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Entrevista A Aleksandr Sokolov
Entrevista A Aleksandr Sokolov
ÍCONO
Aleksandr Sokolov: “La misma pintura puede ser una oración no verbal. El
trabajo, cuando se entiende no como fabricación sino como una práctica ascética,
te lleva a un modo sano de vivir.”
Las imágenes únicas se encuentran en todos los tiempos. Igual que los ejemplos de
dudosa calidad. Una vez vi un icono pintado por el famoso teólogo del s. XIX Teófanes
el Recluso. ¡Vaya desastre, qué falta más absoluta de gusto! Me impresionó el contraste
entre su gran experiencia espiritual-ascética en su vida y su literatura ¡y su ceguera
artística en la pintura!
– Todos reprueban el copiar de los patrones. Pero, ¿cómo se puede pintar? ¿Cómo
encontrar un camino equilibrado, sin desviarte ni hacia una “realización del yo” ni
hacia un copiado mecánico?
– Pienso, desde luego, que es mejor copiar iconos para ganarse la vida que pintar
algunas cosas contrarias a nuestros principios. Eso, de alguna forma, te lleva hacia la
Iglesia.
»Pero al final, sacar iconos a gran tirada, copiar, está muy mal, ya que disminuye el
nivel de las exigencias hacia el icono, al igual que tergiversa su comprensión.
»En general, el mal mayor del arte religioso contemporáneo es un gusto poco exigente
de los clientes, consumidores. Lo que les importa es el tamaño, es el argumento. Nadie
espera que un icono sea una imagen divina. Son muy escasos los entendidos
(sacerdotes, obispos), los puedes contar con los dedos de las manos, así que no pueden
influir mucho sobre la triste situación actual.
»Lo que florece es la industria de los objetos de culto, mientras que el arte sacro –
sagrado, espiritual – sigue siendo cosa de “freaks”.
– El arte sacro, por una parte, es de élite: por definición, la persona ha de saber y
entender mucho. Por otra parte, es marginal: es la esfera de los que nunca se verán entre
los “dueños de este mundo”. El arte sacro está abierto para todos, pero no todos lo
necesitan.
– A los 13-14 años es la edad cuando dejan de ir a la iglesia. Y para usted fue la
edad de venir a la iglesia ¿Cómo fue?
– A los 14 las personas comienzan a pensar en el sentido de la vida, y a veces con tanto
dramatismo que sienten que sin el sentido no hay vida. Me parece que estaba en mí, en
forma aguda, aquella tristeza juvenil, la obligatoriedad de entender el sentido de la vida:
si el sentido no existe, ¿para qué vivir? No lo experimentaba yo solo: había algo en la
atmósfera que insistía que las personas buscasen una salida de una realidad totalmente
vacía del sentido. Luego a menudo me encontré con personas de mi generación que
llegaron a la fe en el mismo tiempo que yo. Cuando este problema se me presentó a mí,
me dirigí hacia la fe. Me dejaron una Biblia en finísimo papel de arroz traída por una tía
clandestinamente del extranjero, y comencé a leer todo seguido.
»Al terminar los cuatro primeros libros (Génesis, Éxodo, Levítico y Deuteronomio),
decidí cumplir lo leído a rajatabla y me dirigí a una sinagoga para circuncidarme. Allí
hablé con un oficial poco simpático. Tras haberme interrogado sobre mi nacionalidad y
aclarado que sólo poseía un cuarto de sangre judía y además, por parte paterna, me dijo
más o menos lo siguiente: desde luego, puedes circuncidarte, pero nunca serás un judío
de primera clase. Por suerte, no me circuncidaron allí mismo: el rabino estaba fuera.
»Una vez bautizado, comencé a pensar en que estaría bien pintar un icono. No antes de
terminar el instituto. Luego me fui al servicio militar y a la vuelta, en noviembre de
1980, me casé en seguida. En diciembre pinté mi primer icono, en una tabla que había
preparado antes de la “mili”. Era una copia del icono de santa Parasqueva de la Catedral
del Manto de la Virgen en el cementerio moscovita de Rogozhi. Aquel icono no se
conservó, pero el segundo, “No me llores, madre”, sí y se guarda en nuestra casa.
– Primero fue la sensación del encuentro con el icono. Quería saber más, entender. Y
aún estaba muy lejos de comprender lo que es un icono.
»La primera sensación, cuando apenas empezaba, era juvenil, primitiva: creía que mi
talento podría servir a la Iglesia y a las personas. Y luego apareció otra comprensión,
totalmente distinta: que no era un servicio a la Iglesia y a las personas sino simplemente
un camino. Una práctica ascética. Una persona puede dedicarse a la formación de su
propia alma a través de cierta acción.
