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Publicado en Reflexiones en torno a la Lengua Española.

Salamanca:
Universidad de Salamanca /Instituto Caro y Cuervo, 2000. 229-234.

MODOS DE FORMACIÓN DE LA EPICLESIS 1

Carmen Fernández Juncal

En la presente comunicación se analizarán los diversos orígenes de la


epiclesis. El vocablo epiclesis surge para paliar un problema
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terminológico, el de no contar con un término técnico que incluya los


significados de mote o apodo sin las connotaciones negativas que estas dos
voces poseen. Otras posibilidades que nos hemos planteado presentaban
inconvenientes: unas resultaban anacrónicas (agnomen, agnomento,
cognomen o cognomento); otras eran polisémicas (alcuña, etiqueta) otras
tenían un significado muy amplio (sobrenombre) y otras excesivamente
restringido (apelativo). La recuperación de un término de las lenguas
clásicas salvaba estas dificultades; así pues, fue ésa la decisión adoptada . 3

Los breves apuntes que presento a su consideración son parte del


proyecto puesto en marcha en la Universidad de Cantabria con el objetivo
de realizar un estudio filológico de los sobrenombres de familia de la zona
oriental de la región y que incluía, por una parte, la recopilación de
material en medio impreso, bien en obras literarias, bien en prensa, y, por
otra parte, la puesta en marcha de encuestas sobre el terreno, que
recogieran el fenómeno e indagaran acerca de su uso, su extensión
sociolingüística, su origen y su futuro. Los datos que desarrollaré a
continuación han sido recogidos en Santoña, una comunidad semiurbana
situada en la costa, dedicada mayoritariamente a la pesca, a la industria
asociada con ésta y al turismo y los servicios.

En lo que se refiere a cuestiones metodológicas, se presentaban dos


obstáculos: por una parte, el tema elegido no recomendaba una selección
de informantes azarosa, que no garantizaba la recolección exhaustiva de
datos. Además, como uno de los objetivos perseguidos era determinar la

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En Reflexiones en torno a la Lengua Española. Salamanca: Universidad de Salamanca /Instituto Caro y Cuervo,
2000. 229-234.
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Equivale a apodo, pero desvinculado del estereotipo negativo que este último tiene. Su uso ha estado relegado a la
Historia de la Religión pero con un sentido más especializado, el de ‘advocación’. Para este último asunto, cfr.
Bécares (1985).
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En la tarea de elaborar un breve glosario acerca de estos asuntos, fue decisiva la ayuda proporcionada por la Dra.
Elena Bajo Pérez, así como el interés que D. Antonio Llorente se tomó por este asunto. La Dra Marcos Sánchez me
proporcionó interesantes referencias bibliográficas. La propuesta de recuperar el término epiclesis partió de Elvira
Gangutia Elicegui, Juan Rodríguez Semolinos y del resto del equipo del profesor Rodríguez Adrados, encargado de
la vasta tarea de elaborar el ya prestigioso diccionario griego-español (DGE) del CSIC.

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extensión sociolingüística del fenómeno , era preciso contar con un grupo
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de informadores sociológicamente diverso, con especial incidencia en la


variable edad, que, en principio parecía el factor determinante de la
pervivencia de la epiclesis en la comunidad.

Por otra parte, el cuestionario tenía que ser forzosamente abierto, es


decir, la entrevista no podía conducirse a través de preguntas dirigidas sino
a partir de una sola petición: la enumeración de sobrenombres usados u
oídos por la persona en cuestión. Después de cada respuesta sí se
presentaba una serie de interrogantes acerca del término propuesto: a quién
se le aplicaba, su edad, su sexo, la causa y época de su origen y cualquier
otro comentario que se deseara efectuar. Pero el problema inicial
permanecía ya que las condiciones de una entrevista no favorecen
precisamente la organización y el recuento total de los datos de los que
disponía cada informante.

