o llenos de papeles chamuscados que, aunque quisiera,
no hubiera podido leer porque estaban en un idioma que no conocía. Dejó los papeles a
un lado y se fue a la cocina, donde solo encontró cubiertos oxidados y platos rotos en el
suelo.
Menudo fracaso.
La mayoría de las casas de ese vecindario eran parecidas: un salón y una cocina en el
piso inferior y dos habitaciones con un cuarto de baño en el superior. Alice ya se las
sabía de memoria. No le extrañó no encontrar nada interesante en esa casa. Ni en la
siguiente. Ni en la otra.
De hecho, no encontró nada hasta que llegó a la última casa que podía registrar antes de
que anocheciera. Volvió a ver solo papeles y alguna que otra lata de comida que podía
serles útil en caso de emergencia. Subió las escaleras y abrió la puerta de la habitación
principal. Por un momento, se quedó helada pensando que había algo, pero fue peor
cuando vio lo que era.
Había habido alguien tumbado en esa cama en algún momento, pero ahora solo quedaban
huesos y ropa. Alice se quedó mirando el esqueleto. Debía hacer, al
menos, diez años que estaba ahí. Ni siquiera asustaba. Pero sintió una especie de
escalofrío al pensar en cómo habría muerto.
No tardó en adivinarlo. Tenía una pistola en la mano. En la otra, tenía algo cuadrado.
Avanzó con cuidado y se lo quitó de la mano, dándole la vuelta. Era un marco de una
foto en la que había un hombre de unos treinta y pocos años de edad que encajaba con
las medidas del que tenía delante. Sin embargo, tenía en brazos a una niña de no más de
diez años que sonreía a la cámara con alegría.
No. Dejó el marco donde lo había encontrado. No tenía que pensar en eso. Ya no
serviría de nada. Siguió registrando las habitaciones intentando olvidarlo, y solo
encontró una habitación de niña con juguetes viejos. Bajó las escaleras de nuevo.
Sin embargo, cuando salía de la casa se dio cuenta de que había un mueble que no había
revisado. Estaba cubierto con una sábana oscura, lleno de polvo.
Cuando Alice se acercó y tiró de la sábana, éste voló creando una pequeña nube
que espantó de unos cuantos manotazos, tosiendo.
Frunció el ceño, intrigada, y pasó una mano por la madera pulida. Nunca había visto un
mueble así. Era gigante, y tenía una forma extraña. Le extrañó aún más ver que tenía un
pequeño banco delante. Pasó la mano por la superficie y encontró una parte que podía
levantarse, así que lo hizo lentamente, descubriendo una especie de teclas blancas y
negras. Tocó una y casi golpeó al mueble cuando emitió un sonido leve pero claro.
—¿Qué...?
Lo peor de la casa en la que se alojaban era que, para llegar, tenía que atravesar una
pequeña parte del bosque. No le gustaba, y menos cuando anochecía y la única arma que
tenía era un revólver sin cargar. No estaba mal para meter miedo y sentirse un poco más
segura, pero a la hora de un combate
—todavía no lo había tenido que probar, pero prefería que la cosa siguiera así— no le
parecía demasiado útil.
Tuvo la suerte de que, al cruzar el río, logró atrapar un pescado lo suficientemente grande
como para que esa noche no pasaran hambre. Se lo colgó del cinturón y llegó por fin a la
casa. Estaba helada hasta los huesos. La nieve hacía más complicado caminar, y cada vez
que respiraba le salía un halo de humo blanco por la boca, cosa que le parecía curiosa y
divertida.
Finalmente, se metió como pudo entre dos troncos de árboles que dejaban un paso
estrecho —apenas podía pasar ella—, bajó una pequeña pendiente, giró en el árbol
con una pequeña marca, y por fin llegó.
La habían encontrado unos días después de tener que huir de su antigua ciudad. Eso ya
había sido hacía dos semanas. Y parecía que había pasado solo un día. Aún así, el humo
de la ciudad seguía estando presente, atormentándolos. Cada vez que se giraba, podía
volver a ver la explosión.
Alice se detuvo junto a la puerta y llamó tres veces con los nudillos, dejando un segundo
de margen para el último. Al instante, apareció la cara de Trisha, recelosa hasta que la vio.
—Tenía la esperanza de que fuera alguien más interesante. Como Elvis Presley, así nos
cantaría algo —replicó Trisha, cerrando la puerta cuando Alice entró—. Y que trajera
comida.
Alice puso los ojos en blanco mientras se quitaba los guantes, el abrigo y la bufanda.
Además del gorrito rosa que había encontrado en una de las casas. Era agradable un
poco de calor de fuego después de haber estado todo el día en la nieve.
—Amargado, como esta mañana. Y como ayer. Y como el otro día. Oye, de verdad, me
está quitando las ganas de vivir. Y tampoco es que tenga muchas como para prescindir de
ellas.
—Pues ve a verlo tú —Trisha señaló el pasillo—. Tú tienes sexo con él, tú lo cuidas.
Trisha había estado de peor humor que nunca desde que habían salido de la ciudad. Alice
podía entenderlo, ella tampoco recordaba nada de lo que había pasado. Ni siquiera estaba
segura de qué le había pasado al antebrazo de Trisha. Y encima era el derecho, el que
solía usar para las armas. No quería ni imaginarse lo que debía ser eso.
Mientras Trisha intentaba recuperarse, no podía ayudarla, así que se quedaba cuidando de
Rhett, plan que parecía gustar tan poco al uno como al otro.
Rhett, por otra parte, había despertado unas horas después, mientras ellas buscaban un
lugar en el que acampar. No tardaron en descubrir que la causa de su inconsciencia había
sido que lo habían drogado de alguna forma, pero eso no era lo más grave; apenas podía
caminar. Tenía una herida de bala en la pierna y, hasta que no se le curara —y parecía
que iba a tardar un tiempo—, no podría
caminar sin cojear. Y, por supuesto, no podría acompañar a Alice en el bosque, cosa que
lo cabreaba profundamente.
Alice abrió la puerta de la habitación principal, que era igualmente pequeña, y notó la
calidez de la otra chimenea. Trisha probablemente querría dormir en el salón esa noche.
Siempre decía que el sofá era más cómodo que su cama. Alice prefería su cama antes que
cualquier otra cosa.
Rhett estaba sentado en la alfombra y estaba rebuscando en una caja. Al oírla entrar
levantó la cabeza con el ceño fruncido.
—¿Qué has estado haciendo hasta tan tarde? —preguntó él, dejando la caja a un lado
—. Normalmente llegas antes de que anochezca.
—Déjame verlo.
—No.
Se lo quedó mirando, haciendo que él sonriera y se pusiera de pie, bajándose un poco los
pantalones.
Alice había encontrado un botiquín en una de las casas, pero no tenía nada que pudiera
ayudar a Rhett de verdad, así que tenían que conformarse con alcohol y con vendas
viejas.
Llevaba una venda rodeando el muslo justo por encima de la rodilla. Alice lo miró
detenidamente, asegurándose de que no se había hinchado ni sangraba.
Todavía recordaba cuando tuvo que quitarle la bala y coserlo mientras Trisha le sujetaba
los hombros. Solo de pensarlo le daban escalofríos.
—¿Todo bien ahí abajo? —preguntó Rhett de brazos cruzados—. Porque me estoy
congelando el culo.
—Debería cambiártela.
—No necesitas hacerlo cada día, Alice —puso los ojos en blanco.
—Gracias por darme esa imagen —dijo Trisha con mala cara—. Seguro que se me
quedará grabada en la mente durante lo que me queda de vida.
—¿Eh? —Trisha frunció el ceño—. Ah, sí. Hay un tipo en la puerta. Parece un asesino
en serie.
Alice la apartó y se guardó el revólver en la mano que ocultaría tras la puerta. Vio que
Rhett intentaba acercarse con ella cojeando, pero Trisha lo metió otra vez en la
habitación de un tirón de camiseta.
Alice respiró hondo y puso una mano en el pomo. Lo giró lentamente y el aire frío le
caló los huesos al instante. Trisha se mantuvo junto a la puerta de la habitación, pero
también parecía algo tensa.
Cuando abrió la puerta lo justo para que pudiera asomarse, vio a un hombre de unos treinta
años, vestido con un mono militar y con una pistola enfundada en el cinturón. Tenía
expresión hosca, pero al mirarla sonrió.
Tenía otros cinco hombres detrás. Todos vestidos iguales, solo que el que hablaba con ella
llevaba una gorra negra, o eso parecía. Eso le dio aún menos confianza a Alice.
Alice miró de reojo a Trisha, que parecía algo reacia a fiarse de él. Pero no quería
arriesgarse a llevarse mal con seis desconocidos armados. Extendió la mano libre y
apretó la suya. Tenía un agarre firme y seguro. Pero seguía sin confiar en él.
—Verás, mis hombres y yo nos estamos congelando aquí fuera. Por si no te has dado
cuenta, está nevando —dijo—. Si no te importara...
—Sí me importa —ella clavó la pistola en la puerta—. Podéis decirnos lo que
queráis o marcharos. Elegid.
—Verás, somos una patrulla de vigilancia —empezó—. Nos dedicamos a vigilar los
alrededores de nuestra ciudad. Anoche vimos una luz en esta casa y no pudimos evitar
venir a ver quién había dentro.
—No hemos venido a echar a nadie —le dijo el sargento enseguida—. Al contrario... solo
queríamos ver quién había, y si tenéis algún lugar al que ir.
—¿Por qué?
El hombre asintió con la cabeza a sus hombres, que miraron a Alice con desconfianza,
pero no hicieron un solo gesto cuando el sargento se metió en la casa.
El hombre era alto, y Alice ya se estaba planteando formas de abatirlo si llegaba a ser
necesario. Trisha, al otro lado de la habitación, parecía estar haciendo lo mismo. Rhett
estaba mirando desde la puerta de la habitación con el ceño fruncido. El hombre los miró
a todos con una sonrisa.
Ninguno respondió.
Alice señaló una silla, metiéndose el arma en el cinturón. El hombre se sentó con
calma. Parecía completamente fuera de lugar en un sitio como ese.
—Creo que lo justo sería que solo fuéramos tú y yo —le dijo a Alice sonriendo—.
Después de todo, yo he tenido que dejar a mis hombres fuera.
Ella vaciló, pero después miró a sus dos amigos. Trisha arrastró a Rhett, que protestó,
hacia la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Alice se sentó delante de él, que sonrió.
—Veo que te gusta ir al grano, Alice —dijo él—. Es mejor así. Lo que quiero es que tú
y tus dos amigos os unáis a nosotros.
—¿Lo estáis?
Después de haber visto cómo había terminado la suya, había tenido más que
suficiente de ciudades.
—Pues yo sí lo creo.
Alice dudó.
—Lo he hecho.
—No lo creo —dijo él—. De hecho, creo que no estás pensando en absoluto en tus
amigos.
—¿Perdona? —preguntó ella, irritada.
—Ya me has oído, Alice. He visto el brazo a tu amiga. Y he visto a tu amigo cojeando. A
juzgar por las heridas de tu cara y de lo curadas que están, deduzco que hará unas... dos
semanas que vivís así, ¿me equivoco?
—También podría aventurar que esas heridas de tus amigos son bastante más graves de lo
que tú crees. De hecho, por el aspecto de la chica, me sorprende mucho que no se le haya
infectado la herida. Y por el del chico, sea lo que sea lo que le tocó la pierna, lo hizo bien,
porque si fuera una herida pequeña ya no cojearía.
—Alice, los dos sabemos que aquí fuera no tenéis nada —suspiró él—. No tenéis
posibilidades. Y pronto, teniendo en cuenta la posibilidad de que se les infecten las
heridas, no tendrás, ni siquiera, a tus amigos. En mi ciudad hay hospitales, camas y
comida. Te ofrezco eso.
—No.
Él suspiró.
—Creo que deberías pensar mejor tu respuesta, Alice.
—Porque creo que es mejor prescindir de lo que crees que es tu orgullo por un momento
y pensar en tus amigos —el hombre señaló la puerta de la habitación—. Son ellos o tú. Y
por tu forma de protegerlos, no creo que tu objetivo sea que mueran, ¿no?
Ella no respondió.
—Mi oferta sigue en pie —dijo él—. Tenemos un convoy de coches fuera de las ruinas,
justo en la salida del este. Mañana por la mañana, cuando salga el sol, nos dirigiremos a
casa. Hay tres asientos libres. Pueden seguir libres o no. Tú eres quien decide.
***
Alice se había quedado mirando su transporte con el ceño fruncido. Los coches eran muy
distintos a los que recordaba ella. Eran completamente blancos. No parecían tener ruedas,
ni ventanas, ni puertas. Parecían cajas blancas ovaladas. Había cinco. Y eran lo suficiente
grandes como para que cupieran todos en una.
Kai se los ató torpemente antes de hacerles señas para que lo siguieran. Alice no estuvo
muy convencida, pero lo hizo.
—¡Subid, adelante!
Trisha fue la primera en hacerlo. Tocó el sofá con la mano y se sentó lentamente. Alice
vio que Rhett soltaba una palabrota cuando intentó subirse, pero con la pierna así no
podía. Kai hizo un gesto para ayudarlo, pero con la mirada que le clavó, volvió a su
asiento al instante.
—¿No son una pasada? —preguntó, mirando a su alrededor—. Los coches, digo.
Nuestro centro de tecnología es de los mejores del mundo ahora mismo... creemos.
Porque tampoco queda mucha competencia, ¿eh? Je, je, je...
Alice agarró instintivamente a Rhett del brazo cuando vio que por la ventana cerrada
el paisaje se movía cada vez más rápido, hasta que fue solo una mancha borrosa. Kai
sonrió.
—No te preocupes. No nos chocaremos. Estos trastos tienen un dispositivo para esquivar
los objetivos y las rutas programadas. Hay gente a la que le marea mirar por la ventana...
si quieres cambiamos el paisaje.
—Sí, en ese mando de ahí. También tienes la temperatura, la música... todo eso.
Alice agarró el pequeño mando blanco y vio las letras y los números. Curiosa, pulsó
un botón y vio que a su alrededor el paisaje se volvía el cielo. Abrió los ojos como
platos y pulsó otro. Ahora, era bosque.
—Sube la temperatura... ahí, sí, muy bien —Kai sonrió—. ¿No es genial?
Alice vio que sus amigos lo miraban con mala cara, así que hizo un esfuerzo por llevarse
bien con Kai, que le pareció buen chico.
Al instante, Trisha abrió un armario y vio que estaba lleno de botellas. Debajo de Alice,
había botes y bolsas de plástico llenas de comida.
—Hay más si queréis —sonrió él—. Y alcohol, tabaco... en fin, cualquier cosa que
queráis.
Alice agarró algo rectangular y Trisha le dijo que era chocolate. Lo rompió con las
manos y se lo llevó a la boca. Se quedó maravillada, preguntándose por qué no había
comido eso hasta ahora.
—¿Y cuál es el truco? —preguntó Rhett, que estaba examinando una botella con el
ceño fruncido.
—¿El truco?
La pregunta los pilló por sorpresa. Rhett destapó la botella en medio del silencio. Alice
se aclaró la garganta.
—Sí, bueno, es algo que nos gusta como iniciativa. ¿Qué mejor para iniciar una nueva
civilización que una nueva generación de personas que se hayan criado en ella?
La cuestión pilló por sorpresa a Alice —y a Rhett también, que todavía estaba
tosiendo—, pero por un motivo muy distinto. Nunca se había planteado la posibilidad
de tener hijos. Ni siquiera sabía si podía tenerlos.
—Sí —dijo Alice, mirándolo con una sonrisita, volviendo en sí—. Cuatro. O
cinco.
—¿Cinco? —Rhett abrió los ojos como platos—. ¿Te has vuelto loca?
—¿Quieres más?
—Es que le gustan mucho los niños —dijo ella—. Pero no creo que sean necesarios
tantos. Eso sí, uno solo no, porque mira como salen. Mírate a ti, Rhett.
—¿Y yo qué tengo de malo? —se enfurruñó él.
—Oh... eh... —él se aclaró la garganta—. Bueno, seguro que encuentras a alguien
en la ciudad que te llame la atención. Hay mucha diversidad de personas.
—En todo caso, si sois una pareja, probablemente os den una casa —dijo él, sin saber
qué decir a Trisha.
—¿Mientras procrean?
—Aquí nadie va a procrear —aseguró Rhett.
No hablaron mucho más en lo que quedaba de viaje, estuvieron todo el rato comiendo
y bebiendo como nunca. Sin embargo, cuando llegaron a la ciudad, las puertas se
abrieron de nuevo. La cara de una chica vestida con unos vaqueros y una camisa
blanca apareció, sonriendo.
Alice ni siquiera lo recordó. No había terminado de hablar cuando los guió por el pasillo
blanco, las escaleras y un nuevo pasillo, aunque muy distinto al anterior. Era
completamente de cristal, incluso el suelo. Alice miró, debajo de sí misma, como se
desplegaba una enorme ciudad muy distinta a la que ella estaba acostumbrada. En lugar
de casas medio destruidas, todas parecían completamente reformadas y tenían aspecto de
nuevas. Además, la gente iba vestida de forma corriente por las calles que habían
limpiado de nieve. Alice tragó saliva cuando vio el enrome muro que rodeaba la ciudad.
Además de la numerosa cantidad de guardias vestidos del ejército que se paseaban.
No tardó en cambiarse por otra chica similar. Esta, les subió a un ascensor de cristal que
los bajó hasta el nivel de la ciudad. Pero no fueron por esta, sino por otro pasillo
iluminado, con cuadros y pinturas. Subieron otra escalera, la chica empujó una puerta, y
esta vez un chico del ejército fue el encargado de guiarles por una calle desierta hasta un
pequeño edificio de colores cálidos. Alice frunció el ceño mientras entraban. En su
interior, había un pequeño salón con escaleras
de caracol de madera en ambos lados, que subían a un rellano superior con varias
puertas. Había un hombre sentado con un periódico en la mano. Iba vestido de
forma completamente normal. Se puso de pie al instante.
—A que os aseéis y a que os miren las heridas, claro. Habrá que saber si estáis sanos.
Estáis en el centro de bienvenida.
Había dos sofás rojos en el rellano superior. El hombre se detuvo en una de las puertas.
—Soy Eugene, por cierto —se presentó amablemente—. Siempre voy a estar aquí, a
vuestra disposición. Imagino que la ciudad os parecerá un poco grande al principio,
pero para eso estoy aquí; si necesitáis cualquier cosa, no podéis venir a verme, pero no
dudéis en llamarme. Después de todo, es mi trabajo.
—Vosotros dos deberíais ir primero con la enfermera —abrió la puerta, que daba a una
sala blanca con una mujer y un chico que iban vestidos de enfermeros—. Tú, sin
embargo, puedes venir a hacerte la ficha.
—Es solo un trámite. Nos gusta saber quién entra y sale de la ciudad —dijo él—.
Vosotros dos, entrad, no os preocupéis. Os la devolveré en un momento.
Alice y Rhett intercambiaron una mirada antes de separarse. Ella siguió al hombre, que se
dirigió a la puerta contigua, donde tenía un pequeño despacho perfectamente ordenado.
Le indicó que se sentara en una de las mullidas sillas mientras él se ajustaba las gafas
sobre el puente de la nariz, sacando sus papeles.
—No te preocupes, será solo un momento —aseguró—. Además, pareces una buena
chica. Seguro que no vas a tener que volver.
—¿Volver?
—Aquí solo vuelve la gente que tiene que abandonar la ciudad —dijo él
tristemente—. No es que me guste, pero es mi trabajo.
—Aquí somos muy estrictos con el vandalismo —aseguró él—. Cada ciudadano tiene
cierta cantidad de oportunidades, pero, una vez gastadas, no nos queda más remedio que
echarlo.
Él sonrió.
—¿Nombre?
Ella se quedó en blanco. Estuvo a punto de decir el de Alicia, pero se contuvo al instante.
—Entonces, estáis de suerte. Acabamos de restaurar una de las casas del centro de la
ciudad. Hay habitaciones de sobra, así que, si no tenéis ningún problema, vuestra amiga
puede vivir con vosotros.
Alice estuvo a punto de ponerse de pie, pero se detuvo cuando él le hizo una seña.
—Casi se me olvida —dijo, sonriendo—. Los tres sois humanos, ¿verdad? Ella se
—Un compañero os dará las llaves de la casa y os informará de todo lo demás —le
dijo—. Espero que os guste la ciudad. Es una maravilla, no cabe duda.
Alice le dedicó una pequeña sonrisa, más por educación que nada más.
—Gracias, Eugene.
—No hay de qué, Alice —le dijo, dándole una palmadita en la espalda—.
Bienvenida a la Unión.
CAPÍTULO 16
Trisha soltó un gritito de emoción mientras recorría la casa a toda velocidad.
Alice parpadeó sorprendida cuando vio una televisión enorme. La única que había visto
en su vida era la de la antigua habitación de Rhett, que era minúscula y mucho más
gruesa.
La casa era grande. Mucho más de lo que necesitaban. Estaba en el centro de la ciudad,
situada junto a lo que la chica que los había guiado había denominado plaza, y tenía
cuatro habitaciones, cada una con su cama doble, un cuarto de baño particular y una
chimenea enorme. Las paredes estaban pintadas de blanco y verde, combinando con el
mobiliario.
Nada más entrar, había un enorme mueble con espejo en el que habían dejado sus
abrigos. Después, detrás del marco, un enorme salón con tres sofás, una chimenea
encendida, una enorme alfombra blandita, una mesa de café y varias plantas esparcidas
por la sala. Junto a ella, una enorme cocina con una mesa en la que cabían diez personas.
Después, un pasillo con seis puertas. Era lo primero que había mirado.
—Creo que... sirve para pedir cosas —dijo ella—. Nos lo traerán a casa en menos
de una hora. Hay comida, ropa...
Alice evitó sonreír. Pensara lo que pensara de la situación, era la primera vez en mucho
tiempo que veía a Trisha sonreír.
—Tenemos la nevera llena, no hace falta pedir nada —dijo Rhett, que estaba sacando
algo que parecía una fruta y examinándolo con el ceño fruncido.
—Pero hay verduras, eso no es comida —protestó Trisha—. ¿Queréis algo? Tienen
helados, golosinas, refrescos, alcohol... ¿tendrán tabaco?
—No.
—Se me olvidaba que eres un alien —sonrió él—. Y no me preguntes qué es.
—Intentaré ignorar que has cambiado de tema para preguntarme qué hay dentro de una
nevera —comentó Rhett—. Pero... lo digo en serio. No me gusta esto.
—La última vez que nos dieron tantas comodidades no terminamos bien — insistió
él.
—No fue lo mismo. Tu padre... —ella hizo una pausa—. Fue culpa mía. Yo fui quien
te dijo que nos quedáramos. Tú querías irte.
—El único que tiene la culpa de eso es mi padre —dijo él en voz baja.
—Entonces... intentemos disfrutar de esto, Rhett. Si vemos que algo va mal, nos
marchamos.
—Mira.
Bienvenidos a la ciudad, chicos. Espero que os hayáis asentado. Nos encantaría que,
mañana por la mañana, cuando hayáis descansado, os reunáis con nosotros en la plaza
que tenéis al lado de casa para hablar de vuestro trabajo en la ciudad.
Os estaremos esperando.
Si necesitáis algo, no dudéis en pedirlo mediante este aparato. Desde aquí también
controlaréis la limpieza de la casa y la ropa, la temperatura de la calefacción, las
compras que queráis hacer... por supuesto, todo será gratis ya que trabajaréis para
nosotros. Pero eso ya lo aclararemos mañana.
Descansad bien.
—Parecéis niños pequeños —dijo Alice, dejando sus pocas cosas en otra
habitación vacía.
Al final, Trisha desistió y se fue al otro lado del pasillo, lo más alejada de ellos posible.
—No quiero oír cosas raras por la noche que me recuerden lo sola que estoy — explicó,
mirándolos con los ojos entrecerrados.
Alice se quedó mirándola, negando con la cabeza, y se sorprendió al darse la vuelta y ver a
Rhett mirándola con una expresión extraña.
Hizo un ademán de cerrar la puerta, pero Alice se acercó con una sonrisa malévola,
impidiéndolo.
Alice se fue contenta hacia la habitación del lado y dejó la puerta abierta a propósito.
Estuvo unos segundos revisando el armario vacío, cuando oyó unos pasos detrás de
ella.
***
Cuando llegaron, a la mañana siguiente a la plaza con la ropa que les habían asignado,
Alice se sentía fuera de lugar.
Su ropa era un mono negro poco ajustado con el cuello alto. Se sentía como si volviera a
trabajar para Max, cosa que era extraña. Además, la gente que iba vestida de forma
corriente no los miraba. Quizá estaban acostumbrados.
Kai estaba en uno de los bancos de la inmensa plaza cubierta de nieve, que tenía en el
centro una gran fuente de agua en la que había mucha gente sentada.
—Veo que acerté con las tallas —dijo, mirándolos.
—Es que... —hizo una pausa, mirándolos— seguidme, por favor. Es un poco difícil
explicarlo.
—Os miran porque esos trajes son los que usan los miembros del equipo — explicó Kai
—. Aquí los consideran muy... importantes para el desarrollo de la ciudad. Seréis como
héroes.
—Un secreto —se burló Rhett en voz baja, ganándose una mirada de reproche de
Alice.
Finalmente, llegaron a un edificio bajo que parecía más bien un gimnasio grande. Kai
saludó con la cabeza a los dos guardias de la entrada, que los dejaron pasar sin
reproches. El interior era algo austero y casi completamente blanco. Cuando pasaron
junto a algunas puertas —todas de cristal—, Alice miró de reojo en su interior. En la
mayoría, había gente con su mismo mono entrenando con ganas. Lo más curioso era que
parecía que las habitaciones estaban insonorizadas. Se dio cuenta cuando vio a una chica
disparando a un objetivo, pero ni siquiera lo escuchó.
—¿Por qué cuatro y no cinco? —preguntó Rhett, con cierto tono de burla.
—Es... ejem... porque esta es la cuarta vez que intentamos que esto funcione.
Al otro lado había un gran despacho en el que se sentaron los tres. Kai parecía algo
nervioso mientras entrelazaba los dedos, mirándolos desde el otro lado de la mesa. Lo
único que tenía era un ordenador raro encima de la mesa.
—Hace casi un año, nos dimos cuenta de que la mayoría de los guardias que tenemos
actualmente en nuestro servicio no tiene ni idea de armas, ni de ataques o defensa. De
hecho, la mayoría de los que están alistados lo están porque no saben cómo contribuir
a la ciudad y que no los echen.
—Pensamos en lo que pasaría si nos atacaban. La única esperanza que teníamos era
que vieran un gran número de soldados y que no lo intentaran, pero eso no nos
serviría por mucho tiempo. Por eso, tuve la idea de crear un pequeño grupo de
personas expertas en... todo eso. Así, si algo sucede, tendremos algo con lo que
contraatacar.
—¿Y no sería más lógico entrenar a todos los guardias? —preguntó Rhett.
—No tenemos los recursos para entrenar a todos los guardias de la ciudad de manera
tan intensiva. De hecho, algunos reciben entrenamiento. Solo para saber disparar. Pero
lo que hacemos aquí es un grupo de profesionales experimentados. Cada uno tiene sus
puntos fuertes y sus debilidades, pero trabajando como un equipo se compensan unos
con otros, y debo decir que es muy difícil jugar contra eso.
—Pero... parecéis buenos, je, je... ¿habéis disparado a alguien alguna vez?
—Seguro.
Kai los miraba con una amplia sonrisa, como si de un partido de tenis se tratara.
—¿Y ahora sois pareja? —sonrió ampliamente—. ¡Qué romántico! ¿Y cómo pasó?
—Ah, sí, sí... el grupo, claro. Bueno, la cosa es que tenemos un grupo de gente que
parecía cumplir las expectativas. Pero... nos preocupa un poco el liderazgo.
—Pues... no estaría mal, teniendo en cuenta que ninguno de ellos sabe disparar...
—¿Y esa es la mejor gente que tenéis? —Rhett enarcó una ceja.
—¡Tienen muchas ganas de aprender! —aseguró Kai—. Bueno, ¿Queréis uniros? Debo
añadir que, solo por formar parte del grupo, toda la ciudad probablemente os admire.
Además, tendréis muchas facilidades. Y podréis salir y entrar de la ciudad cuando hagáis
las exploraciones.
—No lo sé, Alice —dijo, mirándola—. Ni siquiera sé cuánto tiempo estaremos aquí.
—Vamos, Rhett —ella le clavó un dedo en la mejilla, insistente—. Es mejor que hacer
de guardia en una puerta.
Él pareció pensarlo durante un buen rato, hasta que por fin suspiró y se encogió de
hombros.
Siguieron a Kai por el pasillo, que terminaba en una gran puerta de cristal, que fue la
elegida. Ésta se abrió cuando se acercaron, cosa que a Alice le encantó. En su interior,
había un gimnasio grande en el que estaban cinco personas sentadas en el suelo, como si
hubieran estado haciendo ejercicio hasta ese momento. Cuando los oyeron entrar, todas
se giraron hacia ellos, poniéndose de pie.
—¡Chicos! —los llamó Kai, entusiasmado—. Estos son Alice y Rhett. Son vuestros
nuevos compañeros, los que os mencioné ayer. Son muy buenos con las armas, así que
seguro que serán de gran ayuda.
Siguió su mirada, y tardó unos segundos en reaccionar cuando vio a un chico grandullón
y rubio que los miraba con los ojos muy abiertos. Ella parpadeó, justo antes de apretar
los labios en una dura línea.
—¿Os conocéis? —preguntó Kai, al ver el silencio tenso que se había formado.
Kenneth.
Otra vez.
—¡Qué bien! Una presentación menos —dijo Kai, ajeno a las miradas de odio que se
lanzaban el uno al otro.
Kenneth estaba tal y como lo recordaba Alice. Era grandullón, alto y musculoso. De
hecho, el único cambio que veía en él era que le había crecido el pelo, y que la última
vez se había escondido de él porque Deane lo había mandado a matarla.
—Ellos son... —y Kai empezó a soltar nombres que Alice ni siquiera pudo retener, al
estar tan concentrada en que Rhett no matara a Kenneth—. Estoy seguro de que
formaréis un buen equipo. Ahora tengo que irme... ¿por qué no os tomáis el día libre
para conoceros un poco?
No esperó una respuesta. Se marchó alegremente, dejando tras de sí un silencio más que
incómodo. Alice tiró del brazo de Rhett suavemente, llamando su atención.
—No parecías pensarlo cuando me buscabas por el bosque —le dijo Alice.
Por primera vez —siendo ella consciente de ello—, Kenneth la miró de la misma forma
que la miraba cuando estaba en la ciudad. Es decir, como si fuera algo que quisiera pisar.
—Ya veo por qué me ignorabas en Ciudad Central —dijo Kenneth, mirándolo—.
¿Se ponía celoso tu profe?
—Bueno —interrumpió una de las chicas, sonriendo—. ¿Por qué no... hablamos de otra
cosa?
—¿Tengo que formar un equipo con el tío que intentó cazarte? —le preguntó Rhett a
Alice—. Ni de coña. Yo me largo de aquí.
—No quiero quedarme con él. Pero tampoco voy a permitir que me echen de la ciudad por
su culpa.
—Alice y Rhett —dijo ella, aún sabiendo que todos conocían sus nombres.
—Es un placer, soy Laura —dijo la otra chica, que también parecía querer
olvidarse de la tensión anterior.
—Prácticamente nos obligaron a alistarnos —explicó Maya—. Pero... es mejor que ser
el servicio de transporte, ¿eh? Y te lo digo yo, que lo fui durante dos meses...
—Bueno, ¿qué sabéis hacer? —preguntó Luke—. Porque no nos iría mal que alguien
supiera disparar...
—No hay problema. Aquí hay tres personas expertas en eso —dijo Maya—. Laura, Doug
y Kenneth son muy buenos en lucha. A Erik se le da más o menos bien disparar. Y yo...
bueno, yo no soy buena en nada, pero lo intento.
Kenneth se había apartado del grupo, pero seguía mandándose miradas de odio con Rhett,
que se las devolvía con gusto.
—Nos reunimos cada día menos los sábados y domingos —dijo Laura—. Toda la
mañana, con pausa para comer. La tarde es libre, pero normalmente entrenamos igual...
Estuvieron un rato con ellos, hasta que cada uno empezó a marcharse. Después de todo,
les habían dado el día libre. Antes de que fuera consciente de ellos, Alice estaba
siguiendo a Rhett hacia su nueva casa. Cuando llegaron, él cerró de un portazo. Trisha se
asomó por encima del sofá con la cara llena de restos de palomitas.
—¿Qué pasa?
—Kenneth estaba ahí —le dijo Alice, al ver que Rhett se sentaba en el sillón sin decir
nada.
—Uh —Trisha miró a Rhett con una sonrisa burlona—. Se te ve muy contento con el
reencuentro.
—Míralo por el lado positivo. Si entrenáis juntos, puedes darle una paliza diciendo
que era para practicar.
—No des ideas —sugirió Alice, sentándose con ella en el sofá—. ¿Qué estás
mirando?
—El guardaespaldas —dijo Trisha, y se giró hacia Rhett cuando él resopló—.
¿Algo que añadir?
—Eras la última persona del mundo que esperaba encontrarme viendo eso.
Y así empezaron a discutir sobre películas mientras Alice miraba la que tenía puesta. Fue
la primera vez en mucho tiempo que se sintió como si volvieran a su antigua ciudad.
CAPÍTULO 17
—Debería haberlo matado hace un año.
La habitación era mucho más de lo que necesitaban, pero la cama también. Podía
tumbarse como le diera la gana, que difícilmente llegaría a tocar a Rhett. No estaba
segura de si eso le terminaba de gustar.
—No me puedo creer que vayamos a tener que convivir con él —seguía
murmurando Rhett.
—Las hay muy buenas —masculló Alice, que seguía buscando—. ¿Y de drama? Vale, no
me mires así.
Él siguió murmurando cosas no aptas para niños mientras Alice suspiraba sonoramente.
—Vamos... déjalo.
—¿Qué más da? Puede que se vaya él solito del grupo y se acaben todos nuestros
problemas. Bueno... el menor de ellos, más bien.
—¿Qué lo ignoremos? —él se acercó, enfadado—. ¿Es que te has olvidado de todo lo
que te hizo?
—Eso ya me gusta más —Rhett sonrió, mirándola—. Lástima que no pueda hacerlo
sin que nos echen de aquí.
—No es lo mismo.
—Como diría Trisha, él no tiene mis tetas —sonrió ella, orgullosa.
—¿Por qué siempre tienes que llevarlo todo al tema del sexo? —Rhett puso los ojos en
blanco, metiéndose en la cama—. Hay cosas más importantes en la vida.
—Porque eres un estrecho. Hace dos meses que vagamos por el bosque como almas en
pena. Hubiéramos podido morir en cualquier momento. ¡Habría muerto virgen!
—Lo es. Y no entiendo muy bien por qué no quieres tener sexo.
—Bah. El sexo real no es como el de las películas. No tiene nada que ver.
—Bueno, depende de con quién lo hagas... pero la mayoría de veces no lo es. Es mucho
más... mhm... —buscó la palabra adecuada, mirándola— mucho menos... eh... ¿bonito?
—No, no... pero... —parecía no saber cómo decirlo—. Es decir, la primera vez de una
chica suele doler.
—¡¿Sangrar?!
—Claro. Porque rompes el himen. Pero la mayoría de las chicas lo pierden por mil
razones distintas al sexo.
—Uh...
—¿Y si duele por qué la gente quiere tener sexo? —preguntó ella, confusa.
—Porque solo duele las primeras veces. Es decir, entre que duele y los nervios, no
disfrutas. Pero, a partir de la tercera o la cuarta vez... ya es otra historia.
—¿Me estás diciendo esto para que me asuste y no insista más? Porque... no... no está
funcionando.
—No. Es verdad.
—No lo sé.
—No lo sé.
—Al menos, ella te gustaba lo suficiente como para que... ya sabes...
—¿No te da pena?
—Si tuviera que darme pena cada persona que conocía y murió, no tendría tiempo
para nada más.
Ella se quedó un momento en silencio, pensándolo y preguntándose por qué ella no era
capaz de pensar en la muerte como él.
Rhett se tumbó en la cama unos segundos después, dándole las buenas noches y
apagando la luz. Alice miró el techo oscuro durante unos pocos segundos, antes de
encender la luz. El colchón se movió cuando Rhett se giró para mirarla.
—Ya sería raro —Rhett se estiró para apagar la luz—. Deja de pensar en eso y
duérmete, anda.
Ella repiqueteó los dedos sobre su estómago durante casi cinco segundos, antes de volver
a encender la luz. Esta vez, Rhett suspiró.
—Vamos, responde.
—¿Nunca?
—Antes de las bombas era demasiado crío como para pensar en eso, y ahora... bueno, el
contexto no es el mejor para traer un niño al mundo.
***
Alice se sintió extraña cuando sujetó el arma entre sus manos. Hacía tiempo que no se
hacía con una de esas, y era una pistola regular. Vio que los demás hacían lo mismo. Al
menos, todos sabían quitar el seguro y recargarla. Rhett estaba mirando al grupo que
tenía a su derecha. Alice supuso que el único al que ignoraría sería Kenneth, que estaba a
su lado, así que se propuso ayudarlo ella para quitar tensión a la situación.
Rhett les dio unas cuantas indicaciones que ella ya sabía de memoria. Los demás las
siguieron, mientras ella apuntaba al objetivo y apretaba al gatillo. Nadie le hizo caso,
pero estuvo contenta cuando vio que acertaba en la cabeza al primer intento. Al menos,
no había perdido práctica.
Vio por el rabillo del ojo que los demás empezaban a apuntar, y que Rhett le subía el
brazo a Maya, que parecía muy concentrada. A su otro lado, Kenneth intentó apuntar
por su cuenta.
—Tienes que colocar ese pie más atrás —le dijo Alice. Él se
detuvo y la miró.
—Vas a tener más equilibrio, no te temblará la mano como lo está haciendo ahora y sí,
dispararás mucho mejor.
Alice volvió a lo suyo de mal humor, pero vio que él hacía lo que le había dicho de mala
gana. Cuando disparó, al menos le dio al muñeco de prueba.
—¿Te llegó a atrapar Deane? —preguntó él, pillándola por sorpresa. Alice lo
miró.
—Si lo hubiera hecho, yo no estaría aquí. ¿No trabajabas para ella? Deberías saberlo.
—Se marchó de la ciudad poco después de que os marcharais sin avisar a nadie.
Se llevó a unos pocos soldados. No la he vuelto ver.
—Ni lo sé, ni me importa. Pero no la he vuelto a ver. Espero que se esté pudriendo
bajo tierra.
Alice lo miró con el ceño fruncido mientras él soltaba una risa despectiva. Rhett
acababa de poner el pie tal y como había dicho Alice a uno de los chicos.
—Ahora entiendo por qué me rechazabas —hizo un gesto hacia Rhett, que estaba
centrado en los demás—. ¿Ya estabais juntos cuando era tu profesor?
—En la cama.
—Cállate —advirtió.
—Me lo pasé muy bien golpeando a ese amigo tuyo, ¿sabes? Alice
se detuvo en seco.
—El pobre creía que tenía posibilidades —sonrió Kenneth—. ¿Sigue vivo?
Ella no dijo nada. Cada noche, Trisha, Rhett y ella intentaban rememorar todo lo
relacionado con los demás, pero eran incapaces de hacerlo. No recordaba a Jake después
de la noche en la que le dispararon en la cabeza. Ni de Tina. Ni de Max. Pero seguía
teniendo la esperanza de que siguieran vivos.
—Es muy fácil meterse con alguien de menos tamaño que tú —murmuró ella,
tratando de mantener la compostura..
—Me pillaste desprevenido —admitió, aunque Alice supo al instante que eso le había
molestado.
—¿Te crees que dejaría lo hicieras otra vez? —preguntó él, despectivo—. La única
razón por la que no te la devolví fue porque pensaba que eras lo suficientemente lista
como para acostarte conmigo en lugar de con ese.
Alice se extrañó de que insistiera tanto en el tema. Sin embargo, cuando vio que Rhett lo
estaba matando con la mirada, entendió por qué. Decidió no responderle más y centrarse
en su objetivo.
***
—Me han dicho que Rhett os ha enseñado a disparar —comentó Kai mientras iban a su
despacho—. Es una gran noticia. Por fin, alguien sabe hacer algo más que golpear un
muñeco, je, je...
Alice cerró la puerta de su pequeño despacho a sus espaldas y se sentó en la misma silla
que la última vez que había estado ahí. Kai hizo lo mismo, mirándola con una sonrisa.
—¿Por qué estoy aquí? —preguntó ella, frunciendo el ceño—. ¿He hecho algo?
—¿Qué? No, no —Kai rechazó la idea con un gesto rápidamente—. Al contrario, has
estado trabajando muchísimo estos días.
—¿Ah, sí? —ella se extrañó.
Hacía ya una semana que estaban en la ciudad, y seguía con la misma sensación de que
no le terminaba de gustar. Sin embargo, estaba empezando a habituarse al gimnasio y a
volver a entrenarse.
—¡Sí! Todos tus compañeros han hablado muy bien de ti. Bueno... casi todos — Alice
podía adivinar perfectamente quién era ese casi—. Pero eso no importa.
Tenéis algunas cámaras en el gimnasio para que podamos ver vuestra evolución y todo
eso... he visto que eres muy buena disparado.
—No lo llames espiar, je, je... —él se rio de manera nerviosa—. Es... una manera de
llevar un control general sobre lo que pasa ahí dentro y lo que no. Después, lo apunto
aquí y tengo un seguimiento de...
—¿Controlador de población?
—Sí. Está la gente que entra y sale de la ciudad. Es un poco caos, pero es muy útil para
saber el número de población y todo eso. Volviendo al tema del que íbamos a hablar...
—No, claro que no. Solo los tres que te he dicho. Pero no quería hablar de esto...
—¿Y qué tiene que hacer alguien para acceder?
—Pues... tener la contraseña y acceso a un terminal. Pero eso no importa ahora mismo...
—¿Y por qué no es público? —preguntó Alice—. ¿Qué más da que la gente sepa
quién está en la ciudad y quién no?
—¿Puedo verlo?
—Ah —ella sonrió—. Sí, la verdad es que es muy bueno. Pero, ¿yo qué tengo que ver
con eso?
—Bueno... la cosa es que... mhm... hemos pensado que tú no deberías formar parte de él.
—Oh, no. Nada. Lo has hecho todo bien. —sonrió él—. Pero el sargento Phillips ha
estado, durante un tiempo, pidiendo un tirador experto para acogerlo como su ayudante..
Las posibilidades están entre Rhett y tú, y como creo que él es mejor
ayudando a los demás, pues... es decir, que no creo que tú seas una mala
ayudando, si casi no te conozco, je, je, pero como no lo sé... en fin... eh...
—¿Qué tendría que hacer si fuera ayudante de ese sargento? —preguntó ella,
salvándolo de la situación.
—Lo mismo que haces ahora, entrenar. Solo que algunas veces él te llamara para que le
ayudes en las patrullas. En general, suelen ser tranquilas.
—Podría decirse así, sí. Bueno, ¿qué me dices? Necesito una respuesta rápida...
Alice se quedó mirándolo, pensativa. Estaba claro que le apetecía salir un poco de esa
ciudad, pero no sabía cuál sería el precio. Había hecho pocas exploraciones acompañada,
y todas habían terminado con algún inconveniente.
—¡Genial! —Kai encendió el ordenador otra vez y empezó a escribir a toda velocidad.
—¿Eso es todo?
—No... mañana tenemos que vernos. Por la tarde. Antes de empezar este trabajo
deberías ver algo.
—¿El qué?
—Creo que será mejor que lo veas por ti misma —sonrió él—. Nos vemos en la plaza a
las cinco, ¿te parece bien?
—Sí... supongo.
—¿Y por qué deberían haber pasado por aquí? —preguntó Trisha—. Nos habríamos dado
cuenta, ¿no? Los habríamos visto por la calle. Tampoco es tan grande.
—Yo —Alice frunció el ceño—. Hay algo de este sitio que no me gusta nada.
—Muy graciosa —Alice la fulminó con la mirada—. Aunque para ti sea suficiente por la
masa con tomate...
—No me puedo creer que no te guste la pizza —le dijo la rubia, negando con la cabeza.
—A ver, ¿qué quieres que te diga? No me acuerdo de nada desde el momento en que me
dispararon en el brazo. Rhett no recuerda nada desde que te disparó. Y tú no recuerdas
nada desde que te dispararon.
—Hubo muchos disparos ese día —observó Rhett, bostezando.
—No lo sabes. No sabes si ellos están tan perdidos como nosotros o nos dejaron
ahí tirados porque molestábamos.
—Nuestra familia —repitió Trisha, como si le hiciera gracia—. ¿Acaso has notado
que ellos intenten buscarnos a nosotros?
—¿Y si nos dejaron? ¿Qué te hace pensar que les gustará volver a vernos?
—Te sorprendería saber lo que hacen las personas cuando están asustadas, Alice.
—Quizá sí lo hacen.
—O no.
—¡Quizá Jake está solo! —le gritó Alice—. O todos están muertos. O no les interesa
encontrarnos. Me da igual. Yo sí quiero encontrarlos. Y saber qué demonios pasó ahí. Y
por qué nos separaron, ¿cómo puedes no querer saberlo?
—Yo no quiero saber nada —ella se puso de pie—. Lo que quiero es vivir
tranquila de una vez, Alice.
—¿Lo mejor que tenemos? ¿Tú los ves aquí? Creo que nos las hemos arreglado bastante
bien sin ellos. No quiero complicarme la vida por buscarlos.
—¡Sabes tan bien como yo que hay algo malo en esta ciudad!
—¡Lo que sé es que no quieres confiar en nadie porque nos traicionaron una vez, pero no
tiene por qué volver a pasar! ¡Si os concentrarais un poco menos en encontrar a esos y
un poco más en aprovechar la oportunidad que tenemos aquí, seríais un poco más
felices!
—¿Oportunidad? ¿De qué? ¿De volver a empezar la misma historia pero con
desconocidos?
—¡Son nuestros amigos! ¡Y era nuestra ciudad! ¡No podemos dejarlo pasar!
—¡Esa ciudad me costó un brazo! —le gritó Trisha—. ¡Mi brazo! A ti, ¿qué? ¿Te
quemaron los juguetes? ¿Has perdido a un amigo? Qué lástima. ¿Quieres intentar vivir
con un brazo menos? Porque es una mierda. Te lo aseguro, Alice.
—Aquí solo he conseguido que me dieran comida y casa —continuó ella, más calmada
—. Así que, sí, prefiero quedarme aquí y escuchar tus paranoias que ir de nuevo a ese
puto bosque sin saber si sobreviviré otra noche más.
Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó a su habitación, dando un portazo tras de sí.
Alice se quedó mirando el pasillo un rato, en silencio. Rhett, que había estado mirando la
escena en silencio, se puso de pie y se acercó a ella.
Alice lo miró.
—Es que... —cerró los ojos—. No puedo dormir tranquila por las noches pensando que
Jake... que los demás están en algún lugar. Y que pueden estar peor que nosotros. Si es
que están...
—Sea como sea, los encontraremos —le aseguró Rhett.
—Claro que quiero buscarlos, Alice. Y saber qué pasó. Y quien nos hizo eso.
No pudo ocultar el alivio que sintió al saber que no estaba sola. Rhett pasó por su lado.
—No hables con ella hasta mañana —le recomendó—. Será peor.
—Así que era una relación exclusiva —sonrió Rhett—. Me siento afortunado.
—Eres muy puntual, eso está bien —le dijo Kai mientras la guiaba por la ciudad—. No
he conocido a mucha gente que dé importancia a la puntualidad por aquí.
La pregunta pareció pillarlo de sorpresa, porque la miró con los ojos muy abiertos.
—En el buen sentido —aseguró ella—. La gente de aquí es... muy fría. Tú, en
cambio, siempre has sido muy amable con nosotros.
—Es mi trabajo... —dijo, pero era obvio que le había gustado lo que había oído, que era
precisamente lo que quería Alice.
—Aunque sea tu trabajo, hay cosas que se hacen por voluntad propia — aseguró
—. En mi antigua ciudad, conocí a un chico como tú...
Se sorprendió por lo duro que le resultó hablar de Jake. No era como si estuviera
muerto —no, no lo estaba, no iba a pensar eso—, pero era extraño mencionarlo.
—Es una lástima —aseguró Kai—. En un mundo como este es muy difícil hacer
amigos. Pero perderlos... es un golpe difícil de superar.
—Normalmente, tengo tanto trabajo que no puedo pensar en si me siento solo o no.
Kai se detuvo en ese momento, así que Alice no pudo continuar. Habían llegado al límite
de la ciudad, en la que ella no había estado nunca. Levantó la cabeza para ver unas
enormes vallas de hierro que rodeaban un edificio gris bastante grande, de una sola
planta. Kai sacó la tarjeta de identificación de su bolsillo y la pasó por una máquina,
haciendo que las enormes puertas se abrieran. Alice vio que los guardias los miraban,
pero no dijeron nada.
—¿Por qué...?
—No pueden dejar que pase ningún objeto punzante —explicó Kai—. Son
normas de seguridad.
—Verás... —él se aclaró la garganta—. Este edificio está construido para ser
inexpugnable. Es decir, para que nadie pueda entrar ni salir sin que nosotros nos demos
cuenta.
—¿Por qué?
Ignoró la pregunta.
Kai abrió una puerta, bajaron unas escaleras, y pasaron por otro pasillo lúgubre con
varios guardias cada diez metros. Los miraron con curiosidad, especialmente a ella.
Cuando estaba a punto de preguntar de nuevo el por qué, Kai se detuvo delante de una
puerta de hierro y sacó su tarjeta.
—¿Estás lista?
No le dio tiempo a pensar, porque Kai pasó la tarjeta por un lector y la puerta se abrió.
Alice entró en la habitación contigua y se quedó algo paralizada cuando vio que, a cinco
metros de distancia, había un enorme cristal que hacía de pared entre la habitación en la
que estaba y la que había al otro lado y que podía ver perfectamente. En la otra, había
una habitación que parecía de un niño pequeño, con una cama, juguetes, una casa de
muñecas, un armario, un espejo...
Y, en la cama, sentada con las piernas pegadas a su pecho, había una niña de unos
nueve años mirando al suelo fijamente. El sargento estaba agachado delante de ella,
hablándole tranquilamente. Su voz retumbó en la habitación en la que estaba Alice.
Kai cerró la puerta. En la habitación oscura, en la que estaban ellos, había dos hombres
mirando a través del cristal. Uno estaba manipulando un ordenador a través del que
grababa la conversación y la habitación. Los dos se giraron hacia ellos.
—Sí —Kai los presentó, pero Alice estaba pendiente de la niña, que tenía la mirada
clavada en el suelo—. Alice, esa niña es Camille. La encontramos abandonada hace unos
días. Creemos que puede tener familia que la busque y queremos encontrarlos para que
puedan venir o quedarse con su hija, pero no habla con nosotros.
—¿Por qué no?
—Pensamos que puede tener un trauma o algo parecido —le dijo uno de los
hombres—. Quizá simplemente está asustada.
Ella asintió con la cabeza. Tenía la capacidad de hablar veinte idiomas distintos a la
perfección. La habían programado para eso, aunque esa información no se la daría,
claro.
—Sí.
—Lo único que sabemos es que puede llamarse Camille. Escribió ese nombre en un
papel, y...
—Sí, por eso creemos que puede tener familia que la enseñara. Quizá, si tú hablaras
con ella en su idioma...
Alice quería salir corriendo de ahí, pero no le dio tiempo a pensar, porque Philips
acababa de volver y estaba con ellos. La miró con seriedad.
—Pues tienes media hora —el sargento le abrió la puerta—. Buena suerte.
Respiró hondo, miró a Kai, que le dio una sonrisa de ánimos, y entró en la habitación,
pasando a través de la puerta lateral. Al instante, vio que desde la habitación de la niña no
se podía ver la contigua, era solo una pared negra.
La habitación olía de una forma que le gustó a Alice. Le resultó familiar, y no sabía por
qué. Era como si lo hubiera olido antes. Sin saber el motivo, supo que le recordaba a la
habitación de la madre de Alicia. Seguía teniendo sus recuerdos en la mente. Le dio una
sensación de alivio instantáneo que mató sus nervios. Hacía tanto tiempo que no notaba
nada de Alicia...
Se acercó a la niña sorteando unos cuantos juguetes, y deseó sentirse tan segura
como parecía.
La niña era muy pequeña, con el pelo oscuro enmarañado y la cara redonda y
bronceada, señal de que había pasado tiempo al sol y no en una casa. Le debían haber
puesto ropa nueva, porque dudaba que hubiera venido con un vestido azul y unos
calcetines blancos. Tenía las rodillas llenas de moretones y arañazos.
La niña parpadeó al suelo y levantó la mirada hacia ella. Alice tragó saliva, tratando de
mantener la compostura.
—¿Cómo estás?
La niña tenía los ojos verdes adormilados. No parecía haber llorado en absoluto, pero
parecía estar muy triste. Alice dio un paso hacia ella. No respondió.
—Me llamo Alice —le explicó todavía en francés—. ¿Me entiendes si te hablo en este
idioma?
—¿Y entiendes este idioma? —preguntó Alice, en el idioma que utilizaba con los demás.
—¿Puedo sentarme?
No dijo nada, pero tampoco pareció sentir ningún tipo de rechazo cuando Alice se sentó
suavemente a su lado, en la mullida cama. Se fijó en que también tenía marcas de golpes
y rasguños en los brazos y las manos.
—¿Entonces?
—¿Es tu madre?
Asintió.
encogió de hombros.
Negó.
—¿Está... bien?
Asintió.
Asintió.
agachó la cabeza.
Alice miró el cristal sin saber si alguien le estaría devolviendo la mirada y volvió a
clavar los ojos en Blaise, que seguía con la cabeza agachada.
Blaise se quedó mirándola como si fuera un fantasma. Después, se le llenaron los ojos de
lágrimas.
A Alice se le formó un nudo en la garganta. Tragó saliva como pudo y negó con la
cabeza.
Sin embargo, la niña parecía un poco reacia a hablar. Se frotó los ojos con fuerza y
apartó la mirada. Alice suspiró.
—¿Sabes? Mi madre también estaba con hombres malos —le dijo Alice, atrayendo
su atención—. Hace mucho de eso, pero me acuerdo. Intenté ayudarla, pero no
pude hacerlo yo sola, aunque te aseguro que lo intenté.
Los recuerdos de Alicia eran mucho más claros en su mente de lo que habían sido en sus
sueños. Aún así, seguía siendo extraño pensar en ella.
—Te aseguro que nunca me he arrepentido tanto de algo como de eso —le dijo Alice,
suspirando—. Si pudiera volver atrás, pedir ayuda y salvarla, lo habría hecho. Pero no
puedo.
—Lo que sí puedo hacer, Blaise, es intentar ayudarte a ti. Porque no quiero que te pase
lo mismo que a mí. No quiero que tengas que pensar, en un futuro, que no hiciste todo
lo que estaba en tu mano para ayudarla, ¿lo entiendes?
Blaise levantó la cabeza y pareció examinarla de arriba a abajo. Casi parecía una
adulta cuando se inclinó hacia delante y la agarró de la mano con fuerza. Alice estuvo
a punto de apartarse de la impresión.
—¿Ayudarás a mamá?
—Sí, la ayudaré.
—¿Lo prometes?
La niña la miró unos momentos y un segundo después se echó a llorar. Alice no sabía qué
hacer, así que le pasó un brazo sobre el hombro. La niña se aferró a ella como si hubiera
necesitado un abrazo durante mucho tiempo. Alice sintió ganas de llorar también.
—Eso es muy bueno —le aseguró Kai—. Probablemente, esta semana vayáis a rescatar
a la madre de la niña.
Alice se sintió extrañamente bien cuando miró atrás. Quizá no eran tan malos. Después de
todo, estaban intentando ayudar a una pobre niña y a su madre.
¿Qué podía salir mal?
CAPÍTULO 19
Blaise estaba sentada en la mesa de la cocina, comiendo un bol lleno de chocolate
como si hiciera diez años que no comía nada. Rhett y Alice la miraban, sentados al
otro lado.
—¿Y va a quedarse aquí? —preguntó Rhett, viendo cómo ella se limpiaba la boca con el
dorso de la mano—. ¿Con nosotros?
Alice había sugerido que Rhett los acompañara en la misión, y a nadie le había parecido
mal. Además, el parecía querer marcharse de esa ciudad, aunque fuera solo un rato.
En ese momento, Trisha entró en la cocina. Se quedó un momento mirando a Blaise, para
después agarrar un plato de comida y marcharse sin decir nada.
—Una amiga.
—Deberíais hablaros de una vez —le dijo Rhett a Alice—. Tú y Trisha, digo.
—Pues sois dos infantiles —Rhett se puso de pie—. En fin, me voy a dormir. Vigila
al monstruo para que no arrase con la cocina.
***
Le había contado a Rhett todos los detalles de lo que había pasado en su visita a Blaise.
En ese momento, estaba asegurándose de que su pistola estaba cargada.
Blaise estaba de pie y Kai intentaba acercarse a ella sin mucho éxito. La niña se agarró a la
pierna de Alice y la abrazó, entrecerrando los ojos en dirección a Kai.
—¿La estabas persiguiendo? —Rhett negó con la cabeza—. ¿Alguna vez has oído
hablar del acoso infantil?
dudó un momento.
—Es solo una niña —Alice lo interrumpió—. Y no sabemos con qué nos vamos a
encontrar.
—Por eso vosotros dos vais a cuidarla —él sonrió ampliamente—. Y a mí, claro.
—¿Tú vas a venir? —le preguntó Rhett a Kai con gesto burlón. Él se
Rhett enarcó una ceja dejando clara su posición al respecto, lo que hizo que Kai esbozara
una mueca de horror.
—¿Todos listos? —preguntó Philips, que acababa de llegar. Miró a la niña, a Rhett,
Kai y Alice—. Vosotros iréis en un coche. Encabezaréis la marcha. Los demás
estaremos esperando vuestra señal.
Kai le puso algo en la oreja. Cuando intentó ponérselo a Rhett, él le agarró la muñeca con
brusquedad y se lo quitó, poniéndoselo a sí mismo.
—Pulsadlos para comunicaros con nosotros —le dijo Philips—. Intentaremos ser tan
pocos como sea posible. No sabemos si hay una mujer o un ejército. Pero, si es la
primera, no queremos asustarla. Si se da el caso, cumpliréis la misión solos. Si no,
llamadnos para tener refuerzos.
No pudieron objetar mucho más, se subieron al coche blanco que les habían asignado,
y se pasaron el viaje en silencio, cada uno pensando en sus cosas. Blaise miraba
fijamente a Rhett, que se giró hacia ella con gesto molesto.
La pregunta había salido de los labios de Blaise. En su idioma. Con solo un deje de acento
francés.
—¿Por qué no comes una chocolatina y te callas un rato, enana? —preguntó Rhett.
Alice intentó no reírse con todas sus fuerzas cuando vio que Rhett fulminaba a la niña con
la mirada.
—¿Soy el único que se acuerda de que estamos a punto de entrar en una misión en la
que podríamos poner en peligro nuestras vidas? —preguntó Kai, mirándolos con
gesto de confusión.
Al instante, el buen humor desapareció. Rhett puso los ojos en blanco.
Su coche se detuvo junto a los demás y bajaron de él. A través del dispositivo de la oreja,
Philips les dijo que se dirigieran a la entrada de la ciudad abandonada.
Alice miró a su alrededor. Estaban entre la franja del bosque y una pequeña carretera que
conducía a la ciudad que les decía. Se pusieron en marcha los cuatro juntos. Blaise iba
delante dando saltitos tranquilamente.
—El... espacio —Rhett señaló al cielo—. Ya sabes, eso oscuro, con estrellas y planetas y
cosas.
—Ahí arriba solo hay nubes —le dijo Kai, confuso.
—Os quejáis de mí, pero os aseguro que tengo más paciencia de lo que parece
—miró el dispositivo de nuevo—. ¿Y eso va a rastrear algo?
—¿Y no sería mejor preguntarle a la niña que sabe dónde está su madre o no, en lugar
de rastrear un suelo por el que han podido pasar cientos de personas distintas?
Los tres miraron a Blaise, que estaba mirando a su alrededor con el ceño
fruncido.
Estaban cruzando la ciudad cuando Blaise volvió a quedarse delante de ellos. Rhett se
acercó a Alice con una pequeña sonrisa.
—¿Qué murmuráis? —preguntó Kai corriendo e intentando meterse en medio de los dos
—. ¡No me dejéis solo!
—Te vamos a dejar bajo tierra como no te calles —le aseguró Rhett.
—Si solo está la madre, intentar convencerla para que venga —dijo Kai.
—Pues... habrá que pedir ayuda. Pero hasta que lleguen, tendremos que
contenerlos. Además, no creo que al sargento le guste.
—Ha dicho que podíamos pedirle ayuda, ¿no? —Alice lo miró, confusa.
—Sí, pero... —él los miró—. Mira, voy a ser sincero. En realidad, esta se supone que es
una misión muy sencillo. Solo os está poniendo a prueba para ver de qué sois capaces.
Así que os recomiendo que intentéis arregarlo solos. Así le impresionaréis más.
Entonces, ella fue consciente entonces de una cosa en la que no había pensado hasta ese
momento, y eso que era muy obvia.
—Espera —se detuvo, haciendo que Blaise y los demás la miraran—. ¿Voy a tener
que... que disparar a personas?
—No —Alice miró a Rhett en busca de ayuda—. No puedo disparar a personas, Rhett.
—No puedes echarte atrás ahora —le chilló Kai, muero de miedo—. ¡Tienes que
protegerme!
—No puedo —repitió ella, y sintió que empezaban a temblarle las manos—. Nunca
lo he hecho. Y no quiero hacerlo.
—¡Pero...!
—¡Cállate! —le espetó Rhett a Kai en la cara, haciendo que él retrocediera dos pasos,
luego miró a Alice—. Alice, escúchame...
—No hay nada que escuchar —dijo ella con voz temblorosa.
Si algo le gustaba de Rhett, era que siempre le decía las cosas claras. No maquillaba la
verdad para que se sintiera mejor, sino que le decía las cosas como eran, y aún así
lograba tranquilizarla.
Rhett escondió la pistola y Kai pareció calmarse al instante, mientras Blaise seguía
burlándose de él.
—Vale.
—No.
—Pues déjate de bobadas —le dijo, señalando a Blaise—. Tenemos una misión que
cumplir.
—¿En qué momento has vuelto a ser un instructor amargado? —preguntó Alice,
siguiendo a la niña de nuevo.
—En el que tú has entrado en pánico —le aseguró Rhett antes de mirar a Kai—. Bueno,
¿tú tienes algo con lo que defenderte?
—Sí. A no ser que tu plan sea tirar la maquinita esa a la cabeza de alguien, claro. Tiene
pinta de doler.
—Que sí. Cállate —Rhett miró a Alice—. Encárgate de que no maten a estos dos. Yo
iré delante.
Blaise los guió por la ciudad escrupulosamente, atravesando patios traseros, callejones, e
incluso pasando por debajo de una valla rota. Cuando Alice estaba empezando a pensar
que se estaban perdiendo, la niña se detuvo en seco y señaló con un dedo hacia una casa.
Era una casa mediana, con dos hombres en el exterior jugando a cartas. Había algunas
luces encendidas en el interior, y habían rastrillado la nieve de alrededor de la casa. Blaise
miró a los hombres con los ojos entrecerrados.
—Pues sí que había hombres malos —comentó Rhett, sacando la pistola de su cinturón.
—¿Pido ayuda?
—Sé que te mueres de ganas de hacer esto —le dijo ella en voz baja—, pero necesito
que tengas cuidado, Rhett.
—Sé cuidar de mí mismo —aseguró él, sonriendo—. Y tengo a la mejor persona que se
me podría ocurrir para cubrirme las espaldas.
No la tranquilizó mucho, pero se dejó besar cuando se inclinó hacia ella. Blaise los miró
con gestos de repugnancia y Kai con cara de envidia.
No dijo nada más, escondió la mano en el bolsillo con la pistola y se acercó a los
hombres. Alice contuvo la respiración, agachándose con los otros detrás de unos
escombros.
—Alto ahí —dijo uno con acento francés marcado—. Propiedad privada.
—Estoy buscando algún lugar donde pasar la noche —les dijo Rhett
tranquilamente.
Alice vio que los hombres se ponían de pie. Ambos llevaban un cinturón similar al suyo,
así que iban armados. Agarró su propia pistola, apuntando al suelo.
Blaise y Kai la miraban como si tuvieran la esperanza de que ella supiera qué hacía.
—No aceptamos desconocidos —dijo el otro hombre, dando un paso hacia Rhett
—. Lárgate.
—Con ese humor, seguro que no muchos desconocidos quieren quedarse — aseguró
Rhett.
—Normalmente, la gente me dice que mis chistes son una mierda. Pero aprecio el
cumplido, gracias.
Alice estaba a punto de asomarse y disparar lo que fuera cuando vio que Rhett, en un
movimiento que ni siquiera ella pudo prever, agarró rápidamente al hombre que se había
acercado y le rodeó el cuello con un brazo, clavándole la
pistola en la sien. Su amigo apenas tuvo tiempo de hacer un ademán de llevarse la mano
al cinturón.
Rhett apretó la pistola contra la cabeza de su amigo, que estaba paralizado de terror.
—Voy a darte otra oportunidad porque hoy me he levantado generoso —dijo—. Pero te
advierto que me estoy aburriendo, y eso no te conviene. Y menos a tu amiguito.
—Pero...
—Tres...
—Yo no...
—Dos...
Alice no lo pensó, cuando vio que el hombre que había estado gritando se giraba hacia
Rhett sacando la pistola, se asomó y apretó el gatillo sin siquiera apuntar, presa del pánico.
Vio, casi a cámara lenta, que la bala atravesaba perfectamente el pecho del hombre,
que cayó al suelo al instante. Se quedó paralizada un momento.
—¡Mierda, Alice! —le gritó Rhett, que había quedado cubierto de sangre junto al amigo.
Durante un momento, se le nubló la mente. Había matado a alguien. ¿En qué la convertía
eso?
Pero cuando vio que Rhett se asomaba hacia la casa, volvió en sí.
Salieron tres hombres de la casa a la vez. Alice vio que disparaban directamente a la roca
donde Rhett estaba escondido. Él se agachó, con cuidado a no asomarse. Ella aprovechó
el momento y los apuntó. Al apretar el gatillo, solo vio que caía al suelo y decidió no
seguir mirando. Después, se agachó y escuchó que los dos restantes gritaban,
dispersándose.
Rhett estaba concentrado, en uno pero se quedó blanco cuando vio que el otro se
acercaba a los escombros donde ellos se escondían. Alice siguió su mirada al instante.
Ambos obedecieron al instante, escondiéndose detrás del muro que les estaba
señalando. A pesar de sus diferencias, los dos se agarraron de las manos, asustados.
Alice estaba supervisando que ambos estuvieran bien cuando notó que algo la
golpeaba en la nuca, tirándola al suelo.
Se había caído boca abajo. Rodó al instante en que el hombre apretó el gatillo. Vio la bala
hundiéndose en la nieve a unos pocos centímetros de su cabeza. Le pitaba la oreja. Cuando
volvió a apuntarla, le dio una patada a su mano instintivamente. La pistola rodó unos
metros lejos.
El hombre le soltó una palabrota en francés y se lanzó sobre ella sin importarle que no
estuviera armado. Cuando intentó quitarle el fusil, ella forcejeó y disparó al aire,
rozándole la oreja, haciendo que él diera un traspié y el arma se arrastrara a unos metros
de ellos. Alice le dio una patada en el estómago y consiguió ponerse de pie mientras él
retrocedía. Intentó llegar a la pistola, pero el hombre la agarró de la coleta, retorciéndola
hacia atrás. Ella apretó los dientes por el dolor del tirón, cayendo al suelo de nuevo.
Lo siguiente que supo fue que el hombre tenía la pistola, y que estaba de pie delante de
ella, apuntándola a la cabeza. Contuvo la respiración. No iba a morir si apretaba el
gatillo, pero tampoco iba a ser agradable.
Sin embargo, cuando escuchó el disparo vio que se formaba una mancha roja en su
abrigo, y no en el de ella. Alice puso cara de asco cuando el cadáver le cayó encima.
—Lo tenía controlado —le dijo Alice, intentando quitarse el cadáver de encima.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Rhett, aunque parecía preocupado solo por Alice, a la
que revisaba de arriba a abajo.
Rhett le lanzó la pistola del cadáver, poniendo los ojos en blanco. Kai la sostuvo como si
quemara.
—P-pero si no sé...
—Vamos a buscar a esa mujer y acabemos con esto —le dijo Rhett.
La casa estaba iluminada por candelabros encendidos, que eran la luz que habían visto
desde fuera. Parecía haber sido habitada durante un tiempo, y Alice vio varias fotografías
en las paredes que le indicaban que ese había sido el hogar de una familia años atrás. Se
preguntó qué les habría pasado.
No había nadie en el interior de la casa. Rhett y ella revisaron todas las habitaciones.
Blaise los miraba con preocupación. Kai se esforzaba en que no le cayera la pistola al
suelo por los nervios.
—¿Qué señala? —preguntó Rhett, mirando a Blaise, que señalaba el suelo. Alice se
acercó a ella.
—Mamá.
Kai dio una patada a la alfombra que señalaba, asustado, y los tres se quedaron mirando
una trampilla oculta. Blaise sonrió.
—Esto se pone cada vez más interesante —murmuró Rhett, frotándose las manos.
Alice abrió la trampilla lentamente y con la pistola sacada, pero no parecía haber nada
más que un pasillo oscuro con una puerta al fondo. Rhett la mantuvo detrás de él para
que le cubriera las espaldas y se encargara de los otros dos mientras él se acercaba
lentamente a la puerta.
—¿Camille? —preguntó.
Alice sintió que Blaise le soltaba la mano cuando una mujer se asomó. Tenía pinta de
hacer días que no comía o dormía bien. Iba con un camisón viejo y sucio, y el pelo
enmarañado. Era una mujer joven, con aspecto cansado, que se quedó mirando a Blaise
con los ojos abiertos de par en par.
Las dos se encontraron a mitad del pasillo, llorando, y se abrazaron la una a la otra con
fuerza. Alice se quedó mirándolas y no pudo evitar sonreír, bajando la pistola.
Mientras cavilaba, notó que alguien se detenía delante de ella. Era Trisha, que la miraba
fijamente. Levantó la cabeza, dispuesta a soportar una pelea si era necesario.
—He pensado en algo que podría ayudarnos a acordarnos de lo que nos pasó... y buscar
a todos los demás —dijo, finalmente.
Alice se quedó mirándola fijamente. Se esperaba todo menos eso. Como sabía que
Trisha no era muy dada a pedir disculpas, supuso que eso era lo máximo a lo que
llegaría, así que sonrió y enterró el hacha de guerra al instante. Después de todo, estaba
harta de evitarla por los pasillos de la casa.
—Bueno, ¿qué pasa? —preguntó con la boca llena de cereales, apoyado en la encimera.
Trisha sacó un cuaderno de papel y lo abrió, dejándolo sobre la mesa. En la hoja había
algunos garabatos y frases sueltas. Alice le dio la vuelta y lo leyó rápidamente.
—Si queremos encontrarlos... —dijo Trisha, incómoda— tenemos que empezar desde
el principio. Desde lo último que recordamos de ellos.
Alice estaba emocionada por empezar a trazar un plan. Sus ojos volaron por los garabatos.
Trisha pintaba bastante bien.
—Lo último que recuerdo yo fue estar en el suelo con Tina y Max. Y que me habían
disparado en el brazo. Me dijeron que tenían que cortármelo porque la bala estaba
envenenada y... bueno, que vosotros os fuisteis con Jake y otros tres chicos porque ella
se estaba volviendo loca.
—Nos fuimos al despacho de John —dijo Rhett, pensativo, sin dejar de comer—. Alice
estaba teniendo un cortocircuito o algo así.
—Un cortocircuito —Alice lo miró con mala cara—. No soy una batidora.
—No lo he hecho.
—Que te den.
—Yo solo recuerdo que te sacaron esa cosa y luego me dijeron que te llevara al coche,
que nos iríamos de ahí —Rhett lo pensó un momento—. Pero ni siquiera recuerdo salir
de la habitación.
—Así que el momento en que nadie recuerda nada es cuando se suponía que íbamos a salir
del edificio —comentó Trisha, mirando a Alice, que se puso a escribirlo en el cuaderno—.
Por tanto, tiene que estar relacionado, pero ¿cómo?
Alice escribió a toda velocidad y pensó en John. No le gustaba pensar en él, pero
podía ser la causa de todos sus problemas.
—No.
—Así que... —Alice miró el papel—. En resumen, nadie recuerda nada desde el
momento en que quiso salir del edificio principal de Ciudad Capital. Cuando volvimos a
ser conscientes, habían pasado, al menos, dos semanas, y estábamos solos con ropa
distinta en nuestra ciudad, que estaba a punto de ser
destruida. Yo fui la primera en despertarme, Trisha la segunda y Rhett el último, pero no
sabemos por qué.
—¿Y por qué no nos ataron? ¿O por qué no nos mataron directamente? —Rhett negó con
la cabeza—. No. No tiene sentido.
—Entonces, ¿por qué dejarnos ahí? ¿Por qué dejarnos así? —ella pensaba a toda
velocidad, mordiéndose el labio inferior. No tenía ningún sentido.
—Pero ¿por qué querrían cabrearnos y soltarnos otra vez? —Alice negó con la cabeza
—. No tiene que haber una razón. Solo que ahora no la vemos. Ni siquiera sabemos qué
hicimos esas dos semanas. O por qué destruyeron la ciudad.
Trisha suspiró.
—Solo puedo responderte a eso último —la miró—. Es lo que hacen con todas las
ciudades que se levantan contra la capital. Es el castigo que usan para que los demás no
lo hagan.
—Entonces... —ella tragó saliva—. ¿Creéis que el padre John podría estar detrás
de todo esto?
—Lo único que se me ocurre es que esto sea un experimento, como pasó la primera
vez que me dejó escapar. Quería ver qué pasaba si un androide de última generación
se mezclaba entre humanos. Además...
Ella se llevó un dedo a la sien y la tocó con cuidado. Trisha y Rhett intercambiaron
una mirada confusa.
—La última vez, para controlarme, me pusieron un chip aquí dentro —murmuró ella.
—Un dispositivo pequeño de alto alcance con el que retransmitían mis sensaciones,
mis percepciones y mis experiencias a su laboratorio —ella los miró—. Con eso,
sabían dónde estaba en todo momento. Solo me lo quitaron cuando consiguieron
conectarme a una máquina que les enseñaba mejor mis recuerdos de Alicia.
Durante unos segundos, la frase quedó suspendida en el aire. Trisha parecía asqueada.
Rhett empezó a negar con la cabeza cuando Alice se puso de pie y agarró un cuchillo.
—Ni se te ocurra abrirte la cabeza —le dijo, siguiéndola por el pasillo. Trisha también se
apresuró de seguirlos.
—No hay otra forma de saberlo —le dijo ella, muy seria—. Y no estoy dispuesta a que
vuelvan a aparecer de la nada.
Sin pensarlo un momento más, se clavó la punta del cuchillo en la sien, haciendo un
pequeño hoyo del que empezó a salir un hilo de sangre al instante. Rhett apretó la
mandíbula y miró a otro lado. Trisha tenía el ceño fruncido.
Alice puso una mueca cuando dejó el cuchillo ensangrentado en el lavabo y se miró en
el espejo. Dolía muchísimo. Tanto que se estaba mareando. Pero no estaba dispuesta a
permitir que eso la parara.
Tragó saliva y metió un dedo en la herida, hurgando en ella. Rhett soltó una palabrota y
ella vio cómo se ponía pálida en el espejo.
—No hay nada, Alice —le dijo Trisha—. Ponte algo en eso antes de que se infecte.
—No se va a infectar —le dijo Alice—. A veces, se os olvida que técnicamente no soy
humana.
Cuando terminó de decirlo, se quedó muy quieta cuando notó algo pequeño y duro en la
herida. Rhett levantó la cabeza y la miró. Ella gruñó, introdujo ambos dedos y extrajo la
cosa, dejándola en su mano ensangrentada.
Alice le pasó un poco de agua y vio un pequeño chip blanco. Sonrió y negó con la
cabeza.
—La próxima vez, intenta decirlo sin sonar tan sorprendido —murmuró Alice.
—Hola, John —dijo, sonriendo—. Espero que hayas disfrutado del espectáculo, porque
acaba de tocar su fin.
De todos modos, cuando volvieron a la cocina, ella sujetaba un pañuelo contra la herida
para no manchar nada. Trisha suspiró mientras todos se sentaban.
—Lo dudo mucho. Se cree que esta ciudad es la respuesta a todas las dudas de su vida —
Alice negó con la cabeza—. Podríamos intentarlo, pero no creo que funcionara.
—Esa será nuestra última opción —ella miró a Rhett—. ¿Cuánta distancia hay desde aquí
hasta Ciudad Capital?
—No lo sé. Quizá una semana si usan vehículos rápidos.
—Entonces, tenemos una semana antes de que John aparezca por la puerta de la ciudad
buscándonos, especialmente ahora que sabe que me he quitado su dispositivo.
—Nos hemos visto metidos en situaciones peores —dijo Rhett—. No tiene por qué
salir mal esta vez.
—Entonces... solo nos queda la opción de intentar convencer a Kai de que nos dé la
clave del ordenador en los días que nos quedan.
—Yo lo haré —dijo Trisha—. Le diré que quiero unirme a vuestro equipo e intentaré
ganarme su confianza.
—No sé muy bien qué significa, pero parece ser que a alguien importante no le gusta
demasiado Kai y por eso le tienen vigilado desde cerca. Pagan a Kenneth para que lo
vigile. Por eso está en ese equipo.
Ella parpadeó.
—Bueno, está claro que yo no voy a ser muy bienvenida si me acerco, y Rhett menos.
Además, le gustabas, ¿no?
—Solo tienes que distraerlo durante unos días. Invéntate una excusa para que no esté
pendiente de Kai. La que sea.
—Si algo sale mal, tendrás derecho a partirle la nariz a Kenneth —le dijo Trisha.
Rhett las miró un momento, luego soltó una palabrota y desapareció por el pasillo.
Alice suspiró.
—¿Por qué se pone así? No es para tanto.
—A mí tampoco me haría mucha gracia ver a quien me gusta teniendo que acercarse a
quien odio, pero supongo que no nos queda otra.
Alice la miró.
***
—Estará bien cuidada, no te preocupes —le estaba asegurando Kai mientras ella
recargaba la pistola.
—¿Seguro? Si no, puede quedarse unos días más con nosotros... —Alice apuntó
de nuevo al muñeco de pruebas, imaginándose que era Kenneth.
—Quiere estar con su madre, es normal... —Kai miró al muñeco con expresión de
dolor cuando Alice le disparó directamente en la entrepierna—. De todas formas,
puedes verla cuando quieras. Cuando se instalen, te avisaré.
—¿Sí?
—¿Cómo es que no sabes disparar? ¿No te han enseñado?
Él pareció avergonzado.
—Lo intentaron, pero pronto se dieron cuenta de que servía mejor en los ordenadores.
—¿No se supone que tú sabes todo de esta ciudad? ¿Cuándo hace que vives aquí?
—Cuatro años. Pero... el alcalde quiere guardar sus secretos, es lógico —a Alice le dio la
sensación de que intentaba convencerse más a sí mismo que a ella—.
Él es quien toma las decisiones. Bueno, el sargento Phillips también suele colaborar.
Ella supo al instante que no iba a sacarle más información, además, se suponía que pronto
llegaría Trisha. Tenían que empezar con el plan.
Como si le hubiera leído la mente, vio a Trisha esperando tras la puerta de cristal del
gimnasio. Intercambiaron una mirada significativa y Alice clavó los ojos en Kenneth, que
cruzaba el gimnasio con dos sacos de boxeo.
Mente fría. Mantén la calma. Se supone que tienes que ser simpática.
—Hola —lo saludó cuando llegó a su lado, con una sonrisa forzada.
Kenneth dejó los sacos en el suelo y levantó uno para colgarlo de la cadena, sin siquiera
mirarla.
—¿Te envía tu novio? —insistió Kenneth, mirándola por fin—. ¿Qué coño he hecho
mal esta vez? Porque hoy estaba de mal humor conmigo, te lo aseguro.
A Alice no le extrañó en absoluto. De hecho, le sorprendía que no lo hubiera tirado por
un barranco.
Alice tragó saliva cuando vio que él la ignoraba. Nunca había tenido que hacer que
alguien le prestara atención, normalmente su mejor baza era pasar desapercibida. Lo
pensó un momento. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?
Igual, si hacía lo mismo que en esas películas románticas que solía robar de la habitación y
veía a escondidas por las noches... pero en la mayoría de los casos era el chico que se
acercaba a la chica, ¿no? ¿Usarían los mismos métodos?
—¿Quieres algo más o vas a quedarte ahí todo el día? —le preguntó él,
cruzándose de brazos.
En todo caso, los chicos solían ser muy atrevidos... pero ella no era así de atrevida.
Y menos con Kenneth. No le salía del interior ser amable con él. Ni siquiera le salía
mirarlo sin querer pisarle el pie.
De hecho, era extraño tener una conversación con él que no acabara sin que alguno de los
dos golpeara al otro.
—¿O te has quedado sin batería? ¿Voy a preguntar si alguien todavía tiene algún
cargador de móvil?
Igual debería volver preguntar a Trisha, ella sabía sobre esas cosas... Estaba claro que no
podía preguntárselo a Rhett.
—¿Se puede saber qué quieres? No tengo todo el día —repitió él, impaciente.
—Yo... eh... —Alice tuvo que improvisar. Y dijo lo primero que se le vino a la cabeza—.
Es que... estaba recordando los viejos tiempos. En la otra ciudad.
—Pero ha pasado tiempo, ¿no? Pues son viejos tiempos —le salió la risa
nerviosa—. ¿Te... te acuerdas?
—Ya empiezo a entender por qué eras tan buena en clase. ¿Cuántas clases extra te
dio el amargado de tu novio?
—Cállate. No te soporto.
Alice se dio cuenta de que se había desviado completamente del tema y volvió a adoptar
la sonrisa tensa.
—Pues hace un momento has dicho que podías tirarme al suelo con facilidad.
—Era... estaba irritada. Ahora no. Y necesito que me ayudes a recuperar el ritmo de las
clases de Deane —solo hablar de ella la ponía de mal humor.
—¿Y yo sí?
—Pues sí. ¿O te crees que me sobran el tiempo y las ganas de darte palizas a diario?
—Espera, joder —la detuvo—. Que era una broma. Qué poco sentido del humor.
Alice se detuvo y lo miró. Rhett y los demás acababan de entrar. Kenneth podía dar
gracias al cielo porque Rhett no lo hubiera oído. Y aún más porque Alice tuviera que fingir
que le caía bien y no pudiera darle una patada.
—Me debes un favor —dijo Kenneth—. Dejémoslo ahí. Cuando te lo pida, tienes que
hacerlo.
—No te pediré nada que no quieras hacer por ti misma —aseguró él, sonriendo
misteriosamente—. Mañana empezamos a las diez. Sé puntual o cambiaré de opinión.
Alice le sonrió de la forma más falsa que había usado en su vida y vio que él se centraba
en su saco. Se dio la vuelta y su mirada se cruzó con la de Rhett, que parecía a punto de
explotar de rabia. Dudó un momento, pero después decidió acercarse, deteniéndose a su
lado.
Rhett estaba limpiando una escopeta, así que no levantó la mirada cuando llegó.
—Espero que no uses eso para matar a cierto rubio engreído —intentó bromear
inocentemente.
Otra vez.
—Sí, solo eso. Con suerte, en una semana ni siquiera tendremos que volver a verlo.
Rhett pasó un trapo por la escopeta con más fuerza de la necesaria. Alice esbozó
una sonrisa inocente.
—¿Y qué te ha pedido a cambio?
—Porque es Kenneth.
Rhett levantó la cabeza de golpe, mirándola. Después, sin pensarlo, agarró la escopeta y se
puso de pie.
Ella suspiró.
—Estoy deseando que algo salga mal en secreto para poder romperle la nariz.
—Me gustaría ver eso.
—Vete de aquí antes de que consigas ponerme de buen humor cuando quiero estar
enfadado contigo —dijo, sin mirarla.
***
Kenneth la tiró al suelo por quinta vez, haciendo que ella se sujetara el
estómago con la mano, adolorida.
—¿Te creías que iba a ser blando contigo? —preguntó él, estirando los brazos.
No, no esperaba que fuera a ser blando en absoluto, pero tampoco esperaba la paliza que le
estaba dando. Le había reventado la nariz de un solo codazo. Alice había conseguido que
la herida dejara de sangrar, pero le seguía doliendo la mitad de la cara.
—¿Y no podrías enseñarme algún golpe en lugar de machacarme? —preguntó ella con
voz nasal, poniéndose de pie lentamente.
Ella no estaba segura de si era un método alternativo o no, pero cuando terminó, una hora
después, llevaba más golpes que en toda su vida. De hecho, se estaba mareando. Sola,
decidió ir al hospital, solo por si acaso. No tenían que sacarle sangre para esas cosas,
¿no?
El hospital era el edificio que estaba más cerca del campo de entrenamiento. Llegó
rápidamente y se refugió de la nieve sujetándose la nariz.
Ninguno de los médicos de ahí era Tina, así que no tenían milagros contra los golpes,
pero sí le curaron rápidamente la nariz y le dieron una bolsa de hielo para ponerse en el
pómulo. Ella pensó que sería más sencillo, simplemente, ir a hundir la cabeza en la
nieve, pero no dijo nada.
Alice bajó unas escaleras que le resultaron familiares. Después, otras. Después, giró hacia
la izquierda. Después, se encontró con un pasillo sin salida. Giró.
Escaleras hacia abajo. ¿Tenía que bajar tanto? Siguió bajando. Las ventanas
desaparecieron. Todos los pasillos parecían iguales. Y nadie aparecía para preguntar dónde
estaba.
Alice se detuvo, cansada, cuando volvió a llegar a un pasillo sin salida. Esta vez en el que
solo había una puerta de hierro reforzado. Se quedó mirando el suelo con el ceño
fruncido. Había un montón de ropa plegada con un letrero en la pared: Usar antes de
cruzar.
Era un traje extraño, blanco, con una mascarilla azul que cubría gran parte de la cara.
Alice se lo puso por encima de la ropa, solo por curiosidad. ¿Qué era eso?
Era un traje que parecía hecho a propósito para no infectarse de algún virus o algo así,
pero también para no ser reconocido. Pensó en quitarse el traje y volver por donde había
venido, pero la tentación era grande, y la puerta parecía albergar un secreto bien
guardado. Quería descubrirlo.
Abrió de golpe y se quedó mirando su interior con intriga. Esa cambió a una
expresión de desconcierto cuando vio que era, simplemente, otro pasillo.
Pero había algo especial en ese, algo que hizo que cruzara la puerta y la cerrara a su
espalda, empezando a andar entre las paredes blancas. Parecían interminables. Y no había
puertas, ventanas... ni siquiera un simple cuadro.
Alice estaba empezando a cansarse cuando vio que había unas escaleras que subían
hacia otra puerta de hierro reforzado. Subió y soltó una maldición que había aprendido
de Rhett cuando vio que estaba cerrada.
Casi le dio un infarto cuando un hombre vestido como ella se la cruzó de frente.
Miles de excusas pasaron por su mente, desde la más estúpida a un simple lo siento,
pero no le salió nada. Simplemente se quedó ahí mirándolo con expresión espantada.
Y, sin embargo, el hombre pasó por su lado, dejándole la puerta abierta. Alice se
No la había reconocido.
Dejó la puerta empujada disimuladamente y vio a otras dos personas vestidas como ella
que hablaban en voz baja. Era una enorme sala de ordenadores con tres puertas grandes
abiertas. Las dos personas hablaban rápido y bajo, así que no pudo escuchar qué decían,
pero sí vio unos gráficos en un ordenador de lo que parecía un ser humano. O su silueta.
Alice pasó por su lado con el corazón a cien por hora y cruzó la primera puerta que vio.
Algo le decía que esa era la indicada.
No tuvo que andar mucho hasta que se estuvo a punto de chocar con un cristal
perfectamente limpio. Tan limpio que apenas lo había visto. Fue entonces cuando fue
consciente de que había llegado al final de otro pasillo. Éste era extraño. Volvía a tener
las paredes blancas, pero desembocaba en una enorme habitación blanca con un panel
de cristal transparente que la separaba de...
De...
No se había fijado, pero había, al menos, diez personas en el suelo. Por un momento, le
invadió el pánico al pensar que estaban muertas, pero después vio que una de ellas se
movía y la miraba con desdén, antes de dirigir su mirada al techo de nuevo.
Era...
Alice vio que una mujer vestida como ella ponía una tarjeta en la pared y aparecía
una obertura del tamaño de una puerta. La mujer entró, agarró a la chica que había
mirado a Alice, y se la llevó. No sin que antes Alice la observara. Cuando la mujer
quitó la tarjeta, la puerta volvió a cerrarse.
42.
Era 42.
La misma a la que había visto recibir un disparo. De la que no había vuelto a saber nada
en tanto tiempo.
Apenas pudo dejar de mirar hasta que la mujer y 42 estuvieron lejos de su alcance.
Parpadeó, obligándose a sí misma a reaccionar, y miró de nuevo hacia el cristal, donde
algunos presos la miraban con curiosidad, como si estuviera haciendo algo fuera de lo
normal.
Pasó la mano por el panel, preguntándose cómo conseguir una de esas tarjetas, y miró de
nuevo a los androides, que habían vuelto a centrarse en su soledad, ignorándola.
Entonces, su mirada se quedó en otra integrante de la celda. En esta ocasión no era una
chica de su edad, sino una niña pequeña con la misma bata blanca de los demás y la
misma expresión vacía.
Pegó una mano al cristal, pero dejó de hacerlo cuando vio que la niña la miraba, confusa.
Entonces, ¿era un androide? Pero... no había niños androides, ¿no? Nunca había
oído hablar de ello.
Ella se dio la vuelta y miró a una mujer vestida como ella. Parecía que la estaba mirando
fijamente.
Intentó calmarse a sí misma y se acercó al marco de la puerta del salón. Quería estar con
gente en la que sabía que podía confiar. Y, en esos momentos, solo tenía a dos personas
de su lado.
Entonces, se quedó paralizada en la entrada cuando vio que una de las puertas de las
habitaciones se abría de un portazo. Alguien vestido de militar le había dado una patada
desde el interior.
No supo si era por instinto o por terror, pero su primer impulso fue esconderse en la
entrada con el corazón bombeando sangre a toda velocidad. Escuchó pasos y contuvo
la respiración, asomándose lo justo para ver lo que estaba pasando.
El otro giró el fusil y le dio en las costillas. Trisha se llevó una mano a la zona afectada,
pero sonrió, mirándolos. Si había sentido dolor, no lo mostró en ningún momento.
—Se fue esta mañana —les dijo, riendo—. Vio lo mal que estabais de la cabeza y
decidió que prefería pudrirse en una ciudad abandonada que seguir aquí con vosotros,
chiflados.
—¿Dónde está el androide que se hace llamar 43? —repitió el hombre—. Si nos lo dices,
nos ahorrarás mucho trabajo.
Escuchó un golpe seco y no pudo aguantarlo más. Dio un paso hacia delante y se
acercó agachada hacia ellos, que le daban la espalda. Logró llegar al sofá y esconderse
detrás, dándole la cara a Trisha.
Por un momento, Trisha intentó incorporarse y levantó la mirada. Sus ojos se encontraron
y Alice respiró hondo. Trisha volvió a clavar la mirada en el suelo al instante, como si no
hubiera sucedido.
Ella no respondió. Alice se escabulló de puntillas hacia ellos, sintiendo que su corazón se
iba acelerando a medida que se acercaba. Trisha miraba fijamente a los hombres.
Alice notó que su cuerpo entero se tensaba cuando estiró la mano y tocó con la punta de
los dedos la pistola del cinturón del hombre, que estaba de brazos cruzados. Sentía que iba
a darle un infarto cuando consiguió agarrar la culata y estirar hacia arriba. El hombre
seguía sin darse la vuelta. Con cuidado, consiguió extraerla hasta casi la mitad.
