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Orfeo y Eurídice

En la Antigüedad, cuando los dioses aún habitaban entre los mortales, vivía
en un hermoso rincón de la Tracia, entre los bosques que crecían junto a las
montañas del Ródope, un músico llamado Orfeo. Era Orfeo hijo de Eagro, un
dios-río, y de una de las nueve musas que habitaban el Olimpo, Calíope, la
más distinguida de todas. De ella, protectora del canto, había heredado Orfeo
su bella voz y el don de la música. Tal era su talento que, cuando Orfeo
entonaba sus cánticos y pulsaba su lira, el espíritu inquieto de los hombres
hallaba la paz; las fieras se amansaban; los robles y encinas batían las hojas al
viento, y hasta las rocas parecían perder su dureza.

La fama que le otorgaba el poder de su música hacía que las ninfas que
guardaban los bosques le siguieran y suspiraran por obtener su favor. De
entre todas ellas sólo la hermosa Eurídice fue capaz de conmoverle con su
dulzura y virtud, por lo que el apuesto Orfeo, doblegado al fin por el amor,
decidió desposarla. Lejos estaba de sospechar en aquel momento que el
motivo de su dicha no tardaría en serle arrebatado.

Muy poco después de celebrar sus esponsales, la muerte acudió en busca de


Eurídice. La joven ninfa ignoraba que entre la hierba fresca, junto a los
márgenes del río que lindaba con el bosque, habitaba una terrible sierpe. Un
atardecer, mientras corría junto a la ribera, la fatalidad quiso que, con su
delicado y blanco pie, rozara al mortífero hidro. Apenas un instante después,
Eurídice cayó sin vida bajo el terrible veneno de la mordedura.

– ¡Eurídice, mi dulce esposa! -en vano besó Orfeo los bucles dorados de la
desdichada ninfa. El alma de Eurídice había marchado ya al reino de las
sombras.

Dríades, árboles, ríos y montañas lloraron la muerte prematura de la joven y


se conmovieron con el canto desconsolado de Orfeo. No hallaba éste
bálsamo alguno para ahogar la pena oscura que le embargaba y, no pudiendo
concebir la vida sin su esposa, una noche decidió Orfeo ir en su busca hasta el
Hades, el lugar donde habitan las almas de los que ya no son.

Fue así como Orfeo dejó atrás todo cuanto le era conocido para adentrarse en
las profundidades de la tierra y penetrar en los dominios del despiadado
Hades y su esposa Perséfone. Orfeo no poseía más armas que la música y la
palabra, así que, cuando se

presentó ante las deidades del inframundo, comenzó a entonar un bellísimo


canto. Tal era el poder de su música y de su voz que las sombras y los
espectros acudieron en tropel para escucharle, y las penas de las almas
condenadas a un sufrimiento eterno quedaron en suspenso. Incluso el
terrible can Cerbero, que guardaba la puerta del Hades, mantuvo sus tres
fauces abiertas a la vez mientras duró el canto de Orfeo. Perséfone no pudo
evitar conmoverse.

– Hades, querido esposo -rogó la reina del infierno-: ¿por qué no


permites que el alma de la joven Eurídice regrese a la luz?
– Si ése es tu deseo, no puedo sino concedértelo –contestó Hades–. Sea
entonces.

– Sin embargo –continuó Perséfone–, has de respetar una condición,


Orfeo. No podrás mirar atrás hasta que no hayas abandonado por completo
el reino de las sombras y penetrado en los dominios de la luz. De otro modo,
el pacto quedará sin efecto.

Con el corazón palpitante emprendió Orfeo el camino de regreso a la


superficie. En pos de él corría la sombra de la amada ninfa. Ya se acercaba
Orfeo a la región de la luz, ya estaba a punto de franquear el umbral, cuando
de repente la duda se apoderó de él.

¿Y si Perséfone le había engañado? ¿Y si la amada Eurídice permanecía aún en


el inframundo? En un impulso, Orfeo volvió su rostro. Sin pretenderlo, había
incumplido la condición impuesta por la deidad subterránea.

Orfeo vio con horror cómo el espectro de Eurídice se desvanecía como humo
en el aire. Intentó atrapar la sombra, retenerla entre sus brazos, pero todo
fue inútil.

– ¿Qué has hecho, Orfeo? ¿Qué arrebato te ha llevado a desafiar a los


dioses? -la mirada de Eurídice era triste-. ¡Adiós, querido mío! Recuerda por
siempre lo mucho que te he amado.

En ese momento se escuchó un terrible crujido, como si la tierra se abriera, y


Orfeo comprendió que la bella Eurídice no regresaría jamás al mundo de los
vivos. En vano quiso franquear de nuevo la entrada al Hades para suplicar el
perdón de los dioses, pero Caronte, el barquero, no se lo permitió.

