dividir las 50 provincias romanas en unas 100 provincias y estas agruparlas en diócesis. Al mando de cada diócesis se nombraron vicarios que respondieron ante el prefecto del pretorio. El aumento del número de provincias estaba destinado a ejercer un mejor control local sobre el territorio, encargándose los vicarios, que eran los responsables de estas provincias, del cobro de tributos superiores, pero también de la vida municipal, del servicio postal, de la administración de justicia o de cooperar en labores de intendencia de las fuerzas armadas que había en esas provincias. Los responsables de la defensa de las provincias, eso sí, no eran los vicarios, sino los duques, los dux. Diocleciano también se destacó por dedicar mucho esfuerzo a resolver asuntos legales que le llegaban como juez de última estancia, pues el emperador era la última estancia a la que recurrir. Toda esta labor jurídica de Diocleciano se tradujo en una multitud de dictos y una serie de compilaciones legales. Varias de estas recopilaciones estaban orientadas a establecer marcos jurídicos claros y favorables para el comercio. Durante el período anterior de regionalización y de crisis del siglo III, se había producido un notable fortalecimiento de los terratenientes provinciales en detrimento de los mercaderes. Y dentro de la clase comercial el poder que había permanecido estaba concentrado en un grupo de manos mucho más pequeño que antes, que habían acumulado mucha más influencia sobre el territorio y tenían mucha menos competencia que la que habían tenido al principio de la crisis. Esto dio lugar a situaciones pseudomonopolíticas en puertos y nódulos comerciales. Estas élites comerciales se aproximaron al poder imperial de Diocleciano para afianzar su posición. Y el proyecto de estos grandes comerciantes de las zonas urbanas era acabar con la competencia que representaban las pequeñas manufacturas distribuidas por multitud de villas rurales y pequeños núcleos urbanos que habían ido surgiendo durante toda esta larga crisis del siglo III. De esta manera se produjo una alianza entre el emperador y la alta burguesía comercial que había en las grandes urbes de finales del siglo III. Pese a todo, algunas producciones locales consiguieron distribuir sus productos no sólo dentro de sus territorios, sino de crecer y aprovechar esta reactivación del comercio para distribuir más allá y acumular más capitales. Estos movimientos no hubieran sido posibles en muchos casos sin la alianza con ciertos elementos de esta gran burguesía urbana que se aprovechó de estas producciones locales para reactivar sus propios negocios. Sea como sea, la gran mayoría de los productores locales tuvieron dificultades para enfrentarse a la nueva realidad de la reactivación del comercio a larga distancia y enfrentarse a la competencia que ejercían los grandes comerciantes con el apoyo imperial. De esta manera se produjo una basculación creciente de estos pequeños comerciantes en dirección a los elementos que se enfrentaban al poder. En particular, algunos empezaron a abrazar las ideas radicales del cristianismo, que era ese movimiento religioso de oposición al Diocleciano estaba persiguiendo. Por lo tanto, una parte de la pequeña burguesía comercial en zonas rurales se unió a este movimiento religioso del cristianismo, junto a las masas populares que eran las que en principio estaban siendo más permeables. En su conjunto, el reinado de Diocleciano, y en términos económicos, se puede caracterizar como una época de restauración y de bonanza. Las tensiones sociales se mantuvieron, pero fueron menguando y restableciéndose la paz y el comercio. La vida social y económica del imperio parecía que podía volver a los buenos tiempos, pero esto se truncó muy rápidamente. El plan de sucesión pacífica que tenía Diocleciano a través de la tetrarquía fracasó y los sucesores de Diocleciano se sumieron en nuevas guerras por el poder. El emperador Diocleciano dejó el trono voluntariamente en 305 y para 310 ya había hasta siete augustos autoproclamados. Capítulo 3 Constantino, el emperador cristiano. Con la renuncia de Diocleciano, el imperio se volvió a dividir en áreas de influencia dominadas por los tetrarcas que había nombrado éste o sus sucesores. Las diferentes legiones del limes proclamaban emperadores a caudillos de su preferencia. De hecho, una de estas proclamaciones fue la de Constantino en York, en Britania. Cada uno de los múltiples augustos que iban surgiendo por el imperio contaba con el apoyo de ciertas legiones y de una cierta base territorial de sostén. De todos modos, el entramado político de apoyos que contaba cada candidato era más complejo que simplemente el dominio de Britania y ya está. Trascendía las fronteras más o menos definidas