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o Prefacio.
o Introducción.
o Pizarnik en su generación y la vigencia actual de su obra .
o Estudio de temas
o Algunas cartas de Alejandra Pizarnik
o Algunos textos de Alejandra Pizarnik
o Algunos poemas dedicados a Alejandra Pizarnik
Una estética del deshecho. Cristina Piña. Universidad Nacional de Mar del Plata,
Argentina.
Alejandra Pizarnik y Ana Cristina Cesar: los bordes del sistema . Por Graciela Ravetti.
Universidade Federal de Minas Gerais
Alejandra Pizarnik: de la poesía al discurso. Autor: Aldo Luis Novelli (poeta, narrador y
ensayista). Marzo, 2000.
Alejandra Pizarnik: cuando adelgazar es morir. Por Viviana Gorbato (de su libro "Noche
tras Noche")
Alejandra Pizarnik es de raza de poetas que vive y escribe en los límites de la vida, la razón y el
lenguage. No hay término satisfactorio para expresar ni lo que persiguen esos poetas, y ese mismo
es el problema a que ellos se enfrentan.
Tan es así que en el momento de escribir estas palabras, siento ya rubor por su insuficiencia. Es
como andar siempre vestido mal para la ocasión; de frac en la playa o de pantalones cortos en la
ópera. La virtud del libro de Susana Haydu es que logra entallar impecablemente a esa figura
fugitiva que fue Alejandra Pizarnik, tanto en su vida, como en razón, como en su lenguage, sin
convertir el comentario crítico en camisa de fuerza.
Susana Haydu, que casi de niña compartió la aventura literaria del grupo nucleado en torno a la
revista Sur, que ha conocido de cerca a muchos de los escritores argentinos más importantes de los
últimos treinta años, practica aquí el severo arte de contextualizar a Alejandra Pizarnik sin diluir su
originalidad o banalizar su atormentada vida. Pero, sobre todo, sin permitirse establecer relaciones
simplistas y torpes entre incidentes y textos. El resultado es el libro más convincente y exhaustivo
sobre la poeta que selló el pacto entre vida y obra con su suicidio.
Libro exhaustivo pero que no agota sino conduce y hace necesaria la lectura de Pizarnik, que aplica
bien aprendidos métodos de exégesis a sus textos pero que no impone interpretaciones; pero sobre
todo libro que, por la mesurada elegancia de su estilo, respeta el compelente enigma que fue la
poeta y que son y serán sus textos.
Introducción
Quand sera brisé l’infini servage de la femme, quand elle vivra pour elle et par elle,
l’homme - jusqu’ici abominable - lui ayant donné son renvoi, elle sera poète, elle
aussi! La femme trouvera de l’inconnu [...] Elle trouvera des choses étranges,
insondables, repoussantes, délicieuses; nous les prendrons, nous les
comprendrons.
Pizarnik quería, como quiso Alfonsina Storni, y también Victoria Ocampo, romper
con esa tradición femenina de facilidad y sentimentalismo, donde los atributos de la
mujer y de su poesía debían sólo participar de la ternura y de la abnegación, de la
castidad y de la dulzura. Se une a la tradición de Alfonsina Storni y de Gabriela
Mistral cuando se anima a presentarse como un “yo” violento, no convencional,
extraño. Podemos aquí recordar el poema de Gabriela Mistral: “Una palabra”, lleno
de ansiedad y de violencia contenida. Citamos sólo la primera estrofa, aunque todo
el poema debe leerse en conjunción con la idea de la palabra “poética” y su terrible
peso, cargada de poder:
Los dos versos finales son aún más violentos. Mistral termina el poema aludiendo al
deseo de romper esa palabra terrible que no dice, quitársela por fin de su cuerpo,
“sin dejar de ella el cisco de una sílaba. O rompérmela así, como a la víbora que
por mitad se parte con los dientes”. Esta violencia del lenguaje, y este poder
referido al lenguaje están en Pizarnik. Se presentará en su poesía como la loba, la
poseída. Se describirá con violencia inusitada, querrá matarse, desaparecer. Dirá:
“Ganas de aplastarme contra una pared, descuartizarme, ponerme una bomba”. Y
luego se define a sí misma, diciendo: “No soy más que una silenciosa, una huérfana
sordomuda, hija de algo que se arrodilla y de alguien que cae”.
Su obsesión con el lenguaje está también recorrida por la violencia: “Escribe hasta
que te enredes en los hilos del lenguaje y caigas herida de muerte”. Y se identifica
con Rimbaud, en otra entrada de su diario del año 61: “Soñé con Rimbaud. ‘Par
litterature / J’ai perdu ma vie’”. Es interesante notar que Rimbaud aparece mal
citado, ya que había escrito “Par délicatesse / J’ai perdu ma vie”. Pizarnik culpa a la
literatura, a la cual hace responsable de su fracaso. 4
Veremos que su concepción de lo poético se vio muy influida por las ideas de
Maurice Blanchot y de Gastón Bachelard. Blanchot la lleva a sistematizar sus ideas
sobre espacialización. Así Pizarnik declara: “Mi afición al silencio me lleva a unir en
espíritu la poesía con la pintura; de allí que donde otros dirían instante privilegiado
yo hable de espacio privilegiado”.5 También la lleva a seguir sin temor la
exploración que se había iniciado con Mallarmé, a quien admiraba. Pizarnik emplea
muchas veces las metáforas de Mallarmé. Cuando dice “yo me desplumo”
pensamos en lo que Mallarmé escribía a Cazalis: “ma lutte terrible avec ce vieux et
méchant plumage, terrassé, heuresement, Dieu”.6 Bachelard le señala el camino del
ensueño, de la interacción profunda que existe entre todo lo creado, en cada objeto
consigo mismo. Este amor a las correspondencias —y también a los opuestos en un
mismo objeto— aflora en su literatura en sus espléndidas sinestesias y constantes
oxímorons.
El juicio que Pizarnik hace de estos poetas, resultó profético aplicado a sí misma.
Esa busca de la fusión sujeto-objeto, si bien la lleva hacia la plenitud buscada, la
lleva también hacia el silencio. La dialéctica del lenguaje —silencio permea toda su
última poesía. Ya en 1962, al hacer la presentación del poeta Ives Bonnefoy, a
quien admiraba profundamente, dice de él que es un poeta de lo irremediable: la
muerte y el silencio.
Leerlo es encontrar la verdadera voz callada de las cosas, del mundo de fuera y del
de dentro, es descubrir que el silencio no es la interrupción de la voz ni la ausencia
de sonidos sino una zona iluminada, en la que el lenguaje dice sin decir, envuelve a
las cosas como un guante, haciéndose a su mudez, a su immovilidad. Deben ser
imágenes dibujadas por una voz inaudible.16
Esta voz inaudible en la que cifraba su vida misma, no la ayuda hacia el final. La
inutilidad del canto, del cantar, es obvia: “Este canto arrepentido, vigía detrás de
mis poemas: este canto me desmiente, me amordaza”. Por esto Sylvia Molloy se
refiere a Pizarnik al comentar este texto, como
the one who carries to the extreme, and stages in its starkest terms, a splintering
of voice not infrequent in woman’s texts. Mutilation distresses voice to the point of
near extinction.17
Pero, afortunadamente, más allá del caos, de la locura, de la muerte, quedan sus
poemas. Estos consiguen el milagro de que la palabra obre como un conjuro sutil.
Para Olga Orozco, la poesía de Pizarnik “es un país cuyos materiales parecen
extraídos de miniaturas de esmalte o de estampas iluminadas: hay fulgores de
herbarios con plumajes orientales, brillos de epopeyas en poblaciones infantiles,
reflejos de las heroínas que atraviesan los milagros [...] Y la palabra retiene la
expresión más inasible, fija la permanencia de la fugacidad en esas pequeñas
cárceles atmosféricas que pueblan su poesía”. 18
En una carta a Inés Malinow desde Paris, le escribe: “Sé que soy poeta y que haré
poemas verdaderos, importantes, insustituibles, me preparo, me dirijo, me
consumo y me destruyo”.19
Es apropiado que esta introducción concluya con sus propias palabras. En ellas
resume, proféticamente, y mejor que nadie, lo que sería su vida y su literatura.
NOTAS
2. Otra de sus escritoras admiradas fue Leonora Carrington, quien había publicado
ya mucha crítica feminista, y en carta a Monique Altschul del 1ro de mayo de 1969,
le pide que la salude y la vea en su nombre. “Saluda a los Grandes, especialmente
a Leonora Carrington, a quien hélas! no conozco personalmente [...]”.
4. Cf. su “Diario (1960-1961)” Mito VII 39-0 (Nov-Dic 1961- Enero-Feb 1962): 110-
115.
6. Julieta Gómez Paz, Cuatro actitudes poéticas (Buenos Aires: Conjunta editores,
1977) 14.
7. Alejandra Pizarnik, El infierno musical (Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 1975) 47.
11. Cf. Alfredo Roggiano, “Alejandra Pizarnik: Persona y poesía”, Letras de buenos
aires (enero-marzo 1979): 54-56.
12. David Lagmanovich, “La poesía de Alejandra Pizarnik”, XVII Congreso del
instituto internacional de literatura iberoamericana (Madrid: Cultura Hispánica,
1978): 885-895.
13. Robert E. DiAntonio, “On Seeing Things Darkly in the Poetry of Alejandra
Pizarnik”, Confluencia: Revista hispánica de cultura y literatura 2.2 (1987): 47-52.
14. Francisco Lasarte “Más allá del surrealismo. La poesía de Alejandra Pizarnik”
Revista Iberoamericana 125 (1983): 877-887.
17. Sylvia Molloy, Women’s Writing in Latin America (Boulder: Westview Press,
1991)
19. Carta citada por Inés Malinow, Poesía argentina contemporánea 6 (Buenos
Aires: 1981) 2838.
Capítulo I
Esta misma idea de ciclos que comprenden quince años es retomada por Julián
Marías en El método histórico de las generaciones2 donde también cita a Ortega:
También es 1960 un año clave, porque entonces aparecen varias nuevas revistas
literarias, que nuclean a los escritores jóvenes. Expresan ideas nuevas, y muchas
son revistas eminentemente polémicas, que se oponen a las ideas sustentadas por
los escritores más conocidos de generaciones anteriores. Inician disputas, y sus
manifiestos muestran las diferencias de orientación estética y política con la
generación anterior. Abelardo Castillo resume bien la época y sus revistas en el
Prefacio al primer número de El Ornitorrinco7 y dice:
Hacia 1960, o, para ser rigurosamente inexactos más o menos a partir de la caída
del primer peronismo, se produjo en el país un fenómeno cultural que dio origen a
casi todo lo que se llamó ‘La nueva literatura argentina’. Fueron los años del
surgimiento de la generación anterior a la mía: David Viñas, Dalmiro Sáenz, Marco
Denevi, Beatriz Guido, Bernardo Verbitsky, lanzados por los entonces prestigiosos
concursos de Kraft, Losada, Emecé —generación opuesta a ‘la intelligentsia’
tradicional. Pero el verdadero origen del movimiento cultural fue la múltiple
aparición de las revistas literarias. Poetas, narradores, ensayistas y críticos cuyas
edades oscilan hoy entre los 30 y los 50 años, se formaron en publicaciones como
Contorno, Polémica, Poesía Buenos Aires, Gaceta Literaria, El Grillo de Papel, Eco
Contemporáneo, Ensayo Cultural, Barrilete, alguna otra ilustre que deliberadamente
olvido, y muchas más (Taya, Setecientos Monos, El Lagrimal Trifurca) diseminadas
por todo el país.
Alejandra Pizarnik también se inició colaborando en casi todas estas revistas. Por
ejemplo, Miguel Grinberg y su grupo, que integraron, entre otros, Gregorio Kohon,
Alejandro Vignati y Juan Carlos Kreimer, nucleados todos alrededor de la revista
Eco Contemporáneo, admiraban la nueva literatura norteamericana, eran
seguidores de la “beat generation”, fanáticos de Henry Miller, Allen Ginsberg,
Lawrence Ferlinghetti, y del entonces casi desconocido Witold Gombrovicz, que
vivía en Buenos Aires, y era autor de una novela excepcional, Ferdidurke, cuya
traducción al español yacía olvidada en los depósitos de librerías. Fueron jóvenes
iracundos, que se llamaron a sí mismos generación de los “mufados”. En esencia,
definían la Mufa como “la conciencia de estar vegetando, y malogrando capacidad y
energía creadora. Imposibilidad de salir de ese estado de desperdicio. Son
iracundos contra un mundo consumado que les ha escamoteado lo mejor. Parecen
viejos que están de vuelta de todo, y son jóvenes que no quieren caer en la trampa
de un mal sutil que mañana le susurra las coartadas pertinentes que aseguran su
unívoca complacencia”.8
No nos sorprende que Eco Contemporáneo y Agua Viva se acercaran para realizar
tareas en común. Este tipo de manifiesto, si bien honesto, bien intencionado,
asombra. En el año 60, la idea de arrasar con todo y contra todo, era bien
conocida. La actitud que postulan estos jóvenes demoledores ya había sido
asumida, desde comienzos del siglo, por los grupos de vanguardia y eran conocidos
en Argentina los manifestos del futurismo y del dadaísmo, tanto como los de André
Breton, que ya contenían estas ideas. Además de estos vínculos implícitos, se
conectan con la tradición de los marginados y los malditos. La vieja familia de
insurrectos y subversivos formada por Baudelaire, Poe, Lautréamont, Rimbaud,
Breton, Dalí, Éluard, Artaud, reverdece en estos jóvenes. En los dos números que
publicó la revista aparecen poesías de Alejandra Pizarnik, junto a textos de Ramiro
de Casasbellas, Luisa Pasamanik, Susana Thénon y Juan Carlos Martelli.
Hoy en la Cultura, que publica Pedro Orgambide —desde 1961 hasta 1966—
resume el programa de estos escritores nacidos todos por los años 30. Dice así:
“Valoran a Borges sin compartir su actitud lúdica en lo estético ni su postura
reaccionaria en lo político; respetan a Martínez Estrada pero niegan los elementos
de su nebulosa sociología; redescubren a Arlt, a Quiroga, a Payró, en la medida en
que estos hombres reflejaron los hechos probables de un ayer todavía cercano [...]
Los hombres nacidos en el 30, los que eran chicos durante la guerra de España, y
apenas muchachos durante la irrupción de peronismo, tuvieron que hacer su propia
experiencia rompiendo con los moldes del liberalismo en los que fueron
educados”.11 La generación del 60 es un grupo políticamente de izquierda y
comprometido con los problemas de la época, pero donde no existió el nihilismo y
la voluntad de destrucción total que hemos notado en los casos de Agua Viva y Eco
Contemporáneo, que también se incluyen en la así denominada izquierda política.
Fueron éstas las principales revistas polémicas de la década del 60, pero hubo otras
en las que el tono fue primordialmente literario. En éstas hay ausencia de pasión
por lo político y lo social, se centran mayormente en problemas estéticos. Entre
1960 y 1961 aparecen numerosas revistas, casi siempre de vida efímera. Entre
ellas Airón, El Arpa de Pasto, y también Cero, que reúne en su número de Agosto
1967 una serie de textos de escritores surrealistas. Se incluyeron allí traducciones
de Artaud, Arp, Breton, Char, Desnos, Eluard, Michaux y Prévert. Este número es,
además, un homenaje al poeta y pintor surrealista Juan Battle Planas. Es
importante señalar este hecho, por la gran influencia que tuvo el surrealismo y, en
especial, Juan Battle Planas en la obra de Alejandra Pizarnik.
La revista Testigo, dirigida por Sigfrido Radaelli, también trae el texto completo de
La condesa sangrienta de Pizarnik en su primer número,12 junto a colaboraciones de
Anderson Imbert, Córdova Iturburu, Carlos Mastronardi y otros. No se trata, por lo
tanto, de una revista que nuclée a un grupo exclusivamente joven. Por último
podemos mencionar a Poesía = Poesía, dirigida por Roberto Juarroz, donde también
aparecen poesías de Alejandra Pizarnik.
Por último, queremos resaltar que entre las características más notables de este
grupo sesentista está el hecho de que su poesía entronca con las corrientes
herederas del surrealismo —desatendidas en la Argentina hasta el año 50, cuando
aparece Poesía Buenos Aires.13 Precisamente es en esa revista,14 dónde aparece por
primera vez una poesía firmada por Flora Alejandra Pizarnik titulada “La
enamorada”, y que luego fue recogida en su libro La tierra más ajena. También
debemos señalar la gran influencia de ciertos poetas como César Vallejo y Oliverio
Girondo, este último considerado por algunos críticos como el antecedente más
genuino del sesenta, dentro de la línea surrealista. 15 Esto es válido, si tomamos en
cuenta que muchos escritores del grupo sesentista, entre ellos, precisamente
Alejandra Pizarnik, se caracterizaron por preocupaciones de orden formal de la
poesía, la abolición no sólo de la rima sino también de los metros regulares, de
mayúsculas y de signos de puntuación. Y aparece también una preocupación crítica
con el lenguaje bajo forma metalinguística, donde observamos la gran influencia de
Mallarmé.
El poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade influyó en ellos, pero con una
poesía de otra índole, de cuño realista, y casi prosaica. Muchos poetas toman
versos de Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo, el gran autor de letras de
tango, como epígrafes para sus poemas. Uno de los más conocidos es Eduardo
Romano, que afirma preferir citar a Discépolo que a Robert Desnos. Es decir, que
hay claramente dos líneas de poesía dentro de la generación del sesenta. Una, que
sí se ocupa de planteos estéticos, y que recibe toda la influencia de los poetas
surrealistas, y otra, que toca problemas sociales y aboga por el compromiso político
del escritor. Esto es un fenómeno que se repite en todo Sudamérica. Las pugnas
polarizadas ya existían en Buenos Aires desde los grupos Martín Fierro-Boedo, del
año 22, y continúan en las divergencias de enfoque que encontramos en los
escritores del sesenta. En el caso de América Latina las pugnas que se establecen
se agravan por el hecho de que optar, en el caso de los escritores sesentistas, por
Michaux, Pavese, etc., implicaba para muchos una forma de dar la espalda a
nuestra tierra, e implicaba también una forma de desarraigo. De allí la insistencia
de temas de ciudad: el tango, el río, en el grupo más comprometido con lo social.
En el caso de Alejandra Pizarnik se realiza en las hondas amistades que sostuvo con
la generación inmediatamente anterior a la suya: con Raúl Gustavo Aguirre,
Antonio Requeni, Graciela de Sola, Rubén Vela. Dos críticos argentinos importantes,
Guillermo Ara y Graciela de Sola, colocan a Alejandra Pizarnik dentro de una línea
poética puramente surrealista. Ara considera una actitud poética metafísica o
gnoseológica, donde coloca a Alberto Girri y Roberto Juarroz —para no citar sino a
dos de los más conocidos poetas contemporáneos— y otra línea, la surrealista,
donde incluye nombres como los de Basilio Uribe, Francisco Urondo, y naturalmente
Alejandra Pizarnik. Afirma Ara: “Puede estimarse que en estos poetas la creación se
explica por sí misma, brota de una necesidad inescrutable y en todo casi
desentendida de lo que no sea una problemática del lenguaje, o del silencio, como
se plantea en Octavio Paz”.20 Para Ara, Alejandra Pizarnik es onírica,
Para Ara, la creación poética, en el caso de Alejandra Pizarnik, “se encuadra dentro
de la tradición de los platónicos ‘poseídos’ propia del irracionalismo inventivo de los
surrealistas [...]”.22
Queremos notar que, dentro del grupo surrealista argentino, es evidente que
Enrique Molina, entre todos, tuvo gran influencia sobre Alejandra Pizarnik “No sólo
por su mágica transferencia de lo real, sino porque construye realidades más allá
de toda realidad, y porque propicia un retorno al lenguaje”. 24 Es indudable, además,
que, si Alejandra Pizarnik escribió ensayos sobre André Breton, Antonin Artaud, etc,
es por la gran fascinación que ejercieron sobre ella los escritores surrealistas, que
conoció directa o indirectamente, a través de la generación surrealista argentina y
de su estancia en París, a principios de la década del sesenta.
Pero, además del mito, que es externo a su poesía, mi propuesta sería que hay
otras razones puramente literarias, que explican que su vigencia haya continuado
desde su muerte hasta hoy. Además de la influencia surrealista, la poesía de
Alejandra Pizarnik entronca con la tradición romántica, en especial con aquella
representada por Novalis y Trakl. En Buenos Aires hubo, a partir de la década del
setenta un resurgimiento neorromántico que Jorge Santiago Perednik describe muy
bien en el prólogo de Nueva poesía argentina (1976-1983)25 como a una poética
que ubica al poeta fuera del mundo y hace de sus circunstancias la soledad y el
aislamiento. Son amplias las similitudes que los poetas de este grupo presentan con
Alejandra Pizarnik, específicamente en el tratamiento de la noche, la soledad, la
muerte y el fracaso, y la posición del poeta frente a su mundo. Se puede decir
entonces que Pizarnik fue no sólo una precursora para estas generaciones de
poetas, sino que trascendió con su lirismo y su rigor poético las limitaciones de su
generación.
NOTAS
2. Julián Marías, El método histórico de las generaciones 4ta ed. (Madrid: Revista
Occidente, 1967) 77.
6. Salas 11.
15. “En la generación de Martín Fierro existe un maestro, Oliverio Girondo, que
podría figurar como el antecesor más genuino del sesenta. Hay poetas de cuarenta,
inclusive, que se acercan o prefiguran a los iracundos de hoy [...] Sobre una nueva
promoción poética”, Antonio Requeni, Vuelo 59 (Mayo 1963).
16. Citado por Julián Marías en El método histórico de las generaciones (Madrid:
Revista de Occidente, 1967) 79.
25. Jorge Santiago Perednik, Nueva poesía argentina (1976-1983) (Buenos Aires:
Ediciones Calle Abajo, 1992).
Capítulo V
Estudio de temas
Infancia
En una entrevista con Martha I. Moia, Pizarnik declara que en sus poemas
“hay palabras que reitero sin cesar, sin tregua, sin piedad: las de la
infancia, las de los miedos, las de la muerte, las de la noche de los
cuerpos”.1 Considera también allí que ciertos términos como errancia,
silencio, viento, noche, son a la vez signos y emblemas. Elegimos rastrear
las imágenes que nos presenta de la infancia, y analizar el cambio en esta
indagación de su pasado, que aparece como emblema de una nostalgia y
llega a convertirse en rechazo o negación. La ternura de la primera época:
Mi infancia y su color
a pájaro acariciado.2
Mi infancia
sólo comprende al viento feroz
que me aventó al frío.4
“Un cuento para niños” es decir una fantasía, una maravilla quedan
anulados por las lilas —símbolo de muerte en Pizarnik— y el viento, en
general también negativo. El poema que más nos interesa es el titulado
“Infancia” que transcribimos:
Naturaleza
Aún un tema como el tema del jardín, que trae a la memoria tanta
connotación de paz, de belleza, se convierte en un espacio prohibido,
inalcanzable. Así dirá:
Borges escribe: “Has gastado los años y te han gastado y no has escrito el
poema”. Ese poema es para Pizarnik inaccesible. Los símbolos de cada
objeto van cambiando dentro de las metáforas.
Muerte
La muerte es, para Pizarnik, otra forma más perfecta del arte, acto
eminentemente subversivo que desembocará en su suicidio real. La muerte
es también, en estos libros, metáfora del lenguaje: la crisis de su vida y la
crisis de su escritura poética son una sola cosa. Como Sylvia Plath, como
Anne Sexton,28 le asignaba a la muerte un poder y una clarividencia que
nunca encontramos en la vida misma. Quizá buscaba en la muerte el signo
de lo absoluto, la palabra perfecta. En uno de sus últimos poemas había
dicho: “La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante”. Se ha
dicho que el arte contemporáneo es, en sí mismo, un arte suicida: sus
postulados, sus experimentos comienzan por destruir la noción de arte y
pueden terminar por destruir al propio artista. Es un verdadero dios salvaje
que se devora a sí mismo.29
Este jardín prohibido sería la muerte. Pero también provoca éxtasis, y esto
lleva a aseverar que es la fuente de su creatividad: la muerte transformada
en infinitas posibilidades poéticas. Para nosotros, es más un símbolo del
poema o la palabra perfecta que Pizarnik busca. El jardín le está vedado.
Tampoco en la muerte, como veremos, encontrará Pizarnik una solución a
su búsqueda. En el poema “Rescate”,36 dedicado a Octavio Paz aparece,
iconizado, el jardín inalcanzable, al cual se podría llegar cruzando un río,
que simboliza el Leteo.
Si bien este último libro que publica Pizarnik en 1971 puede definirse como
un metatexto, una verdadera inquisición sobre el lenguaje y sus funciones,
una meditación sobre la palabra justa, los elementos de muerte que
aparecen son lo que da a este texto su tono principal, muy especialmente
en la cuarta parte, titulada “Los poseídos entre lilas”. Allí lo fragmentado,
lo residual, crea un clima onírico de pesadilla, y la muerte se convierte en
símbolo de todos los despojos que abarca y traga. La imagen ya no está
unida al jardín, a la posible felicidad. Se presenta como recopiladora de
restos:
Para DiAntonio, “Pizarnik’s own personality is not at the center of her art,
and her mask is rarely removed”.57 No coincidimos con esta interpretación
de DiAntonio. Pizarnik y su visión del mundo están en el centro de su arte.
Si bien por extensión esa visión particular puede ser un paradigma de
nuestra época, refleja también la posición de Pizarnik. Esto no convierte su
poesía en poesía confesional.
Lenguaje y silencio
Siento que los signos, las palabras, insinúan, hacen alusión. Este modo
complejo de sentir el lenguaje me induce a creer que el lenguaje no puede
expresar la realidad, que solamente podemos hablar de lo obvio. De allí
mis deseos de hacer poemas terriblemente exactos a pesar de mi
surrealismo innato y de trabajar con elementos de las sombras interiores.
Es esto lo que ha caracterizado mis poemas.59
Esta primera parte del poema termina con una alusión a refugiarse en el
silencio, que será también “lo estéril, lo negro, lo fragmentado”. No será el
mismo silencio compartido de sus voces, sino el silencio único, como
espacio fuera del tiempo: “no puedo hablar para nada decir”. Nada que
decir equivale a nada que escribir. Vuelve a preguntarse: ¿Adónde la
conduce esta escritura? Existe en este poema su extendida metáfora del
lenguaje como música, donde la imagen de la patria aparece relacionada
con la música, y, ésta a su vez, con el lenguaje.
En “Poema” dirá:
Tú eliges el lugar de la herida
en donde hablamos nuestro silencio.
Tú haces de mi vida
esta ceremonia demasiado pura.
y por qué
tengo miedo
Impuro diálogo
Un proyectarse desesperado de la
materia verbal
liberada a sí misma
Naufragando en sí misma.68
Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con
mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas,
infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra
haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir. 69
Yo muero en poemas muertos que no fluyen como yo, que son de piedra
como yo, ruedan y no ruedan, un zozobrar lingüístico, un inscribir a sangre
y fuego lo que libremente se va y no volvería.74
oh vida
oh lenguaje
oh Isidoro76
Criatura en plegaria
rabia contra la niebla
escrito
en contra
la la
crepúsculo opacidad
no quiero ir
nada más
que hasta el fondo
oh vida
oh lenguaje
oh Isidoro
Este último poema resume los dos ejes de la poética de Pizarnik: vida
(referente) y lenguaje (objeto poético). El lenguaje entendido como
expresión de vida, vida trasmutada en poesía. El texto de Lautréamont 77
aparece indiciado a través de la denominación, como Isidoro, es decir, su
verdadero nombre: Isidore Ducasse. El carácter fragmentario, evocativo,
indicial, da lugar a un margen de especulación muy amplio. Indica, ante
todo, la vinculación de Pizarnik con Lautréamont a través de los poetas
surrealistas, y su filiación con la línea de poetas malditos, resumida en la
figura de Lautréamont. Admirado de Pizarnik, era, como ella, rioplatense
de nacimiento; como ella, se exilió a París, y muere, marginado, en plena
juventud. Isidoro puede ser aquí mediador entre referente y texto, símbolo
final de la identificación que efectúa Pizarnik.
el centro
de un poema
es otro poema
el centro del centro
es la ausencia
en el centro de la ausencia
mi sombra es el centro
del centro del poema82
El centro de un poema para Pizarnik, “es el centro del centro”. Por otra
parte, el centro es la ausencia, y también su sombra es el centro. Antes
habíamos dicho que el centro de un poema es otro poema. Por lo tanto, se
trata de una ecuación: el segundo término de la ecuación es “el centro del
centro es la ausencia”. Nos dice también algo que califica la ausencia. “En
el centro de la ausencia, mi sombra es el centro”. Es decir, su sombra está
en el centro del centro de la ausencia. Ella está rodeada de ausencia. Hay
una identificación total entre Alejandra Pizarnik y el poema ya que ambos
ocupan el centro del centro. La otra imagen que da este poema, es la
imagen de la ausencia a nivel cósmico.
no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?86
Podríamos terminar este análisis citando uno de sus últimos poemas “En
esta noche, en este mundo”, donde dice:
yo, contemplado por otro(a), un tercero que habla, situado más allá de las
márgenes del discurso y que muestra una realidad que se exhibe como
derribo de fronteras, como posibilidad de transgresión a otro espacio. 89
sin edad
sin muerte en que vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.91
Al inicio de esta etapa, hay desdoblamiento, y hay temor: Miedo de ser dos
camino del espejo,93 pero su alteridad será confusa y terrible. “Yo” y “Ella”
lucharán en una dualidad cada vez más violenta. En Los trabajos y las
noches, escribirá, trasmutando siempre esa otredad:
Alguien en mí dormido
me come y me bebe.
Alguien mide sollozando
la extensión del alba.
Alguien apuñala la almohada
en busca de su imposible
lugar de reposo.94
Insiste en tu abrazo,
redobla tu furia,
crea un espacio de injurias
entre yo y el espejo,
crea un canto de leprosa,
entre yo y la que me creo.95
La evolución del tema del desdoblamiento se hace cada vez más rápida, y
más obvia: “Yo y la que fui nos sentamos / en el umbral de la mirada”.
Siempre vemos ese peligro, esa orilla, ese “umbral” al que Pizarnik se
asoma —el estar al borde de algo que no se produce, que no se producirá
jamás. Todas las imágenes son negativas: “la viajera”, y “la dormida”,
ambos sustantivos que urgen la idea de separación, de no estar, de
ausencia. El viaje como metáfora de búsqueda,de vida y destino. El sueño
como refugio y olvido. Dos formas, dos maneras de huida de la realidad.
En “Moradas” dirá:
“He sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo”. Toma la célebre
frase de Rimbaud, “Je est un Autre”, que ya Emile Benveniste había citado
donde comenta las múltiples posibilidades de una tercera persona, en
relación a un “yo”.
¿Quién es yo?
Alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra101
La busca del yo, como hemos visto, a veces desdoblada en la búsqueda del
otro, recorre los dos últimos textos: “La que murió de su vestido azul está
cantando”.104 “La luz se amaba en mi oscuridad. Supe que no había cuando
me encontré diciendo: soy yo”.105 “Estoy sola y escribo. No, no estoy sola.
Hay alguien aquí que tiembla”.106 La dualidad entre “la niña densa de
música ancestral” y “la yacente que anida en mí con su máscara de loba”
es otra de las polarizaciones que hace Pizarnik. Y su constante diálogo
consigo misma, es una busca constante de “la otra”, en un interminable
juego de duplicaciones:
Allí yo hablo de mí conmigo, sólo por saber si es verdad que estoy debajo
de la hierba. No sé los nombres. Te deseas otra. La otra que eres se desea
otra. Y ahora juega a ser esclava para ocultar tu corona ¿otorgada por
quién? ¿quién te ha ungido? ¿Quién te ha consagrado? Perdida por tu
propio designio, has renunciado a tu reino por las cenizas. 107
Amor
Sin ti
el sol cae como un muerto abandonado.
Sin ti
me tomo en mis brazos
y me llevo a la vida
a mendigar fervor
he nacido tanto
y doblemente sufrido
en la memoria de aquí y de allá.
La pasión por su amante es en este texto más controlada: “Cuando vea los
ojos / que tengo en los míos tatuados”.108 Y lo amonesta con ternura:
de estrella a estrella
de sombra en sombra.
Al enfrentarnos con Los trabajos y las noches, vemos que toda la primera
parte del libro es, en verdad, un largo canto al amado. El cuerpo de ese
amado será “un amado espacio de revelaciones”. 111 Es quien “apaga el
furor de mi cuerpo elemental;”112 representa también la entrega sexual:
“una flor / se abre / a la delicada urgencia del rocío”. 113 En “Quien
alumbra”, y “Reconocimiento” el amado es clave para hacer de su memoria
“una viajera fascinada / un fuego incesante”. Dos metáforas de pasión que
recorren los poemas. Es también el amado la clave para alejar la desdicha:
“Tú haces el silencio de las lilas que aletean / en mi tragedia del viento en
el corazón”.114 Las lilas, metáfora de muerte, se aplacan; el viento, símbolo
siempre de destrucción en Pizarnik, se aplaca. Y los naufragios y muertes
se convierten en “pretextos de ceremonias adorables”. 115 El amor salva a
Pizarnik de su caída, la aparta del constante umbral hacia el precipicio que
amenaza derrumbarla. Es una presencia constante que la libera: “tú me
desatas los ojos / y por favor / que me hables / siempre”. 116 Las metáforas
que utiliza para ese lugar del amor, están en otro espacio: “En la otra orilla
de la noche / el amor es posible / llévame - / llévame entre las dulces
sustancias / que mueren cada día en tu memoria”. 117
si yo me atrevo
a mirar y a decir
es por su sombra
unida tan suave
a mi nombre
allá lejos
en la lluvia
en mi memoria
por su rostro
que ardiendo en mi poema
dispersa hermosamente
un perfume
a amado rostro desaparecido.120
en la memoria de un loco
en la tristeza de un niño,
te llamo
igual que antaño la amiga al amigo
en pequeñas canciones
miedosas del alba.
