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¡ O L Í T I C A N A C I O N A L Y P O L Í T I C A

I N T E R N A C I O N A L

DEL I M P I R I O
Coafereacra pronunciada por el ^amarada

SANTIAGO MONTERO DÍAZ


en el acto organizado por l a Jefatura de

la Escuela de Formación y Capacitación


de Vieja Guardia de Madrid

MADRID. JULIO D E 1943


POLÍTICA NACIONAL Y

DEL IMPERIO
POR

SANTIAGO MONTERO DÍAZ

4 pin M ( 4 ' >r "- ' :fV ^ H "Js ; ffl^v í f .

PUBLICACIONES DE LA ESCUELA DE FORMACIÓN

Y CAPACITACIÓN DE VIEJA GUARDIA

MADRID, JULIO DE 194 J


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«

EA DEL IMPERIO

La primera poto constitutiva de la idea de Imperio


es la de universidad. En tal sentido el Imperio es siem-
pre una superación del Estado. El Estado se caracteriza
como poder de dominación ejercido sobre un territorio
nacional. Es un orden jurídico total, realizado sobre una
base—población y territorio—cuyo límite está en la na-
ción. El imperio, en cambio, no reconoce límite espacial
alguno. El Estado es el centro, el motor del Imperio, no
el Imperio mismo. El Estado halla un límite humano y te-
rritorial en el núcleo étnico y geográfico que constituye
la nación. Las fronteras del Imperio, por el contrario, se
caracterizan en su ¡limitación. Llegan adonde el poderío
del Estado que lo propulsa.

Por eso decimos que la universalidad constituye la


esencia misma del Imperio. Si formulásemos una morfo-
logía histórica de las auténticas realizaciones imperiales,
veríamos, a través de las más distantes estructuras polí-
ticas, el factor común de universalidad. Hasta ahora nin-
gún Imperio se ha extendido por la totalidad de los tie-
rras conocidas. Pero alguno—pensemos en el Imperio
1
Romano— ha agrupado en una vasta unidad política
las tierras todas del ámbito cultural, las tierras del pai-
saje originario de la cultura. En tal sentido ha sido uni-
versal. Y esta universalidad es tan inseparable de la idea
Imperial, que nuestra Edad Media occidental, desde
Otón 1 hasta Federico f!, sintió apasionadamente la ideo
imperial como unicidad, no solamente como unidad. Es
decir.* concibió un único fmpenum, un Domínium mundi
como exclusiva estructura política de la humanidad ci-
vilizada. | ; i fiSl'lJ^Siii

Pero no podemos interpretar esta universalidad como


mera extensión. Toda idea genuinamenté imperial es uni-
f«. ÍÜ; v i'v" - f e w ^ - B f t Si :.. ''•.• •Í7 ^ ^ W B ' r f 'ü'.-.'-'m ' "^.v, l'.í<íi , : ó .> • ' • ' • « S - . , f e 1 -
í'ív\ . ' ! ' ' . ' j t f c T j y * ' - . - . :
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versal por referirse a un orden de valores y de ideaies


universales también. En tal sentido decimos que el Impe-
rio implica una etiddad, alude a un esencial esquema
trascendente de anhelos, a una programática cuyas raí-
ces -se hunden" en el ineludible i subsuelo de' religiosidad
que vitaliza las grandes creacio<nes humanas.

Sostenemos, pues, que todo verdadero Imperio po-


see un doble aliento* universaí, proyectado a lo vez so-
bre el espacio y los hombres. Por su aspiración a Ja ex-
tensión universal, el Imperio implica poderío. Por su as-
piración a realizar valOIBS humanos universales, impli-
ca eticidad.
"v ¿ó- • '••.. - I" Q íjasi-, ity' Va»'"* % ' ' ¿v ?i . -,.-' . V . •"'•' • ' { - V i ? iV^'v^T •• ; '.va. ' ' • - jrfr ' '; ' 'Tí • - ¿í / J-. • -,.._• •', ''

Por de pronto, Id idea imperial se presenta como un


programa dé saívación, ante un mundo herido de muer-
te. Jamás err la historia ha surgido un auténtico Imperio
en épocas ascensionales, equilibradas y tranquilas. Ha
surgido siempre en instantes patéticos, sobre tremendos
paisajes desolados, en tiempos estremecidos y excépticos.

Recordemos —de pasada— ía


Kahrstedt sobre el Imperio romano. De Silo a Gésar, la
Repú bl ico roma na sufre una pasmosa transformación, in -
terp^^retando genial menfíe las
salvar al mundo antiguó de una fabulosa oleada subver-
siva, rencorosa y asoladora, que a m e n a z a b a de muerte
la cultura clásica. Ren uncíando a tas afirmaciones extre-
IBCÍS de Kqhrsfedt, podemos reconocer que, en efecto,
vi C '*• - : .-/ v « i ' • 1
v- •* • J Á "*>?OjuSaHrl»-'. ^ j h - » T • • • !
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la construcción cesárea se levanta en momentos de pa-
vorosa crisis mundial.
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Y en este riguroso sentido —ideal y espada— pue-


de con propiedad llamarse Imperio al estado mundial
romano. Porque Roma incorporó a una grandiosa fór-
mula política los más distantes y diversos hogares de
cultura, todo el orbis terrarum que para el hombre anti-
guo poseía un sentido. Y porque esta obra de las legio-
nes fué coronada por un programa de unidad, de ciu-
dadanía y de derecho. Así pudo realizarse el milagro
de que, en la hora de la trasmutación histórica, cuando
el ocaso era irremediable, existiese un patriotismo im-
perial, una adherencia intelectual y emotiva del hombre
antiguo a la obra de Roma. Patriotismo que va desde el
extremo occidente, desde el bracarense Orosso, que acu-
ñó en su impetuoso estilo la palabra Romanía, hasta el
oriente mediterráneo, hasta el genial Sinesio, uno de los
espíritus más hondamente griegos de su siglo.

