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El término “democracia” proviene de las voces griegas dêmos, “pueblo”, y krateîn, “poder”, de
modo que equivale a algo así como “el poder del pueblo”. De esta forma, los sistemas
democráticos se distinguen de otras formas de gobiernos como las dictaduras, la autocracia y los
autoritarismos.
Para que este método de consulta sea válido, todos los ciudadanos en edad y condiciones legales
para elegir deben poder hacerlo libremente, de manera secreta y universal. Los representantes
elegidos bajo un sistema democrático deben velar por los intereses de toda la población y se les
exigen determinadas responsabilidades. Esto implica no incurrir en actos deshonestos ni poner
intereses personales sobre el bien común.
Aunque las características propias de una democracia pueden cambiar de acuerdo a cada país,
existe una serie de principios que son comunes a todas las democracias. Uno de los principales
principios democráticos supone respetar los derechos humanos fundamentales y garantizar las
libertades civiles básicas, según lo contemplado en la Declaración Universal de Derechos
Humanos.
Es común confundir la idea de democracia con la de república: esta última implica la separación de
poderes y la igualdad ante la ley, elementos que se consideran indispensables para la existencia de
un gobierno democrático. Sin embargo, se trata de nociones distintas, por lo que en principio
puede haber democracias no republicanas y repúblicas no democráticas.
Todo sistema democrático moderno se debe guiar necesariamente por los siguientes principios:
1. La soberanía popular. El poder político debe emanar del pueblo, que será capaz de decidir
en última instancia cómo desea gobernarse. Dicha soberanía puede transferirse temporal
y parcialmente a los representantes políticos mediante el voto popular libre, secreto y
universal. Sin embargo, existen condiciones mínimas requeridas para ejercer el derecho al
voto, como pueden ser la edad mínima elegible o la solvencia con determinadas
obligaciones legales, dependiendo de lo estipulado en la Constitución de cada país. Los
ciudadanos deben poder elegir entre diferentes opciones a la hora de emitir su voto.
Historia de la democracia
El término “democracia” fue usado por primera vez en la Antigua Grecia, alrededor del siglo VI a.
C. Y aunque posiblemente existieron otras formas de democracia en antiguas civilizaciones, la
democracia similar a como la conocemos ahora surgió en Atenas, ciudad que era gobernada por
una Asamblea de ciudadanos en la que podían participar solamente los varones atenienses libres
mayores de 18 años. La democracia ateniense tenía sus propias características (la noción de
“pueblo”, por ejemplo, no incluía a mujeres, esclavos o personas extranjeras) y no se regía por los
mismos valores morales que imperan en la democracia moderna.
Sin embargo, sí se ejercía una democracia directa, sin intermediario de representantes, en la que
se tomaban decisiones a través del voto popular y el criterio mayoritario de los participantes de la
Asamblea. Además, involucraba directamente (elegidos por sorteo) a los ciudadanos en el
desempeño de la administración del Estado. A diferencia de otras civilizaciones de la época, no
había reyes ni sacerdotes gobernantes. Además de la Asamblea ateniense, esta democracia
contaba con tribunales que impartían justicia y con el Consejo de los 500, que, entre otras cosas,
se encargaba de redactar las leyes y propuestas que luego debían ser aprobadas por la Asamblea.
Sin embargo, la teoría democrática moderna comenzó a gestarse en la antigua república romana,
que tenía mecanismos democráticos más laxos que los griegos. El punto de vista moral del
judaísmo y del cristianismo naciente, además, ayudaron a construir un sentido de igualdad que
nunca antes había existido en el mundo antiguo, gobernado desde sus inicios por la aristocracia.
Con el tiempo, la República Romana degeneró en despotismo imperial y luego desapareció y se
convirtió en docenas de pequeños reinados feudales. Solo después del Renacimiento, en la Edad
Moderna, la república como sistema de gobierno resurgió en Occidente, de la mano de la
burguesía y del naciente capitalismo.
Formas de Gobierno
4, Monarquía parlamentaria: En esta forma de gobierno hay un rey o reina que ejerce como Jefe
de Estado, pero su poder está muy limitado tanto por el poder legislativo como por el poder
ejecutivo. En muchos países, el tipo de monarquía parlamentaria que se utiliza confiere al monarca
un papel puramente simbólico, creado fundamentalmente para dar imagen de unidad o para
actuar en casos de emergencia nacional.
5. Monarquía absoluta: En las monarquías absolutas el rey o reina tiene un poder absoluto o casi
absoluto para imponer su voluntad al resto de los ciudadanos. Todas las herramientas de
imposición de normas creadas para regular la vida social están situadas bajo el poder del monarca,
que las puede modificar y no se somete a su control.
Tradicionalmente, las monarquías absolutas se han mantenido legitimadas bajo la idea de que el
rey o reina son elegidos por fuerzas divinas para guiar al pueblo.
6. Dictadura: En las dictaduras se da la figura de dictador, que tiene un control total sobre lo que
ocurre sobre la región, y que normalmente ostenta este poder mediante el uso de la violencia y las
armas. En cierto sentido, la dictadura es la forma de gobierno en la que alguien tiene la capacidad
de dirigir el país tal y como podría dirigir su casa una persona soltera. Además, al contrario de lo
que ocurre en la monarquía absoluta, no se intenta mantener una imagen pública positiva ante los
ciudadanos, simplemente se manda sobre ellos utilizando el terror y las amenazas mediante
normas basadas en el castigo.
