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DEFINICIÓN DE MITO
La cuestión del origen del mito está íntimamente relacionada con la de su función y
con su definición, así que comenzaremos por esta.
RUIZ DE ELVIRA, ANTONIO (1975): Mitología clásica, Madrid, Editorial Gredos, págs. 7-12
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ORÍGENES DEL MITO
Sin embargo, de sus partes verosímiles, no sabemos nada: que de Asia llegase a Grecia
un tal Pélope; que obtuviese, de algún modo, la mano de cierta Hipodamía; o que Crisipo,
uno de los hijos de aquél, fuese raptado por un extranjero llamado Layo y finalmente
asesinado por ésta; todos estos hechos pudieron haber sucedido y, en su transmisión,
quedar más o menos deformados, deliberadamente o no, pero también pudieron ser
totalmente inventados.
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Lo único que podemos afirmar con seguridad es que el mito contiene verdades
generales, es decir, que nos transmite no hechos históricos pero sí muchos datos reales –
sobre todo mentalidad, usos y costumbres– de la sociedad que los forjó: era habitual que
los hombres maduros –en este mito, repesentado por el dios Poseidón– entablasen
relaciones íntimas con muchachos –aquí Pélope– y que, a cambio de ello, les entregaran
regalos –en esta leyenda, el carro–; los varones –como Pélope– solían engendrar fuera del
matrimonio hijos bastardos –como Crisipo– que podían acabar adoptados por hombres
de más edad –en este caso, Layo– o bien ser víctimas de intrigas urdidas por su madrastra.
Otras veces los datos verídicos contenidos en el mito son más abstractos y generales aún:
nos muestran —pero no más que la historia o la ficción— los sentimientos, las debilidades,
las pasiones humanas (esperanzas, deseos, aspiraciones, ambiciones, envidias, rivalidades,
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miedos, sexualidad, amor, celos, odio, ira, melancolía, rencor, venganza, vanidad, vicios,
excesos, arrepentimientos, remordimientos, locura).
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Los griegos y los antiguos en general sentían –como todavía hoy la mayoría de la
gente– un gran respeto por la tradición, lo que les llevaba a aceptar como históricos,
verdaderos e incuestionables los relatos que les llegaban de sus padres y antepasados en
general. Este error tan extendido se conoce como la falacia de la autoridad.
Cuando los griegos aplicaron al mito (mýthos) el juicio crítico (lógos), comenzaron
a poner en duda su veracidad e incluso a cuestionar su moralidad, pero dado que querían
salvaguardar la tradición, reinterpretaron el mito en una clave que ya no iba a ser literal.
De este empeño surgieron ya en la Antigüedad las diversas teorías sobre el origen y las
funciones del mito que siguen vigentes en la actualidad.
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rivalizan los dioses. Paris, que sólo ve la belleza, se la otorga a Afrodita, ignorando los
demás poderes del universo.
No hace falta discurrir mucho para ver que tal punto de vista es erróneo. Supone
que los griegos primitivos poseían una filosofía sistemática sobre los poderes, tanto visibles
como invisibles del universo, y por lo tanto, de los deberes morales del ser humano. Ahora
bien, conocemos lo suficiente acerca de su historia primitiva para poder afirmar que ni
ellos ni ningún otro pueblo en una fase análoga de su evolución tuvo jamás semejante
filosofía, la cual es producto de épocas de pensamiento civilizado. El mito no puede ser
una alegoría, porque los que lo crearon tenían poco o nada sobre lo cual formar alegorías.
El error de atribuir a una época características de otra se denomina anacronismo.
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La roca de Níobe, en el monte Sípilo (actual Spil Dağı), en Magnesia (actual Manisa, Turquía).
Por consiguiente, si se cuentan tal tipo de historias, deben ser el resultado de una
mala interpretación o de una deformación. Han llegado hasta nosotros desde la Antigüedad
varios tratados que ponen en práctica esta operación; por ejemplo, una obrita titulada
Acerca de las historias increíbles (Περὶ ἀπὶστων), que lleva el nombre de un tal PALÉFATO.
El autor, después de demostrar minuciosamente que no existen seres como los centauros,
ofrece la siguiente reconstrucción de la leyenda. Cuando Ixión era rey de Tesalia, este país
sufría los estragos de manadas de toros salvajes. Al enterarse de los premios que se ofrecían
a quienes los destruyeran, ciertos arqueros emprendieron, procedentes de una aldea
llamada Néfele, salieron montados a caballo y les dieron muerte. De aquí nació la historia
de que Ixión era el padre, por medio de Néfele (la Nube), de un linaje de criaturas llamadas
centauros, Κεντἀυροὶ: “pinchadores (κεντω)de toros (τἀυροὶ)”, que eran una mezcla de
hombre y caballo.
Un ejemplo de esta clase de absurdo es suficiente para que apenas necesite ser
refutado. Supone que tal estado de mente nunca ha existido o nunca existirá en este
mundo. Una gente que fuera tan ciega para los hechos reales como para convertir en una
maravillosa fábula un suceso común como el de unos toros salvajes muertos por las flechas
de unos arqueros montados a caballo, creería fácilmente en toda suerta de maravillas, y
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las inventaría libremente sin necesidad de que ningún móvil pusiera en marcha su
imaginación. Incluso entre personas civilizadas pueden encontrarse actualmente muchas
que tiendan a creer casi cualquier cosa maravillosa con tal que esté suficientemente alejada
en el espacio o en el tiempo. Tanto Paléfato como muchos otros autores posteriores y
personas cultas de hoy día continúan cometiendo el error de abrazar este débil, pueril e
irracional “racionalismo”, inventándose caprichosamente nuevas historias para interpretar
las antiguas.