También en este sentido es riguroso Imperio ¡a mo-


narquía universal de los españoles. Por de pronto, por su
extensión planetaria. Y, sobre todo, por el orden ético
y religioso que lo español postulaba y encarnaba en e¡
mundo. La unidad del género humano, teológicamente
afirmada por Suárez, fué sentida como una viva exi-
gencia política por los españoles de su siglo. Y entre las
líneas ambiciosas, precisas y universales del esquema
metafísico suarista, y las aspiraciones de ¡a expansión
española, existe una profunda afinidad estructural. Como
existe también —y al pensarlo recordamos a Ramiro de
Maeztu— idéntica afinidad entre la doctrina tridentina,
hispánica, de la gracia, y la generosa organización vi-
rreinal. • i. r, f M \ - | i*' ¡ •
Pero esta compenetración de religiosidad y política,
esta exigencia permanente de sentido ético en la expan-
española, bien conocida, Justamente por elfo

como í mpe-
, como no sea en ©i con
Si por Imperio entendemos, como queda expuesto, un
orden universal inspirado en imperativos del espíritu y
realizados por la acción heroica, no nos es lícito hablar
de imperio británico. En 1938, dirigiéndome a un públi-
co obrero, procedente en gran parte de! socialismo nor-
Í4
teño, dije: EI marxismo ha difundido arteramente una
concepción tosca y materialista del imperialismo. Para
Lenin, en su terminología neomarxisía, imperialismo és ia
etapa final del capitalismo, es decir, !a etapa de ios
grandes monopolios, las concentraciones de! capital, la
rivalidad rapaz de ios financieros, la lucha por ¡os mer-
cados y e! reparto sangriento de la colonia. En este sen-
tido puede hablarse del imperialismo yanqui, y no es una
5
cosa muy superior a todo esto el imperialismo británico/

Hoy me cabe e! honor de mantener en su integridad


estas palabras. Fueron pronunciadas algo más de un
año antes de comenzar el conflicto actual En la guerra,
sobre los campos de batalla, con la movilización del es-
píritu y la tensión ética de la retaguardia, Alemania ha
demostrado su capacidad histórica de Imperio. Pero In-
glaterra y su inmensa retaguardia trasoceánica han pro-
bado cumplidamente que no es injusto caracterizar e¡
imperialismo inglés con otra fórmula que la fórmula d©
Lenin.
Esta invalidación mora! del imperialismo inglés se evi-
dencia en el trato dado a los indígenas de las tierras co-
loniales. Quien compara la historia de ¡a colonización
española con la historia de la colonización británica,
contrasta en rigor dos maneras opuestas de entender la
vida. Las ordenanzas de los Reyes Católicos y e! Car-
denal Cisneros reconociendo la libertad de los indios,
las medidas del virrey Martín Enríquez de Almansa obli-
gando a los españoles residentes en Méjico a constituir-
se en enfermeros de los chichimecas durante una formi-
dable epidemia, ía incorporación de los indígenas a Id
8

son
é punto de la
zada por io de Id ación i
América del Norte. Pero sin
nes a la historia, quiero citar —como
y

Nada como la

presión de

de los
sanitaria; el problema de! ísmo, como
t la moral británica

utilizaremos datos sumiñi


atemana o las oficinas
as icac iones
l concretamente al
manos,
d ebi d o a J . A. Si n ton, y

bras: f®§ paludismo es, en años o raí na nos,


directamente por lo menos de un miflón de muertes anua-

ano por
caso
Estos datos, provenientes de publicaciones oficiales
inglesas o de organismos afectos a Inglaterra, son bien
elocuentes. Inglaterra ejerce sobre la producción mun-
dial do quinina un control casi absoluto. Con la quinina
se han amasado muy sólidos capitales. Pero ia quinina
de control inglés no va, sino en parte deliberadamente mí-
nima, a aliviar la epidemia indo^tánica. Un pueblo pa-
lúdico es siempre un pueblo sumiso. Liquidar el paludis-
mo en la India, o reducirlo (pues su completa elimina-
ción sería imposible), equivale a liquidar también la do-
minación inglesa.
Y en esta inasistencia médica, deliberada e inhuma-
na, extensiva —con el paludismo— a otras muchas do-
lencias, se basa una buena parte del predominio britá-
nico sobre la gran colonia enferma. La política sanitaria
africana, en cambio, es muy distinta. El negro no posee
la conciencia histórica que el indio, ni ¡a acucia la rebel-
día nacionalista. El negro es, además, el bracero indis-
pensable, la insustituible mano de obra en ¡as explota-
ciones. La población negra es, en absoluto y en propor-
ción, muy inferior a la india. Un bracero indio, agotado
o muerto por el paludismo, es sustituíble siempre. Miles
de nuevos obreros palúdicos esperan su turno para lle-
nar durante diez años un puesto en el trabajo. Pero el
negro no es igualmente sustituíble. Estas razones econó-
micas coinciden con una superior política sanitaria en el
continente negro. Y, sin embargo, allí las dificultades son
mayores. Como dice el holandés Van Seidam, "el con-
,,
tinente negro debía ser llamado el continente palúdíCO
(Chininum, Amsterdam, 1925, p. 19). Pero no importa que
las dificultades sean mayores en la quinización del ne-
gro que en la de! indio. Inglaterra vence estas dificulta-
des, porque también son mayores los beneficios.