—Te doy una última oportunidad —le dijo el soldado—. Dinos dónde está o
buscaremos a otra persona que lo haga.
El hombre frunció el ceño, y fue suficiente como para que Alice le quitara la pistola de un
tirón y disparara sin pensarlo a la cabeza del armado. No se giró para comprobar los
daños, sino que se giró hacia el otro y esquivó milagrosamente un puñetazo. Él buscó en
su cinturón y quedó pálido cuando vio que le había quitado la pistola. Alice le apuntó en
la cara.
—¡Qué asco, joder! —dijo Trisha, quitándose la sangre de la camiseta como pudo—. ¿No
podías haber apuntado a otro lado?
El hombre levantó las manos temblorosas, mirando fijamente la punta de la pistola con la
que lo apuntaba Alice.
—¿Dónde está Rhett? —preguntó ella, sin quitarle los ojos de encima.
—¿Qué...? —era la voz de Rhett, sintió que su corazón se relajaba—. Bueno, veo que
tenéis las cosas bajo control.
—No —Alice respiró hondo—. Tengo que contaros algo antes. Creo que él puede
darnos algunas respuestas.
—Tienen androides aquí —les dijo—. Los tienen encerrados en el sótano del
hospital. Creo... creo que están haciendo experimentos con ellos o algo así. Estaba
mi antigua compañera, 42, y Blaise...
—¿Blaise? —preguntó Rhett, sin despegar la mirada del hombre—. ¿Por qué?
—No lo sé —aseguró.
—Alice, somos tres personas contra una ciudad entera —le dijo Rhett—. Y todavía
tenemos que llegar al ordenador de Kai. Ni siquiera sabemos si van a venir más como
este a buscarnos. Habrán oído los disparos.
—N-no los habrán oído —dijo el soldado—. Las casas están insonorizadas. Os juro que
no diré nada si dejáis que me va...
—Yo creo que sí puedes —le dijo Rhett, acercándole la pistola a la cara.
—Te aseguro que se nos ocurrirá algo más creativo si no colaboras —le dijo Trisha,
acercándose para deshacerle el cinturón y ponérselo ella.
Alice hizo lo mismo con el tipo al que había matado, con cuidado a no mirarle a la cara.
De hecho, lo único que vio fue el charco de sangre por el rabillo del ojo. Cuando lo
tuvo atado alrededor de su cintura, volvió a mirar al hombre.
Rhett suspiró.
Ella ahogó un grito cuando Rhett le disparó al hombre en el pie, haciendo que él soltara un
grito desgarrador y cayera al suelo, sujetándoselo como pudo. Alice intentó mantener la
expresión serena cuando vio que sus manos se llenaban de sangre oscura, formando un
charco pequeño.
—¿Sabes algo ahora? —le preguntó Rhett, que ni siquiera había parpadeado—. Porque
todavía te quedan una pierna y dos brazos.
—¡Vale, vale! —él estaba retorciéndose de dolor—. A... nosotros n-no nos dan la
información de la misión. Solo... solo teníamos que traer al androide 43 con el capitán
Phillips.
—¡No lo sé! —gimoteó él, sujetándose el pie con las manos llenas de sangre—. Mandan
comisiones de búsqueda de androides fugados constantemente.
—Yo soy oficial, no científico —dijo él, ya entre lágrimas—. No... no sé...
—La tecnología es la mejor de todo lo que queda de mundo —murmuró él—. Sin su
ciudad, los creadores tuvieron que buscar alternativas, así que llegaron a un acuerdo con
la Unión. Nosotros les conseguimos androides y ellos pagan.
—¿Y por qué los tenéis encerrados? —preguntó Alice, frunciendo el ceño.
—Ya... ya te he dicho que tenemos la mejor tecnología del mundo actual. La única
forma de saber qué ha fallado con los androides es inspeccionarlos. Y... una vez
desconectados, los enviamos con sus creadores. Ellos... bueno... se encargan de
repararlos y reactivarlos. A no ser que el error sea muy grave, en cuyo caso...
—¡Sí lo soy!
—Un oficial sabría defenderse mejor —le dijo Rhett, enarcando una ceja.
—¿Por qué? —Alice intentaba mantenerse fuerte, pero lo cierto era que estaba tan
enfadada que le temblaban las piernas.
Ben. Era su padre. No lo habían visto desde que los había traicionado en su antigua
ciudad. Alice vaciló un momento.
—Es el alcalde —replicó el hombre—. Llegó con su ejército, así que adoptamos roles
de ejército nosotros también. Mató al antiguo alcalde y se puso al mando.
—Así que ha estado aquí todo el tiempo —murmuró Rhett—. Lo hemos tenido al lado y
no lo sabíamos. Él sabía que estábamos aquí. No me lo puedo creer.
—Les odia —gimoteó el hombre—. Al principio, por no perder el acuerdo con John,
el líder de los creadores, siguió el proceso habitual... pero no tardó en tener otras
ideas. En pedir a los científicos que experimentaran con esos androides. Que...
—Exponerlos a la radiación durante horas para ver si eran capaces de aguantar, ver si
eran capaces de reproducirse con el método humano, provocar reacciones extremas por
ver el porcentaje de supervivencia... al menos, eso era el principio.
Ahora... tiene la extraña idea de hacer un ejército de androides modificados para ser más
fuertes.
—Quitarles los brazos y sustituirlos por armas —el hombre negó con la cabeza—.
Que sean capaces de ser operativos sin partes del cuepo... y cosas peores...
—Sí la había —Alice estaba a punto de llorar de rabia—. Siempre tienes la opción de
elegir. Elegir si vas a seguir dejándolos morir o intentar salvarlos.
—¿Ya sabes lo que querías? —preguntó, mirándola—. ¿Te sientes mejor ahora que
sabes que nos torturan y nos matan porque no consideran que estemos vivos?
—Si hubiera dicho algo, me hubieran atrapado —él cerró los ojos un momento—
. Mátame o me encontrarán y me harán lo mismo que a los demás.
Alice dudó un momento y luego empuñó el arma contra su cabeza. El hombre agarró
la punta del fusil y la bajó a su estómago.
Él cerró los ojos y Alice lo miró durante unos segundos. Entonces, apretó el gatillo,
destrozándole el sistema operativo. Vio la sangre manchando la pared y, justo entre los
órganos principales, tras donde debería haber estado el número, el núcleo de su sistema,
un cilindro pequeño y blanco conectado a sus órganos vitales.
Durante unos segundos, nadie dijo nada. Alice tragó saliva y logró deshacer el nudo de
su garganta.
—¿Y ahora qué? —preguntó Trisha—. Porque está claro que no podemos seguir
aquí.
—No voy a dejarlos —repitió ella, dándose la vuelta—. No lo haré. Y no hay nada
que puedas decirme que vaya a hacer que cambie de opinión.
—Es un suicidio —le dijo él, negando con la cabeza—. Lo único que conseguirás es que
te encierren con ellos o te maten.
—Prefiero eso que escapar sin intentar ayudarlos.
—¿De Tina? ¿De Max? Incluso del maldito Kilian... ¿qué hay de ellos?
¿Prefieres salvar a unos desconocidos a volver a verlos?
Alice no dijo nada. Trisha y Rhett la miraban fijamente, esperando una respuesta.
—No puedo irme sin ellos —repitió Alice, sacudiendo la cabeza—. No puedo.
—¿Y qué hay de los ordenadores? —preguntó Trisha—. ¿Ya no quieres saber dónde
están? ¿Se acabó el plan?
—¿Y qué quieres hacer? ¿Salir ahí a disparar tú sola a todo el mundo hasta que hagan
exactamente lo que quieres que hagan? —preguntó Rhett.
—Es un suicidio —Trisha negó con la cabeza—. Vas a hacer que nos maten.
suspiró.
***
Cruzar la ciudad con los trajes de los cadáveres había sido sorprendentemente fácil. Con la
oscuridad, nadie se había parado a mirarlos para asegurarse de que eran oficiales de
verdad. Alice se detuvo delante del edificio en el que sabía que vivía Kai y abrió la puerta.
Trisha se quedó abajo vigilando, mientras ella y Rhett subían las escaleras.
—Alguien ha intentado entrar en la red de ordenadores de la ciudad. Dice que eres el más
indicado para ver qué ha pasado.
Iba vestido con una camiseta blanca y unos pantalones anchos. Ni siquiera llevaba
zapatos, solo calcetines. A Alice casi le dio lástima. Casi.
—Bien, espera... voy a ponerme ropa para... bueno, para lo que sea.
Alice sonrió y esperó en la puerta mientras veía que se quitaba los pantalones y se ponía
el mono del ejército con la camiseta debajo. Después, se puso las botas y se acercó a ella
de nuevo.
—¿Qué haces? —le preguntó Kai, horrorizado—. ¡Me estás apuntando con esa cosa!
Alice no lo pensó mucho más y soltó a Kai. Él parecía más confuso que nunca.
—Vamos los dos armados. Trisha, abajo, también. Si intentas algo raro, te mataremos a ti
y a todo el que se ponga por delante —le dijo Rhett—. Así que sé buen chico y llévanos
al gimnasio sin crear problemas.
—Pero...
Kai dudó un momento antes de girarse y empezar a andar hacia las escaleras.
—¿No lo sabes? —le preguntó Alice, asegurándose de que nadie los seguía.
Los cuatro se escondieron detrás de un muro cuando pasaron dos guardias. Después,
siguieron andando.
Alice no estaba segura de si estaba fingiendo no saberlo. Lo miró sin confiar en él.
—Los torturan. Los matan —Alice negó con la cabeza—. No finjas que no lo sabes.
—Por lo que sé, no les gusta que pregunte frecuentemente por qué desaparecen los
androides que se supone que tenemos que enviar al padre John —él esbozó una sonrisa
nerviosa.
—¿Y por qué iba a mentir? —preguntó Kai—. Me vais a obligar a traicionarlos y me
echarán de aquí. Y no tengo nada que perder, tampoco es que me traten genial, pero...
Alice le chistó. Habían llegado al edificio. Se detuvieron al ver al guardia de la puerta. Los
cuatro avanzaron hacia él, que los miraba fijamente. Cuando estuvieron a su altura, Trisha
hizo un ademán de hablar, acorde con el plan.
—Tenemos que entrar —dijo Kai, haciendo que los otros tres se quedaran
mirándolo fijamente—. Órdenes del sargento Phillips.
Alice intercambió una mirada nerviosa con Rhett, que parecía tan confuso como ella.
El guardia dudó un momento antes de apartarse. Rhett se adelantó y pasó la tarjeta por el
lector antes de entrar los cuatro en el edificio. En cuanto estuvieron dentro, los tres
miraron a Kai.
—Ya os he dicho que no tenía nada que perder —dijo él, encogiéndose de
hombros.
—No tenemos tiempo —interrumpió Trisha—. Quiero irme de aquí en cuanto pueda.
—¿Por qué nos ayudas? —le preguntó Alice, después de unos segundos de silencio
—. Y no me digas que es porque no tienes nada que perder.
—Desde que sustituyeron al alcalde, me han gustado cada vez menos las decisiones
que tomaba —murmuró él, centrado—. Empecé a hacer preguntas que nadie
respondía y vi que había lagunas en algunas explicaciones.
Especialmente, las relacionadas con androides. Intenté descubrirlo por mi cuenta,
pero me habéis adelantado.
Él suspiró.
—Si lo hubiera sabido... —apretó los labios—. Nunca creí que estuviera pasando eso. Si
no, hubiera intentado hacer algo.
—Te creo —le dijo Alice, aunque pensaba que lo más seguro era que Kai
hubiera huido al enterarse.
—Un mes.
tecleó.
—Max.
Él buscó.
—Nada.
Alice apretó los labios. Si eso no funcionaba, no estaba segura de qué iba a hacer.
—¿Tina?
—No... nada.
—¿Jake? ¿Kilian?
Él buscó.
—No.
Alice hizo un esfuerzo muy grande por no tirar algo por los aires. Cerró los ojos un
momento.
Tenían que haber estado ahí. No podía perder su última esperanza. Si no insistía,
no los volvería a ver. Lo sabía.
Pero... ¿qué nombre podrían haber puesto? No era ninguno de los suyos. Lo pensó un buen
rato, concentrada, repasando cada nombre en su cabeza.
—¿Qué pone?
—Grupo grande de gente de caravanas. Estuvieron aquí dos días antes de que llegarais
vosotros —murmuró Kai—. Vienen a menudo por intercambios. Pero esta vez se
marcharon más rápido que las otras veces.
Alice respiró hondo y, tras dudar unos segundos, bajó el arma lentamente. Kenneth
sonrió más ampliamente y dio un paso hacia ellos, bajando las manos.
Él dio un traspié cuando Rhett apareció por detrás de él y lo agarró del cuello,
sujetándolo con fuerza. Kenneth se puso rojo como un tomate al instante, intentando
resistirse, pero lo tenía bien agarrado. Trisha apareció con un cuchillo.
—Por lo que he visto, aprecian su vida. Si las cosas se tuercen, podéis negociar con él.
Alice lo miró fijamente. Tenía razón. Era, sorprendentemente, una buena idea.
Eso pareció gustarle a Trisha, que sacó unas esposas del cinturón y le ató las manos a
Kenneth en la espalda. Rhett lo soltó por fin. Parecía haber disfrutado cada segundo
agarrándolo del cuello.
—Me parece bien —Rhett lo miró—. Necesitamos a alguien a quien golpear para
entrenar.
—Tienes razón —Trisha asintió con la cabeza antes de mirar a Alice—. ¿Tienes algo?
—Si no acepta sobornos, aceptará amenazas —le dijo Alice, recordando el miedo de
Charles a que sus hombres descubrieran que era un androide—. Se ha ido al sureste.
¿Qué hay al sureste?
—Nada bueno —él negó con la cabeza—. Solo está la zona de androides, Alice. Donde
solías vivir.
Ella se quedó en silencio un momento. ¿Irían ellos ahí? Tenía sentido. Era el único
sitio lo suficientemente fortificado como para mantener a la gente ahí y poder
defenderse. Además, había zonas de cultivo que podrían aprovechar.
—Al sótano del hospital —dijo Alice, poniéndole una pistola en la mano.
—¿Qué pasa? —preguntó Rhett, que le había hecho una mordaza a Kenneth con un
trozo de su propia camiseta. Kenneth lo miraba con mala cara.
—Se han... —Kai soltó una palabrota—. No. Se han dado cuenta de que he usado el
ordenador. Han activado el sistema de defensas.
—Han reforzado las defensas alrededor de la muralla, buscándonos —Kai los miró—.
Y aquí es donde mirarán primero.
—En realidad, lo son —Kai suspiró—. Han reforzado las defensas, así que en el hospital
no habrá guardias.
Salieron por la parte trasera del edificio —por las ventanas que solo podían abrirse
desde dentro, tal como les acababa de decir Kai— y entraron de nuevo en la ciudad.
Repitieron de nuevo el proceso de esconderse con cada guardia que pasaba, solo que
esta vez tenían a Kenneth con un trozo de camiseta metido en la boca para que se
callara y unas esposas puestas, cosa que lo hacía considerablemente más incómodo.
Cuando estuvieron delante del hospital, los cinco lo miraron, agachados en la oscuridad.
—No creo que el sigilo sirva de mucho ahí dentro —dijo Rhett—. Es una zona
cerrada.
—Si disparamos, ¿nos oirían fuera? —preguntó Alice a Kai.
—Si cerráis la puerta principal, no. Las paredes de los edificios están insonorizadas.
Todas.
Ella fue la primera en entrar. Rhett el siguiente. Alice empujó tanto a Kai como a Kenneth
dentro y cerró la puerta a sus espaldas.
Cruzaron los dos primeros pasillos sin incidentes, escondiéndose en los puntos muertos y
en las puertas. De hecho, no vieron a nadie dentro. Estaba todo a oscuras. Ahí, no trataban
a pacientes de noche. Tuvieron suerte hasta que llegaron a la puerta de las escaleras del
sótano.
Rhett hizo un gesto a Alice, que se deslizó sigilosamente hacia él. El guardia pareció
despertarse, pero era demasiado tarde. Rhett le dio con la culata de la pistola en la nuca,
dejándolo tendido en el suelo inconsciente.
—No podemos bajar los cinco —dijo Rhett cuando llegaron a la puerta ahora
despejada.
—Me quedo yo —Trisha los miró—. Soy la que peor puntería tiene.
Especialmente con un brazo. No os serviría de mucho ahí abajo.
Las dos se miraron un momento antes de asentir con la cabeza y cerrar la puerta
del sótano.
—¿Qué?
—No... no lo sé.
Ella suspiró.
—Esa es mi chica.
Los dos bajaron por las escaleras y Alice siguió la misma ruta que la última vez, llegando
por fin a la puerta en la que había los trajes.
—Tienen miedo de que tengamos algún virus dentro —le dijo Alice, mirando el traje
—. Prefieren prevenir que curar.
—Hice bien en enseñarte algunos refranes —murmuró Rhett, siguiéndola.
Entraron en el pasillo blanco y Alice quitó el seguro del fusil. Rhett iba justo detrás de
ella, cubriéndole las espaldas. Tenía todos los músculos del cuerpo tensos.
Curiosamente, no tenía miedo de disparar. No quería hacerlo, pero ya no era por ese
motivo. Ahora era por algo muy distinto. No sabía cómo sentirse al respecto. No le
importaba matar a alguien si tenía que hacerlo. ¿Se había convertido en un monstruo?
Cuando llegó a la puerta que la última vez habían abierto por casualidad, no lo dudó un
momento. Apuntó a la cerradura y, de un tiro, la abrió.
Al instante en que llegaron a la sala contigua, vio la sala de ordenadores. Unos cuantos
científicos se dieron la vuelta en sus trajes enormes y empezaron a gritar, pero ellos ya
los estaban apuntando.
Alice no dijo nada. No hacía falta. Rhett gritó dos órdenes y consiguió juntas a los pocos
científicos en un rincón, temblorosos y asustados.
Ella hizo un gesto con la cabeza a los cinco científicos, que caminaron pegados los unos a
los otros hacia la sala de cristal, con ellos dos apuntándolos con sus armas. Cuando
llegaron, Alice vio que la sala de cristal estaba mucho más vacía que la última vez que la
había visto.
Se acercó casi corriendo al cristal y tragó saliva al ver que solo había una niña sentada
con las rodillas en el pecho, mirando a una chica mayor, pero que estaba tumbada.
Ella volvió a centrarse en los científicos, que estaban arrinconados contra el cristal.
Finalmente, uno de los trabajadores, tembloroso, puso una mano enguantada en el cristal,
que se abrió con un susurro. Alice vio que Blaise estaba intentando ayudar a la chica joven
a ponerse de pie, ansiosa.
—¡Vamos! —la intentaba ayudar en francés—. ¡Vamos, levántate de una vez, han
venido a ayudarnos!
Finalmente, la chica empezó a ponerse de pie y Alice entendió por qué había sido tan
difícil. Se estaba sujetando una enorme tripa de embarazada. Aceptó la ayuda de Blaise
mientras las dos corrían hacia la puerta abierta. Alice tragó saliva al ver lo delgadas que
estaban las dos, pero no dijo nada.
—Venga —Rhett estaba centrado en los científicos—. Adentro.
Rhett perdió la paciencia y empujó a uno al interior de la jaula de cristal, haciendo que
los demás lo siguieran. Cuando se apartaron de la puerta, esta se cerró automáticamente.
—Eso espero.
Rhett se dio la vuelta por primera vez y se quedó mudo al ver a la chica
embarazada, que tenía los brazos y las piernas increíblemente delgados y pálidos.
—Lo sabía, sabía que no me abandonarías —ella abrazó con fuerza a Alice por la cintura
—. Y sabía que obligarías a tu novio a ayudarte.
—No la conozco, pero nos han encerrado juntas —les explicó la niña—. No habla
mucho.
—Se los han llevado hace unas horas. Creía que... que querían librarse de nosotros
—Blaise apretó los labios—. ¿Es eso lo que hacen con los demás?
¿Los...?
—No lo sabemos, pero no tenemos tiempo —la cortó Rhett—. Tenemos que irnos
de aquí.
—No están aquí —él la miró—. Lo siento mucho, Alice. Siento que tu amiga no esté
aquí, de verdad, pero no podemos buscarla ahora. Ni siquiera sabemos si sigue en la
ciudad.
Alice sabía que él tenía razón, pero no dejaba de pensar en 42. Si solo hubiera podido
decirle que la esperara...
—Vámonos de aquí.
Recorrieron todo el camino de vuelta con las dos chicas. Blaise iba con Rhett delante,
mientras que Alice se había rezagado un poco para ayudar a la chica embarazada a subir
las escaleras. Parecía agotada. Y, a pesar de que tenía casi todo su peso apoyado encima,
apenas notaba nada. Estaba demasiado delgada.
—Has dicho que han reforzado las defensas —murmuró Alice—. ¿Qué quiere decir
eso?
—Que la entrada de la ciudad está vigilada. Saben que queréis marcharos. Y... bueno, van
a intentar impedirlo.
—¿Y por qué no había seguridad ahí abajo? —preguntó Rhett, sin terminar de confiar
en él.
—¿Quién iba a pensar que ibais a rescatar a nadie siendo buscados por la ciudad? —él
soltó una risita nerviosa.
—Tiene que haber algo —dijo Alice, pensando a toda velocidad—. ¿Es la única salida?
—¿Estás seguro? —preguntó Rhett—. ¿No hay nada más? ¿Ni siquiera una salida de
emergencia?
—¿De los coches? —repitió Trisha—. ¿Quieres que nos vayamos en un maldito coche?
¿Sabes lo que es la discreción?
—La entrada de los coches, la que usasteis vosotros, está al otro lado de la ciudad.
No estará tan vigilada. No hay mucha gente que sepa activar esos vehículos.
—Sí —él sonrió, orgulloso de saber hacer algo—. Si no saben que estoy con
vosotros, no deberían sospechar de esa zona.
—¿Y si sospechan?
Esta vez tuvieron que esconderse tanto tiempo que tardaron casi una hora en recorrer la
ciudad. Estaba plagada de guardias. Alice vio, a lo lejos, que el gimnasio estaba lleno de
ellos. Se preguntó qué excusa encontrarían al acceso al sistema. Solo esperaba que no
llegaran a la conclusión de que Kai estaba con ellos.
La parada de coches estaba al otro lado de una calle pequeña y discreta, así que
tuvieron que correr para llegar a la puerta. A Kai le temblaban las manos cuando
pasó su tarjeta por el lector.
—Tenemos dos minutos antes de que vean mi identificación en el lector —dijo él,
caminando rápidamente hacia el interior del edificio.
Alice seguía ayudando a la chica embarazada mientras seguía a los demás. Vio, de reojo,
que Rhett cerraba la puerta y les cubría las espaldas. Kai iba decidido con Trisha hacia la
planta inferior. Ella seguía sujetando a Kenneth de malas maneras con un solo brazo. Las
luces se encendían automáticamente a su paso. Dos minutos. Era poco tiempo. Alice
esperaba que nadie los viera por las ventanas.
El piso interior estaba lleno de coches. Ella los miró, sorprendida, mientras Kai los
sorteaba para llegar a los más cercanos a la puerta.
—No es por meter prisa, pero nos queda un minuto —dijo Rhett, siguiéndolos.
Kai no respondió. Se detuvo delante del coche más cercano a la puerta y pasó su tarjeta
por encima. La puerta se abrió y Blaise subió con Trisha y con la chica embarazada,
ayudándolas a sentarse. Kenneth seguía pareciendo enfadado por estar amordazado. Kai
subió con ellos y Alice vio que salía un panel de la pared. Él empezó a teclear como un
loco. Le sudaba la frente.
—¿Cuánto tengo?
—Treinta segundos.
Kai soltó una maldición y aumentó la velocidad. Alice y Rhett intercambiaron una mirada
que lo dijo todo sin decir nada. Los dos tenían las armas preparadas, mirando la puerta por
la que habían entrado.
—Sí, pero tiene la defensa activada. Podríamos intentar retroceder y envestirla, pero no
serviría de nada si no se la quitamos.
—¿Y cómo demonios hacemos eso?
Alice se tensó por completo cuando escuchó gritos en el piso superior. Ya estaban
en el edificio.
—Sí, podríais disparar si consigues trepar por ahí y tienes buena puntería, pero...
—¿Qué...?
—¡Hazlo! —consiguió obligarlo a subir y luego miró a Kai—. ¿Dónde tengo que
disparar?
No se giró para ver si alguien la seguía, en ese momento se agachó junto a un coche al
escuchar disparos desde la puerta. Se dio la vuelta y vio que Rhett estaba cubriendo a los
demás e intentando mirarla para asegurarse de si estaba bien a la vez. Las luces del coche
se encendieron y Kai siguió tecleando.
Rhett y ella intercambiaron una mirada. Él parecía querer matarla. Ella intentó
disculparse con la mirada.
Se colgó el fusil de la espalda y empezó a correr con ganas. No podían oírla con el eco de
los disparos. Lo que había dicho Kai para trepar era una especie de escalera de incendios.
La subió a toda velocidad. Le sorprendió acordarse de las clases de Deane mientras lo
hacía. Al final, le habrían servido para algo.
Consiguió llegar a la parte superior de la estructura, que temblaba bajo su peso, y dio un
pequeño salto hacia el pasillo superior. Se asomó a la ventana con el corazón a toda
velocidad y buscó en la calle oscura. Se acercaban tres guardias más acompañados de
alguien que no parecía un guardia. Se quedó mirándolo un momento, confusa, y luego
apretó los labios.
Ella decidió centrarse en buscar el poste antes de que llegara. Su mirada se detuvo
en lo que le pareció que encajaba con la descripción, y vio, efectivamente, una
cajetilla de electricidad.
Intentó abrir la ventana, pero no cedía. Al final, le dio un codazo con todas sus ganas al
cristal, soltando todo el aire de sus pulmones. Se hizo añicos, dejándole un buen golpe en
el codo. Tragó saliva y apartó los cristales, clavando una rodilla en el suelo y
centrándose en su objetivo.
Apretó el gatillo y se quedó quieta un momento al ver que no ocurría nada. Quizá
había fallado.
Pero, entonces, vio que el padre de Rhett se paraba en seco y miraba a su alrededor.
Alice vio que las luces de la ciudad se estaban apagando lentamente hasta llegar a su
zona. Contuvo la respiración cuando se quedó sumida en la oscuridad,
Pero cada vez que alguien disparaba, veía un haz de luz que hizo que pudiera volver a
saltar hacia el andamio, que volvió a temblar. Bajó las escaleras a toda velocidad,
haciéndose daño en las manos, y bajó de un saltó los últimos metros, con el corazón a toda
velocidad.
Cuando llegó con los demás, que tenían las luces del coche encendidas, vio que el cristal
trasero de éste empezaba a ceder, a pesar de estar pensado para soportar disparos. Los
hombres se acercaban a ellos. Alice vio que Kai había conseguido retroceder y estaba
listo para embestir la puerta.
En ese momento, el padre de Rhett entró en el piso inferior y se quedó mirando el coche.
Rhett estaba en el interior, así que no lo vio.
Alice cerró los ojos un momento y luego se puso de pie. Echó a correr tan rápido que no
supo medir la distancia con el coche. No notó nada, solo el aire silbando
en sus oídos. Entonces, saltó al interior del coche y rodó hasta chocarse con su lateral,
ya en su interior.
Vio de reojo que la puerta se cerraba y que Kai decía algo. Entonces, la cara de Rhett
apareció, pero el coche se movió con una fuerte embestida que hizo que la chica
embarazada ahogara un grito. Se seguían escuchando disparos.
Alice iba a decir algo, pero entonces notó el dolor en el brazo. Se llevó la mano ahí,
soltando el fusil, y notó la sangre caliente en la piel helada.
—No te han dado de lleno, solo te han rozado —Rhett ya estaba mirando la herida con el
ceño fruncido.
Estaba congelada. Estaba agotada. Tenía nieve dentro de las botas y le daba la sensación
de que se hundía en ella cada vez que daba un paso, haciendo más difícil avanzar. Sus
músculos dolían y ardían a la vez. Cada vez que respiraba, el aire helado le entraba en el
cuerpo y le daba la sensación de que se quedaba sin voz.
Y pensar que, en algún momento, se había quejado del calor... con lo mucho que lo
echaba de menos ahora....
Trisha les hizo una señal. Había encontrado una zona con un árbol lo suficientemente
grande como para hacerles de techo con sus ramas. Era la zona con menos nieve. La chica
embarazada estaba agotada. Había hecho varias paradas y se habían tenido que turnar para
ayudarla a caminar. En esos momentos, Rhett la dejó apoyada en el árbol y ayudó a quitar
algunas ramas del suelo para ponerlas sobre la nieve.
—No podemos encender fuego —dijo Rhett, al ver que Alice colocaba pequeñas ramas
para hacer una hoguera—. Nos están buscando. Verían el humo.
Cada vez que hablaba, le salía un halo blanco de la boca. Tenía los labios azulados.
Alice frunció el ceño. Apenas tenían abrigos. No tenían nada con que cubrirse. No
tenían nada. Y Blaise y la chica iban con las batas de hospital y los dos abrigos que
habían encontrado en el coche. Sabía que ellas no podían morir de hipotermia por ser
androides, pero Rhett, Trisha, Kai y Kenneth sí podían.
—No llegaremos a mañana sin fuego —le dijo, mirándolo.
—Es un riesgo...
—Tenemos que hacerlo —Trisha la apoyó—. Aunque vengan a por nosotros. Con
suerte, no verán el humo de noche y los árboles taparán la luz.
Rhett asintió con la cabeza y entre Alice y él consiguieron reunir ramas suficientes. Vio
cómo él se agachaba y encendía el fuego con un palo y un tronco más o menos seco. Se
preguntó si ella sería capaz de hacer algo así de encontrarse sola en esa situación.
Alice intentó sonreír, pero sentía que tenía los músculos de la cara paralizados del frío.
Se acercó también y se calentó las manos, que apenas sentía por ese entonces. Intentó
estirar los dedos como pudo.
—Menos mal —murmuró Trisha, rebuscando en una mochila pequeña que habían
podido conseguir— que los pijos esos tenían comida y bebida de sobra.
Alice ayudó a la chica embarazada a sentarse junto al fuego. Ella puso una mueca y se
sujetó la barriga. Blaise se abrazaba a sí misma. Kai y Kenneth se limitaban a mirar el
fuego.
Se pasaron la comida uno a uno y Alice miró de reojo a Rhett, que se suponía que iba a
hacer la primera guardia. Parecía agotado. Los demás no tardaron en
quedarse dormidos uno junto a otro por el calor corporal. Alice estuvo a punto de hacerlo,
pero cambió de opinión.
—Duérmete —le dijo en voz baja, para no despertar a los demás. Rhett
—Tengo frío, pero puedo soportarlo —le aseguró Alice, aunque en realidad se estaba
congelando.
Rhett lo pensó un momento y terminó tumbándose lentamente. Unos segundos más tarde,
estaba dormido por el agotamiento. Le subió la cremallera de la chaqueta distraídamente y
luego suspiró, mirando el fuego.
***
Alice miró a la chica embarazada, a la que estaba ayudando a caminar. Tenía su brazo por
encima del hombro.
—No lo hice yo sola —dijo.
—Lo sé, pero me parecías la más simpática de los tres para agradecérselo.
Alice miró de reojo a Rhett y Trisha, caminando con los demás por detrás de ellos. Uno
tenía cara de mal humor y la otra pinchaba a Kenneth con un dedo para que acelerara.
—Sí.
Alice la miró de reojo. Seguía sintiéndose algo incómoda con esas cosas cuando se trataba
de desconocidos.
—El 43.
—El 36. Pero hace mucho que nadie me llama así. Ahora, soy simplemente Eve.
—El nombre del primer androide que crearon, sí —ella sonrió un poco—. No tenía
mucha imaginación cuando salí de mi zona y tenía que adoptar una identidad
humana.
Alice recordaba la historia del primer androide. Si no recordaba mal, hacía casi veinte
años de eso. Antes de la guerra. Había sido el prototipo de un ordenador en forma
humanoide con inteligencia artificial.
Siguió andando en silencio, hasta que no pudo contenerse más y miró su tripa.
—Lo sé. Se supone que no podemos reproducirnos —dijo ella, sonriendo—. Vi a muchas
de nosotras morir mientras lo intentaban. Yo fui la única que sobrevivió.
Alice no quiso saber a qué había sobrevivido exactamente, ni cómo habían intentado
dejarla así en primer lugar. Se le estaba revolviendo el estómago.
—Eso espero si quiero que crezca algún día —dijo ella—. ¿Te imaginas? No creo
que haya muchos bebés hoy en día.
—Y será mi hijo —ella se puso una mano en la tripa—. Tras ocho meses
pensando que se lo llevarían nada más nacer, ahora sé que será mío.
eso esperaba.
***
Dos días más tarde, se estaban empezando a quedar sin comida. Alice apenas había
dormido desde que habían salido de la ciudad. Sentía que el cuerpo entero le dolía y no
podía hacer nada al respecto. Cada paso era una tortura.
Además, la noche anterior había nevado y había sido imposible hacer fuego sin que se
apagara en pocos minutos, así que habían tenido que dejar casi toda su ropa a los cuatro
humanos para que no murieran de frío.
Sorprendentemente, la que mejor estaba llevando el asunto era Blaise, que estaba tan
enfurruñada en encontrar a su madre que era capaz de sacar fuerzas de donde ya no había
y seguir caminando más rápido que ellos.
El que lo llevaba peor eran Kai y Eve. Él no estaba acostumbrado a caminar mucho y,
aunque esos días había intentado no ser una molestia, empezaba a verse agotado de
verdad. Esa mañana había caído de rodillas y no les había quedado más remedio que
desatar a Kenneth para que le ayudara a caminar.
No fue hasta la tarde de ese día cuando Alice se detuvo, mirando las ruinas de una
ciudad abandonada. Vio que, a su alrededor, los demás también se detenían y la
miraban.
—Ciudad Central —murmuró Trisha, mirando las ruinas—. O más bien lo que queda
de ella.
Alice miró a Rhett. Él había apretado la mandíbula y miraba a su alrededor. Sabía que,
a pesar de haber pasado malos momentos ahí, había sido como un
hogar para él. Extendió la mano y agarró la suya. Rhett no la miró, pero sintió que se la
apretaba.
—El comedor era el que estaba más lejos de la explosión —Alice la siguió, soltando la
mano de Rhett—. Junto con la sala de actos y el hospital.
Nadie dijo nada por un momento, y luego Alice tomó la iniciativa, pasando por encima de
las ruinas del muro destruido.
Mirando a su alrededor, solo veía cenizas y polvo. Eso era lo que había quedado de su
ciudad. De su casa. De su hogar.
Cenizas.
Pasaron por las casas destruidas, las que peor habían salido paradas. Vio de reojo la casa
abandonada. Apenas era distinguible. Ahí había pasado su primer momento con los
chicos y con Trisha mirando aquel cometa. Había sido la primera vez que había sentido
que no estaba sola en esa ciudad.
Siguió andando y miró el edificio de instructores, del cual solo quedaba el piso de
abajo, cubierto de nieve. Lo demás se había desmoronado a su alrededor. Rhett lo
miró de reojo y siguió andando.
El edificio de los alumnos estaba completamente destruido. La nieve había cubierto sus
restos. Ni siquiera podía saberse que había estado ahí. Alice sintió que se le hacía un nudo
en la garganta cuando vio las vallas del campo de entrenamiento en el suelo, junto con la
casa de tiro en la que había pasado tanto tiempo con Rhett.
Intentó no volver a mirar a su alrededor y se encaminó hacia la cumbre en la que estaban
los tres edificios mejor parados, aunque no por ello enteros. Se quedaron en medio de la
calle nevada, viendo el comedor, del cual había caído el techo, y el hospital, que estaba
lleno de escombros del edificio contiguo.
El interior era un desastre en menor medida que los demás. Las sillas estaban
desparramadas por todos lados, y había un hueco en el techo por el que había entrado
nieve en la zona donde se había sentado el público alguna vez. Alice avanzó mirando a
su alrededor y se detuvo en el escenario de los guardianes.
Él esbozó una sonrisa amarga, pasando una mano por el respaldo de la que había sido su
silla.
—Nunca creí que vería este lugar peor de lo que estaba —dijo, intentando
bromear.
Alice los miró. Estaban fatal los dos, tanto Trisha como Rhett. Aún así, intentaban
aparentar fortaleza.
—Iré yo —dijo.
—Es una ciudad abandonada. Está nevando. No habrá nadie —Alice los miró—. Y no
pasará nada, voy armada.
—Vamos.
La niña parecía completamente feliz mientras la seguía fuera del edificio. Las dos
cruzaron la calle nevada y llegaron a la puerta del comedor. Alice puso la mano encima
para abrirla y vio que estaba rota. La puerta cayó con un ruido seco.
Alice la siguió y miró a su alrededor. Algunas mesas seguían en su lugar, pero las sillas
estaban destrozadas y tiradas por todas partes. Olía a abandono.
Avanzaron las dos hacia las cocinas. Alice saltó la barra y ayudó a la niña a hacer lo
mismo.
—A ver por aquí... —murmuró Blaise hurgando por los cajones de la cocina.
Mientras lo hacía, Alice miró por encima de las encimeras y los armarios más altos.
No encontró nada más que latas vacías. Se preguntó si habría pasado
alguien ya a vaciar ese lugar. No sería una gran sorpresa. No era fácil encontrar algo para
comer en el bosque en esos momentos.
Entonces, mientras abría uno de los armarios, frunció el ceño al ver un pequeño montón de
cosas cuadradas amontonadas. Las agarró y las revisó con el ceño fruncido.
Eran las fotografías. Del Navidad. Los conocía a todos, aunque no hubiera hablado con la
mayoría de ellos. Sonrió al ver a la pareja de Trisha intentando retenerla para que se
quedara dentro de la fotografía. Jake y su pareja sonreían. Incluso había una de Max
mirando al fotógrafo con una ceja enarcada.
Pero la que hizo que dejara de respirar un momento fue una en la que estaba ella con un
brazo de Rhett por encima de los hombros. Alice parecía contenta y Rhett miraba la
cámara con una ceja enarcada y una pequeña sonrisa.
Alice volvió en sí y dejó las fotografías en su lugar. Estarían mejor ahí que con ella. Sin
embargo, se guardó la suya con Rhett en el bolsillo, doblada.
Blaise estaba agachada delante de un armarito cerrado. Alice se agachó junto a ella y
entrecerró los ojos.
—Podría ser.
Alice intentó abrirlo y vio que había una cadena con un candado. Miró a su alrededor y
sacó su pistola.
Dentro, estaba lleno de latas de comida sin abrir y de cantimploras vacías que podían ir a
llenar al río. Alice sonrió.
Una hora más tarde, estaban todos junto al fuego, en silencio, con algo de comida en el
estómago. Hacía frío, pero no tanto como hubiera hecho si no hubieran tenido techo.
Alice nunca habría pensado que volvería a dormir ahí.
Kai tenía los labios azules. Alice se quitó la chaqueta y se la pasó. Él no pudo protestar
mucho. Se estaba congelando. Los demás parecían llevarlo mejor.
Ni siquiera Kenneth parecía tener ganas de hablar, y eso que se había pasado todo el
camino protestando.
Blaise fue la primera en quedarse dormida con la cabeza apoyada en el regazo de Rhett,
que se quedó mirándola como si no supiera qué hacer. Alice no pudo evitar sonreír
cuando él la apartó con sumo cuidado para poder tumbarse. No tardaron en dormirse
todos menos Trisha, que iba a ser quien hiciera el primer turno.
Alice se tumbó al lado de Rhett, que ya estaba dormido, y lo miró un momento. Parecía
estar helado, pero no se quejaba. Nunca lo haría. Era demasiado cabezota. Pero tenía los
labios pálidos y temblaba en sueños.
Abandonar Ciudad Central había sido más fácil que entrar en ella. Realmente, ninguno de
ellos quería pasar más tiempo del necesario ahí. Demasiados recuerdos.
Alice sonrió al ver que salía el sol. No calentaba mucho, pero era un alivio sentir algo
que no fuera lluvia o nieve. Quizá era una señal de que estaban yendo por buen camino.
Estuvieron andando todo el día. Ya era de noche cuando ella pensó en pedir que se
detuvieran a descansar. Sin embargo, se detuvieron todos de golpe al escuchar una risa
estruendosa no muy lejos de ahí.
Trisha ayudó a la chica embarazada en su lugar cuando avanzó hacia el ruido de las
risas. No tardó en ver que había luz de fuego no muy lejos de ellos, a unos veinte metros.
Apartó algunas ramas para pasar mientras los demás la seguían y se detuvo cuando vio
una caravana delante de ella. La bordeó, viendo luz en su interior. Había otras. Unas
diez. Formaban un círculo en el claro del bosque. En el centro, había unas cuantas
fogatas pequeñas y gente a su alrededor, comiendo, riendo y bebiendo.
Estaba a punto de dar un paso más cuando alguien la vio y se puso de pie de golpe.
Las risas cesaron al instante. Ella levantó las manos.
—¿Quién eres? —preguntó el hombre que la había visto primero, sacando una pistola y
apuntándola.
Hubo un momento de tensión en el que el hombre dudó. Después, sin dejar de apuntarla,
hizo un gesto a sus compañeros, que salieron corriendo hacia una caravana cercana.
Alice sabía que Rhett y los demás estaban escondidos tras la caravana que tenía detrás
por si sucedía algo y tenían que intervenir, así que fingió que estaba sola.
Finalmente, vio que Charles aparecía en su caravana, tambaleándose con una botella de
vidrio en la mano. Parpadeó y miró a su alrededor. Pareció centrarse cuando vio armas
y a ella levantando los brazos en señal de rendición.
—¿A mí? —Charles se tambaleó hasta que quedó dos metros por delante de ella—. Ah,
eres tú.
—Mi ayuda —repitió—. Vaya, vaya. ¿Y para qué necesitas mi ayuda? ¿Quieren volver a
venderte?
Se dio la vuelta y Trisha salió a la luz, arrastrando a la chica embarazada. La siguieron los
demás, quedando todos a la vista de los demás. Vio que la sonrisa divertida de Charles se
evaporizaba al instante.
—No —la señaló con la botella—. ¿De dónde venís? Porque está claro que escapáis de
algo.
Alice suspiró.
—Segurísimo —aseguró.
—Ya me has oído, querida —dijo él, deteniéndose para mirarla—. No quiero
problemas con esos locos. Nadie los quiere. Básicamente porque quien tiene
problemas con ellos termina muerto.
—Por eso tienes que ayudarnos —Alice se puso en su camino cuando hizo un ademán
de ir a su caravana—. No sobreviviremos otra noche fuera. Lo sabes.
—¿Te recuerdo algo que tus hombres no saben, Charles? —le preguntó en voz baja.
—No juegues con eso, querida. Puedo decirles que te peguen un tiro si quiero.
Charles la miró un momento, y luego se zafó de su agarre. Nunca lo había visto tan serio.
—Muy bien —murmuró—. Pero si llegan aquí, no pienso arriesgar una sola vida por
vosotros.
—Parece que tendremos unos nuevos invitados por unos días —dijo alegremente—. ¿Por
qué no os encargáis de que tengan comida y ropa de
abrigo?
Alice sintió que su corazón volvía a latir. Realmente, no hubieran tenido ninguna
probabilidad de sobrevivir de no ser por Charles.
Alice hizo un gesto a Rhett. Él, Trisha y Blaise se aceraron a ellos. Los demás se fueron
con los hombres de Charles, que los guiaron hacia una de las fogatas.
La caravana era tal y como la recordaba. Pequeña, con una cama enorme y con olor a
whisky. Había varias botellas vacías en la mesa. Él las apartó con una sonrisita,
lanzándolas a un cubo de metal que tenía al lado.
—Como si estuviérais en vuestra casa —dijo, señalando el sofá que tenía delante.
Aun siendo una de las mayores caravanas que tenían, cinco personas la hacían parecer
pequeña. Especialmente Rhett, que era el más alto de ellos. Trisha y Blaise se sentaron en
el sofá las primeras. Alice y Rhett se tomaron un momento más antes de hacerlo. Charles
se sentó delante de ellos, en la mesa, y entrelazó los dedos con una sonrisa.
—¿Y sabéis dónde están? —preguntó Charles, agarrando un vaso y sirviéndose algo de
alcohol—. ¿Alguien quiere? Tú no. Eres menor de edad, niña.
—Hemos pasado cuatro días con temperaturas muy bajas sin dejar de caminar
—le dijo Alice—. Como comprenderás, no estamos de muy buen humor.
Blaise hizo un ademán de agarrar el vaso con alcohol. Charles lo pilló primero y se lo
bebió de un trago.
—Ah, sí, Max —asintió con la cabeza—. El bueno de Max. Sí. Hablé con él hace poco.
—¿Sigue vivo? —Alice contuvo la respiración un momento.
—Más vivo que nunca. Y con su característico sentido del humor intacto. Creo que no le
he visto sonriendo en mi vida. Además...
—¿Has oído hablar alguna vez de la educación, jovencito? —le sonrió Charles.
—Si pudieras decirnos dónde están... nos arreglarías muchos problemas. Así podremos
irnos.
—¡Dilo de una vez y deja de beber! —Blaise ya había perdido los nervios.
—Eres muy pequeñita para tener tan mala leche, ¿lo sabías?
—No hace falta que os lo diga porque nosotros estamos en camino de ir a verlos
—recalcó él.
—Si no se han movido, que no lo creo, en la antigua zona de androides. Han montado
un buen campamento ahí, la verdad. Igual nos quedamos unos días con ellos.
—Pero... —Rhett frunció el ceño—. Eso está a menos de cuatro horas andando.
Alice no podía creerse que hubieran tenido tanta suerte. De hecho, literalmente no
podía creérselo. Tenía que haber algo malo. No podían irles tan bien las cosas.
—Los cabrones de la Unión nos han quitado todo el trabajo —dijo él, malhumorado—.
Ya no hay recompensas por androides. Pueden encontrarlos ellos perfectamente con sus
sistemas de rastreo de mierda. Y nosotros... bueno, nos queda el comercio con pequeñas
ciudades. Como lo que queda de la de Max. Así que ganaré mucho más yendo con
vosotros ahí que intentando entregaros en ningún lado.
era cierto.
—Si queréis —les dijo a Alice y Rhett con una sonrisa— vosotros dos podéis dormir
aquí.
Alice siguió a los demás hacia la fogata con un nudo en el estómago. El día
Estaban todos en la caravana de Charles, mirando por las ventanas. Alice ya había visto
que cruzaban el muro. En ese momento, estaban cruzando los jardines principales y se
acercaban al enorme edificio principal de la zona.
—Menos mal que siempre estás tú para aportar tu magia —murmuró Trisha.
Blaise y Eve miraban por la ventana con la misma expresión que Alice. Algo de temor.
No estaba segura del por qué de ellas, pero en su caso... la última vez que había estado
ahí, había visto lo que había creído que era la muerte de su padre. Cerró los ojos un
momento cuando vio el muro con marcas de balas, justo al lado de la salida trasera, la
del comedor. Su corazón latía a toda velocidad.
Entonces, notó una mano encima de la suya. Rhett. La estaba mirando. Alice se dio cuenta
de que estaba temblando.
Fue el primero en bajar, seguido de Rhett y de Alice, que lo siguió con el corazón
en un puño. Los demás, descansados, los siguieron mirando a su alrededor.
Estaban en la puerta principal de la zona de androides. Alice vio los amplios jardines
verdes, los arbustos perfectamente cortados y la grava que conducía a la imponente
puerta del edificio blanco. A su lado, se alzaba, serena, la estatua de Eve, la primera
androide jamás creada. Eve, la chica embarazada, la miró con expresión nostálgica.
Entonces, del edificio salieron unos cuantos guardias vestidos con ropa mucho más seria
que los harapos de Ciudad Central... pero Alice los conocía. Los había visto muchas
veces en Ciudad Central. Solo habían cambiado su ropa y su expresión, que era mucho
más seria.
Alice contuvo la respiración un momento al ver que Max se acercaba a Charles tan serio
como la última vez que lo había visto. Su ropa también había cambiado. Llevaba un
mono negro de la zona de androides. Quizá habían tenido que usar esa ropa. Después de
todo, era una buena ropa de combate.
Sin embargo, Alice también se dio cuenta de que Max había adelgazado y le habían
salido unas hebras blancas en la barba oscura.
—Yo también te quiero —sonrió Charles con una pequeña reverencia—. De hecho,
te quiero tanto que te he traído unos regalitos. ¿Cuándo es tu cumpleaños?
Max los miró sin cambiar su expresión en absoluto. Al menos, durante los primeros dos
segundos. Después, abrió la boca, sorprendido, y descruzó los brazos. Durante un
momento, nadie dijo nada ni se movió. Solo intercambiaron miradas. Él parecía haber
visto un fantasma.
Alice se sorprendió al ver que Rhett era el primero en avanzar hacia él. Los demás lo
siguieron. Charles lo miraba todo con una sonrisa.
Rhett se detuvo delante de Max, que lo miró de arriba a abajo antes de repasar a todo el
grupo.
—Yo... pensé que... —ni siquiera parecía saber qué decir—. Pensamos que estabais
muertos.
—Tendrán que intentarlo mejor la próxima vez —replicó Rhett.
Ellos dos intercambiaron una mirada, por primera vez, casi sin resentimiento de ningún
tipo. Max estiró la mano y le apretó el hombro a Rhett. Nunca los había visto
intercambiando un gesto amistoso. Nunca.
Max lo soltó y miró a los demás. Cuando su mirada se detuvo en Alice, ella no pudo
evitar sonreír. Había pasado por muchas cosas con Max en la ciudad del padre John. Y
la había ayudado mucho. Verlo de nuevo era casi como volver a casa, como volver a la
realidad.
Pero ella estaba tan contenta por verlo que no pudo evitarlo. Se abalanzó sobre él y lo
abrazó. Max se quedó tieso como un palo, sorprendido, pero ella no se movió. Casi
estaba llorando de la emoción.
—No sabes lo que nos ha costado encontraros —dijo Alice, separándose y sonriendo,
emocionada—. Nosotros también creíamos que estabais muertos.
—¿Antes de preocuparnos por eso? —preguntó Trisha, con una media sonrisa.
—Jake, Kilian y los demás están comiendo ahora mismo —les explicó Max—. Supongo
que no querréis una escena de héroes de guerra entrando con todo el mundo ahí.
—Deberíais descansar, poneros ropa cómoda, comer algo... —él se quedó mirando la
chica embarazada, confuso, y luego volvió en sí—. Ya habrá tiempo para todo lo
demás.
Alice miró el edificio. Quería ver a Jake. Estaba bien. Estaba ahí dentro, feliz con Kilian.
Eso era lo importante. Suspiró y asintió con la cabeza.
El grupo nuevo lo siguió mientras Charles volvía alegremente con sus hombres. Max
suspiró, mirando a Alice.
Alice lo miró con mala cara y él sonrió. Max los miró de reojo y luego sacudió la cabeza,
con un amago de sonrisa.
El vestíbulo principal era enorme. Alice no miró a su alrededor, pero los demás se
quedaron embobados viendo las escaleras de metal y cristal, las esculturas de androides y
los cuadros viejos a los que Alice jamás había prestado atención.
Subieron al segundo piso y ella tragó saliva al ver el pasillo en el que había estado
durmiendo ella durante el inicio de su vida como androide. Pero Max se dirigía a los
dormitorios de los padres.
—No somos muchos —les dijo—. Así que hay habitaciones de sobra. Quizá no tengáis
sábanas. Preguntad abajo. Alguien os echará una mano.
—¿Son de fiar?
—No hace falta —se escuchó Alice a sí misma—. Nos ayudó en el camino.
—Bien —Max no la cuestionó—. Pues las habitaciones son individuales. Son estas
siete. Elegid la que queráis, cambiaos de ropa... todo lo que necesitéis. Cada
habitación tiene un cuarto de baño privado.
—Me reuniré con vosotros dentro de una hora. Debería comunicarles a los demás
que habéis llegado. Será bueno para reforzar la moral.
Todos se metieron en una habitación al instante menos Rhett y Alice. Ella estaba ocupada
mirando el pasillo de nuevo.
—Y... —se giraron los dos hacia Max, que parecía dudar sobre qué decir—. Me alegro
de que estéis... bien.
Alice miró a Rhett, que parecía tan sorprendido como si hubiera sacado una pistola. Max
nunca le había dicho nada bueno.
—¿Estás segura de que no hemos muerto y estoy alucinando? —preguntó en voz baja.
—Max es buena persona —le sonrió Alice.
Alice se quitó lentamente la chaqueta y sintió que todos sus músculos protestaban. La
dejó en el suelo y se bajó la cremallera del mono. No se lo había quitado más que para
hacer sus necesidades durante casi una semana. Cuando estuvo en ropa interior, vio la
cantidad de golpes y arañazos que había ido acumulando. Por no hablar de la cicatriz del
brazo, que estaba entre azul, morado y rojo oscuro. Se la intentó tocar y puso una mueca.
Se quitó ese pensamiento de la cabeza y abrió la cómoda. Había ropa normal. Casi toda
negra. También había un mono negro de trabajo. Se decantó por la ropa normal,
poniéndose unos pantalones negros y un jersey verde oscuro. Era extraño llevar ropa tan
cómoda.
Fue la primera en salir de su habitación, seguida de los demás. Todos se habían cambiado
de ropa a otra más cómoda. Blaise corrió hacia ella con una sonrisa.
—Me encanta este sitio —le dijo. Alice sonrió al ver que llevaba un jersey tan
grande que parecía un vestido para ella—. Tienen ropa limpia.
—¿Alice?
Ella levantó la cabeza de golpe. A unos metros de ellos, Jake, Kilian, Tina y Max estaban
de pie, mirándolos. Tina tenía las manos en la boca. Kilian parecía contento.
Y luego estaba Jake, que la miraba con los ojos llenos de lágrimas.
Alice lo miró de arriba a abajo. Era tal y como lo recordaba. Quizá un poco más alto y
delgado, pero el mismo niño. Él dio un paso delante, y luego no lo pensó más y recorrió
los pocos metros que los separaban corriendo. Blaise se apartó cuando se lanzó sobre
Alice y le dio un abrazo con todas sus fuerzas. Ella sintió un nudo en la garganta mientras
se lo devolvía, estrujándole la sudadera que llevaba puesta.
Miró a Rhett por encima de su hombro. Tina le había agarrado la cara con las manos y
lloriqueaba, como una madre que se había reencontrado con su hijo. Él parecía algo
incómodo con el contacto, pero no se movió.
Jake se separó de ella y la miró de arriba a abajo, como si no pudiera creerse que
estuviera ahí con él.
Él esbozó media sonrisa, pero no dijo nada. Alice supo enseguida que era porque
le daba miedo emocionarse.
Alice le sonrió cuando le agarró la cara con las palmas de las manos.
Jake la vio entonces y empezó a lloriquear, acercándose a ella. Trisha empezó a protestar
mientras se dejaba estrujar por Jake. Blaise empezó a reírse de ella.
—No empieces con tus tonterías —le advirtió Tina al instante—. Estos niños
necesitan comer.
—¿Te digo cuántos años tengo, jovencito? —lo cortó—. Eres un niño.
—Vamos —Tina sonrió a Blaise—. Estoy segura de que esta señorita tiene
hambre, ¿verdad?
Blaise había sonreído hasta ese momento, pero cuando vio que la atención se centraba
en ella, se acercó a Alice y frunció el ceño, escondiéndose detrás de ella.
—Tenemos hambre —dijo Alice por ella—. Muchísima.
Eve asintió con la cabeza. Jake le miraba la tripa con expresión de desconcierto.
—Pues vamos a comer —sonrió Tina, ignorando completamente a Max, que parecía
irritado—. Vamos, seguidme —hizo un gesto con la mano antes sonreír a Trisha—. Oh,
querida, ha sido raro no haber tenido que curar ningún hueso roto por tu culpa estos
meses...
Él pareció sorprendido de recibir algo que no fuera un insulto. Asintió distraídamente con
la cabeza.
Alice se giró, sorprendida, pero vio que estaba señalando a Jake y Kilian. El
primero se cruzó de brazos.
—Ya has saludado. Y tienes tareas que hacer —le dijo Max—. Tendrás tiempo de
sobra de verlos cuando estés en tu tiempo libre. Y tu amigo igual.
—Pero...
—No me contradigas —le dijo Max.
Jake pareció querer sacar el dedo corazón a Max, pero no lo hizo. Se limitó a ponerle mala
cara.
—Cuidado —le advirtió Max—. En una hora en mi despacho. Tina os llevará. Dicho esto,
se marchó.
La cafetería era como la recordaba Alice. Pero nunca la había visto vacía. Y las
cocineras y cocineros eran las mismas personas que había en Ciudad Central.
Parecieron encantados de verlos. Comieron más de lo que habían comido en una
semana entera. Blaise fue de las que más, seguida de cerca por Kenneth.
Una hora más tarde, Alice sentía que iba a explotar. Siguió a Tina con los demás.
Ella se detuvo en el pasillo del penúltimo piso.
—Creo que esta señorita no debería subir con vosotros —dijo, mirando a Blaise.
—No estarás sola —le dijo Alice en el idioma de los demás—. Tina cuidará de ti. Es una
muy buena amiga.
—No puedes venir —le dijo, y Blaise puso mala cara—. Porque Kenneth tampoco puede
ir. Y Kai tampoco. Y no podemos dejarlos sin supervisión. Los demás tenemos que
hablar con Max y necesitamos a alguien de confianza que se asegure de que ellos dos no
se escapan.
Alice parpadeó, sorprendida, cuando vio que Blaise miraba a Rhett con los ojos
entrecerrados.
Tina se marchó con ellos y la chica embarazada, a la que Kai ayudó a caminar. Rhett se
Pasó por delante de ellas, que intercambiaron una mirada incrédula antes de seguirlo.
El despacho de Max estaba en la quinta y última planta. Un lado de la pared del pasillo
era de cristal y se podía ver todo el bosque hasta las ruinas de Ciudad Central. Había
algunas puertas blancas, pero no se detuvieron hasta llegar a la gris doble, la última del
pasillo. Rhett abrió sin llamar y se encontraron con una sala grande con una mesa
alargada con doce sillas y las paredes de cristal reforzado. Max estaba apoyado en la
mesa, mirando por la ventana con los brazos cruzados. Se giró al oírlos.
—Sentaos —ordenó.
Rhett y Alice se sentaron en un lado y Trisha en el otro mientras Max tomaba asiento al
final de la mesa.
—Así que aquí se reunían los padres —murmuró Alice, mirando a su alrededor.
Había algunos cuadros que, si no estaba equivocaba, estaban pensados para inspirar
tranquilidad y concentración según sus colores y sus formas. Miró a Max, que
suspiró.
—A eso lo llamo yo romper el hielo —murmuró Trisha, dando vueltas a su silla giratoria.
Pareció no gustarle mucho. Aunque era difícil saber qué pensaba Max.
—Solo rumores. Dicen que son un puñado de lunáticos que odian a los
androides.
—Pues por una vez los rumores son ciertos —suspiró Trisha.
Alice respiró hondo y empezó a explicárselo todo. Desde el momento en que se había
despertado en Ciudad Central hasta que habían tenido que escapar precipitadamente de la
Unión. Max escuchó todo sin cambiar su expresión. Sin embargo, al final, Alice vio que
apretaba ligeramente los labios.
—Si nos encuentran, os encuentran —Max le dedicó una mirada severa—. Así que sí,
me preocupa.
—Kai, el chico que viene con nosotros, tenía acceso al registro de visitas.
Localizó a Charles y él nos trajo aquí.
—Experimentaban con los androides —le explicó ella—. Uno de sus experimentos
fue intentar hacer que se reprodujeran. Ella fue la única que
sobrevivió.
—Por ahora, nuestra ventaja es que no saben dónde estamos, pero nosotros sí sabemos
dónde están. Podríamos intentar huir si se presenta la...
—Un momento —Alice lo detuvo—. Nosotros solo pudimos ayudar a Blaise y a Eve,
pero si todos nos uniéramos y fuéramos a por ellos, podríamos...
Max la miró un momento antes de clavar la mirada en Rhett, que se había aclarado la
garganta.
—¿Qué hay del día en que fuimos a por Alice? —preguntó, cambiando
totalmente de tema—. ¿Qué pasó?
—De hecho, no tenemos recuerdos desde ese día hasta el de la ciudad —dijo Trisha.
—No lo sabemos —Alice había vuelto en sí, pero no iba a dejar pasar el tema de los
androides tan fácilmente. Sin embargo, ese no era el momento más adecuado—. Mis
recuerdos se interrumpieron al recibir el disparo de Rhett en la cabeza. A él cuando me
disparó. Y Trisha cuando se estaba desangrando.
—¿Que no estábamos? —Rhett enarcó una ceja—. ¿Nadie nos vio? ¿Cómo es eso
posible?
—Los últimos que os vieron fueron los que se estaban encargando de Alice en ese
momento —replicó Max—. Dijeron que, al ver el humo, tú habías agarrado a Alice y
habías intentado seguirlos hacia la salida, pero desapareciste por el camino.
—¿Y qué hay de mí? —preguntó Trisha—. Estaba contigo. Con Tina... ¿no?
—Había tantos heridos que tuvimos que dejarte unos encargados para que no te
desangraras. Pero... no te volví a ver. No llegaste a salir del edificio.
—¿Y qué estás diciendo? —preguntó Alice—. ¿Que nos quedamos dentro de un edificio
que destruyeron? Es imposible.
Hubo un momento más de silencio. Alice tragó saliva. Le dolía la cabeza. Estaba
agotada.
—Ya está bien por hoy —replicó Max al final—. Tengo mucho en qué pensar. Y
vosotros también. Por ahora, es mejor que vayáis a ver a los demás y os asentéis.
Ya estaba con los suyos, era cierto, pero... no podía estar ahí y ser del todo feliz. El olor, el
color de las paredes, los cuadros, las salas... todo le provocaba malos recuerdos. Seguía
viniéndole a la mente el recuerdo del padre John siendo ejecutado en el muro exterior. Del
padre Tristan dando la orden. Había sufrido tanto por eso... incluso habiendo sido todo un
montaje. Para ella había sido tan real...
Estaba paseándose por el jardín, cubierto de nieve. Cada vez que soltaba aire veía el vaho
blanco flotando delante de su boca.
A Charles también le salía humo de la boca, pero porque tenía un cigarrillo entre los
labios.
—¿Qué haces aquí fuera? —preguntó, sonriente como siempre—. ¿Tan pronto te has
aburrido de tus amiguitos?
—No me he aburrido de nadie —le dijo Alice secamente—. Solo quería tomar el aire.
—Este sitio te trae malos recuerdos, ¿eh? —dio una calada a su cigarrillo—. A mí
también. Y a este también.
—¿Qué noticia?
—La de que vuelven a dar clases por aquí. Max quiere volver a sus métodos
preferidos, ¿eh?
Ella tardó unos segundos en reaccionar, mirándolo fijamente. Charles la miraba como si
esperara, divertido, a que explotara.
—¿Cómo lo sabes? —ella notó que sonaba bastante más enfadada de lo que
pretendía.
Alice se quedó mirando el muro un momento antes de darse la vuelta. Subió las escaleras,
hecha una furia. Llegó al último piso sin siquiera jadear. Cuando alcanzó la puerta de
Max, la abrió sin siquiera llamar. Rhett y él estaban hablando, pero se detuvieron
enseguida para mirarla.
Alice no se movió, así que Rhett suspiró y la cerró él mismo, pero sin perderse ningún
detalle de la conversación.
—¡No necesito que nadie me enseñe nada! —le dijo a Max, furiosa—. ¿Te crees que sigo
siendo un androide que no ha dado un puñetazo en su vida?
—No, pero sigues sin estar preparada para dejar de ser alumna.
—¿Qué...? —ella estuvo a punto de lanzarle una silla a la cara—. ¡No soy ninguna
principiante, Max! ¡He sobrevivido ahí fuera durante más de un mes!
¡Disparé a personas! ¡Conseguí acertar a un objetivo pequeño desde una
distancia enorme! ¡Díselo, Rhett!
—¡¿Y por qué me pones al mismo nivel que los que no han sujetado un arma en su
vida?!
—No, no lo estás.
—¡¿Por qué no?! ¿¡Qué mas tengo que hacer para que no me veas como una inútil?
—¡No me lo has llamado pero tampoco has valorado nada de lo que he hecho hasta ahora!
¡No como Rhett!
—¿Tú lo sabías?
—Ya hablaré contigo después —se giró hacia Max—. Esto no es justo.
—¡No quiero ser madura! —eso sí que la irritaba. Especialmente porque Rhett se lo
había dicho más de una vez—. ¡Ni tampoco una alumna!
—No lo estás —la cortó Max secamente—. Llegaste aquí hace dos días y todavía no has
sido capaz de pisar el pasillo del segundo piso porque te has pasado el día en el patio de
atrás mirando ese muro con marcas de balas. Si no eres capaz de superar lo que pasó
aquí, no puedo ponerte a cargo de nadie. No tengo tanta gente como para arriesgarla.
Esto no es sobre ti o sobre tu valía, es por el bien común. Así que no, no estás preparada.
Y el hecho de que vengas aquí a pedirme ser exploradora a gritos solo me lo confirma.
Él era así. Le decía las cosas tal y como eran. En algún momento le había gustado,
pero en ese en concreto le sentó como una patada en el estómago.
—Te has tomado tu tiempo para ver cómo estoy —murmuró ella, sin mirarlo.
—Siempre te he dicho que no pasa nada entre la gente de mi ciudad sin que me entere,
pero nunca te lo has creído.
Ella respiró hondo y lo miró por fin. Él seguía mirándola con expresión severa.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Aprender a disparar?
—No. Quiero que superes lo que pasó aquí. Y te lo digo muy en serio, Alice.
—He visto las marcas de disparos. Conozco la mayor parte de tu historia. Puedo hacerme
una idea.
—No, no sabes lo que pasó —le soltó secamente—. Pero tú siempre te crees que lo
sabes todo.
—Tienes una ciudad que organizar, ¿no? —ella sonrió irónicamente—. No sé por qué
he venido a hablar contigo. Siempre termino peor que cuando entro.
—Espero no tener que oír que no has asistido a tus clases mañana —le dijo Max mientras
se marchaba.
Alice avanzó por el pasillo escuchando los pasos de Rhett a sus espaldas. Se detuvo
abruptamente y se giró para mirarlo.
—Así que piensas igual que él —ella sacudió la cabeza—. Que soy una
traumatizada a la que no se le puede confiar nada.
—Es no es cierto.
—Alice, te he confiado mi vida más veces de las que recuerdo —la cortó—. ¿Te crees
que es un problema de confianza?
—Y han sido suficientes para verlo —replicó él—. Mira, no voy a preguntarte qué pasó
aquí. Sé que revivir esas cosas es una mierda y también sé que no es fácil superarlo,
pero... tienes que centrarte. En lo que estamos haciendo. O Max no te dejará en paz
nunca.
—Max es un idiota.
—Max se preocupa por ti más de lo que tú crees.
—No lo defiendo —Rhett puso los ojos en blanco—. Pero he estado demasiados años a
su lado como para no ver qué le pasa por la cabeza.
Alice intentó poner mala cara cuando él le puso una mano en el hombro.
—Ser alumna no es tan malo —le dijo—. Será como volver a los viejos tiempos.
—¿A esos en los que me ponías a pelear con Trisha para que me asesinara delante
de un puñado de chicos de trece años?
—No iba a dejar que te asesinara —dijo él, ofendido—. Quizá, que te rompiera algo...
pero no matarte.
—Oh, sí la tienes.
—No es verdad.
—¡Jake! —Alice lo llamó—. ¿Qué cara pone Rhett cuando está en modo
instructor?
Él la imitó perfectamente y los demás se rieron mientras Rhett les ponía mala cara.
—¡Van a hacerle una cosa de esas a Eve! —exclamó Blaise señalándose la tripa.
No les dejaron mucha opción. Blaise se acercó corriendo y tiró de Alice, obligándolos a
seguirlos hasta el piso inferior. La zona médica estaba en la parte este del edificio
principal y era enorme. Más que nada, porque ahí también tenían todas las máquinas que
necesitaban para el cuidado de androides.
La sala principal tenía muchas camas divididas con cortinas blancas. Había muy poca
gente en ellas. Pero Jake los guió hacia la puerta del fondo, donde estaban las máquinas
para humanos. Pese a que Eve no era humana, el embarazo era una facultad humana y no
había otra forma de tratarlo.
Ella y Tina estaban en una de las máquinas. Tina le estaba poniendo algo transparente en
el estómago y Eve tenía cara de asustada.
—Es que parece que va a explotar —dijo Jake, mirando la tripa hinchada con cara de
horror—. ¿Estás segura de que solo hay un bebé ahí dentro?
Alice abrió los ojos de par en par. Blaise estaba mirando a Rhett, que tartamudeó.
—Es una larga historia —le interrumpió Tina—. Y ahora tenemos que mirar cómo
va todo esto. A ver...
—Los que vivían aquí tenían interés particular en las máquinas de los humanos —
murmuró Alice.
Kilian miraba la pantalla con los ojos muy abiertos, como si nunca hubiera visto algo así.
Todos se giraron a la vez hacia la pantalla. Alice entrecerró los ojos cuando vio la forma
de lo que parecía una cabeza y unos bracitos.
—¿Está bien? —preguntó Eve, apretándole la mano.
Después de asegurarse de que todo estaba bien, Tina no tardó en echarlos a todos de la
sala para que dejaran descansar a Eve.
Esa noche, Alice miró su cena con mala cara mientras los demás comían como si la
vida les fuera en ello. Al otro lado de la mesa, Rhett y Jake estaban discutiendo por
alguna tontería. Kai y Kenneth estaban en otro lado, hablando con otra gente. Blaise
estaba a su lado, comiendo tranquilamente. A su otro lado, notó que Trisha la miraba
con una ceja enarcada.
—Hoy hemos acompañado a Eve a una de esas cosas en las que ves al bebé.
—Una ecografía.
—Supongo. No lo sé.
—¿La qué?
—Lo que hace que te sangre eso cada mes.
Charles se acercaba con una sonrisa de oreja a oreja. Blaise le puso mala cara cuando se
sentó a su lado.
—Veo que esta niña sigue adorándome tanto como el primer día —dijo Charles,
sonriente.
—Solo quería venir a veros —dijo él, ofendido—. Qué humor tenéis.
—Solo venía a informaros —Charles los miró con una sonrisa inocente—. Resulta que,
por la nieve, voy a tener que quedarme aquí con mi gente una temporada corta.
—Y a nosotros nos importa porque... —Rhett dejó la frase en el aire, como si
esperara que él le diera una buena razón.
—¡Si no fuera por mí, estaríais perdidos en la nieve! —dijo Charles, ofendido.
—Te recuerdo que no querías llevarnos a ninguna parte —le dijo Alice—. Tuve que
amenazarte.
—Fue su condición para dejar que me fuera —le dijo Alice como toda
explicación, sin darle mucha importancia.
—¿Un beso? —Rhett había dejado de atragantarse y clavó en Charles una mirada que
habría helado el infierno—. ¿Y tú para qué querías eso?
—En esta zona no podía acercarme a las chicas y ahora me paso meses y meses en
carreteras desiertas —dijo él, suspirando dramáticamente—. Un poco de calor humano
no viene mal... bueno, humano no, pero ya me entiendes.
—Si te pones celoso, mi oferta sigue en pie —Charles le sonrió—. Podemos pasarlo bien
los tres. No hay por qué discriminar.
En cuanto se marchó, Alice vio que Rhett le echaba una mirada llena de
reproche, pero no dijo nada.
***
Si era raro volver a ponerse ropa de entrenamiento, más raro era volver a estar en la clase
de Jake.
Había tan poca gente joven a la que enseñar, que Rhett podía enseñarles a todos juntos.
Apenas llegaban a los veinte alumnos. Y eran bastante variados en edad. Max había
obligado a Kenneth, Blaise, Kai y Trisha a meterse también en sus clases. Junto con los
chicos de doce años.
Habían estado dos horas con entrenamientos básicos como correr, obstáculos, practicar
golpes con sacos viejos... nada nuevo. Rhett los había reunido poco después para empezar
las clases de verdad.
—Bueno —Rhett, como Alice supuso, había vuelto a adoptar su cara de instructor
—. Max me ha dicho que lo primero que tengo que enseñaros es lo básico en
defensa personal, así que...
—¿Defensa personal? —Kenneth puso los ojos en blanco—. Te recuerdo que estaba
en clases avanzadas de lucha.
Eso no pareció hacerle tanta gracia, pero se acercó igual y se quedó delante de Rhett, que
le sacaba cuatro dedos de altura.
—Primera lección. Tirar al suelo a alguien más grande que tú. No es muy difícil. Si
vuestro oponente tiene más fuerza que vosotros, tenéis que aprovechar su fuerza para
hacerlos caer. Dame un puñetazo.
Ese día solo aprendieron a derrumbar oponentes. Después, comieron y tuvieron clase de
tiro. Por supuesto, Alice fue la mejor. Trisha, con un brazo, fue de las peores.
Especialmente para controlar el retroceso y cambiar el cargador.
Alice subió los escalones esa noche para volver a su cama, pero se detuvo en el segundo
piso, mirando el pasillo en el que había robado el mono negro a esas dos guardias
muertas con 42. Parecía que había pasado una eternidad desde eso.
Por curiosidad, se acercó a una de las puertas y las abrió. Sin embargo, se quedó algo
sorprendida al no encontrar ninguna habitación. Sino una sala. Con una máquina. Una
máquina que conocía muy bien.
La imagen de ella, Trisha y Rhett intentando recordar qué había pasado justo antes de que
su ciudad explotara le vino a la mente y puso una mano en la máquina instintivamente.
Alice no había visto a Davy desde hacía mucho tiempo. La última vez, había hecho que
Rhett le disparara en la cabeza. Prefería recordarlo durmiendo en la parte de arriba de su
litera, quejándose por el ruido.
Pero también había cambiado mucho. Ahora, él era el mejor de la ciudad respecto a
tecnología, así que era el que se encargaba de todo lo relacionado con ello.
Él, Rhett, Tina, Trisha y Kai estaban con ellos. Max era el único —a parte de Davy
que se había acercado a la máquina para verla de cerca.
—No creo que sean recuerdos como tal —murmuró Davy—. No funcionaría en un
humano.
—Los androides por otra parte... no tienen el mismo sistema de funcionamiento. Tienen
nuestras mismas partes del cuerpo pero son bastante inferiores a la hora de examinarlos
—me miró—. No te ofendas.
—Sus mentes son más accesibles —explicó Davy, pasando una mano por un teclado
pequeño y extraño—. Pero no quiere decir que sea fácil acceder a ellas. Se necesita la
colaboración del androide, especialmente si es un recuerdo complicado. Hay que saber...
um... ¿cómo decirlo? Hay que saber por dónde ir. Por ejemplo, si quisiera preguntarle
sobre su infancia, necesitaría saber si fue feliz, triste... qué personas la marcaron... algún
suceso importante... eso haría que pudiera encaminar los demás recuerdos.
Alice recordó estar sentada en una mesa mientras la obligaban a decir la verdad sobre
Alicia. Max y ella intercambiaron una mirada. Dudaba que a él se le hubiera olvidado la
parte en la que lo torturaban para sacarle información.
—Pero... no dejan de ser recuerdos. Pueden ser adulterados por el androide. Como los
humanos.
—No recordamos las cosas como son exactamente —murmuró Tina—. A veces, con el
paso del tiempo... nos creemos que algo pasó de una forma cuando, en realidad, hemos
cambiado algunos detalles sin darnos cuenta.
—Sí, esos científicos sabían lo que se hacían —murmuró Davy, asintiendo con la
cabeza.
conociéndolo...
—¿A-ayudante?
—No lo sé —Davy tenía el ceño fruncido mientras pasaba la mano por el lateral de la
máquina, buscando algo—. Más de dos días, eso seguro. Es tecnología avanzada de
androides. Y no estoy especializado en eso.
—Avísame cuando lo tengas —Max se dio la vuelta y salió de la sala, haciendo que los
demás lo siguieran. Kai y Davy se quedaron dentro intentando adivinar cómo
funcionaba.
—No ha estado mal —le dijo Max mientras se dirigían a las escaleras.
Max decidió ignorarla cuando vio que Trisha se acercaba corriendo. Tenía cara de
sorpresa. Y Trisha nunca tenía cara de nada que no fuera mala leche.
—Es Charles —dijo Trisha—. Dice que han visto algo desde el tejado.
—Resulta que hay un tejado —Trisha negó con la cabeza—. Joder, he bajado cuatro
pisos corriendo.
Max ya se había dado la vuelta y empezaba a subir las escaleras. Todos lo siguieron
automáticamente, y Alice vio que él entraba en una de las puertas del
último piso. Nunca la había visto abierta, pero había unas escaleras de piedra seguidas
de una puerta grande. Max la abrió de un empujón.
El tejado era enorme, especialmente teniendo en cuenta que cubría todo el edificio. No
tenía techo, solo grava y gente de pie mirando hacia el oeste. Era un grupo reducido. Vio
que algunos eran de los suyos y otros de Charles.
Él estaba delante de todos, mirando un punto en concreto. Max fue el primero en llegar.
Alice vio la cara de Charles y supo que había algo muy malo. No lo había visto tan
serio nunca. Estaba mirando fijamente un punto en el exterior de los muros de la
ciudad.
Tardó un segundo más en darse cuenta de que eran los coches de la Unión, pero los
que iban a su lado no eran de la Unión. Eran de su padre. Del padre John.
—Así que era cierto que estaban juntos —murmuró Rhett, mirándolos.
Alice tenía la vista más avanzada que ellos, así que la clavó directamente en la mujer
que los lideraba. No necesitó echarle más que una ojeada para verlo.
Era la misma mujer que la había ido a buscar a Ciudad Central, la que le había quitado
el primer dispositivo de la cabeza y una de las principales secuaces del padre John.
—¿Qué es eso? —preguntó Jake, que había aparecido a su lado.
—¿Qué demonios hacéis aquí? —se alarmó Tina al ver a Blaise y a Kilian con él—. ¡A
vuestras habitaciones! ¡Ahora mismo!
—Pero, ¿qué pasa? —Jake miró a Alice, que no sabía qué decirle.
—Trisha —Max se giró hacia ella, que acababa de llegar—. Encárgate de que todos
los menores de catorce vayan a su habitación.
Él le dedicó una mirada que le dejó claro la gracia que le había hecho.
—¿Te digo lo que no es justo? Tener que subir y bajar cuatro pisos tres veces seguidas.
Así que anda y calla.
Desaparecieron con Trisha y Alice vio que Max apretaba los labios. No le
gustaba lo que estaba viendo.
—¿Parlamen... qué?
Alice dio un paso hacia delante para verlo mejor. Era cierto. Un chico detrás de Giulia
sujetaba una pequeña bandera blanca. Cuando se giró hacia los demás, se dio cuenta de
que se había quedado sola y se apresuró a seguirlos. Rhett era el único que la esperaba.
Los dos juntos siguieron a los demás. Alice vio que le pasaban dos pistolas y él le daba
una. Ella se aseguró de que estaba cargada casi por manía.
No había nadie por los pasillos, pero en el piso inferior estaban todos los soldados de
la ciudad. Parecían agitados. Se abrieron paso para dejar pasar a Max, que abrió la
puerta principal.
Las puertas del muro estaban cerradas, así que Giulia y los demás permanecían al otro
lado de éste. Alice sintió que la miraba directamente a través de los barrotes.
Alice lo miró con cara de horror, pero no quiso decir nada. No podía cuestionarlo delante
de todos.
Uno de los soltados hizo un gesto con el brazo y, los que estaban junto a las puertas, las
abrieron para Giulia. Ella estaba esbozando una media sonrisa en medio de la oscuridad,
iluminada por la espalda por la luces de los coches que la seguían.
Max empezó a avanzar solo hacia ella al mismo tiempo que ella también avanzaba
sola, sin armas. Ningún soldado de ningún bando se movió. Los separaban veinte
metros. Alice sentía que era muy poco como para sentirse segura.
Entonces, Giulia se detuvo en seco y Max hizo lo mismo, entrecerrando los ojos.
Todo el mundo se giró hacia ella. Incluido Max. No supo qué decir. Giulia
sonreía.
Pero Max no la contradijo. Se dio la vuelta lentamente y volvió con los demás al mismo
tiempo que Alice miraba a Rhett de reojo y se dirigía hacia Giulia, intentando no
parecer nerviosa.
Alice tragó saliva al ver que Giulia también se detenía en seco y volvía hacia atrás.
Nadie salía de su grupo, pero ella no se detuvo hasta llegar a la mitad del camino. Se
quedó ahí de pie, sola, mirando al grupo de gente vestida de negro. Giulia había
desaparecido. Por un momento, pensó que se estaba equivocando en algo. Quizá tenía
que acercarse más a ellos.
Pero, entonces, la gente de negro se apartó, abriendo un pasillo para quien iba a ser el que
se acercara a ella.
El padre John.
Él iba vestido con su traje y un abrigo grande. Sujetaba un bastón de madera que tenía
que apoyar cada vez que daba un paso. Alice entrecerró los ojos,
¿qué le habría pasado en la pierna?
El padre John no daba señal de ir armado. Alice se había escondido la pistola en la parte
de atrás del cinturón. Esperó que no lo notara. Pero se sentía más segura con ella. Apretó
los labios con fuerza cuando se detuvo delante de ella.
Era extraño tenerlo delante. No sabía cómo sentirse. Estaba enfadada, triste, confusa... Y
sola. Delante de todos. Levantó la barbilla, tratando de demostrar un poco de valentía.
El padre John tenía un poco de barba canosa. Y le daba la sensación de que había
adelgazado. Pero seguía teniendo la misma expresión en los ojos.
—¿Y por qué iba a estar enfadado? —el padre John esbozó una pequeña sonrisa—.
Quizá te he infravalorado todo este tiempo. Tienes más ingenio del que parece.
—No es muy difícil saberlo —replicó él, ladeando la cabeza—. Después de lo que le
pasó a tu antigua ciudad... bueno, no había muchas otras alternativas. Y debo decir que
esta zona es de las mejores que se me podrían ocurrir para empezar de cero.
—Fuiste tú, ¿no? —preguntó ella tras un segundo de silencio—. Tú destruiste la ciudad.
—Porque es lo que haces —no pudo evitar levantar la voz—. Cada vez que alguien
te desobedece, lo destruyes.
—Tú estás viva, ¿no? —replicó—. Tus amigos están vivos. Tu hermano está vivo.
—No hables de Jake —advirtió ella en voz baja—. No tienes ningún derecho a hacerlo.
Hubo un momento de silencio entre los dos. Él había perdido el semblante tranquilo por
un momento. Alice tenía un nudo en la garganta.
—¿Y qué haces aquí? ¿Por qué quieres hablar conmigo? Max es quien lleva esta
ciudad.
—Pero Max no tiene nada que ver con esto. No directamente, al menos.
Dio un paso hacia delante y Alice se tensó por completo, pero no se movió. El padre
John seguía mirándola con calma absoluta.
—Los dos sabemos por qué estoy aquí, ¿verdad? —dijo él.
—Dímelo.
—Este no es tu lugar, Alice —él señaló el edificio—. Tu hogar está conmigo y con
los demás androides. ¿Qué pasará si tienes algún problema de funcionamiento? Ellos
no pueden arreglarte.
—Por ahora, tú lo has dicho. Pero tú sabes que ellos no son los tuyos.
—Sí lo son.
—No, no lo son. No son como tú. Tú no eres como ellos. Todos lo sabemos. Y, por
mucho que estéis unidos, eso siempre será así. No hay nada que puedas hacer para
arreglarlo.
—¿Y cuál es la solución? —preguntó ella—. ¿Convertir a todos los humanos vivos
en androides?
—Pese a que me gustaría, no tengo los recursos para ello. Además, prefiero la calidad
antes que la cantidad. Ya te dije que había tardado un tiempo en crearte. Pero el resultado
ha sido óptimo.
—¿Óptimo? —Alice tuvo que reírse—. Soy el primer androide que decidió huir de ti,
¿crees que eso es un resultado óptimo?
—La inteligencia es poder, Alice. En el momento en que te di esa inteligencia, te di el
poder de elegir. No todo el mundo tiene esa opción.
—¿Yo?
—Claro —él sonrió—. Voy a necesitar muchos recipientes en los que depositar la
inteligencia de mis androides, y creo que ahora mismo vives con casi trescientos.
Alice dio un paso atrás cuando se dio cuenta de lo que estaba insinuando.
—Desde mi punto de vista, ahora mismo tenemos dos opciones —él apoyó las dos
manos en el bastón, suspirando—. Podemos llegar a un trato. Nosotros dos. Sin que
nadie salga herido. O podemos no llegar a ningún trato y... bueno, creo que todos
sabemos qué sucede cuando me enfado.
—¿Qué... acuerdo?
—Oh, es muy sencillo —él sonrió—. Si tú y tu hermano venís conmigo, ellos viven.
Si no, no me quedará más remedio que decirle a Giulia que proceda a convencerte...
a su modo.
Alice lo miró de arriba a abajo. Le temblaban las manos. No sabía qué decir.
—Piensa en ellos, Alice —el padre John le puso una mano en el hombro y ella estaba tan
entumecida que no se movió—. ¿Cuántos niños, padres, jóvenes, adultos...? ¿Cuántos hay
ahí dentro? Muchos. Muchos que morirían si le dijera a Giulia que entrara en la ciudad
ahora mismo y os masacrara. Y tú y tu hermano vendríais conmigo de todos modos.
—¿Qué valor tiene la vida de un androide realmente, Alice? ¿Qué es la vida de un niño
comparada con la de cientos de humanos?
Ella tenía un nudo en la garganta. Le seguían temblando las manos. No era cierto. No
podía entrar en la ciudad, ¿no? Era imposible. Tenían buenas defensas. Tenían buenos
soldados.
—Sé que sería muy doloroso para ti, Alice —ella sintió un escalofrío cuando usó el
mismo todo de voz que había usado en su momento cuando había confiado en él—. Sé
que no es fácil. Podría borrarlos de tu memoria si quisieras. Sabes
que tengo la tecnología suficiente como para hacerlo. No te acordarías de sus nombres,
ni de sus caras, ni de nada que hayan hecho por ti. No sufrirías. Y ellos podrían seguir
vivos.
Alice giró la cabeza y se encontró con Rhett, que la miraba con expresión tensa. Durante
un momento, se sostuvieron la mirada el uno al otro. Fue suficiente como para que
reaccionara.
—Esas cenizas, Alice, son el recuerdo permanente de lo que sucede cuando tomas
una decisión incorrecta.
—¿Y cuál es la decisión correcta, John? —preguntó, casi escupiendo la última palabra
—. ¿Fiarme de alguien que hizo que mataran a su propia hija? ¿Que abandonó a su
familia? ¿Que quería hacer exactamente lo mismo con su hijo?
—¡No me hiciste superior, me hiciste una máquina! —ella se quitó su mano del
hombro—. Incluso te lo hiciste a ti mismo.
—El mundo se divide en gente que tiene poder y gente que sigue ese poder porque esa es
la única vida que conocen —replicó él—. Tu madre pertenecía al segundo grupo. No
pude hacer nada por ella. No era capaz de ver lo bueno en lo que estábamos haciendo. La
innovación que suponía.
—¿Vas a venir voluntariamente o voy a tener que usar la fuerza bruta? Alice
Se dio la vuelta y se alejó de él sin esperar una respuesta, pero ésta llegó igual.
—No podemos entregarlos así como así —dijo Rhett—. No son armas, joder. Son
personas.
—¿Y se pude saber qué hace ese aquí? —preguntó Rhett a Max, sin mirarlo.
Alice vio que Rhett clavaba una mano en la mesa, mirándolo fijamente.
—Vuelve a hacer una broma de esas y te aseguro que no volverás a hacer otra.
Charles apartó una de las sillas y se sentó justo delante de Alice, apoyándose
despreocupadamente en el respaldo de ella. Tina se paseaba, nerviosa, por la
habitación. Rhett miraba fijamente a Max, como si esperara que hiciera algo.
Trisha estaba apoyada en la pared. Davy, como representante de los de tecnología,
estaba sentándose también en la mesa, ajustándose las gafas.
—Tenemos una semana para decidirlo —replicó Max, que era el único que había
conseguido mantener la calma—. No hace falta que lo discutamos esta noche. Todos
estamos cansados y...
—¿Y te crees de verdad que esos no entrarán aquí en una semana? —preguntó Trisha,
mirando por la ventana, donde se veía al grupo de la Unión y del padre John acampando
fuera de los muros de la zona.
—La palabra de alguien que nos ha amenazado de muerte —Trisha negó con la cabeza.
—No hay nada que pensar —interrumpió Rhett—. ¿De verdad lo estáis
pensando?
Hubo un momento de silencio absoluto. Todo el mundo miró cualquier cosa que no fuera
Alice.
—¿Cuánto tiempo hace que nos cubrimos las espaldas? —preguntó él, frunciendo el ceño
—. ¿Habrá sido todo para entregarlos a la primera de cambio?
—¿Por quién?
Ella siguió sin decir nada. No lo había hecho desde que había dejado de hablar con su
padre. Estaba mirando fijamente la mesa, en completo silencio. Max le dedicó una ojeada
antes de girarse hacia los demás.
—No es una decisión fácil de tomar —dijo—. Hay muchas vidas en juego. Vidas de
personas que todos conocemos.
—Es una decisión fácil de tomar, Max —dijo Trisha—. Pero es difícil llevarla a cabo.
—Yo... —ella miró a Alice, que seguía teniendo la cabeza agachada—. Mira, sé que esto
es una mierda. Y ojalá no tuviera que ser yo la que lo dijera, pero... son muchas vidas.
Muchísimas. Y apenas podemos defendernos.
—¿Y qué nos asegura que no nos atacarán cuando entreguemos a Alice? — Tina
apareció, cruzada de brazos.
—¿Tienen cara de estar aquí para hablar? —preguntó Rhett bruscamente—. Lo único
que hace que ese... hombre... no nos ataque es que tiene a sus dos hijos aquí metidos.
—Para sacarlos de aquí sin preocuparse de que salgan heridos —le dijo Tina—. Así,
tiene la ciudad para él. Tiene mucha tecnología aquí. No creo que quiera
desperdiciarla.
—Además, ha dicho que necesita gente para crear una nueva generación de
androides —dijo Rhett—. Nos necesita. Muertos.
Hubo un momento de silencio. Todos se giraron hacia Alice, que ni siquiera estaba
escuchando. Max negó con la cabeza.
—¿Y cuál es el plan? ¿Que nosotros decidamos por todo el mundo? —preguntó Davy.
—Les comunicaremos nuestra decisión, no os preocupéis. Pero primero, debe haber una.
—Muy bien. Entregarlos. ¿Quién quiere empezar la votación? —preguntó Max, en voz
más seria de lo habitual.
—Yo no puedo hacerlo —todos miraron a Tina cuando empezó a hablar—. No puedo
entregarlos así como así, y menos sabiendo que no podemos asegurar nuestra
supervivencia aunque lo hagamos —ella negó con la cabeza—. No puedo hacerlo. Lo
siento. Yo, Tina, digo no.
Hubo un momento de silencio. Alice levantó la cabeza y miró a Trisha. Ella se estaba
mirando el regazo. Parecía no querer decir lo que iba a decir.
—Hemos perdido demasiado —murmuró, mirando a Alice a los ojos—. Somos menos
de la mitad que hace un año. No podemos arriesgarnos a que nos ataquen otra vez o
moriremos todos. A lo mejor nos matan de todas formas, pero... tenemos que
intentarlo.
Todos se giraron hacia Max, que tenía la última palabra. Alice también lo miró de reojo.
Él tenía la mente apoyada en las manos, como si estuviera pensando muy bien. Pero
Alice ya sabía qué diría. Él siempre buscaba lo mejor por el pueblo.
Siempre. Y no parpadearía al mandar un androide con ellos para eso. No
Max se quitó las manos de la cara y se aclaró la garganta, sin mirar a nadie.
Alice se quedó mirándolo un momento, sin entenderlo. Los demás empezaron a hablar a
toda velocidad. No entendía nada. Se giró hacia Charles, que era el único que seguía
sentado. Él le sonreía, divertido por la situación.
