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LECTURA N° 5

LA ÉTICA KANTIANA
Iván Giraldo Enciso
José Rosales Trabuco

RESUMEN

¿Existen acciones absolutamente buenas?, esta es la pregunta que articula este


capítulo. Una de las posturas más relevantes que responde a esta interrogante es
la que formuló el filósofo de la Ilustración Immanuel Kant. Nuestro objetivo es
analizar el sistema ético kantiano y para ello se precisan aspectos de su sistema
ético formal y de las formulaciones del imperativo categórico. Los conceptos
kantianos se presentan a través de ejemplos y casos cercanos a nuestra
cotidianidad. Este sistema ha sido objeto de críticas desde su extremo
formalismo, rigorismo y abstracción; sin embargo, no cabe duda de que Kant nos
ha legado un paradigma ético que puede ayudarnos en la toma de decisiones ante
dilemas morales contemporáneos. Finalmente, recientes descubrimientos
científicos relacionados con la neurociencia nos pueden brindar una nueva
perspectiva para evaluar el sistema kantiano.

Palabras clave
Ética formal, autonomía, libertad, imperativo categórico.

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INTRODUCCIÓN

¿El calificativo de moral? Es


decir, ¿existen acciones absolutamente buenas? Si consideramos que la fuente de
lo moralmente correcto radica exclusivamente en las convenciones sociales o las
tradiciones, contestaremos que no existen acciones absoluta o universalmente
buenas; porque lo considerado como estaría relativizado por el contexto
cultural. Así, por ejemplo, podríamos juzgar como correctas prácticas como el
matrimonio infantil o la mutilación genital femenina justificándolas en base a las
tradiciones culturales. Sin embargo, si asumimos que el valor moral de las
acciones no tiene referencia a lo cultural o lo social, sino a una conciencia racional
compartida por todos los seres humanos, podríamos justificar alguna forma de
absolutismo moral, es decir, que todos, sin importar nuestra procedencia,
coincidiríamos en calificar una misma acción moral c
apelando a los derechos humanos, podríamos calificar al matrimonio infantil y a
la mutilación genital femenina como inmorales a pesar de las tradiciones del
lugar. Immanuel Kant, el filósofo que analizaremos en este capítulo, asume esta
vía de argumentación del absolutismo o universalismo moral fundando así lo que
se ha denominado ética formal o ética deontológica.

Los seres humanos somos una especie dotada con la capacidad racional,
tal es el punto de partida de Immanuel Kant. Esta confianza en la racionalidad
humana se puede entender por el contexto en el que le tocó vivir: el siglo XVIII o
de las Los pensadores de la Ilustración se plantearon como objetivo
terminar con el oscurantismo a través de una plena confianza en las luces de la
razón, ya no con argumentos basados en la autoridad sino en las propias leyes
que emergen de la racionalidad. En 1784 Kant redacta un ensayo titulado
Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, donde proclama el lema de
la Ilustración del siguiente modo:

Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría


de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la
incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún
otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa
no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor
para servirse del suyo propio sin la guía del de algún otro. Sapere aude!
¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! (Kant, 2004/1784, p.
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Como vemos, la noción que maneja Kant de la Ilustración se aleja de la
simple acumulación de conocimientos; resulta más bien en una tarea moral que
parte de la decisión firme y valiente de pensar por sí mismo. Esta proclama de
pensar por sí mismo es de suma importancia porque se relaciona con la
autonomía y la libertad que se presuponen cuando los seres humanos se hacen
responsables de sus decisiones. De este modo, no podemos afirmar que todos
seamos ya seres racionales, como si fuese una realidad dada y evidente, sino que
todos debemos llegar a ser racionales; esta sería nuestra tarea, nuestro deber.

Esta valentía de pensar por sí mismo es notoria cuando el ser humano se


interroga por los motivos que le llevan a asumir determinado comportamiento.
En cuanto al comportamiento moral, si bien podemos determinar desde diversas
perspectivas la bondad de una acción, también es importante reconocer que la
calificación de o se refiere necesariamente a acciones voluntarias
y libres, en las que la persona o el individuo es responsable y consciente de su
accionar. Ahora bien, si analizamos una acción, podemos enfatizar la intención o
las consecuencias; esto genera aún más interrogantes: ¿En dónde reside el bien
moral de una acción, en la intención o en las consecuencias? ¿En dónde reside el
bien moral de una acción, en el cumplimiento del deber o en el logro de la
felicidad?

El texto que presentamos a continuación tiene como objetivo analizar el


sistema ético kantiano y para ello buscaremos precisar los conceptos a través de
ejemplos y casos en relación con las preguntas anteriores y otras que surgirán en
la argumentación. Este sistema, como veremos, puede ser objeto de críticas desde
su extremo formalismo, rigorismo y abstracción. Sin embargo, no cabe duda de
que Kant nos ha legado un paradigma ético que puede ayudarnos en la toma de
decisiones ante dilemas morales contemporáneos.

EL SISTEMA FILOSÓFICO KANTIANO

Para empezar, es conveniente presentar algunos datos biográficos de Immanuel


Kant. Nació el 22 de abril de 1724 en Königsberg, Alemania (actual Kaliningrado,
Rusia). Su entorno familiar era modesto y estuvo marcado por una fuerte
religiosidad: su madre le inculcó el pietismo (movimiento religioso protestante
que buscaba que sus creyentes tengan una intensa vida religiosa introspectiva y
austera, con una voluntad recta e íntegra). En 1740 inició sus estudios en la
universidad, donde se interesó por la física y las matemáticas. Al fallecer su padre
tuvo que trabajar como tutor de los hijos de familias adineradas. En 1755 logra el
título de Magíster y ese mismo año obtiene la licencia para ser docente en la

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universidad (Privatdozent); sin embargo, recién accede a un puesto oficial como
catedrático el año 1770, cuando ingresa a la Universidad de Königsberg como
docente de los cursos de Lógica y de Metafísica, teniendo al fin un sueldo fijo que
le permitió dejar las clases particulares y dedicarse más a la reflexión filosófica y
la redacción de sus más famosas obras. Murió el 12 de febrero de 1804 en la
misma ciudad en la que nació.

