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Pertenece a Ricardo Ochoa - Rickbooks84@gmail.com


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Elogios para El pastor y su familia
Brian y Cara Croft nos ofrecen un estudio práctico y sincero de los retos que los pastores y sus
familias enfrentan día tras día. Los estudiantes de seminario encontrarán en este libro un marco de
referencia realista para su futuro ministerio y quienes ya ejercen el pastorado recibirán sabiduría y
aliento de una pareja que transita el mismo camino que ellos. Los miembros de las iglesias obtendrán
también una vislumbre valiosísima de la dinámica que rige la vida de los pastores. ¡Altamente
recomendable!
Dr. Timothy Paul Jones, vicepresidente asociado y profesor de Liderazgo en The Southern
Baptist Theological Seminary
Conozco el pastorado eficiente y compasivo que ejerce Brian en una dinámica iglesia de Louisville.
Me entusiasma el hecho de que él y su esposa Cara hayan escrito este libro para ayudar a los pastores
a afrontar los retos prácticos diarios del ministerio, así como las exigencias —a menudo complejas—
de la vida en común como pareja ministerial. Lean ustedes este libro y hagan juntos los ejercicios.
Verán cómo su relación matrimonial y su ministerio suben a un nivel más alto. Me hubiera gustado
contar con este libro cuando yo era pastor de mi iglesia.
Bob Russell, pastor titular jubilado de Southeast Christian Church en Louisville, Kentucky
(EE. UU.)
Realista, sincero, transparente, espiritual y práctico. Esas palabras me vinieron a la mente mientras
leía este libro extraordinario que sin duda renovará las almas de muchos pastores, rescatará sus
matrimonios, transformará sus familias y avivará sus ministerios.
David P. Murray, profesor de Antiguo Testamento y Teología Práctica en el Puritan
Reformed Theological Seminary
A lo largo de la historia de la Iglesia ha habido pastores —infinidad de ellos— que han sacrificado a
sus familias en el altar del ministerio cristiano. Demasiadas esposas desatendidas y niños descuidados
pueden dar testimonio de esos hombres que, una y otra vez, escogieron el ministerio en lugar de la
familia. Todos los pastores conocen el poder de semejante tentación. Por eso se necesita con tanta
urgencia el libro de Brian y Cara Croft. El pastor y su familia exhorta a los pastores a cuidar primero
de su esposa e hijos de la mejor manera posible, y les ofrece sabiduría bíblica a fin de capacitarlos
para que lo hagan. Pienso leer este libro con mi esposa y lo recomiendo de todo corazón a cada
pastor.
Tim Challies, pastor de Grace Fellowship Church, Toronto, Ontario (Canadá) y autor de
Limpia tu mente

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Dedicado con cariño a la memoria de
Jackson y Barbara Boyett,
y con nuestro agradecimiento
para los santos y fieles de la
Auburndale Baptist Church,
por el continuo apoyo y estímulo
que han prestado a nuestro esfuerzo por
atenderlos lo mejor posible.

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Contenido
Cubierta
Portada
Elogios para El pastor y su familia
Dedicatoria
Prólogo
Nota de Brian
Nota de Cara
Introducción: ¿Qué es un ministerio fiel? (Brian)
PARTE 1: El corazón del pastor: “No se trata de ti, sino de mí”
1. El problema (Brian)
2. La solución (Brian)
Reflexión: Señales de la gracia en el ministerio (Jim Savastio)
PARTE 2: La esposa del pastor: “¡No recuerdo haber dicho nunca ‘sí
quiero’ a esto!”
3. La lucha (Cara)
4. El cuidado de tu esposa (Brian)
Reflexión: Mantén fuerte tu matrimonio (Cathi Johnson)
PARTE 3: Los hijos del pastor: “Papi, ¿no puedes quedarte en casa esta
noche?”
5. El pastoreo individual (Brian)
6. El pastoreo conjunto (Brian)
7. El pastoreo mirando al futuro (Brian)
Reflexión: Pensamientos de un HP (hijo de pastor)
Conclusión: La fidelidad a la familia y un ministerio fructífero (Brian)
Epílogo: Confesiones de la esposa de un pastor (Cara)
Apéndice 1: Mi batalla contra la depresión (Cara)
Apéndice 2: Antes de hacerte pastor (Brian)
Agradecimientos
Créditos
Editorial Portavoz

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Prólogo

T odas las familias tienen que adaptar su estilo de vida a la profesión de


los padres. La familia de un panadero deberá aceptar que este salga de
casa y empiece su trabajo antes del amanecer porque tiene que preparar y
trabajar la masa para que leude y hacer el hojaldre para las tartas, el glasé,
el relleno y las galletas para los primeros clientes. En el caso de un hogar de
militares, sus miembros tendrán que adaptarse a no ver al padre o la madre
durante semanas o meses enteros mientras este realice alguna misión. La
familia de un agente de policía deberá dar por sentado el perjuicio
emocional que supone para su ser querido ver los crímenes de cerca día tras
día. Tanto los hogares de las fuerzas del orden como aquellos de las fuerzas
armadas tienen que lidiar con que el padre o la madre ponga en juego su
vida para servir y proteger a su comunidad o su país, sin saber si volverá a
casa al término de su turno de trabajo o de su misión. La familia de un
médico tiene que adaptarse a un horario impredecible, las llamadas de
urgencia que interrumpen los ratos familiares y el continuo estrés que
experimenta el esposo y padre al tratar con enfermos y personas en duelo.
Un ejecutivo de empresa y su familia invierten mucho tiempo y
planificación para desarrollar un estilo de vida que mantenga satisfechos a
los clientes y colegas, y se adapte a los viajes de negocios y la asistencia a
cenas con invitados o su organización.
Existen otros muchos ejemplos de esto, entre los cuales están las familias
de los pastores, que suelen enfrentarse a presiones que abarcan varios tipos
de trabajo. Al igual que el panadero, el pastor se levanta al romper el alba y
amasa su corazón con oraciones y con la Palabra de Dios a fin de estar
preparado para servir a la iglesia. Como el militar y el agente de policía, a
menudo el siervo de Dios arriesga su bienestar para proteger y ser de ayuda
a los demás sin poder dar detalles acerca del dolor y el sufrimiento que
presencia regularmente. A semejanza del doctor, su horario es impredecible
y debe responder a llamadas urgentes aun de madrugada. Además de esto,
como en el caso del directivo de empresa, las reuniones y actividades de la
iglesia se alargan hasta altas horas de la noche y le llevan al borde del
agotamiento. La vida del pastor, como la de otros muchos profesionales,
está desbordada y llena de ajetreo y de trabajo.
Dos pastores veteranos expresan muy bien estas presiones:

El pastor está solo, a diferencia del político, el trabajador social, el


empresario, el ingeniero, el médico o el jurista. Cada uno de estos trata
con un segmento —aunque sea importante— del quehacer humano, pero
solo el pastor se detiene, lo examina todo bajo la perspectiva divina y
busca un significado, un propósito y una dirección. Y esto lo hace sin
contar con ningún poder físico o autoridad civil. El pastor emplea
únicamente el poder del ejemplo, de la confianza, del respeto y del amor
de Dios derramado en Jesucristo.[1]

Cualquiera que se tome en serio el ministerio pastoral sentirá una


responsabilidad ante Dios por el bienestar de las almas que le han sido
encomendadas. Esta carga y perspectiva hacen única la tarea del pastor. Él
es consciente de las múltiples expectativas de su iglesia, su propia familia y
la comunidad en general, además de las exigencias que él mismo se
impone. El pastor necesita muchísima ayuda para meditar claramente
acerca de su vida, sus prioridades y su bienestar personal.
Aquí es donde Brian y Cara Croft pueden ayudarnos. Los pastores y sus
familias necesitan esta clase de libro: un manual enfocado en la familia con
respuestas centradas en el evangelio para afrontar las diferentes demandas y
expectativas. El pastor y su familia indaga en el corazón de cada uno de los
miembros de la familia del pastor y ofrece un asesoramiento útil para
pastorearlos conforme a la Palabra de Dios, a fin de que puedan trabajar
juntos y gozosos en la obra del ministerio.
Por medio de este recorrido transparente, perspicaz y coloquial,
aprenderás acerca de los retos que los pastores y sus familias enfrentan en el
ministerio cristiano. Elogiamos no solo este libro, sino también a Brian y
Cara por ser un gran ejemplo de lo que se nos recomienda aquí. Además de
ser buenos amigos para nosotros, son nuestros modelos en esta decisiva
área de nuestras vidas: la vida familiar del pastor.

Thabiti y Kristie Anyabwile


Diciembre de 2012

[1] Samuel D. Proctor y Gardner C. Taylor, We have This Ministry: The Heart of the Pastor’s
Vocation (Valley Forge, Pa.: Judson, 1996), pp. 49-50.

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Nota de Brian
¿O troPuede
libro más sobre la familia?
que esa haya sido tu reacción al ver este libro por primera
vez. Está bien; estoy de acuerdo contigo. Recientemente el mercado se ha
visto saturado por un nuevo interés acerca de la familia. En estos últimos
años se han publicado algunas obras excelentes —y otras que no lo son
tanto— sobre el tema; así que… ¿para qué contribuir a semejante frenesí
con un libro más?
Creo que este volumen tiene un fin exclusivo y cumple un propósito
especial del que no se ocupan la mayoría de los libros acerca de la familia.
Es un libro especial porque trata un tipo de familia muy particular: la
familia del pastor. Lo hemos escrito para hombres que han respondido al
llamamiento de ministrar a la iglesia de Dios como predicadores, maestros,
líderes y guías del rebaño. Su objetivo es abordar un problema que solo
estos dirigentes afrontan: ¿Cómo puedo servir fielmente a mi congregación
y, al mismo tiempo, a mi familia? ¿De qué modo puedo equilibrar las
exigencias del ministerio con el hecho de ser esposo y padre? ¿Cuál debe
ser mi orden de prioridades en cuanto al tiempo que dedico a predicar la
Palabra, hacer discípulos y amar a mi esposa y mis hijos?
Hoy día, el ministerio pastoral es más exigente que nunca y conlleva
cargas y expectativas que no experimentaron muchos de los pastores de
otras generaciones. Muchos aspirantes al ministerio comienzan su trabajo
con gran celo por la obra de Dios, pero las duras exigencias y presiones del
pastorado los abruman y, muy pronto, entran en crisis y “se queman”, con el
resultado de una fe debilitada y una familia deshecha. El propósito de este
libro es exhortar a los pastores a que den prioridad al pastoreo de sus
familias al tiempo que prestan un fiel servicio a sus congregaciones.
Estamos convencidos de que es posible hacer ambas cosas. Hemos tratado
de identificar los retos singulares del ministerio pastoral y de diagnosticar
las causas de las tensiones que se producen entre la iglesia y el hogar.
Proponemos ciertos remedios bíblicos para superar estas tensiones. Sin
embargo, antes de sumergirnos en la cuestión, déjame informarte un poco
acerca del contexto de los consejos en las páginas siguientes.
En primer lugar, te advierto que no soy un experto en la materia. Desde
luego, soy esposo… y padre… y pastor, pero fracaso con regularidad en
cada uno de estos roles. Así que, si has escogido este libro con la esperanza
de encontrar una solución a todas las luchas de tu vida y ministerio,
quedarás decepcionado. Escribo estas cosas no como un entendido, sino
simplemente como un esposo, padre y pastor que tiene el profundo deseo de
aprender acerca de cada una de estas áreas de la vida por la gracia de Dios.
Los consejos que doy no son más que sugerencias, que pueden servirte de
ejemplo para aplicarlas a tu propio contexto familiar y ministerial. Tal vez
Dios utilice mis fracasos y las lecciones que he aprendido para bendecir a
otros. Confío en que aquellos que lean estas cosas las reciban entendiendo
que tan solo soy un pecador salvado por la gracia divina que aún se
encuentra en las trincheras luchando por alcanzar el gozo y la fidelidad en
mi familia y ministerio.
En segundo lugar, este libro no tiene por objeto fomentar una mentalidad
que enfrente a la familia del pastor con la iglesia local. Aunque esta es la
tensión que muchos pastores experimentan, no creo que tal enfoque sea
necesario. Mi familia y yo pasamos algunos años difíciles al llegar a la
congregación donde ahora servimos. Se trataba de una iglesia debilitada y
en aprietos, y yo cometí muchos errores como ministro novato. Aquellos
primeros años fueron tiempos de lucha, pero también aprendí muchas de las
dolorosas lecciones que describo en este libro. Comparto esas experiencias
no para reforzar una idea negativa de la iglesia local, sino para demostrar
que es necesario lidiar con la tensión que surge entre la iglesia y la familia
hasta alcanzar un equilibrio saludable. Creo que los pastores deberían amar
a los miembros de sus congregaciones a pesar de los retos que enfrentan en
su ministerio. Nuestra familia ama profundamente a la iglesia donde hemos
servido durante más de diez años, pero la amamos más ahora por haber
crecido y madurado mediante las luchas que describimos en este libro.
En tercer lugar, el contenido de este libro no tiene el propósito de animar
a nadie a luchar por una “cómoda” posición de pastor. Cuando las iglesias
locales preparan a hombres para el ministerio, no deben conformarse con
identificar a quienes han recibido ese llamamiento; deben adiestrarlos y
formarlos para ir a lugares difíciles donde otros no están dispuestos a ir.
Queremos que se levanten pastores capaces de afirmarse y perseverar en
iglesias disfuncionales. Nuestra meta es preparar misioneros que quieran
sacrificarse y llevar el evangelio a sitios aún no alcanzados donde la
persecución está casi garantizada. Aunque este libro exhorta a los ministros
del evangelio a dar prioridad a sus familias y a sacrificarse por ellas, no
debemos pensar que podemos evitar los rigores del sacrificio en el
ministerio. El ministerio es duro, y el sacrificio es siempre necesario. Este
libro pretende capacitar a los pastores para que pastoreen a sus familias a
través de las dificultades y los sufrimientos que les saldrán al paso en el
ministerio, y no que eviten tales situaciones.
Si Dios te ha llamado y dotado para el ministerio, no debes eludir tu
llamamiento con la excusa de ahorrar a tu familia los retos que el pastorado
conlleva. En cierta ocasión me hablaron de un joven con muchos dones para
el ministerio, que amaba profundamente a su familia y tenía la posibilidad
de elegir entre varias oportunidades pastorales. El joven consideró cada
una, pero no aceptó ninguna; y alegó siempre lo mismo: “No puedo llevar
allí a mi familia”. Finalmente, no fue a ninguna parte. Mi deseo es que este
libro despierte los corazones de los pastores, misioneros y hombres
cristianos a la gloriosa responsabilidad de pastorear a sus familias. A la vez,
he tenido en cuenta la tendencia pecaminosa de convertir a la familia en un
ídolo, lo cual supone un pecado, un perjuicio y una deshonra tan grande
para Dios como lo es no cuidar a la familia.
Termino con una última palabra acerca de la coautora de este libro. Una
de las mejores maneras de leer este libro es hacerlo juntos como
matrimonio. A lo largo del libro, mi esposa ha aportado sus valiosísimas
impresiones y perspectivas acerca de las alegrías, las luchas y las realidades
que ella misma ha vivido como madre y esposa en un hogar pastoral.
Espero que aprendas de su sabiduría y perspicacia, las cuales tengo el
privilegio de disfrutar día tras día. Confío en que los pastores y sus esposas
podrán interactuar con este libro, como lo hemos hecho nosotros mientras
lo escribíamos. Dicho de otro modo: prepárate para recibir cordiales
interrupciones y adiciones perspicaces acerca de la familia y la vida
ministerial.
Espero que disfrutes de estos intercambios amigables y vivaces, y que
puedas identificarte tanto con nuestros éxitos como con nuestros fracasos.
Y, sobre todo, que llegues a comprender que, en todo ministerio pastoral, el
triunfo, el gozo, la fidelidad y la longevidad verdaderos empiezan y acaban
en el mismo punto: la vida de ustedes como familia.

Brian Croft
Louisville, Kentucky
Agosto de 2012

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Nota de Cara

H ace poco un nuevo matrimonio se mudó a nuestra ciudad para que el


esposo pudiera asistir al seminario. Visitaron nuestra iglesia y,
mientras la esposa y yo charlábamos acerca del traslado, su familia y la vida
ministerial, me preguntó:
—¿Es el ministerio más fácil o más difícil de lo que esperabas? —una
pregunta magnífica… y nada fácil de contestar.
Después de pensar por un momento, respondí sinceramente:
—Es más gratificante de lo que esperaba.
Lo cierto es que la vida ministerial ha sido a la vez más difícil y más fácil
de lo que habíamos pensado. Por un lado, es una vida dura (de eso no hay
duda). Las presiones que enfrentan las familias de los pastores son
diferentes de las de otras ocupaciones. Sin embargo, este llamamiento
también conlleva satisfacciones incomparables. En cierta ocasión oí a una
persona comparar las alegrías del ministerio pastoral con ocupar un asiento
de primera fila para ver lo que Dios está haciendo. Creo que es verdad. Es
difícil aconsejar a un matrimonio con problemas y ver el quebranto y el
dolor en sus vidas y los efectos en los hijos. Sin embargo, podemos
regocijarnos con ellos cuando el Señor sana su matrimonio y restaura el
amor y la confianza del uno por el otro. Lloramos con la mujer que sufre un
aborto natural y, luego, nos alegramos cuando, años más tarde, la vemos
con su primer bebé en los brazos. Acompañar a otros en sus luchas es duro,
pero nos da innumerables oportunidades de experimentar de primera mano
el gozo de ver las respuestas de Dios a las oraciones.
¿Habría yo escogido esta senda en particular para mi familia?
Sinceramente, no: jamás hubiera elegido estar en una posición semejante.
De hecho, la primera vez que mi esposo me habló de su deseo de hacerse
pastor me rebelé contra ello. ¡De ninguna manera estaba dispuesta a ser la
esposa de un ministro! Sin embargo, ahora me siento agradecida porque
Dios conoce mejor que yo lo que me conviene. ¡Cuántas cosas no habría
disfrutado si el Señor me hubiera dejado a mi propia sabiduría… a hacer
simplemente lo que yo quería! La verdad es que le doy muchas gracias por
la vida que llevamos como familia de pastor. Estoy muy agradecida por mi
esposo y por nuestra iglesia. Mis hijos aman a nuestra congregación, y
ningún otro grupo de cristianos es tan querido para mí como los miembros
de la iglesia. No hay otro sitio donde preferiría estar que sirviéndolos a
ellos. Experimentar esta profunda sensación de amor por este ministerio y
por nuestra iglesia ha sido un proceso: una obra que el Señor ha realizado
en mí con el paso del tiempo.
Me impliqué en el proyecto de escribir este libro por varias razones. En
primer lugar, porque mi esposo me lo pidió y me resultaba difícil decirle
que no. En segundo lugar, porque he aprendido muchas cosas como mujer,
esposa y madre que aportan una perspectiva diferente a la suya como
hombre, esposo y padre. Somos distintos el uno del otro, pero nuestras
experiencias y puntos de vista se complementan cuando escribimos desde
una misma convicción en cuanto al evangelio y lo que enseñan las
Escrituras. Hemos emprendido juntos este viaje por el camino del
ministerio, así que parecía apropiado que también escribiéramos el presente
libro de manera conjunta.
Además de un capítulo entero sobre las luchas y alegrías que conlleva ser
la esposa de un pastor (cap. 3), encontrarás mis “interrupciones” esparcidas
por todo este libro, las cuales pretenden ser amables, hechas con amor y
respeto, para complementar desde mi propia perspectiva lo que dice Brian.
¿Hago eso mismo cuando hablamos en la vida real? Sí, pero puesto que
ahora nos comunicamos por escrito y no hablo directamente contigo, es
posible que te sea difícil percibir mi tono. Permíteme asegurarte que siento
un gran respeto y admiración por mi marido como líder de nuestra familia
y, también, ¡como mi propio pastor!
Tal vez te estés preguntando quién soy en realidad. Pues bien, Brian y yo
llevamos casados más de dieciséis años, y tengo cuatro hijos maravillosos
—un niño y tres niñas (¡ya puedes empezar a orar por mi hijo!)— a los
cuales enseño en casa. Soy hija (y nuera) de unos padres cristianos muy
devotos y temerosos de Dios. Soy una especie de chófer que pasa varias
horas al día llevando niños a sus diversas actividades deportivas y otras.
Cuando tengo tiempo, soy una fotógrafa aficionada. Soy una amiga a veces
impetuosa y testaruda que, no obstante, siempre quiere expresar sus
sentimientos de manera respetuosa. Soy una persona que escucha y un
hombro sobre el cual se puede llorar. Y, desde luego, soy la esposa de un
ministro cristiano. No esa clase de esposa de pastor que hornea pan, canta
en el coro o toca el piano —como quizá me hayas imaginado—. Aun así
soy la esposa de Brian, el pastor de nuestra iglesia.
Por chocante que pueda parecerte, también tengo muchas faltas; si no,
pregúntales a mis hijos, quienes estoy segura de que gustosamente te
informarán de todas ellas. Admito que soy una pecadora con fallos e
imperfecciones, pero sé que todo eso lo cubre la sangre purificadora de
Jesús. A diario confío en que la gracia de Dios nos proporcione la sabiduría,
la fortaleza y el valor necesarios para hacer frente a todo aquello que se nos
presenta. Aunque me gustaría tener todas las respuestas, no es así. A veces
mis consejos son equivocados, pero en ocasiones también son provechosos
y útiles para las personas. Es importante reconocer que cada situación
ministerial es única, así como la de cada matrimonio y familia. Algunos de
los principios que compartimos aquí quizá se apliquen a todos los lectores,
pero muchos de los detalles de su aplicación diferirán de una persona a otra.
No intentes que tu familia y ministerio sean como los nuestros. Más bien
esperamos que puedas aprender de la sabiduría que ves en nosotros y de
nuestros errores y fracasos, y aplicarlos a tu propio contexto singular.
Como decía mi esposo en su nota, el ministerio es duro y el sacrificio es
siempre necesario. Yo añadiría a esto un último pensamiento: ¡las
recompensas son eternas! Pido a Dios que este libro te estimule a crecer en
amor por tu familia y tu iglesia. Oro para que te mueva a ti y a tu esposo a
mantener entre ustedes conversaciones significativas acerca de su
matrimonio y su familia, y que los haga perseverar en la carrera que juntos
corremos para llegar a la meta y alcanzar la victoria. Y, sobre todo, le pido
al Señor que este libro le glorifique a Él y te ayude a confiar aún más en su
gracia ilimitada y asombrosa.

Cara Croft
Louisville, Kentucky
Agosto de 2012

Este ebook utiliza tecnología de protección de gestión de derechos digitales.

