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Platón: República. Libro VII, 534b-c.

– ¿Llamas también dialéctico al que comprende la razón de la esencia de


cada cosa? Y del que no lo hace, ¿no dirás que tiene tanta menor
inteligencia de una cosa cuanto más incapaz sea de dar razón de ella a sí
mismo y a los demás?
– ¿Cómo no lo diría?, respondió.
– Pues lo mismo ocurre con el bien. El que no pueda definir con la razón
la idea del bien, distinguiéndola de todas las demás, y sea incapaz de
abrirse paso, como en un combate, a través de todas las objeciones,
aplicándose a fundamentar sus pruebas, no en la apariencia sino en la
esencia, superando todos los obstáculos mediante una lógica infalible, no
dirás que este hombre conoce el bien en sí, ni ningún bien, sino que, si por
casualidad alcanza alguna imagen del bien, la alcanzará por la opinión y
no por la ciencia y dirás que su vida presente la pasa en un profundo
sueño y letargo, del que no despertará en este mundo antes de haber
bajado al Hades para dormir allí un sueño perfecto.

Platón: República. Libro VII.


– ¿Y qué? ¿no es también natural – dije – , y se deduce necesariamente de
lo dicho, que las gentes sin educación y sin experiencia de la verdad jamás
serán aptas para gobernar una ciudad, ni tampoco aquellos a quienes se
permita permanecer investigando hasta el fin de su vida; los unos porque
no tienen en la vida ningún objetivo al que apunten todas sus acciones
tanto privadas como públicas, y los otros porque no consentirán en
actuar, considerándose ya en esta vida moradores de las islas de los
bienaventurados?
– Es verdad, dijo.
–Es, pues, tarea nuestra, dije, de los fundadores de la república, obligar a
las mejores naturalezas a que alcancen el conocimiento que afirmamos
era el más excelente: ver el bien y ascender por aquella subida y después
que, habiendo subido, hayan visto adecuadamente, no permitirles lo que
ahora se les permite.”

Platón: República. Libro VII.


–Por tanto –dije–, si todo esto es verdad, hemos de deducir de ello la
siguiente conclusión: que la educación no es tal cual la proclaman quienes
hacen profesión de enseñarla. Dicen ellos, en efecto, que pueden hacer
entrar la ciencia en el alma que no la posee, como si infundieran la vista a
unos ojos ciegos.
–Así lo afirman efectivamente, dijo.
–Nuestro diálogo muestra, por el contrario –proseguí–, que en el alma de
cada uno existe la facultad y el órgano con el que cada uno aprende y que,
del mismo modo que el ojo es incapaz de volverse de las tinieblas a la luz,
sino en compañía del cuerpo entero, así también aquel órgano, y con él el
alma entera, apartándose de lo que llega a ser, debe volverse hasta que
sea capaz de sostener la contemplación del ser y de lo que es más
luminoso en el ser, que es lo que llamamos bien, ¿no es eso?
–Sí.
–Por consiguiente –dije–, debe haber un arte de la conversión, es decir, de
la manera más fácil y eficaz para que este órgano se vuelva; pero no de
infundirle la vista que ya tiene, sino de procurar que se oriente lo que no
está vuelto hacia la dirección correcta ni mira hacia donde es preciso.

Platón: República. Libro VII, n. 13.


- ¿Llamas también dialéctico al que comprende la razón de la esencia de
cada cosa? Y del que no lo hace, ¿no dirás que tiene tanta menor
inteligencia de una cosa cuanto más incapaz sea de dar razón de ella a sí
mismo y a los demás?
- ¿Cómo no lo diría?, respondió.
- Pues lo mismo ocurre con el bien. El que pueda definir con la razón la
idea del bien, distinguiéndola de todas las demás, y sea capaz de abrirse
paso, como en un combate, a través de todas las objeciones, aplicándose a
fundamentar sus pruebas, no en la apariencia sino en la esencia,
superando todos los obstáculos mediante una lógica infalible, ¿no dirás
que este hombre conoce el bien en sí […]?

Aristóteles: Política, Libro I, cap.1. (X2)


La razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier animal
gregario, un animal social es evidente: la naturaleza, como solemos decir,
no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra.
La voz es signo del dolor y del placer, y por eso la tienen también los
demás animales, pues su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y
de placer y significársela unos a otros; pero la palabra es para manifestar
lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclusivo del hombre,
frente a los demás animales, el tener, él sólo, el sentido del bien y del mal,
de lo justo y de lo injusto, etc., y la comunidad de estas cosas es lo que
constituye la casa y la ciudad.