En la personalidad de Kant sobresalían su sobriedad moral y la obediencia


al deber; al parecer entendió su vida como una oportunidad para realizar un
aporte al pensamiento universal; de allí, su exigencia en el trabajo intelectual. Sin
embargo, no era una persona huraña o misántropa, era más bien sociable y
amable con los demás, tanto en su vida social como en sus clases donde
derrochaba ingenio y humor, empleando una gran cantidad de anécdotas en sus
clases. Pese a la influencia del pietismo que hemos mencionado ya, no fue un
religioso practicante ni mucho menos ortodoxo. En el plano político, fue
partidario de las ideas de las revoluciones francesa y norteamericana que
acontecieron durante su vida; aunque nunca fue partidario de la violencia (Solé,
2017).

A pesar de nunca haber dejado su ciudad natal, sus allegados y discípulos


mencionan que tenía un gran conocimiento geográfico, como si hubiese estado
en los lugares que describe. Johann Herder, alumno de Kant, señala que los
alumnos de Kant sólo recibían por consigna el pensar por cuenta propia
alejándose así de cualquier tipo de dogmatismo o despotismo (Granja Castro,
2010).

Su cercanía con la física y la matemática lo llevará a buscar los


fundamentos en todo tipo de conocimiento. Asimismo, se apasionó por la
Ilustración y sus ideales por lo que toda su filosofía apunta a la defensa de la
libertad que se manifiesta en el llamado que hace a atrevernos a pensar. Todo lo
anotado hasta este momento ha llevado a considerarlo como un paradigma de
filósofo metódico y riguroso, y su forma de vida fue fiel testimonio de ello.

Las obras de Kant forman una sólida unidad donde se evidencia el


minucioso análisis al que somete a la razón por la propia razón para responder
preguntas fundamentales; así afirma en su obra Crítica de la razón pura (1781):

resumen en las tres cuestiones siguientes:


1) ¿Qué puedo saber?
2) ¿Qué debo hacer?

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3) ¿Qué puedo 2018/1781, p. 586)

Para responder a la primera pregunta desarrolla su obra cumbre: Crítica


de la razón pura (Kritik der reinen Vernunft, 1781), en ella enuncia los límites y
principios que sustentan el conocimiento científico del mundo exterior, de lo
empírico, de lo mensurable y palpable, es decir, de lo existente que involucra a la
naturaleza y los seres físicos.

Su segunda pregunta la resuelve en Crítica de la razón práctica (Kritik


der praktischen Vernunft, 1788). En ella determina los principios de las acciones
del hombre y las condiciones de su libertad. Lo que será analizado con detalle en
este capítulo.

Para responder a la tercera pregunta desarrolla la Crítica del juicio (Kritik


der Urteilskraft, 1790). En ella se preocupa por el juicio estético y teleológico.
Para él la facultad de juzgar, o juicio, es la capacidad intermedia entre
entendimiento (facultad cognoscitiva) y razón (facultad práctica). De allí, que la
sea la unión entre la naturaleza y la libertad.

Kant fue testigo del debate sobre el origen del conocimiento entre las
escuelas filosóficas racionalista y empirista. Admite que el conocimiento tiene
como punto de inicio la experiencia (como los empiristas); pero, sostiene que el
conocimiento necesita de la facultad racional humana (como los racionalistas).
Este eclecticismo le permitirá trascender ambas posturas de manera crítica.
Afirma que los filósofos anteriores a él solo han tratado de averiguar cómo
nuestro entendimiento se deja determinar por los objetos, y esto ha sido un grave
error, pues supone una pasividad del sujeto que conoce como si la representación
perfecta del objeto aparezca tal cual en nuestra mente. La revolución kantiana
consiste, por el contrario, en plantear que el sujeto cognoscente es activo frente a
la realidad (objeto). Se opone así a la visión tradicional que interpreta que el
conocimiento es una adecuación del sujeto frente al objeto. Kant plantea un giro
que denomina los objetos son los que se adecuan a la
facultad de conocer del sujeto cognoscente. Así, por ejemplo, cuando observamos
cómo una bola de billar choca con otra, y esta última se mueve, la noción de que
hay una causa y un efecto (causalidad) no es captada por los sentidos, sino que
está ya en nuestra mente y permite ordenar esos hechos; además, la ubicación y
el transcurrir del tiempo en lo que observamos solo es posible por ciertas
condiciones anteriores a cualquier experiencia, es decir, el espacio y el tiempo no
están en el objeto, sino que están en el sujeto.

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LA ÉTICA FORMAL KANTIANA

Kant tuvo una gran preocupación por lo moral a lo largo de su vida. Él vivió
durante una época de muchos contrastes entre diversas escuelas filosóficas que
tenían diferentes perspectivas sobre la manera de comportarse y dirigir la
conducta. Su preocupación por lo moral lo llevó a la pregunta: ¿Qué es una acción
moral? Para él era evidente que un acto moral (una acción moral) se ha de llevar
a cabo por el sentido del deber, como un fin en sí mismo y no por inclinación,
sentimiento, placer o posibilidad de provecho de la persona que la realiza. Así,
por ejemplo, considerar como una acción con valor moral el que una persona
devuelva el dinero que encontró casualmente en la calle dependerá de la
intención que tiene su accionar. Si realiza la acción por el sentido del deber, por
deber, será considerado valioso moralmente; si, en cambio, la realizó por la
recompensa o por temor a ser reconocido por las cámaras de seguridad, su acción
no tiene valor moral. Esto significa que para actuar moralmente no debe existir
ningún tipo de incentivo o motivación externa.