de cada provincia o territorio bajo su teórico control. Cada Augusto representaba un cierto proyecto político y social con ciertas particularidades y de este modo cada Augusto conseguía atraerse a ciertas clases sociales, familias, colegias, redes clientelares o grupos de intereses a su causa. Esto se materializó, por ejemplo, durante el conflicto que se dio en el Imperio Romano Occidental entre Constantino y Magencio, ambos en Occidente. Constantino contaba con el apoyo teórico de Britania, Galia e Hispania, mientras que Magencio tenía su base de apoyo en el norte de África e Italia. Pero más allá de esta división geográfica, dentro de cada territorio había decidido de uno o de otro, en función de las posiciones políticas y de factores como, por ejemplo, su relación respecto del cristianismo. En este terreno, Magencio era un conservador, que propugnaba acabar con esa religión incompatible con los viejos valores romanos y con el esclavismo, mientras que Constantino tenía una posición de contemporización con los cristianos y hasta de cierto apoyo. También había otras diferencias entre Constantino y Magencio. Mientras que este último era particularmente popular entre las clases aristocráticas y los terratenientes, en el caso de Constantino, sus simpatías eran mayores entre ricos comerciantes cristianos, orientalizantes, y sobre todo entre las clases populares y militares que estaban comenzando a abrazar masivamente el cristianismo. De esta manera, el conflicto por el poder entre Constantino y Magencio era el conflicto entre dos personajes que en el fondo encarnaban proyectos políticos diferentes para el imperio romano occidental. En esta guerra civil, Constantino consiguió reiteradas victorias y finalmente pudo aplastar al ejército de Magencio en la batalla del puente del río Milvio en 312. Esta es la famosa batalla en la que se supone que Constantino tuvo una revelación, la de Inox signo vínquez, que se volvió a relatar como que tuvo un sueño antes del combate, porque si escribía Giro, XP en los escudos, este signo cristiano ayudaría a la victoria. Estas letras griegas Giro, XP se refieren a Christos, que en griego se traduce por el ungido, bueno, Cristo. De hecho, el ungido para ser rey. De ahí, Jesús Cristo, Jesús Cristo, que es Jesús el ungido, el Mesías, el llamado a ser el rey de los judíos. Esta noción bíblica de Cristos aparece como Mesías en el latín bíblico y es la adopción de la palabra hebrea, masiach, que se refiere al ungido, para ser del linaje del rey David, ese que estaba profetizado que vendría para liderar a los judíos y redimirlos. En fin, que el símbolo XP, que todavía se ve y es un símbolo cristiano, vendría a significar que Constantino es el Mesías ungido para ser el rey, en este caso de Roma. Pero bueno, volviendo al conflicto entre Magencio y Constantino. Cuando se produjo la victoria en 312 en el río Milvio, se hizo claro que Constantino dominaría la mitad occidental y sería el Augusto al tiempo que el Imperio Oriental sería dominado por Liginio. Como es de imaginar, la victoria de Constantino llevó a la previsible purga de elementos partidarios de la facción derrotada, que por ejemplo llevó a la disolución de la histórica Guardia Pretoriana. La victoria de Constantino se tradujo en consecuencias políticas y económicas de fondo. Los partidarios de Constantino se hicieron con altas magistraturas judiciales que les permitieron ir reformulando los códigos de Diocleciano para que encajase mejor con los intereses de la clase comercial emergente. Una de las reformas que tendrá más impacto a largo plazo fue el establecimiento de las Societates Pecunia Mutuatis. Estas eran empresas privadas dedicadas a la recolección de fondos y al préstamo de capitales. Estos eran los primeros bancos que surgieron de la necesidad de capital e inversión por parte de los elementos de la clase comercial. Este surgimiento de un incipiente mercado financiero permitió a los propietarios de capital hacer depósitos con intereses. Este dinero era redistribuido por las sociedades pecunia mutuatis entre mercaderes que requerían capital para establecer su propia producción local o para ampliarla o para extender sus actividades comerciales y lanzar, por ejemplo, flotas que fueran todo lo posible en dirección a la India. Estas sociedades permitieron la mutualización de los riesgos en tanto que cada depositante de capital sólo estaba poniendo una parte del dinero en cada proyecto. Y esto significó que con que la mayoría de los préstamos fuesen exitosos, el negocio estaba asegurado. Gracias a estas Societates Pecunia Mutuatis creadas en el tiempo de Constantino, se fundaron los primeros auténticos mercados de capitales en Roma. Y esto permitió un aumento sustancial de la inversión en bienes