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Creer que tus cualidades están grabadas en piedra –la mentalidad fija—genera una
urgencia de probarte a ti mismo una y otra vez. Si tienes sólo cierta cantidad de
inteligencia, una cierta personalidad y un cierto carácter moral—bueno, entonces más
te vale probar que tienes una dosis sana de ellas. Simplemente no funcionaría verte o
sentirte deficiente estas características tan básicas.
Existe otra mentalidad en la cual estos rasgo no son simplemente una mano que te
tocó y debes vivir con ella, siempre tratando de convencerte a ti mismo y a los otros
que tienes un póquer de ases cuando estas secretamente preocupado de que en
realidad sólo tienes un par de dieces. En esta mentalidad, la mano que tienes es sólo
un punto de partida para tu desarrollo. Esta mentalidad de crecimiento está basada en
la creencia de que tus cualidades básicas son cosas que puedes cultivar mediante tus
esfuerzos. Aunque las personas puedan diferir en cada rasgo –en sus talentos
iniciales y aptitudes, intereses o temperamentos—todos pueden cambiar y crecer
mediante la dedicación y la experiencia.
Más que ser otro libro más de autoayuda, la teoría de Dweck está respaldada por la
ciencia. En un ahora famoso estudio que se realizó en 1998, Dweck y Claudia Mueller
separaron a 128 niños de diez y once años en dos grupos. Se le pidió a cada grupo
que resolviera problemas matemáticos; a uno de los grupos se le felicitó por sus
características innatas (lo hiciste muy bien; debes ser muy listo) y el otro fue
apremiado por su esfuerzo (lo hiciste muy bien; debes haberte esforzado mucho).
Después se les dio otra serie de problemas más difíciles. Tan difíciles, de hecho, que
muchos sujetos apenas respondieron correctamente a uno de ellos. A todos se les dijo
que lo habían hecho peor que antes. Esto estuvo seguido de una tercer serie de, una
vez más, problemas más sencillos para ver cómo el fracaso había impactado el
desempeño.
El resultado fue que a los niños que se les felicitó por su inteligencia tuvieron 25% más
errores en la tercera prueba que aquellos a los que se les felicitó por su ética de
trabajo. Los apremiados por su inteligencia tendieron más a culpar su inhabilidad para
resolver problemas en su falta de habilidad o la dificultad de los problemas en lugar de
en no haber tratado lo suficiente.
En otras palabras, lo que Dweck sugiere es que a los niños que se les apremia por su
inteligencia cuando triunfan en algo son los que menos relacionarán su desempeño
con el esfuerzo que hicieron; un factor que, en lugar de enseñar a los niños lo listos
que son, parece enseñarles a hacer interferencias entre su habilidad y su esfuerzo. Y,
entonces, en lugar de tomar riesgos, se quedan fijos en un mismo lugar porque no
conocen el poder trasmutativo del esfuerzo.