El que actúa por deber está fundamentando una ley moral universal;
puesto que su acción moral se basa en la razón (que la comparte con todos los
seres humanos). El que actúa por deber no lo hace por amor a sí mismo o en
función del interés que le puede proporcionar su acción. Para Kant, la moral es
un elemento esencialmente racional, a priori; por ello, no le atribuye elementos
externos, empíricos o propios de la experiencia. Así, en el ejemplo anterior,
actuar por deber, ser honesto al devolver la billetera, no implica un cálculo de las
consecuencias (a posteriori) que podría tener el acto.

En su afán de clasificar y criticar los sistemas éticos anteriores, Kant


sostiene que un sistema ético puede ser material o formal. Rechaza la ética
material pues es empírica: sus preceptos se fundamentan en las posibles
consecuencias beneficiosas que se obtendrían después. La ética material es
empírica, externa, pero, también, es heterónoma; con ello se entiende que las
reglas morales por las que se regula el comportamiento de los individuos son
órdenes o condicionamientos externos a la propia racionalidad, algo ajeno a ella.
Asimismo, el término heteronomía significa que la persona actúa motivada por
algún factor externo a él, es decir, que actúa de una determinada manera por
temor, por satisfacción, por sacar algún provecho, entre otras motivaciones. Así,
el utilitarismo (la mayor felicidad para el mayor número de personas); la ética
aristotélica (la búsqueda de la felicidad a través de la virtud) o la ética hedonista
(la búsqueda del placer como ausencia del dolor) serían éticas materiales o
heterónomas. También se incluye en este grupo cualquiera que se fundamenta

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en preceptos religiosos, si se asumen estos, por ejemplo, como recomendaciones
para actuar por temor al castigo de una deidad o en búsqueda del paraíso.

Ahora bien, si las éticas materiales o heterónomas equivocan el camino,


¿dónde puedo hallar lo bueno moral sin ninguna sospecha de fundarse en algo
externo o empírico? La respuesta kantiana estará también relacionada con un
, esta vez en el plano de la razón práctica: no se trata del bien
que buscamos o deseamos como humanos (la felicidad, por ejemplo), sino del
deber que reconocemos en nuestro interior como seres racionales. Este deber no
se deduce de un bien externo, sino que lo bueno moral consiste únicamente en el

debemos mirar Lo bueno sin restricciones y sin


sospechas no está en el objeto del deseo sino en el propio sujeto, en nuestra
propia voluntad, en la buena voluntad (Arroyo García & Jaén Sánchez, 2015).
Esta buena voluntad es buena en sí misma, es lo único bueno sin excepción y con
independencia a cualquier circunstancia exterior:

La buena voluntad es buena no por lo que efectúe o realice, no por su


aptitud para alcanzar algún fin propuesto, sino únicamente por el querer,
esto es, es buena en sí, y, considerada por sí misma, hay que estimarla
mucho más, sin comparación, que todo lo que por ella pudiera alguna vez
ser llevado a cabo en favor de alguna inclinación, incluso, si se quiere, de
la suma de todas las inclinaciones. (Kant, 1996/1785, p. 119)

De este modo Kant encuentra en la buena voluntad un punto de partida


que se va a sustentar a sí mismo como un principio de la razón y, a la vez, no
dependerá ni de las circunstancias ni de los resultados ni de los deseos. Ahora
bien, una voluntad es buena cuando actúa por deber, solo así tienen valor moral
las acciones. Por ejemplo, una persona que preserva su vida a pesar de que
desearía morir por todas las penurias que le suceden o una persona que ayuda a
sus compañeros sin pensar en un beneficio posterior (contraponiéndose al
eseo de que lo

por deber y sus acciones serían calificadas


como buenas.

Ahora bien, algunas de las acciones que realizamos pueden coincidir con
el deber; pero, no tienen valor moral si las realizamos motivados por el
sentimiento, por algún deseo o inclinación, o por el cálculo de las consecuencias
o beneficios; así estas son ejemplo de actuar conforme al deber. Esta diferencia

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entre actuar por deber y conforme al deber no siempre es sencilla de notar, cómo
en este caso del vendedor calculador o prudente y sus verdaderas intenciones:
Cuando llega a su establecimiento un niño, que de hecho es un cliente inexperto,
a comprar. El vendedor podría aprovecharse de la inocencia del niño y cobrarle
más caro por el producto, y este no se daría cuenta del aprovechamiento. Pero, el
vendedor podría pensar que, si se descubre su acción, las personas evitarían ir a
su negocio. Por ello, le cobra lo justo a su inexperto cliente. En este caso el
vendedor solo actúa conforme al deber.

Un caso más nos ayudará a profundizar esta distinción entre actuar por
deber y conforme al deber. Describamos la situación de un estudiante llamado
Manu quien, al revisar noticias sobre la pobreza y la desnutrición en sus cursos
de primer ciclo de la Universidad, tiene sentimientos de solidaridad y compasión
por aquellos que las padecen; entonces, emprende una campaña de recolección
de víveres para ayudar a esas personas. ¿Cómo juzgaría Kant esta acción? Desde
la perspectiva kantiana, la acción de Manu no tendría valor moral a pesar de que
coincide con lo que debería hacer (conforme al deber); ya que está actuando
motivado solo por sus sentimientos de solidaridad y compasión, y no por un
sentido del deber no condicionado (por deber). Ahora bien, ¿no es acaso la
postura kantiana tan ideal e impracticable, más propia de seres perfectos que de
seres humanos? Quizás podríamos coincidir con Kant si el acto fuese motivado
por el provecho personal o para sacar ventaja; pero, en el caso anterior, Manu no
ha sacado ventaja ni beneficio, solo está actuando por un sentido de compasión,
para no sentirse mal. No obstante, Kant insiste en que esto también implica que
la acción no puede ser calificada como buena porque el motivo no es el puro
deber.

