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A ELLA MI ABUELA...

Por: Luis Felipe Castrillón


Ph.D en Historia
Profesor: Departamento de Historia y Geografía
Universidad de Caldas

Título: Mi Abuela
Fotografía: Luis Felipe Castrillón
2020

Esta es María del Carmen Castrillón... Oriunda de las montañas andinas del eje cafetero, de
extracción campesina de donde aprendió que la buena Arepa es la que ella misma muele con
ese instrumento conocido con el nombre de Máquina de moler, nombre mismo que acompaña
a esas familias que se encargaban del desmonte para preparar el terreno para el cultivo.
Conoció en persona al Putas de Aguadas, es más, se enfrentó a él y salió triunfante. Ella,
tiene un genio de señor y padre nuestro, ese es el que le permitió sacar pa lante el combo
familiar cual matrona. Ella es mi Abuela que desde las 3:30 AM iniciaba los quehaceres que
retrotraen las lógicas familiares de otrora en Filadelfia, Aguadas y Aránzazu, y que se
resumen en presente a la reconversión del lugar, del topos de cemento como extensión de la
ruralidad; pues ella en casa que habitará establecía su Pan-coger y su buen galpón (porque
gallina de buen sabor es la que uno mismo levanta), ella es orgullo para lo que ahora los
eruditos de la burbuja universitaria de antropología, sociología y demás llaman la soberanía
alimentaria y custodios de lo ancestral; porque eso sí, para mi abuela no hay mejor remedio
que la planta de prontoalivio, limoncillo, salvia, guayabo, acedera, romero, entre otras que
mantenía colgada en las paredes del patio a la luz de una luna entrante y menguante, ese era
su tiempo, el tiempo de abril lluvias mil hasta la borrasca de mayo, el rito de los mil jesuses
y la construcción del crucifijo con lentejas, chancharos o frisoles, arroz, acompañado con
unas cuantas monedas de baja denominación; es decir, un almanaque Bristol viviente. Ella
mi abuela, la que aún bajo el brasier tiene al lado del corazón al sagrado corazón de Jesús, la
virgen del Carmen, el niño Jesús de Praga aunque no conoce lugar alguno del viejo
continente, esos sus santos que protegen su alcancía y amamantan su espíritu de lucha, porque
ella lucha, lucha contra los años, lucha contra las injusticias cuando ve por TV las protestas
de las dignidades campesinas y los policías le pegan a su gente, gente de su misma extracción,
de su misma historia, de una historia de experiencias en el mismo origen y desarrollo del
conflicto social y armado en Colombia, de esas historias de vecinos con machetes dispuestos
a picar al Otro a causa de ¡viva el partido conservador¡, ¡viva el partido Liberal¡... Ella mi
abuela es esa de la Gran Matanza de Gatos de Robert Darton, esa mamá Oca que transmitió
valores políticos y de sobrevivir a nosotros sus nietos que la escuchábamos con atención ante
esas charlas nocturnas en la cama antes de dormir, nos aterrorizó con sus historias del Diablo
suelto en Aguadas que convocó al rezo de toda la comunidad, de aquel campesino que le
mocharon el pajarito y se lo colgaron en un árbol, de jinete sin cabeza, de los chulavitas, de
los muchachos del monte, de historias de duendes y guacas. En fin, historias vividas, historias
míticas relacionales y funcionales en las sociedades rurales; pero que funcionarían en
nosotros cuando el paramilitarismo llegó a nuestra comuna y barrio con la pretensión de
enfilar a sus juventudes.

Ella mi abuela; la que siempre nos da la bendición antes de partir de casa. La que siempre
contempla la ventana a nuestra espera; la que se acompaña de un gran perro noble y dispuesto
a protegerla; de esos que ahora los han dado en llamar razas peligrosas, un perro pitbull
american que cuida como los perros de su tiempo, como los animales de su tiempo, animales
para trabajo en su ambiente natural, no como hoy que son animales ornamentales y hasta
humanizados con gran confort mientras la niñez muere de física hambre.

Ella mi abuela ve, porque ella es sorda, que digo, se quedó sorda luego de una caída cuando
estaba limpiando el baño de una de las familias de Élite ilustre que no cumplía con los
derechos laborales. Ella mi abuela la que representa a las muchas que levantaron familia solas
dado el grado de cobardía de muchos hombres. A ella, mi abuela, la que ahora es su rumiar
sentar ve sus 94 años transcurridos bajo la cadencia del crochet y las medicinas matutinas
necesarias a su cuerpo vivido. A ella un gran abrazo y un beso de gratitud por encarar la vida
con berraquera. A ella mi abuela y las otras tantas que habitan en la urbe en claustros de
cemento; pero con extensión reproductiva de ruralidad; un gran abrazo.

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