La superación de todas estas dificultades se llevó a cabo mediante un


sistema simple pero eficaz: ampliar el número de informantes (25) más allá
de lo esperable, con representatividad de todas las edades y sexos, y repetir
las entrevistas con la esperanza, bien fundada como se vio después, de que
nuestro interlocutor hubiera recordado otros términos que añadir a sus
respuestas del primer encuentro. Los resultados han sido satisfactorios y
justifican el esfuerzo de volver a hacer un número de encuestas ya de por sí
elevado. Veamos a continuación los datos generales:

Se ha recogido un total de 514 epiclesis, lo cual da una idea de la


extensión del fenómeno en la comunidad . Ante esta cantidad hay que hacer
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dos advertencias: en primer lugar, resulta imposible determinar con


precisión una cifra exacta, ya que, como es de imaginar, constantemente
desaparecen sobrenombres, bien por desaparición de sus portadores, bien
por modas, etc. y también aparecen, con mayor o menor fortuna,
sobrenombres nuevos. En segundo lugar, no podemos establecer la
aplicación biunívoca entre epiclesis y persona, porque ocurre a veces que
un mismo término designa a varios miembros de una familia o a una
familia completa y, a su vez, una misma persona puede ser designada por
varios apodos . 6

En cualquier caso, parece que el uso de epiclesis está extendido en la


comunidad, hecho menos frecuente cuando hablamos de medio urbano,
donde las relaciones interpersonales e intersociales no son tan estrechas.
Este fenómeno está más asociado a grupos humanos reducidos, donde tiene
4
Los resultados acerca de este asunto fueron presentados en el XX Congreso Internacional de Ciencias Onomásticas,
celebrado en septiembre de este año en Santiago de Compostela.
5
Si dividimos la población total (12.082 habitantes, de acuerdo con el último censo) entre los 514 sobrenombres
recogidos obtenemos un resultado de una epiclesis por cada 23 habitantes aproximadamente. Esta proporción
disminuye si tenemos en cuenta que probablemente existen sobrenombres que no han sido recogidos y que muchos
de ellos se aplican a familias enteras.
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Ocurre esto último cuando se da en esa persona una característica muy acusada que origina la propagación de varios
apelativos, uno de los cuales es el que tiene más éxito pero no llega a relegar a los otros con los que entra en
competencia.

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algún sentido el usar diferentes mecanismos de identificación de sus
miembros. Santoña está en ese límite que le permite funcionar como una
sociedad bastante cohesionada donde la mayoría de los miembros conoce a
la mayoría, pero que empieza a diversificarse por diferentes motivos
(movilidad de las generaciones más jóvenes, incorporación de población
flotante, aumento demográfico, etc.). Así pues, estamos en un momento de
crisis, donde se aprecian cambios sociales que tendrán su correlato en la
extensión del uso de epiclesis.

Me detendré a continuación a analizar las causas que dan lugar al


fenómeno, es decir, cuáles son las motivaciones que priman en la elección
del sobrenombre de un individuo, así cómo los recursos formales
empleados más habituales.
La clasificación de causas de epiclesis que propongo ha sido
efectuada a posteriori, cuando ya se disponía de una base de datos lo
suficientemente extensa como para pensar, además, que eran circunstancias
extrapolables a otros lugares . Hay que advertir que ha sido imposible
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determinar la razón que originó el 23,8% de las epiclesis, casi una cuarta
parte de las recogidas. Son sobrenombres cuyos primeros portadores han
desaparecido y son ahora sus descendientes los que los llevan; otros más
recientes son desconocidos en su origen incluso por la propia persona que
lo tiene.

Cuadro 1
Causa %
Apariencia física 28,8
Carácter 14
Acontecimiento ocasional 13,6
Ocupación 10,7
Gentilicio 7.2
Epónimo 1,9
Desconocida 23,8

El origen más habitual de epiclesis, un 28,8% de los casos, está en el


aspecto físico de la persona, bien en conjunto (las Perlucas, la Gurrumina),
bien por un rasgo destacado (Ojopulpo), bien por un defecto físico
(Rumiaclavos), bien por su indumentaria (Carnaval). No es de extrañar que
éste sea el motivo más recurrente ya que es el objeto de identificación
personal más claro y más evidente para el resto de la comunidad.

La segunda causa (14%) en determinar el nacimiento de una epiclesis


se refiere a los rasgos de carácter o rasgos morales del individuo, desde
características más o menos estables (los Patata Sosa, Espejito mágico,
7
De hecho, en el Congreso de Onomástica aludido, Pasqual Tirach, que ha trabajado con este fenómeno en el Pirineo
francés, manifestó coincidir plenamente con los resultados que yo presentaba.