Alice se puso de pie lentamente. Nadie se dio cuenta. Estaban demasiado ocupados
mirando a Max y despotricando a voces. Ella salió de la habitación sin
decir nada. Nadie se dio cuenta. Nadie menos Charles, que la siguió, cerrando la puerta a
sus espaldas.
—Yo que tú practicaría con eso de luchar cuerpo a cuerpo. Por lo que me han dicho, lo vas
a necesitar.
—No soy muy bueno dando consejos, pero escuchar... eso se me da mejor.
Alice no dijo nada, pero lo siguió. Subieron las escaleras del tejado. Había algunas
personas de las caravanas sentadas en el suelo, hablando y bebiendo alcohol. Parecía ser
la única forma de pasar el tiempo que conocían. Eso sí, no hacían demasiado ruido.
Charles se sentó en el borde del tejado sin siquiera titubear y agarró una botella sin abrir
que tenía al lado. Mientras bebía, Alice se quedó a su lado, de pie, mirando fijamente la
gente de la Unión y del padre John asentándose.
—No sé para qué te preocupas tanto, la verdad —dijo Charles después de dar un trago a
su botella—. Acaban de decidir por ti. Ya solo te queda sentarte a esperar para ver las
consecuencias. Y puedes echarles la culpa si algo sale mal.
—Pueden decir lo que quieran. No quiere decir que vaya a hacer lo que decidan
—murmuró Alice, con la mirada clavada en el mismo sitio.
Ella no respondió. El aire frío le daba en la cara, pero seguía sintiéndose entumecida.
—No.
Alice lo sabía perfectamente. Porque era su hijo. El único miembro de su familia que le
quedaba por convertir en androide.
—Sea como sea —Charles dejó la botella a un lado—, está claro que todo esto es un
dolor de cabeza. Solo espero que, cuando os masacren, nos dejen salir primero.
—Aquí cada uno mira por su propia supervivencia —Charles balanceó las piernas y dio
otro trago a la botella—. Tienes una semana para pensarlo. No es como si tuvieras que
decidirlo esta misma noche.
—Quizá sea verdad que quiere asegurarse de que no... —Alice se cortó a sí misma.
Había entreabierto los labios, dando un paso hacia atrás. Charles frunció el ceño.
—Espero... —Alice no sabía cómo decirlo—. Espero no tener que recurrir a él.
No preguntó. Debió ver que no le diría nada más. Alice se abrazó a sí misma con
fuerza, intentando quitarse esa imagen de la cabeza.
Alice lo ignoró y bajó las escaleras de nuevo. La puerta de su despacho estaba abierta.
Max estaba solo, mirando por la ventana con las manos en los bolsillos. Estaba mirando
a los inquilinos de fuera de los muros. No se giró cuando Alice se colocó a su lado,
mirándolos también.
—Ojalá solo me hubiera pedido a mí —murmuró ella, al final, en voz baja—. Todo
sería más fácil.
—Te habrías entregado sin dudarlo —siguió Max, sin mirarla—. Ni siquiera lo
habrías pensado.
—Y vosotros estarías bien —dijo—. ¿Ese no era el objetivo?
—Oh, no estaríamos tan bien. Te lo aseguro. Para empezar, Jake organizaría una
expedición para venir a buscarte con el chico salvaje, la niña nueva y Trisha. Además, no
sabemos si nos hubieran atacado igual... y todo eso por no hablar de Rhett, que se habría
vuelto loco.
Alice no pudo evitar esbozar una sonrisa triste al pensar en Rhett y en como la había
defendido.
—Hemos tomado una decisión, Alice —le dijo Max, mirándola fijamente—. No es tu
decisión.
Ella no dijo nada, pero notó que Max la seguía mirando fijamente, como si pudiera
leer sus pensamientos.
Alice no dijo nada más. Salió de su despacho, cerrando la puerta detrás de sí y bajó
hasta su habitación. Se alegró enseguida de no encontrarse con nadie.
Tenía demasiado en la cabeza. Se metió en la ducha y estuvo un buen rato bajo el agua
caliente con los ojos cerrados. Seguía deseando con todas sus fuerzas que el padre John
rectificara y le dijera que solo la quería a ella. Que dejara en paz a Jake.
Porque no podía entregarlo. Simplemente no podía. No podía quitarle todos sus recuerdos,
su forma de ser... no podía matarlo.
Se le estaban empezando a cerrar los ojos cuando escuchó que alguien llamaba a la
puerta. Se detuvo un momento, confusa, pensando que se lo había imaginado. Pero no.
Volvieron a llamar suavemente. Se acercó, respirando hondo y preparándose para
enfrentarse a Rhett... pero no era Rhett. Era Jake.
—Jake, no...
Alice dudó un momento. Su cabeza volvía a ser un lío. Al final, se apartó, dejándolo pasar
y cerrando la puerta. Jake se sentó en su cama y miró el grupo nuevo por la ventana. Alice
hizo lo mismo, sentada delante de él.
—Esos son... los que atacaron Ciudad Central hace tiempo, ¿no? —murmuró Jake,
confuso.
Alice lo miró fijamente sin poder evitarlo. Cada vez que lo veía, le venía la imagen
de un niño pequeño jugando en el río con el mismo pelo rizado, los mismos ojos
risueños y la misma expresión de fastidio cada vez que le decía que no podía hacer
algo.
—Nada —aseguró ella enseguida, tragando saliva y mirando por la ventana. No podía
mirarlo a él.
—¿Te has peleado con Rhett? —preguntó Jake, entrecerrando los ojos—. Porque estos
meses he entrenado mucho, ¿sabes? No sé dar un puñetazo, pero
sé hacer una sopa que dejaría dormido a cualquiera, ¿no es genial?
Cuando sonreía, seguía pensando en las expresiones vacías, desoladas y tristes de todos
los androides que había conocido. Si lo entregaba, jamás volvería a ver esa sonrisa
maliciosa y despreocupada.
—Es genial.
—Pero tendría que hacer que se la comiera. Y no se fía mucho de mí. ¿Te he contado
alguna vez que, cuando estábamos en la otra ciudad, le metí un ojo de mentira en el
puré? —se rió—. Lo encontraron los exploradores en una ciudad abandonada y me lo
cambiaron por un fajo de cartas. Fue caro, pero valió la pena solo por ver la cara que se
le quedaba. Eso sí, se enfadó muchísimo... me hizo dar diez vueltas corriendo al campo
de fútbol. Parece poco, pero te aseguro que no lo es. Y menos a pleno sol. Te aseguro
que nadie le hizo una sola broma más, je, je...
Él sonrió, pero dejó de hacerlo al no ver en Alice la reacción que esperaba. Ella lo
miraba en silencio, intentando no llorar con todas sus fuerzas, pero con un nudo en la
garganta.
—Puedes contarme lo que sea que te pasa, Alice —dijo, lentamente—. Lo sabes,
¿no?
—Es que... —ella negó con la cabeza—. Te he echado de menos, Jake. Mucho.
—Sí, han sido unos meses raros —él ladeó la cabeza—. No tenía a nadie que me
defendiera de los abusones. Ni a nadie a quien enseñar a usar ironía y sarcasmo
correctamente.
—Pues me he vuelto una experta en eso —aseguró ella con una pequeña sonrisa.
—Ya lo sé. Soy un buen maestro. ¿Te acuerdas de cuando no sabías ni qué eran
unas cartas? Debiste aburrirte mucho por aquí.
—Tenía su encanto —murmuró ella, agachando la cabeza para mirarse las manos.
De hecho, dejó la frase suspendida en el aire durante unos segundos. Después, la miró.
—La verdad... es que para mí eres como una hermana pequeña. Ya te lo dije.
—Sigo siendo mayor que tú, Jake —ella sonrió, pero sentía que las lágrimas se le
acumulaban en los ojos.
—Soy muy maduro para mi edad, ¿vale? Todo el mundo lo dice. Además,
¿quién ha enseñado más cosas al otro? ¿Eh? Pues eso. Hermana pequeña. Hermano
mayor.
—Si tuvieras que... elegir... entre algo que algo que... que aprecias mucho y algo...
algo que le gustara a todo el mundo... ¿qué harías?
—No, pero... —Alice suspiró—, ¿y si elegir eso que quieres hace que todo el mundo
lo pase mal por tu culpa? ¿Qué harías?
—¿No serías un egoísta por elegir lo que te gusta? —preguntó ella en voz baja.
—Tú eres una de las personas más generosas que conozco, Alice —le dijo—. Y...
honestamente, todo lo que has decidido hasta ahora nos ha traído aquí... vivos y
juntos. Si tú crees que ser generosa está bien... entonces, adelante.
Pero... si hay alguien que se merezca un poco de egoísmo, esa eres tú. Alice lo miró
—Deberíamos irnos a dormir, Jake —le dijo—. Mañana, Max va a contar a todo el
mundo lo que ha pasado. Querrás estar presente.
—Buenas noches, Jake —murmuró Alice, viendo cómo desaparecía por la puerta
de su habitación.
En cuanto esta se cerró, cerró los ojos con fuerza, pasándose las manos por la cara.
Sin embargo, cuando salió de su habitación para ir a clase de Rhett, notó las miradas de
reojo, los comentarios y las malas caras. Obviamente, la gente no estaba contenta con la
decisión. Se iban a arriesgar todos por ella cuando, en realidad, apenas la conocían. Solo la
conocían los más jóvenes y, salvo algunos casos particulares, parecían pensar lo mismo
que los adultos.
Al llegar a clase de Rhett, vio que ya habían empezado a practicar golpeando los sacos.
Encima, llegaba tarde. Probablemente, en otra ocasión habría temido el discursito de
Rhett, pero en ese momento solo quería descargarse contra el saco.
Pero, para sorpresa, no dijo nada. Solo la miró de reojo mientras ella se detenía junto al
único saco vacío. Empezó a practicar los ejercicios sin mirar a nadie en concreto.
Jake estaba en su saco sudando como un loco por el esfuerzo. Ni siquiera parecía
alterado. Alice lo observó, confusa. Quizá no había ido al discurso de Max. De
haberlo hecho... sabría que el padre John también lo quería a él.
Rhett dio unas cuantas explicaciones sobre golpes, esquivar y lo de siempre. Alice no
lo escuchó demasiado. Sus prácticas fueron con una chica que había visto alguna vez
en Ciudad Central y que la miraba como si fuera un insecto al que pisar.
Cuando terminó la clase, empezaba a sentirse abrumada por las miradas de desprecio.
Los únicos que no la habían mirado así habían sido Jake, Rhett, Trisha y,
sorprendentemente, Kenneth.
Alice la miró en silencio. Podría haber aceptado una y mil veces que Trisha la entregara
sin pensarlo. Lo entendía. Solo quería protegerse. Pero entregar a Jake... él siempre había
sido bueno con ella. Siempre. Había sido uno de los pocos que jamás la habían juzgado en
Ciudad Central.
—No hace falta que me des explicaciones —Alice intentó no sonar fría, pero su mirada
era difícil de ocultar.
—Lo siento, ¿vale? —ella suspiró—. Mira, sé que Jake te importa mucho, pero... hay
tantas vidas en juego que...
—Trisha —la cortó Alice—, tengo demasiado en la cabeza como para hacerte sentir
mejor. Hiciste lo que creíste que era lo correcto. Nadie puede culparte por ello. Ahora, si
me disculpas.
—Alice —escuchó a Rhett, que la miraba desde el centro del gimnasio—. Ven,
ayúdame.
Ella cerró los ojos un momento. Solo quería estar sola. O no. Ni siquiera sabía lo que
quería.
Se acercó a Rhett, que miró por encima de su hombro a los demás. No dijo
absolutamente nada hasta que se marcharon todos y ambos escucharon la puerta
del gimnasio cerrándose.
—¿No iba a ayudarte con algo? —preguntó Alice, intentando evadir el tema.
Ella suspiró.
—Mira, te ayudaré a llevar todo esto al almacén si quieres —dijo lentamente—, pero
no quiero hablar de nada.
Recogió las cosas bajo su atenta mirada. Él no decía nada. Eso la hacía sentir aún peor
que si se hubiera enfadado. Cuando Rhett se callaba, había motivos para asustarse.
El almacén era del tamaño que la vieja caseta donde escondían la munición. Alice dejó
una de las bolsas en el suelo y vio que Rhett dejaba las dos últimas a su lado. Después, se
atrevió a mirarlo. Se arrepintió al instante.
Estar a solas con Rhett, una de las pocas personas en las que sabía que podía confiar al
cien por cien, fue como si hiciera que se derrumbara. Empezó a notar el nudo
formándose en su garganta.
—¿Qué?
—Max ha decidido mantener en secreto que también querían a Jake —aclaró Rhett—.
Pensó que lo preferirías así.
—No lo eres.
—Yo no te odio —le puso una mano en la nuca—. Estoy muy, muy lejos de
odiarte, créeme.
Quizá, en otro momento, ella hubiera sonreído. Sin embargo, en esas circunstancias solo
pudo empezar a lloriquear. Hacía tanto tiempo que no lloraba que era extraño hacerlo. Ni
siquiera era un llanto. No cambió su expresión. Pero las lágrimas empezaron a resbalar por
sus mejillas.
—¿Como puedo seguir aquí, verlos... ver todo lo que destrozaré y no
entregarme?
—No morirán. No morirá nadie —él se inclinó hacia delante—. Tenemos buenas defensas
y...
Él dudó un momento.
—No.
—¿Habrías hecho lo mismo por Trisha? —preguntó en voz baja—. Ella también es
parte de la familia.
—Y ha llegado aquí gracias a ti. Igual que Kenneth, Kai, Eve, Blaise... y yo. Todos
hemos llegado aquí porque tú no paraste hasta que encontraste una forma de volver a
casa, con los nuestros. Te debemos nuestra vida y, ahora que tú necesitas nuestra ayuda,
te han dado la espalda. Tenemos derecho de sobra a culparla.
Alice no se atrevió a mirarlo. Sentía que iba a ponerse a llorar de nuevo. Después,
negó lentamente con la cabeza.
Vio, de reojo, que Rhett esbozaba una pequeña sonrisa tras un momento de duda.
Después, se inclinó hacia ella y empezó a besarla.
***
Cuando entró esa tarde en el hospital, vio que Eve estaba despierta, leyendo un libro.
Alice enarcó una ceja al ver que era un libro de historia de antes de la guerra.
—Hola, Alice —Eve sonrió, bajando el libro—. Ven, siéntate. Me alegro de verte.
—Eres de las pocas que me dicen eso hoy —masculló Alice, moviendo la silla para poder
sentarse a su lado.
Eve estaba pálida y delgada. Esos días, había tenido algún que otro problemas con su
hijo y Tina había decidido tenerla en observación durante el mes que le quedaba para
dar a luz.
—Ya he oído lo del padre John —murmuró Eve, mirándola con cierta lástima—.
¿Fue tu creador?
—Y el padre de la dueña de mis recuerdos de humana —masculló Alice. Sintió que podía
contárselo a Eve sin miedo—. ¿Lo conociste cuando vivías aquí?
—Solo lo vi unas cuantas veces. No fue mi creador. Siempre me pareció... muy
simpático en comparación con los demás padres.
—Sí, yo pensaba lo mismo al principio —ella quería cambiar de tema, así que señaló
su libro—, ¿qué es eso?
—Estoy intentando aprender un poco de historia humana —murmuró Eve con una
pequeña sonrisa—. Quiero aprovechar el tiempo que tenga que estar aquí.
—Yo era una androide de información —murmuró Alice—. Puedo contarte casi toda la
historia de los humanos y todas y cada una de las características de este lugar. Al menos,
las que los padres no me ocultaban.
—¿En serio?
—Sí. Me pasaba el día entero en los huertos interiores, programando las máquinas que
hacían que las plantas no murieran... puedo decirte el nombre de más de dos mil plantas,
flores y arbustos distintos.
Alice no supo qué decirle. No estaba acostumbrada a los halagos y hacía que sintiera algo
de vergüenza.
—Siglo veinte —murmuró Eve—. He intentado evitar guerras, pero... estos siglos están
tan llenos de ellas... a mí lo que me gusta es ver cómo vivían.
—Cuando vivía aquí, mi creador tenía una fotografía de su vieja casa en la mesa. La
recuerdo perfectamente. Era una casa blanca con ventanas grandes y, por algún motivo,
una puerta roja. Me imaginé una y mil veces siendo humana, pudiendo vivir ahí. Entrar y
salir por la puerta roja. Poder tener mi huerto, mi propia casa... Poder hacer lo que
quisiera.
Miró a Alice.
—Ir al cine.
Estuvo un buen rato con ella charlando, pero no tardó en aparecer Tina para decirle que
Eve tenía que estar tranquila. Alice se marchó rápidamente,
intentando evitar que le empezara a preguntar si estaba bien. Amaba a Tina, pero en ese
momento era lo último que necesitaba.
La tarde le pareció eterna. Se la pasó entera en la antigua biblioteca. Había pasado tanto
tiempo ahí cuando esa era su zona... solo para recabar más y más información. Y, ¿para
qué le había servido? Para saber datos históricos estúpidos. Pero hasta llegar a Ciudad
Central no había aprendido lo que era una preciosura, una película, la música... e incluso
besar a alguien.
Estaba revisando un libro sobre la Edad Media cuando notó que alguien se le
acercaba por detrás. Se dio la vuelta con el ceño fruncido, pero se detuvo en seco
cuando vio que era Kai, que hiperventilaba.
Dejó el libro en su lugar y lo siguió por las escaleras. Kai parecía ansioso.
Alice lo miró de reojo mientras entraban en una de las salas del primer piso. Kai cerró la
puerta tras de sí y ella vio que estaban en una habitación con una camilla y una máquina
bastante grande que no había visto nunca. La máquina tenía una silla, una pantalla
grande y una extensión que cubría la parte de la camilla en la que suponía que iba la
cabeza.
—Creo que, por ahora, no deberíamos contárselo a nadie que no deba saberlo sí o sí —
masculló Kai, enseñándole la llave—. La encontré en la biblioteca. En uno de los
cajones de las mesas. Me pareció que...
—Kai —ella no quería ser desagradable, así que sonó tan amable como pudo—, al grano,
por favor.
—Ah, sí —él sonrió ampliamente—. La cosa es que empecé a mirar a ver cómo
funcionaba y... bueno, es un prototipo de intercambiador.
—Perdón, perdón —se centró de nuevo—. A ver, sabes que todos los androides tienen
una función, ¿no?
—Pues resulta que esa función no la enseñan. Es decir, puedes ir ampliándola leyendo
libros, con prácticas... bueno, todo eso. Pero la información base está implantada en tu
cerebro por ser androide.
—Verás —él se acercó a la máquina y le puso una mano encima, como si fuera su niño
pequeño—, esta grandullona de aquí es la que se encarga de poner las placas vacías de
información en los cerebros de los androides.
—Por lo tanto, si consiguiera adivinar cómo funciona esto... —Kai hizo una pausa.
—¡Kai!
—¡Vale! La cosa es que, si consigo que funcione, puedo modificar tu placa de
información. Y la de cualquier androide.
—Quitártela, añadir información nueva. Podría darte los conocimientos necesarios como
para hacer artes marciales a la perfección. O saber conducir. O incluso resolver
problemas matemáticos. Si la gente todavía diera clases nos haríamos ricos —él suspiró,
como si eso fuera lo mejor que le había pasado en la vida—. Esto es tan Matrix... que me
encanta.
—¿Qué...? ¿Cómo?
—No conozco muy bien cómo funciona esto, así que, por ahora... solo podría hacerlo
si el androide en cuestión viniera aquí y me dejara usar la máquina, pero...
Él buscó en una de las mesas del fondo y sacó algo que a Alice le pareció una linterna
en miniatura. Kai apretó el único botón que tenía y la pequeña linterna emitió una luz
blanca que solo se vio durante un milisegundo. Alice parpadeó, frunciendo el ceño.
—Ellos usaban esto —murmuró Kai, mirándolo—. Tengo que descubrir cómo conectarlo
con la máquina. Si lo consiguiera, podrías hacerle esto en los ojos a cualquier androide del
mundo y yo recibiría la información al instante aquí, en la máquina.
Alice agarró la pequeña linterna plateada cuando él se la ofreció.
—Usaban esto para las pruebas médicas —murmuró Alice, negando con la cabeza
—. Solo querían asegurarse de que no aprendíamos nada que no les interesara.
—Kai... —no sabía ni qué decirle—. Esto es... es mucho. Es... increíble.
—Hacía mucho tiempo que no me sentía útil haciendo algo —murmuró él, algo
avergonzado—. Pero me alegro de que te sirva para algo, Alice.
—¿Para algo? —ella se puso de pie y lo agarró por los hombros—. Kai, ¿no te das
cuenta? Si consiguiera usar esto para...
—¿Ahora?
—¿Sabe lo de la máquina?
Alice ya estaba subiendo las escaleras a toda velocidad. Llegó al despacho de Max con
el corazón acelerado, pero no por haber corrido. Sino por la emoción.
Max estaba solo, sentado en su mesa con unos papeles delante. Levantó la cabeza y
entrecerró los ojos cuando vio que Alice se acercaba a él con la respiración
acelerada y los ojos brillantes.
—Max —ella se sentó a su lado, embriagada por la emoción—, tengo que decirte
algo.
Y él, por primera vez desde que lo conocía, le dedicó una pequeña sonrisa.
—¿Cuál es el plan?
CAPÍTULO 28
—No, sigo sin saber muy bien como va... —masculló Kai—. Es decir, puedo
intentar quitar información, pero ponerla... es un lío de...
Kai siempre se ponía nervioso cuando Max le hablaba. Empezaba a ponerse rojo por
la presión y movía las manos como un loco para gesticular al hablar.
—Si no sale bien, moriremos todos y no reclamará ninguna recompensa —dijo él, tan
tranquilo como si hubiera dicho que iba a llover.
Alice se apresuró a seguirlo por el pasillo. Max siempre andaba a pasos agigantados y,
además, tenía las piernas más largas que ella. Se detuvo junto a una de las ventanas que
daban al patio, tocándose el cinturón con las armas instintivamente.
—Charles y los suyos podrán irse y, si todo va bien, podremos volver a iniciar las
exploraciones.
Alice asintió, mirando por la ventana. Sin embargo, volvió a girarse hacia él cuando notó
que la miraba.
—Cada día.
—¿Cuántas horas?
suspiró disimuladamente.
—Créeme, Rhett hace lo que puede y más para que pueda defenderme llegado el
momento.
—Me parece perfecto. Pero vas a entrenar el doble. Hasta que no puedas más. Y
céntrate en la parte de disparar y correr.
—Sí, capitán.
—He visto cómo peleas —Max enarcó una ceja—. Intenta salir viva disparando o
corriendo. Tendrás más posibilidades.
—La ironía es una forma muy baja de ingenio —replicó—. ¿Tienes arma propia?
—¿Arma propia? —ella estuvo a punto de reírse—. Creo que no he tenido arma propia
en mi vida. Lo más cercano a eso fue el revólver que ese chalado de ahí fuera me dio
hace un año.
—¿Chalado?
—Chalado —repitió Max, y le pareció que ponía los ojos en blanco—. A estas
alturas, deberías tener arma propia.
—Al final, te salvó la vida —le dijo Max, mirándola—. Tener un arma encima
siempre es muy importante, Alice.
Ella suspiró. Nunca dejaba que terminara de hablar. Max bajó al gimnasio y entró en la
sala de armas, que todavía estaban desordenadas porque nadie se había molestado en
separarlas por grupos.
—¿Puedo elegir la que quiera? —preguntó, ilusionada, haciendo una inspección visual a
su alrededor.
—No.
Max la cortó, tan serio como siempre. Ella le puso mala cara.
Entraron en la sala contigua, la de tiro. Max acercó uno de los muñecos sin cambiar su
expresión y lo dejó a unos ocho metros de distancia.
—¿En qué momento has pasado de vagar por los pasillos como un alma en pena a
hacer bromas a cada cosa que te digo?
Alice suspiró y vio, de reojo, que Max se sacaba una pistola del cinturón. La sospesó un
momento y luego se la dio a ella.
—Pruébala.
La agarró, cautelosa. Era más ligera que las que había solido usar. Y el diseño era mejor.
Era evidente que era mejor que las de clase. Y apenas estaba usada. Miró el cargador y
levantó las cejas.
—Mhm... ¿9mm?
—9mm.
Alice hizo lo que le decía con una práctica sorprendente. Recargar la pistola le recordaba a
ese tiempo lejano en que daba clases con Rhett y se ponía de buen humor.
Se colocó con los pies y los hombros correctamente y apuntó al objetivo, intentando
equilibrarse. Parecía que hacía años que no hacía eso. Últimamente, se había dedicado a
disparar sin más, sin apuntar... aunque tampoco le había ido mal.
Cuando apretó el gatillo, notó que el arma apenas tenía retroceso. Sí que era de buena
calidad. Hacía que disparar fuera más sencillo, incluso. El muñeco tenía un agujero
perfecto entre ambos ojos.
—No está mal —murmuró Max—. Puedes vaciarlo. Intenta no darle dos veces a la
misma zona.
Alice sonrió y le dio de lleno en la entrepierna. Después, en el corazón.
—¿Me has dado tu pistola? —preguntó ella, disparando en la rodilla—. Porque es una
pasada.
—¿Te gusta?
—No.
—Sí.
—¿Y...? —ella tuvo que aclararse la garganta para que no se notara que estaba nerviosa—.
¿Estás seguro de que quieres que me la quede?
—Sí.
—Pero... ¡Max!
—Cállate y dispara.
No esperó una respuesta. Se marchó sin siquiera mirar atrás. Alice miró la pistola
de nuevo y apuntó de nuevo al objetivo.
***
Alice se pasó la tarde entera en esa sala. No estaba segura de si era porque quería
desahogarse disparando a algo o porque quería estar sola, pero se sintió mucho mejor
cuando fue a la cafetería. Charles estaba sentado ahí con Blaise, Jake y Kilian.
—...así que, queridos niños —estaba diciendo Charles tranquilamente cuando Alice se
sentó a su lado—, la lección de hoy es que no os metáis con una persona más grande que
vosotros a no ser que tengáis un buen cuchillo.
Era difícil no verlas. Alice había pasado parte de la mañana ayudando a construirlas. Eran
bloques de madera, sacos o cualquier cosa que sirviera para ocultarse y disparar a quien
entrara por la puerta del muro. Además, habían preparado material para tapiar ventanas y
puertas si era necesario.
Alice la miró un momento. Blaise solo quería matar al padre John porque lo culpaba de
que su madre estuviera desaparecida. Pero, era tan pequeña...
—Vosotros estaréis aquí, en la cafetería —dijo Rhett, comiendo sin siquiera mirarlos.
—¿Por qué no podemos ir? —a Jake le salió la voz aguda por la indignación.
—Esto no es justo.
Ella no pudo evitar dedicarle una sonrisa triste. Rhett suspiró, dejó la cuchara y miró
fijamente a Jake.
—¿Quieres saber qué pasará si alguno de vosotros sale ahí fuera mañana a pelear?
De hecho, le había dedicado unas cuantas y, aunque todas eran ciertas, siempre la habían
dejado peor de lo que ya estaba.
—En caso de que tengamos que dispararnos los unos a los otros, cosa que no está muy
clara, vais a ser los primeros en asustarse porque no tenéis conocimiento suficiente sobre
armas o sobre defensa. Sois demasiado pequeños. Así que intentaréis entrar, pero las
puertas estarán cerradas por el ataque. Lo más seguro es que os dé un ataque de pánico
en medio de la pelea.
Y, claro, Alice será la primera en acudir a ayudaros. El problema es que ella puede
defenderse a sí misma, pero en el momento en que la distraigáis, ellos lo usarán en su
contra. Lo más seguro es que terminen consiguiendo arrastrarla con ellos y, después de
eso, nos terminen matando a todos.
Blaise y Jake intercambiaron una mirada antes de asentir lentamente con la cabeza.
—Bien —Rhett se giró hacia Alice y su expresión volvió a ser la de siempre—. Oye,
¿te vas a comer eso?
***
Ya sabía que no podría dormirse mucho antes de meterse en la cama. Se duchó, se puso
su pijama improvisado y, tras media hora en la oscuridad, encendió la luz y salió de esa
habitación, llamando con los nudillos a la de al lado.
—¿Tanto te ha gustado rememorar las clases que también quieres rememorar esto de
presentarte aquí en medio de la noche?
Su habitación era una copia de la otra. Alice no esperó que la invitara y se sentó de piernas
cruzadas en su cama, mirando por la ventana. Escuchó a Rhett
cerrando la puerta y acercándose para sentarse delante de ella, con un hombro apoyado en
la pared.
Estuvieron un rato en silencio. Le gustaba estar así con Rhett, sin decir nada. A veces,
sentía que estar con él era como un calmante. Uno muy agradable.
—Todo el mundo actúa como si nada... —ella negó con la cabeza—. Pero mañana
podríamos... terminar muy mal.
Max había decidido que solo ellos dos supieran los detalles, pero Rhett y Tina sabían de su
existencia. Eran los únicos en la ciudad.
Ella sonrió, negando con la cabeza. Sin embargo, la sonrisa no tardó en desaparecer.
—Pero... ¿qué pasa si ganamos?
—Lo digo en serio —ella suspiró—. Es que... ¿cuál es el plan después de eso?
¿Seguir viviendo aquí hasta que muramos?
—Rhett, este lugar está bien, pero... —frunció el ceño, no sabía ni cómo decirlo—, ¿no te
sientes como si no estuvieras en casa? ¿Como si estuvieras en un campamento de verano
que nunca termina?
—¡Céntrate en lo importante!
—Si te vas a poner a construir, yo veo más útil reformar Ciudad Central —
bromeó él.
—Sí.
—Muy bien —dijo él—. Si mañana ganamos, seguimos quedando más de diez
personas vivas y alguien decide que esto es buena idea, me comprometo a ayudarte.
—No he dicho que fuera a hacerlo fácilmente —él enarcó una ceja—. Soy bueno
enseñando a dar puñetazos, no restaurando una casa.
—Podríamos hacernos una casa —Alice le sonrió de reojo—. Para los dos. Como
la de la Unión.
—Gran ejemplo. El último recuerdo que tengo de esa casa es un pasillo lleno de sangre.
—Y Jake, Kilian, Blaise, Eve y su hijo podrían venir con nosotros a...
—Seguro que el tuyo también estaría encantado si nos viera viviendo juntos y felices.
—Uno de mis mayores miedos siempre ha sido parecerme a él —dijo en voz baja.
Ella no supo qué decir. Estiró la mano y la puso sobre la suya. Rhett la miró por fin.
—Gran halago.
—¡Estaba aprendiendo!
—¿Qué es...? —se cortó a sí misma al ver su sonrisa burlona—. No quiero saberlo.
—No quiero.
—Sí quieres.
—¡Que no!
—¿Qué es el promo?
—¿Qué es?
—Un animalito muy bonito —sonrió él, burlón.
—¿Sobre... sexo?
—Sí.
—Oh.
—No sé si quiero saber qué está pasando por esa cabecita perversa.
—¡Es curiosidad!
—Nada.
—Estaba pensando.
—¿En qué?
—En que mañana podríamos morir —dijo lentamente—. Sería una pena que
murieras virgen.
Alice se quedó mirándolo con la boca abierta. Recordaba haber dicho eso en el pasado,
pero nunca hubiera pensado que oírselo decir a Rhett fuera a hacer que se pusiera roja
como un tomate. Ni siquiera sabía por qué se había ruborizado.
—Hay que ver... tanto tiempo diciendo que querías hacerlo y, cuando lo insinúo yo, te
pones roja y empiezas a balbucear.
Era extraño estar riendo ahí dentro con lo que pasaba ahí fuera. Por un momento, fue
como si todo volviera a la normalidad. Como si fueran una pareja cualquiera. Y, aunque
Alice estaba irritada con él, se había olvidado por primera vez en mucho tiempo de todos
sus problemas.
—¡No es un no!
—¿Es un sí?
Alice asintió un poco con la cabeza. Le había entrado el pánico solo de pensarlo. Y eso
que había estado insistiendo durante mucho tiempo... Rhett tampoco parecía muy
sorprendido. Quizá sabía que haría eso.
—De todas formas, ¿quieres quedarte aquí?
Rhett se apartó para dejarle sitio y Alice se tumbó delante de él. Hacía mucho tiempo que
no dormían los dos solos. Se acurrucó en la almohada y sintió su brazo por encima de su
cintura. Tenía su pecho en la espalda. Era agradable. Cerró los ojos cuando notó que Rhett
apoyaba la cabeza al lado de la suya.
No hizo falta decir nada más. A pesar de que había creído que no podría dormir esa
noche, estar con él la calmaba. Apenas unos minutos después de cerrar los ojos, se había
dormido profundamente.
***
Alice levantó la cabeza cuando alguien se sentó delante de ella en la cafetería. Jake, Blaise
y Kilian. La niña se sentó a su lado y los otros dos al otro lado de la mesa.
Ella no supo qué decir. Todo el mundo la miraba significativamente, pero nadie se
había atrevido a preguntarle nada del tema hasta ese momento.
Últimamente, daba su comida a todo el mundo. Esos días no había tenido mucha
hambre.
—Estoy bien —le dijo a Jake—. Nunca es fácil enfrentarte a tu padre.
Ella lo miró un momento, pero apartó la mirada cuando notó que Kilian la observaba.
—Un creador es mucho más que eso —aseguró Alice en voz baja—. Es como si hubiera
sido... mi padre de verdad.
—Pues tu padre de verdad o de mentira no me cae bien —le dijo Blaise secamente—.
Deberíamos encerrarlo en una jaula por amenazarnos. Es lo que él nos hacía a nosotros.
—Es una buena idea —Rhett acababa de aparecer y se sentó al otro lado de Alice—,
pero hay un concepto un poco raro llamado civismo. Igual el término os suena de algo.
Alice y él intercambiaron una mirada. Ellos ni siquiera sabían que tenían un plan.
—Wow —Jake se cruzó de brazos—, ¿detecto algún secreto entre vosotros?
—Tú come y calla —la cortó Rhett antes de girarse hacia Jake—. Y tú también.
Aprende de tu amiguito el mudo.
Él le sonrió irónicamente.
—Vamos, no os habléis mal —pidió Alice, suspirando—. ¿Por qué tengo que deciros
yo siempre estas cosas?
—¡No es verdad!
—Para ya.
—¡Parad!
Justo en ese momento, Max entró en la cafetería. Él nunca comía ahí, así que era
extraño. Se detuvo junto a su mesa y miró a Alice fijamente.
Alice no pudo evitar sonreír. Había tenido esa misma conversación con Rhett un año
antes.
—Vamos —repitió.
Alice se puso de pie mientras los demás protestaban por no saber de lo que
hablaban. Max no dijo nada en todo el camino.
Por supuesto, entraron en la sala donde Kai trabajaba. Él se puso de pie torpemente al
verlos entrar. Tina estaba con él, mirando intrigada la pantalla.
***
Estaban en el vestíbulo del edificio principal. Parecía incluso pequeño con tanta gente
agrupada en él. Los únicos que se habían acercado de verdad a Max y ella eran los de
siempre. Alice miró a Blaise y Jake, que tenían expresiones tristonas.
—No —dijo, poniéndole una mano en el hombro—. Pero, en el peor de los casos,
sé que tú cuidarías de Rhett y Jake, ¿verdad?
Sin embargo, cuando se dio la vuelta, notó que la retenían del brazo. Rhett estaba
delante de ella. Nunca le había visto una expresión tan seria.
Rhett dudó un momento antes de agarrarla con una mano de la mandíbula y plantarle un
beso en los labios. Cuando se separó, aunque solo habían pasado un puñado de segundos,
sintió que el aire no le llegaba a los pulmones. Max se aclaró ruidosamente la garganta.
Alice lo miró por última vez y se dio la vuelta, subiéndose por completo la cremallera del
mono. Max abrió la puerta y ella la cruzó.
En cuanto ésta se cerró a sus espaldas y se quedó sola con Max, fue cuando los nervios y
el miedo empezaron a surgir de verdad. El padre John y Giulia estaban de pie en medio
del camino, mirándolos.
suspiró.
—¿Y si... no sale bien? —preguntó ella en un susurro—. ¿Y si hago algo mal y todos
terminan...?
Max suspiró y se aseguró de que la oscuridad los rodeaba y el padre John y Giulia
no podían verlos. Se acercó a Alice y le puso una mano en hombro, haciendo que lo
mirara.
—Mira, eres muchas cosas, pero no eres idiota —le dijo él—. Sabes lo que dices y sabes
lo que haces. Si hubiera creído que alguien en esta ciudad estaba más capacitado para
hacer esto, se lo habría pedido a él. Pero tú estás aquí. Y no es por nada.
—¿En... serio?
—No hagas que me arrepienta de esto solo por estar nerviosa —terminó.
Alice dudó unos segundos antes de esbozar una sonrisa nerviosa.
—Es un don —le pareció ver una sonrisa fugaz—. Ahora, cálmate. Te necesito
centrada en esto.
—¿Estás lista?
Alice se adelantó y empezó a andar hacia ellos. En el momento en que la luz los tocó, el
padre John le dedicó una expresión sombría. En cuanto se detuvieron delante de ellos, vio
que, de hecho, parecía enfadado.
Alice evitó a toda costa girarse para asegurarse de que Jake no se había vuelto rebelado
y salido del edificio. Rhett se habría ocupado ya de él. Ya estaría en la cafetería. Tenía
que calmarse y centrarse. Max tenía razón.
No pareció gustarle mucho esa respuesta. Nunca lo había visto especialmente nervioso,
pero en esos momentos lo estaba. Cuando intentó aparentar calma con una sonrisa, vio
que le temblaban las comisuras de los labios. Casi parecía que quería decir algo pero se
contenía.
—Supongo que eso quiere decir que no quieres seguir en la vía diplomática.
Alice no respondió.
—Creo que te dejé bastante claro que, sin el chico, no había trato.
—¿Y te atreves a venir aquí con...? —miró a Max con su máxima expresión de
desprecio—, ¿con qué? ¿Mi sustituto? ¿Ya has encontrado un padrastro?
Lástima que no vaya a durarte mucho.
—No necesitas un sustituto —le dijo Alice sin inmutarse—, porque nunca has sido
necesario en mi vida.
El padre John ya había perdido la compostura. Se apoyó con más fuerza en el bastón,
mirándola fijamente. Giulia tenía la mano ya en la pistola, esperando a una orden.
—Sabes que no tolero la insolencia, Alice —dijo él en voz baja—. No quieres jugar
conmigo ahora mismo, te lo aseguro.
—No somos diferentes, somos exactamente la misma persona. Solo que con una vida
distinta.
Max y ella intercambiaron una mirada. Giulia apretó la mano entorno a su arma, alarmada.
Entonces, Alice hizo un movimiento mucho más rápido de lo que se había esperado al
entrenar un rato antes y sacó algo de su bolsillo. En menos de un segundo, lo sujetaba
delante de la cara del padre John. Él parpadeó cuando el
destello blanco lo cegó. Después, dio un paso hacia atrás, llegando a estar a punto de
caerse con el bastón.
Al instante, Giulia hizo un ademán de sacar su pistola, pero se detuvo en seco cuando
Max la apuntó con la suya, mucho más rápido. Alice había oído ruidos de armas
apuntando en ambos lados de los muros. Todos los hombres del padre John la
apuntaban. Todos los de su ciudad lo apuntaban a él.
Ella dudó un momento antes de hacerlo y mirarlos con los labios apretados. El padre
—Resulta que hace unos días, en la biblioteca, encontré un libro muy interesante sobre el
inventario de máquinas para cuidar androides que tenéis aquí —dijo ella, jugueteando
con la linternita y mirándolo—. Al principio, dudaba que lo hubierais dejado atrás.
Llegué a pensar que era antiguo y ya no servía de nada. Si hubiera sido importante, no lo
habríais dejado ahí.
—Y, tras pensarlo un poco —ella lo ignoró—, llegué a la conclusión de que nunca le
diste demasiada importancia a la gente que vivía aquí con Max porque sabías que no
conocían ese tipo de tecnología y era imposible que la llegaran a usar correctamente. Sin
embargo, con un androide que conoce el funcionamiento de algunas de las máquinas y la
ayuda de alguien que trabajaba en la Unión... ahí te empezaste a asustar, ¿verdad?
Él no respondió.
—Y nos dejaste ahí para morir —Alice lo decía precipitadamente—. No sé por qué lo
hiciste si ahora me necesitas, pero ese era tu objetivo en ese momento,
¿no? Que muriéramos.
Por algún motivo que desconocía, ella supo que llamarlo así lo enfurecería. Tuvo el efecto
deseado. Su mirada se volvió sombría.
—Muy bien —para su sorpresa, él se había calmado—. Has llegado lejos, Alice, te lo
concedo.
—Vamos a hacer un nuevo trato —replicó él—. Uno que nos beneficie a los dos,
¿qué te parece?
—Del chico.
—No lo necesito vivo para transformarlo, Alice —dijo él. Una amenaza.
Alice dejó de sonreír al instante y apretó los labios en una dura línea. El padre John dio un
paso atrás, sorprendido, cuando ella se acercó y se plantó justo delante de él, furiosa.
—El momento en el que decidas dar un paso cerca de él, será el momento en que
tengas una bala en el estómago —le dijo lentamente—, ¿lo has entendido bien?
Notó que Max la miraba de reojo y volvió a alejarse de John. Respiró hondo para
calmarse. Eso todavía no había terminado.
—Vamos a hacer un nuevo trato —Alice repitió sus palabras—. Uno que nos
beneficie a los dos. Pero esta vez lo diré yo.
Él dejó de sonreír. Esta vez ni siquiera parecía enfadado. Se había quedado sin color en
la cara. Giulia tampoco pareció muy divertida al ver la cara de horror de su líder.
—Veo que sabes de qué máquina hablo —murmuró Alice—. Si ahora hiciera un gesto...
solo uno pequeño... él pulsaría un botón y todos esos registros desaparecían. No sabrías
crear ningún otro androide.
El padre John no decía nada. Alice estaba segura de que estaba pensando a toda
velocidad.
Ella apretó los dientes cuando el padre John le asintió con la cabeza. Hizo un ademán de
tirar la pistola al suelo, pero Max la detuvo. Ella lo miró, confusa.
Giulia parecía furiosa cuando lanzó el cinturón con todas sus armas al suelo. Alice se
agachó tranquilamente y lo dejó detrás de ella, asegurándose de que no podrían
alcanzarlo.
—Volviendo al tema del trato... —empezó ella— ahora, vas a alinear a tus hombres y a
marcharte de aquí. Si vuelves a molestarme a mí o a Jake, o a cualquiera de los que me
rodea, borraré toda la información que tienes sobre
androides.
Él ya se había dado la vuelta. La idea de perder todo su trabajo había hecho que ni siquiera
lo pensara a la hora de rendirse.
Eso no era parte del plan. Notó que Max la miraba, extrañado.
—Vas a soltar a todos los androides que tengas —le dijo Alice—. A todos. Y vas a
proporcionarles un transporte seguro para que puedan venir aquí. Sanos y salvos. Todos
y cada uno de ellos.
—Eso no...
—Y si tienes algún humano en contra de su voluntad, tendrá los mismos derechos
que ellos.
El padre John apartó la mirada, apretando los dientes. Tardó unos segundos en
responder. Giulia lo miraba fijamente, confusa. No estaba acostumbrada a perder.
Cuando él levantó la mirada, la miró con expresión de furia contenida. Alice se la sostuvo.
—Lo has hecho bien —asintió él con la cabeza, apretando los labios—. No puedo
negarte eso.
—Gracias.
—Informa a los nuestros del nuevo acuerdo, Giulia —asintió con la cabeza a Alice—.
Tenemos un trato, hija.
Se miraron el uno al otro un segundo más antes de que él se diera la vuelta y se marchara
apoyándose en su bastón.
Alice no se movió hasta que vio a la gente subiendo a sus coches, confusa. Entonces,
cuando el último vehículo desapareció en la entrada del bosque, sintió que podía volver a
respirar.
—Creía que íbamos a seguir el plan al pie de la letra —replicó—. No recuerdo haber
dicho nada de más androides o humanos.
Pasaron unos segundos sin que ninguno dijera nada. Entonces, Alice suspiró y agachó
la cabeza.
La volvió a levantar, extrañada, cuando notó que Max le ponía una mano en el
hombro. Ya no estaba serio. Tampoco sonreía, pero había cierto brillo en sus ojos...
orgullo.
—Cualquiera puede seguir las normas, pero solo un verdadero líder sabe cuándo
romperlas. No lo sientas. No ha sido un error.
Cuando se alejó de ella para ir hacia la puerta, estaba tan atónita que tardó unos momentos
en darse la vuelta y apresurarse a seguirlo.
Alice seguía sin creérselo cuando la marea de gente empezó a empujarla con los demás a
la cafetería, donde toda la gente que no había podido salir con ellos esperaba. Jake,
Blaise y Kilian estaban solos en una mesa del fondo, pero se giraron enseguida. Había
tanta gente que Alice los perdió de vista mientras intentaba sonreír a todos los que le
daban apretones en el hombro, le decían algo positivo, o se limitaban a gritarle algo en la
cara, completamente felices.
Y, justo en ese momento, fue cuando Charles se puso de pie en una mesa y abrió una
botella de alcohol, dando inicio a lo que harían todos los demás momentos más tarde.
Todo el mundo se quedó callado, mirándolo.
—¡Por vuestro nuevo hogar! —gritó, levantando la botella. Alice vio que, a su alrededor,
todo el mundo levantaba una bebida distinta a la vez. No lo entendió muy bien. ¿Eso era
un brindis de esos?—. ¡Esos cabrones no volverán a molestaros en mucho tiempo! ¡Y
todo gracias a uno de los suyos! ¡Gracias a una androide! ¡Ja! ¡Que se jodan! ¡Por Alice!
Alice se encogió cuando todo el mundo empezó a gritar y a beber a la vez. Ni siquiera
sabía de dónde habían sacado todo eso. Notó que Max le daba una palmadita en el
hombro, un poco divertido al verla tan abrumada por ser el foco de atención.
Por fin, la gente empezó a dispersarse para tomar asiento en cualquier lado de la
cafetería. Las botellas de alcohol, los refrescos, la comida basura... todo lo que
normalmente era un lujo en ese momento estaba yendo de un lado a otro
por la sala . Era una noche de celebración. Probablemente, no tendrían muchas más noches
para celebrar algo tan bueno como eso.
Alice sintió que podía volver a respirar cuando pudo mover los brazos sin chocarse con
nadie. Entonces, notó que alguien la abrazaba por la cintura. Blaise. Casi cayó al suelo de
culo cuando Jake se unió al abrazo, estrujando a Blaise entre ellos. Alice sonrió, un poco
conmovida, y les puso una mano en la cabeza a ambos.
Hubiera deseado poder decir algo, pero había tanto ruido... en el momento en que se
separaron, Blaise contuvo la respiración. Había visto la comida basura en la barra.
—¡MILKY WAY! —chilló, y se olvidó por completo de Alice para salir corriendo a
quedarse con una de las barras de chocolate.
—Oh, no —Jake puso los ojos en blanco y se apresuró a seguirla para que la gente no
la atropellara por el camino. Siendo tan pequeña...
Alice negó con la cabeza viendo como se metían todas las que podían en los bolsillos.
Al menos, ahora podía oír todos sus pensamientos. Y... se había quedado sola. Max
estaba hablando con Tina en un rincón. Charles bebía y se reía, todavía encima de la
mesa. Y los demás... ni se molestó en buscarlos.
Había demasiada gente. Nunca había visto la cafetería tan llena.
Entonces, como si le hubiera leído el pensamiento, notó que alguien se detenía a su lado.
Rhett. Le dedicó una sonrisa de lado.
—¿Lo he hecho bien? —preguntó en voz baja—. Porque sigo sin creerme que se
hayan ido.
—Pues se han ido —él parecía divertido—. Y bastante escocidos.
—¿Esco... cidos?
—Cada vez que creo que entiendo todas vuestras expresiones, me decís una nueva —
protestó ella.
Rhett sacudió la cabeza, pasándole un brazo por encima del hombro para acercarla y
plantarle un beso en los labios. Alice no se lo esperaba. En general, nunca se esperaba
muestras de afecto de Rhett. Y menos tan intensas. Cuando la soltó, tuvo que sujetarse a
su brazo para no caerse de culo.
—Has pasado a ser la más odiada de la ciudad a ser la más querida en menos de
veinticuatro horas —le dijo, divertido—. ¿Qué se siente?
—Cansancio —confesó.
Ella empezó a reírse, un poco avergonzada. Rhett le puso una mano en la nuca.
—Lo has hecho bien —le aseguró en voz baja—. Ahora, a disfrutar de la victoria.
Los dos se abrieron paso entre la gente hasta llegar a una de las últimas mesas, donde Jake,
Blaise y Kilian se hinchaban a comer todo lo que habían
conseguido robar. Alice agarró una botella de algo que no conocía cuando alguien
se la dio, felicitándola. Miró a Rhett en busca de información. Él la entendió sin
necesidad de decir nada.
Ella le dio un sorbo y puso cara de asco. Los demás empezaron a reírse. En ese
momento, Charles apareció con una gran sonrisa.
Charles se sentó entre ella y Rhett y les pasó un brazo por encima del hombro a ambos.
Rhett puso los ojos en blanco y lo apartó de un manotazo, sentándose junto a Blaise.
Alice dudó un momento. La cosa con Trisha había sido un poco fría esos días. Siguió la
dirección que señalaba. Efectivamente, vio a Trisha buscando entre la gente, junto a la
barra de la cocina. Sin saber muy bien por qué, se abrió paso de nuevo hasta llegar junto
a ella. La rubia se detuvo en seco cuando la vio.
Trisha dudó un momento. Era obvio que le resultaba difícil tener que lidiar con una
situación así.
Alice no supo qué decirle. Estaba demasiado acostumbrada a la Trisha dura e implacable,
no a la arrepentida. No le gustaba verla así.
—No pasa nada —aseguró Alice—. Lo entiendo.
—Pero...
—Ya nos hemos librado de ellos. Al menos, por un tiempo. ¿Qué más da lo que votáramos
en ese momento?
Trisha le dedicó una sonrisa afectiva. Entonces, también por primera vez en su vida,
extendió su único brazo hacia Alice y la atrajo hacia sí misma para abrazarla con fuerza.
Alice se lo devolvió enseguida. A pesar de todo, la había echado de menos. La quería
como a una mejor amiga.
En cuanto se separaron, una mirada bastó para pactar en silencio no volver a hablar
del tema jamás.
—¿Eh?
—Serás rarita.
—¡Está asquerosa!
—Dudo que nadie de aquí hubiera bebido algo que no fuera agua en mucho
tiempo... descartando a Charles y a los suyos, claro.
Estuvieron un buen rato hablando, pero Alice se despidió de ella al ver que Kai había
llegado a la cafetería. Él se mantenía al margen, como de costumbre.
Para los demás, seguía siendo el chico raro de la Unión. Nadie sabía lo que había
hecho por ellos. Alice se detuvo a su lado con dos vasos de agua. Le ofreció uno a
él, que lo aceptó.
—No has dormido mucho —observó Alice. Había estado más de doce horas
seguidas con la máquina.
—Ese trasto... era un caos. Menos mal que la hemos conseguido arreglar a tiempo.
—Tú las has arreglado a tiempo —replicó Alice—. Tú solo, Kai. Nosotros solo hemos
hecho el trabajo fácil.
—Prefiero que no me digan nada y sigan sin saber nada de la máquina —dijo, como si
pudiera leerle los pensamientos.
—El padre John ya sabe que la tenemos —le dijo Alice, pensativa—. No
podremos volver a usar ese truco.
—Sí, pero también sabe que, si quiere volver a crear un androide en su vida, más le
vale estar mucho tiempo alejado de nosotros.
Hubo una pequeña pausa. Ella tuvo la sensación de que Kai quería decirle algo más.
—Lo que has hecho al final... lo de los androides... —Kai asintió con la cabeza—
. Nunca pensé que vería a alguien luchando por la vida de un androide.
—Sí —Kai sonrió un poco—. Quizá, algún día, no haga falta que los defiendas para que la
gente vea que no son tan distintos.
Él asintió una vez con la cabeza y desapreció por el pasillo. Alice no entendió el por qué
hasta que vio que Tina se acercaba a ella dramáticamente. La fundió en un abrazo que
casi la dobló, pero que la hizo sonreír.
Pasó el resto de la noche con los de siempre. Jake había sacado una baraja de cartas y
estaba jugando con Blaise y Rhett. Trisha y Kai se habían unido a ellos. Alice optó por no
jugar. Prefería asomarse por encima del hombro de Rhett y susurrarle lo que tenía que
hacer. Jake se ponía de los nervios cada vez que la veía.
—Pues qué pena. Oh, vaya, parece que vuelvo a ganar la ronda.
Él y Alice chocaron sus manos, divertidos, mientras todos los demás se ponían a protestar
a la vez. Especialmente Jake, que se ponía rojo cuando se indignaba. Cuando perdió la
partida por culpa de la ayuda de Alice a Rhett, se puso escarlata.
Alice nunca pensó que esa sería una de las mejores noches que tendría en mucho tiempo.
Sin embargo, se había reído, había probado la comida basura, había hecho las paces con
Trisha, había pasado tiempo con sus amigos y, en definitiva, se había olvidado de
cualquiera de sus problemas durante una noche.
Todos subieron a sus habitaciones cuando Max empezó a perder la paciencia, diciendo
que tenían que estar descansados para el día siguiente. Alice siguió a los demás por la
escalera, todavía recibiendo algunas felicitaciones. Iba la última. Cuando llegó al pasillo
de las habitaciones, todo el mundo había desaparecido menos Rhett, que bostezaba,
abriendo su puerta.
—...que no habría ganado nada sin mi ayuda —Alice enarcó una ceja.
—¡Venga ya!
—¡Es verdad!
—¡No es verdad!
—¡Que sí!
—¡Que no!
Hubo un momento de silencio en que los dos sonrieron, mirándose el uno al otro.
Entonces, Alice sintió el impulso de acercarse a él sin saber muy bien por qué. No se
reprimió y se acercó, juntando sus labios. Rhett no se apartó.
Cuando Alice se separó, le dio la sensación de que la miraba con gesto burlón.
—¿Qué?
Alice no dijo nada, pero volvió a acercarse, esta vez agarrándole la cara con ambas
manos y dándole un beso más profundo. Rhett soltó inconscientemente la puerta para
sujetarla de la cintura, algo sorprendido.
No hizo falta decir nada más. Se volvieron a mirar el uno al otro y Alice esbozó una
pequeña sonrisa. A Rhett le brillaban los ojos. Dio un paso dentro de la habitación, tirando
de su brazo hacia su interior. Alice volvió a besarlo, cerrando los ojos, mientras él cerraba
la puerta.
***
Los preparativos para la llegada de nuevos androides fueron mucho más sencillos que
los de defensa de la ciudad. Fue ya por la tarde cuando Alice vio los coches blancos
acercándose por el bosque. Todo el mundo salió al patio a recibirlos. Abrieron las
puertas para que los coches entraran. Alice dudó por un momento, tensa por si salía
alguien armado de ese coche, pero... no.
Se quedó apartada junto a Max, Rhett, Jake y Tina cuando los androides empezaron a
bajar de los coches. Y no solo androides. Ellos iban en bata de hospital, pero los que
iban con ropa vieja y rasgada eran humanos. Humanos que tenían intenciones de matar y
usar para convertir en androides.
Entonces, Alice escuchó un grito agudo a su lado y vio que Blaise salía corriendo hacia
una mujer en bata que acababa de bajar de su coche. Su madre, Camille, se puso a llorar
cuando vio a su hija pequeña. Se tiró al suelo de rodillas y la abrazó con fuerza mientras
Blaise le hablaba frenéticamente en francés, sollozando. Alice esbozó una pequeña
sonrisa.
Blaise no era la única que había encontrado a alguien. Mucha gente había perdido a
gente que habían transformado en androides. Alice empezó a ver que casi todo el mundo
encontraba a alguien que conocía. Los recién llegados parecían confusos y fuera de
lugar, como si no pudieran creerse lo que estaba pasando.
Y, fue en ese momento de felicidad, cuando Alice vio a una chica rubia, baja y con la
nariz puntiaguda bajando de uno de los coches con una bata de hospital y aspecto
asustado. Su corazón se aceleró. 42. Su compañera. La que había creído muerta al
abandonar su zona un año antes.
Durante unos segundos, se sostuvieron la mirada la una a la otra. Alice estaba a punto de
llorar. 42 parecía estupefacta, mirándola de arriba a abajo como si no pudiera creerse que
esa fuera Alice.
Entonces, 42 empezó a lloriquear y a correr hacia ella. Alice cerró los ojos con fuerza,
devolviéndole el abrazo con todas sus fuerzas. No se podía creer que siguiera viva.
Después de lo que habían tenido que pasar juntas... todavía le venían recuerdos
oscuros de esa noche.
—Creía que ya estarías muerta —murmuró 42 sobre su hombro—. Creía que... que...
—Anya —se corrigió Alice enseguida, orgullosa porque hubiera adquirido un nombre
humano—. Te he echado de menos, Anya.
—Y yo a ti.
Y eso que el noventa por ciento de sus conversaciones habían sido acerca del precioso
tiempo que hacía cuando vivían con los padres y los madres en esa zona. Sin embargo,
vivir algo tan traumático como la muerte de sus compañeros las había unido
profundamente. Anya volvió a adelantarse y pareció dudar antes de ponerle una mano en
el brazo a Alice.
— Ven, quiero presentarte a unos amigos —le dijo Alice, agarrándola del brazo.
—¿Unos amigos?
Jake, Tina, Trisha, Rhett y Max seguían en el mismo lugar. Eran los únicos que no tenían
a nadie con quien reencontrarse.
—¿Esos son tus amigos? —preguntó Anya en voz baja—. Dan miedo.
Estaba tan emocionada con que estuviera con ella, a salvo... casi se sentía como si
hubiera enmendado un error del pasado.
—Chicos —los llamó, atrayendo su atención—. Os presento a Anya, la androide que
escapó conmigo de esta ciudad hace un año.
Anya pareció un poco nerviosa cuando todos clavaron su mirada en ella. Seguía teniendo
cierta actitud pasiva de androide.
Alice se esperaba alguna muestra de afecto de parte de ellos, aunque fuera pequeña, pero
no oyó nada, así que volvió a girarse. Estaba todavía más confusa cuando vio a Rhett con
la boca entreabierta y a Max sin color en la cara.
Max la miró de arriba a abajo, estupefacto. Alice nunca lo había visto así. Como si...
hubiera visto un fantasma. Tenía los labios blancos. Rhett, a su lado, tenía una expresión
similar. Trisha y Jake intercambiaron una mirada al instante.
—¿Emma? —repitió Alice, mirando a Tina, que era la única que parecía
mantener la compostura pese a su sorpresa.
—Me llamo Anya —seguía diciendo ella, sin entender nada—. ¿Quién es
Emma?
—Yo... —Alice no sabía qué decir. Los miró a todos, en busca de ayuda.
Entonces, Max apartó la mirada. Tomó una bocanada de aire, recuperando sus sentidos.
Rhett seguía mirándola con la boca entreabierta.
Pero él no dijo nada. Se dio la vuelta y prácticamente salió corriendo hacia el edificio sin
mirar atrás. Alice miró a Anya. ¿Ella...? ¿Ella había sido la hija de Max en otra vida? No
podía ser. Lo sabría, ¿no? ¿No reconocería a Max? Ella había reconocido a Jake. O, más
bien, había sentido que ya lo conocía de antes.
—Es increíble —Jake dio un paso hacia ella, fascinado—. Es exactamente igual.
Alice seguía mirando el camino por el que había desaparecido Max. Sabía
perfectamente que estaría en su despacho. Dudó. ¿Querría estar solo?
Conociéndolo, era lo más seguro. Pero... no quería dejarlo solo. Pobre Max.
Miró a Rhett entonces. Él ahora tenía los ojos clavados en el suelo. Anya era la prueba
viviente de que la hija de Max había muerto en una exploración organizada por él.
—Yo... tengo que irme —le dijo—. Estarás bien. Tina cuidará de ti.
Se dio la vuelta y avanzó rápidamente entre la gente. Le daba igual que Max fuera un
cascarrabias, estaba segura de que necesitaba hablar con alguien en esos momentos.
Iba tan decidida que se chocó con varias personas, pero no tuve que detenerse hasta
chocar con una chica junto a la puerta. La sujetó de los hombros inconscientemente para
que no se cayera. La chica consiguió mantenerse de pie torpemente.
¿Qué...?
Su mente empezó a funcionar a toda velocidad. Ese pelo rubio, esa cara
perfecta, esos ojos azules... la conocía. La conocía demasiado bien.
Charlotte.
Estuvieron unos segundos en silencio absoluto. Alice solo podía ver a Charlotte huyendo
mientras Alicia agonizaba y Jake lloraba. Abandonándolos a una muerte segura.
Alice tragó saliva, cerrando los ojos por un momento. Por fin, encontró su voz.
Max la miró de reojo, pero no dijo nada. Ella agradeció el silencio. Sentía que era lo
único que necesitaba en esos momentos.
Sin pensarlo, apoyó la cabeza en el hombro de Max y se quedaron los dos mirando un
punto fijo sin ver realmente nada.
CAPÍTULO 30
No podía culparlo. Alice lo había estado evitando durante toda la noche anterior. De
hecho, había evitado a todo el mundo menos, por un rato, a Max. Y se sentía horrible
consigo misma. Rhett tampoco estaba bien. Había descubierto que Emma había muerto
ese día bajo sus órdenes. Y Alice no había hecho ni un ademán de preocuparse por él.
Además, el único que sabía que Charlotte estaba en la ciudad era Max. Rhett tampoco
sabía esa parte de la historia. Alice se sentía un poco incómoda teniendo que contarle
que, en otra vida, había sentido algo por ella.
Volvió a la realidad cuando Rhett dejó su saco en el suelo con un golpe seco, haciendo que
todo el mundo se tensara al instante. Oh, ya había vuelto el instructor estricto de siempre.
Al instante, todo el mundo se dirigió rápidamente a la zona de los sacos. Alice se olvidó
por un momento de que era su novio y se apresuró también a hacerlo para no ser el
objetivo de su enfado. Acababa de hacerlo cuando vio que Rhett se acercaba a un pobre
chico que estaba en el saco de su lado. Se quedó mirándolo con los brazos cruzados y fue
evidente que el chico se ponía nervioso. Y Rhett no decía nada.
Alice recordaba cuando le hacía eso a ella. Era tan frustrante saber que hacías algo mal
pero que no especificaran el qué...
—¿Esa es la postura que te he enseñado? —le preguntó al chico, que se puso rojo
como un tomate.
—Eh... ¿no?
—Pies apuntando al saco, iniciado —le dijo bruscamente, y él dio un respingo para
hacerlo.
Sin embargo, pareció calmarse cuando Rhett pasó a la chica de su lado. Alice vio que
ella se quedaba sin color en la cara.
Ella lo miró un momento, aterrada, antes de de agacharla más, casi pegando la barbilla en
su pecho.
Rhett podía intimidar de verdad cuando quería. Incluso Alice notó que se tensaba
cuando vio que era la siguiente. Se aseguró de que estaba en la postura correcta y dio
otro golpe al saco. Intentó no mostrar que se estaba poniendo nerviosa cuando Rhett se
detuvo a su lado. Odiaba tanto que hiciera eso.
oh.
Alice no dio señales de escucharlo mientras seguía golpeando el saco. Sabía que tendría
que reñirla si se detenía a escucharlo.
—La cadera, iniciada —le soltó Rhett, colocándosela con la mano. Alice
—¿Quieres que te llame avanzada? —preguntó—. Pues coloca bien la cadera y aprende a
golpear un saco.
Alice tuvo que cerrar los ojos un momento para no girarse y darle un puñetazo a él en la
cara. Vio que la miraba un momento y golpeó el saco con más fuerza.
Después, él volvió a hacer sus pasos hacia los primeros de la fila. Cuando pasó al lado de
la chica de antes, se detuvo un momento.
—¿Tengo que pegarte el mentón al pecho para que coloques bien la cabeza? Ella dio
Alice intercambió una mirada con Trisha, que también lo miraba de reojo con cierta
reprobación.
La clase fue eterna. El humor de Rhett se contagió a los demás. Incluso Alice falló un
disparo esa tarde. Y no le había pasado en mucho tiempo. Rhett no le dijo nada, pero
su mirada y el silencio incómodo y tenso que los rodeó fueron más que suficientes
para dejar saber lo que pensaba.
Por fin, terminó la clase. Todo el mundo dejó sus sacos de boxeo en el armario y las armas
en una caja. Alice no estaba segura de cuándo lo había hecho, pero Rhett había colocado
las armas en algún momento de esos días. Las dejaron todos en una caja y vio que la
transportaba hacia el almacén.
Rhett le clavó una mirada que dejó muy clara la poca gracia que le había hecho.
—¿Eso es iron...?
Silencio. Alice solía ser bastante valiente, pero le resultaba complicado sostenerle
la mirada a Rhett cuando estaba enfadado.
—En mi habitación.
Alice parpadeó sorprendida cuando pasó por su lado, saliendo del almacén. Se apresuró
a seguirlo. Lo encontró apilando los sacos mejor de lo que los habían dejado los
alumnos.
Charlotte. Alice abrió la boca para responder, pero se había quedado sin palabras. Rhett
enarcó una ceja cuando vio que se quedaba en silencio. ¿Se suponía que debía decírselo?
—Nadie importante.
Él la miró unos segundos en completo silencio. Alice tragó saliva. Entonces, Rhett
sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa irónica.
—Ella es... —¿por qué era tan difícil decirlo?—. Es complicado, Rhett.
Cuando vio que ella volvía a quedarse en silencio, hizo un ademán de pasar por su lado,
pero Alice lo detuvo agarrándolo del brazo. Para su sorpresa, Rhett se detuvo y la miró.
—Muy bien.
—¿Te acuerdas del día en que tú y Max la encontrasteis? ¿Cuando murió y os quedasteis
con Jake?
—¿Cómo...?
—Cuando Alicia encontró a Jake, Charlotte cuidaba de él. Decidieron juntarse para seguir
cuidando de él. Y se... bueno, no sé qué sentía Charlotte, pero Alicia se enamoró de ella.
Él la miraba fijamente, sin parpadear. Parecía estar cada vez más confuso, pero no decía
nada. Alice se estaba poniendo muy nerviosa.
—El día en que dispararon a Alicia, Charlotte estaba con ellos. Cuando Alicia vio que se
estaba muriendo, le pidió a Charlotte que huyera con Jake, pero no lo hizo. Se marchó
sola. Los... los abandonó. Jake consiguió esconderse a tiempo. Y vosotros aparecisteis
cuando fueron a por Charlotte. Dudo que la encontraran ese día.
—¿Te reconoció? —preguntó él—. Quiero decir... has cambiado bastante, ¿no?
¿Alicia no era rubia y con los ojos castaños?
—Mencionó algo de sueños hace tiempo, pero... honestamente, apenas pude hablar con
ella.
—¿Tú no recordabas a Jake cuando lo viste?
—No exactamente... solo me resultaba familiar. Era una sensación extraña. Pero se supone
que yo soy un modelo más avanzado que ella. No sé si nuestra capacidad de ver los
recuerdos del humano anterior es la misma.
—¿Un modelo más avanzado que ella? —repitió con expresión burlona.
—Es verdad... —por algún motivo, sintió vergüenza cuando la miró así—. ¿Qué?
—Nunca creí que oiría a alguien presumiendo de ser un modelo más avanzado que...
—Oh, cállate —le puso mala cara—. Y, por cierto, ya hablaremos de eso de
llamarme iniciada otra vez.
—Eso no es discutible.
—No lo es. Todos mis alumnos son iniciados. No puedo tener favoritos.
—¡Soy tu novia!
—Así que técnicamente, la otra noche no eras virgen —enarcó una ceja.
—¿Te acuerdas de esos tiempos lejanos en que tú eras la que sacaba el sexo en cada
conversación?
—Y los chicos.
Él se detuvo un momento.
—¿Eh?
—Tuvo otro novio —murmuró Alice—. Podía verlo en mis sueños.
—¿Y sentirlo?
Se le calentaron aún más las mejillas. ¿Por qué estaban hablando de eso?
—Em... no...
—Solo ese —protestó ella, aún más roja al verlo divertido—. Hubo un primer chico,
pero... a ella no le gustó. Después estuvo Gabe. Con él si le gustó.
Mucho.
Sintió que se iba a acercar antes de que lo hiciera. Cerró los ojos y dejó que la besara. Pero
el beso no fue demasiado largo, porque apenas llevaban unos segundos y Rhett se tensó.
Cuando ella abrió los ojos, vio que tenía la vista clavada en la puerta.
Anya estaba ahí de pie, mirándolos con los ojos muy abiertos.
Ella dudó, viendo que Rhett se tensaba un poco más. No le debía gustar estar en su
presencia. Alice no podía ni imaginarse lo que debía ser reencontrarte con alguien y que
ni siquiera supiera quién eras.
Intercambió una mirada con Rhett y él se separó en silencio. Alice avanzó rápidamente
hacia Anya. Cuando llegó a su lado, se sorprendió al ver que estaba mirando a Rhett con
expresión confusa. Él también se dio cuenta, porque le devolvió la mirada.
—No... —ella se puso roja—. Eh... solo creí que... ¿nos conocemos de algo?
Oh, no.
Alice miró a Rhett, que apretó los labios. Después, agarró a Anya del brazo y la arrastró
hacia la salida del gimnasio. Ella seguía pareciendo confusa mientras iban hacia el
edificio principal.
—Me dijeron que te encontraría en el gimnasio —dijo ella—. No pensé que... eh...
¿aquí podéis tocaros?
—Los humanos no son muy estrictos con el contacto —bromeó Alice, aunque estaba
un poco tensa—. ¿Por qué le has preguntado eso a Rhett?
—¿Rhett? ¿Se llama así? —ella pareció quedarse pensativa un momento—. No lo sé.
Me ha resultado... extrañamente familiar.
—Oh... me ha mandado una que... creo que es amiga tuya. Creo que dijiste que se
llamaba Tina.
—¿Tina te ha mandado?
—Mientras buscan alguna tarea para los recién llegados, somos los mensajeros oficiales
—sonrió tímidamente—. Ha dicho que quería verte esta noche en la cena o que iría a
buscarte de la oreja a la habitación.
Alice no pudo evitar sonreír. Tina era tan madre cuando quería...
—Es una forma de hablar —se sintió rara diciéndolo y no oyéndolo—. Gracias por
avisarme, Anya... ¿cómo te está yendo el primer día?
—¿Y... te gusta?
—Te aseguro que, una vez te acostumbres, no querrás volver a pensar en los pad...
—¡AAAALIIICEEE!
La voz chillona de Jake hizo que las dos se giraran. Anya parecía asustada, como si
fueran a atacarla.
—¿Por qué grita? —preguntó, alarmada, cuando vio que Jake y Kilian se acercaban
felizmente.
—Pensé que te encontraría haciendo cosas malas con Rhett, qué raro.
—¿Cosas... malas? —Anya pareció confusa.
—Perdón, perdón. ¿A que no adivinas a quién dejarán a cargo del hospital durante
el tiempo en que Tina no esté? ¡A MÍ!
—Es que... tú... yo... ¿en qué momento has empezado a ser aprendiz de Tina?
—Desde que desapareciste. Decidí asumir que no era bueno en luchar, disparar y todo
eso... ¡y resulta que soy muy bueno curando a la gente!
Alice lo detuvo con una mirada horrorizada. Jake abrió los ojos como platos. Ya había
soltado su nombre. Los dos miraron a Anya, que no pareció entender qué pasaba.
Incluso Kilian se había dado cuenta del error. Cuando ella desapareció, él y Alice se
giraron hacia Jake, que estaba rojo como un tomate.
—¡Se me ha escapado!
—¿Qué?
—¿A Rhett? —dudó un momento—. Bueno, cuando vivía con nosotros se pasaba
el día babeando por él...
—Y... —Alice se retorció los dedos, nerviosa—. ¿Él dio alguna señal de... eh...?
—Sinceramente, Alice, pensaba que Rhett era asexual hasta que te conoció.
—Qué directo —bromeó ella, aunque estaba más aliviada—. Entonces, él nunca dijo
nada al respecto.
—No podía hacer mucho. Era la hija de Max. Y Emma era un poco... eh...
caprichosa. No se paraba hasta conseguir lo que quería. Rhett era su cuenta
pendien...
Se detuvo abruptamente. Rhett salía del gimnasio. No pareció darse cuenta de que
estaban ahí hasta que llegó a su altura. Los tres estaban en silencio absoluto, mirándolo.
Rhett enarcó una ceja.
—Algunos de los humanos nuevos dijeron que conocían un lugar con provisiones. Max
ha organizado una partida de exploradores y se llevará a Tina por si pasa algo.
Alice intentó ocultar su decepción por no haber sido escogida. Rhett no pareció muy
sorprendido. Seguro que él ya lo sabía. Era un guardián.
—Una gran noticia —les dijo Rhett—, pero, si me disculpáis, me estoy muriendo de
hambre.
Se dirigieron los cuatro al comedor, que estaba completamente lleno con las nuevas
adquisiciones. Alice sintió que se ponía nerviosa a medida que los de la cocina le llenaban
la bandeja. No quería encontrarse con Charlotte.
Y, justo estaba pensando eso, cuando se dio la vuelta y se quedó petrificada con la bandeja
en la mano.
Alice tardó unos segundos en procesarlo. Odiaba cuando los sentimientos de Alicia se
mezclaban con los suyos. Era confuso y agotador. Por un parte, sentía su propio enfado,
pero, por otra... no lo entendió. Sintió lo mismo que había sentido Alicia en el instituto,
cuando Charlotte se metía con ella. Se hizo pequeñita e insignificante en su lugar. Era
una sensación horrible.
Quizá era porque Charlotte tenía la misma expresión que en ese entonces.
Alice trató de decir algo, pero se dio cuenta de que se había quedado sin palabras.
¿Qué le pasaba? Le dolió la cabeza. Maldita Alicia. Su confusión estaba haciendo que
se mareara. Parpadeó, intentando alejar las sensaciones de su invasora, y se dio cuenta
de que había dado un paso atrás. Charlotte lo dio hacia delante.
Y, justo en ese momento, como un halo de luz, Rhett apareció justo delante de ella,
mirando a Charlotte directamente. Ella levantó la cabeza, algo sorprendida.
—A tu mesa —le soltó Rhett de malas maneras.
—¿Y quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer? —preguntó, irritada.
—Uno de los guardianes de esta ciudad. Por lo tanto, uno de los votos que necesitas
para seguir viviendo en esta preciosa zona. Así que te recomiendo que te des la
vuelta y te vayas a tu mesa antes de que me canse de tener tu presencia cerca.
Charlotte apretó los labios, algo frustrada. Dedicó una última mirada a Alice, que no se la
devolvió. Entonces, se dio la vuelta.
—¡Eso, vete! —dijo Jake cuando vio que el peligro se alejaba—. No te acerques a Alice,
¿me oyes? ¡Que tiene una pistola y está muy loca! ¡Y yo tengo un amigo que te puede
tirar comida a la cara!
—Sí, claro.
—¡Es verdad!
Los cuatro se sentaron en la mesa. Alice se aseguró de darle la espalda a la chica que no
quería ver. Notó que Rhett, a su lado, la miraba de reojo.
—Es... Alicia —murmuró en voz baja, aprovechando que Jake charlaba con Kilian y
Trisha, que acababa de aparecer.
—Sí, ella... no lo sé. A veces, sus sentimientos se cruzan con los míos. Es agobiante. Es
como tener dos personalidades mezcladas dentro. Pero... solo le pasa con Charlotte. Ni
siquiera le pasaba con Jake o John.
—No lo sé. Pero... cuando la veo es como... como si fuera Alicia siendo acosada por ella.
Me siento tan... inferior.
Era raro admitirlo en voz alta, pero sabía que Rhett era una de las pocas personas que no
lo juzgaría si lo hacía. Él suspiró y pareció considerarlo un momento.
—Por mucho que me guste defenderte, Alice, tenemos que trabajar en que puedas
defenderte tú sola.
—¿Perfecta? —su tono era escéptico cuando cerró la puerta del almacén y se quedaron
los dos en el gimnasio.
—Pues, ahora que lo mencionas —él se cruzó de brazos—, la próxima vez que te vea
dando un puñetazo como el de antes, te ato la muñeca.
—¡La he colocado bien! —ella borró su sonrisa para reemplazarla con expresión
estupefacta.
Hizo una muestra del puñetazo de antes y Rhett enarcó una ceja lentamente.
—¿Así?
—Sí. Sabiendo todas y cada una de las cosas que he hecho mal pero sin decirlas.
—Es que no tengo tiempo para decirlas todas —él sonrió maliciosamente.
Alice puso las manos en sus caderas, irritada.
—¿Qué insinúas?
—¿Necesitas ser mi saco de boxeo para que te demuestre que he mejorado? Rhett
Ella se empezó a colocar, sonriendo maliciosamente. Apretó y estiró los puños unas
cuantas veces.
—Para ser un reto tendría que ser alcanzable, iniciada —él también remarcó la última
palabra.
—Igual debería recordarte que Kenneth me dio unas cuantas clases en la Unión —
bromeó dando una patada al aire—. Ahora soy una ninja como la de ese niño de la
película del hombre que lo obliga a limpiar.
—Te recuerdo que ya te he dado un puñetazo —ella lo dio al aire, divertida—. Y te hice
sangrar.
—Oh, vamos, no te habría vendido a Charles. Hubiera ido a por alguien que pudiera
darme más por ti.
—Oh, muchas gracias, Rhett. Eso hace que me sienta mucho mejor.
Alice ya se había colocado en posición defensiva con una sonrisa en los labios. Le daba
la sensación de que, nada más moverse, él ya sabía lo que iba a hacer. Rhett estaba de pie
delante de ella, mirándola fijamente. Cuando se centraba, le brillaban los ojos. Intentó
darle unos cuantos golpes, pero los esquivaba moviendo la cabeza o ligeramente el
cuerpo. Casi parecía que se estaba riendo de ella.
Alice apoyó el pie tal y como le había enseñado, adelantándose para darle en la cara. Él
bloqueó el brazo con facilidad y, cuando intentó retenerla, Alice pasó por debajo de su
otro brazo y se libró, asestándole un golpe suave en las costillas con el codo.
—¡Te he dado! —quizá hubiera deseado no estar tan feliz de haberlo conseguido—. Si
esto hubiera sido una pelea de verdad, iniciado, ahora mismo no estarías tan tranquilo.
Pero él no la escuchaba, porque Alice se había puesto a dar saltitos sobre las puntas de
sus pies y él tenía la mirada clavada en sus pechos. Alice dio una vuelta a su alrededor sin
darse cuenta, divertida.
—Muy bien. Pero no hace falta ser tan específica. No creo que tengamos que acordarnos
cuando te tire al suelo.
—Porque es divertido verte dando saltitos por aquí —se burló de ella.
Alice aprovechó el momento en que la soltó para intentar desequilibrarlo con una técnica
que había aprendido en sus clases. Se adelantó para enganchar una de sus rodillas con su
pantorrilla, pero Rhett se movió justo a tiempo y giró su cuerpo. Alice sintió que caía por
un momento, justo antes de que él la sujetara del brazo y volviera a ponerla de pie. Se
separó, irritada.
—Eso te lo enseñé yo —dijo él, divertido—. ¿Crees que te enseñaría algo sin saber
cómo esquivarlo?
—Como has dicho antes, querida alumna, ya me has dado un puñetazo. Hay que tener
cierta precaución.
—Si hubieras sido una buena alumna, ahora sabrías que has bajado la guardia.
Alice se puso colorada cuando vio que había bajado los puños. Se volvió a colocar
enseguida. ¿Por qué estaba cometiendo esos errores de principiante?
—Oh, sí —esbozó una sonrisa irónica—. El famoso plan para escapar de ahí.
—Y él sigue con nosotros —no pareció muy contento al recordarlo—. Una parte de mí
está esperando que haga algo mal para poder echarlo.
—No me cae bien —Alice puso los ojos en blanco—. Pero hay una cosita que se llama
segundas oportunidades. Todos nos la merecemos.
—No todos.
—No todo el mundo se merece una segunda oportunidad —insistió él, irritado.
—Gran consuelo.
—¡Bueno, lo era!
—Da gracias a que nunca has tenido a Max de profesor —Rhett se acercó a ella—.
Anda, vamos a comer. Me muero de hambre.
Él sonrió y, justo cuando se inclinó hacia delante para besarla, Alice aprovechó el
momento para agarrarlo del brazo con las dos manos y hacer que perdiera el equilibrio
dándole justo en el tobillo. Un segundo más tarde, él estaba tumbado en el suelo y ella
estaba sentada en su estómago con una sonrisa de oreja a oreja.
—Whoa, ¿qué...?
—¡Te he tirado! —exclamó, entusiasmada—. ¡He ganado!
—Has esperado que me distrajera —Rhett entrecerró los ojos, negando con la cabeza.
—Sí, parece que aprendí algo en las clases de Kenneth, después de todo — sonrió
ella, burlona.
Rhett intentó apartarse de mala gana, pero lo tenía inmovilizado. La sonrisa de ella se
ensanchó cuando él se encontró tumbado de nuevo sobre su espalda.
—Es la primera vez que te gano en algo. Quiero disfrutar del momento.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Matarme? —preguntó con tono irritado, aunque era obvio
que tampoco le desagradaba la situación.
—Eso no sería muy divertido.
—Tienes suerte de que solo yo pueda tirarte al suelo, entonces —Alice lo agarró de las
muñecas y se las sujetó a ambos lados de la cabeza. Él enarcó una ceja.
—¿Por qué todo lo que dices suena ridículamente pervertido? —preguntó—. Ah, bueno.
Quizá es porque estás a horcajadas sobre mí.
Cuando vio que él iba a volver a protestar, se inclinó hacia delante y juntó sus labios.
Rhett dejó de hablar enseguida. Alice cerró los ojos y le soltó las muñecas para sujetarle
la cara con ambas manos. Su pulgar rozó la cicatriz, pero él no dijo nada. Ya nunca decía
nada sobre eso. Sintió sus manos en su espalda y se inclinó un poco más hacia delante,
intensificando en beso.
Alice dio un respingo cuando escuchó la voz de Max. Estaba de pie con los brazos
cruzados. Los miraba con cierto escepticismo. Ella se separó de la cara de Rhett
enseguida, pero él ni siquiera se molestó en incorporarse. Se limitó a mirar a Max.
—Algunas veces, sí.
Alice se apresuró a ponerse de pie, roja como un tomate. Rhett se incorporó a su lado,
sacudiéndose los pantalones.
—Me habían dicho que, por algún motivo, todavía no habíais ido a comer —dijo, su
tono reflejando lo que le parecía que usaran el tiempo de entrenamiento para
besuquearse—. Tenía la esperanza de haberos encontrado haciendo algo productivo.
—No se me ocurre nada más productivo —murmuró Rhett antes de llevarse un codazo
de Alice.
—Tú y yo ya hablaremos sobre la conducta que deberías mantener —le dijo a Rhett
secamente antes de girarse hacia Alice—. Y espero que tú hayas estado entrenando
algo más que tirarte al suelo con chicos.
—Venid conmigo.
Echó a andar sin esperar para ver si lo seguían. Alice clavó una mirada avergonzada a
Rhett, que parecía divertido cuando se la devolvió.
Ella estaba un poco sorprendida cuando subieron las escaleras y se encontraron todos en
despacho de Max. Ahí estaban los demás guardianes reunidos. Y Jake también estaba ahí
sentado. Parecía tan confuso como ella. Se sentó entre él y Rhett mientras Max se dirigía a
su lugar al final de la mesa.
—Bueno, ahora que estamos todos... —empezó él, pero fue interrumpido por la puerta
abriéndose bruscamente.
Max se interrumpió a sí mismo cuando Charles empezó a arrastrar una silla sonoramente
hasta ponerse descaradamente entre Rhett y Alice. Todo el mundo lo miraba, pero él se
limitó a sonreír como un angelito.
—Bien —Max volvió a centrarse—. Como ya sabéis, ahora tenemos casi diez
personas más viviendo aquí, además de más de más de veinte androides.
Alice tragó saliva cuando hizo una pausa. ¿De qué iba eso? ¿Qué pintaba ella ahí? No era
guardiana. Jake tampoco.
—Tina y yo estamos intentando averiguar si podrían ayudarnos en algún aspecto, pero
casi todos los androides han venido en las mismas condiciones en las que aparecieron los
demás. Sin la menor idea de luchar o defenderse. Así que, en cuanto recuperen fuerzas,
vamos a meterlos en clases. ¿Te parece bien?
Miraba a Rhett, que asintió con la cabeza sin siquiera parpadear. Seguro que él ya había
pensado en eso. Rhett siempre pensaba en todo. Alice deseó ser como él para no llevarse
tantas sorpresas.
—Perfecto —Max volvió a dirigirse al grupo—. Siendo sinceros, lo más probable es que
la mayoría de ellos terminen ayudando en las cocinas, en los jardines o en el
mantenimiento de la ciudad. En cambio, los humanos vienen un poco más preparados.
Podremos trabajar mejor con ellos. Saben luchar y defenderse. En cuanto todos los
alumnos tengan, al menos, una semana de entrenamiento... volveremos a dividirlos en
niveles. Como hacíamos en Ciudad Central.
Ella había estado un poco despistada hasta ese momento, en el que dio un respingo,
sorprendida.
—¿Yo?
—Lo hemos estado hablando. Sabes luchar. Sabes defenderte. A partir de ahora,
no enseñaremos nada de armas a los alumnos hasta que sean intermedios y sepan
defenderse cuerpo a cuerpo.
—Oh —ella parecía tan sorprendida que no dijo nada durante unos segundos—. Eh...
está bien.
—Eso no es todo —Max repiqueteó los dedos en la mesa—. Nos hemos dado cuenta de
que muchos de los que llegan no entienden el funcionamiento de la ciudad. Necesitamos
a alguien que pueda enseñarles cómo va esto. Alguien de los suyos a quien dirigirse si
tienen un problema. Una especie de representante que les pueda ayudar. Alguien que
pueda entenderlos mejor que yo o que ningún otro guardián. Jake, ¿aceptarías ser tú?
Jake pareció tan sorprendido como Trisha. Aunque enseguida esbozó una sonrisa alegre.
Se le iluminó la mirada y asintió con la cabeza rápidamente.
—Se te da bien la gente. Vas a hacer un buen trabajo representando a los alumnos.
Él sonrió, orgulloso de sí mismo. Alice le puso una mano en el hombro, feliz por él.
Todavía se acordaba de la cantidad de veces que le había dicho que no era bueno en
nada... pues mira, sí que era bueno en algo. En muchas cosas.
—Y, por último —Max suspiró, pensando bien lo que iba a decir—, no tenemos
recursos suficientes para abastecer a toda la ciudad.
—No podemos prescindir de gente, y nuestra máxima fuente de alimento son los jardines
traseros, la comida almacenada que trajimos de la otra ciudad y los pocos recursos que
nos dejó Charles.
—No podemos controlar el tiempo que tardaremos en consumirlo todo y quedarnos sin
nada, ni tampoco cuánto tardarán las plantas en crecer. La única opción es depender de
Charles y los de las caravanas, pero ellos no pueden darnos recursos infinitos. Tenemos
que buscar una alternativa. Por eso, he estado hablando con los humanos recién llegados
y ellos conocen bastantes fuentes de alimento y bebida.
Miró a Tina, que sonrió afablemente.
Hizo una pausa y Alice sintió que se le paraba el corazón cuando la miró directamente a
ella.
Alice estaba sentada sola en el despacho de Max con los dedos entrelazados y cara de
horror.
Esa mañana él y Tina se habían marchado con los exploradores y con algunos de los
nuevos. Max no le había dedicado una gran despedida —no la esperaba, la verdad—,
aunque le había asegurado que contaba con la ayuda de los demás guardianes. Alice
sospechaba que se refería a Rhett, que era el único guardián que lo había sido también en
la otra ciudad.
Pero ahora estaba sola. Hacía una hora que se habían marchado y tenía una extraña
sensación en el estómago. Durante esos días no tenía que ir a clase. Pero... ¿qué hacía,
entonces? ¿Qué hacía la gente que no tenía que entrenar con su vida?
Llamaron a la puerta y se quedó mirándola como una estúpida hasta que se dio cuenta de
que ahora, técnicamente, era Max. Puso cara seria y se aclaró la garganta.
—No lo sé. Es que... no sé ni qué se supone que tengo que hacer. Max no me ha dicho
absolutamente nada.
—¿Sobre qué?
—Sobre esto, para empezar. Esta es la lista de todos los alumnos que tenemos ahora
mismo —Rhett la deslizó hasta que quedó justo delante de ella—. Los he dividido por
grupos según sus habilidades. Hoy les he hecho algunas pruebas.
—Sí, estaría bien —Rhett parecía divertido—. Revisa los nombres, las
habilidades... todo está ahí. Si no te parece suficiente, puedo organizar más pruebas
en las que estés presente.
—No... eh... —ella agarró la hoja y lo miró por encima de ella—. Sabes más de esto
que yo. Mhm... ¿qué tengo que hacer? ¿Escribir que estoy de acuerdo?
—También puedes decírmelo. Es más rápido —él sonrió, divertido al verla tan
apurada.
—No puedo estar a todas horas contigo —él torció el gesto—. Tengo que
sustituir a Max en sus clases. No voy a tener la tarde libre. Pero no me necesitas,
Alice.
—No —murmuró ella. Max nunca decía algo porque sí. Y confiaba en ella. Se sintió
un poco más orgullosa de sí misma.
—Paséate por la ciudad. La gente te contará sus problemas y vas a tener que fingir que te
importan, pero... oye, eso de ser líder tampoco puede ser un camino de rosas. Puedes
empezar por el hospital. Jake se alegrará de verte.
—Tengo clase en cinco minutos —él puso una mueca—. ¿Puedo irme tranquilo, Alice?
—Sí —masculló.
—Si tienes algún problema, siempre puedes sacar la pistola —bromeó él,
poniéndose de pie—. Aunque no es una gran campaña electoral, claro.
Alice tardó media hora en decidirse a bajar. Al menos, ya no la odiaban. Era un avance.
Menos mal que Max había decidido marcharse cuando habían empezado a tenerle algo
cariño de nuevo. Saludó a un grupo de alumnos con la cabeza cuando le sonrieron. Fingió
seguridad hasta que dobló el pasillo y estuvo sola. Entonces, volvió a la expresión de
terror.
El hospital estaba tranquilo, como siempre. Jake estaba sorprendentemente centrado en sus
labores cuando Alice se asomó. Tenía la bata blanca de Tina e iba de un lado a otro con
Kilian persiguiéndolo con una mesa con ruedas.
La mayoría de los ingresados eran androides con los que habían experimentado. Alice los
miró de reojo. Casi todos la saludaron. Jake estaba tan centrado que se le había formado
una arruga en el entrecejo. Ella se acercó. Estaba en la camilla de Eve. Ella sonrió al
verla llegar.
Alice miró su barriga. Parecía mentira que pudiera caminar con el estómago tan
hinchado.
—En carne, hueso y algún que otro aparato —Alice sintió que se relajaba al sonreír
—. ¿Alguna queja del enfermero novato?
—Médico —corrigió Jake, que estaba inyectando algo a una bolsa transparente. Ésta
tenía un tubo que iba directamente al brazo de Eve—. Y que sepas que soy genial en esto.
Jake sonrió, orgulloso de sí mismo, y estiró la mano hacia Kilian sin mirarlo. Él le dio lo
que había pedido sin pensárselo un segundo. Después, Jake miró a Alice.
—Bien —Alice adoptó el tono más maduro que consiguió reunir—. Esto de dar
órdenes no está del todo mal.
—Gracias, Alice.
—Ven conmigo —Jake la agarró del brazo—. Necesito que veas algo.
Alice lo siguió tranquilamente hacia el pasillo donde no pudieran verlos. Un gesto fue
suficiente para que Kilian se quedara vigilando a los enfermos. En cuanto estuvieron solos,
Alice sonrió a Jake.
—Mírate. Has nacido para esto. Todavía me acuerdo de cuando te daba miedo la
sangre.
Sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. Alice levantó las cejas.
—¿Qué pasa?
Jake suspiró.
—Tengo que hablarte de algo, Alice.
—¿Qué pasa?
Jake suspiró.
—Es... Eve.
—Tiene preeclampsia.
Alice parpadeó.
