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Las Madres de la memoria fértil

Por Ulises Gorini

Desde que el sociólogo francés Maurice Halbwachs acuñó el término Memoria


colectivai, el concepto fue adquiriendo diversos significados, a veces muy diferentes
entre sí, pero todos referidos a los recuerdos que atesora una sociedad, o grupo o clase
social.

Objeto de estudios académicos y científicos, materia de políticas de estado y disputas


entre partidos políticos y movimientos sociales, centro de debate de medios de
comunicación y periodistas, el estado de la cuestión es polémico y complejo de
describir.

En nuestro país fue un tema exclusivamente de especialistas hasta fines de los ochenta.
A partir de ese momento, sin embargo, el interés por la memoria colectiva se expandió a
los más diversos grupos y actores sociales hasta que, en la actualidad, se convirtió en un
fenómeno omnipresente.

En efecto, desde hace aproximadamente treinta años, con ciertos altibajos, con mayor o
menor intensidad, se ha mantenido constantemente en la primera plana de los diarios,
entre los principales temas del debate y la lucha política, en el ámbito de la justicia y el
parlamento, en la agenda de los medios de comunicación, en el campo académico, y en
la literatura y el arte.

¿A qué se referiere ese debate tan extendido? El uso más frecuente, en términos
políticos y culturales, remite a la necesidad de recordar un momento relativamente
reciente y relativamente breve de nuestro pasado.

En ese sentido, cuando se habla o se escribe sobre Memoria colectiva o Memoria


histórica se hace referencia usualmente al período del terrorismo de Estado que se
extendió desde los setenta hasta avanzada la década siguiente.

Ese recorte temporal y temático parece darle la razón al filosofo alemán Friedrich
Nietzsche, quien en su trabajo sobre la Genealogía de la moral sostuvo que “recordamos
lo que nos duele”. “Eso es la memoria”, sostenía.

La afirmación de Nietzsche es, sin duda, una afirmación fuertemente crítica respecto de
la memoria.

Como señaló Michel Foucault, en esta idea de Nietzsche hay una crítica a la historia y a
la memoria, en la medida que ata a los seres humanos a sus orígenes y, según Nietzsche,
les impide ser libres.ii

Pero esta no es una concepción exclusiva de Nietzsche. Por el contrario, suele tener
otros sostenedores en diversas partes del mundo y también en Argentina. La idea de que
la memoria nos ata al pasado y no nos deja ser libres en el presente suele ser el reproche
que se le hace en todas partes a los que reivindican la “memoria histórica”.
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Y esta crítica, que a veces llega a ser un ataque, es mucho más fuerte cuando la
reivindicación de la memoria está acompañada por el reclamo de justicia. O, como diría
Tzvetan Todorov, cuando esa memoria es pensada en términos de justicia.

Independientemente de la idea Nietzsche, entonces, de buena y de mala fe se suele


repetir que debemos olvidar, liberarnos del pasado y mirar hacia el futuro para encarar
libremente el presente. Lo dicen muy distintas personas y grupos, y con muy diversas
intenciones. Lo dicen quienes pretenden librarse de la acción de la justicia y mantener
sus posiciones, muchas de ellas logradas sobre la base de sus crímenes, y lo dicen,
paradójicamente, personas honestas que piensan, como Nietzsche, que esa es la mejor
manera de vivir y construir en el presente.

¿Pero es realmente así, que el resultado de esta práctica de la memoria en la Argentina


nos impide encarar el presente? Es decir, ¿el mandato que se deriva de la reivindicación
de la memoria colectiva es el de atarnos al pasado y no dejarnos crear libremente
nuestro presente y nuestro futuro?

No se puede responder afirmativa o negativamente esta pregunta sin advertir antes que
no es posible hablar de memoria en singular, sino que debemos hablar de memorias, en
plural. Porque el pasado es un campo de disputas, en el que se enfrentan muy diversos
intereses y significados, no solo distintos, sino que frecuentemente enfrentados.

Es casi una obviedad decir que, en la Argentina actual, la memoria, los significados de
la memoria están en disputa.

En cierto sentido, estamos atravesando una situación en la que se produce un triunfo


paradójico de los partidarios de la memoria colectiva: se han sumado a la defensa de la
memoria sectores que hasta hace muy poco eran acérrimos impulsores del olvido,
especialmente los que estaban comprometidos con el genocidio y la impunidad.