He apelado a estos datos por creerlos conciuyentes.


Pero semejante conducta ante las tierras dominadas se
10

en - i
no impero por la tuerza y el espíritu. O simplemente, no
su prepotencia sin retroceder ante ios
aún. l i f t é
fundamentos e¡ derecho natura!. -
Inglaterra no defiende un orden definido y propio de
ideales, capaz de una proyección sim-
plemente, la democracia como instrumento político para
impedir la unidad del pdís sometido. Le falta e.sta esen-
cial condición df poder la de ser
una

Pero te falta también ia capaciaaa imperial en ei sen


¡¡do heroico. Suscribo plena mente las palabras de Goblet
:
caracterizar la actitud de la masa popular ante las em

rak, de Mesopotamia,
Por estas razones, que dejo simplemente esbozadas,.
pues entrar detalladamente en el análisis de la Com-
monwealth no es el objeto de esta conferencia, no puedo
entender como Imperio el conjunto de países que Inglate-
rra dirige.

Ei Estado no se caracteriza sólo por un mero poder


de dominación. Es Estado en cuanto que este poder de
dominación crea un orden jurídico total, sobre un terri-
torio y en un pueblo. Tampoco el mero poder de domi-
nación caracteriza el Imperio. Acorazados, materias pri-
mas, bussines y reservas oro no constituyen por sí solos
un Imperio. Imperio implica, además, orden ético y he-
roísmo.

Por motivos análogos no podemos reconocer una ca-


pacidad auténticamente imperial en la otra de las gran-
des potencias anglosajonas: los Estados Unidos. Tam-
bién renunciamos a toda apelación histórica. No hable-
mos de los turbios orígenes, del despojo de Sudarnérica,
de la provocación a España a costa de la sangre nor-
teamericana. Parecen distinguirse ahora dos etapas his-
tóricas, bien determinadas, en la evolución del llamado
imperialismo norteamericano.

La primera está caracterizada por el monroísmo y la


postura panamericana. No intervención en Europa, y
unión de los americanos como fórmula para encubrir la
progresiva penetración en el sur. La teoría del paname-
ricanismo está en las Conferencias y los Congresos. La
realidad, en el despojo de Méjico y de Colombia. Claro
está que el panamericanismo patrocinado por los Esta-
dos Unidos ha rechazado o combatido toda fórmula de
una estructura supraestatal en América, de origen sud-
americano. Así ocurrió con el movimiento panamericano
iniciado en 1826 por los países hispánicos de la Améri-
ca del Sur, en el Congreso de Panamá. Los ambiciosos
12

proyectos de aquella Ligo de pueblos, llamada a ser una


alianza liberal en el Nuevo Mundo para contraponerse a
la Santa Alianza y ai absolutismo europeos, fueron: ais-
lados por los Estados Unidos, a quienes, no interesaba
otra política continental que la dirigida desde Wash-
ington* El fracaso de un panamericanismo latino en el
Congreso de Panamá de 1826 es uno de los primeros éxi-
tos del imperialismo' yanqui. Los escritores y políticos de
Sudamérica suelen, olvidar con rara unanimidad aquello
fecha y su significación,

La segunda etapa del imperialismo norteamericano


comienza en nuestros días.. Ahora se trata de una irrup-
ción en e! mundo, de una seria infílfración en posiciones

Esa expansión podría alcanzar la superficie ingente


de yn gran Imperio. Admitiendo tal hipótesis, cabe qué
nos preguntemos cuáles serían sus ideales y su moral,

•Recuerdo con. esté motivo un artículo, publicado en


i M ^ É ^ I ^ I ^ ^ ^ ^ por el Teniente Coronel Warrers;
i Clear; Trata del ejército japonés, y relata sus impre-
siones de una prolongada convivencia con la oficialidad
y soldados del Japón. E! artículo es • una apología sin
reservas de las virtudes militares, el heroísmo y e! des-
precio a la vida de los soldados japoneses. Elogia las
"marchas que no hubiera podido resistir ninguna otra
infantería de! mundo". Exalta la disciplina demostrada en
fatigosas maniobras. Relata i ^ A ^ ^ ^ I ^ P i l f ^ ^ ^ i ^
de que los náufragos de un avión japonés derribado por
un buque norteamericano prefieren ahogarse q tocar los
salvavidas que les lanza el barco enemigo. Y concluye
— 13 —

con estas palabras: "Lo que decidirá ía guerra serán los


medios mecánicos y los recursos industriales. Y en este
terreno, el Japón es diez veces inferior. Quedará ven-
cido, no tan sólo por la superioridad numérica de las
fuerzas que al fin se lancen contra él, sino por la supe-
rioridad de los medios mecánicos y de la potencialidad
industrial de sus enemigos."
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J HffiK'i 2« 2J • i • r-T < L . I | «W» - " ¡V rj ^rílílti ' " ¡ . ., M t .y. .. «i . \ ;