Veamos otro caso, el estudiante universitario Manu revisa sus redes


sociales y se percata de constantes anuncios que muestran a diversos políticos
haciendo campaña en lugares de extrema pobreza. Hay imágenes y videos de los

Es evidente que la finalidad de las acciones de los políticos en este caso


no es la de ser solidarios ni compasivos, sino que buscan aumentar su
popularidad entre la población para que así aumente su caudal de votos en las
siguientes elecciones. Manu considera que este accionar de los candidatos, desde
la perspectiva de los pobladores, debe ser calificada como una buena acción. Pero
¿qué diría Kant? Está claro que, en este caso, esos candidatos no están actuando
moralmente bien, puesto que realizan la acción interesadamente. De este modo,
para Kant, desde cualquier perspectiva, estas acciones no tienen valor moral.
Como vemos, al analizar las acciones morales, Kant enfatiza en el motivo o la

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intención que lleva al individuo a actuar colocando en un segundo plano las
consecuencias de la acción. De esta manera, es importante saber los motivos o
las intenciones que llevan a las personas a actuar para saber si sus actos son
buenos o malos moralmente. No le importa a Kant si el candidato ayuda o no a
las personas necesitadas, lo que le preocupa es saber cuáles son sus intenciones
con esa ayuda. El candidato puede estar motivado en sacar provecho de esta
acción (alcanzar más votos), o quizás lo haga por solidaridad o compasión. En
ambos casos, para Kant su acto no estaría motivado por el sentido del deber (por
deber).

Kant es un convencido de que todos podemos ser personas morales y que


solo podemos ser moralmente responsables de las cosas sobre las que tenemos
cierto control. Veamos otra situación para ejemplificar este punto: Manu, el
estudiante al que nos referimos en los casos anteriores, tiene clase a las 7 de la
mañana, pone su alarma a una hora prudente para poder asearse, vestirse, ingerir
sus alimentos, para tomar su movilidad y llegar a tiempo a la universidad, como
todo estudiante responsable. Pero, a pesar de sus precauciones para llegar a
tiempo a su clase, la movilidad tiene un percance y Manu llega tarde. ¿Juzgamos
su intención de llegar temprano, valorando sus acciones para ello, o el hecho que
llegó tarde? ¿Lo debemos juzgar por su intención o por las consecuencias?
Indudablemente el accidente es un hecho fortuito, pero la intención de Manu fue
hacer todo lo posible para llegar temprano, cumpliendo con su deber de buen
estudiante; por lo tanto, fue un buen acto, actuó correctamente. A pesar de que
las consecuencias de su acción fueron fortuitas, escaparon a su voluntad, esto no
debe aminorar el valor moral de su acción; porque actuó por buena voluntad.
Así, las consecuencias no pueden ser parte del juicio de las acciones, es decir, por
las consecuencias de las acciones no se pueden calificar los actos como buenos o
malos.

EL IMPERATIVO CATEGÓRICO

En la época del filósofo de Königsberg, el formalismo y el moralismo eran muy


fuertes. Las monarquías imperantes durante su vida, los pastores religiosos, las
autoridades y los catedráticos daban muchas prescripciones a través de una serie
de exhortaciones morales, reglas de conducta y recomendaciones a actuar, las
cuales tenían como finalidad darles pautas y normar el comportamiento de las
personas como si fueran recetas (Malishev, 2014). Por el contrario, la
argumentación kantiana parte de una ética formal que, como dejamos sentado
en el apartado anterior, no pretende brindar recetas específicas sobre cómo
alcanzar el bien moral. La ética kantiana parte de entender que los seres humanos

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guiamos nuestras acciones por principios prácticos subjetivos (máximas) que
orientan nuestras vidas. Creamos estas máximas porque al cumplir con estas
reglas esperamos satisfacer nuestros deseos. Por ejemplo, como estudiante
universitario, Manu desea aprobar satisfactoriamente todos sus cursos por eso se

implica que hemos deliberado, que hemos reflexionado sobre nuestros deseos.

Somos seres poseedores de una razón práctica pura, una especie de mente
legisladora a priori que nos exhorta a actuar. Estas exhortaciones o mandatos
adquieren la forma de leyes. El deber moral, coherente con la buena voluntad, es
la representación de la ley: el deber es la necesidad de una acción por respeto a
(Kant, 1996/1785, p. 131). Toda ley es universal y necesaria, incluyendo
las leyes morales. Esta universalidad de las leyes morales se atestigua porque
hace falta ciencia ni filosofía para saber qué se tiene que hacer para ser honrado
y bueno, e incluso sabio y (Kant, 1996/1785, p. 139). Todos estamos en
capacidad de saber que decir la verdad es bueno y que mentir es algo malo. Sin
embargo, como nuestra voluntad no es perfecta, no se sigue siempre a la razón.
Por ello, esta tiene que imponerse mediante imperativos: las leyes morales tienen
forma de imperativo categórico que ejerce coerción u obligatoriedad en nuestro
accionar.

De lo anterior no debe pensarse que la tarea de la ética es prescribir leyes


morales; sino que la labor de la ética radica en analizar las leyes morales que ya
están inscritas en nuestra conciencia común como seres humanos (García
Morente, 1982). En este análisis, Kant señala que el imperativo categórico debe
distinguirse del imperativo hipotético. Actuar bajo el imperativo categórico es
actuar por deber, respetando las leyes morales; así podemos decir que el
imperativo categórico es moral. En cambio, el imperativo hipotético es sólo
práctico puesto que es heterogéneo, heterónomo y utilitario: es el mandato en
vista a un fin que se quiere obtener, un propósito, un beneficio. El imperativo
hipotético determina a la voluntad sólo en las personas que quieren alcanzar ese
objetivo; es un consejo de una razón instrumental que calcula en base a los
beneficios y se formula como un precepto condicional: quiero ser feliz,

quiero ser

cuanto deseamos ese objetivo ulterior; por ende, no son ni universales ni


necesarios, ni mucho menos pueden ser la base de lo moral. Kant considera que
estos imperativos hipotéticos sólo fundamentan a las éticas materiales. Así, por