Cada mención del amor es sólo un recuerdo, un rehacer lo que fue o pudo
ser o simplemente no fue. Vuelve a sustentarse en el pasado:
en el amor yo me abría
y ritmaba los viejos gestos de la amante
heredera de la visión
de un jardín prohibido.
NOTAS
3. Pizarnik 27.
4. Pizarnik 21.
24. Tríada irlandesa antigua, citada por Judith Kroll en Sylvia Plath:
Chapters in a Mythology.
27. Cintio Vitier, Borges como poeta (Buenos Aires: Siglo XXI, 1984).
28. El suicidio en Sylvia Plath se nos presenta como valor, una definición,
un salto de fe. Alguna vez ve el suicidio como algo hermoso: “puro y limpio
como el llanto de un niño”. Pizarnik dirá: “Palabra o presencia seguida por
animales perfumados; triste como sí misma, hermosa como el suicidio”.
(31) Anne Sexton también comparte el deseo de morir, y su prosa y poema
acerca de la muerte de Sylvia Plath, tiene un extraño tono casual. Sexton
se refiere a ambas como “amantes de la muerte”, y la forma en la cual
hablaban acerca de la muerte en el Bar “Ritz” de Boston. Unido a ese
deseo, vemos en Plath y en Sexton una fascinación con el dolor y la
tortura. La destrucción, las mutilaciones, se muestran como fenómenos
interesantes, sin que se llegue en ningún momento a considerarlos como
problemas. Sylvia Plath parece estar describiendo su auto-destrucción
como un acto liberador de desprecio. Pizarnik escribirá: “Penumbra del
cuerpo fascinado por su deseo de morir”. “En honor de una perdida”, SUR
284 (1963). Incluido en antología de M. I. Moia, 1972.
29. Cf. A. Alvarez, The Savage God. Alvarez toma el título de un poema de
Yeats, donde hace referencia al arte como un dios salvaje.
47. Cf. Jurii Lotman: “a word in poetry may not equal itself and may even
be its own antonym”, Analysis of the Poetic Text (Ann Arbor: Ardis, 1976)
16.
50. Cirlot dice: “Es el aspecto violento, activo del aire. En Egipto y Grecia el
viento aparece poseído por cierto aspecto malévolo”. Diccionario de
símbolos (Barcelona: 1987) 464.
52. Textos de sombra y últimos poemas, ed. Olga Orozco y Ana Becciú
(Buenos Aires: Sudamericana, 1982).
61. Cf. el artículo de Walter Mignolo, donde habla del poeta en el tiempo y
el espacio. “La figura del poeta en la lírica de vanguardia”, Revista
Iberoamericana 118-119 (1982): 131-148.
62. Guillermo Sucre, “La ceremonia poética pura”, Zona Franca 23-24
(1965): 31.
63. Prólogo a Quince poetas, ed. César Magrini (Buenos Aires: Centurión,
1963).
65. Poema que define el libro como metatexto, una verdadera inquisición
sobre el lenguaje y sus funciones.
74. El infierno musical. Dirá, repitiendo esta idea: “el signo de su estar es
la enlutada escritura de los mensajes que se envita. Ella se prueba en un
nuevo lenguaje”. Cf. poema de Olga Orozco, “Te probabas lenguajes como
ácidos, como lazos en manos del estrangulador”. “Pavana para una infanta
difunta”, publicado en Alejandra Pizarnik, prosa poética (Ed. Endymion,
1987) 5-6.
75. Textos de sombra 96. Escrito con tiza sobre el pizarrón de su cuarto de
trabajo. Recogido por Olga Orozco y Ana Becciú en Textos de sombra
(Buenos Aires: Sudamericana, 1982).
77. Cuando le falla el orden simbólico del lenguaje, Pizarnik hace una
regresión, que la lleva al silencio, y equivale a su impasse suicida. Cf.
Lacan, “L’instance de la lettre dans l’inconscient”, (Jean-Michel Palmier,
Lacan, Paris: èditions universitaires, 1972) 59-63.
80. “El verbo encarnado” (ensayo sobre Artaud) en SUR 294 (1965): 35-
39.
91. Pizarnik 6.
96. Cf. Jean Roussel, “Introduction to Jacques Lacan”, New Left Review 50
(July-August 1968).
Cartas
Queridísima Anita: ¿cuándo venís a París? Pero tal vez será mejor que no vengas
pues en el museo Cluny ya han descubierto que alguien robó la tapicería de la
Dama de la Licorne. Lo que podés hacer es venirte con anteojos oscuros.
Me fui del horrible empleo. Ahora busco otro. Se ruega considerar que enviar esta
carta me privará de un almuerzo. Si la vez por azar a mi madre —no lo creo pero
por las dudas— no se lo digas. ¿Que si me angustia el asunto? Sí y no.
Mentalmente me siento libre y contenta pero digestivamente vacía y melancólica.
No hablemos más del asunto: no es de pobres tratar de la pobreza.
Maurice N’— acaba de pedirme que prepare con él un número de Les Lettres
Nouvelles dedicado a “La literatura fantástica en América Latina.” Confío en tus
consejos. Decime todos los nombres de cuentistas que corran por tu cabecita rubia,
no importa tanto la fama cuanto la calidad —como diría Ling-Ya-Tang. Si tenés un
ejemplar de tu libro sobre la lit. Fant. envialo que será leído y releído. Contestame
y no te permitas el ocio cuando se trate de moi...
Un gran abrazo de
Alejandra
Hermosa amiguita Ana, quiero decir, distinguida amiga: ¡sonno iiiio! la tua
Alejandra! En cuanto hollé delicadamente el suelo de la mother patria mi madre en
particular dictaminó excesivas delgadeces lindantes con inminentes anemias. A
causa de ello me llevaron a perder mi hermosa silueta a Miramar. Quiero decir:
estuve en Bs. As. sólo un día: del 10 al 11 de febrero. Anteayer regresé por fin y
me apresuro a darte señales del sentimiento tráxico de mi exigencia. Antes de
partir te envié —allá por las gélidas navidades parisinas— un sobre grande, grande,
con el mismo articuloncio que remito ahora. Supe por otras amargas experiencias
que los carteros, ebrios de fois gras y de largos besos, anonadaron y
desaparecieron buena parte de la correspondencia mundial. Y —agregó la fina
poeta— como tengo muy mucho interés en que leas este —digamos— reportaje que
le hice a nuestro queridísimo Julio, te lo envío tout de suite para que veas que a
veces somos serios e inteligentes y sesudos y obedientes a lo que contiende día
tras día para nuestro capote o debajo de nuestro capote, que no otra cosa dijo la
infausta Concha Espina que Dios perdone le perdone sus pecadillos como nosotros
nos perdonamos nuestros picadillos, día tras día.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
xxxxxxxxxxxxxxxxx(tachado por haber metido la pata).
Espero que nos veamos pronto los respectivos rostros, tan interesantes por no decir
más, que esto y mucho más se puede decir de entrambos. Quiero verte y contarte
mi viaje por Españita y hablar de esto y de aquello. Entonces: o telefonearnos sin
ambajes. Yo soy 28-6348 (de sobrenombre 28). Os llamo prontito, querida
amiguita. Aurora y Julio insistieron reiteradamente en que te abrace de su parte de
ambos dos. ¿Sabés que leí en Parigi? “La lozano andaluza”, editado en París (en
español) hace unos años. El idioma es a veces delicioso pero lo encontré demasiado
igual a los impúdicos italianos (Aretino, Baffo y demás sinvergüenzas de esa época
que decían malas palabras por doquier sin fijarse si hay damas presentes). Bueno,
estoy aún con extraños vértigos y me creo en el barco, en la mar amarga, aún me
quedó el vaivén algo así como una bujía oscilando (lo cuál, según la cábala, viene a
ser el Alma (que no otra es la representación que del Alma se da en el susodicho
libro). Andá recordando, cara amiga, en dónde diablos puedo leer —quiero decir,
releer— al místico “hereje” Miguel de Molinos —aunque fuere solamente la “Guía
espiritual” pues ando en obsesiones xxxxxxx pensando en la poesía y en el silencio
(interno, naturlich) y me gustaría releer lo que cuenta Mickey Molinos al respecto.
Culta como siempre te saluda con un abrazo
Alejandra
Querida Anita:
Te rememoramos siempre con los Cortázar y los Octavio Paz. Me gustaría saber
cómo van tus cosas (seguro que muy bien).
A pesar de los amigos de aquí las extraño mucho a vos y a Susana. De allí que les
escriba estas apresuradas líneas —sin mi estilo genial pues está por comenzar la
función cinematográfica.
Alejandra
9, rue de Luynes
Paris 7é
Querida Monique:
México 5, D.F.
Y si podés, mandame una postal con un pajarito de muy vivos colores. Un abrazo
Alejandra
B.A., 20/II/70
¡Qué linda carta la tuya! Inclusive el papel (perdón: sufro del complejo de Pensar)
es magnífico (sabrás que soy une amoureuse de papier à écrire, una Gaspara para
la Stampa de la estampa, una Louisse Labbé de las imprentas, una Mariana
Alcaforado de los tipos (no confundir), una Sajo (no confundir) de todo aquello que
sea papel, si bien tengo preferencias, ya justificadas, ya irracionales.)
Todo esto para disimular mi ansiedad o urgencia por decirte que tu carta me dió la
profundísima alegría de sentirme comprendida del modo más sutil y, sobre todo, a
fondo.
Los trabajos (tu humor en esa lista es delicioso) que me ofrecés son aceptados con
gratitud y —salvo súbita posesión demoníaca— con la obvia seguridad de que (lo
sabés) nunca te voy a defraudar. Puesto que además de necesitar —digamos
biológicamente o para subsistir— un trabajo, a la vez quiero trabajar para los otros.
Acaso escribir poemas provoque, entre muchas e indecibles cosas, la culpa por el
amor solitario a las palabras.
Sea en el Museo de Arte Mod. o bien en el San Martín, puedo colaborar con gran
fervor (aquí se lo necesita, ¿verdad?) y libertad y —vos lo sabés— con esto tan
insobornable que, bueno o malo, me dejó siempre en un lugar de soledad no poco
mortal. Parecería que me pondero. Rápido, pues: agrego que soy insoportable
para( o con) casi todos (con vos o para vos, no).
Alejandra
Hoy cometí mi primer acto heroico. Fui a la playa. Pero no estoy tranquila, no
estaré tranquila hasta que no escriba como yo deseo sobre lo que deseo y de la
manera que deseo. Nada más estúpido que alentar estos deseos y no obstante son
más fuertes que mi sentido erítico y mi sentido del humor. De todos modos escribo
poco y mal. A causa de ello dibujo un poco, pour me réchauffer un peu, para invitar
al Gran Silencio a posarse en mi memoria. Pero qué te estoy diciendo para mi
capote! Decíme pronto si vendrás en Semana Santa pues en caso contrario no me
interesa quedarme en Nachtua, quiero decir en Miramar. Envié sendas cartas a las
Hamadas Olga e Yvonne de modo que si venís llamálas por si desean también
venir.
Alejandra
A Sylvia
A la hora de oro
no dores las palabras,
al duro sol de la poesía
A la hora sin oro
dedícale una mirada sin tiempo
una mirada sin oro sin horas
dedícale el deseo de no pasar más tiempo
para que el tiempo corra ingenuo
como el agua de una fuente
para que los días pierdan su nombre
para que el tiempo pierda pie
y tú puedas, al fin,
mirar antes del primer día.
Alejandra
Crónica social
Piénsese en mi tío.
Las citadas potrillas fueron vistas en circunstancias que nos es penoso consignar. A
las 2 de la madrugada canicular, tres sombras se arrastraban hacia un mateo. Una
de ellas, la más flaquilla, cubría su rostro con un níveo limpiamokos, a fin de nos
ser reconocida. Pero ¡tate!, nuestras cámaras fotográficas captaron el momento en
que, con ágil y vicioso brinco, se encaramaban al citado artefacto.
¡Fementidas mozas! ¡Zagalas vendidas al oro de Nápoles y a por quién doblan las
campanas, con Ingrid Bergman y Gary Cooper, en el lorraine, $15! ¿De qué os
sirvieron las lecciones que os vois impartieron en la Carpa Birmana (Birmansky y
Korsakoff Ltda.)?
Y para sellar la afrenta, habéis manchado con vuestro esputo el vetusto frente de la
casona solariega de la facultad de filosofía y letrinas.
para Anita
con el mucho afecto
de su amiguita
Alejandra
y la Susy
(del abasto)
Alejandra Pizarnik
—Tac, Tac, Tac. Los martillazos que daban no dejaban sosiego ni tranquili-
dad.
La nariz roma. Una perra gorda en la mano y una flaca en la otra mano
para hacerle cuestiones al veterinario. El cogote cortado al rape. Enco-
gerse de hombros estilo Angélicacxxxx. Cojo. Hacer cama. ¡Qué cosa tan
bonita! Sus fuerzas son pocas, su habilidad es mucha. Tiene un culo algo
grande. ¡Qué lástima. Luego salieron seis enanos comiendo confites, opri-
miéndo sus niños contra sí, éstos contándose sus vidas y aquellos sus
amores.
El, la espalda.
El, la frente.
El, la llama.
El, la llama.
El, la llama.
El, la pez.
El, la tierra.
El, la cólera.
El, la prisxión.
El, la malmaison.
El, la toison.
El, la oración.
El, la creación.
El, la semaison.
Nota: Atención de Sylvia Molloy. Escritos en colaboración con Pizarnik en París. Los
errores tipográficos son de la versión original.
—Who is who?
Esto la hizo xx reir a mandíbula batiente. Es así como soltó el trapo y el chorro,
carcajeó, se comió la risa, se finó de risa, se descalzó de risa, se destornilló de risa
y por fin se cayó de culo prorrumpiendo:
ja ja ja
je je je
ji ji ji
+ hi hi hi
ju si ju
anopluro
—No soy ninguna occiputa— díjose Pomesita para su capote de zorros pla-teados
que críaba con ovomaltina y sal de fruta ANO gracias a lo cual era un capote
ENANO.
—Tu sculptas— díjose Pomesita llorando— Je sus. Vous voulûtes. Vous sûtes. Tu dis
que l’humanité a vu la Vierge. Pas vraie, mon pot.
—Ay, ay! no señor, si tengo tres callos en cada dedo —respondió la fámula–
l ramo de olores.
Sal y pimienta.
Ajos chicos.
Borriqueta a la minuta. (Self-borriqueta)
1 estragón
1 pimentón
1 satiricón
un rincón
un callorynchus callorhyncus. L.
1 kilo de gallo
1 chalote en franco hervor
un amasijo de queso
2 hojas de colapez
2 hojas de cola pollo
2 hojas de colagogo
Hay religiones que prohibe n comer cerditos, vaquitas y homúnculos pero ninguna
prohibe pescar.
Desde tiempos prehistóricos se come pescado, y más aún x: trufas con ceniza.
ja ja ja
je je je
ji ji ji
Nota: Atención de Sylvia Molloy. Escritos en colaboración con Pizarnik en París. Los
errores tipográficos son de la versión original.
Memoria de Alejandra
No la mataron en ningún lugar histórico
de nuestro siglo despiadado:
no la mataron en Trblinka ni en My Lai
ni en Camiri ni en Texas,
pero igualmente la mataron
en el lugar inexorable
donde está cada uno,
donde a todos nos puede de pronto suceder
que se nos viene encima esa tiniebla
que odia y aplasta todo cuanto vive.
Alejandra murió.
La pequeña, la triste, la que armaba ....
zapatos con cabellos y aureolas de ángel,
dalias en cuyo afecto fulguraba el amor.
La que estaba fundada en poesía
y no lo supo en el momento necesario:
los literatos no se lo dijeron,
yo no le dije, nadie se lo dijo,
y ella se descuidó, se alejo de su lámpara,
se perdió en la tiniebla
que odia y aplasta todo cuanto vive.