Es decir: el Teniente Coronel Warren J. Clear reco-


noce las superiores virtudes del adversario, su espíritu
de sacrificio y su moral magnífica. Pero confía en la in-
dustria, la mera superioridad material, la mecanización.
En definitiva, tal es la mentalidad yanqui. Era también
esta concepción —en escala más reducida— la que ani-
maba a los marxistas españoles cuando comenzó nues-
tra guerra. Prieto la expuso con energía y claridad en
los primeros días de la contienda. "Tenemos el oro", dijo a
las guarniciones sublevadas, que sólo tenían el coraje.
!
Desgraciadamente, para los Estados Unidos, e Te-
niente Coronel Warren no es ¡a excepción. La gran de-
mocracia norteamericana se ha esmerado en lograr una
concepción antiheroica de la vida. Espera !a victoria,
pero ía espera de sus máquinas y de su oro. Ha logrado
el éxito africano, éxito irrisorio del número. Ha retroce-
dido en Filipinas, donde no fué posible oponer diez hom-
bres a un soldado imperial.

Desgraciadamente, para los Estados Unidos, toda su


tónica guerrera coincide con la confianza del Teniente
Coronel Warren en la aplastante potencia de la supe-
rioridad cuantitativa: los planes de Roosevelt, la pro-
paganda de Wáshington, el esfuerzo industrial, la con-
cepción misma de las operaciones militares...

Si el pueblo norteamericano implantase su hegemonía


en anchos sectores del planeta, habría logrado una mera
y es u n
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Y conste que cuanto va dicho se ai regimen,
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no os pensar como , que escn-
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ble de un nuevo estado m un dial; €1 surgi miento de los es-


fados nacionales seria como un dique gigantesco ante el «Ski

y
ñores.

iza cío
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— 15 —
'.'i »•. 7 - j * " ' í - v, v. . j. " ' 1

otro comino vitaliza siempre los comienzos de un Impe-


rio, Una mística nacional, de trasfondo religioso, enno-
blece la lógica aspiración al poderío. El partido se con-
cibió desde el primer momento como una Orden, con la
nostalgia de; las viejas Ordenes teutónicas. Una Orden
de disciplina ascética y militar, llamada a encuadrar al '
pueblo para movilizar los grandes destinos étnicos del
germanismo.


Con todo ello, y aún proclamando la espléndida ca-
cB B •i . ^ m M Í ' » ' " ' .'.-•. i "* ttí B I ' \ S- , NB.1"-^-*'- í»

lidad ética y combatiente del nacionalsocialismo, los des-


tinos y las posibilidades imperiales de la nueva Alema-
nia no aparecieron con nitidez en los primeros meses de
la guerra.
Yo escribía en 1940 que, para los españoles, unos
cuantos golpes de fuerza en el ámbito geográfico cir-
cundante, no constituían una posibilidad imperial. Estas
palabras —alusivas a la ocupación de Bohemia y a la
conquista de Polonia— estaban entonces plenamente
justificadas. Alemania hacía aquel año una guerra na-
cional
Pero los acontecimientos de 1941 transformaron el
sentido de la contienda. El ataque al mundo soviético ha
conferido a la lucha un carácter imperial. Alemania se
ha convertido desde aquella fecha en un verdadero Im-
perio, en la acepción ética que asignamos a este térmi-
no. Ella incorpora, en efecto, la defensa de valores mo-
rales y culturales irrenunciables. Enarboia una bandera
que interesa umversalmente. Asume una misión universal
como protagonista máximo en la lucha contra el comu-
nismo. Es hoy, cabalmente hoy, cuando los éxitos anglo-
sajones y la reacción soviética en Stalingrado han des-
lumhrado a los cobardes y esperanzado a los embos-
cados de toda Europa, cuando Alemania aparece —más
que nunca desde la ópoca de Otón— como un pueblo
de capacidad y posibilidades imperiales.
¿ 'si- ' - • c,
— 16
{ - ' '.

Y así queda marcado el contrapunto de la presente


guerra. El opulento mundo anglosajón no ofrece a ¡os
hombres de hoy otra cosa que la continuidad de su pro-
pia preponderancia. Alemania y sus aliados ofrecen el
exterminio de la amenaza comunista, la posibilidad de
rehacer la historia sobre las esencias intactas de la. cul~
tura europea.

Por fortuna para nuestra generación y para Europa,


este contrapunto no se marca solamente en el abstrac-
to enunciado de los programas. Se !mprime> sobre todo,
en el inequívoco calor de los acontecimientos. Son elfos
los símbolos vivientes del espíritu con que se combate y
se forja la historia. Las guerras se entienden, éticamente,
a través de los grandes quebrantos, más que a través de
las victorias ímpresionantes. Hasta él presente, la gue-
rra actual registra dos quebrantos y
expresivos. Singapur es la moral anglosajona, Stalingra-
do es la sio gloria y sin lucha,
de un tado. De'oíro, el sacrificio<. heroico. ení que se evi|
dencian los alientos imperiales.