Pertenece a Ricardo Ochoa - Rickbooks84@gmail.com


Introducción
¿Qué es un ministerio fiel?
{ Brian }
Una de las mejores formas que conozco de estimular mi caminar cristiano
es leyendo las biografías de los siervos de Dios. En los relatos de hombres y
mujeres heroicos, que tanto sacrificaron para encarnar el llamamiento de
Jesús a negarse a sí mismos, tomar sus cruces y seguirle (Mr. 8:34),
descubrimos grandes ejemplos de la gracia y la fortaleza divina. Tratamos
de imitar a aquellos que, a lo largo de la historia, sirvieron en iglesias
hostiles por amor a las almas; viajaron miles de kilómetros a través de
regiones peligrosas para predicar el evangelio a quienes nunca lo habían
oído; trabajaron infatigablemente traduciendo la Palabra de Dios al lenguaje
del pueblo con constantes amenazas para sus vidas, e incluso murieron por
causa de Cristo.
Es indudable que para nosotros el listón de la grandeza en el reino de Dios
lo ponen esos gigantes de nuestra fe. Las vidas de pastores como Jonathan
Edwards, John Bunyan, Charles Spurgeon y Richard Baxter; evangelistas
como George Whitefield y John Wesley; misioneros como William Carey,
John Paton y Adoniram Judson; reformadores como Juan Calvino y Martín
Lutero; y teólogos como Agustín de Hipona, John Owen y B. B. Warfield,
aumentan nuestro deseo de hacer algo grande por la causa de Cristo y ser
hallados fieles al final por nuestro Redentor. Sin embargo, ¿qué significa ser
fieles hasta el final? ¿Cómo considera nuestro Salvador y Rey la verdadera
grandeza?
Tanto si evaluamos el ministerio de alguien del pasado como del presente,
solemos calificar la grandeza del evangelista por el número de personas que
se convirtieron mediante su ministerio. Consideramos a los teólogos de
mayor influencia en la historia y en la Iglesia basándonos en la perspicacia
de sus escritos y la cantidad de sus publicaciones. Exaltamos a los
misioneros y resaltamos sus sufrimientos, conversiones y las iglesias que
fundaron. E idolatramos a los pastores que predicaron a multitudes o
escribieron libros destacados o memorables. En otras palabras, acabamos
definiendo la grandeza de un modo muy parecido a como el mundo lo hace:
según lo grandioso, sofisticado y extenso que haya sido el impacto del
individuo durante su vida y ministerio.
Sin embargo, las definiciones de grandeza y fidelidad que presenta la
Biblia parecen muy diferentes. Podemos ver el ejemplo clásico de esta
paradoja en la respuesta que dio Jesús a sus discípulos cuando discutían
acerca de quién era el mayor en el reino de Dios (Mr. 9:33-37; 10:35-40). El
Señor hizo añicos su concepto de grandeza al decirles: “El que quiera
hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mr. 10:43). Piensa en
esto. ¿Qué hacen los servidores? Ser siervo no tiene nada de grandioso.
Pocas veces encontramos alguna influencia que transforme el mundo o
algún impacto de gran alcance en la obra de un servidor. De hecho, los
siervos hacen buena parte de lo que llamamos el “trabajo pesado” —las
cosas que nadie más quiere hacer— y, a menudo, cuando nadie los ve.
Este y otros textos bíblicos similares nos obligan a plantearnos la
siguiente pregunta: ¿Y si Dios evaluara el éxito o el fracaso de un
ministerio de manera distinta a la nuestra? ¿Qué pasaría si Él midiera la
fidelidad de un evangelista no por la cantidad de conversiones, sino por su
compromiso diario de caminar con el Señor? ¿Y si determinara la grandeza
de un misionero no en función del impacto global de su labor, sino de su
incansable búsqueda de la piedad y su batalla contra el pecado y Satanás?
¿Y si considerara la fidelidad y grandeza de un pastor no simplemente por
los éxitos obtenidos en la iglesia local, sino también por lo bien que cuidó y
pastoreó a su propia familia (es decir, a su esposa y sus hijos)?
Para muchos pastores y líderes de iglesias, el cuidado de la familia parece
pertenecer a la categoría de trabajo pesado, aburrido y servil, que pasa
mayormente desapercibido ante la grandeza de nuestros héroes del pasado.
Si dudas de que este sea el caso, considera cuánto sabes acerca de la vida
familiar de esos hombres célebres en comparación con el contenido de su
enseñanza o el impacto de sus ministerios. Cuando empecé a investigar para
escribir este libro, hablé con algunos prestigiosos historiadores de la Iglesia,
y todos me dijeron lo mismo al preguntarles sobre varios de esos líderes
distinguidos del pasado: “No hay demasiada información sobre sus
familias”. De manera que parece lógico suponer que el procedimiento que
utilizamos para determinar la “grandeza y fidelidad” de alguien en su
ministerio no depende normalmente de su amor y fidelidad por su esposa o
lo bien que pastoreó a sus hijos.
El ejemplo clásico lo tenemos en el contraste entre el ministerio de John
Wesley y su matrimonio. Wesley es reputado por la forma en que Dios lo
utilizó para la conversión de mucha gente en el Reino Unido y en América,
dando lugar al influyente movimiento metodista que aún permanece activo
en nuestros días. Pero, al formular su visión del matrimonio, nuestro
hombre no se mordió la lengua. En una anotación en su diario,
correspondiente al 19 de marzo de 1751, escribió lo siguiente: “No concibo
que un predicador metodista pueda excusarse delante de Dios por predicar
un sermón menos, o hacer un viaje menos, por la razón de ser casado en vez
soltero. A este respecto, ciertamente, ‘sobra decir que los que tienen esposa
sean como si no la tuvieran’”.[1]
Wesley escribió este comentario tan solo un mes después de su boda y,
lamentablemente, su “desdén” por el matrimonio parece no haber
disminuido con el paso del tiempo. Años más tarde, el líder metodista
escribió a un joven predicador a punto de casarse para que disuadiera a su
futura esposa si trataba de impedirle que viajara para predicar.[2] La
filosofía de John Wesley respecto al matrimonio tuvo las consecuencias
esperadas: la relación con su esposa Molly fue un desastre durante la mayor
parte de su vida de casados y ella intentó socavar la reputación del
predicador y su ministerio en muchas ocasiones. Basado en lo poco que
sabemos de la señora Wesley, no parece que fuera espiritualmente una
persona muy sensata, afectuosa y amable. Sin embargo, la manera como
Wesley trató a su esposa durante toda su vida matrimonial y su aparente
indiferencia por el mandato bíblico de cuidar a su esposa debían haber
destrozado su reputación, su legado y su propia persona. No obstante, la
mayoría de los metodistas actuales suelen pasar por alto el horrendo
matrimonio de su fundador.[3]
Para que no pensemos que las opiniones de Wesley eran simplemente
fruto de su teología, deberíamos señalar que uno de sus contemporáneos
también luchó con la cuestión del matrimonio. Aunque John Wesley y
George Whitefield discreparon en cuanto a las doctrinas calvinistas,
compartían una misma visión del matrimonio y su propósito en sus vidas y
ministerios. Whitefield tardó muchos años en casarse porque no quería que
obstaculizara su exigente ministerio de predicación por todo el mundo.
Cuando por fin se casó, lo hizo con la condición de que no permitiría que su
matrimonio con Elizabeth James “estorbara lo más mínimo su ministerio”.
[4] Naturalmente, cualquier hombre casado sabe que esta no es una
expectativa realista sobre la que fundar el amor y el respeto. Esa deficiente
suposición llevó a Whitefield a una decepción todavía mayor, y reforzó su
opinión de que el matrimonio era un obstáculo fastidioso para el servicio a
Dios. Arnold Dallimore, biógrafo de George Whitefield, escribe:

Whitefield descubrió que su determinación de no permitir que el


matrimonio afectara en lo más mínimo a su ministerio era imposible de
llevar a cabo. Por mucho que lo intentara, no podía evitar que en ciertas
ocasiones el estar casado demandara alguna revisión de sus planes e
impidiera el cumplimiento de un determinado calendario de predicación.
Y, al tener que admitir una o dos veces: “Tengo una esposa, por tanto no
puedo asistir”, se sentía decepcionado. A pesar de considerar el
matrimonio como una ayuda principalmente, también juzgaba que era
un impedimento”.[5]

Las ideas de Whitefield en cuanto al matrimonio no causaron tan grandes


estragos en su vida como ocurrió en el caso de Wesley; sin embargo, aun
así, el resultado fue una esposa infeliz y decepcionada, que no se sentía lo
bastante atendida por su marido.[6]
Los misioneros también han tenido que lidiar con los retos del
matrimonio y el ministerio; y a menudo han alegado excusas teológicas
para dar prioridad a la evangelización y la tarea ministerial sobre el cuidado
de sus familias. El hombre que ha recibido el distinguido título de “padre de
las misiones modernas”, William Carey, casi abandonó a su esposa
embarazada, Dorothy, y a sus hijos, para realizar su trabajo misionero en la
India. La esposa, finalmente, accedió a acompañarle, pero la falta de
solicitud de su esposo por ella y los rigores de la vida misionera la llevaron
a sufrir depresiones, problemas psicológicos y, por último, la locura.
Doreen Moore, biógrafa de Carey, nos cuenta los detalles:

Todo comenzó con un viaje por mar que duró cinco meses, durante el
cual ella estuvo mareada la mayor parte del tiempo. Cuando llegaron a
Calcuta, los escasos recursos económicos de la familia se agotaron
rápidamente, obligándoles a vivir en un lugar ruinoso fuera de la ciudad.
Lo que es aún peor: el resto de los misioneros vivían en una zona
relativamente rica de Calcuta. Dorothy se quejaba de que tuvieran que
“vivir sin muchas de… las cosas esenciales de la vida; particularmente
sin comer pan”. La mujer estaba asimismo aquejada de disentería, y su
hijo mayor casi murió de esa enfermedad. Más tarde, Carey trasladó a su
esposa, su bebé y sus tres hijos menores de diez años a una región
salvaje plagada de malaria donde abundaban los caimanes, los tigres y
unas enormes serpientes venenosas; y no mucho después se mudaron a
Mudnabatti, donde Dorothy volvió a caer enferma. Pero lo peor de todo
fue el fallecimiento de Peter, su hijo de cinco años. Después de tan
desoladora pérdida, la salud mental de Dorothy Carey se quebrantó más
allá de toda posibilidad de recuperación, hasta el punto de que la
consideraran “completamente loca”. William Carey creía que “la causa
de Cristo” tenía prioridad sobre su familia.[7]
Nuestro propósito al contar estos ejemplos del pasado no es criticar las
decisiones e iniciativas particulares de esos hombres, sino simplemente
señalar que la tentación de dar prioridad al ministerio sobre la familia no
constituye ninguna novedad. Hemos hablado de personajes a los que
elogiamos como grandes y fieles obreros cristianos, pero que sacrificaron
sus matrimonios y familias —por nobles razones— en el altar de su servicio
a Dios. Su evidente fracaso como esposos y padres no debería llevarnos a
descalificar todo lo que el Señor hizo por medio de ellos. Dios utiliza a
hombres y mujeres pecadores e imperfectos para llevar a cabo sus
propósitos soberanos. Lo ha hecho a lo largo de la historia y continúa
haciéndolo. Aun así, estos ejemplos indican que la tentación de poner los
intereses del ministerio por sobre los compromisos familiares constituye un
problema permanente que se pasa por alto con facilidad en la cultura
eclesial de nuestros días. Tendemos a no prestar atención al fracaso de esos
hombres con respecto a sus responsabilidades como esposos y padres
simplemente porque hicieron “grandes cosas” para Dios. Y es muy fácil
cometer el mismo error en nuestras propias iglesias y familias.
Mi propósito no es desenterrar los errores del pasado, sino señalar que no
es nada nuevo que los pastores y líderes de las iglesias se enfrentan a la
tentación de descuidar a sus familias para obtener ministerios más
destacados y fructíferos. Cualquier pastor, misionero o evangelista con una
pasión por hacer grandes cosas para Dios experimentará esta tensión. No es
más que el síntoma del divorcio cultural que hay entre nuestro éxito público
como ministros y nuestra vida familiar más privada. Por desgracia, el origen
de este divorcio se encuentra en algo aún más poderoso que la cultura de
nuestras iglesias actuales. Necesitamos examinar con más detenimiento la
relación entre el ministerio y la familia del pastor, y averiguar por qué
nuestros líderes se ven tentados a sacrificar a sus esposas e hijos en el altar
del ejercicio ministerial; ya que, antes de poder encontrar una solución,
tenemos que diagnosticar el problema. Trataremos esa cuestión en el
capítulo 1 y, una vez identificada la raíz del problema, buscaremos en el
capítulo 2 una solución bíblica basada en el poder del evangelio y los
mandamientos claros de la Escritura para los esposos y padres cristianos;
especialmente para aquellos que son pastores.
En el resto del libro nos ocuparemos de las dificultades características que
todo pastor —así como su esposa y sus hijos— enfrentará indudablemente y
propondremos estrategias claras y prácticas para que el ministro pueda
pastorear a su familia en medio de esas dificultades (caps. 3-6). Tenemos la
esperanza de que estas sugerencias te ayudarán a evitar las aflicciones que
conlleva inevitablemente el descuido de los tuyos durante las etapas
difíciles del ministerio (cap. 7). Y para que no supongas que he criticado
con ligereza a algunos de los héroes más célebres de la Iglesia, exaltaré a
otros varios hombres del pasado que tuvieron un impacto igualmente
monumental en el mundo por amor a Cristo y que, sin embargo, lo hicieron
desde una estimulante lealtad al cuidado de sus esposas y el pastoreo de sus
hijos.
Pero antes de hablar de las estrategias prácticas para el ejercicio de un
ministerio fiel, debemos abordar el problema en cuestión: ¿por qué luchan
muchos pastores por lograr un equilibrio entre el llamamiento a pastorear su
iglesia con fidelidad y la responsabilidad de cuidar amorosamente de su
esposa e hijos? ¿Por qué les resulta tan difícil hacerlo? En el siguiente
capítulo estudiaremos estas cuestiones, al tiempo que examinamos más de
cerca el corazón del pastor. ¿Qué albergan en sus almas aquellos que han
sido llamados a pastorear al pueblo de Dios?

[1] Doreen Moore, Good Christians Good Husbands? Leaving a Legacy in Marriage and Ministry
(Ross-shire, Escocia: Christian Focus, 2004), p. 32.
[2] Ibíd., p. 33.
[3] Esta afirmación es únicamente fruto de mis observaciones personales, puesto que toda mi
crianza transcurrió en iglesias metodistas y aprendí el sistema metodista para nombrar a sus pastores.
[4] Arnold Dallimore, George Whitefield: The Life and Times of the Great Evangelist of the 18th
Century Revival, vol. 2 (Carlisle, Pa.: Banner of Truth, 2004), p. 110.
[5] Ibíd., p. 112.
[6] Ibíd., p. 113.
[7] Moore, Good Christians Good Husbands?, p. 10.

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Parte 1
El corazón del pastor
“No se trata de ti, sino de mí”.

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Capítulo 1
El problema
{ Brian }
Al comienzo de mi ministerio como pastor, descubrí que los problemas que
suelen recibir mayor atención son los que resultan más evidentes. En otras
palabras: “Se engrasan las ruedas que chirrían”. Aunque este dicho hacía
referencia originalmente al mantenimiento regular de un tractor o
automóvil, también es cierto del ministerio pastoral en una iglesia. La
realidad diaria del ministerio pastoral es, generalmente, que el pastor
atiende las necesidades inmediatas y urgentes de su congregación. El
horario de trabajo de la mayoría de los pastores depende de los problemas
más patentes: los más conflictivos son los que obtienen la atención del
pastor.
No intentaré negar nada de esto. Seamos sinceros desde el principio: un
pastor debería dar prioridad a las necesidades más inmediatas de su
congregación. Admito que así es como, a menudo, determino lo que voy a
hacer cada día. Si tengo que elegir entre una reunión semanal de
discipulado con un joven de la iglesia que lucha contra la soledad o visitar a
una anciana que se está muriendo de cáncer, iré siempre al hospital. A veces
las opciones no siempre son tan claras, pero estas situaciones definen buena
parte de la presión que experimentan los pastores cada día. El pastor sabe
que debe reunirse con el joven —necesita invertir a largo plazo para recibir
el fruto con el paso del tiempo—; pero también sabe que una mujer
moribunda le necesita. Lo que se exige de los pastores es siempre más de lo
que ellos pueden proporcionar. Esto tiende a crear ciertos patrones y “las
ruedas que chirrían” en el ministerio son, por así decirlo, las que se
engrasan; mientras que otras áreas de responsabilidad igualmente
importantes se atienden en menor medida.
A menudo, la familia del pastor es la rueda que menos chirría. ¿Por qué?
Porque la mayoría de las esposas son muy conscientes de las exigencias del
pastorado. Más que cualquier otro miembro de la iglesia, la esposa del
pastor sabe cuánto se esfuerza su esposo por cuidar del rebaño y, puesto que
ella quiere apoyarle y animarle, es generosa y no desea añadir más
presiones de las que ya existen. En medio de tales exigencias, presiones y
expectativas, las familias de los pastores pueden fácilmente quedar
desatendidas, sin que los pastores se den cuenta de lo que está sucediendo,
por lo menos en un principio.
A los pastores se les exige que dediquen mucho tiempo al ministerio, en
la mayoría de los casos por buenas razones. Sin embargo, el problema del
descuido de la propia familia tiene, en realidad, un origen más profundo que
las demandas que compiten por su tiempo y atención. Se trata de un
problema inherente a nuestra propia naturaleza: de algo que no desaparece
con una mejor planificación ni con una delegación más deliberada de
responsabilidades pastorales. El hecho de organizarte no arreglará el
problema, ni tampoco el que aprendas a administrar tu tiempo.
Antes de abordar el origen del problema, vamos a considerar las
demandas que generalmente luchan en las conciencias de los pastores.
¿Cuáles son las exigencias que rivalizan por la atención de un ministro
cristiano? ¿Qué las hace tan irresistibles, tan tentadoras?

El reconocimiento
Todos deseamos caerles bien a otros, y los pastores no son distintos en este
aspecto; especialmente cuando se trata de aquellas personas que deben
cuidar, orar por ellas y ministrarlas… y por las que han de rendir cuentas
(He. 13:17). Pero ¿qué sucede cuando un pastor ve que los individuos de
quienes busca la aprobación (su grey) no se la dan? Entonces tiende a seguir
su deseo innato de hacerse querido y aceptado. Recuerdo cómo funcionaba
esto cuando yo estaba en la escuela secundaria. Tenía un grupo de amigos y
deseaba su aceptación desesperadamente, de modo que me esforzaba por
obtener su favor. Empecé a hacer las cosas que sabía que me ganarían su
aprobación: seguí sus sugerencias y realicé lo que querían que hiciera. Esto,
habitualmente, me incitaba a traicionar mis propias convicciones. La mayor
parte del tiempo estaba más interesado en caerles bien a ellos que en hacer
lo correcto.
Por desgracia, mi patética búsqueda de aceptación en la escuela
secundaria no era muy diferente del reconocimiento que muchos pastores
desean recibir de sus rebaños: las personas a quienes se esfuerzan por servir.
En el caso de muchos ministros cristianos, todo su sustento —tanto
económico como de posición social— está bajo el control de los miembros
de su iglesia; y, aun cuando no sea así, la vida de los pastores se consume
satisfaciendo las necesidades de aquellas personas a quienes sirven. Los
pastores hacen numerosos sacrificios por causa de ellas. Soy consciente de
esta exigencia en mi propia vida y, con frecuencia, me siento presionado a
hacer algo que no deseo realmente hacer pero que alguien de la iglesia
quiere que haga. El pastor que subestima la poderosa atracción que
representa para él la aprobación de su rebaño, también estará ciego a la
facilidad con que esta exigencia de aprobación puede conducirle a una
obsesión malsana e insatisfecha.

{ Cara }
Cuando yo estaba en la secundaria, era bastante distinta de Brian. Aunque
también experimentaba la presión por integrarme, me rebelaba contra el
cambio en lugar de darle cabida. No estaba dispuesta a transformarme, y
tendía a apartarme de aquellos que querían que lo hiciera. No es que no
deseara la aprobación de mis amigos, pero quería que me aceptaran tal
como era. Esta respuesta es igual de pecaminosa, ya que hace que nos
concentremos de un modo malsano en nosotros mismos, nos volvamos
huraños y alimentemos resentimientos y amarguras en vez de abrirnos a los
demás. Esta reacción demuestra un corazón egoísta, ya que estamos
tratando de ocupar el primer puesto. En ocasiones nos preocupamos tanto
de lo que otros puedan decir o pensar de nosotros que el miedo nos
paraliza. Y, por no arriesgarnos a cambiar, no hacemos nada. En este caso,
la esencia del asunto es también el deseo de que otros nos aprueben,
aunque nuestra reacción no sea la de cambiar para agradarles.

***

Las apariencias
Se ha dicho que “la realidad es lo que se percibe”. Nos guste o no, las
apariencias impulsan buena parte de lo que hacemos los pastores. Cómo nos
perciben los demás puede tener un efecto saludable. Ser conscientes de que
otros nos miran y ven nuestro ejemplo puede movernos a la santidad
personal y ayudarnos a evitar situaciones que podrían comprometer nuestra
integridad. Si tomamos en serio que las apariencias importan y que otras
personas están observando cómo vivimos, eso puede estimularnos a ser
diligentes en gobernar bien nuestras familias (1 Ti. 3:4). Sin embargo,
preocuparnos demasiado por las apariencias puede ser un peligro,
especialmente si crea a nuestro alrededor una atmósfera que sofoca la
confesión sincera de pecado y suprime la necesidad de ser responsables ante
otros y recibir ayuda. Puesto que la familia del pastor está bajo el escrutinio
de la iglesia, el pastor puede sentirse tentado a interesarse más por cómo la
iglesia ve a su familia que por su familia en sí. Ciertamente la forma en que
los pastores administran sus familias es importante y constituye un requisito
bíblico que confirma el llamamiento (1 Ti. 3:2, 4-5). Sin embargo, una
preocupación malsana por las apariencias — preocuparse excesivamente
por lo que otros piensen— incita al ministro a buscar una solución rápida o
a encubrir algunos patrones de comportamiento o problemas nocivos en vez
de afrontar con sinceridad sus propios pecados o las dificultades en su vida
familiar.
Cuando surgen, por ejemplo, determinados problemas en su matrimonio,
el pastor y su esposa tal vez intenten poner buena cara y aparentar que todo
va bien, en vez de abordar sus luchas de un modo transparente. En una
conferencia reciente, una encuesta realizada a mil pastores reveló que el 77
por ciento pensaban que no tenían una buena relación matrimonial.[1]
Sabiendo lo difícil que es para la mayoría de los pastores contar sus
dificultades a la congregación, creo que podemos dar por sentado que muy
pocos habrán revelado a sus iglesias las luchas que sostienen en sus propios
matrimonios. A fin de parecer competentes y espiritualmente maduros, es
posible que los pastores se sientan tentados a restar importancia a esos
problemas tan reales, incluso hasta el punto de pasar por alto determinados
patrones pecaminosos que hay en sus vidas.
Cierto pastor me contó en una ocasión que algunos miembros de su
iglesia estaban demostrándole cada vez más hostilidad e intentando reunir
pruebas para echarlo. Habían empezado a pasar en automóvil cerca del
templo a diferentes horas del día con el propósito de anotar cuándo se
encontraba o no su auto en el estacionamiento, pensando poder acusarle de
vagancia o sorprenderle sin trabajar. Por ridículo que pueda parecer, este
hecho tenía un efecto real sobre aquel hombre, quien me confesó que aún
sentía la tentación de complacer a sus críticos demostrándoles que era un
buen trabajador. Intentó, por tanto, modificar su horario de trabajo,
haciendo menos visitas a fin de que se le viera más en la iglesia. Se sentía
impulsado a esto aunque fuera contrario a lo que pensaba que Dios quería
que hiciera. Las apariencias son una realidad para muchos pastores, y
pueden ejercer un enorme poder y control sobre sus vidas, llevándolos
incluso a olvidarse de aquellos a quienes deberían pastorear.

{ Cara }
¿Acaso no experimentas lo mismo como esposa? Permite que te haga un
par de preguntas: ¿Cómo te sientes el domingo por la mañana cuando tus
hijos están sentados contigo y parecen tener hormigas en sus pantalones o
hablan tan fuerte que se los escucha desde el vestíbulo? ¿No te gustaría
ponerte a gatear debajo del banco y esconderte? ¿O mejor aún, salir por
completo del edificio? ¿Te preocupa lo que debes llevar a la comida
congregacional? “¡Señor, no permitas que se me queme!”. ¿Y qué me dices
de tu casa? ¿Te inquieta su aspecto cuando recibes a los miembros de la
iglesia? Hay puertas que mi esposo tiene prohibido abrir en caso de que
nos visite alguien. Si alguna de estas situaciones te resulta familiar, estás
sintiendo también la impresionante demanda de las apariencias. Queremos
que la gente piense que tenemos una casa perfecta, unos hijos perfectos, un
perro perfecto y una cocinera perfecta. Nos preocupa lo que otros puedan
decir si no damos la medida de la perfección. Esta exigencia de aparentar
acompaña siempre a la demanda de aprobación.

***

El éxito
Las demandas del éxito tal vez sean mayores para los pastores en Estados
Unidos que en ninguna otra parte del mundo. Además de la propia
necesidad interior del ministro, la norma consumista de la iglesia
norteamericana —que juzga el rendimiento pastoral según los números y
las ganancias económicas— es una vara de medir poco útil o bíblica, y en
absoluto relacionada con la productividad en el reino de Dios.
Lamentablemente, la búsqueda del “éxito” en el pastorado lleva de manera
ineludible al descuido de otras prioridades, y una de las que se sacrifica con
mayor frecuencia es la familia del pastor.
A menudo la identidad de un hombre se equipara con el grado de éxito
que haya alcanzado en su ocupación. Los varones desempleados, o que
fracasan en el desempeño de sus cargos, son por lo general personas muy
desalentadas, y los pastores no gozan de inmunidad en este aspecto de la
identidad masculina. Paul David Tripp, un autor reconocido y pastor de
pastores, cuenta cómo sus primeros años de ministerio le sumieron en una
crisis de identidad:

El ministerio se había convertido en mi identidad. No pensaba en mí


mismo como en un hijo de Dios necesitado diariamente de su gracia, a
medio camino de mi propia santificación, que aún batallaba con el
pecado y necesitaba al cuerpo de Cristo, y que estaba llamado al
ministerio pastoral. No, yo era un pastor… y punto. Ser pastor era algo
más para mí que un llamamiento y una serie de dones concedidos por
Dios y reconocidos por el cuerpo de Cristo. Yo me definía como
“pastor”. Ese era yo, de un modo que resultó ser más peligroso de lo
que nunca hubiera imaginado.[2]

La crisis de identidad provocada por el deseo de tener éxito es una de las


principales razones por las que muchos pastores se sienten desalentados
actualmente. Estos hombres se esfuerzan y hacen grandes sacrificios, pero
les parece que, al final, logran pocos resultados. En su desesperación, hacen
suyo el lema de “poner en práctica aquello que funciona”, a fin de
conseguir el éxito que anhelan en su iglesia. Los pastores que se sienten
fracasados sucumben fácilmente al apremio del pragmatismo.[3] Esta
obsesión por el éxito no solo engendra una mentalidad pragmática en el
ministerio, sino que también puede llevar a los ministros a pensar que sus
familias no están “funcionando” como ellos necesitan que lo hagan, y
entonces las descuidan y dan prioridad a los programas, las decisiones y las
exigencias de la iglesia por sobre las necesidades de su esposa e hijos.