—Es una complicación del embarazo —explicó él—. Es complicado explicarlo, pero
puede ser malo para el bebé. Y para Eve. Al bebé no le llega la sangre necesaria y puede
tener consecuencias bastante malas si no lo trato bien...
¿sabes?
—¿Qué consecuencias?
Alice recordó las palabras de Rhett y le puso una mano en el hombro, transmitiéndole toda
su seguridad.
—Gracias, Alice.
—Has pasado demasiado tiempo con Rhett —replicó él, entrando en el hospital de
nuevo.
Fue a la cafetería, las cocinas, a los jardines, a las caravanas... todo el mundo tenía algo
de lo que quejarse. Y todo el mundo se creía que tenía prioridad. Alice intentó por
escuchar a todo el mundo por igual. Ni siquiera tuvo tiempo para ir a comer porque tenía
a Davy quejándose de que no tenía recursos suficientes para arreglar un algo de
combustión. Alice se esforzó en no perder los nervios.
Ya casi estaba anocheciendo. Estaba agotada. ¿Por qué se creían que tenía las respuestas
a todos sus problemas? Bueno, vale, porque era la líder. Se detuvo en el pasillo al ver a
Charles paseándose con toda la tranquilidad del mundo.
—Líder —hizo una reverencia exagerada, divertido—, es un honor estar en su
presencia.
—No me puedo creer que Max haga esto todos los días. Es agotador.
—No hables así de él —protestó Alice. No le gustaba cuando hablaban de Max como si
fuera un monstruo. No era cierto. Era muy bueno.
—Charles —Alice dio un paso hacia él, sonriendo frívolamente—, igual debería
recordarte que, ahora mismo, tengo el poder de no dejar que entres alcohol en la ciudad.
—No quería ofenderte —aseguró enseguida—. ¿Te he dicho ya lo bien que te queda ese
pelo?
—Lo llevo así siempre.
Alice iba a responder, pero se quedó callada cuando vio que alguien se acercaba por el
pasillo. Reconoció el pelo rubio y la cara perfecta sin necesidad de nada más que una
ojeada. Charles se marchó silbando cuando vio que lo ignoraba. Alice clavó los ojos en
Charlotte, que se paseaba moviendo las caderas, como lo había hecho siempre.
Alice respiró hondo y siguió andando. No se giró hacia ella cuando pasó por su lado.
Sintió a la Alicia que tenía dentro retorciéndose cuando el pelo de Charlotte le rozó el
brazo y tragó saliva. Ya casi había conseguido pasar por su lado cuando escuchó que sus
pasos se detenían.
—Hola, líder —la voz suave pero un poco ególatra de Charlotte la detuvo en seco.
Alice cerró los ojos un momento y se odió a sí misma por desear que Rhett estuviera con
ella. Tenía que enfrentarse a sus propios problemas. Sola.
Charlotte tenía los brazos cruzados. Alice se esforzó por no moverse cuando se acercó
lentamente a ella. Seguía siendo más alta que Charlotte. Ni siquiera parpadeó cuando se
detuvo justo delante. Ni siquiera movió la cabeza. Ni siquiera reaccionó. Eso pareció
decepcionar un poco a la rubia.
Alice frunció el ceño cuando notó que los sentimientos encontrados de Alicia se movían
en su interior. Tenía que luchar contra ellos para no ponerse nerviosa.
—He visto al niño del hospital —la voz de Charlotte la devolvió a la realidad—. Lo he
visto, Alicia. Es él, ¿verdad?
—Recuerdo muchas cosas, sí. Recuerdo la escuela. Recuerdo el instituto. Recuerdo los
insultos y las peleas. Recuerdo las caricias y los besos. Recuerdo confiar en ti. Recuerdo
todo, Charlotte. Todo. Incluso recuerdo cuando abandonaste a mi hermano sabiendo
perfectamente que iba a morir.
La rubia intentó hablar, pero Alice dio otro paso hacia ella, haciendo que chocara contra la
pared. Apretó los labios.
—Te aseguro que, si pudiera borrar algo de mi mente ahora mismo, serías tú. Nada más.
Solo tú. Pero no te confundas. No lo haría porque seas importante. No lo haría por ti. Lo
haría por mí. Porque quiero mi mente libre para la gente se lo merece. No quiero ocupar
espacio con tu maldita imagen emponzoñándolo todo. Porque eso es lo que eres,
Charlotte, ponzoña. Veneno. Al principio, no te das cuenta de que lo has tomado pero,
cuando consigue llegar a tu interior, arrasa con todo y ni siquiera puedes impedirlo.
»Así que deja de molestarme, Charlotte. Deja de hablarme. Deja de mirarme. Y más te
vale que no me entere de que haces nada relacionado con Jake porque tienes razón,
quizá no pueda sacarte de mi mente, pero puedo sacarte de mi ciudad, y te aseguro que
ahora mismo no hay nada que quiera más.
Hizo una pausa, inclinándose hacia delante. Charlotte se encogió.
—No me des motivos para hacerlo, iniciada, porque solo necesito uno.
Se separó de Charlotte, que estaba muda, y recorrió el pasillo respirando hondo. Tenía los
puños apretados y no se había dado cuenta. Se estaba clavando las uñas en las palmas. Se
alegró al ver que no la seguía.
Había dominado la situación. Se había impuesto por encima de los sentimientos de Alicia.
Bien. Respiró hondo, aliviada. Bien.
Alice se dirigió directamente hacia la cafetería. Era la hora de cenar. Estaba a rebosar,
como siempre. Agarró su bandeja. Las cocineras volvieron a entretenerla con los mil
problemas de la cocina. Ella llegó a su mesa con un suspiro diez minutos después,
cuando todo el mundo ya había terminado de comer. Jake, Rhett, Kai, Trisha y Kilian
la miraban con curiosidad.
Se metió un poco de puré en la boca y casi soltó un jadeo de placer. Había estado
hambrienta durante todo el día. Y ahora estaba agotada. Solo quería cenar con ellos y
olvidarse de Charlotte, de la ciudad, de su padre y de todo.
Y todavía era su primer día como líder. El primero de una larga semana.
Alice había tenido una mañana un poco ocupada. Se tomó un respiro para acercarse a la
habitación en la que Davy y Kai seguían trabajando en la máquina de los recuerdos. Había
estado tan agobiada en un día y medio que ya tenía la misma expresión de amargura de
Max. Incluso ellos lo notaron.
—¿Por ejemplo?
—Bueno... —Kai habló cuando Davy lo miró—. Parece que hay diferentes clases de
recuerdos para trabajar en ellos. Cada uno más difícil de encontrar que el otro.
Kai estaba nervioso, era obvio. Miró a Alice significativamente y ella, sin saber muy bien
por qué, supo al instante qué quería.
—Ven, ponte aquí. No... no haremos nada. Solo es para ver los recuerdos. Es mucho más
fácil en alguien que ya ha usado esto.
Alice se tumbó obedientemente y dejó que le suspendieran encima de la cabeza la misma
máquina que la otra vez. Sin embargo, esa situación era mucho menos tensa que la
anterior. Kai estaba tecleando algo a toda velocidad mientras Davy ajustaba lo que Alice
tenía encima de la cabeza.
—Los cerebros de los androides son mucho más sencillos que los humanos. Más
fáciles de manipular.
—Eh... perdón, Alice —él se puso rojo—. Verás, los humanos solo tenemos la memoria...
bueno... humana. La que va evolucionando. Los androides tienen esa y la almacenada.
—¿La almacenada?
—Sí. La que heredan de los humanos. Es decir, los recuerdos que les han impuesto en el
cerebro. La memoria humana va modificándose y avanzando... incluso puede llegar a
cambiar en algunos casos. Pero la almacenada no. Se mantiene siempre igual. Y... bueno...
eso es lo que queremos ver.
—Creo que sería mejor esperar a que estemos completamente seguros de que no te
pasaría nada. Si tocamos el botón equivocado, podrías perder todos los recuerdos, je,
je...
—¿Cómo?
—El problema... —Kai giró la pantalla hacia ella. Había una serie de puntos rojos que
Alice no entendió—. ¿Ves esto? Son tus recuerdos... bueno, los de la humana que la
precedió. Es su memoria a largo plazo, la que aprovechan los científicos para los
androides. Siempre la mantienen al margen para que el
androide no se confunda. O lo intentan, al menos. A ver, puede haber excepciones
y que el androide desarrolle habilidades parecidas al humano anterior, pero...
—Ah, eso, sí... eh... verás, los recuerdos forman parte de la memoria sensorial... de la
parte del cerebro que administra las emociones. En concreto, se llama memoria
episódica. El caso es que, como está controlada por las emociones... bueno... al hacer que
el sujeto, en este caso tú, Alice, las revivas... no solo vas a verlo. Vas a tener que sentirlo
todo como lo sintió Alicia.
—Sí... es complicado de explicar. El caso es que las personas no tienen una memoria
calcada a la realidad. Muchas veces, nuestros recuerdos se distorsionan con nuestros
sentimientos. Eso hace que perdamos recuerdos o los cambiemos sin querer. Por
ejemplo... no puedo encontrar nada del padre John aquí.
—Es decir... sí puedo hacerlo, pero son recuerdos bloqueados por la propia Alicia.
Suele pasar con eventos traumáticos, ya sabes, recuerdos tristes. La persona los
bloquea para no sufrir. Son muy difíciles de encontrar. Necesitas
que el sujeto te guíe en todo el proceso.
A Alice le vino a la mente la insistencia del padre John en que le hablara de sus sueños.
¿Sería Jake un recuerdo bloqueado? Estaba claro que para Alicia era un recuerdo triste.
Quizá por eso había necesitado que le hablara de ellos, para saber dónde buscar a Jake.
—Sí, necesitaremos unos días —murmuró Kai, quitando la máquina de Alice, que se
incorporó de nuevo.
***
Alice miró la hoja que le había pasado Trisha con los cambios de su clase distraídamente
mientras cruzaba el vestíbulo. Le dio la sensación de que alguien se acercaba a ella. Se
tensó al instante al pensar que podía ser Charlotte, pero solo era 42. Es decir... Anya.
Seguía sin acostumbrarse a su nuevo nombre.
—He estado muy ocupada —Alice le dedicó una sonrisa débil—. ¿Qué tal tu
adaptación a esta ciudad?
—Es... interesante —murmuró ella—. No tienen mucha organización. ¿Sabes que no
tienen una establecida para ir a dormir?
—Sí, se nota —la miró casi con envidia—. Incluso hablas como ellos.
—¿Yo?
—Sí, utilizas palabras raras y... ¿sarcasmo? Sigo sin entender muy bien lo que es. Pero lo
usan mucho.
Alice esbozó una pequeña sonrisa. Podía entender por lo que estaba pasando.
—¿Sabes? —Anya pareció un poco incómoda—. La gente te idolatra por aquí. Alice la
—Todos sabemos que te arriesgaste mucho para que pudiéramos venir con vosotros
—añadió Anya—. Y te estamos muy agradecidos.
Ella no quiso responder a eso. Seguía sin estar acostumbrada a los halagos.
Ya en ella, Anya sonrió antes de darse la vuelta y marcharse con el resto de androides,
que la miraban de reojo. Alice suspiró y fue a por una bandeja. Sus amigos estaban en
su mesa de siempre. Jake estaba hablando de algo y Trisha lo miraba con mala cara. Eso
también era como siempre. Rhett no estaba,
¿dónde se habría metido?
—...así que no son trampas —terminó Jake, quitando las cartas de la mesa.
Alice miró a su alrededor distraída mientras ellos discutían sobre la partida. A lo lejos,
vio a una mujer sonriendo con Blaise. Camille, su madre. Parecían tan felices... no había
hablado con Blaise desde la llegada de los demás, pero una parte de Alice prefería que las
cosas siguieran así. Después de todo, Blaise había vuelto a encontrar a su familia. Ya no
la necesitaba para nada.
A unos metros de ellos, vio a Kenneth hablando con unas humanas nuevas con su
habitual sonrisa. Las chicas estaban sonrojadas y le reían las tonterías, cosa que hacía
que él se apretujara aún más contra ellas. Sin embargo, la tercera chica, sentada a su
izquierda, no daba señales de escucharlos.
Charlotte.
Alice la miró fijamente unos segundos. Su mente se nublaba cada vez que la veía. Los
sentimientos opuestos de Alicia se mezclaban en su interior. Odio y
amor a la vez. Alicia realmente la había amado. Sin embargo, Alice solo quería odiarla.
La había abandonado. Seguía viéndola corriendo, alejándose de ella y de Jake.
Y... qué a gusto se había quedado el otro día al amenazarla con echarla de la ciudad.
Aunque no hubiera sido muy correcto.
—Ha salido a hablar con Charles —Trisha puso los ojos en blanco.
—Oye, Alice —Jake había estado removiendo su comida por un rápido—. Tú eres
una androide de información, ¿no?
Ella asintió con la cabeza, un poco confusa por el cambio de tema tan repentino.
—¿Aprender uno nuevo? —Alice lo pensó un momento—. Se supone que sí, pero
solo lo intenté dos veces y con la supervisión de padres.
—Si puedo centrarme lo suficiente, se supone que podría tardar menos de un día... pero es
muy complicado. ¿Por qué quieres saberlo?
—Es que... —Jake bajó la voz y se acercó a ellas—. Kilian ha estado raro estos días.
—Creía que podías comunicarte con tu amiguito raro, Jake —le dijo Trisha.
—Vale, perdón... pero, ¿no se supone que hablan una lengua distinta?
—Sí...
—Hay algo que no entiendo —Trisha entrecerró los ojos—. ¿Cómo es que tienen una
lengua distinta? Es decir, no han pasado tantos años desde la guerra como para haber
creado una forma de vida completamente alternativa.
Alice puso los ojos en blanco cuando volvieron a discutir el uno con el otro. Miró a
Kilian y le dejó su bandeja de comida, a lo que él sonrió inocentemente.
Después, se puso de pie y fue a la salida de la cafetería. No había alcanzado la mitad del
pasillo cuando se dio cuenta de que Anya la seguía con una sonrisa.
—¿Puedo ir contigo?
—Espera —musitó.
Alice se detuvo, confusa. Anya miraba las caravanas con expresión de espanto.
—¿Qué pasa?
—¡Anya!
Anya la miró fijamente unos segundos. Parecía sinceramente aterrorizada. Alice frunció el
ceño, intrigada.
—¿Qué?
—Ellos... Charles....
—¿Ellos, qué?
Alice estaba a punto de decir algo, pero se detuvo abruptamente, mirándola con la boca
entreabierta.
—¿Qué?
—¿Charles te vendió? —Alice se acercó a ella y la agarró por los hombros, olvidándose
por un momento de que Anya no estaba acostumbrada a eso—. ¿A la Unión?
—Yo... te vi cuando él te llevaba con ellos. Me tenía encerrada en una caravana. Sin
embargo, no llegaste nunca a la Unión.
Alice lo recordó. Cuando creía que Rhett la había traicionado. Cuando Max había
desaparecido. Deane la había vendido a las caravanas. Si sus amigos no hubieran
mejorado la oferta, habría terminado con Anya en la Unión.
Pero se obligó a centrarse. Su mente era un revoltijo de emociones. Charles trabajaba con
la Unión. Trabajaba con ellos. Había dicho que no lo hacía. Había mentido. Y si había
mentido en eso, podía haber mentido en todo lo demás.
Oh, no.
¿Y si seguía trabajando con ellos? ¿Y si él había sido quien había contado al padre John
donde estaban? Porque era imposible que los hubiera encontrado tan rápido sin
referencias.
Empezó a andar antes de darse cuenta. Anya se apresuró a seguirla, pidiendo que
ralentizara el paso.
Alice no se detuvo hasta que llegó al círculo que formaban siempre las caravanas con la
hoguera en el centro. Los miembros del grupo ya la conocían. Hicieron una seña hacia
Rhett y Charles, que hablaban junto a la caravana del último. Alice se acercó a paso
acelerado, con su corazón bombeando sangre a toda velocidad.
—...por lo tanto, solo han sido dos —estaba diciendo Charles, balanceando una botella de
alcohol distraídamente—. No creo que haya más.
Él estaba tan sorprendido que se cayó contra la caravana y resbaló hacia el suelo,
derramando toda su botella mientras se retorcía, sujetándose la nariz. Rhett se había
apartado, mirando a Alice con expresión sorprendida.
—¿Qué...?
—¡Responde!
Ni siquiera sabía que tenía un tono de voz tan autoritario. Pero Charles se lo merecía.
O, quizá, estaba pagando un poco con él todo su estrés del último día y medio.
—Por si no te habías dado cuenta, me puse de vuestro lado cuando llegaron aquí —
replicó Charles.
—¡No me mientas!
—¡No te miento!
—Mierda, Anya...
—Así que es cierto —Alice lo soltó bruscamente, haciendo que se diera con la cabeza
en el suelo.
—Oye, un poco de cuidado —protestó él, acariciándose la nuca con mala cara.
—Alice, agradecería una pequeña explicación antes de que nos intenten matar todos los
presentes —replicó Rhett, mirando a su alrededor.
—¡Ha estado trabajando para la Unión todo este tiempo! —a Alice le temblaba el cuerpo
entero por los nervios—. ¡Les dijo que estábamos aquí!
Ahí, se quedó callado. Ella estaba tan enfadada que le temblaba el pulso.
—¡No me mientas!
Alice apretó los labios y bajó la pistola a su estómago. Charles perdió todo el color de los
labios al momento. Desde que lo había conocido, nunca había parecido asustado de
verdad. Al menos, hasta ese momento.
—¡No! ¡Lo juro! Yo... les mandaba androides, sí. Pero hace tiempo de eso. Hace meses.
Pero no podía seguir haciéndolo... especialmente sabiendo lo que ocurría cuando me iba.
Así que dejé de hacerlo cuando vendí a Anya.
Alice seguía temblando de la rabia. Se sentía como si hubiera explotado sin ningún motivo
aparente. Charles se relajó visiblemente cuando subió la pistola a su cabeza de nuevo.
—¿Y por qué debería creerte? —preguntó en voz baja.
—Porque estoy aquí —replicó Charles, irritado—. Y me la estoy jugando por vosotros,
joder. Las caravanas siempre han sido neutrales en los conflictos de ciudades. Es la
primera vez que nos posicionamos. Un poco de gratitud no estaría mal.
Alice dudó un momento más antes de quitarle la pistola de la cabeza. Charles se dejó caer
contra el suelo, aliviado. Ella apretó la culata con los dedos.
Todo el mundo lo hizo, aunque parecían un poco reacios a ello. Rhett también escondió su
pistola antes de lanzar una mirada de reprobación a Alice.
Charles se puso de pie torpemente, pasándose las manos por los pantalones. Anya lo
miraba con los ojos muy abiertos, pero él se limitó a señalar a Alice con un dedo
acusador.
—La próxima vez, podrías preguntar antes de apuntarme a la cabeza con una pistola
—murmuró.
—La próxima vez, no vendas un puto androide a un sitio donde sabes que los
torturan.
Anya se tapó la boca con una mano cuando escuchó la palabrota. Alice
—Por un momento —murmuró Charles con una risita nerviosa—, pensé que
realmente ibas a matarme.
—Por un momento, te aseguro que iba a hacerlo.
—Si me dieran alcohol por cada vez que alguien ha querido matarme... — Charles
recogió la botella ahora vacía con una mueca—. Me debes whisky, que lo sepas.
Charles dejó de hacer una mueca cuando miró a Anya. Ella seguía pareciendo un poco
asustada en su presencia.
—Mis hombres han avistado a algunos salvajes cerca de aquí. Vigilaban la ciudad
—le dijo a Alice, totalmente calmado.
—¿Qué?
—Parece que están ojeando la zona. Todavía no sabemos para qué, pero no tiene
buena pinta.
—¿Qué? —repitió como una idiota—. ¿¡Y se puede saber por qué no me has dicho
nada hasta ahora!?
—¿Qué pasa ahora? —preguntó, irritada—. ¿Más salvajes? ¿Un maldito ejército de...?
Después, cerró los ojos y tragó saliva. No podía pasarle esto. No justo cuando Max se
acababa de ir. ¿Por qué tenía tan mala suerte?
Abrió los ojos y los clavó en Rhett que, por primera vez desde que lo conocía, pareció un
poco intimidado bajo su mirada.
Bueno, ella estaba en completo silencio... los demás vociferaban sin parar,
interrumpiéndose unos a otros.
Trisha gritaba a Davy. Davy gritaba a Trisha. Rhett gritaba a los dos. Charles se reía y
metía cizaña. Jake los miraba con los ojos desorbitados.
Y Alice... ella solo intentaba no matarlos a todos. Cerró los ojos un momento, apoyando la
frente en la mesa. Iba a necesitar paciencia.
—¡No podemos dejar que se acerquen ni un metro más! —espetó Trisha—. Deberíamos
organizar un grupo pequeño e ir a por ellos. Aprenderían la lección.
—¡Salvajes! —Davy los miró como si se les hubiera ido la cabeza—. ¡Son ellos los que
deberíamos quitar del camino primero! Los de la Unión podrían destruirnos si quisieran.
—¡Porque Alice tiene a su jefe amenazado! Pero ¿crees que eso será para siempre?
Van a intentar robar lo que sea que guardemos aquí. Y luego nos matarán a todos.
—¡Tenemos refuerzos!
—Todos los humanos nuevos que eran mínimamente buenos en algo se fueron con
Max. Y no pienso poner nuestras vidas en manos de androides que no han sujetado una
pistola en su vida.
—¡Estás gritando!
—¡ESTÁS GRITANDO!
—Es obvio que, ahora mismo, no nos ven como una amenaza, ¿no? —dijo Davy.
—Tienes a tu líder sentada a tu izquierda , así que cuidado con lo que dices — Rhett se
inclinó hacia él mortalmente serio.
—¿Alice? ¡Si no tiene ni idea! ¡Somos cinco idiotas contra dos ejércitos!
¡Estamos perdi...!
Todo el mundo se calló cuando Alice golpeó la mesa con el puño haciendo un ruido
que reverberó en la mesa. Todos los cuellos se giraron hacia ella al instante.
Silencio. Trisha apartó la mirada. Davy frunció el ceño cuando Alice se giró hacia él.
¿Qué haría Max si alguien cuestionara lo que estaba haciendo? Respiró hondo y adoptó la
mirada más dura que pudo reunir.
—¿Te crees que estar sentada aquí es fácil? —le preguntó—. ¿Te crees que es fácil tener
que liderar un consejo donde solo una persona tiene la menor idea de lo que es ser
guardián?
Él levantó las cejas y, por una vez, se quedó en silencio y serio. Alice se puso de pie con
las manos apoyadas en la mesa.
—Tenemos dos malditos ejércitos intentando entrar en nuestra ciudad —les dijo
lentamente—. Dos ejércitos. Y no tendremos la oportunidad de hacer nada al respecto si
nos dedicamos a berrear y gritar cuando lo que deberíamos estar haciendo. Es. Decidir.
Qué. Demonios. Haremos. Al. Respecto.
Remarcó cada una de las últimas palabras, mirándolos uno a uno. Nadie parecía querer
mirarla a los ojos excepto Rhett, que parecía pensativo. Ella decidió seguir hablando.
—Me da igual que tú tengas menos experiencia en combate. O que tú tengas un brazo. O
que los nuevos soldados mínimamente buenos no estén aquí. Me da igual. Lo que me
importa ahora mismo es que no muramos todos en menos de una semana.
»Así que, si tenéis algo que opinar que no esté relacionado con el pequeño detalle de que
están a punto de intentar matarnos de mil formas posibles, podéis cerrar la boca, porque
vuestra opinión sobre lo demás, honestamente, ahora mismo me da igual.
—¿Y por qué no propones tú algo? ¿No eres la líder? ¿No es tu trabajo?
Ella dudó un momento, con los ojos clavados en él. Después, agarró la pistola. Davy se
tensó hasta que vio que le dio un movimiento de muñeca rápido, dejándole la culata
delante, perfecta para que él la agarrara. Alice enarcó una ceja.
—¿Crees que puedes hacerlo mejor que yo, Davy? —preguntó, ya cansada de sus
comentarios—. Porque, si es lo que crees, entonces puedes coger la pistolita y decidir
tú lo que haremos. Eso sí, ni se te ocurra echarme la culpa
cuando tu plan no funcione y nos maten a todos.
—Bien. Eso me parecía —le dijo antes de girarse hacia los demás—. ¿Alguien tiene
algo que decir sobre mi capacidad de liderazgo? Porque este es el momento ideal.
—Así que deben tener un buen motivo —Alice enarcó una ceja, pensativa—.
¿Alguna idea?
Alice se giró hacia Jake cuando vio que levantaba una mano temblorosa.
—No hace falta que levantes la mano para hablar, Jake —replicó Alice, casi
divertida.
—Daremos un día a Kilian para que intente explicarnos lo que quieren esos salvajes... si lo
sabe, claro. Si no funciona, recurriremos a otro plan menos amistoso —replicó ella—.
¿Votos a favor?
Los miró. Poco a poco, todas las manos se levantaron. Alice asintió con la cabeza, un
poco más calmada. ¡Lo estaba bien! Intentó mantener la expresión severa de Max en su
cara.
Alice se sintió aliviada al ver que alguien la apoyaba. Intercambió una mirada con él
y Rhett le dedicó una sonrisa de lado.
—Sabemos que la Unión no está cerca de aquí —dijo ella—. Así que, si han venido
tan lejos, no es para hablar. Si quisieran parlamento ya lo habrían
solicitado hace unos días. Charles, ¿dónde los vieron?
—No quieren hablar —observó Rhett—. Quieren ver cómo nos organizamos.
—Exacto —Alice la miró—. Trisha, tú eres la que dirige las guardias de la ciudad ahora
mismo.
—¿Cómo?
—Están buscando los cambios de guardia. El guardia más débil. O incluso cualquier
momento en que la puerta se quede sin vigilancia. Si consiguen controlar el tiempo y las
condiciones, estamos perdidos. Réstale cinco minutos al turno de cada guarda y haz que
intercambien sus puestos. Eso debería dejarnos
un poco de tiempo. ¿Votos a favor?
—Bien —Alice suspiró, fingiendo que no estaba aliviada—. De todas formas, vamos a
tener que tenerlos bien vigilados. Volveremos a aplicar las defensas que organizamos
hace unas semanas. No quiero que las coloquéis todavía, pero mantenedlas preparadas
para cualquier emergencia. Ahora mismo, no creen que sepamos que están aquí.
Dejemos que la cosa continúe así. ¿Han entrado ya los androides en las clases?
—Por ahora, no tienen ni idea. Pero aprenden rápido, la verdad. Pronto podrán empezar
con las armas.
—Bien —Alice miró a Rhett—. Mañana darás una clase intensa a los novatos con
pistolas, lo más básico. Que nadie salga de la clase sin saber cómo cargar, disparar y
acertar, al menos, en el objetivo.
—Por eso se lo pido a él —Alice dedicó a Rhett una pequeña sonrisa—. Seguro que
sabes apañártelas para que hagan lo que quieres.
—Te aseguro que sí —él esbozó una sonrisa malvada.
—Trisha, tú no tendrás que dar ninguna clase, así que serás tú quien se
encargue de organizar las defensas de la ciudad, ¿estás de acuerdo?
—¿Te ha dado mucho el sol por ahí fuera, Alice? —preguntó Rhett lentamente.
—Van a ser cuarenta personas sin la menor idea de disparar en una sola clase y con un
solo profesor —Alice enarcó una ceja—. No podrás hacerlo tú solo, Rhett.
—¿Me estás diciendo que será igual de buen profesor que yo? —él enarcó una ceja,
ofendido.
—No. Pero puede asegurarse de que nadie se mate mientras tú revisas bien el grupo.
¿Estáis de acuerdo?
Tardaron unos segundos, pero parecieron estarlo. Alice miró a Davy, que se puso
firme al instante.
Todavía recordaba lo útiles que habían sido en su momento. Eran dispositivos negros
y pequeños que se colocaban en la oreja para comunicarte con los demás a distancia.
Si querías hablar con ellos, solo tenías que presionarlos.
—Todos —repitió ella—. Asegúrate de que la señal llega a toda la ciudad y de que
funcionan. ¿Estás de acuerdo?
Alice la miró.
—Pues yo estoy programada para eso. Así que no me queda otra que ser yo quien lo
haga. Repito, ¿alguien tiene algo que decir? Bien. ¿Todos tenemos claro lo que
tenemos que hacer?
Todo el mundo salió del despacho y ella se quedó respirando hondo en su silla. Los únicos
que quedaban eran Jake y Rhett, que la observan en silencio.
—¿Qué tal he estado? —preguntó ella con voz aguda—. Estaba temblando todo el rato.
He intentado hacer lo que Max hubiera hecho en mi lugar, pero no sé si
he estado bien.
—Sí, tenías la misma expresión de amargura que Max —Rhett le sonrió, burlón.
—Ahora eso no importa, querida líder —él se puso de pie—. Tenemos mucho por
hacer y muy poco tiempo para hacerlo. En marcha.
***
Kilian estaba haciendo de ayudante perfecto de Jake cuando Alice pisó el hospital con
expresión cansada. Se quedó de pie a un lado y esperó pacientemente que terminara de
ayudar a Jake antes de acercarse y robarlo por un rato.
Kilian la siguió con expresión confusa cuando se dirigió directamente a la biblioteca sin
decir nada. Había pasado tantas horas en esa sala cuando vivía ahí que era como su
segunda casa. Se sentó en una de las múltiples mesas vacías —no mucha gente acudía a
leer libros— y lo miró, entrelazando los dedos.
—Hola —murmuró.
—Sé que quieres mucho a Jake. Sois muy amigos. Por eso... solo quiero saber qué está
mal —Alice se estiró y puso una mano sobre la suya—. Si me ayudas, puedo intentar
ayudarte. Y, así, Jake dejará de estar triste.
Él insistió, añadiendo otro gesto más lento. Alice lo observó detenidamente, sin entender.
Kilian volvió a asentir, entusiasta, con la cabeza. Alice se apresuró a ir a por un papel
en blanco y una pluma. Se lo dejó justo delante.
—Cada vez que hagas un gesto, necesito que escribas lo que significa.
Y así pasaron lo que quedaba y toda la tarde. Alice intentaba grabar cada gesto en su
cabeza, pero no era fácil. Kilian los hacía lentamente para que pudiera captarlos mejor.
Intentó repetir algunos y no se detuvo hasta que pudo replicar la mayoría de ellos con
relativa facilidad.
Ya estaba anocheciendo cuando Kilian intentó comunicarse con ella sin la hoja de papel.
Alice lo entendió casi todo. Le dolía la cabeza de haber estado haciendo eso todo el día
pero, al menos, lo podía entender bastante bien.
Justo cuando Kilian estaba enseñándola a saludar y despedirse, entraron Jake, Trisha y
Rhett. Se sentaron a su alrededor, muertos de curiosidad.
—Jake nos ha dicho que puedes hablar con el rarito —sonrió ampliamente Trisha.
—No he podido hablar con él, pero sí comunicarme —Alice sonrió, enseñándoles la
hoja de papel—. Habla con signos. Con gestos. Cada gesto que hace con las manos
es una palabra o una expresión.
—¿Y te has aprendido todo esto en una tarde? —Rhett miró, perplejo, la hoja tan
escrita que ya no parecía blanca.
—Por favor, no digas que fuiste creada —pidió Trisha con una mueca—. Me da mal
rollo.
—Bueno —Jake parecía muy nervioso—, entonces, ¿por qué nunca habla? ¿No sabe?
¿No le han enseñado? Podría enseñarle yo.
Alice miró a Kilian, que empezó a hacer gestos deliberadamente lentos para que lo
entendiera. Los analizó bien y frunció el ceño.
Los dos siguieron riéndose de él mientras Alice se centraba en Kilian. Él tenía expresión
triste.
Kilian suspiró y los miró uno por uno. Entonces, abrió la boca.
Los cuatro se quedaron en completo silencio cuando vieron que, dentro de su boca, no
había una lengua. De hecho, solo había un pequeño muñón que
indicaba que, en algún momento de su vida, se la habían cortado. Jake dio un paso hacia
atrás, pálido. Trisha tuvo que sujetarlo para que no se cayera. Alice tuvo que contenerse
para no poder una mueca.
El único que no parecía sorprendido era Rhett, que tenía la mirada clavada en él.
—Dice que su antiguo líder era... malo —fue traduciendo Alice—. Se portaba mal
con la gente buena que intentaba cruzar las ciudades abandonadas... a Kilian no le
gustaba eso. Intentó decirle a su líder que no hiciera daño a dos personas y...
—Y... su antiguo líder se enfadó con él. Él... ¿insistió? Sí, insistió en que quería que no
les hicieran daño. Su líder... se enfadó mucho... sí... y... le cortó la lengua. Es un
castigo... común... porque...
Se cortó a sí misma, sorprendida. Los tres la miraron al instante en que ella balbuceó algo.
—Dice que, la mayoría de las veces, se comunican con gestos para poder ser más
sigilosos al acercarse a un enemigo.
»Cuando echan a alguien de su grupo... lo consideran una traición —Alice siguió leyendo
los gestos, centrada—. Les cortan la lengua para que, si otros salvajes los encuentran,
sepan que son unos traidores y... no los acepten.
—¡Por eso lo encontramos solo, porque intentaba ayudar a alguien! —exclamó Jake.
—Os dije que los malditos salvajes no eran tan buenos como os creíais —
murmuró Rhett.
—Pues que lo demuestre —él frunció el ceño, mirándolo—, ¿por qué hay salvajes
bordeando nuestra ciudad?
Kilian dio un respingo y los miró, asustado. Alice frunció el ceño cuando empezó a
gesticular a toda velocidad.
—Dice que es... ¡Ralentiza un poco, Kilian! —protestó—. Que tenemos que... ¡si lo
haces tan rápido, no puedo entenderlo!
—Siempre se quedan sin recursos después de las nevadas —siguió Alice—. Ha estado
raro porque le daba miedo pensar que pudieran venir aquí.
—¿Qué hacemos para que se vayan a otra parte? —le preguntó Rhett.
Esa vez, no hizo falta traducción. Kilian se limitó a negar con la cabeza.
—¿Quieres hablar con ellos? —preguntó, confusa—. Acabas de decir que no... La cortó
volviendo a gesticular.
—Dice que podríamos intentar llegar a un acuerdo con ellos. No conoce al nuevo
líder. Puede que no sea tan malo como el anterior.
—¿Un acuerdo con los salvajes? —Rhett no parecía muy convencido—. ¿Soy el único
que ha oído la parte en que le cortaban la lengua?
Kilian negó con la cabeza y volvió a mover las manos. Hubo un momento de
silencio cuando Alice lo miró, entrecerrando los ojos.
—No hay nada que una más a dos personas que un enemigo común.
CAPÍTULO 35
—¿Estás segura de esto? —preguntó Rhett en voz baja. Alice
—Rhett —murmuró—, ahora mismo no tengo ningún tipo de seguridad en nada, así que
necesito que la tengas tú por los dos.
Ella estaba tensa. Muy tensa. A su alrededor, tenía a los demás guardianes de la ciudad,
como Kilian había indicado, y también los mejores alumnos de Rhett, que era lo mejor a
lo que podían aspirar para defenderlos en caso de emergencia. La única persona ausente
era Davy, a quien había dejado al mando en su ausencia. Esperaba haber tomado la
decisión correcta. Kai lo sustituía como si fuera un guardián.
Porque... eso de dejar a Kai al mando no le había parecido la mejor idea del mundo.
De todas formas, Charles también estaba en la ciudad con los suyos. Y él sabía cómo
funcionaba eso de liderar. Era un alivio.
Kilian estaba de pie delante de ellos. Parecía muy tenso, también. Estaban esperando
que sus antiguos compañeros se manifestaran desde la entrada del bosque. Alice se
ajustó el dispositivo de la oreja y suplicó no tener que usarlo.
Davy y los de tecnología habían arreglado uno para cada uno de los guardianes los
guardianes y otro para Kai. Era la única forma que tenían de comunicarse entre ellos.
En todo caso, tenían todas defensas activadas. Alice sabía que llegarían a tiempo si
ocurría algo malo, pero seguía estando nerviosa.
Esperaba no tener que usar esas defensas. Nunca.
Tenía a Trisha y Kai por un lado. Cada uno más tenso que el otro. Al otro, Rhett, Jake y
Kilian. Detrás, seis alumnos avanzados. Entre esos alumnos —para su desgracia—
Charlotte. Podía caerle todo lo mal que quisiera, pero seguía siendo de las mejores
alumnas que tenía Rhett. Alice la miró de reojo y no pudo evitar apretar los labios cuando
la rubia le devolvió la mirada.
No le gustaba tener que depender de su ayuda. Ya había dependido de ella una vez y
Alicia había muerto.
Parecía que hacía una eternidad que esperaban en completo silencio cuando Kilian dio un
respingo. Alice frunció el ceño. ¿Qué pasaba? Vio que él ladeaba la cabeza y cerraba los
ojos para escuchar.
Entonces, Alice tragó saliva al ver que tres figuras salían del bosque. Eran dos hombres y
una mujer. Los tres iban vestidos de la misma forma que Kilian cuando lo habían
encontrado. Poca ropa —especialmente para esa época del año—, rota y sucia. Todos
tenían el pelo por los hombros e iban armados con lo que a Alice le parecieron cuchillos
hechos a mano. No los estaban sujetando — estaban en sus fundas— pero no le gustaron
de todos modos.
Alice sabía que tenía razón, pero no dijo nada. Le daba la sensación de que un montón de
ojos la observaban entre las ramas de los árboles. Y, probablemente, no estaba equivocada.
Miró a Kilian y vio que él se había adelantado unos pasos. El hombre salvaje que estaba
en medio, un poco más forzudo que sus compañeros y con expresión sombría, miró
fijamente al niño. Kilian no se detuvo hasta que estuvo delante de él.
Hizo un gesto, pero Alice no pudo verlo porque le daba la espalda. El hombre gruñó
un sonido gutural e hizo un gesto con la cabeza a sus dos compañeros.
Ellos dieron dos pasos atrás y Alice vio que Kilian también se apartaba,
mirándola.
La había advertido de que los salvajes no se tomarían demasiado bien eso de tener una
chica tan joven como competencia, así que habían optado por pretender que Rhett era
el líder de la ciudad.
Rhett la miró un momento antes de avanzar hacia el hombre. Alice lo siguió y se quedó de
pie entre ambos, más nerviosa que nunca. Iba a ser la traductora.
Genial, ¿verdad?
Pero no era algo que fuera a decirle, claro. Su relación había mejorado, pero seguía sin ser
la ideal.
El hombre murmuró algo en un idioma extraño mientras hacía gestos con las manos. No
despegó los ojos de Rhett. Alice se apresuró a traducir.
—Cree que eres muy joven para ser líder de una ciudad —murmuró Alice.
Alice se encogió un poco cuando el hombre la miró, pero hizo los gestos de todas
formas. Él entrecerró los ojos y volvió a gesticular.
—Dice que quiere que los demás retrocedan —murmuró Alice.
—¿Ya está todo listo para que el señor se sienta a gusto? —preguntó Rhett en voz baja.
—Mi gente tiene hambre... pero... eso no quiere decir que queramos confiar en vosotros.
Solo... queremos alimentos para poder pasar lo que queda de invierno.
Alice lo tradujo y volvió a recitar como si se hubiera dedicado a eso toda su vida.
Alice dudó un momento antes de traducirlo. Para su sorpresa, el hombre sonrió y sacudió
la cabeza.
—Otros tiempos, otro líder —murmuró ella—. Solo quiero que mi gente viva.
—Si ninguno de los míos sufre ningún daño, tendréis acceso a nuestras ciudades sin
ningún tipo de palabra —tradujo Alice, perpleja—. De por vida.
—Dice que... —Alice intentó entender todos los gestos rápidos— siente lo que te pasó en
la cara.
Rhett se tensó al instante, perdiendo por un momento la postura segura que había
adoptado. Alice también parecía confusa.
—¿Qué? —preguntó Rhett, frunciendo el ceño.
—Dice que tuvieron un líder cruel —murmuró Alice—. Y que no fuiste el único.
El hombre agarró la manga su camiseta vieja y la subió. Los dos vieron cicatrices
idénticas a las que tenía Rhett en las manos. Ella vio que él se quedaba pálido por
un momento.
Rhett permaneció en silencio unos segundos que parecieron eternos. Después, levantó los
ojos y los clavó en Alice.
Alice miró al hombre. Había estado mucho tiempo con humanos. Había aprendido
algunas cosas sobre ellos. La primera era que mentían peor que los androides. Siempre
tenían ciertos gestos nerviosos que los delataban. La segunda era que, aún así, mentían
considerablemente más que los androides. La tercera —y última—... que, a veces, eran
demasiado rencorosos.
Y, al ver a ese hombre, solo vio a alguien intentando sobrevivir. Igual que ellos. Miró a
—Si los dejamos cruzar —Alice miró a Rhett—, ¿te enfadarías conmigo?
Rhett asintió con la cabeza una vez al hombre, que hizo lo mismo. Había gestos
universales. Entonces, se dio la vuelta y se volvió a marchar con los suyos, desapareciendo
en el interior del bosque.
—Ha sido muy fácil —murmuró Trisha—. No es normal que las cosas sean tan fáciles
para nosotros.
Volvieron a los dos coches que habían usado para ir ahí. Alice estaba metiendo uno de
los fusiles en una caja de la parte de atrás de su coche cuando notó que alguien se le
acercaba. Puso mala cara cuando vio que era Charlotte.
—Hola —murmuró.
Alice tardó en responder, frunciéndole el ceño a la caja, que empujó para que quedara en
su lugar.
—Deberías estar con tus compañeros, soldado —le dijo sin mirarla.
Se dio la vuelta y avanzó hacia el resto de cajas que quedaban por cargar. Habían traído
munición de sobra por su pasaba algo. No pudo evitar suspirar cuando escuchó que la
seguía.
—Sé que no empezamos con buen pie —empezó Charlotte, apresurándose a seguirla
—, pero... no tiene por qué ser así. Mira, Alicia, yo no...
—No me llamo así —Alice se detuvo y la miró—. Yo no soy esa chica. No quiero ser tu
amiga. Ni nada tuyo. Así que no intentes enredarme hablando, porque no funcionará.
Charlotte apretó los labios y decidió obedecer. En cuanto estuvo a una distancia decente,
Rhett le quitó la mano del hombro a Alice.
Jake se había acercado a ellos con una sonrisa de oreja a oreja. Kilian, a su lado, también
sonreía ampliamente.
—Hoooola —les dijo Jake con demasiada felicidad—, ¿sabéis lo guapos que estáis
hoy?
—Quiere algo —le dijo Alice a Rhett.
—¿Crees que hemos hecho bien? —preguntó Alice en voz baja, acuclillada en la parte de
atrás, mientras pasaba las cajas de munición a Rhett.
Él se encogió de hombros.
Alice se detuvo cuando escuchó un horrible pitido en su oreja. Puso una mueca y se
llevó la mano al dispositivo que tenía ahí. Vio que los demás también habían dado un
respingo.
—¡Maldito Davy! —protestó Trisha—. No sabe arreglar una mierda.
—En realidad... yo arreglé esos —murmuró Kai, sentado a su lado con las
mejillas ruborizadas.
—No...
—¿Alice? ¿Hola? —la voz de Davy a través del auricular hizo que todos se tensaran al
instante.
No pudo terminar... porque Jake acababa de girar la llave y el motor rugía. Alice y
—¿Qué cojo...? —intentó maldecir Trisha cuando vio que Jake, muy serio,
cambiaba de marcha y respiraba hondo.
No le hizo caso.
De pronto, el coche dio un acelerón tan brusco que Alice se cayó de culo en la parte de
atrás del vehículo. Rhett corrió la misma suerte, pero él consiguió estirarse y cerrar la
puerta para que nada saliera volando. O nadie.
Jake contuvo un grito y dio un volantazo, volviendo a ponerse en el camino. Eso hizo
que Alice, que había conseguido separarse, saliera volando y cayera sobre Rhett otra
vez. Los dos se quedaron enredados en el suelo, rodando de un lado a otro. Alice se
hubiera reído por la cara de enfado de Rhett si no hubiera sido porque iba en un coche
conducido por un niño de catorce años.
—¡Jake, para el puto coche! —le gritó Rhett, sujetándose al respaldo del asiento de
Trisha y ayudando a Alice a hacer lo mismo.
—¡No tenemos tiempo que perder! —gritó él—. ¡Y conduzco genial, envidiosos!
Dio otro volantazo y volvió a acelerar. Las cajas de munición rodaron por todas partes.
Alice intentó sujetarlas y volvió a rodar por la parte de atrás como una idiota.
—¡Te recuerdo que ahora yo también soy guardián, no puedes darme órdenes!
—¡Te daré órdenes hasta que te mueras! ¡Para el puto coche de una vez!
—¡No!
—¡Sí!
—¡NO!
—¡SÍ!
—Por ahora, los estamos conteniendo, pero no sé cuánto tiempo podremos hacerlo.
—¡Charles está al otro lado de la ciudad y no tiene un dispositivo! ¡Como esto siga así,
yo...!
—¡Jake! —Alice se olvidó de todo su pánico por un momento y vio que él daba un
respingo—. ¡Acelera al máximo este trasto!
—¿Te has vuelto completamente loca? —Rhett la miró con los ojos muy
abiertos—. ¡Jake, ni se te ocurra!
—¡Yo soy la líder! —le dijo Alice—. ¡Así que acelera el coche!
—¡Jake!
Dio un pisotón ruidoso al acelerador que hizo que todo el mundo se pegara a sus
asientos menos Alice y Rhett, que salieron disparados hacia las puertas cerradas de la
furgoneta. Alice esquivó un arma que iba a caérsele encima mientras Jake sorteaba
los árboles a toda velocidad.
—Y tú te preocupabas por los salvajes —murmuró Rhett, negando con la cabeza mientras
se sujetaba donde podía—. El loco asesino ha estado entre nosotros todo este tiempo.
—¿Qué le pasa ahora al rarito? —preguntó Trisha—. ¿Le está dando un ataque?
—Sí, ahora solo tendremos el pequeño problema de que nos están intentando invadir. ¡Qué
bien! —sonrió Trisha irónicamente.
Alice se asomó entre los asientos y vio toda la gente que había en el camino de entrada del
edificio principal. Jake no frenó, pero pareció no saber qué hacer.
—¡Jake! —Alice lo miró al ver que dudaba—. ¡Están invadiendo nuestra ciudad, no son
buena gente, no dudes en pasarles por enc...!
Se detuvo cuando chocó con lo que quiso pensar que era un obstáculo sin vida y ella
volvió a rodar con Rhett. Entonces, mientras rodaban, escuchó el chillido de unos
neumáticos frenando a toda velocidad. Olía a quemado. El coche se detuvo de golpe y
Alice chocó contra Rhett, que se había quedado con la espalda pegada en la pared del
coche.
Alice y Rhett se miraron y, como si lo hubieran organizado así, agarraron un fusil cada
uno. Trisha se giró y agarró una pistola, cargándola como Rhett le había enseñado para
hacerlo con una mano. Los otros tres parecían aterrados.
Ellos salieron y se ocultaron en la parte que daba con la puerta del edificio principal. Alice
escuchó a Trisha empezando a disparar mientras ella se metía toda la munición que podía
en sus bolsillos. Cargó su fusil y se pasó la correa.
—Que sepas que la correa sigue siendo fea y sigue apretándome las tetas —
murmuró.
Rhett esbozó una pequeña sonrisa, poniendo una mano en la manilla de la puerta.
—¿Lista?
Rhett abrió de un portazo y se deslizó hacia el lado en que estaban los demás. Alice hizo
lo mismo y una bala le silbó al lado de la oreja cuando estuvo a punto de rozarla. Se
agachó tras la rueda y vio que Kilian, Kai y Jake estaban agachados, aterrados,
abrazados entre ellos. Rhett y Trisha estaban al otro extremo, disparando.
Alice respiró hondo, cerrando los ojos, y quitó el seguro a su arma. Eran malos. Tenía
que matarlos. No le quedaba otra.
Fue casi automático. Vio un uniforme negro y apretó el gatillo casi sin apuntar. No se
quedó esperando a que se cayera al suelo —que lo hizo. Pasó a la siguiente. Apuntó a la
cabeza y siguió disparando. Un disparo por persona.
Cuando terminó el cargador, se apartó un momento para seguir cargando. Cuando volvió
a girarse, vio que ya no quedaba nadie de pie. Trisha y Rhett ya abrían la puerta principal.
—Pero...
—¡Ahora, Anya!
Cuando se aseguró de que el pasillo estaba vacío para ellos, se giró en redondo y volvió
con los demás, llevándose una mano a la oreja.
No hubo respuesta. Alice volvió a disparar a una mujer de negro y lo intentó de nuevo.
Sin embargo, algo la golpeó en la cara con fuerza en ese momento. Alice cayó de
espaldas al suelo de un duro golpe que la dejó sin aliento por un momento. Le habían
dado en la mandíbula con la culata de un arma. Parpadeó, mirando hacia arriba.
Oh, no.
El padre de Rhett, Ben, ahora líder de la Unión, la apuntaba con una pistola.
Alice hizo un ademán de agarrar el fusil que tenía en el suelo, pero él le pisó la muñeca
con fuerza, inmovilizándola. Intentó no demostrar que eso dolía..
Ella pensó a toda velocidad, pero no se le ocurrió nada que pudiera evitar que la matara.
Tragó saliva cuando le quitó el pie de la muñeca y levantó las manos en señal de
rendición.
—Sea lo que sea que os haya dicho el padre John... —empezó, incorporándose poco a
poco hasta quedarse sentada.
—No nos ha dicho nada, querida —replicó Ben, mirándola— Lo único que necesitamos
saber es que tienes algo que le pertenece. Y vamos a recuperarlo.
Alice respiró hondo e hizo algo muy estúpido que, probablemente, hubiera hecho que
Rhett quisiera matarla.
Se tiró hacia delante con rapidez y apartó la pistola de Ben de un manotazo. Escuchó el
disparo junto a ella, pero ni siquiera la rozó. La pistola salió volando y ella le enganchó el
brazo, tirándolo al suelo. No podía creerse que le hubiera ido bien. Su corazón latía a toda
velocidad cuando consiguió sujetar a Ben contra el suelo, mirando a su alrededor en busca
de ayuda.
Fue entonces cuando Ben le dio un puñetazo en la cara, haciendo que cayera al suelo de
espaldas de nuevo. Antes de poder reaccionar con el sabor a sangre que tenía en la boca,
se sentó encima de ella y le rodeó el cuello con las manos, apretando con fuerza. Él tenía
los labios apretados. Alice intentó moverse cuando notó que no podía respirar, pero
estaba completamente inmovilizada.
Sintió que la cabeza la daba vueltas mientras intentaba librar sus brazos, pero era
imposible. Intentó respirar, pero no podía. Su cuello ardía. Estaba mareada. Y dolía.
Dolía mucho.
Alice desistió y dejó de intentar mover los brazos y las piernas, cerrando los ojos. La
presión hacía que pareciera que su cabeza iba a estallar. Solo podía ver un punto rojo.
Abrió los ojos cuando notó que había dejado de tener un cuerpo sobre el suyo. Se llevó la
mano al cuello enseguida, tosiendo con dificultad. Le ardían los pulmones cuando miró a
su alrededor, confusa.
Y ahí estaba, como un ángel caído del cielo, Max ofreciéndole la mano para
ayudarla a levantarse.
—Venga, de pie —le dijo.
Alice parpadeó varias veces para asegurarse de que era real y no estaba soñando. Aceptó
su mano y se puso de pie, agarrando el fusil. A su lado, dos guardias esposaban al padre de
Rhett, que gruñía maldiciones. Tina miraba a su alrededor, horrorizada.
—¿Dónde están todos? —la cortó Max con voz sorprendentemente tranquila.
—En la cafetería. La mayoría de los guardias están también ahí. Charles está en la otra
entrada, conteniéndolos.
Tina se apresuró a desaparecer por el pasillo con dos guardias. Max miró el cuello
de Alice y luego hizo un gesto.
—Ven conmigo.
—¿Dónde vamos?
Max se detuvo de golpe. Alice hizo lo mismo, confusa, y siguió su mirada. En cuanto
vio lo mismo que él, se quedó helada.
Eve estaba ahí de pie, con la parte baja de la bata mojada. Estaba pálida y temblorosa.
Entonces, Rhett, Trisha y Jake aparecieron de la nada por el otro pasillo. Los tres se
quedaron helados al ver la misma escena que Max y Alice.
Pareció que nadie sabía qué hacer durante unos momentos. Max fue el primero en
reaccionar.
Eve negó con la cabeza. Le temblaban las rodillas y parecía que estaba a punto de llorar.
—Id al hospital —les dijo—. Voy a por Tina. Jake, encárgate de que todo vaya bien
hasta entonces.
Todos se apresuraron a bajar mientras Alice y Trisha cubrían las espaldas a los chicos. El
pasillo estaba desierto cuando Rhett abrió de una patada y dejó a Eve en una de las
camillas. Jake estaba a su lado. Parecía aterrado. Todos lo estaban.
Entonces, Trisha gritó algo y Alice vio que se escondía tras la puerta,
asomándose al pasillo. Escucharon disparos. Lo que les faltaba.
Vio que ella intentaba recargar con una mano tan rápido como podía, pero era imposible
que fuera suficiente. Sin pensarlo, agarró el fusil y se colocó a su lado, disparando también
a los que había al otro lado del pasillo.
El pobre Rhett se había quedado solo con Eve y Jake a unos metros.
—¡Perdón! Es que... tiene que... calmarse. Hasta... que venga Tina. Ella sabrá que hacer.
Rhett parecía muy tenso mientras Alice y Trisha seguían disparando en el pasillo.
Alice puso una mueca cuando intentó mirarlos y estuvieron a punto de darle. Apuntó
bien y consiguió acercar a uno de ellos, pero seguían quedando cuatro. Volvió a
esconderse.
Vio, de reojo, que Rhett arrancaba las sábanas de otra cama y las pasaba a Jake. Él las
dejó a un lado, temblando. Eve echó la cabeza hacia atrás y gritó de dolor.
—¡AAAAAAHHHH!
—¡No es humana! —les gritó Alice—. ¡Su cuerpo no funciona como el de un humano!
—Mírame —le dijo con sorprendente calma—. Respira. Relájate. Inspira por la nariz y
suéltalo por la boca. Eso es... vosotros dos también podéis hacerlo, histéricos.
—Tiene que... dilatar... eso —Jake señaló sus piernas—. Tenemos que
colocarla... eh...
Trisha puso los ojos en blanco y colocó a Eve con las rodillas flexionadas y las piernas
separadas.
—¿Está a punto de parir y os preocupa ver una maldita vagina? —les gritó.
Alice contuvo la respiración cuando consiguió derribar a otro. Tres restantes. Jake
corría por el hospital, recogiendo cosas a toda velocidad. Alice apuntó y disparó.
Dos.
Eve gritó, llorando desesperada. Trisha le apretó la mano mientras Rhett la miraba,
tragando saliva.
Alice se quedó pálida cuando vio que él empezaba a remangarse la camiseta, respirando
hondo.
—Mierda —repitió.
—¡Vale! —Jake se detuvo a toda velocidad y dejó una serie de cosas junto a Rhett
—. Yo... eh... ¿cómo demonios va a salir eso de ahí?
—Respira hondo —insistió Trisha a Eve con voz tranquila antes de girarse hacia Jake,
furiosa—. ¡Y tú céntrate de una vez!
—¡Sí, perdón! —chilló Jake, mirando a Eve—. Eh... empuja con fuerza cuando te duelan
menos las contracciones.
Eve se puso roja como un tomate cuando el dolor disminuyó y empezó a empujar
con fuerza. Apretó la mano de Trisha, que se puso también roja.
Alice apretó el gatillo. El último cayó al suelo.
Cerró las puertas y respiró hondo antes de volver corriendo con los demás. No pudo llegar
antes de que Rhett la mirara.
Alice asintió torpemente con la cabeza y encendió el dispositivo de su oreja para oírlos
en todo momento. Se colgó el fusil de la espalda y salió corriendo hacia la puerta,
empujándola. Los pulmones le ardían mientras subía las escaleras a toda velocidad.
Terminó de subir las escaleras y volvió a agarrar el fusil para disparar a tres personas de
negro. Tuvo que esconderse para que no le dieran.
—¡Jake! —gritó Rhett en busca de ayuda—. ¡Estaría bien que me dieras alguna
indicación!
—¡Yo no...! ¡Eve, tienes que empujarlo tú! ¡No podemos ayudarte!
Alice se asomó al tercer disparo y vio que estaba sola de nuevo. Corrió por el pasillo y
vio que Max y Tina estaban atrapados en la cafetería porque había un grupo vestido de
negro delante de sus puertas.
¿Y ahora qué hacía?
—¡Rhett, tienes que sujetarle la cabeza en todo momento! ¡Es muy importante!
Alice contuvo la respiración, pensando a toda velocidad. Tina tenía que llegar a ese
hospital. Y estaba ahí encerrada.
Solo había una manera de que pudiera salir, y esa era distrayendo a los
guardias.
Respiró hondo y se puso las manos alrededor de la boca para poder gritarles.
—¡Hey! —todos se giraron hacia ella a la vez—. Si habéis venido a por la hija del
padre John, enhorabuena. Porque la habéis encontrado.
Entonces, todos empezaron a correr hacia ella a la vez. Alice se dio la vuelta y echó a
correr también hacia la entrada del edificio. Escuchó gritos a sus espaldas mientras
seguía corriendo. Al menos, no la estaban disparando.
—¡DUELE!
Alice empujó la puerta de la entrada y salió corriendo hacia la zona de los coches.
Ellos seguían persiguiéndola. Solo esperaba que Tina estuviera llegando al
hospital.
—¡NO! —gritó Jake—. ¡Tiene que empujarlo ella! ¡No tires de él!
Alice apenas podía respirar cuando se metió entre todos los coches abandonados,
despistando a los que la seguían. Se detuvo cuando vio que la buscaban al otro lado y se
apresuró a escabullirse para llegar a la entrada trasera sin ser vista.
Alice oía gritos y llantos a través del auricular, pero ella no hizo un solo ruido mientras se
apresuraba a correr hacia la ahora desierta puerta de atrás.
Eve seguía llorando cuando Alice entró de nuevo en el edificio, deshaciéndose de otra
persona vestida de negro. Siguió corriendo.
—Eso es, Eve —dijo la voz tranquila de Tina en medio del caos.
Ella lloraba y gritaba, pero... Alice dejó de oírlo. Había tropezado y el auricular había
salido de su oreja. Soltó una palabrota muy impropia de ella cuando vio que se había
roto. Lo dejó en el suelo y volvió a incorporarse, corriendo escaleras abajo.
Casi volvió a tropezarse cuando llegó al pasillo del hospital. Sonrió cuando
escuchó un bebé llorando y casi le entraron ganas de llorar a ella. Abrió las puertas
y se quedó mirando a los demás con una sonrisa emocionada.
La sonrisa desapareció cuando vio que Jake estaba llorando. Parpadeó varias veces, sin
entender. Rhett sujetaba el bebé mientras Tina miraba a Eve. Había mucha sangre. Por
todas partes. Alice se acercó lentamente.
Justo cuando cubrieron la cabeza de Eve con una sábana. Max agachó la cabeza.
—Descansa en paz.
***
Las siguientes horas parecieron extrañamente largas. Tina se encargó del bebé enseguida
y les aseguró que estaba bien. Max había vuelto a adoptar la faceta de líder y estaba
reorganizando a todo el mundo. Rhett lo ayudaba. Trisha estaba con los de las caravanas.
Todo el mundo hacía algo... menos Alice.
Ella estaba sentada en el tejado. Tenía las piernas colgadas en el vacío, pero no
importaba. Lo último que le preocupaba en esos momentos era caerse. Su cerebro era
una mezcla de emociones y no le gustaba ninguna de ellas.
Eve estaba muerta. Davy había muerto, también. Ahora, Kai sería el nuevo
guardián de tecnología. Más de veinte de los suyos y diez de los de las caravanas
habían muerto. Apretó los labios.
Escuchó pasos detrás de ella, pero no se dio la vuelta. Alguien se detuvo y también
suspiró. Max. La observó un momento.
—¿Has oído hablar alguna vez de las consecuencias de caerse de un quinto piso? —
enarcó una ceja.
—No demasiado.
De todos modos, se puso de pie y se alejó un paso del vacío, sacudiéndose los
pantalones. No se había cambiado y seguía teniendo sangre seca en las manos y la ropa.
Max la miró, pero no dijo nada. Ella tampoco.
—Eso parece —Max esbozó lo que pareció la sombra de una sonrisa—. Te ha sentado
bien como entrenamiento. Hay que saber operar bajo presión.
—Los salvajes nunca se habían aliado con nadie —él volvió a ponerse serio—. Nunca.
De hecho, no creo que hubiera llegado a planteármelo jamás.
—Y tú fuiste quien aprendió a comunicarse con él —Max enarcó una ceja—. Y quien
puso las defensas en la ciudad. Y quien se dejó perseguir por seis guardias para que
pudiéramos llegar al hospital. Y quien negoció con los salvajes sin saber qué
sucedería. Deja de restarte importancia.
Hizo una pausa, mirándola. Alice notó que se le encendían las mejillas. Max se metió las
manos en los bolsillos.
—Es lo más cercano a un halago que vas a recibir de mi parte, así que
confórmate.
Alice suspiró.
—Exacto. Solo eso. En ningún momento he dicho que ya supieras lo necesario para
dejar de ser alumna.
Alice suspiró y se miró a sí misma de nuevo. Ver la sangre en su ropa era horrible. Le
recordaba a lo que había pasado con Eve. Tragó saliva con fuerza.
—Están muertos —decirlo en voz alta era todavía peor. Apretó los labios—. Si
hubiera sido más rápida, yo...
—Están muertos, sí —él la miró—. Davy sabía que era posible. Eve también lo sabía.
Tina se lo había advertido. Que ella y el bebé sobrevivieran era casi imposible. Cuando
experimentaron con ella, no tuvieron en cuenta que su cuerpo no estaba preparado para
un parto. Eve sabía que la cosa estaba entre ella y el bebé, y siempre dejó claro que
quería que el bebé viviera.
—Y está vivo gracias a ti, a Jake, a Rhett y a Trisha... y gracias a toda la gente que luchó
contra los que entraron aquí.
—¿Tiene... nombre?
—Todavía no.
—Deja de pensar que es culpa tuya. No es culpa de nadie. No había nada que se
pudiera hacer para salvarla. Solo quería que su hijo viviera. Ahora, ese niño tiene la
oportunidad de vivir.
—Y ellos se la quitaron a Eve —Alice parpadeó cuando notó que se le llenaban los ojos
de lágrimas de rabia—. Se lo quitaron todo. Solo por entretenimiento.
—Siempre nos han tratado como basura. Siempre. Como si solo fuéramos un juguete.
Como si jugaran a ser Dios con nosotros. En mi zona, ni siquiera teníamos derecho a
hablar de sentimientos porque eran algo humano que nosotros jamás tendríamos
derecho a sentir. Jamás. Y nos lo dejaban claro.
¿Sabes lo que hacían con la gente que no estaba de acuerdo con ellos? ¿Con los que se
atrevían a poner en duda todo lo que nos habían metido en la cabeza? Les cortaban la
mano. Y eso si decidían no matarlos.
—Nunca me trataron como una humana —le dijo en voz baja—. Nunca me trataron
como si tuviera derecho a algo. Nunca. Siempre fui un maldito trozo de carne con el que
jugar. La primera vez que sentí que era algo, que podía llegar a serlo... la primera vez
que sentí que podía hacer algo importante... la primera vez que... que, finalmente,
pertenecía a algo... a una familia... fue con vosotros.
»Se suponía que él era mi padre. Fue el padre de la humana que me precedió. Fue mi
creador. Pero nunca, jamás, me ha tratado como a una hija. Jamás.
Estaba dispuesto a matarme con tal de llegar a su maldito experimento. Con tal de poder
seguir haciendo lo que está haciendo a androides como Eve, que no tienen la maldita
culpa de ser así. Ellos nos crearon, pero nos repudian. No tiene sentido.
»Lo que han hecho con Eve... no es justo. Ella tenía derecho a vivir. Tenía derecho a
poder elegir. Le quitaron ese privilegio. Y lo harían con todos nosotros si pudieran. Ni
siquiera parpadearían al dar la orden porque, para ellos, no somos más que números de
serie.
No sabía por qué estaba soltando todo eso, pero se sentía como si se estuviera quitando un
gran peso de los hombros.
—No entiendo por qué nos tratan así —hizo una pausa cuando su voz se rompió—. Yo
me siento humana. Me da igual tener un número en el estómago. Me da igual que mi
sistema funcione con un núcleo. Me da igual. Sé lo que son los sentimientos. Sé que... lo
que siento es real. O quiero pensar que lo sé. Que soy más que una maldita máquina más
con la que jugar.
—No soy solo eso, ¿verdad? —preguntó en voz baja, intentando no llorar—. Soy más
real de lo que creen, ¿verdad?
Al cabo de unos segundos, se sorprendió cuando Max le puso una mano en el hombro,
mirándola.
—Eres real —le dijo lentamente—. Lo que sientes, lo que haces, todo es real. Y no
dejes que nadie te haga pensar que no lo es.
»Lo que han hecho con esa chica es injusto y desearía no tener que ser yo quien te diga
esto, pero así funciona el mundo. Así ha funcionado siempre. Quien tiene poder se
aprovecha de él y, quien no lo tiene, hace lo que puede por sobrevivir. No hay más. No
hay nada que podamos hacer.
Max la observó unos instantes, analizándola. Después, levantó lentamente una ceja y Alice
supo que había adivinado sus intenciones.
—Matarlo no solucionaría nada.
—Él es símbolo de su bando —le dijo Alice—. Si el padre John cae, todos caen con él.
—No quiero su apoyo —ella frunció el ceño—. No quiero el apoyo de unos sádicos que
son capaces de cualquier cosa con tal de satisfacer su necesidad de creación. Quiero
gente buena. Quiero gente que quiera vivir para ser feliz, no para hacer infelices a los
demás.
Max la observó en silencio. Pareció que había pasado una eternidad cuando habló.
—No quiero ir a por él todavía —replicó a Alice—. Ahora mismo, tenemos a uno de sus
mayores dirigentes en nuestras manos.
—¿Un mensaje?
—Sí —ella apretó los labios—. Que, a partir de ahora, las cosas van a cambiar. Mucho.
CAPÍTULO 37
Cuando Alice bajó las escaleras, sintió que se había quitado un gran peso de encima. Fue
directa a la cafetería y saludó a unos cuantos que le hablaron, pero su objetivo era claro.
¿Dónde estaba Rhett?
—No.
Ella sonrió un poco y cerró la puerta a su espalda. Se acercó a la cama, se quitó las botas y
se metió en la cama con él. Rhett se dio le vuelta y se quedaron mirando el uno al otro.
Alice se acercó a él y le pasó una mano por la mejilla.
—De todos los idiotas que hay en el mundo —murmuró él—, van y atrapan a mi padre.
Alice sonrió un poco, siguiendo con los ojos el recorrido que hacían sus dedos en su
cuello y en su mandíbula. Rhett no se movió cuando recorrió la cicatriz con las yemas de
los dedos. De hecho, pareció relajarse.
—...que le harán un juicio —terminó él—. Mañana. Y yo tendré que ser uno de los
jueces. Soy guardián.
Alice lo observó en silencio. No dejó de acariciarle la cara porque parecía relajarlo.
Además, a ella le gustaba. Y Rhett no se dejaba acariciar siempre. Tenía que aprovechar.
—Max no te pondría en esa situación si no supiera que lo harás bien —murmuró ella.
—Es mi padre.
—¿Y cuál es la alternativa? ¿Dejar que vuelva con los suyos para que nos vuelva a
atacar?
Alice se quedó un poco impactada al oír lo de las bofetadas, pero decidió no indagar más
en el tema. A Rhett parecía ponerle triste. Pasó la mano por encima de su oreja y le
acarició la nuca, acercándose un poco más a él.
—Siento oír eso.
—¿Sabes lo que me decía cuando era pequeño? —preguntó en voz baja—. Que lo que
hacía cuando me obligaba a entrenar durante horas era por mi bien. Que cuando golpeaba
a mi madre era por su bien. Que, cuando me obligaba a entrenar hasta que mis músculos
no podían más, era por mi bien. Porque me quería.
—Él nunca ha querido a nadie, Alice. Nunca lo hará. No sabe cómo es querer a alguien.
Quererlo de verdad. Ni siquiera a sí mismo.
De pronto, Alice tuvo algo muy claro todo lo que le había dicho Rhett en su día, todo ese
miedo de ser como su padre... era porque nunca se había sentido querido y le daba miedo
no saber querer a alguien cuando llegara el momento. Lo observó en silencio y siguió
acariciándole la nuca con las manos. Tenía miedo de no poder querer a alguien. Tenía
miedo de no ser capaz de hacerlo.
Se inclinó hacia delante y unió sus labios durante un breve momento. Cuando se separó, lo
miró a los ojos.
Rhett entreabrió los labios, mirándola fijamente. No parecía saber qué decir. Alice
volvió a sentirse como si se quitara un gran peso de encima. Esperó una respuesta. Sabía
que a Rhett le resultaban difíciles esas cosas. Nunca había tenido que expresar sus
sentimientos con nadie.
***
Alice disfrutó de no tener ninguna responsabilidad esa mañana. Max le había perdonado
las clases del día, así que aprovechó para hacer lo que había tenido en mente toda la
noche, viendo como Rhett dormía plácidamente.
Era la primera vez en su vida que había dicho a alguien que lo quería o lo amaba... no
entendía muy bien la diferencia de esas dos cosas, pero sí entendía lo que sentía por
Rhett. Por eso, bajó las escaleras hacia el sótano.
Max había asignado a Charles la custodia de Ben, así que él era el máximo
obstáculo que podía encontrarse.
Era alentador.
Efectivamente, se encontró con dos miembros de las caravanas al final de las escaleras que
la miraron con suspicacia.
—¿Tienes órdenes de estar aquí? —preguntó uno de ellos.
El otro desapareció para volver, un minuto más tarde, con Charles. Él sonrió
ampliamente al verla.
—La heroína de la ciudad —empezó a reírse—. Está mal que un drogadicto haga
esa broma, ¿no?
Charles y sus dos hombres empezaron a reírse. Alice esbozó media sonrisa.
Era una habitación considerablemente grande y bien iluminada. Todo era de hierro o
cristal menos el suelo y las paredes. Alice vio que había tres cabinas de cristal
amuebladas exactamente iguales pegadas entre sí. Dos de ellas estaban vacías. La última,
tenía a Ben sentado en la cama.
Tenía la mirada clavada en la pared y las manos entrelazadas, esposadas. Alice se acercó
a él y vio que su puerta era la única cerrada. El cristal era muy grueso y su única abertura
eran varios agujeros por los que entraba el oxígeno. Era imposible escaparse de ahí.
Ben se giró para mirarla. Al ver quién era, esbozó una sonrisa irónica y negó con la
cabeza, volviendo a clavar los ojos en la pared.
Al ver que no respondía, agarró una de las sillas del fondo de la habitación y la arrastró
hasta quedarse delante de él. Se sentó y apoyó las manos en las rodillas. Tenía que
centrarse en su objetivo. Ben la miró de reojo.
—Pues tienes suerte de que no pueda salir de aquí —masculló él de mala gana—.
Porque lo último que quiero hacer ahora es hablar con un maldito androide.
—Van a juzgarte —le dijo, y siguió hablando al ver que él hacía un ademán de interrumpir
—. Sé que lo sabes, pero van a juzgarte dentro de poco. Rhett estará entre los que te
juzguen.
—Quiero que, en el juicio, digas que te arrepientes de lo que has hecho con todos
esos androides, de entrar en esta ciudad y de todo lo que se te ocurra mencionar. Y
que des tu palabra de que jamás volverás a hacer algo similar.
—Vale, eres entretenida —dijo, casi llorando de la risa—. ¿Es eso lo que ha
necesitado mi hijo para follarse un androide? ¿Reírse un poco?
—¿Y no te importa?
—Llevo mucho tiempo preparado para morir, chica —replicó él, sin inmutarse—.
¿Puedes decir tú lo mismo?
—Porque es lo que va a pasar —siguió Ben, mirándola—. Cuando muera, todos mis
hombres vendrán aquí y os matarán. Uno a uno. Una bala envenenada será suficiente.
Como la que usamos en tu amiga para que perdiera el brazo. Un solo roce... y ya está.
Tuviste suerte de que no las usáramos en el ataque de ayer.
—Tu padre está muy preocupado, chica —la interrumpió—. Está muy nervioso
pensando que tienes lo que sea que tengas suyo.
—No nos mandó a buscarlo —él soltó una risa irónica—. Yo quería acabar con todo esto.
Pensé que, si te mataba y me libraba de todos los demás, se acabaría todo esta guerra
absurda que tenéis montada.
Silencio. Alice frunció el ceño.
Alice no reaccionó cuando él se puso de pie y se acercó a ella. Golpeó el cristal con los
puños, mirándola. Las esposas tintinearon.
—¿Para eso has venido? —la miró con todo su odio—. ¿Para intentar salvarme la vida?
¿Por mi hijo? Es patético. No voy a mentir por salvarme. Y mucho menos para que tú
tengas la conciencia más tranquila. O para que él la tenga.
Rhett ha querido matarme por muchos años, chica, muchos más de los que hace que lo
conoces. Y va a tener que hacerlo, porque no pienso retractarme de una mierda.
Él se volvió a dar la vuelta y se sentó en su lugar. Alice cerró los ojos cuando supo que
no la estaba mirando. Odiaba que las cosas tuvieran que ser así, pero no iba a suplicarle
nada. Se dio la vuelta y avanzó hacia la puerta.
—Oye, chica.
Vio que en la mesa grande estaban sentados Kai, Jake, Trisha, Max, Tina y Rhett —por
ese orden—, cada cual más serio que el anterior. Todo eran susurros. Alice miró a Rhett
y vio que, aunque fuera imposible darse cuenta desde fuera, estaba nervioso. Él encontró
su mirada entre la gente al instante y Alice intentó animarlo como pudo sin decir nada.
Entonces, la puerta se abrió y los murmullos disminuyeron. Alice vio a Charles guiando a
sus hombres y a Ben hacia la silla que tenían delante de la mesa grande. La sentaron en
ella y dos guardias se quedaron de pie a ambos lados, vigilándolo. No le habían quitado
las esposas. Charles rodeó la mesa y se sentó al lado de Rhett, completándola. Ya estaban
los siete guardianes en su lugar.
La sala se quedó en silencio absoluto cuando Max le dedicó una mirada helada. Ben no
se molestó en dejar de reírse.
—Ahí tienes mi nombre —le dijo de malas maneras.
El silencio que siguió esa frase fue todavía más tenso. Alice tragó saliva cuando vio que
Rhett negaba con la cabeza, sin mirarlo.
—Ben —dijo Trisha, cortando la tensión—. Se llama Ben. Acabemos con esto.
—Estás aquí para juzgar lo que haremos a continuación contigo —le dijo con toda su
profesionalidad.
—No creo que haga falta un juicio para saber lo que haréis —murmuró Ben.
—Mi superior es un blando —soltó Ben de malas maneras—. Está tan centrado en
recuperar a sus hijos que no tiene en cuenta lo que estamos perdiendo por su culpa.
Alice se tensó al instante y miró a Jake, que había fruncido el ceño. Él no sabía que era
hijo del padre John o que era el hermano de Alicia. De hecho, ni siquiera sabía que
también lo había reclamado a él cuando había ido a la ciudad.
—No estamos aquí para discutir las decisiones de John en esta guerra —le dijo Max—,
sino tu papel en ella.
—Mi papel ha sido mantenerme fiel a lo que creo correcto. No me gustan los robots,
pero... es algo con lo que puedo vivir. Siempre y cuando no haya humanos
entrometiéndose de por medio. Ciudad Capital solo reclamó lo que era suyo. Su androide.
Y vosotros no se lo disteis. Es bastante sencillo.
—Ciudad Capital os ha estado engañando desde hace años —le dijo Tina suavemente—.
Os ha hecho creer que destruía los androides cuando, en realidad, son sus creadores. ¿Por
qué crees que puedes confiar en ellos ahora?
—Soy fiel a mi palabra —dijo, al final—. Si dije que estaba de su parte en todo eso, lo
sigo manteniendo. No soy un traidor —clavó la mirada en Kai, que se encogió en su
lugar—. Hacía mucho tiempo que no te veía, chico. Espero que te traten mejor aquí de lo
que te tratarán los míos cuando te atrapen. Nadie abandona la Unión sin consecuencias.
—Sí, os ataqué —Ben lo miró—. Y quise mataros. Lo habría hecho de no haber sido
porque os defendisteis. Ahora, matadme si queréis, pero no creáis por un solo segundo
que los míos no van a venir a vengarme. Porque lo harán. Y, cuando la Capital os pase
por encima, no quedarán más que cenizas. Entonces, os acordaréis del día en que
preferisteis a un androide antes que vuestra propia vida.
Hubo un silencio absoluto en la sala por unos segundos. Alice notó que Kilian le ponía
una mano encima de la suya y se la apretó un poco, contenta de recibir algo de apoyo.
—¿No vas a defenderte de ningún cargo? —la voz de Rhett resonó en toda la sala
cuando lo miró fijamente.
Alice le frunció el ceño sin entender. No pudo procesarlo. Tina ya estaba de pie.
Alice no entendía nada. Seguía sin entenderlo cuando Charles se puso de pie.
—No es nada personal —le dijo él, sonriente—, pero no me gusta la gente que va
escupiendo por la vida cuando le preguntan su nombre. Además, intentaste matarme, así
que... bueno, sí que es un poco personal. En fin... yo, Charles, voto porque te maten.
Volvió a sentarse y todo el mundo guardó silencio al mirar a Rhett, que se puso de pie
lentamente. Alice contuvo la respiración. Tres contra tres. Él iba a desempatar. Al final,
era su decisión.
Rhett lo pensó por lo que pareció una eternidad. Ben no se movió, devolviéndole la
mirada. Por primera vez, Alice vio algo de miedo en su rostro. No lo había en el de
Rhett, que se mantuvo impasible durante todos los segundos en que guardó el tenso
silencio.
Volvió a sentarse, mirándolo fijamente. Ben agachó la cabeza y miró el suelo con los
labios entreabiertos. Max ni siquiera había parpadeado. Volvió a ponerse de pie.
—En nombre de la mayoría de los guardianes de la ciudad, decreto que seas ejecutado
inmediata y públicamente.
De pronto, todo el mundo se puso de pie. Los guardias habían vuelto a agarrar a Ben de
los brazos y lo arrastraban por el pasillo. Todos lo siguieron hasta que estuvieron en el
patio delantero del edificio. Alice se quedó en primera fila, viendo como ponían a Ben de
rodillas en el suelo. Todos los guardianes se quedaron a un lado cuando Max sacó la
pistola de su cinturón y se acercó a él.
—No —Ben clavó los ojos en Rhett—. Quiero que lo haga él.
Alice miró a Rhett, que se había tensado visiblemente. Max también lo miró,
esperando una respuesta.
—¿Yo? —preguntó.
Hubo un momento de silencio absoluto seguido del sonido del disparo. Alice tragó saliva
cuando vio que él apretaba tanto el arma que tenía los dedos blancos.
Entonces, se atrevió a levantar la cabeza y vio que Jake la miraba, pálido de horror.
CAPÍTULO 38
El silencio tenso estaba presente cuando Max se aclaró la garganta. Estaban todos en la
trasera del edificio principal, junto a una de las salidas. Alice miró los múltiples
rectángulos de tierra que acababa de ser removida. Cada uno de ellos tenía una cruz —
aunque no entendió muy bien lo de la cruz— con un nombre en ella.
Realmente, no había llegado a llevarse de maravilla con Davy, pero lo había conocido
desde hacía mucho tiempo. Todavía recordaba su tiempo en Ciudad Central,
compartiendo litera con él. Le había pedido que se callara mil veces, le había dicho que
era una pesada otras mil, pero... también había sido el único que, durante su castigo, le
había dirigido la palabra, le había prestado libros y se había sentado con ella en la
cafetería.
Era cierto que la relación se había enfriado en la ciudad actual, especialmente cuando
Alice se había convertido en líder provisional, pero... ¿quién podía culparlo? Lo habían
puesto de guardián sin que él tuviera ni idea de cómo serlo.
Alice apretó los labios. La última vez que había hablado con él, lo había obligado a salir a
combatir a los soldados de la Unión. Y se lo había gritado. No era agradable pensar que
el último recuerdo que tendría alguien de ti era de un enfado.
Max había estado hablando, pero Alice había estado distraída. Rhett, a su lado, tenía la
mirada clavada en la que tenía el nombre de su padre. Habían decidido enterrarlo con
los demás, a pesar de todo. Lo había pedido el propio Rhett. Y nadie había protestado.
Por otra parte, Alice también miraba de reojo a Jake, que estaba junto a Kilian a la otra
punta del grupo. Miraba las tumbas con expresión vacía. Alice no había hablado con él
desde el día anterior, cuando Ben había soltado esa bomba. Jake ni siquiera le había
pedido explicaciones.
Y no las necesitaba para saber que la chica de la que hablaba Ben era Alice. En el
Desde el principio, Alice había sentido esa conexión especial con él. Como si lo conociera
de antes. Como si quisiera cuidar de él. Jake había admitido sentirlo, también. Y siempre
habían hecho eso, cuidar el uno del otro. Alice esperaba que la cosa no cambiara ahora que
sabía la verdad.
Finalmente, Alice vio que cada persona ahí presente se acercaba a una de las tumbas.
Vio a unos cuantos llorando. No quería estar ahí. Echó una última ojeada a su alrededor
y se apresuró a seguir a Rhett, que había vuelto a entrar en el edificio sin esperar a nadie.
—Oh, cielo... —suspiró—. Sabes que, si necesitas hablar con alguien, siempre me
tendrás disponible.
Hubo un momento de silencio y ella adivinó que no se había acercado solo para decir eso.
—¿Ocurre algo?
—No —Tina suspiró—. Bueno, yo... verás, Eve me dio esto antes de... de que me
marchara. Por si no volvíamos a vernos.
Alice vio que sacaba una pequeña nota de papel perfectamente doblado.
Se miraron la una a la otra un momento. Las dos vieron, de reojo, que Anya volvía al
edificio con otros androides. Max la miró de reojo al pasar, pero no dijo nada.
—Voy a hablar con nuestro gran líder —Tina sonrió—. Deberías ir a ver a Rhett, cielo.
Y aprovechad vuestro día libre. Os lo habéis ganado.
Era cierto. Era domingo. El día más feliz de la semana, supuestamente. El único día en
que no tenían nada que hacer. Alice nunca pensó que el no tener nada que hacer fuera a
ser tan sofocante.
Sabía que no le gustaría que le preguntara sobre el tema de su padre. Y que odiaría que le
preguntara si estaba bien.
—Yo tampoco —admitió Rhett, mirando su desayuno con poca hambre—. ¿Has hablado
con Jake?
—Igual debería aprovechar para hacerlo hoy. Siendo nuestro día libre...
Alice levantó la cabeza cuando vio que Kilian y Jake se acercaban a ellos. Kilian se
sentó, pero Jake no. Estaba evitando el contacto visual. Alice tragó saliva y se puso
también de pie.
Jake asintió con la cabeza. Alice echó una ojeada a Rhett, que dio un golpe a Kilian
en la mano cuando intentó robar comida de su bandeja.
Jake y Alice salieron de la cafetería justo cuando todo el mundo estaba llegando, así que
tardaron un poco más que de costumbre en llegar al patio trasero. Ya estaba desierto.
Alice miró a su alrededor en busca de algo en que sentarse, pero terminó optando por el
suelo. Se quedó ahí sentada con la espalda en el muro y Jake hizo lo mismo a su lado.
Por un momento, solo hubo silencio. Ninguno de los dos sabía qué decir.
—¿Lo sabías? —preguntó Jake, jugando con la tierra con los dedos. No quería mirarla a
los ojos.
Alice tragó saliva, apoyando los brazos en las rodillas. No iba a mentirle. Ya no tenía
sentido.
—Sí.
—No... no lo sé. Creí que... bueno... no quería que te enteraras así, Jake.
—¿Miedo?
—Pero...
—Desde el principio sentí que ya te conocía —murmuró Jake—. Al principio, pensé que
era cosa de los androides. Que todos hacéis sentir así a los humanos. Pero... no.
—Quiero saberlo.
Alice le relató los recuerdos que había tenido, intentando no omitir ningún detalle
importante. También le habló del padre John, de lo que había pasado cuando había ido a la
ciudad y de lo que había pedido.
Cuando terminó, hacía casi una hora que estaban ahí sentados. Jake la miraba con una
mueca de confusión.
—¿Todo eso ha pasado sin que me diera cuenta?
—No importa —murmuró él, negando con la cabeza—. Entiendo por qué no lo hiciste.
Aunque... me hubiera gustado que confiaras en mí.
—Confío en ti. Pero... a mí no me hubiera gustado mucho saber que mi padre es...
ese.
Los dos sonrieron. Pareció que Alice iba a decir algo, pero se interrumpió a sí misma
cuando vio que Charles iba felizmente hacia ellos.
—Soy comunista. No creo en la propiedad privada —él sonrió de nuevo—. ¿De qué
temas jugosos hablabais?
—Todos los días son días libres para mí —Charles se frotó las manos—. ¿Y qué hacéis
aquí cuando tenéis un día libre? ¿Vais a dar una vuelta?
—¿No?
—Que nadie se morirá porque nos ausentemos unas horas con uno de los coches,
¿no?
—Nosotros moriremos —dijo Alice— cuando Max se entere.
—Qué poco sentido de la aventura tienes, querida —Charles le dedicó una sonrisa
deslumbrante.
—Genial. Pues nos vemos en los coches en diez minutos. Avisad a quien queráis
—Charles ya se alejaba, pero se detuvo para volver a mirarlos—. A quien queráis
menos a Max, a ser posible.
—Lo leí en un libro hace tiempo —ella suspiró—. Pero eso ahora no importa, sino
que...
—Podríamos pedírselo a Rhett, a Kilian, a Trisha...
Vio, confusa, como Jake se iba felizmente hacia el edificio. Llegaron a la cafetería,
pero ya estaba vacía de nuevo. Todo el mundo había desayunado. Jake decidió optar
por el gimnasio. Y no iba mal. Encontraron a Trisha, Rhett y Kilian en él. Trisha
estaba riendo mientras intentaba golpear a Kilian, pero él la esquivaba con facilidad.
—¡Mirad esto! —exclamó cuando entraron—, el pequeño salvaje sabe esquivar muy
bien.
Rhett estaba sentado en una de las colchonetas, bostezando. Negó con la cabeza.
—¿Que yo golpeo fatal? —Trisha se giró hacia él con una ceja enarcada—. Incluso
con un brazo podría machacarte.
—No podías hacerlo ni con dos —Rhett también enarcó una ceja.
Alice estaba a punto de decirle ¿lo ves? a Jake, pero los demás se habían quedado
callados.
Tenía los brazos cruzados y la mirada clavada al frente. Al menos, había conseguido
sentarse delante. Charles, Trisha, Kilian y Jake estaban apretujados detrás. No habían
podido usar la caravana de Charles. Hubiera sido muy sospechoso.
—Vamos, no te enfades —le dijo Rhett, divertido, cuando estuvieron todos sentados.
—No me hables.
—Una preguntita —escuchó decir a Trisha tras ella—, ¿hemos pensado en qué hacer
cuando los guardias de la puerta nos pregunten dónde vamos de excursión?
—El truco está en mirarlos como si fueran idiotas cuando lo preguntas —le dijo Charles
—. Así, se piensan que les falta información y te dejan pasar.
—Vale.
Y la volvió a subir.
Llevaban ya unos minutos de carretera por el bosque cuando Alice notó que Rhett la
miraba de reojo. Ella seguía sin estar muy convencida de todo eso.
—¿Estás...?
—Los hombres del padre John siguen sueltos por ahí y nosotros estamos aquí... como si
nada.
Alice frunció el ceño cuando vio que Rhett detenía el coche. Todo el mundo se calló.
Ella soltó un chillido de felicidad y dio la vuelta al coche. Rhett hizo lo mismo,
negando con la cabeza. Cuando estuvo en el asiento del conductor y él a su lado,
miró el volante con una sonrisa maligna.
—Eh... un momento —Trisha se asomó entre los asientos—. Tú sabes conducir,
¿no?
—Si no recuerdo mal, la última vez que lo hice me estampé contra un árbol —
murmuró Alice, arrancando el motor.
—Freno, embrague, acelerador. Cambia a la primera marcha pulsando ese... muy bien.
Alice hizo lo que le decía y, más o menos, terminó acordándose. Condujo con una
velocidad bastante lenta mientras los demás resoplaban.
—¿He dicho que sería un viaje corto? —preguntó Charles.
—Os odio a todos —murmuró Alice, acelerando un poco más—. Oye, Rhett,
¿este trasto tiene música?
—Ahora, sí.
—¡Déjame eleg...!
Con la música puesta, los de atrás terminaron olvidándose de las quejas para cantar.
Alice también terminó cansándose de conducir y le cedió el puesto a Rhett. Bajó la
ventanilla —le gustaba el aire frío— y se quedó mirando el bosque y las ciudades
abandonadas que iban cruzando.
Apretó un poco los labios cuando pasaron lo suficientemente cerca de lo que quedaba de
Ciudad Central como para ver sus ruinas. Le dio la sensación de que todo el mundo
también miraba por la ventana durante esa parte del trayecto.
—Al lugar que usábamos los exploradores cuando terminábamos nuestro trabajo muy
temprano —él le dedicó una sonrisa de lado.
—Como sea otra ciudad abandonada... —Trisha suspiró.
Alice se apoyó en el asiento y vio el paisaje pasar sin decir nada... hasta que le llegó un
olor que no había sentido jamás.
No pudo pensarlo. Rhett detuvo el coche y todos se bajaron. Iban armados por si acaso,
aunque ninguno parecía estar prestando mucha atención a ningún posible peligro. De
hecho, Rhett encabezó la marcha bajando por una suave pendiente entre los árboles y
Alice lo siguió, intrigada. El olor seguía estando ahí.
Entonces, notó que sus pies pisaban algo más blando que la tierra del bosque. Miró
hacia abajo y frunció el ceño cuando vio que era algo más... raro. Parecían fragmentos
pequeños de algo. Era de color beige. Era... eso, raro.
Los demás habían empezado a correr hacia delante y Alice se quedó sin palabras cuando
vio que, delante de ella. No había nada. Solo un fragmento más de eso raro y luego... solo
agua.
Rhett era el único que se había quedado con ella. Pareció divertido.
—¿Qué?
—¿Qué es... esto? —ella dio un paso atrás y volvió a la seguridad de la tierra del bosque.
—Es arena —él intentó no reírse—. ¿Nunca habías estado en una playa?
—¿Una... playa?
—Un momento —ella ató cabos y señaló hacia delante—, ¿eso es el... mar?
—Sí.
—Alice, esto no es todo el malo —estiró una mano hacia ella—. Y puedes
caminar sobre la arena. No te comerá, tranquila.
Alice le puso mala cara, pero aceptó su mano y vio que los demás ya se estaban
arreglando bien sin ellos. Trisha insultaba a Jake y Kilian porque ellos se habían quitado
los zapatos y habían entrado al agua hasta los tobillos, salpicándola.
Charles estaba sentado al lado, encendiéndose un cigarrillo y riendo.
Rhett se acercó a ellos mientras Alice se quitaba las botas y los calcetines y apoyaba el pie
en la arena. Era una sensación extraña. Cosquilleaba. Y la arena estaba caliente por el sol,
lo que contrastaba mucho con el frío que hacía.
Seguro que Jake y Kilian se estaban congelando los pies en el agua.
Pasaron la mañana ahí mientras cada uno estaba ocupado con algo diferente. Kilian y
Jake habían desaparecido un rato en el bosque, pero no tardaron en volver para molestar
a la pobre Trisha, que estaba a punto de meterles las cabezas en el agua de una patada.
Charles, por otro lado, había estado mareando a Alice y Rhett contándoles anécdotas de
su vida. Ambos fingían que lo escuchaban, pero en realidad solo estaban tumbados en la
arena pensando en sus cosas.
Menos mal que Rhett había pensado en traer algo de comer. Cuando ya había pasado gran
parte de la tarde, Charles pareció cansarse de parlotear con ellos y se fue con los demás,
uniéndose a la marcha para molestar a Trisha.