Aristóteles: Política, Libro I, cap.1.


Es evidente, pues, que la ciudad es por naturaleza y es anterior al
individuo, porque si el individuo separado no se basta a sí mismo será
semejante a las demás partes en relación con el todo, y el que no puede
vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es
miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios. Es natural en todos la
tendencia a una comunidad tal, pero el primero que la estableció fue
causa de los mayores bienes; porque así como el hombre perfecto es el
mejor de los animales, apartado de la ley y de la justicia es el peor de
todos.

Aristóteles: Política. Libro I. Capítulo 1.


La comunidad perfecta de varias aldeas es la ciudad, que tiene, por así
decirlo, el extremo de toda suficiencia, y que surgió por causa de las
necesidades de la vida, pero existe ahora para vivir bien. De modo que
toda ciudad es por naturaleza, si lo son las comunidades primeras;
porque la ciudad es el fin de ellas, y la naturaleza es fin. En efecto,
llamamos naturaleza de cada cosa a lo que cada una es, una vez acabada
su generación, ya hablemos del hombre, del caballo o de la casa. Además,
aquello para lo cual existe algo y el fin es lo mejor, y la suficiencia es un
fin y lo mejor.
De todo esto resulta, pues, manifiesto que la ciudad es una de las cosas
naturales, y que el hombre es por naturaleza un animal social, y que el
insocial por naturaleza y no por azar o es mal hombre o más que hombre.

Aristóteles: Política, Libro III, cap.7.


De los gobiernos unipersonales solemos llamar monarquía al que vela por
el bien común; al gobierno de pocos, pero de más de uno, aristocracia
(bien porque gobiernan los mejores [áristoi] o bien porque lo hacen
atendiendo a lo mejor [áriston] para la ciudad y para los que forman su
comunidad); y cuando la mayoría gobierna mirando por el bien común,
recibe el nombre común a todos los regímenes políticos: república
(politeia) (...) Desviaciones de los citados son: la tiranía, de la monarquía;
la oligarquía, de la aristocracia, y la democracia, de la república. La
tiranía, en efecto, es una monarquía orientada al interés del monarca; la
oligarquía, al de los ricos, y la democracia, al interés de los pobres. Pero
ninguna de ellas presta atención a lo que conviene a la comunidad.

Aristóteles. Política Libro III, capítulo 8.


Hay que decir con algo más de extensión en qué consiste cada uno de
estos regímenes políticos, pues la cuestión ofrece algunas dificultades y, a
quien investiga filosóficamente sobre cada uno su método, y no sólo su
actividad, le es propio no pasar por alto ni dejar de lado nada, sino
clarificar la verdad en cada punto. Es la tiranía una monarquía, como se
ha dicho, que ejerce un poder despótico sobre la comunidad. Hay
oligarquía cuando controlan el régimen político los dueños de grandes
fortunas, y, por el contrario, democracia, cuando lo ejercen los que no
tienen un gran capital, sino que son los pobres.
Aristóteles: Política. Libro III. Capítulo 9.
Por tanto, es evidente que la ciudad no es una comunidad de territorio
para no perjudicarse a sí mismos y por el intercambio. Esto tiene que
existir, si es que va a haber ciudad; pero no porque se dé todo ello hay ya
una ciudad, sino que es la comunidad para bien vivir de casas y familias,
en orden a una vida perfecta y autosuficiente. Ahora bien, esto no existirá
si no habitan el mismo y único territorio y contraen matrimonios entre sí.
Por eso surgieron en las ciudades relaciones familiares, fratrías, fiestas y
diversiones para vivir en común. Y tal cosa es fruto de la amistad. Pues la
decisión de vivir en común es amistad.
Fin de la ciudad es, por tanto, el bien vivir, y todo eso está orientado a ese
fin. La ciudad es la asociación de familias y aldeas para una vida perfecta y
autosuficiente. Y ésta es, como decimos, la vida feliz y bella.
Hay que suponer, en consecuencia, que la comunidad política tiene por
objeto las buenas acciones y no sólo la vida en común. Por eso, a cuantos
contribuyen en mayor grado a tal comunidad, les corresponde una mayor
participación en la ciudad que a los que en libertad o estirpe son iguales o
superiores, pero desiguales en virtud política, o a los que sobresalen en
riqueza, pero son inferiores en virtud.

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