El significado
Una de las formas más fáciles de desanimar a los pastores es hacer que se
sientan innecesarios. A menudo los pastores luchan con el deseo de ser
útiles, y la manera más obvia en que lo manifiestan es ofreciéndose para
hacerlo todo ellos mismos. Esto crea un patrón de ministerio poco
saludable, en el que la necesidad del pastor de sentirse necesitado hace que
la iglesia llegue a depender de él en cada cosa. Él tiene que realizar todas
las visitas, predicar cada domingo, no faltar a ninguna reunión, llevar a cabo
todas las bodas y todos los funerales… No delega en nadie ninguna de sus
tareas, ni se toma vacaciones, aunque necesite desesperadamente marcharse
durante algunos días con su familia. No permite que nadie le ayude, a pesar
de encontrarse al borde del agotamiento mientras trata de conjugar las
exigencias de la iglesia con las de su familia. Su deseo de sentirse
necesitado le lleva inconscientemente a implantar una cultura eclesial en la
que él parece ser irreemplazable. Aunque esto pueda disfrazarse fácilmente
de fidelidad al Señor o de celo por la obra del ministerio, con el tiempo
suele producir dos resultados: el agotamiento y el descuido de la familia.
La necesidad de significado también puede hacer que un pastor desatienda
a su familia, si algunas personas de la congregación le hacen sentirse más
importante de lo que lo hacen su esposa y sus hijos. Los pastores caen
fácilmente en este engaño y se convencen de que necesitan verdaderamente
reunirse con cierto joven en la iglesia para ayudarle a solucionar sus
problemas, aunque ello signifique faltar por tercer día consecutivo a la cena
familiar. El joven en cuestión, que te admira a más no poder y bebe con
avidez cada una de tus palabras, puede resultar sumamente persuasivo si lo
comparas con las exigencias de tu cansada y desfallecida esposa, y de los
quejosos pequeños que esperan tu vuelta a casa.

Las expectativas
En toda iglesia local encontramos dos grupos de expectativas: las que tiene
la congregación respecto a su pastor y las que el pastor se autoimpone.
Estas dos clases de expectativas pocas veces concuerdan. Durante su primer
año de ministerio, un pastor amigo mío se vio abordado por dos diáconos
distintos en dos ocasiones diferentes. Uno venía a criticarle por no estar el
tiempo suficiente en su oficina, ni permanecer lo bastante en el edificio de
la iglesia como para hacerse accesible a la gente que pasaba por allí. El otro
entró para quejarse de que no visitaba suficientemente a las personas
mayores de la congregación y a decirle que tenía que salir con más
frecuencia para ver a los miembros en sus hogares. Muy sabiamente, ese
pastor se reunió con ambos diáconos para hablar de aquellas peticiones
contrapuestas e intentar establecer algunas posibilidades realistas, en vez de
tratar de resolver la cuestión de cómo estar en dos sitios distintos al mismo
tiempo. La conversación resultó fructífera y los llevó a fijar unas
expectativas más razonables para el futuro.
Por muy poco realista que sea lo que espera una iglesia, la mayoría de los
pastores fieles saben que las expectativas más difíciles de cumplir son las
suyas propias. El pastor quiere ser un Supermán y piensa que eso es lo que
quiere su congregación. En cuanto a mí, sé que cuando me enfrento a
expectativas contrapuestas de miembros de la iglesia, soy el más
decepcionado ante mi incapacidad para estar disponible siempre que
alguien me necesita. Generalmente, los pastores se imponen a sí mismos
expectativas inalcanzables y poco útiles, y, cuando se juntan las
expectativas de la congregación con la mentalidad poco realista del pastor,
se obtiene una mezcla tóxica que a menudo lleva al pastor a descuidar a su
familia.

{ Cara }
Nosotras, las esposas, también tenemos que lidiar con la exigencia de las
expectativas, aunque de un modo un poco diferente. Creo que esa exigencia
se manifiesta habitualmente de dos maneras. En primer lugar, las mujeres
de los pastores sienten un fuerte impulso de participar excesivamente en la
vida de la iglesia. Aunque el comité de selección diga que está contratando
únicamente a tu esposo, eso no significa que tú no tengas expectativas en
cuanto a ti misma como su esposa. Si hay alguien a quien la congregación
desea ver más que a su pastor es a la mujer del pastor. Después de todo,
¿no debería ella poder dirigir el comité de hospitalidad, el ministerio
femenino y el trabajo con los niños, y estar presente en todos los cultos
durante la semana? Como esposa del pastor, tendrás que proteger tu
tiempo… y tu familia. No puedes sacrificar a tus hijos y descuidar a tu
esposo por encontrarte exhausta a causa del servicio que prestas a la
iglesia.
La segunda manera en que se manifiestan estas expectativas es en lo que
nosotras mismas esperamos de nuestros esposos. ¿Son realistas tus
expectativas, o estás reforzando la mentalidad de superhéroe de tu esposo y
esperando que sea Supermán? Ciertamente debemos ser sinceras y
comunicar nuestras necesidades y las de nuestra familia, pero debemos
recordar que nuestros esposos no pueden satisfacer todas nuestras
carencias. Sé realista con respecto a la comunicación (no esperes que tu
esposo te lea la mente) y muéstrate amable con él. Reconoce que la iglesia
interrumpirá tu vida familiar de vez en cuando.

***

Las amistades
Quizá la única persona en la iglesia más solitaria que el propio pastor sea su
esposa. Aunque no todos los pastores se encuentran en semejante situación,
es una realidad bastante corriente en el ministerio. El hecho no resulta nada
fácil de admitir para muchos que no son pastores: después de todo, la gente
ama considerablemente al pastor, ¿cómo no iba a ser él quien más amigos
tuviera? Por otra parte, todas las mujeres acuden a la esposa del pastor en
busca de consejo… ¿acaso no le sobrarán las amigas? Un estudio de
Enfoque a la Familia revela, sin embargo, que el 70 por ciento de los
pastores no tienen amigos cercanos en quienes confiar.[4] Mi propia
experiencia me lleva a creer que el porcentaje de esposas de pastores
solitarias es todavía mayor, pero ¿por qué?
Ser pastor o esposa de pastor puede, ciertamente, ser muy solitario. En
algunas circunstancias, se debe a que la cultura de la iglesia hace difícil
mantener relaciones significativas en las que sea posible ser auténticos,
transparentes, francos en cuanto a sus luchas y sinceros acerca de los
asuntos de la congregación. En algunas iglesias grandes, el servir junto a
otros pastores y sus esposas tal vez fomente este tipo de compañerismo,
pero, en muchos casos, las relaciones más trascendentes de los pastores y
sus esposas están fuera de la congregación local.
En consecuencia, los pastores y sus esposas deben hacer un esfuerzo
adicional por cultivar amistades significativas y seguras tanto dentro como
fuera de su propia iglesia. Y ya que hacerlo requiere más trabajo, muchas
parejas ministeriales acaban quedándose solas o con pocos amigos que
realmente conozcan sus luchas.
{ Cara }
Brian no está diciendo que no podamos tener amistades significativas en la
iglesia —algunos de nuestros amigos más cercanos los hemos hecho en la
congregación a la que servimos—; sin embargo, debemos ser cautos y
sensatos en cuanto a lo que contamos y a quién se lo contamos.
Hay otro sentimiento más que las esposas de los pastores quizá afronten y
es la envidia. Algunas noches, Brian vuelve exhausto a casa de la iglesia,
nos sentamos a cenar como familia y, cuando estoy impaciente por pasar
un rato relajado con él, de repente suena el espantoso teléfono… Desde
luego, se trata de un miembro de la iglesia al que acaban de hospitalizar o
de alguien que está atravesando alguna crisis en su matrimonio. Luego veo
a mi agotado marido salir de casa otra vez a fin de pasar el resto de la
tarde-noche fuera, y yo me quedo sentada sola con los niños sin saber a
qué hora volverá.
En tales momentos resulta difícil no sentir envidia por los ratos que esas
personas pasan con nuestros esposos. Los celos son algo que dejamos
entrar muy fácilmente en nuestro corazón, y de inmediato nos resentimos
por la dedicación de nuestros esposos a los demás. Luego pensamos que lo
único que nos queda son las sobras y, a veces, ni siquiera eso. En ocasiones
así, es fácil para la esposa de un pastor sentir amargura hacia la iglesia.
La batalla es muy real y nuestra lucha comprensible. Por eso es muy
importante hacer un esfuerzo suplementario para forjar amistades
estrechas con las que podamos ser sinceras sobre estos asuntos y hablar de
nuestros quebrantos y desilusiones, antes de que esas cosas se afirmen y
lleguen a ser amargas raíces de resentimiento.

***

Las demandas y expectativas que soportan los pastores y sus esposas son
muy reales, y dificultan el desarrollo de unas relaciones estrechas. Aun así,
tener amigos íntimos es posible, aunque pueda suponer más trabajo. Los
pastores necesitan actuar con sabiduría y ser meticulosos en la elección de
aquellas personas (y parejas), dentro y fuera de la congregación, con las
cuales puedan mostrarse como son y actuar con sinceridad.

El verdadero problema del pastor


Todas las exigencias que hemos considerado influyen mucho en los
corazones y las mentes de los pastores y sus esposas, y la tentación de
seguirlas pueden incitarlos a tomar decisiones que afectan negativamente a
sus familias. Pero esas demandas, aunque poderosas y avasalladoras, no son
nuestro auténtico enemigo. En muchos casos, son deseos legítimos de cosas
buenas como el amor, la amistad y el significado. El verdadero problema
reside en la respuesta que les dan el pastor y su esposa.
En el corazón de todo pastor hay un cableado interno, una tendencia
innata a cumplir sus propios deseos y satisfacer las exigencias de la vida por
medios imperfectos, egoístas y pecaminosos. Este es el problema
fundamental que lleva a los pastores a descuidar a sus esposas y sus hijos, y
que se remonta al primer matrimonio y la primera familia humana: Adán y
Eva. Después de crear los cielos, la tierra y todas las criaturas vivientes
(Gn. 1–2), Dios también hizo al hombre y la mujer a su propia imagen (Gn.
1:27). Este hombre y su esposa se unieron para formar una sola carne, y
estaban desnudos y no se avergonzaban (Gn. 2:24-25). Luego, el Señor
declaró todo lo que había creado: “bueno en gran manera” (Gn. 1:31). Pero,
seguidamente, Adán y Eva pecaron de forma deliberada contra su Creador y
Señor, al desobedecer el mandato divino y comer del árbol de la ciencia del
bien y del mal (Gn. 3:6). En vez de acatar el mandamiento de Dios, el
hombre y su mujer se rebelaron contra Él, y escogieron gobernar sus
propias vidas, tomar sus propias decisiones y satisfacer sus propias
necesidades en vez de dejarse guiar por el Señor y confiar en Él.
Cuando Adán y Eva pecaron contra Dios, el pecado entró en el mundo y
lo cambió todo. Nosotros como sus descendientes heredamos sus corazones
corruptos y vivimos bajo la maldición de la muerte y el deterioro. Nacemos
en un mundo caído y pecaminoso con corazones contaminados y la
disposición natural a rebelarnos contra Dios y buscar los deleites del
pecado. Jesús afirmó esta verdad acerca de la condición humana. En
Marcos 7:1-23 se nos cuenta la confrontación del Señor con los fariseos,
quienes ponían arrogantemente su confianza en sus propias obras y
tradiciones. Estaban ciegos para ver lo que Jesús afirmaba que era
verdaderamente importante para Dios: no las cosas físicas y externas que
hacemos, sino los asuntos espirituales e internos del corazón.
En ese contexto, Jesús habló no solo acerca de la corrupción de nuestros
corazones, sino también de cómo esa corrupción afecta a nuestra relación
con Dios. El Señor explicó que no es lo que entra en una persona lo que la
contamina —porque no entra en su corazón sino en su vientre (Mr. 7:18-19)
—, y luego añadió:

Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del
corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios,
las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades,
el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la
insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al
hombre (Mr. 7:20-23).

Durante la mayor parte de sus vidas, Jesús y sus discípulos habían


seguido las estrictas leyes y tradiciones que reforzaban la idea de que la
contaminación venía de las comidas y otros objetos declarados inmundos.
Sin embargo, Jesús enseña una idea contraria a esa: nuestra aceptación en el
reino de Dios no se basa en lo externo, sino en lo interno, en el estado de
nuestro propio corazón.[5]
El corazón de un pastor no es distinto de los demás. Cuando los pastores
descuidan a sus familias, no se puede culpar a las presiones, las exigencias
y las expectativas poco realistas. En última instancia, las luchas que los
pastores enfrentan —y la negligencia que demuestran para con sus familias
— tienen solo una raíz: un corazón pecaminoso. La razón por la que un
pastor desobedece los mandatos explícitos de la Biblia acerca del cuidado
de su familia, y justifica su desobediencia, es el deseo pecaminoso. En vez
de confiar en Dios y obedecerle, creyendo que Él suplirá sus necesidades de
aceptación, significado, aprobación y amistad, ese pastor intenta
satisfacerlas personalmente. Este es un patrón profundamente arraigado en
su alma.
Pero ¿cómo sucede esto en la práctica? Permíteme darte algunos ejemplos
de pecados específicos que un pastor podría cometer y que están
íntimamente relacionados con las exigencias del ministerio que
examinamos antes:

• Esclavizarse a las demandas de aprobación y apariencias podría revelar


que lucha con el pecado del temor al hombre al dar más importancia a
lo que otros piensan en vez de obedecer lo que Dios dice.
• Dejarse controlar por la demanda de expectativas o significado podría
ser una muestra de que lucha con el orgullo y busca gloria para sí
mismo en vez de ofrecerla humildemente a Dios.
• Estar motivado por la demanda de éxito podría sumir al pastor en una
crisis de identidad al exponer el ministerio como un ídolo para él al no
definir su identidad solo en Cristo.
• Obsesionarse con la demanda de amistad podría llevar el pastor al
descontento, al desapego emocional y a una falta de confianza en la
provisión divina.

Todos los cristianos, aunque perdonados y renovados por el poder del


evangelio, deben batallar a diario con su propia carne pecaminosa en este
mundo caído… ¡incluso los pastores! De hecho, creo que el enemigo nos
acosa principalmente a nosotros, incitándonos a traspasar nuestra lealtad a
algo —o alguien— distinto de Dios: incluso a cosas buenas en sí mismas
como el ministerio. Este es un problema muy real. Los propios corazones
pecaminosos de los pastores pueden seducirles fácilmente aun cuando se
impliquen profundamente en los rigores y sacrificios del ministerio
pastoral.
Sin embargo, hay esperanza no solo para identificar esos pecados que nos
asedian y arrastran fácilmente a deshonrar a Dios y a descuidar a nuestras
familias, sino también para vencerlos. El mismo poder del evangelio que ha
redimido el corazón pecaminoso de cada pastor cristiano le capacita para
despojarse de todos esos pecados y vestirse de Cristo. El evangelio nos hace
aptos para obedecer los mandamientos divinos y responder al llamamiento
de Jesús de ser fieles ministros en nuestro hogar y en la iglesia. En páginas
sucesivas consideraremos diversas estrategias bíblicas para hacer uso de
este poder restaurador en contra de nuestros corazones pecaminosos,
mientras buscamos el equilibrio al responder a las exigencias y aprender a
pastorear fielmente a nuestras familias.

Preguntas para el diálogo


De la esposa a su esposo
1. ¿A cuál de estas exigencias eres más propenso a sucumbir?
2. ¿De qué manera estas demandas te han hecho descuidar a
nuestra familia?
3. ¿Qué deseo pecaminoso identificas en tu corazón que te lleva a
descuidar a nuestra familia?

Del esposo a su esposa


1. ¿Sientes a veces envidia por el tiempo que paso con nuestra
iglesia? ¿Cómo podemos proteger mejor nuestros ratos en
familia?
2. ¿Con qué exigencias estás luchando? ¿De qué manera puedo
ayudarte en esa lucha?
3. ¿Sientes que estoy relegándolos a ti o a los niños de algún modo
del cual yo no soy consciente?
[1] Dr. Richard J. Krejcir, “Statistics on Pastors: What Is Going On with the Pastors in America”,
www.intothyword.org/articles_view.asp?articleid=36562&columnid= (visitado el 15 de enero de
2013).
[2] Paul David Tripp, Dangerous Calling: Confronting the Unique Challenges of Pastoral Ministry
(Wheaton, Ill.: Crossway, 2012), p. 22.
[3] El pragmatismo es una forma de ejercer el ministerio que se concentra en obtener resultados, a
menudo en detrimento de lo que la Biblia considera una manera fiel de actuar.
[4] Citado en Krejcir, “Statistics on Pastors”.
[5] Esta enseñanza bíblica de los efectos del pecado en el corazón humano (Mr. 7) apareció
primeramente en mi folleto “Help, He’s Struggling with Pornography” (Day One Publishing). Tengo
que reconocer que las palabras son muy parecidas aquí, pero se centran de manera más específica en
el corazón de los pastores.

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Capítulo 2
La solución
{ Brian }
Era la reunión que había estado temiendo. Yo tenía 17 años y las cosas no
iban demasiado bien con mi novia del momento. Ella había solicitado una
charla para “definir nuestra relación”. Los que han tenido que soportar este
tipo de conversaciones tal vez se imaginen lo que sucedió después. Nos
encontramos y de su boca salieron las terribles palabras que yo me
esperaba: quería romper conmigo y poner fin a nuestra relación. Esperando
suavizar el dolor del rechazo, la muchacha pronunció la famosa frase:
“¡Brian, no se trata de ti, sino de mí!”. (Cara: Solo para que conste, no era
yo “la muchacha” que había pedido esa charla).
“No se trata de ti, sino de mí”: esas sencillas palabras siempre tienen un
significado más profundo, y su propósito es hacer más llevadero el golpe
que sufren nuestro orgullo y autoestima cuando alguien a quien amamos
nos rechaza. Son un intento de asignar la culpa a la persona que rechaza;
pero, por muy noble que sea ese intento, siempre fracasa. En realidad,
produce exactamente aquello que pretendía evitar. Escuchar esas ocho
palabras puede hacer que nuestro espíritu se desmorone, porque sabemos
intuitivamente que no son sinceras, sino solamente una forma de evitar el
conflicto y acabar lo antes posible con una relación desdichada.
A pesar del uso negativo que tiene esta frase en la mayoría de las
relaciones, voy a sugerir que, en el caso de un pastor culpable de descuidar
a su familia, quizá sea la mejor forma de comenzar. Cuando el pastor
asimila el hecho de que “no se trata de _______, sino de mí”, esas palabras
se convierten en un punto de arranque útil y sincero para afrontar su
negligencia. En el capítulo anterior consideramos cómo las presiones y
exigencias pueden llevar al pastor a establecer mal las prioridades en su
vida y, aunque resulta tentador concentrarse en esas exigencias y echarles la
culpa de nuestro comportamiento, la raíz del problema es más profunda. El
problema no está en las demandas y presiones que afrontamos, sino en
convertirlas en ídolos que nos hacen descuidar a nuestra familia y deshonrar
a Dios. Cuando somos pecaminosamente negligentes con nuestra familia,
eso da lugar a varias consecuencias inevitables.
Cuando un pastor descuida a su familia, eso revela una desconsideración
hacia varios imperativos bíblicos que se requieren de cualquier esposo y
padre cristiano (Ef. 5:25-30; 6:4; 1 P. 3:7). Además, ser negligente con la
familia manifiesta un desprecio por el requisito bíblico que exige al líder
cristiano “que gobierne bien su casa” (1 Ti. 3:4). Estos imperativos de las
Escrituras declaran la prioridad que Dios da a que los ministros pastoreen y
cuiden a sus familias antes que al rebaño. Sin embargo, a pesar de estas
expectativas tan claras para los líderes, sus respuestas pecaminosas a las
exigencias del ministerio llevan a muchos pastores a confundir sus
prioridades. El hombre cristiano que descuida a su familia transmite la idea
de que no la valora. Ya que los ministros son ejemplos para sus rebaños
(1 P. 5:3), no solo establecen un mal precedente para otros creyentes
varones de su congregación, sino que —lo que es aún peor— hacen que un
espíritu de hipocresía impregne sus hogares. Asimismo, consiguen que sus
esposas e hijos perciban la hipocresía en su vida. La desconsideración de
los pastores hacia las necesidades de la familia es una de las causas
principales del desencanto que sus esposas y sus hijos sienten a veces hacia
la iglesia, e incluso Cristo mismo. Los pecados de los pastores traen
consecuencias tanto para sí mismos como para sus familias y las iglesias a
las que sirven.

{ Cara }
Esposas, en ciertas ocasiones nuestros esposos ni siquiera se dan cuenta de
que nos están descuidando. Muchas mujeres que conozco quieren que sus
esposos les lean la mente. ¡Deseamos que nos comprendan tan bien que
sepan cuándo las cosas no funcionan! Pero la mitad de las veces ni aun
nosotras mismas sabemos lo que anda mal. La solución no consiste en
aporrearles la cabeza con todos sus fallos en cuanto llegan a casa; sin
embargo, tampoco deberíamos reservarnos nuestros problemas y llenarnos
de resentimiento e ira. Debemos señalarles nuestras necesidades y las de
nuestra familia con cariño, sabiduría y, sobre todo, con respeto, y luego
orar pacientemente tanto por nuestro propio corazón como por el suyo.

***

A pesar de las graves consecuencias que produce el descuido de sus


familias, los pastores que sucumben a las demandas y presiones del
ministerio a expensas de su familia aún tienen esperanza. Hay un poder para
superar esos pecados y restaurar lo que se ha estropeado: el poder del
evangelio.[1] El mismo evangelio que despierta el alma espiritualmente
muerta de un pastor a la vida en Cristo tiene también poder para darle la
victoria sobre la carga de sus pecados. Los pastores en dificultad necesitan
echar mano de dos aspectos del evangelio bíblico si quieren experimentar
su poder: deben responsabilizarse del pecado que han cometido —
reconocer su negligencia y fracaso— y deben descansar en la gracia que
ofrece Cristo, confiando en los dones y promesas de Dios antes que en sus
propios esfuerzos por conseguir lo que quieren y necesitan.