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Chula, las Mustias) hasta cuestiones ideológicas (Káiser), pasando por
referencias a la identidad o costumbres sexuales (la Calores, Mixto).
Un porcentaje muy similar (13,6%) tiene el tercer tipo de causas: la
existencia de un acontecimiento ocasional que, por dispar, acaba por
definir a esa persona. Es el clásico caso de Matagatos (o Robamotos, o el
Refugiado), pero también aquí se incluyen los que reciben la epiclesis por
una afición (Didí, Cagancho, Miguel Ligero), una costumbre (Cocacolo,
Colodra) o la repetición de una muletilla (Misminas, Loqueloli).
En cuarto lugar, con una aparición de 10,7%, están aquellas epiclesis
que se refieren a la ocupación del aludido, de un ascendiente o del
cónyuge. Pueden referirse directamente al oficio, muchos de ellos en
declive en la actualidad (el Pavero, la Barrilera, el Burrero); puede haber
una alusión indirecta (Enchufe, Cazuelitas, Jibión), o a través de un
prototipo de la profesión (Chopén o Boyer).

Una presencia menor (7,2%) poseen los gentilicios que actúan como
sobrenombres (el Americano, las Bermeanas). Este uso tenía sentido en
una época en la que había escasa movilidad de la población, y la llegada de
un foráneo era excepcional. Casi todos estos casos se remontan a antes de
1960. En la actualidad ha dejado de ser un recurso de creación excepto en
el caso de que la procedencia del sujeto sea de alguna manera singular (el
Escocés). Se incluyen también en este grupo las denominaciones,
propiamente no gentilicios, que dan en cada sitio a sus vecinos más
cercanos (las Jabalinas ‘del barrio del Dueso’, Bachi ‘de Puertochico’).
En último lugar se encuentran los epónimos usados como epiclesis. Es
también un tipo de creación en desuso. Raramente se usa un apellido como
base (las Corderas < Cordero), sino un nombre, más o menos infrecuente,
que se traslada al cónyuge (la Cirila, la Genara) o a los hijos (las
Lorenzonas, los Pompeyos).

Éstas que hemos visto son lo que podríamos llamar las diferentes
causas iniciales de la epiclesis. Convendría establecer, aunque esto excede
el objeto de la presente comunicación, lo que Aristóteles llamaba las causas
formales. Aunque no renuncio algún día a sistematizar el entramado de
instrumentos que intervienen en la formación de epiclesis, sí advertiré que
los intentos de una mínima estructuración de los casos tropiezan con varias
dificultades:
En primer lugar, podríamos acudir a clasificaciones ya definidas,
como las que hace la retórica de lo que se han llamado tropos y figuras de
pensamiento . Sin embargo, resulta espinoso decantarse por alguno de estos
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8
Cfr. Mortara Garavelli (1991) y Beristáin (1985).

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intentos taxonómicos, con la dificultad añadida de comprobar que los
límites entre las diversas figuras no son muy nítidos.
En segundo lugar, ocurre en muchas ocasiones que no se produce
ningún fenómeno reseñable, sino la mera enunciación del rasgo definitorio
de la persona (el Cojo, la Madrileña); otras veces, por el contrario, se
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agolpan varias figuras en un mismo caso , y, por último, desconocemos


10

muchos de los mecanismos que intervienen en la creación de una epiclesis


porque desconocemos la causa que la motivó . 11

A pesar de estos inconvenientes, es de rigor que, al menos apuntemos


la variedad de recursos que intervienen en este fenómeno.

El más habitual parece ser la metonimia , lo que concuerda con el 12

hecho de que la epiclesis supone la mayoría de las veces la selección de un


rasgo definitorio dentro del conjunto de facetas que conforman un
individuo, bien sean, como hemos visto, físicas (Patagorda), morales
(Corbatita) o relativas a su vida social-laboral (Bujías).

También la metáfora ocupa un lugar destacado dentro de las


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herramientas lingüísticas de la epiclesis. En este caso, se lleva a cabo un


proceso doble: por lo general, hay, en primer lugar, una selección
metonímica de una cualidad del sujeto, para después producirse una
transferencia de significado desde esa cualidad (la Pantera, Torofuego).