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ejemplo, pensando de manera pragmática, el joven Manu se podría plantear
como i
amable con los integrantes de mi

No le hagas a otro lo que no quieres que te


hagan a ti), tan popular en el siglo XVIII como principio moral universal, resistió
a la crítica kantiana; puesto que está condicionada a que yo quiera un trato
cordial por parte del otro para comportarme cordialmente con los demás. La
tiene la forma de un imperativo hipotético. Además, puede
admitir una contradicción: si soy un delincuente, ¿acaso no podría ser razonable
que el juez no me imponga un castigo severo porque, dadas las circunstancias
fortuitas, él tampoco quisiera sufrir una pena drástica? (Klemme & Lorenz, 2019)

En cambio, el imperativo categórico posee un fin en sí mismo y no depende


de las condiciones, intereses o deseos, pues coincide con actuar por deber y esto
es bueno en sí mismo. Este imperativo busca determinar la voluntad de forma
universal y necesaria, que procede de la razón práctica pura y fundamenta la ética
formal pues se constituye en un criterio de enjuiciamiento moral mediante el cual
se pueden evaluar tanto acciones individuales como leyes jurídicas o políticas.
Así, un iraní podría considerar como carente de valor moral el encarcelar a las

por más que estos sean los mandatos de la llamada de la

Dos son las formulaciones más afamadas del imperativo categórico. La

según la máxima a través de la cual puedas querer al mismo tiempo que se

término significa es decir, que nuestra voluntad


se supedita a lo racional bajo una máxima que racionalmente vamos a aplicar a
todos nuestros congéneres sin ninguna contradicción y de modo a priori. Así los
deberes son absolutos, autónomos e incondicionales. Por ejemplo, las máximas
decir la debo debo debo ser
cumplen con este criterio, pues resisten al experimento mental de llevarlas a la
universalidad (¿qué pasaría si todo el mundo actuara del mismo modo?) Por
ende, esta fórmula también resalta la necesidad de asumir un punto de vista de
carácter universal (lo que es bueno universalmente, para todo ser humano sin
excepción), dejando de lado nuestras preferencias individuales o lo que nos es

er consideradas leyes morales


puesto que un mundo de engaño invalidaría toda confianza en las promesas, con

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lo que caeríamos en contradicción: nadie creería en las promesas y no servirían
de nada.

La segunda formulación, la fórmula de la dignidad humana, es la


siguiente: de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en
la persona de cualquier otro siempre a la vez como fin, nunca meramente como

es la humanidad, es decir, el respeto a uno mismo, a los otros y a los seres


humanos, en general, constituye el deber moral que servirá como criterio para
aplicar a los demás deberes. De modo tal que no se justifica tratar de modo

porque si hago diferencia en el trato que tengo con los demás en base a la función
que cumplen las personas (un ingeniero que es mi profesor y un taxista que me
transporta) los concibo como funcionarios para mi beneficio. En cambio, si trato
a todos como personas, ya no los concibo como funcionarios, sino que los aprecio
como un fin en sí mismo; más allá de la profesión u oficio que tengan, todas y
todos son personas que merecen un trato digno. Esto nos muestra también que
el imperativo categórico no es necesariamente vacío, puesto que se fundamenta
en la dignidad humana. Se advierten también las implicancias políticas del
imperativo categórico: una constitución republicana que conlleve el respeto a la
libertad religiosa y de expresión, fundamentalmente; y un programa para
construir la paz mundial. (Singer, 1995) Así, por ejemplo, normas legales que
faciliten la explotación o la discriminación serían calificadas, desde la ética
kantiana, como carentes de legitimidad y valor moral.

Estas formulaciones del imperativo categórico sólo son posibles en cuanto


el ser humano tiene libertad, puesto que para Kant ley moral y libertad se remiten
una a la otra. El ser humano posee la capacidad de autodeterminarse; cuando lo
hace con autonomía de la voluntad (sin influjo de deseos, inclinaciones o algo
externo a la razón) y en función a la ley moral, entonces sus acciones tienen valor
moral: solo cuando actúo en coherencia con el imperativo categórico, con la ley
moral que me impongo a mí mismo como ser racional, soy genuinamente libre
(Sandel, 2011). En este sentido, la libertad se constituye en el fundamento de la
moral y de la racionalidad.

UN DÍA AL ESTILO KANTIANO

Ya hemos analizado el planteamiento kantiano y es momento de analizar sus


posibles implicancias en la vida cotidiana; en ese sentido ¿qué pasaría si alguien
se propone actuar únicamente bajo la ética kantiana? Para responder esta

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pregunta presentaremos el siguiente caso. Después de reflexionar sobre la
filosofía kantiana en su clase de Temas de Filosofía, el joven Manu se ha
propuesto que sus decisiones sigan el paradigma ético kantiano, al menos
durante el día siguiente. Lo primero que hace al despertar es revisar sus redes
sociales en busca de mensajes, notificaciones o likes. Manu sabe que tiene temas
pendientes que resolver para la universidad y cuestiones personales, pero se
sumerge en sus redes. Se percata que existen personas que están criticando al
artista del cuál él es fanático y, sin importarle las consecuencias, empieza a
despotricar e insultar a todos los que lo critican, incluso sabiendo que estas
críticas tienen sustento debido a ciertas actitudes racistas del artista. Considera
que está siendo libre al actuar así, pero ¿es realmente libre al no considerar la
dignidad de las demás personas? Desde el punto de vista kantiano, la libertad
equivale también a la autonomía. Esta se puede definir como la capacidad de
autocontrol en base a una motivación racional y no por deseos, inclinaciones o
impulsos.

