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«Cordwainer Smith» (su verdadero nombre era Paul Linebarger) fue un hombre de grandes
dotes. Sus cualificaciones incluían los títulos de Graduado en Artes, Doctor en Filosofía,
marinero de primera clase, Doctor en Letras, y un Certificado de Psiquiatría (Aplicada). Era
miembro de la facultad de una universidad australiana, y también enseñaba en la
Universidad Johns Hopkins de los Estados Unidos.
La primera historia de SF de Cordwainer Smith fue publicada en 1928; veinte años más
tarde, en 1948, publicó la segunda, Scanners Live in Vain; desde 1955 se dedicó a escribir
SF de un modo constante aunque no prolífico. Bajo otros nombres publicó diversas obras;
una de ellas está siendo reeditada desde hace más de treinta años por la Cambridge
University Press; otra, un trabajo técnico que se ha convertido en un manual de referencia,
ha sido publicada en seis idiomas, y existen tres ediciones diferentes de la misma en
castellano.
Smith fue también un militar, con el grado de coronel de la reserva del Ejército de los
Estados Unidos. Participó activamente en los frentes de China, Birmania e India en la
Segunda Guerra Mundial, en Corea, y en la campaña británica contra los terroristas
malayos. Fue uno de los consejeros del Presidente Kennedy para asuntos asiáticos.
El profesor Linebarger estaba casado y tenía dos hijos, el mayor de ellos antropólogo.
Era profundamente opuesto a toda manifestación de racismo y amaba extraordinariamente a
los animales.
Murió, a los cincuenta y tres años, en 1966.
Su legado, extraído de los mitos y leyendas del pasado para crear mitos y leyendas del
futuro, es una colección de historias que influyen a cada lector de un modo diferente. Ya
que, aunque su obra es ciencia ficción, en realidad proviene de nuestro propio tiempo, de
nuestro propio mundo, incluso de nuestra propia mente. Todo lo que hizo Smith fue aplicar
los símbolos. Así, la magia y la belleza de los relatos provendrán de nuestro propio pasado,
nuestro presente, nuestras esperanzas y nuestra experiencia. A algunos les gustarán mucho.
Otros no los entenderán y los apartarán a un lado.
Esto es lo que decía Smith de sus relatos. Y es porque, sabiendo psiquiatría, se daba cuenta
de que, al hacer uso de los símbolos arquetípicos de las leyendas, influía en el lector, el
cual, a la hora de emitir su opinión o crítica, corría el peligro de proyectar en las mismas
sus neurosis o complejos, mucho más patentes cuanto más estrecho fuera el prisma mental
o ideológico con que hubieran sido leídos.
BIBLIOGRAFÍA
Libros
Uno lee ciertos autores para disfrutar, no para recordarlos luego, y sin embargo uno no
puede dejar de notar esa sensación, tal cual si los infinitos secretos del mar hubieran sido
traspuestos a los océanos celestiales del firmamento.
Cuando comencé a leer relatos de Cordwainer Smith me maravillé ante los muchos cabos
sueltos que introducía en una historia: extrañas referencias que parecían ser únicamente
detalles del decorado. Pero, a medida que continuaban apareciendo los relatos, y que iban
siendo construidos libros a partir de los cuentos aparecidos en revistas, quedó bien claro
que nada carecía de significado. Como ocurre con un gigantesco rompecabezas, cada
segmento, aparentemente sin significado, pertenecía a alguna parte y se refería a algo.
Me gustaría muchísimo ver las obras completas de Cordwainer Smith reunidas en un solo
volumen gigante, ordenadas en secuencia. Entonces se hallaría su unidad. Pues lo que ese
hombre de maravilloso talento escribía era eso: una sola enorme novela, potencialmente
mayor que el Señor de los Anillos, y aún más compleja. Sin embargo, me temo que lo que
hubiera constituido el clímax del libro no fue jamás escrito, y que lo que resultaría sería un
libro llevando hacia algún lugar, pero no alcanzándolo nunca. Ese es el peligro de escribir
una cosmología conexa cuando la extensión de la vida de uno resulta ser más corta de lo
estimado.