»No quiero ofender a nadie, pero a menudo las personas que trabajan con el arte sacro,
fabrican objetos de culto. Con un noble fin: adornar un templo, dotar a la gente con un
medio de oración y, lo que también considero digno, ganarse el pan. Pero, idealmente,
todo eso ha de ser secundario.
»Hay que decir que el padre Anatoli no era un pintor. Pero arregló su templo de madera
(construido en el 1925, época de las persecuciones religiosas) de tal modo que ahora lo
considero un ejemplo de interiorismo eclesiástico. Allí trabajaron muchos de los
iconógrafos contemporáneos. Yo también tuve ese privilegio.
»El padre Anatoli me apoyaba y ayudaba como podía. Cuando nos casamos no teníamos
nada: ni casa, ni dinero, ni trabajo. Y el padre Anatoli me daba encargos: copiar iconos,
pero, creativamente, pensando en lo que estabas haciendo, era interesante.
»En los años de estudios en el instituto superior me ayudó mucho otra persona, hoy ya
fallecida: Boris Andreev, también iconógrafo. Me lo había presentado mi tía, la de la
Biblia… La tía jugó un gran papel en mi vida. Ella me llevó a la escuela de arte. Más
tarde, cuando decidí bautizarme, me vigilaba, para que lo hiciera todo conscientemente,
con entendimiento. Aunque ella aún no estaba bautizada.
»En el Centro grabar trabajó y sigue trabajando Adolf Ovchinnikov que elaboró una
tecnología detalladísima y correctísima de la iconografía. Ya entonces prestaba mucha
atención a que, en el arte sacro, todos los procesos tecnológicos han de tener un
significado especial.
»Dos años de estudios me dieron muchísimo. Podría haber seguido estudiando, pero en
1983 la Iglesia recuperó el monasterio de San Daniel, lo comenzaron a restaurar, y el
Patriarca envió allí al famoso iconógrafo padre Zinon (Teodoro). Y trabajé con él un
año en el monasterio de San Daniel.
»Su templo, cuando nos conocimos, estaba tan cuidado que no se le podía ocurrir a uno
qué aportar… En resultado, hice unos mosaicos en las fachadas del templo, mosaicos y
pinturas murales en la capilla del cementerio de su parroquia. Seguimos siendo
espiritualmente cercanos. Por desgracia, nos vemos poco…
– Me da vergüenza pensar que yo, el pintor de ese icono que media curaciones a los
alcohólicos, también bebo a veces si la compañía es buena –se ríe el artista–.
»Hablando en serio, sí, la responsabilidad aumenta, pero no por un icono concreto, sino
que viene con la edad, con la comprensión de que cada año te queda menos tiempo. Para
mí la responsabilidad está en lo otro: intentar no hacer algo en contra de mi conciencia.
»No me gusta demasiado pintar a los santos sin tener una buena imagen personal, con
un rostro abstracto, cuando nadie sabe qué aspecto tenía el santo, cuando hay poca
información sobre él… Resulta que estás creando una imagen esquemática. Es mucho
más interesante pintar a un santo cuya memoria se guarda y se pasa cuidadosamente, o
existen sus fotos.
»Más de una vez he pintado a los santos recientes, nuevos mártires. Me es importante
transmitir los rasgos personales de un santo, iluminados por la Luz Divina.
– Me gusta hacer de todo, sobre todo lo que no sé hacer. A menudo comienzo a hacer
algo antes desconocido por mí. ¿Un interés deportivo? Me da fuerzas, inspiración.
»A veces, hay que hacer algo novedoso, por ejemplo, una pintura mural. Aunque ahora
ya me es pesado físicamente y requiere fuerza de voluntad: uno ha de esforzarse,
madrugar, trabajar horas y horas. Se requiere disciplina e interacción con otras personas.
Dirigir una pintura mural, trabajo en equipo, es una profesión aparte, y muy dura. Por
eso actualmente realizo unas pinturas murales en solitario – en el templo de Nuestra
Señora de Kazán en el pueblo moscovita de Puchkovo.
– Por la mañana, normalmente, estoy en la obra, luego voy al taller, donde trabajo al
lado de mi mujer.
»Por la noche solemos ver películas, y así llevamos unos cinco años. Antes no teníamos
televisión ni vídeo. Luego, todos mis hijos se compraron computadores, y yo, un dvd.
Pero mis hijos crecieron sin televisión. No por una prohibición tajante, podían ir a ver
algo con los vecinos… como lo hacíamos a veces nosotros mismos. Pero es imposible
tener una tele en casa: es una violencia contra la persona, es que te absorbe, al pie de la
letra, y además con tonterías…
– Mi hija mayor es historiadora, y aunque sabe pintar y barnizar en oro… tiene tres
críos pequeños. Otra hija es diseñadora de ropa, y también sabe barnizar en oro:
actualmente me está ayudando en el templo. Mi hijo Iván sabe hacer de todo: pintar,
esculpir… pero esculpe albóndigas: es cocinero.
