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T.4. Teatro anterior a 1939. Tendencias, autores y obras.

A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el teatro español estaba
anclado en una comedia de costumbres burguesas. Sin embargo, la divergencia
entre el teatro español y el europeo, más plural e innovador, se fue acrecentó,
provocando que en España también se acentuaran las diferencias entre la línea
tradicionalista y la renovadora.

El teatro tradicionalista es inmovilista, poco creativo y de calidad


dramática pobre en comparación con el esplendor literario del siglo. Dentro de
esta línea, se distinguen tres tendencias:

En primer lugar, el teatro poético consistió en un drama de la historia


nacional, impregnado de la ideología tradicionalista. Sobresalen Francisco
Villaespesa con Doña María de Padilla, y Eduardo Marquina, con Las hijas del
Cid o En Flandes se ha puesto el sol.

Por otro lado, la comedia burguesa tiene a su máximo representante en


Jacinto Benavente, que moderniza la escena española acercando el teatro a la
mentalidad de la época. Sus obras pasan de ser vehículos de críticas a piezas
bien construidas, llenas de finura y de elementos referidos a la realidad
burguesa. Sobresalen Los intereses creados y La malquerida.

En tercer lugar, el teatro cómico pretende únicamente la carcajada del


espectador. Los hermanos Álvarez Quintero cultivan la comedia de costumbres
andaluza: El genio alegre o La malvaloca. Arniches destaca por sus sainetes, en
los que se mezclan los madrileñismos, los dobles sentidos y los juegos de
palabras: La señorita de Trévelez. Muñoz Seca crea el astracán, género que logra
la risa mediante situaciones disparatadas: La venganza de Don Mendo.

Paralelamente, se desarrolla el teatro renovador, inspirado por las


corrientes innovadoras europeas también dividido en tendencias:

En el teatro de ideas, se exponen y difunden pensamientos. En las obras


de Unamuno, como Fedra y El otro, los personajes encarnan valores y la
densidad conceptual de los diálogos dificulta la representación. Por su parte,
Jacinto Grau aspira a restaurar la tragedia como género teatral en obras como El
señor de Pigmalión, una farsa tragicómica sobre el poder y sus peligros.
Con el teatro vanguardista o experimental se ensayan nuevas
herramientas de representación escénica. Exponen esta tendencia Ramón
Gómez de la Serna, con Los medios seres; Azorín, con Old Spain y Angelita;
Alberti, con El hombre deshabitado y Alejandro Casona con La dama del alba.

Mención aparte merecen Valle-Inclán y Lorca por formular propuestas


arriesgadas.

De la producción valleinclanesca anterior al esperpento, con influencias


modernistas, sobresalen Comedias bárbaras y Divinas palabras , del ciclo mítico
y Farsa y licencia de la reina castiza, del ciclo de las farsas. En los esperpentos,
el autor deforma la realidad, distorsiona el lenguaje y degrada a los personajes.
Destacan Luces de bohemia y Martes de carnaval.

En el teatro lorquiano (en verso, en prosa o mezclando ambos) el amor y


la frustración son los ejes de la acción dramática. Destacan obras como Mariana
Pineda, La zapatera prodigiosa, El retablillo de don Cristóbal o El público. Sin
embargo, la cima de su producción teatral la constituyen las tragedias de entre
1933 y 1936: Bodas de sangre, Yerma, Doña Rosita la soltera y La casa de
Bernarda Alba.

En conclusión, el teatro anterior a 1939 ilustra una vez más la diversidad


y la variedad de la literatura española.

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