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La memoria es una reconstrucción individual o colectiva del pasado que tiene como
finalidad dar testimonio. Guardando diferencias esenciales con la historia -que plantea un
conocimiento científico, coherente y metodológico- pero con vínculos inevitables. La
historia construye a la memoria y la memoria da vida a la historia (Viñao, A. 2010). Es
decir, a través del amplio espectro de representaciones sociales, culturales y políticas del
pasado la historia vive. Y no solo eso: la memoria nos conforma como sociedad. Nos
proporciona un recorrido e identidad. Las personas evocamos y reconstruimos
continuamente nuestro pasado desde el presente mediante la selección o descarte de
recuerdos. Este proceso hace que entre la identidad y la memoria exista un vínculo
indisociable: la memoria se sostiene en sentimientos de identidad que funcionan desde
una posición heredada y común a nivel grupal (Halbwachs, 2011 a través de Paganini, M.
2017). De todo esto resultan dos ideas claves: la memoria es imprescindible al articular
la identidad y, además, es heredada.
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En Euskadi y en Navarra, los Gaztetxes son casas de jóvenes okupadas y autogestionadas.
Sin líneas de procedencia no podemos identificarnos. Si la memoria, como se ha
comentado anteriormente, actúa entorno a recuerdos que asumimos o desechamos hace
un símil de la dicotomía nosotros-otros de la identidad. Lo que es recordado, nos
configura, es lo nuestro, permanece dentro. Lo que es olvidado, se encuentra al otro lado
del límite de lo que somos, es aquello de fuera. La memoria existe en tanto que existe el
olvido, así como la inclusión existe en tanto que existe la exclusión.
Por otra parte, la memoria que nos configura es transmitida. En las anécdotas que nos
llegan, en el cine, en los libros, museos o elementos conmemorativos del paisaje. La
memoria es un ejercicio que requiere de una relación bidireccional: quien emite el
recuerdo codificado y quien lo recibe e interpreta. Con esta transmisión se nos confiere
una manera de estar en el mundo. Todas las personas en algún momento somos emisoras
o receptoras de memoria, heredamos un pasado y transmitimos sus representaciones
culturales (Hassoun, J. 1994, a través de Paganini, M. 2017). Los procesos de memoria y
de olvido, por lo tanto, son inevitables y trabajamos en su transmisión u omisión de forma
consciente e inconsciente.
Como hemos visto, para ir concluyendo, la memoria es una práctica viva inherente a las
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Bibliografía
https://revistes.uab.cat/enrahonar/article/view/v48-valladolidbueno/106