Alice suspiró y miró a su lado, donde Rhett repiqueteaba distraídamente los dedos en su
estómago.
—Voy a reírme cuando tenga que quitarme toda la arena del pelo más tarde —
murmuró ella.
—No me puedo creer que no supieras qué es la arena —él negó con la cabeza.
—Sabes cosas.
—¿Como qué?
—Sí, quizá eso hubiera sido útil cuando había gente con la que hablar.
Rhett se rio disimuladamente.
—Pues... sé todo lo que pasó en la época griega y romana. Literalmente. Todo. Puedes
decirme un año cualquiera y te sé decir el nombre de una batalla.
—Venga ya.
—Ponme a prueba.
Él lo pensó un momento.
—432 a.C.
—243.
—Batalla de Resaena.
Alice le sonrió.
—Sí, desgraciadamente.
—¿Hacíais competiciones para saber quién era más rápido? —ella puso una mueca.
Él sacudió la cabeza y luego frunció el ceño.
—¿Qué es eso?
A Alice le resultó curioso que la carta pareciera naranja por la luz del sol, que se estaba
empezando a ocultar. No tardarían mucho en tener que volver.
—Deberías hacerlo.
Alice miró de reojo a los demás. Estaban, al menos, a diez metros de distancia. Se
habían cansado y estaban sentados, charlando y riendo.
Se detuvo cuando le empezaron a escocer los ojos. No había llorado en tres días,
¿por qué quería hacerlo ahora?
—Y... Ben —miró a Rhett, que la observaba en silencio—. Yo... lo siento mucho, Rhett.
—Es que... Max tenía razón —sacudió la cabeza—. Esto no es como el año pasado. Antes,
si te equivocabas, te castigaban. Ahora, si cometes un error... alguien puede morir.
Miró la carta de nuevo y respiró hondo. No quería llorar. Notó la mano de Rhett en su
espalda.
—Sé que no eran mis mejores amigos de la ciudad —murmuró—. Y sé que, quizá,
tampoco lo hubieran llegado a ser de estar... ya sabes. Pero... es tan raro pensar en ellos.
Pensar que no volveré a verlos nunca.
—Cuando se murió mi madre, quise culpar a todo el mundo de lo que le había pasado —
empezó lentamente—. A mi padre, a los que no la habían traído
aquí... algunas veces, también a mí mismo. Pensé que las cosas podrían haber sido muy
distintas si solo una persona hubiera tomado una decisión correcta.
Solo una.
—Pero... luego me di cuenta de que no tiene sentido pensar en eso. Pensar en quién tenía
la culpa de la muerte de mi madre no hizo que me sintiera mejor. No me la devolvió. Nada
podía devolvérmela. Y creo que solo buscaba culpables porque no quería ser consciente de
eso, de que no volvería.
Alice sintió que el nudo en su garganta aumentaba cuando él volvió a detenerse para
buscar las palabras adecuadas. Le estaba resultando difícil hablar de eso y lo sabía.
—No hay nada que puedas hacer para que vuelvan —añadió Rhett, mirándola—
. No tiene sentido buscar al culpable detrás de sus muertes. Ellos no querrían que lo
hicieran. Las cosas pasan por algo, Alice. A todos nos llega nuestro momento en
algún punto de nuestras vidas. Las de los demás no pueden detenerse por eso.
»Eve murió para proteger a su hijo. Y está vivo. Davy murió para protegernos a
nosotros. Y también estamos vivos. Tienes que centrarte en eso. Sé que no es fácil,
pero es lo mejor que puedes hacer.
Alice no supo qué decir durante unos instantes. Al final, tragó saliva para deshacerse del
nudo de su garganta y lo miró.
—Lo triste no es pensar en los recuerdos que tienes con esa persona, Alice, sino saber que
nunca podrás crear ninguno nuevo.
—No. Quédate.
Alice apretó los labios, pero empezó a desdoblar la carta. Cuando la tuvo abierta, Rhett
se inclinó sobre su hombro para leerla rápidamente. Alice respiró hondo antes de hacerlo
también.
Hola, Alice.
Supongo que esto será un poco raro para ti. Después de todo, si Tina te da esta carta...
bueno, las dos sabemos por qué será. Y también supongo que será poco después de que
haya sucedido.
Sé que quizá no entiendas por qué te he escrito una carta a ti y no a otra persona. Pero...
es importante para mí que la recibas y la leas. Necesitaba enviarla a alguien con quien
confiara. Y tú me has demostrado que eres alguien en quien se puede confiar.
Llevo cuatro años en funcionamiento. Puede parecer poco, pero, en un mundo como esto,
es muchísimo tiempo para un androide. Durante estos cuatro años,
nunca, ni una sola vez, me sentí como si mereciera que me trataran como un humano.
Había pasado tanto tiempo con los científicos que tenia asumido que éramos,
simplemente, máquinas sin sentimientos. Y los creí. Hasta que me practicaron ese
experimento y me dejaron embarazada.
¿Te acuerdas cuando te dije que mis sentimientos por ese niño eran demasiado reales
como para ser solo reflejos de sentimientos de humanos? Pues sigo pensándolo.
La cosa es, Alice, que tú has sido la primera androide que he conocido que se
consideraba a sí misma algo más que una máquina sin sentimientos. Y he conocido a
demasiadas como para que te tomes esto a la ligera. Cuando tú y tus amigos nos
salvasteis de ese sótano, no podía creerme que alguien se estuviera molestando en
arriesgar su vida por un androide. Y mucho menos otro androide acompañado de
humanos.
Fue ahí cuando me di cuenta de que podía confiar en ti. Y en Rhett. Y en Kai. Y en
Trisha.
Pero contigo me siento más unida. Quizá es porque también eres una androide, no lo sé.
Por eso es a ti a quien va dirigida esta carta.
Lo he estado meditado durante mucho tiempo y quiero que mi hijo viva, pero no quiero
que lo haga sin una familia. Sé que es injusto que te esté pidiendo esto, pero sé que tú le
sabrás dar esa familia. Aunque no seas tú. Sé que encontrarás la manera de que crezca
con alguien que lo quiera.
No quiero que mi hijo pasé sus primeros años de vida sin amor, como
desgraciadamente nos pasó a nosotras. Quiero que entienda lo que es una familia. Y
que sepa lo que es querer a alguien. Pero, sobre todo, quiero que no sepa lo que es
sentirse solo y desamparado.
Ni siquiera he pensado en un nombre para él. Eso es lo peor. Te dejaré elegir eso a ti. O
a quien quieras darle esa oportunidad. Confío en tu juicio.
Y, por favor, si tienes la opción de verlo cuando sea mayor... háblale de su madre. No de
los científicos y del tiempo que pasé en esa caja de cristal, sino...
de que intenté luchar porque viviera. Porque pudiera tener una vida mejor que la mía.
Quiero que sepa que, aunque no estuve ahí, intenté cuidarlo hasta que no pude seguir
haciéndolo.
Quiero que sepa mi nombre, Alice. Quiero que sepa quién he sido.
Estas últimas semanas han sido las mejores de mi corta vida. Fue la primera vez que
sentí algo parecido a la esperanza. Ojalá puedas conseguir lo que querías y todos los
androides y humanos del mundo puedan experimentarlo también.
Gracias por abrirme los ojos, Alice. Te deseo toda la suerte el mundo. Con
cariño, Eve.
CAPÍTULO 39
Todos estaban parloteando en el coche mientras Alice sonreía, repiqueteando los
dedos en sus rodillas. La carta de Eve seguía estando en su bolsillo. Se sentía bien
después de haberla leído. Y eso que casi se le habían escapado unas cuantas lágrimas
en el proceso.
—Las drogas son buenas —dijo Charles, muy convencido—. El problema de la gente
es que no es capaz de verlo por los prejuicios.
—Charles, tú no has estudiado en tu vida —le dijo Trisha, negando con la cabeza.
Jake hizo un gesto de vomitar mientras Trisha se giraba lentamente hacia Charles,
enarcando una ceja.
—Vale, rubita.
Alice se dio la vuelta y abrió los ojos como platos cuando vio que Charles se sujetaba la
nariz. No estaba sangrando, pero estaba roja como un tomate. Jake y Kilian se reían
disimuladamente. Trisha lo miraba con mala cara.
Alice se dio cuenta de que se había quedado callado al instante. Todo el mundo dejó de
sonreír. Se dio la vuelta, confusa, y se dio cuenta de que, justo al lado de donde estaba
aparcado antes su coche, Max los miraba fijamente con los brazos cruzados. Tina y dos
guardias estaban a su lado.
—Lo hemos pillado —le dijo Trisha, poniendo los ojos en blanco.
Dejó el coche en su lugar y todos bajaron las atentas miradas de los que los esperaban.
Alice se atrevió a mirar de reojo para encontrarse con la cara furiosa de Max. Volvió a
agachar la cabeza, roja de vergüenza.
—Ni siquiera voy a empezar a decir todo lo que hubiera podido pasar si algo de esto
hubiera salido mal —empezó Max lentamente, mirándolos uno a uno—.
Pero sí tengo curiosidad por saber por qué demonios habéis pensado que algo de esto era
una buena idea.
—¿Puedo remarcar que yo dije que no quería ir? —preguntó Alice de mala gana.
—Soplona —le murmuró Trisha.
—Vamos, Max —Charles le sonrió inocentemente—, ¿qué sería de la vida sin algún
riesgo?
—Hoy en día, los riesgos son innecesarios —le dijo Max secamente.
—Solo queríamos salir un ratito —le dijo Jake—. Solo un ratito, de verdad. Y no ha
pasado nada. Ni siquiera nos hemos encontrado con nadie.
—Max —intervino entonces Tina—, creo que un castigo sería más que suficiente para que
aprendieran la lección.
—Limpiar el hospital, por ejemplo —añadió Tina, sonriendo—. Nunca viene mal que
me echen una mano.
—Qué pena que no vaya a poder estar ahí con vosotros, ¿eh?
—¡TENGO CATORCE!
—Sí, Alice, solo un día —Max la miró fijamente—. ¿Qué pasaría si todo el
mundo hiciera lo que habéis hecho vosotros?
—Aquí todo el mundo se entera de todo, querida —Tina puso una mueca.
—Y, si se enteran de que no hay castigo por salir de la ciudad sin más, no dejaran de
hacerlo —añadió Max—. Y, ahora, marchaos de aquí e id a cenar antes de que
cambie de opinión y quiera que el castigo sea peor.
Todos se miraron entre sí y avanzaron rápidamente hacia la entrada con los guardias y
Tina.
—No quería ir —repitió—. Es que... no sabes qué convicción tienen cuando quieren,
además...
—No es eso —Max puso los ojos en blanco—. ¿Has estado practicando?
Alice abrió la boca y volvió a cerrarla, pensando a toda velocidad. Max enarcó una
ceja.
—Porque la gente que necesitaba practicar lo ha hecho por la tarde, cuando tú estabas muy
ocupada de excursión por el bosque.
Alice apretó los labios. ¿Por qué siempre terminaban haciendo que se sintiera como si
tuviera diez años? Suspiró largamente.
—¿Y qué ocurrirá? —ella le puso mala cara—. ¿Me vas a echar de la ciudad?
—¿Como cuál?
—Como hacerte la ayudarte de Charles, por ejemplo —enarcó una ceja—. Y tener
que aguantarlo todo el día. A todas horas. Y, encima, obedecerlo. Y...
—¡Vale! —Alice levantó las manos en señal de rendición—. Tampoco hace falta
ponerse así.
—¿Dónde vamos?
Empezó a encaminarse al edificio con mala cara y Max la siguió, colocándose a su lado.
—No.
—¡¿Qué?!
—La alimentación es muy importante, Max —le recordó Alice—. Sin los nutrientes
necesarios, puedo no crecer como debería. ¿Te gustaría tener eso en la conciencia?
—La playa de los exploradores —murmuró Max—. Solía ser el lugar favorito de mis
alumnos.
—¿Y el tuyo?
—¿Cómo que una vieja? —Max se detuvo para mirarla—. ¿Cuántos años te crees que
tengo?
—No sé. ¿Sesenta?
—¿Sesen...? Tengo cuarenta y dos —entrecerró los ojos—. No soy tan viejo.
Max la miró por unos momentos antes de entrecerrar aún más los ojos.
—¿Por qué crees que pienso en algo? —ella levantó y bajó las cejas, divertida—
. ¿Qué ocultas, Max?
—Últimamente, te estás tomando muchas confianzas.
—Sube y calla.
Siguió subiendo las escaleras hasta que llegó al último piso. No entendió nada hasta
que llegaron a la sala con la máquina de memoria. Kai estaba agachado en una parte
de esta. Rhett lo miraba con una mueca confusa.
—¡No! —aseguró Kai enseguida—. Solo puedo borrarte la memoria sin querer, pero
tampoco es para tanto.
—No te va a borrar nada —aseguró él, poniendo los ojos en blanco—. Venga, túmbate
ahí.
Ella suspiró y se tumbó en la camilla. Kai fue indicando a Rhett y Max cómo poner las
máquinas .Alice sonrió cuando Rhett le colocó uno de los cables alrededor de la muñeca
y él la miró de reojo.
Él puso los ojos en blanco y siguió con su trabajo. En menos de un minuto. Alice estaba
preparada. Se sujetó a la camilla con los puños cuando vio que algo se iluminaba en la
máquina que tenía encima de la cabeza.
—Vale, Alice —murmuró Kai—. Nosotros vamos a ver todo lo que veas tú a través
de un monitor. Y podremos hablar contigo en todo momento. Será un poco
diferente a la última vez que usaron esto contigo.
—Sí. Eh... verás, mhm... vamos a tener que hundirnos en recuerdos muy dolorosos para la
humana que te precedió. Vas a tener que experimentar esos recuerdos tú misma. Y...
bueno, no va a ser fácil.
Rhett la miraba como si no estuviera muy convencido de todo eso cuando se acercó
y le dio un vaso con un líquido rosa.
—No es tan sencillo —le dijo Kai—. Los recuerdos no se encuentran así como así. Hay
que tener una cierta... guía. Necesitaremos repasar muchos recuerdos de su padre hasta
poder llegar a los más recientes. Alice, tienes que beberte eso para quedarte dormida y
que podamos empezar.
Entonces, todo era negro. Se sentía como si no pudiera abrir los ojos.
—¿...puedes?
Abrió los ojos. Todo seguía siendo negro, pero ya podía sentir su cuerpo. Y conocía esa
voz. Era Kai. Apoyó las manos en el suelo y tanteó a su alrededor, pero no podía ver
nada. Su mano chocó con algo. Una pared. Se aferró a ella.
—Perfecto —la voz de Kai sonaba como si saliera del mismísimo cielo y
retumbara en su cabeza—. Voy a inducirte el primer recuerdo, ¿vale?
No esperó respuesta. Alice abrió los ojos y, de pronto, se encontró a sí misma sujetándose
en una pared. Una pared de cocina. Una cocina muy conocida. Era la casa de Alicia.
Parpadeó varias veces y miró a su alrededor. Era primavera. Por la mañana. No sabía
cómo, pero lo sabía. Se despegó de la pared y vio, a unos metros, una mujer. Ella estaba
mirando por la ventana. Alice se acercó a ella cuando reconoció el pelo castaño y rizado
y sintió que se le secaba la boca. La mujer tenía el ceño fruncido, apoyada en la encimera.
Alice, por puro instinto, estiró la mano y trató de tocarla, pero... no pudo. La
atravesó como si fuera invisible. Miró su propia mano y la apretó en un puño.
Alice se dio la vuelta de golpe, asustada. Había una niña en la mesa de la cocina.
Una niña de unos siete años, con el pelo rubio y los ojos castaños. Cuando su
madre se dio la vuelta y vio su expresión, agachó la cabeza.
—Alicia, ya sabes que papá está muy ocupado —la mujer se acercó a ella y le sonrió—.
Pero, no pasa nada. Tú y yo nos lo podemos pasar muy bien también,
¿verdad?
—Me había pedido que no te lo dijera hasta ahora, pero... —ella sonrió y se puso de
pie, yendo hacia la sala contigua.
La niña la siguió, algo triste. Alice anduvo a su lado con el ceño fruncido. Todo lo que
veía a su alrededor le daba la sensación de conocido. La mujer estaba en un salón
sujetando un regalo rojo y morado.
—¿Qué es? —preguntó Alicia con curiosidad.
—Te lo ha mandado papá esta mañana —ella sonrió y Alice supo al instante que no era
cierto—. Por si no podía venir.
Alicia se agachó con el regalo y empezó a destrozar el papel felizmente. Alice vio que la
mujer miraba de nuevo hacia la ventana con los labios apretados, pero volvió a sonreír
cuando Alicia soltó un chillido de felicidad.
—¡Sí, me encanta!
Alice podía sentir que los sentimientos de felicidad y emoción la invadían al tiempo en
que Alicia conectaba los auriculares a la pequeña máquina. Cuando se conectó la
música, todo volvió a ser negro.
Se cortó a mitad de frase, cuando su alrededor volvió a iluminarse. Alice parpadeó varias
veces, adaptándose a la débil luz de una lámpara. Estaba en la habitación de Alicia,
aunque ella tenía, al menos dos años más que la última vez que la había visto. Ella estaba
metida en la cama y miraba el techo con los labios apretados, como si no quisiera llorar.
Entonces, Alice escuchó el ruido de alguien gritando. Se dio la vuelta y, por puro
impulso, estuvo a punto de sacar su pistola. Pero se detuvo cuando se dio cuenta de que
era la madre de Alicia. Y, de alguna forma, sabía que estaba hablando por teléfono. Se
acercó a la puerta e intentó abrirla, pero su mano la atravesó. Miró a Alicia de reojo y
salió de la habitación, recorriendo el pasillo oscuro.
—¿Cómo puede ver otras habitaciones siendo los recuerdos de esa niña? — escuchó
preguntar a Max mientras avanzaba por el pasillo.
—Estoy intentando escuchar esto —les recordó Alice, poniendo los ojos en blanco.
Alice llegó al salón y encontró a la madre de Alicia sentada en el sofá. Tenía algo en
la oreja. Alice vio que estaba conectado a la pared con un cable. Y le hablaba.
—...que vendrías —estaba diciendo ella en voz baja—. Se lo prometiste. No, John, no
me interesa tu maldito proyecto. Dijiste que vendrías a ver a tu hija. Hace tres meses
que no sabemos nada de ti, ¿qué clase de padre hace eso?
Hizo una pausa. Alice se sintió triste y supo que era por culpa de Alicia. Tragó saliva
cuando pudo sentir sus ganas de llorar. Lo estaba oyendo todo.
—¿Mañana? ¿Te crees que mañana querrá verte? ¡Por el amor de Dios, John!
¡Es tu hija! —hizo una pausa y sonrió irónicamente al escuchar algo—. No, John, te lo
digo muy en serio. No voy a seguir discut... sí, lo haré. Y tú también. Y más te vale
compensarla por esto. O te juro que no volverás a vernos. Estoy harta de esto. También es
tu hija.
Colgó el aparato y, justo cuando se pasaba una mano por el pelo, Alice volvió con
Alicia. Ella se había puesto los auriculares y había cerrado los ojos.
Entonces, el recuerdo se volvió negro.
La habitación se iluminó más lentamente esta vez. Alice supo enseguida donde estaba. En
la habitación de Alicia otra vez. Ella era mayor. Ya empezaba a parecerse a la chica que
había visto el día en que había explotado Ciudad
Central. Se acercó a ella y vio que estaba escuchando música con el Ipod mientras pasaba
los dedos rápidamente sobre una cosa con pantalla y teclas.
Ella se quedó mirándolo. No se había quitado los auriculares. El padre John se sentó a su
lado y ella cerró el portátil, enarcando una ceja.
—¿Cómo estás?
—Bien.
El padre John sacó algo de su espalda y Alice vio que era un pequeño regalo
plateado. Lo dejó sobre el portátil de Alicia, que se quedó mirándolo un momento,
sin tocarlo.
Podía sentir la rabia y la frustración de Alicia corriendo por sus propias venas. Apretó los
puños inconscientemente.
—Hace meses que no sé ni si estás vivo —le dijo Alicia lentamente, quitándose los
auriculares—. ¿Qué te creías? ¿Que me regalarías una... pulserita y todo estaría bien?
Por la cara del padre John, Alice supuso que había acertado con el contenido del
regalo.
—Tu trabajo, tu trabajo —ella sonrió sin ganas—. Sí, siempre va eso primero.
—¿Y mamá?
—Tu madre también.
—Sí, ya —Alicia negó con la cabeza—. Vete de aquí. Los dos sabemos que no es
donde quieres estar.
—Alicia, cariño...
—¿Vas a volver a soltarme la charla sobre tu experimento? —ella le puso mala cara—.
¿Como haces cada vez que te digo que tu trabajo es una mierda?
—Hija, escúchame...
—No, escúchame tú a mí. Estás obsesionado con que algún día, por algún motivo, habrá
una guerra o algo así. Algo que justificará que te hayas pasado la mitad de mi infancia
encerrado en un laboratorio. Pero, ¿y si eso no pasa? ¿Qué harás?
—¡No lo sabes! ¡Nadie lo sabe! ¡Lo único de lo que puedes estar seguro es que...! —
agarró el regalo y se lo devolvió de malas maneras—, ¡es que ya no puedes
recuperarme con regalos, como cuando era una niña!
—Sí lo has hecho —ella frunció el ceño—. ¿Te crees que alguna vez me prestaría a un
experimento tuyo? Sé que has estado hablando con mamá. Para
que sobreviva o algo así. Siento decirte, papá, que ya estoy viva. Y paso de ti y de tus
experimentos de mierda. Nunca participaría en ellos.
Alice miró al padre John en busca de una respuesta y se sorprendió al ver que a él le
brillaban los ojos como si se le hubiera ocurrido algo. Alicia no se dio cuenta, pero ella
sí. Había visto esa expresión demasiadas veces.
Entonces, él se puso de pie sin decir una palabra más y el recuerdo volvió a ser negro.
—Estoy bien —dijo ella, pero lo cierto era que le dolía la cabeza—. Pasad al
siguiente.
Kai lo hizo. La habitación volvió a iluminarse. Esta vez, estaba en el salón. Tragó saliva al
ver el árbol de navidad y el exterior de la casa completamente nevado. Alicia estaba
sentada en un sillón. Sus padres estaban sentados en el sofá, abrazados y hablando en voz
baja. Vio que Alicia sonreía un poco.
—Pues hay tres años de diferencia entre los recuerdos. Ahora, Alicia tiene dieciséis —le
dijo Kai.
—No —Alice casi podía ver a Max negando con la cabeza—. Tiene que haber algo más.
Alice miró al padre John, que se separó de su mujer y ambos miraron a Alicia con una
sonrisa.
Alice pudo sentir la tensión y los nervios de Alicia cuando los miró.
—¿Qué pasa?
Silencio. Alice sintió que su propio corazón se detenía por un momento. Alicia
entreabrió los labios, sorprendida.
—¿Un... hermanito?
Alice podía sentir su alegría cuando se puso de pie y empezó a abrazarlos, completamente
feliz. Sin embargo, ella no estaba feliz. Era confuso tener esa
mezcla de sentimientos. Y todo porque sabía que el padre John no había hecho eso
porque sí.
—No ha hecho eso porque sí —murmuró Max, pensando igual que ella.
—No, tiene que haber algo más —dijo Alice, asintiendo con la cabeza mientras Alicia
empezaba a proponer nombres de niña. Ella quería una hermana—. Algo que no...
Se detuvo en seco.
—¡Pasa al siguiente!
Kai obedeció. La habitación se volvió negra por unos segundos. Entonces, Alice sintió
que una tristeza profunda y mezclada con ira la llenaban por completo. Se llevó una
mano al corazón cuando abrió los ojos y se encontró a su madre llorando desesperada en
el salón mientras Alicia miraba por la ventana con expresión vacía. Alice sabía que
habían pasado pocos días después de navidad. Seguía habiendo nieve.
Miró fuera con Alicia y se le formó un nudo en la garganta cuando vio que el coche
de su padre no estaba ahí. Una lágrima se cayó por su mejilla cuando Alicia se
limpió la suya con rabia. Se sentía estúpida y utilizada. Y perdida. Y sola. Y vacía.
Las había vuelto a abandonar. Alice la miró de reojo y deseó poder reconfortarla.
Su madre soltó un gimoteo mientras se sujetaba la barriga, que ni siquiera había
empezado a crecer. Alicia cerró los ojos un momento y Alice no pudo evitarlo y se puso
a llorar a la vez que ella. Sintió que le ardía la garganta cuando se llevó una mano al
corazón. Dolía mucho. Y no era dolor físico. Era algo peor. Las lágrimas empezaron a
brotar con fuerza y apenas pudo ser consciente de que estaba oyendo las voces de Rhett,
Kai y Max.
Alice cerró los ojos un momento. Seguía llorando cuando volvió a abrirlos y vio una
máquina encima de su cabeza. Alguien la apartó de un manotazo y ella se incorporó de
golpe, encontrándose la cara de Rhett, con una mueca por la preocupación. Ella no
podía dejar de llorar. Nunca se había sentido tan mal. Ni siquiera cuando había creído
que su padre se había muerto.
Se inclinó hacia delante y rodeó el cuello de Rhett con los brazos, abrazándolo con
fuerza. Él también la abrazó con la cintura. Alice hundió la cara en la curva de su
cuello, llorando. No podía parar.
—Quiso tener a Jake... p-para... para tener un plan B —empezó a gimotear ella—. N-
nunca... nunca las quiso. S-solo... solo quería un maldito experimento.
—Ven conmigo.
Se puso de pie cuando la ayudó, pasándose las manos por la cara. Tenía las mejillas
empapadas cuando Rhett la rodeó con un brazo y la llevó hacia la puerta.
No les dejó decir nada más. La guió fuera de la habitación sin soltarla en ningún momento.
CAPÍTULO 40
Al día siguiente, Alice tenía ganas de cualquier cosa menos de entrenar, pero no le quedó
otra que ir a clases. Parecía que hacía una eternidad que no escuchaba los gritos de Rhett
rebotando por las paredes del gimnasio cuando les ordenó, como cada día, que hicieran
cinco vueltas corriendo.
Qué suerte tenía Kilian. Él se había librado de las clases para ser el ayudante oficial de
Tina, que se había quedado encantada al verlo trabajar con Jake.
Ahora, Alice estaba en clase junto a Jake, haciendo estiramientos y ejercicios. Jake ya
sudaba, como siempre, al intentar mantenerse sobre las puntas de los pies y los codos
durante un minuto entero. Alice cerró los ojos, intentando centrarse en lo que hacía y
no en el dolor que tenía en los músculos.
—Oh, cállate —masculló Jake de mala gana, rindiéndose y cayendo al suelo, agotado
—. Yo no he nacido para esto. Yo he nacido para estar sentado doce horas al día y
tumbado las restantes.
—Te pondré a hacer eso hasta que aguantes un minuto —le advirtió Rhett sin
inmutarse—. Así que hazlo bien.
Alice contaba en voz baja. Le quedaban diez segundos de tortura. Solo un poco más. No
podía creerse que no fuera capaz ni de soportar eso. Ocho, siete... Un mes atrás, lo hacía
sin siquiera pensar. Cinco, cuatro...
Alice hizo un verdadero esfuerzo y por no golpearle cuando se puso en cuclillas delante
de ella, mirándola.
—Rhett...
—Aquí soy tu entrenador, iniciada —le dijo un poco demasiado divertido, subiéndole la
cadera él mismo con la mano en su estómago—. Ahí está mejor.
Alice estaba agotada a la mitad del entrenamiento. Se sentía como si hubiera corrido
durante horas. Y todavía faltaba entrenar para los combates. Iba a vomitar como
mantuvieran ese ritmo. Y lo peor era que Jake y ella eran los únicos que parecían tener un
problema con ello.
Como la nieve ya había desaparecido, a Rhett le pareció buena idea salir a hacer el resto
alrededor del edificio principal. A Alice le parecía igual de insoportable en ambos lados.
Ella vio de reojo que Kenneth y sus nuevos amiguitos se reían disimuladamente de ellos
cuando tuvo que parar a apoyarse en sus rodillas y descansar mientras los demás seguían
corriendo alrededor del gimnasio.
Rhett se detuvo a su lado con los brazos cruzados y los ojos clavados en los que seguían
corriendo.
—Vas a tener que hacerlo mejor que eso —le dijo sin mirarla.
La cabeza le daba vueltas. Era como si no pudiera ni sostenerse en pie. Nunca le había
pasado esto. ¿Hacía tanto que no hacía ejercicio como para encontrarse así?
—No puedo tener tratos de favor —él la miró—. Tienes que seguir corriendo.
—Lo digo en serio —ella cerró los ojos cuando volvió a marearse—. Estoy
cansada de verdad.
—Pues tómate un minuto, pero luego vas a tener que terminar esto.
Alice no lo miró. Se apoyó en sus rodillas con más fuerza, todavía con los ojos cerrados.
Ni siquiera Jake se había detenido todavía. ¿Qué le pasaba? Tenía que entrenar más.
Se incorporó lentamente cuando vio que los demás hacían la última vuelta. Sentía su
cuerpo entumecido. El cerebro le funcionaba despacio. Era horrible. Se tomó un
momento para respirar hondo. Estaba mareada.
Vio que Kenneth se reía de ella al pasar por su lado, pero no se atrevió a decir nada.
No lo haría jamás teniendo a Rhett tan peligrosamente cerca. Anya y los demás
androides también seguían corriendo. Jake también. Todo el mundo lo hacía. Todos
menos ella.
—Como vuelva a reírse, te juro que pruebo las pistolas nuevas con él —
murmuró Rhett, siguiendo a Kenneth con los ojos.
—Si no puedes tener tratos de favor, tampoco puedes dejar que se note que te cae mal —le
recordó Alice, llevándose una mano al corazón, que le latía rápidamente y no parecía tener
intención de calmarse.
—Di lo que quieras. Como vuelva a sonreír, va a estar corriendo hasta que se haga de
noche y...
Alice dejó de escuchar. Sus orejas zumbaban. Volvió a cerrar los ojos, agotada. Intentó
apoyarse en su rodilla de nuevo al marearse, pero falló y lo único que notó fue la tierra
bajo su mano, indicando que se había caído al suelo. Genial. Lo que le faltaba.
Escuchó una risita y supo que era del idiota de Kenneth enseguida, pero no pudo hacer
otra cosa que ignorarla cuando clavó la otra mano en el suelo, intentando ponerse de
pie. ¿Por qué le pesaban tanto los brazos? ¿O el cuerpo entero?
Notó una mano enguantada en su cara que se la levantó y abrió los ojos. Rhett la miraba
fijamente, con el ceño fruncido. Vio que, a su alrededor, la gente se había acercado para
mirarla. Pero... ¿no estaban a treinta metros? ¿Cuánto tiempo había estado con los ojos
cerrados?
Rhett la miró un momento y Alice no supo lo que vio mal, pero vio que se quedaba
muy quieto por un momento antes de girarse hacia los demás.
El aludido seguía mirando a Alice cuando Rhett la ayudó a levantarse. Tenía las rodillas y
los codos húmedos y sucios por la tierra.
—Pero...
Por un momento, nadie le hizo caso. Pero, entonces, Alice vio que la gente volvía a
correr, mirándola de reojo cuando Rhett la sujetó y le quitó la tierra de las rodillas.
—¿Entonces?
—Yo... no... no lo sé.
—No... espera...
No le hizo caso y agarró uno de los brazos de ella para ponérselo sobre los hombros,
arrastrándola hacia el edificio principal. Alice seguía intentando decirle que parara, pero
no le hacía caso. O no la entendía, que era lo más probable.
Pero ella quería decir que parara. Que no sentía las piernas. No sabía ni cómo había tantos
pasos.
Al final, no pudo más y notó que cedían bajo su peso. Rhett la sujetó por instinto,
frunciendo el ceño.
—¿Alice? ¿Qué...?
***
Parecía que había pasado un segundo cuando parpadeó lentamente, mirando lo que fuera
que tuviera delante. Sentía su cuello tirante y sus brazos y piernas colgando. Entendió
todavía menos lo que pasaba cuando vio que estaba mirando el techo. Y que se movía.
Levantó la cabeza lentamente y ajustó la vista. Sí, era un techo. Le dolía el cuerpo
entero. La ropa se sentía demasiado ajustada en su piel. ¿Qué estaba pasando?
—¡Tina! —la voz de alguien sonó como si viniera del otro extremo de un túnel. Dijo algo
más, pero no lo entendió. Y otra voz se unió. Tampoco la entendió.
Lo que sí notó fue que la ponían en un sitio más cómodo y comprendió que lo que
había pasado era que la transportaban en brazos. Le pusieron la cabeza suavemente
sobre algo mullido que supuso que sería una almohada.
—...no lo sé, de repente, Tina —dijo la primera voz—. Creía que estaba
cansada, pero se ha quedado muy pálida...
—Pero, estaba...
—Relájate, ¿vale?
—Alice —él la agarró de las mejillas—. Joder, casi me da un infarto. ¿Se puede saber qué
te pasa?
Ella parpadeó varias veces y se miró a sí misma sin comprender antes de volver a mirarlo
a él, que ahora parecía confuso.
—¿Qué haces?
Miró a su alrededor. La mujer también parecía un poco perdida al ver que inspeccionaba
su alrededor.
—¿Alice?
Ella se giró hacia el chico, un poco asustada.
—¿Quién eres?
—¿Dónde está el padre John? —su voz tembló, asustada, cuando se apartó un poco del
chico—. ¿Q-quiénes sois?
La mujer, que si no recordaba mal se llamaba Tina, miró al chico con los labios
entreabiertos. Él seguía teniendo los ojos clavados en 43.
—No —el chico por fin reaccionó y ella intentó apartarse cuando le puso una mano en la
nuca, acercándose más—. No, otra vez no. Mírame, Alice...
—Mírame —repitió el chico, sujetándole la nuca con más fuerza—. Ya hemos pasado
por esto, sabes quién soy, Alice. Sabes quién eres. ¿Vale? Solo... concéntrate... y...
***
—¡...que no era una buena idea! —reconoció la voz de Rhett al instante. Sonaba furioso.
Alice parpadeó para adaptarse a la luz y bajó la mirada. ¿Qué hacía en una camilla de
hospital?
Estaban ellos dos, Charles y Tina a unos cuatro metros, discutiendo. En realidad, Max y
Rhett estaban de pie uno delante del otro, cada uno con el ceño más fruncido que el
anterior. Charles estaba sentado en una de las camillas observándolo todo. Era de las
primeras veces que no tenía una sonrisa en los labios al ver una discusión. Tina intentaba
ponerse en medio de ambos.
—¡Y una mierda! No le dijisteis en ningún momento que podía volverse... como antes.
¿Perder la memoria? ¿De qué hablaban? Alice puso una mueca confusa.
—¡Tú mismo le dijiste que no era cierto, que se subiera a la máquina! ¡Y cuando se puso a
llorar, no querías sacarla! ¡Solo sabes pensar en ti mismo!
Hubo un momento de silencio. Tina volvió a ponerse en medio cuando se acercaron el uno
al otro, cada uno más enfadado.
—Si hubiera sabido que podía terminar así de mal, jamás la habría dejado entrar
—le dijo Max.
—¡Pues claro que lo habrías hecho! ¡Es lo que haces siempre! ¡Pones la ciudad por delante
de cualquier persona! ¡Sin tener en cuenta las consecuencias que puedas provocar!
—Eso no es...
—¿Qué os pasa?
Todos se giraron de golpe hacia Alice, que lo miraba todo sin entender nada. Estaba
sentada en la camilla, frunciendo el ceño.
Durante un instante, solo hubo silencio. Entonces, Rhett fue el primero en acercarse.
Pareció que iba a hacer un ademán de tocarla, pero se detuvo en seco, precavido.
Rhett pareció soltar todo el aire de sus pulmones al volver a acercarse. Ella casi se cayó
de la camilla de la impresión cuando la sujetó de la cara para plantarle un beso. Alice
tuvo que sujetarse de la camiseta de él para no caerse hacia atrás.
Max había puesto los ojos en blanco cuando los vio besarse y Tina había sonreído
divertida al verlo, pero volvieron ambos a la realidad con la pregunta.
—¿No recuerdas nada? —preguntó Rhett, soltándola.
Alice entreabrió los labios, perpleja. Miró a Rhett y, por su cara, supo que era verdad.
—Vale, ¿alguien me recuerda qué hace ese idiota con nosotros? —preguntó Rhett,
señalándolo.
—Doy un poco de diversión a todo esto —Charles no pareció muy afectado—. Sois
unos aburridos sin mí.
—¿Estás bien? —interrumpió Tina, acercándose a ella para revisarla con los ojos—. Estás
un poco pálida todavía.
—Me siento un poco... —Alice buscó la palabra adecuada—. No... mejor dicho... muy
agotada.
Max la miraba, pensativo. Charles jugaba con uno de los instrumentos de Tina. Se
pinchó un dedo y lo soltó de golpe, haciendo que rebotara en el suelo. Él se metió el
dedo en la boca con una mueca.
Casi por impulso, Rhett le dio un apretón suave en la rodilla. A ella se le hizo muy raro
verlo tan preocupado. Normalmente, era tan despreocupado con todo...
Ella pareció pensarlo unos segundos. Pasó una mano por la cara de Alice, observándola.
—No —admitió, al final—. He mirado su sangre. Todo está bien. Y no tiene heridas. No
hay nada que indique que puede haber un problema.
—Has tenido un bajón de tensión. O... bueno, es lo más cercano que puedo encontrar a lo
que te ha pasado. La cosa es que un androide no debería tener eso. Bajo ninguna
circunstancia. Quizá no sería tan preocupante de no ser porque te has desmayado. Eso...
eso sí que me preocupa.
—¿Te preocupa? —Alice notó que su corazón se encogía. Miró a Rhett, que tenía el
ceño fruncido—. Entonces... ¿algo está mal conmigo?
—No contigo, cielo, es... creo que tu sistema tiene un problema. Y no sé cómo
solucionarlo. No controlo bien la mecánica de un androide.
—¿Estás diciendo que puede volver a olvidarse por un rato de todo esto? —
preguntó Charles, arrugando la nariz.
—No —Tina miró a Alice—. Estoy diciendo que es cuestión de tiempo que... dejes de
funcionar.
Alice notó que la mano de Rhett se apretaba en su rodilla cuando le dio la espalda a
Tina, entreabriendo los labios y mirando la cama. Tragó saliva y cerró los ojos. Alice no
sabía ni cómo sentirse. ¿Acababa de decir que estaba fallando? ¿Que... podía morirse?
—Entonces... —Alice miró a Tina, que había agachado la mirada—. ¿No hay... nada
que hacer?
—Pues encontraremos a alguien que sepa —Rhett se dio la vuelta y se puso de pie—.
Tiene que haber alguien aquí, ¿no? Kai. Kai tiene que saber algo.
—Kai sabe de tecnología y yo de medicina. Necesitamos a alguien que sepa de androides,
Rhett.
—Ha sido una mañana larga —murmuró Tina—. Pronto será la hora de
almorzar. Rhett, quizá deberías.
—Cielo, necesita descansar —le dijo Tina más suavemente—. Vuelve más tarde.
Necesito que duerma un poco.
Eso pareció convencerlo un poco más. Se dio la vuelta y miró a Alice un momento antes
de marcharse pasándose una mano por la cara. Alice lo observó desaparecer antes de que
Charles se pusiera de pie.
—Sí, necesito que os marchéis —les dijo Tina—. Voy a tener que hacer algunas pruebas.
Para asegurarme otra vez de que no hay nada mal.
Max hizo exactamente lo mismo que Rhett. Alice seguía viendo sus parecidos
continuamente. Por mal que se llevaran, habían pasado tanto tiempo juntos que casi
parecían padre e hijo. Charles se marchó como si nada y las dejaron solas.
Alice la miró un momento antes de asentir con la cabeza. Tina le dedicó una pequeña
sonrisa triste antes de taparla con la manta y darle un beso en la frente.
Ella le dio un apretón cariñoso en la mejilla antes de alejarse y apagar la luz que tenía
encima de su camilla.
***
Alice se frotó los ojos al despertar y no se sorprendió nada al ver que era de noche. Había
dormido durante horas y seguía estando agotada. Hizo un ademán de incorporarse, pero
se detuvo en seco cuando vio a Rhett sentado en la silla que había al lado de su cama, con
una mano y la cabeza en el regazo de ella.
Estaba dormido.
Alice esbozó una pequeña sonrisa que se le borró cuando sintió un pinchazo de dolor en
la cabeza. Se incorporó lentamente y consiguió apoyarlo en la cama sin despertarlo. Salió
de la camilla sin hacer ruido y sus pies desnudos sintieron el frío suelo de camino al
cuarto de baño.
Llevaba puesta una vestido blanco de manga corta que le llegaba por las rodillas sin
ningún tipo de adorno. Supuso que era el sustituto de una bata de hospital.
Se lavó las manos y salió del cuarto de baño.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que algo, o más bien alguien, se movía a su lado.
Estuvo a punto de adoptar una postura defensiva, pero se detuvo en seco cuando vio
una pequeña cuna. Se acercó, dudando, y vio una manita diminuta asomándose en un
puño.
La carita redonda del bebé le hizo gracia. La primera vez que lo había visto, apenas le
había prestado atención. Estaba demasiado ocupada con el tiroteo y Eve. Ahora, sin
embargo, sí que podía fijarse en él. Alice entreabrió los labios.
¿Así eran los bebés? ¡Si era diminuto!
El niño estaba abriendo y cerrando la boca. Su cabecita redonda estaba coronada con
una pequeña mata de pelo oscuro. Él dejó de moverse y clavó unos sorprendentes ojos
azules en Alice. O eso le pareció. En realidad, dudaba que pudiera verla bien. Alice se
apoyó en la cuna, mirándolo.
Qué raro. No recordaba haberlo oído llorar en toda la noche. Miró a su izquierda. Tina
dormía en esa habitación siempre por si pasaba algo en medio de la noche. Alice se
asomó un poco mejor y el bebé abrió y cerró los dedos de nuevo.
Y, de pronto, se encontró con ganas de sujetarlo. Estiró las manos hacia él y el bebé
parpadeó, sin decir nada. Parecía muy tranquilo. Alice lo sujetó por debajo de los brazos y
lo levantó. Era muy ligero. ¿En serio así eran los bebés?
Parecían tan frágiles...
Se lo colocó junto al pecho, sujetándolo con un brazo debajo de él. El niño estiró la
mano y agarró un mechón de pelo. Por un momento, Alice pensó que iba a
darle un tirón, pero se limitó a llevárselo a la boca y babearlo. Ella esbozó una pequeña
sonrisa y le ajustó la pequeña camiseta de algodón que tenía puesta.
—No se necesita ser muy listo para conseguirlo —ella sonrió de lado—.
¿Quieres probar?
—¿Eh? —Rhett cambió su cara adormilada por una de horror absoluto—. ¡No, no, no!
El bebé había soltado el mechón y parpadeaba lentamente, como si supiera que era el tema
de conversación.
—¿Y si se pone a llorar o una de esas cosas que hacen los críos? —Rhett arrugó la
nariz.
—Que no quie...
Rhett le puso mala cara, pero estiró los brazos. Alice vio que el bebé giraba la cabeza
hacia él cuando lo dejó en sus brazos. Rhett estaba más tenso que nunca y lo sujetaba
como si fuera a romperse si apretaba un poco. Alice empezó a reírse disimuladamente.
Alice vio que, mientras hablaba, se había relajado y el bebé intentaba llegarle a la cara
con sus manitas. Rhett lo alejó echando el cuello hacia atrás con una mueca.
—Eh, cuidado, bicho —le advirtió.
—¿Y cómo quieres que lo llame? No tiene nombre —murmuró—. Vivimos en un mundo
sin normas, en una ciudad sin ley y con un niño sin nombre. Nuestra vida es una película
mala del viejo oeste.
—¿Qué es el...? Bueno, da igual —Alice se centró—. Tendremos que ponerle un nombre.
—Es precioso. No pongas esa cara —miró al bebé—. ¿A que te gusta, Rhettito?
¿Ves? Ha movido la mano.
Alice sonrió, sacudiendo la cabeza, cuando vio que Rhett ya sujetaba al niño como si
nada, jugando con él.
Ella estaba segura de que Rhett tenía mucho más instinto para cuidar de los demás del
que jamás admitiría. Y siguió pensándolo mientras se volvió a quedar dormida, viendo
como Rhett hablaba en voz baja con el bebé, sonriendo.
CAPÍTULO 41
Alice había intentado subir a desayunar con los demás al día siguiente, pero Tina no
tardó en engancharla de la oreja y devolverla a la cama. Por mucho que se quejó, no le
quedó otra que tumbarse y cruzarse de brazos para demostrar su enfado. Y el bebé
empezó a reírse. Alice se lo hubiera creído si alguien le hubiera dicho que se reía de ella.
Ya no estaba cansada en absoluto. Se había pasado casi veinte horas dormida. Solo quería
ir a entrenar. Estaba aburrida. Pero Tina no le dejaba. Decía que tenía que reposar y
empeoraría. Claro está que Alice no le hizo demasiado caso.
Tenía controlados sus descansos y sus horas de comidas. Así que, cuando Tina
desaparecía, llegaba su momento de levantarse de la cama y hacer estiramientos. No
quería ni imaginarse lo que le haría Rhett si se enteraba de que no había hecho nada en
días. Iba a matarla a base de dar vueltas al campo.
Pensó que las cosas mejorarían de esa forma, pero el destino no parecía estar de su parte.
La primera semana fue bastante llevadera. Especialmente porque Tina dejaba que
estuviera con el bebé y Alice había descubierto qué hacer exactamente si se reía, si
lloraba, si abría y cerraba los puñitos y si ponía muecas. Pero se sentía muy sola. Tina no
dejaba que los demás bajaran a verla, aunque no entendía por qué. Solo Rhett y Max. Y,
de ellos dos, solo venía el primero. No había sabido nada de Max desde la tarde en que se
había despertado después de perder la memoria temporalmente.
Alice estaba sola con el bebé y Tina en el hospital. Las únicas personas que iban eran los
heridos por algún entrenamiento o las personas con algún tipo de problema que
buscaban medicamento. Solo ellos. Y, claro, no hablaban con Alice. Tina les tiraría de la
oreja si se enteraba de que habían inclumplido sus normas. Alice suspiraba sonoramente
durante las visitas para intentar hacerse notar, pero no servía de mucho.
Y, por si no fuera suficiente, solo podía comer de ese estúpido puré de hospital que no
sabía a nada. Lo odiaba. En realidad, odiaba todo lo relacionado con estar ahí tumbada.
Pero no fue hasta la segunda semana que las cosas empezaron a complicarse.
Como cada mañana, intentó ir a ver al bebé para pasar el tiempo, pero se sorprendió
cuando una de sus piernas no respondió. Se cayó al suelo con un golpe sordo y sintió
un dolor punzante en el codo y la rodilla. Bajó la mirada, extrañada, y consiguió
mover la pierna otra vez. ¿Por qué no le había hecho caso a la primera? Se puso de
pie de nuevo y siguió con su camino, un poco más tensa.
Volvió a caerse dos veces ese día por el mismo motivo. Al menos, había conseguido
evadir a Tina. A saber lo que haría si se enteraba de que casi no podía andar. Se dio la
vuelta, extrañada, y se miró la pierna en cuestión. La revisó con los ojos, pero no parecía
pasarle nada.
Entonces, sus mirada se detuvo en su pie. La piel blanca estaba azulada en la parte de los
dedos. Alice se estiró y los tocó. Apenas podía sentirlos. Frunció el ceño e intentó
moverlos, pero fue inútil. Tocó la zona azulada con la punta de un dedo y se volvió blanca
por un momento antes de volver al tono azulado.
—Yo... estoy bien, solo... eh... —mintió, mirándose el pie cuando la ayudó a sentarse en la
cama.
Pero Tina no tardó en darse cuenta de que era mentira. Unos días más tarde, Alice vio que
el azul había ascendido hasta su tobillo. Tina también lo había notado, obviamente. Ahora,
la obligaba a pasearse por el pequeño hospital con una muleta. Alice se sentía ridícula,
pero al menos no la veía nadie.
Literalmente. Porque nadie había vuelto a verla. Ni siquiera Rhett.
Preguntó a Tina en varias ocasiones sobre el tema y ella le confesó que no sabía qué
estaba pasando, pero Rhett y Max habían estado discutiendo mucho últimamente. Alice
le pidió que le preguntara a Rhett si tenía intención de volver a verla, pero no volvió con
muy buenas noticias. Al parecer, estaban preparando unas pruebas o algo así y no tenía
tiempo. Alice intentó que eso no la afectara, pero no podía evitar guardarle cierto rencor
a Rhett. Ella se hubiera deshecho de las pruebas esas en dos días y habría bajado a verlo.
Además, Alice había seguido empeorando. Ahora, tenía partes azules en casi todo el
cuerpo. Parecían moretones. Los tenía en la cara interior de las rodillas, los muslos, los
brazos y la espalda. Pero las peores partes eran los dedos. Tina ya no la dejaba pasearse
por la habitación, así que se quedaba sentada en la cama la mayor parte del tiempo,
entreteniéndose mediante intentar mover los dedos, que cada vez era más complicado.
Lo único bueno era que no había vuelto a perder la memoria. Casi lo hubiera preferido.
Se sentía completamente abandonada. Como si no le importara a nadie.
Pero ver a alguien, aunque fuera ella, era un alivio. Se incorporó apoyándose en los codos
para mirarla.
—Tina está en la otra habitación —le dijo, volviendo a tumbarse y a centrarse en el hilo
de su camiseta.
—No... yo... —Charlotte sacudió la cabeza—. Solo quería verte. Me dijeron que estabas
mal.
—Estoy bien.
Charlotte suspiró y se dio la vuelta para marcharse. Alice levantó la mirada cuando
le dio la espalda. Era curioso, pero apenas podía sentir ya nada de Alicia. Ahora,
solo estaba su propia rabia. Ya ni siquiera veía a Charlotte atractiva. Solo... una
traidora.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir tratándome mal por lo que pasó? —Charlotte se acercó
con el ceño fruncido.
—No, no lo es. Desde que llegué, no has hecho otra cosa que echármelo en cara.
¿Cuándo se te olvidará de una vez?
—No... no era...
—Sí, lo hiciste —siguió Alice con un tono de voz calmado. Estaba agotada incluso para
gritar—. Y no solo a él. Dejaste que la persona que se suponía que amabas se muriera
sola. De no haber sido por Max, Jake habría terminado igual. O peor.
—¡Deja de decir pero! ¡Hace más de un mes que estás aquí y ni siquiera te has molestado
en pedirme disculpas! ¿Qué clase de persona te hace eso?
—Lo siento —dijo Charlotte, acercándose—. Lo siento, ¿vale? Me asusté. Y huí. Lo sé.
Pero... me arrepentí. Te juro que lo hice. Y volví corriendo. Pero... solo estaba... ella... o
tú... bueno... Alicia. Muerta. No había rastro de Jake. Pensé que se lo habrían llevado y...
y desistí.
—No gracias a ti, ¿verdad? —Alice apartó la mirada—. No sé qué buscas aquí, pero no
puedo ser tu amiga, Charlotte. Nunca podré volver a serlo. No después de lo que pasó.
Hubo un momento de silencio. Alice volvió a tumbarse —ni siquiera se había dado
cuenta de haberse incorporado—, dando por zanjada la conversación. Charlotte tragó
saliva y agachó la mirada.
Alice la siguió con la mirada con los dientes apretados, pero se detuvo cuando vio que
casi se chocaba con Jake, Trisha, Charles y Kilian, que acababan de entrar. Los cuatro la
siguieron con la mirada sin disimular y se acercaron a la cama de Alice.
Ella estaba tan sorprendida que tardó un momento en asegurarse de que Tina no
andaba cerca.
—Esa chica me da de todo menos confianza —Trisha puso una mueca y se sentó en
el otro lado.
—¿No deberíais no sentaros? —sugirió Jake, viendo como Alice tenía que encoger
las piernas para dejarles espacio—. Hasta donde yo sé, Alice es la enferma.
—El androide con Alzheimer —canturreó Charles—. Justo cuando creíamos que la cosa
no podía ir a peor.
Pareció que esperaban a que dijera algo. Alice no fue capaz de hacerlo hasta pasados unos
segundos.
—Discutía con Max —dijo Jake, salvándola del apuro—. Así que dale una hora o eso
para que se calme antes de bajar.
—¿Discutían otra vez? —Alice se había quedado con lo primero—. ¿Por qué?
—Sí, pero cuando alguien se pone a hablar, y hablar, y hablar... desconecto y pienso
en mis cosas —sonrió ampliamente—. Si necesitas una última juerga
antes de irte al hoyo, puedes llamarme, ¿eh? Siempre tengo material de emergencia.
Ella esbozó una sonrisa que se borró cuando vio que Jake había clavado la mirada en
sus dedos azulados. Por un momento, con el humor de Charles, se había olvidado de
lo que sucedía. Tragó saliva.
—Jake...
—Pero no es seguro —le recordó Trisha, que había dejado de sonreír—. Siempre...
bueno, Tina siempre encuentra la solución, ¿verdad? Es su trabajo. Y es buena en ello.
—Y, en el peor de los casos —Charles sonrió ampliamente—, solo está mutando a Pitufo.
—O el Pitufo...
—Vale, déjalo —Trisha volvió a centrarse—. La cosa es que Tina encontrará una
solución, como siempre.
—Exacto —Alice sonrió—. Solo tiene que aprender un poco más de and...
Todos se giraron hacia ella cuando se quedó en completo silencio, abriendo los ojos de
golpe.
Los cuatro se quedaron mirándola cuando intentó ponerse de pie y sus piernas fallaron,
mandándola al suelo. Se apoyó torpemente en él con las palmas de las manos.
Entre Kilian y él, la pusieron de pie. Ella se apoyó en el hombro de Kilian y en la cama.
Apenas sentía las piernas.
—Casi no puedo andar —murmuró, mirándose las manos. Volvía a tener las uñas y
los dedos azulados.
—¿Puedo preguntar dónde se supone que quieres ir? —Trisha enarcó una ceja.
—He tenido una idea —masculló Alice, apoyando todo su peso en la cama. Miró a su
alrededor, pensando a toda velocidad—. Tina volverá de su descanso en cinco minutos y
necesito haberme ido ya para entonces.
—Bueno, hacía mucho que esperaba que me lo pidieras, pero tenía en mente algo más
íntimo.
—¿Eh?
—¡Hazlo ya!
—Vale, vale —Charles se giró y se agachó un poco—. Querida, esperaba una
proposición más romántica.
—Bueno, ¿ahora qué? ¿Una carrera? ¿La rubita se sube encima del mudito?
—¿Al últim...? ¿Quién te crees que soy? ¿Hulk? ¡Vas a destrozarme la espalda!
—Estoy replanteándome todas las decisiones de mi vida que me han llevado a este
momento —murmuró Trisha, mirándolos.
—Pues nada. Habrá que ser el caballo de la señorita —empezó a andar—. ¿Lo pillas?
Caballo. Es que es una droga y yo soy...
—Oye, preciosa —Charles siguió andando tranquilamente, mirándola por encima del
hombro—, sabes que estoy aquí para más cosas que para transportarte al último peso,
¿no? Servicios veinticuatro horas de satisfacción de...
—Vigilad que no nos vea nadie —los urgió Alice cuando llegaron a la primera puerta.
Ella y Charles esperaron pacientemente cuando ellos salieron. Alice escuchó a Jake
hablando con alguien y supuso que lo estaba convenciendo para que se marchara. Eso
podía llevar un rato.
—Oye, Charles.
—Querida mía —Alice negó con la cabeza, riendo para no llorar—. ¿Dónde tienes
tu marca?
—El año pasado encontraste la mía en mi muñeca, ¿te acuerdas? Me dijiste que algún día
me dirías donde está la tuya.
—Nada. Creo que dejaremos la marca para un momento menos... eh... concurrido.
—¿Por qué?
—Yo creo que no —le aseguró él—. Solo la ve la gente privilegiada. Y soy muy
selectivo.
Alice los ignoró y alcanzó la puerta. Revisó el pasillo antes de volver a meterse en ella.
Por suerte, la sala estaba vacía y solo estaba la máquina de la memoria con la camilla.
Alice sonrió y se apoyó en la máquina porque sus piernas apenas funcionaban.
Escuchó a los demás entrando y les indicó que cerraran la puerta. Todos empezaron a
hacer preguntas mientras revisaban la máquina. Charles lo hizo sentado en la camilla, que
era más cómodo.
—Es una máquina de memoria o algo así —murmuró Alice—. No lo recordaba, pero
aquí está la mem...
—¿Qué hacéis?
Alice casi se cayó de culo al suelo cuando escuchó la voz de Max. De hecho, todo el
mundo dio un respingo. Él estaba de pie en la puerta, de brazos cruzados. Y
mortalmente serio.
Oh, oh.
—Eh... —Jake intentó improvisar, pero se calló al ver que Max solo miraba a Alice.
—Creí que había dejado claro que la existencia de esta máquina debía ser un secreto.
Max le clavó una mirada que dejó claro el humor del que estaba. Incluso Charles apartó
los ojos.
—La próxima vez que tengáis la idea de hacer una tontería así, id al gimnasio y entrenad
hasta que se os borre de la cabeza —Max se acercó y cerró la máquina que Alice había
encendido—. Y tú deberías estar en la cama. Déjate de chorradas y vuelve a ella.
—Si consigo meterme esto en la cabeza —siguió Alice, señalándose—, podré tener
toda la información para intentar...
—Precisamente esa máquina fue la que te dejó como estás —le recordó Max
frívolamente.
—No voy a dejar que vuelvas a entrar ahí, así que ya puedes ir quitándotelo de la cabeza.
—Pero...
—¡Max, está todo aquí! ¡Justo aquí! ¡Puede que solo sea información de
creación, pero seguro que haya algo que pueda servirnos!
—Ya estás demasiado débil. Y solo entraste una vez. No va a haber segunda.
—No hay otro androide que sepa de esto. O que quiera arriesgarse.
—¡Podríamos intentar...!
—No.
Alice clavó los ojos en él, perpleja. Todo el mundo se giró en seco.
—Sí, soy androide. Pero que sea un secreto, ¿eh? —Charles sonrió—. Podría hacerlo
yo. Tampoco es para tanto.
—¿No?
Al final, tras unas cuantas miradas de apiado hacia Alice, los dejaron solos. Max la miró.
—Alice... —advirtió.
—¡No es justo que decidas tú! ¡Tengo derecho a elegir si quiero arriesgar mi vida! ¡Y a
elegir el por qué! ¡No soy una niña!
—¡Pues deja de comportarte como tal! ¿Qué te crees que conseguirás metiéndote
ahí otra vez? ¡Te matarás! ¡O matarás a otro, como a Charles!
—Oh, ¿y yo no?
—¡No! —Alice explotó—. ¡No has intentado solucionar nada en tres semanas!
¡Nada! ¡Ni siquiera has tenido el detalle de venir a verme, de preguntar a Tina o de
preguntarme a mí si estaba bien! ¡Ni tú, ni Rhett! ¡Me habéis ignorado cuando me acaban
de decir que me voy a morir!
—Soy el alcalde de la ciudad, Alice, ¿te crees que tengo tiempo para hacer todo lo que
qui...?
—¡Me estoy muriendo! —repitió ella, a punto de llorar de rabia—. ¿Es que no te
importa? ¿Te da igual?
—No, de eso nada —Max perdió la paciencia al ver que arrancaba la máquina y la
agarró del brazo, arrastrándola a la puerta—. Tú te vas a tu cama. Ahora.
—¡Suéltame!
—¡No me digas que me comporte! ¡No eres nadie para hacerlo! ¡No eres mi padre!
Max se detuvo en seco y Alice libró su brazo de un tirón que casi la tiró al suelo. Se
apoyó en la pared, ignorando la expresión de Max, y se empezó a arrastrar por el pasillo
hacia las escaleras. Sintió que se le formaba un nudo en la garganta y empezó a
detenerse. Se estaba mareando otra vez. Le fallaron las rodillas y se cayó al suelo.
Cuando apoyó las manos en él, no pudo más y empezó a llorar.
Era como si todo lo que hubiera pasado esos interminables días se reuniera en ese
momento. Agachó la cabeza para cubrírsela con el pelo, avergonzada, y siguió
llorando. No podía parar. Nunca había llorado de esa forma. Le dolía el pecho y la
garganta.
Entonces, notó una mano en su hombro y no necesitó levantar la cabeza para ver que
Max se había acuclillado delante de ella.
—Lo siento —murmuró ella con voz ahogada.
Alice se pasó las manos por la cara, pero no se atrevió a mirarlo. Estaba
demasiado avergonzada. No le gustaba llorar de esa forma.
—Venga, tienes que volver a tu cama —Max se puso de pie y le ofreció una mano.
—No es eso...
No dijeron nada en todo el camino. Max era un transporte considerablemente más estable
que Charles. Al menos, no saltitos al caminar. Al llegar al hospital, Alice agachó la
cabeza al ver que Tina los esperaba con los brazos en jarras y el ceño fruncido.
—¡¿Se puede saber dónde te habías metido?! ¡¿Tienes la menor idea de lo preocupada que
estaba, jovencita?!
—¡¿Que tú te...?!
—Tina, yo me encargo.
Ella no pareció en absoluto de acuerdo, pero se dio media vuelta y se alejó para cuidar
del bebé. Alice vio que le daba lo que parecía un biberón, quejándose en voz baja de
jovencitas desobedientes mientras él bebía ávidamente.
Max la dejó en la cama y Alice puso una mueca al volver a cubrirse con las
sábanas y a ponerse todos los cables. Se cruzó de brazos y suspiró pesadamente.
Max se giró y alcanzó la bandeja de la cena que no se había comido. Se la dejó encima
mientras daba la vuelta a la cama y revisaba las máquinas con los ojos.
—No tengo hambre —ella lo apartó con una mueca—. Esto no sabe a nada.
—Es lo que hay, así que come.
Le puso mala cara, pero agarró la cuchara y se metió una cucharada de puré en la boca.
Suspiró otra vez. Estaba harta de puré. Y de estar tumbada. Y de todo.
Max pareció conformarse con lo que veía, porque dio la vuelta a la cama y se sentó en la
silla que había permanecido vacía durante tantos días. Alice lo miró de reojo cuando él
enarcó una ceja, esperando que siguiera comiendo. Se tomó otra cucharada con cara de
asco.
—Pon la cara que quieras —le dijo Max, cruzándose de brazos—, vas a
terminarte eso.
Dio otra cucharada grande. Solo quería terminárselo rápido para poder lanzar el plato a un
lado y no volver a pensar en ello hasta el día siguiente.
—Esta mañana, los salvajes han cruzado la ciudad —comentó Max—. Supongo que
recordarás el trato que hiciste con ellos.
—Eso parece. Habrá que esperar para ver si lo de que las ciudades serán seguras
para nosotros también es cierto.
—Sí, podrías llamarlo así —Max repiqueteó los dedos en su brazo, pensativo—. Los
alumnos también han avanzado mucho. Especialmente los androides.
Aprenden rápido.
—Haberte visto a ti hacía que tuviera pocas expectativas en ellos. Me han sorprendido.
Max pareció tensarse un poco al oír ese nombre, pero mantuvo su expresión vacía.
—Sí, probablemente.
—No.
—¿No?
—Porque tú sabías que había algo por descubrir. Ella no lo sabe. No voy a
obligarla a enfrentarse a ello si no es completa y absolutamente necesario.
Además, no es Emma.
—Sí lo es.
Max suspiró, desdoblando los brazos para apoyar los codos en sus rodillas.
—Sí... y no. Depende del momento —miró a Alice—. Si hubiera ocurrido hace unos años,
cuando su muerte era más reciente... sí, hubiera intentado que me recordara. Por todos los
medios. Pero no ahora. Me he acostumbrado a vivir sin ella, y sería muy egoísta por mi
parte hacer que esa chica sufriera solo para acordarse de mí.
—Pero... es tu familia.
—Sí. Y Tina, y tú, y Rhett. Todos somos una gran familia, en el fondo.
—No necesitas compartir la sangre con alguien para que sea tu familia, Alice.
Ella estaba genuinamente sorprendida. Agachó la cabeza hacia su puré y Max vio que
fruncía el ceño.
—¿Qué te pasa?
—Sí.
—¿Sí?
—Pero... antes...
—Antes tenía que evitar que mataras a alguien con esa máquina —replicó Max
lentamente—. Intento tener siempre un plan de emergencia.
se puso de pie.
—¿Lo prometes?
—Sí, pero... —se detuvo y puso una mueca confusa—. ¿Qué demonios haces? Alice le
—¿Así?
—Sí, claro.
—¡Venga, hazlo!
—¡Solo hazlo!
—Muy bien. Termínate eso antes de que vuelva a hacer mi ronda o te haré comerte
dos más.
CAPÍTULO 42
Ella abrió los ojos y parpadeó varias veces, alterada. Se calmó al ver la cara de Tina.
—No exactamente. Voy a necesitar que estés despierta. Han venido a verte.
—Oh.
Alice se frotó los ojos y vio, con cara de asco, que Tina ya preparaba las bandejas de
puré. Levantó la mirada y vio que la puerta se abría. Su corazón se aceleró cuando Rhett
apareció. Sonrió ampliamente al verlo.
—Quieta —advirtió él, acercándose. Parecía un poco acelerado—. ¿Qué tal estás?
Alice se pasaba muchas tardes durmiendo. Se frotó los ojos. ¿Qué hora debía ser?
Rhett le dedicó una sonrisa fugaz que se borró cuando le tomó la mano y le revisó los
dedos azulados.
—¿Por qué no has venido en tantos días? —preguntó Alice, viendo como la revisaba.
—No he podido venir porque estaba ocupado por ti —replicó Rhett, sujetándole la cara
para revisársela.
—Sht —le revisó los labios, haciéndola callar—. Tienes peor aspecto.
—Alice —él se detuvo y respiró hondo—. He tenido que ir a por ayuda con tu
problema.
—¿Ayuda?
—Sí. Ayuda. A buscar a alguien que supiera sobre androides y pudiera ayudarte. No ha
sido fácil, te lo aseguro, pero...
Rhett la observó un momento antes de hacer un gesto a la puerta. Alice lo miró, confusa,
antes de girarse hacia ella.
Entonces, no entendió nada al ver que Max entraba con cara de tensión. Iba seguido de
tres guardias con las pistolas en las manos. Y, entre ellos... el padre John.
—¿Qué...? —Alice miró a Rhett. El pecho de ella subía y bajaba a toda velocidad—. ¿Qué
hace él aquí? ¿Qué...?
—Relájate, Alice —le dijo Max.
Alice lo miró, perpleja, cuando dejaron que el padre John se quedara a los pies de su
cama con su traje inmaculado y su bastón perfecto.
—Estamos en plena tregua temporal —replicó el padre John, observando con curiosidad
las máquinas a las que estaba conectada.
—¿Él ha...? —Alice retrocedió, negando con la cabeza—. No. No él. No.
—Alice... —empezó Rhett.
—Alice —la voz de Max sonó más firme—, es por tu bien. Así que cállate y
acepta la ayuda.
Ella le frunció el ceño, pero no dijo nada. Vio que la mirada del padre John se agudizaba y
bailaba de Max a ella. Después, esbozó media sonrisa.
—Bueno, voy a necesitar llevarla a las camillas del fondo —replicó él, pensativo
—. ¿Alguien tiene una silla de ruedas o...?
Se calló al ver que un guardia se inclinaba hacia delante e intentaba agarrarla, pero Alice
se apartó y se cruzó de brazos.
—No voy a dejar que lo haga —repitió—. No va a salvarme, solo quiere colarse en la
ciudad.
—En realidad, mi intención sí es salvarte, hija —replicó el padre John suavemente—. Por
si se te había olvidado, sigo necesitándote viva.
—En cuanto estés mejor, él se marchará y todo volverá a la normalidad —Max asintió
con la cabeza.
—¿Y si no me cura?
—No he podido ni revisarte —dijo el padre John—. No recordaba que perdieras las
esperanzas tan rápido.
Ella le clavó una mirada que hubiera helado el infierno, pero su padre ni siquiera se
inmutó. El guardia volvió a intentar acercarse, pero Rhett lo detuvo por el pecho,
enarcando una ceja. Se agachó él mismo y Alice le rodeó el cuello con los brazos
automáticamente, dejando que la llevara. El padre John lo observaba todo con curiosidad
en los ojos, pero no dijo nada.
Rhett la condujo hacia las camas del fondo y Alice tuvo ganas de apretujarse contra él,
pero se contuvo por el público que tenían detrás. Junto a ellos estaban las máquinas cuyo
funcionamiento Tina desconocía. Alice vio que el padre John las miraba de reojo y se
acercaba directo a una. Dejó el bastón apoyado en la pared y cojeó elegantemente hacia
esta, pasándole la mano para quitarle el polvo.
Por la cara de Rhett, Alice supo que tampoco le hacía mucha gracia tener que obedecerle.
Sin embargo, la dejó en la camilla vacía, tal y como había indicado. Alice parpadeó
cuando el padre John se acercó y encendió el foco que tenía encima.
—No creo que los guardias sean necesarios, Max —le dijo, mirándolo—.
Después de todo, mi hija ya tiene dos guardaespaldas, ¿no?
Max pareció querer decir algo, pero se limitó a hacer un gesto a los guardias, que fueron
a esperar al pasillo. Tina seguía a un lado, mirándolo todo con cierta tensión en los ojos.
Estaba junto al bebé y no parecía tener ninguna intención de alejarse de él.
—Bien —el padre John ajustó el foco encima de Alice—. Dame una mano.
Alice le apretó los labios, pero obedeció. Se le hizo extraño dejar que el padre John la
tocara cuando, en realidad, su mayor deseo era robarle la pistola a Rhett y apuntarlo con
ella.
Alice vio que pasaba el pulgar por encima de ellos y la piel quedaba momentáneamente
blanca antes de volver al azul. Dejó su mano con cuidado en la camilla y se inclinó con el
ceño fruncido por la concentración. Ella se tensó, pero no se movió cuando le puso dos
dedos en el cuello. Lo repasó hasta llegar a la garganta y frunció un poco más el ceño.
—Alice —corrigió él con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Por favor.
Ella decidió obedecer y abrió la boca. El padre John le sujetó la mandíbula y pareció
revisar algo que no lo dejó muy contento. Dejó que volviera a cerrarla y le puso una
mano en el estómago.
—No.
Entonces, presionó con suma suavidad un punto en su estómago y ella dio un respingo.
Eso sí que había dolido. Y mucho. La sensación más parecida que pudo encontrar fue que
le apagaran un cigarrillo en la piel justo en ese punto. El padre John la soltó sin siquiera
parpadear al ver su mueca.
—Siéntate.
—Un poco de paciencia, chico —replicó lentamente, sin mirarlo—. Las cosas bien
hechas llevan su tiempo.
Alice levantó las cejas. ¿Había dicho ella que le hubiera sucedido?
—No me mires así, Alice, yo te creé. Sé todo de ti. Incluso tus posibles fallos — replicó
él frívolamente—. ¿Cuándo fue?
—No.
—Sí.
—¿Sueños?
—No.
El padre John se detuvo y la miró un momento, por primera vez sin palabras. Después,
se acercó a sus piernas y presionó un punto de la rodilla con un dedo. Era casi imposible
verlo sin conocerlo, pero Alice lo conocía muy, muy bien. Y supo que no le gustaba lo
que veía. Se acercó al tobillo y lo examinó con los ojos.
—Mhm... —murmuró.
—Tengo una teoría —murmuró el padre John, volviendo a las manos de Alice. Sujetó
una y miró la parte azulada con gesto pensativo—. No puedo probarla con una primera
mirada.
John observó la mano por unos segundos más antes de clavar los ojos en él.
Alice intentó que no se notara lo aliviada que estaba. Vio que Rhett soltaba todo el aire de
sus pulmones.
—Pero voy a necesitar un poco más de información sobre todo esto —replicó el padre
John, mirándola—. ¿Qué has estado haciendo para llegar a este estado?
—¿Y eso qué quiere decir? —Alice también enarcó una ceja, quitando su mano.
—¿Que os diga...? —el padre John sacudió la cabeza y empezó a reírse—. Chico,
deberías pensar un poco más antes de hablar. Es un modelo avanzado. Última
tecnología. Única en el mundo. ¿De verdad te crees que estoy dispuesto a dejar su
arreglo en manos de alguien que no sea yo mismo?
Rhett apretó los labios, pero no dijo nada cuando Max le hizo un gesto que el padre John
no dio señales de ver.
—No, es bastante más serio de lo que creía —murmuró él—. Va a llevar unos días que
determine si puedo arreglar el desastre que habéis hecho o no. No se puede jugar con
tecnología que desconoces o suceden estas cosas.
—Los androides pueden ser parecidos a los humanos, pero hay muchas funciones que
no pueden cumplir como ellos. Una de esas funciones es la producción de un tipo de
célula cerebral que el cuerpo humano produce naturalmente. Con los suplementos
necesarios, no hace falta preocuparse por ello durante varios años. El problema viene
cuando forzamos demasiado la maquinita que tienen dentro de la cabeza.
Alice se esperaba una respuesta mordaz que no llegó. Al contrario. El padre John soltó
una risa suave y se giró hacia ella.
—¿Eso es lo que te gusta ahora, hija? ¿Los chicos irrespetuosos? ¿Es así de
irrespetuoso en todo?
—Estamos aquí para hablar de cómo curarla —le recordó Max, sujetando a Rhett del
brazo cuando fue a adelantarse—. Si no puedes ayudarnos, no solo perdemos
nosotros. Tú también. Y Alice no saldrá de aquí, así que necesitaremos una
alternativa.
El padre John lo consideró un momento, pasándose una mano por el mentón mientras se
sujetaba al bastón con la otra. Se giró hacia Alice y le volvió a mirar las manos, pensativo.
—Hay una alternativa —dijo, finalmente—. Podría intentar hacerlo aquí, pero... tengo
mis condiciones.
—No va a ser cosa de un día. Voy a necesitar tiempo para poder hacerlo bien.
—¿Cuánto tiempo?
—No lo sé, Max. Variará en función de la respuesta del sujeto. Pueden ser días. Siendo
positivos.
Alice miró a Max, que parecía estar considerándolo. Él se frotó la barbilla y, por un breve
momento, Alice supo que le diría que no. Era difícil que Max metiera el enemigo en casa.
Y más si era solo por un androide. En el fondo, podía entenderlo. Tenía que pensar en el
bien común.
—Quiero tener mi seguridad garantizada durante el tiempo en que tenga que cuidar
de mi prototipo.
—No es un prot...
La frase quedó suspendida en aire por unos segundos. Alice miró a su padre con
desconfianza. ¿Qué estaba diciendo? Max también pareció algo confuso, pero no
preguntó.
—Muy bien.
—El día que termine con todo esto... —añadió, señalando a Alice—. Quiero que seáis
vosotros tres quienes me llevéis a casa de nuevo. Garantizando mi seguridad, de nuevo,
en todo momento.
Había señalado a Alice, Rhett y Max. Cada uno parecía más desconfiado que el anterior.
—¿Y por qué no querrías volver con los tuyos? —preguntó Rhett entrecerrando los
ojos.
—Mi seguridad estará mucho menos comprometida en un coche con vuestro alcalde,
chico.
Alice seguía sin confiar demasiado en él, especialmente porque se imaginaba que su
tercera condición sería recuperar la memoria correspondiente a la creación de nuevos
androides.
Max tardó unos segundos, pero finalmente asintió con la cabeza y estiró la mano hacia él,
apretándosela.
—Tenemos un trato.
CAPÍTULO 43
—Bueno, está claro que los padres no se eligen.
Alice sonrió y sacudió la cabeza cuando Rhett terminó de decirlo. Por fin estaban solos.
Él se dejó caer en la silla de su lado.
Ella se dio cuenta, por primera vez desde que había entrado en la sala, de que parecía
cansado. Más bien agotado. Como si llevara un tiempo sin dormir bien. Alice hubiera
estirado la mano hacia él para pasársela por la mejilla, pero ella también se sentía
bastante agotada. De hecho, tenía los músculos medio dormidos.
—¿Por qué te creías que era? —frunció el ceño—. ¿Te creías que me había ido con otra
o qué?
—Mi idea era ir a por cualquier científico loco y obligarlo a ayudarte, pero...
bueno, supongo que él es quien sabe más sobre cómo ayudarte.
—No me gusta tener que pedirle ayuda —admitió en voz baja tras una breve pausa.
—No empecemos.
—Rhett, si sigues tratándome así de mal, podría irme yo con otro. Con Kenneth, por
ejemplo, y dejarte solito.
—Es broma —Alice empezó a reírse. Se estiró para sujetarlo del brazo cuando hizo un
ademán de levantarse. Le dolió cada músculo del cuerpo cuando tiró de él—. Vamos, no
te enfades.
—Prefiero no arriesgarme.
Ella lo ignoró completamente y lo abrazo con las piernas y los brazos, como un koala.
Apoyó la cabeza en su pecho y levantó la mirada para ver que él había puesto mala cara.
—No volverá hasta dentro de un buen rato —le aseguró Alice con los ojos ya
cerrados.
—He tenido suficiente tiempo libre como para saber a qué hora viene y a qué hora se va,
te lo aseguro.
Rhett suspiró. Seguía estando un poco tenso, así que Alice decidió separarse y tumbarse
a su lado. Se miró las manos. Rhett le sujetó una y miró los dedos azulados con el ceño
fruncido.
—Mejor de lo que creo que pensáis —le aseguró en voz baja—. Todo el mundo me
trata como si fuera a romperme solo con rozarme.
—La gente está preocupada —Rhett frunció el ceño—. Has causado un poco de revuelo
entre los demás androides.
—¿Yo?
Se preguntó si Max, Jake, Trisha o cualquier otra persona le habría contado eso.
Seguramente no, simplemente para no preocuparla. Le gustaba que Rhett sí lo hiciera.
—¿Dónde va a dormir John? —preguntó ella.
—Sí, dudo que alguien quiera compartir habitación con él —murmuró Alice con media
sonrisa un poco amarga—. Los humanos lo odian porque intentó atacarlos y los
androides lo odian todavía más por... bueno, por todo.
—¿Qué?
—No lo sé —murmuró.
Después de todo, técnicamente, seguía siendo su padre. ¿Se podía odiar a un padre? ¿Eso
era correcto? No estaba segura.
—No quiero hablar de él —ella volvió a acercarse un poco—. Te he echado de menos.
—Ve haciéndote a la idea de que vas a dar unas cuantas vueltas al gimnasio en cuanto te
pongas de pie. Habrá que volver a ponerte en forma.
Alice se inclinó hacia él y le puso una mano en la mejilla para besarlo. Sin embargo, no
había llegado a hacerlo cuando la puerta se abrió de golpe.
—¡AAAAALIIIICEEEEE!
Jake iba muy decidido hacia ellos, pero se detuvo cuando vio lo que había
interrumpido y puso una mueca.
—No sabe cómo eres, puedes estar tranquilo —le aseguró ella.
—Mejor, mejor.
Él pareció pensar en algo más positivo, pero no debió ocurrírsele, así que se encogió
de hombros y sonrió ampliamente.
Rhett se incorporó y salió de la cama. Alice les puso una mueca cuando los dos se
alejaron tras despedirse. Otra vez sola.
***
Los siguientes días parecieron pasar más rápido que los anteriores.
Alice tenía que soportar al padre John a todas horas, pero no era tan insostenible como
creyó que podía llegar a ser. Más que nada, porque él no hablaba demasiado. Solo hacía
su trabajo en silencio. Lo único que decía eran algunas instrucciones simples como
levantar un brazo o enseñarle las palmas de las manos. Además, siempre había guardias
vigilándolo y Alice podía preguntarles si había pasado algo interesante en la ciudad.
La respuesta solía ser un no, aunque en una ocasión le contaron que Charles no había
tenido otra idea que meter alcohol en el agua a la hora de comer. Y Max, como castigo, lo
había obligado a beberse siete vasos seguidos. El pobre se pasó casi diez horas
durmiendo en su caravana.
Por lo demás, no había mucho que contar. El padre John realmente parecía centrado en
su labor. De hecho, en algunas ocasiones, Alice casi se sentía como si volvieran a ser un
padre con una androide, como un año atrás. El lugar no había cambiado, pero ellos sí.
Era extraño pensarlo.
Llevaba una semana con ella cuando pidió que usaran una de las máquinas del fondo del
hospital. Alice vio que le ponía algo encima del estómago, justo donde ella sabía que
tenía el núcleo, y miraba algo en una pantalla pequeña. Se había puesto las gafas y
pasaba el dedo por encima de la pantalla con el ceño fruncido por la concentración. Alice
estaba tumbada mirando el techo. Llevaban así casi una hora. Además, Charles había
sido el guardia asignado para vigilar al padre John. Y no dejó de resoplar, aburrido.
—¿Falta mucho? —preguntó, impaciente.
Él lo ignoró mientras se centraba en algo. Sus dedos pulsaron dos teclas y siguió
con su trabajo. Alice lo miró, también aburrida.
—Creo que voy a poder entenderlo si me lo explicas bien —le aseguró Alice de mala
gana.
—¿Y lo hacen?
El padre John dejó la pantalla un momento para apuntar algo en un papel.
—Sí.
—No.
—¿Yo? —preguntó Charles, llevándose una mano al corazón—. Pero hay muchas
escaleras.
Charles suspiró y se puso de pie. Cruzó el hospital silbando y escucharon sus pasos por
el pasillo. Alice negó con la cabeza. Menudo guardaespaldas estaba hecho. Alice miró
a su padre y se dio cuenta de que era la primera vez que estaba sola con él desde que
había vuelto. De hecho, era la primera vez que estaba sola con él en mucho tiempo.
—Todo el mundo aquí parece querer cuidarte —murmuró él, moviendo el foco que
tenía encima de Alice por unos centímetros.
—No hace falta que estés a la defensiva, Alice. Solo era un comentario.
Alice estuvo a punto de echarse a reír. ¿Lo estaba preguntando en serio? ¡Tenía que ser
una broma!
—Para empezar, hasta hace poco nos tenías amenazados de muerte. A todos los de la
ciudad.
—Hija, si hubiera querido matarte, ya estarías muerta. Igual que el resto de tu querida
ciudad.
Alice lo observó un momento, boquiabierta. Acababa de decirle que había dejado que un
hombre fuera a su propia muerte sin siquiera parpadear. Era como si no pudiera sentir
nada. Era increíble que alguien así hubiera sido tan diferente un año atrás.
—¿Es que solo somos basura para ti? —le espetó, enfadada—. ¿Somos solo peones en un
juego gigante? ¿No te importa que alguien muera a tus órdenes?
—Alice, querida, hay que tener sangre fría para conseguir ciertas cosas en un mundo como
este.
—Con mis hijos —enarcó una ceja—. Por eso os he mantenido vivos tanto tiempo. Por
eso no os puse en riesgo atacando la ciudad. Y por eso estoy aquí.
—Solo estás aquí porque si me pierdes a mí te sentirás como si perdieras un logro
profesional. No te importamos. No te importa nadie que no seas tú.
—Eso no lo sabes.
—Lo sé perfectamente.
—¿De verdad te crees que me habría molestado en venir hasta aquí si no fuera porque eres
mi hija?
—¡Hace un año dijiste que no era tu hija, que solo era una máquina sin
sentimientos!
—En un año pueden pasar muchas cosas —él apartó la máquina—. Uno puede aprender
muchas cosas.
Ni siquiera recordaba haberlo hecho, pero no importaba. Había sido sin pensar. No
significaba nada. No cambiaba nada.
—Pues no te acostumbres.
—¿Y quién lo ha hecho? ¿Max? ¿Te crees que él no te sacrificaría por el bien de la
ciudad?
—Tú no sabes...
—Si ahora mismo le dijera que te entregara a cambio de prometerle que jamás volveré a
molestarlo, ¿crees que te elegiría a ti, Alice?
Ella abrió la boca, pero volvió a cerrarla, sin encontrar la respuesta que quería. El
padre John sacudió la cabeza.
—Puede tenerte cierto cariño, sí, pero nunca te querrá como si fueras su hija biológica.
Nunca podrás sustituirla.
—Oh, claro que quieres. Quieres sentirte como si los que te cuidan aquí fueran tu
pequeña familia nueva. Pues lo siento, querida, pero no es así. Yo soy tu familia. Tu
hermano es tu familia. Tarde o temprano, vas a tener que entenderlo.
Alice decidió no responder. Le hervía la sangre por la rabia. Apartó la mirada y tragó
saliva.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó ella, entrecerrando los ojos.
El padre John repiqueteó los dedos en la máquina, pensativo.
La frase quedó en el aire por unos segundos. Alice entreabrió los labios. Ni siquiera estaba
enfadada, solo estupefacta.
—¿Venir contigo?
—Podrías tener todo lo que quisieras —la ignoró—. Y no tendrías que volver a
preocuparte de que te pasara algo así. Yo cuidaría de ti. Cualquier científico lo haría.
—No te he pedido a tu hermano. Puedo vivir sabiendo que está a salvo con humanos. Pero
tú... eres un caso distinto. Eres un androide. Tarde o temprano, volverás a necesitar mi
ayuda. Y querrás tenerme cerca.
Alice decidió no responder y clavó los ojos en cualquier otra parte de la sala.
—¿Qué?
***
Alice estaba un poco más emocionada de lo que debería cuando Rhett entró en el
hospital días más tarde. Tenía una prueba física para ver si había mejorado lo suficiente
como para reincorporarse a las clases. Solo quería una excusa para no volver a pisar el
hospital. Y había estado practicando desde que el padre John le había dado algo para
comer y se había podido poner de pie. El azul de las uñas ya casi había desaparecido. Y
se sentía mucho más enérgica que de costumbre. Incluso mejor que antes. Estaba dando
tumbos alrededor del bebé cuando apareció Rhett.
Alice lo ignoró completamente. No estaba segura de si estaba más emocionada por poder
vestirse como siempre o por volver a entrenar. Nunca habría creído que poder correr la
hubiera hecho tan feliz. Subió las escaleras a toda velocidad y no sintió ni un poco de
dolor. Rhett tuvo que trotar unos metros para seguirla, poniéndole mala cara.
—Ya me gustaría ver cómo estarías tú si te hubieran obligado a quedarte ahí abajo durante
un mes entero. Me estaba volviendo loca.
—Pero...
—¿Te acuerdas de esa lejana época de nuestras vidas en la que te decía que hicieras algo y
tú, simplemente, lo hacías?
—Sí.
—No, no lo haces.
—Sí, sí lo hago.
—Aburrido.
—Sí lo eres.
—No lo eres.
—Sí lo eres.
Ella empujó la puerta principal del edificio y se sorprendió al ver que casi no hacía frío.
De hecho, el sol le dio directamente en la cara, haciendo que tuviera que entrecerrar los
ojos. Puso una mueca, haciéndose sombra con la mano.
—Ugh —Rhett también había puesto una mueca—. Qué asco da el sol. Prefiero la
lluvia.
—Eres aburrido incluso con eso.
—Aburrido.
—¿Por qué?
—Porque mis alumnos van a dejar de tomarme en serio —él señaló con la cabeza un
grupo de chicos que los miraban con curiosidad, sentados contra el muro de la ciudad.
Alice los miró con aire divertido antes de girarse hacia Rhett.
Alice estaba demasiado contenta como para darle importancia a eso. Se acercó y le dio
un toque en el hombro con un dedo.
—¿Eh?
—¡Venga!
Aún así, llegaron a la vez y abrieron la puerta de un empujón. Max, el padre John y
Charles estaban ahí de pie. Los tres dieron un respingo cuando entraron entre quejas y
empujones de protesta.
—¿Se puede saber qué os pasa? —preguntó Max, poniendo los ojos en blanco.
—Nada —pero Rhett estaba irritado. Habló a Alice en voz más baja—. Eso ha sido
trampa y lo sabes.
—No me has...
—Vigilar que todo el mundo se porte bien —sonrió ampliamente, tirando su arma al aire
y recogiéndola como si nada—. A la mínima que hagáis algo raro. ¡PUM! En la cabecita.
Ella asintió con la cabeza con entusiasmo. Llevaba mucho tiempo lista. Solo quería pasar
esas pruebas y volver a su vida normal.
—Pues vamos a ello —dijo el padre John, repasando su hoja—. Primera
prueba... lucha.
Rhett la siguió de mala gana y subió con ella a la baja plataforma. Los otros tres se
quedaron mirándolos mientras Alice se colocaba. ¿Por qué estaba tan entusiasmada con
la idea de golpear a alguien? Bueno, iba a intentar no darle a la cara. Le gustaba su cara.
—Lista —anunció Alice, apretando los puños y flexionando un poco las piernas.
—Un poco.
Los dos daban círculos sin dejar de mirarse. Alice se mordió el labio inferior. Realmente
quería ganar.
Esta vez, dio un paso hacia delante e hizo un ademán de darle en el estómago, pero Rhett
la esquivó justo a tiempo y le atrapó el brazo con una mano. Alice intentó soltarse y él
enganchó su pierna con la suya, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera de culo al
suelo. Sin embargo, Alice no soltó su brazo y tiró con fuerza de él, rodeándolo con una
pierna y empujándolo con la otra por el estómago. Rhett cayó al suelo con ella y Alice
intentó quedarse encima, pero Rhett se adelantó y se quitó la pierna atrapándole el tobillo.
No terminaron en ser una masa de tirones y empujones que intentaban ponerse uno
encima del otro.
Alice no se había dado cuenta de que había dejado de morderse el labio y sonreía,
divertida y entretenida a la vez. Rhett también tenía una sonrisa autosuficiente.
Alice se había olvidado de su existencia. Dejó de forcejear con Rhett y quedaron los dos,
uno delante del otro, jadeando por el esfuerzo. Se sentía llena de energía. El padre John
apuntó algo en su hoja, poco sorprendido.
Él y Charles salieron del gimnasio para su última prueba, la de disparos. Max se detuvo
un momento para mirar a Alice y Rhett con expresión de cansancio antes de seguirlos.
—No ha sido empate —le dijo Alice en voz baja, yendo a la sala de munición y armas.
—Lo sé —Rhett entró tras ella—. He ganado yo.
Pero perdió un poco de credibilidad cuando tuvo que dar saltitos para llegar a la parte de
arriba de la estantería, donde estaba la pistola que Max le había dado y Rhett le había
guardado ese tiempo. Él sonrió ampliamente.
—¿Necesitas ayuda?
—No.
—Vale, vale.
Alice se pusto de puntillas y casi pudo rozar la culata del arma, pero era inútil. Suspiró y
se apartó, cruzándose de brazos. Rhett sonrió ampliamente y se adelantó para agarrarla sin
ningún tipo de dificultad. Alice se la quitó de la mano, algo crispada.
—Borra esa sonrisa o voy a usar esta pistolita para algo más que para la prueba.
Alice lo ignoró y salió del gimnasio, recargando su pistola. Ellos tres estaban esperándolos
junto a una estructura que Alice supuso que había servido para practicar a los alumnos de
Rhett. Había cuatro muñecos diferentes. Cada uno un poco más lejos que el anterior. Alice
estaba completamente emocionada. Hacía mucho que no disparaba.
—Ya sabes cómo funciona esto —le dijo Max.
—¿Y vas a darle en la cabeza? —el padre John no sonó muy convencido. De hecho,
sonaba como si no se lo creyera.
—Sí.
—¿A todos?
—Sí.
—Muy bien —pero, de nuevo, no sonó muy convencido de que fuera verdad.
Eso fue motivación más que suficiente como para que ella se colocara y disparara al
primer muñeco, dándole directamente entre los ojos. Se colocó en el siguiente objetivo y
lo repitió. Y con el tercero. El cuarto y último estaba a dos metros más de distancia. Se
colocó, respiró hondo y apuntó. Casi podía oír la voz de Rhett en su cabeza diciéndole
cómo colocarse. Soltó el aire de sus pulmones y apretó el gatillo... haciendo el recorrido
perfecto.
Se dio la vuelta hacia el padre John, enarcando una ceja. Él miró un muñeco, pero no hizo
ningún comentario y apuntó algo en su papel.
—Tú tuviste un buen profesor, ella ha tenido a uno medianamente pasable —le remarcó
Max, a su vez.
—¿Medianamente pasable?
Alice sonrió al ver su cara de fastidio, pero se detuvo cuando el padre John se aclaró la
garganta, devolviéndolos a la realidad.
miró un momento.
