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De Pruitt-Igoe a Acapulco Diamante:

la arquitectura como no-refugio

Armando Páez | 22 de noviembre de 2023 | Artículos, etc.


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Charles Jencks, reconocido teórico de la arquitectura, fechó la muerte de la


arquitectura moderna el 16 de marzo de 1972 con la demolición del conjunto de

viviendas Pruitt-Igoe en la ciudad de San Luis, Estados Unidos, concluido sólo 17

años antes: los 33 edificios de 11 niveles en vez de ser solución se convirtieron en

problema, agudizaron los existentes. El macroproyecto no tomó en cuenta factores


psicológicos y sociológicos (pertenencia, convivencia, seguridad).

Ahora bien, el fin de lo moderno como paradigma dominante en la arquitectura y

el urbanismo se presentó algunos años antes, en 1959, con la disolución del

Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM), cuya primera edición (de


once) se celebró en 1928. Los libros Complejidad y contradicción en la arquitectura

(1966) y Aprendiendo de Las Vegas (1972), de Robert Venturi (el segundo escrito

con Denise Scott Brown & Steven Izenour), delinearon en parte la imagen de la

posmodernidad que anunció Jencks.

Mientras unos edificios se erigían, ocupaban, repudiaban, abandonaban y

dinamitaban en Missouri, la mezcla de la modernidad y posmodernidad

arquitectónica le daba rostro al centro turístico más importante de México,


entonces uno de los destinos de moda del jet set internacional: “To Acapulco (to
Acapulco) / That’s where they’ll find us / In sunny blue waters / Where the sand is

warm and friendly”, canta Neil Diamond en la película The Jazz Singer (1980).

Fundada en 1550 por los españoles en una bahía que conecta con el océano
Pacífico (y a través de él con las Indias Orientales), enmarcada por las montañas de

la sierra Madre del Sur, que define su perfil cautivante, la ciudad y puerto de

Acapulco de Juárez pasó de tener menos de 30 mil habitantes en 1950 a más de

300 mil en 1980; en los primeros años de la década de 2020 su área metropolitana
se acerca a los 800 mil habitantes.

Anticipando la pérdida del glamur de la zona tradicional y la avenida Costera

Miguel Alemán, y ante el surgimiento de otros centros turísticos de playa en el país


(Cancún, Huatulco, Los Cabos), a finales de la década de 1980 se impulsó el

desarrollo de una zona hotelera y de viviendas de lujo en las playas que están hacia

el suroriente de la bahía, más cerca del aeropuerto (donde al comenzar la década

de 1970 se inauguró la primera sección del hotel Acapulco Princess, conocido por

su posmoderna forma piramidal, hoy Princess Mundo Imperial), así nació Acapulco
Diamante.

En los últimos treinta años Acapulco ha sido afectado no sólo por el crecimiento

urbano, también por gobiernos corruptos e ineptos, organizaciones criminales,


sismos y ciclones tropicales (depresiones, tormentas, huracanes). Cabe destacar el

impacto de los huracanes Paulina (categoría 4) en octubre de 1997 y Otis

(categoría 5) en octubre de 2023. La devastación que dejó este último, destacando

lo sucedido en Acapulco Diamante, obliga a pensar no sólo en la necesaria muerte


de la posmodernidad arquitectónica, sino en la pertinencia de plantear un enfoque
posarquitectónico para resolver los problemas que trae consigo la creación y

ocupación de espacios, esto es, el habitar humano.

La arquitectura se define como el arte y ciencia de proyectar y supervisar la


construcción de edificios y otras estructuras y espacios. Por lo general cuando se

piensa en un arquitecto se hace referencia a alguien especializado en cuestiones

constructivas, o en un artista que diseña o imagina casas, edificios o espacios con

colores, materiales, vegetación, detalles decorativos, formas o volúmenes


espectaculares, audaces, únicos, no en un especialista que debe resolver de manera

práctica, adecuada y económica los problemas del habitar.

El primero y más importante de los desafíos que implica morar en un lugar es la


necesidad de garantizar refugio y protección ante i) el clima y los fenómenos

naturales (meteorológicos, geológicos), ii) la presencia de animales que pueden

causar daño, iii) la presencia de personas hostiles. Además de esto y otras

necesidades, hay una actitud que históricamente también ha determinado lo

construido: mostrar y presumir la riqueza material que se posee. Así, la vivienda,


particularmente, se convierte en algo más que en albergue y patrimonio, es

símbolo de estatus, de poder, de éxito. El arquitecto es quien debe crear ese lujo.