¿Cuándo tiene lugar esta vasta historia? Quizá en algún momento a unos 20.000 años de
ahora, durante el período del Imperio Galáctico. La Humanidad se ha extendido a docenas
de mundos y el total es mantenido en unidad por algún tipo de élite (¿hereditaria?,
¿financiera?, no queda claro) conocida por la Instrumentalidad. La Humanidad también se
ha extendido a otros campos. En lugar de por robots, nuestras filas se han visto engrosadas
por la creación quirúrgica de los subhumanos, bestias a las que se ha dado forma humana y
mentes humanoides, y que se mantienen a un nivel de siervos, a veces de consejeros, y
como esclavos en la mayor parte de ocasiones. Aunque algunos de estos subhumanos, tales
como la maravillosa mujer-gato C’mell, distan mucho de ser «sub».
Y los mismos mundos: cada uno de ellos diferente, todos ellos joyas de algún fabuloso tipo,
y sin dejar de ser lógicos en una extraña e intrincada manera. La Old North Australia, un
planeta con el monopolio de un vegetal que vale millones, un simple mundo campesino, en
el que cada ciudadano es más rico de lo que sería imaginable en cualquier otro punto, y en
que uno de esos ciudadanos gana en una noche en el mercado el dinero suficiente como
para regresar a la vieja Tierra y simplemente comprarla. Pero el comprar la Tierra no
resulta ser una simple transacción: el planeta es una caja de Pandora llena de complejidad y
enigmas. The Planet Buyer y su secuela The Underpeople nos cuentan esa historia...
Deberían estar en un solo libro y, en cambio, constituyen dos libros de bolsillo
relativamente poco conocidos.
Quest of Three Worlds es una evidencia más de la forma que tenía Cordwainer Smith de
realizar las tramas. Yo publiqué ese libro y recuerdo que cuando leí por primera vez las
cuatro novelas cortas que se combinaban para formarlos no me di cuenta de su unidad. Y
sin embargo existe. Pero cada novela así formada solo presenta los problemas de otras
obras, pues ninguna de ellas deja de contener sus pequeños misterios no explicados. Y, con
Cordwainer Smith, cada una de ellas es la semilla que dará un nuevo fruto maravilloso.
El hombre que escribió bajo el nombre de Cordwainer Smith fue un testarudo diplomático,
en absoluto de izquierdas, un consejero del Departamento de Estado que siempre dio su
apoyo a Chiang Kai Chek. Pero, a pesar de esto, no hay nada Verniano en su obra. Es una
literatura socialmente consciente, y maravillosamente viva. Y consigue todo esto sin ser en
absoluto de izquierdas. Tal es el talento especial de la ciencia ficción, ya que tan solo ella
puede producir escritores con imaginaciones brillantemente chisporroteantes, que
claramente amen al mundo y a su gente, y que hayan conseguido resistir a la atracción del
socialismo utópico.
¿Es esto bueno? No lo sé. No puedo pensar en ningún otro campo de la literatura en que
pueda ser dicho esto. En estos días en que tan gran parte de la Izquierda se hunde en la
desilusión y tanta de la Derecha huele a militarismo e histeria de defensa, es una cosa
bastante notable que hasta aquellos que creen firmemente en el Sistema tal cual es, en el
capitalismo tal cual se supone que debiera ser (libre, con igualdad de oportunidades,
iniciador de nuevos caminos), puedan producir vibrantes sueños de una Humanidad infinita
y un cosmos abierto.
DONALD A. WOLLHEIM (Fragmento del libro The Universe Makers)
CORDWAINER SMITH
No conocí personalmente a Cordwainer Smith, a pesar de que vivíamos a unas diez millas
de distancia durante la mayor parte del año.
Deseaba hacerlo, pero nunca me atreví. Hay algo que me ocurre siempre con los escritores:
no me gusta molestarlos o entretenerlos a no ser que los conozca y sepa que puedo hacerlo.
Soy totalmente incapaz de tomar el teléfono y llamar a un escritor desconocido para
presentarme a mí mismo e iniciar una agradable conversación. Puedo hacerlo cuando se
trata simplemente de un asunto de negocios, pero no para charlar. Por tanto, jamás llamé a
Cordwainer Smith, aunque sabía bien quién era...