Max también estaba mirando a través de la cafetería, donde el padre John ocupada
una mesa solo, leyendo unos papeles. Alice vio que se ajustaba las gafas sobre el
puente de la nariz varias veces, girando sus hojas.
—Cuando nos aseguremos de que estás bien —se limitó a decir Max.
—Estoy bien.
—Muchas —él señaló el pasillo que les quedaba por delante—. Venga,
andando.
Alice siguió con su camino, alejándose de la entrada de la cafetería pero sin despegar la
mirada de ella. Suspiró pesadamente cuando Max le hizo un gesto para que se centrara.
—¿Y te fías de él? —preguntó Alice—. Es decir, ¿te fías de que vaya a decirte si estoy
bien o no?
—Alice, sé que solo quieres que se vaya, pero no siempre podemos hacer lo que
queremos.
—Para luego volver a casa y planear cómo invadirnos —murmuró ella de mala gana.
—Pues sí. Pero así funcionan estas cosas —Max enarcó una ceja—. ¿Ya has
terminado de quejarte?
Ella se cruzó de brazos y lo siguió por el pasillo hacia la salida. Vio, a lo lejos, las
caravanas aparcadas y la gente bebiendo y comiendo a su alrededor. Seguía sin entender
por qué no entraban al edificio principal. Según Max, tenían que respetar sus costumbres.
Pero Alice opinaba que sus costumbres eran una tontería.
—¿Ya has decidido cómo se va a llamar el crío del hospital? —preguntó Max.
—Es que... es mucha responsabilidad. ¿Qué nombre se supone que debería elegir?
—No hay ninguno que se supone que debas elegir —replicó Max—. Uno que te guste.
—¿Eso hiciste tú con Emma?
—Siempre puedes ponerle el nombre de alguien a quien admires —le dijo Max—
. Kenneth, por ejemplo.
Alice seguía sin acostumbrarse al humor de Max. Sus bromas eran escasas y muy
repentinas. A veces, tardaba unos segundos en sonreír.
Max sonrió y sacudió la cabeza, abriendo la puerta del gimnasio. Alice vio que los
alumnos de Rhett seguían dando clases como de costumbre y algunas cabezas se
giraron hacia ella. Jake y Kilian estaban con Trisha en el fondo del gimnasio,
practicando. Alice los saludó con la mano. No pudo saludar a Rhett porque estaba
ocupado aterrorizando a un pobre chico que acababa de equivocarse en un
movimiento.
Max se detuvo ahí y miró a Alice, que volvió a suspirar, dejando claro su
descontento.
—Sí.
Se suponía que tenía que empezar las clases el día anterior y se había... ejem...
escabullido un poquito. Solo un poquito. Había decidido quedarse en la biblioteca. Pero,
claro, Rhett se había dado cuenta.
—Será lo que quieras, pero ahora tú te has ganado que tenga que acompañarte a todas
partes para asegurarme de que cumples con tu deber. Como una niña pequeña.
Alice se alejó de él de mal humor y se unió a los demás. Miró a Max por encima del
hombro. Él ya se marchaba como si nada, abandonándola con todas las miradas curiosas
de sus compañeros.
—¡Carne fresca!
Ella estuvo a punto de poner los ojos en blanco cuando Rhett se acercó con una sonrisa
maliciosa. Le dio recuerdos bastante oscuros de ese tiempo lejano en que Trisha le daba
palizas cada día.
Alice vio que todos sus compañeros la miraban fijamente y agachó la cabeza. Vale, se lo
merecía. Lo entendía. Pero eso no quería decir que no fuera a golpear a Rhett en cuanto
se dieran la vuelta, claro.
—Pues tendremos que buscarte algo que hacer para compensar tu día libre,
¿no?
—¿Como qué?
—Creo que lo más justo sería que diera algunas vueltas corriendo al gimnasio,
¿no?
Será traidora.
Hubo asentimientos con la cabeza. Alice miró a Rhett suplicándole con la mirada que se
negara, pero por su expresión dedujo que eso no iba a pasar.
Y siguió corriendo, y corriendo, y corriendo, y nadie le decía que parara. De hecho, Rhett
la miraba de reojo de vez en cuando y seguía con la clase. Estaban practicando disparar
con escopeta en la zona de tiro del fondo. Alice deseó poder ir con ellos y los maldijo en
voz baja varias veces mientras seguía corriendo.
Al final, no pudo más y se detuvo, sujetándose de las rodillas. Vio que Rhett no la veía y
aprovechó para tomarse un pequeño descanso, respirando agitadamente y sudando. Vio
que Kenneth estaba en el ring con uno de los chicos nuevos. La cosa estaba bastante
igualada. Trisha los miraba fijamente y negaba con la cabeza inconscientemente cada
vez que hacían algo que consideraba malo. Debía ser raro para ella no poder volver a
luchar como antes.
Volvió a ponerse a correr mirando a sus compañeros. Miró de reojo a sus conocidos.
Todos miraban el combate. Sin embargo, algo captó su mirada. Los humanos nuevos
hablaban en voz baja, entre ellos. Parecían discutir algo con ganas. La única que no
participaba era Charlotte, que captó la mirada de Alice y clavó un codazo al chico de su
lado. Todos se callaron al instante y Alice apartó la mirada, frunciendo un poco el ceño.
Llevaba ya un rato corriendo cuando, finalmente, Rhett le hizo un gesto para que se
acercara. Alice lo hizo, sujetándose las costillas. Odiaba correr con todas sus fuerzas. Y
él lo sabía perfectamente. De hecho, Alice sospechaba que ese era el motivo exacto por el
cual la había obligado a hacerlo.
De todos modos, él la ignoró y se centró en los dos chicos del ring. Negó con la cabeza y
los detuvo con un gesto.
Hubo un momento de silencio en el que varias personas parecieron querer decir algo,
pero nadie se atrevió. A veces, Alice se olvidaba de lo mucho que intimidaba Rhett si no
lo conocías bien.
—¿Por qué?
—¿Y tú qué sabrás, tullida? —le soltó Kenneth de malas formas. Seguía sin gustarle
demasiado que lo corrigieran.
Hubo un momento de silencio absoluto con varias miradas asustadas. Alice vio que Rhett
esbozaba media sonrisa y negó con la cabeza. Kenneth era idiota.
Rhett no necesitaba ninguna excusa para tratarlo mal, pero dándosela era todavía
más sencillo.
—¿Y por qué no me enseñas tú, grandullón? —Rhett subió al ring mirándolo fijamente—.
Quizá sabes más que yo y deberías ser tú el instructor en mi lugar.
Kenneth frunció el ceño, un poco confuso. El otro chico casi salió corriendo cuando
Rhett le hizo un gesto con la cabeza sin mirarlo. Se quedaron él y Kenneth uno delante
del otro. Pareció que, por un momento, el último también iba a salir del ring, pero se
mantuvo en su lugar y adoptó una posición defensiva. Rhett no se había molestado en
hacerlo.
—Perfecto —Rhett miró a los demás sin soltar a Kenneth, tan tranquilo—.
¿Alguien puede decirme las tres cosas que ha hecho mal?
Hubo un momento de silencio. Solo se oía a Kenneth resoplando para soltarse, enfadado.
Alice frunció un poco el ceño cuando vio que Charlotte se aclaraba la garganta.
Ella no pareció saber qué decir. Jake levantó una mano un poco temblorosa, como
siempre que hablaba en público.
Rhett repasó a todo el mundo con la mirada. Kenneth seguía retorciéndose para intentar
librarse. Su cabeza estaba completamente roja y tenía los puños apretados. Alice pensó en
no decir nada para alargar un poquito más ese momento tan bonito, pero al final optó por
dar un paso hacia delante. Rhett la miró.
—Muy bien —Rhett miró a Kenneth—. ¿Crees que lo harás mejor si te doy otra
oportunidad, iniciado?
Kenneth asintió como pudo con la cabeza y Rhett lo soltó. Dio un paso atrás,
acariciándose la nuca y el cuello. Parecía furioso, pero Rhett seguía tranquilo. Le hizo un
gesto para que se acercara y Alice vio que, esa vez, se colocaba perfectamente. Se tensó un
poco. No quería ver a Rhett recibiendo un puñetazo.
El combate volvió a empezar. Esta vez, Kenneth intentó atacar las costillas de Rhett, pero
este lo esquivó fácilmente y se movió a un lado. El proceso de
esquivar y defender se repitió unas cuantas veces hasta que Kenneth perdió la paciencia
y se lanzó literalmente sobre él. Rhett puso los ojos en blanco antes de atraparlo con
facilidad, solo que esta vez lo sostuvo con un brazo en la espalda, doblándolo sobre sí
mismo y obligándolo a mirar el suelo. Alice vio que sujetaba uno de los brazos de
Kenneth sobre su espalda en un ángulo raro.
—Y ahí tenemos el fallo más común de todos; dejarte llevar y obviar la defensa
—replicó Rhett.
Kenneth soltó un grito ahogado y Alice vio que la sangre abandonaba su cara cuando
Rhett apretó los dedos en su muñeca. Seguía sujetándole el brazo por encima de la
espalda.
—Este es uno de los trucos más usados por luchadores expertos —dijo Rhett con toda
tranquilidad—. Es una llave sencilla pero efectiva. Lo único que necesitas para
hacerla es que tu oponente se lo suficientemente torpe como para bajar los brazos.
Kenneth soltó un ruido de terror cuando Rhett movió un poco se brazo. Alice sintió que
se le formaba un nudo en el estómago.
—Ahora mismo, yo tengo todo el poder —dijo Rhett lentamente—. Él no puede moverse.
Si lo hace, yo podría dar un ligero tirón de su brazo y rompérselo. Solo con un tirón.
De pronto, el silencio de la clase era mucho más tenso que el anterior. Incluso Alice
estaba tensa. Vio que Kenneth contenía un gruñido cuando Rhett le retorció un poco más
el brazo.
—¿Alguien puede decirme cómo puede librarse de esto ahora mismo? — preguntó Rhett
—. ¿Cómo puede hacer que sea yo quien pierda desde esa
posición?
Nadie habló. Rhett miró a Alice, pero ella solo podía ver el brazo de Kenneth
completamente tenso.
Soltó a Kenneth tan de pronto que él estuvo a punto de caerse al suelo. Kenneth se alejó
unos pasos, sujetándose el brazo. Tenía los labios pálidos y le temblaban los dedos.
Rhett lo miró de reojo antes de centrarse en la clase y, obviando toda la tensión de la sala,
sonrió ampliamente.
Hubo un momento más de silencio antes de que Alice viera que casi todo el mundo se
iluminaba con una sonrisa por la emoción de aprender a hacer eso. Suspiró,
relajándose por completo, y sacudió la cabeza.
Alice formó equipo con Anya, que era sorprendentemente eficiente, y se pasó el resto de la
clase con ella. Estaba algo cansada cuando terminó, pero se las
apañó para ir a la sala de las armas, donde Rhett colocaba unas cuantas cajas pequeñas
de munición. No se giró al oírla llegar.
—¿Qué se siente al volver de las vacaciones? —murmuró, buscando el lugar de una caja
pequeña.
—¿Por qué has hecho eso con Kenneth? —preguntó, entrecerrando los ojos.
Rhett suspiró y dejó la caja que sostenía en la estantería antes de girarse y mirarla.
—¡Estaba aterrorizado!
—Lo superará.
—Enseñar a pelearse correctamente —Rhett también se cruzó de brazos—. ¿Te crees que
Kenneth aprenderá a defenderse si le pido con educación que lo haga? No.
—No puedes usar el mismo truco para cada alumno, Alice. Kenneth necesitaba que lo
humillara. Ahora, hará todo lo posible para no volver a sentirse así, te lo aseguro. Y eso
quiere decir que corregirá todo lo que ha hecho mal hasta ahora.
Él se quedó mirándola un momento antes de fruncir el ceño al ver que no decía nada.
—Sí, claro.
—¿Qué?
—Nada.
—No, ¿qué?
—¿Alguna vez...?
—Bueno, tranquilo no es la palabra que usaría para definir nada de lo que nos pasa.
Él se detuvo, sorprendido.
—¿Los nuevos?
—Sí...
—¿Los androides?
—Los humanos nuevos —repitió Rhett, suspirando y poniéndole ambas manos en los
hombros.
—¿De verdad te crees que diría algo malo de todos ellos solo por Charlotte?
—Pues has sonado justo como suena Max cuando me habla como si fuera idiota.
Se separó y se dio la vuelta para irse, pero Rhett la detuvo del brazo.
—Está bien, tienes un mal presentimiento sobre ellos —repitió Rhett, calmado la
situación—. ¿Tienes algo más en mente? ¿Sabes por qué?
lo consideró un momento.
—Creo que has estado encerrada en el hospital y expuesta al científico loco ese durante
mucho tiempo y ahora estás muy susceptible a todo lo demás. Pero no tiene por qué ser
algo malo. Es una reacción normal.
—¿Tú crees?
—Sí.
—Pero...
—Alice, hace solo dos días que saliste de ahí abajo. Tómate una semana antes de
ponerte conspiranoica.
—¿Por qué? —ella enarcó una ceja, divertida—. ¿Te doy miedo?
—¿Miedo?
Y se pasaron todo el camino de vuelta a la cafetería discutiendo cuál de los dos había
ganado esa pelea.
CAPÍTULO 45
Alice tenía la mirada clavada en la mesa del otro lado de la cafetería. Removió su
comida y frunció un poco el ceño cuando vio que los humanos nuevos hablaban entre
ellos, riendo y mezclándose con algunos miembros antiguos de la ciudad. Kenneth era
uno de los que se relacionaba más con ellos. Seguía intentando ligar con cada chica que
se encontraba. Y ellas parecían encantadas con ello, claro.
Aunque Alice podía entender esa última parte. Kenneth no le caía bien, pero estaba claro
que tenía cierto atractivo. Y tampoco era que hubiera muchos chicos como él en la
ciudad para elegir. Ella incluso había visto a algunas de las chicas nuevas mirando a
Rhett en su primera clase. Mirándolo de esa forma.
Pero habían salido espantadas en cuanto él abrió la boca y les gritó que
corrieran más rápido, malhumorado.
Alice levantó la cabeza de golpe para mirar a Rhett, que se acababa de sentar delante de
ella. Se encogió de hombros y miró la comida sin mucho interés.
—Claro, claro.
—Ah, ¿no? —él enarcó una ceja—. ¿Y en qué pensabas? ¿En lo bonita que es la vida
en esta maravillosa ciudad?
—Fingiré que eso no ha sido sarcástico y seré un poco más feliz —dijo él—.
¿Sigues obsesionada con los nuevos?
—No estoy obsesionada.
Jake puso los ojos en blanco y miró a Alice, que seguía centrada en vigilar a un grupo
concreto del otro lado de la cafetería. Trisha apareció también en ese momento y se
dejó caer al final de la mesa, entre Rhett y Alice.
—Volviendo a temas importantes —Trisha se inclinó hacia delante—, he oído por ahí
que Charles está vendiendo material a tus alumnos, Rhett. Si quieres ir a patearle, no te
olvides de llamarme.
—¿Qué material crees que vende Charles, Alice? ¿Libros de cultura popular?
Alice negó con la cabeza y Jake se inclinó para robarla, pero Rhett lo detuvo de un
manotazo, mirándolo con mala cara.
—Quieto.
—Tú tienes de sobra —Rhett devolvió la bandeja delante de Alice—. Y tú, come.
—Relájate. No eres mi padre.
Alice se pasó el resto de la hora del almuerzo removiendo su bandeja sin llegar a comer
nada. En cuanto Rhett se marchó a preparar la clase, se lo pasó todo a Jake, que lo
aceptó felizmente.
Ella no estaba muy motivada al llegar al gimnasio, pero por lo menos las clases de tarde
no eran tan repetitivas como las de la mañana. Iba un poco más motivada, aunque
entrecerró los ojos cuando vio que todos sus compañeros estaban alrededor del gimnasio
en lugar de dentro. Se situó entre Kilian y Jake y se puso de puntillas para ver a Rhett. Ya
había terminado de hablar y daba algo a todo el mundo. Alice se acercó y recogió lo que
le tocaba. Frunció un poco el ceño cuando vio que tenía una pistola rara y poco pesada.
—Es de pintura —le dijo Trisha, que no podía participar con un solo brazo
porque no podía sujetar del todo bien el fusil.
Alice le sonrió de lado y miró la munición de la pistola. Efectivamente, tenía una ranura
extraña. Se acercó a los demás pasándose la correa por el cuello.
—Vais a hacer dos equipos —dijo Rhett, mirándolos y levantando dos cartuchos—.
Unos tendrán pintura roja. Los otros tendrán pintura azul. No es muy difícil. Seguro
que podéis hacerlo sin mataros.
Alice miró a su alrededor y vio que todos los humanos nuevos se colocaban directamente
con Kenneth al otro lado de Rhett, riendo y hablando. Jake, Kilian, Anya y el resto de
androides estaban a su lado. Ella dio un paso atrás, situándose con ellos sin dudarlo.
Rhett los revisó con los ojos y pareció satisfecho con el resultado, porque agarró una caja
que tenía detrás y la puso en el suelo. Eran trozos de tela negra. Le tocó al lado de Alice.
Se las ataron a las muñecas para diferenciar los equipos.
—Elegid un capitán cada equipo —él se giró hacia Trisha—. Tú. Ayúdame con esto.
Entre los dos, sacaron las dos cajas de pintura. Alice vio que los otros enseguida
empujaban a Kenneth hacia delante para que fuera su equipo. Estuvo a punto de poner
los ojos en blanco, pero se detuvo al acordarse de que también tenían que elegir ellos
uno. Se giró hacia sus compañeros.
—Yo creo que debería hacerlo Alice —dijo Anya con una pequeña sonrisa.
—¿Yo?
—P-pero...
—Sí, yo también voto por Alice —dijo Jake.
Kilian asintió con la cabeza. Los androides lo imitaron, aceptando la propuesta. Alice se
dio la vuelta, un poco más asustada de lo que pretendía aparentar.
Tenía una caja llena de munición de pintura roja delante. Tragó saliva cuando Rhett
se situó entro los dos grupos.
Él asintió con la cabeza, despegando lo que tenía en las manos. Empezó a pasearse entre
los dos grupos con lo que fuera que había despegado en cada mano.
—Las reglas son sencillas, queridos iniciados —dijo—. El juego se hará en el patio
delantero del edificio principal. Después veréis que está preparado. Cada equipo tendrá
cinco minutos para formar una estrategia de ataque una vez estemos ahí.
—Así que nada de disparos por encima del cuello. Si veo que lo hacéis, estáis
descalificados. El primer equipo que se quede sin participantes en el juego, pierde. Se
puede eliminar un participante una vez recibe tres disparos. El otro equipo, gana poder
elegir mañana qué haremos en la clase de la mañana.
Alice vio que a todo el mundo se le iluminaba la mirada al instante. Oh, quería ganar. Iba a
ganar.
—Espero que hayáis estado practicando, porque este juego no es de fuerza bruta —
se detuvo delante de Alice y le puso la chapa encima del corazón, pasando el pulgar
por encima de ella distraídamente—, es un juego de inteligencia y habilidad. No me
decepcionéis.
Echó una ojeada a Alice y luego se separó de los dos grupos, haciendo un gesto para que
lo siguieran. Todo el mundo lo hizo. Alice recogió la munición roja de su pistola por el
camino y la cargó rápidamente. Vio que Charlotte la miraba desde el otro equipo y tuvo
claro que una de sus bolas de pintura iría directa a ella.
Se había puesto de pie encima de la caravana y había colocado ambas manos delante
de su boca para hacer eco.
Pero Alice estaba demasiado ocupada analizando el terreno. No tenía mucho tiempo
para estrategias, así que se giró hacia los demás.
—¿Quién dispara mejor de aquí? —vio que varias manos se levantaban—. Lo digo en
serio.
Esta vez, algunas manos se bajaron. Dos androides se mantuvieron. Y eran nueve.
Alice se mordió el labio inferior.
—El punto de encuentro será la caravana. Así, podremos darles por ambos lados y
por delante.
Alice hizo un gesto afirmativo y supuso que los demás lo habrían hecho también, porque
no podía ver a Kenneth. La caravana cubría la vista del campo. Supuso que estaba
colocada así a propósito. Rhett hizo un gesto y vio que los seis de su equipo se
dispersaban. Se colocó en el tronco más cercano con Kilian y Jake.
Alice quitó el seguro en el momento en que Kenneth y los demás aparecieron, rodeando la
caravana para llegar a ellos. Vio una bola de pintura azul volando cerca de su cabeza y se
agachó. Los demás miembros de su equipo seguían avanzando por ambos lados. No los
habían visto. Bien.
—¡Vamos, no seáis cobardes y salid con nosotros! —gritó Kenneth, abriendo fuego
contra el tronco que los protegía.
Jake puso una mueca. Kilian seguía tan feliz como siempre.
Ella se asomó un solo segundo y se agachó cuando una bola de pintura le rozó la
cabeza. ¿No se suponía que no podían disparar ahí? Bueno, no le había dado.
Alice miró la caja que tenía a cuatro metros a la derecha. Los demás ya habían avanzado.
Lo pensó un momento y miró a Jake.
—P-pero... ¿cuándo?
—¡Ahora!
Alice echó a correr y notó casi al instante que una dura bola de pintura le daba en las
costillas. Puso una mueca y se escondió sola tras la caja. Tenía pintura azul por todo el
costado. Solo le quedaban dos oportunidades. Y no dolía tanto como un disparo, claro,
pero frustraba mucho más.
Pero vio que Jake y Kilian habían hecho lo que les había dicho. Y había servido, porque
Jake sonreía. Al menos, había servido para algo.
Alice se asomó y vio que la mayoría de los que estaban en medio del campo estaban
girados a los lados, con los androides. Ya solo quedan seis de nueve
del equipo contrario. Apuntó al que tenía más cerca y disparó directa a la rodilla. El chico
cayó al suelo con una mueca y dos bolas de pintura le dieron en el pecho casi a la vez.
Estaba medio dolorido todavía cuando corrió fuera del campo. Alice hizo un gesto de
apoyo a los tres androides del otro lado y le sonrieron, pero dejaron de hacerlo cuando
dos de ellos recibieron tres disparos de los que quedaban del otro equipo.
Alice se tensó cuando vio que Kenneth se daba la vuelta hacia el ruido. Y solo tenía un
disparo. Podría llegar a él sin dudarlo. Fue directo a Jake mientras los demás estaban
ocupados disparando a los cuatro restantes. Jake y Kilian ni siquiera se dieron la vuelta.
No se habían dado cuenta. Alice pensó a toda velocidad.
Estaba claro que él no se lo esperaba, porque cuando se lanzó —literalmente— sobre él,
cayeron ambos al suelo, levantando una capa de polvo. Kenneth tosió de mala gana.
Alice vio que ambas pistolas habían salido volando. Se apresuró a arrastrarse hacia la
suya y la alcanzó justo cuando Kenneth agarraba su tobillo. Se dio la vuelta y, sin
pensarlo un segundo más, disparó dos veces...
Gateó hacia Kenneth a toda velocidad y la pierna le dio una sacudida cuando una bola de
pintura la alcanzó, pero consiguió mover a Kenneth para que quedara de lado y
esconderse en su espalda mientras él seguía protestando por el dolor. Escuchó varios
disparos y Kenneth se retorció.
—¡Perdón!
Kenneth suspiró cuando salió prácticamente corriendo hacia el otro lado. Apartó a Alice
de un manotazo. Ella se agachó con Jake y Kilian de nuevo. Solo quedaban tres.
Charlotte estaba entre ellos.
Pero debían estar asustados, porque en cuestión de segundos, dos de ellos habían sido
disparados tres veces. Solo quedaba Charlotte. Alice contó dos disparos en ella. Uno en el
hombro y otro en el muslo. Charlotte suspiró y tiró la pistola al suelo, levantando las
manos en señal de rendición.
—¡Me he rendi...!
Se calló cuando una bola de pintura le dio justo en el estómago. Se lo sujetó con una
mueca, dedicó una mirada agria a Alice, y se marchó del campo.
Sin embargo, el abrazo no duró mucho. Rhett enganchó del cuello de la camiseta a
Charles y lo apartó sin mucho cuidado, dedicándole una mirada poco amistosa. Charles
se encogió de hombros y siguió con su sonrisa feliz.
—Enhorabuena, equipo rojo —les dijo Rhett—. Pensad en lo que queréis hacer
mañana. E id a ducharos. Esa pintura no es fácil de quitar.
Todo el mundo se marchó —algunos con mejor cara que otros— mientras Jake, Kilian,
Trisha, Charles, Rhett y Alice se quedaban en medio del campo. La última se colgó la
pistola a la espalda y se miró a sí misma.
—¿En qué momento se te ha ocurrido que era buena idea... algo de esto? — protestó,
mirando a Rhett.
—Ha sido divertido ver cómo pateabas a Kenneth —se encogió de hombros.
—¡La cascanueces!
Todo el mundo seguía riéndose. Ella se cruzó de brazos y miró a Rhett en busca de una
explicación, pero él seguía riéndose de ella.
Alice levantó la pistola y le dio justo encima del corazón. Él dio un paso atrás por el
impacto.
Charles seguía riendo. Alice se giró y le disparó también en medio del pecho. Él dejó de
reír para empezar a toser como un loco.
Sin embargo, justo cuando se giraba, cayó de culo al suelo porque una bola de pintura
azul le dio en la pierna. Abrió la boca, sorprendida, mirando a Jake.
Ella agarró una pistola y se las apañó para apoyarla en el suelo y en su único brazo. En
menos de un segundo, Jake corría como un loco intentando huir de
sus bolas de pintura mientras Trisha le disparaba por la espalda. Kilian terminó
metiéndose y Trisha disparó a ambos. Entonces, por algún motivo, todo el mundo
empezó a disparar. Alice vio que Charles y Rhett tenían pistolas y se apresuró a ir a
esconderse, pero le dieron varias balas. Sonrió ampliamente cuando consiguió darle a
ambos.
Le dolía el estómago —no estaba muy segura de si era por los disparos o por reírse todo
el rato— cuando consiguió darle por quinta vez a Rhett. Iban todos cubiertos de pintura
roja y azul de arriba abajo. Rhett la apuntó y le disparó de vuelta. Alice intentó hacerlo,
riendo, pero dejó de hacerlo cuando apretó el gatillo y no salió pintura.
—Oh, no.
Alice retrocedió dos pasos y él los avanzó. Soltó la pistola vacía e intentó echar a
correr, medio divertida y medio aterrada, pero Rhett la enganchó del brazo y cayeron
los dos al suelo. Los demás seguían disparándose entre sí. Los de las caravanas se
habían unido. Había pintura por todas partes. Una bola le dio a Rhett en el hombro y se
distrajo un momento.
—¡Suéltala! —le urgió Alice, intentando empujarlo y enganchar la pistola con el brazo.
—¡Suéltala tú, es mía!
—¡Eso te pasa por meterte con una señorita! —se burló, señalándolo.
Sin embargo, Rhett le quitó los brazos y se inclinó hacia delante con una sonrisa
malvada. Alice empezó a retorcerse, riendo, cuando le pasó las manos llenas de pintura
por las mejillas y el cuello. Empezaron a forcejear y ella consiguió pintarle la frente y los
brazos.
—Y habéis pensado que era mejor que no quedara pintura para otro día, ¿no?
—Aguafiestas.
—Malhumorado.
—Cascarrabias.
—Gruñón.
—Amarg...
—Me ha quedado claro —Max les puso mala cara—. Y era una pregunta
retórica.
—No era una simple pelea, era una guerra de pintura —recalcó Jake.
—Vamos, Max, solo lo pasábamos bien —añadió Rhett—. Lo han hecho muy bien
en la clase. Se lo han ganado.
Hubo otro momento de silencio. Max clavó los ojos en él y Alice estuvo segura que, de
haber sido Rhett, habría salido corriendo. Pero él seguía ahí de pie tan tranquilo.
—¿Y esta es vuestra idea de pasarlo bien? —le señaló la cara a Alice, cuya mitad
cubierta de pintura azul.
—Recogedlo todo. Y más os vale que nadie entre en la cafetería cubierto de pintura
a la hora de cenar.
Todos se quedaron mirándolo con una mueca cuando volvió al edificio principal. Trisha
suspiró y soltó la pistola. Alice empezó a recoger las que había por el suelo y a dejarlas
en la caja grande.
Alice nunca había visto a Charles ofendido. De hecho, pocas veces lo había visto con
una expresión que no fuera de felicidad despreocupada. Sin embargo, en ese momento se
llevó una mano al corazón.
—Entonces, Rhett tiene setenta años de amargura y mal humor —Jake empezó a reírse
con Trisha y Kilian.
—¿Se os olvida a vosotros que tenemos que recoger todo este desastre? — preguntó,
señalando a su alrededor—. ¿Podéis dejaros de tonterías y ayudarnos?
Los cuatro se quedaron mirándola, un poco sorprendidos. Incluso Rhett lo parecía. Alice
dio una palmada, haciéndolos reaccionar. Todo el mundo se puso a recoger.
Ya había pasado un buen rato cuando empezó a subir las escaleras, rumbo a su
habitación. Solo faltaba una hora para ir a cenar. Tenía pintura incluso bajo la ropa. Puso
una mueca cuando se tocó el pelo, embadurnado en ella. Iba a ser difícil quitarse todo
eso.
Estaba cruzando el pasillo de las habitaciones cuando vio que Charlotte esperaba —
ya duchada, claro— apoyada en la pared. Se separó de esta en cuanto de la vio
llegar y Alice puso los ojos en blanco.
—No tengo ganas de hablar —le dijo.
—No es eso.
Alice ya tenía la mano la puerta, pero se detuvo para mirarla con cierto cansancio.
Sin embargo, no llegó a terminar la frase, porque se quedó helada al mirar por encima
del hombro de Alice. Ella siguió la dirección de sus ojos y frunció un poco el ceño al ver
que el padre John se acercaba a ellas mirando unos papeles distraídamente. Charlotte
agachó la cabeza cuando él pasó por su lado sin siquiera mirarlas y se metió en su propia
habitación. Alice vio que cerraba la puerta y volvió a girarse hacia la rubia.
—¿Qué? —repitió.
—Yo... —Charlotte cerró los ojos y negó con la cabeza—. Nada. No era tan
importante.
Alice la vio marcharse a toda velocidad por el pasillo y frunció el ceño, intrigada.
Pero no para ella. Seguía teniendo mareos de vez en cuando y odiaba que Max la obligara
a dejarse revisar por el padre John cada vez que sucedía, pero esta vez no le quedó otra,
porque el mareo era todavía peor que los anteriores. Dejó la pistola en su pequeña mesa y
se tomó un momento para respirar. Casi al instante, notó que se le humedecía la parte
baja de la nariz y se la tocó, confusa. Era sangre. Lo que le faltaba.
—Gracias, no me había dado cuenta —murmuró ella tapándose la nariz con dos dedos.
Alice vio que Rhett estaba ocupado aterrorizando un humano, así que suspiró.
—Dile que estoy con el padre John otra vez —le pidió a Trisha.
Ella asintió con la cabeza, intentando aumentar la velocidad con la que cargaba la pistola
con una sola mano.
Alice lo hizo y vio que él terminaba de escribir con toda la tranquilidad. Lo miró de
reojo y enarcó una ceja.
—Perfectamente.
—¿Y qué apuntas? ¿De qué color es la sangre? Te daré una pista: no es amarilla.
Él decidió ignorarla y se puso de pie. Alice lo vio cojear hacia la estantería del fondo
y volvió con un toalla y un pequeño bote azul. Dejó ambas delante de la mesa y
volvió a sentarse.
Alice ya sabía cómo iba la cosa. Había pasado demasiadas veces esos días. Se limpió la
sangre con la toalla y se tomó una de las pastillas blancas del bote azul. Su suplemento.
Se lo tragó sin necesidad de agua y miró al padre John, que había vuelto a su libreta.
—¿Cómo?
Alice supo al instante que esa sería toda la información que conseguiría sacarle. Se puso
de pie y se acercó a Tina, que ahora hablaba con el bebé. Él le sonreía.
Tina la observó unos segundos, meciendo al bebé con una mano, como si lo hubiera hecho
toda su vida. Fue entonces cuando Alice cayó en el hecho de lo hacía de forma demasiado
natural.
Tina estaba mirándola con cierta preocupación, pero su expresión volvió a una
sorprendida. Esbozó una pequeña sonrisa y negó con la cabeza.
—No. No encontré a nadie con quien tenerlos. Pero quería, te lo aseguro. Por eso me
hice pediatra... antes de todo esto.
—¿Y para qué quieres especializarte en nada? ¿No es mejor tener un médico que sepa
hacer de todo?
—Cielo, antes había tantos pacientes y médicos que podías especializarte en lo que
quisieras. En el corazón, en los niños, en la piel, en los ojos, en los pies...
—¿Había un médico solo por los pies? —Alice arrugó la nariz.
—Sí —Tina sonrió con cierta nostalgia y miró al niño, que estaba empezando a
bostezar—. Quizá algún día vuelva a ser así. Nunca se sabe.
—¿La qué?
—La zona de humanos —repitió Alice—. Cuando vivía aquí, nos explicaron que había
una zona solo para androides, esta, una zona de humanos al otro lado del bosque y los
rebeldes, que estaban en él.
—Espera, ¿qué?
—La zona de esclavistas desapareció hace muchos años —le dijo Tina—. Quizá te
refieras a los humanos que rescataban a otros de las peores zonas del mundo y los usaban
para su beneficio personal.
Alice recordaba a Alicia con el pelo cortado, atendiendo las necesidades de una casa sin
poder elegir si quería hacerlo o no. Tragó saliva.
—¿Ya no existen?
—Pero...
¡El padre John le había dicho que tenía que llegar a ellos por el este! ¡Y que tuviera
cuidado con los rebeldes! ¡Lo recordaba perfectamente!
Alice miró el otro lado de la habitación, donde él seguía escribiendo. Otra mentira.
El objetivo desde el principio había sido que formara parte de los rebeldes. Quizá
hubiera ido a por él en otra ocasión, pero en esta, por algún motivo, solo se quedó
en su lugar, mirándolo fijamente.
—Mira, no sé qué te pasa estos días —le dijo Tina suavemente—, pero te noto muy
distraída. ¿Estás segura de que estás bien? Puedes hablar conmigo.
—Lo haré.
Alice miró al bebé, que se había dormido en los brazos de Tina, y se puso de pie.
—Cuídate, Alice.
Ella subió las escaleras con una mueca. Casi podía ir directamente a la cafetería. Solo
quedaban dos minutos de clase —y eso según sus cálculos, quizá ya había terminado—.
Se subió los pantalones que seguían cayéndose un poco y fue a la puerta principal.
Sin embargo, se detuvo en seco cuando vio, por el rabillo del ojo, a tres de los humanos
nuevos en uno de los pasillos vacíos, hablando en voz baja. No la habían visto. Alice miró
la puerta principal y los volvió a mirar.
Se ocultó al principio del pasillo sin hacer un solo ruido. Tragó saliva y se apoyó en la
pared sin atreverse a asomarse para que no la vieran. Agudizó el oído y escuchó
atentamente todo lo que pudo captar, que fue poco porque estaban susurrando.
Escuchó un suspiro y tuvo la tentación de asomarse, pero se detuvo. No. Tenía que
seguir oculta.
—Pero...
—En dos horas. La habitación número tres. Tenemos que estar todos ahí o...
—¿Qué haces?
Alice dio tal respingo que creyó que iba a salírsele el corazón por la boca cuando vio a Kai
a su lado, comiendo una chocolatina. Él también dio un respingo al ver que la había
asustado.
—¡No te acerques a mí como si quisieras matarme sin hacer ruido! —le espetó Alice,
irritada.
—Nada.
—Parecía algo.
—No es que haya muchas en el mundo ahora mismo —aclaró—. Tuve que
cambiársela a uno de las caravanas por tres auriculares. Y creo que salí perdiendo
igual, porque sabe raro.
Alice se asomó al pasillo mientras él hablaba y puso una mueca al ver que los humanos se
habían ido. Suspiró. Kai la miraba muy serio con la cara manchada de chocolate.
—¿Algo que...?
—Vale —dijo Kai a sus espaldas—. No hables conmigo, claro. No te preguntaba para
que me lo contaras.
—Sí, no era nada —ella se dio la vuelta para asegurarse de que no había nadie—.
Tengo que hablar con vosotros sobre algo importante.
Hubo un momento de silencio. Todos intercambiaron miradas. Rhett entrecerró los ojos.
—¿Cómo de importante?
—Muy importante. Creo... creo que dentro de dos horas va a pasar algo muy malo.
Hubo sonrisitas, pero Alice no fue una de sus partícipes. Sacudió la cabeza con urgencia.
—Eso está muy feo, jovencita —le dijo Trisha, poco impresionada.
—¡No tiene nada de malo que vayan a una habitación! —le respondió—. ¡Lo malo
es lo demás!
—¡No lo es!
Otro momento de silencio. La primera en suspirar fue Trisha, que además puso los ojos
en blanco.
—¡Es verdad!
—¿Y no has pensado que quizá solo sea eso? —sugirió Rhett—. ¿Un
presentimiento?
—¿No me creéis?
—¡Nunca me he equivocado!
Kilian le siguió sin decir nada. Alice vio que Rhett iba a hacer lo mismo y se acercó a él
con urgencia. Él tenía que creerla. Tenía que hacerlo. Rhett vio venir sus intenciones y
suspiró.
—No puedo hacer nada —le dijo antes de que hiciera ninguna pregunta.
—No es...
Ella se quedó mirándolo un momento, irritada, antes de asentir una sola vez con la
cabeza.
Salió del gimnasio, pero no fue a la cafetería. Cuando se enfadaba dejaba de tener
hambre. Suspiró y se quedó de pie en el pasillo, sin saber muy bien qué hacer.
Fue entonces cuando captó, por el rabillo del ojo, que Anya pasaba por su lado con otros
dos androides. La saludó con la mano, pero Alice se apresuró a detenerla.
—Oye, Anya.
Ella se detuvo y los demás las dejaron solas. Anya la miraba con curiosidad.
—Sí, claro.
Alice empezaba a tener sospechas de que no estaba tan paranoica como creía Rhett. Entró
en la cafetería y buscó con la mirada. Encontró a Charlotte en la barra, haciendo cola para
ir a por su bandeja. Estaba sola. Bien. Alice fue directa a ella, que no levantó la cabeza
hasta que la tuvo al lado. Y pareció perpleja.
—Ho-hola...
Charlotte entreabrió los labios y miró a su alrededor. Después, volvió a mirar a Alice y
tragó saliva.
—Nada.
—¿Qué era, Charlotte? —insistió Alice, frustrada, señalando con la cabeza al grupo de
humanos nuevos—. ¿Tenía algo que ver con ellos?
Charlotte volvió a intentar decir algo, pero se calló y negó con la cabeza. Alice estaba a
punto de volver a insistir cuando notó que alguien se detenía a su lado. Uno de esos
humanos. La miraba fijamente.
—¿Te está molestando, Charlotte? —le preguntó él sin despegar los ojos de Alice.
Pasó junto al humano dándole a propósito con el hombro y salió de nuevo de la cafetería.
El corazón le iba a toda velocidad. Nunca había tenido tan mal presentimiento sobre algo.
Fue directa donde le indicaron los guardias del pasillo y se encontró a Max en el patio
trasero del edificio principal, revisando el muro con otros guardias. Parecían realmente
enfrascados en una conversación interesante cuando Alice se acercó, claramente agitada.
El guardia se detuvo, mirándola, y Max hizo lo mismo. Levantó las cejas.
Para su sorpresa, Max no se negó. Hizo un gesto a los guardias, que volvieron a acercarse
al muro, y se acercó a Alice. Era un alivio que por fin alguien fuera a escucharla.
—Yo... tengo un mal presentimiento. Sé que suena a... no sé, a tontería, pero lo digo en
serio. Creo que va a pasar algo malo.
—Alice, ahora mismo tengo muchísimo trabajo —le dijo lentamente—. No puedo
involucrarme en problemas entre los alumnos.
—¿Todavía? —repitió.
—Mira —Max se detuvo en seco y la miró—, es la primera vez en el meses que hemos
conseguido llegar a una mínima estabilidad en esta ciudad. No puedo dejar que la
destroces solo porque pagas tus frustraciones con John en ellos.
—Yo no pago...
—Sí, sí lo haces. Hasta que no hagan algo realmente malo, no quiero oír hablar de esto. Y
ni se te ocurra hacer algo en su reunión, Alice.
—¡Pero...!
—Nada —repitió Max, señalándola—. No es una maldita petición.
Alice le sostuvo la mirada, enfadada, y cada uno se fue en dirección opuesta. Ella se
dirigió al edificio principal mascullando palabrotas. Y eso que no le gustaba decirlas.
¿Por qué nadie la creía? Necesitaba pruebas. Sí, claro que iría a esa reunión.
De hecho, estuvo esperando las pocas horas que faltaban yendo de un lado a otro en su
habitación. Tenía la suerte de no tener clase por la tarde ese día. Se mordisqueó una uña
mientras esperaba al final del pasillo, donde podía ocultarse de ser necesario. Se asomó
al otro lado y vio que había dos chicos esperando a los demás, pero por ahora no estaban
haciendo nada del otro mundo.
Ella siguió esperando y suspiró cuando fueron las cinco y no apareció nadie.
¿Quizá se había confundido de habitación? Estuvo a punto de asomarse para ver si se
había equivocado, pero se detuvo en seco cuando vio un grupo de chicos acercándose
a la puerta. Intercambiaron unas palabras en voz baja con los otros dos les dejaron
entrar. Alice frunció un poco el ceño cuando ellos también entraron.
Avanzó sin hacer un solo ruido por el pasillo y se detuvo en la puerta, asegurándose de
que nadie la había seguido. Tragó saliva y se apoyó en ella con la oreja, escuchando
atentamente. Hubo murmullos, pero nada que pudiera sacar en claro. Puso una mueca y
se pegó un poco más, atenta.
—No.
—¿Estáis seguros?
—Sí. Definitivamente.
¿Quién no tenía que enterarse? ¿Y por qué? Alice frunció un poco más el ceño, atenta.
La frase quedó en el aire por unos segundos. Alice entreabrió los labios. ¿Por qué
querían un lugar lleno de gente? ¿Y que nadie se enterara de qué iban a hacer? ¿Por
qué hablaban de esa forma?
Sin darse cuenta, puso una mano en su propio cinturón, donde estaba la pistola que Max
le había dado.
Vale, eso era todo. Alice había estado intentando buscar alguna explicación alternativa,
pero estaba claro que no la había. No podía haberla. Agudizó el oído y ya no pudo
aguantarlo más cuando escuchó el inconfundible ruido de un arma siendo cargada.
Pero no llegaron a tocar la puerta. Alice agarró su propia pistola y abrió de una patada,
asustada y nerviosa por partes iguales.
En cuanto la puerta estuvo abierta, apuntó al primer chico que vio. Y coincidió en ser el
que, precisamente, llevaba la pistola. Él dio un salto hacia atrás del susto y esta cayó al
suelo, junto a los pies de Alice. Ella la pisó al instante, tragando saliva.
—¿Qué haces? —preguntó otro chico. Eran tres. Alice seguía apuntando al que estaba en
medio, ahora sentado en la cama.
—¿Estáis listos?
Alice se giró de golpe hacia la voz que venía de detrás de ella. Una humana nueva se
quedó de piedra al ver que la apuntaban con una pistola.
—Whoa, ¿q-qué...?
—¡Cállate! —le espetó Alice, sin saber a quién apuntar—. ¿Quién más va
armado?
—¡Nadie!
—¡Era un regalo!
Alice se detuvo y se giró hacia el chico que tenía de pie al lado. Él tenía las manos
levantadas. Le temblaban.
Alice bajó la pistola inconscientemente cuando otra chica apareció con una pequeña tarta
que debió costarle una fortuna en la cocina. Se quedó mirando la situación, sorprendida.
Alice entreabrió los labios y bajó la mirada a la pistola que estaba pisando. Tenía un
pequeño lazo de tela roja. Dejó de pisarla y tragó saliva.
Oh, no.
Ese oh, no se transformó en unas mejillas rojas cuando tuvo que sentarse en el despacho
de Max, esperando a que, básicamente fuera a decirle de todo menos guapa. Alice se pasó
las manos por la cara, frustrada, pero dejó de hacerlo al instante en que la puerta se abrió...
No se atrevió a levantar la cabeza cuando Max apartó una silla y se sentó delante de
ella. Irradiaba enfado por cada poro de su cuerpo. Alice tragó saliva. Volvieron a
teñírsele las mejillas de rojo cuando se quedaron en completo silencio. Uno muy
incómodo.
—¿Qué, Alice? —insistió bruscamente—. ¿Puedes explicarme por qué tengo a diez
alumnos aterrorizados porque has entrado de repente en su habitación amenazándolos
con una pistola?
—Pensaste algo que no era —la cortó Max—. Como te dije esta mañana. Como te dijo
Rhett. Como te dijimos todos.
—Hace veinte minutos que hablo con cada maldito miembro de esta ciudad porque nadie
entiendo por qué has hecho lo que has hecho. Y cada vez que creo que puedo encontrar
un solo motivo que lo justifique, me preguntan por qué demonios te dejo ir por la ciudad
con una pistola cuando no eres guardiana.
—Pero...
Alice tragó saliva. Nunca lo había visto tan enfadado. Ni siquiera el día de la máquina. Se
miró las manos.
—Te lo dije —replicó Max—. Te dije que no hicieras nada. Que te mantuvieras al
margen. Lo único que has conseguido con toda esta tontería de los humanos nuevos es
que la poca paz que había en la ciudad se esfume.
—No importa lo que quisieras hacer. Lo que importa es que ahora mismo yo soy el único
culpable.
—Sí. Yo. Por fiarme de ti tanto como para confiarte una pistola. Está claro que no es
lo que te mereces.
Alice tardó unos segundos en entender lo que estaba diciendo. Cuando lo hizo, empezó a
negar con la cabeza.
—No me digas lo que puedo o no hacer, Alice —le advirtió—. He estado dos horas
metido en un buen problema por tu culpa. Y te mereces un castigo.
—Alice, solo voy a decirlo una vez más —advirtió él en voz baja—. La próxima vez
que hable, el castigo será mucho peor. Así que te aconsejo que me des el maldito
cinturón ahora mismo.
—Vas a disculparte con esos chicos —le indicó Max, enfadado—. Y vas a
hacerlo de verdad, Alice. Quiero que se lo crean. Nada de tus tonterías.
—Y más te vale no meterte en un lío otra vez, porque empiezo a estar harto de que hagas
lo que quieras sin pensar en las consecuencias que puedes causar en los demás.
—Mantén tu intuición en las clases de Rhett —la cortó—. Y para nada más. Ahora,
vete de aquí y no vuelvas a molestarme en todo el día.
Alice tragó saliva y se puso de pie. Fue directa a la puerta con un nudo en la garganta y
la abrió con más suavidad de la que sentía posible. En cuanto la cerró, bajó las escaleras
a más velocidad. No sabía muy bien dónde ir. No quería ir a la habitación. No quería
estar sola. Quería encontrar a los demás.
Y lo hizo. Cruzó el pasillo del vestíbulo con varias miradas sobre ella. Todo lo que
había conseguido en sus días como líder había quedado opacado otra vez. Ahora, solo
tenía miradas de desprecio. Pero no le importaron.
Sin embargo, sí que le importó cuando se encontró a Jake, Trisha y Kilian sentados en las
escaleras del sótano, hablando entre ellos. Los tres se quedaron
en silencio en cuanto la vieron llegar y Alice no necesitó mucho más para saber qué
pensaban.
De hecho, no tenía ganas de hablar. Sin decir nada, se dio la vuelta y fue directa al
gimnasio. Necesitaba a la única persona en el mundo que la entendía de verdad. La única
persona que la apoyaría en esto. Necesitaba a Rhett.
Alice casi sintió que el corazón se le caía a los pies cuando él apartó la mirada otra vez y
suspiró.
Entró en el círculo de caravanas y vio que varias caras se giraban hacia ella. Al menos,
ellos no la miraban con desprecio. De hecho, le sonreían como si nada hubiera pasado.
Era agradable, para variar. Pero ella se dirigió a la caravana
que reconocía perfectamente y se detuvo en la puerta. Tragó saliva y llamó con los
nudillos.
Esperó pacientemente y frunció un poco el ceño cuando escuchó pasos dentro. Estuvo a
punto de marcharse cuando la puerta se abrió y apareció una chica de las caravanas que
se abrochaba el botón de los pantalones. Alice levantó las cejas cuando pasó por su lado,
volviendo a su lugar. Le dedicó una pequeña sonrisa que ella no pudo corresponder por
la sorpresa.
Alice dudó un momento antes de entrar a la caravana. La revisó con los ojos y estuvo a
punto de ir a sentarse en el pequeño sofá cuando captó movimiento en la cama de la
caravana. Genial, ¿otra chica?
Pero se quedó parada cuando vio que dos chicos —uno se ponía la camiseta— se ponían
de pie y les saludaban con la cabeza antes de abandonar la caravana. Alice los siguió con
la mirada, perpleja, antes de girarse hacia Charles. Él estaba en el pequeño sillón,
fumándose algo. Cuando vio la mirada juzgadora, puso una mueca.
—Sí, ya he oído que eres la apestada de la ciudad —sonrió él—. ¿Te ha reñido papi
Max?
—Uy, alguien está escocida —Charles sujetó lo que fuera que fumaba entre los labios y
se estiró para alcanzar dos vasos pequeños y una botella con líquido que apestaba a
alcohol—. ¿Has matado a uno de los nuevos o algo así?
—¿Y te la han quitado? —preguntó Charles, empujando un vasito lleno hacia ella.
—Joder. Max es estricto. Aquí, no hay ni un solo día en que alguien no apunte a otro con
una pistola. No es para tanto. Es el ciclo de la vida.
—Dudo que tengas nada que pueda hacer que me olvide de mis problemas, Charles.
Él pareció que iba a decir algo, pero se detuvo y pareció que se le había ocurrido algo.
Alice enarcó una ceja.
—¿Qué?
—¿Eh?
—...por eso, creo que puedo hacerte un pequeño favor —la ignoró—. Y te voy a dejar
gratis lo que normalmente doy a los... mhm... alumnos frustrados que necesitan un
pequeño chute de energía. ¿Me entiendes?
Alice parpadeó.
Charles se agachó y buscó algo bajo el sillón. Alice parpadeó cuando sacó una pequeña
bolsa con pastillas blancas diminutas. Sacó una y la miró detenidamente antes de dejarla
en la mesa, mirando a Alice.
—No sé...
Alice puso los ojos en blanco y agarró la pequeña pastilla, mirándola fijamente. No
parecía tener nada del otro mundo. Y no olía a nada en particular.
—No lo hará si no se entera. Además, ¿no crees que te mereces un pequeño respiro?
—¡Ese es el espíritu!
Alice esperó unos segundos, pero seguía sin sentir nada. Suspiró y se encogió de
hombros.
Y Alice podía sentirlo. Podía sentir la sangre fluyendo más rápidamente por sus venas, su
cerebro funcionando a toda velocidad y su corazón aporreándole el pecho. La sensación
más cercana que encontró fue la primera vez que Rhett la había besado.
Pero era mucho intenso. Era... incontrolable. De pronto, solo quería ir a correr. Miró a
Charles, entusiasmada.
—¡Creo que lo noto!
¿Qué hora era? Levantó la cabeza. No era tarde. Quería hablar... ¿con quién?
¿Qué más daba? ¡Con quien fuera!
Entró dando saltitos de felicidad al edificio principal y lo primero que captó fue que los
guardias de la puerta dejaban de hablar al ver los saludaba agitando la mano como una
histérica. Alice ni siquiera se dio cuenta y siguió andando.
Las paredes, los techos, los suelos... todo brillaba. ¿Lo habían limpiado? Ni siquiera se
había enterado? Incluso podía lamer el suelo y no pasaría nada. ¿Y si lo hacía? Solo para
comprobarlo. Para saber qué pasaría.
Estaba a punto de agacharse cuando le pareció escuchar su nombre como en otro planeta.
Se dio la vuelta y vio que Rhett se alejaba de un grupo de iniciados para acercarse a ella
con el ceño fruncido.
Alice soltó una risa tan repentina que él dio un respingo hacia atrás. Ella aprovechó el
momento para —literalmente— lanzarse sobre él con los brazos alrededor de su
cuello. Rhett tuvo que dar un paso atrás para sujetarla y no caerse los dos al suelo.
—Pero, ¿qué...?
—¡¿Sabes qué?!
Él siguió intentando librarse del abrazo porque todo el mundo los estaba mirando,
pero Alice aprovechó y lo rodeó también con las piernas, entusiasmada.
—¿Por qué? ¿Tu hosco honor se ve afectado porque tu novia te esté dando abracitos?
Rhett le puso mala cara, pero Alice no se movió de su lugar. De hecho, sonrió
ampliamente.
—¿Sabes qué?
—No, no lo sé.
—¡Pues pregúntamelo!
Ella dio un tirón con todas sus fuerzas cuando empezó a corretear por el pasillo, obligando
a Rhett a seguirla.
—Uy, que flojito es el instructor más duro de Max —ella soltó una risita.
—¿Se puede saber qué demonios te ha pas...?
Rhett estuvo a punto de chocarse con ella cuando se detuvo de golpe, girándose en
redondo hacia él. Pareció que iba a decir algo, pero Alice sintió el impulso de besarlo y...
eso hizo.
Lo agarró por las mejillas con ambas manos y lo atrajo bruscamente hacia ella. Rhett
estaba tan sorprendido que, al menos, no se separó. De hecho, ni siquiera se movió del
todo. Pero Alice lo hizo por él. Y cuando pareció que por fin iba a reaccionar, ella se
separó y volvió a arrastrarlo por el pasillo.
—Whoa, ¿qué...? —lo escuchó musitar a sus espaldas—. ¡No había terminado!
—¡Pues yo sí!
—No quiero.
Ella avanzó por los pasillos de la biblioteca hasta que encontró la mesa ocupada por Jake,
Kilian y Trisha. Jake y Kilian leían un libro de medicina mientras que Trisha se limitaba a
comer y a mirarlos con desprecio, como de costumbre.
Los tres levantaron las cabezas de golpe cuando Alice apartó una silla de malas maneras y
se sentó justo delante de Jake, que parecía confuso.
—Menudo sust...
—¿Qué?
—Pues...
—Si nos invadieran, habría dos opiniones extremas al respecto —le explicó Alice a toda
velocidad bajo su mirada confusa—. Los primeros serían los que los aceptarían.
Llamémoslos pro-conejitos. Los demás, serían los anti-conejitos.
Pero lo que deberíamos preguntarnos en realidad es cuál de los dos bandos tiene la
razón.
»Para empezar, los anti-conejitos no aceptarían una forma de vida que toda su
existencia han considerado como inferior, así que una invasión por su parte debatiría
sus delirios de grandeza, haciendo que se replantearan su orgullo y poder como seres
humanos y capitanes de la escala evolutiva tal y como la conocemos hoy en día.
»Por otra parte, los pro-conejitos podrían argumentar que deberían ser considerados como
iguales porque si han tenido la capacidad de invadirnos es que tienen algún tipo de
inteligencia sí o sí. ¿Y qué diferencia a los humanos de los animales? ¡Pues muchas cosas!
Pero una de ellas es la inteligencia.
Entonces, tendríamos que conseguir que las dos especies se adaptaran una a otra y
sería un proceso largo y costoso.
Silencio.
Alice sentía su cuerpo agitándose a toda velocidad por la emoción, pero... ¿por qué
nadie más parecía emocionado? ¿Por qué la miraban como si estuviera loca?
—¿Está fumada?
—Eh...
No esperó una respuesta. Volvió a salir corriendo y escuchó a Rhett llamándola mientras
la perseguía. Eso solo hizo que quisiera correr aún más, divertida.
Estaba casi sudando cuando dobló una de las esquinas del pasillo y se dio de bruces
con alguien alto. Cayó al suelo de culo y, al instante siguiente, Rhett estaba de pie a
su lado, jadeando.
Alice lo ignoró y se puso de pie mirando Max, con quien había chocado. Él
parecía un poco precavido, así que no se movió. Así que lo hizo Alice...
...dándole un abrazo.
—¡Ay, Maxy, Maxy, Max! —exclamó Alice apretujándolo entre sus brazos.
—Vale, no sé que te pasa. Pero te doy cinco segundos para soltarme —le dijo él sin
mucha compasión.
—Alice —le advirtió él, completamente incómodo—, tengo que hablar con Rhett.
—¿Ahora? —él suspiró.
Alice suspiró y empezó a alejarse de ellos. Max le daba la espalda y decía algo a Rhett,
que encontró la mirada de Alice por encima de su hombro. Frunció un poco el ceño
cuando vio que estaba sonriendo maliciosamente, como si le preguntaba por qué estaba
tan contenta.
Rhett abrió los ojos como platos, pero ella no le dejó tiempo para responder, porque
enseguida volvió a salir felizmente corriendo.
CAPÍTULO 47
Alice abrió los ojos lentamente y se adaptó a la débil luz que le daba en la cara. Frunció
un poco el ceño cuando intentó mover la mano y chocó con algo. O más bien con
alguien.
Se estiró un poco más y vio que estaba amaneciendo. Se pasó una mano por la cara. Se
sentía como si alguien le estuviera martilleando la cabeza.
—¿Cómo sabes que estoy despierta? Ni siquiera has abierto los ojos.
Su voz sonaba como si no hubiera bebido en años. De hecho, tenía sed. Mucha sed.
Le puso mala cara, pero no estaba de humor para hablar mucho más, así que se limitó a
estirarse. Eso sí, aprovechó para golpearlo a propósito en el proceso.
Rhett abrió los ojos solo para mirarla con mala cara.
—Es una muy bonita forma de agradecerme que no hicieras el ridículo anoche.
—¿Anoche? —ella arrugó la nariz, extrañada—. ¿Qué pasó?
—¿Debería?
Él rodó sobre sí mismo hasta quedar con la espalda en el colchón. Alice lo miró con cierta
desconfianza.
—¿Por qué hemos dormido en la misma cama y estamos los dos vestidos? Él tardó
—Serás pervertida.
—Sinceramente, Alice, dudo que acostarme con chicas medio-inconscientes sea jamás
algo que pueda gustarme.
Alice lo analizó un momento con el ceño fruncido. Después se incorporó y se estiró hacia
su cantimplora. Menos mal que le quedaba algo de agua. Le dio un sorbo y miró a Rhett.
—Bueno, hay una larga lista. ¿Empezamos por la parte en que le robaste tu cinturón a
Max y te fuiste corriendo con él?
Tenía agua en la boca y trató de hablar tan rápido que se atragantó y empezó a toser. Rhett
se sentó a su lado y le dio unas palmaditas en la espalda que no sirvieron de mucho. Al
final, cuando pudo volver a respirar, lo miró con los ojos abierto de par en par.
—Y después fuiste a la cafetería con Charles y los colgados de sus amigos. Y creo
que no quieres saber más detalles.
Por su cara, Alice dedujo enseguida el por qué. Se puso roja al instante. Él sonrió,
divertido.
—Menos mal que te quedaste dormida en dos segundos. Ya no sabía cómo contener
a la fiera.
—Bueno... ¡no habría reaccionado así si no hubiera sido porque todos me tratasteis como a
una idiota!
Él parpadeó, sorprendido.
—¿Qué?
—No es tan sencillo, Alice. Las cosas están muy bien como para estropearlas.
—O disimularon.
—Sí, claro, e hicieron una tarta en lo que iban a la habitación para disimular.
—Bueno, ¿y tú por qué sigues aquí? ¿No tienes una clase a la que ir? ¿O niños a los que
aterrorizar?
—¡Acabo de despertarme!
Se tumbó de espaldas en la cama, cruzando los brazos para dejar claro que no le estaba
gustando esa conversación. Rhett la miró de reojo antes de suspirar.
—Pues sí.
—¿En serio?
—¿Qué?
—¿El qué?
Alice sonrió ampliamente, olvidándose del enfado anterior, y le hizo un gesto para que se
tumbara a su lado. Rhett lo hizo, aunque seguía sin entender muy bien por qué. Esta vez,
fue él quien se cruzó de brazos, dejando claro su enfado. Alice sonrió aún más y se
arrastró a su lado, abrazándolo de pies y brazos.
—Oye, Rhett.
—¿Qué?
—¿Estás enfadado?
—Sí.
—¿Por qué?
—Pues enhorabuena.
Alice sonrió, divertida, al ver su repentino mal genio. Se acercó un poco más, pegándose
por completo. Rhett suspiró.
—Y luego me dicen a mí que soy difícil de entender. Hace treinta segundos me decías
que me fuera y ahora te abrazas. No entiendo nada.
—Y tú no, claro.
—No, Alice.
—...
—...
Ella empezó a reírse y se movió, subiéndose encima de él. De esta manera, se quedó
sentada en la parte baja de su estómago. Sin embargo, Rhett se limitó a enarcar una
ceja.
—Ellos no te conocen.
—No, pero tampoco eres el chico malo que quieres que crean que eres —ella ladeó la
cabeza.
—¿Qué es...?
—Oh, déjalo.
Ella empezó a reírse, pero no le quitó la mala cara. Eso de que era gracioso cuando se
enfadaba no era mentira. Se acomodó un poco más en su estómago y decidió cambiar de
tema. Buscó con la mirada y lo primero que vio fue su estómago. Se lo pellizcó a sí
misma y puso mala cara. Rhett la miraba con extrañeza.
Alice lo miró al instante. Su expresión era la indignación personificada. Sin pensarlo dos
veces, le dio un manotazo en el hombro. Rhett dio un respingo, sorprendido.
—¿Qué...?
—¿Yo?
—¿Y tú cómo sabes que no hay un bicho en el armar...? ¡Vale, vale, olvídalo, el bicho
está muerto!
Se había encogido cuando vio que iba a darle otro golpe. Se detuvo. Esta vez, el que se
reía era él, aunque todavía no parecía entender mucho lo que la había molestado.
—¡Yo...! ¿Qué...?
—¡Lo has dicho!
—¡No es verdad!
Al ver su cara de confusión, Alice no pudo aguantarlo más y se echó a reír. Rhett le puso
mala cara.
—Siempre caes en ellas —Alice ladeó la cabeza, divertida—. ¿Te acuerdas de cuando
te ruborizabas cada vez que venía en bragas a tu habitación?
Y, solo con el recuerdo, Alice vio que sus mejillas se encendían un poco. Sonrió
ampliamente.
—Hay mucho cuerpo encima y mucho debajo, Rhett, no disimules. Mirabas lo que
querías mirar.
—Bueno, ¿y tú qué?
—¿Yo?
—¿Te crees que no me daba cuenta de que me mirabas cada vez que se me levantaba
un poco la camiseta? —él enarcó una ceja.
—¿Eh? ¿Yo?
—Así que también me mirabas la cintura. Yo que creía que era solo la espalda...
Alice agarró la almohada y estuvo a punto de darle con ella, pero Rhett se la quitó de la
mano y la tiró fuera de la cama. En menos de un segundo, él se incorporó para quedarse
sentado con ella en su regazo y se inclinó hacia delante para besarla.
Alice se olvidó por completo del enfado al instante. Notó que le rodeaba la cintura con
ambos brazos sin dejar de besarla e, inconscientemente, cerró los ojos y subió las manos
por sus hombros y su cuello hasta dejarlas en sus mejillas. La barba de pocos días le
pinchó las manos cuando pasó las yemas de los dedos por ella.
—AAAAALIIIICEEEEE.
—No me lo creo —Rhett se separó—. Este crío tiene una maldita alarma.
Alice sonrió y estuvo a punto de gritarle a Jake a través de la puerta que iría a verlo en
un rato. un rato largo.
De repente, abrió la puerta como si nada. Alice dio un respingo y notó que Rhett volvía a
abrocharle el sujetador a toda velocidad.
Alice se apresuró a alcanzar su camiseta y cubrirse el sujetador con ella, sujetándola con
una mano. Tenía las mejillas rojas, y no estaba muy segura de si era por haber sido
pillada... o por lo de antes.
—¿Tienes pensado irte o te quedas y te hacemos un café? —Rhett enarcó una ceja.
—¿Tenéis...?
—¿Cuarenta? ¿Tanto?
—¿Veinte? ¿Tan poco?
—No entiendo nada de esto —aclaró Jake—, pero ya nos veremos a la hora de
desayunar. Y no preguntaré detalles, tranquilos.
Sin embargo, se detuvo en seco cuando la puerta volvió a abrirse de golpe. Ambos se
quedaron mirando a Charles, que se estaba comiendo una piruleta tranquilamente.
Sin embargo, él cerró la puerta y fue felizmente hacia ellos, sentándose en medio de
ambos con una sonrisa de oreja a oreja. Le pasó un brazo por encima de los hombros a
Alice, que recordó que solo iba en sujetador.
—Oye, te aseguro que sé hacer cosas más interesantes que ese de ahí —dijo, señalando
a Rhett con la cabeza.
El aludido enarcó una ceja lentamente.
—No, gracias.
Charles se empezó a reír y le pasó el otro a él, también por encima de los
hombros.
—Un momento —Alice frunció el ceño—, ¿por qué has entrado en mi habitación de esas
formas?
—Solo venía a ver si alguien quería un poco de diversión matutina, querida, pero veo que
ya estás servida.
Rhett puso los ojos en blanco cuando él sonrió ampliamente, deteniéndose en la puerta.
—Aunque sigo acordándome de ese dulce beso —añadió, mirando a Alice—. Nunca
lo olvidaré. Quedó grabado a fuego en mi corazón.
—¿Quieres que te grabe yo algo a fuego en la cara? —Rhett apretó los labios.
Le guiñó un ojo descaradamente y se marchó tan feliz como siempre. Rhett y Alice
suspiraron a la vez y se miraron el uno al otro.
Él se arrastró a su lado de nuevo y la rodeó con los brazos, volviendo a besarla. Alice
apenas había tenido tiempo a tocarlo cuando la puerta volvió a abrirse.
Trisha lo miró con una ceja enarcada y luego se giró hacia Alice.
—¿Interrumpo algo?
CAPÍTULO 48
Max estaba mirando unos papeles cuando Alice asomó la cabeza por la puerta. Tenía una
sonrisa inocente en los labios.
—Hoooola.
—¿Qué quieres?
Alice le puso mala cara y entró en el despacho. Él ni siquiera había levantado la cabeza.
Seguía revisando algo con el ceño fruncido.
—Eso ya lo veo.
Ella se dejó caer en la silla que tenía al lado y, tras suspirar, le tendió el cinturón de
nuevo. Max levantó la cabeza un momento, solo para quitárselo y ponerle mala cara.
—Espero que la próxima vez que te pelees con alguien, lo afrontes de forma más
madura.
—Con todas las cosas que podías aprender del ser humano, ¿lo primero que se te ocurrió
fue aprender ironía?
Se quedó mirando un momento sus papeles y vio un montón de números que no entendió.
No era su punto fuerte. Prefería las letras.
—Cuentas.
—¿De qué?
Max suspiró y quitó la hoja que tenía delante para sustituirla por otra que se veía todavía
más complicada..
—Está enfadado porque esta mañana nos han interrumpido un montón de veces cuando
intentábamos...
—Pues muy bien —él suspiró y se puso de pie—. Tenía que ir a ver a Charles y Tina.
Puedes venir. Si te callas.
Ella sonrió ampliamente y lo siguió por el pasillo. Max bajó las escaleras sin mucha prisa
y lo detuvieron tres veces en que Alice se limitó a mirar a su alrededor, sin tener la menor
idea de qué le hablaban. Al final, empezaron a cruzar el patio delantero en dirección a las
caravanas.
—Oye, Max.
—¿Alcalde?
—No.
—¿Científico?
—No, mira...
—¿Líder de caraanas?
—¿Qué es eso?
—Es... bueno, era un grupo de gente que se encargaba de asegurarse de que las
personas cumplieran la ley.
—¿Qué es la ley?
—Las normas.
—¿Y matabais a los que no lo hacían?
—¿Qué? No, claro que no. No podíamos disparar a zonas donde pudiéramos herir de
muerte.
—Me preocupa un poco esa violencia que has adquirido. Te recuerdo que cuando
nos conocimos no sabías ni qué era golpear.
—Pero he cambiado.
—A peor.
—¡A mejor!
—Definitivamente, a peor.
—Hasta hace un momento, creía que no. Ahora veo que sí.
Alice sonrió divertida mientras entraban en el círculo de caravanas. Se puso roja de nuevo
cuando todo el mundo la saludó —la recordaban por la fiesta de la noche anterior— y Max
la miró con cierto reproche.
Sin embargo, se olvidó cuando los dos se detuvieron delante de la caravana de Charles.
Max llamó con los nudillos y esperaron pacientemente. Pasaron unos segundos sin que
recibieran respuesta.
—Oh, claro que está —Alice suspiró y golpeó la puerta con más fuerza—.
¡CHARLES, ABRE!
Alice puso los ojos en blanco y Max lo miró un momento. Charles estaba sonriendo
ampliamente, pero se detuvo cuando Max le dedicó una sonrisa irónica y le dio una
"palmadita" en la espalda que casi lo mandó volando al otro lado de la ciudad.
—¿Qué es eso?
—Tengo datos de historia clásica —ella sonrió ampliamente—. Puedo decirte qué
batallas tuvieron lugar en cada añ...
—Cuando una persona es muy mayor para seguir trabajando. Suele hacerse a los
sesenta.
—Alice, aquí nadie vive tanto como para llegar al los sesenta años. Voy a tener que
dejar las cosas a alguien.
Ella lo miró de reojo. Parecía haberse quedado pensativo.
—Es el que mejor se entera de todo. Ha estado contigo desde que... bueno, desde que
todo empezó. Y sabe cómo funciona, ¿no?
—Sí.
Pero había algo que no le estaba contando. Alice se detuvo y él hizo lo mismo,
mirándola.
—¿Qué pasa?
—No creo que Rhett quiera pasarse tanto tiempo de su vida siendo líder, Alice
—replicó él, pensativo—. No le gusta el exceso de responsabilidad.
—No es lo mismo. No es una ciudad entera. No puedes dejar que cualquier persona
se ponga al mando. Además, los dos sabemos cuál es el puesto que Rhett siempre ha
querido recuperar.
Alice asintió con la cabeza.
Max también asintió, apartando la mirada. Pareció pensar algo, pero no lo dijo en voz
alta.
Alice nunca lo había hablado con él. ¿Querría volver a serlo? Lo cierto era que parecía
gustarle el puesto que tenía ahora, pero Rhett era tan difícil de leer...
—Y le obligaría a traerte a casa antes de las diez —añadió él enarcando una ceja—. Y a
dormir en otra habitación.
—...o ir a un concierto —Alice lo miró con curiosidad—. ¿Alguna vez has ido a un
concierto?
—¿Y te gustaron?
—Mucho. Me gustaba mucho la música. Conocí a la madre de mi hija gracias a ella.
—¿Cómo se llamaba?
Max se había quedado con los labios apretados un momento, pero reaccionó enseguida.
—¿Qué es eso?
Ella se inclinó para leerlo. Tocaremos con todas nuestras energías para todos los que
no quieran escuchar. ¿Qué significaba eso?
—Es una frase de una canción —murmuró Max, volviendo a taparse el tatuaje y
adivinando su pregunta—. Nos conocimos con ella. Y nos hicimos el mismo tatuaje.
—Sí. En la espalda —Max suspiró—. El peor error de mi vida. Ojalá pudiera quitármelo.
—A mí me gusta. No está tan mal.
Ella decidió dejar el tema para no hacer que se sintiera incómodo. Lo pensó un momento.
Max esbozó media sonrisa. A ella casi le dio un infarto de la impresión. Seguía sin
acostumbrarse a que Max sornriera.
—Ah, ¿sí?
—¡Sí! Me los enseñó en una de nuestras clases. Es decir... eh... antes de que empezara,
¿eh? Tampoco perdíamos tanto el tiempo. Fue el día de la colina. Y... y tenía un iPod
lleno de canciones suyas. Y de... de Oasis, y Guns N' Roses, y...
—¡Sí, exacto!
—Y Scorpions. Y Eagles.
—Sí.
—Todas lo eran.
—Todas lo eran.
—Y Winds of change.
—¿Qué es eso?
—Tengo unos discos de vinilo guardados por alguna parte. No quise deshacerme
de ellos. Sirven para escuchar música. Todos tienen muchas canciones dentro.
—Oh —ella no lo había entendido muy bien, pero asintió con la cabeza—. Pues buscaré
alguno.
—Perdón.
Alice estaba tarareando una de las canciones que había mencionado cuando Max se
detuvo de nuevo. Lo miró, confusa. ¿Qué había hecho ahora? Sin embargo, él tenía la
mirada clavada en una parte del muro. Alice lo inspeccionó con los ojos, curiosa, pero no
vio nada fuera de lo normal.
—¿Qué...?
Ella se calló, aunque seguía sin entender muy bien por qué. Volvió a revisar el muro
sin encontrar nada reseñable en él.
—Max, ¿qué...?
Se detuvo cuando él dio un paso atrás y la empujó con su propio cuerpo, tirándola al
suelo. Alice sintió un pinchazo de dolor en el culo y puso una mueca.
—¿Qué...?
Y, entonces, escuchó lo que había estado observando Max. El disparo. Vio la bala
volando justo por la zona en la que ella había estado de pie. De no haberla
empujado Max, le habría dado directamente en la cabeza. Contuvo la respiración.
Un francotirador.
No pude pensar lo que estaba pasando porque escuchó gritos en las caravanas. Se giró
para ver qué pasaba, pero Max la agarró del brazo y la puso de pie de un tirón. Ya había
sacado la pistola.
—¿Qué? No pienso...
Max miró por encima de su hombro y Alice hizo lo mismo. Vio que Charles y los suyos ya
se estaban defendiendo de lo que fuera que les estaba atacando.
También vio a los guardias de la ciudad corriendo hacia ellos. Su jefe se detuvo delante de
Max.
—¿Dónde...?
—Cubrid el muro por el este y por la puerta principal —le dijo Max
bruscamente—. Y asegúrate de tener a alguien a cargo de la gente de la
cafetería.
—Sí, señor.
Max agarró a Alice del brazo y la arrastró entre los guardias, que estaban recibiendo las
órdenes pertinentes. Ella vio que cada uno iba a su lugar correspondiente con eficiencia
y se preguntó dónde estarían Rhett, Jake, Trisha y los demás.
—Lo sé.
Sin embargo, giró por el pasillo del hospital y no se detuvo hasta que llegó a él. Había
dos guardias y varios pacientes ahí reunidos. Entre ellos, Tina y el bebé los miraban.
Tina pareció inmensamente aliviada.
—¿Qué...?
Durante lo que pareció una eternidad, no pudo hacer otra cosa que ir de un lado a otro
del hospital mirando a los guardias con desprecio aunque ellos solo hicieran su trabajo.
Tina dejó al niño durmiendo en la cuna y se ocupó de sus pacientes como si no pasara
nada, pero estaba claro que algo pasaba.
Alice se había detenido varias veces en la pared para escuchar mejor. El ruido de
pasos, disparos y gritos era inconfundible, pero estaba claro que no era tan grave como
la última vez que los habían invadido. La única pregunta era...
¿quiénes eran? Porque no podían ser miembros del padre John. Él estaba...
No estaba ahí.
—¿Quién, cielo?
—¡Tina!
—¡Aquí, hace una hora! —dijo ella, sorprendida—. O... quizá un poco más, no lo sé.
¿Por qué?
Pero Alice ya se había alejado de ella e iba directa hacia los guardias de la puerta. Ellos la
miraron con cansancio propio de haberle dicho diez veces que se detuviera.
—¡No! ¡Tengo información muy importante para Max! ¿Queréis ser vosotros
quienes le digan después que no la ha podido recibir a tiempo por vuestra culpa?
—Entonces, no pasas.
—Entonces, buena suerte hablando con Max más tarde. O con Rhett, que os recuerdo que
es mi novio. O conmigo cuando me devuelvan mi maldita pistola.
Alice parpadeó, mirando el techo e intentando respirar. Escuchó los gritos casi como ecos
porque su corazón latía a tanta velocidad que le vibraban las orejas.
Entonces, captó algo por el rabillo del ojo. Tres hombres vestidos de negro. Con fusiles en
las manos. Estaban apuntando a Tina. Ella gritó algo y uno de ellos la apartó bruscamente,
lanzándola contra una de las camillas y haciendo que se cayera al suelo.
Alice tardó, pero finalmente lo entendió. Vio que esos tres hombres se acercaban a la
cuna del bebé, cuyo llanto podía oír perfectamente. Se le cortó la respiración y se intentó
poner de pie con la adrenalina recorriendo sus venas a toda velocidad. No. Eso no. Eso
no.
Y, justo cuando se ponía de pie, volvió a caer al suelo con fuerza, haciendo que le
vibraran los huesos de la espalda. Bajó la mirada y vio que tenía una bota clavada
encima del corazón, apretándola contra el suelo. Intentó quitársela de encima
retorciéndose, pero era imposible. Y más cuando la bota subió y le pisó el cuello. Alice
intentó moverse, empezando a notar que le resultaba difícil respirar.
Entonces, levantó la mirada y vio que la bota pertenecía a una mujer que conocía ya
demasiado bien pese a las pocas veces que había hablado con ella. Giulia, la principal
seguidora del padre John.
Ella la ignoró, intentando ver qué pasaba con el bebé, pero Giulia apretó todavía más su
cuello. Alice notó la presión en su cara a medida que se ponía roja. Le vibraban los ojos.
—¿De verdad te creías que John iba a ayudarte a cambio de nada, querida?
Alice intentaba respirar como podía. Agarró a Giulia del tobillo e intentó clavarle las uñas,
pero era imposible hacerlo a través de la bota. Y ella seguía hablando.
—¿De verdad te creías que ganarías un maldito chantaje contra nosotros? Pobre e
inocente Alice...
Entonces, Giulia dejó de apretarle el cuello y Alice empezó a toser secamente, llevándose
una mano al cuello. Había empezado a verlo todo negro. Su cerebro todavía temblaba
cuando Giulia la empujó con la bota y le dio la vuelta, haciendo que quedara boca abajo.
Ella estaba tan ocupada intentando volver a respirar que no pudo hacer nada para
impedirlo. Ni siquiera cuando Giulia le pisó la cabeza con suficiente presión como para
asustarla, apretando su mejilla contra el suelo.
Alice parpadeó intentando enfocar y vio que uno de los hombres estaba levantando el
bebé. Intentó moverse y notó el frío cañón de un fusil en su nuca. Pese a eso, no pudo
hacer otra cosa que intentar retorcerse inútilmente. El bebé no. El bebé no, por favor.
Pero en ese momento algo le llamó la atención. Y fue la persona que sujetaba el bebé.
Alice había visto antes esa cara. Apretó las manos contra el suelo, intentando ubicarla...
...para darse cuenta de que era uno de los humanos nuevos. Igual
Alice no despegó la mirada furiosa de él cuando Giulia se inclinó hacia delante sin quitar
la bota de su cabeza.
—¿Te acuerdas de tu llegada a la Unión, querida? ¿Ese grupo tan especial del que te habló
Kai? ¿Ese grupo de gente con más habilidad de los demás? ¿Te acuerdas de que él
mencionó que los dos primeros habían sido aniquilados?
Bueno, pues resulta que era una pequeña mentira.
Así que era eso. Los nuevos habían sido, en todo momento, espías. Y formaban los dos
primeros equipos especiales de la Unión. Alice estuvo a punto de llorar de la rabia
cuando le vino a la mente la imagen de...
—¿Sabes lo que has conseguido con tu intento de chantaje? —le preguntó Giulia en voz
baja—. Que recuperemos todo lo que nos pertenece. Incluido lo que tienes que pertenece
a John, querida.
—Dejadlo en paz —murmuró ella una y otra vez como pudo e ignorando sus palabras,
viendo que el bebé seguía llorando inconsolablemente—. Dejadlo en
paz. Él no tiene la culpa de nada.
—Claro que no, si es solo un bebé. Pero los inocentes también mueren en las guerras. Es
su parte negativa, supongo.
Giulia suspiró y Alice notó que le quitaba el cañón del fusil de la nuca.
—Es una pena que no tenga órdenes de matarte todavía. Supongo que
tendremos que esperar a nuestro próximo encuentro, pequeña Alice.
Y, justo en ese instante, Giulia quitó la bota. Alice intentó aprovechar para ponerse
de pie, pero notó que le inyectaban algo en el cuello y se quedó dormida al
instante, escuchando los llantos del pequeño bebé.
***
Tenía algo frío y húmedo en la mejilla. Bajó la mirada y vio un charco de sangre. El
brazo le ardió cuando se tocó la frente y notó la pequeña herida en ella.
Estaba pegajosa. Le dolía.
Alice contuvo la respiración cuando los recuerdos de lo que había pasado la golpearon
directamente.
El bebé.
Se puso de pie tan rápido que casi se resbaló con el charco de su propia sangre. Se acercó
corriendo a la cuna y el mundo se detuvo cuando vio que estaba vacía. TIna seguía
llorando desconsoladamente.
Alice se dio la vuelta y miró a su alrededor, dándose cuenta del pequeño detalle de que
todos los que había a su alrededor eran humanos. Y, la última vez que había mirado,
también había androides.
Inconscientemente, fue directa a la puerta, pasando por encima de los cuerpos de los
guardias tirados en el suelo. Ni siquiera podía centrarse en eso. O en las marcas de balas
en las paredes de los pasillos. Se apoyó en la pared con una mano, todavía mareada, y
cruzó el pasillo hacia el vestíbulo. Estaba hecho un completo desastre. La cabeza le dio
otra punzada de dolor cuando se obligó a sí misma a caminar hacia la cafetería, donde
había gente reunida. Su gente.
Ningún androide.
—¿Alice?
Ella se detuvo de golpe y se giró hacia Rhett, que había aparecido de la nada. Él tenía
sangre en la mejilla y en los brazos, pero no parecía herido. Ella notó que se le llenaban
los ojos de lágrimas solo con verlo.
Había subido solo para buscarlo. Aunque no quisiera admitirlo, era la verdad.
Él no necesitó más. Se acercó en dos zancadas y le dio un abrazo con fuerza. Alice se lo
devolvió, aunque un poco dolorida, escondiendo la cara en su cuello. Durante unos
segundos, ninguno de los dos dijo nada.
Entonces, ella se dio cuenta del pequeño detalle de que él estaba temblando.
—Cuando... cuando vi que se habían llevado a todos los androides creí que... que tú...
Rhett se separó, respirando hondo, y le sujetó la cara con ambas manos. Alice no fue
capaz de decir nada cuando se inclinó hacia delante y presionó sus labios sobre los de
ella.
—En... en el hospital.
—¿Y qué...? ¿Por qué demonios estabas ahí? ¿Sabes lo jodidamente preocupado
que estaba?
—Yo...
—Te he estado buscando por todos los malditos rincones de la jodida ciudad, Alice, no
vuelvas a hacerme esto. Nunca. Nunca más. ¿Me oyes?
Pareció que iba a decir algo, pero se detuvo al ver que a ella se le llenaban los ojos de
lágrimas.
—¿Qué?
—Yo... intenté... —ella no podía ni hablar por el nudo en su garganta—. El bebé, Rhett...
se lo llevaron.
—Vamos a rescatar a ese bebé como sea, así que ni se te ocurra llorar.
Volvió a inclinarse hacia delante y la besó con más ganas. Como si realmente lo hubiera
estado deseando. Alice cerró los ojos y se dejó llevar por unos momentos antes de que él
se viera obligado a separarse.
—¿Qué?
Rhett pareció confuso por un momento, antes de abrir los labios en señal de alarma.
Alice se separó bruscamente y, por instinto, fue directa a las escaleras. Escuchó los pasos
de Rhett siguiéndola de cerca, pero no se detuvo en ningún momento. De hecho, aceleró
tanto que estuvo a punto de caerse varias veces de camino a los dormitorios que les
habían asignado.
Su cabeza zumbaba cuando se detuvo ante le puerta que estaba buscando y vio que estaba
un poco abierta. No se atrevió a empujarla por varios segundos, pero su instinto de
protección era mayor que su miedo. Mucho mayor.
Empujó la puerta sin pensar y casi se le paró el corazón cuando vio un charco de
sangre en el suelo.
Kilian estaba tumbado boca arriba con los ojos cerrados. Tenía un disparo en el estómago
y marcas de agarrones en el cuello y los brazos. Alice se quedó paralizada en la puerta,
pero Rhett fue corriendo hacia él y se agachó a su lado,
manchándose las rodillas con el charco de sangre. Ella vio que le ponía dos dedos
en el cuello.
Durante unos segundos, la tensión en el ambiente fue tanta que Alice sintió que iba a
desmayarse.
Pero ella seguía sin poder respirar. Las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas
porque ya lo sabía perfectamente. Lo había sabido desde el momento en que había
despertado en el suelo del hospital.
Alice tenía la cabeza entre las manos y los ojos cerrados. Su rodilla se movía de arriba
abajo de manera ansiosa.
Se sentía como si hiciera una eternidad que esperaba en el pasillo. No habían dejado que
entrara por no ser guardiana de la ciudad. Como si eso importara. Pero no le había
quedado otra que esperar sentada en el suelo del pasillo intentando no volverse loca. Era
como si el tiempo no pasara.
Miró por la ventana y se puso de pie, frustrada. Le dolía cada músculo del cuerpo. No
había dormido. No había comido. Solo quería que esa pesadilla terminara de una vez por
todas.
Estaba a punto de aporrear la puerta cuando escuchó pasos a su derecha. Se dio la vuelta
enseguida y vio que los guardianes estaban saliendo de la sala de reuniones. Ninguno la
miro a los ojos. Ninguno.
Alice intentó no empezar a agobiarse y pasó a través de ellos hacia el despacho de Max. Él
hablaba con Rhett en voz baja, pero se detuvieron cuando la vieron llegar.
—Cierra la puerta.
—¿Qué?
—Hemos estado hablando con los demás guardianes. Ya sabes que estas
decisiones tan importantes tienen que ser tomadas en conj...
—¿Negociar? ¿Con el hombre que ha estado jugando nosotros todo este tiempo?
—Sí. Dejarnos de tonterías de una vez e ir a por ellos. Y que pase lo que tenga que
pasar.
—¿Qué?
—No, que nos matarían en menos de diez minutos. Y sin demasiadas bajas. Si nos resulta
difícil vencerlos cuando nos envían un grupo pequeño a nuestra propia ciudad... ¿de
verdad te crees que tenemos alguna posibilidad en la suya?
—Bueno, pues la maldita memoria —masculló Alice, frustrada—. Lo que sea con que
vuelva Jake.
—Bien.
—¿Qué otros?
Miró a Rhett y vio que él, por primera vez desde que lo conocía, apartaba la mirada,
avergonzado.
—Alice...
—Alice, no es eso.
Silencio. Alice sintió que se le cerraba la garganta cuando se dio cuenta de lo que no
querían decir tan explícitamente y miró a Max, suplicando que lo negara.
—Lo eran hace unas horas —le dijo Alice con voz temblorosa—. Lo eran cuando te
ayudaron a defender tu maldita ciudad de los que nos atacaron. Cuando murieron por
protegernos.
—Claro que lo es. Y los dos sabemos perfectamente que, si fueran humanos, ya
estaríamos formando un maldito equipo para rescatarlos. Pero solo son androides. No
nos sirven para nada.
—Yo no he dicho eso.
—¡No puedo responsabilizarme de cada habitante que pasa por aquí, Alice, tengo que
preocuparme de los que seguimos en la ciudad!
—¡¿Y por qué ellos no son parte de tu maldita ciudad?! ¡¿Por qué no puedes intentar
ayudarlos como haces con Jake?!
—¡Porque son suyos! —le espetó Max—. Son de su propiedad, Alice. Siento tener
que decirlo así, pero sabes que es verdad.
Ella se detuvo, pasmada. Lo miró durante unos segundos que a cada uno ellos se le
hicieron eternos antes de apretar los labios en una dura línea.
—No es lo mismo.
—Alice...
—Te pasas la vida diciendo que aceptas a los androides como si fueran solo personas
cuando, en realidad, piensas exactamente lo mismo que los que se han llevado a Jake.
Que no valemos para nada.
—No hace falta que lo digas —murmuró ella—. Es lo que piensas. Y lo que piensa
la mitad de la ciudad, ¿te crees que no lo sé?
—Yo nunca te he mirado así —le dijo Max en voz baja. Ella
—He visto esa mirada durante toda mi vida, Max. No necesito que me la describan
para saber cómo es.
—Esto va más allá de ser humanos o androides —le dijo él—. Intentar recuperar a Jake
ya es un riesgo.
Alice cerró los ojos intentando no hablar más de la cuenta, pero estaba a punto de
hacerlo.
—Y no es discutible, Alice, ya está decidido por todos los guardianes —zanjó Max—.
Solo te lo estamos diciendo antes que a los demás porque sabemos que quieres mucho a
Jake.
Ella no pudo más. Se puso de pie y la silla casi se cayó al suelo. Notó el silencio
incómodo que se formó cuando abandonó el despacho de Max, furiosa y frustrada. Y
triste. E impotente. Tenía demasiados sentimientos mezclados. Y solo quería hacer algo
que sirviera de ayuda, pero le daba la sensación de que era imposible.
Ya estaba en el piso de las habitaciones cuando escuchó los pasos de Rhett detrás de
ella. Se detuvo cuando la alcanzó por la muñeca y se dio la vuelta para encararlo.
Parecía cauteloso, pero eso no hizo que su enfado se calmara.
Rhett suspiró.
—Max puede ser muchas cosas, Alice, pero no es un mentiroso. Y hablaba en serio
cuando te ha dicho que no es cuestión de que sean androides.
Ella soltó su mano. Ni siquiera se había dado cuenta de que la estaba sujetando. Dio un
paso atrás.
—Sí.
—¿Y tú...? —ni siquiera podía empezar a pensarlo.
—No.
Eso la alivió inmensamente, pero sabía que significaba que los demás habían decidido que
solo Jake merecía que lo salvaran. Eso hacía que se le partiera el corazón.
—Cállate, idiota —le dijo en voz baja, aunque tenía ganas de llorar y abrazarlo.
Fue como si él le leyera la mente, porque dio un paso en su dirección y le levantó la cara
con una mano, pasándole el pulgar por el mentón. Alice no estaba del todo acostumbrada
a esas muestras de cariño, pero cada vez que las recibía lo hacía encantada.
Especialmente en un momento como ese.
Alice apoyó la mejilla en su pecho y notó que la rodeaba con los brazos. Se quedó
mirando la ventana un momento antes de cerrar los ojos.
Sin embargo, volvió a abrirlos al instante, porque notó que alguien más la rodeaba
con los brazos. Miró atrás y vio que Charles sonreía ampliamente, abrazándolos a
ambos.
Rhett le dedicó una mirada que, de haber sido posible, lo hubiera desintegrado.
—Aparta. Ahora.
Charles levantó las manos en señal de rendición y dio un paso atrás. Alice se apartó
de Rhett, intentando recuperar su compostura.
—¿Se puede saber qué te hace tan contento? —le preguntó, irritada.
—¿Yo? Un paquete de tabaco, una botella de ron de marca buena, unas cuantas
chicas dispuestas a pasarlo bien, unos cuantos chicos sin ro...
—Ah, eso —él se rio felizmente—. Pues iba a emborracharme a la azotea y no quería
hacerlo solo. ¿Queréis venir?
—¡Esa es la actitud!
Al final, protestando, subió las escaleras con ellos. Por el camino Trisha decidió unirse
y Alice se quedó un poco sorprendida al verla paseando con Kilian. Él había despertado
poco después de que lo encontraran en la habitación. Al parecer, le habían disparado
varias veces al intentar proteger a Jake, pero Tina había conseguido salvarlo. Sin
embargo, tendría unas buenas cicatrices repartidas por el estómago y la espalda.
Alice le pasó un brazo por encima de los hombros mientras salían a la azotea. El pobre
todavía cojeaba un poco.
Era de noche, así que el aire era bastante más frío de lo acostumbrado. Pero no pareció
importar a ninguno. Se sentaron los cinco en el suelo de grava con las espaldas en la pared
del edificio, mirando el bosque. Charles no tardó en romper el silencio sacando las dos
botellas de alcohol. Le dio una a Rhett y Alice se sorprendió un poco al ver que le daba un
trago antes de dejársela a ella.