Examina tu corazón
El primer paso que un pastor debe dar en este proceso es restaurar aquello
que su negligencia ha dañado, y se necesita la frase: “No se trata de ti, sino
de mí”. Los ministros cristianos tendrían que hacer lo mismo que cualquier
seguidor de Jesucristo que lucha con el pecado: reconocer sus faltas contra
Dios y contra su familia. Debe confesar su fracaso al Señor y a su esposa e
hijos, y admitir que está mal afirmar que su descuido es consecuencia de las
presiones que sufre o de las agobiantes demandas de tiempo que se le
imponen. Estas aseveraciones pueden convertirse con mucha facilidad en
excusas para ocultar el pecado, o en justificaciones que le impidan
arrepentirse de veras. Algunas familias de pastores tal vez se crean
responsables de los problemas que tienen. El esposo que descuida a su
esposa quizá descubra que esta ha empezado a pensar que tal vez se deba a
alguna falta suya, que ella es la culpable de que su esposo prefiera pasar su
tiempo con los miembros de la iglesia en vez de dedicarle algunos ratos
significativos. Asimismo, los hijos del pastor pueden llegar a la conclusión
lógica de que su papá ama a la congregación más que a ellos. Para reparar
el sufrimiento que su negligencia ha creado en la familia, el pastor debería
hacer primeramente un examen de su propio corazón, reconocer lo que es
verdaderamente pecaminoso, confesarlo a Dios y a aquellos contra quienes
ha pecado, y arrepentirse para dejar a un lado los patrones de pecado y
seguir al Señor con fe y obediencia.
La clave de este proceso es el arrepentimiento: no solo la experiencia del
perdón divino, sino también la restauración de la familia mediante la
ruptura con los patrones de negligencia. Hace varios años, creyendo que
reconocía sinceramente algunas luchas y pautas pecaminosas de descuido
para con mi esposa y mis hijos, hice ciertos cambios necesarios en el
horario de nuestra familia que reflejaban mi compromiso de abandonar mis
viejos hábitos y patrones de comportamiento. Jamás olvidaré la
desesperación que sentí poco después, cuando mi esposa me confrontó y me
dijo que, en realidad, las cosas habían cambiado mínimamente. Me señaló
que eran especialmente mis hijos quienes habían reparado en la falta de
cambios, y comprendí que, a pesar de la admisión de mi pecado y de
confesarlo a mi familia con la intención de mejorar las cosas, mi
arrepentimiento no había sido sincero. Cuando me arrepentí de veras,
comenzó a aparecer un cambio real y duradero en mi vida.
No te equivoques, yo aún cuido imperfectamente de mi familia; pero mi
esposa y mis hijos pueden certificar que en mi vida hay ahora fruto de
arrepentimiento. Pocas veces respondo ya al teléfono durante la cena o en
medio de nuestro tiempo devocional como familia, y trato de llegar a casa
sistemáticamente a la hora que digo, y no cuarenta y cinco minutos o una
hora después. Además, desde hace unos pocos años, he usado todo mi
tiempo de vacaciones. Aunque cualquier pastor seguirá siendo siempre una
proyecto en desarrollo, resulta posible, por la gracia de Dios y el poder del
evangelio, romper con ciertas pautas pecaminosas que han echado raíces.
No obstante, si no hay arrepentimiento verdadero, pocas cosas cambiarán.

Despójate y vístete
Puesto que el arrepentimiento es esencial, debemos comprender que
bíblicamente es algo más que confesar nuestro pecado y decidir no volver a
cometerlo. El modelo bíblico es: “Despojaos del viejo hombre… y vestíos
del nuevo hombre” (Ef. 4:22-24). Además de abandonar el pecado,
debemos revestirnos de Cristo al adoptar patrones y hábitos de
comportamiento positivos, en lugar de nuestras pecaminosas pautas de
conducta anteriores.
Yo he descubierto cuatro principios bíblicos eficaces de los que puede
“vestirse” un pastor cuando se arrepiente de su pecado, todos basados en el
plan de Dios para la familia. Si los aplicamos, Dios puede utilizarlos para
acabar con las pautas de negligencia y establecer nuevos patrones
saludables.

Recuerda los requisitos bíblicos


El apóstol Pablo esboza claramente en las Escrituras los requisitos para los
ministros cristianos. Un pastor (responsable de congregación o anciano)
debe ser marido fiel de una sola mujer (1 Ti. 3:2; Tit. 1:6) y gobernar bien a
sus hijos y su hogar (1 Ti. 3:4-5; Tit. 1:6). Las listas de Pablo tanto en
1 Timoteo 3 como en Tito 1 no son exhaustivas, pero contienen varias
características que pueden y deberían observarse e identificarse en cualquier
hombre que aspire al cargo de pastor (1 Ti. 3:1) y deben permanecer en
todos los pastores a lo largo de su ministerio. Recordar las listas de Pablo es
un antídoto claro y eficaz contra el problema del descuido de la familia.
Esta norma divina ayuda a los pastores a tener presente lo que se les exige
respecto a la fidelidad a su familia en los rigores del ministerio cristiano.
Pasar por alto esta norma bíblica conduce inevitablemente a la negligencia
hacia la familia y, a menudo, a la descalificación para el oficio de pastor.
Cuando el apóstol Pedro exhortó a los ancianos (pastores) bajo su cuidado
a apacentar la grey de Dios (1 P. 5:2), los llamó a ser “ejemplos” para el
rebaño (1 P. 5:3). Al hacerlo, Pedro tenía en mente todos los aspectos de la
vida: incluso la responsabilidad de los hombres hacia sus esposas e hijos.
En cierta ocasión escuché a Albert Martin, un experimentado pastor,
dirigirse a un grupo de ministros tocante al tema del matrimonio cristiano, y
les dijo: “¿Qué hace un miembro de su iglesia cuando algún inconverso
entra por la puerta y le pregunta cómo deberían tratar los cristianos a sus
esposas? ¿Saben lo que ese miembro debería hacer? Señalarlo a usted y
decir: ‘Ese es mi pastor; fíjese simplemente en la ternura, el afecto y el
amor sacrificial con que trata a la mujer sentada a su lado’”.
Los pastores necesitan recordar que Dios ha establecido una norma muy
alta para los ministros cristianos respecto a cómo deben vivir su
llamamiento como esposos y padres. Al despojarte del pecado y vestirte de
Cristo, recuerda que el fruto de la obra de Dios, las cosas que en un
principio te cualificaron para el ministerio pastoral, deben seguir siendo
evidentes no solo para la iglesia, sino también para tu esposa y tus hijos.
Permíteme añadir una palabra necesaria de gracia: jamás debes olvidar
que los dones que tienes para el ministerio pastoral son también fruto del
evangelio, y que no existen a menos que el Espíritu de Dios actúe
poderosamente en ti y a través de ti. Guárdate de considerar que los
requisitos mencionados constituyen una lista de cosas que debes realizar
por tu propia fuerza y rectitud. En cambio, acude a Dios en oración,
buscando esas cualidades como fruto espiritual de su misericordiosa obra en
ti. Los dones divinos se reciben por la fe cuando dependemos de Cristo para
cada necesidad.

Ama a tu mujer, compréndela y deléitate en ella


Siguiendo el espíritu de la exhortación de Pedro de ser ejemplos para el
rebaño, es esencial que los pastores mantengan delante de sí el diseño
divino para el matrimonio, que puede reconocerse en los mandamientos de
Pablo en Efesios para cada uno de los cónyuges. Las esposas deben
someterse a sus esposos como al Señor (Ef. 5:22), y los esposos deben amar
a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella (Ef. 5:25).
Esta tarea es imposible para un esposo cristiano, a menos que considere a su
esposa como una alta prioridad, en segundo lugar solo después de Cristo.
¡Cuánto más cierto es esto en el caso de los pastores! ¿Cómo puede un
esposo que descuida a su esposa e hijos amarla de tal manera que demuestre
al resto del rebaño el amor incondicional y abnegado de Cristo?
Pedro también nos explica el plan de Dios para el matrimonio cristiano,
pero su enfoque es diferente. Pedro se dirige al hombre que afirma que su
esposa —al igual que la iglesia— es difícil de amar, y comienza por instruir
a las mujeres cristianas acerca de cómo tienen que obedecer a Cristo al
tratar con un marido que no acepta el mensaje del evangelio (1 P. 3:1).
Deben llevar una vida piadosa ante sus desobedientes esposos, con la
esperanza de que por su buena conducta ganen a estos (1 P. 3:2-4). Con este
trasfondo de un matrimonio difícil en mente, el apóstol luego manda a los
esposos cristianos: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas
sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a
coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan
estorbo” (1 P. 3:7).
Ser considerado con tu esposa significa comprender la voluntad de Dios
acerca de cómo debe relacionarse un marido cristiano con su mujer, e
implica entenderla y empatizar con ella. Los esposos deberían estar al tanto
de las necesidades, las luchas y los sentimientos de sus esposas. Los
pastores están llamados a vivir con ellas de esta manera, no solo como
ejemplo para su rebaño, sino también porque la esposa del pastor afronta
dificultades, exigencias y presiones especiales que demandarán de su
cónyuge un cuidado personal. Para que la esposa de un pastor se sienta
apreciada y honrada, necesita recibir de su esposo una medida adicional de
resolución y lealtad. La esposa de un pastor pueden sentir la competencia
por el afecto de su esposo de una forma distinta a la de otras esposas, y
puede afrontar ciertos retos y luchas que ellas no tienen. Por tanto, como
esposo y pastor, debes aprender cuáles son los retos que tu esposa enfrenta
y cómo servirla mejor con una actitud amorosa.
Estos imperativos son útiles para el esposo cristiano, pero los ejemplos
bíblicos nos ayudan a clarificar lo que Dios espera de nosotros. Considera el
sabio consejo de Salomón a su hijo en Proverbios 5. Primero le advierte
acerca de la mujer adúltera: quién es y por qué debe guardarse de ella (Pr.
5:1-14). A continuación, mediante un contraste impresionante, utiliza su
descripción de esa clase de mujer para ayudarle a comprender por qué
tendría que deleitarse únicamente en la esposa de su juventud (Pr. 5:15-20).
Salomón insta a su hijo a complacerse sexualmente en su cónyuge, no en la
adúltera que le embriaga con su amor. El amor abnegado por tu esposa —
amarla como Cristo amó a la Iglesia y vivir con ella de manera considerada
— debería ser fruto de tu deleite en la maravillosa y misteriosa gracia
divina que te ha dado la esposa que tienes, según su sabio y soberano plan.
A menudo se identifica a Charles Spurgeon como alguien especialmente
negligente con su mujer y sus dos hijos por haber dedicado tanto tiempo a
viajar alrededor del mundo para predicar el evangelio. No obstante, aunque
podamos considerar deficientes algunas de sus prioridades, es difícil pasar
por alto el evidente deleite de Spurgeon en su esposa. Esto se ve en las
cartas que le escribía a diario mientras estaba de viaje.[2] Cuando la Sra.
Spurgeon le pidió que empleara su tiempo en descansar en vez de escribirle
tan a menudo, él le contestó con una carta que decía: “Cada palabra que
escribo me da tanto placer a mí mismo como pueda dártelo a ti. No son más
que cosas variadas que transcribo según me vienen a la mente; de modo
que, como puedes entender, no constituyen para mí un gran esfuerzo, sino
más bien un alegre garrapateo. No te inquietes porque te escriba tantas
cartas: me produce un placer enorme expresar mi gozo”.[3] Y en otra
ocasión le envió algunos bosquejos con tinta y plumilla que había hecho de
los tocados de las mujeres italianas, y añadió: “Ahora, querida, espero que
estas bagatelas te diviertan; las consideraré como una tarea sagrada si te
hacen esbozar simplemente una sonrisa de felicidad”.[4]
Los pastores harán bien en seguir el ejemplo de Spurgeon mientras se
enfrentan a sus exigentes horarios y emergencias inesperadas. El pastor que
de veras se deleita en su esposa necesita comunicarle el placer que
experimenta, a fin de que ella se sienta apreciada. La meta de ese pastor no
es simplemente obedecer la letra de la ley, sino intentar ser fiel al propósito
detrás de esos mandamientos y cultivar un irrefrenable deleite en su mujer y
en las complejidades de su personalidad. Pídele a Dios que haga a tu esposa
más preciosa para ti cada día. (Cara: En realidad, nosotras no esperamos
gran cosa de nuestros esposos; simplemente, sentirnos importantes para
ellos… ¡y amadas!).

Pastorea, adiestra y enseña a tus hijos


Cuando consideramos cómo los pastores emplean su tiempo, destaca lo
poco que dedican realmente a instruir a sus propios hijos. Un pastor puede
pasar varias horas a la semana enseñando y apacentando a los miembros de
la iglesia, pero al volver a casa adopta a menudo una actitud más pasiva, o
confía en que su esposa se encargue del pastoreo de los niños. El pecado
ciega a muchos pastores y no se dan cuenta del descuido al que someten a
sus hijos, y para combatirlo deben tomarse en serio los claros imperativos
que Dios da a los padres cristianos en la Biblia: “Y vosotros, padres, no
provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación
del Señor” (Ef. 6:4). Hay muchas formas en que los padres pueden
exasperar a sus hijos y provocarlos a ira. El hijo de un pastor que ve cómo
su padre elige una y otra vez las responsabilidades eclesiales en vez de
dedicarle algún tiempo a él, puede a la larga exasperarse y sentirse
provocado a la ira. Los pequeños necesitan que se los pastoree en el Señor
tanto como esos miembros de la congregación bajo la responsabilidad de su
padre.
Pero ¿qué significa para un padre cristiano adiestrar e instruir a sus hijos
en el Señor? En Deuteronomio, Dios habló las siguientes palabras a través
de su siervo Moisés:
Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu
Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y
estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las
repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando
por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como
una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las
escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas (Dt. 6:4-9).

En estas palabras de Dios a los padres de su pueblo —los israelitas—


descubrimos tres principios saludables. En primer lugar, deberíamos instruir
y adiestrar a nuestros hijos para que reconozcan la verdad acerca de Dios y
sepan lo que Él espera de nosotros (Dt. 6:4-5). Lo que enseñamos tiene un
propósito: el deseo de que nuestros hijos conozcan a Dios, y crean y
acepten el evangelio. En segundo lugar, enseñamos a nuestros hijos la
Palabra de Dios a fin de que las Escrituras trasformen sus corazones (Dt.
6:6-7). La Biblia es la fuente de nuestra enseñanza y la autoridad final en
nuestras vidas. Por último, deberíamos instruir a nuestros hijos en casa —y
no depender solo de las reuniones de la iglesia— para que la Palabra llegue
a ser el eje central de nuestro hogar (Dt. 6:8-9). Es necesario enseñarles
regularmente como parte de la vida cotidiana de la familia. Los pastores
deberían fijar prioridades a este respecto, y comprometerse primero a
instruir en el Señor a sus propios hijos y luego a la iglesia.

{ Cara }
Las esposas desempeñamos una función importante en este proceso y
necesitamos animar a nuestros esposos. Una forma de hacerlo es renunciar
a parte de nuestro tiempo con ellos para que puedan dedicárselo, tal vez
individualmente, a cada niño. Nuestros hijos solo estarán en casa por un
breve periodo, así que es importante que demos prioridad a esto.
En segundo lugar, no olvidemos que somos las personas que pasan más
tiempo con nuestros pequeños. Como madre que escolariza a sus hijos en el
hogar, estoy con mis pequeños la mayor parte del día. Conozco de primera
mano sus luchas y cómo están creciendo, y necesito hacer partícipe de
estas cosas a mi esposo para que él sepa cuál es la manera más sabia de
adiestrar e instruir a nuestros hijos. Yo no debo esperar que mi marido
sepa por arte de magia lo que ha sucedido a lo largo del día o las
necesidades específicas de nuestros hijos. Esposo y esposa estamos juntos
en esto, así que necesitamos colaborar el uno con el otro.
Por último, tenemos que estimular el deseo en nuestros niños de pasar
tiempo con papá y, al mismo tiempo, enseñarles a ser comprensivos cuando
algo inesperado lo aleja de nosotros. La mejor forma de hacerlo es con
nuestro propio ejemplo. Debemos mostrar entusiasmo cuando nuestros
cónyuges llegan a casa y ser benévolas y comprensivas cuando la iglesia
los necesita.

***

Acepta tu responsabilidad de rendir cuentas


Tal vez la verdad más aleccionadora para los pastores proceda del autor de
Hebreos: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos
velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo
hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (He.
13:17). Aunque esta ordenanza en particular vaya dirigida a todos los
cristianos, incorpora una profunda verdad para los ministros y líderes
eclesiales. La implicación obvia es que los pastores rendirán cuentas de
cómo hayan pastoreado a otros: algún día responderán de esto ante el
Príncipe de los pastores.
Recuerdo todavía la enorme presión que sentí al ocupar mi primer cargo
de pastor titular de una iglesia y comprender que tendría que dar cuenta a
Dios por mi forma de pastorear y cuidar de toda la gente. Por la noche me
quedaba tumbado en la cama, incapaz de dormir a causa del peso que
sentía. Poco después comprendí que me estaba concentrando tanto en mi
responsabilidad con la iglesia que había pasado por alto otra igualmente
importante: cuidar de mi propia familia. Así que me hice la siguiente
pregunta: si algún día he de rendir cuentas por la forma en que haya
cuidado de los miembros de la iglesia, ¿no se me requerirá aún más que
haya atendido bien a las almas en mi hogar? Lamentablemente, algunos
pastores pasan toda su vida concentrados en cuidar de las personas de su
congregación sin prestar ninguna atención a los que viven bajo su mismo
techo.
Aquí hay mucho en juego: las consecuencias de estos pecados de
negligencia pueden ser desastrosas. Pero ¡gracias a Dios tenemos un
maravilloso Salvador que no solo ha comprado el perdón de nuestros
pecados y la salvación de la ira venidera, sino que también nos ha liberado
de la esclavitud del pecado! Aquellos a quienes el Príncipe de los pastores
ha comisionado, deberían conocer mejor que nadie la realidad de semejante
liberación. Debemos examinar primero nuestros corazones, confesar
nuestros pecados a Dios y a nuestras familias, y arrepentirnos
verdaderamente de nuestro descuido y desobediencia como padres y
esposos. Necesitamos vestirnos de Cristo y comprometernos a hacer aquello
que Él nos ha mandado claramente: ejemplificar para nuestros rebaños lo
que significa ser esposos y padres piadosos.

Preguntas para el diálogo


Dirigidas a un pastor por otros ministros o cristianos maduros
1. ¿Alguna vez has reconocido y confesado tu descuido de tu familia
ante Dios o tu propia familia? ¿Qué necesitas confesar
específicamente?
2. ¿Cuáles han sido algunas de las consecuencias de esa
negligencia?
3. ¿En qué áreas te parece que necesitas crecer más como padre y
esposo? ¿Cómo piensas que responderían a esta pregunta tu
esposa o tus hijos?
4. ¿Qué dirías si tuvieras que rendir cuentas hoy ante Dios por la
forma en que has pastoreado a tu familia? ¿Cómo te motiva el
evangelio a pastorear a tu familia con gracia y amor?

[1] El evangelio es la buena nueva de Jesucristo, según la cual su vida perfecta, muerte expiatoria
en la cruz y victoriosa resurrección han satisfecho la ira de Dios contra el pecado. Por tanto,
cualquiera que se arrepiente y cree en la persona y obra de Jesús recibe el perdón de sus pecados, se
le reviste de la justicia de Cristo y Dios lo adopta eternamente como hijo.
[2] Charles Ray, Mrs. C. H. Spurgeon (Pasadena, Tex.: Pilgrim, 2003), p. 53.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.

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Reflexión
Señales de la gracia en el ministerio
Jim Savastio
Un escritor veterano comentó en cierta ocasión que “la vida del
ministro es la vida de su ministerio”. Cuando la Biblia nos presenta
los requisitos necesarios para el servicio pastoral, destaca
repetidamente la importancia del carácter del hombre y sus
relaciones con los demás: especialmente las familiares. Por la
gracia de Dios he disfrutado durante más de veinte años del gozo
doble de estar casado y en el ministerio. Contraje matrimonio
inmediatamente antes de comenzar mi último año de seminario, de
modo que mi esposa y yo hemos conocido poco o nada de la vida
marital aparte de nuestra experiencia juntos en el pastorado. Todos
mis hijos han nacido y se han criado en medio de las tareas
ministeriales de papá. Sin embargo, a pesar de los retos del
ministerio, Dios ha bendecido nuestras vidas: una bendición que yo
atribuyo a las distintas formas en que la gracia divina se me ha
hecho especialmente patente:
1. Dios me ha mostrado su gracia mediante la bendición de los
malos ejemplos. Yo suelo aprender más de mis fracasos que de mis
éxitos en el ministerio, y las advertencias que recibo a través de
otros me afectan profundamente. He aprendido de aquellos que han
llevado al naufragio a sus familias. El conductor que ve patinar y
salirse de la carretera a un automóvil que va delante de él puede
frenar, reducir la velocidad o elegir otra ruta. Del mismo modo, el
hombre tiene la posibilidad de aprender a sortear algunos de los
peores errores en su familia y ministerio si reconoce y evita los que
otros han cometido.
2. Juntamente con las advertencias que proporcionan los malos
ejemplos, también he visto la gracia divina a través de la bendición
de los buenos ejemplos. Cuando el Señor me salvó, me puso en una
comunidad cristiana donde pude ver un pastor temeroso de Dios
interactuar con amabilidad con su esposa y sus hijos. Observé la
forma en que los hombres de la iglesia amaban y servían a sus
esposas, e instruían y disciplinaban a sus hijos de manera
afectuosa. Conocí hogares felices y llenos de gozo. Mira a tu
alrededor y busca también buenos ejemplos. Pregunta a esos
hombres qué hacen y aprende de ellos…
3. La tercera señal de la gracia divina la he recibido mediante la
bendición de una buena enseñanza. Cuando me estaba preparando
para el ministerio, uno de mis mentores me recordaba
constantemente que mi llamamiento al pastorado nunca anularía
ese otro de amar y cuidar de mi familia como hombre cristiano.
Siendo aún joven en la fe, se me enseñaron claramente los pasajes
bíblicos referentes al matrimonio y la familia, y esos principios
fundamentales de la Palabra de Dios fueron claramente
reivindicados en las vidas de ciertos hombres que abrazaban o
rechazaban la verdad divina. Si no comprendes del todo lo que
significa ser un esposo o un padre piadoso, estudia las Escrituras y
aprende de maestros buenos y temerosos de Dios.
4. He conocido la gracia divina mediante la bendición de una esposa
que me respalda y ora por mí. Mi esposa siempre me ha apoyado en el
ministerio. Como ha señalado Cara, son las mujeres de los pastores
quienes llevan con más frecuencia el peso de las emergencias
repentinas o las llamadas en medio de la noche. La manera en que
la esposa de un pastor afronta esas realidades influye de forma
evidente en la salud y el bienestar de la familia. Un pastor sensato
no pasará por alto a su esposa, ya que sabe que la oración y el
respaldo de ella son esenciales para contar con un ministerio
saludable a largo plazo.
5. Por último, Dios me ha bendecido mediante el apoyo de una grey
bien instruida: nuestra iglesia. Me siento privilegiado de servir a una
congregación que ora fielmente por mi familia y respalda mi decisión
de hacer de mi esposa y mis hijos una prioridad en mi vida. La
congregación jamás se ha quejado cuando he dedicado algunas
noches a quedarme en casa con mi familia, invertido tiempo en jugar
con mis hijos al béisbol o dejado por unos días mis obligaciones
ministeriales para disfrutar de unas vacaciones familiares. Permiten
que mi esposa sea simplemente eso, y no la tratan como a un
miembro no remunerado del personal. También evitan colocar a mis
hijos en un escaparate y los protegen de las expectativas
agobiantes que ponen en contra de la iglesia a tantos hijos de
pastores.
Estas son tan solo algunas de las bendiciones de la gracia de Dios
que me han proporcionado ese gozo doble de un pastorado y una
familia felices.
Jim Savastio lleva veinticinco años en el pastorado y se ocupa actualmente de la
preparación de pastores jóvenes.

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Parte 2
La esposa del pastor
“¡No recuerdo haber dicho nunca ‘sí quiero’ a
esto!”.

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Capítulo 3
La lucha
{ Cara }
La vida como esposa de pastor no ha sido un camino fácil para mí. A lo
largo de ese camino ha habido retos, frustraciones y mucho dolor. Recuerdo
un periodo reciente de ocho meses cuando, tanto mi familia como nuestra
iglesia, experimentamos una pérdida tremenda: enterramos a un miembro
muy querido de la congregación que iba a cumplir en el plazo de un mes los
107 años. También perdimos a dos de nuestros mejores amigos (un pastor y
su esposa) en un accidente de automóvil. Tres días después —de la misma
manera— perdimos a uno de nuestros jóvenes diáconos, quien dejó una
esposa y dos hijos. Mientras asistíamos al funeral de este último, supimos
de la muerte de otro diácono que había servido fielmente a la iglesia durante
más de cincuenta años. Asimismo tuvimos que sepultar a un miembro
comprometido de la congregación que había perdido su batalla contra el
cáncer, y a un tío mío que se quitó la vida. Por tanto, en ocho breves meses,
sufrimos las muertes de siete personas queridas y próximas a nosotros en la
familia y el ministerio: gente que apreciábamos y que nos habían servido y
apoyado. En medio de todo aquello, dos de mis mejores amigas dejaron la
iglesia para que sus esposos asumieran el pastorado en otras
congregaciones.
Aquel fue un tiempo duro. Ya es bastante difícil afrontar los retos de la
vida en sí; pero, cuando les añades la pérdida de las relaciones especiales
que un pastor y su esposa han forjado con aquellos a quienes pastorean,
lidiar con el dolor puede hacerse casi insoportable. Supone una adversidad
para nuestros maridos y también para nosotras como esposas.
El ministerio es una forma de vida que requiere que nos derramemos
constantemente por amor a los demás, sacrificando nuestro tiempo, nuestros
recursos y nuestras emociones. Se trata de una vida que demanda
generosidad en el servicio a otros. Y si no tenemos cuidado, nos dejará
vacíos, desalentados y quebrantados. Pero también nos aporta muchas
alegrías y recompensas. Aun en medio de las dificultades y los quebrantos,
vemos la gracia de Dios en acción y presenciamos en primera fila el
asombroso milagro del amor divino ministrando a esas personas que
apreciamos y pastoreamos.