La ronda de noche
Ana Becciu
Alejandra
tus ojos
un agua donde la alquimia no se atreve a descifrar otra muerte
que la mirada
Alejandra;
Alicia Bello
Alejandra
Julio Cortázar
Octubre 1972
Desquicio 4 (otoño 1972) París
Letargo de emociones,
serás en verdad
mi bautizo de amor
sin la materia de tu efímera ausencia.
Vicencio Durango
Extranjera en la Tierra
buscabas tu añorada patria en la palabra;
pero te pesaban tus amores muertos,
te llamaba tu infancia viva y muerta, muerta y rediviva,
muerta ya ahora tú “de vestido azul”.
Y te pesaba, si te pesaba,
tanto asfalto y lodo de este mundo.
Rita Geada
Proposiciones
Juan Gelman
Nota: Este poema, que podría llegar a ser un velado homenaje a AP,
figura en “Relaciones”, 1973.
A Alejandra Pizarnik
Pequeña centinela
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban mientras tu te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza la frontera y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro;
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la hérida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pié,
abismos hacía adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estrágos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba
y esos labios exangües sorbiendo los venenos en la inanidad de la palabra?
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se desgarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es al revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando para pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela
en busca de otra,
o tiemblas frente a un ala de insecto que cubre con su membrana todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces como un manto:
en el fondo de todo hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.
Olga Orozco
Alejandra Pizarnik
tan sola.
Mario R. Sampaolesi
Mario R. Sampaolesi, Cielo Primitivo, Palabra Gráfica y Editora Soc. Anónima, 1984.
Alejandra P.
Es un instante
apenas,
confluyen la imagen
la ternura
y aquel viejo dolor.
Uno se pregunta
¿cómo pudo ser?
¿En qué arcano
archivo
guardé la distancia
tan imposible
y ese tenue
sentido del absurdo?
Tan corpórea en el recuerdo
la fugacidad
ilumina el presente
(leve brillo)
galaxia remota /
/ los años
transmiten tu presencia
inexistente.
Pero entonces,
¿y esa añeja carga
que no deviene sonrisa?
Anclados en un puerto
destruido
la magia y el adiós
se esfuman.
Sólo persiste
en un ignoto y virtual lugar
la estalactita de una lágrima.
Manuel Shneer
La inventora
Inventas una ventana grande, por ejemplo, y yo por ella te miro envuelto en tenues
hojas que tu inventas para ese momento.
Vuelvo.
Te espero.
espero.
La tregua
Federico Moreira
Manuel Ruano
Sin embargo, en sus escritos en prosa de la misma época, aparece otra voz que no
tiene “la brevedad, simplicidad, fluctuación expresiva, ahondamiento en la palabra
en su doble vertiente de objeto fónico e instrumento mágico” que Lagmanovich
descubre en el lenguaje poético de Alejandra Pizarnik. Esta otra voz, violenta y
obscena, se vuelve obsesiva e incontrolable en los últimos escritos hasta oscurecer
la voz poética presente en los textos anteriores.
Para que la ‘virgen’ entre en acción es preciso tocar algunas piedras preciosas de su
collar. Responde inmediatamente con horribles sonidos mecánicos y muy
lentamente alza los blancos brazos para que se cierren en perfecto abrazo sobre lo
que esté cerca de ella en este caso una muchacha. La autómata la abraza y ya
nadie podrá desanudar el cuerpo vivo del cuerpo de hierro, ambos igualmente
bellos. De pronto, los senos maquillados de la dama de hierro se abren y aparecen
cinco puñales que atraviesan a su viviente compañera de largos cabellos sueltos
como los suyos.
Es notable la sagacidad con que Pizarnik alude a las torturas; nos da el resultado de
las atroces acciones describiendo cómo quedan las ropas de la condesa, cómo es su
rostro. Pero rara vez se detiene en las adolescentes supliciadas. Deja a nuestra
imaginación esa tarea, que nosotros, como lectores cómplices, nos encargamos de
suministrar. Las descripciones de la condesa, por el contrario, son detalladas:
Esa carne lisa y pura que atenaza los deseos de la Condesa, la llevaba a torturar
aun más minuciosamente:
arrancaba la carne —en los lugares más sensibles— mediante pequeñas pinzas de
plata, hundía agujas, cortaba la piel de entre los dedos, aplicaba a las plantas de
los pies cucharas y planchas enrojecidas al fuego...en fin, cuando se enfermaba las
hacía traer a su lecho y las mordía.9
En su obra “teatral”, “Los poseídos entre lilas” aparece una voz nueva, que insiste
en la creación de un lenguaje pornográfico, por momentos aun obsceno. Obsceno,
con la definición que tiene de indecente, aquello que no se puede decir, no se debe
escribir. Esta nueva obscenidad de Pizarnik sacude al lector, confunde su lectura, lo
saca de los esquemas literarios de todo tipo que sean establecidos, seguros.
González Lanuza se refiere a estos escritos como “textos de indudable ingenio
demoníaco”.16
Este contracanto nos arranca a la procacidad general, y otra vez nos muestra el
ensueño y también el desencanto, la desesperanza. Dice Segismunda: “Hemos
comido el fruto del árbol del Más o Menos. Buscamos lo absoluto y no encontramos
sino cosas”.22
—Y yo que me lo llevé al río al Pericles creyendo que era platónico -dijo el hada
Aristóteles.
Y nuevamente escribe:
Sacha, no jodás.35
Vemos este continuo diálogo, en que se han invertido las voces: casi podríamos
decir que Pizarnik reniega de sus preocupaciones anteriores, de su poesía “seria”,
como si ya no pudiera hablar de amor o de ternura. Recibe esas interrupciones en
el texto actual de su pasado, la llevan a una actitud de profundo escepticismo. Hay
rechazo explícito de una poesía abiertamente desolada y trágica. La burla es cada
vez más frecuente en estos escritos. El final de “Diversiones púbicas” parecería
establecer una posición de desprecio profundo ante lo solemne, lo empacado, aun
lo que trata un discurso poético. Esta falta de fe en la literatura es aquí clara:
En cuanto a ella, dulce como una boa, digo como una cabra, y enredada a su
mishín como una cobra, parecía Catalina de Prusia poniéndose Horodono Rivadavia
en las supersticiosas axilas que comentaremos exhaustivamente el año próximo.
En fin, qué carajo, le dio una biaba que arrastró con el Papa, con la pluma y con la
concha de tu hermana, hypocrite lecteur, mon semblable, mon frère.... 36
Hay también cruce de intertextos, modificados por Pizarnik, “Entonces, Borges, alcé
mi patita munido de un puñalito...”37 y la alusión a la novela de Cortázar: “Pericles
y Chú juntaron sus ahorros y compraron un Manual para llamarse Manuel”. 38 En
uno de los textos más interesantes de la Bucanera, que dedica a Gabrielle D’ Estreé
y a Severo Sarduy, encontramos una de las mejores aliteraciones,
compulsivamente repetidas, pero que fluyen con gran espontaneidad:
Cuando Coco Panel afrontó al malón, con pigmón amotinado sin tino, ella agitó
sorcieramente sus aretes, heredados de un espléndido cretino —Pietro Aretino—
con el propósito de deslumbrar a la pigmeada plebeyuna que chillaba como cuando
en Pernambuco trabe ‘el trabuco del oso que se comió mi ossobuco’. 39
NOTAS
9. Pizarnik, Condesa 27
16. González Lanuza, La Nación 24 oct 82. Reseña a Textos de sombra y últimos
poemas
En su estudio Stealing the Language ... (1986), Alicia Ostriker formula la siguiente
pregunta: “How ... do women poets today go about naming themselves?” (60).
Encuentra la respuesta al examinar “an array of images which register women’s
sense of identity as marginality, inferiority, inadequacy; poems in which the self is
seen as nonexistent, invisible, mute, dissolving, or deformed” (60). La autora
observa que todas estas imágenes remiten a un tema clave: el del yo dividido. En
otro trabajo he explorado este tema en la poesía de Alejandra Pizarnik y algunas de
sus predecesoras. Aquí estudiaré, partiendo de los términos propuestos por
Ostriker, otras imágenes con las que Pizarnik constituye la subjetividad femenina
en su poesía.
The contemporary woman who declares herself to be Nobody, nowhere, empty and
blank, registers the continuing power of a culture which defines her as, at best,
genitally defective, sexually pure, and personally self-effacing. Nobody is, in effect,
a perfectly good woman. (63)
¿Y qué?
¿Y qué me da a mí,
a mí que he perdido mi nombre,
el nombre que me era dulce sustancia...
(AP 54-55)
Es un lugar común entre muchos de sus críticos el afirmar que la poesía de Pizarnik
trata, quizás más que de cualquier otra cosa, de la poesía, del lenguaje (o, por lo
menos, del yo constituido en y por el lenguaje). Es de notar que Jill S. Kuhnheim y
Francisco Lasarte empleen precisamente el mismo término para describir a Pizarnik.
Al comentar sobre la fascinación de Pizarnik por el silencio, Kuhnheim menciona
“her self-exile into poetry”, que, para esta estudiosa, “seem[s] to indicate her belief
in the impossibility of achieving unity anywhere else” (270). El título del breve e
intrigante artículo de Lasarte es “Alejandra Pizarnik and Poetic Exile”; en él, al
comentar varias tematizaciones de la imagen del exilio en la poesía de Pizarnik,
Lasarte observa que con frecuencia: “exile seems to go hand in hand with a
statement about the inadequacy of language” (73).
El verso “¿es que soy yo? ¿verdad que sí?” tiene dos interpretaciones posibles. Por
un lado, si subrayamos el yo, la hablante parece estar pidiendo que se verifique su
identidad, en otras palabras: ¿soy yo quien estoy aquí, aullando y mutilándome,
soy verdaderamente yo? Por otro lado, si cambiamos el enfoque al verbo soy, la
pregunta es portadora de implicaciones más radicales, de ser/no-ser: ¿existo? Los
dos versos siguientes —“¿no es verdad que yo existo / y no soy la pesadilla de una
bestia?”— apoyan nuestra segunda lectura a la vez que socavan la posibilidad de
una respuesta afirmativa a la pregunta. La pregunta “¿verdad que sí?”,
mínimamente esperanzada, se ha transformado en otra, articulada de forma
negativa (“¿no es verdad...?”). En vez de existir la hablante como un ser (humano),
se presenta una alternativa: que ella sea “la pesadilla de una bestia”. La brutalidad
de sus acciones hace que sospechemos que de hecho ha sufrido una
transformación, y es ahora “la pesadilla de una bestia”.
Según Alicia Ostriker: “An even harsher figure for a sense of inadequate existence
than invisibility, at least to poets, is muteness” (66). Al escribir la crítica del
modernismo en la tradición poética angloamericana hace referencia a la figura
emblemática de J. Alfred Prufrock, quien exclama, “it is impossible to say just what
I mean!” Ostriker afirma que “women will recognize certain features of Prufrock’s
predicament as coinciding with their own, in particular the linked dilemmas of
feeling oneself a mere object in the eyes of the other sex and being unable to
participate in its mode of discourse” (67), pero opina que otros aspectos de su
problema, “such as his sense of disjunction between significant heroes of the past
and his insignificant self, are less relevant” (67). Aunque sea verdad que en el caso
de Pizarnik, como sostiene Ostriker con relación a las poetas norteamericanas
contemporáneas, la nostalgia de tradiciones literarias, filosóficas y sociales no se
articule como un tema poético significativo per se, no creo que los “otros aspectos”
del problema de Prufrock sean, para ella, igualmente poco significantes. En sus
diarios Pizarnik lamenta la falta de modelos apropiados en español, no obstante, se
compara con frecuencia —desventajosamente— a los mismos modelos que rechaza.
Además, su constante comparación con Artaud, unido a su deseo y miedo de
emularlo, constituye una parte crucial de sus escritos íntimos.
“Among women poets”, escribe Ostriker, “the inability to speak signals, however,
just as it does in Prufrock, a state of passivity, marginality, self-hate” (67).
Además, Ostriker encuentra que, “as in Prufrock, and as in women’s invisibility
poems, there is usually a sexual script. The poet is perhaps erotically dependent”
(67). La primera conclusión es válida para Pizarnik; la segunda tiene alguna
aplicación también, como veremos en los siguientes poemas, que tratan la imagen
de la mudez.2 Veamos la mudez en “Cenizas”, de Las aventuras perdidas (1958),
publicado cuando la poeta tenía sólo 22 años:
“Ahora”, sin embargo, la hablante está sola (ver la presencia del “yo” en la última
estrofa). No está claro si ha sido abandonada por su amante o si la relación existe
todavía, pero la hablante se siente sola. Los versos segundo y tercero de la última
estrofa re-escriben la fábula del rey Midas, transformando al personaje principal en
ser femenino (“avara”): la hablante se representa como avara loca que mira,
obsesiva y encorvada, su montaña de oro. El lenguaje, en esta condición solitaria,
ha sido despojado de su trascendencia, de su poder comunicativo, transparente.
Por la alquimia del abandono o la soledad radical, el lenguaje se ha transformado
(pasando por el símil de las monedas de oro) a meros objetos, “palabras” que la
hablante arroja hacia el cielo en un gesto desesperado e inútil.
En los últimos dos versos, la hablante, habiendo lanzado al espacio las palabras
petrificadas, se queda muda. El triunfo de la pareja —nombrar el mundo— se ha
reducido a un silencio solipsista. Ante el amado (no se aclara si es presencia o
ausencia), la hablante no puede decir las palabras más importantes, “aquellas
palabras por las que vivo”: las palabras del amor quedan sin (poder) pronunciarse.
Los siguientes versos de “Revelaciones” (DP 57) —“En la noche a tu lado / las
palabras son claves, son llaves... / Que tu cuerpo sea siempre / un amado espacio
de revelaciones”— también muestran que la presencia física del amado provee a la
hablante la habilidad de expresarse con elocuencia. Las palabras no son meros
objetos vacíos; en el amor, destierran la mudez, llenan de promesas el silencio
(“son claves, son llaves”, “revelaciones”). “Quien alumbra” (P82, 44) es semejante,
en cuanto a imágenes y temática, a “Revelaciones”: “Cuando me miras / mis ojos
son llaves, / el muro tiene secretos, / mi temor palabras, poemas”.
Pasemos a “Sentido de su ausencia”, texto que presenta otra variación del tema del
amor, la mudez y la palabra:
si yo me atrevo
a mirar y a decir
es por su sombra
unida tan suave
a mi nombre
allá lejos
en la lluvia
en mi memoria
por su rostro
que ardiendo en mi poema
dispersa hermosamente un perfume
a amado rostro desaparecido
(DP 66)
Se fuga la isla.
y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta.
Ahora
es el fuego sometido.
Ahora
es la carne
la hoja
la piedra
perdidas en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilización
que purifica la caída de la noche.
Ahora
la muchacha hala la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía.
(UI 11)
Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.
El tono coloquial y prosaico del primer verso no prepara al lector para el poema
complejo, profundamente desconcertante, que se despliega en los siguientes
versos. No hay ningún yo en la primera estrofa, sólo un ojo reporteril que parece,
al principio, comentar el tiempo “afuera”, pero que rápidamente se dedica a
establecer los parámetros de una estructura dicotómica de afuera/adentro,
masculino/femenino. Es sólo “un” sol, pero uno que inspira el canto de los hombres.
La cuarta y última estrofa —dos breves versos— yuxtapone sucintamente los dos
mundos delineados en el poema —afuera/adentro, masculino/femenino,
poder/impotencia— desterrando a la hablante del poderoso reino exterior. En la
última imagen la hablante se yergue sola, de luto oscuro, “vestida de cenizas”.
Otro poema de particular interés para los temas que vengo comentando es
“Caminos del espejo”, que constituye la tercera sección del tomo Extracción de la
piedra de locura (1968). La lucha por/con el poder, que se expresa mediante
imágenes de disolución y transformación, es un tema clave en esta colección y en
la siguiente, El infierno musical (1971), como también en la colección póstuma,
Textos de sombra y últimos poemas (1982). “Caminos del espejo” contiene 19
breves secciones, cada una encabezada por un número romano. Examinemos
algunas de estas secciones:
III
Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la
lluvia...
Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que
abandona el viento en el umbral...
VIII
IX
Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me
olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro...