Al cabo de un rato de silencio en que cada uno pensó en sus cosas, Alice pasó la botella
a Kilian. Él le dio un trago y se la dejó a Trisha. Ella lo miró un momento, pensativa.
—Realmente espero que ese crío esté bien —murmuró en voz baja.
Alice la miró de reojo. Era una de las cosas más agradables que la había escuchado decir.
Y especialmente de Jake. Ellos siempre discutían y se irritaban el uno al otro.
—Y yo —murmuró Rhett.
Alice no dijo nada, mirando su botella. Rascó la etiqueta con una uña intentando no llorar
con todas sus fuerzas.
Todos la miraron. Ella tenía los ojos clavados en su botella, también. Solo que parecía
apretarla con un poco más de fuerza de la necesaria.
—Desde que perdí el brazo, no sirvo para nada —murmuró—. Antes, era buena
luchando. Ahora solo puedo ver como otros lo hacen. Y no puedo sujetar las armas
grandes. Ni siquiera puedo recargar las pequeñas a la velocidad que me gustaría. No
puedo hacer nada. Debería haber sido yo.
—Es la verdad. No voy a poder volver a luchar nunca —ella la miró—. Nunca. No
importa lo que practique, nunca será lo mismo. Ni tampoco voy a poder disparar.
¿Qué demonios puedo hacer?
Nadie pareció saber qué decir. Hubo unos segundos de silencio antes de que Charles
soltara una pequeña risa amarga.
—Así que me paso el maldito día borracho o drogado para no tener que
acordarme de ello. No me hables de inutilidad, sé lo que es. Y, para tu
información, no eres la única que tiene un brazo menos.
Alice vio que él, por primera vez desde que lo conocía, se arremangaba la chaqueta hasta
el codo. Se quitó la mano falsa y Alice vio que el viejo muñón en su muñeca. Nunca lo
habia visto. Él suspiró y lo levantó.
—No lo había enseñado a nadie en años. Por no hablar de las demás cicatrices.
—Conclusión, que cualquiera de nosotros habría sido una mejor víctima que el crío —
dijo Charles.
—No, pero solo habéis dicho lo negativo —Alice le frunció el ceño—. Trisha, puede
que no puedas volver a luchar, pero eres genial dando instrucciones. Y me enseñaste
muchas cosas cuando luchábamos juntas. Además, no te aseguro que no necesitas dos
brazos para intimidar a la gente.
Miró a Kilian.
—Y tú puede que no puedas hablar, Kilian, pero defendiste a Jake hasta el punto en que
pudieron matarte. ¿Te crees que todo el mundo es capaz de hacer eso por un amigo?
Porque te aseguro que no.
—Y tú eres un pesado, pero siempre te portas bien con nosotros, Charles. Y eres de las
pocas personas que he conocido en mi vida que hacen lo que creen que es correcto sin
importar a quien afecte. Y no todo el mundo es capaz de emborracharse cada día y
mantenerse tan sano.
—Eso es verdad.
Alice hizo un ademán de hacerlo, pero se giró hacia la puerta cuando escuchó pasos
acercándose. Su sonrisa se esfumó al instante en que vio que Max había subido a la
azotea. Los miró un momento y clavó los ojos en la botella. Charles hizo un ademán de
esconderla cuando Max fue directo a él.
—Dame eso.
—Que me lo des.
Charles suspiró y se la dio. Alice puso una mueca, pero se borró completamente cuando
vio que Max la destapaba y le daba un largo trago.
Todo el mundo pareció tan sorprendido como ella cuando él suspiró, dándose la vuelta y
mirando el bosque, dándoles la espalda.
Entonces, Alice vio que suspiraba otra vez. Se quedó en silencio unos segundos más,
metiéndose las manos en los bolsillos. Ella estuvo a punto de decir algo más cuando él la
interrumpió.
—Vamos a ir a por Jake. Porque no tienen ningún derecho a retenerlo. Y vamos a volver
con los androides y ese bebé. O no volveremos.
—Y-yo...
No dejó que terminara. Fue directo a la puerta de nuevo. Sin embargo, se detuvo en ella,
sosteniéndola, y volvió a mirarlos.
—Mañana a las seis en punto en la caravana de Charles. Quien quiera quedarse, que lo
haga. No está obligado a nada. Y, quien quiera venir... espero que sepa lo que conlleva
a hacerlo.
Los miró un segundo más antes de volver a entrar al edificio y dejarlos sumidos en un
profundo silencio que se extendió por un buen rato.
CAPÍTULO 50
Alice respiró hondo, mirándose a sí misma al espejo.
Llevaba la ropa negra y gris reglamentaria con sus respectivas botas oscuras y pesadas.
Su piel parecía todavía más pálida que de costumbre. Y ella, en general, parecía mucho
más delgada y menuda. Se relamió los labios y suspiró. Después, se ató el pelo
lentamente, como había hecho en su momento en su zona a una de sus compañeras
androides, especialmente a 42, y volvió a dejar caer los brazos a ambos lados de su
cuerpo.
Miró el reloj y vio que solo faltaban unos minutos para que fueran las seis. Tenía un nudo
de nervios en el estómago. Volvió a echarse una ojeada a sí misma y, después, se dio la
vuelta y salió de su habitación sin mirar atrás.
—Es mi hermano.
—Alice, no tienes por qué venir —insistió—. Sabes que nosotros lo traeremos de vuelta.
—Voy a ir.
Le dio la sensación de que Rhett parecía algo frustrado al ver que insistía, pero se esforzó
en ocultarlo para no molestarla. Se separó de la pared y se acercó a ella, colocándole una
mano entre los omóplatos y emprendiendo el camino hacia las escaleras.
Alice tenía la sensación de que ese día era más frío de lo habitual y se subió la cremallera
de la chaqueta gris oscura. Vio que la caravana de Charles estaba un
poco apartada de las demás. Max y él hablaban entre ellos junto con varias figuras más.
Alice levantó un poco las cejas cuando las reconoció. Tina, Trisha, Kilian y Kai.
—Buenos días, parejita —el único que no parecía tenso era Charles, que les sonrió
ampliamente—. ¿Por qué habéis tardado tanto? ¿Qué hacíais sin mí?
Ella asintió con la cabeza. Alice vio que apretaba los labios. Parecía estar a punto de
llorar.
—Vais a tener que ser solo dos guardianes por unos días —murmuró Max, mirándola a
ella y luego echando una ojeada a Kai, que parecía aterrado—. Vais a tener que trabajar
mucho para que esto no esté en ruinas cuando volvamos.
Alice vio que su sonrisa iba directamente a Trisha, que no se dio cuenta hasta que
pasaron unos segundos. Dio un respingo, confusa.
—¿Yo?
—¿Q-qué...? Si yo no...
Alice nunca había visto a Trisha titubear. Por un momento, estuvo a punto de sonreír.
—Eres la candidata perfecta —repitió Charles, mirándola—. Tienes autoridad, mala
leche y sabes dar órdenes. ¿Qué más podría exigir a mi sustituta temporal?
—P-pero...
—Además, el otro día te quejabas de que no podías disparar ni luchar, ¿no? — Charles
se encogió de hombros—. No necesitas nada de eso para liderar las caravanas. Y, como
habrás comprobado, la falta de un brazo tampoco es que marque un gran cambio.
Trisha titubeó de nuevo, confusa. Miró a Max como si buscara ayuda. Él se encogió
de hombros, dejándola elegir. Trisha entreabrió los labios antes de volver a
cerrarlos y asentir una vez con la cabeza.
—Vuelve a llamarme rubita y vas a terminar debajo de esa caravana tan preciosa.
—¿Ves por qué te he elegido como mi sustituta? ¡Somos iguales! Quizá terminemos
enamorándonos y todos, como tu amiga la androide solo tiene ojos para cara-cortada... ¿no
te gustaría?
Ella enarcó una ceja.
—Pues no.
Charles le dedicó una sonrisa encantadora antes de levantar y bajar las cejas a Rhett.
Max había estado observando todo con expresión cansada. Al final, negó con la cabeza
como si estuviera cansado de todos ellos y volvió a hablar.
Alice no pudo evitar enarcar las cejas. Miró a Rhett de reojo y vio que él también se había
quedado petrificado.
—S-sí, señor...
—N-no, señor.
Max puso los ojos en blanco y miró a Trisha. Un asentimiento de cabeza fue lo único
que le dedicó. Y a ella le pareció suficiente. Después, se giró hacia Tina. Ella se limpió
una lágrima.
—Tened mucho cuidado —les dijo, mirándolos a todos y cada uno de ellos—. Ya hemos
perdido a demasiada gente.
Ella pareció haberse estado conteniendo hasta ese momento. No pudo más y se adelantó
directamente hacia Rhett. Alice vio que las mejillas de él se volvían rojas cuando empezó
a apretujarlo en un abrazo de oso.
—¡A ti te lo digo especialmente! —le espetó ella—. Más te vale volver sano y salvo.
Alice sonrió, divertida, antes de echar una ojeada a su derecha. Kilian se había mantenido
al margen hasta ese momento. De hecho, parecía triste. Suspiró y se acercó a él,
poniéndole una mano en el hombro. El niño no levantó la cabeza.
—Oye, Kilian —lo obligó a levantar la cabeza—, no pasará nada. Está bien. Y lo seguirá
estando cuando volvamos con él.
Hubo algo en su expresión que le indicó que había información que no sabía, pero Kilian
se apresuró a apartar la mirada y a asentir secamente con la cabeza. Ella vio que le hacía
un pequeño gesto tímido. Buena suerte.
Alice decidió dejarlo solo y miró a Tina, que seguía estrujando a Rhett. Sonrió a Kai y
Trisha, que también habían intentado mantenerse al margen de la situación.
—Y más segura.
Alice le sonrió y se acercó a ella. Notó que Trisha la abrazaba con su solo brazo algo
hoscamente. Dudaba que estuviera muy acostumbrada a recibir abrazos. Y mucho menos
a darlos. Cuando se separó, ella parecía completamente incómoda.
—Cuida de esos idiotas —le recomendó la rubia en voz baja—. Van a necesitar a
alguien con un poco de lucidez que desestime sus ideas de mierda.
—Ya hiciste mucho cuando cuidaste la máquina de memoria durante el asalto, Kai. No
cualquiera lo hubiera hecho.
—Oh, eso... —Kai se ruborizó y asintió con la cabeza—. Yo... eh... gracias...
Alice vio que enrojecía aún más y le dio un apretón ligero en el hombro antes de volver
con los demás, que estaban empezando a subir a la caravana. Tina la enganchó en un
abrazo en cuanto pasó por su lado y Alice vio que Max, a unos metros, era el único que
faltaba para subir. La esperó pacientemente mientras Tina seguía apretujándola.
—Oh, querida, espero que todo vaya bien —le dijo, separándose y sujetándola por los
hombros—. Puede que lleves menos tiempo que los demás con nosotros, pero desde el
primer día supe que eras especial. Y no me equivoqué. Sabrás lo que hay que hacer,
siempre lo sabes. Max es consciente de ello. Y yo también. Por eso, los dos confiamos
en ti.
—Cuida de Rhett. Y deja que el te cuide a ti, ¿vale? —le dijo en voz baja para que
nadie más lo oyera—. No podría soportar perderos a ninguno de los dos.
—Adiós, Tina.
Alice pasó por su lado y, al cabo de unos segundos, cerraron la puerta. Los cuatro
miembros restantes de grupo se quedaron de pie a las puertas del edificio principal viendo
cómo la caravana desaparecía tras el muro de la ciudad. Y ninguno pudo librarse de la
sensación de vacío que se quedó con ellos.
***
En realidad, podrían haber entrado a la ciudad ese mismo día, pero habían decidido revisar
todas las entradas y perfeccionar su plan. Además, Max prefería entrar por la tarde y ese
día ya no hubieran podido.
Cuando Alice y Charles volvieron a entrar, Alice vio que Max había quitado todo lo de
la mesa y había dibujado un plano de lo que recordaba de Ciudad Capital. Charles,
detrás de ella, ahogó un grito dramáticamente.
—Pero... ¿para qué me habéis traído? ¿Para que sea vuestro esclavo?
Un rato más tarde, los cuatro estaban sentados alrededor de la mesa comiendo las
provisiones que habían traído desde la ciudad. Max repitió el círculo que había hecho en
uno de los puntos para aclarar lo importante que era.
—Ahí entráis Alice y tú —le dijo a ella y a Rhett—. No necesitaréis ser tan
rápidos como nosotros, pero tened cuidado.
Sacó unas cuantas prendas blancas y se las lanzó a Alice. Ella puso una mueca cuando
vio la ropa de androide. No le gustaba tener que usarla de nuevo. Se sentía como si
estuviera retrocediendo en el tiempo. Pero lo hacía por el bien del plan.
—En cuanto encontremos al chico, nos reunimos todos en la tercera salida del edificio.
Tendremos que ir por pasillos distintos. Si diez minutos más tarde alguien no
aparece... nos marcharemos igual.
—Bueno, todo esto es muy interesante, pero... ¿no creéis que es hora de ir a dormir?
Mañana será un día muuuuy largo.
—No hacen falta guardias, querido Maxy —replicó Charles alegremente—. La caravana
tiene sensores. En cuanto alguien se acerque a menos de viente metros, lo sabremos.
Podéis dormir como angelitos sin preocuparos por nada.
Hubo algo de discusión sobre quién se quedaría con la cama y, al final, fue Charles
quien lo hizo. Ofreció a Alice un lugar a su lado, pero cuando Rhett hizo un gesto de
sacar la pistola, entendió que era mejor no insistir. Ella y Rhett se hicieron una cama
improvisada en el suelo con mantas mullidas y almohadas que resultó ser bastante
agradable y Max se quedó con el sofá.
La caravana era pequeña, pero ella y Rhett eran los que estaban más apartados. La
pequeña pared que separaba la cocina del resto de la caravana los cubría, por lo que
los demás solo podían verles los pies, y tendrían que
asomarse mucho. Alice sospechaba que Max lo había hecho a propósito, y no para
darles intimidad, si no para no tener que ver nada.
Tampoco era como si ella tuviera ganas de hacer algo. No se sentía capaz ni de cerrar los
ojos. Cuando miró a su lado, vio que Rhett tampoco estaba dormido.
Bañada por la luz de la luna, su cicatriz parecía bastante más fina que durante el día.
—Yo sí. El día en que le apuntaste al estómago con una pistola. Estaba seguro de que
ibas a matarlo. Y él también.
Alice sonrió un poco y él suspiró antes de girar la cabeza hacia ella y recorrerle el rostro
con la mirada. Ella notó que se detenía un momento de más en sus labios antes de volver
a centrarse en sus ojos.
—Todo saldrá bien —le dijo en voz baja—. Hemos hecho esto mil veces.
—¿El qué?
—Arriesgarnos por alguien. Por uno de nosotros. Lo hicimos contigo y salió bien. Volverá
a salir bien.
Alice le repasó también la cara con la mirada, deteniéndose especialmente en los ojos
claros, la cicatriz y los labios. Estiró la mano y se la pasó por el contorno de la
mandíbula, pinchándose un poco por la barba de pocos días.
—Mañana volveremos a estar todos en la ciudad con Jake incordiando todo el día,
Tina cuidando de nosotros, Max quejándose, Charles siendo una pesadez de ser vivo y
contigo revoloteando por todas partes.
Alice lo observó unos segundos antes de inclinarse hacia él y unir sus labios. Hubo algo
distinto en ese beso. Ni siquiera abrieron las bocas, solo presionaron los labios el uno
contra el otro. Y lo distinto fue que no necesitaron nada más para trasmitirse todo lo que
sabían que el otro necesitaba en ese momento.
Cuando Alice se separó, le pasó el pulgar por el labio inferior y él cerró los ojos.
Alice asintió con la cabeza pese a que él seguía con los ojos cerrados.
Rhett la rodeó con un brazo de la cintura y la atrajo contra su cuerpo. Alice se quedó
algo sorprendida cuando él pegó su mejilla a su pecho, justo encima de su corazón, y se
acomodó para quedarse dormido. Nunca había hecho algo así. Sin embargo, ella no
tardó en rodearle el cuello con los brazos. Al cabo de unos segundos, se encontró a sí
misma pasándole los dedos por el pelo y viendo como él iba relajándose
progresivamente hasta quedarse dormido.
Pero ella no podía dormir. Dejó que pasara casi una hora solo mirándolo y acariciándolo,
escuchando que murmuraba cosas en sueños, hasta que sintió que no podía más y lo
apartó suavemente, dejándolo solo en la cama improvisada y poniéndose de pie. Salió de
la caravana sin hacer un solo ruido y se quedó sentada en una roca que había al lado.
Apoyó los codos en las rodillas y hundió la cara en sus manos.
—Deberías estar durmiendo —le dijo la voz de Max justo después de que
escuchara la puerta de la caravana abriéndose y cerrándose de nuevo.
—¿Y si Jake...? —no supo cómo decirlo—. Puede que ni siquiera lo tengan ahí.
—Es un riesgo que tenemos que asumir, Alice —le dijo él—. Lo asumiría con
cualquiera de vosotros.
Ella volvió a incorporarse y miró sus manos en su regazo. No sabía ni qué pensar. Solo
sabía que no le gustaba esa situación. Y que hubiera deseado no tener que volver a pisar
esa ciudad jamás. Sin embargo, la idea de no volver a ver a Jake era demasiado
insoportable como para siquiera considerarla.
—¿Sabes quién tampoco va a poder dormir esta noche? —le preguntó Max. Alice lo
—¿Quién?
—Tina. Va a estar pensando en nosotros sin parar. Y no va a estar bien hasta que sepa
qué ha pasado y que todos estamos bien.
—¿Qué?
—Nada.
—Ya sabes...
—No sé nada.
—Cállate.
—¿Entonces?
—No tengo veinte años, como tú y Rhett —aclaró—. Y Tina tampoco. Las cosas no
funcionan tan fácilmente a nuestra edad.
—Pero... que seas un viejo no quiere decir que no tengas derecho a que alguien te ame.
Ella sonrió ampliamente y miró la caravana por unos segundos. Al final, suspiró.
Alice se puso de pie y volvió a la caravana más animada que antes, pero se detuvo cuando
escuchó que él se aclaraba la garganta. Al mirarlo, vio que tenía algo en las manos. A ella
se le iluminó la mirada cuando lo reconoció.
—Vas a necesitarlo mañana —aclaró Max.
—¡Mi cinturón!
Se acercó y lo sujetó, ilusionada. Lo único que habían cambiado era la zona de munición,
que ahora estaba llena. Alice se lo puso solo para poder sentirse bien otra vez y sonrió
ampliamente a Max, que parecía considerablemente menos ilusionado.
—Sigo sin entender por qué demonios alguien pensó que era necesario
enseñarte lo que es el sarcasmo.
La revisó con los ojos y, de pronto, un sentimiento repentino apagó toda la sonrisa
que tenía en ese momento. Max frunció el ceño al darse cuenta, especialmente
cuando ella bajó la pistola.
—¿Qué pasa?
—Técnicamente, lo es.
Max suspiró largamente cuando ella se sentó a su lado de nuevo, esta vez con la cabeza
gacha.
—Sí, pero...
Ella lo miró con los labios entreabiertos, sorprendida. Max cerró los ojos un momento y
sacudió la cabeza sin mirarla.
El silencio que los acompañó durante los segundos en que Alice volvió a guardar la pistola
y buscó las palabras adecuadas no fue incómodo. De hecho, parecía que cada uno pensaba
en sus cosas. Y ninguno miró al otro.
—¿Max?
—¿Mhm?
Él no dijo nada. Alice tragó saliva de nuevo. Se le había formado un nudo en la garganta.
—Siempre he sabido dónde estaba. No se murió trágicamente. Bueno, lo creí por un
tiempo, pero no es lo mismo. Y... no cambió nada. No sirvió para nada. Nunca me he
sentido como si realmente él fuera mi padre.
Vio de reojo que Max asentía con la cabeza sin decir nada.
—Una parte de mí siempre ha creído que nunca encontraría a nadie a quien pudiera...
considerar mi familia. Que nunca me sentiría como si realmente perteneciera a algún
lugar. Hasta que os encontré a vosotros. Jake es mi hermano. Tina es como una madre.
Rhett... bueno, sabes lo que es Rhett.
Trisha, Kilian, Charles, Kai... todos ellos, en mayor o menor medida, son
fundamentales en mi vida.
—Yo... nunca he sabido muy bien lo que es tener padre —dijo en voz baja—. Pero... lo
que si sé... es que si hubiera podido elegir... que... si ahora mismo, aquí, pudiera elegir a
quien desearía que lo hubiera sido durante toda vida... a quien desearía que lo fuera
siempre... no dudaría ni un solo segundo en elegirte a ti, Max.
Entonces, para su sorpresa, él estiró el brazo y se lo puso por encima de los hombros,
tirando de ella hasta que tuvo la cabeza en su hombro. Nunca lo había visto tener un gesto
así con nadie. Y mucho menos con ella.
Ni siquiera hizo falta que ninguno de los dos dijera nada. Alice se acomodó con la
cabeza en su hombro y cerró los ojos, dejando que el silencio guardara ese momento en
su memoria.
CAPÍTULO 51
—Odio verte con esa ropa —murmuró Rhett de mala gana, mirándola desde la puerta del
pequeño cuarto de baño de la caravana.
Alice seguía ajustándose bien la el pelo en una sencilla cola de caballo. Se pasó las
manos por la falda y por el jersey de cuello alto sin mangas, asegurándose de que no
tuviera ni una sola arruga. Casi no se reconocía a sí misma. Estaba claro que no era la
misma persona que había usado esa ropa un año atrás.
Incluso físicamente se notaba la diferencia. La flacidez de sus brazos —que siempre
habían sido flacuchos— ahora era firme y tenía algunas cicatrices pequeñas. Además,
andar de una forma sumisa había resultado ser más complicado de lo que esperaba. Estaba
demasiado acostumbrada a poder andar como quería.
Rhett puso una mueca cuando ella volvió a hacerse la cola de caballo para que le
quedara perfecta.
Él iba vestido con la ropa negra que usaban los miembros de seguridad del equipo del
padre John. Y, claro, le sentaba genial. Como todo. Especialmente porque su cara de mal
humor lo metía perfectamente en el personaje.
—¿Crees que estoy bien así? —preguntó ella, revisando todo el disfraz en busca
de cualquier arruga.
—Entonces, es perfecto.
—¿Parezco?
—Ya nos contarás cómo has conseguido la ropa —Max le enarcó una ceja.
—Bueno... lo haré, pero solo porque me lo pides tú —sonrió de nuevo—. Conocí a unos
cuantos androides que se escaparon de su zona con trajes de estos y
terminé quedándome con algunos de ellos. El de androide fue... ejem... más interesante.
No sé si querríais saber los detalles. De todos modos, es una suerte que fuera de tu talla,
querida. Te sienta como un guante.
—Esta conversación es muy interesante —dijo Max—, pero os recuerdo que no estamos
aquí para hablar.
Terminaron de recoger sus cosas y Charles cerró la caravana. Alice vio que Max se
colgaba su cinturón por encima del que ya llevaba puesto. Ella no podría llevar armas
hasta que se encontraran. Era imposible ocultarlas llevando esa ropa. Tenía que admitir
que eso la hacía sentir un poco insegura. Pero, al menos, Rhett estaría con ella.
Especificó esa última parte mirando fijamente a Alice, cuyas mejillas se tiñeron de
rojo.
Alice apartó la mirada al cabo de unos pocos segundos y sintió que Rhett la guiaba con
una mano en la espalda. Tras echar una última ojeada a Max, echó a correr con él.
Los guardias estaban ocupados con Charles —fuera lo que fuera que había hecho, había
funcionado—, así que tuvieron tiempo de sobra para seguir corriendo hasta llegar a la
valla cerrada. Rhett asomó la cabeza entre los barrotes antes de asentir con la cabeza y
poner dos manos a modo de escalón. Alice se impulsó con un pie y con ambas manos se
agarró del borde. Pasar por encima con falda fue bastante más complicado de lo que
habría creído. Pero, al final, consiguió saltar al otro lado. Las prácticas en el circuito de
Ciudad
Central —o lo que recordaba de ellas— la ayudaron mucho. Apenas lo hubo hecho,
vio que Rhett caía a su lado. La miró de reojo.
—¿Estás bien?
—¿Quién habría creído que las clases de Deane servirían para algo? —
murmuró ella.
Rodearon el edificio junto al que habían saltado y Alice vio que Rhett se detenía justo
antes de correr hacia el siguiente. Dos personas con batas de científico pasaron por
delante de ellos sin verlos, murmurando algo, y siguieron su camino. Alice estaba
empezando a cansarse de correr y esconderse cuando vio el edificio principal erigiéndose
ante ella con toda su majestuosidad. Un recuerdo vago le indicó que, en algún momento
de su vida, había estado ahí. Pero no
conseguía recordar en cuál. Revisó las columnas blancas, el jardín verde y las grandes
puertas y ventanas. Todo le resultaba extrañamente familiar.
Ella sacudió la cabeza y se apresuró a seguirlo. En cuanto alcanzaron las escaleras del
edificio principal, ella agachó la cabeza automáticamente y entrelazó los dedos por
delante de su estómago. Una postura completamente sumisa. Volver a tener que andar así
le sentó peor de lo que hubiera creído.
A su lado, Rhett le puso una mano en la espalda para guiarla, justo como ella recordaba
que hacían las madres. Había estado casi una hora durante esa mañana explicándole todo
lo que tenía que hacer para tratarla en público correctamente dentro de ese edificio. Él
parecía frustrado, pero se lo aprendió de todas formas.
Ella no dijo nada —prefería no arriesgarse a que la vieran hablando—, pero tenía
razón.
Rhett se había aprendido el mapa por los dos, porque ella había tenido bastante con las
indicaciones de la sala principal. Dejó que la guiara por los pasillos
impolutos y atestados de científicos con sus respectivas batas y guardias con sus
respectivos rifles. El mismo que tenía Rhett colgando en su espalda.
—¿Por qué todo el mundo aquí te mira por encima del hombro? —preguntó él en voz
baja cuando cruzaron un pasillo vacío.
Alice esbozó media sonrisa, pero se la borró al instante en que un guardia pasó por su lado
y saludó a Rhett con la cabeza, que hizo lo mismo con él.
Llegaron al ascensor de cristal. Ella se acordaba de esa parte. Segundo piso. Tercer pasillo
a la derecha. El resto, era cosa de Rhett.
—Tercero.
Ella le dedicó una sonrisa educada y pulsó el botón. Los demás hicieron lo mismo y
estuvo profundamente aliviada al ver que ambos iban a un piso inferior que supuso que
sería un sótano. Al menos, estarían solos.
El ascensor empezó a bajar y toda la claridad de la luz del día desapareció y fue sustituida
por una luz clara que iluminaba todo el ascensor. Alice no entendió
muy bien de dónde venía porque, básicamente, estaba enteramente hecho de cristal.
Incluso el suelo. Podía ver el vacío bajo sus pies, a través del cristal impoluto. Menos mal
que no tenía miedo a las alturas.
Algo hizo que girara un poco la cabeza. Alguien la estaba mirando. Estuvo a punto de
apartar la mirada a toda velocidad pensando que era el guardia, pero no pudo evitar
detenerse cuando sus ojos se encontraron con la de la androide que tenía al lado. Tardó
unos segundos en procesar a quien veía, pero cuando lo hizo, no pudo evitar entreabrir
los labios. 42. Anya.
Se quedó mirándola un momento y sus ojos fueron al instante a su boca, donde vio una
marca que no tenía la última vez que se habían encontrado. Un corte profundo en uno de
los labios. Alice supo al instante que había sido por un golpe.
No podía moverse. Sabía que tenía que apartar la mirada, pero no podía. Vio que Anya
se le llenaban los ojos de lágrimas, mirándola fijamente y pidiéndole algo con los ojos
que no supo muy bien quién era. Anya miró a Rhett y volvió a agachar la cabeza. Alice
vio que hacía lo que podía para aguantarse las lágrimas.
Alice estuvo a punto de ponerle una mano en el hombro por puro impulso cuando ella
volvió a mirarla con los ojos llenos de lágrimas. Solo que esta vez sí pudo ver el
sentimiento que escondían. Esperanza.
iban a hacerlo.
A Alice se le cayó el alma a los pies cuando las puertas del ascensor se abrieron,
dando paso a otro pasillo impoluto. El guardia de Anya la empujó sin ningún tipo de
delicadeza para que avanzara. Alice la siguió con la mirada y estuvo a punto de ir
corriendo hacia ella cuando Anya le sostuvo la mirada por unos momentos más y el
guardia, bruscamente, le colocó la cabeza de nuevo.
Las puertas volvieron a cerrarse y el ascensor ascendió, alejándola de ella. Alice agachó
la cabeza y cerró los ojos, intentando contenerse las ganas de moverse, hablar... de hacer
lo que fuera.
Ella sintió que Rhett le ponía una mano suavemente en la nuca y volvía a colocarle la
cabeza correctamente. Su mano estuvo en su nuca unos segundos más de los necesarios
y, cuando la quitó, le pasó el pulgar por la nuca. Alice supo al instante que él se había
dado cuenta de lo que había pasado y trataba de darle ánimos. No podía hacerlo de otra
forma con la madre mirando.
Finalmente, llegaron al pasillo del tercer piso y volvieron a estar solos, pero ninguno se
atrevió a comportarse de forma natural. El riesgo era demasiado grande. Así que solo
siguieron las indicaciones que les había dado Max.
Pero, entonces, cuando Alice seguía intentando recuperarse, miró de reojo al científico que
se acercaba a ellos por el pasillo, acompañado de un guardia. El mundo se detuvo. El
padre Tristan.
Él estaba mirando la puerta del final del pasillo. Era la puerta a la que se dirigían. Estaba
ahí. Justo ahí. Y el padre Tristan estaba en medio.
Rhett no tardó en darse cuenta de que algo iba mal, porque Alice sintió que la mano que
tenía en su espalda se tensaba al empujarla para que siguiera andando.
Ella volvió a hacerlo. El corazón le latía a toda velocidad. Agachó la cabeza tanto como
pudo sin que fuera evidente y suplicó en voz baja que él estuviera demasiado ocupado
con el guardia como para fijarse en ella. Después de todo, no era más que un androide.
Uno más, uno del montón, no tenía por qué...
—¿Dónde vas con ese androide?
Alice se detuvo de golpe y Rhett la imitó, clavándose en el suelo todavía con la mano en
su espalda. Ella sintió que se le secaba la boca cuando vio los pies del padre Tristan a un
metro de distancia de ella.
Intentó disimular lo mucho que le temblaban las manos apretándolas con fuerza.
—¿Para qué?
—¿Quién? Porque yo soy el único científico que había ahí ahora mismo. Está vacía.
Alice sintió que el pánico se apoderaba de ella. Menos mal que Rhett sabía gestionar
mejor la tensión y ni siquiera le temblaba la voz.
—¿Quién te lo ha dicho?
—¿Es peligroso? —Alice casi pudo adivinar que la estaba señalando con la cabeza.
—En absoluto.
Ella no pudo ver la respuesta pero dedujo que era un sí por lo que siguió la conversación.
—Bien, porque necesito una ayudita en el despacho. Ven un momento conmigo y déjalo
aquí. No se habrá movido cuando vuelvas.
—Pero...
Alice levantó la cabeza cuando la presión de su mano desapareció y vio que los tres
giraban por el pasillo. Rhett la miró un momento por encima del hombro para indicarle
que no se moviera y siguió al padre Tristan.
En cuanto estuvo sola, ella echó una ojeada a la puerta de la sala principal. Su corazón
seguía latiendo a toda velocidad. Quizá ahora tenía que seguir sola.
Aunque supiera que Rhett se enfadaría mucho.
Seguía planteándoselo, un poco asustada, cuando escuchó unos pasos acercándose a ella.
No era Rhett. Era otro guardia. Agachó la cabeza al instante y miró el suelo, donde unas
botas negras se detuvieron delante de sus botas blancas.
—¿Y tú qué haces aquí sola? —le preguntó el guardia perezosamente.
Alice intentó hablar y luego se detuvo al recordar el protocolo. Se aclaró la garganta sin
hacer ruido y volvió a intentarlo.
—Me han ordenado que espere, señor —dijo con voz monótona.
Ella no se movió en absoluto, pero sus hombros estaban tan tensos que sentía que iban
a romperse en cualquier momento. Suplicó para sus adentros que el guardia se
marchara, pero no lo hacía. Solo la miraba fijamente.
Se congeló entera cuando notó que le ponía una mano en el mentón para levantarle la
cabeza. Lo miró, sorprendida, cuando él le giró la cara en ambas direcciones para
revisársela. Tenía una ceja enarcada.
—Mírate —murmuró, fascinado—. Eres casi perfecta. ¿Cómo no te había visto antes
por aquí?
Ella no dijo nada. Solo esperaba que no fuera lo suficientemente listo como para seguir
atando cabos.
—Sí, señor.
—¿Y en qué estás especializada exactamente? —murmuró con una sonrisa
socarrona.
Alice tuvo el instinto primario —muy urgente— de levantar la rodilla y clavársela entre
las piernas, pero consiguió mantener una expresión totalmente impasible.
—A la sala principal.
Eso hizo que frunciera un poco el ceño, pero no dijo nada. Alice sintió que sus hombros
se relajaban cuando Charles se acercó a ella y le puso una mano en la espalda, guiándola
hacia la sala. Sin embargo, toda la relajación se esfumó cuando escuchó al guardia
llamándolos.
Maldita sea.
Charles se congeló por un momento, pero no pudo hacer nada porque el guardia se
adelantó y abrió la puerta para ellos. Alice fue conducida a su interior.
Era una sala pequeña, de madera —la única hecha de madera en todo el edificio— y con
varios ordenadores repartidos por cada rincón. El que le interesaba a ella era el de las
cinco pantallas, a unos pocos metros. Evitó mirarlo a toda costa cuando escuchó que la
puerta se cerraba. El guardia se apoyó con el culo perezosamente en una de las mesas,
cruzando los brazos sobre su pecho.
—Cómo son estos científicos de mierda, ¿eh? Siempre dando órdenes sin decir por qué —
él suspiró, sacudiendo la cabeza—. Seguro que, siendo de
información, tiene que hacer algo con uno de estos ordenadores complicados.
—A un padre, seguramente.
Apenas llevaban unos segundos en silencio cuando Charles se separó de ella, fingiendo
naturalidad, y se apoyó en otra de las mesas. Alice se quedó de pie a un lado de la sala,
sola. Sintió la mirada del guardia desconocido sobre sí misma antes de que él se separara
de la mesa y se acercara directamente a ella.
Apretó los labios sin levantar la cabeza.
Alice lo miró de reojo y vio que él fingía muy bien que toda la situación le importaba un
bledo. O quizá no lo fingía. Estaba demasiado nerviosa como para analizarlo.
—Pues ya podrían hacerlos a todos así. Estoy harto de llevar a rubias esqueléticas de un
lado a otro. Me tienen harto. Mira esta. Si parece que incluso está entrenada.
Alice apretó los labios con fuerza cuando sintió que le tocaba los tríceps y soltaba
un silbido de aprobación.
—Mira esto. ¿Crees que las entrenan o algo así cuando las llevamos a sus
despachos?
—Es así por defecto —le explicó Charles tranquilamente—. Es su constitución. Igual
que, aunque le cortaras el pelo, solo crecería hasta la longitud que tiene ahora. No
puede modificarse más.
Charles dudó por un momento y Alice miró automáticamente su estómago, donde sabía
que tenía su número. Por suerte, él recuperó la compostura muy pronto.
—¿En serio? ¿Y cómo lo aguantas? Yo llevo solo dos meses y ya estoy harto.
Él se mantuvo en silencio unos momentos antes que de Alice sintiera que se acercaba un
poco más, inclinándose. Pudo notar su aliento en su frente.
—Oye, ¿tú crees que sabe...?
No supo cuál era el gesto que hacía, pero vio que a Charles no le hacía ninguna gracia.
Ella sintió que sus puños se apretaban sin poder evitarlo.
Alice cerró los ojos cuando notó que le ponía una mano en la cadera. Su paciencia
estaba empezando a alcanzar un límite que ese idiota no quería alcanzar.
Ella abrió los ojos y apretó los dientes cuando sintió que la mano que tenía en su cadera
subía a sus costillas. Estaba a un centímetro de girarse y reventarle la nariz de un codazo.
Justo en ese momento, Alice sintió que subía un poco más la mano de sus costillas
y, al mismo tiempo, su paciencia hacía las maletas y se iba de vacaciones a la
playa.
Su brazo se movió antes de que pudiera contenerlo y enganchó el del hombre. Su pierna
se metió entre las suyas y lo desequilibró, haciendo que se le doblaran las rodillas y
pudiera empujarlo contra el suelo. El muy idiota terminó de rodillas con un brazo
doblado sobre su espalda por Alice y el otro clavado en el suelo, con su bota blanca
pisándolo con fuerza.
—Pero ¿qué...?
El guardia intentó moverse y ella lo piso con más fuerza. Soltó un gruñido de dolor.
—Sí, ya.
Se detuvo en seco cuando ésta se abrió y Rhett entró. Su cara de perplejidad contrastó con
la de alivio de Alice. Sin embargo, el alivio desapareció cuando el padre Tristan entró
detrás de él.
Hubo un momento de silencio absoluto cuando los dos miraron al hombre que ella
tenía inmovilizado de rodillas en el suelo. Pero el silencio fue todavía más tenso
cuando el padre Tristan levantó la cabeza y sus ojos se encontraron.
Alice no pudo moverse. Ya era tarde. Ya lo vio en sus ojos. La había reconocido.
Alice no se dio cuenta de que había aflojado el agarre hasta que el hombre se movió y la
tiró al suelo de malas maneras, poniéndose de pie. Alice se quedó sin aire cuando su
espalda chocó contra el suelo en un ruido sordo. Ella vio que Rhett cerraba la puerta con
pestillo apresuradamente y empujaba al padre Tristan hacia delante. Lo enganchó con el
brazo alrededor del cuello y le puso
una pistola en la cabeza al mismo momento en que el guardia lo apuntaba con la suya.
—Sí, claro.
Los dos se miraron el uno al otro. El padre Tristan estaba pálido del terror.
—¡Ni se te ocurra disparar, idiota, esoty en medio! —advirtió el padre Tristan, a su vez.
Charles suspiró dramáticamente y sacó su pistola como quien saca un paraguas antes de
salir de casa. Con toda la tranquilidad del mundo, apuntó al guardia, que se tensó de
nuevo, alternando entre apuntar a uno u otro.
—Que conste que yo he intentado ser amable —le dijo Charles—. Pero, oye, si te
empeñas en que nos matemos... con lo que me gusta a mí llevarme bien con la gente...
—No somos guardias, idiota —Rhett puso los ojos en blanco—, ¿cómo puedes ser tan
lento?
Se detuvo en seco y se le pusieron los ojos en blanco antes de que su mano soltara la
pistola y su cuerpo cayera al suelo con un golpe sordo, dejando su cuerpo inmóvil. Alice
estaba detrás de él, sujetando su bota a modo de arma. Le frunció el ceño.
—A eso le llamo yo unos zapatos de muerte —Charles empezó a reírse solo y miró a
los demás, que lo juzgaban con la mirada—. ¿Qué? ¿No lo pilláis? Es que el zapato
ha...
—Cállate —Rhett suspiró y empujó al padre Tristan hacia delante de malas maneras.
El hombre se quedó de rodillas entre los tres. Alice volvió a ponerse la bota y se cruzó de
brazos, mirándolo con desprecio.
—Te acuerdas de mí, ¿no? —le espetó, enfadada.
El hombre miró a Charles en busca de ayuda. Luego hizo lo mismo con Rhett. Ninguno
parecía muy dispuesto a ayudarlo en nada.
—¿Tú qué crees? —Rhett puso los ojos en blanco—. ¿No se supone que los científicos
locos estos son listos?
—Sí, no estamos aquí para ver tu bonita sonrisa —le dijo Charles tranquilamente—.
Aunque, la verdad, tampoco es que sea muy bonita.
El padre Tristan no parecía estar de buen humor para reírse. Ni siquiera para intentar
caerle bien. En su lugar, se giró hacia Alice y se arrastró hacia ella.
Rhett hizo un gesto enseguida de agarrarlo, pero ella lo detuvo con una mirada. El
—Vamos, 43. Siempre intenté ser amable contigo. Al menos, tienes que
concederm...
—Siempre fuiste una buena androide —le dijo lentamente con toda la amabilidad que
pudo reunir—. Si te portas bien y me dejas hablar con el padre John... si entregas a los dos
rebeldes... hablaré bien de ti. Y él te perdonará. Sabes que lo hará. Tienes mi palabra de
que lo hará.
—Sé coherente 43... digo... Alice... vamos, sabes que es lo más inteligente ahora
mismo.
—Lo que yo veo es que estás en mucha desventaja, padre —replicó ella
lentamente.
Tristan apretó los labios cuando ella le dedicó la misma sonrisa falsa que él le había
dedicado durante todos esos años.
—Da la casualidad de que los dos rebeldes idiotas son sus novios —corrigió
Charles.
—No.
—Sí.
Alice apoyó una mano en la mesa, mirándolo, mientras Rhett seguía sujetándolo en la silla
con una mano en su hombro. El hombre la miró con mala cara y ella sonrió.
***
Max recorrió el pasillo con la tensión en los hombros. Era difícil ver lo que pensaba.
Como siempre. Asintió con la cabeza a un guardia que lo saludó de la misma forma, sin
prestarle demasiada atención, y siguió con su camino.
Estaba ya en el quinto pasillo del plan cuando sintió que algo vibraba en su bolsillo. Miró
por encima del hombro y se acercó al hueco de la escalera para sacar el dispositivo de
escucha. El chico nervioso que no dejaba de
tartamudear —¿Kai? ¿Se llamaba así?— había hecho un buen trabajo, después de todo.
Se lo llevó a la oreja y cerró los ojos un momento cuando escuchó varias voces
atropellándose las unas a las otras.
—Sí.
Ya estaba empezando a divagar. Él intentó no poner los ojos en blanco con todas
sus fuerzas.
—Alice, no estoy en una posición muy adecuada para escuchar una charla ahora
mismo.
—¿Eh? Oh, perdón —casi pudo adivinar que se había ruborizado—. ¿Dónde estás?
¿Te ve alguien?
—No.
—¿Charles? —repitió Max en voz demasiado alta. Tuvo que asegurarse de que nadie se
había acercado antes de seguir hablando—. ¿Y se puede saber qué demonios está haciendo
ese idiota ahí?
—Oye, que puedo oírte —escuchó la voz del mencionado un poco más lejos—. Me
estás rompiendo el corazón.
—Pues mejor, porque eres un idiota. ¿No te he dicho que te ciñeras al plan?
—¿Qué? —esta vez sonó la voz de Rhett, furiosa—. ¿Qué acaba de decir?
—Oye, Max, hemos secuestrado a un científico que nos está ayudando —ella siguió
hablando.
—¿Que habéis...?
—¿Dónde están?
—Sótano, como supusimos. Vas a tener que usar el ascensor de cristal o las escaleras
auxiliares. Las principales no te llevarán ahí.
Sin duda, usaría las escaleras. No podía arriesgarse por algo tan estúpido como para
ahorrar unos segundos. Tenían que ir por una zona segura.
—Bien —repitió.
Empezó a emprender el camino de vuelta hacia la salida del edificio con el fusil en la
mano. Nadie le prestó atención mientras lo rodeaba con el ceño fruncido y los hombros
tensos. Cuando encontró una pequeña puerta metálica, la abrió y vio que conducía a unas
escaleras de emergencia que iban tanto arriba como abajo. Empezó a descenderlas y vio
que Charles había hecho la pequeña marca con la tiza, tal y como habían indicado. Aún
así, tenía sus dudas.
—También me dijiste que seguirías el plan, pero veo que no lo has hecho.
—¡Tenía que salvar a tu hijita postiza!
A Max se le hinchaba una vena del cuello cada vez que la llamaba hijita postiza, pero
prefería no decir nada al respecto.
Terminó de bajar las escaleras y vio que iba a tener que meterse en un pasillo estrecho. Se
detuvo cuando volvió a escuchar la voz de Alice.
—La señal no llega tan lejos —le dijo secamente la voz de un hombre. Max supuso
que era la del científico.
Ya podía sentir el pánico de Alice. Max se pasó una mano por la cara y suspiró,
pensando. La necesitaba relajada. Finalmente, asintió una vez con la cabeza pese a estar
solo.
—¿Qué? —su voz sonó aguda—. ¡No podemos quedarnos incomunicados ahora,
Max! ¿Y si...?
—Hazlo —le dijo secamente—. Y no me repliques.
Él escuchó la frase y se quedó pensando en una respuesta por unos segundos, pero no fue
capaz de encontrarla. Se quitó el dispositivo de la oreja y se lo metió en el bolsillo.
Solo esperaba que esos tres estuvieran bien. Pasara lo que pasara.
Se metió en el estrecho pasillo y tuvo que entrecerrar los ojos para adaptarse a la poca
luz que había en él. Subió dos escalones y empujó la primera puerta de madera que
había visto hasta ese momento. Calculó un minuto entero andando antes de encontrarse
otra, esta vez de metal.
En cuanto la abrió, la luz lo cegó por un momento. Tuvo que parpadear para ver el
desastre que tenía delante.
Efectivamente, Charles había hecho su trabajo. Vio que había tres guardias en el suelo
tumbados en posiciones extrañas, muertos. Max suspiró y negó con la cabeza antes de
seguir andando. No recordaba haber visto a Charles obedeciendo una orden en toda su
vida. Y eso que lo conocía desde hacía muchos años. Quizá era cierto que había
cambiado, después de todo.
Llegó a un pasillo con puertas reforzadas y vio que cada una tenía un número. Frunció
un poco el ceño mientras seguía recorriéndolas de un lado a otro. Había veintiséis.
¿Estarían todas ocupadas? ¿Qué le hacían a la gente que había en su interior? Seguro que
eran todos androides. Esos animales no sabían tratarlos de ninguna otra forma.
Por un momento, se imaginó a Alice siendo conducida por un guardia a una de esas
celdas, con la cabeza gacha y los ojos llenos de lágrimas. La imaginó ahí encerrada por
semanas sin saber nada de lo que estaba sucediendo. No pudo evitar apretar los labios.
Era inhumano.
Estaba pensando en ello cuando escuchó un ligero click a su derecha. Se giró al instante y
vio la puerta que había hecho ese ruido. Habían pasado cinco minutos exactos. Sonrió para
sus adentros. Habían hecho un buen trabajo. Ahora solo tenían que ver si había servido
para algo.
Se acercó a la puerta con cautela y se colgó el rifle de la espalda para poder sujetar la
pistola con la otra. Siempre era mejor ir precavido. No sabía que había ahí dentro.
Le empujó con las yemas de los dedos y levantó la pistola al instante hacia la figura
que se encontró delante de él.
Reconoció enseguida la habitación. Era una exactamente igual a la que habían usado con
él y Alice un año atrás. Solo que esta no estaba ocupada por las mismas personas.
Bajó la pistola cuando vio al niño, a Jake, mirándolo con los labios entreabiertos. Él
parecía todavía más pequeño con esa ropa blanca y el pelo rizado enmarañado. Max no
pudo evitar soltar una maldición cuando vio que tenía una parte del labio y el pómulo
azulados. Y estaba seguro de que encontraría muchos más golpes si se ponía a buscarlos.
¿Qué clase de persona golpeaba a un niño?
—Sí —él asintió con la cabeza y no pudo evitar relajar la expresión—. Siento haber
tardado tanto.
Entonces, se adelantó y Max se tensó por completo cuando notó que lo abrazaba con
fuerza. Se aclaró la garganta, incómodo, y le dio unas palmaditas hoscas en la espalda.
Max sabía perfectamente lo que había creído. Lo que creían todos los que estaban
ahí encerrados. Él también lo había creído, un año atrás, cuando lo habían
encerrado en una de esas habitaciones durante lo que pareció una eternidad.
—No importa lo que creyeras —le dijo finalmente—. Estás bien y vamos a salir de
aquí.
Vio la esperanza en los ojos de Jake, pero esta se evaporó cuando miró a su
alrededor.
Jake echó una ojeada atrás y, tras dudar, asintió con la cabeza, dejándose guiar. Sin
embargo, Max vio que miraba apenado las demás puertas mientras cruzaban el pasillo.
***
El padre Tristan cerró los ojos con fuerza, implorando paciencia, cuando Charles señaló el
cuarto botón consecutivo.
—¿Y ese?
—¿Y este?
—Abre la... —el padre Tristan resopló—, ¿para qué quieres saberlo?
Suspiró y vio que Rhett miraba con asco al guardia que seguía echándose la siesta en el
suelo.
—Deberías haberle apretado más el brazo. Por eso te ha tirado al suelo. Siempre
cometes el mismo error.
—Algunos novios se preocuparían si supieran que su novia ha sido acosada. Tú no. Tú,
simplemente, me corriges la postura que he usado para defenderme.
—Pues haberla hecho bien. Debería haber estado aquí...
—¡Mirad esto! —Charles les hizo gestos felizmente para que le prestaran
atención.
Estaba mirando una de las pocas cámaras que había en la pantalla. En ella, cuatro guardias
intentaban arreglar una bombilla que él encendía y apagaba con
un botón. Empezó a reírse cuando uno de ellos estuvo a punto de electrocutarse.
El padre Tristan, a su lado, solo ponía los ojos en blanco.
—¿Puedes dejar de hacer el tonto? —le espetó Rhett—. ¿No ves que nos van a pillar?
—El viejo dice que siempre tienen problemas así —él pinchó al padre Tristan con un
dedo—. ¿Verdad, viejo?
Él suspiró.
Alice se pasó una mano por la cara y, durante un momento, no se movió. Sus ojos
vieron algo que le llamó la atención. En concreto, era uno de los botones que Charles
había señalado para molestar al padre Tristan. El de emergencia.
Todas.
Era arriesgado, pero... si lo hacía... todos tendrían la misma oportunidad que ella.
¿No era eso lo justo?
Se mordió el labio inferior y dio un paso hacia delante. Tenía los ojos de 42 grabados en
la memoria. Ella había creído que la salvarían. Y Alice no había dicho nada pese a saber
que no era así. ¿Tampoco iba a hacer nada? ¿Podría quedarse de brazos cruzados aunque
eso significara salvarse?
Sin darse cuenta, dio otro paso.
Y, estaba solo a un centímetro de pulsarlo... cuando algo hizo que se detuviera. No,
alguien.
Alice vio que el padre Tristan se ponía de pie e intentaba lanzarse sobre Rhett para quitarle
el arma. Ella sintió que dejaba de respirar porque Rhett no lo había visto venir y lo pillaría
con la guardia baja.
Ella soltó la pistola al instante en que se dio cuenta de lo que había hecho. No solo lo
había matado, también había delatado su posición a todos los que estuvieran alrededor
para escuchar el disparo.
Eso debió ser lo mismo que pensaron Charles y Rhett, porque los dos se
quedaron pálidos al instante.
Siguió a Rhett por los pasillos inmaculados y se cruzaron con tres guardias más que iban
corriendo hacia ellos. El pánico hizo que le costara respirar cuando empezaron a bajar las
escaleras a toda velocidad. Sin embargo, tuvieron que detenerse en seco cuando la puerta
de las escaleras se abrió con fuerza y más de diez guardias empezaron a salir de ella.
Rhett la volvió a empujar hacia arriba y Charles lideró la marcha mientras escapaban de
ellos a toda velocidad.
Correr con esas botas y esa falda ya era complicado, pero tener la presión de estar
desarmada encima era mucho, mucho peor. Alice estaba ya hiperventilando cuando
llegaron al siguiente piso y Charles se metió en el único pasillo en el que no había
guardias. Aceleraron el ritmo pese a que los tres estaban jadeando y siguieron corriendo,
evitando los guardias. Alice sintió varias veces balas silbando a su lado y tuvo que
asegurarse de ninguno de los dos acompañantes que tenía estaban heridos. Ni siquiera se
fijó en si ella lo estaba.
Cuando consiguieron llegar a las escaleras secundarias, sus esperanzas cayeron en picado
por los escalones. Varios guardias se habían adelantado a ellos. Alice chocó contra
Charles cuando él se detuvo y la escondió en su espalda, disparando con Rhett.
Consiguieron esconderse en la pared del pasillo, pero no tardaron en darse cuenta de que
no podían hacer nada contra ellos.
Así que tuvieron que hacer lo único que les quedaba por hacer; ir por el pasillo que
sabían que no tenía salida.
¿Qué más podían hacer? Los demás tenían guardias por todas partes. Alice intentó abrir
varias puertas, desesperada, pero era inútil. Todas estaban cerradas. Estaba a punto de
desistir cuando Charles volvió a detenerse en seco. Esta vez, fue Rhett quien la agarró
bruscamente y se la puso en la espalda.
Nunca lo había notado tan tenso, y eso la asustó.
Habían llegado al final del pasillo, pero ella no entendía por qué estaban ahí de pie, en
silencio. Vio que tanto Charles como Rhett estaban muy quietos y no pudo resistirse a
asomarse.
Habían conseguido eludir a la seguridad por unos preciosos segundos y era obvio que era
cuestión de tiempo que volvieran a encontrarlos. Todos lo sabían. Pero, si ella disparaba,
estarían perdidos al instante.
Sin pensar en lo que hacía, se apartó de la espalda de Rhett y vio que él la miraba,
aterrado, pero no se detuvo. Charlotte la apuntó al instante. Alice no se molestó en
levantar las manos en señal de rendición, solo la miró fijamente, acercándose con
pequeños pasos.
Enseguida se dio cuenta de que a ella le temblaban las manos mientras sujetaba el arma. Y
que tenía los labios pálidos. Estaba aterrada. Como ellos. Por un momento, se preguntó si
habría llegado a matar a alguien alguna vez.
Alice la ignoró y siguió andando lentamente hacia ella. De alguna forma, se sentía
calmada, como si tuviera el control de la situación.
Y Rhett también lo sabía, porque hizo un gesto de acercarse a ellas, aterrado, pero
Charles le detuvo bruscamente del hombro, observando la situación.
—Sé que no quieres hacernos daño. Sé que no eres mala persona —repitió Alice en
voz baja, calmada—. Puede que no sea Alicia, pero parte de mis recuerdos le
pertenecen. Y te conozco. Te conozco tan bien como te conocía ella.
—¿Te crees que fui una buena persona con ella? —le espetó Charlotte, todavía
apuntando a su estómago—. ¿No viste en esos recuerdos cómo era con ella en el
instituto?
Charlotte no dijo nada, pero tampoco se movió. Alice vio que apretaba los dientes.
Charlotte dudó un momento y echó una ojeada enfadada a Charles y Rhett antes de
volver a centrarse en ella.
Los pasos de los guardias parecían acercarse a una velocidad demasiado alta. Y Alice
tenía ganas de zarandearla para que se diera prisa, pero no podía. Tenía que mantener la
calma. Era la única forma que se le ocurría de salir con vida de esa.
—En los recuerdos, puedo sentir lo que sentía Alicia —Alice se llevó una mano al
corazón—. Y sé lo que sentía por ti.
Alice se detuvo justo delante de su rifle, que le rozó el estómago. Buscó cuidadosamente
sus siguientes palabras, respirando hondo e ignorando el ruido de los guardias.
—No importa lo que pasara al final —insistió en voz baja—. Ella lo sabía.
—Sí pasa. Ese error hizo que la mataran. Y hubiera hecho que mataran a Jake de no
haber aparecido esos... lo que fueran... a rescatarlo.
—No así —insistió Charlotte con los ojos llenos de lágrimas—. No de esa forma.
Al ver que no se movía, Alice dio un paso más y el hierro de la punta del fusil le apretó
la tela del jersey, justo encima de su número. Aún así, mantuvo su tono de voz suave.
—Yo acabo de cometer el error de proteger a Rhett y hacer que todo el mundo
escuchara el disparo. Por eso estamos en esta situación. Y podríamos morir los tres.
Todo por mi error.
Soltó el aire de sus pulmones al ver que tenía su atención y, muy lentamente, puso una
mano en el rifle.
—Tú cometiste un error y Alicia murió —le dijo en voz baja—. Lo que ella quería era
que protegieras a Jake, pasara lo que pasara.
Todavía más lentamente, bajó el rifle hasta que apuntó al suelo. Charlotte la miraba con
los ojos llenos de lágrimas.
—Estoy aquí por Jake. Porque quiero salvarlo de ellos. De lo que hace la gente aquí con
quien no sigue las normas —insistió Alice en voz baja, esta vez temblorosa—. Pero no
puedo perder tampoco a Rhett y a Charles. No puedo. Y tampoco voy a poder hacer
nada por ellos si no nos ayudas, Charlotte.
Ella seguía dudando. Alice tragó saliva y dio un paso hacia ella, colocando lentamente una
mano en su mejilla. A Charlotte le temblaba el labio inferior, pero se estaba esforzando en
que no se notara.
—Cometiste un error y eso le costó la vida a Alicia —dijo ella sin dejar de mirarla—.
Ahora puedes arreglarlo. Ayúdanos. Ayuda a Jake. Es lo que ella hubiera querido. Y lo
único que puede arreglar ese error.
Durante unos segundos, se miraron la una a la otra en completo silencio. Alice sintió que
los pasos de los agentes del pasillo iban acercándose cada vez más. Charlotte agachó la
cabeza.
Por un momento, estuvo segura de que los abandonaría. Sin embargo, ella se giró y abrió
la puerta que tenía a su izquierda.
—¡La ventana, Alice! —le gritó Rhett con una mueca de esfuerzo.
Ella se giró, medio perdida, y fue directa a la pequeña ventana que tenía delante. Intentó
abrirla y sintió que el mundo se detenía al no poder. Volvió a intentarlo, presionando
hacia arriba con todas sus fuerzas, y siguió sin ser capaz de hacer nada. Gruñó del
esfuerzo cuando volvió a intentarlo con tanta fuerza que sus pies se resbalaron del suelo.
Ella miró a su alrededor en busca de cualquier cosa que pudiera servir para romper el
cristal. No había nada. Era una maldita sala vacía. Intentó pensar a toda velocidad,
presionada por los gritos de los guardias y los gruñidos de esfuerzo de Charles y
Rhett.
—¡Es un buen momento para hacer algo, querida! —le dijo Charles, bastante más
tenso de que costumbre.
—¡Ya está! —gritó Rhett, ya en el tejado, mirando a través del estropicio de cristales que
habían armado.
Alguien tenía que quedarse en la puerta para que pudieran escapar dos de ellos.
Pareció que los tres lo pensaban a la vez, porque el silencio que se formó fue casi
absoluto. Incluso pareció que los guardias suavizaban los golpes. Alice miró a su
alrededor al instante, en busca de cualquier cosa que pudiera contener la puerta mientras
los tres escapaban. Pero no había nada. Absolutamente nada.
—Bueno... —suspiró—. Parece que aquí se acaba la diversión para mí, ¿no?
—Es decir, sé que os aburriréis sin mí, pero no hace falta poner esa cara. Lo último que
creí es que alguien lloraría por mi muerte. Me lo imaginaba más como una fiesta con
alcohol, drogas y sexo. Prométeme que, al menos, te tomarás una cerveza, ¿eh? Aunque
las odies. En mi honor.
Alice no se había dado cuenta de que le había caído una lágrima por la mejilla. No
quería que Charles muriera. No podía permitirlo. Volvió a mirar a su alrededor y vio que
Rhett tenía la cabeza agachada. Él ya lo estaba asumiendo. Ella seguía sin hacerlo.
—Alice —la voz de Rhett sonó más firme esta vez—, tenemos que irnos.
—No lo sientas —él sonrió como si no pasara nada—. Que la tuya sea la última cara
que veré antes de morir es un verdadero honor.
Alice cerró los ojos un momento y trató de tragarse sus propias lágrimas.
Levantó la cabeza hacia Charles, que la estaba mirando. Esta vez, su sonrisa pareció ser
más sincera. Y también más triste.
—Eres el chico más guapo que he conocido —le aseguró en voz baja.
Suspiró y se apoyó en la puerta como si ya estuviera listo. Miró a Rhett y luego a Alice de
nuevo.
Alice intentó no llorar con todas sus fuerzas cuando lo miró y se inclinó hacia él, dándole
un beso en la mejilla.
—Adiós, Charles.
—Adiós, querida —le dijo en voz baja—. Ten la vida larga y feliz que te mereces.
Alice lo observó durante unos segundos antes de que él asintiera con la cabeza con una
pequeña sonrisa, indicándole que estaba listo.
Al final, ella sintió que le caía otra lágrima al separarse de la puerta y echar a correr
hacia Rhett. La puerta se mantuvo quieta por unos momentos cuando saltó la ventana y
él la sujetó. Los dos se deslizaron a un lado del tejado cuando Alice escuchó la puerta
abriéndose de un estruendo y los disparos llenando la habitación.
Quizá ella sola se habría quedado llorando ahí, de pie, pero Rhett no le dejó la opción
de hacerlo en absoluto. La tomó de la mano y tiró de ella por el tejado hasta que
llegaron a la ventana que Charlotte había indicado.
Rhett pasó primero y aterrizó en un pasillo impoluto. La sujetó para que no se hiciera
daño cuando ella lo siguió, todavía con lágrimas en los ojos. Le cayó otra por la mejilla y
no se molestó en quitársela. Rhett apretó los labios, mirándola.
—Siento no poder consolarte ahora mismo, Alice, te juro que lo siento, pero tenemos que
irnos.
La agarró de la mano y la arrastró con él hacia las escaleras. Alice apenas era consciente
de lo que sucedía. Especialmente cuando Rhett se detuvo justo al lado del pasillo que
llevaba a la puerta de salida. Efectivamente, estaba abierta. Sin embargo, él se detuvo en
el pasillo de al lado cuando un guardia pasó por ahí.
Esperó unos segundos en silencio, asegurándose de que se marchaba, y entonces
hizo un gesto de avanzar.
Alice lo detuvo de la mano cuando notó el frío del cañón de un fusil clavado en su nuca.
—No os creíais que esto iba a ser tan fácil, ¿no? —preguntó Giulia.
Alice sintió que le clavaba una mano en el hombro para darle la vuelta y vio que el chico
que la apuntaba era el mismo que, un año antes, la había disparado con el francotirador
en la colina. Él no dejó de apuntarla en ningún momento. Giulia estaba de pie a su lado,
de brazos cruzados, con cinco guardias más con ella.
Estaban perdidos.
—Ay, pequeña... —ella sonrió—. ¿Te crees que ese disfraz me engaña? Te habría
reconocido al instante.
—Hasta ahora —Giulia se giró hacia uno de los guardias—. Avisa al líder. Ya
tenemos a su cachorrito perdido.
Apenas un minuto más tarde, ella contuvo la respiración cuando el guardia reapareció y
escuchó un bastón golpeando el suelo. Cerró los ojos y, al abrirlos, vio al padre John
mirándola, a un lado de Giulia. Él apretó los labios.
Y lo único que fue capaz de hacer fue soltar lo primero que se le pasó por la cabeza.
—Claro que queréis marcharos —el padre John apoyó ambas manos en el bastón—. Y yo
quería a mi androide y a mi hijo. No recuerdo que me dejaras las cosas fáciles para
conseguirlo.
Giulia sonreía. Alice sentía que su corazón iba rompiéndose a cada segundo que
pasaba. Y no por ella, sino por Rhett. Porque sabía que a ella la necesitaban viva. A
Rhett no.
El solo pensamiento hacía que le temblara cada nervio del cuerpo. Empezó a negar con la
cabeza.
—No, Alice —él sacudió la cabeza suavemente—. Me temo que no puedo hacer eso.
sonrió ampliamente.
—Solo uno.
—¿Y cuántos humanos necesitamos ahora mismo?
—Ninguno.
Ella no borró su sonrisa al apuntar a Rhett con la pistola. Alice se puso en medio al
instante, sin pensarlo. Cuando él intentó apartarla, Alice se clavó todavía más en su
lugar, mirando al padre John.
—Podría dispararte solo para apartarte —le dijo Giulia y ladeó la pistola un momento—.
¿Ves esto verde? ¿Sabes lo que significa? Que la bala solo necesita rozar a tu humano
para matarlo. Tú sobrevivirías, querida. Él no. Y solo con un roce.
Alice estaba todavía negando con la cabeza. Dio un paso atrás y su espalda chocó
con Rhett. Él le puso las manos en los hombros.
Alice sintió que su mundo se detenía al instante. Miró automáticamente al padre John.
Parecía haberse quedado pensativo por unos segundos.
—Alice...
El padre John la miró en silencio. Giulia seguía apuntándolos con una sonrisita, esperando
órdenes.
—No necesito más prisioneros —replicó él lentamente—. Y lo único que tendría que
hacer es no dejarte una pistola en lo que te quede de vida para poder matarlo sin tener
ninguna consecuencia. ¿Crees que voy a detenerme por esa amenaza?
—¡No, no está bien! ¡No... n-no... no pueden hacerte daño! ¡Yo no...!
Ella notó que se llenaban los ojos de lágrimas otra vez. Esta vez, ni siquiera se molestó en
apartarlas cuando empezaron a caerle por las mejillas.
Especialmente cuando Rhett la apartó suavemente, quedando expuesto ante la pistola. Su
corazón latía a toda velocidad cuando vio que Giulia quitaba el seguro a su pistola.
Alice miró al padre John. Él permaneció impasible. Y supo que iba a hacerlo. Iba a
matarlo. Lo supo solo con mirarlo.
Su corazón se detuvo cuando vio que abría la boca para dar la orden.
No pudo evitarlo y sintió que sus rodillas se doblaban. El padre John se detuvo y la miró,
sorprendido, cuando ella hizo lo que no había hecho en su vida: suplicar de rodillas.
—Por favor, no lo mates —le suplicó en voz baja—. Por favor, no lo hagas. Haz lo que
sea conmigo, pero no lo mates. Por favor.
Pudo ver el asombro en los ojos del hombro cuando las lágrimas siguieron cayéndole por
las mejillas.
—Me quedaré aquí. Y-yo... yo... me quedaré aquí todo lo que me quede de vida. No me
importa. Pu-puedes usarme con... con todos los experimentos que necesites. Me portaré
bien. Te lo juro. T-te lo juro por lo que quieras. Seré una buena androide. Seré... seré
mejor d-de lo que he sido hasta ahora. Nunca te contradeciré en nada. Haré todo lo que se
requiera de mí cada vez que me lo pidas. N-no... no protestaré. Nunca. Pero... por favor,
no hagas esto. No lo mates. Te lo suplico.
Alice siguió mirando a su padre con la súplica en los ojos. Ya no era cuestión de
dignidad o de orgullo. Era cuestión de que no podría seguir con su vida si Rhett moría. Y
estaba tan segura de ello que daba miedo. No podría. Simplemente, no podría.
Vio que el padre John apartaba la mirada. La respiración de ella era acelerada mientras
le seguían cayendo lágrimas por las mejillas. Él siguió pensativo durante unos
segundos. Tantos, que Giulia incluso dejó de sonreír para mirarlo de reojo.
El padre John la ignoró durante unos instantes más. Alice vio que su ceño se fruncía
profundamente al revisar su bastón con los ojos. Pareció que pasaba una eternidad antes de
que él levantara por fin la cabeza.
Entonces, estiró el brazo y puso la mano en la pistola de Giulia, bajándola hasta que
apuntó al suelo.
Alice sintió tal alivio que agradeció no estar de pie, porque se habría caído al suelo. Se
llevó una mano al pecho, como si pudiera volver a respirar, y vio que Giulia le ponía
cara de horror al padre John.
—¿Qué...?
—Ponte de pie.
Ella tardó unos momentos, pero finalmente lo hizo. Rhett parecía tan perplejo que ni
siquiera había dicho nada.
Entonces, los ojos del padre John pasaron de la impasibilidad absoluta a la perplejidad al
mirarla.
Alice ni siquiera dudó. Puso una mano sobre la muñeca de Rhett, asintiendo con la
cabeza.
Durante unos segundos, solo se miraron el uno al otro. Alice apretó los dedos entorno
a la muñeca de Rhett. No iba a separarse de él hasta que estuviera a salvo.
asintió de nuevo.
—Lo estoy.
Y Alice vio algo que no había visto nunca en sus ojos. Ni siquiera supo
identificarlo antes de que él hablara.
—Vete con él.
Las palabras flotaron por unos segundos entre ellos. Alice miró a Rhett y vio que él
fruncía un poco el ceño, confuso.
Alice sintió que su corazón volvía a latir. Miró de nuevo a Rhett. Él seguía sin poder
creerlo.
Ella ni siquiera podía reaccionar. Agarró a Rhett con un poco más de fuerza y lo arrastró
con ella torpemente hacia el pasillo de la salida. Sin embargo, no habían dado dos pasos
cuando vio por el rabillo del ojo que Giulia los apuntaba de nuevo.
Alice se detuvo bruscamente con Rhett. El padre John miró a Giulia con el ceño fruncido.
—No.
El padre John hizo un gesto al instante y tres de los cinco guardias apuntaron a Giulia. Los
otros dos apuntaron al padre John. Hubo un momento de silencio tenso.
—No me obligues a hacer esto —le advirtió el padre John en voz baja.
—¡Estoy harta de que tu estúpido paternalismo con esa androide te haga hacer las cosas
mal! ¡Sabes que no podemos dejar que se escape!
No sintió nada. Ni dolor, ni adrenalina, ni nada. Solo se quedó muy quieta. Sus ojos
bajaron a su estómago.
Entonces, notó que la mano que el brazo de Rhett se tensaba bajo su mano.
Miró a su alrededor sin saber por qué y vio que los guardias, Giulia y el padre John
estaban enzarzados en una pelea entre ellos. Giulia se dio la vuelta y pulsó algo en la
pared. Alice oyó un ruido en la única puerta abierta, al igual que una sirena sonora, y vio
que la puerta de hierro empezaba a cerrarse lentamente. No sabía qué hacer. Volvió a
mirar a Rhett y sintió que su corazón se encogía al ver que sus labios empezaban a perder
el color.
—Tenemos que irnos —su voz sonó sorprendentemente segura cuando se acercó a
él—. ¡Ahora, Rhett!
—Alice, no...
Agarró su brazo y se lo pasó por encima de los hombros. Rhett se incorporó de nuevo con
casi todo su peso sobre ella. Alice sintió que la adrenalina se apoderaba de su cuerpo al
empezar a arrastrarlo como podía. Su corazón se aceleró cuando vio que la puerta seguía
cerrándose. Tenían que darse prisa.
Intentó acelerar el paso, desesperada, y los dos se cayeron al suelo.
Cuando intentó agarrarlo de nuevo del brazo, él negó con la cabeza y se apoyó con la
mano en el suelo. Tenía la otra llena de sangre de su estómago. Alice volvió a intentarlo y
él la apartó.
Alice sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas cuando volvió a tirar de su brazo,
intentando ponerle de pie. Era como si su cuerpo ya lo estuviera empezando a asumir
pero su cerebro fuera incapaz.
Ella negó con la cabeza. Ni siquiera podía sentir las lágrimas calientes cayéndole
por las mejillas.
Ignorándolo completamente, tiró de su brazo con fuerza y consiguió ponerlo de pie. Alice
notó que Rhett colaboraba un poco más esta vez mientras iban a la puerta y la llama de la
esperanza volvió a iluminarse en su interior. Sin embargo,
se apagó al instante en que se detuvo justo al lado de la puerta. Ella intentó volver a
acelerar cuando vio a los guardias doblando la esquina del pasillo para ir a por ellos. Los
de Giulia. Pero Rhett no se movía.
De hecho, solo se movió para quitarle la mano de su brazo. Alice se quedó quieta,
confusa, cuando la agarró de la nuca y la acercó para darle un beso corto en los labios. No
pudo moverse cuando se apartó y cerró los ojos un momento.
Entonces, sintió que la empujaba bruscamente del hombro. Ella dio un traspié hacia
atrás y cayó al suelo, paralizada. Notó el calor del sol en sus hombros desnudos y
supo que estaba fuera, solo que estaba sola. Y la puerta seguía cerrándose. Apenas
quedaban unos veinte centímetros.
Al darse cuenta de lo que había hecho Rhett, se puso de pie y volvió a acercarse a la
puerta, desesperada, pero se detuvo en seco cuando él la miró y negó con la cabeza.
Se quedó clavada en su lugar cuando él la miró una última vez antes de darse la vuelta
hacia los guardias. Alice volvió a intentar avanzar, pero eso fue lo último que pudo ver
antes de que el choque del hierro contra el metal le indicara que la puerta se había cerrado
completamente.
Y, entonces, solo entonces, se dio cuenta de que lo había perdido para siempre.
CAPÍTULO 52
—¿Nada?
—Nada —murmuró.
Max se apartó de la ventana en la que estaba apoyado y Jake vio como se metía las
manos en los bolsillos, algo inquieto. Era raro verlo así, pero esos días todo el mundo
había estado alterado. Las dos ausencias que habían dejado Rhett y Charles eran
horribles.
—Tienes que hacer que coma y beba algo —concluyó, sin mirarlo—. Ya lleva así tres
días.
—¿Eso crees?
—Sí te escuchara —Jake esbozó una pequeña sonrisa triste—. Más que a nadie en esta
ciudad.
Él apartó la mirada y lo consideró un momento con los dientes apretados. Al ver que no
iba a moverse, Jake se dirigió a la puerta, dejándolo solo. Max estuvo unos segundos más
observando la entrada del muro por la ventana.
Una parte de él seguía esperando que, de pronto, las puertas se abrieran y aparecieran tanto
Rhett como Charles, intactos. Pero sabía, tras tantos años viviendo en un mundo así, que
eso no iba a suceder.
Todavía recordaba lo que había pasado tres días antes de manera casi perfecta.
Recordaba haber ido con Jake a la salida correspondiente y haber esperado durante casi
diez minutos a que aparecieran. Recordaba haber oído el sonido de una alarma y dejar al
niño escondido para entrar corriendo a la ciudad pese a que era un riesgo gigante.
Y... recordaba a Alice apoyada con ambas manos en una puerta de metal,
completamente blanca y con rastros de lágrimas en los ojos.
Cuando la alcanzó, no dijo nada. Tampoco lloró. Era como si estuviera en trance. Tuvo
que zarandearla varias veces para que reaccionara y se moviera con él, pero seguía sin
esbozar ningún tipo de expresión. Ni siquiera de dolor. Solo estuvo en blanco todo el
camino. Y Max no tardó en deducir lo que había pasado. Incluso pensó en dejar a Alice
con el chico y entrar de nuevo. Si hubiera estado solo, lo habría hecho sin pensar. Pero
no podía abandonar a Alice y
Jake, así que esperó. Durante una hora. Lo hizo. Pero nadie apareció. Y, cuando vio que la
ciudad volvía a la normalidad, supo que los había perdido a ambos.
Tras echar una mirada dolida atrás, no le quedó más remedio que salvar, al menos,
a Jake y Alice.
Y ella, desde el momento en que la había encontrado, no había dicho absolutamente nada.
A nadie. De hecho, cuando llegaron a la ciudad y Trisha, Tina, el chico salvaje y el que
tartamudeaba salieron corriendo a recibirlos... incluso cuando Tina cayó de rodillas y
empezó a llorar... ella no reaccionó. Solo pasó por su lado y se encerró en la habitación de
Rhett.
Max había mandado varias veces a Tina a verla —no confiaba en nadie más para hacerlo
— y, pese a que la mujer estaba igual de dolida que ella, intentó animarla. No tuvo muy
buenos resultados aunque, al menos, le dijo a Max que estaba bien. Solo estaba tumbada
en la cama.
Él bajó las escaleras lentamente, pensando en algo que decir, pero había poco que pudiera
consolarla en esos momentos. ¿Qué le hubiera gustado que le dijeran a él después de la
muerte de Emma? No recordaba absolutamente nada que pudiera haber funcionado de
verdad.
En menos tiempo del que le hubiera gustado, se encontró a sí mismo frente a la puerta de
la habitación de Rhett. Cerró los ojos y se aseguró de que no había nadie ahí para
molestarlos antes de aclararse la garganta y llamar a la puerta con los nudillos.
Esperó unos segundos, pero no escuchó respuesta. Tras otros segundos, llamó de nuevo
con los nudillos. Con el mismo resultado.
Pensó en volver a su despacho para seguir lamentándose él solo, pero algo hizo que se
quedara. No podía dejarla sola. No otra vez.
Apoyó la frente en la puerta un momento antes de abrirla.
Echó una ojeada a su alrededor y vio que su habitación no era ningún desastre. Él había
destrozado todo lo que había encontrado al enterarse de la muerte de Emma. Ella no.
Estaba todo perfectamente. De hecho, no se notaba que alguien hubiera estado viviendo
ahí... a no ser que te fijaras en el pequeño bulto de la cama.
Max cerró a su espalda y vio que ella estaba tumbada dándole la espalda, mirando a la
pared. Puso una mueca cuando vio que ni siquiera se había cambiado de ropa. Seguía
llevando el mismo mono sucio de hacía unos días. Incluso vio unas cuantas manchas de
sangre en las mangas. Intentó ignorarlas cuando se acercó.
Alice no levantó la mirada. Max se quedó un poco sorprendido al ver que no estaba
llorando. Ni durmiendo. Solo miraba la pared con expresión vacía.
Ella no dio señales de haberlo oído, pero Max vio que apartaba un poco las piernas
para dejar que se sentara. Él suspiró y lo hizo, apoyando los codos en sus rodillas. Se
pasó una mano por la cara, pensando en algo que decir. No lo encontraba. Vio la
bandeja de comida y bebida que había mandado a Jake traerle encima del comodín que
tenía al lado.
—Ni lo has tocado —murmuró, consciente de que ella sabía perfectamente de lo que le
hablaba.
—Mira... —intentó tomar otro rumbo—, yo... sé que suena horrible, pero sé por lo que
estás pasando. Yo lo pasé cuando murió mi hija. Puedo imaginarme el dolor que tienes
ahora mismo dentro, Alice. Y te aseguro que si hubiera algo que pudiera decirte para que
te sintieras mejor, te lo diría. Pero... no lo hay.
—Sé que ahora mismo parece insoportable —siguió, en voz baja—. Parece que no va a
mejorar. Pero... lo hará. Te aseguro que lo hará. Con el tiempo. Quizá con mucho
tiempo, pero... así funciona la vida.
Vio que ella cerraba los ojos un momento antes de volver a abrirlos, pero seguía sin
cambiar de expresión. Él empezó a perder un poco la paciencia, como siempre que no
sabía qué hacer y se frustraba.
Ella no respondió. Ni siquiera dio señales de haberlo oído. Max apretó aún más los labios
antes de hablar.
—¿Cuál es el plan? ¿Quedarte aquí, dejando que esto te consuma? ¿Ni siquiera lo vas a
inten...?
—Realmente están muertos, ¿no?
Le había salido un hilo de voz apenas audible, pero Max se detuvo al instante y la miró.
Sintió un peso frío en el estómago cuando vio que a ella le temblaba el labio inferior y
se le llenaban los ojos de lágrimas.
—No van a volver —dijo en voz baja, sin mirarlo—. No van a volver nunca. No
importa lo mucho que llore, que grite o... nada... no importa nada... nunca van a volver.
—Alice...
—Entonces, no dejes que murieran en vano —él frunció el ceño—. ¿Crees que realmente
les gustaría verte aquí, tumbada, llorando por ellos? ¿O preferirían ver que sigues
intentándolo?
Ella no se molestó en limpiarse una lágrima que le cayó desde el lagrimal, cruzando su
nariz y chocando con la almohada, en la que hizo una pequeña mancha. Max deseó poder
hacer algo, pero realmente no se le daban bien esas cosas. Y había poco que pudiera hacer.
—Han pasado tres días —dijo ella en voz baja, por fin mirándolo—. Y no has venido
hasta ahora.
Esta vez, fue él quien apartó la mirada, avergonzado.
—Yo no...
—¿Qué?
—Si no hubiera disparado esa arma, ahora Charles estaría vivo —a ella se le volvieron a
llenar los ojos de lágrimas—. Y... y Rhett estaría... aquí... conmigo.
Ella se sentó lentamente y agachó la mirada. Max vio que se pasaba los dedos por debajo
de los ojos y sus hombros empezaban a sacudirse ligeramente. Sin saber muy bien lo que
hacía —el contacto humano y él no se llevaban muy bien—, estiró el brazo y le rodeó
los hombros, atrayéndola hacia sí mismo. Alice no correspondió al abrazo, pero él sintió
que hundía la cara en su hombro y empezaba a llorar.
Pasaron unos minutos en los que él no pudo hacer otra cosa que pasarle la mano
torpemente por la espalda, intentando calmarla. No supo si había provocado alguna
mejora, pero, al menos, no estaba sola. Y había hablado.
Mientras lo pensaba, ella se separó un poco y negó con la cabeza, llorando con tanta
fuerza que su pecho se sacudía. Ni siquiera se atrevió a mirarlo.
Max apretó los labios y la volvió a atraer. Esta vez, ella rodeó su pecho con los brazos
y volvió a llorar, apretando los puños en su camiseta.
Pasaron casi veinte minutos en los que el llanto que llenaba la habitación pasó de ser casi
desesperante a calmarse hasta desaparecer. Cuando dejó de llorar, ella se mantuvo unos
momentos más con la cara escondida antes de separarse y quedarse sentada a su lado, en
la cama. Max la miró de reojo y sus ojos se clavaron inmediatamente en la bandeja.
Max se puso de pie y agarró la bandeja con ambas manos. Ella la observó cuando se la
puso en el regazo, pero no se movió. Al cabo de unos segundos, Max perdió la paciencia
y agarró el vaso de agua, acercándoselo. Por fin, Alice levantó el brazo para sujetarlo
ella. Le dio un sorbo y se relamió los labios.
Ella se miró a sí misma como si se acabara de dar cuenta de lo que llevaba puesto y
asintió lentamente con la cabeza.
—Te dejaré sola —se ofreció Max—. Si necesitas hablar conmigo, estaré en...
—¡No!
Le sorprendió el tono de voz que usó. La urgencia que albergaba. Ella lo miró con los
ojos muy abiertos.
Max la observó unos segundos antes de apartar la mirada y asentir. Volvió a sentarse
a su lado y, cuando Alice apoyó la cabeza en su hombro, le besó el pelo y le volvió a
pasar un brazo por encima de los hombros.
***
Alice sintió que sus pasos eran lentos y pesados cuando Max se marchó y se vio con
fuerzas de bajar las escaleras. Se sentía como si el mundo entero pesara.
Como si no tuviera sentido bajar esas escaleras. O hacer nada.
Apenas llevaba dos peldaños cuando escuchó que alguien la llamaba. Se giró y vio que
Kai aparecía por el pasillo, sorprendido.
—Yo... —pareció algo incómodo cuando se detuvo a su lado—. ¿Cómo estás? Es decir...
eh... sé que es una pregunta estúpida pero... yo... ¿puedo hacer algo por ti?
Ella agachó la mirada y negó con la cabeza. Kai suspiró.
—No me las des. Yo... si no hubiera sido por ti, ahora mismo no tendría un hogar.
Siempre te deberé una.
—Al contrario, te la debo —Kai se miró las manos—. Mira, me gustaría mucho estar
contigo un rato más, pero... Max me ha pedido que subiera a su despacho a informarle
sobre la máquina y todo eso... y la verdad es que me da mucho miedo hacerle esperar.
Kai asintió con la cabeza, nervioso, y pasó por su lado para subir las escaleras. Alice lo
observó unos segundos antes de seguir bajando las escaleras, apoyada en la barandilla.
Quizá ella se hubiera dado cuenta de las miradas de reojo y los comentarios en voz baja
que recibió una vez llegó a la planta baja si no hubiera sido porque su cabeza seguía
estando en otra parte. Otra parte muy, muy lejana. Mantuvo los ojos clavados en el frente
y no se detuvo hasta llegar al patio trasero del edificio, donde Max le había indicado. Su
mirada se clavó enseguida en el pequeño
grupo de tres que estaba sentado en el suelo, con las espaldas apoyadas en el muro. No la
habían visto.
Alice estuvo a punto de ir hacia ellos, pero se detuvo para echar una ojeada al
cementerio improvisado que habían creado en el último asalto a la ciudad. Miró de reojo
la del padre de Rhett, la de Davy y la de tantas otras personas que había conocido
durante su tiempo en la ciudad. Pero su mirada se detuvo inmediatamente en la de Eve.
La imagen del bebé le vino a la cabeza. Y la carta que le había dejado.
Alice no pudo seguir mirando su tumba y avanzó hacia Trisha, Jake y Kilian, que seguían
sentados hablando. Los tres se detuvieron cuando la vieron llegar.
Parecían perplejos. Especialmente Jake, que se puso de pie e hizo un ademán de ir hacia
ella, dubitativo. Al ver que no iba a apartarse, acortó la distancia entre ellos y le dio un
abrazo con fuerza.
Alice deseó habérselo devuelto con más entusiasmo, pero era incapaz de
demostrar ningún afecto en esos momentos. Solo cerró los ojos y, tras un
momento, lo miró.
Trisha y Kilian también se habían puesto de pie. Trisha pareció algo incómoda cuando
se acercó. Tras unos momentos de silencio, ella esbozó media sonrisa un poco triste.
Alice le devolvió la media sonrisa, solo que un poco apagada. Ella entera estaba apagada.
—Lo mismo te digo.
Hubo otra vez un silencio de unos segundos hasta que Alice se aclaró la
garganta.
Intentó fingir entusiasmo cuando se sentó con ellos junto al muro y le contaron algunos
detalles poco relevantes de sus días fuera. O, más bien, de sus días encerrada en la
habitación de Rhett. Alice los observó hablando y, pese a que no llegó a escuchar
mucho, sonrió un poco para que no se detuvieran. Escuchar a alguien hablar era un
verdadero alivio.
Jugó con la hierba con los dedos, pero se detuvo al darse cuenta del silencio incómodo que
se había formado a su alrededor. Vio que a Jake se le enrojecían las orejas y frunció un
poco el ceño.
—¿Qué?
—Yo... —Jake miró a Kilian y a Trisha en busca de ayuda que no encontró—. Mira,
Alice... eh... creo que no es el mejor momento para contarte esto, pero...
eh...
Alice miró en su dirección y, cuando vio la ojeada que intercambiaban y que Kilian
también se había puesto rojo, entreabrió los labios.
—Charles me dio una lección sobre que no necesariamente tiene por qué gustarte
solo una cosa.
Alice sintió que su corazón se encogía un poco al oír ese nombre, pero la
sorpresa era demasiado grande en esos momentos.
—Porque no estaba seguro y quería hablarlo con alguien que entendiera del tema.
Trisha no fue muy comunicativa, así que se lo pregunté a Charles. Y... bueno, la verdad
es que fue bastante más comprensivo de lo que esperaba. Me dijo que no pasaba nada si
me gustaba alguien de un sexo u otro. Que... bueno... que solo estuviera con alguien que
me hiciera feliz.
Alice agachó la cabeza y asintió con la cabeza. En realidad, le había sorprendido más que
le hablara a Charles del tema que el hecho en sí.
Al final, solo volvió a asentir con la cabeza y siguieron con la conversación como si no
hubiera pasado nada.
En realidad, ella estuvo con ellos durante el resto del día y dedicó una pequeña sonrisa a
Max cuando se cruzaron en la cafetería y él se aseguró de que estaba bien. Tina pareció
a punto de llorar cuando vio que había salido de la cama y él la arrastró hacia la mesa
antes de que montara una escena.
Alice casi se había olvidado de su propio dolor cuando Jake y ella empezaron a subir las
escaleras a solas. Los demás habían decidido quedarse un rato más abajo. En realidad, a
ella le gustaba estar a solas con Jake. Con él, los silencios no eran incómodos. De hecho,
algunas veces eran solo... perfectos.
Sin embargo, Jake quiso romperlo en ese momento, justo cuando llegaron delante de la
habitación de Alice. Ella ya tenía la mano en la manilla cuando escuchó que hablaba.
—Yo...
Alice se detuvo, algo confusa cuando no siguió hablando, y lo miró por encima del
hombro.
—¿Sí?
—Lo siento mucho, Alice —él no se atrevió a mirarla—. Yo... Charles podía ser un
pesado, pero... pero era genial. Y nunca se portó mal conmigo. Y Rhett... lo quería
como a un hermano mayor. Y sé que te quería. Mucho. Muchísimo.
Ojalá...
—Cuando salimos de la capital la primera vez... cuando nos separamos por meses... creí
que habíais muerto los tres —continuó Jake en voz baja—. No sabía qué hacer. Todos
estábamos desesperados. Todos. Intentamos buscaros por todas partes, pero no tardamos
en llegar a la conclusión de que, de haber estado vivos... os habríamos encontrado.
Hizo una pausa para tragar saliva y parpadear varias veces. Seguía sin
atreverse a mirarla.
—La única persona que me ayudó de verdad fue Max. Él... me habló de su hija. Nunca lo
había hecho. Y me dijo que lo único que lo había salvado después de su muerte había
sido tener la ciudad. Tener algo que hacer. Un propósito.
Por fin, la miró.
—Solo tienes que encontrar tu propósito, Alice. No borrará el dolor, pero... al menos... al
menos no será tan constante.
Jake la observó en silencio, esperando una respuesta que no llegó. En su lugar, solo vio
que Alice lo miraba fijamente, en silencio. Le dio la sensación de que se había apagado
algo en sus ojos.
Él no supo qué decir. Intentó murmurar algo en agradecimiento, pero ella le interrumpió.
—Descansa bien.
***
Max estaba un poco molesto cuando, esa mañana, Jake le dijo que Alice volvía a estar
encerrada en la habitación. La había visto el día anterior con sus tres amigos y ya le
había dado algo de miedo pensar que podían decir algo que desechara todo el trabajo
que había hecho él. Eso lo confirmó. Ya tendría una charla con ellos. Una que no les
gustaría en absoluto.
Se detuvo delante de la habitación de Alice y llamó con los nudillos. No hubo respuesta.
Lo mismo que el día anterior. Le dio otra oportunidad para que abriera, pero no recibió
ninguna respuesta.
Se detuvo en seco.
No había nadie.
Parpadeó, confuso, y se acercó a ella apoyando una rodilla en la cama. Al asomarse, vio
que el tejado del piso inferior tenía una teja rota y que el salto hacia el suelo desde él no
era muy alto. Siguió el camino hacia el muro con la mirada y se le cayó el alma a los pies
cuando vio que la valla estaba un poco abierta.
Por un instante, fue incapaz de reaccionar. Lo único que pudo hacer fue quedarse con una
rodilla clavada en la cama de Alice, intentando buscarla en vano en la habitación.
La apartó con el ceño fruncido, y este se frunció aún más cuando vio que había un
pequeño iPod con unos auriculares conectados y una fotografía doblada. La agarró y la
desdobló, encontrándose con la cara sonrojada de Alice y a Rhett sonriendo con un
brazo alrededor de su cuello y la mejilla pegada a la suya.
Enseguida reconoció la cafetería de Ciudad Central. La fotografía de la cena de Navidad.
¿Eso era lo que había estado haciendo esos días ahí encerrada? ¿Mirar la fotografía y
escuchar música?
Max apretó los labios e hizo un ademán de salir de la cama, pero se detuvo cuando captó
algo más. Esta vez, en la ventana. Un pequeño trozo de papel. Lo agarró con el ceño
fruncido y lo leyó rápidamente, reconociendo al instante la letra de Alice. Era una sola
frase. Solo una. Y solo una frase hizo que él quisiera arrugar el papel en un puño y
lanzarlo a la basura.
No me busquéis.
Max se puso de pie precipitadamente y salió al pasillo. El chico que tartamudeaba, Jake y
Trisha estaban en él. Su mirada fue directa a Jake, que se encogió, aterrado.
Jake dudó.
—¿Quién?
—¡No, no está ahí! ¡Se ha escapado por la noche y ha dejado una maldita nota pidiendo
que no la buscáramos! ¿Dónde...?
Se detuvo en seco cuando escuchó un grito ahogado a su lado. Se giró hacia el chico
nervioso, Kai, y vio que había perdido el color de los labios.
—Le... le dije que le debía un favor y... y anoche me pidió que se lo devolviera. Yo no
sabía...
—Me... me pidió que extrajera la información de... d-de la máquina y... y se la llevó...
—¿Qué información?
—Yo...
***
Alice miró el suelo, a sus botas, y se quedó pensativa por unos momentos mientras sentía
que los ruidos del bosque se apoderaban del silencio. Se apoyó mejor en la roca en la
que estaba sentada y recordó vagamente la conversación que había tenido con Max en
ella unos días antes. Parecía que había pasado una eternidad desde eso.