En efecto, un sector de los partidarios del olvido, de la amnistía a los genocidas, se ha


involucrado en este debate como nuevos partidarios de la memoria. Sienten que han
perdido o están perdiendo la pelea, y reclaman entonces ser ellos los portadores de la
verdadera memoria: son los que, por ejemplo, hablan de una “memoria completa”, la
cual sería memoria que integra al debate la denominada “violencia de izquierda”, la
“subversiva” y “terrorista”. La operación que intentan es la de una memoria que empata
o que empareja la violencia de los grupos revolucionarios y de izquierda con la del
Terrorismo de Estado y los genocidas. Si “todos” hicieron “lo mismo”, ¿no es
conveniente declarar tablas como en el ajedrez y terminar el juego? Es decir, en esencia,
se trata de una operación perversa de olvido.

Concepto plural

Los partidarios de la memoria, sin embargo, no tienen el mismo concepto del fenómeno.

No sólo existen muy diferentes definiciones sino que, también, existen muy diversas
prácticas y representaciones sobre la memoria histórica.

Quiero subrayar que esta confrontación en torno a la memoria no es una cuestión


meramente de debate intelectual, mediático o académico. Cuando hacemos referencia a
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la disputa y la confrontación no solo estamos indicando aquí un fenómeno de debate y


disputa por los significados de ese pasado y su inscripción en el presente, sino, incluso
de lucha política.

Porque en la Argentina todavía se lucha, se vive y se puede morir y desaparecer por esta
disputa, como ha pasado, por ejemplo, hace tan solo unos años con Julio López, testigo
en uno de los juicios más importantes llevados a cabo en los últimos años en Argentina,
en el cual se condenó por genocidio a uno de sus máximos responsables.

Es decir que estos debates referidos a la memoria no solo son una cuestión relativa al
pasado sino al presente. No solo porque todavía falta hacer justicia en la extensión que
requiere abordar el genocidio ocurrido en la Argentina, sino porque, por ejemplo, es un
tema del presente que aún permanecen desaparecidos y sin identificar centenares de
hijos de desaparecidos.

Es decir que la cuestión de la memoria no es una cuestión meramente de debate


intelectual, sino que se inscribe directamente en la puja política, mediática, judicial e
incluso académica y artística.

En este sentido, podríamos hablar de que en Argentina se libra una verdadera batalla por
este tema.

De este modo, la cuestión de las memorias tiene relación directa con el diseño de la
Argentina actual y los avances y retrocesos en este tema exhiben como pocos otros
temas los verdaderos alcances y los límites de nuestra sociedad post dictatorial.

Llegado a este punto, es fundamental hablar de los diversos grupos y sujetos sociales y
políticos que participan de esta confrontación.

Este es un tema espinoso, difícil de abordar, y hasta negado por muchos.

Se dice y se repite: “es el pasado que regresa”, “son los fantasmas que retornan”. Si
habla de la persistencia del pasado.

Esas expresiones pueden ser aceptables en el lenguaje común y aún como metáforas.
Pero no podemos dejar de señalar que, en realidad, oscurecen el sentido de lo que está
ocurriendo en la Argentina con la puja en torno a las secuelas del terrorismo de Estado.

Porque esa cosificación o sustantivización del pasado como si fuera un ente en sí, algo
abstracto que vuelve por sí solo, resulta un serio obstáculo para dilucidar el tema de la
memoria y la historia. Entre otras cuestiones, esa sustantivización que, como señala
Paul Ricoer se apoya en un error gramatical. El de haber convertido el adjetivo
“pasado” en un sustantivo, cuando menos opaca la existencia de los sujetos sociales y
políticos que, en realidad, protagonizan la disputa y son los portadores de esa memoria.

No es este un tema menor o banal. Pensar que el pasado tiene una entidad en sí misma,
no solo es un grave equívoco, sino que de él derivan otros errores aún más graves.

Esa clase de expresiones que le dan entidad propia y sustantiva al pasado resultan más
oscuras cuando son utilizada por historiadores o científicos sociales que refieren al
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pasado y su persistencia y a la conmoción política que genera como si se tratara de un


fenómeno parecido al de un terremoto, en el cual el pasado viene a ser algo así como el
equivalente a capas geológicas subterráneas que de tanto en tanto, con un movimiento y
un sacudón, nos recuerdan su presencia.

No, el fenómeno no es abstracto, ni si trata del “pasado que persiste” ni del “pasado que
regresa” o “retorna incesantemente”, sino de una lucha cultural y política protagonizada
por sujetos sociales y políticos. Las Madres, por ejemplo. Y también muchos otros.

Son estos sujetos sociales los que inscriben en el presente aquella memoria del pasado y
los que protagonizan una disputa decisiva para el presente y el futuro de Argentina.