Orfeo, conocedor ya del misterio y el poder de la muerte, buscó alivio para su


dolor en la soledad de las montañas. Su canto, triste y bello, conmovía más
que nunca a todos cuantos se

cruzaban en su camino, de modo que los hombres comenzaron a seguirle. No


buscó nunca más Orfeo el amor y se mantuvo fiel al recuerdo de la amada
Eurídice. Eso desagradaba a las ménades de la Tracia, adoradoras del dios
Dioniso. Enfadadas por el desdén de Orfeo y por la atención que le prestaban
los hombres, un día se abalanzaron sobre él y acabaron con su vida. Crueles
en extremo, lanzaron su cabeza al río Hebro, desde donde llegó, navegando
entre las olas, hasta la isla de Lesbos. Cuentan que, mientras se le escapaba la
vida, la cabeza de Orfeo aún recitaba con su vibrante voz el nombre de la
adorada ninfa, y que las riberas del río y las olas del mar lo repetían a su paso.
“Eurídice, Eurídice…”.

El nacimiento de
Afrodita
La divinidad más celebrada del Olimpo, la diosa del amor y de la
belleza, objeto de culto en todo el mundo antiguo nació, según nos
relata Hesiodo en su Teogonía como consecuencia de una acción
violenta: la venganza de Gea sobre Urano, padre de sus hijos.
Después de su unión con Urano nacieron los Cícloples y su padre los
castigó arrojándolos al tenebroso submundo del Tártaro. Los
Titanes fueron poco después fruto de una nueva unión y su madre,
Hera, les convenció para que se revelaran contra su padre, Urano, y
así consumar su venganza. El menor de ellos Cronos, aprovechando
el sueño de su padre le sujetó los genitales con la mano izquierda y
con la derecha, utilizando una hoz de pedernal, se los seccionó,
castrándole; para después arrojarlos al mar en el cabo Drépano. De
las gotas de sangre que se derramaron sobre la tierra nacieron las
Erinias o Furias: Alecto, Tesífono y Megeria y las Melíades o ninfas
del fresno. Una vez los genitales en el mar se deslizaron por el
piélago durante mucho tiempo y fue surgiendo a su alrededor una
blanca espuma (en griego áphros significa espuma) y finalmente del
miembro inmortal, surgió la bella Afrodita, diosa del deseo,
creciendo la hierba bajo sus pies; así llegó hasta las playas de Citera,
siguiendo camino después hacia el Peloponeso para finalmente fijar
su residencia definitiva en la isla de Pafos (Chipre), donde aun
pervive su santuario; una vez allí: las estaciones, hijas de Temis, la
vistieron y engalanaron. Este mito no es originario de Grecia,
Hesiodo recoge que su origen es cadmeo y puede documentarse su
tradición, aunque conciertas variaciones, dentro de las culturas
hurrita e hitita, por lo que pudiera suponerse proveniente de
pobladores prehelénicos del norte. Se sostiene, también, que la
castración posiblemente no sea metafórica, ya que se sabe que
algunos pueblos asentados en regiones del África oriental tienen
por costumbre, después de la lucha, que sus guerreros, provistos de
una hoz en miniatura, proceden a la castración de sus enemigos
vencidos. Cronos una vez realizada la castración de Urano ayudado
por sus hermanos, los Titanes y los Cíclopes, obtuvo la soberanía
sobre la tierra, y una vez que se sintió amo del mundo volvió a
desterrar a los Cícoples al Tártaro; y después se desposó con su
hermana Rea y gobernó en la Élide.

EL RAPTO DE
PERSÉFONE
En aquellos tiempos, Deméter, la hermana de Zeus, era la diosa que
se ocupaba de las cosechas, protegía el trigo y toda planta viviente.
Cada año maduraba el trigo dorado y a finales de verano todo el
mundo se sentía agradecido por la generosidad de la Tierra. Vivía
en la montañosa Sicilia con su única hija, Perséfone, inteligente y
bella. Pero de repente su vida pacífica y feliz cambió violentamente.
Perséfone había salido a pasear un día, y no volvió. Se hizo de
noche y nada, ninguna señal de la joven.

Deméter estaba preocupadísima, todos se movilizaron buscándola,


pero nada, ¡ni rastro! Para que la búsqueda no se detuviera, ni de
noche ni de día, Deméter encendió antorchas usando el fuego del
volcán Etna. Pero Perséfone seguía sin aparecer.

Deméter, en su aflicción, olvidó la tierra y su vegetación...

Se secaron las cosechas, las plantas y los árboles murieron, la tierra


se convirtió en un erial.

El día de su desaparición, Perséfone había estado por los campos


recogiendo flores. Andaba por ahí cerca un pastor con su rebaño. Él
sí que había visto lo que había pasado, pero quién se atrevía a
decírselo a Deméter… ¡el disgusto que iba a tener!.

Aunque tal y como estaban las cosas, no quedaba más remedio que
hacer de tripas corazón y contárselo. Así que el pastor fue al
encuentro de Deméter y le contó lo que había visto: de repente
había aparecido un hombre conduciendo un carro de oro, tirado
por dos caballos negros; agarró a la joven y se alejó tan deprisa
como había venido, hasta desaparecer por una hendidura que se
había abierto en la ladera de la montaña.

