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1. INTRODUCCIÓN
Los movimientos sociales han jugado históricamente un papel central
en América Latina (AL) tanto en la construcción de prácticas de resis-
tencias, como en la generación de imaginarios alternativos e integra-
cionistas de la región. Muchas veces se les confunde con organizacio-
nes concretas o con luchas específicas, pero los movimientos sociales
no se restringen s lo a un actor o a una acción. Son parte más amplia
de un sistema complejo de acción (Melucci, 1989). Más que un objeto
de estudio estrictamente delimitado, tal como han sido concebidos
mayormente por las teorías hegemónicas en Estados Unidos, han sido
entendidos por la sociología latinoamericana principalmente como
un valioso recurso heurístico para entender transformaciones societa-
rias y las posibilidades y vicisitudes del cambio social.
En otras palabras: en vez de ubicarlos en un campo de estudios re-
lativamente bien definido sobre el comportamiento colectivo (Blumer,
1951), la movilización de los recursos (McCarthy y Zald, 1977), la ac-
ción colectiva (Tilly, 1978) o la confrontación política (Tarrow, Tilly
y McAdam, 2001), el debate latinoamericano ha tendido a visualizar
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1 En particular, las luchas estudiantiles del 1968, las inflexiones del movimiento
obrero o luchas feministas, anti-militaristas y ecologistas en Europa; y las luchas por
los derechos civiles en Estados Unidos.
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colonial, ya que lejos de romper con las bases del orden anterior, las
acentuó y las complejizó, profundizando muchos de los dictámenes
del desarrollo capitalista, instaurando también relaciones de colonia-
lismo interno (Casanova, 1969; Stavenhagen, 1963). En los embates
con el liberalismo y el positivo y con la intensificación de los lazos de
la región con el resto del mundo, el nacionalismo periférico se funde
progresivamente con el anti-imperialismo forjando en varios países
un nacionalismo revolucionario y a veces también con el populismo,
moldando un nacionalismo de clases medias que tiene su apogeo en la
primera mitad del siglo XX, inspirando sucesivos movimientos poste-
riores que afectaron, y siguen afectando, la configuración de muchos
movimientos sindicales y luchas de trabajadores.
La cuarta matriz político-ideológica, el agrarismo, aunque tiene
raíces bastante anteriores, también se consolida principalmente en la
transición entre el siglo XIX y el XX, muchas veces en relación con la
matriz nacionalista. Sus orígenes son seculares porque el fenómeno de
las expropiaciones y de concentración de tierras a favor de los grandes
latifundios, aunque se acentuó con las independencias, es una marca
de la época colonial (Chonchol, 2003). De hecho, esa seguramente sea
una de las marcas de continuidades más permanente de la estructura
social regional en los últimos cinco siglos, a pesar de la transición de-
mográfica acelerada de mediados del siglo XX que urbanizó casi todos
los países de AL. Las fronteras político-identitarias entre el indígena y
el campesino fueron tenues y cambiantes a lo largo del tiempo, refor-
zándose a partir del momento en el que la “cuestión agraria” pasó a
ganar estatuto propio como pauta específica asociada al acaparamien-
to de tierras, las haciendas y el feudalismo que, según André Gunder
Frank en conocida polémica con Ernesto Laclau, marcaría el carác-
ter del capitalismo dependiente latinoamericano (Frank, 1966 y 1967;
Laclau, 1971). La lucha por la reforma agraria fue decisiva para auto-
nomizar esta matriz en el campo de la acción y del pensamiento y la
revolución mexicana de 1910 uno de los hitos más destacados, aunque
también lo fue, por vías distintas, la revolución boliviana de 1952. Si
miramos a la región como un todo en el último siglo, vemos la fuerza
de esta matriz en todas las demandas por la reforma agraria, la lucha
por la tierra y una serie de referencias agraristas que pasan a orientar
movimientos sociales en toda AL, muchos de ellos hoy articulados re-
gionalmente alrededor de La Vía Campesina, con fuerte influencia de
la experiencia del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra
(MST) de Brasil (Bringel y Vieira, 2015).
Una quinta matriz político-ideológica estructuradora es la del
socialismo. Aunque son muchos los entendimientos, tipos y carac-
terizaciones posibles de esta matriz, nos referimos aquí a un campo
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6. CONCLUSIONES
Los ejes enunciados buscan subrayar algunas de las principales ten-
dencias y características de la conflictividad social en AL en el siglo
XXI. Vemos que las matrices político-ideológicas clásicas son movi-
lizadas y resignificadas en un movimiento dinámico que involucra
actores y sentidos diversos. De esta manera, la persistencia de los
movimientos sociales y su importancia para generar imaginarios al-
ternativos de región y de desarrollo se debe no s lo a la aparición de
organizaciones sociales concretas, sino fundamentalmente a las con-
figuraciones más amplias de las disputas societarias y geopolíticas.
Cuando el conflicto es aislado en territorios específicos, los vic-
toriosos suelen ser el capitalismo o las élites dominantes y actores
políticos hegemónicos. Cuando, por el contrario, se logra generar
inteligibilidad entre sujetos de diversos lugares, articular matrices
político-ideológicas distintas, amplificar las voces, registros e ima-
ginarios aumentan las posibilidades de resistencia y de cambio. Los
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