Olvido y memoria

Por primera vez menciono la palabra futuro, con total conciencia de ello. Porque a
despecho de los que pretende sepultar el recuerdo doloroso del pasado para evitar que se
haga justicia, los luchadores por los derechos humanos insisten en recordarnos aquel
pasado no para quedar atrapados en él y desentendernos del presente y el porvenir, sino
para que la memoria contribuya a modelar el presente y el porvenir.

Entonces, no estamos hablando de cualquier memoria o de todas las memorias, sino de


una memoria muy singular que las Madres de Plaza de Mayo han denominado
“memoria fértil”: es decir un recuerdo fecundo, que nutra a la sociedad que queremos
construir.

Se ha hablado mucho del papel que, en este sentido, han cumplido las Madres. Sin
embargo, quizá todavía no nos damos cuenta de esa dimensión histórica que tiene el
tema.

Los historiadores que abordan la disciplina histórica relativamente nueva y bautizada


como historia reciente saben de la dificultad de comprensión que implica abordar
cuestiones tan próximas en el tiempo y que nos involucran.

Mucho antes de que se hablara de esta disciplina denominada historia reciente, un


escritor francés, llamado Stendhal, escenificó muy bien esta dificultad de comprensión
de los contemporáneos relacionada con los sucesos que nos toca vivir.

En La cartuja de Parma, el personaje principal, Fabrizio, es un jovencísimo y ferviente


partidario de Napoleón se va de su ciudad natal para sumarse a las tropas del emperador
francés y en un momento determinado se encuentra en medio de un enfrentamiento
armado y se pregunta si verdaderamente eso que está viviendo es una batalla.

No puede ver la totalidad de lo que está ocurriendo. No sabe pues reconocer no ya la


dimensión de la batalla, sino incluso se pregunta si ese enfrentamiento armado que el
vive en una escala lógicamente individual y humana es verdaderamente una batalla.

Incluso tiempo después cuando se comienza a hablar de la batalla, él continúa dudando


sobre si realmente estuvo allí.
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Dice Stendhal: “Fabricio se transformó en hombre a fuerza de meditar sobre lo que


acababa de sucederle. Solo en un punto permanecía aún niño: lo que había visto ¿era
una batalla? Y, en segundo lugar: ¿esta batalla era Waterloo?”

Era nada menos que la batalla de Waterloo, con enorme significado en la historia de
Europa, pero Fabrizio no tenía todavía conciencia de que había participado en verdad de
ese extraordinario hecho histórico.

Salvando las diferencias, lo que quiero significar es esa dificultad que tenemos todavía
los argentinos, contemporáneos del fenómeno, para comprender la dimensión histórica
de este proceso que involucra a la memoria y la lucha por saldar cuentas con ese pasado.

Esta extraordinaria presencia y persistencia del fenómeno ha dado lugar a diversos


análisis y comentarios.

Hay una memoria que se satisface con el recuerdo de lo sucedido, como si esto fuera
barrera suficiente para evitar que se repitan hechos similares. Podríamos decir que esta
forma de memoria está próxima a lo que Nietzsche llamaba la memoria herida. La
memoria que se complace solo con el recuerdo.

En este sentido, pienso que esta memoria es doblemente negativa. Primero porque nos
deja en el lugar de lo que Nietzsche había denominado memoria herida, la que se queda
en el dolor y permanece en él. Esta puede ser una Memoria paralizante, no solo porque
no tiene una propuesta de futuro, sino que nos deja atrapados en el pasado. Nos atrapa
porque potencia el horror al generar su recuerdo y nos atrapa porque nos deja indefensos
frente a los factores sociales, los sujetos sociales y políticos que aún hoy siguen
actuando en la Argentina y que son responsables del genocidio.

¿Es ese el caso de las Madres?

Alguna vez, Borges, refiriéndose a este trágico período de la historia Argentina se


mostró arrepentido de su pasado apoyo a la dictadura militar y se inclino a comprender
el dolor de las Madres.