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operan de manera oculta en la mente y se manifiestan, por tanto, también en el sueño. El
mito expresaría, por medio de un lenguaje de tipo onírico, las inquietudes, los temores y
los anhelos del inconsciente humano. El mito sería un fragmento que se ha conservado de
la vida psíquica infantil de un pueblo, y los sueños serían los mitos del individuo. Tanto
mitos como sueños estarían compuestos de símbolos básicos, llamados arquetipos, que se
repiten en todas las culturas, es decir, universales.
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Los discípulos de Jung han comparado las sirenas griegas con las Lorelei germanas y
las hadas en general, que simbolizan la ilusión destructiva. Aducen como ejemplo un
cuento siberiano sobre un cazador solitario que ve una hermosa mujer saliendo de un
profundo bosque, al otro lado del río. Ella le saluda con la mano y promete, cantando, que
lo besará. Él al fin se quita la ropa y cruza el río a nado pero, de repente, ella adquiere la
forma de búho y remonta el vuelo, riendo y mofándose de él. Cuando el cazador trata de
cruzar otra vez el río para recuperar su ropa, se hunde en el agua fría. En este cuento, la
mujer “simboliza un irreal sueño de amor, felicidad y calor maternal (su nido), un sueño
que atrae a los hombres alejándolos de la realidad. El cazador se hunde porque corre tras
una anhelada fantasía que no podía satisfacerse” (M. L. VON FRANZ, en CARL GUSTAV
JUNG, El hombre y sus símbolos, pág. 181).
ROSE, HERBERT JENNINGS (1970): Mitología griega, Barcelona, Editorial Labor, págs. 11-22
RUIZ DE ELVIRA, ANTONIO (1975): Mitología clásica, Madrid, Editorial Gredos, págs. 13-20
CONCLUSIÓN
En definitiva, podemos afirmar que ninguna de las teorías que se han formulado para
explicar el origen y la función del mito es válida para explicar la totalidad de la mitología:
que los mitos puedan contener a veces elementos simbólicos o alegóricos es cierto, pero
también lo es que jamás se confunden con meros símbolos o alegorías; que puedan haber
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partido de hechos históricos no es imposible, pero es muy probable que hayan surgido
simplemente de la mente de poetas orales que inventaron desde los motivos principales
hasta los detalles menores; que la narración mítica está condicionada por el inconsciente
parece razonable, pero no más de lo que puedan estarlo las restantes realidades del mundo
humano. Pero de ahí ya no podemos pasar. Afirmar sin indicio alguno, como hace Herber
Jennings Rose, que la guerra de Troya “fue completamente real, con gran probabilidad
ocasionada por rivalidades comerciales” (pág. 23) es incurrir exactamente en el vicio
racionalista que él mismo combate ocho páginas antes.
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micénicas continúa en plena vigencia. Y sin embargo, la premisa en la que descanasa todo
este edificio de hipótesis sigue siendo la misma: Homero contiene datos históricos,
transmutados por la poesía, pero no por ello menos reales, puesto que la guerra de Troya
fue un hecho histórico. Ahora bien, la Arqueología jamás ha demostrado que Troya VIIa
se corresponda ni poco ni mucho con la homérica” (op. cit. XVIII). Lo más probable es
que tanto la guerra de Troya como la propia Troya nunca existiesen y que su motivo
principal fuese tomado del exterior, es decir, de modelos épicos asiáticos, durante el
período orientalizante, es decir, en el siglo VII a. C., cuando no existían ciudades
amuralladas en Grecia pero sí en Asia (op. cit. XXII y CXLV).
La propia naturaleza de la poesía oral nos demuestra que el relato mítico se regenera
y renueva en cada ejecución improvisada: en cada época, el poeta oral canta ante su
auditorio lo que éste espera de él, a saber, una versión nueva, llamativa, sorprendente, lo
que explica la diversidad y discrepancia de detalles y, por otro lado, la gran cantidad de
elementos fantásticos. Tan elástica era la narración mítica, que el poeta no tenía ningún
problema en incorporar al ciclo troyano personajes que no pertenecían a él (op. cit.
CXLVI), a menudo como consecuencia de propagandas políticas (op. cit. CXX-
CXXXVIII).
El ejemplo más elocuente que podemos aducir para combatir la postura romántica
de que algo de histórico debe haber en el mito es el caso de Aquiles. Todo parece indicar
que originariamente no era un personaje de la guerra de Troya, sino un héroe menor –
como Teseo o Belerofonte– que procedía de Ftía, y que los poetas tesalios, para
engrandecerlo, lo incorporaron tardíamente a la guerra de Troya, puesto que su presencia
allí no está bien explicada: es más joven que el resto de los héroes y por tanto no se
comprometió en el juramento de Tindáreo (op. cit. XLIV).
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