Las expectativas poco realistas


Desde luego que puedo trabajar en la guardería y estar en el culto de
adoración al mismo tiempo…
Las iglesias a menudo tienen expectativas poco realistas para los pastores y
sus esposas. Si eres la esposa de un pastor, seguramente lo habrás notado. A
veces esperamos demasiado de nosotras mismas o nuestros maridos lo
hacen. Sin embargo, tenemos que responder de un modo saludable que
glorifique a Dios.
Los miembros de tu iglesia tal vez esperen que dirijas el ministerio con
los niños; que estés en todos los acontecimientos eclesiales y asistas a todos
los cultos, fiestas por el nacimiento de nuevos bebés, bodas y funerales; y
que, además, tengas tu casa abierta las veinticuatro horas del día, siete días
por semana, para dar comidas, alojar a misioneros y presidir grupos de
célula. Además de todas estas expectativas relacionadas con el ministerio y
la iglesia, hay otras que tienen que ver con tu manera de vestir, educar a tus
hijos y hablar con tu esposo en público. La lista de lo que se espera de ti es
interminable, y cambia constantemente. Como esposa del pastor, no te es
posible evitar tales expectativas, ni aparentar que no existen. ¿Qué puedes
hacer entonces? Tienes que aprender a afrontarlas con resolución y
plantarles cara.
Una sabia esposa de pastor me dijo una vez que la esposa de un ministro
debe dejarse ver, pero eso no significa que tenga que “hacer todo lo que se
espera de ella”. En otras palabras: es importante que las esposas de los
pastores compartan el deseo de sus esposos de servir a la iglesia, pero ese
servicio no debe estar motivado por lo que piensa la gente. En cambio,
debemos aprender de la verdad de la Palabra. Yo acudo con frecuencia a
Tito 2, donde Dios nos da una lista de responsabilidades de la mujer
piadosa:

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras,


no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres
jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas,
cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra
de Dios no sea blasfemada (Tit. 2:3-5).

Conozco varios libros muy buenos que estudian la vida y el ejemplo de la


mujer descrita en Tito 2, así que no repetiré lo que se dice en ellos.[1] Sin
embargo, es importante señalar que entre todas las expectativas
mencionadas en este pasaje no hay ninguna que haga referencia a cuántas
horas tienes que trabajar en la guardería o cuántas reuniones debes celebrar
en tu casa. Un aspecto importante de Tito 2 es cómo las esposas y madres
pueden servir y amar a sus familias con la intención y la actitud correctas.
Ese pasaje también nos indica cuáles son los motivos apropiados para
nuestras acciones y resalta la importancia de establecer un ejemplo que
glorifique al Señor (“para que la palabra de Dios no sea blasfemada”). No
hay nada que aborde específicamente el grado en que debas participar en la
iglesia; por tanto, cualquier expectativa que tengas en esta área se origina en
algo distinto de las Escrituras.
Es importante que la esposa del pastor considere su función como
compañera de su marido y la influencia que tiene en la vida familiar y en el
ministerio que comparten. La mejor forma de empezar es hablar con tu
esposo y pedirle consejo y dirección. Nos guste o no, ¡necesitamos a
nuestros esposos y su sabio liderazgo en esta área de nuestras vidas!
Debemos permitirles que nos dirijan y animarlos a ello pidiéndoles
orientación. Cada matrimonio y llamamiento al ministerio son únicos, como
también lo son las necesidades de cada marido. Por tanto, resulta imposible
delimitar las medidas específicas de tu situación concreta (espero que tu
esposo conozca tus talentos y limitaciones, y sepa cómo hacer uso de los
dones, la personalidad y la perspicacia especial que tienes para ayudarle a
ministrar a la iglesia).
Al empezar esta conversación, tal vez sientas que tu esposo te cree capaz
de hacer más de lo que en realidad puedes y quizá necesites mantener con él
un diálogo sincero sobre lo que implica recibir visitas en tu hogar: lo que
eso conlleva verdaderamente. Pero lo más importante es que hablarán de
esas expectativas. A medida que tu esposo comprenda mejor las
implicaciones que tienen para tu horario, y tú dediques el tiempo necesario
para expresar cómo te sientes de abrumada, tal vez notes que lo que espera
de ti va cambiando para acomodar tus necesidades en su intento de servirte
con ternura. Pero ¿qué pasa si tu esposo cree que realmente puedes hacer
más, aunque tú no lo veas así? ¡Atención! ¡Dios es más grande que la idea
que tenemos de nuestras posibilidades! Al expresar tu sincera preocupación
y dar a conocer tus sentimientos de agobio, quizá te sientas estimulada a
crecer y hacer cosas que no te agradan. Tales ocasiones constituyen
magníficos recordatorios de que Dios es quien nos da la fuerza y energía
necesarias para llevar a cabo lo que debemos. Fortalecidas por Dios
podemos superar los momentos difíciles y recibir de Él el reposo que
necesitamos para realizar todo aquello que nos pone por delante.

{ Brian }
Queridos hermanos, cuando sus esposas les hacen partícipes de las
preocupaciones que tienen y les dicen que se sienten abrumadas por las
expectativas de ustedes, deben escucharlas. Necesitamos ser conscientes de
las presiones que imponemos a nuestras esposas. Al determinar cuánto
debemos exigirles, debemos considerar las presiones excepcionales que
afrontan a diario. Los pastores son famosos por tener más claras las
necesidades de sus iglesias que la ayuda que precisan sus esposas.
Guárdate de cargar demasiado a tu esposa y trata de entender cómo es su
día. Familiarízate con la labor que realiza cuidando de la familia y
ministrando en la iglesia.

***

La lucha contra la soledad


Da el primer paso para entablar amistad con otros.
Nunca he conocido en persona al presidente de Estados Unidos ni hemos
hablado, pero supongo que tengo al menos una cosa en común con él —y
probablemente también su esposa—: hay muchas personas que quisieran
conocernos, otras tantas que creen que ya nos conocen y muchísimas a
quienes les gustaría beneficiarse de nuestro consejo. Pero, en realidad, muy
pocas nos “conocen” de veras. Los pastores y sus esposas sirven a otros y
cumplen una función destacada en la comunidad, pero pueden pasar por
alto y descuidar sus propias relaciones personales. Quizá haya personas que
se sientan cercanas a ti, pero con quienes tal vez tú no sientas la misma
cercanía. Es posible que conozcas muchos de los detalles íntimos de sus
vidas, pero la tuya es para ellas un libro cerrado.
Cualesquiera que sean las causas, es difícil eludir el hecho de que la
esposa de un pastor puede sentirse muy sola. Tal vez sea porque tu iglesia
es pequeña y los miembros están en desacuerdo con tu esposo o no lo
quieren; o quizá la iglesia sea grande y todo el mundo dé por sentado que
tienes muchos amigos. Puede que seas una madre y ama de casa, y la
congregación esté llena de mujeres que trabajan, o viceversa. Es posible que
te sinceraste con alguien en el pasado y tu confianza fue traicionada, o que
sufriste heridas y ahora tienes miedo de exponerte de nuevo.
Poco después de casarnos, mi esposo y yo servimos en una pequeña
iglesia rural donde él era el pastor de jóvenes. Yo tenía entonces veinte años
y la mayoría de los miembros de la congregación eran bastante mayores que
yo (muchos hubieran podido ser mis padres) o lo suficientemente pequeños
como para que fuese su niñera. Ni que decir tiene que parte de mi soledad
se debía a mi propia juventud y al hecho de ser novata tanto en el
matrimonio como en el ministerio, pero luché con la soledad durante todo el
tiempo que estuvimos allí.
Mi lucha no mejoró al trasladarnos a una nueva iglesia. Descubrí que en
todas las congregaciones teníamos que afrontar obstáculos diversos sin
importar que mi marido fuera pastor de jóvenes, ayudante de pastor o pastor
titular. De hecho, como la esposa del pastor principal, me he dado cuenta de
que algunas mujeres se sienten intimidadas por mi posición. Hay algo que
las impide acercarse a mí y no sé muy bien cómo superar esa barrera.
Recuerdo cierto día que fui a almorzar con una mujer de la congregación.
Su marido se disponía a aceptar el cargo de pastor titular en otra iglesia y
ella tenía un sinfín de preguntas que hacerme. Durante ese rato que pasamos
juntas, me comentó su extrañeza por las pocas invitaciones que había
recibido para almorzar en los hogares de los miembros. Ella pensaba que la
gente querría conocerla mejor. Me reí por lo bajo y le pedí que adivinara
cuántas familias me habían invitado a almorzar en su casa. Mi respuesta la
dejó perpleja. Ella había supuesto —como es bastante habitual— que a los
pastores y sus esposas se los invita a menudo a compartir la comida y otras
celebraciones. Pero lo cierto es que a mí solo me habían invitado a unos
pocos hogares. Esto no tiene por qué ser así en todas las iglesias. Nuestra
congregación actual es, en realidad, una notable excepción en cuanto a esta
tendencia, puesto que cuida maravillosamente de nuestra familia y de mí
misma como individuo. Aun así, la experiencia me ha enseñado que si
espero sentada a que otros tomen la iniciativa de fomentar las relaciones
conmigo, me quedaré bastante sola.
Yo no soy precisamente una extrovertida —estaría perfectamente
satisfecha quedándome en un rincón del santuario observando a los demás
—, y el hecho de no serlo hace aún más difícil para mí forjar relaciones con
las mujeres de nuestra iglesia. Sin embargo, como esposa de pastor he
aprendido que debo dar el primer paso y acercarme a ellas, fomentar el trato
con ellas y esforzarme por conservar la amistad.
También necesitamos clamar a Dios. Nuestra soledad puede ser
autoimpuesta, pero también es posible que el Señor no nos haya provisto
aún de una amiga para esta etapa de nuestra vida. Debemos aprender a
contentarnos con la gracia que Dios nos da y a profundizar en nuestra
relación con Él durante los periodos de soledad. Lo cierto es que el Señor es
un compañero cercano, un amigo perfecto más unido que un hermano. Él es
plenamente compasivo, omnisciente y omnipresente. Si Cristo no nos basta,
ninguna otra relación sobre la tierra podrá satisfacer nuestra necesidad.
Por último, debemos tener paciencia, ya que las relaciones duraderas no
se forjan de la noche a la mañana. Requieren tiempo y esfuerzo, además de
paciencia, sinceridad, vulnerabilidad y un espíritu de perdón. Puede que te
falten varias de esas características. No es nada inusual contar con solo una
o dos amigas de verdad. Necesitamos reconocer esas amistades como un
regalo de la misericordia divina y dar gracias al Señor por ellas, aunque se
trate solo de una persona, y no lamentarnos por la falta de relaciones
estrechas.

Pasada por alto pero vigilada


Invisible… ¡a menos que exista un problema!
Brian y yo llevábamos solo unos meses en nuestra iglesia actual, cuando un
domingo por la mañana, durante la bienvenida, uno de los diáconos se me
acercó y me señaló a la esposa del pastor asociado: “Carla —me dijo—,
¿cómo se llama esa mujer? No quisiera equivocarme al saludarla”.
En caso de que no hayas reparado en la ironía de esta pregunta, ¡mi
nombre no es Carla, sino Cara! Sin duda fue un error inocente. Sin
embargo, aunque ahora me río, en ese momento su equivocación me resultó
sumamente dolorosa. Mi esposo llevaba pastoreando la iglesia varios
meses, y uno de los líderes principales de la congregación aún no sabía
cómo me llamaba. Me sentí ignorada y sin importancia (debo señalar que
ahora ese diácono sabe mi nombre y me saluda afectuosamente cada
domingo por la mañana).
Verse pasada por alto y sentirse insignificante son cosas inherentes a la
lucha contra la soledad que soporta toda esposa de pastor. Vives tu papel
como esposa a la sombra de tu marido. Muchos te ven y, a la vez, eres
invisible. Siempre que saludo a una persona nueva en la iglesia me planteo
si debo o no decirle que soy la esposa del pastor. No porque me sienta
abochornada o avergonzada de ello —¡en absoluto!—, sino porque soy
consciente de que cuando sepa quién es mi esposo, mi identidad pasará a
ser una cuestión secundaria. Hay ocasiones en las que quiero que me
conozcan primero como Cara, alguien único en sí mismo, y luego como
Cara, la esposa del pastor.
Para quienes somos esposas de pastores, los ministerios de nuestros
esposos son públicos y visibles. Ellos están al frente predicando y
enseñando. Mientras esto sucede, nosotras nos encontramos a menudo en la
guardería o sentadas en un banco intentando que nuestros hijos guarden
silencio. Cuando nuestros esposos están fuera reunidos o teniendo
comunión con otros miembros, con frecuencia nosotras tenemos que
quedarnos en casa cuidando de niños enfermos. Nuestras necesidades y
nuestra contribución a la familia y la iglesia suelen pasar desapercibidas. A
veces incluso dudamos de si decirle a la gente que también tenemos
necesidades.
Raras veces —si es que alguna— un miembro de la iglesia me da las
gracias por cuidar de mi familia para que mi esposo esté libre y disponible
para ministrar a otros. Lo más probable —y ahí está la ironía— es que nos
expliquen todos los asuntos que quieren que comuniquemos a nuestros
esposos. Tan pronto como surge alguna crítica, de repente se reparan en
nosotras, ¡cómo si tuviéramos algún tipo de control sobre esa cuestión! En
un momento podemos pasar de ser invisibles a sentir que se nos están
examinando con microscopio. Todavía recuerdo cuando nació nuestra
tercera hija. Llevábamos seis meses en la iglesia, y yo le daba el pecho
mientras me encargaba de otros dos pequeños de cuatro y dos años
respectivamente. A menudo tenía que levantarme durante el culto para dar
de mamar al bebé, y algunas personas me criticaban por hacerlo. Así
aprendí por las malas que todo lo que hacía era objeto de observación y
escrutinio por parte de los miembros. Estaba claro que me vigilaban. Sin
embargo, mis necesidades personales seguían siendo invisibles y quedando
insatisfechas.
No hay una solución fácil para esta tensión entre el escrutinio de los
demás y el hecho de que tus necesidades personales permanezcan
invisibles. La mejor solución es recordar que no estamos en la obra para
recibir la aprobación y alabanza de los hombres (Gá. 1:10). Además,
debemos empezar a comunicar a otros nuestras necesidades. Para ser
sincera, esto se me da muy mal, y tiendo a pensar que puedo arreglármelas
sola. Pero, cada vez que revierto a esta forma de vida, Dios me recuerda
rápidamente que no puedo hacerlo todo por mí misma y que,
principalmente, le necesito a Él, pero también a otras personas. Esto
significa que debemos estar dispuestas a compartir con otros nuestras
necesidades. Las esposas de los pastores tienen que dar ejemplo a las
mujeres de sus iglesias y enseñarlas que no somos autosuficientes.
Humildemente, necesitamos aprender a pedir ayuda.
Esto puede ser tan sencillo como pedir a alguien que ore por nosotras.
Mientras escribíamos este libro, una amiga íntima me preguntó a cuántas
personas habíamos pedido que oraran por nosotros y nuestro proyecto.
Inmediatamente me sentí culpable por no haber solicitado a nadie que
intercediera por mí. Estaba dependiendo de mí misma y haciéndolo todo
por mi cuenta. Su recordatorio fue tan firme y amable como necesario, y me
ayudó a pensar a fondo en mis necesidades e identificar a quiénes debía
pedir que me apoyaran en oración. Si no hacemos partícipes a otros de lo
que necesitamos, no podemos esperar que nos ayuden.

Cómo enfrentarse a las críticas


¿Me hablas a mí?
Una de las dificultades más serias que he enfrentado ha sido la crítica, pero
no aquella dirigida contra mí. Lo más duro es cuando la gente critica a mi
esposo y mis hijos. Es muy difícil para una esposa de pastor ver a su marido
trabajando ardua y fielmente en su sermón solo para que luego varios
miembros de la iglesia le digan —o le comenten a ella— que la predicación
ha sido demasiado larga. Es doloroso observarle orar y ayunar sobre
decisiones importantes y luego escuchar a alguien decir que no confía en su
liderazgo y le parece que está llevando a la iglesia por el camino
equivocado. Parece una traición cuando, después de verle invertir
incontables horas en discipular a algún joven, esa misma persona cuestiona
si tu esposo debería estar siquiera en el ministerio. Lamentablemente, no me
he inventado estos ejemplos; todo ello ha ocurrido en algún momento del
ministerio pastoral de Brian.
Cuando nuestros esposos se derrumban, debemos ayudarles a levantarse
de nuevo. Es sumamente importante echarles una mano para filtrar las
críticas y ver si estas contienen algo de verdad, proporcionarles una
perspectiva equilibrada y alentarlos mientras tratan de perdonar y amar de
nuevo a las personas. Las esposas de los pastores cumplen una función
esencial en estos momentos decisivos. He conocido a mujeres que han
influido de manera determinante en la respuesta de sus esposos a las
críticas, para bien o para mal. La esposa puede alentar a su marido a
reaccionar de manera amable, humilde, piadosa y perdonadora, o fomentar
su resentimiento, ira, odio, orgullo o actitud vengativa. Para responder al
desaliento de los pastores, sus esposas necesitan orar y tener mucha
sabiduría y cautela. En algunos casos, esto significará controlar sus lenguas
y tomarse el tiempo necesario para cultivar un espíritu humilde y dispuesto
a perdonar.
Una de las tentaciones más comunes es convertir todo en una cuestión
personal: con facilidad nos volvemos ciegos y olvidamos filtrar los
comentarios de otros. Algunas de las conversaciones más difíciles que he
tenido con mi marido se han centrado en ayudarle a discernir las críticas. En
cada reproche hay generalmente algo de verdad, algo que podemos
aprender. No debemos desaprovechar esas ocasiones de aprendizaje y
crecimiento, ni tampoco dejar que nuestros esposos pasen por alto las
oportunidades para llegar a ser mejores pastores. En vez de intentar
justificar su respuesta, la esposa del pastor debe animar a su esposo al
reconocer que Dios le ha dotado para el liderazgo. Ella tiene que bendecirle
por su manera de guiar fielmente al rebaño y pastorearlo correctamente.
Necesita estimularle a buscar a Dios y aprender de toda crítica válida, y
resistir aquellas que no son más que simples ataques personales.
Una experimentada esposa de pastor me dio el siguiente consejo:
debemos recordar que nuestra lucha no es contra sangre y carne; es una
batalla espiritual. A menudo me ha venido a la memoria esta verdad en
medio de intensos periodos de dificultad y crítica. Saber dónde se libra la
verdadera lucha me ha dado la capacidad de perdonar las ofensas de otros y
de recordar que no estamos intentando simplemente tener razón o ganar
discusiones; sostenemos una batalla espiritual por los corazones y las
mentes de las personas.
Debemos ser conscientes de cuánto podemos soportar y luego
comunicárselo a nuestros esposos. Recuerdo algunos de los primeros años
en el ministerio cuando tuvimos algunas reuniones de miembros
especialmente maliciosas. Me resultaba difícil asistir a esos encuentros
hasta el final sin decir nada. Nuestros hijos ya tenían edad para entender un
poco de lo que pasaba. A fin de protegerlos a ellos y a mí misma, comencé
a trabajar en la guardería durante esas reuniones. Descubrí que no asistir a
esos encuentros y luego hablar de ellos con mi marido me resultaba mucho
más fácil y no me cargaba tanto emocionalmente. Aquello me ayudó a ser
una oyente más útil y objetiva para él. La clave está en conocerte a ti
misma: cuáles son tus puntos débiles y qué puedes o no puedes soportar.

{ Brian }
Pastores, cuando no escuchamos a nuestras esposas, obstaculizamos de
manera importante el proceso de discernir las críticas. Tu esposa es la
mejor persona para ayudarte a aprender y crecer en medio de las
dificultades, siempre y cuando la escuches y le permitas hablarte
sinceramente.
***

El calendario exigente
¿Hay una barbacoa este fin de semana? ¡Por qué no me lo dijiste antes!
Mi suegro es médico de familia y durante varios años trabajé en su
consultorio. Aquel trabajo me ayudó a comprender el calendario tan
apretado que tienen él y los demás doctores colegas suyos. A menudo
debían estar en el hospital durante varias horas antes de abrir la consulta y,
después de cerrar, pasaban mucho tiempo haciendo llamadas y contestando
los avisos urgentes de los enfermos. Sus vacaciones eran pocas y
espaciadas, y no tenían “horario fijo”. Necesitaban hacer sacrificios en sus
vidas personales para atender a sus pacientes, y los hacían sin quejarse. Esa
era la vida que habían escogido y sus enfermos les gradecían tales
esfuerzos.
He descubierto que el ministerio pastoral a tiempo completo no es muy
diferente de la práctica de la medicina. A menudo, mi médico de familia y
yo nos hemos compadecido juntos hablando de la similitud de nuestras
vidas y de los caóticos horarios familiares que debemos cumplir. Lo cierto
es que la mayoría de los miembros de la iglesia solo ven a nuestros esposos
predicando los domingos por la mañana (o quizá también en el culto
vespertino) y luego, nuevamente, enseñando los miércoles por la noche;
pero nosotras sabemos que la vida de un pastor es algo más que predicar
unas pocas veces por semana. Tienen que pasar muchas horas preparando
los sermones y estudios, atendiendo a las personas que quieren verlos para
recibir consejo o tomar café, respondiendo a llamadas en medio de la
noche… Me gustaría poder contar el número de veces que he oído decir:
“Pastor, ya sé que hoy es su día libre, pero…”.
Los pastores no tienen “días libres” en realidad. La verdad que nadie te
cuenta, pero que todos saben, es que, para la familia de un pastor, no hay
“horario fijo”. Naturalmente, intentamos conseguirlo, pero lo cierto es que
la vida no sigue un patrón regular. ¿Alguna vez has intentado planificar
cuándo una persona tendrá que ir al servicio de urgencias de un hospital o
sufrirá un accidente automovilístico? ¿O cuándo nacerá un niño o alguien
tendrá una crisis matrimonial?
Puesto que resulta prácticamente imposible prever y planificar un horario
fijo, ¿qué puedes hacer para ayudar a tu familia a adaptarse a la situación?
Lo primero y más importante es intentar ser comprensiva cuando tu esposo
tiene que responder a las necesidades de otras personas. Muchas noches,
después de llegar a casa tras un largo día escribiendo sermones y dando
consejos a la gente, el teléfono suena y Brian tiene que ir al hospital o
visitar a alguien que está necesitado. ¡No es algo que él elija hacer! Puedes
estar segura de que mi esposo preferiría quedarse en casa y disfrutar de ese
rato con su familia. De hecho, le gustaría más bañar a los niños o llevar al
perro de paseo… pero sabe que la iglesia le necesita en ese momento. Tiene
un profundo amor por nuestra congregación, y el Señor siempre le da las
fuerzas para ministrar a sus miembros.
Cuando se presentan situaciones de crisis, tengo que elegir: puedo ser
comprensiva con él y dejarle libre para el ministerio, o enojarme y albergar
resentimiento por tener que renunciar a ese tiempo con él y hacerme cargo
yo sola de la crianza de mis hijos. Lo cierto es que no siempre respondo a la
perfección en esos momentos. Algunas noches me quedo en casa sin otra
compañía que yo misma y me siento muy sola porque no he podido ver a mi
esposo ni hablar con él en todo el día. Sin embargo, es una ayuda recordar
que tampoco es una situación ideal para él. Dios nos ha llamado a ambos a
este tipo de vida, y estar disponibles para servir a otros forma parte
inherente del ministerio pastoral.
Así que empezamos reconociendo que ser la esposa de un pastor implica
cierto grado de incomodidad y dolor, y por eso debemos mostrarnos
amables y comprensivas. Pero también necesitamos recordar a nuestros
esposos las necesidades que tenemos nosotras mismas y nuestros hijos. A
los pastores les resulta difícil equilibrar sus prioridades y, a veces, caen en
ciertos patrones de conducta que reflejan un orden indebido de prioridades.
Los hábitos pecaminosos y los ídolos llevan en ocasiones a los pastores a
concentrar demasiado tiempo y energía en lo que necesita la iglesia, hasta el
punto de descuidar a su propia familia. Las esposas de los pastores
deberíamos informar a nuestros esposos, de manera piadosa y amable,
acerca de las necesidades que tenemos y sugerirles algunas formas precisas
de cuidar de nosotras; tal vez proponiéndoles un calendario razonable para
la familia.
Recuerdo preguntar a la mujer de un pastor, que llevaba más de cuarenta
años en el servicio de la iglesia, cuál era, según ella, la lucha más grande
que experimentaban actualmente las esposas de los pastores en sus
matrimonios y ministerios. Lo que respondió me dejó sorprendida. Ella
tenía la sensación de que, comparados con los hombres de generaciones
anteriores, los de hoy ayudaban más en casa y se ocupaban más de los
niños, ¡y sin embargo las expectativas de las esposas eran todavía más altas!
Tomé en serio su sincera valoración y vi a mi generación reflejada en sus
palabras. A la luz de su comentario, voy a darte algunas sugerencias para
que las consideres antes de abordar a tu esposo en cuanto al calendario
familiar.
Empieza por sopesar ciertas cosas. En primer lugar: ¿es razonable lo que
estás exigiendo de tu esposo? En segundo lugar: ¿hay alguna otra forma de
realizar lo que quieres sin pedírselo a él? En tercer lugar: ¿es esto lo más
útil para la familia? En cuarto lugar: ¿están ustedes glorificando a Dios de
la mejor manera con su forma actual de emplear el tiempo? Resulta esencial
que hables con tu esposo sobre lo que es realista en cuanto al calendario
familiar. Conversen acerca de cuántas personas visitan normalmente el
hogar de ustedes cada mes, cuánto tiempo de vacaciones toma tu esposo y
qué ratos familiares pueden programar. Sobre todo, asegúrate de que tus
peticiones sean razonables y realistas.