El pastor no había visto el rostro del hombre pero Deméter adivinó


de quién se trataba: era Hades, su hermano, el señor de los
Infiernos, quién había hecho prisionera a su hija. Deméter se irritó
mucho contra Hades, pero también contra Zeus, porque seguro que
estaba al corriente y lo había consentido. Triste y enfadada,
continuó sus viajes mientras la Tierra permanecía yerma.

Zeus comprendió que tenía que hacer algo. Envió su hijo Hermes a
los infiernos para liberar a Perséfone, algo que sólo podría ser
posible si ella no había comido nada en las tierras infernales, ya que
quien comía algo en las tierras infernales pertenecía ya para
siempre al reino de Hades. Hermes encontró a Perséfone, pálida y
entristecida, mirando las sombras.
--‐ Nada he comido desde el día en que fui raptada –aseguró
Perséfone- -‐. Cada día me ofrecen deliciosos manjares para
tentarme, pero no he comido nada. ¡Devuélveme a la luz del sol,
por favor, Hermes!

Y Hermes llevó a Perséfone hasta la superficie, superando mil


peligros y obstáculos. Cuando Perséfone bajó del carro de Hermes y
abrazó a Deméter, fue como si el mundo hubiera vuelto a nacer. Así
como se desvanece la niebla,desapareció el cruel invierno y los
campos se mostraron frescos y verdeantes, con el trigo tierno. Las
flores volvieron a tapizarlo todo de colores. Deméter y Perséfone
volvieron gozosas a casa.

Su felicidad duró poco. En los infiernos Hades había convocado a


sombras y espíritus inquiriendo y preguntando. Hasta que Ascálafo
le dijo que había visto a Perséfone cogiendo una granada para
calmar la sed y que, accidentalmente, se había tragado una semilla.
¡Qué contento se puso Hades!.

Perséfone le pertenecía y la reclamó. Deméter se opuso con todas


sus fuerzas. Zeus se encontraba ante un grave problema. Convocó a
todos los dioses y tras una agitada discusión, llegaron a un acuerdo.
Durante nueve meses al año, Perséfone viviría con su madre, pero
los tres restantes volvería al lado de Hades y reinaría en los
infiernos.

Deméter tuvo que avenirse a este compromiso ya que sino, la


alternativa era perder a su hija.

Deméter nunca se conformó con esos meses de separación. Cada


año, mientras su hija estaba lejos de ella, se vestía de luto. Las
flores se marchitaban, los árboles perdían las hojas y la tierra se
enfriaba y quedaba adormecida. Hasta los pájaros dejaban de
cantar. Pero cada año, con la vuelta de Perséfone, la vida estallaba
por todas partes. Las flores crecían a su paso, las hojas brotaban y
retornaban los cantos de los pájaros. Sólo cuando las cosechas
habían madurado plenamente, y la vendimia se había llevado a
cabo, Perséfone regresaba de nuevo a los infiernos, para el invierno
entre las sombras.
CRONOS O SATURNO
El titán Cronos era hijo de Urano, dios del cielo, y de Gaya, diosa de
la tierra. Urano fue cruel con su esposa, sus hijos, los titanes, los
100 gigantes armados y los cíclopes. A éstos los mantuvo
prisioneros en el cuerpo de su madre, encerrados en lo más
profundo de la tierra para que no viesen la luz. Gaya sufrió dolores
terribles como consecuencia de esto. Con la ayuda de una hoz que
le había dado su madre, Cronos castró a su padre y se hizo con el
control del universo. Se casó con su hermana Rhea (Rea) y pronto
se convirtió en un tirano como su padre. Volvió a encerrar a los
cíclopes y devoró a sus propios hijos al nacer, ya que le habían
anunciado que uno de ellos le destronaría. Hestia, Deméter, Hera,
Hades y Poseidón sufrieron este martirio. Cuando Rea dio a luz a
Zeus, el más pequeño de todos, le dio a su marido una piedra
envuelta en sábanas y dejó que la ninfa -o la cabra- Amaltea (ver
Amaltea) alimentase a Zeus en Creta. Cuando el dios se convirtió en
un adulto, hizo que Cronos vomitase a sus hermanos con la ayuda
de la Oceánida Metis, la personificación de la inteligencia y la
sabiduría.

Hubo una lucha por el poder en la que Zeus y sus hermanos


derrotaron a Cronos y al resto de titanes. El factor decisivo en la
«Lucha de Titanes» fue el apoyo que recibió Zeus de los 100
gigantes armados a los que había liberado del Tártaro. Los cíclopes,
que también habían sido liberados, crearon los rayos para Zeus en
agradecimiento, además del tridente de Poseidón y el casco de
Hades que le hacía invisible. Tras su derrota, Cronos y los otros
titanes fueron arrojados al Tártaro. Sólo el titán Atlas recibió un
castigo distinto y tuvo que cargar la bóveda del cielo sobre sus
espaldas (ver Atlas). Desde entonces, Zeus y sus hermanos reinan
en el universo: el primero sobre los cie¬los, Poseidón sobre las
aguas y Hades sobre el mundo de los muertos.