(EPL 41-44)
Hablo como en mí se habla. No con mi voz obstinada en parecer una voz humana
sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque.... (EPL 49)
Sonríe y yo soy una minúscula marioneta rosa con un paraguas celeste yo entro por
su sonrisa yo hago mi casita en su lengua yo habito en la palma de su mano cierra
sus dedos un polvo dorado un poco de sangre adiós oh adiós... (54). Tanto que
hacer y yo me deshago...aquí, pequeña mendiga, te inmunizan. (Y aún tienes cara
de niña; varios años más y no les caerás en gracia ni a los perros.) (56)
En los versos que abren esta cita, la hablante renuncia a su propia voz, a pesar de
su “obstinado” intento de parecer una voz humana: ella habla sólo como es hablada
desde adentro. Lo que oímos es el testimonio de otra, de otro yo dentro de la
hablante, un yo feral, que nunca ha “cesado de morar en el bosque”. Esta imagen
se extiende y se le da un nombre específico en la página 51: es de noche en la
hablante, quien se divide en dos, avisándose de la aparición inminente de la
enfurecida bestia que tiene adentro. La hablante y este “animal” son uno y a la vez
no lo son; el tú “asistirá” a esta transformación, este bestial “encabritarse”, como si
estuviera en una función teatral.
Y luego cántame una canción...una canción que sea menos que una canción, una
canción como un dibujo que representa una pequeña casa debajo de un sol al que
le faltan algunos rayos; allí ha de poder vivir la muñequita de papel verde, celeste y
rojo; allí ha de poder erguir y tal vez andar en su casita dibujada sobre una página
en blanco. (EPL 66-67)
NOTAS
3. Sigo fascinada (pero inquieta) con el siguiente comentario de Alicia Ostriker: “to
love a man is to be dependent on him. To be dependent is to be silenced” (Stealing
the Language, 67). No he estudiado los otros aspectos de la mudez femenina que
Ostriker examina, tales como el silencio como fenómeno político, histórico y físico,
principalmente porque este tipo de silencio no constituye un eje temático patente
en la obra de Pizarnik. Las poetas que Ostriker estudia —Marge Piercy, Susan
Griffin, Adrienne Rich, June Jordan, Madelon Gohlke— son abiertamente feministas,
y en este y en otros aspectos, son muy distintas de Pizarnik. Sin embargo, en su
artículo sobre el silencio en la obra de Olga Orozco y Alejandra Pizarnik, Jill S.
Kuhnheim señala:
frequently use images drawn from the social construction of their feminine roles:
the elements of domestic life, girl’s playthings, the interior spaces of houses, an
identification with Lewis Carrol’s Alice, attention to masks, appearances, costumes,
all are common to their poetry. These shared traits indicate that part of the self-
alienation we have observed may stem from Orozco and Pizarnik’s shared positions
as female poets in a male-dominated tradition. Neither poet employs a self-
assured, neo-romantic speaker; instead these two speak with an authority they
also strategically undermine. In a positive sense, this strategy can be read as
evidence of these poets’ ability to recognize a variety of speaking positions;
contrarily, it can also be read as a denial of self, a negation of their own subjectivity
and voices. (269; énfasis mío)
Más miedo que antes. Antes me disculpaba mi cara de niña. Ahora, Ahora,
súbitamente, me tratan como a una grande. Ya no me exceptúan por mi edad
breve. Ya no es tan breve. Ya no me ampara mi cara de niña. Voy a una reunión y
me sirven la misma porción, el mismo gesto de indiferencia. Lo descubrí ayer. Dije
chistes obscenos, como de costumbre, y varias cosas crueles, como de costumbre,
pero nadie me sonrió con ternura, como pasaba antes, cuando asombraba por mi
rostro de niña precoz y procaz. (P86, 115)
BIBLIOGRAFÍA
De Alejandra Pizarnik
_____. La última inocencia y las aventuras perdidas. Buenos Aires: Botella del Mar,
1976. (UI; AP)
Cristina Piña
Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina
Un libro, ante todo, es un objeto para leer, un modelo que podemos armar desde
muy diversos lugares, a partir de distintos presupuestos o deseos, a contrapelo o a
contraluz, con él o contra él, como un producto o una producción, recortándolo en
algún sentido o tomándolo al pie de la letra de su topología, como un desafío o una
confirmación.
Lo lógico sería que un libro donde la mano del autor no ha intervenido en ese
segundo momento capital de su escritura que es la disposición interna de los
textos, su continuidad y su expansión, tuviera algo de fondo de gaveta, de la
precaria torpeza de la improvisación, del encuentro fortuito —más o menos feliz,
más o menos desgraciado— de cuerpos textuales en un espacio adventicio. Sobre
todo, si ese autor es alguien tan obsesivamente atento a la articulación interna de
sus libros como lo era Alejandra Pizarnik, mallarmeanamente pendiente de la
resonancia de cada palabra entre las otras, de cada texto respecto de los otros que
compartían su mismo espacio en el libro:
Cada palabra era sopesada en sí misma y con respecto al poema como un diamante
del cual una sola falla en diez mil facetas bastaría para hacer estallar al texto. Las
palabras se volvían animales peligrosos, huidizos, erizados de connotaciones o
asonancias involuntarias, súbitamente dispersos o excesivamente condensados,
crípticos. Se añadía, se cambiaba, se tachaba, se recortaba, se contemplaba el
poema como un objeto mural, una obsesiva piedra de obsidiana. 6
Lo lógico sería que si, además, el libro reúne prosa y verso y teatro escritos a lo
largo de diez años, dichas disonancias en cuanto a la textualidad negaran su misma
condición de libro e impidieran su lectura como tal. Porque, qué es un libro (o
mejor, libro de, ya que mientras hablamos de un libro de poemas, cuentos,
miscelánea, ensayos, infaliblemente decimos novela o pieza teatral o, en el otro
extremo, antología); sí, qué es un libro de sino un cuerpo textual específico donde
la significación se configura a partir del corte y la articulación de una secuencia de
textos heterogéneos en el tiempo, las condiciones de producción, inclusive la
textualidad, el cual, sin embargo, traza una peculiar forma de homogeneidad
espacial u objetal. Homogeneidad diferencial, por cierto, construida en un a
posteriori de la producción para ser recibida como tal y que apela a la unidad del
espacio, del objeto, para erigirse en unitario explotando las posibles similitudes
entre sus fragmentos o sus unidades textuales y creando imaginariamente otras a
partir de extratextos o de escansiones que ocultan la diferencia en favor de la
continuidad.
Lo lógico sería que si, para colmo, muchos de esos textos no hubieran pasado por
esa sucesión de sobre-escrituras internas al trabajo de la escritura que son las
correcciones y que, en el caso de Alejandra, eran la “marca de fábrica Pizarnik”, la
heterogeneidad se extendería a la naturaleza misma de los textos como producto,
dividiéndolos en esbozos por un lado —los inéditos, y por ende sujetos tanto a la
posibilidad de infinitas sobre-escrituras como a la desaparición— y los textos
hechos por el otro, es decir, aquellos sancionados como textos acabados y legítimos
por su previa publicación.
Y sin embargo no es así. Porque desde esa heterogeneidad múltiple —pues se trata
tanto de una heterogeneidad de textualidades como de niveles de sobre-escritura
—, desde el hecho accidental de que fueran ellos y no otros o menos los
legitimados literariamente a partir de su reunión en un libro no ya organizado por
su autora sino por los agentes socio-culturales que representan las compiladoras,
por un lado, y la editorial por el otro, surge la homogeneidad que, al menos para
mí, resulta como mínimo inquietante, puesta esta más allá o más acá de la que
estableció consciente y deliberadamente la propia autora y que tiene que ver con la
recusación misma del sujeto textual hasta ese momento construido por el conjunto
en su obra. Porque los poemas, prosas y textos aquí reunidos configuran una
escritura que explora, precisamente, los límites de su propia articulación,
aventurándose en zonas que antes estuvieron siempre vedadas a la inscripción
textual.
Los libros de Alejandra publicados en vida están marcados, no sólo por un discurso
poético que oscila entre el poema de extrema brevedad y poder de productividad
significante y el poema en prosa extenso donde se va articulando una subjetividad
que pone en constante juego su posición en el lenguaje, a través de la transgresión
semiótica del orden simbólico, sino por la plasmación de un sujeto textual marcado
por el sello de la desolación y la tragedia: una endechadora —para darle uno de los
tantos nombres que se le atribuyen a quien dice yo, tú o ella en el poema—
encerrada en el laberinto de su soledad y cerrada a lo que no sea la exploración
poética de los desgarramientos de su ser-en-el- lenguaje.
Esa subjetividad así caracterizada está por igual apartada del contenido social y del
cuerpo, y el tono de su indagación impide cualquier rasgo de humor que lleve a la
risa o siquiera a la sonrisa. El único texto publicado en libro donde irrumpe lo
obsceno —La condensa sangrienta—, con su carga de cuerpos mutilados y
supliciados, desenvuelve su escritura hechizante desde una mirada y una voz
saturadas de referencias culturales, las cuales estetizan, estilizan y “descarnan” las
inscripciones del cuerpo sádicamente usado y exhibido. Así, si bien el cuerpo hace
en este libro su entrada textual —pero no triunfal— se trata de un cuerpo
nombrado desde el escamoteo cultural y el discurso elevado, donde nunca aparecen
esos dos rasgos —esos dos deshechos— del carnaval bajtiniano que acompañan y
concretizan la transgresión que el cuerpo librado a su fiesta establece en el entorno
de la cultura oficial: la risa y la procacidad, el exceso de aquello no naturalizable a
partir de la palabra espiritualizadora, “decente” y seria. Porque el sujeto que toma
cuerpo verbal en los libros de Alejandra es un sujeto monológicamente construido
desde una lírica elevada y culta, que aparece como el contrario exacto del exceso
que significan el cuerpo “bajo” y la risa obscena. Si en él hay algún “exceso” es
precisamente el contrario: el de la voz escrita y sobre-escrita que apela al cuerpo y
lo nombra para desintegrarlo en su densidad de resto inasimilable, por medio de la
palabra con-sagrada y la escritura culturalmente sancionada. Quizás ningún
ejemplo más claro de esa disolución de la dimensión física, de la corporeidad, que
el famoso fragmento de su poema “El deseo de la palabra”, 7 donde la voz poética
dice: “haciendo el cuerpo del cuerpo del poema con mi cuerpo”, es decir donde
expresa su deseo de convertir en palabra ritualizada como “lenguaje del espíritu” el
desafuero o la carne. O, si no se trata de ese cuerpo espiritualizado en la palabra
que asesina la cosa —como decía Lacán—, el que allí aparece como correlato del
sujeto textual es un cuerpo muerto y gramaticalizado a partir de la operatoria
verbal y, por ende, no cuerpo, no goce, no exceso ni materialidad: “Ahora tus
despojos, recogerlos uno a uno, gran hastío, en dónde dejarlos”. 8
Pero en los textos dejados de lado respecto de ese espacio “sagrado” que es el libro
(sacralidad de la escritura occidental que tiene su modelo en el Libro, las
Escrituras), no ocurre eso: allí el cuerpo reclama sus fueros y su materialidad desde
sus nombres y sus gestos más brutales y menos culturalizados, más procaces e “in-
decentes”. Así, aparecen úteros y sexos y dedos lúbricos, Machos y Futerinas y
violarios, casas de citas y sonidos orgasmales. Y esto mientras no opere ese gran
disparador destructivo del orden simbólico canonizado y social que es la risa y que
hace llegar el estallido del significante más allá de toda represión. Por que cuando
sí lo haga, la lapicera con que la crítica escribe y los ojos de quien lea los textos se
ponen rojos, porque el cuerpo queda librado a su inscripción más
transgresoramente anti-cultural y anti-textual y se nos cae encima conchas, pijas,
Flores de Edipo Chú, diversiones públicas culos, ad pajam, etc., en un verdadero
volcán en el que la voz se carnea —como lo opuesto al descarne— en su goce (al
igual que antes e mallarmeaba), en la abundancia vertiginosa y casi repugnante de
los acoplamientos entre risa y sexo. Todo siniestro y divertidísimo a la vez, con la
insistencia metonímica y salvaje de algo largamente reprimido que de pronto se
pone en ebullición y parece que nada, sino la muerte, lo puede detener.
Y junto con ese estallido de carne y risa, otros códigos prestigiosos caen —en rigor,
casi todos los códigos prestigiosos caen— y en lugar de cold in hand blues, fugas de
lila y niñas cantoras, los textos/deshechos eligen los “ladridos” de Janice Joplin —“a
cantar dulce y a morirse luego/no:/a ladrar”—9 o las letras de tango estridentes
como las que cito a continuación, a manera de contracanto carnavalesco del tono
solemne que aún por momentos perdura:
SEG: ...No, no quiero cantar muerte. Mi muerte...el lobo gris...la matadora que
viene de la lejanía...¿No hay una alma viva en esta ciudad? Porque ustedes están
muertos. ¿Y qué esperanza nos queda si están muertos? ¿Cuándo ocurrirá todo
esto?
Salidas de tono, entonces, escritura que construye el reverso del sujeto prestigioso
que se armaba en los textos “de libro” porque se ha entrado en enfrentamiento
furioso y fatal con las palabras y el espacio de descarne por ellas marcado: “El
lenguaje es vacío y ningún objeto parece hacer sido tocado por manos humanas.
Ellos son todos y yo soy yo. Mundo despoblado, palabras reflejas que sólo solas se
dicen. Ellas me están matando”.12 Y, además, se tiene un saber nuevo, una
certidumbre que desfonda el lugar lírico y trágico —recordemos que tragedia y lírica
son géneros monológicos para Bajtin— antes elegido para construir el sujeto; sin
saber que me parece sintetizado con singular ejemplaridad en el poema “En esta
noche en este mundo”, “no / las palabras / no hacen el amor / hacen la ausencia” 13
dice Alejandra allí y articular ese saber no puede llevar sino a una acusación y
recusación de la lengua, ante la cual la única salida que se perfila es la carcajada y
la procacidad, la materialidad vertiginosa de la carne: “La lengua natal castra / la
lengua es un órgano de conocimiento del fracaso de todo poema / castrado por su
propia lengua / que es el órgano de la re-creación / del re-conocimiento / pero no
el de la resurrección”.14
Pero no sólo a los deshechos del cuerpo y de la risa lleva este saber, permite que
también se inscriba en la escritura otra forma de deshecho, en tanto que presencia
inasimilable para un lenguaje culto: el cadáver paterno. Creo que no es en absoluto
extraño, considerado desde la topología transgresora del no-libro, que varias de las
inscripciones textuales de la figura del padre muerto —el hombre de los ojos azules
— eludan la solemnidad sacra que la muerte infaliblemente ha adquirido en los
libros de poemas de Alejandra y hasta en su libro en prosa La condesa sangrienta e
ingrese por el contrario como resto “in-decente”, caído del lado de una materialidad
siniestra y carnal, como en estos dos ejemplos singularmente significativos:
Y fue entonces
que con la lengua muerta fría en la boca
cantó la canción que no le dejaron cantar
en este mundo de jardines obscenos y de sombras
que venían a deshora a recordarle
cantos de su tiempo de muchacho.16
Queda, por fin, el maridaje entre prosa y poesía y formas genéricas diferentes.
Antes, en sus libros, la poesía era la forma de escritura dominante, al margen de
que adoptara la disposición gráfica de la prosa y cumpliera algunas de sus
funciones —narrar, por ejemplo, como en La condesa sangrienta. En cambio, en
estos textos encontramos prosas con fragmentos de poesía injertados, poemas
donde aparecen palabras o expresiones ajenas a su selección léxica canónica, un
texto dramático que inserta poemas dentro de las réplicas y donde está
desnaturalizada la funcionalidad teatral de las didascalias y, por fin, esos textos
reunidos bajo el título general de La bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa y
que resultan inclasificables en tanto no son ni poesía, ni diálogos dramáticos, ni
narración, ni descripción sino un puro —impuro— estallido de materia verbal
deformada por la procacidad y la risa.
Es decir que en todos los niveles discernibles, Textos de sombra y últimos poemas
aparece como transgresión, carnaval y heterogeneidad, espacio del desecho y la
desnaturalización de la escritura y la subjetividad inscripta por Alejandra en sus
textos incluidos en libro. Pero, como lo dije al comienzo, en esa reversión
generalizada está su inquietante homogeneidad: un libro al revés de Alejandra al
revés, pero libro y Alejandra al fin: “voz nueva, desconocida” cortada por la
muerte.
NOTAS
Alejandra Revisited *
por Gabriela De Cicco
Pero con ojo atento y oído sensible nos damos cuenta, como en un juego lógico, de
los nombres que molestan, que no concuerdan, que se escapan hacia otra
dirección; esos nombres son: Orozco, Biagioni, Pizarnik.
Por otro lado se realiza una película documental en la que se rescatan ciertos textos
de su obra sobre los que antes nunca se había hecho referencia o sobre el que se
había trabajado muy poco, como es el caso de La Condesa Sangrienta. Además se
publica el esperado libro de Isabel Monzón que justamente estudia las condesas de
Alejandra y Valentine Penrose, abriendo una puerta hacia un nuevo camino de
compresnión y lecura por medio de la psicología.(2)
Ante este panorama cambiante, nosotras, como lectoras y como poetas, debemos
preguntarnos casi por primera vez cuál es la herencia que nos dejó Pizarnik-mujer-
poeta.