La confidencialidad importa
¿A quién le dijeron qué…?
No necesitas saber todo lo que tu esposo hace en su trabajo y ministerio. De
hecho, hay muchas cosas que él no debería decirte a fin de proteger la
confidencialidad de los demás. No nos corresponde conocer todos los trapos
sucios de cada miembro de la iglesia, ni tampoco es tarea nuestra ofrecer
consejo sobre cada situación. Sin embargo, habrá veces cuando nuestros
maridos necesiten hablarnos de ciertas cosas y pidan nuestra opinión acerca
de cómo aconsejar a una determinada persona. Nuestras propias
experiencias pueden hacernos particularmente aptas para ayudar a otros
miembros de la iglesia. Sin embargo, cuando nos cuentan detalles
confidenciales y buscan nuestro criterio, necesitamos darlo con mucho
temor y temblor. Cuanto más aumenta nuestro conocimiento de otros, más
también la tentación de transmitir esa información a los demás.
Me doy cuenta de que no todas las mujeres se sienten tentadas al
chismorreo, pero al menos deberíamos ser conscientes de que la Biblia
advierte a las ancianas que “no deben ser chismosas” (Tit. 2:3, TLA) por una
muy buena razón. Seamos jóvenes o viejas hemos de guardar
deliberadamente nuestras lenguas y no exigir tampoco de nuestros maridos
una información que no tienen la libertad de confiarnos. Y, aunque la
tuvieran, debemos confiar en su propio criterio. Mi marido es muy prudente
en cuanto a la información que me comunica; particularmente si implica a
otros hombres de la congregación. Saber, por ejemplo, qué varones de
nuestra iglesia luchan con la pornografía no es ni necesario ni útil para mí, y
puede incluso resultarme perjudicial. Si exijo de mi esposo que me cuente
lo que sabe, le pongo en una difícil situación. En algunos casos,
transmitirme esa información puede constituir una violación de la
confidencialidad e incluso tener consecuencias legales.
Lo cierto es que tal vez no seamos capaces de manejar correctamente todo
lo que nos cuenta, y nuestro esposo debe poder estar seguro de que no
iremos luego a contar a nuestra mejor amiga todo lo que acaba de decirnos.
Transmitir cualquier información confidencial —aunque sea como tema de
oración— no deja de ser una violación de la confianza, una forma de
chismorreo pecaminoso. Si no se puede confiar en nosotras con respecto a
la confidencialidad de ciertos asuntos, no deberíamos conocerlos. La esposa
de un pastor que desea implicarse en aconsejar a su marido debería intentar
controlar su lengua y evitar el chismorreo.
¿Ayuda en ocasiones a los pastores hacer partícipes a sus esposas de lo
que saben? Mi esposo me ha involucrado en varias situaciones relacionadas
con el consejo a mujeres de nuestra iglesia, tanto para protegerse a sí mismo
como porque, en determinados casos, puedo identificarme con lo que está
sucediendo y comprenderlo mejor que él. Brian se ha impuesto
deliberadamente la norma de no reunirse a solas con miembros del sexo
opuesto. Por esta razón tengo la confianza de que mi esposo evitará las
situaciones comprometedoras y estará siempre dispuesto a que yo participe
en sus encuentros con mujeres si existe la más mínima incertidumbre o
puede haber algo de carácter dudoso. También sabe que soy de confianza en
tales situaciones y —aún más importante— que los miembros de nuestra
iglesia piensan igualmente que lo soy. Cuando me preguntan, les digo
claramente que no ofreceré ninguna información sin que la persona
implicada me permita hacerlo, y, por lo general, solo me pongo en contacto
con esa persona cuando tenga buenas razones para creer que querrá que el
asunto se conozca. Nuestras acciones como esposas de los líderes pueden
acarrear graves consecuencias.

{ Brian }
Los pastores debemos guiar bien a nuestras esposas para conseguir un
equilibrio provechoso a la hora de comunicar información. Si nos vamos a
un extremo, estaremos ocultando de nuestras esposas aquello que tenemos
en el corazón y excluyéndolas de nuestro círculo más íntimo. Si nos
pasamos al extremo opuesto, ellas pueden sentirse atrapadas con respecto
a situaciones en las que no tienen voz ni voto. Lo más importante que debes
recordar en la búsqueda del equilibrio es que se trata de tu esposa, no
algún pastor colega tuyo. Inclúyela, pues, para su propio beneficio y el de
los demás, pero no le exijas que lleve las mismas cargas que tú.

***
¡No necesitas ser un gigante de la teología!
“La reforma necesaria de una persona puritana escatológicamente
santificada…”. Ya sé que esto no tiene ningún sentido, ¡es precisamente
lo que intento señalar!
A veces experimento un sudor frío cuando se me hace una pregunta en la
escuela dominical. Puede estar relacionada con algún sermón que no puedo
recordar por más que lo intento. En otras ocasiones se trata de una cuestión
teológica con tantas palabras largas que parece que la persona estuviera
hablando en algún idioma extranjero. Confieso que no siempre comprendo
las conversaciones de nuestros estudiantes de seminario, ni capto todas sus
bromas… ¡pero ellos parecen suponer que lo hago! Esbozo una sonrisa y
me río con ellos, mientras pienso para mí: No tengo ni la menor idea de lo
que acabas de decir.
Es importante que las mujeres conozcan bien la Biblia, que aprendan las
Escrituras… Necesitamos estudiar la Palabra de Dios, pero no tenemos por
qué ser gigantes de la teología simplemente por habernos casado con un
pastor. Si sientes un fuerte deseo de estudiar, cuentas con mi bendición y me
parece una excelente idea. Asimila el marco bíblico general. Conoce a
fondo el evangelio. Aprender teología es importante, pero conocer y
comprender la jerga teológica no lo es tanto. Soy la primera en admitir que
prefiero leer la obra de Jane Austen, Orgullo y prejuicio, que la Teología
sistemática de Wayne Grudem o las Falacias exegéticas de D. A. Carson.
Cuando estamos leyendo en la cama por la noche, yo me pierdo en el
mundo de “mister Darcy” mientras mi esposo intenta descifrar las
implicaciones teológicas del Holocausto y considera el problema del mal.
Por alguna razón, la gente de nuestra iglesia tiende a suponer que, si mi
esposo conoce la respuesta a una pregunta teológica, yo también debo
conocerla. La verdad es que, en nuestra congregación, hay algunas mujeres
mucho más instruidas en cuestiones teológicas que yo. De modo que,
¿cómo reaccionar cuando alguien te pregunta…?
—¿Cómo influyen en tu soteriología las convicciones que tienes acerca de
la doctrina de la predestinación?
Yo le miraría a los ojos, cruzaría los brazos y le diría:
—No hablo “seminario”.
Bromas aparte, admitir que no siempre conoces la respuesta es más que
suficiente, y es del todo apropiado decirle a la persona que busque la
opinión autorizada de tu marido y otros pastores en las cuestiones
teológicas más profundas. Necesitamos humildad para reconocer que no
sabemos alguna cosa, pero eso nos hace más humanas, más accesibles y
mucho menos intimidantes. Cuando le digo a una mujer: “No lo sé, vamos a
preguntárselo a Brian”, muchas veces noto en ella un suspiro de alivio. Casi
como si se le quitara un peso de encima al descubrir que no es tan tonta
como creía ser ni la única que no comprende algo.
Al mismo tiempo, aunque debemos admitir que no lo sabemos todo,
debemos estar ansiosas también por aprender y buscar una respuesta. El
mundo de la teología no debe intimidarnos tanto como para no abordarlo en
absoluto. Al estudiar, inevitablemente aprenderemos y creceremos. Quizá
acabemos conociendo un poco la jerga y lleguemos a disfrutar del mundo
del debate teológico.

Evita los estereotipos


No, yo no toco el piano ni hago cestas.
Cuando Brian me dijo que quería ser pastor titular, realmente luché con la
idea. No porque dudara de sus dones o su llamamiento, sino porque pensaba
que yo no encajaba en el estereotipo de la esposa de un pastor. Pensaba que
de ninguna manera podía Dios querer que yo interpretara ese papel. Daba
por supuesto que la esposa de un pastor era alguien que tocaba el piano
todos los domingos, cantaba en el coro, presidía la escuela bíblica de
verano, tejía cestas o cosía edredones, y yo no hacía ninguna de esas cosas.
En una ocasión había intentado coser. Estaba decidida a hacer unas cortinas
para nuestro comedor; de modo que escogí la tela perfecta y busqué a una
mujer dispuesta a enseñarme. Dos horas después de empezar el proyecto,
me asignó el trabajo de planchadora. Se dio cuenta enseguida de que no
tenía don alguno para coser… ¡pero plancho como nadie!
Lo cierto es que todas tenemos ideas preconcebidas —unas positivas y
otras negativas— acerca de lo que debería hacer la esposa de un pastor, y
esas ideas alimentan las expectativas que nos ponemos o nos impone la
iglesia. Tenemos que recordar que cada ministerio es único y cada
matrimonio también, y que Dios nos ha dotado especialmente a cada una
para el cargo y la función que desempeñamos.
El Señor no nos pone en un determinado lugar sin capacitarnos para
interpretar el papel que nos ha asignado, y promete ayudarnos en los
momentos de necesidad (He. 4:16). Yo sé que Dios me ha dado la habilidad
de ser la mujer que mi esposo necesita y de ministrar a las necesidades de
nuestra iglesia de un modo que se adapta exclusivamente a mí como
persona. Mis dones pueden ser muy distintos de los tuyos, y no pasa nada:
se nos pide que sirvamos en la función que Dios nos ha asignado.
También nos encontramos en diversas etapas de la vida y nuestra
capacidad o disponibilidad para el servicio puede variar a medida que nos
hacemos mayores. Ahora que nuestra hija más pequeña tiene cinco años
puedo hacer cosas que antes me resultaban imposibles, y cuando esté en la
fase del “nido vacío” y nuestros hijos se hayan ido de casa, mis
posibilidades serán distintas. Nuestro ministerio cambiará con el paso del
tiempo mientras atravesamos diferentes periodos de la vida, y nunca habrá
dos mujeres de pastor que hagan exactamente lo mismo.
Coser para algún ministerio o hacer pan para los miembros de la
congregación pueden ser formas estupendas de servir a tu iglesia, pero no
tienes que hacer esas cosas para ser una esposa de pastor competente. Tus
dones tal vez consistan en tocar el piano o cantar en el coro, y los míos en
dirigir los grupos pequeños. No somos meros estereotipos, sino mujeres de
Dios especialmente dotadas para ayudar a nuestros esposos e iglesias.

Pelea la batalla espiritual


Algunos días pienso que necesito un chaleco antibalas, pero lo que en
realidad necesito es la armadura de Dios.
Antes hice referencia al útil consejo de una mujer de pastor experimentada
como recordatorio de que no peleamos simplemente contra sangre y carne.
Estamos en una lucha espiritual. Cuanto más tiempo llevemos en el
ministerio, tanto más intensamente sentiremos la batalla que se libra en
torno a nosotras: una guerra incesante que se libra día y noche.
La lucha es muy real. Estamos involucradas en un trabajo de transformar
vidas que tiene repercusiones eternas. Somos responsables de animar a las
personas para que busquen a Dios en todas las áreas de su existencia.
Tenemos que refutar los mensajes negativos y repeler los ataques del propio
Satanás, y eso no le agrada en absoluto. Pasar por alto esa batalla equivale a
andar como un ciego por la vida. Hay veces cuando discierno claramente la
pelea: conflictos en la iglesia, disensiones entre hermanos, matrimonios que
se desmoronan… Se nos prueba al máximo y nos desanimamos. En tales
ocasiones, el diablo nos tienta cuestionando si deberíamos estar en la
posición que ocupamos, si el trabajo vale la pena o si todo esto realmente
importa.
Yo lucho verdaderamente con la depresión (al final de este libro he
incluido una pequeña nota relacionada con esta lucha, pero por ahora
permíteme simplemente decirte que la batalla mental que libro a diario es a
la vez descorazonadora y extenuante). Sé que parte se debe a que Satanás
usa como blanco aquellos aspectos de mi carácter que son más vulnerables.
Es a causa de sus constantes ataques que necesito conocer bien mis
debilidades, y buscar a Dios y su Palabra de manera proactiva para combatir
los pensamientos que me asaltan.
Como esposa de pastor debes estar sobre aviso: necesitas conocerte a ti
misma lo bastante como para saber cuáles son tus puntos débiles y ponerte
la armadura para guerrear. También debes conocer lo suficiente a tu esposo
y ser consciente de cuando es vulnerable; así como orar a diario por él, por
ti misma y por tus hijos. Debes leer la Palabra de Dios y nutrirte de ella, y
también incluir a otros en tu lucha. Mis mejores aliados han sido siempre
mi esposo y mis amigas, quienes me recuerdan que no peleo simplemente
contra la carne sino contra el propio Satanás, y se unen a mí en oración por
mi familia y por mí misma.

{ Brian }
La batalla espiritual que libran los pastores y sus familias contra el
enemigo es intensa. Estar en primera línea del ministerio del evangelio
invita al ataque. Yo lo sé y tú también; sin embargo, debo confesar que, a
menudo, me olvido de ello. No solo paso por alto la batalla espiritual, sino
que ciegamente deduzco que las luchas y los desalientos que padezco son
todo menos acometidas del diablo. Esta negación genera dos situaciones
distintas. Por un lado, me impide discernir lo que está sucediendo cuando
recibo la embestida y también cómo debo responder a ella. Además, limita
mi capacidad para liderar y pastorear a mi familia durante esos ataques
del enemigo. Sin embargo, la mejor forma de afrontar semejantes asaltos
virulentos es recordar que existen y prepararte de antemano. Recuerda que
Satanás merodea a nuestro alrededor buscando a quien devorar. Los
cristianos jamás están exentos de estos ataques… ¡cuánto menos los
pastores! No obstante, debemos recordar que más poderoso es el que está
en nosotros que el que está en el mundo. El poder de Cristo acompaña a
aquellos que se ponen toda la armadura de Dios y libran la batalla
sabiendo que su victoria está en Jesús.

***

No podemos ir desarmadas a la lucha, sin embargo, muchas de nosotras lo


hacemos. Tendemos a ser reactivas en lugar de proactivas, pero las
competencias no se ganan solo defendiendo. La buena noticia es que no
libramos esta batalla en solitario. De hecho, la pelea ya la ha ganado Jesús
por nosotras, al morir en la cruz y resucitar. Así, pues, aunque participemos
en la batalla, luchamos contra un enemigo vencido.
Las alegrías de ser la esposa de un pastor
Hemos dedicado la mayor parte de este capítulo a las luchas que afrontan
las esposas de pastores, pero no quisiera acabar ahí. Nuestra función
también conlleva muchas alegrías. ¡La primera es que nuestro esposo es el
pastor! Sí, ya sé que esto puede parecer evidente, pero no deja de causarnos
un gozo profundo. Estamos casadas con personas responsables de velar por
nuestras almas y, al mismo tiempo, tenemos el gozo y la bendición de
ministrar a los siervos escogidos del Señor de manera única y personal.
Proporcionamos un lugar de refugio y reposo a esos hombres de Dios, los
alentamos en su trabajo, cosechamos de sus conocimientos y
experimentamos su cuidado directamente. Los animamos tanto con nuestras
palabras como mediante nuestra intimidad física con ellos. ¡No
menosprecies las tentaciones que experimentan los pastores por causa de
mujeres adúlteras! Satanás sabe que no hay manera más rápida de estropear
un ministerio fructífero que por medio de la infidelidad; y nosotras
podemos brindar protección contra ese pecado permaneciendo mental,
emocional y físicamente disponibles para nuestros esposos.
¡Tenemos el privilegio de servir a los servidores! Saber que puedo cuidar
de mi esposo me causa alegría. Sé que mi esposo no puede entrar en la casa
de un miembro de la iglesia y considerarla un lugar de refugio y descanso.
Solo yo puedo proporcionarle un sitio así. Y aunque otros lo compadezcan
por su calendario ajetreado, únicamente yo comparto con él esas
dificultades porque las vivimos juntos. Quizá esto no siempre parezca
motivo de gozo, pero participar en las aflicciones del ministerio produce un
placer especial. Parte de la alegría se debe al reconocimiento de que
tenemos la función exclusiva de servir a nuestros esposos, una tarea que
nadie más puede realizar.

{ Brian }
Pastor, debes entender que la mujer que duerme a tu lado cada noche y
comparte tu vida es la que Dios, en su benevolente providencia, te ha
asignado como esposa y compañera en el ministerio. Anímala a aceptar
esta función; porque eso contribuirá no solo a su alegría, sino también a la
tuya.

***

En segundo lugar, tenemos el gozo de hacer pequeñas cosas que cuentan


mucho para otras personas de nuestra iglesia. Recientemente, por ejemplo,
llevé a mi casa a una de las mujeres más ancianas de la congregación
después de una boda. Se me había pedido que hiciera fotos de la pareja en
ese día tan especial para ellos. La anciana en cuestión había encontrado la
forma de llegar a la boda y deseaba quedarse para el convite, pero no tenía
manera de regresar luego a casa. Así, puesto que yo había planeado estar en
la recepción, la invité a volver conmigo en mi automóvil. Realmente no
suponía mucho trabajo para mí, ni era un gran sacrificio. Sin embargo, al
día siguiente en la iglesia, me contó cuánto había disfrutado pasar conmigo
esa hora de su tiempo. Su comentario fue: “Hay muchos jóvenes que
demandan tu atención los domingos, así que fue muy agradable para mí
poder pasar ese rato contigo”. Sus palabras me sirvieron para recordar que,
aun en las cosas sin importancia, la esposa del pastor puede ser una
bendición para la iglesia. Tal vez no consideres que mandar una tarjeta sea
importante, pero su significado aumenta si esa tarjeta viene de ti. Las
esposas de los pastores pueden tener una influencia positiva en los
miembros de la congregación, y el hecho de tenerlos en cuenta hará que
cobren ánimo y se sientan amados. Además, esas cosas no tienen por qué
suponer mucho trabajo: ¡los pequeños detalles son muy eficaces!
En tercer lugar, tenemos la oportunidad de enseñar a nuestros hijos lo que
significa interesarse por la gente de manera sacrificial. Nuestros pequeños
observan la forma en que reaccionamos cuando nuestro esposo tiene que
salir de improviso, cómo respondemos ante las críticas o de qué manera nos
preocupamos por las familias que sufren o están afligidas. Aprenden acerca
de la importancia de visitar a las personas en el hospital y de cómo Dios nos
sostiene cuando hacemos todas esas cosas. Mis hijos tienen ahora seis,
nueve, once y trece años de edad, y les encanta la congregación que
pastoreamos. Aman a sus miembros —el amor comienza en la iglesia— y
los extrañan cuando estamos fuera. ¡Me siento muy agradecida por ello! Sin
embargo, esta bendición no ha venido sin que nosotros nos hayamos
propuesto cultivarla un poco (ya hablaremos de esto más adelante).
Por último, presenciamos desde la primera fila lo que Dios está haciendo.
Podemos ver mejor que nadie la forma asombrosa en que el Señor actúa en
medio de su pueblo. Experimentamos cómo Él responde a las oraciones,
impartimos su consuelo y sabiduría, y somos sus instrumentos. Si estas
realidades no son un motivo de alegría, me pregunto qué puede hacerlo. La
vida en el ministerio no es fácil, pero no siempre representa una carga o un
sacrificio. Debemos recordar los gozos y las bendiciones que conlleva:
especialmente cuando nos enfrentamos a retos y dificultades.
Quiero terminar con un recordatorio y unas palabras de aliento. Recuerda
que Dios no te ha colocado en esa posición de manera fortuita, sino que ha
determinado que estés en tu iglesia actual, junto a tu esposo, haciendo las
cosas que haces. Entiende que estás exactamente donde Él quiere que estés,
te sientas o no capacitada para ello en este momento. Acepta esta verdad y
aprende a amarla, y confía en que Dios te está utilizando para su propósito y
su gloria como esposa de pastor.

Preguntas para el diálogo


Del pastor para su esposa
1. ¿En qué formas eres más propensa al desaliento? ¿Por qué?
2. ¿Puedes identificar algún área de nuestra iglesia en la que te
gustaría servir?
3. ¿Cuántas personas están orando por ti y tu ministerio? ¿Quién
lucha a tu lado?
4. ¿Cómo llevas el horario y las otras exigencias, y qué cambios
tendría que hacer nuestra familia para que soportaras mejor esas
cosas?
5. ¿Cuál es la mayor alegría que has experimentado como esposa
de pastor?
[1] Mi favorito es Feminine Appeal: Seven Virtues of a Godly Wife and Mother, de Carolyn
Mahaney, ed. rev. (Wheaton, Ill.: Crossway, 2012).

Este ebook utiliza tecnología de protección de gestión de derechos digitales.

Pertenece a Ricardo Ochoa - Rickbooks84@gmail.com


Capítulo 4
El cuidado de tu esposa
{ Brian }
A media mañana de un 28 de diciembre claro y frío, la hermosa mujer que
iba a ser mi esposa se encontraba delante de mí en presencia de cientos de
familiares y amigos íntimos. La ceremonia de boda incluía los votos
clásicos “hasta que la muerte nos separe”, y Cara y yo nos comprometimos
a “recibirnos y ser fieles” el uno al otro de allí en adelante, “en la alegría y
en la tristeza, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la
enfermedad…”. Pronunciamos nuestros votos delante de Dios y de los allí
reunidos.
Aunque mi esposa dijo en serio cada una de las palabras de su
compromiso hacia mí en aquel día, más tarde reflexionaría sobre ellas y
comprendería que muchos de los factores estresantes, presiones y
exigencias del matrimonio con un pastor no formaban parte explícita de
nuestros votos. Ese día, Cara no sabía que se estaba casando con un futuro
pastor ni podía prever cuánto cambiaría aquello su vida. Aun las mujeres
que saben que van a ser esposas de pastor se enfrentan a dificultades
totalmente inesperadas.
En el capítulo anterior, Cara explicó cómo los retos del ministerio afectan
mental y emocionalmente a las esposas de los pastores. Esos retos pueden
arrastrarlas —entre otras cosas— al desaliento, la pérdida de identidad, el
resentimiento contra la iglesia y el miedo paralizante a lo que piensen los
demás. El pastor y su esposa comparten la solución a esas presiones y
exigencias: el poder del evangelio de Jesucristo.

Aprendamos de Pedro
Ya que los pastores son ejemplos para sus rebaños (1 P. 5:3), las
instrucciones del apóstol Pedro en cuanto a convivir “de manera
comprensiva con vuestras mujeres” (1 P. 3:7, LBLA) también constituyen una
buena regla para los pastores que intentan predicar el evangelio y cuidar de
las almas de sus esposas. Considera las palabras de Pedro en un contexto
más amplio:

Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, de modo


que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser
ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres al observar
vuestra conducta casta y respetuosa. Y que vuestro adorno no sea
externo: peinados ostentosos, joyas de oro o vestidos lujosos, sino que
sea el yo interno, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y
sereno, lo cual es precioso delante de Dios. Porque así también se
adornaban en otro tiempo las santas mujeres que esperaban en Dios,
estando sujetas a sus maridos. Así obedeció Sara a Abraham,
llamándolo señor, y vosotras habéis llegado a ser hijas de ella, si hacéis
el bien y no estáis amedrentadas por ningún temor. Y vosotros, maridos,
igualmente, convivid de manera comprensiva con vuestras mujeres,
como con un vaso más frágil, puesto que es mujer, dándole honor como
a coheredera de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean
estorbadas (1 P. 3:1-7, LBLA).

