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La disputa por la evaluación en México: historia y futuro

Si la educación mexicana quería que fuera de calidad, debía estar sujeta a una
constante evaluación. Que todo debía ser evaluado según los círculos
gubernamentales a finales de la década de los 80, por lo que, casi de inmediato de
perfilaron dos grupos con posiciones distintas, el primero concebía a la evaluación
como una transformadora eficaz la cual debía llevarse a cabo por jueces externos
porque serían más objetivos y capaces de exigir, la segunda posición resaltaba la
importancia que los propios actores institucionales fueran los que llevasen a cabo
el proceso de evaluación.

Los rectores cedieron y poco después estaban apoyando lo que antes cuestionaban
y dan paso al vendaval de iniciativas de evaluación, como sus exámenes
estandarizados como el Ceneval, el cual comenzó a evaluar a los demandantes de
educación, estudiantes y egresados de nivel medio superior y superior, que en casi
25 años se han aplicado más de 110 millones de exámenes estandarizados a los
niños y jóvenes del país, de igual forma en que se han evaluado miles de programas
de estudio y cientos de instituciones, como también cientos de miles de profesores
de todos los niveles educativos.

Para inicios del siglo XXI la evaluación no había traído la transformación prometida,
el Estado y la sociedad mexicana todavía veía lejos cerrar el ciclo de la evaluación,
pues en ninguno de los niveles educativos del país se había generado un vigoroso
movimientos de transformación profunda de la educación mexicana, para el sexenio
de Vicente Fox, el mismo subsecretario de Educación Básica, describía a la
educación en México como un sistemas de educación en crisis, un sistema que
estaba agotado tanto en estructura como en operación.

El fracaso de la evaluación se debe a que quienes impulsan la evaluación no


advierten que con solo una medición externa y estandarizada no puedes hacer más
allá que solo establecer un criterio para clasificar a las instituciones y personas como
deficientes, regulares, buenas o muy buenas, aparte de que los instrumentos de
evaluación no están hechos para explicar por qué no hay avances ni cuáles son los
factores que están detrás de esa falla, ni cómo puede remediarse. La evaluación
que ahora priva en el país no sirve por si sola para mejorar.

La evaluación en los 2000 solo servía para convencer de que las cosas están mal,
pero no ofrecían ninguna pista sobre qué debe hacerse para remediar la situación,
la evaluación y sus resultados pueden entonces servir para justificar cualquier cosa.
Cosa que en pleno 2023 ya no es así y mucho menos ahora con la llegada de la
Nueva Escuela Mexicana, la cual tiene como aspecto relevante que la evaluación
sea de carácter diagnóstico y formativo, en donde se dé prioridad a la valoración
inicial de los aprendizajes, pero sobre todos, al seguimiento de los procesos, más
allá de una evaluación cuantitativa de contenidos, productos o evidencias
presentadas por los alumnos.

Retomando, la evaluación en años anteriores falla rotundamente porque no


establece conexión alguna entre los síntomas y las causas de fondo del fracaso
escolar, por ellos cualquier intento de transformación debe fincarse en la creación
de un dialogo de evaluación sobre las condiciones de la escuela entre los
estudiantes, profesores, padres de familias y comunidades.

Posteriormente en el 2012 se presentaron los lineamientos principales para una


evaluación distinta, como una contraposición detallada entre dos proyectos de
evaluación, en ese sentido y desde aquel entonces ya se empezaba a buscar
aclarar que la evaluación no se limita a brindar una calificación numérica, que es lo
que busca ilustrar la Nueva Escuela Mexicana en su Plan de Estudios 2022, pues
en ella se quieren aprovechar las potencialidades para analizar, impulsar y mejorar
los procesos de enseñanza aprendizaje, por medio de la evaluación formativa, que
enfatiza aun proceso de acompañamiento y retroalimentación basado en el dialogo.

Los lineamientos que se dieron a conocer en el 2012 eran que, la evaluación este
fundamentalmente en manos de estudiantes, maestros, padres de familia y
comunidades, cosa que ya es así pues actualmente cada escuela tiene su
autonomía curricular. La evaluación libere y convierta en sujetos dinámicos,
participativos e importantes a cada uno de los actores del proceso educativo, se
construya una evaluación democrática, respete a la enorme diversidad de regiones
y cultura propias de la identidad mexicana, y que con la evaluación se pueda ejercer
plenamente el derecho a la educación de todos los niños y jóvenes mexicanos. Se
quiere una evaluación que quiere ser profundamente social y humana.

Referencias
Aguilar, H. A. (s.f.). La disputa por la evaluación en México: historia y futuro. Ciudad de
México: Ediciones Eón. Obtenido de https://drive.google.com/file/d/1V1PWonvx-
BwnfwluYXmpslbhDoiIYJFB/view

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