Tal vez ya sepan que obtuvo su título de Doctor en Filosofía a los veintidós años —de
Johns Hopkins— y que sólo tenía cincuenta y tres años cuando murió, o que escribió
fantasía durante los años cuarenta bajo los seudónimos «Carmichael Smith» y «Felix C.
Forest». Pero tal vez no sepan algo de lo que voy a contarles sobre él.
Vivía aquí, en Baltimore, en una casa de serie, con su esposa (que es lingüista y escribe de
vez en cuando para la Encyclopaedia Britannica), una gata llamada Cat Melanie (cuyo
nombre abreviado, C’Mell, tal vez les recuerde algo), una biblioteca de siete mil volúmenes
(incluida la primera edición de la Biblia del Rey Jaime, fechada en 1611, que tuvo que
buscar durante treinta años), y era coronel de la reserva, autor de un libro muy consultado
sobre psicología de la guerra.
En cierta ocasión perdió tres mil años. Se trataba del período comprendido entre el 6000 y
el 9000 d. J. C. Estaba contenido en un bloc de bolsillo con muelle rojo, que olvidó sobre la
mesa de un restaurante de la isla de Rodas. Cuando volvió a buscarlo había desaparecido, y
a pesar de que ofreció una recompensa nunca le fue devuelto. Contenía cientos de páginas
con notas, esquemas, ideas... los esquemas de historias que quería escribir algún día. De
haber vivido, quizá hubiera podido reconstruirlas, pero no podemos saberlo, es demasiado
tarde.
Yo daría mucho por tener ese cuaderno. Si alguien lo ve alguna vez, dígamelo, por favor.
Lo devolveré a la viuda, lo prometo, pero me encantaría poder leerlo.
Nunca podría ponerme a su altura. Nunca podría escribir aquellas historias como él lo
hubiera hecho, pero me gustaría penetrar sus procesos mentales. Sé que aprendería mucho,
pues él era mucho mejor que yo en varios sentidos.
Seguramente ustedes no saben que cuando Cordwainer Smith se atascaba en un relato, su
mujer solía relevarlo, de forma similar al funcionamiento del equipo Kuttner-Moore. Ella se
sentaba a la máquina, escribía una o dos páginas y luego él reemprendía el relato. Después,
no siempre recordaban quién había escrito cada cosa.
Sé todo esto de él porque en cierta ocasión fui entrevistado por un periodista local, James
Bready, el hombre que escribe la columna «Libros y Autores» en el «The Baltimore Sun».
Estuvimos charlando hora y media aquella tarde de domingo y mencionó que el único
escritor de SF al que había entrevistado además de a mí era Cordwainer Smith. Entonces le
pedí toda la información que pudiera darme e hice que me enviara la columna que había
escrito sobre él el 26 de septiembre de 1965.
Mr. Bready me habría concertado una entrevista si lo hubiera conocido un poco antes, pero
Smith ya había muerto.
No sé qué importancia pueden tener estos pequeños detalles, excepto que no deben de ser
conocidos por los aficionados en general, pero estoy aquí, sentado en el saloncito de mi
casa en un día de lluvia, con la máquina de escribir sobre las rodillas y la gripe en el
cuerpo, pensando en Cordwainer Smith porque me lo han pedido. Estoy escribiendo todo lo
que sé de él para ayudar a ampliar en ustedes, el conocimiento de un hombre cuyo recuerdo
debería permanecer vivo.
No es cierto que los escritores de SF veamos el futuro. Si yo lo hubiera visto, habría
descolgado el teléfono a pesar de mi aversión constitucional a hacerlo y habría marcado su
número. Habría dicho alguna estupidez y luego algo ceremonioso, pero así él habría sabido
de un nuevo individuo para quien sus palabras significaban algo.
Ojalá lo hubiera hecho.
Ahora, supongo que debería hablar de su estilo, su carácter, sus ideas. No puedo. Me
gustaba, eso es todo. Ya no escribirá más y eso me entristece profundamente.
Háganme un favor: si no han leído nunca un cuento de Cordwainer Smith, busquen uno y
léanlo. Así sabrán por qué lamento no haberle dicho: «Hello, me pareces grande»,
poniéndome colorado. Si han leído algo, ya lo saben.
ROGER ZELAZNY