Después de instruir a las esposas cristianas en los seis primeros


versículos, Pedro se dirige a los esposos cristianos. Este pasaje identifica
específicamente tres razones por las que los pastores deberían ministrar el
evangelio y ser considerados con sus esposas:
1. Tu esposa es una mujer piadosa. Primeramente, los pastores tendrían
que ser benevolentes y solícitos con sus mujeres por el carácter y la
conducta devota de estas (1 P. 3:1-2). El apóstol quiere que los esposos (y
también los pastores) comprendan que, aun en los momentos difíciles del
ministerio, cuando sus esposas luchan con las dificultades, siguen teniendo
cualidades dignas de aprecio. Toma nota de ellas. El carácter de una
compañera piadosa que busca a Dios en medio de sus luchas es algo
hermoso de ver. Mi esposa lucha de manera regular con la depresión, y hace
poco atravesó un periodo especialmente tenebroso. El Señor fue bueno con
nosotros durante ese tiempo, pero Cara no siempre actuó con normalidad.
El mandamiento de Pedro en cuanto a ser “comprensivo” en mi modo de
convivir con ella adquirió para mí un significado completamente nuevo.
Dios me ayudó a entender que, en medio de sus luchas, ella seguía
preocupándose por mí y amándome, y vi los esfuerzos que hacía por
atender a nuestra familia. Pude discernir en su vida ese “espíritu tierno y
sereno [que es] precioso delante de Dios” (v. 4). Aun en medio del combate
que Cara sostenía, descubrí muchas cosas encantadoras en cuanto a su
carácter piadoso; algunas sobresalieron en medio de las dificultades.
2. Tu esposa es un vaso más frágil. Los pastores también deberían ser
comprensivos con sus mujeres porque —como dice Pedro— ellas son “un
vaso más frágil”. El apóstol escribe que toda esposa es, en cierto modo, más
delicada por el hecho de ser mujer (1 P. 3:7). Con esto, Pedro no quiere
decir que las mujeres sean en modo alguno inferiores a los varones, sino
que Dios los ha hecho diferentes a unos y otras; y entre sus diferencias está
que, por lo general, los hombres tienen más fuerza física que sus esposas.
Por tanto, las mujeres necesitan protección y cuidado, y deberíamos darles
esa clase de honor. Una de las tareas del esposo es proteger a su esposa del
daño físico. En la práctica, el hombre honra a su mujer ayudándola y
protegiéndola en lo físico, emocional y espiritual. Esto puede incluir abrirle
las puertas y ayudarla a transportar las cosas pesadas desde el automóvil,
pero también intervenir si sufre algún ataque peligroso o amenaza. (Cara: Y
nosotras, señoras, debemos permitir a nuestros esposos que nos cuiden de
esta manera. No los ayudamos ni alentamos si siempre hacemos estas cosas
nosotras mismas, aunque seamos capaces de ello. Necesitamos animarlos
en sus esfuerzos por prestarnos ayuda, ya sean pequeños o grandes).
Como he dicho antes, nuestras esposas a menudo se imponen a sí mismas
presiones y exigencias ministeriales según las expectativas que perciben en
nosotros. Cuando la esposa de un pastor se siente presionada a ser todo para
todos los miembros de la iglesia, una de las mejores maneras de protegerla
es animarla a decir no y permitirle ser ella misma sin someterse a las
exigencias de otros. Yo sé que cuando aconsejo a mi esposa que rechace las
demandas que le hace la iglesia, ella se siente enormemente aliviada. Los
esposos deben considerar qué pueden y qué no pueden hacer sus esposas, y
comentarlo con ellas para proteger así su tiempo, sus emociones y su
energía.
3. Tu esposa es una hermana en Cristo. Pedro nos recuerda que nuestras
esposas no son simplemente esposas y madres de nuestros hijos, sino
también nuestras hermanas en la fe. Deberías, pues, tratarla como a una
hermana en el Señor. Muy posiblemente Pedro confrontaba a algunos
maridos que abusaban físicamente de sus mujeres u honraban y respetaban
más a las hermanas de la iglesia que a sus propias esposas. Los pastores
debemos guardarnos mucho de tratar mejor a las mujeres de nuestras
iglesias que a nuestra compañera con quien compartimos la vida. Tu esposa
cristiana es “una coheredera de la gracia de la vida” (1 P. 3:7, LBLA) y
partícipe de la misma salvación que tú: es tu igual a los ojos de Dios, y se
merece que la trates con esa misma gracia que el Señor ha mostrado
contigo.

Ponlo en práctica
Hay por lo menos cuatro formas prácticas en que los pastores pueden
mostrar consideración hacia sus esposas a través de las luchas del
ministerio: pueden servirlas, animarlas, enseñarlas y orar por ellas. Muchas
de estas actividades son aspectos naturales del pastorado que el ministro
dispensa a todos los miembros de su congregación, pero tu mujer los
necesita de manera especial por ser tu esposa.

Sirve a tu mujer
Se recuerda al gran teólogo de Princeton, B. B. Warfield, como uno de los
maestros religiosos norteamericanos más rigurosos, valientes y fieles a la
Biblia de finales del siglo XIX. Su mirada penetrante, la cual puede
percibirse en la mayoría de los retratos que pintaron de él, hacía que los
teólogos liberales salieran huyendo en busca de refugio. Pero, a pesar de
tener un aspecto tan intimidante, te sorprenderá conocer el legendario
ejemplo de servicio abnegado y gozoso que aquel hombre dispensaba a su
debilitada esposa. En su relato de la historia del seminario de Princeton,
David Calhoun describe vívidamente el fiel amor de Warfield por su
esposa:

A lo largo de todos sus años de matrimonio, el Dr. Warfield cuidó


fielmente de su esposa inválida: la guardó, protegió y estuvo a su lado
mientras ejercía plenamente su ministerio de enseñanza y cumplía con
sus muchos encargos como escritor. Los estudiantes del seminario a
menudo notaban su tierno y amoroso cuidado de la Sra. Warfield cuando
los veían caminar juntos por las calles de Princeton y, más tarde, yendo
de un extremo al otro del porche de su casa dentro del recinto
universitario. Al final, la mujer dejó de levantarse de la cama y casi no
veía a nadie aparte de su esposo; entonces, el Dr. Warfield, por propia
elección, se confinó en su hogar y no dejaba sola a su esposa más de una
o dos horas y apartaba tiempo para hacerle una lectura todos los días.
Durante los diez años previos a la muerte de la Sra. Warfield, el
matrimonio solo salió de Princeton en una ocasión para tomarse unas
vacaciones, las cuales, según pensaban, podrían ayudarla. Con su
excelente salud y sus variados intereses, el Dr. Warfield debió notar
aquellas restricciones, pero jamás se quejó de ellas.[1]

B. B. Warfield pasó años enteros cuidando de su esposa. Sin embargo,


Gresham Machen escribió en cierta ocasión que, en su opinión, a lo largo de
su vida había “hecho tanto trabajo como diez hombres corrientes juntos”.[2]
Ciertamente podemos aprender de Warfield en cuanto a teología, pero
también se trata de uno de los pocos hombres en la historia cuya vida
ejemplar hace que nos avergoncemos de nuestras débiles excusas para
descuidar nuestros matrimonios. Su fiel ejemplo de servicio nos estimula a
atender a nuestras esposas con constancia y persistencia.
Como pastor, servir a tu esposa no es muy diferente a como lo hace
cualquier esposo cristiano: ayudándola a acostar a los niños, limpiando la
cocina después de la cena, corriendo a comprar leche a la tienda y
concediéndole tiempo para sí misma. Los actos específicos de servicio
variarán de matrimonio a matrimonio, pero hay una forma sencilla de
aprender cómo ayudar a tu esposa, y es preguntándole a ella. ¿Verdad que
es profundo? Aparta un tiempo para sentarte con ella y consultarle:
“¿Cuáles son las maneras más útiles en que podría servirte?”.
Ya que en el ministerio y el matrimonio las circunstancias cambian con
regularidad, esta es la pregunta más útil y eficaz si se hace a menudo. Un
esposo puede descubrir que servir a su esposa en una determinada etapa de
su vida juntos es ayudarla a decir “no” a las demandas que se le hacen de
tiempo, porque está excesivamente ocupada y no le queda más para dar. Sin
embargo, en otra etapa, ella tal vez tenga necesidad de que la alienten a
dedicarse a algún ministerio o actividad que le interese. Servir a tu esposa
como pastor variará de día en día y de una semana a otra. Podemos servir,
por ejemplo, a nuestras esposas no invitando a tres familias a comer el
próximo domingo porque ya hemos planeado un fin de semana muy
ocupado. La clave está en ser sabio y tener discernimiento, y sobre todo en
comunicarte con tu esposa.

Alienta a tu mujer
Lamentablemente la mayoría de los hombres que conozco no son muy
buenos animando a sus esposas, y los pastores no son ninguna excepción a
esta regla. Incluso aquellos que están naturalmente dotados para estimular a
otros, a menudo no lo hacen en su propio matrimonio. Es fácil pasar por
alto a las personas a quienes deberíamos amar y valorar más; a saber,
nuestras esposas. El pastor y predicador Charles Spurgeon, conocido en su
día por la absorbente preocupación que sentía por su ministerio, no se
olvidaba de alentar a su esposa, como podemos ver por el siguiente relato
de su cónyuge:

Mi amado esposo, siempre tan ocupado en los negocios del Señor,


lograba no obstante pasar muchos momentos preciosos a mi lado en los
que me contaba cómo la obra de Dios iba prosperando en sus manos e
intercambiábamos nuestro afecto: él consolándome en mi sufrimiento y
yo animándolo en su trabajo.
Una pregunta que siempre me hacía cuando tenía que marcharse era:
“¿Qué puedo traerte, cariño?”. Yo pocas veces le contestaba con una
petición, porque no me faltaba absolutamente nada aparte de la salud.
Pero cierto día, cuando me preguntó lo mismo de siempre, le dije
traviesamente:
—¡Me gustaría tener una sortija de ópalo y un frailecillo silbador!
Me miró con sorpresa y con una sonrisa, pero simplemente respondió:
—¡Vamos, ya sabes que no te puedo conseguir esas cosas!
Durante dos o tres días bromeamos acerca de mi extravagante elección
de artículos deseables. Pero, un jueves por la noche, al volver del
Tabernáculo, entró en mi habitación con el rostro tan radiante y los ojos
tan relucientes de amor que supe que algo le había deleitado
sobremanera. En la mano llevaba una cajita, y estoy segura de que su
placer fue mayor que el mío cuando extrajo de ella un pequeño anillo
precioso y me lo puso en el dedo, diciendo:
—Ahí tienes tu sortija de ópalo, querida.
Luego me contó la manera extraña como la había obtenido.[3]

No tienes necesariamente que llegar a casa con una sortija de ópalo para
tu esposa a fin de animarla. Sin embargo, si escuchas atentamente sus
deseos y andas la segunda milla para complacerla, la confortarás y le harás
ver que la amas y valoras. Spurgeon nos proporciona un buen ejemplo de
esto, y nos recuerda que alentamos a nuestras esposas cuando hacemos y
decimos cosas que las hacen sentirse honradas y apreciadas. Esto es
especialmente cierto de las esposas de los pastores, quienes a menudo nos
ven dedicando un esfuerzo suplementario y abnegado a los miembros de la
iglesia. ¡Sorprende a la tuya con una salida romántica nocturna! Sé tan
sacrificado con ella en cuanto a tiempo y energía como si estuvieras
aconsejando a alguien en una situación difícil o una crisis severa, para
demostrarle que la valoras. En cierta ocasión le pregunté al pastor de una
iglesia muy grande, que tenía cincuenta años de experiencia, cuál era su
fórmula para animar a su esposa; y me respondió: “Todos los años le hago
un regalo de Navidad muy especial. Se trata de un calendario para los doce
meses siguientes con dos noches programadas de antemano cada mes en las
que saldremos a cenar”. Al igual que este siervo de Dios, yo también he
constatado que las salidas regulares planeadas con anterioridad animan
verdaderamente a mi esposa. Cuando planees una salida, considera los
sitios y las actividades que a ella le gustan, no únicamente lo que tú
quisieras hacer. Vayan a ese restaurante donde a tu esposa le encanta cenar
y hagan aquello que le agrada a ella. Dile en diferentes momentos de la
velada cuán agradecido estás por el hecho de que cuide tanto de ti, de tu
familia y de tu ministerio. Escríbele notas y ponlas donde ella pueda verlas;
y, de paso, déjale flores de vez en cuando junto a esos mensajes. Dispénsale
esa clase de gestos cuando menos se lo espere, y en tus anotaciones
menciónale aquellas cosas que hace realmente bien. Escribe acerca de sus
virtudes piadosas y, al hacerlo, sigue el ejemplo de Salomón instruyendo a
su hijo (Pr. 5) y el de Spurgeon atendiendo a su mujer: demuéstrale que te
deleitas en ella. (Cara: Señoras, aprendan a aceptar esos gestos de sus
esposos y no los descarten inmediatamente como algo falso o poco sincero.
Sepan reconocer con gratitud los mejores esfuerzos que hacen sus esposos
por cuidar de ustedes y animarlas).
Si ahora mismo tienes problemas en tu matrimonio y eres incapaz de
pensar en nada que te guste de tu esposa, recuerda el pasado. Estoy seguro
de que hubo un tiempo cuando ella te encantaba y despertaba tu admiración,
cuando prometiste delante de tus familiares y amigos que pasarías la vida
con ella… Tal vez tu esposa no haya dicho “sí quiero” a la vida en el
ministerio, pero pronunció esas mismas promesas con respecto a ti. Los
pastores alentamos a nuestras esposas viviendo con ellas de un modo
coherente con la voluntad de Dios para el matrimonio, estudiándolas y
conociéndolas tan bien como para poder estimularlas en aquellas áreas
donde se sienten más fracasadas. Como fieles ministros cristianos, debemos
prestarles atención y observarlas, y hacerlas partícipes de las evidencias de
la gracia divina que vemos en ellas.

Discipula a tu esposa
El llamamiento de los pastores es el de capacitar y discipular a otros. Somos
responsables de enseñar, orientar, animar, exhortar, reprender y guiar a los
miembros de nuestras iglesias para que crezcan en piedad, gracia y
comprensión de la verdad de la Palabra de Dios. Pero también se nos ha
llamado a discipular a nuestras esposas. Amamos con más fidelidad a
nuestras esposas cuando aceptamos ese papel en la familia. Un pastor no
debería descuidar a la gente de su iglesia, pero tendría que interesarse
igualmente por el cuidado y la alimentación espiritual de su esposa y sus
hijos. Discipular constituye su responsabilidad como padre y esposo, y es
inherente a la función de líder que el esposo debe desempeñar en la familia.
Como esposo y pastor, debes vivir con tu esposa con paciencia y
gentileza, especialmente cuando se manifiesta como la persona pecadora
que es. Debes pastorearla tiernamente a través de sus luchas. Las
expectativas poco realistas que las iglesias tienen de nuestras esposas son a
menudo las mismas que, sin darnos cuenta, les imponemos nosotros. Nos
sentimos frustrados cuando ellas luchan con esas expectativas. Olvidamos
que son personas pecadoras a las cuales hay que recordarles el evangelio,
que se olvidan de la verdad, y que necesitan diariamente recibir nuestro
aliento y el de las Escrituras. Los pastores suelen vivir con sus esposas de
un modo más comprensivo cuando llegan a verlas como Dios las ve:
pecadoras salvadas solo por la gracia de Dios.
Los detalles de cómo debe un pastor discipular a su esposa variarán; sobre
todo si ella es más madura en la fe que su esposo. En vista de esto he
pedido a unos pocos pastores fieles —tanto jóvenes como maduros— que
indiquen algunas de las maneras prácticas que ellos emplean para instruir a
sus esposas:

• pasar tiempo cada día leyendo la Biblia y orando con ella


• concederle algunos momentos semanales para que salga y se ocupe de
su propia alma
• incluirla en el devocional familiar
• preguntarle qué le pareció estimulante del culto del domingo anterior
• planear una salida romántica nocturna en la que ella sea la protagonista
• preguntar con frecuencia qué le ha resultado alentador y descorazonador
en su vida
• comprarle libros que, en tu opinión, le haría bien leer
• ofrecerle tus comentarios acerca de alguna enseñanza que ella haya
presenciado o escuchado, y conversar sobre el tema
• llevarla contigo a alguna conferencia
• enviarle artículos o contenidos de Internet que puedan animarla

No pierdas de vista las innumerables formas en que tú mismo crecerás en tu


caminar con el Señor haciendo estos esfuerzos deliberados por cuidar
espiritualmente de tu esposa. La bendición maravillosa del matrimonio es
que, si tu mujer crece espiritualmente, eso también estimulará tu propio
crecimiento.

Ora por tu esposa


A muchos esposos les cuesta trabajo orar por sus esposas juntamente con
ellas. Te sorprendería saber, sin embargo, a cuántos pastores les pasa lo
mismo. Tal vez te preguntes por qué es así; y lo primero que se me ocurre
es que no se trata de algo natural para la mayoría de los hombres. Sin
embargo, este acto tan sencillo —orar por tu esposa en su presencia— quizá
sea la mejor forma de hacer que ella se sienta amada por ti. Comienza
orando por ella cuando estás solo y luego llámala o envíale un mensaje de
texto o correo electrónico para decirle lo que hiciste. Mientras oras por ella,
pon delante del Señor las cosas que estás aprendiendo acerca de su carácter
y sus necesidades al cuidarla espiritualmente y animarla.
Una forma sencilla de aprender por qué cosas debes orar es sentarte con
tu esposa cuando estén los dos solos, mirarla a los ojos y preguntarle cómo
debes pedir por ella. Luego, ora con ella por esas cosas… ¡así de simple!
Acepta tu fracaso en esta área si has descuidado el orar con ella: confiesa la
hipocresía que representa el orar fervientemente con otros de la iglesia y
dejar de hacerlo con tu esposa. Si no has sido tierno o no has guiado,
protegido y cuidado bien a tu cónyuge, puede que ella reciba ese esfuerzo
renovado tuyo de manera positiva. Si es una mujer piadosa, muy
probablemente habrá estado orando por ti y pidiéndole a Dios que actúe en
tu interior de este modo específico. Quizá tus acciones sean la respuesta a
sus plegarias.
Amo a mi esposa y ella me fascina por muchísimas razones, pero una de
ellas es la forma en que oró por mí justo después de casarnos. En aquel
entonces ya estaba yo en el ministerio, sin embargo, no guiaba a mi esposa
ni hacía muchas de las cosas que propongo en este libro. No vivía con ella
de un modo que manifestara que había comprendido la voluntad divina para
mí como esposo. Cara no se quejaba ni me regañaba por ello, sino que
oraba por mí. Por fin, después de dos años como pastor y en la vida de
casado, entré en crisis y me di cuenta de que no conocía bien la Palabra de
Dios. Mi esposa comprendió que eso era algo que faltaba en mi vida y, tras
mi petición, empezó a enseñarme cómo estudiar la Biblia.
El Señor produjo en mí un despertar milagroso de la noche a la mañana, y
comencé a devorar las Escrituras durante horas enteras cada noche. Años
después, supe que mi esposa había estado orando constantemente para que
Dios me diera algún día un gran amor por su Palabra. Creo sinceramente
que hoy soy pastor porque Él hizo esa obra en mí en respuesta a las fieles
oraciones de Cara. Ella no lo consiguió censurándome, ni importunándome,
ni con amenazas, sino mediante un espíritu afable y apacible que es de gran
estima delante de Dios. El Señor contestó las oraciones de una mujer
piadosa.
Como pastor casado, sé que tu esposa tiene al menos una cosa en común
con la mía: es una persona pecadora salvada por la gracia de Dios que lucha
con las dificultades de la vida y a menudo se siente abrumada por las
exigencias de tu ministerio. Tu esposa necesita y merece el cuidado más
paciente, atento y persistente que puedas darle. Ser esposa de pastor es un
trabajo duro que la mayoría de las esposas no esperan tener que hacer el día
de su boda. Nosotros podemos ayudarlas a convertir su carga en alegría al
transformar las demandas del ministerio en oportunidades para servir a
otros, y las presiones y tensiones de ser esposa de pastor en una influencia
santificadora para sus vidas... Todo esto empieza con oración al poner las
dificultades, necesidades, luchas y alegrías de nuestras esposas delante del
Señor y aprender a amarlas, alimentarlas con la Palabra, apreciarlas y
honrarlas en medio de las dificultades de la vida.

Preguntas para el diálogo


Del pastor para su esposa
1. ¿Cuáles son las maneras más útiles en que podría servirte?
2. ¿Qué cosas hago o puedo hacer para que estés más animada?
3. ¿Cómo puedo discipularte mejor y orar por ti con más
deliberación y fidelidad?
4. ¿Qué te impide recibir mi cuidado? ¿Existe alguna barrera u
obstáculo que deberíamos eliminar?
5. ¿Cómo puedes ayudarme a cuidar mejor de ti?

[1] David B. Calhoun, Princeton Seminary: The Majestic Testimony 1869-1929 (Carlisle, Pa.:
Banner of Truth, 1996), vol. 2, pp. 315-316.
[2] Ibíd., p. 316.
[3] C. H. Spurgeon, Susannah Spurgeon y W. J. Harrald, C. H. Spurgeon’s Autobiography, vol. 3
(Pasadena, Tex.: Pilgrim, 1992), pp. 183-184.

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Reflexión
Mantén fuerte tu matrimonio
Cathi Johnson
Mi esposo Bob y yo nos casamos en 1983. Al principio de nuestro
matrimonio, Bob estaba dedicado al ministerio a tiempo completo, y
seis años después aceptó un puesto de pastor titular. En aquel
entonces él tenía veintinueve años y acababa de empezar su máster
en Teología, y yo estaba embarazada de nuestro segundo hijo.
La gracia, la bondad y la protección del Señor estuvieron sobre
nosotros durante ese tiempo, e intentamos equilibrar lo mejor
posible las necesidades de la iglesia y el cuidado de nuestro
matrimonio y nuestra creciente familia. Mi propia curva de
aprendizaje incluía el olvidarme de mis ambiciones egoístas y no ser
un obstáculo para lo que Dios quería hacer en mi vida. Estaba
empezando a comprender que, en realidad, mi vida no tenía que ver
conmigo y mi comodidad, sino que era un llamamiento del Señor
para apoyar a mi esposo en su vocación al ministerio al amarle y ser
su compañera. Mi egocentrismo chocaba continuamente —y aún lo
hace— con la abnegación que se necesita para ser la esposa de un
pastor.
Tras más de un cuarto de siglo de matrimonio y ministerio juntos,
Dios nos ha enseñado que es de suma importancia depender
diariamente de su Espíritu. A mí, personalmente, me ha hecho
entender que puedo amar fiel y obedientemente al Señor al amar a
mi esposo y a la iglesia que él pastorea. Como esposa de pastor he
descubierto varias maneras de mantener fuerte nuestro matrimonio.
1. He comprendido que la seguridad en mi vida matrimonial
proporciona seguridad a nuestra iglesia. Propónganse, pues, amarse
mutuamente y disfrutar el uno del otro como un regalo para su grey.
2. A Bob y a mí nos ha resultado útil establecer ciertas metas conjuntas.
Esto me ayuda a evitar la sensación de estar compitiendo con la
iglesia por el tiempo y la atención de mi esposo. Mediante metas
comunes ministeriales, somos compañeros en el servicio a los
demás.
3. He encontrado útil recordar que soy un regalo de Dios para mi esposo.
Él necesita lo que tú puedes ofrecerle. El Señor obrará por medio de
tus palabras, tu contacto físico y tus actos de servicio para
bendecirlo y animarlo en su llamamiento. Fomenta su confianza y sé
una buena oyente. No tengas miedo de mostrarte sincera con él,
pero evita la aspereza en tus juicios y las palabras de crítica, ya que
no es tu responsabilidad cambiarlo.
4. Sé sensata y perspicaz en tu trato con otras mujeres de la iglesia y la
comunidad. Actúa con prudencia cuando estás con otras mujeres de
la iglesia o entre amigas. Pídele a Dios sensibilidad y sabiduría para
hablar acerca de tu esposo y de otros de la congregación, ya que
Satanás puede introducirse fácilmente en tu corazón si cedes al
tóxico pecado del chismorreo.
5. Mantén abiertas las líneas de comunicación con tu esposo. La
comunicación es el alma de la relación entre ustedes; no pases por
alto la sensación de distanciamiento de tu esposo. Pablo nos pide
que abordemos los problemas y las discrepancias cuando surgen,
para no permitir que el diablo saque ventaja (Ef. 4:26-27). Si tu
esposo te hiere, pídele al Señor gracia y capacidad para
comprender su punto de vista, y humildad para expresarle lo que
sientes sin acusarle de albergar intenciones que quizá no tenga.
6. Programen un tiempo semanal para hablar de sus respectivas agendas.
Esto los ayudará a apreciar cuál es el llamamiento individual de
cada uno en la vida que ambos comparten, garantizará cierto grado
de responsabilidad por ambas partes y les evitará determinadas
sorpresas desagradables.
7. Haz de tu hogar y tu matrimonio un lugar de disfrute para tu esposo.
Esfuérzate en mantenerte atractiva para que se embriague de ti y no
busque consuelo fuera de la relación contigo. Convierte tu casa en
un refugio de paz y aceptación para él. Fomenta un sentimiento de
pertenencia mutua al forjar tradiciones y compartir ciertas
actividades favoritas. Programa determinados periodos para
relajarse, divertirse y reír juntos. Aprendan en compañía el uno del
otro al conversar acerca de libros y artículos que hayan leído, y al
explicar de qué manera los están estimulando las Escrituras.
Háganse preguntas significativas el uno al otro. Sueñen juntos y
fíjense metas futuras. Esta clase de camaradería producirá
esperanza y entusiasmo en su matrimonio.
Hay un gozo único y especial que procede de servir a Dios juntos en
el ministerio. ¡Protege ese gozo! La iglesia del Señor lo vale.
Cathi Johnson es esposa de pastor y ha servido junto a su marido Bob durante más de
treinta años.