Luego de desayunar con su familia, Manu coge su bicicleta para dirigirse a


la Universidad. A punto de salir se percata que no está llevando el casco de

la perspectiva kantiana, obedezco las


reglas que me impone el gobiern o lo que me parezca incluso lo que vaya
en contra de las leyes que dicta el Si todos los seres humanos
tuviéramos como máxima no obedecer las reglas o hacer lo que uno quiera,
caeríamos en una contradicción que no nos permitiría actuar racionalmente.
Debería juzgar cada norma legal y analizar si constituye un deber. En el caso de
la norma de llevar casco, el gobierno me está ayudando a obedecer la ley moral;
finalmente es mi decisión, pero no debo actuar por temor a la multa, sino porque
es mi deber protegerme y proteger a los demás.

A punto de llegar a la Universidad, se le acerca una persona que le solicita


dar una contribución a una institución que ayuda a niños pobres para así evitar
la explotación mediante el trabajo infantil.

ayudar movidos por sentimientos de compasión, ni menos sentirnos obligados


externamente o por presión de otras personas. Deberíamos ayudar a los demás,
pero cabe en nuestra decisión racional el cómo, el cuándo y el dónde. En base a
la fórmula de la dignidad humana del imperativo categórico, debe quedar claro

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que nuestro deber es eliminar cualquier situación en la que se trate a las personas
como meras cosas u objetos como en el caso de la explotación infantil.

Finalmente, ingresa a su clase de Temas de Filosofía. Se debate sobre si se


justifica que un gobernante oculte información o mienta para no generar una
convulsión social en cuanto a una posible crisis alimentaria. los

perspectiva kantiana, es nuestro deber decir la verdad siempre, sin importar las
consecuencias o el contexto. Kant sería contundente en condenar a los políticos
que no dicen la verdad o que la ocultan; una mentira, por más mínima que sea o
que se haya hecho con fines aniquila la dignidad del ser humano.
Ahora bien, esto se aplica no solo a los políticos sino a todo ser humano. Al final
del día, y ya de regreso en casa, Manu es consciente de lo difícil y arduo que es
seguir la ética kantiana. Al respecto esta ha sido objeto de varias críticas que
revisaremos en el siguiente apartado.

CRÍTICAS A LA ÉTICA KANTIANA

La teoría ética de Kant, como muchas otras, busca normar el acto o acción moral
de los seres humanos en su interacción con sus pares. Desde una perspectiva más
amplia, todas las teorías determinan o clasifican las acciones humanas como
buenas o malas. Pero, la propuesta del filósofo de Königsberg tiene algunos
puntos que se le critica.

Una de las críticas radica en que no proporciona ayuda alguna a quienes se


enfrentan a una decisión moral, es decir, no sirve para decidir cómo actuar
(Warburton, 2012); debido a su acentuado formalismo o abstracción. En su
sistema hay algunas cuestiones de orden moral para las que no hallamos
soluciones satisfactorias. Hay dilemas que no enfrenta, los cuales surgen entre
los distintos deberes y pueden ser no universalizables como sostenía Kant.
Elizabeth Anscombe (1919-2001), filósofa y teóloga británica, era una defensora
de que las normas morales universales existen, concordando con Kant; sin
embargo, llegaba a discrepar de él, por ejemplo, con respecto a decir siempre la
verdad, es decir, a no mentir: Si nos obligamos a no mentir durante un día
completo, ni siquiera realizar una al final del día nos
volveríamos insensibles y groseros. Por ello, el no mentir, no debería ser
considerado como imperativo categórico al no ser universalizable. Ella
recomendaba que antes de todo deberíamos contestarnos las preguntas: ¿qué es
una buena persona? y ¿qué cosas hacen a alguien ser considerado como una
buena persona? Una vez identificado el paradigma de buena persona, debemos

101
resaltar las cualidades de él y preguntarnos si el uso de la mentira en un caso
particular es coherente con esas características (Infante, 2019).

Un ejemplo clásico sobre el no mentir, donde se aprecia lo difícil que es


seguir el imperativo categórico, es planteado por Kant del siguiente modo: Un
delincuente está persiguiendo a un amigo con la finalidad de hacerle algún daño.
Nuestro amigo recurre a nosotros y le damos asilo en nuestra casa. Pero, el
delincuente llama a nuestra puerta y nos pregunta por nuestro amigo. ¿Qué sería
correcto hacer? ¿Debemos decir la verdad? ¿A qué nos ha de obligar el imperativo
categórico? La respuesta obvia es que debemos decir la verdad; sin embargo,
¿acaso, no debemos proteger a un amigo? Nuestra primera reacción, casi
inmediata, podría llevarnos a proteger a nuestro amigo, es decir, mentirle al
delincuente; pues si le decimos la verdad, estaríamos incumpliendo nuestro
deber de cuidar a nuestro amigo. Pero para Kant, no decir la verdad es un acto
inmoral aun en este dilema.

Otra de las críticas más frecuentes al sistema moral kantiano es el papel


que se le da a las emociones, por ejemplo, la piedad, la compasión y la simpatía
(Singer, 1995). Para Kant, las emociones no deben tener influencia en el acto o
acción moral; su papel debe ser irrelevante, puesto que se debe actuar siempre
por deber. De allí que sea acusado de ser muy riguroso. Como vimos en ejemplos
anteriores, para Kant, si mi acción está motivada por las emociones, estaría
actuando conforme al deber, pero no por deber. Sin embargo, la simpatía, la
culpa y el remordimiento son emociones muy valoradas en la sociedad. En esto
radica la crítica a Kant, pues al buscar separarlas de la moralidad parece
despreciar un aspecto fundamental del comportamiento moral de las personas.
Tan fundamentales serían estas emociones que cuando se han realizado estudios
con escáneres cerebrales y se han obtenido imágenes del cerebro en la toma de
decisiones ante dilemas morales (por ejemplo, el dilema del tranvía de Philippa
Foot), las decisiones que coinciden más con la propuesta kantiana activan zonas
del cerebro relacionadas con procesos emocionales en mayor medida (Greene,
2010).