(Desde la modernidad, con Le Corbusier, Frank Lloyd Wright, Ludwig Mies, etc., el

arquitecto se transformó en el lujo).

Los edificios suntuosos destruidos en Acapulco Diamante muestran una inversión

en la arquitectura, en su sentido. Esas torres encristaladas de más de diez niveles se

construyeron siguiendo criterios sísmicos, empleando en su cerramiento,


correctamente, bajo esta lógica, materiales ligeros (tabla roca, marcos de aluminio,

vidrios delgados, plásticos). Sin embargo, dichos materiales no se comportan


adecuadamente si son impactados por un huracán, sobre todo de categoría 3, 4 o

5 (vientos superiores a 177 km/h), los cuales en cualquier año, regularmente entre

junio y noviembre, se pueden presentar en las costas de México. Sorprende que

esto se ignoró. La belleza de la bahía y playas de Acapulco, sus soleadas aguas


azules y arena cálida y amigable, no son un escudo protector.

En Acapulco Diamante no se ofreció refugio, pero se cumplió ese criterio extra, el

lujo. Lo que definió el diseño fueron intereses comerciales inmobiliarios y de


vanidad. Operó el mercado y la búsqueda incesante del paraíso personal

tecnificado. Aquí se presenta precisamente la inversión del sentido de lo

construido, de lo arquitectónico. No se critica esa búsqueda o manifestación de

lujo, de presunción, de exclusividad; algunos adquieren bienes costosos o los


alquilan porque pueden. Lo paradójico es que las viviendas de lujo en otros

tiempos o lugares garantizaban o garantizan la seguridad de sus ocupantes y

dueños, eran o son sólidas. En Acapulco Diamante, a pesar del valor de las

viviendas y hoteles (departamentos de más de 1 millón de dólares, por ejemplo),

no se presentó esto. No sólo no se garantizó refugio, sino todo lo contrario: con los
vientos de más de 250 km/h esos pisos altos encristalados se transformaron en

trampas. Si no hubo pérdida de vidas, ésta fue patrimonial, lo contrario a las villas,

palacios, castillos, mansiones, etc., que han resistido la presencia de inviernos

rigurosos, fenómenos meteorológicos extremos y/o terremotos. En Acapulco


Diamante había “arquitectura”, pero no vivienda.

“Pérdida total”, es el dictamen de los valuadores de las compañías de seguros. Y si

no hubo pérdida total, la restauración demandará un gasto importante en


elementos constructivos, instalaciones, muebles, decoración y vegetación. Edificios

“inteligentes” que tuvieron peor comportamiento que casas de interés social (valor
inferior a 25 mil dólares) y techos de palma. Lo autoconstruido y lo vernáculo sobre

lo high-tech y publicitado. El diseño sofisticado —la mirada artística y empresarial

inmobiliaria— no anticipó el riesgo.

Ahora bien, ante lo acontecido en Acapulco y regresando a la sentencia de Jencks:

¿significó el colapso de Pruitt-Igoe realmente el comienzo de otra etapa en la

arquitectura y el urbanismo? Sí y no. Sí, con el rompimiento de la simplicidad

formal, con la rebelión contra la uniformidad, con el regionalismo crítico —que


hizo a algunos poner atención en las condiciones locales y regionales, entre ellas, el

clima y los materiales—. No, primero, porque la demolición de Pruitt-Igoe no

trascendió en un mejoramiento urbano en general, ya que tanto la arquitectura

como el diseño urbano y el urbanismo se entregaron al efectismo y la falta de


planificación: Las Vegas y la desregulación que trajo el neoliberalismo. Segundo,

porque más allá de que aún se venere a los padres de la modernidad

arquitectónica y se imite religiosamente su arrogancia (algo aprendido), se siguen

construyendo Villas Savoye, Fallingwaters y Casas Farnsworth: los rascacielos son

Villas Savoye y Casas Farnsworth apiladas, aunque sin árboles alrededor. En


Fallingwater no se contempló el río, se cubrió; en Acapulco Diamante se contempló

el mar, pero, a diferencia de los indígenas americanos premodernos, ignorando los

monstruos de viento y agua que indefectiblemente surgen en él

(independientemente de la cantidad de dióxido de carbono que haya en la


atmósfera). Tanto en la arquitectura moderna como en la posmoderna, a pesar de

los discursos, no importó lo social, el residente humano; la naturaleza, gracias a la

tecnología, se evitó, aunque en algunos casos, como vemos, sólo virtualmente.