»Opino que hemos cometido muchos errores en su educación. Pero lo de haber elegido
su propio camino, es normal.
– Siguen yendo a la iglesia, pero para ellos no es lo mismo que para nosotros. Lo que no
se compra a un alto precio, no suele valorarse. Ellos son parroquianos desde su
nacimiento, para ellos todo es natural, tranquilo, sencillo, sin revelaciones. Espero que
cada uno tenga por delante un encuentro verdadero con Dios.
– De momento sigo sin poder rechazar trabajos por encargo para ganarme la vida. Ya
me gustaría hacer sólo lo que me guste, de momento lo puedo permitir raras veces. Mis
hijos aún no son del todo independientes. Sólo llevan un año ganando dinero para ellos
mismos. Así que nunca he tenido la libertad de hacer lo que quisiera. Tengo muchos
sueños por realizar.
– ¿Conoce la situación cuando parece que todo va mal, cuando se caen las manos,
en depresión?
– No, desde los 16 años. Y entonces, también solo de resaca. En realidad, soy un
hombre feliz. Tengo una mujer sin la cual no me imagino. Somos uno. Desde luego, a
veces nos reñimos. Ella es de los cosacos, creció en el Cáucaso, con su temperamento
correspondiente… ¡Así la depresión no tiene ninguna posibilidad!
»Es sabido que el icono fue obtenido y venerado precisamente por su intercesión en la
lucha contra la borrachera. Y muchos acudían a él por esta razón y obtenían aquello que
pedían. No creo que sea una tergiversación de su sentido: simplemente hay un lado
teológico y otro, cotidiano. Y lo teníamos en cuenta cuando reproducíamos el icono. La
idea era del abad del monasterio Vysokiy el padre Iosif (ahora es obispo).
»El icono original se había perdido definitivamente, se cree que destruido por los
bolcheviques. No se conserva ninguna copia canónica; según testimonios escritos, era
“al estilo griego antiguo”, o sea, postbizantino, de ss XVI-XVII. No queríamos estilizar
el icono, solamente procuramos restaurar la iconografía según la descripción literal.
– Un mes. Normalmente no pinto una sola cosa sino varias a la vez, el proceso de crear
un icono lo presupone. Después de acabar el dibujo, el pintor pasa el icono a otro artista
que barnice en oro los nimbos. No es por eficacia, simplemente es una tradición en mi
familia: yo quería que mis hijos participaran en el trabajo, así que ellos barnizan en oro.
– No, mucho más tarde. Me bauticé a los 16, y a los 2 años me fui al servicio militar.
Intenté eludirlo, para lo cual quise entrar en la Academia de Bellas Artes: no tuve éxito,
porque era el único de los aspirantes que no pertenecía a las Juventudes Comunistas.
Así que serví 2 años en la Armada, pero en la costa, dibujando pósters. Al regresar, en
seguida comencé a pintar iconos.
– ¿Qué persona es la más importante en tu vida? La que tienes ahora delante. Igual con
un icono: si eres sincero, el más importante es el que está enfrente. Es lo ideal. Pero en
la práctica hay casos cuando has de terminar de prisa, como sea, sobre todo por falta de
tiempo. Para un iconógrafo no hay nada peor que un cliente que mete prisas: para una
fiesta, para la visita del obispo… Y así sale un icono con tufo de chapuza…
»Las oraciones verbales durante el trabajo o frenan el trabajo, o frenan la oración. Pero
supongo que la misma pintura puede ser una oración no verbal. El trabajo, cuando se
entiende no como fabricación sino como una práctica ascética, te lleva a un modo sano
de vivir. El arte como labor da mucho para el alma, el corazón, la razón. Si al final te
sale un artefacto: un cuadro, icono, lo que sea, es un resultado colateral. El 90 % del
sentido está en la labor misma.
– No me gustaría separar el arte sacro y profano. Si llamamos arte sacro sólo aquello
que se fabrica para interiorismo eclesiástico, es una definición muy estrecha. Es igual
que considerar que la vida cristiana abarca sólo aquello que pasa durante la Eucaristía.
Creo que un cuadro puede decirte no menos, y a veces más que un icono pintado
mecánicamente. Tal icono se aproxima al arte abstracto es un conjunto de líneas y
colores. Hay iconos pintados sin participación del alma. Y con el tiempo no se
transformarán por más que se ore ante ellos, no se harán milagrosos, quedan de baja
calidad. Entre los iconos antiguos, hay que decirlo, hay muchos de baja calidad.