Dijo entonces Borges: “Yo descreí de la democracia durante mucho tiempo pero el
pueblo argentino se ha encargado de demostrarme que estaba equivocado. En 1976,
cuando los militares dieron el golpe de Estado, yo pensé: al fin vamos a tener un
Gobierno de caballeros. Pero ellos mismos me hicieron cambiar de opinión aunque
tardé en tener noticias de los desaparecidos, los crímenes y las atrocidades que
cometieron. Un día vinieron a mi casa las madres de Plaza de Mayo a contarme lo que
pasaba. Hace poco estuve en el juicio y conocí al fiscal, allí recordé la frase de
Almafuerte: "sólo pide justicia, pero será mejor que no pidas nada". Todo esto es muy
triste y habría que tratar de olvidarlo. El olvido también es una forma de venganza. Fue
un periodo diabólico y hay que tratar de que pertenezca al pasado. Sin embargo, por
todo lo que ocurre ahora pienso que hay mucha gente que siente nostalgia por ese
pasado. Claro que a mi me resulta fácil decir que debemos olvidar, probablemente si
tuviera hijos y hubieran sido secuestrados no pensaría así…”1

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Entrevista de Harold Alvarado Tenorio
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Paradójicamente, no es ese el principal sentido que le dan a la memoria las


organizaciones Madres. No es el sentido de no olvidar solamente porque es el hijo, el
ser querido.

Esta memoria que Borges se inclina por comprender, sin duda, es en el largo plazo
negativa. Y es negativa por aquello que sostenía Nietzsche de dejarnos atrapados en el
pasado y el dolor.

Pero ¿Hay otra posibilidad de recuperar el pasado en una memoria que precisamente
sirva para liberarlos de ese origen? ¿Será que uno se libera del pasado negándolo u
olvidándolo y no examinando su significado presente para enfrentarlo y, entonces sí,
liberarse de él?

Memoria y justicia

Solo la memoria que tiene un sentido de justicia es una memoria socialmente valiosa,
que sirve para liberarnos del pasado de verdad, cambiando el significado de ese pasado.

Es decir, los hechos del pasado, sin lugar a dudas, no se pueden cambiar. Pero si
podemos cambiar su significado en relación al presente.

Y ese cambio no se produce solo a partir de un proceso intelectual o del pensamiento.


Es un proceso que tiene una instancia intelectual y de pensamiento, pero que interactúa
políticamente, modificando la realidad, y a partir de esa modificación, genera la
posibilidad de nuevos sentidos.

Eso es por ejemplo lo que ocurre a partir de los juicios a los genocidas.

El que se hacía llamar y llamaban presidente Videla, hoy es el dictador; el dueño y


señor de las vidas de los argentinos del pasado, hoy es el genocida, condenado a prisión
perpetua por asesinatos.

Esto ocurre, entonces, no solo porque hubo y hay una memoria que designó a Videla
como genocida, sino porque también hubo un proceso de modificación de la realidad
que puso en la cárcel a Videla.

Desde esta perspectiva, no hubiera bastado con pensar que Videla es un genocida.
Pensarlo sin poder modificar la realidad hubiese sido una memoria impotente.

Es decir, el pasado no cambió –no ha dejado de existir la masacre, ni el golpe de


Estado-, pero ha cambiado la forma en que lo enunciamos porque ha cambiado su
sentido y ha cambiado con un sentido de justicia. Como dice Todorov es un pasado
pensado con sentido de justicia.

Las Madres piensan la memoria con un sentido de justicia pleno. Es decir, no se trata
solo de juicios y sentencias. Es una justicia que involucra como valor y acción a la
sociedad en su conjunto, a las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales.

Recuerdo cuando la dictadura estaba a punto de finalizar, de hecho faltaban dos o tres
días para que asuma el nuevo presidente constitucional y, en una manifestación por los
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derechos humanos, un grupo de jóvenes gritó paredón para indicar que lo que
correspondía hacer con los genocidas era fusilarlos. Las Madres le replicaron que el
mejor castigo era la cárcel.

Luego, cuando ya estábamos en pleno período post dictatorial, y se impusieron límites


para la justicia, se impuso una amnistía, y los criminales volvieron a circular libres por
la calle, ningún familiar de desaparecido y de hecho ningúna persona recurrió en la
Argentina a la venganza individual.

Por el contrario, las Madres persistieron en su reclamo de justicia.

Hoy no tenemos a un Videla asesinado, sino condenado por asesino, por genocida.

¿Qué mayor prueba entonces de que se trata de una memoria pensada en función de la
justicia?

Pero allí no se detuvo la acción de las Madres. Por el contrario, los planteos de
transformación social, la perspectiva de una sociedad socialista, la revalorización de los
procesos revolucionarios, las iniciativas de transformación social que encarnan, remiten
a una idea de la memoria que no se queda en el dolor, que vuelve a plantearse el
significado de la lucha de los desaparecidos, que lo pone en presente y que, como lo
enuncia la metáfora sobre la memoria acuñada por ellas, lo fecunda, lo fertiliza.

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Holbwachs, Maurice, La memoria colectiva, 1950.
ii
Según el propio Foucault, Nietzsche parece haber cambiado esta interpretación de la memoria y la
Historia en el transcurso de su vida.

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