La posmodernidad es una etapa determinada por el mercado, los intereses del

Gran Capital, internacional y nacional. Su crítica y búsqueda de alternativas


productivas, distributivas, relacionales, disciplinarias y políticas con un sentido ético

lleva a bosquejar iniciativas como la posmedicina (concentrarse en la prevención y

la salud pública) y la posarquitectura. Con esta noción propongo que no sean fines

exclusivamente comerciales los que orienten el diseño de espacios y edificios, pero


también rechazo la cultura académica y profesional que construye la práctica

arquitectónica definiendo los criterios que la guían y la personalidad del arquitecto,

lo que se juzga como correcto e incorrecto, como aspiración y fracaso.

En las escuelas de Arquitectura se forman artistas-constructores-promotores

(siendo algunos más artistas, constructores o promotores), pero no ecólogos

humanos (de Ecología Humana), diseñadores del hábitat humano. Es necesario

bosquejar otra disciplina, con su respectiva cultura, para no diseñar, promover y


construir más Pruitt-Igoes y Acapulcos Diamante. Es otra manera de plantear y

entender la concepción de espacios. Dejar la imaginación arquitectónica como fin

en sí mismo para volver al refugio, al lugar, al espacio vital.

Las escuelas de Arquitectura son acríticas, sin importar la cantidad de cursos de


teoría que incluyen los planes de estudio, es cuestión de ver lo que se proyecta y

pregona: lo importante es lo “práctico”, hacer, construir, diseñar siguiendo lo que

está de moda, renderizar proyectos fantásticos, definirlos en pocos días u horas sin

comer, sin dormir, sin profundizar, sin reflexionar. Praxis sin fundamentos sólidos,
sin marcos teóricos, copiando sin categorías de análisis, sin evaluación, sin

autocrítica. En Acapulco Diamante se exponen las consecuencias: edificios parcial o

totalmente destruidos. En los barrios de Acapulco y todo el estado de Guerrero

están las lecciones evitadas o no impartidas.


Más aún, ¿cuántos rascacielos, edificios, departamentos, casas, oficinas, locales

comerciales, etc., en cualquier ciudad, están vacíos? Vacíos porque están dañados,

porque son inseguros, por su costo elevado, porque son ilegales, por su ubicación,

porque son inhabitables... O están ocupados, a pesar de todo. Arquitectura zombi,


nunca “inteligente”. Arquitectura sin cualidades humanas. Proyectistas sin

consciencia de lo que sucede o puede suceder. Es el colapso real de la modernidad

y posmodernidad arquitectónica y urbanística. Este es el fruto de la arquitectura y

su discurso autorreferente.

Superar esas contradicciones y vacíos conceptuales es el reto de otra disciplina,

que reúna los conocimientos del diseño industrial, de la ingeniería y de las ciencias

(naturales y sociales), incluso de la arquitectura en sus propuestas más sabias—


como el diseño bioclimático y la fenomenología de Christian Norberg-Schulz—.

El conocimiento debe aplicarse con criterios de prudencia y autolimitación, no

especulativos. Que algo sea técnicamente posible (un rascacielos encristalado en

las costas del Pacífico mexicano) no significa que deba desarrollarse forzosamente,
obsesión moderna y posmoderna. La tipología de edificios en la peculiar zona

sísmica-ciclónica de las costas del occidente y sur de México, no debe plantear

rascacielos encristalados con materiales ligeros, edificios que son además

energéticamente ineficientes. Deben ser construcciones sólidas de altura limitada


(no más de cinco niveles, dado el peso de la estructura y el cerramiento), con

ventanas y/o persianas anticiclónicas, cuyas dimensiones no deben ser demasiado

extensas, vanos más pequeños impiden también la entrada de más irradiación

solar. Una sociedad pos-posmoderna, supuestamente ecológica y consciente de su


consumo energético, debe revisar sus caprichos, reinventarlos. El lujo en noviembre

de 2023 en Acapulco es una botella con agua... y respirar aire no pestilente.


Las sociedades, las organizaciones y los individuos crecen cuando enfrentan y

superan sus contradicciones. Lo que sucedió en Pruitt-Igoe y Acapulco Diamante

expone la incapacidad de la arquitectura (como disciplina y cultura) para dar

respuestas adecuadas a los problemas del habitar. Esto es más escandaloso cuando
los edificios dañados en Acapulco Diamante eran muestra de riqueza, arquitectura

ostentosa que ha nutrido los libros, las revistas, los congresos, las galerías, los

cursos universitarios, los aplausos. Inversión del sentido: formas y tecnología, sin

refugio.

[Imagen: Rodrigo Oropeza / AFP]

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