– ¡Muchísimo! Japón me ayudó a comprender qué estaba haciendo. Antes había muchas
cosas que hacía sin pensar. En Japón, en la tradición oriental, el arte y la filosofía van
juntos. Es aquella “cosmovisión en colores” de la que se hablaba refiriéndose a la
iconografía a principios del s. XX. Por desgracia, en Rusia a menudo el arte sacro se
convertía en fabricación en masa, copiado, lo que llevó a la decadencia. Se evaporó el
espíritu… Originalmente, en Rusia los iconos se consideraban como fabricación profana
de objetos de culto, en las aldeas artesanas los pintaban mecánicamente, los vendían
casi a peso, por cuatro duros… los que siguen valiendo ahora. Mientras que en la
tradición oriental el arte es un método de comprensión de este mundo, un modo de
comunicación con las fuerzas sobrenaturales.
»Por primera vez me vi en Japón gracias a una mujer maravillosa, Okawa-san que, en su
vejez, decidió dedicarse a pintar iconos. Ella toda su vida ha sido ortodoxa, sus padres
alcanzaron a conocer a san Nicolás Kasatkin, arzobispo de Tokio que dejó tras su
misión a más de 30.000 cristianos ortodoxos en Japón y la catedral de Tokio que los
japoneses llaman “Nikolai-do”.
»Okawa-san me invitó a Japón para que le enseñara a pintar iconos, y a cambio me dio
muchísimo para entender lo que estaba haciendo. Por ejemplo, entonces comprendí que
el icono era un Camino. La palabra japonesa de moda, “dao” o “do”, significa
“camino”. Cuando decimos “aiki-do”, “ju-do”, no pensamos en eso. Pero en el oriente
es lo mismo: la técnica del arte y su comprensión filosófica. O sea, se puede decir con
toda certeza que la iconografía también es un camino, un camino de desarrollo
espiritual: “Icono-do”
– ¿Cómo son los iconos japoneses? ¿Intentan dibujar algún símbolo japonés, o dar
a los santos rasgos orientales?
– Eso lo practican los artistas católicos con un fin misionero, supongo: acercar la
imagen a las tradiciones nacionales, hacerla más comprensible. Creo que es un fin
erróneo, porque el icono es bastante universal y cosmopolita. En Rusia siempre
apreciaron los iconos griegos. Ahora, en Grecia aman mucho los iconos rusos…
– ¿Qué piensa de que ahora hay que pintar unos iconos más contemporáneos? Por
ejemplo, el manga es popular, hay que pintar al estilo del manga…
– Yo, como Mao, repetiría: “Permitir que 100 flores florezcan”. Mi director espiritual
era más bien tradicionalista, conservador. Pero nunca se reía de mí cuando me
entusiasmaba con algún aspecto del arte contemporáneo. Siempre con mucha atención
trataba mi experiencia y me permitía enfermarme y convalecer por mí mismo. Porque
después de una enfermedad la persona queda inmunizada.
– A partir de los diez, once, es individual. Lo importante es que sigan ayudando. Mi hijo
menor ahora tiene 18, y cuando necesita dinero viene a preguntar si tengo algún trabajo
para él. Y le invento algo, barnizar no sé qué, porque creo que un trabajo así sostiene al
hombre, y si además le proporcionan el dinero, es un plus.
– Hubo un tiempo que yo hablaba con escepticismo de varios cursillos a dónde venían
personas de muy distinto nivel de preparación. Sobre todo están difundidos en el
occidente, donde las ociosas abuelas jubiladas se entretienen con iconos, mosaicos, etc.,
sabiendo de antemano que no llegaran a grandes éxitos. Desde el punto de vista de un
profesional es poco serio. Pero con el tiempo llegué a entender que esa gente se dedica,
en general, a su alma, hacen algo que es importante para ellos personalmente.
»Hace tiempo pasé al lado de una cárcel y pensé. Allí la gente se dedica a tonterías tipo
coser manoplas, fabricar escobas… Creo que sería más correcto proponer a los reclusos
a familiarizarse con el arte sacro. Pueden preparar las tablas, rizas metálicas, se puede
fundir, prensar, hacer mosaicos, azulejos, tallar en madera, o pintar iconos. Eso sería
mucho más interesante y ayudaría muchos más que una terapia laboral formal. Porque
no es lo mismo una labor que una fabricación.
El icono “Cáliz Inagotable” fue encontrado en 1878. Un campesino que padecía mucho
por su dependencia alcohólica, soñó tres veces con un anciano venerable que le indicaba
que encargara una misa en honor al icono del “Cáliz Inagotable” del monasterio de la
Madre de Dios en Serpujov.
El campesino, con sus piernas que ya casi no funcionaban, se puso en camino, a veces a
cuatro patas, a veces con muletas. En el monasterio nadie había oído hablar de tal icono.
Pero en un pasillo entre la catedral y la sacristía encontraron una imagen en cuyo
reverso estaba escrito “Cáliz Inagotable”. Después de la misa el campesino regresó a
casa con sus piernas curadas y dejó el vicio de la borrachera.