Hoy no puede alcanzarse, hasta sus últimas signifi-


caciones, e! sentido de la guerra que Alemania dirige.
Hasta ahora me he producido deliberadamente, en abier-
ta coincidencia con las tesis de la propagarida alema-
na. Sin embargo, debo confesar que mi concepción de
la guerra rebasa las afirmaciones alemanas. Alemania
no lucha solamente por su existencia y por el orden* eu-
ropeo. En un hondo sentido lucha también por sus pro-
pios enemigos.

Quien conozca con mediana


de la post-guerra, desde 1918 a 1923, está en condicio-
nes de pensar si la derrota de Alemania implicará o rio
la subversión comuntsfq en las supuestas potencias ven-
cedoras, El comunismo lucha hoy c o n f e t ^
nin llamó oportunista. Se disuelve la III Internacional err
un momento en que no es posible el norma! enlace con
Moscú. Al tiempo qu© se incrementa así la actividad co-
munista en cada país —especialmente en Inglaterra y los'
Estados Unidos—, obtiénese un éxito ante la credulidad
liberal. Rusia es hoy el puntal de las democracias. Sin ef
frente oriental, probablemente la invasión de Inglaterra
se habría consumado. "Sostenemos a las democracias
—decía Lenin refiriéndose a Henderson— como la so-
ga sostiene al ahorcado." Las democracias victoriosas
contra Alemania serían entregadas a la guerra civil El
marxismo sabe perfectamente que la mejor coyuntura
de la revolución proletaria consiste en transformar la gue-
rra exterior, cuando retornen los ejércitos, en guerra ci-
vil contra la burguesía.

Y Alemania, en su lucha, preservará incluso al ene-


migo de ¡a invasión vertical, como se ha llamado a .la
insurrección proletaria. Hoy el europeo sabe muy bien
que no hay otro dique ante el bolchevismo que una gran
Alemania. Inglaterra pretende ser también un dique, a
plazo fijo, desde el día mismo de la victoria. Pero el di-
que inglés tiene una compuerta: la fatal compuerta de la
alianza.

LA POSICION DE ESPAÑA

Hasta esfe momento nos hemos limitado a precisar


ta idea de Imperio y a encararla con los factores en pug-
na de la presente contienda. Ahora podemos, angustia-
da y serenamente, preguntarnos por las posibilidades im-
periales de España.

Y hemos de confesar que el solo planteamiento de


esta interrogante significa ya un principio de firmeza en
la propia convicción. Yo recuerdo que en 1932, a raíz
20

esencial entre política nacional y política imperial Pro-


piamente, Ja historia de ese error es la historia de nues-
tra decadencia: Pensar que España puede realizar una
política nacional, d© puertas adentro, ínhibícionista, re-
nunciando a sus miras imperiales, a su expansión, arma-
da, a su grandeza exterior.
El sino heroico es irrenunciableo La esencia misma .del
heroísmo reside en esa ¡rrenunciabilídad. El héroe épico
o el héroe trágico no son ocasiona!, sino sustancial mente
héroes. Pierden su entidad si piérden lo calidad heroica.
Destino y vocación son en ellos una misma cosa.
El mismo sino pesa sobre ciertos puebios. Hay na-
ciones que no pueden poseer una política nacional, des- i
política imperial. En ellas se
hace política nacional si se hace. Imperio. Se ten uncía a
la patria si se renuncia al Imperio.
A semejante estirpe de pueblos, cuya vida transcu-
rre al filo constante del peligro, ante la opción perenne y
sin evasiva del no ser o de la gloria, pertenece España.
Y con este signo advino al mundo moderno nuestra Pa-

Ahora se habla mucho de nuestra Monarquía Univer-


sal, es decir, de nuestro imperioiniciado con los Reyes
Católicos. Ahora se discute también si tal o cual fiurna-
l l i f l italiana brindó a Garlos I un programa imperial.
En realidad, nuestro Imperio de aquellos siglos no fué
otra cosa sirio el planteamiento —en escala universal-
de ciertos ideales^ nacionales.
Tres grandes empresas
ñol, de los RR, C C hasta lo lu-
cha contra el Islam;. Se trata de un viejo' programa nacio-
nal —empresa de la Reconquista— proyectado sobre un
plano universal, en Africa y Lepante.
" « 21 —
».• • A' ' " ' t-' ' ^ í ^ [VLE "ii » iV. 3'- L'1»

La segunda es la expansión atlántica y mediterránea,


iniciadas en la baja Edad Media con Castilla y Aragón,
y verificadas en un plano igualmente universal con la co-
lonización del Nuevo Mundo y la expansión en Italia.