Acarició con la mano la zona ahora vacía y, con la otra, se llevó la botella de cerveza a los
labios de nuevo. El sabor seguía siendo horrible, pero ya era el último trago. Puso una
mueca de disgusto y se lo tragó, mirando la botella con expresión vacía.
Al cabo de unos segundos, dejó la botella donde había estado la caravana de Charles
unos días antes, la observó unos segundos y se abrochó la chaqueta, internándose en el
bosque.
No llevaba mucho tiempo andando cuando divisó los edificios blancos y la muralla de
piedra rodeando una ciudad. Siguió andando sin dudarlo hacia la entrada más cercana
que encontró. No se detuvo cuando vio que dos de los tres guardias intercambiaban una
mirada, la apuntaban con sus armas y él último iba directo al interior de un edificio.
Alice llegó a la valla y levantó las manos en señal de rendición cuando ambos guardias
la apuntaron, uno de cada lado. Ella no cambió su expresión, solo mantuvo la mirada
clavada en el edificio. Esperó unos segundos, ignorando las preguntas de los guardias, y
por fin vio que el tercero salía de nuevo del edificio acompañado por un hombre.
Entonces, él hizo un gesto y el tercer guardia dijo algo a un aparato. La valla se empezó
a abrir lentamente a ambos lados, desapareciendo dentro del muro.
Alice bajó las manos pese a que seguían apuntándola y miró a su padre. Él también la miró
antes de fruncir el ceño a los dos guardias.
—¿Se puede saber qué hacéis? Bajad eso ahora mismo.
—No soportaba estar ahí —dijo en voz tan baja que apenas pudo oírla—. No lo
soportaba más. Y no sabía dónde ir.
El padre John ladeó la cabeza hacia ella, observándola. Ella no se atrevió a levantar la
mirada. Volvía a tener un nudo en la garganta y no quería volver a llorar.
Parecía que había pasado una eternidad cuando, por fin, el padre John asintió con la
cabeza.
Alice levantó la mirada cuando vio que le hacía un gesto para que se acercara. Lo hizo y
él le puso una mano en la espalda para guiarla al interior de la ciudad. Alice lo miró,
agradecida, pero no fue capaz de decir nada cuando él le dedicó una pequeña sonrisa.
Se incorporó lentamente y se pasó una mano por la cabeza. Al menos, el dolor había
disminuido. Esos días apenas había dormido. Era curioso que, al llegar ahí, hubiera
podido hacerlo casi al instante. El padre John le había ofrecido la mejor habitación del
edificio contiguo al principal, junto a la suya. También le había dado ropa de sobra,
pero Alice había preferido la que ya llevaba puesta. De hecho, ni siquiera se la había
quitado. ¿Cuánto tiempo había dormido? Era de noche. Y había llegado por la mañana.
Sacó los pies de la cama y se puso las botas pesadas y manchadas de barro del camino.
Contrastaban casi cómicamente con la habitación inmaculada.
Se acercó a la puerta y la abrió. Una parte de Alice se esperaba que estuviera cerrada con
candado, pero no fue así. Su padre realmente confiaba en ella si le permitía salir de ahí sin
acompañantes.
Vio que en ese pasillo solo había dos puertas más. Una delante de la suya y otra al final
del pasillo. La de delante era la habitación del padre John. Esa última...
Justo en ese momento, se abrió y un guardia salió de ella. Alice vio que era una especie
de sala de control pequeña, con dos guardias más dentro. El que se había acercado a ella
le hizo una leve inclinación con la cabeza. Alice intentó no fruncirle el ceño a modo de
respuesta.
Ella dudó un momento antes de encogerse de hombros. El guardia volvió a asentir con la
cabeza y desapareció por las escaleras que había junto a su
puerta. Al otro lado del pasillo, había un ascensor de cristal parecido al del edificio
principal. Quizá un poco más pequeño.
—Bien. No quería molestarte. Supuse que tendrías que descansar unas horas antes de
poder empezar con esto.
Si a Alice le importaba en lo más mínimo que la llamara hija, no lo dejó ver en ningún
momento. Miró el vacío bajo sus pies por un momento, pero volvió a levantar la cabeza
cuando notó que el guardia se había detenido por un gesto del padre John.
—Líder, la seguridad...
Ella miró abajo, confusa, y se dio cuenta de que seguía llevando su cinturón equipado. No
le habían quitado nada. Ni siquiera la munición.
El padre John pulsó el botón de la planta baja y Alice se dio cuenta de que estaban en
un séptimo piso. No recordaba haber estado en un sitio tan alto en su vida.
Como seguía mirando su cinturón, el padre John hizo lo mismo y señaló la pistola.
—¿De dónde la has sacado? No he visto muchas de ese tipo por aquí.
Vio que Alice la rozaba con los dedos, se quedaba en silencio unos instantes y, después,
clavaba una mirada fría en la ciudad.
—¿Un regalo? Alguien debía apreciarte mucho para hacerte un regalo así.
Si lo que quería era una reacción por parte de Alice, no la consiguió. De hecho, ella solo
observó el panel del ascensor sin ningún tipo de expresión.
—¿Cómo estás?
La pregunta la pilló desprevenida. Apartó la mirada del panel del ascensor y la clavó de
nuevo en la ciudad, ahora iluminada por algunas farolas y luces de casas.
—No creo que vaya a estar bien en mucho tiempo —admitió en voz baja.
—El duelo es algo que todos los humanos tienen que pasar, querida. Silencio. Él
se adelantó un poco.
—Si quisieras que cancelara tus emociones, solo tendrías que pedirlo. Seguro que
podemos conseguirlo. Te aseguro que yo también me lo aplicaría. Nos ahorraríamos
muchos problemas, ¿no crees?
Alice esbozó una sonrisa amarga al pensar en la agria expresión que le habría puesto
Rhett al oír la palabra amigos. Y en que habría puntualizado que eran algo más que eso.
Antes de que Charles hiciera lo mismo consigo mismo.
—Te entiendo —replicó él suavemente—. Solo me alegro de que eligieras este lugar para
escapar. Quizá, algún día, lo consideres tu hogar. Y puedas ser feliz.
Alice asintió pese a saber que un lugar donde Rhett no estuviera nunca podría ser su
hogar.
—¿A cuál?
—A ambos. Pero... especialmente al que disparó Giulia. No debería haberlo hecho. Debí
detenerla.
Él se detuvo, esperando una respuesta. Pero, de nuevo, Alice solo se quedó en silencio.
Alice se giró hacia él casi por primera vez desde que había llegado a la ciudad.
—¿Dónde vamos?
Ella no dijo nada cuando el ascensor se detuvo y dos guardias les asintieron con la cabeza
al pasar por delante de ellos. El padre John se apoyó en su bastón para salir del edificio
en el que estaban y Alice se dio cuenta de que era el más alto de la ciudad. Incluso más
que el edificio principal. Seguro que tenía la mejor habitación de ese lugar del mundo.
—No quiero abrumarte demasiado el primer día pese a que, técnicamente, eres una
esponja de conocimientos —replicó el padre John mientras subían una pequeña cuesta de
piedra hacia el edificio principal, plagado de guardias.
—Ya lo creo. No quiero ni imaginarme las cosas que habrás visto viviendo con esos
salvajes.
Alice entró en el edificio tras él y se fijó en que absolutamente nadie los miraba a la cara.
Estaba tan acostumbrada a que la gente de su otra ciudad susurrara y la mirara mal, que
eso era verdaderamente extraño.
Los dos entraron en el edificio y el padre John fue directo al ascensor principal. La madre
que había dentro pulsó el botón dos. Los tres se mantuvieron en
silencio hasta que ellos dos salieron y Alice vio de reojo a un guardia acompañando a un
androide.
—¿Por qué no me has dado ropa de androide? —preguntó Alice, observándolo de reojo.
El padre John echó una ojeada poco interesada a lo que estaba captando su atención
antes de volver a girarse hacia delante.
Se detuvo delante de una de las últimas puertas y sacó una tarjeta de su bolsillo. Apenas
un segundo más tarde de pasarla delante de una placa de metal, la puerta se abrió
automáticamente y él volvió a guardársela en el bolsillo de su pecho. Hizo un gesto a
Alice para que entrara y ella accedió a la sala.
Al principio, no entendió muy bien dónde estaba. Solo vio una sala parecida a la que
habían usado para manipularla con la memoria la primera vez que había estado ahí. Pero
había algo distinto en esa máquina, en esa camilla y en el ordenador que había al lado.
Algo que no cuadraba.
—He pedido a los demás científicos que no estuvieran aquí —replicó el padre John,
apoyando el bastón en la pared y cojeando hacia la camilla—. Pensé que querrías hacer
esto con el menor número de implicados presente.
—¿Hacer qué?
—Túmbate aquí, justo debajo del foco.
—¿Qué es esto?
—No quería enseñártelo tan pronto, pero eres lo suficientemente fuerte como para verlo
hoy. Además, quiero que veas que, finalmente, has ido al lugar al que perteneces.
—¿Vas a enseñarme los recuerdos de lo que pasó la primera vez que estuve aquí?
—Eso sería demasiado sencillo como para considerarse un regalo. Solo tendría que
desbloquear esa parte de tus recuerdos.
—¿Está bloqueada?
—Alice, relájate.
Ella tragó saliva, pero lo hizo. Dejó que sus músculos se relajaran y amoldó la cabeza en
la camilla. Tras unos segundos de silencio, intentó incorporarse de golpe cuando notó
que algo le rodeaba las muñecas y los tobillos. Estaba atada. Y una sensación de pánico
la invadió cuando se dio cuenta de que no podía moverse. Ni abrir los ojos. Su
respiración se aceleró mientras siguió intentándolo, desesperada.
Ella se detuvo, pero no por sus palabras, sino porque sonaron directamente dentro
de su cabeza.
Lo hizo. Pero no vio nada. Solo oscuridad. Y, de pronto, fue consciente de que ya no
estaba atada. Ni tumbada en una camilla. Ni siquiera estaba en Ciudad Capital.
Estaba... ¿dónde estaba? No podía ver nada. Solo oscuridad.
—¿Puedes oírme?
De nuevo, la voz del padre John sonó como si viniera de todas partes y de ninguna en
concreto. Ella asintió con la cabeza en la oscuridad.
—¿Dónde estoy?
—No tenemos un nombre muy claro para ello, pero solemos referirnos a ello como si
estuvieras en tu propio subconsciente.
Alice tragó saliva y se puso de pie torpemente. Ni siquiera podía ver sus propias manos.
—Sí.
No tenía alternativa. Empezó a avanzar hacia la luz, dudando, y sintió que sus pasos se
hacían más ligeros y la temperatura más cálida a medida que se acercaba a luz. Seguía
en la oscuridad más absoluta cuando, de pronto, sintió que sus ojos se cerraban solos.
Ella estaba segura de que, al hacerlo, volvería a estar tumbada en esa camilla, con las
manos y los tobillos atados.
Se incorporó al darse cuenta de que podía ver a su alrededor y de que ya no tenía las
ataduras en las muñecas y los tobillos. Se los tocó, extrañada.
¿Cuándo se lo había quitado? Ni siquiera tenía las marcas. Frunció todavía más el ceño.
Y fue entonces cuando miró a su alrededor y se dio cuenta de que no estaba en una
camilla, ni en una habitación blanca. De hecho, distaba mucho de estar en un lugar así.
Parpadeó varias veces al darse cuenta. Miró a su alrededor y vio que todo el mundo estaba
charlando. Y todos iban con la ropa vieja típica de esa ciudad.
¿Estaba soñando? Tenía que ser eso. Pero... era tan real... no parecía un sueño. Ni
siquiera parecía un recuerdo. Parecía... tenía que ser real.
Alice vio a Kenneth hablando con Tom y Shana al otro lado de la habitación. Estaban
poniéndose malas caras y parecían estar a punto de discutir entre ellos, como de
costumbre. Siguió con su inspección y vio a un grupo jugando a cartas, otro mirando por
la ventana y otro, simplemente, charlando en sus respectivas literas.
Entreabrió los labios cuando todos se giraron a la vez hacia la salida. Alice se quedó
sentada. Era hora de comer. Lo sabía pero... ¿cómo lo sabía?
—¿Cómo se puede hacer tanto ruido para salir de una habitación? Menudos mandriles.
Alice tenía los ojos abiertos de par en par cuando él se giró, malhumorado, en su
dirección. Sin embargo, se detuvo al ver la expresión de ella. Puso una mueca.
—¿Y a ti qué te pasa?
—Yo... tú...
Se detuvo a sí misma. No era posible. Estaba muerto. Por... por su culpa. Davy
suspiró.
—¿Por qué siempre me toca hablar con los idiotas? —murmuró, yendo a la salida.
Alice se quedó un momento de más mirando la puerta antes de ponerse de pie sin siquiera
pensarlo. Tocó las paredes como una loca para asegurarse de que no estaba soñando. Bajó
las escaleras y todas crujieron de la misma forma que habían crujido tanto tiempo en su
estancia en Ciudad Central. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué era todo eso?
Alice salió del edificio y vio la cafetería. Y el edificio de los instructores. Y el campo de
fútbol. Todo estaba exactamente igual. Todo.
Ella contuvo la respiración y se giró hacia su mesa. La del rincón. Se le formó un nudo en
la garganta cuando vio a Jake y Trisha jugando a cartas con el ceño fruncido por la
concentración.
Se acercó a ellos inconscientemente. Ni siquiera levantaron la cabeza.
—¿Trampa? —Trisha soltó una risa irónica. Tenía los dos brazos. Los... dos. Usó
uno para sacarle el dedo corazón—. ¿Esto también es trampa?
—Oh, madura un poco —Trisha puso los ojos en blanco y miró a Alice—. ¿A que he
ganado yo?
Alice solo la pudo mirar fijamente. No podía procesar nada. Trisha enarcó una ceja y le
chasqueó un dedo delante de la cara.
Alice estaba intentando procesarlo todo mientras ellos seguían discutiendo. Se pasó una
mano por la cabeza. Se sentía como si le diera vueltas.
—¿Qué?
—Rhett no está amargado —le dijo Jake—. Solo... le gusta reservar su simpatía. Con
Alice es simpático.
—¡TRISHA, PARA!
Alice no había oído nada de lo que habían dicho después de pronunciar el nombre
de Rhett.
Alice hubiera deseado decir algo, pero estaba demasiado mareada en ese momento. Tenía
demasiados sentimientos mezclándose en su interior. Y unas
ganas de llorar tremendas. Casi corrió por la ciudad hacia el campo de entrenamiento.
Nunca un camino se le había hecho tan largo. Nunca.
Parecía que había pasado una eternidad cuando abrió la puerta de la casa de tiro. Todos
los paneles, las estanterías... todo estaba igual. Exactamente igual.
Y ahí estaba él, dándole la espalda y revisando unas cajas para meterlas en la
estantería. Ni siquiera se molestó en darse la vuelta para hablarle.
Alice sintió que apenas podía ver nada por culpa de las lágrimas cuando escuchó su
voz. Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que había estado con
él.
Lo había echado tanto de menos que le dolía el pecho solo de verlo. Ni siquiera tenía
palabras para expresarlo. Solo podía mirarlo fijamente, paralizada.
Rhett se dio la vuelta al notar que no respondía y se quedó mirándola cuando vio que tenía
los ojos llenos de lágrimas. Dejó la caja a un lado de malas maneras y se acercó en dos
zancadas a Alice, que estaba congelada.
—Dime que el imbécil del alumno de Deane no te ha hecho nada. Porque te juro que voy
a...
—Alice, ¿qué...?
—Te he echado tanto de menos... —susurró—. Tanto... no hay una maldita cantidad en el
mundo para expresarlo.
Rhett parpadeó, sorprendido, antes de rodearla también con los brazos, confuso.
—Bueno... yo... quiero decir, nos vemos cada día en las clases. Y en las clases extra. Y
en la cafetería. Y en la habitación, cuando te presentas con esas bragas raras que... es...
mhm... no es que las mire, es que...
Alice sonrió sin poder dejar de llorar y se separó. Él parecía todavía más
confuso.
—¿Me vas a decir ya qué te pasa o tengo que jugar a adivinarlo como un idiota?
Alice subió las manos hacia su cara y Rhett se quedó paralizado cuando le tocó la cicatriz
con el pulgar, pero no se movió. Clavó los ojos en los suyos, perplejo.
Alice no pudo contener otra oleada de lágrimas cuando bajó el pulgar a sus labios y
recorrió el inferior lentamente.
¿Cuántas veces había hecho eso sin saber que habían sido las últimas?
—Lo siento mucho. Yo... debí hacer algo más. Debí... —Alice respiró hondo, negando con
la cabeza—. Te quiero tanto... y... y te echo tanto de menos... me... me he sentido vacía
desde... desde que tú... oh, Rhett...
Él entreabrió los labios, sorprendido, pero se quedó todavía peor cuando Alice se puso de
puntillas y le besó en los labios. Presionó los suyos sobre los de él por unos segundos,
cerrando los ojos y siendo perfectamente consciente de que jamás podría volver a hacer
eso. Jamás. Se separó lo justo para estar a centímetros de su cara. Rhett la miraba,
perplejo.
—Te amo —le dijo en voz baja—, no te lo dije cuando podía y nunca me arrepentiré tanto
de algo en mi vida. Ojalá lo hubiera hecho. Ojalá... yo...
Ella cerró los ojos y volvió a abrazarlo con fuerza, saboreando el momento.
Sin embargo, supo que algo iba mal al instante. Se separó, todavía llorando, y vio que
Rhett se había quedado congelado. De hecho, todo a su alrededor parecía haberse
detenido en el tiempo. Dio un paso atrás, confusa.
—Me sorprende que este sea tu mayor deseo —confesó el padre John mientras ella
volvía a acercarse y apoyar la cabeza en el pecho de Rhett—. Una parte de mí creyó que
tu deseo sería haber vivido antes de la guerra. Pero... veo que esa ciudad realmente te
hizo feliz.
En realidad, esa ciudad había sido la única felicidad que había conocido. Y Alice sintió
que su pecho se oprimía al darse cuenta de que esa felicidad no volvería.
—Podrías vivir aquí, Alice —replicó suavemente el padre John—. Tanto tiempo como
quisieras. Con todas las modificaciones que desearas. Podrías ser feliz.
—Podría hacer tantas cosas para ayudarte, Alice... tantas. Podría incluso borrarte
los recuerdos.
Ella se detuvo en seco y casi pudo ver la sonrisa del padre John.
—Nunca sabrías que ellos han existido. Nunca sabrías que nada de esto ha pasado.
Solo serías un androide feliz. Podría restaurar tu memoria hasta el día antes de darte
ese revólver para empezar de cero.
La frase se quedó suspendida en el aire por unos segundos. Alice tragó saliva.
Ella respiró hondo y apoyó la frente en el pecho de Rhett. Ya no podía sentir sus latidos.
Volvía a estar vacía. Como había estado desde que él había... muerto.
Sujetó su camiseta con dos puños y tuvo que contener otro sollozo. No volver a verlo era
tan doloroso que no podía ni imaginarse vivir con ello. Dudaba poder hacerlo. Una vida
sin él no era una vida llena. Una vida sin él era... nada.
El padre John tardó unos segundos en responder. Por primera vez en su vida, sonó como
un padre de verdad.
Entonces, ella se separó de Rhett y fue, probablemente, lo más doloroso que había hecho
en su vida entera. Se sintió como si estuviera dejando parte de su corazón en él. Pero no
dudó. No miró atrás. Se dio la vuelta y empezó a andar hacia la salida. Cerró los ojos con
fuerza y negó con la cabeza.
—Llévame de vuelta.
—¿Qué?
—Hija, no...
—Sácame —espetó.
—¿Devolverme? —repitió?
—No sería lo mismo —replicó Alice, observándolo con atención—. No tendría sus
recuerdos. Solo sería un recipiente vacío.
—No tiene por qué ser así, hija. No fue así conmigo.
—Intento no hacer excepciones, pero solo tendría que dejar de bloquear sus recuerdos
humanos a la hora de crearlo. Y eso sería todo. Podrías recuperarlo.
—¿Y... y si lo tuviera?
El padre John esbozó media sonrisa cuando vio que el pecho de ella subía y bajaba
rápidamente.
—Pero solo puedo hacer eso si lo tienes, Alice. Si no, me temo que no puedo seguir
ayudándote.
Durante unos segundos, ambos se quedaron en silencio. Alice agachó la mirada al suelo y
respiró con dificultad.
El padre John esperó pacientemente, pero no puedo evitar que sus labios se curvaran
hacia arriba cuando vio que Alice metía una mano en su bolsillo trasero y sacaba un
pequeño objeto oscuro. Lo observó un momento en su palma antes de mirar al padre
John.
El padre John cerró la mano entorno a la pequeña tarjeta de información y respiró hondo,
revisándola con los ojos. Alice lo miraba con gesto suplicante.
—¿Cuándo lo harás?
—¿Lo he hecho?
Alice lo observó por un momento antes de abrir ligeramente más los ojos.
—¿Quieres recuperarlo?
—Entonces, voy a necesitar que me demuestres que puedo confiar en ti, Alice.
—¿C-cómo?
—Sígueme.
Y lo hizo. Lo siguió, ansiosa, hacia el ascensor. Dos guardias se unieron a ellos por el
camino y Alice los miró de reojo cuando notó que tenían las manos en sus pistolas. El
padre John le dedicó una pequeña sonrisa antes de pedir a la madre que los dejara en el
sótano.
Las puertas del ascensor se abrieron y, cuando Alice hizo un gesto para quedarse
ahí, los guardias la agarraron bruscamente de los brazos y la arrastraron tras el
padre John. Ella respiraba dificultosamente cuando se detuvieron delante de una
de las primeras celdas.
¿Iban a encerrarla?
El padre John pasó su tarjeta por delante del panel de la puerta y la abrió sin más
preámbulos. Alice intentó volver a respirar cuando la empujaron a su interior.
Se quedó ahí de pie, confusa, en la celda vacía. Tragó saliva e hizo un ademán de
intentar salir, pero un guardia la empujó hacia atrás de nuevo. El padre John la miraba
junto a la puerta.
Como si alguien hubiera escuchado la pregunta, Alice vio que reaparecía. Y no lo hizo
solo.
Lo repasó de arriba abajo y se dio cuenta de que tenía vendas en el brazo, pero eso era
todo. Levantó la mirada a la suya, aterrada ante la posibilidad de que le hubieran
reiniciado... pero no.
Alice intentó decir algo, lo que fuera, pero sintió que el guardia la apartaba unos metros
hacia atrás. Él sujetó a Charles de la nuca para que no pudiera moverse. Y Alice sintió
que el padre John le ponía una mano en el hombro.
—Cuando mis hombres se dieron cuenta de que era un androide, me informaron y pensé
que podría encontrarle alguna función en la ciudad —replicó él suavemente—. Así que
dejé que viviera. Al final, me va a servir para algo.
Charles seguía sin entender nada. Alice tampoco. Ella temblaba de pies a cabeza.
El padre John movió la mano a su cinturón y extrajo lentamente la pistola que Max le
había dado.
—Te dejo elegir —le dijo el padre John en voz baja—. Elige a este, y el otro
permanecerá como ahora. Elige al otro... y este morirá. Es tu decisión.
—¿El otro? —Charles intentó moverse, pero lo detuvieron—. ¿Está hablando de cara-
cortada? ¿Qué pasó, querida? ¿Os atraparon?
Y, cuando sus ojos conectaron con los de Charles, sintió que él lo entendía todo.
—Elige, Alice. Eres afortunada por poder hacerlo, así que aprovéchalo.
Miró a Charles de nuevo y sintió que le temblaba el labio inferior cuando él asintió
casi imperceptiblemente con la cabeza.
—Todo sea por amor —murmuró.
Alice dudó.
El padre John vio que ella lo apuntaba durante unos segundos. Le temblaba
violentamente la mano y era poco probable que acertara. Quizá tendría que disparar
dos veces. No se lo impediría.
Vio cómo Alice intentaba pensar a toda velocidad y como el androide agachaba la
cabeza y cerraba los ojos cuando ella quitó el seguro. Estaba preparado para su muerte.
El padre John esbozó media sonrisa y negó con la cabeza.
—Tienes diez segundos, Alice —le dijo—. Si no has elegido entonces, me temo que
perderás a ambos.
El padre John supo que las palabras habían tenido el efecto que quería cuando ella cerró
los ojos y tomó dos bocanadas de aire.
Sin embargo, su sonrisa se borró cuando vio que ella abría los ojos. No tenía la misma
expresión que antes. Y no le temblaba la mano. En absoluto. De hecho, parecía más
centrada que nunca.
Justo cuando el padre John intentó abrir la boca para decir algo, escuchó dos disparos
cortando el silencio.
Charles se atrevió a abrir los ojos un segundo más tarde de oír los dos disparos. Se miró
a sí mismo preparado para lo peor, pero no vio nada. No había sangre, ni manchas. No
había nada más...
Dio un respingo cuando vio que se estaba formando un charco de sangre a sus pies por
el disparo que había recibido cada guardia.
Alice, por su parte, respiró aliviada de no tener que seguir fingiendo en esa tontería.
Su mano firme se giró en seco hacia el padre John y se acercó a él. El hombre había
empalidecido, pero a ella no le importó.
—Charles —le dijo sin mirarlo—, coge las pistolas de los guardias.
—¿Eh? —él reaccionó por fin—. Espera, ¿sigo vivo? ¿Otra vez? Es decir... no siento
nada.
Escuchó que daba saltitos entre los guardias para saltear la sangre y alcanzar sus
armas.
Alice intentó no poner los ojos en blanco con todas sus fuerzas cuando volvió a su lado
con las manos manchadas de sangre, dos pistolas y una gran sonrisa.
—Charles, céntrate.
—¡Os estoy...!
—¿Y cuándo querías que te lo dijera? Ni siquiera estaba segura de que estuvieras
vivo?
—¡Estoy diciend...!
—¿No has venido a salvarme a mí? ¿Qué clase de novia eres tú?
—¿Te quieres callar? Estamos hablando de cosas importantes. No todo puede girar a tu
alrededor, viejo egocéntrico.
—¡Me da igual! —les espetó el padre John—. ¡Os recuerdo que estáis en mi ciudad
y que os habéis atrevido a atacar a uno de mis...!
Se detuvo en seco cuando Alice, sin siquiera parpadear, bajó la mano y le disparó
en la pierna buena.
—¿Callarme? —el padre John negó con la cabeza, invadido por la adrenalina—. No sabes
el error que has cometido, pequeña desagradecida. No tienes ni la menor idea de lo que
has hecho.
—He matado a tus dos guardias —replicó Alice lentamente—. Y luego mataré a los
demás guardias que no estén dispuestos a rendirse, haré lo mismo con tus queridos
científicos, sacaré a los androides de aquí y luego destruiré tu bonita ciudad, justo como
tú hiciste con la mía hace unos meses. Oh, y entre todo eso, pienso recuperar a Rhett.
Charles, que se había mantenido a un lado todo ese tiempo, apretó los labios en una dura
línea.
—Me temo que parte de tu plan ha fallado —le dijo el padre John lentamente a Alice.
Ella no respondió. Al menos, durante unos segundos. Su mirada era helada cuando
él abrió la mano y dejó caer los restos de la tarjeta en el suelo.
—Max no hubiera necesitado pensarlo dos veces porque me conoce mucho mejor de lo
que tú me conocerás jamás. Y habría sabido al instante, solo con
mirarme, que nunca le daría una información tan valiosa a alguien como tú. Jamás.
Ella sacó algo de su bolsillo. Un pequeña tarjeta negra. Él abrió los labios, pero no pudo
decir nada.
—La información real ha estado aquí todo el tiempo —Alice lo observó, impasible—.
Lo que acabas de destruir son los recuerdos oscuros que Alicia tenía sobre ti. Supuse que
no volvería a necesitarlos.
Silencio. El padre John dejó caer la mano en su regazo, olvidándose incluso de su dolor
en la pierna.
Alice se acercó a él lentamente y él fue incapaz de moverse cuando ella se inclinó hacía
delante y sacó la tarjeta para abrir puertas del bolsillo delantero de su camisa. Le echó
una ojeada y se la lanzó a Charles, que la atrapó con la mano libre.
Él no entendió muy bien a qué se refería hasta que Alice volvió a estirar el brazo. Solo
que esta vez apuntó directamente en su estómago. El padre John perdió todo el color de la
cara.
Alice vio cómo, en sus ojos, todo tipo de emociones hacían que se quedara quieto
en su lugar. La más obvia era la de terror.
—Alice... —él negó con la cabeza lentamente—, no tienes que hacer esto. Soy tu
padre.
—Te equivocas —lo cortó—. He tenido suerte de encontrar una familia. Y, precisamente
por eso, para protegerla, es por lo que voy a apretar este gatillo.
—Esto es por Jake. Y por su madre —ella apretó los labios—. Y, especialmente, por
Alicia.
—Adiós, John.
Él la siguió fuera de la sala y cerró la puerta tras él, pero detuvo a Alice del brazo antes de
seguir avanzado.
—Ni se te ocurra —advirtió Alice—. No me siento mal por ello. En absoluto. Debería
haberlo hecho hace mucho tiempo.
Charles dudó antes de seguir hablando, y ella agradeció que cambiara de tema.
—Sé que ahora la tensión está un poco alta como para pensar, pero no sé si te acuerdas
del pequeño detalle de que estamos rodeados de gente que quiere matarnos.
—No se me ha olvidado.
—¿Y puedo preguntar si hay algún plan? —él soltó una risita nerviosa—. ¿O solo...
iremos improvisando sobre la marcha?
Ella cruzó el pasillo entero y subió las escaleras principales, cosa que pareció aumentar
considerablemente el nivel de estrés de Charles.
—¿Cuál es la estrategia? ¿Ir por la ciudad como si nada hubiera pasado para escapar?
—Sí, pero espero que eso no implique que todo esto sea un plan suicida.
Ella volvió a subir unas escaleras sin molestarse en asegurarse de que no hubiera
nadie. Él la seguía, mirando cada rincón que cruzaban en busca de guardias.
—¿Por qué?
Alice lo ignoró categóricamente y sacó la pistola del cinturón cuando escuchó pasos al
otro lado de la puerta de las escaleras. Sin embargo, los pasos se alejaron rápidamente y
la abrió. Fue directa al pasillo sin salida y Charles la siguió dócilmente. Incluso cuando
abrió la última puerta y llegaron a la sala vacía con la ventana rota. Se quedaron los dos
ahí de pie un momento.
—Bueno, no es que muy tenga buenos recuerdos de este rincón particular del maravilloso
mundo —murmuró Charles.
—Sigo acordándome de que soy el chico más guapo que has visto.
—¿Eh?
—No.
Alice entrecerró los ojos en dirección a la gran puerta cerrada de la muralla. Justo cuando
empezó a sacar la ventana, se dio cuenta de que Charles estaba a su lado y la detenía.
—Hemos tenido suerte de que no nos escucharan abajo —le dijo torpemente—, pero no
vamos a tener la misma si disparas aquí.
—Lo sé.
—Lo sé.
—Mira, entiendo que tu concepto de diversión sea un poco extremo, pero el mío es estar
sentado en un sofá con una cerveza en la mano. ¿No podemos volver directamente?
Ella levantó el brazo y apuntó durante unos segundos, sujetando el arma con ambos
brazos para que no temblara. Apuntó directamente al pequeño poste de electricidad que
tenían a unos treinta metros. Casi se acordaba de haber hecho lo mismo en La Unión.
Separó un poco mejor los pies y, cuando estuvo segura de que apuntaba al lugar
correcto, disparó.
Al instante en que la bala entró en contacto con el panel del poste, hubo una pequeña
explosión que hizo que saltaran chispas al aire. Todos los guardias que había alrededor se
apartaron, asustados. Charles también dio un paso atrás, confuso.
—Vale, creo que es un buen momento para que me aclares unas cuantas cosas.
¿Sabes que van a abrir esa puerta en cualquier momento y van a venir corr...?
¡Oye!
Él resopló, pero lo hizo. Alice bajó de un salto al tejado del piso inferior y entró por la
ventana, aterrizando en el pasillo vacío. Charles aterrizo a su lado pocos segundos
después y empezó a seguirla. No entendió nada hasta que vio que se estaban acercando a
una puerta abierta.
—No exactamente.
Alice se detuvo en medio del pasillo sin llegar a la puerta y Charles vio que giraba la
pistola y golpeaba algo con fuerza en la pared. Él dio un respingo.
—¿Qué es eso?
—Tengo unos amigos que tienen que llegar todavía. No querría que se encontraran una
puerta cerrada.
Ella vio que Charles entreabría los labios al mirar la puerta abierta.
—Me debían un favor —explicó ella en voz baja—. Una vez los dejamos cruzar la
ciudad.
—¿No podías habérmelo dicho? Empezaba a pensar que se te había ido la olla.
—Se encargarán de los guardias. Y tienen órdenes de no atacar a nadie que decida
rendirse.
—¿Qué alarma?
Ella puso los ojos en blanco y se metió entre la manada de salvajes que seguían entrando
en el edificio. Realmente eran muchos más que los guardias. Ella no se esperaba a tanta
gente.
Todavía recordaba haberse ido precipitadamente de la zona de Max para ir a una de las
ciudades libres. Se había quedado en una de las casas durante casi una hora hasta que por
fin apareció uno de ellos. Le había pedido hablar con su líder y, gracias al pacto de
neutralidad al que habían llegado, a él no le quedó más remedio que escucharla.
Convencerlo de que tenía que devolverle el favor por dejarles cruzar la ciudad había sido
sorprendentemente fácil. Aunque Alice sospechaba que había accedido a invadir la
ciudad con ella solo porque odiaba a esos científicos tanto como ellos odiaban a los
salvajes.
Cruzó entre la gente hasta llegar a las escaleras. Escuchó gritos y unos pocos disparos,
pero los ignoró mientras iba directamente a la sala de control a la que habían ido ese día.
Pasó la tarjeta del padre John por la zona, pero fue inútil. La pantalla táctil se iluminó de
rojo. Intentó abrir con el pomo, pero también fue inútil.
—Está bloqueada por alguien —le dijo Charles—. Creo que vamos a tener que ser un
poco más bruscos.
—¿Tienes alguna idea?
—Unas cuantas.
Los dos tenían las pistolas en la mano cuando entraron, alerta, pero no parecía haber nadie.
Se giró instintivamente hacia la zona que escondían unos cuantos ordenadores y escuchó
a Charles detrás de ella, cubriéndola mientras se acercaba bajo la mesa. Tensó la mano
entorno a la pistola antes de bajar la mirada y encontrarse directamente con un guardia
escondido y aterrado.
Él también la reconoció al instante. Alice pudo ver que sus ojos pasaban de la
incertidumbre y el miedo al terror más absoluto.
—Vaya, mira a quién tenemos aquí —ella esbozó media sonrisa malvada—. No te
imaginas cómo me alegro de volver a verte.
—¿Yo...?
—¿Te acuerdas de lo que te hice la última vez que perdí la paciencia contigo?
—Bueno, pues lo hice sin estar armada. Así que te recomiendo que hagas lo que te
pida. Ya. Ponte de pie.
Él intentó hacerlo tan rápido que se dio un cabezazo sonoro contra la mesa. Alice
puso los ojos en blanco cuando Charles soltó una risita a su espalda.
—Oye, lo que pasó... eh... si hubiera sabido que me estabas entendiendo no...
—Milo.
***
Jake se estaba poniendo el cinturón a toda velocidad y muy torpemente mientras corría
como un loco por el pasillo. Ya estaba jadeando cuando llegó a la altura de Max. Él puso
los ojos en blanco, crispado.
—No puedes venir —le dijo bruscamente—. Te lo he dicho muchas veces, Jake.
Jake los siguió de todas formas, enfurruñado, hacia la puerta principal. Justo cuando iba a
abrir la boca para protestar, vio que Max se detenía de golpe, deteniendo también al grupo.
Se giró, confuso, y vio a un Kai tembloroso y rojo bloqueando la puerta con los brazos
estirados.
—Que... ejem... no te diría que le había dado la información del padre John. Y que no te
dejaría salir de la ciudad. La primera no se ha cumplido muy bien, así
que todavía me queda la segunda.
Jake se apiadó del pobre Kai cuando Max se inclinó hacia él, dirigiéndole una mirada
glacial.
—¿Qué señal?
—P-pero...
—¿Kai? —la voz de Alice inundó la sala, completamente silenciosa—. ¿Estás ahí?
Kai estaba tan nervioso que su sonrisita de triunfo ante la perplejidad de Max tembló
visiblemente. Él pulsó un botón y se acercó el aparato a la boca.
—E-estoy aquí.
—¿Se puede saber qué te crees que estás haciendo? —le espetó a Alice.
Jake vio que el ceño fruncido de Max se hacía más profundo cuando ella soltó una risa un
poco seca.
Jake abrió mucho los ojos y miró a Trisha, que a su lado parecía tan sorprendida como él.
Max les dio la espalda y tardó unos instantes en responder.
Demasiados. Alice se adelantó.
—¿Bajo cont...?
—Volveré esta noche si todo va bien. Oh, y Charles está vivo. Adiós.
***
Alice esquivó a otro salvaje cuando siguió guiando a Milo por los pasillos. Finalmente,
llegaron al último piso y él se detuvo delante de una de las múltiples puertas.
Alice seguía apuntándolo en la espalda con una pistola, pero dejó de hacerlo cuando
Charles la sustituyó. Sacó la tarjeta de su bolsillo y enarcó una ceja en dirección al
guardia.
Ellos se apartaron y Alice se situó delante de la puerta. Pasó la tarjeta por el panel, que se
iluminó de un verde un poco apagado antes de escuchar un click.
Al abrirse, vio una sala parecida a la celda que había ocupado ella durante lo que había
parecido una eternidad en su primera vez en esa ciudad. Sin embargo, esa era individual.
Y más lujosa.
Entró con la pistola en la mano, guardando la tarjeta sin molestarse en cerrar la puerta.
Barrió la habitación con los ojos hasta que encontró lo que deseaba.
Giulia.
Ella estaba sentada en la cama, con la espalda apoyada en la pared. No parecía muy
sorprendida de verla. De hecho, se limitó a soltar una risa entre dientes y a negar con la
cabeza.
Se miraron fijamente durante unos segundos. Alice había querido que sonara amenaza.
Le hervía la sangre solo con verla. Solo podía pensar en que había sido ella la que
había apretado el gatillo contra Rhett. Todo ese infierno había empezado por su culpa.
E iba a encargarse de que tuviera algo a cambio. Algo poco agradable.
Vio venir el golpe. Giulia intentó darle una patada y pasar por su lado a la puerta abierta,
pero Alice fue más rápida. Le sujetó el tobillo y le barrió el pie que tenía en el suelo con
una pierna. Giulia cayó al suelo con un golpe sordo y Alice clavó un pie en su cuello,
inmovilizándola. Justo como había hecho Giulia cuando se había llevado al bebé.
Tenía tantas ganas de apretar el gatillo y acabar con eso que casi se le olvidó que tenía
cosas pendientes antes de ello.
Giulia soltó una risa entre dientes cuando intentó zafarse y fue incapaz de hacerlo.
—No sabes lo que te hará el líder cuando se entere de que lo has traicionado, chica —
replicó ella—. Vas a arrepentirte del día en que te crearon.
Por primera vez desde que la conocía, Giulia borró toda expresión de altivez por completo.
En su lugar, se quedó mirándola con ingenua sorpresa.
—¿Cómo?
Durante unos segundos, la mujer no dijo nada. Sin embargo, terminó obligándose
a reaccionar.
—¿Y qué quieres de mí? Porque me necesitas para algo, ¿no? Si no, ya tendría una bala en
el cerebro.
Alice había sacado la pistola para apuntarla en la cabeza y que hablara antes. Sin
embargo, no puedo evitar una mueca confusa cuando Giulia empezó a reírse.
Alice sintió que sus dedos se apretaban entorno a su arma. El corazón empezó a latirle
con fuerza. Y con rabia. Giulia seguía sonriendo.
—Le dije a tu querido padre que no te creara. Que era un error. Nunca me escuchó. Estaba
obsesionado con tener a su querida familia para siempre.
—No, pero se mantienen. Tú nunca envejecerás, chica. No por fuera, al menos. Pero tu
esperanza de vida es la misma que de un humano. Entonces, tu núcleo empezará a
apagarse.
—¿Cómo?
—La máquina no puede hacerte daño, idiota —le espetó Giulia, apartándole el pie de su
cuello—. Absolutamente todo lo que tienes en el cuerpo menos una pequeña parte del
cerebro y el núcleo de tu estómago es humano. Puedes tener algunas enfermedades
humanas, pero te aseguro que no hay enfermedades de androides.
Alice estaba tan sorprendida que permitió que se sentada con la espalda apoyada en la
pared. Incluso bajó el arma sin darse cuenta, pero Giulia no parecía tener ninguna
intención de irse. De hecho, solo se acomodó, mirándola fijamente.
—Él me curó —aclaró Alice—. Tenía una falta de... algo... y él me curó.
—No tenías una falta de nada, idiota. Solo se ocupó de que lo que habías hecho no te
matara.
—¿Em... embarazada?
—Sí, querida, despierta. Lo que tenías no era ninguna falta de nada. Era un
embarazo. Tuvo que terminarlo para que no te matara.
—Tu amiguita Eve debería ser un buen ejemplo de que sí pueden quedarse embarazadas
—replicó Giulia, enarcando una ceja—. La diferencia es que a ella la modificaron para
que pudiera soportarlo. E incluso así no sirvió para que sobreviviera. A ti no. Te habría
matado, querida.
Alice seguía mirándola fijamente. Le daba la sensación de que le zumbaban los oídos.
—Pero no te preocupes —añadió Giulia con una sonrisa—, te modificó para que no
pueda volver a suceder. Enhorabuena, eres oficialmente estéril. Ya no puedes traer a
ningún pobre niño a este mundo de mierda.
Como Alice seguía sin reaccionar, Giulia suspiró y cerró brevemente los ojos.
Alice por fin se obligó a sí misma a volver a la realidad, aunque la cabeza le daba
vueltas. No sabía qué pensar. No sabía qué sentir. No sabía qué hacer.
—No lo sé, idiota —Giulia puso los ojos en blanco—. ¿Te crees que a mí me
enseñaba algo de eso? Ese hombre no confiaba en nadie. Solo servía para manipular.
—Si tanto le odiabas, ¿por qué demonios has estado a su lado tanto tiempo?
—Cuando vivías en la zona de los androides sabías perfectamente lo injusto que era el
trato con vosotros, que vivíais en una dictadura y que, en cuanto dijerais algo
inapropiado, os castigarían. Y nunca hiciste nada para cambiarlo. Ni siquiera te hubieras
marchado de no haber sido por lo que pasó.
—No entraré a hablar de eso —murmuró—. Dime dónde puedo encontrar las
máquinas o...
—¿No has pensado que no va a servirte de mucho encontrarlas sin saber usarlas?
Alice se quedó callada un momento, intentando no dejar ver que creía que tenía razón.
—No.
—Es una lástima que hayas matado al padre John tan precipitadamente, chica. Ahora
no podrás llevar a cabo tus experimentos.
Giulia soltó una risita burlona cuando vio que el pecho de Alice subía y bajaba a toda
velocidad.
—Oh, no te alteres tanto. Seguro que encuentras una solución.
—Cállate.
Alice enarcó una ceja, todavía un poco tensa, cuando ella se llevó una mano a la espalda.
Enseguida adoptó una posición defensiva, pero Giulia solo sacó dos tarjetitas negras de su
bolsillo. Las extendió hacia Alice.
—¿Qué es?
—Dos cosas que el líder no quería que llegaran a ti, obviamente. ¿Te crees en serio que
me encerró aquí por lo de tu novio? Oh, por favor. Solo me encerró para que me ocupara
de guardar esto. Pero... sinceramente, ya está muerto. Así que me da igual.
—¿Qué es?
—La primera, es la información completa de la cabecita del padre John acerca de los
androides. Muy útil, la verdad. Y la segunda... bueno, son mis recuerdos
sobre lo que pasó.
—¿Yo? —Giulia empezó a reírse amargamente—. Nada. Solo quiero que todo esto se
termine de una maldita vez.
Alice dudó, mirándola fijamente. Sopesó el arma entre sus dedos y quitó el seguro.
Giulia ni siquiera parpadeó.
—No puedo dejarte vivir después de lo que hiciste —le dijo en voz baja—.
Aunque me ayudaras a arrasar la ciudad, no podría.
—Oh, qué pena —Giulia puso los ojos en blanco—. Y todo por disparar a tu
maldito novio.
—El veneno es letal para los humanos —Alice apretó los dedos—. Si hubiera sido en
un brazo, o en una pierna, o donde fuera... pero no. Tuvo que ser en el estómago.
—¿Saber el qué?
—Lo de tu novio.
Ella sintió que su pecho empezaba a palpitar con fuerza y no supo por qué.
—¿Para eso querías las máquinas? ¿Para transformarlo? —Giulia se puso de pie,
mirándola—. ¿Creías que era humano?
Pero Alice no pudo responder. Solo fue capaz de pasar torpemente, temblando, la tarjeta
por el lector. La pantalla se iluminó y escuchó un leve click.
Una parte de ella sabía que Giulia podía haber mentido. Que era muy probable. Pero no
quería creerlo. Había estado tan centrada en convencerse a sí misma que de había muerto
que no se había molestado en considerar la posibilidad de que no fuera así.
Con una mano temblorosa, empujó la puerta y no se molestó en levantar la pistola. Solo
dio un paso hacia el interior de la habitación y la registró con los ojos con la cabeza
zumbándole.
Y, entonces, sus ojos se clavaron en el chico que se había puesto de pie nada más
verla, paralizado.
Alice ni siquiera recordaba tener la pistola en la mano, pero de pronto sintió que
resbalaba entre sus dedos y chocaba contra el suelo, rompiendo el denso silencio que se
había formado en la pequeña celda.
Rhett estaba delante de ella. Sin ser una simulación. Ni un sueño. Estaba realmente delante
de ella. Estuvo a punto de pellizcarse a sí misma para asegurarse, pero una parte de Alice
ya lo sabía. Era él. Él de verdad.
Pero...
Sintió que la inmediata esperanza que había sentido al verlo empezaba a desvanecerse
lentamente. Tragó saliva cuando vio la extraña expresión en los ojos de Rhett.
La última vez que ella había estado ahí, en una celda, le habían borrado todos los
recuerdos de la ciudad. Y Rhett era un androide —según Giulia, al menos—, por lo que
era posible que le hubiera sucedido lo mismo.
Entonces, ¿no la estaba reconociendo? Alice sintió que una nube de terror se instalaba en
su cerebro. No. Tenía que reconocerla. No había llegado tan lejos como para no...
Detuvo el hilo de sus pensamientos cuando Rhett soltó un suspiro y apartó la mirada.
Ella tensó cada músculo de su cuerpo, incapaz de hablar. Así que lo hizo él, sin
mirarla.
—Cuando he empezado a escuchar disparos algo me ha dicho que tendrías algo que ver
—masculló, poniendo los ojos en blanco.
Alice dudó antes de dar un paso hacia delante. Le temblaban las manos.
—¿Qué?
—¿Sabes quién soy? —insistió—. ¿Te acuerdas de mí? ¿Te acuerdas de... de algo
relacionado conmigo?
Rhett mantuvo los ojos clavados en ella por lo que pareció una eternidad. Su expresión fue
más confusa a cada segundo que pasaba.
—¿E-eso es un sí?
Alice soltó un suspiro con tanto alivio que casi cayó de rodillas al suelo. Parte de la
angustia que había estado soportando esos días se aliviaba. Aunque fuera solo por un
rato. Estaba a punto de llorar.
—Entonces, ¿qué? —Rhett se cruzó de brazos—. ¿Los disparos tienen que ver contigo o
no?
—Pues claro que tienen que ver conmigo, ¿o te crees que el pasatiempo más popular por
aquí es pegarse un tiro en el estómago?
—Pero ¿tú te has vuelto loca? ¿Has venido aquí solo por... por rescatar a esos
androides?
—¡Pues mira, creía que estabas muerto, sí! ¡Y, si no podía hacer nada al respecto, iba a
matar a Giulia, a John y a todos los que lo habían provocado!
—Madre mía, ¿cuándo te has vuelto tan vengativa? La última vez que lo comprobé eras
una dulce e inocente androide.
—¿Salvarme? ¡¿Tienes idea de lo que han sido estos días pensando que estabas.. que...?!
¡Eres un idiota! ¡Han sido los peores días de mi vida, Rhett! ¡Y todo porque no me diste la
oportunidad de intentar sacarte de ese edificio!
—¡Si no hubiera hecho lo que hice, ahora mismo los dos estaríamos aquí
encerrados!
—¡Creía que el veneno iba a matarme de todas formas, Alice! ¿Qué sentido tenía
arriesgarse si iba a morir?
—¡No estás muerto!
—¡Pues no! ¿Se puede saber por qué parece que eso te enfada?
—¡Porque... agh! ¡Como salgamos de aquí vivos, voy a dispararte yo misma por
imbécil!
—Bueno —Charles seguía sujetando al guardia, y ambos miraban todo desde la puerta—,
esto no está siendo el reencuentro romántico que esperaba, la verdad.
Por supuesto, tanto Alice como Rhett lo ignoraron. De hecho, ella ni siquiera se
acordaba del detalle de que estaban ahí cuando se acercó a Rhett, furiosa, y le clavó un
dedo en el pecho.
—¡¿En qué momento se te ocurrió que era una buena idea dejarme sola?!
—¡Si me hubiera atrevido a hacer yo eso, habrías pateado la maldita puerta hasta
sacarme del pelo del edificio!
—¡No te habría sacado del pelo! ¿Quién te crees que soy? ¡Solo te habría
arrastrado un poco!
—¡Es que tener un imbécil tan cerca hizo que se me dispararan los sentidos y fuera
incapaz de quedarme inconsciente!
—¿Yo?
—¡Sí, cuando estábamos en la colina! ¡Me dijiste que seguías teniendo dolor de espalda!
—¿Maleducado? ¡Hace dos días no sabías qué quería decir preciosidad y ahora me
hablas de educación!
Alice hizo un ademán de responder, pero por puro impulso en su lugar se limitó a
agarrarlo de la camiseta y tirar con fuerza hacia ella. En menos de un segundo, lo estaba
besando. Y con ganas. Con muchas ganas. No más que Rhett, que le correspondió tan
rápido como si también lo hubiera estado esperando.
De hecho, quizá el beso se alargó un poco más de lo necesario teniendo en cuenta los
disparos que se oían de fondo. Y que Charles y el guardia seguían mirándolos desde
la puerta.
Alice casi se había olvidado de todo ello cuando Charles carraspeó. Tuvo que hacerlo tres
veces, cada vez más ruidosamente, para que al final los dos se giraran hacia él, molestos.
—Esto es muy bonito, pero os recuerdo que hora mismo la mitad del edificio quiere
matarnos.
Alice suspiró y soltó su camiseta. No se había dado cuenta de que había estado
agarrándolo con dos puños. Respiró hondo antes de agacharse y recoger su pistola.
Seguía sin saber cómo reaccionar, así que intentó mantener la cabeza fría. Tenía
demasiados sentimientos mezclados dentro.
—Milo —corrigió.
—¿Ya te has olvidado de él? —Charles levantó y bajó las cejas varias veces—. La
última vez que estuvimos aquí, se mostró muy cariñoso con nuestra novia.
Alice puso los ojos en blanco cuando ellos empezaron a pelearse por el pobre Milo. En su
lugar, registró la habitación con la mirada y revisó los muebles. Una parte de ella esperaba
encontrarse más tarjetas de memoria que hubieran extraído a Rhett. Pero no fue así. Menos
mal.
—¿A quién tenéis que abrirle qué? —Rhett por fin tenía el guardia agarrado del cuello
y sujeto contra la pared, pero parecía haberse olvidado de ello y solo los miraba con
confusión mientras Milo intentaba retorcerse para escapar.
—Es una... larga historia —Alice sacudió la cabeza—. Tenemos que
deshacernos de Milo.
Él se quedó pálido, pero Rhett se giró hacia él como si acabaran de concederle su mayor
deseo.
—¿Con Giulia?
Alice se detuvo en el pasillo y abrió la puerta con la tarjeta. Giulia estaba sentada en su
cama, y ahí permaneció con expresión perpleja cuando Rhett empujó a Milo dentro,
todavía sin entender nada. Cuando Alice cerró la puerta y se escondió la tarjeta, él
frunció el ceño.
—Ah, vale.
De hecho, se quedó mirándolo fijamente y él hizo lo mismo con ella. Alice estaba a punto
de desmoronarse bajo esa fachada de enfado que se había construido para no confesarle
lo mucho que le había echado de menos, pero le daba la sensación de que Rhett lo sabía
aunque no lo hubiera expresado en voz alta.
—Gracias por darte cuenta de ese detalle diez minutos después de haberme visto.
—¿No te dispararon?
—No en el estómago. Y podría preguntarte lo mismo. ¿No deberías estar envenenado y
muerto?
Alice ya había emprendido el camino hacia la sala de control mientras ellos discutían,
siguiéndola. No había tiempo que perder. Aunque tuvieran mucho de lo que hablar.
—Puede que la bala no tuviera veneno, después de todo —murmuró Rhett—. Aunque
te aseguro que lo parecía.
Ella estuvo a punto de decir lo que había descubierto con Giulia, pero prefirió guardárselo
hasta que estuviera segura de que era verdad. Y hasta que no tuvieran tanta prisa para salir
de esa ciudad, preferiblemente.
Llegó al pasillo de las escaleras esquivando a unos cuantos grupos de salvajes. Rhett los
miró con una mueca confusa, pero no dijo nada y siguió detrás de Alice.
—Eso da ig...
Se detuvo cuando él la agarró bruscamente del brazo y le dio la vuelta para que lo mirara.
Antes había parecido molesto. Ahora parecía realmente enfadado.
—¿Has venido aquí sola? —repitió, levantando la voz.
—¿Realmente importa?
—Sí, Alice. Importa. Importa mucho —le espetó—. No sabías que Charles estaba vivo.
No sabías que yo estaba vivo. No dijiste nada a Max, porque si lo hubieras hecho estaría
aquí contigo. Así que viniste sola, ¿no?
Ella sintió que se le encendían las mejillas por primera vez en mucho tiempo.
—Bueno... eh...
—¿Se puede saber qué te pasa? —él frunció el ceño, furioso—. ¿Qué demonios
pretendías? ¡Podrían haberte matado! ¿Eres consciente de eso?
Sí, lo era. De hecho, lo había sido todo el tiempo que había pasado en esa ciudad. Y se
había encontrado a sí misma contemplando esa posibilidad muchas veces. Ninguna con
miedo o arrepentimiento. Solo... aceptándolo. Como si ya no valiera la pena intentar no
hacerlo.
Pero eso no lo habría admitido jamás. Y menos delante de Rhett, que seguía
mirándola con los ojos llameándole del enfado.
Cualquier intento de discusión quedó sofocado cuando bajaron las escaleras y llegaron al
piso que querían. Alice empujó la puerta y Charles tiró de su hombro hacia atrás
impulsivamente. Ella vio que una bala pasaba silbando justo donde
había estado su cabeza un segundo atrás. Su corazón se aceleró por la
adrenalina.
—Te noto distraída, querida —le dijo él, dándole una palmadita en el hombro.
Eso se quedaba muy corto. Tenía tantas emociones dentro que apenas era
consciente de lo que estaba haciendo.
Cuando el sonido de disparos tras la puerta desapareció, abrió de nuevo la puerta, esta
vez precavida. No había nadie. Nadie vivo, al menos. Intentó no mirar el suelo y cruzó el
pasillo. En cuanto fue a girar para llegar al que conducía a la puerta de la sala de control,
se detuvo abruptamente al escuchar voces en él. Charles y Rhett también se detuvieron
mientras Alice intentaba agudizar el oído.
—Esto está siendo demasiado fácil —comentó Rhett cuando los tres se
asomaron al pasillo vacío.
—No seas tan pesimista —protestó Charles—. Desprendes malas vibraciones, Romeo.
Los dos intercambiaron una mirada que indicaba que era poco probable. Pero tampoco
había mucha más alternativa.
Ella sacó la pistola y fue directa a la puerta. La abrió solo por una rendija y se aseguró de
que no había nadie antes de entrar e ir directamente al ordenador que pretendía. Apenas
se había sentado cuando la puerta se cerró. Puso los ojos en blanco.
Su mueca molesta desapareció cuando se dio la vuelta y vio que ahí, de pie, no estaban
ni Rhett, ni Charles. Estaba Kenneth.
Hacía tanto tiempo que no lo veía que el único recuerdo que le vino a la mente fue el
momento en que él le sonrió antes de llevarse al bebé de Eve de la ciudad. Alice
recordaría esa sonrisa petulante el resto de su vida, muy a su pesar.
Alice volvió a ponerse de pie con la pistola en la mano. Sintió que le empezaban a
palpitar las sienes por el enfado que se empezaba a acumular en su cuerpo.
—Eres un traidor —le espetó—. Te dejamos quedarte con nosotros y, a cambio, nos
vendiste en cuanto tuviste la oportunidad.
Kenneth soltó una risa muy despectiva antes de descruzar los brazos y estirar el cuello.
—Bueno, parece que voy a tener que encargarme yo mismo de poner fin a tus
tonterías. No puedo decir que no me alegre. A no ser que quieras llamar a tu novio
para que te defienda. O usar la pistolita para terminar antes.
Alice sintió que se le crispaba la expresión. Estaba intentando provocarla porque ella
llevaba ventaja. Ella tenía la pistola. Solo tenía que levantarla y apretar el gatillo para
seguir.
Deseó con todas sus fuerzas tener la cabeza fría, como Rhett y Max. Lo deseó de
verdad.
Dejó la pistola de un golpe en la mesa que tenía detrás y apretó los puños. Kenneth sonrió
burlonamente.
—Parece que alguien tiene ganas de que la pateen —murmuró, adoptando una posición
defensiva.
Sin despegar los ojos de él, se inclinó a un lado y pulsó el botón para abrir la puerta.
Kenneth apretó los labios en una dura línea y ella supo que había llegado el
momento de jugársela.
Alice no había peleado con nadie en mucho tiempo. Demasiado. Y las últimas veces
habían sido con Rhett. Pese a que él normalmente la trataba igual que al resto de alumnos,
esas últimas veces se había mostrado muy suave con ella.
Quizá eso jugarían a favor de Kenneth en esa ocasión.
Él se adelantó un paso y ella lo retrocedió, cubriéndose la cara. Pero él solo había hecho
un ademán de golpearla. Sonrió al ver lo tensa que estaba. Y Alice enrojeció con una
mezcla de rabia y humillación.
A pesar de saber que solo la seguía provocando, ella no pudo evitarlo y se adelantó.
Intentó darle un puñetazo en el estómago y él la bloqueó con un brazo. Quizá la enfureció
más saber que ese movimiento lo había aprendido de Rhett.
Ella también lo conocía. Cuando intentó doblarse sobre sí misma para librarse — justo
como le había enseñado—, él reconoció el movimiento y enganchó una pierna con las
suyas, tirándola al suelo.
Alice contuvo la respiración cuando su estómago chocó contra el suelo en un golpe sordo.
Su cuerpo entero quedó entumecido por un segundo, pero la
adrenalina le impidió quedarse quieta. En su lugar, se dio la vuelta a toda velocidad
y rodó por el suelo para esquivar la patada que él había estado a punto de darle en
la cabeza.
Cuando intentó ponerse de pie para recuperar el equilibrio, Kenneth se abalanzó sobre
ella. Lo único que pudo hacer fue intentar bloquearlo, pero fue muy tarde. Sintió el dolor
extenderse por todo su torso y parte de su brazo cuando un puñetazo le alcanzó las
costillas. No pudo evitar doblarse sobre sí misma. Él, por supuesto, aprovechó el
momento y le dio otro puñetazo. Esta vez en la cara.
Ella seguía sujetándose el estómago cuando cayó de rodillas al suelo. Su boca tenía un
sabor metálico. Sangre. Le sangraba el labio. De hecho, le palpitaba y hormigueaba media
cara. No podía sentir el labio inferior. Ni siquiera su dolor. Y sabía que eso dolería más
tarde.
Justo cuando lo asumía, sintió una mano grande rodeándole el cuello y levantándola del
suelo. Su respiración quedó ahogada en su garganta cuando Kenneth le estampó la
espalda en la pared, todavía sujetándola. Sus dedos apretaban su garganta con la fuerza
suficiente como para no matarla, pero hacer que se retorciera en busca de aire. Empezó a
sentir la presión aumentando en su cabeza mientras pateaba al aire incapaz de alcanzar el
suelo y se sujetaba su muñeca como podía.
Alice siguió intentando retorcerse. Consiguió un poco de aire al sujetarse con más
fuerza de la muñeca. Y lo usó para soltar la palabra que tenía en mente desde que
habían empezado esa conversación.
—Púdrete.
Kenneth sonrió. O eso le pareció. La vista empezaba a emborronarse. Sus brazos
empezaban a perder fuerza. Y ya no sentía su cuello. Solo su cabeza, palpitando por
el dolor.
—Me aseguraré de decirle a Max que fui yo quien se encargó de ti —le dijo
Kenneth.
No había llegado tan lejos como para que Kenneth lo mandara todo a la basura.
No supo de dónde había sacado fuerzas para hacerlo, pero sintió que su pierna se
impulsaba hacia arriba. Le dio tal patada entre las piernas que su propio pie empezó a
dolerse, pero no pudo pensar en ello, porque Kenneth se dobló ligeramente, abriendo un
poco los dedos.
Alice se aprovechó al instante y pensó a toda velocidad. Tenía que pensar en sus clases
con Rhett. ¿Por qué no lo había hecho hasta ese momento? ¿Qué le pasaba?
¿Qué haría Rhett? Intentó acordarse de todas sus lecciones y se acordó del día que les
había enseñado a pelear con alguien más grande que ellos. Había dado las instrucciones
a Jake también el día de las pruebas, cuando se había enfrentado a Kenneth. Solo tenía
que seguirlas.
Kenneth había estado demasiado ocupado maldiciendo por el dolor en la entrepierna, así
que perdió el equilibrio al instante. Los dos cayeron al suelo y Alice rodó lejos de él,
sujetándose el cuello —que ardía y dolía— y tosiendo para recuperar la respiración.
Y pensar que algunas veces, en las clases de Rhett, consideraba que lo que hacían era
poco útil y no prestaba atención... no se podía creer que acordarse de una de sus
lecciones acabara de salvarle la vida. Iba a besarlo hasta hartarse en cuanto lo viera.
Aunque primero tenía que librarse del gigante idiota que tenía tumbado al lado.
Alice se puso de pie al mismo tiempo que él. Kenneth había parecido mantener el
control hasta ese momento, pero ahora tenía el ceño fruncido y parecía furioso. Eso
jugaba en ventaja de ella. Un Kenneth furioso era un Kenneth que no calculaba sus
movimientos.
Y, efectivamente, cuando le lanzó un puñetazo fue mucho más fácil esquivarlo. Alice no
hizo un ademán de golpearlo de vuelta. De hecho, solo lo esquivó cuatro veces más. Él
ya estaba sudando y rojo de enfado cuando volvió a esquivar un golpe.
Alice recordaba lo que tenía que hacer; adelantarse a los movimientos de Kenneth.
Durante todo ese tiempo, había creído que era imposible hacerlo. Ahora, sin embargo, le
daba la sensación de que no era tan difícil.
Él se adelantaba con el pie derecho y echaba el hombro hacia atrás antes de golpear. Y
siempre iba a partes donde doliera de verdad. No se molestaba en intentar darle en las
piernas o en los brazos. Sus objetivos eran la cara, las costillas y, como último recurso, el
estómago. Alice esquivó un nuevo puñetazo. Él se enfureció todavía más. Estaba
descuidando sus movimientos.
Respiró hondo cuando vio que iba a darle un puñetazo en la cara. Se echó a un lado justo a
tiempo y atrapó la muñeca entre su brazo y sus costillas. Cuando él
intentó doblarse para sacarlo, ella se impulsó con la cadera y le dio un codazo con todas
sus fuerzas en la garganta.
Kenneth, claro, retrocedió tosiendo como un loco y cayó al suelo. Alice se adelantó y se
sentó encima de él, bloqueándole bruscamente los brazos con las rodillas. Cuando intentó
moverse, ella estuvo a punto de perder el equilibrio.
Pero no se movió.
Pero Alice ya lo ignoraba. Bajó la vista y empezó a deshacerle el cinturón. Notó que él
dejaba de removerse para marcharse, pero no levantó la mirada.
—Si lo que querías era terminar así, solo tenías que pedirlo —se burló Kenneth.
Alice estuvo a punto de darle otro puñetazo, pero prefirió centrarse en su tarea. Ya había
perdido mucho tiempo. Se lo sacó de un tirón y quitó la funda de la pistola, el cuchillo y
las balas, lanzándolas lejos en la habitación. Cuando solo quedó el cinturón, ella lo agarró
casi como un arma.
—Voy a moverme. Date la vuelta y pon las manos juntas en la parte baja de tu espalda o te
daré con el cinturón.
—Qué miedo tengo.
—Hazlo.
—¿Qué...?
Para su sorpresa, Kenneth lo hizo. En cuanto tuvo las manos atrás, Alice se las ató un
poco más fuerte de lo necesario. Después, se puso de pie y se tocó el cuello y la boca. Al
menos, había dejado de sangrar. Aunque sentía un rastro de sangre seca en su piel hasta
su camiseta. Efectivamente, miró abajo y vio que se había manchado.
Pero lo importante era que las puertas estaban abiertas. Se inclinó sobre las cámaras y
esbozó una pequeña sonrisa cuando vio que el resto de salvajes ya habían terminado de
entrar en la ciudad.
Alice lo miró de soslayo antes de acercarse y tirar bruscamente de sus manos atadas
para ponerlo de pie. Él gruñó, dolorido, pero no le quedó más remedio que hacerlo.
—No todos. Pero los guardianes de la ciudad, sí. Y no puedo esperar a ver tu juicio.
Alice lo empujó hacia la puerta y la abrió sin siquiera asegurarse de que no hubiera nadie.
Rhett y Charles se ocupaban de esa parte. Empujó a Kenneth y abrió la boca para
explicarse, pero se quedó muy quieta cuando, en lugar de Rhett, se encontró de frente con
Max.
Oh, oh.
Durante un momento, se olvidó de toda la valentía que había sentido hasta ese
momento y sintió que se hacía pequeñita en su lugar. No importaba cuántos locos
armados le pusieran por delante. Ninguno daba tanto miedo como Max enfadado.
Alice miró por encima de su hombro y vio que casi todos los guardias de su ciudad
habían venido con él. Y Trisha. Y Jake. Ambos estaban con Rhett y Charles. Suplicó
ayuda a todos con la mirada, pero ninguno fue a su rescate. De hecho, Trisha sonrió
maliciosamente.
De pronto, clavó los ojos en Kenneth. Él dio un respingo y bajó la mirada al suelo,
completamente rojo. Sí, Max podía aterrorizar a cualquiera.
Max le dedicó una mirada severa a Alice, pero no dijo nada. Ella dedujo que seguía
enfadado, pero estaba conforme con la decisión. Si no lo estuviera, ya hubiera protestado.
—Has abierto las puertas —le recordó con una ceja enarcada.
—Sí, pero...
—Tus salvajes se han encargado de tomar la ciudad cuando hemos llegado. Solo
hemos tenido que ayudar con los androides.
—Sí. Has abierto todas las puertas. También las de las celdas de abajo.
—No hemos podido contarlos. He dejado a Tina abajo encargándose de todo. Ella abrió
Max hizo un gesto a uno de los guardias y tres de ellos se acercaron para llevarse a
Kenneth por las escaleras. Max volvía a estar al mando. Aunque no estaban solos. Rhett,
Charles, Jake y Trisha seguían ahí, de pie. Él los miró de reojo hasta que pillaron la
indirecta y siguieron a los guardias. Entonces, volvió a clavar una mirada mordaz en
Alice.
—Eso parece.
—Mhm... no mucho.
—¿Un poco? —repitió Max, entrecerrando los ojos—. ¿Tienes idea de la cantidad
de cosas que podrían haber salido mal?
—¡Porque has tenido suerte, Alice, pero no siempre la tendrás! No puedes hacer lo que
quieras siempre.
Ella agachó la cabeza. De pronto, se sintió como una niña pequeña que había cometido
una estupidez. Aunque, bueno... quizá la había cometido.
—Pues claro que no lo había. Solo querías venir aquí y vengarte de todo el mundo,
¿no? Sin pensar en las consecuencias.
—Yo...
—Sé que no lo habías pensado, por eso te lo estoy diciendo —espetó él.
Ella respiró hondo cuando él clavó los ojos en ella. Seguía muy enfadado.
—Bueno, ahora que ya te he soltado todo esto... —suspiró—. Tengo que admitir que la
estrategia no ha estado mal.
—¿Eh?
—No estoy de acuerdo con el método ni con tus aliados, pero has tomado una ciudad
entera tú sola. En dos días —él negó con la cabeza—. Creo que es un récord.
Ella estaba tan sorprendida al ver que él ya no estaba enfadado que tardó todavía
más en responder.
—Voy a olvidarme de mi enfado por un rato porque lo que has hecho aquí ha sido
sorprendente.
Ella suspiró.
Max pareció esbozar una sonrisa, pero desapareció al instante en que se fijó mejor en
ella. Sus cejas se juntaron cuando le levantó la cara con un dedo, mirándole el
cuello.
—¿Has dejado que alcanzara tu cuello? —él casi pareció estar a punto de poner los ojos
en blanco—. Si Rhett hizo bien su trabajo, esquivar eso fue lo primero que te enseñaron.
Alice estaba a punto de adelantarse, pero se detuvo y miró a Max. Él enarcó una ceja,
confuso.
—¿Qué?
—¿Ahora?
—¿Para qué?
Salió corriendo sin esperar respuesta. Max la miró unos segundos, confuso, antes de
hacer lo que le había pedido. Alice, por su parte, bajó corriendo las escaleras y se detuvo
en el primer piso. Si no recordaba mal por los planos de la ciudad, en ese piso estaban
casi todas las máquinas. Abrió todas y cada una de las puertas hasta que por fin llegó a
una que tenía dos máquinas grandes e idénticas. Las de memoria. Sacó las dos tarjetitas
negras de su bolsillo
Apenas había encendido la máquina cuando Max apareció con todos los que había
mencionado. Cada uno parecía más confuso que el anterior. Kai especialmente.
—¿Eso es...?
—Sí. Necesito que me injertes estas tres memorias —le dijo Alice
precipitadamente.
—¿Por qué?
—¡Solo hazlo!
Hubo un momento de silencio. Cada uno pareció más confuso que el anterior.
Pero Rhett seguía sin parecer conforme con la situación. Se acercó a ella con expresión
tensa.
—La última vez que usaste una máquina así estuve a punto de perderte —le recordó
en voz baja—. Prefiero no saberlo y no arriesgarte.
—Ya tienes la información —le dijo, nervioso—. Ahora... ¿estás segura de que quieres
ver la memoria? La última vez no fue muy agradable.
—Solo ponla.
Alice los ignoró. En cuanto notó que estaba flotando, como había notado tantas otras
veces, abrió los ojos.
Ya no estaba en esa sala. Estaba de pie en medio del pasillo del segundo piso. Estaba de
pie junto a Giulia. Ella hizo un gesto a unas personas. Unos guardias se acercaron
corriendo a una puerta. El padre John empezó a avanzar hacia ellos. En cuanto llegó él
mismo a la puerta, la abrió de golpe y disparó en el interior.
Alice casi corrió para ver que, dentro de la habitación, solo estaban Davy, dos chicos que
no reconocía, y... ella, tumbada en una mesa, con Rhett a su lado. Él parecía haber estado
apuntándola con la pistola que tenía en la mano, pero ahora se había apartado
bruscamente con una mano en su pierna. El disparo del padre John le había rozado la
pierna.
Alice se preguntó lo mismo. Lo último que recordaba era el sonido de un disparo. Pero
creía que había sido para ella. Sin embargo, al acercarse a su cuerpo, se dio cuenta de que
ella estaba desmayada.
Rhett cayó al suelo en el recuerdo de Giulia. Había perdido el color de los labios. Alice
sintió que su corazón se contraía cuando intentó ponerse de pie al ver que el padre John
iba hacia ella, pero no pudo hacerlo y se cayó al suelo. Giulia se acercó a él y sonrió.
Rhett intentó moverse, pero no pudo. Durante unos momentos, pareció intentar hablar,
o alcanzar su pistola. Sus manos estaban llenándose de sangre. Giulia sonrió
maliciosamente cuando por fin alcanzó su pistola. No confiaba en que pudiera hacer
nada con ella.
Y, sin embargo, Rhett la levantó y disparó donde pudo: en la pierna del padre John.
Justo cuando él, aullaba de dolor, Rhett cayó de espaldas al suelo y cerró los ojos.
Alice se quedó mirándolo fijamente unos segundos. ¿Había... muerto? Ni
—¿Está muerta?
La voz de Giulia hizo que se diera la vuelta. El padre John se había incoporado ignorando
el dolor con sorprendente fortaleza. Buscaba el pulso a la Alice que estaba tumbada en la
mesa.
—Tenemos que irnos, líder. Hay un incendio en la planta superior. No tardará en llegar
aquí. Y tu herida...
El padre John, sin embargo, solo miró a Alice fijamente unos segundos. Giulia y sus
hombres parecían más nerviosos a medida que seguía sin hacer nada.
—¿Está muerto?
Giulia hizo un gesto a uno de sus guardias. Él se acercó a Rhett y le puso dos dedos en el
cuello. Después, negó con la cabeza.
—Traedla también.
—¿Lider...?
Justo cuando dos guardias se agacharon para recoger a Trisha, el recuerdo se volvió negro.
Alice se encontró a sí misma flotando en la oscuridad por unos instantes. Nadie dijo
absolutamente nada. Entonces, su alrededor volvió a iluminarse.
De alguna forma, supo que estaban en la sala del fondo del sótano. Y supo que esa sala
era la de creación de androides. Quizá solo lo sabía por la información que le había
añadido Kai recientemente. Giulia avanzó por la sala hasta llegar al padre John. Estaban
junto a dos camillas. En una estaba Trisha. En la otra estaba Rhett. Ambos seguían sin
moverse. Y el padre John ya llevaba el bastón por la herida de bala que tenía en la pierna.
—Lo sé.
—Sigo teniendo que encontrar a mi hijo. Y ellos me conducirán hacia él. Al igual que 43
cuando se recupere. Y le devuelva su memoria.
Así que así habían sabido dónde estaban en cada momento. Alice tragó saliva.
—Es imposible que no sepan que son androides —Giulia se cruzó de brazos—.
¿Qué hay del número? ¿Y de los recuerdos?
—Voy a tener que deshacerme de su brazo. Tenemos que simular que se ha salvado
del veneno manteniendo su condición humana.
—Eso es imposible.
—Pues creo que ellos estarán ahí para ver el espectáculo. Para que recuerden con quién
no deben entrometerse.
Alice intentó adelantarse, pero el recuerdo se volvió negro y ella se vio sumida en la
oscuridad. Al parpadear, se encontró de nuevo en la camilla. Se apartó la máquina de la
cara y miró a su alrededor.
—Toda mi vida criticando a los androides... y ahora resulta que soy uno de ellos.
***
Era de noche cuando Alice decidió que habían trabajado lo suficiente por un día. Habían
estado sacando cuerpos y limpiando sangre más tiempo del que hubiera deseado admitir.
No solo ella, sino también los miembros de su ciudad, los androides rescatados y los
guardias que se habían rendido.
En cuanto había salido del edificio el primer día, lo primero que había visto había sido a
Charlotte. Estaba entre los soldados que se habían rendido. Pero no fue a ella a quien
miró directamente, sino al bebé que tenía en sus brazos. El bebé de Eve. Después de
todo, había sobrevivido.
Entre los androides también había caras conocidas. Reconoció a Anya, a Blaise y a su
madre y a otros muchos que había visto en la ciudad. Evito el contacto con ellos tanto
como pudo. Se alegraba de que estuvieran bien, pero por algún motivo sentía que no
podría soportar que alguien le diera las gracias.
Tampoco había pasado mucho tiempo con Rhett, Jake, Trisha, Kilian o Max. Ni siquiera
con Charles, Kai o Tina. Había estado muy ocupada a propósito. Y muy pensativa. Tenía
mucho que considerar.
Anya pareció confusa, pero la siguió hasta un rincón un poco más íntimo. Alice suspiró y
se cruzó de brazos.
—¿Quiénes?
—Tú y los demás androides.
—Oh...
—Porque los demás no podían hacerlo. Eso hacen los líderes. Y ellos necesitan un líder,
créeme.
—Cuando vine aquí... la verdad es que lo único que quería era quemar la ciudad.
O hacer que explotara. Justo lo que ellos hicieron ella.
—¿Y no lo harás?
—No.
—Las dos sabemos cómo terminan los androides sometidos por humanos. Y, sí, quizá
estos humanos no son como los que hemos conocido hasta ahora. Quizá podríais vivir con
ellos sin problema, pero... ya va siendo hora de que seamos capaces de vivir por nuestra
cuenta.
Anya había estado mirándola fijamente durante todo el rato, pero no se pudo contener
más.
—Sí.
Sacó dos tarjetas negras pequeñas de su bolsillo junto con una más grande y blanca. Las
puso en la mano de Anya.
—Esto es una tarjeta de la ciudad. Imagino que habrá más copias; tendréis que
encontrarlas. Sirve para abrir cualquier puerta bloqueada. Y las dos pequeñas son... todo lo
relacionado con androides. Cómo se crean, cómo funcionan, cómo encargarse de cualquier
problema... todo. Solo tenéis que usar una máquina de memoria para poder meteros esa
información.
—Os estoy dando lo que es vuestro —dijo Alice, mirándola—. El poder de crear un
androide no debería ser de nadie más. Solo de un androide. Y sé que lo usaréis bien.
—No digas nada. Solo... lidera esta ciudad. Sé que lo harás bien.
No esperó una respuesta. Se alejó de ella con paso firme y anduvo por la ciudad,
alejándose del barullo de gente sin siquiera darse cuenta de ello. No se detuvo hasta
llegar a una de las salidas de la ciudad. Se apoyó en la valla ahora cerrada y se quedó
mirando la puesta de sol por unos segundos.
Apenas habían pasado unos segundos cuando escuchó pasos acercándose. Max se
detuvo a su lado y también se apoyó con los brazos en la valla.
Alice suspiró.
—Necesitaba pensar.
—¿En el castigo que te pondré?
Ella esbozó media sonrisa divertida, pero pronto se convirtió en una mueca algo triste.
Max la observó por unos segundos. Finalmente, se apoyó en la valla con un hombro para
mirarla mejor.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—Y lo estoy, pero...
—Ya tendrás tiempo para pensar en lo que sea cuando volvamos a la ciudad. Por ahora,
limítate a disfrutar de la victoria.
Se dio cuenta de que algo iba mal cuando ella bajó la mirada por un instante. Parecía
algo más triste que antes.
—¿Qué? —preguntó directamente.
La frase se quedó suspendida entre ellos por unos instantes. Max frunció ligeramente el
ceño, pero ella se limitó a mirarlo. Estaba diciendo la verdad.
—¿Entonces?
Alice esperó su reacción. Y no tardó en llegar. Pocas veces había dejado a Max sin
palabras. Esa era una de ellas.
—No —Alice le puso una mano en el brazo—. Tú tienes gente de la que cuidar.
Ella había esperado una sonrisa burlona. O una sombra de ella. Pero no la recibió.
De hecho, le sorprendió ver que Max parecía incómodo... y triste.
—No. Rhett y Charles quieren venir conmigo. Y creo que Jake y Kilian también. No
estaré sola.
A pesar de que esa despedida tenía un fuerte sabor triste, a Alice le dio la sensación que
había cierto orgullo en los ojos de Max cuando se dio la vuelta y la miró de nuevo.
—Si es lo que quieres, habrá que aceptarlo —dijo finalmente—. No me harías caso
aunque te pidiera que te quedaras.
—Lo sé.
Max suspiró y se acercó a ella. La observó un momento antes de esbozar media sonrisa.
—Creo que ya empiezo a entender lo del síndrome del nido vacío. Alice
parpadeó, confusa.
—¿Qué es eso?
Max empezó a reírse. Un hecho insólito. Alice no había podido verlo reír muchas veces.
Alice dejó que la guiara con un brazo por encima de sus hombros. Levantó la cabeza
para mirarlo.
—Oh, de eso nada. Voy a asegurarme de que lo cumplas. Aunque sea en otra ciudad.
Alice resopló mientras subían los últimos escalones para unirse a la fiesta.
—No.
Alice volvió a mirarse a sí misma a través del espejo. No estaba segura de si esa elección
de ropa era la más adecuada. Se escondió un mechón de pelo tras la oreja, se ajustó la
camiseta, quitándole las arrugas —aunque realmente no tuviera ninguna—, se subió los
pantalones y volvió a repetir el proceso, nerviosa.
No levantó los ojos hacia Rhett, que estaba apoyado en la puerta con un hombro,
mirándola. Sin embargo, esbozó media sonrisa.
—¿Y bien?
—Depende.
Ella sintió que su pecho se hundía junto con sus pocas esperanzas.
Ella lo miró por unos segundos antes de sonreír y empujarlo ligeramente del
hombro. Rhett se estaba riendo.
—Vas bien —dijo, ahora en serio—. No tienes nada que demostrar, así que
cálmate.
—Lo has hecho durante mucho tiempo —él abrió la puerta—. Venga, hazlo ya y deja de
pensártelo.
Alice suspiró y asintió con la cabeza —más para sí misma que para Rhett— antes
de salir de su habitación. Él la alcanzó en unas pocas zancadas y empezaron a bajar
juntos las escaleras.
—No entiendo qué te pone tan nerviosa —murmuró él, negando con la cabeza.
—Sí.
—Bien.
Los dos llegaron a la cafetería no mucho más tarde, pero no entraron junto con los demás.
Alice tenía un nudo en el estómago cuando se detuvo junto a la entrada de la ciudad.
Miró los muros nuevos y suspiró, mirando la puerta abierta. Notó que Rhett le ponía una
mano en la parte baja de la espalda al detenerse a su lado.
—¿Vas a ponerte a chillar cuando lleguen? —preguntó Rhett directamente.
—Sí, ya.
Apenas unos minutos más tarde, Alice escuchó el rugido de un motor de coche
acercándose y esbozó una pequeña sonrisa al ver que tres de los vehículos de Ciudad
Capital se detenían dentro de la ciudad. Unos cuantos androides bajaron de él —entre
ellos algunos que ella conocía—, pero Alice fue directa a ver a Anya.
Alice le dio un corto abrazo antes de separarse para mirarla. Anya ya no parecía una
androide inocente. De hecho, parecía mucho más adulta que la última vez que la había
visto. Y, por lo que había oído de la ciudad que ahora lideraba, era muy buena líder.
Esperaba que dijeran lo mismo sobre ella.
—Gracias por invitarnos —dijo ella—. La verdad es que tenía curiosidad por ver la
ciudad totalmente arreglada. ¿Cuánto habéis tardado en hacerlo?
—¿En reformar todos los edificios? —Alice resopló—. Dos largos años. Se podría decir
que esta noche celebramos Navidad y que por fin hemos dejado de construir cosas.
Anya empezó a reírse y, tras una pequeña charla, entró en la cafetería con los suyos. Alice
volvió junto a Rhett, que la miraba de reojo.
—Bueno, has mantenido tu aspecto de líder madura y fría —murmuró—, por ahora.
—¿Por ahora?
—Toda la noche.
—Ya, seguro.
Soltó un chillido de emoción y Rhett dio un respingo a su lado. Por no hablar del que
dio Max. Fue corriendo y —literalmente— se lanzó sobre él sin preguntarse si estaba
preparado para sujetarla. Por suerte, lo estaba. Le rodeó el cuello con los brazos y le dio
un abrazo casi asfixiante sin tocar el suelo. Max le devolvió el abrazo torpemente, algo
incómodo por tanto contacto humano.
—¡Por fin! —Alice se separó y volvió a tocar el suelo con los pies, mirándolo—. Me
esperaba un poco más de emoción, la verdad.
—Tú la tienes por los dos —él negó con la cabeza y volvió a mirar a su
alrededor—. Vaya, esto es...
Rhett se había acercado, pero obviamente no se lanzó a los brazos de Max a darle un
abrazo. De hecho, solo se quedó de pie junto a ella con las manos en los bolsillos.
—¡Venga ya, hace dos años que no os veis! ¿Ni siquiera os vais a decir nada?
Estuvo a punto de hacer que se abrazaran entre ellos, irritada, pero le sorprendió ver que
alguien se le adelantaba. Tina apareció de otro de los coches y rodeó a cada uno con un
brazo, atrayéndolos juntos para abrazarlos a la vez.
Alice casi empezó a reírse cuando vio sus caras de horror.
—¡Alice, cielo!
Los soltó como si no existieran y fue directamente hacia ella. Alice disfrutó de cada
segundo de ese abrazo. Cuando se separó, Tina la sujetó por los hombros para mirarla de
arriba abajo.
—Tú no has cambiado nada, cielo —Tina le dio un apretón cariñoso en el hombro—.
¡Tenéis que contarme todo lo que haya pasado en nuestra ausencia!
—Id a la cafetería —Alice sonrió—. Tenéis un lugar en la mesa principal.
Ellos dos se marcharon felizmente y Alice sonrió disimuladamente cuando vio que Tina
enganchaba su brazo con el de Max.
Al final, sí que le faltó un poco. Unos diez minutos, de hecho. Alice estuvo a punto de
pedir que cerraran las vallas cuando escuchó el característico ruido de unas caravanas
acercándose. Rhett y ella se apartaron cuando las caravanas entraron. La primera se
detuvo junto a ellos y la puerta se abrió de una patada.
—¿Qué tal, tortolitos? Feliz Navidad y todo eso. ¿Dónde está la comida? Alice
—Ya te di uno. Una vez. Dejemos las cosas así o te enamorarás de mí y no quiero
que tu novio se ponga celoso.
Rhett soltó una risa irónica mientras entraban en la cafetería.
Jake, Charles y Kilian habían decorado incluso el interior. No había una sola mesa que
no tuviera una ostentosa decoración navideña. Alice intentó no poner los ojos en blanco
mientras entraba y todo el mundo reía y charlaba alegremente. Optó porque se le pegara
el espíritu navideño. Fue directa a la mesa principal, la del fondo, donde ya estaban
sentados los demás.
—Hola, rubita.
Trisha puso los ojos en blanco, negando con la cabeza. Alice pasó junto a ellos y se dejó
caer en su lugar, entre Rhett y Jake.
A pesar de que lo viera cada día, seguía sorprendiéndose cada vez que veía a Jake tan
cambiado. No se había dado cuenta de en qué momento exacto había pasado, pero de
pronto dejó de ser un niño regordete con una manada de rizos para ser un adolescente
delgaducho con una melena desordenada encantadora y un aspecto bastante agradable
para las chicas. Lástima para ellas que solo
tuviera ojos para Kilian, que estaba sentado a su lado mirando con ojos de deseo a
la comida que tenía delante.
Rhett empezó a hablar con Tina y Max, que estaban sentados al otro lado de la mesa. Alice
la recorrió con los ojos. Kai estaba sentado con 43 charlando animadamente. Frunció
ligeramente el ceño cuando siguió buscando y no vio a...
—Hoy está muy nervioso —protestó Jake de pronto con esa voz grave a la que ella
seguía sin acostumbrarse—, no sé qué le pasa.
Alice se apartó de la mesa e hizo un gesto al niño de dos años que se acercaba con el
ceño fruncido y los brazos firmemente cruzados.
—¿Qué pasa? —Alice le hizo un gesto para que se acercara—. ¿No te han dejado
sitio, es eso?
Él pareció mucho más alegre mientras se acercaba a toda velocidad. Alice lo ayudó a
subir a la silla y sentarse en su regazo, desde donde revisó toda la mesa con ojos
críticos. Su mirada se detuvo en Tina, que ahogó un grito de emoción.
—¿Es...?
El niño la miró con curiosidad unos segundos, pero al final le restó importancia y se
estiró para robar comida y empezar a devorarla sin piedad. Jake puso los ojos en blanco
y volvió a su conversación con Kilian.
—Hacía tanto que no lo veía... —Tina sonrió—. Me alegra verlo tan bien
cuidado.
—¡Eso no es verdad!
—No llegaste a decirme qué nombre habías elegido para él —interrumpió Max,
mirándola con curiosidad.
—Oh, bueno...
Alice se acomodó mejor con el niño encima cuando él quiso acercarse más a la mesa
para robar más comida.
Miró a Rhett, que esbozó media sonrisa. Tina y Max los seguían mirando con
curiosidad.
—Al final, decidimos elegir un nombre que a los dos nos gustara —concluyó.
Alice sonrió.
—Max.
Durante unos segundos, el único que se movió fue el niño, que levantó la cabeza al
oír su nombre, todavía con la boca llena de comida. Pareció que la situación no le
interesaba mucho, porque enseguida volvió a centrarse en comer.
Mientras tanto, Alice intentaba no reírse con todas sus fuerzas al ver la cara que se le había
quedado al pobre Max. Nunca lo había visto estupefacto. Era una bonita novedad.
—No derrames toda tu alegría de golpe, Max —bromeó Charles, que había estado
escuchando.
Todos empezaron a reírse y la cena continuó sin muchos más incidentes. El pequeño Max
no tardó en aburrirse de estar sentado sin hacer nada y terminó recorriendo la cafetería y
hablando con todo el mundo, como de costumbre.
Alice observó a los demás integrantes de la mesa en silencio, pensativa.
Lo cierto es que había tenido suerte con la gente que la había acompañado a Ciudad
Central. Al principio, solo habían sido ella, Rhett, Charles, Kai, Jake y Kilian. Bueno, y
el pequeño Max, que por aquel entonces todavía no tenía nombre. Habían empezado a
retirar todas las ruinas de la ciudad, cosa que llevó tanto tiempo que casi se arrepintieron
de haberlo empezado.
Sin embargo, cuando empezaron a construir de nuevo no empezó a llegar gente nueva.
Gente que buscaba un hogar después de todo lo que había pasado en las ciudades,
principalmente. Ahora que las controlaban los androides, eran mucho más libres para
elegir dónde querían vivir. Y muchos habían elegido vivir con ellos.
En cuanto la ciudad estuvo más preparada para llamarse como tal, Alice se había
encontrado en la tesitura de elegir a nuevos guardianes.
No tardó en llegar a la conclusión de que su candidato ideal para el puesto que había
ocupado Tina anteriormente era Jake. Él se había encargado del hospital durante todo ese
tiempo, y junto con Kilian era increíblemente bueno con ello. La decisión de hacerlo
guardián fue fácil. Al igual que la decisión de encargar la especialidad en tecnología a
Kai, a quien no le pareció mal ser guardián.
Y, claro, solo quedaba la parte de la especialidad en armas, la cual Alice estuvo encantada
de cubrir.
Además, no podía quejarse con los tratos que recibía por parte de las caravanas, cuya
nueva líder se aseguraba siempre de que fueran los mejores. Tampoco tenía nada que
objetar sobre la nueva capital, cuya nueva líder también se aseguraba siempre de que
estuviera bien.
En conclusión, Ciudad Central volvía a ser una buena ciudad. O eso quería pensar.
Y lo cierto era que, mirando a su alrededor, creía que era verdad. Que formaban una buena
ciudad. Que había tomado una decisión al reformarla junto a sus amigos.
Alice parpadeó, sorprendida, cuando vio que Rhett levantaba la copa. Él no hacía nunca
esas cosas. Quizá por eso todo el mundo lo miró con más atención que a los demás.
Rhett sonrió.
—Por la líder.
Alice sintió que sus mejillas se teñían de rojo intenso cuando las voces y risas que
había oído hasta ese momento se multiplicaban. Esta vez, todo el mundo bebió en su
honor. Dio un manotazo a Rhett, que empezó a reírse.
—Un poco.
—La última vez que pasamos la Navidad aquí, también estabas borracho. Y no puedo
decir que me desagradara del todo.
—Solo diré... que esta noche podríamos terminar lo que dejamos a medias.
—Todavía tengo mucha música que enseñarte. Creo que vamos a necesitar algunas
noches más.
FIN