Tomemos dos momentos de su poesía para poder comenzar a reflexionar. Uno es:
"¿Qué significa traducirnos en palabras?"(3) y el otro: "¿A dónde la conduce esta
escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentario".(4)
Lo más significativo es que encontramos estas dos citas en el que fue su ltimo libro,
un libro en donde se hace presente su constante lucha con el lenguaje para poder
decir, entre otras cosas, la imposibilidad de poder decir "acertadamente" lo que se
desea y el terror de la soledad existencial. El miedo quiebra la forma del poema, su
ritmo sigue un aliento rápido, el silencio busca su signo como en la msica.
Por otra parte, en sus diarios encontramos esta entrada: "Hubiera preferido cantar
blues en cualquier pequeño sitio lleno de humo en vez de pasarme las noches de mi
vida escarbando en el lenguaje como una loca"(2.VI.61, Paris).(7)
Pareciera que para Pizarnik hubiera sido preferible interpretar un texto previo,
incluso creado por otra persona, en vez de escarbar en el lenguaje, acción que
permitiría expresar de un modo netamente personal la realidad. Lo que parece
estar en juego en estas líneas de su diario es el dolor de tratar de traducir en
palabras sus visiones, sus sensaciones; sería más fácil, más liviano cantarlo pero
con las palabras de otro/-a.esto también nos puede dar una idea de escritura
palimpséstica: escribir sobre otro texto ya escrito, borrar apenas y seguir las
huellas; es más, podemos pensar en la comodidad que es seguir los pasos
anteriores. En Alejandra se nota cierta incomodidad, pero parece serlo sólo por
momentos. Lo que sí importa es ver cómo retrabaja las citas de sus autores
preferidos, citándolos a veces sin comillas y apropiándoselos de una forma muy
especial. Y podemos ver esto sobre todo en la parte más delirada de su discurso
poético.
Pero no podemos soslayar a esta altura que tanto escribir como cantar (como
cualquier otro disciplina artística) es una elección de vida que realizamos guiadas-
os por nuestro deseo y sobre todo a partir de nuestras capacidades o dones; y en
este caso las obligaciones provienen de nuestro interior, sobre todo cuando no se
trata de una escritura profesional que llevaría a cumplr con fechas de entrega, etc.
(8)
La elección por la poesía para muchos/as poetas de la generación de Alejandra ha
hecho de la obra de aquéllos/as un lugar de resistencia, de lucha. de denuncia, y es
aquí cuando podemos ver, por lo menos, dos de las puntas de la generación del
sesenta: por un lado Juan Gelman, Juana Bignozzi, y por el otro Pizarnik y Miguel
Angel Bustos. Un mismo tiempo para diferentes voces, poéticas; cuerpos poéticos
intentando cambiar la realidad cada uno/a a su manera, todos/as acertados/as,
quien más, quien menos marcando camino.
Creo que la denuncia tuvo en Alejandra una forma expresiva bastante particular y
personal, ya que más allá de los aspectos autobiográficos, su poesía marcó los
lugares de las pérdidas, puso en evidencia ese vacío expresivo y significativo que
recién la generación de las poetas del ochenta comenzarían a llenar, no sin
sufrimiento, pero sí con la convicción de que un cambio era posible para el decir de
las mujeres, sobre todo después de los años de la dictadura. La escritura de
algunas de estas poetas como la de Pizarnik fue también contra el miedo originado
en otras raíces.(9)
Siguiendo con la lectura de sus diarios podemos ver cuántas veces Pizarnik se
sentía condenada al trabajo de escritura, sin embargo, para ella la escritura de un
diario podría facilitar el camino hacia la libertad, el camino hacia el
autoconocimiento, y a la vez poder hablar de la experiencia de lo poético, que en
definitiva es el camino en sí mismo. Pizarnik escribió: "Si pudiera tomar nota de mí
todos los días sería una manera de no perderme, de enlazarme, porque es
indudable que me huyo, no me escucho"(6.III.61, Paris).
Lo ideal sería, para las mujeres que les interesa, potenciar esta indagación
presentada por Alejandra en estas líneas y deshacernos de la idea de condena.
Comenzar a escuchar más atentamente, tomar nota de las voces internas que
pujan por salir de una manera nueva, fundar verdadera leyenda y crear un nuevo
territorio.
Para las poetas del noventa, la escritura tendería a ser tarea en el sentido
bellessiano del término, un predominio de la conciencia sobre cada línea escrita
desde las entrañas: "Una mujer madura/que ya/ no será// sino/ lo que es:// tarea//
Conciencia que expresa/ el esplendor// y deseo/ más allá/ de la línea de
sombra"(10).
*(Este articulo fue publicado por primera vez en la revista Feminaria nro.:16,
Buenos Aires, Mayo de 1996; fue también reproducido en "Debate Feminista" Nº
15, 1997, Mexico.)
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NOTAS
1.- Ejemplo de esto es lo realizado por Delfina Muschietti, Alicia Genovese, Diana
Bellessi.
6.- Susana Poujol, " Intertextualidad en la poesía escrita por mujeres en la última
década", Feminaria nro.:7, agosto,1991.
8.- Por otra parte varias de las entradas de los diarios dan cuenta de lo pesado que
era para Alejandra cumplir con los encargos de las diversas publicaciones con las
que colaboraba y esto nos pone frente a la falta de tiempo para poder crear la
propia obra, otro punto interesante de ver en Alejandra.
9.- Ver Monzón, op.cit., pág.28 cuando se habla sobre la relación entre la
melancolía y los regímenes autoritarios.
10.- Diana Bellessi, Eroica, Bs. As. Libros de Tierra Firme y ¸ltimo Reino, 1988,
pág.78.
La locura poética, dice Derrida a propósito de Artaud, quizás sea más racional que
lo que la metafísica occidental llama Razón, porque está más cerca de lo instintivo y
mantiene un tipo de relación - aunque difícil de explicar - con la fuerza de la vida y,
por continuidad, se posiciona como productora o generadora de la obra literaria o
poética. Los universos personales tienden a ser poblados por figuras y mitos que
asumen carnaduras y fundiciones de difícil predicción, representaciones de lo
reprimido, las «otras escenas». Ana Cristina Cesar (1952-1983) y
Alejandra Pizarnik (1936-1972) pueden convivir, en una movida crítica, en un
instante fugaz de acercamiento, porque, como dice Rodríguez Magda, «la
realidad es múltiple y en ningún espacio contemporánea de sí misma». Las
dos eran mujeres latinoamericanas, poetas, dibujaban, se suicidaron, dejaron como
legado su poesía y con ella las grandes interrogaciones a que obliga la palabra.
Los libros de poesía que Alejandra Pizarnik publica durante su vida son: La tierra
más ajena (1955), La última inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958),
Árbol de Diana (1952), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de
locura (1968) y El infierno musical (1971). Desde el primero, solventado por su
padre, hasta los últimos en que ya existía, en la sociedad en la que se movía la
poeta, un cierto consenso paternalista sobre su importancia poética en el medio
literario, la crítica en general actúa con reticencia, dando énfasis al sufrimiento de
esa "pobre chica", a quien habitualmente se observaba como si fuera «una
niña», y cuya muerte fue aceptada «como si hubiera muerto una
niña», siempre con una «pequeña voz». Muerte preparada con
elementos teatrales, a la manera de una broma macabra, en la que Alejandra deja,
junto a su cuerpo sin vida, una muñeca maquillada y palabras escritas en el
pizarrón de su cuarto. Muñeca que se propone como una escritura cuyo significado
retórico está consolidado en usos como el que se le da en 62, modelo para armar,
de Julio Cortázar, que se vale del modelo de la histórica condesa Erzébet Báthory -
siglo XVI-, el siniestro personaje que luego Alejandra retoma y da vida en su libro
La condesa sangrienta. Las muñecas despanzurradas y pintarrajeadas de Alejandra
parecen figuraciones siniestras de las bellísimas mujeres-adolescentes que la
condesa tortura hasta la muerte, para luego verter su sangre y usarla en pócimas
(remedios/venenos, fármacos) para mantener la juventud y lozanía que las brujas
que la rodean le aconsejan.
Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón.
Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer/es decir hace siglos.
En el futuro aparecen las metas, que se dibujan bajo la presión de la idea constante
de la muerte, más allá de la convicción que todos podemos tener de que la vida es
finita. Por ser la muerte el misterio esencial con que se enfrenta el niño (Piaget) y
que los seres humanos adultos no pueden resolver, todas las culturas le dan
tratamiento especial. Desde ritos funerarios hasta todo tipo de actividad artística
que lleva enclavada la idea del tiempo que pasa y de la muerte esperando en un
punto desconocido del camino. Toda cultura lleva en su centro las marcas de las
ideas que las personas que componen esa comunidad tienen de lo que en realidad
representa la muerte para los seres humanos. Sin embargo, a pesar de esa
preocupación permanente del pensamiento y de la sensibilidad humanos, la idea de
la propia aniquilación es casi imposible de concebir; imaginarla es al mismo tiempo
una tentación y una pesadilla. Parte de los proyectos de vida de la gente se hacen a
partir de la personal ubicación que se tenga frente al problema existencial que la
muerte plantea, ¿existe vida después de la muerte? La respuesta a esa
pregunta define las estrategias de vida y, en el caso de Alejandra y de Ana Cristina,
las textuales.
En Ana Cristina la idea de la muerte que aparece desde sus más tempranos poemas
es claramente la de descansar, dejar de sufrir: "Um descanso calmo e doce / Um
calmo e doce descanso" («Quando chegar», julio 1967). Deseo
frenado por el miedo a lo desconocido, cifrado en la imagen homérica, de la mujer
que se ata al mástil del navío para no correr al llamado mortal de las sirenas. No se
trabaja en esta poesía con experiencias metafísicas puras sino con el manoseo de
los hechos y objetos cotidianos que le permiten imágenes del sufrimiento de vivir
con la conciencia permanente de la muerte surgidos de los designios/signos que,
como mensajes, le envían las cosas, las personas, las Observaciones microscópicas
de lo que ve.
(1982-3)
Podemos decir quizás que ambas poetas son una especie de Cherezades, la
narradora de Las 1001 noches, que escriben para mantenerse vivas; la astucia
residía en crear con palabras poemas e historias y reproducir sus profusas muertes
y numerosos funerales; cuando este exorcismo se quiebra, las defensas se debilitan
y acontece la muerte real.
En Ana Cristina César, también el poetizar está corroído por la ironía: el desgaste
de la fuerza de la palabra poética y de las ilusiones modernas. En sus escritos, las
figuraciones de ángeles aparecen como figuras etéreas de un más allá que, en la
poesía de la adolescencia, prometen la muerte como descanso del sufrimiento, o
bien como figuras de la poesía que se desprende de los objetos. "E em breve a
sombra se dilui, / Se perde o anjo" (setiembre 68).
En César, la sensación de ser mujer pasa desde lo que dice en "Poema óbvio" (junio
1969):
hasta lo que dice casi al final de su vida: que la mujer es un objeto que varía de
precio más que cualquier acción de Bolsa.
Diríamos con Derrida que tal vez la clave para entender la poesía de estas dos
mujeres contemporáneas está en considerar literatura pura a la no-literatura, o a la
muerte misma.
Referências Bibliográficas
1.
Alejandro Fontenla, quien prologa una selección de poemas con un estudio acerca
de la autora y/o la obra2, carga las tintas sin desdeñar la psiquiatría: "Hasta
Extracción de la piedra de locura, la muerte es una apelación permanente, pero es
todavía un tema literario, algo de lo que se habla. Este es, en cambio un libro
escrito «en» la muerte, ubicado situacionalmente en la muerte, desde donde el yo
poético escucha «golpes en la tumba» o percibe «grises, densas voces en el antiguo
lugar del corazón». Es difícil encontrar en la literatura un ejemplo semejante, por el
grado de intensidad con que la experiencia de la muerte es incorporada a un texto.
Así como El infierno musical, su último poemario es, a secas, un libro póstumo
escrito en vida". Luego subraya el carácter delirante de su discurso, cuyos "límites
formales son precisamente los vaivenes del delirio, y donde lo inconexo y disonante
accederá al texto cuando la desesperación así lo dicte".
había escrito en 1958 en "Hija del viento"9, catorce años antes de su muerte,
producida por una sobredosis de barbitúricos que muchos interpretaron como
suicidio, sobre todo atendiendo al lugar creciente de la muerte en sus escritos, que
culminaría dramáticamente en los últimos poemas10:
La noche soy y hemos perdido. Así hablo yo, cobardes. La noche ha caído y ya se
ha pensado en todo
"No quiero ir nada más que hasta el fondo", dejó escrito. A ese fondo hay que
llegar, y la propia autora "nada más" afirma un ambiguo "no quiero ir..." que
antecede a lo innombrable, aludido como "fondo" en suspenso. Arriesgo lo
evidente: escribe como poeta, tensando al límite la posibilidad ficcional de la
palabra; pero ese límite no concierne a la palabra sino a su interrupción, a que la
tiza ya no dibujaría otras. Al denominar suicidio a un último momento desesperado,
echamos mano a un signo de la lengua para mitigar el desconcierto que nos
produce un acto humano indescifrable.
Hemos dicho palabras, palabras para despertar muertos, palabras para hacer un
fuego, palabras donde poder sentarnos y sonreír.
Resulta casi obvio, pero hay que poner de relieve que debemos atenernos a la
condición metafórica de la palabra, gracias a la que es factible sentarse sobre ella,
suicidarse poéticamente, despertar muertos o hacer fuego, todo menos confundirla
con el referente como le ocurre a quien postula "vaivenes del delirio"; porque de
haber psicosis la cosificación de la palabra no difiere de la cosa mentada. Esto nos
coloca ante niveles varios de problema, por demás importantes: si se empleara
"vaivenes del delirio" metafóricamente, podríamos estimar afortunada o no la
figura, sin por ello diagnosticar como delirante a Alejandra Pizarnik. Pero es
diferente disponer un criterio psiquiátrico, en cuyo caso se redoblan los
interrogantes: ¿Puede una producción psicótica ser a la vez poética? No para el
autor, pues ni siquiera habría tal autor por falta del espacio simbólico que lo
constituya en resto de la obra. Y si un lector apelmaza la palabra contra el
referente, la propia lectura resulta delirante. No por culpa de la autora Pizarnik, que
escribe17
hacen la ausencia
La persona que da curso a un delirio, teniéndolo por certeza cree ciegamente en él,
lo que no impide al lector destacar, establecer un valor poético. Sería el caso de
alguien diciendo que Pizarnik delira de aquí para allá y su lectura sea un hallazgo
literario: vaivén del delirio, delirio del vaivén; hallamos un ritmo y la cadencia
deviene musical. Hasta podemos suponer un crítico digno de Hilda la polígrafa,
divertido con la disposición a creer la verdad psicótica de la escritora. Con lo que
venimos a redescubrir el equívoco predestinado en que nos coloca la palabra.
El discurso delirante, en cambio, carente de equivocidad, es manifestado de modo
incontrastable por el sujeto que lo experimenta. A modo de somero ejemplo citaré
algún párrafo de un delirante que llegase a la fama gracias a que sus Memorias
sirvieron a Freud para desarrollar su teoría de la psicosis, Daniel Paul Schreber. En
un pasaje tomado al azar de su extenso libro, en que refiere su punto de vista
acerca de Dios y el proceso creativo, escribe18: "Yo también sé provocar estos
milagros del espanto deliberadamente o algo que se le parece, colocando mi mano
ante una superficie blanca, ante la puerta de mi habitación pintada de blanco o ante
las placas de esmalte blanco de mi estufa, contra las cuales se tornan visibles
ciertas sombras contorsionadas muy extrañas, engendradas manifiestamente por
una transformación singular de la irradiación luminosa solar. Estos fenómenos no
tienen nada que ver con impresiones subjetivas ("alucinaciones visuales", en el
sentido que les da Kraepelin en su Psiquiatría), puesto que cada vez que sobreviene
un milagro de espanto, es mediante la orientación forzada de mi mirada
(direcciones forzadas de los ojos) que mi atención es atraída hacia él". A Schreber
le preocupa dejar constancia que no se trata de alucinaciones ni de subjetividad
alguna, ya que la excluyente atracción del objeto impide cualquier sustracción al
espanto una vez que la mano ha tocado la superficie blanca y permanece absorto
ante la tiranía de las sombras contorsionadas.
2.
el centro
de un poema
es otro poema
es la ausencia
en el centro de la ausencia
mi sombra es el centro
Extracción de la piedra de locura comienza del siguiente modo: "La luz mala se ha
avecinado y nada es cierto. Y si pienso en todo lo que leí acerca del espíritu... Cerré
los ojos, vi cuerpos luminosos que giraban en la niebla, en el lugar de las ambiguas
vecindades. No temas, nada te sobrevendrá, ya no hay violadores de tumbas. El
silencio, el silencio siempre, las monedas de oro del sueño".