Finalmente, podríamos criticar la ética kantiana en cuanto establece que


no se deben asumir las consecuencias de los actos o acciones, pues se podrían ver
afectados por algo externo (la falta de control, un movimiento involuntario, una
fuerza física ajena al hecho o por ignorar las circunstancias). Siguiendo la ética
kantiana, todas estas posibilidades nos eximirían del juicio moral. Por ejemplo,
si por querer realizar un acto bien intencionado, cometemos una torpeza y como
resultado de esta acción se producen muertes. Ahora bien, resaltemos que

102
nuestra acción no buscó provocar algún perjuicio. De acuerdo con Kant, al tener
la intención de llevar a cabo una acción bien intencionada, el que cometió la
torpeza debería ser declarado inocente; ya que, si tenemos éxito o no depende de
factores que están fuera de nuestro control y, por ello, no se deben considerar las
consecuencias. Warburton (2012) plantea el ejemplo de un chofer de un camión
que mata accidentalmente a un niño; resalta que para que ocurra este fatal
accidente es necesaria la presencia del peatón en el lugar determinado en el cual
se produce el aciago hecho. Si el conductor es completamente inocente, se sentirá
muy mal respecto a su papel en el suceso, pero no tendrá nada que reprocharse a
sí mismo; ya que, en última instancia, nada o casi nada acerca de lo que una
persona hace parece estar bajo su control.

CONSIDERACIONES FINALES

Al inicio del texto nos preguntamos si existen o no acciones absolutamente


buenas. Es evidente que nuestras acciones se enmarcan en un contexto y que
pueden ser calificadas en torno a esta contextualización. Sin embargo, podemos
percatarnos que si, por ejemplo, en cualquier parte del mundo, lastiman
físicamente a un menor indefenso, inmediatamente consideraríamos que esa
acción transgrede derechos humanos básicos, es decir, que en esta acción no se
respetan los derechos que serían universales. La propuesta kantiana es una forma
de justificar este absolutismo o universalismo moral que se considera como base
de la propuesta de los derechos humanos.

El sistema ético kantiano trasciende a su época y aún tiene seguidores;


pero, ya lo decía Hegel somos hijos de nuestro Sus
preocupaciones y motivaciones se enmarcan en la Ilustración. Existe en Kant una
confianza plena en la capacidad racional humana y en la posibilidad de
atrevernos a pensar por nosotros mismos. Hoy en día nos hallamos insertados en
la llamada sociedad de la información y del conocimiento, tenemos acceso a
cantidades ingentes de información en segundos. La globalización
contemporánea evidencia que la interculturalidad juega un papel muy activo en
nuestra comprensión y calificación de las acciones humanas. En este contexto,
¿se justifica un universalismo moral a la manera kantiana?, ¿la yihad es un
símbolo de opresión o de identidad?

Ahora conocemos que no es posible separar de manera tan tajante lo


emocional de lo racional. Los estudios en neurociencia, por ejemplo, nos llevan a
pensar que somos fuertemente emocionales, que nuestra mente toma decisiones
antes de ser conscientes de ello, que nuestro cerebro intenta ordenar y justificar

103
a posteriori nuestras acciones como si fuera producto de un yo único y racional.
Esto contrasta con lo formulado por Kant respecto a una conciencia racional que
compartiríamos todos los seres humanos y dirigiría nuestras acciones en base al
deber de modo a priori. Aún nos queda mucho por conocer respecto de nuestra
propia naturaleza humana en el ámbito moral. En la actualidad contamos con
herramientas científicas muy potentes para conocer el proceso cerebral con más
detalle; por ello, es hora de plantear hipótesis al respecto y someterlas a una
crítica tal como nos enseñó Kant, respecto al conocimiento de su época.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Arroyo García, F. M. & Jaén Sánchez, M. (2015). Kant: ¿qué podemos saber y
qué debemos hacer? RBA.
Camps, V. (2013). Breve historia de la ética. RBA.
Cortina, A., & Martínez Navarro, E. (1996). Ética. Akal.
García Morente, M. (1982). La filosofía de Kant: (una introducción a la
filosofía). Espasa-Calpe.
Granja Castro, D. M. (2010). Lecciones de Kant para hoy. Anthropos.
Green, J. (2013). Moral Tribes. Emotion, Reason, and the gap between us and
them. The Penguin Press.
Infante, E. (2019). Filosofía en la calle. Ariel.
Kant, I. (1996/1785). Fundamentación de la metafísica de las costumbres.
Ariel.
Kant, I. (2004/1784). ¿Qué es la ilustración? y otros escritos de ética, política y
filosofía de la historia. Alianza Editorial.
Kant, I. (2018/1781). Crítica de la razón pura. Gredos
Kant, I. (2018/1788). Crítica de la razón práctica. Gredos
Klemme, H. F., & Lorenz, A. (2019). Immanuel Kant: Filosofía para jóvenes.
Herder.
Malishev, M. (2014). Kant: ética del imperativo categórico. La Colmena, (84), 9-
21. http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=446344312002
Sandel, M. J. (2011). Justicia: ¿Hacemos lo que debemos? Random House
Mondadori.
Singer, P. (Ed.). (1995). Compendio de ética. Alianza.
Solé, J. (2017). Kant: El giro copernicano en la filosofía. EMSE.
Warburton, N. (2012). Filosofía básica. Cátedra.
Williams, B. (2016). La ética y los límites de la filosofía. Cátedra.
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TEXTO SELECCIONADO N°5
Referenci
Kant, I. (1996/1785). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Ariel. p. 119.