Finalmente, la empresa, de unidad nacional, ampli-


ficada en escala mundial desde los Reyes Católicos al
transformar la unidad nacional en unidad de un Impe-
rio solar, que decía Ramiro Ledesma.
Observamos en los mejores tiempos de nuestro pasa-
do histórico, que el Imperio no es otra cosa que la tras-
mutación de los ideales nacionales en ideales universa-
les. Cuando un gran pueblo formula programas naciona-
les de tal poder incorporativo, de tal seducción política,
que pueden transformarse en programas de interés mun-
dial, surge el Imperio. Así se identifican genéticamente
Imperio y Patria. Así la patria —-solar de un Imperio—
puede fundar un Imperio solar.
Pero estas consideraciones históricas no pueden en-
tretenernos más tiempo. La relación entre política nacio-
nal y política imperial ha de documentarse en el presen-
te. El mayor atentado que puede realizarse contra la
tradición es pretender detenerla en tal o cual institución
inmutable, en tal o cual fórmula yerta y estéril. En la tra-
dición —no hablo aquí de un tradicionalismo de cadá-
veres— el pasado es potencia y el presente, acto. Poner
en acto la tradición es, justamente, la tarea revolucio-
n a rio.
Hablemos, pues, de nuestro presente histórico, de
nuestras actualísimas posibilidades imperiales, de la po-
lítica nacional —actualísima también— que ellas exigen.

ESPIRITU DEL PARTIDO

E! nacionalsindicalismo llegó a ia vida española por


dos cauces; JONS y Falange Española. Una y otra or-
gonización nacieron, ante todo; por m imperativo es-
pañol, de recobramiento y grandeza. Pero esa misma
calidad española exigía también un imperativo europeo-
Ambas organizaciones nacían abocadas q la Nueva
Europa, y ese carácter se mantuvo y acentuó desde 13
de febrero de 1934
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Las JONíS, Falange Española, y más tarde Falange


Española de ios JONS, nacían bajo el signo de la pro-
testa ante la postergación de España. Y nacían, por tan-
to, vinculadas a una política internacional de inequívo-
cas orientaciones. '
El sólo enunciado de ¡os 1S puntos de las JONS o de
los 27 puntos de Falange Españóla de las JON'S tiene
una clara traducción al orden de la política internacio-
nal. Nuestro tiempo es en ello exigente y acósador. No
ca b e n eq u ívoco s. Des d e 1870, y m as a ú n d esd e Jjj 918, una
conce pe i ó n d él Esta do entra ña ta nri b lén la conce pcion de
las relaciones internacionales d ^
En. | i | historia ^ reciente de España, había demasiadas
Conferencias de -Algeciras y eñtrevistas de Cartagena,
demasiado daspojó de nuestro espacio africano, dema-
siada desleaitad ante nuéstro hundimiento colonial Las
potencias que acosaron y despojaron a España no . se
si n tie ro n satisfecb ascua nd o n u est r o espacio co I o ni a 1 que-
dó reducido al rineón afriednoi Se implantó- la República
y se fomentó el .separatismo. Cqtaiuña, Vasconia y Gali-
cia fueron inscritas como nacionaiidades oprimidas en
una oficina de la Sociedad^^d^^ Y-

Fa I a n ge Es paño Id d e, las J O NS apareció efi ía vida


íespanolci sintiéndose —en. un orden' de cosas internacio-
nal— solidaria con aquellas pótencias que exigían una
nueva ordenación tanto, irre-
vocablemente hostil - a ios países y los regímenes causan-
Sobre estos hechos es ocioso acumular citas o hacer
historia. Desconocer la posición nacionalsindicalista en
Ía política exterior, es sencillamente desconocer el espí-
ritu mismo y la esencia de nuestro movimiento, con an-
terioridad a 1939.

Voy a evocar —entre muchos análogos— un texto vi-


brante y que recogía bien el sentir de los ngcionalsindi-
cajistas en 1935:
S, - ' ' * 8 •

"Cabe pensar que si se produjese en España un he-


cho con fecundidad suficiente para sacudir su limitación
secular, para levantar en alto la voluntad histórica de los
españoles, sería inmediatamente dificultado, saboteado
por nuestros vecinos... Pero si aconteciese la victoria in-
terior, si España venciese su actual crisis interna de! lado
favorable a su recobradón nacional, entonces las pers-
pectivas internacionales resultarían infinitas. Se atrevería
a todo y podría atreverse a todo. A recuperar Gibral-
tar. A unir en un solo destino a la Península entera...
A trazar una línea amplísima de expansión africana... A
suponer para Europa misma la posibilidad de un orden
continental, firme y justo... Sólo existe en Europa una po-
lítica cuyo futuro difícilmente chocará con el nuestro. Es
0
la política de Alemania../ (Discurso a las Juventudes de
España, 105-7.) • <-' -1| | j

El nacionalsindicalismo nació con una generosa y bé-


lica solidaridad, planteada de igual a igual, de cantara-
da a camarada, con la Gran Alemania y la Italia fascista.
A la afinidad —no identidad— ideológica, se unía la
coincidencia de una común hostilidad.

En aquel momento, la política nacional que ambicio-


naba el Partido, tenía, como reverso inexcusable, un ro-
tundo gesto de repulsa al predominio británico en el
mundo.
iez años, nació-
III
qu© ninguna

> los
España
Los motivos

rmación en

Suponi •en un e

ÍICOv

se nos im
y casi re

Pero si el Partido
que no se responsabilizaba ni siquiera de diez años de
su propia historia?

