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Ítem 20.

Participación, cohesión social y educación en valores: retos en la


construcción de sociedades democráticas.

Transmisión intergeneracional: ideas para la participación y la cohesión social

El 15 de agosto de 2018, el Gaztetxe Maravillas1 -ubicado en el Casco Viejo de


Pamplona- realizó un homenaje a Maravillas Lamberto (de la cual adoptaron su nombre),
la chica de 14 años que fue violada y asesinada brutalmente en 1936 por las fuerzas
franquistas. Presente en el acto, su hermana Josefina. Unos meses antes, el Ayuntamiento
de la ciudad había inaugurado una plaza con su nombre en el barrio del Soto de Lezkairu.
Estos dos actos buscaban dar reconocimiento a la familia de la víctima y visibilizar los
crímenes cometidos y silenciados en Navarra durante el Franquismo. El primero,
correspondería a un reconocimiento de carácter popular, y el segundo, institucional. En
las siguientes páginas, voy a hablar del papel de la transmisión intergeneracional de la
memoria como herramienta de cohesión social. Para ello, daré unas pinceladas sobre el
concepto de memoria, su implicación en los procesos de exclusión o inclusión y la
posibilidad de plantear herramientas participativas entorno a ella.

La memoria es una reconstrucción individual o colectiva del pasado que tiene como
finalidad dar testimonio. Guardando diferencias esenciales con la historia -que plantea un
conocimiento científico, coherente y metodológico- pero con vínculos inevitables. La
historia construye a la memoria y la memoria da vida a la historia (Viñao, A. 2010). Es
decir, a través del amplio espectro de representaciones sociales, culturales y políticas del
pasado la historia vive. Y no solo eso: la memoria nos conforma como sociedad. Nos
proporciona un recorrido e identidad. Las personas evocamos y reconstruimos
continuamente nuestro pasado desde el presente mediante la selección o descarte de
recuerdos. Este proceso hace que entre la identidad y la memoria exista un vínculo
indisociable: la memoria se sostiene en sentimientos de identidad que funcionan desde
una posición heredada y común a nivel grupal (Halbwachs, 2011 a través de Paganini, M.
2017). De todo esto resultan dos ideas claves: la memoria es imprescindible al articular
la identidad y, además, es heredada.
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En Euskadi y en Navarra, los Gaztetxes son casas de jóvenes okupadas y autogestionadas.
Sin líneas de procedencia no podemos identificarnos. Si la memoria, como se ha
comentado anteriormente, actúa entorno a recuerdos que asumimos o desechamos hace
un símil de la dicotomía nosotros-otros de la identidad. Lo que es recordado, nos
configura, es lo nuestro, permanece dentro. Lo que es olvidado, se encuentra al otro lado
del límite de lo que somos, es aquello de fuera. La memoria existe en tanto que existe el
olvido, así como la inclusión existe en tanto que existe la exclusión.

Por otra parte, la memoria que nos configura es transmitida. En las anécdotas que nos
llegan, en el cine, en los libros, museos o elementos conmemorativos del paisaje. La
memoria es un ejercicio que requiere de una relación bidireccional: quien emite el
recuerdo codificado y quien lo recibe e interpreta. Con esta transmisión se nos confiere
una manera de estar en el mundo. Todas las personas en algún momento somos emisoras
o receptoras de memoria, heredamos un pasado y transmitimos sus representaciones
culturales (Hassoun, J. 1994, a través de Paganini, M. 2017). Los procesos de memoria y
de olvido, por lo tanto, son inevitables y trabajamos en su transmisión u omisión de forma
consciente e inconsciente.

Transmitir un recuerdo, verbalizarlo o representarlo supone reconocerlo. Volviendo al


ejemplo con el que he iniciado el texto, se planteaban dos formas de reconocimiento.
Cuando por iniciativa popular, un grupo de jóvenes del Gaztetxe deciden realizar un
homenaje a Maravillas y, cuando por iniciativa institucional, el Ayuntamiento de
Pamplona otorga el nombre de Maravillas a una plaza pública. En los casos en que la
memoria está vinculada a sucesos violentos y abusivos, el reconocimiento social adquiere
en muchas ocasiones un carácter sanador. Ambas formas son correctas y necesarias. Pero
no se nos puede escapar un aspecto fundamental: este reconocimiento del crimen se
produce en 2018, ochenta y dos años después de que sucediera. Lo que quiere decir que,
desde el fin de la dictadura franquista, las instituciones locales han bordeado -o hasta
omitido- determinados sucesos durante décadas. El realizar u omitir una conmemoración
y la forma en la que se realiza, constituye una apropiación del pasado con un sentido
concreto. No se lleva a cabo porque sí, sino que existe un enfoque y unas intenciones
determinadas. A través de ello, se plantea una visión de los hechos representando lo digno
y positivo o lo deleznable y negativo (Viñao, A. 2010).
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Todo ello nos muestra que existe una tendencia política a instrumentalizar la memoria.
Aunque en el caso de las instituciones sea algo mucho más obvio, no quita para que esto
pueda ocurrir en las entidades sociales. Sin embargo, estas últimas -como en los espacios
vecinales o comunitarios- van a estar más solapadas a los relatos vivenciales de las
personas que habitan el lugar. El riesgo de delegar nuestro imaginario común a las
tendencias políticas institucionales nos plantea la necesidad de abordar la memoria desde
lo popular (Isla, A. 2003). Cómo se construya nuestro imaginario común no es una
cuestión abstracta y aislada de nuestra vida cotidiana, este proceso tiene que ver con la
construcción del marco donde convivimos y participamos. Sin comprender ética y
políticamente el pasado, no se puede construir una identidad democrática presente y
futura (Valladolid, T. 2011). La cuestión entonces es de qué manera asumimos el ejercicio
de la transmisión de la memoria siendo fidedigna y comprendiendo la pluralidad de
identidades. Uno de los puntos desde los que se puede avanzar hacia ello es, bajo la
historia contrastada, partir con la mínima de la escucha y del reconocimiento del relato
de las personas.

