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El conejo y el cerdo

Había una vez un conejito muy veloz que presumía de tener


las zapatillas más bonitas, limpias y cuidadas de todo el bosque.
Decía que eran la razón de su velocidad, y que con ellas nunca nadie
podría vencerle. Todos le tenían mucho respeto a él y sobre todo a
sus zapatillas, por lo que nadie se atrevía nunca a retarle en una
carrera.

En el mismo bosque, vivía un pequeño cerdito que tenía mucha


envidia de las relucientes zapatillas del conejo. El pobre cerdito vivía
en una charca de barro, y por mucho que intentaba cuidar sus
zapatos, siempre se veían llenos de barro. Él quería tener unas
zapatillas como las del conejo, pero sabía que por mucho que las
cuidara, en su charca se acabarían ensuciando.

Un día, el conejo, sabiendo la envidia que tenía el cerdito de sus


zapatillas, le retó a una carrera para burlarse de él. El cerdito se vio
acorralado y no pudo decir que no.
El día de la carrera, el cerdito no lo pensé dos veces, y corrió tanto
como pudo, pensando en ser el ganador y poniendo todo su esfuerzo
para no quedar mal. A pesar de que sus zapatillas no eran ni las más
bonitas ni las más limpias, acabó la carrera antes que el conejo, ¡y le
ganó! Aunque nadie podía entender la rapidez del cerdito, consiguió
ganar al conejo y a sus super zapatillas, todo porque se había
esforzado más que nadie.

Moraleja: No importa qué zapatillas lleves, si pones todo tu


esfuerzo para llegar a la meta, puedes ser el más rápido. Confía en
tus posibilidades, y no en las cosas materiales que tienes, porque
puedes sorprenderte a ti mismo y a los demás.
Pedro y el lobo
Había una vez un travieso pastor llamado Pedro, al que le gustaba
mucho gastar bromas a los habitantes del pueblo. Un día que estaba
muy aburrido, se le ocurrió la broma más pesada de todas, y empezó
a gritar desde las afueras del pueblo para que todo el mundo se
enterase:
– ¡Que viene el lobo, que viene el lobo! ¡Ayudadme!
Los vecinos asustados corrieron cargando palos y escopetas para
salvarle, pero al llegar al sitio de dónde venían los gritos, se
encontraron a Pedro en la rama de un árbol partiéndose de la risa,
ya que todo había sido una broma y el lobo no había aparecido.

Algunos días después, Pedro decidió repetir la misma broma:


– ¡Que viene el lobo, socorro! ¡El lobo! ¡Ayudadme!
A lo que corrieron de nuevo los pueblerinos asustados para salvar al
niño del terrible lobo. Pero Pedro estaba de nuevo en el árbol de
siempre riéndose:
– Pero qué tontos sois. ¡Era una broma, y os la habéis creído de
nuevo!
Algunos días después, Pedro estaba paseando por el campo con sus
ovejas, cuando oyó un ruido muy extraño, y de pronto se encontró
cara a cara con un terrible lobo 10 veces más grande que él, que
quería atacarle enseñándole sus fauces y sacándole las uñas. Pedro
salió corriendo para subirse a un árbol, mientras gritaba y veía como el
lobo iba matando a sus ovejas una por una:
– ¡El lobo, el lobo! ¡Ayudadme por favor! ¡Se está comiendo a mis
ovejas!
Pero los vecinos, hartos de sus bromas, no acudieron esta vez en su
ayuda, mientras Pedro a salvo en el árbol, veía como se quedaba sin
sus ovejas. Al volver al pueblo, Pedro se había quedado sin su
rebaño, y aunque sus vecinos le compadecieron, se había ganado su
fama de mentiroso que al final le costó lo que más quería en el mundo.

Moraleja: Mentir al final sale muy caro, y nunca sabes cuándo tus
mentiras se pueden volver en tu contra.

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