No hay una tumba que aguarde como oscuro destino, porque en un bosque de
tumba ha morado la protagonista, allí vive. Efecto que resulta potenciado con estas
palabras: "Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria.
Allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad que
estoy debajo de la hierba".
Desde ese lúgubre lugar los colores, la luz, los cuerpos encendidos permanecen
ajenos hasta que el texto culmine en la figura más lacónica: "No me hables del sol
porque me moriría". De esto deriva el oxímoron como la clave retórica que despeja
una parte sustancial de la poética de Alejandra Pizarnik, por demás evidente
cuando escribe: "Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte".
¿Hay algún "escribir desde la tumba"? Si así fuera, quien lo hace anhela un otro,
sobre la tierra, al que apela para salir o al que en arrogante desafío parece decirle:
¡De aquí no me muevo, en este sueño-muerte permanezco instalada y nadie será
capaz de sacarme! Paradoja de una exclamación redactada en la mesa de trabajo
por alguien de quien cabría esperar un manifiesto desinterés en invocar un
interlocutor. A menos que la autora quiera despertar en el lector un costado
siniestro, constituyéndolo en depositario del horror gracias al que la tumba sea una
ilusoria guarida desde la que se exclama: ¡Cobardes, no van al fondo! (como yo lo
hago). También Rimbaud supo escribir: "Soy realmente de ultratumba"28, cuando
ese sitio carece de palabra a menos que se busque la presencia del lector para
generar el espacio de una verdad de ultraencierro. En arte de escritura cierta forma
del encierro, lejos de sofocar, es condición necesaria para un destello de libertad, al
estilo de la exclamación de Rimbaud: "Y libre sea este infortunio".
no las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
"Y ahora juegas a ser esclava para ocultar tu corona", se lee luego en Extracción de
la piedra de locura. Un modo de volver notorio que el claustro de la tumba, lejos de
esclavizante es un ardid que escamotea la evidencia de una corona. A partir de
aquí, el texto insinúa una trama argumental: a la corona oculta le corresponde un
reino de cenizas, donde el poema es el muro blanco de una reina loca, residencia
de una princesita ciega -lo que es decir no nacida, no alumbrada- y un rey muere
de amor por ella. Hay un llorar funesto e intención de la protagonista en extraer de
sí la locura aunque, advierte, en eso radica "tu solo privilegio".
Suele definirse al oxímoron como una relación sintáctica entre dos antónimos. Pero
su profusión indica, en el examen que nos ocupa, que esta figura es tensada hasta
abarcar por completo al texto, involucrando la bipolaridad autor-lector: operando
como oximoron, el espejo virtual de la obra produce un cruce de antípodas en su
espacio invertido. Colocado el lector en un siniestro ahogo de tumba, la
protagonista alcanza un amparo y la autora vivifica. Lejos de la retracción o el
solipsismo, generosa en antónimos, Pizarnik ejecuta en continua síncopa un "entrar
entrando adentro de una música al suicidio al nacimiento"33.
La luz, lo malo
Girar en la niebla
Sol-humillación
Ser de noche en ti
Corazón de la noche
Paraguas celeste
Polvo dorado
Es tan oscuro
Corazón de la noche
Luz tristísima
Princesita ciega
Vida de tu sombra
Muro blanco
Espacio negro
Según cierta opinión, tan difundida como errónea, es artista quien tenga algo que
decir. ¿Quién viviría en una planicie exenta de niños florecientes y sueños reales?
¿Quien no fue niño maravilloso, heredero o merecedor de un rey? ¿Dónde falta una
reina loca, capaz de ser loba o esfinge? ¿Quien no ha penado por lo diverso, por lo
radicalmente otro? ¿Quién no fue violado por una luz de verdad, desgarrante de
obstinadas creencias?
1 "La hija del insomnio", en Alejandra Pizarnik: La última inocencia y Las aventuras
perdidas. Botella al Mar, Buenos Aires, 1976. 2 Alejandra Pizarnik: Poemas. Centro
Editor de América Latina, Buenos Aires, 1987. 3 Alejandra Pizarnik. Colección
"Mujeres Argentinas". Planeta, Buenos Aires, 1991. 4 Alejandra Pizarnik. Obras
completas. Poesía completa y prosa selecta. Corregidor, Buenos Aires, 1993. 5
Alejandra Pizarnik, páginas 196, 198 y 199. Ibíd. Planeta. 6 "Alejandra Pizarnik: La
construcción/destrucción del sujeto en la escritura", en Autobiografía y Escritura,
compilación de Juan Orbe resultante de un coloquio organizado por la Fundación
Proyecto al Sur, editado por Corregidor, Buenos Aires, 1994. 7 Le pacte
autobiographique. Editions du Seuil, Paris, 1975. 8 Tuve oportunidad, en 1995, de
viajar a los Estados Unidos para presentar este ensayo en el coloquio Writing Lives,
organizado por la Universidad de Boston. Quiso la casualidad que poco antes me
encontrara con Frank Graziano en otro ámbito académico y conversamos acerca de
nuestros puntos de vista, comprobando que coinciden en más de un aspecto.
Posteriormente incorporé algunas citas de su escrito, lamentando no poder hacerlo
con mayor extensión; pertenecen a "Una muerte en que vivir", introducción a su
compilación de textos de Alejandra Pizarnik : Semblanza (Fondo de Cultura
Económica, México, 1992). 9 En "Las aventuras perdidas". Obras completas, ibíd.
10 "Textos de Sombra y últimos poemas" (reunidos por Olga Orozco y Ana Becciú).
Alejandra Pizarnik. Obras completas. Ibíd. 11 "Textos de Sombra y últimos
poemas". Obras completas, ibíd. 12 Obras completas. Ibíd. 13 Valentine Penrose:
La condesa sangrienta, pág. 73. Ediciones Siruela, Madrid, 1996. 14 Obras
completas, ibíd. 15 "Diarios", en Alejandra Pizarnik. Semblanza. Fondo de Cultura
Económica, México, 1992. 16 "Cenizas", en "Las aventuras perdidas". Obras
completas, ibíd. 17 "En esta noche, en este mundo", en "Textos de Sombra y
últimos poemas". Obras completas, ibíd. 18 Memorias de un Neurópata, capítulo
XVIII. Petrel, Buenos Aires, 1978. 19 "Nota sobre un cuento de Julio Cortázar: «El
otro cielo»". Obras completas, ibíd. 20 "Presencia de sombra", en "Textos de
Sombra y últimos poemas". Obras completas, ibíd. 21 "El poeta y su poema", en
"Prólogos a la antología consultada de la joven poesía argentina". Obras completas,
ibíd. 22 Cartas de Rimbaud. Juarez Editor, Buenos Aires, 1969. 23 "Piedra
fundamental", en "El infierno musical". Obras completas, ibíd. 24 Obras completas,
ibíd. 25 Según se desprende, por ejemplo, de las opiniones de Fontenla
mencionadas al comienzo de estas páginas y de las que se leen en "Final del
juego", último capítulo de la biografía escrita por Piña (Alejandra Pizarnik. Planeta,
Buenos Aires, 1991). 26 "Los pequeños cantos", en "Textos de Sombra y últimos
poemas". Obras completas, ibíd. 27 "Textos de Sombra y últimos poemas". Obras
completas, ibíd. 28 "Vidas III", en Iluminaciones. Ediciones Assandri, Córdoba,
Argentina, 1960. 29 Cartas a Theo, página 143. Barral-Labor, Barcelona, 1981. 30
"El verbo encarnado. Prólogo a «Textos de Antonin Artaud»". Obras completas, ibíd.
31 "La palabra del deseo", en El infierno musical. Obras completas, ibíd. 32 "El
sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos", en "Extracción de la piedra
de locura". Obras completas, ibíd. 33 "En esta noche, en este mundo", en "Textos
de Sombra y últimos poemas". Obras completas, ibíd. 34 "El infierno musical".
Obras completas, ibíd. 35 "Los poseídos entre lilas", en "Textos de Sombra y
últimos poemas". Obras completas, ibíd. ??
Penrose afirma que la melancolía fue el mal, la atmósfera misma del siglo XVI.
Según el filósofo y médico persa Avicena, era causa de tristeza, soledad, sospechas
y temor. que da a los seres largos, penosos y corrompidos fantasmas. Hoy, nueve
siglos más tarde, cabría preguntarse qué causas provocan esa melancolía. Las
reflexiones de Penrose la colocan en una atmósfera de barbarie, brutalidad y
crueldad con las que se atropella la autonomía de las personas. Arieti corrobora
estas ideas afirmando que sólo una fe fanática podía neutralizar la tristeza y la
desesperación que el despótico poder feudal provocaba, entre otras cosas
reivindicando las ideas de pecado y expiación y despreciando la vida terrena. En
ese Medioevo prolongado en el que transcurrió la vida de la Condesa, estaba
prohibida la expresión de sentimientos agresivos. Cuando ellos se exteriorizaban,
esa conducta era entendida como un acto de rebeldía contra el poder divino. De allá
también las acusaciones de brujería o de posesión demoniaca que sufrían los
rebeldes. La situación política y social del siglo XVI condicionaba a enfermar de
melancolía, ya que la atmósfera era de opresión. Paralelamente, en esa época de la
historia hubo no solo un atraso sino un retroceso en las investigaciones científicas.
La inquisición acusó de hereje a Galileo y trató de posesos a los enfermos
mentales. El ataque al conocimiento se encarnó en una institución, la Iglesia
católica, que se hizo dueña del poder intelectual y político, además del económico.
Durante el Renacimiento fueron quemadas más brujas que en ninguna otra época
histórica. A pesar de esto, una pequeña minoría de médicos se sublevó,
sosteniendo que algunos de esos posesos y hechiceros no tenían nada que ver con
el diablo y debían, en consecuencia, estar en manos de la medicina. Según el
manual de los dominicos, era bruja toda persona que mostrara la menor desviación
o peculiaridad psicológica. En los tiempos actuales, algunas personas piensan de
una manera similar a la de aquellos inquisidores. Por ejemplo considerando
perversos a los homosexuales por el sólo hecho de ser diferentes a la mayoría. Una
reflexión de Ackerknecht parece adecuarse también a nuestros tiempos: "No hay
que hacerse una falsa idea modernista de la revolución psiquiátrica renacentista.
Sus representantes eran también hijos de su época. Sólo podían dar un paso y no
un salto hacia adelante". Johan Weyer era uno de los representantes de la nueva
psiquiatría. Creía en el diablo como casi todos sus contemporáneos, pero observó
que la mayoría de las hechiceras eran enfermas melancólicas. La licantropía -
creencia según la cual un hombre puede transformarse en lobo - no es una forma
de hechicería sino de locura, decía también Weyer, agregando que los posesos son
enfermos melancólicos o simuladores que desean especular. Algún tiempo después,
Paracelso afirmaba que, en el caso de los "lunatici" (lunáticos), debía eliminarse la
influencia atractiva del sol y de la luna. Tal vez como jugando y burlándose de
todas estas ideas, Penrose y Pizarnik califican a Erzsébet de posesa, lunática, bruja
y loba.
'Y además más', es lo que resignifica para cada uno, lo que llevamos en el interior,
de todas nuestras experiencias vivenciales con esa palabra, lo que nos dejó nuestro
medio social en ella: la familia, la escuela, el barrio, la literatura, el cine, la
televisión, la prensa etc.
En ese 'más' resonando en la parte más íntima de nuestro ser, en ese golpe de
timbal que vibra hacia dentro, que sacude por unos instantes el alma, sentimos una
emoción inesperada o se despiertan ciertas sensaciones dormidas hace tiempo,
hibernando
seguramente, hasta que pase el duro invierno que está cayendo aquí afuera.
Pero para tranquilidad de los artistas, la palabra también dice 'otra cosa', y es
aquello que no conocemos pero la palabra lo está diciendo, aquello que le dice al
otro y nosotros ni siquiera imaginamos.
La palabra poética, y tal vez sólo ella, dice otra cosa, esa otra cosa que nunca dirán
los otros discursos, y donde se oculta la sustancia íntima y la primigenia razón de
ser del arte.
Por esa otra cosa desconocida de la palabra, nosotros dejamos de ser lo que somos
rutinariamente, o dicho de otra forma, descubrimos los otros 'yo' que habitan
nuestro 'yo cotidiano', o vemos al mundo, nuestro subjetivo fragmento del mundo,
distinto y diverso, al menos por un instante, - el instante poético - que tiene, como
todos sabemos, una duración inmedible en tiempo real.
Por esto es, que esa otra cosa imposible de definir, escurridiza como un pez dorado
en el mar infinito, esa sensación inefable, hace de la POESíA la más provocativa, la
más subversiva y profunda de las artes del hombre.
Hasta aquí llegamos, y en este punto, acalladas las últimas palabras, habiendo
dicho lo que dicen, solo queda rastrear en esta nota, el 'además más' de las
mismas, y más aún, necesaria e inevitablemente Uds. reescribirán el 'otra cosa' de
estas palabras, de estas inasibles y dudosas palabras.
Su primer contacto con las anfetaminas no tuvo nada que ver con la poesía. En la
década del ‘50, cuando iba al colegio secundario, todos la recuerdan gordita, con el
delantal arrugado y las medias caídas y granitos en la cara. La escritora Cristina
Piña cuenta que "a pesar de que ya había empezado a tomar Parobes (remedio
para adelgazar hecho a base de anfetaminas), en uno de los bolsillos del delantal
guarda los restos de unos adorados sandwiches de mortadela que, pese a la batalla
contra la gordura, no puede dejar de comer". Alejandra no era gorda, sino gordita,
pero su lucha contra los kilos de más tenía que ver con un ideal de flacura que
luego consagraría a la modelo Twiggy -que pesaba 42 kilos y parecía un chico
desnutrido de Biafra- como el símbolo de la belleza femenina moderna.
A Alejandra Pizarnik sus amigos la llamaban "La Farmacia" por su adicción a las
pastillas. No pertenecía al circuito rockero y hippie, sino a los cafés de la calle
Florida, a las reuniones literarias con Silvina Ocampo, Manuel Mujica Láinez, Elvira
Orphée, Alberto Girri u Olga Orozco, su gran consejera. Era una marginal exquisita,
que se rebelaba contra la sociedad burguesa y se sentía parte de una aristocracia
del espíritu.
En la noche, a tu lado,
Su vida y sus pasiones también tienen que ver con la oscuridad. Se define a sí
misma como un puro errar nocturno:
he sido toda ofrenda
un puro errar
de loba en el bosque
Con sensibilidad femenina, su biógrafa Cristina Piña señala cómo la gordura fue su
obsesión hasta sus últimos momentos. Ella que siempre se había escondido bajo
vestimentas estrafalarias (sweaters y pantalones holgadísimos, tres talles más
amplios de los que se correspondían), en sus últimos días solía fotografiarse
desnuda o abrir la puerta de casa en bombacha y corpiño para escándalo de sus
visitantes. Mostraba su cuerpo, porque después de tantas anfetaminas se había
convertido en una mujer delgada, aunque cercana a la locura.
La máscara y el poema
La autora argentina Alejandra
Pizarnik.
Alejandra Pizarnik empezó llamándose Flora; era hija de inmigrantes judíos rusos.
Nació el 29 de abril de 1936 en Avellaneda, una localidad vecina a Buenos Aires.
Los padres habían llegado a Argentina exactamente dos años antes, de una ciudad
rusa (también fue polaca), Rovne, después de un paso de algunos meses en París,
donde se había radicado un hermano del padre. Éste se llamaba Elías Pozharnik; el
cambio de apellido debe de haberse debido a uno de los muy corrientes errores de
registro de los funcionarios de inmigración. Tenía 27 años, y no hablaba una
palabra de castellano, lo que era el caso asimismo de su esposa, un año menor,
Rejzla Bromiker, cuyo nombre pasó a ser Rosa. Debió de ser por ella que eligieron
Argentina, pues una hermana de Rosa había emigrado tiempo antes al país, y vivía
en Avellaneda. A poco de llegar nació la primera hija del matrimonio, Myriam, y 20
meses después la segunda, Flora. No tuvieron más hermanos. El padre se dedicó a
la venta a domicilio de artículos de joyería, y no tardó en hacerse una buena
posición. Tenían una bonita casa en Avellaneda, donde vivieron hasta 1953 y donde
las dos hermanas hicieron la escuela primaria y secundaria. La adaptación fue
rápida; aunque los padres hablaban yídish en la casa, las hijas no lo aprendieron;
de todos modos, la curiosa forma de hablar de la poeta puede haber tenido su
origen en esa situación. Todo el resto de las dos familias, Pozharnik y Bromiker, con
excepción del hermano del padre en París, y la hermana de la madre en
Avellaneda, pereció en el holocausto, lo que para la niña debió de significar un
contacto temprano con los efectos de la muerte. Por lo demás, su origen judío no
significó nada especial para ella. Si bien asistió, paralelamente a la escuela pública,
a una judía, ésta fue pestalozziana, sin hincapié en la religión: el padre era liberal,
y la integración de las hijas al ambiente suburbano de clase media fue completa.