Los romanos identificaron a Cronos con Saturno, su dios de la


agricultura. Las Saturnales, fiestas en su honor, eran uno de los
acontecimientos más esperados en Roma.
HEFESTO O VULCANO
Nombre griego: Hefesto.

Equivalente romano: Vulcano.

Dios del fuego y la forja, los herreros, los artesanos, los escultores,
los metales y la metalurgia. Categoría: crónidas, dioses olímpicos.
Representaciones: normalmente un hombre cojo, sudoroso, con
barba desaliñada y pecho descubierto, inclinado sobre su yunque,
trabajando los metales en su fragua junto con sus ayudantes los
Ciclopes. Mitos relacionados: su expulsión del Olimpo. El
matrimonio con Afrodita. El triángulo amoroso de Hefesto, Afrodita
y Ares. Residencia: los volcanes, que son sus talleres. Padres: Hera
por si sola según Hesíodo, Homero, Apolodoro e Higinio; Hera y
Zeus según Apolodoro e Higinio; Talos según Pausanias. Tutoras:
Tetis y Eurínome según Homero. Consorte: Afrodita. Posible
descendencia: Eros con Afrodita según Virgilio. Erictonio con Gea.
Eucleia, Eufeme, Eutenia y Filofrósine con una de las Cárites según
Homero y Hesíodo. Los Palicos con Etna. Los Cabiros con la ninfa
Cabiro. Perifetes con Anticlea. Servio Tulio con Ocresia.
Desdencencia de madre desconocida: la ninfa Talía, Ardalos, Caco,
Cécrope, Cerción, Filamón, Oleno, Palamón, Pilio, Radamanto. En la
mitología griega, Hefesto es el dios del fuego y forja, los herreros,
los artesanos, los escultores, los metales y la metalurgia. Reina
sobre los volcanes, que son sus talleres. Representación e
iconografía. Se le representa normalmente en su taller, trabajando
los metales nobles con sus ayudantes, los Cíclopes. También se le
representa con un mazo de hierro incandescente en la mano.
Hefesto era bastante feo, lisiado y cojo. La apariencia física de
Hefesto es un indicio de arsenicosis (envenenamiento crónico por
arsénico), que provoca cojera y cáncer de piel. Y es que hay que
tener en cuenta que el arsénico se añadía al bronce para
endurecerlo y la mayoría de los herreros de la Edad de Bronce
habrían padecido esta enfermedad. En el arte, se le representa cojo,
sudoroso, con la barba desaliñada y el pecho descubierto, inclinado
sobre su yunque, siempre trabajando en su fragua. “La fragua de
Vulcano” de Velázquez Nacimiento. Existen varias versiones sobre el
nacimiento de Hefesto. La maternidad de Hera no admite objeción,
al contrario que la paternidad, la cual aún se discute.

• Sólo Apolodoro cita a Homero para afirmar que Zeus fue padre de
Hefesto.

• La tradición cretense, lo considera hijo de Talos.


• La “Teogonía” de Hesíodo propone dos versiones: la más
aceptada es que Hera engendró a Hefesto sola, celosa porque Zeus
habría hecho lo mismo con Atenea; una segunda versión cuenta
que Hera estaba muy enfadada con Zeus y que por ello engendró
sola a Hefesto, por lo que luego Zeus yació con Metis para
engendrar a Atenea. En la leyenda que Hefesto era anterior a
Atenea, se decía que fue él quien abrió la cabeza a su padre para
liberar a su hermana; en cambio, la otra atribuye el episodio a
Prometeo. Expulsión del Olimpo. Quizá el episodio más traumático
de la vida de Hefesto fue su expulsión del Olimpo. Sobre ella existen
varias versiones, que conllevan también diferentes versiones sobre
su consabida cojera. De hecho, en la propia Ilíada se dan dos
versiones bien distintas de todos los acontecimientos

.Por un lado, asegura Hefesto estaba ya lisiado de nacimiento. En


esta versión, como el propio Hefesto relata en “La Iliada”, después
de que Hera lo arrojase del Olimpo, cayó durante nueve días y
noches hasta el mar, donde la nereida Tetis y la oceánide Eurínome
lo recogieron y lo cuidaron en la isla de Lemnos, donde creció hasta
convertirse en un maestro artesano.

La otra versión afirman que la cojera de Hefesto fue causada por


una aparatosa caída, tras ser expulsado del Olimpo por Zeus como
reprimenda por interponerse en una discusión que mantenía con
Hera acerca de Heracles, cuando Hefesto salió en defensa de su
madre, Zeus lo habría cogido por un pie y lo habría precipitado
fuera del Olimpo. Tras la excomunión, Hefesto estuvo cayendo un
día entero, hasta que al final se estrelló en la isla de Lemnos, donde
fue recogido por los Sintios, un pueblo tracio, que lo reanimaron,
pero quedando cojo para siempre. Matrimonio con Afrodita. Se
desposó con Afrodita y, para no ser menos, este acontecimiento de
su vida admite también varias versiones. • “La Iliada” nos cuenta
que, después de haber fabricado tronos de oro para Zeus y otros
dioses, Hefesto decide vengar su expulsión del Olimpo elaborando
uno trono mágico que envió como regalo a Hera. Cuando ésta se
sentó en él, quedó encadenada, incapaz de levantarse. Entonces,
los demás dioses rogaron a Hefesto que volviese al Olimpo y la
liberase, pero él se negó, enfadado aún por haber sido expulsado.
Dicen que intervino entonces Dionisos, quien emborrachó a Hefesto
y lo llevó de vuelta al Olimpo a lomos de una mula. Una vez allí,
Hefesto impuso severas condiciones para liberar a Hera, una de las
cuales dicen que fue contraer matrimonio con Afrodita.