POLITICA INTERIOR
'.* * " ' XJ . • 'í] ' ¡.y ... ; V i - . ffl f « ^ •* • > ''-:". 'íY• « •Aí.. ' 5 'V '>' | ' . ,' •• ' i «- '«,

Urge, pues, desalojar del ámbito nacional la Cándida


idea de que es posible una política interior patriarcal y
f i

mientras se ventila con las armas el porve-


nir de Europa. Renunciar en los meses venideros a una
I V*" " ES . ' */ - . " * '- líK K " ' *

política imperial, es renunciar también a toda eficaz ta-


rea nacional.
La política interior ha de estar hoy determinada por
nuestra necesidad de expansión y de conquista, por nues-
tra ineludible urgencia de tomar un puesto en el con-
flicto. O dicho de otro modo, una auténtica política na-
cional no puede ser en estos momentos otra cosa que
una preparación para el Imperio.
Esta política nacional, entendida como tarea previa
para el cumplimiento de designios imperiales, tiene tres
fundamentales aspectos. El primero, es un problema de
justicia. Resolver con extrema generosidad las consecuen-
cias de la guerra de Liberación. Al mismo tiempo repri-
mir con absoluto rigor la discrepancia roja que trabaja
en ¡a clandestinidad y alberga la esperanza ilusoria de
una revancha al amparo de los acontecimientos interna-
cionales. Quizá nunca como hoy, desde 1939, haya sido
tan apremiante la liquidación penal de nuestra guerra.
Tampoco nunca ha sido tan apremiante extremar la re-
presión contra el enemigo interior, que ha olvidado su
derrota y se prepara nuevamente para la acción.

El segundo aspecto de nuestra política nacional pre-


paratorio de la empresa imperial, atañe al trabajo. En-
tre nuestras promesas y la situación real de ¡os trabaja-
dores hay —grande o pequeña— una distancia. Esa ais
tanda

re na a contraste, no queda

pañolas, el nacionalsocialismo' ha

peños ge. sa paz.


tas reivindicaciones y
forma el Estado eonvi
Negamos, pues, toda distinción esencial entre
tica nacional y Política de Imperio. En
que vive
fino
fe r mitre 'de una
te d e u n mundo
senda en la

Porque la trama
Sólo un país de! pasado y la solera imperial de Es-
paña puede tener el gesto de saludar con objetividad y
fraterna-.admiración —sin humillación y sin envidia— el
ademán imperial de otro pueblo. Nos sumamos a ese
gesto ciertos españoles: los que reconocemos que Ale-
mania lucha hoy por ¡a dignidad del mundo. Las armas
alemanas no defienden hoy solamente la existencia de
un pueblo, o la reivindicación, como dice la Geopolítica
alemana, de un espacio vital. Defienden algo más que
eso. Defienden incluso algo más que la cultura alema-
na y el nacionalismo de señera ascendencia fichteana.
Al margen de su voluntad concreta de victoria, Alema-
nia defiende, de hecho, la dignidad de la vida europea,
la posibilidad de un arte, de una poesía, de una acti-
vidad intelectual que no esté limitada en el horizonte del
materialismo histórico.
'•¿•i í.'Jf,

Y justamente, para ia Inglaterra oficial de nuestros


días, no iS
' significa
HI ^BW^wWBaf'fflnada
rB p^BBSBv'•'•Hni
BBB' Europa
-Í Isb • ¡ts- • ni^¡usu
vl s§Kcultura.
•S
' i,. |§ \
i ii

Podemos algunos núcleos de españoles coincidir en


esta afirmación con la tesis alemana. Pero hago constar
aquí que la tesis alemana no nos ha revelado nuestra
visión de Inglaterra. La valoración del llamado Imperio
británico, como un hecho antieuropeo, tiene entre nos-
otros una noble genealogía.
Os invito a meditar sobre estas palabras, que pare-
cen escritas en 1943: "Inglaterra es una potencia extra-
europea... El Imperio inglés es una gran unidad extra-
europea... En este instante puede decirse que está plan-
teada... ante el mundo entero, una pugna de Inglaterra
contra Europa. Europa tiene que obstinarse en perma-
necer, aunque el Imperio inglés peligre, y el Imperio in-
glés tiene todo interés en permanecer, aunque peligre
Europa... ¿Queréis más claro indicio que la actitud de
los soviets? El apoyo más resuelto que ha encontrado
desde el principio Inglaterra en Ginebra ha sido el de
— 28 — ' ¡ ? ,

Rusia, ¿Y os voy a demostrar que Rusia no es una poten-'


cía europea?... 8No está vivo aún el vaticinio de lenin,
que aspiraba a! triunfo de ta revolución soviética, preci-
samente al través de la guerra europea? Para Rusia e
incendio de Europa es un tanto magnífico. Rusia anti-
europea apoya resueltamente el punto de vista inglés;
pero nosotros, europeos, ¿nos vamos a poner a ciegas
al lado de este interés de Inglaterra y de 'Rusia?.,* "Plan-
teadas así las cosas, ¿cuál es el papel de España? ¿Cuál
es el papel de España como individualidad propia y como
potencia europea?:.." ; :

Estas palabras parecen escritas, sin duda, en nuestros


días, pensando en la presión comunista y tártara sobre
el frente del Este, Pero fueron pronunciadas en 1935 por
José Antonio Primo de Rivera.