(...)
Entraba en circulación lo que ella misma llamaría más adelante "el personaje
alejandrino". La clave de su funcionamiento era la juventud, que seguiría siendo su
rasgo esencial hasta la muerte, y más allá. Se fue perfeccionando a partir de rasgos
espontáneos, todos los cuales se envolvían de una justificación poética, que tomaba
la forma de una amplificación metafórica. No hay motivos para creer que hubo una
manipulación cínica de la realidad. La dificultad de vivir era genuina, pero ahí
justamente intervenía el personaje para verosimilizar a la persona real y
justificarla.
Hace casi 30 años una joven poetisa argentina ponía fin voluntariamente a su vida
con una sobredosis de Seconal. Sucedía el 25 de septiembre de 1972 y la suicida se
llamaba Alejandra Pizarnik; tenía 36 años y una tormentosa existencia que la
condujo de la adicción a los tranquilizantes y los estimulantes al ingreso en un
hospital psiquiátrico.
Poetisa precoz, con tan sólo 19 años ya había publicado un poemario titulado 'La
tierra más ajena'. Después de cursar Filosofía y Letras y pintura en Buenos Aires,
se traslada a París donde reside entre 1960 y 1964. Allí conoció a Octavio Paz y
Julio Cortázar, quien le dedicó el poema 'Aquí Alejandra'.
Autora de una poesía muy alejada del compromiso político de su generazión los
versos de Pizarnik nacen de las más absoluta introspección ante una vida que la
superaba. La soledad, el silencio, el lenguaje, son referencias constantes en su
obra. En su diario aparece una nota autógrafa que data del 30 de abril de 1966 y
que muestra como ninguna otra la zozobra emocional de Alejandra: "Heme aquí
llegada a los 30 años y nada sé aún de la existencia. Lo infantil tiende a morir
ahora, pero no por ello entro en la adultez definitiva. El miedo es demasiado fuerte
sin duda. Renunciar a encontrar una madre. La idea ya no me parece tan imposible.
Tampoco renunciar a ser excepcional (aspiración que me hastía). Pero aceptar ser
una mujer de 30 años... Me miro al espejo y parezco una adolescente. Muchas
penas me serían ahorradas si aceptara la verdad".
Ahora la editorial Lumen publica la 'Poesía completa' de Pizarnik por vez primera en
España. Una oportunidad perfecta para conocer a una de las voces más intensas de
la literatura latinoamericana de este siglo que acabamos de abandonar ahora con
resignación. La edición de esta recopilación va a cargo de una de las máximas
especialistas en la obra de la autora argentina, Ana Becciu, quien prepara un
segundo libro dedicado a su prosa y un tercero que recogerá sus diarios. Para
aquellos que quieran saber hasta qué punto vida y obra se entrelazan en la obra de
Pizarnik, la editorial Omega prepara un biografía de la autora escrita por César Aira,
quien la conoció personalmente.
La obra cumbre de Pizarnik son sus dos últimos libros: 'Extracción de la piedra de la
locura' (1968) y 'El infierno musical' (1971); sin duda los dos títulos indican ya la
peligrosa relación de la autora con la desazón vital y el sufrimiento. Pizarnik creyó
siempre en "la palabra que sana", una especie de terapia del lenguaje que la
ayudara a superar el tedio de la vida. "Sin saber cómo ni cuando, he aquí que me
analizo. Esa necesidad de abrirse y ver. Presentar con palabras. Las palabras como
conductoras, como bisturíes. Tan sólo con las palabras. ¿Es esto posible? Usar el
lenguaje para que diga lo que impide vivir. Conferir a las palabras la función
principal. Ellas abren, ellas presentan. Lo que no diga será examinado. El silencio es
la piel, el silencio cubre y cobija la enfermedad" (29 de mayo de 1965, Buenos
Aires).
"Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar
en que se forma el silencio". Pizarnik admite que esta es la única esperanza:
"Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el
mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa".
Ivonne Bordelois le llevó varios años lograr que una editorial aceptara publicar las
cartas de Alejandra Pizarnik. Y hoy, cuando su libro Correspondencia Pizarnik (con
prólogo y notas de la mis-ma Bordelois) va ya por su segunda edición, la
investigadora se enfurece recordando la indo-lencia de otras tantas editoriales que
optaron por despedirla con un "¿Quién es Alejandra Pizarnik?”.
La niña monstruo
Los dorados 60
correspondencia Pizarnik C reconstruye la Buenos Aires literaria de los años 60.
Según explica Bordelois en su prólogo, era una época "en donde la polémica, la
conversación, los debates y encuentros culturales, y sobre todo la trayectoria de
múltiples revistas de distintas procedencias ideológicas y estéticas, daban cuenta
de una movilidad y energía socioliteraria y crítica muy peculiar". Pero, según dice,
esa creatividad parece estar hoy amenazada "por el consumismo de los best-
séllers, la competitividad creciente y las promesas de la electrónica global, con sus
muchas veces vanos paraísos co-municantes". Durante la entrevista la autora
vuelve a opinar sobre el tema: "En esos años el juego era más abierto, podías ser
amiga de Victoria Ocampo, pero también lo eras de gente que recién estaba
empezando. No es como ahora, que hay que ser amigo de Beatriz Sarlo. En ese
entonces no era uno solo el que tenía la pelota; eras tan amiga de los marginales
como de los consagrados. Recuerdo esas peleas maravillosas en Contorno y en Sur,
aquel debate tremendo que tuve con Victoria Ocampo. Hoy la gente se trata bien,
pero por atrás se clavan el puñal”.
-Me gusta que los chicos de hoy puedan ver cómo una amistad entre mujeres
puede desa-rrollarse con un verso de Garcilaso, un poema de Rilke, un "qué te
pareció París", "¿Cómo está Boston?”, "¿Qué pasa con New York?”, “¿Quién publicó
en Buenos Aires?”. Es decir, aparecen las ciudades como grandes personajes que
también nos estaban atisbando. Ahora se ha perdido esa forma de comunicación
tan importante. No, no creo que se pierda, de alguna manera se trasvasa; pero la
gente ya no sabe que la palabra es un objeto de intercambio que, como una
moneda, se gasta. Hoy ha perdido su sentido sagrado y se piensa que es lo mismo
que un jingle, un noticioso de radio o un mensaje electrónico. La cultura que no
cree en el lenguaje como algo mucho más profundo se desfigura y se prostituye
totalmente.
-Alejandra encontró ese lugar en el que los lenguajes tiemblan, y muy poca gente
puede lograr esa maravilla. Ella veía las palabras como objetos y ha-cía de sus
cartas objetos plásticos. Decía que las palabras mentían y los colores no, por eso,
cuando se atrancaba con un poema y no sabía cómo seguir o dudaba, lo ponía en la
pared para verlo como un cuadro. En una entrevista con Martha Moia dice que la
poesía es un lugar donde todo es posible, y que el poeta es un gran terapeuta,
porque todos estamos heridos y es el poeta quien sabe dónde está el lugar de la
herida. Herida que es solamente curable por la palabra y por el silencio. Más tarde,
en ese combate con las pala-bras, ella empezó a decir "yo no quiero decir, quiero
entrar, yo no tengo nada, quiero vivir" o "Si digo agua ¿beberé?/Si digo pan
¿comeré?”, como advirtiendo que las palabras están en el lugar de las cosas, y que
si se entregaba a las palabras perdía la vida. Ella tiene un precioso poema que se
llama Destrucciones que dice: "del combate con las palabras ocúltame y apa-ga el
furor de mi cuerpo elemental", ese es un llamado al amante para que la arranque
de ese juego de la poesía y la lleve al amor, a la vida, al estar abrazado. Siempre
es algo muy tenso: por un lado la palabra elemental y por otro la trampa.
Las cartas
Conversar por escrito con alguien que está ausente favorece la fantasía, y en
definitiva, termina por instalar un mecanismo de ficción aceptado por ambas puntas
del circuito. Pero, cuando tenemos la posibilidad de leer una carta de la que no
hemos sido el destinatario, la experiencia se toma perturbadora. ¿Se trata de la
vida ajena o de una expresión literaria? Diríamos que de ambas cosas, sobre todo
si se trata de la correspondencia de Alejandra Pizarnik: su palabra brillante como
un juguete a compartir, sus miedos buscando la salida en un poema, su
embravecida prosa final rompiendo todas las cuerdas. Y en el medio una multitud
de voces atareadas y atentas. Conmueve el trato que se dispensan Pizarnik y
Bordelois; sorprende la encendida pasión que proyecta Alejandra sobre la etérea
Silvina Ocampo. Su admiración por Antonio Porchia y por Amelia Biagioni habla de
su entusiasmo generoso frente a otros poetas. Los testimonios de quienes la
conocieron se filtran entre carta y carta devolviendo la misma afectuosidad. Están
las palabras del psicoanalista León Ostrov, quien confesó en una nota del 83,
publicada por La Nación: "No estoy seguro de haberla psicoanalizado; sé que
siempre Alejandra me poetizaba a mí”.
La ensayista y crítica María Elena Arias López la define como "un ser radicalmente
cierto, sincero, auténtico y por supuesto difícil de ser admitido en esos ambientes
más bien convencionales del buen vestir, del bien hablar, del buen parecer tan
típicos de la pequeña sociedad porteña".
Elizabeth Azcona Cranwell recuerda "su sentido del humor original y cáustico, capaz
de reinventar el mundo, descubrir el yo secreto de los otros, enunciar una realidad
absurda -al modo patafísico- con sus propias leyes tan misteriosas como
verdaderas". A Enrique Pezzoni pertenece este elocuente retrato: "Podía ser la
persona que más podía impacientar -como no tenía ni noción de la hora ni de las
convenciones mínimas para manejarse en el mundo- de pronto te daban accesos de
impaciencia terrible. Podía ser terriblemente irritante ( ... ) Pero al mismo tiempo
era una seducción absoluta y una necesidad continuada de seducir, al infinito".
Tal como anuncia Ivonne Bordelois en su prólogo, estas cartas no pretenden
alimentar "una leyenda rosa -que sería injuriosa para Pizarnik y para nosotros
mismos-, pero sí una imagen más total y más cierta.
Alejandra Pizarnik
Los poemas registran este proceso muy bien, lo anticipan: ``Sales de tu guarida y
no entiendes. Vuelves a ella y ya no importa entender o no. Vuelves a salir y no
entiendes''. El aislamiento y la abismal circularidad del lenguaje se repiten y la
poeta, como Erzébet Bathory, queda atrapada entre espejos. El lirismo resulta
ineficaz. Se lo denuncia. Se opta por el aquelarre o el robo. ¿Qué importa? Estos
crímenes son inimputables. No hay culpabilidad en un yo que, por definición, es un
desborde.
Imposible alcanzar la estatura del ladrón cuando, como postuló Derrida, toda
palabra es siempre soplada por otros, inclusive la propia. Desposeída de lo que
nunca tuvo, desresponsabilizada por el éxtasis, al final de su travesía difamatoria,
la poeta habrá logrado presentar "el trofeo", es decir su cadáver para que se lo
coman y se lo beban", rimando así la tristeza arrogante de la condesa húngara que
muere amurada en su torre más alta.
Cartas a Stutman
¿No podría verse este caso extremo de libre circulación textual como un ejemplo
más del ir y venir permanente desde los textos ajenos a los propios (y desde los
propios a los propios) tan frecuente en la obra de Pizarnik? ¿No serían los poemas
el producto de una cacería tan infernal y desesperada como la que acontece en los
lavaderos de Cesthzje? ¿Los libros criptas que atesoran cadáveres, aguantaderos de
putrefacción y olor como el Finnegans Wake, baldíos llenos de textos-escombros a
robar? ¿Y el castillo mismo una "maquinaria de expresión vampírica" (Deleuze
aplicó la expresión a Kafka), una obscena máquina depredadora que hinca sus
colmillos en la institución literaria en general, anticipando la elipsis desgarradora
que culmina en ``La bucanera'' y que hace del lector un cómplice en la función
delictiva?
Toda política del deseo coincide con una ética del desastre: en este caso, una
escritura que pretende indagar hasta qué punto el deseo puede ser pensado como
una fuerza de vivir o morir de un cuerpo, más allá de un sujeto y de un objeto.
Pizarnik agregaría, acaso, que el arte empieza cuando una condesa cava un sótano,
como un animal cavaría una cueva en el bosque, cuando cada cosa se retira hacia
su imagen, abismándose en la inmovilidad de la inminencia.
Carnalidad aniquilada
Hay un diálogo en "La nueva Justine" de Sade, en que un personaje declara: "-
Quisiera encontrar un crimen, cuyo efecto perpetuo actuase aún cuando yo deje de
actuar", y otro contesta: "-Realiza entonces el crimen moral al que se llega por
escrito". Escindido entre el deseo de fusión, la destrucción y el suicidio, acaso el
criminal (la reina derrocada en el movimiento del odio) no tenga otro refugio, otro
absoluto, que un libro, es decir un topos interior, exacerbado.
En su poema "Ojos primitivos", Pizarnik escribió: "Alguien canta una canción del
color del nacimiento: por el estribillo pasa la loca con su corona plateada. Le
arrojan piedras. Yo no miro nunca en el interior de los cantos. Siempre, en el fondo,
hay una reina muerta".
Un doble mundo
Alejandra Pizarnik
Pizarnik ahnela recuperar aquel tiempo y para lograrlo procura "retornar hacia
atrás", escapar del
pasado y del futuro, es decir,
no obstante, el sujeto poético tan solo logra hablar del cosmos sagrado como una
ilusión porque no tiene acceso a él. La escritora nombra la infancia como "un miedo
luminoso" u "otra orilla". La experiencia de la "otra orilla" no es más que la
melancolía por un pasado originario, una vida anterior bruscamente interrumpida
por la culpa:
Pizarnik escribe para restablecer la unidad y así descubrir la figura del mundo en la
dispersión de
sus fragmentos, sin embargo el Yo infantil se divorcia del exterior y permanece
desgarrado, con
miedo:
El fin del paraíso no es más ni menos que la incapacidad del "yo" para verse a sí
mismo, así como el mundo interior de las cosas: "Soñé con el Polo Norte.
Al igual que los seres alados, el pájaro se alimenta -además de la luz- del viento.
Inicialmente es un elemento positivo, en él está ubicado el ser y por ello es preciso
salvarlo del principio de muerte:
Si del viento emanan aires de muerte, de la luz, por el contrario, surge una
energía creadora que rememora el paraíso, sin embargo esta fuente de energía
vital se apaga al producirse el exilio:
ALEJANDRA PIZARNIK
ENSAYO
Alejandra Pizarnik
De César Aira
Una reflexión sobre la obra de
la gran poeta a partir de la
demolición de ciertas
convenciones utilizadas por la
crítica hasta ahora.
Munido de una lente que funciona como cazafantasmas, Aira quiere destruir, como
si se planteara una tarea de "higiene social", los efluvios tóxicos de la leyenda
trágica que obtura la entrada a los poemas mismos de Alejandra. Ni siquiera la
nombra y, cada vez que se refiere a ella, la llama por sus iniciales, probablemente
para no entrar en confianza promiscua con la autora de los versos que van a ser el
objeto de su análisis.
Ese es el homenaje del narrador a la poeta: tanta energía sólo para salvar a A. P.
de tantos seguidores que quedan capturados buscando en sus estrofas las piedritas
verbales de la patología.
Absolutamente fiel a sus propios postulados, Aira predica con el propio ejemplo y
no hace nada de lo que él impugna en los demás. No realiza menciones biográficas
(aun cuando es probable que haya conocido personalmente a Pizarnik), no
interpreta los textos a la luz de la vida de su autora y no abandona nunca su
programa de naturaleza racional, crítica y consistente para tratar de comprender.
Con la agudeza que ya había demostrado en su libro sobre Copi, Aira procura una
entrada al lenguaje propio de Pizarnik, a su diferencia. Esa mirada es
evidente, por ejemplo, cuando afirma que hay en Pizarnik una exigencia de
"sinceridad" por la cual sus palabras siempre deben representar y nunca
meramente sonar. No se trata de identificar lo que su poesía tiene en común con la
teoría previa que sustenta la mirada del crítico, sino de iluminar aquellos puntos
que la vuelven misteriosa, incluso después de comprender la clave de los trucos de
magia. A César Aira no le preocupan las razones de esta muchacha diabólica. Se
pregunta, en cambio, cómo diablos hacía para escribir tan bien.
MONICA SIFRIM