Otras versiones afirman que la ocurrencia partió directamente de


Zeus, quien concertó el matrimonio para evitar así peleas entre los
dioses a causa de la tentadora belleza de Afrodita. Sea como fuese,
Hefesto acabó casado con Afrodita, lo que contentó tanto a Hefesto
que lo animó a forjar para ella una hermosa joyería, incluyendo un
cinturón que la hacía incluso más irresistible para los hombres. A
pesar del matrimonio, Hefesto jamás tuvo hijos con Afrodita, salvo
que tomemos en serio a Virgilio cuando afirmaba que Eros era hijo
legítimo de ambos (La Eneida i.664)... “El casamiento de Afrodita y
Hefesto” El trío amoroso Hefesto-Afrodita-Ares. A pesar del
matrimonio, Afrodita, a quien le desagradaba aquel dios
malhumorado y deforme, no tardó en refugiarse entre los
aguerridos brazos de Ares. Por supuesto, Hefesto no tardaría mucho
en descubrirlos, propiciando el que debió ser uno de los episodios
más sonados de la prensa rosa olímpica, cuando el celoso esposo
desveló la existencia de este triángulo amoroso tan divino delante
de toda la Corte, cazandolos juntos con ayuda de una red mágica.
Asalto a Atenea. Algunos autores culpan a su desgraciado
matrimonio con Afrodita como desencadenante del su asalto a
Atenea, un día que ésta acudió a él por nuevas armas. Aquel día,
Hefesto intentó violar a Atenea, aunque sin mucha fortuna, ya que
Hefesto derramó su semen en suelo (o en la pierna de Atenea,
según otras versiones, quien lo limpió con un trozo de lana que tiró
al suelo). Fue así como Gea engendró a Erictonio, uno de los reyes
de Atenas, al cual Atenea crió como si fuese hijo suyo.
Descendencia. Hefesto tuvo descendencia fuera de su matrimonio,
siempre con bellas mujeres. Según “La Ilíada” de Homero, una de
sus consortes era Cárite, la Gracia por excelencia. Casi lo mismo
afirma la “Teogonía” de Hesíodo, quien asegura que esta consorte
era Aglaya o Áglae, otra de las Cárites. Según la tradición órfica,
fueron padres de Eucleia “Venus, Marte y Vulcano” de Paris
Bordone “Atenea deteniendo el avance de Hefesto” de Paris
Bordone (la buena reputación y la gloria), Eufeme (el correcto
discurso), Eutenia (la prosperidad y la plenitud) y Filofrósine (la
amabilidad y la bienvenida). A veces se consideraba a Hefesto padre
de los Palicos (con Etna), los daimones ctónicos de los géiseres y los
manantiales de aguas termales de la región de Palacia (Sicilia).
También se lo asocia con los Cabiros (con la ninfa Cabiro), que eran
llamados los “Hephaistoi” (hombres de Hefesto). Se le atribuye la
paternidad de la ninfa Talía. Entre los mortales, se atribuye a
Hefestos la paternidad de Ardalos, Caco, Cécrope (según una
versión minoritaria), Cerción, Filamón, Oleno, Palamón, Perifetes
(con Anticlea), Pilio, Radamanto y Servio Tulio (con Ocresia). El
herrero de los dioses. Hefesto fabricó en su forja muchos de los
accesorios que lucían los dioses y se le atribuye la forja de casi
todos los objetos metálicos mágicos que aparecen en la mitología
griega: el cinturón de Afrodita, el casco y las sandalias aladas de
Hermes, la égida de Zeus, la armadura de Aquiles, las castañuelas
de bronce de Heracles, el carro de Helios, el hombro de Pélope, el
arco y las flechas de Eros, el casco de invisibilidad de Hades y hasta
el collar que regaló a Hermíone y el cetro de Agamenón. “Venus
recibe de Vulcano las armas de Aeneas” de Corrado Giaquinto
Vulcano, el Hefesto romano. Hefesto se equiparó con Vulcano en la
mitología romana y su historia se repite una vez más. Vulcano era
hijo de Júpiter (Zeus) y Juno (Hera) y marido de Venus (Afrodita).
Era también dios del fuego, los metales y los volcanes, forjador del
hierro y creador de arte, armas y armaduras para dioses y héroes.
Los romanos lo llamaron también Mulciber ("el que ablanda").
NARCISO
La ninfa Eco era demasiado parlanchina y distraía a menudo a la
diosa Hera con sus charlas, mientras su divino esposo, el
enamoradizo Zeus, la engañaba con otras ninfas. La celosa Hera lo
advirtió y, enojada, castigó a Eco dejándola muda, y condenada tan
sólo a repetir, con su voz, las palabras ajenas. La ninfa se enamoró
perdidamente del bello Narciso, pero no logró que él le hiciera
ningún caso. El muchacho era hijo de la ninfa Liríope y del río Céfiro,
en Beocia. Un extraño oráculo dijo sobre él que viviría largo tiempo
si no llegaba a conocerse, es decir, a verse a sí mismo.