Y esos párrafos videntes hablan claro sobre la impo-


sibilidad de imprimir al Partido una ruta, en política ex-
terior, disfinta a la que poseía en 1933 o en 1935/' De-
aquel discurso parlamentario queda una frase resonan-
do en los oídos españoles: "¿Cuál es el papel de Espa-
ña?-,/ Esa interrogante está en pie. *
k
1 i- ? S ; 1 i ' v SJI 151 ff I feittSfell-1 lÉSSiirtí cpllw
Está en pie, y nos la confestqn a diario los insultos
de ciertas radios londinenses. Está en pie y nos la con-
testa el discurso de Winston Churchill ante las Cámaras
norteamericanas reunidas en el Pqrlamenfo d e Wásh-
ington: "Los ejércitos rusos contienen en el frente orien-
tal 190 Divisiones alemanas y 28 divisiones satélites.,.
Esto da idea dé la deuda que hemos contraído con aquel
indomable pueblo."
-
i • • • ' A i - . - .', . . ... í l - ' : : ; • ' • w

La deuda que el Gobierno inglés ha contraído con


aquel indomable pueblo habrían de
europeos. Polonia y España, juz-
gar lo que sería una Europa para saldar
la deuda inglesa.
Ahora ha entrado en boga una postura ante la gue-
rra, en cuyas raíces morales vale más no pensar. Ahora
se dice que nada se ventila en la guerra, que interese
a España. Que España es compatible con cualquier ven-
cedor. He dicho ya que semejante afirmación es una in-
fidelidad a la historia del nacionalsindicalismo originario.
Pero debo añadir algo más...
• , " * • • .. • i * .• f' ••»•<

Allá por el año 1940 enmudecía Europa ante los inau-


ditos avances alemanes. Se desplomaban colosos derri-
bados en campañas rapidísimas. En España existían nú-
cleos de opinión —yo me considero adscrito a ellos— que
profesaban una serena simpatía hacia la causa alema-
na. Pero que no se sumaban al cortejo que jadeaba de-
trás del vencedor. Núcleos de opinión que formulaban
—y también yo— la crítica objetiva y leal que un pue-
blo libre puede hacer ante un pueblo amigo.
. ' •* \ ' •• > . . f . ' v :• . ' V í, ' ' V .

Estos núcleos objetivos, capaces de conciliar la sim-


patía histórica con la independencia de la crítica, eran
considerados sospechosos por determinados bloques
cuya germanofilia rebasaba la de los propios alemanes.
Si pudiéramos formular un exacto fichero de los anglofi-
los de hoy, nos veríamos obligados a incluir un alto por-
centaje de aquellos entusiastas germanófilos de 1940.

Pero han pasado los meses. Han acontecido episódi-


cas victorias inglesas. Y se ha producido la deserción de
todos aquellos que no han comprendido —ni compren-
derán ya— que no se trata de una causa nacional, sino
de una causa europea, que interesa en esencia a cual-
quier español, por europeo, como a cualquier alemán,

Y esta afirmación, presentida por el nacionalsindica-


lismo de 1935, tiene una diaria confirmación en la calle.
Sólo el ciego, el frivolo o el madrugador ignoran o fin-
gen ignorar que los éxitos ocasionales del bando bol-
e
y ofendidos. En gjf sector de tos que se han acó
m

-—en
han aplaudido a Eisenhower y Monfgo
de la heroica defensa
visto las caras de los
sonrisa de satisfacción y de esperanza
de la

¡as de las rusas

Y esta es o no
ir
día a día los
sustraerse a la , co m o
no se a
cósmica.

Hacia la i
los dos polos del derrotismo español. El polo revanchis-
ta del marxismo. Y el polo atildado de aquel dandismo...

Concluyo.
En 1933, en 1935, el nacionalsindicalismo clamaba por
los destinos universales de España. Quiero citar sólo vo-
ces ilustres. En el Imperio se plenifican los pueblos, decía
José-Antonio Primo de Rivera. España, potencia de Impe-
rio, precisaba Ramiro Ledesma. Por aquellas fechas el
nacionalsindicalismo anhelaba el poder para trasmutar
—con limpia dialéctica— en política imperial la política
nacional.

Y llegó la conquista de! poder. Los rojos fueron to-


talmente batidos. Con la victoria advino un nuevo anhe-
lo: La coyuntura para el Imperio. Desde 1939 hasta 1943,
y desde 1943 en adelante, ¿no ha surgido o surgirá la
coyuntura?...
•ti $ / H • K'jb ' '; ^'^-S.-IaM- M I S .8
'8
Sólo ur¡ español está autorizado para responder una
interrogación semejante. Yo respeto la decisión y el man-
do de ese español con honda lealtad. Como a miles de
compatriotas, sólo me toca el deber de la disciplina.
Pero precisamente al amparo de ese deber, y en su
apoyo, puedo deciros, camaradas de la Vieja Guardia,
la convicción que estos últimos años ha germinado en mí.
Y puedo decirla con mayor claridad, precisamente
porque brota de un español que a nadie representa, y
que no tiene tras de sí otra ejecutoria que la de un oscu-
ro soldado de nuestra guerra civil, y ¡a de un profesor,
entre tantos, consagrado con exclusividad a su tarea
docente.
.{ '»* 'í t j p1l • / f » v •

Y esta es mi convicción: Por encima de todos ¡os de-


rrotismos y todas las deserciones, por encima de la retó-
rica convencional o del dandismo escéptico, en España
r \ i

una
vieja y nueva

Esa juventud,
na rá
erudito. N o es

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