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En el compendio "Quadragesimo Anno," se aborda la visión del Antiguo Testamento sobre la pobreza y

la riqueza. Se destaca la disponibilidad de bienes como una bendición de Dios, pero también se
condena el mal uso de la riqueza, especialmente en casos de explotación e injusticias hacia los pobres.
La tradición profética estigmatiza estas prácticas, considerando la pobreza como un mal, pero también
como un símbolo de la relación del hombre con Dios. Se subraya que todo bien proviene de Dios y
debe ser administrado y compartido.

Jesús asume la tradición del Antiguo Testamento sobre la economía, la riqueza y la pobreza, dando
claridad y plenitud. La intervención salvífica de Dios se realiza a través de Jesús, quien defiende a los
pobres y promueve la justicia. El Reino de Dios, inaugurado por Cristo, perfecciona la creación y la
actividad humana, liberándolas del mal. La actividad económica debe considerarse como una respuesta
a la vocación divina, administrando los dones recibidos con justicia.

La fe en Jesucristo ilumina el desarrollo social en un contexto de humanismo integral y solidario.


Cristo, como primogénito de toda la creación, redime el pecado y guía la colaboración para participar
en la plenitud divina. La fe es fundamental para la acción social y la construcción de una sociedad justa
y solidaria.

La riqueza, según la visión cristiana, existe para ser compartida. Los bienes tienen un destino universal,
y la acumulación indebida va en contra del propósito divino. La salvación implica liberación integral,
no solo de la necesidad, sino también de la posesión misma. Los bienes deben ser administrados como
un servicio al hombre, compartiéndolos con los demás. Los ricos tienen la responsabilidad de usar sus
riquezas justa y generosamente, en línea con los principios cristianos. En resumen, la visión cristiana
destaca la importancia de considerar la riqueza como un medio para servir a los demás y administrarla
con responsabilidad y generosidad.

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