Un buen día, asomado a un estanque, descubrió Narciso su bella


imagen que lo miraba desde la superficie del agua con grandes ojos.
El joven se quedó prendado de esa figura seductora en el agua, y
comenzó a pasar su tiempo observándola, observándose. Nada le
enamoraba más que su propio retrato que se movía según sus
propios gestos. La diosa Afrodita castigaba con ese amor imposible
el desdén del joven por el amor de otros. La pobre Eco fue
languideciendo de amor y se hizo tan sutil que desapareció,
quedando sólo su voz, repetitiva y vana, sin merecer su atención.
Como no cesaba nunca de contemplarse, Narciso dejó de correr,
divertirse y hasta de comer, quedándose en el borde del agua
mirándose, cada vez más escuálido hasta que murió. De su sangre
salió una flor, que adoptó su nombre: el narciso.
ARACNE
Aracne es hija de Idmón un tintorero y nació en Lidia. La joven era
muy famosa por tener gran habilidad para el tejido y el bordado.
Cuenta la leyenda que hasta las ninfas del campo acudían para
admirar sus hermosos trabajos en tales artes. Tanto llegó a crecer
su prestigio y popularidad que se creía que era discípula de Átenea
(diosa de la sabiduría y de las hiladoras). Aracne era muy habilidosa
y hermosa, pero tenía un gran defecto: era demasiado orgullosa.
Ella quería que su arte fuera grande por su propio mérito y no
quería deberle sus habilidades y triunfos a nadie. Por eso, en un
momento de inconciencia, retó a la diosa, quien por supuesto
aceptó el reto. Primero, se le apareció a la joven en forma de
anciana y le advirtió que se comportará mejor con la diosa y le
aconsejó modestia. Aracne, orgullosa e insolente desoyó los
consejos de la anciana y le respondió con insultos. Atenea montó en
cólera, se descubrió ante la atrevida jovencita y la competencia
inició. En el tapiz de la diosa, mágicamente bordado se veían los
doce dioses principales del Olimpo en toda su grandeza y majestad.
Además, para advertir a la muchacha, mostró cuatro episodios
ejemplificando las terribles derrotas que sufrían los humanos que
desafiaban a los dioses. Por su parte, Aracne representó los amoríos
deshonrosos de los dioses, como el de Zeus y Europa, Zeus y Dánae,
entre muchos más. La obra era perfecta, pero Palas encolerizada
por el insulto hecho a los dioses, tomó su lanza, rompió el
maravilloso tapiz y le dio un golpe a la joven. Ésta sin comprender,
se siente totalmente humillada y deshonrada, por lo que enloquece
y termina por ahorcarse. Sin embargo, Palas Atenea no permitió
que muriera, sino que la convirtió en una araña, para que
continuara tejiendo por la eternidad.
EROS Y PSIQUE
La historia de Eros y Psique tiene una larga tradición como cuento
popular del antiguo mundo grecorromano, mucho antes de que
fuera escrita por primera vez en el siglo 2 DC, en la novela latina “El
asno de oro” del poeta romano Apuleyo. La propia novela tiene el
estilo picaresco romano, aunque Psique y Afrodita retienen su
carácter griego, siendo Eros el único cuyo papel procede de su
equivalente en el panteón romano.

A esta historia se la conoce como el “mito de Eros y Psique”. La


palabra griega “Mythos” puede ser traducida como narrativa,
diálogo, argumento. Dice la escritora Gisela Labouvie- Vief que
refiere a aquellos aspectos del lenguaje y sus significados que no
pueden ser demostrados o formalizados, sino sólo vislumbrados a
través de la intuición. A pesar de su naturaleza elusiva, el mito
guarda un significado distintivo, que es sentido “orgánicamente” y
no se alcanza a través de la lógica, exuda sentido emotivo en vez de
evidencia objetiva. “Mythos” refiere al lenguaje de la poesía y de
los sueños, un lenguaje que ofrece un sentido psicológico en vez de
lógico. Podemos alcanzar el significado del mito a través de los
sentidos, pero escapa a todo intento de definirlo o justificarlo.

El mito de Eros y Psique narra la lucha por el amor y la confianza


entre Eros (o Cupido) y la princesa Psique. En la mitología, Eros
representaba el poder sobrecogedor del amor, que por su fuerza
puede también destruir. La palabra “psyche” puede ser traducida
como «vida» y como «alma».

