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“Tribus urbanas”

¿Una vuelta a lo tribal o una nueva forma


de expresión cultural juvenil?
Las sociedades cambian, se transforman y se hacen más complejas, presentan una
dinámica de permanente tensión entre mecanismos que favorecen la inclusión y la exclusión
social, que fortalecen la identidad y autonomía, o que generan cohesión y fragmentación
cultural, social y económica al mismo tiempo. Esta es la paradoja central de nuestras
sociedades contemporáneas, atravesadas por un nuevo contexto mundial, producto de los
cambios demográficos y geográficos de las grandes urbes; a lo que se suma una creciente
tecnologización, una masificación de los niveles de educación y la expansión de los medios de
comunicación.

Ante esta realidad, debemos saber valorar que somos los jóvenes quienes vivimos con
mayor intensidad este tipo de procesos, tensiones y paradojas. Esto nos coloca en una situación
de permanente vulnerabilidad y frente a la cual siempre es necesario generar una respuesta.
De este modo, como jóvenes nos vamos diferenciando, desarrollando modelos de sociabilidad
distintos, reinventados, buscando alternativas mediante las cuales se intentan rehacer lazos
rotos o perdidos, y que generan identidades colectivas diversas. Una de esas manifestaciones
de identificación social, se presenta en el surgimiento de lo que conocemos y “rotulamos”
como “Tribus Urbanas” (o lo que otros llaman “vuelta a lo tribal”). Las tribus han copado las
grandes ciudades y los medios de comunicación. Son estos últimos quienes juegan un rol
preponderante; ya que sirven como multiplicadores del mismo, generando redes, identidades,
símbolos e iconos. En términos concretos, nos resulta apropiado hablar de “Subculturas
juveniles”, ya que referenciamos un aspecto más cultural de nuestros comportamientos.

Las “subculturas juveniles” son una respuesta al anonimato y a la despersonalización de


las relaciones sociales, buscando dejar huella, ser reconocidos en nuestra existencia, tener una
identidad y, muchas veces, re-utilizar viejos mecanismos de identificación, pero con códigos
propios. Sometidos a tensiones y contradicciones, vamos conformando una identidad a partir
de otros, jóvenes que son pares, iguales, encontrando respuestas provisorias a nuestras
necesidades existenciales y afectivas. De un modo u otro estos procesos están dando cuenta de
una época vertiginosa y en constante proceso de mutación cultural, donde vivimos el
inmediatismo y, simultáneamente, el inconformismo. Mediante una ritualidad distintiva, se va
marcando el espacio de nuestra cotidianeidad. En ese hábitat urbano, caracterizado por el
andar, se produce el encuentro con el otro, mediado no sólo por lo escénico sino también por
lo ideológico. En este andar nos reconocemos diversos, nos reencontramos en la diferencia,
recreando una nueva socialidad. Aunque con reminiscencias de viejas sociabilidades, estamos
ante la formación de espacios que responden a nuevos modos de estar juntos, sentir, percibir y
expresar la identidad, incluida la nacional. Identidades menos largas, pero más flexibles,
capaces de hacer convivir universos culturales diversos que, aunque parecería asemejarse a
“una falta de forma”, podría ser apertura a “diversas formas”. Como jóvenes articulamos así,
nuevas sensibilidades y nuevos espacios comunicacionales.
Nuestro compromiso con la juventud

Desde el punto de vista de las políticas públicas, frente a estas nuevas demandas
culturales, necesitamos estar abiertos y actualizados para interpretar las múltiples formas de
escrituras y lenguajes que surgen, y de este modo lograr interactuar con nuevos mecanismos
de participación ciudadana. Y esto tiene implicancias para el Estado y las organizaciones de la
sociedad civil: estamos llamados a ampliar la mirada y difundir un mensaje que contenga a todos, que
apueste por los jóvenes, que atienda a la diversidad de actitudes positivas que manifiestan. Es nuestra
responsabilidad intentar despertar una mentalidad crítica, cuestionadora, comprometida con
su entorno, alejada del acomodamiento en la riqueza y de la resignación en la pobreza, para
renovar con ellos la cultura política, los partidos políticos, las organizaciones empresariales y
sindicales, las estructuras anquilosadas, de manera que la sociedad no busque salvadores sino que genere
sociabilidades para convivir, tolerar, concertar y respetar las reglas del juego. Esto se logra también a
través de una lectura ciudadana, que nos permita registrar los cambios culturales que pasan
hoy por los procesos de comunicación e información, y con ello la posibilidad de formar
ciudadanos integralmente autónomos, para una sociedad competitiva en la producción,
democrática en lo político y justa en lo social. Si estamos siempre atentos a todas las
expresiones juveniles, si intentamos trascender las tendencias a encapsular o a estigmatizar a
los jóvenes y logramos vehiculizar nuestras inquietudes sociales, podremos orientar la
participación hacia procesos de compromiso para con el entorno social, promover la inclusión
y la convivencia en la diversidad. No se trata de excluir manifestaciones. Existen nuevas
formas de vinculación social, nuevas formas de interpretar la relación con lo político, lo
cultural y lo social y para ello es necesario fortalecer las políticas de inclusión social, de
empleo, educación, equidad y de construcción de ciudadanía para los jóvenes. Debemos pensar
políticas más complejas, para un mundo que se nos aparece, cada vez más complejo. Tenemos un enorme
desafío por delante: despejar temores y prejuicios. Se trata, nada más y nada menos, de mirar lo nuevo,
con ojos nuevos.

Lic. Luciano Donadi.

Publicado en La Voz del Interior. Sección Opinión.

02 de Marzo de 2009

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