LA VOLUNTAD BUENA
La buena voluntad es buena no por lo que efectúe o realice, no por su aptitud para
alcanzar algún fin propuesto, sino únicamente por el querer, esto es, es buena en sí, y,
considerada por sí misma, hay. que estimarla mucho más, sin comparación, que todo lo
que por ella pudiera alguna vez ser llevado a cabo en favor de alguna inclinación, incluso,
si se quiere, de la suma de todas las inclinaciones. Aun cuando por un especial disfavor
del destino, o por la mezquina provisión de una naturaleza madrastra, le faltase
enteramente a esa voluntad la capacidad de sacar adelante su propósito, si con el mayor
empeño no pudiera sin embargo realizar nada, y sólo quedase la buena voluntad (desde
luego, no un mero deseo, o algo así, sino como el acopio de todos los medios, en la medida
en que están en nuestro poder), con todo ella brillaría entonces por sí misma, igual que
una joya, como algo que posee en sí mismo su pleno valor. La utilidad o esterilidad no
puede añadir ni quitar nada a este valor. Sería, por así decir, solamente la montura, para
manejarla mejor en el tráfico ordinario, o para atraer sobre ella la atención de los que
todavía no son suficientemente expertos, pero no para recomendarla a los expertos y
determinar su valor.
OBRAR POR DEBER4
Para desenvolver el concepto de una voluntad digna de ser estimada en sí misma y buena
sin ningún propósito ulterior, tal como ya reside en el sano entendimiento natural y no
necesita tanto ser enseñado cuanto más bien aclarado, este concepto que se halla siempre
por encima en la estimación del entero valor de nuestras acciones y constituye la
condición de todo el restante, vamos a poner ante nosotros el concepto del deber, que
contiene el de una voluntad buena, si bien bajo ciertas restricciones y obstáculos
subjetivos, los cuales, sin embargo, sin que, ni mucho menos, lo oculten y hagan
irreconocible, más bien lo hacen resaltar por contraste y aparecer tanto más claramente.
Paso aquí por alto todas las acciones que ya son conocidas como contrarias al deber,
aunque puedan ser útiles en este o aquel respecto, pues en ellas ni siquiera se plantea la
cuestión de si pudieran haber sucedido por deber, puesto que incluso contradicen a éste.
También dejo a un lado las acciones que son realmente conformes al deber y a las que los
hombres no tienen inmediatamente inclinación, pero sin embargo las ejecutan porque
son impulsados a ello por otra inclinación. Pues ahí se puede distinguir fácilmente si la
acción conforme al deber ha sucedido por deber o por un propósito egoísta. Esa
diferencia es mucho más difícil de notar cuando la acción es conforme al deber y el sujeto

4 Kant, I. (1996/1785). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Ariel. p. 123-127

105
tiene además una inclinación inmediata a ella. Por ejemplo, es sin duda conforme al
deber que el tendero no cobre más caro a un comprador inexperto, y, donde hay mucho
tráfico, el comerciante prudente tampoco lo hace, sino que mantiene un precio fijo
universal para todo el mundo, de manera que un niño le compra igual de bien que
cualquier otra persona. Se es, así pues, servido honradamente, sólo que esto no basta, ni
con mucho, para creer por ello que el comerciante se haya conducido así por deber y
principios de honradez, pues su provecho lo exigía; que además tuviese una inclinación
inmediata a los compradores, para, por amor, por así decir, no dar preferencia en el
precio a uno sobre otro, no se puede suponer aquí. Así pues, la acción no había sucedido
ni por deber ni por inclinación inmediata, sino meramente con un propósito interesado.
En cambio, conservar la propia vida es un deber, y además todo el mundo tiene una
inclinación inmediata a ello. Pero, por eso, el cuidado, frecuentemente medroso, que la
mayor parte de los hombres pone en ello no tiene valor interior, ni la máxima del mismo
contenido moral. Preservan su vida conformemente al deber, ciertamente, pero no por
deber. En cambio, si las contrariedades y una congoja sin esperanza han arrebatado
enteramente el gusto por la vida, si el desdichado, de alma fuerte, más indignado con su
destino que apocados o abatido, desea la muerte y sin embargo conserva su vida, sin
amarla, no por inclinación o miedo, sino por deber: entonces tiene su máxima un
contenido moral.

EL IMPERATIVO CATEGÓRICO5
Cuando pienso un imperativo hipotético en general, no sé de antemano qué contendrá:
hasta que me está dada la condición. Pero si pienso un imperativo categórico sé
enseguida qué contiene. Pues como el imperativo, aparte de la ley, sólo contiene la
necesidad de la máxima* de ser conforme a esa ley, y la ley no contiene ninguna condición
a la que esté limitada, no queda sino la universalidad de una ley en general, a la cual debe
ser conforme la de la acción, y únicamente esa conformidad es lo que el imperativ o
representa propiamente como necesario.
El imperativo categórico es así pues único, y, por cierto, este: obra sólo según la máxima
a través de la cual puedas querer al mismo tiempo que se convierta en una ley universal.
Pues bien, si de este único imperativo pueden derivarse todos los imperativos del deber
como de su principio, podremos al menos, aunque dejemos sin decidir si lo que en general
se denomina deber no es un concepto vacío, mostrar qué pensamos con él y qué quiere
decir este concepto.
Dado que la universalidad de la ley según la cual suceden efectos constituye lo que se
llama propiamente naturaleza en el sentido más general (según la forma), esto es, la
existencia de las cosas en tanto que está determinada según leyes universales, tenemos
que el imperativo universal del deber también podría rezar así: obra como si la máxima

5
Kant, I. (1996/1785). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Ariel. p. 171-173

106
de tu acción fuese a convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza.
*La máxima es el principio subjetivo de obrar, y tiene que ser distinguida del principio
objetivo, a saber, de la ley práctica. Aquélla contiene la regla práctica que la razón
determina en conformidad con las condiciones del sujeto (frecuentemente la ignorancia
o también las inclinaciones del mismo), y es, así pues, el principio según el cual obra el
sujeto, pero la ley es el principio objetivo válido para todo ser racional y el principio según
el cual debe obrar, esto es, un imperativo.

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