Cuenta la historia que hace mucho tiempo existió un rey y una reina
que tenían tres hijas. La menor, Psique, de tan deslumbrante
belleza que era adorada por los humanos como una reencarnación
de la diosa Afrodita. La diosa, celosa de la belleza de la mortal
Psique, pues los hombres estaban abandonando sus altares para
adorar en su lugar a una simple mujer, ordenó a su hijo Eros que
intercediera para hacer que la joven se enamorase del hombre más
horrendo y vil que pudiera existir.

Por su parte, la belleza no había traído a Psique felicidad alguna. Los


hombres la idolatraban de mil maneras, pero ninguno osaba
acercársele ni pedir su mano. Los preocupados padres consultaron
al Oráculo de Apolo para determinar qué le depararía el destino a
su hija. Lejos de encontrar consuelo, el Oráculo predijo que Psique
se casaría en la cumbre de la montaña con un monstruo de otro
mundo. Psique aceptó amargamente su destino, y obedeciendo al
Oráculo, sus padres la llevaron hasta la cima de la montaña
seguidos por una larga procesión, donde la abandonaron en llanto
para enfrentar a una muerte segura.

Así la encontró el Céfiro (viento del Oeste), quien la elevó por sobre
las montañas hasta depositarla en un valle colmado de flores. Al
despertar, Psique se internó en el bosque cercano siguiendo el
sonido del agua. Lo que encontró fue un hermoso palacio, de
indescriptible lujo y belleza, y voces sin cuerpo susurrando que el
palacio le pertenecía y que todos estaban allí para servirla. Esa
noche, mientras yacía en la oscuridad de su nueva alcoba, un
desconocido la visitó para hacerla su esposa. Su voz era suave y
amable, pero él no se dejaba ver a la luz del día, lo cual despertaba
la curiosidad de Psique que deseaba conocer su rostro.
TESEO Y EL
MINOTAURO
Teseo es, al mismo tiempo, el amigo y el rival de Hércules, en
cuanto a celebridad se refiere. Ambosson los legendarios héroes de
sus respectivas ciudades: Atenas con relación a Teseo y Tebas con
relación a Hércules. Y su rivalidad es la expresión de la rivalidad
entre ambas ciudades, en su intento de superarse la una a la otra, a
través de sus héroes. Al igual que Hércules, también Teseo luchó
contra las Amazonas, Centauros, Gigantes, bestias salvajes y
bandidos. En estas páginas presentamos su más célebre hazaña: la
lucha, cuerpo a cuerpo, contra el Minotauro.

Hace ya mucho tiempo, los distintos pueblos de Grecia tenían por


costumbre convocar a los jóvenes, de vez en cuando, para participar
en competiciones deportivas: carreras, lanzamientos de disco, lucha
libre, etc. La más célebre de estas competiciones deportivas se
llevaba a cabo en Olimpia, cada cuatro años, siendo esta
celebración el antecedente de los actuales Juegos Olímpicos. El
vencedor era homenajeado y respetado por todos, no sólo porque
era el más fuerte, sino también porque estos juegos se celebraban
en honor de los dioses.

En una ocasión, el campeón de Atenas se enfrentó, cuerpo a


cuerpo, con el hijo de Minos, rey de la isla de Creta. El campeón
perdió y los atenienses, humillados, dieron muerte al vencedor. El
rey de Creta no les perdonó nunca semejante crimen. Declaró la
guerra a Atenas, se apoderó de la ciudad y, en represalia, ordenó
que anualmente, durante treinta años, catorce jóvenes atenienses
de ambos sexos fueran llevados a Creta para que el Minotauro los
devorara.

El Minotauro era un monstruo, mitad hombre y mitad toro, que se


alimentaba de carne humana. Vivía en Creta, encerrado en su
laberinto. Los corredores de su palacio eran tan enredados y los
aposentos tan numerosos que nadie podía encontrar la salida.
Quien en él penetraba no tenía ninguna posibilidad de escapar de
las fauces del monstruo. Los atenienses estaban consternados por
la idea de entregar a sus hijos a una muerte tan horrible. Pero, ¿qué
hacer? ¿Habría entre ellos alguien lo suficientemente valeroso
como para enfrentarse a ese monstruo y derrotarlo? Pero, aunque
consiguiera matarlo, ni él ni los jóvenes podrían salir nunca del
laberinto y perecerían de hambre y sed. En medio de esta
desesperación general, llegó Teseo.

Teseo era hijo de Egeo, rey de Atenas, pero había pasado toda su
infancia con su madre, en una ciudad al sur de Grecia. Era muy
fuerte y hábil en la lucha y aprovechó su viaje a Atenas para limpiar
la ciudad de bandidos, a cual más perverso. Uno de esos bandidos
obligaba a sus prisioneros a arrodillarse ante él

para que le lavaran los pies y, luego, de una patada los arrojaba
desde lo alto de una montaña.