Reconocer la memoria de la ciudadanía es una herramienta de empoderamiento social


que entiende a la persona como un sujeto activo de los acontecimientos sociales. Supone
el poder de participación desde un pasado constructor hacia un futuro compartido
(Molina, P. M. 2010). En el ejemplo planteado, el hecho de que desde un grupo de jóvenes
parta la iniciativa de realizar un homenaje a una víctima del franquismo e invitar a su
hermana como parte central del acto tiene unos efectos sociales y educativos. Están
generando un vínculo de escucha centralizando en una mujer a la que se le ha negado la
voz durante décadas. Además, lo están haciendo desde una ubicación central del barrio
dándole el nombre de la víctima al colectivo (“Maravillas”). Si esta acción casi
espontánea y sin un planteamiento socio-educativo definido, puede generar vínculos que
rompan con el aislamiento y el olvido, promover una conciencia activa, un sentimiento
común y dar reconocimiento a una víctima, hasta dónde se puede llegar trabajando estas
cuestiones en profundidad.

Si logramos articular herramientas de transmisión de la memoria con un carácter local y


pedagógico, estaremos trabajando en la cohesión y en las potencialidades comunitarias.
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Como hemos visto, para ir concluyendo, la memoria es una práctica viva inherente a las
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relaciones humanas. Estamos constantemente codificando lo vivido y transmitiéndolo. A


través de estas comunicaciones, damos sentido a lo que somos, le damos fondo y recorrido
a nuestra identidad. A la vez, esa escucha de nuestros relatos de vida nos da
reconocimiento y consideración. Nos plantea como agentes activos del entorno. En
personas o colectivos que han sufrido violencias y periodos de negación, romper el
silencio y poner su voz en el centro es un primer paso para la reparación del daño sufrido.
En los casos vinculados a violencias estructurales como es la vivida por las víctimas del
franquismo, reconocer tiene un carácter reparatorio. No se puede reparar un daño sin
reconocerlo, ni valorar lo significante que ha sido. El trabajo de la memoria puede ir
mucho más allá de episodios violentos o traumáticos. Puede servir para romper con el
aislamiento y soledad que sufren muchas personas de la tercera edad. Puede emplearse
en generar lugares de encuentro entre generaciones o entre colectivos que no se
encontrarían de normal. Desde el reconocer la voz e impulsar la participación de estos
sectores como parte de una voz común, la transmisión intergeneracional puede llegar a
ser una herramienta educativa de cohesión social que genere tejido comunitario en
paralelo a los itinerarios de inclusión.

Bibliografía

- Viñao, A. (2010) Memoria, patrimonio y educación. Educatio Siglo XXI. Vol.


28. Nº2. (2010) pp. 17-42. Recuperado de:
http://revistas.um.es/educatio/article/view/111951/106271

- Paganini, M. (2017) La memoria como búsqueda activa: la transmisión


intergeneracional de la experiencia militante en el filme documental “Seré
millones”. Rev. Colombia Sociedad. Vol. 40 Nº1 (2017) pp. 83-101. Recuperado
de: file:///C:/Users/sergi/Downloads/Dialnet-LaMemoriaComoBusquedaActiva-
6159566.pdf

- Isla, A. (2003) Los usos políticos de la memoria y la identidad. Estudios


Atacameños. Nº26 (2003) pp. 23-44. Recuperado de:
https://revistas.ucn.cl/index.php/estudios-atacamenos/article/view/248/235

- Molina, P. M. (2010) Participación y fuentes de la memoria. Nuevos métodos


para nuevos retos. Prisma Social. Nº5 diciembre 2010. Recuperado de:
file:///C:/Users/sergi/Downloads/Dialnet-
ParticipacionYFuentesDeLaMemoriaNuevosMetodosParaN-3687071.pdf

- Valladolid, T. (2012) Memoria, identidad y democracia. Enrahonar. Quaderns


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de Filosofía. Nº 42 (2012) pp. 111-132. Recuperado de:


Página

https://revistes.uab.cat/enrahonar/article/view/v48-valladolidbueno/106

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