Cuando hablamos del Estado, nos referimos al conjunto de instituciones burocráticas que
ordenan, regulan y administran formalmente la vida en sociedad, a través del monopolio de la
fuerza (o de la violencia), en el marco de un territorio establecido. En otras palabras, es la
presencia de un Estado reconocible lo que hace que un país sea un país.
Estados unitarios, en los que existe un gobierno único y central, ubicado en la capital del país, que
rige sobre el territorio todo de manera homogénea. Aun así, este tipo de Estados pueden ser
centralistas, en los que el gobierno único es rígido y total, o pueden ser descentralizados, en los
que existe un cierto margen de autonomía regional concedido por la autoridad central. Por
ejemplo: Colombia, Perú, Nueva Zelanda.
Estados regionalizados, que son antiguos estados unitarios descentralizados que paulatinamente
fueron cediendo mayor y mayor soberanía a sus regiones o provincias, hasta reconocerles un
estatuto político de autonomía, pasándose a llamar así “regiones autónomas”. Por ejemplo:
España, Italia o Serbia.
Estados federales o federaciones, que consisten en la unión de Estados de menor rango, que
ceden a un gobierno centralizado (llamado federal) una cuota importante de su autoridad y sus
funciones políticas, pero retienen buena parte de su autonomía y sus disposiciones legales. Por
ende, en estos Estados existen dos instancias de ley: las locales o regionales, y las federales o
comunes. Por ejemplo: Argentina, Brasil, Alemania, Rusia.
Estados dependientes, que carecen de autonomía y soberanía plena sobre sus territorios, ya que
la han otorgado (o se las ha arrebatado) un Estado más grande y poderoso. En estos casos, los
Estados operan como satélites del principal, acatando sus leyes y obteniendo a cambio ciertos
beneficios. Por ejemplo: Puerto Rico, las Islas Cook, la República de Palaos.
Las repúblicas: son sistemas políticos en los que el poder público está repartido entre instituciones
que componen tres ramas diferentes, autónomas y encargadas de sostener un equilibrio interno:
el ejecutivo (el gobierno), el legislativo (la asamblea o congreso) y el judicial (la justicia).
Las monarquías: son sistemas políticos en los que el poder político recae sobre un monarca o
regidor vitalicio, ya sea de manera total o parcial.
Repúblicas presidencialistas, aquellas en las que la rama del poder ejecutivo recae sobre un
presidente electo democráticamente, encargado de dirigir el país políticamente, y cuyos poderes
son delimitados por los otros dos poderes públicos. Este es el caso de países como Venezuela,
Argentina, Brasil o Filipinas.
Repúblicas semipresidencialistas, aquellas en las que la figura del presidente encargado del
ejecutivo es compartido con un primer ministro, a menudo designado por él, pero que responde
ante la cámara parlamentaria. Así, la jefatura de gobierno es compartida y no recae enteramente
sobre el presidente. Este es el caso de países como Senegal, Haití, Polonia, Francia, Rusia o Taiwán.
Repúblicas parlamentarias, aquellas en las que el poder ejecutivo no recae sobre un presidente,
sino de un primer ministro electo entre los partidos que integran el parlamento. Esto significa que
la población vota indirectamente por su primer ministro, pero también que el poder ejecutivo y la
conducción del Estado se someten en mayor medida al poder legislativo y al debate entre las
fuerzas políticas del país. Este es el caso de países como Alemania, Croacia, Israel o India.
Repúblicas unipartidistas, aquellas en las que la totalidad del gobierno está en manos de un
mismo y único partido político. Estas repúblicas no suelen ser democráticas y la estructura de
gobierno suele ser la misma del Estado, es decir, Estado y gobierno son una sola y misma cosa. Es
el caso de Cuba, China, Vietnam, Eritrea o Corea del Norte.
Monarquías absolutas, aquellas en las que el poder político y la soberanía recaen enteramente en
la figura del Rey o Monarca, sin que existan poderes públicos ni leyes que puedan limitarlo o
contradecirlo. Es decir, el Rey es la autoridad política absoluta en materias ejecutivas, legislativas
y/o judiciales, aunque también es posible que existan instituciones públicas encargadas de cada
una de dichas ramas (un parlamento, por ejemplo, y unos tribunales), pero su poder jamás puede
contradecir ni sobrepasar al del rey. Este es el caso de Catar, Omán, Suazilandia o Arabia Saudita.
Por último, juzgando según el sistema de gobierno que posean (democrático o no), podemos
distinguir entre:
Democracias, en las que la soberanía reside en la voluntad popular, o sea, en la decisión de las
mayorías, quienes ejercen su derecho al voto para decidir o influir en los asuntos de importancia
pública. Además, en la actualidad, para poder ser una democracia, en un país deben respetarse los
derechos humanos universales y respetarse el imperio de la ley (o sea, el Estado de derecho).
Dictaduras, formas de gobierno no democráticas, en las que un pequeño grupo ejerce el poder
político a su antojo y mediante la fuerza, imposibilitando el cambio político y social, y a menudo
imponiendo de manera sangrienta un orden establecido, sin importar ni derechos humanos, ni
imperio de la ley, ni otra cosa que los intereses del grupo en el poder.
Autocracias, formas de gobierno más o menos intermedias entre democracia y dictadura, en las
que se sostiene una fachada democrática pero las instituciones propias de una democracia son
socavadas, penetradas y manipuladas a su antojo por los sectores poderosos de la sociedad. Este
tipo de regímenes suelen degenerar rápidamente en dictaduras.
Fuente: https://concepto.de/democracia/#ixzz8C5pyyjzJ
https://psicologiaymente.com/miscelanea/formas-de-gobierno
https://concepto.de/tipos-de-estado/#ixzz8C5vmvCU8