La ciudad, agradecida, lo acogió con gran alegría y su padre le dijo:

—Gracias a ti, los viajeros que llegan a Atenas ya nada han de


temer. Eres digno de sucederme, a mi muerte. Acabamos de sortear
qué jóvenes deberán ser entregados al Minotauro y nos
disponíamos a conducirlos al barco que los llevará a Creta.

Teseo, al oír los lamentos de las madres, a las que les arrebataban a
sus hijos, se apiadó de ellas y decidió acompañar la expedición para
enfrentarse al Minotauro.

—¡Ay, hijo mío, no saldrás vivo de semejante combate! —exclamó


su padre—. No debes poner a prueba tu suerte. Si no formas parte
de las víctimas, ¿por qué tienes que sacrificarte voluntariamente?
—Padre, confía en mí —respondió Teseo—. Regresaré sano y salvo
y para que seas el primero en tener noticias de mi victoria, antes de
abandonar Creta, reemplazaré la vela negra de nuestra nave por
una vela blanca, así sabrás que nada me ha sucedido.

Cuando Teseo y los jóvenes atenienses, destinados al Minotauro,


desembarcaron en Creta, sus habitantes se agruparon para verlos
pasar. Entre los curiosos estaba Ariadna, la hija de Minos cuyo
corazón fue conquistado, al instante, por Teseo. Al averiguar que
era el hijo del rey de Atenas y que se había entregado
voluntariamente, y admirada por su valor, quiso prestarle ayuda.
Aunque fuera fuerte y valeroso, Teseo, por sí mismo, nunca
conseguiría salir del laberinto. Así que Ariadna le dio un ovillo de
hilo y le dijo:

—Yo aguantaré un extremo del hilo y tú el otro, irás devanando el


ovino a medida que avances por los corredores del laberinto. ¡No se
te ocurra soltar el hilo! Para encontrar la salida no tendrás más que
enrollar, de nuevo, el hilo.

Teseo siguió, al pie de la letra, las instrucciones de la princesa,


dirigiéndose al encuentro del Minotauro, seguido por el cortejo de
las jóvenes víctimas. Ariadna sostenía el hilo, que vibraba cada vez
que Teseo hacia un movimiento, pero, de repente, oyó los horribles
mugidos del monstruo. El hilo, sostenido por la mano de Ariadna, se
movía a gran velocidad, al cabo de un momento se quedó quieto.
Los gritos del Minotauro cesaron ¿Qué significaba ese silencio?
¿Qué ocurría? La angustia oprimió el corazón de Ariadna. El hilo
volvió a moverse, la joven volvió a oír gritos… ¡eran gritos de
alegría, el Minotauro había muerto! Los atenienses pudieron salir
del laberinto gracias al ovillo de hilo y Teseo se precipitó en los
brazos de Ariadna. Después, como todos querían regresar

cuanto antes a Atenas, embarcaron en la nave y Ariadna partió con


ellos, para casarse con Teseo.

Durante la travesía, una violenta tempestad sacudió los mares e


hizo que Ariadna se marease. Se detuvieron en la isla de Naxos para
que la joven pudiera descansar. Ella, totalmente agotada, se durmió
enseguida. El temporal amainó y los marinos se mostraron
impacientes por irse de allí. Entonces, Teseo dio la orden de
embarcar, abandonando a la joven durmiente en tierra. Cuando
ésta despertó, fue corriendo a la playa, gritó y se lamentó, en vano:
sólo las gaviotas, con sus gritos, le respondieron. ¡El ingrato Teseo la
había abandonado! Pero, los dioses velaban por ella. Dionisios, que
pasaba cerca de la isla, oyó los lamentos de Ariadna. El dios del vino
se apresuró a socorrerla. La consoló de tal manera que la joven
olvidó su pena y Dionisios la encontró tan sumamente encantadora,
en su desgracia, que le pidió que se casase con él. Así, Ariadna
abandonada por un héroe, acabó casándose con un dios. Teseo,
orgulloso de haber vencido al Minotauro, había olvidado la
promesa hecha a su padre de cambiar las velas. La nave estaba
acercándose a Atenas y la vela negra ondeaba aún en el mástil, en
lugar de la vela blanca, como debía. El rey Egeo, desde lo alto de la
Acrópolis, la ciudadela de Atenas, aguardaba impaciente el regreso
de su hijo. Como vio la vela negra, creyó que el Minotauro había
devorado a Teseo; entonces, desesperado se arrojó al mar, desde lo
alto de una roca. Y a causa de este desgraciado incidente, ese mar
lleva desde entonces el nombre del rey.

Teseo fue aclamado por los atenienses, pero se sentía responsable


de la muerte de su padre y no quiso convertirse en rey. Prefirió
instaurar la república: desde entonces, los ciudadanos, reunidos
libremente en asamblea, gobernaron ellos mismos la ciudad. Teseo,
no obstante, fue nombrado jefe supremo del ejército y aún vivió
importantes y numerosas aventuras.

Tras su muerte, los atenienses le levantaron un precioso mausoleo,


para que todos los oprimidos, pobres y esclavos, encontraran allí
consuelo, en recuerdo de aquél que durante toda su vida combatió
para proteger a los seres indefensos.

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