Muy relacionado con el proceso metafórico está el de la figura de la


antonomasia, que también podría considerarse un caso de sinécdoque. El
problema que plantea esta figura es que
los usos antonomásicos son una guía de los códigos culturales
propios de cada época. A menudo se transmiten a épocas
sucesivas, otras veces pasan de moda (…) Cualesquiera que sean
su origen, motivación y edad anagráfica, las antonomasias, como
lugares comunes, exhiben su condición de estereotipos de la
manera más clara y típica . 14

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Aunque según Lausberg (66-68), podría considerarse una sinécdoque.
10
Podría servirnos de ejemplo el caso de un hombre al que denominan Humphrey. Parece que todo se debe a una
interpretación errónea del sentido de la palabra Bogar, que designaba una empresa familiar (y, por extensión a su
titular) y que era un acrónimo de los apellidos de él y de su esposa (Bodegas+García). Nos encontramos, primero con
una metonimia, luego con una etimología popular y posteriormente con una traslación de significado. Curiosamente
varios informantes explicaron que Humphrey tenía su origen en el carácter del portador.
11
Si no ha sido posible averiguar cómo se originaron los sobrenombres de, por ejemplo, Riquitrún o Pulgas blancas o
Pajarito Azul, difícilmente podremos establecer el proceso formal de la epiclesis.
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Prestigiosos autores rechazan la distinción metonimia-sinécdoque, por considerar que la primera engloba a la
segunda. Me atengo a esta opinión, ya que me parece que ambos fenómenos podrían ser considerados como diversas
formas de contigüidad frente a la metáfora, que supone una traslación de significado. Contigüidad y traslación son,
pues, los conceptos primordiales que interesan para este tipo de usos lingüísticos vistos desde el plano del significado
o de lo cognitivo.
13
Ésta puede ser “en presencia” con los dos términos comparados están explícitos (Caraluna) o “en ausencia”, cuando
uno de los términos está implícito (Botija).
14
Mortara Garavelli (1991: 200).

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¿Dónde poner los límites de la antonomasia? ¿Cuáles son los
prototipos pasados y actuales? Algunos casos parecen más claros: Chopén
(por Chopin), para designar a un músico, o los Sansones y las Sansonas,
para designar a los descendientes de un hombre muy corpulento.

Una presencia menor tienen otros recursos lingüísticos, como las


parodias idiomáticas, que reproducen latiguillos o errores en el habla del
individuo (Papaña ‘para España’, Surtijas, Yoyó).
Aunque la ironía es un elemento recurrente dentro del fenómeno
epiclético, encontramos casos que se ajustan con más precisión a la
definición de esta figura: el Marqués de la Viruta, Vista Alegre. Muy
relacionada con la ironía está la antífrasis (Chiquituso, Lumbreras).

Finalmente, si bien la epiclesis se genera a menudo por la exageración


de un rasgo, hay ejemplos más prototípicos de hipérbole (Un pelo, la
Milhorquillas).
En fin, parece que las clasificaciones de la retórica ofrecen más
problemas que soluciones. De la misma manera que hablamos de figuras de
pensamiento, habríamos de hablar de figuras de la imaginación, los modos
en que la mente crea relaciones innovadoras con la realidad que buscan
cómo manifestarse en el lenguaje, más allá de los significados
convencionales. En palabras de Saramago (1998: 149)
el sentido no es capaz de permanecer quieto, hierve de segundos
sentidos, terceros y cuartos, de direcciones radiales que se van
dividiendo y subdividiendo en ramas y ramajes hasta que se
pierden de vista, el sentido de cada palabra se parece a una
estrella cuando se pone a proyectar mareas vivas por el espacio,
vientos cósmicos, perturbaciones magnéticas, aflicciones.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BÉCARES BOTAS, Vicente (1985), Diccionario de terminología


gramatical griega. Salamanca: Universidad de Salamanca.
BERISTÁIN, Helena (1985), Diccionario de retórica y poética. México:
Porrúa.
LAUSBERG, Henry (1966-68), Manual de retórica literaria. Madrid:
Gredos, 3 vols.
MORTARA GARAVELLI, Bice (1991), Manual de retórica. Madrid:
Cátedra.
SARAMAGO, José (1998), Todos los nombres. Madrid: Alfaguara.

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