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Parte 3
Los hijos del pastor
“Papi, ¿no puedes quedarte en casa esta noche?”.

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Capítulo 5
El pastoreo individual
{ Brian }
La idea de pastorear a los propios hijos de forma individual es extraña para
muchos cristianos, incluso para los pastores. Fue algo nuevo para mí
cuando lo oí por primera vez. Durante muchos años me esforcé en dedicar
tiempo a los miembros de la iglesia individualmente, al tiempo que pasaba
completamente por alto la necesidad de pastorear a mis propios hijos. La
situación cambió, sin embargo, cuando alguien que no esperaba me retó a
responsabilizarme de esa tarea. No fue otro pastor como yo, ni tampoco un
conferencista, escritor o algún “experto” en la materia, sino un hombre que
servía como diácono en su iglesia, un farmacéutico casado con siete hijos.
Su fiel ejemplo cambió por entero mi comprensión de lo que significa que
un hombre pastoree a su familia.
Todos los pastores necesitan tomarse en serio la responsabilidad de
instruir a cada uno de sus hijos de forma personal. El trabajo de pastorear a
tus hijos se entremezcla con otras exigencias de la vida. Pero, si descuidas a
tus hijos, eso quizá produzca en ellos sentimientos de ira y amargura y
empiece a generarles rencor contra la gente de la iglesia e incluso contra
Dios. Los pastores tienen que hacer frente a muchas demandas sobre su
tiempo. No obstante, es importante que den prioridad al crecimiento y el
desarrollo espiritual de sus propios hijos, y convertirse así en un ejemplo de
obediencia a los mandamientos de Deuteronomio 6:4-9 y Efesios 6:4 para
otros padres. Algunas veces es difícil saber en qué consiste esto; pero este
capítulo te ayudará a crear ciertas pautas en tu calendario semanal para el
pastoreo de cada uno de tus hijos y aprovecharás bien ese tiempo.

Pastorea a tus hijos


Como la mayoría de los pastores, probablemente defiendas la importancia
de pastorear las almas de tus hijos, pero la cuestión no está en si lo
defiendes o no, sino en si tienes un plan específico para ello. Muchos
pastores consideran importante instruir a sus propios hijos, pero carecen de
un plan deliberado y práctico para llevarlo a cabo. Tal vez hayan creado
estructuras de discipulado eficaces en su iglesia local, pero por alguna razón
son incapaces de hacer lo mismo en su propia casa. Te sugiero cinco
maneras sencillas de empezar a establecer en tu familia esas estructuras que
te ayudarán a cuidar espiritualmente de tus hijos.
1. Pastoréalos individualmente. Hay algunas ayudas magníficas para
fomentar el hábito del culto familiar, y muchos hogares cristianos están
experimentando un avivamiento en esta área (hablaremos más sobre este
tema en el siguiente capítulo). Pero la principal tarea que enfrentas como
padre no es la de dirigir ese culto, sino reunirte individualmente con cada
uno de tus hijos para leer la Palabra de Dios, tener conversaciones
significativas y orar juntos. Estoy convencido de que esta práctica es la base
del cuidado espiritual de cada niño. El diácono que mencioné antes como
ejemplo de instrucción de sus hijos estaba resuelto a hacerlo: con siete hijos
y siete días en cada semana estableció un programa que le permitía reunirse
con cada uno de ellos semanalmente. Se encontraban por la mañana para
leer juntos la Biblia y orar. Ya que Cara y yo teníamos menos hijos que el
diácono en cuestión, difícilmente podía aducir falta de tiempo. El ejemplo
de aquel hombre no solo me inspiró, sino que también me dejó sin excusas.
Empecé a reunirme con cada uno de nuestros hijos de lunes a jueves,
reservando una noche para cada uno de ellos. Cuando les llegaba el
momento de la reunión con papá, el niño se iba a la cama treinta minutos
más tarde de lo habitual. Leíamos las Escrituras, orábamos y escogíamos un
libro divertido para hojearlo a solas los dos. El rato que pasábamos juntos a
veces terminaba en un combate de lucha libre. Al principio pensé que mis
hijos perderían interés al cabo de algunas semanas, pero me equivocaba.
Los niños son en realidad quienes más responsable me hacen sentir en este
terreno, y no se olvidan cuando llega su noche. Este rato semanal con ellos
me ha bendecido como padre, pero jamás hubiera comenzado a tenerlo si no
me esforzara para darle prioridad. (Cara: Esposas, ¿saben lo que esto
significa para ustedes? Deberán estar dispuestas a sacrificar parte del
tiempo con sus esposos para garantizar ese rato con los niños. Yo no lo
hago de mala gana: lo considero un sacrificio por el bienestar de mis hijos
y su crecimiento en Cristo).
Asegúrate de instruir a tu hijo e interactuar con él de algún modo estando
los dos solos, y empezarás a conocer en mayor profundidad la vida y el
corazón del niño. Aprenderás cosas acerca de él que no sabías que
estuvieran ahí. Así como mi amigo me retó aquel día, yo lo hago ahora
contigo. Si no tienes un patrón regular de reuniones individuales con cada
uno de tus hijos, ¡inícialo esta misma semana! Como pastor tendrás que
encontrarte con muchos miembros de tu congregación durante estos días
para instruirlos particularmente, ¡asegúrate de mostrar la misma
preocupación y el mismo amor por tus propios hijos!
2. Pastoréalos con la Biblia. Instruye y disciplina a tus pequeños
utilizando la Palabra de Dios. Me doy cuenta de que esto puede parecer
bastante obvio para un pastor, pero he conocido algunos que pasan más
tiempo enseñando principios del catecismo y de las Escrituras que leyendo
la Biblia misma. Es posible realizar varias rondas de disciplina y enseñanza
sin hacer ninguna referencia a lo que el Señor dice realmente sobre una
determinada conducta. Los principios bíblicos son buenos y útiles, pero
debes asegurarte también de enseñar a tus hijos la Palabra de Dios y
hacerles memorizar versículos.
Los pastores tienen una oportunidad única en este aspecto. Pueden
preparar a sus hijos cada semana para el culto del domingo al utilizar el
pasaje sobre el que piensan predicar y enseñarles lo que ellos mismos están
aprendiendo. Cuando me reúno individualmente con nuestros hijos, les leo
el pasaje en que está basado mi sermón. Esta práctica me permite apacentar
sus almas con la Palabra de Dios y tiene la ventaja de prepararlos para oír el
mensaje el domingo siguiente. Al estudiar ese pasaje con ellos, puedo ver y
abordar ciertas áreas que podrían resultarles difíciles de entender, y también
capacitarles para escuchar y responder mejor a la Palabra cuando se predica
en una reunión colectiva. Cualquiera que sea el pasaje, asegúrate de que tu
enseñanza y disciplina procedan de la Biblia, de que estás empleando la
Palabra de Dios de tal manera que tu hijo sepa que lo que predicas viene del
propio Señor.
3. Pastoréalos teológicamente. Los adultos suelen subestimar la
capacidad de los niños para comprender verdades teológicas profundas
acerca de Dios y del evangelio, y los pastores son tan culpables de esto
como los demás. Los pequeños pueden y deben aprender la verdad
teológica aun desde una tierna edad. Obviamente, debemos instruirlos
según su capacidad para comprender, pero no des por sentado que no
pueden entender las verdades teológicas. Uno de los miembros de nuestra
iglesia me dijo recientemente que había oído por casualidad a su hijo de
ocho años enseñando acerca de la Trinidad a su hermanito de cuatro
explicándoselo claramente, de manera comprensible y apropiada para su
edad.
Ninguno de nosotros negaríamos el hecho de que es importante enseñar a
nuestros hijos en cuanto al evangelio, y particularmente acerca de que Jesús
murió por nuestros pecados. Sin embargo, ¿te has atrevido a transmitirles
conceptos tales como la imputación (ese gran intercambio que llevó a cabo
el Señor en la cruz al cargar con nuestros pecados y otorgarnos su justicia
perfecta)? Yo personalmente he observado a niños de cuatro y cinco años de
edad captar esta verdad teológica grandiosa y esencial. Si los pequeños son
capaces de comprenderla, deberíamos instruirles en esa verdad. Los niños
también suelen entender bien los temas generales de la historia de la
redención. Piensa en las cosas que enseñas habitualmente a los adultos y no
tengas miedo de transmitir esas mismas verdades a tus hijos. Hazlo simple y
claramente, sin rebajarlas ni dejar fuera los temas que resultan difíciles. El
hecho de enseñar la verdad a los niños puede incluso mejorar tu predicación
a los adultos, al impedir que te apartes del mensaje esencial que quieres
transmitirles.
4. Pastoréalos con oración. Parte de la instrucción individual y espiritual
de nuestros hijos tiene que ver con la manera de dirigirse a Dios en oración.
Deberíamos orar por nuestros hijos, con ellos, por sabiduría para
enseñarles, y en su compañía después de haberlos disciplinado. Deberíamos
orar también por nuestros hijos con toda la familia, y por otras personas
cuando los hijos estén presentes. Los pastores poseen un conocimiento
privilegiado de las necesidades específicas de los miembros de la iglesia, y
deberían orar por la congregación juntamente con sus hijos. Al orar así de
manera constante, instruimos a nuestros hijos acerca de cómo interceder y
ejemplificamos para ellos la vida de oración: lo que Pablo llama “ora[r] sin
cesar” (1 Ts. 5:17). Mientras los instruyes con la oración, asegúrate de
enseñarles que pueden acudir a Dios para sus necesidades y explícales la
misericordiosa obra de nuestro gran sumo sacerdote y mediador Jesucristo,
que está a la diestra del Padre intercediendo por nosotros cada vez que
oramos (He. 4:14-16; 9:24). Dios oye nuestras oraciones gracias a lo que
Jesús hizo por nosotros.

{ Cara }
Una manera práctica de fomentar este tipo de oración diaria es utilizar un
calendario de oración. Brian preparó un directorio a fin de que los
miembros de nuestra iglesia pudieran orar cada uno por los demás
mensualmente, y una amiga mía tuvo la brillante idea de poner esos
nombres en unas tarjetas. Cada día pasamos a la siguiente tarjeta para ver
por quién nos toca orar. Las tarjetas descansan sobre la mesa de nuestra
cocina y nos recuerdan por quién tenemos que interceder en cada comida.
Esta rutina ha estimulado el hábito de orar por los miembros de nuestra
congregación y recordar sus necesidades a diario.

***

5. Apaciéntalos con abnegación. Los pastores siempre están ocupados y


deben responder a muchas demandas sobre su tiempo. Mi esposa y yo
hemos escrito este libro porque comprendemos las dificultades que
enfrentan los pastores. Sabemos lo difícil que es mantener un equilibrio
saludable entre las necesidades del ministerio y el llamamiento a ser fieles a
nuestras familias. El camino hacia el éxito no es nada fácil. El cuidado
particular semanal de tus hijos no vendrá sin sacrificio. Tendrás que
renunciar a un poco de sueño adicional por las mañanas o a algún tiempo de
respiro por las noches. Tal vez sea necesario pasar por alto tu programa de
televisión o tu acontecimiento deportivo favorito, o no puedas dedicar un
rato a leer ese libro que estás deseando devorar. Si te comprometes a esto,
prepárate para renunciar a algunos de tus privilegios actuales. A pesar de
ello, el sacrificio de tiempo durante esta breve etapa de la vida cuando tus
hijos aún viven en casa merece la pena. Y no solo eso, sino que la tarea de
pastorear a tus hijos es un aspecto clave de tu vocación como pastor
(1 Ti. 3:4-5), e incluso puede ser el medio utilizado por el Señor para
ayudarles a profundizar en su amor por Dios y por su iglesia en vez de
resentirla o desencantarse de ella.

Fomenta el aprecio
Muchos pastores y sus congregaciones dan por sentado que los hijos de los
pastores amarán automáticamente el evangelio, el ministerio y la iglesia
cuando crezcan. Esta suposición es ingenua. Los pastores debemos enseñar
deliberadamente la buena nueva a nuestros hijos y esforzarnos para que
estos aprecien la iglesia local y nuestro llamamiento a servirla. Deberíamos
hacer tal cosa con oración y confiar en que el Espíritu Santo obrará en sus
corazones.
He descubierto cinco principios que son útiles para enseñar a los niños
acerca del ministerio pastoral. Si los asimilan, les servirán para comprender
lo que hace un pastor y por qué su trabajo es importante. Con estos
principios intento fomentar el amor de los hijos por el ministerio y evitar el
resentimiento que puede surgir de ver que su padre pase tanto tiempo fuera
de casa.
1. “Mi trabajo es muy importante para Dios”. Mediante los escritos del
apóstol Pablo, Dios nos enseña que la tarea de los pastores es buena y
necesaria (1 Ti. 3:1). Se trata de una labor que nos mantiene en el límite
entre la vida y la muerte, lo temporal y lo eterno. La iglesia local es el
principal vehículo mediante el cual Dios ha decidido introducir en el mundo
su reino venidero, y el trabajo del pastor no puede compararse con ningún
otro. Los pastores deben entender esto, y apreciar su cometido antes de
poder enseñar a sus hijos lo valiosa que es su labor. Un pastor necesita
ayudar a sus hijos a comprender que cuando está trabajando y lejos de casa
en diferentes momentos no está ganduleando o desperdiciando el tiempo.
Papá no se va porque no quiera estar con ellos… Cuando el padre se
ausenta, los niños tienen que saber que está trabajando en la edificación del
reino de Dios y sirviendo a Cristo de un modo especial.
Siempre que tengan la oportunidad de hacerlo, los pastores deben incluir a
sus hijos en el trabajo que llevan a cabo. Hay ciertas ocasiones en que los
niños pueden acompañarlos al hospital o a hacer alguna visita, ayudarles a
prepararse para las actividades de la iglesia, orar por los miembros en la
mesa e incluso contribuir a la preparación de su mensaje. Supone una gran
bendición para la familia y la congregación cuando los hijos del pastor
participan de esta manera, de modo que asegúrate de hacer ese esfuerzo
adicional de planear e incluir intencionalmente a tus hijos. Como mínimo,
eso les ayudará a apreciar la importancia de lo que hace su padre.

{ Cara }
Asimismo deberíamos resaltar que el trabajo que hace papá cuando no está
en casa es muy importante también para Dios. En lugar de sentir celos
cuando nuestro esposo come fuera, tenemos que recordar a nuestros hijos
(y a veces a nosotras mismas) que está forjando relaciones y supliendo
necesidades. Y la próxima vez que nos reunamos como familia, debemos
preguntarle con alegría qué tal han ido su tiempo y sus conversaciones,
para poder celebrar la obra que Dios ha estado haciendo por medio de él.
Esto también podemos llevarlo a cabo al orar juntamente con nuestros
hijos por nuestros esposos mientras están fuera de casa.
***

2. “Dios cambia a la gente mediante su Palabra”. Una pregunta habitual


de los hijos de los pastores —especialmente si el pastor tiene una oficina en
casa— es: “¿Papá, por qué estudias tanto?”. En cierta ocasión, un pastor
con niños pequeños me preguntó: “¿Qué le dices a tu hijo cuando llama a la
puerta del estudio y te pregunta si aún estás trabajando?”. Debes contestar
esa pregunta de un modo que enseñe al niño a valorar lo que haces, en vez
de simplemente intentar que te deje en paz durante unos pocos minutos
más. Ayuda a tus hijos a comprender que solo la Palabra de Dios, mediante
el poder del Espíritu Santo, cambia las vidas de las personas, al despertarlas
y hacerlas pasar de muerte a vida. Enséñales que el Señor le ha
encomendado a papá la gran responsabilidad de enseñar y predicar su
Palabra a fin de que la gente pueda conocerle mejor y llegar a ser más como
Jesús. Eso exige de cada pastor fidelidad y diligencia para presentarse
delante de Dios “aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse”
(2 Ti. 2:15). Evita hablar despectivamente de tu trabajo o transmitir a tus
hijos la idea de que lo que haces constituye un sacrificio o una carga. Habla
positivamente del poder y la responsabilidad de usar bien la Palabra de
Dios.
3. “Tengo que ‘hablar’ con alguien”. A menudo he utilizado esta frase
con mis hijos al reunirme con una persona para instruirla, devolver la
llamada telefónica de un miembro de la iglesia descontento, abordar las
consecuencias desastrosas del pecado de algún individuo o tratar de
convencer a una esposa airada para que no abandone a su esposo. Mis hijos
no tienen por qué conocer los detalles de esas situaciones, e incluso podrían
resultar perjudiciales para ellos si se los contara. Cuando tengo que ayudar a
alguien o hablar con una persona por teléfono, intento que mis hijos
comprendan que Dios le ha dado a papá la capacidad de conversar con la
gente acerca de los problemas que tienen, transmitirles la Palabra de Dios y
animarlos a seguir a Jesús de un modo más fiel. Di a tus hijos por qué debes
hablar con las personas, pero no entres en detalles ni trates de explicar cada
situación.
4. “Es un gozo servir y cuidar al pueblo de Dios”. La mayoría de las
personas se pasan la vida trabajando a fin de proveer para su familia: se
ganan el pan en alguna empresa, tratan con clientes o suplen las necesidades
de la gente con algún tipo de servicio. Los pastores tienen el honor de
dedicar la mayor parte de su tiempo a estudiar la Palabra de Dios y cuidar
de su pueblo. ¡Qué enorme privilegio nos ha dado el Señor a los pastores!
Transmite a tus hijos que se trata de un verdadero honor. Aunque te
enfrentes a dificultades en tu ministerio, enseña a tus hijos acerca del
auténtico gozo que conlleva tu trabajo. Servir y cuidar al pueblo de Dios es
una alegría. Si no lo crees así, te resultará difícil —por no decir imposible—
comunicar eficazmente ese gozo a tus hijos. Sí el pastor o su esposa están
desencantados con la obra del ministerio, acabarán inevitablemente criando
a hijos desilusionados del ministerio y de la iglesia.

{ Cara }
La palabra de advertencia de Brian es digna de reiterarse. Cuando
hablamos de los asuntos de la iglesia, debemos tener cuidado de no
abrumar a nuestros hijos con detalles innecesarios acerca de la vida de la
congregación. En un esfuerzo por enseñarles a amar a la iglesia, debemos
recordar que llevar las cargas de los creyentes no es su cometido. Una de
nuestras hijas es muy perspicaz acerca de los sentimientos y las actitudes
de las personas y, a menudo, puede identificar cuándo alguien o alguna
familia pasa por dificultades. Debido a su perspicacia, es capaz de
descifrar partes de nuestras conversaciones —cuando ni siquiera nos
damos cuenta de que nos está escuchando— y sentirse abrumada por la
persona o familia en cuestión. Tenemos que ser cuidadosos con esto, ya que
ella no es lo suficientemente madura como para saber manejar esas cargas.
Debemos recordar, asimismo, que nuestros hijos nos oyen aunque no nos
demos cuenta, y debemos ser precavidos hablando del ministerio que
llevamos a cabo. Una buena regla general consiste en mantener
deliberadamente lejos de los niños las conversaciones de carácter sensible.
No es que lo escondamos todo de nuestros hijos, puesto que ellos deben ir
tomando conciencia de que vivimos en un mundo caído lleno de pecado.
Conversamos con ellos acerca del divorcio, la muerte y el suicidio. Sin
embargo, lo hacemos en el contexto de las verdades bíblicas que nos
ayudan a comprender mejor el plan de Dios para su pueblo.

***

5. “Estas personas siguen preguntando por ti”. Sin importar dónde o


cómo te haya llamado Dios al pastorado, siempre habrá alguien que te ame
y se interese por ti y por tu familia. Esto es especialmente cierto si sirves en
la misma iglesia local durante muchos años. Recuerda a esas personas que
te preguntan por ti y por tu familia. Háblales a tus hijos acerca de ellas para
sepan que hay gente de la congregación que los quiere, miembros que su
padre cuida también… Algunas de mis relaciones más entrañables en la
iglesia son con personas que se interesan por mi esposa y mis hijos. Pienso
en una anciana de noventa años, viuda, que quiere mucho a nuestra hija
mayor —puede decirse que más que a mí, que soy su pastor— y tiene un
trato con ella que da alegría verlo. Recuerda a tus hijos que la gente de la
iglesia los ama, pregunta por ellos y aprecian el sacrificio que hacen
permitiéndole a su padre servir a la iglesia.
La importancia de animar a nuestros hijos en este aspecto se hizo evidente
después de que predicara en una conferencia sobre el matrimonio en otra
ciudad. Uno de los ancianos de aquella iglesia escribió a nuestros cuatro
hijos una carta a mano de tres páginas, que recibieron por correo una
semana después de mi vuelta a casa. Su contenido no solo animó a nuestros
hijos, sino también a mi esposa y a mí.

¡Gracias por compartir a sus padres con la familia de nuestra iglesia


hace algunos días! Creo que les gustará saber que Dios los utilizó para
animar a la gente a amar más al Señor, confiar en su Palabra y vivir por
fe… Para agradecerles la parte que han tenido ustedes en nuestra
conferencia familiar de 2012, los invitamos a la heladería. Espero que
les gusten los helados… Todos ustedes jugaron un papel en nuestra
conferencia y se lo agradezco. Cada vez que dan su bendición a las
oportunidades que Dios les proporciona a sus padres, participan con
ellos en su trabajo.

Este anciano enumeró varias formas en que nuestros hijos podían


bendecir y apoyar nuestro ministerio: orar y estar agradecidos por nosotros,
hablar con nosotros sinceramente, etc. Y juntamente con la carta venía una
tarjeta de regalo de 25 dólares para la heladería. Esta carta ilustra cómo
pueden contribuir las personas a que los hijos de los pastores comprendan la
importancia de la función que ellos desempeñan en el ministerio de sus
padres. Con la ayuda de Dios, esta clase de estímulo hará que tus hijos
amen y aprecien tu ministerio —en vez de resentirlo— a medida que vayan
creciendo.
Los pastores tienen esa misma responsabilidad con sus propios hijos, y
podemos realizarla mejor si nos esforzamos en pastorear el alma de cada
uno de ellos. Debemos dedicarles tiempo deliberadamente y ayudarles a
comprender el honor —y no la carga— de ser testigos y partícipes del
importante trabajo de sus padres. Sin embargo, este trabajo de pastorear a la
familia no consiste meramente en discipular e instruir de manera individual
a cada uno de sus miembros, sino que el pastor debe también hacerlo
colectivamente.

Preguntas para el diálogo


De la esposa a su esposo
1. ¿Te reúnes con cada uno de nuestros hijos a intervalos
razonables y regulares? Si no lo haces: ¿Por qué no lo haces?
¿Cómo podemos reorganizar nuestro calendario de manera que
tengas tiempo para hacerlo? ¿Con qué frecuencia necesita cada
uno de nuestros hijos pasar un rato contigo? ¿Es demasiado un
encuentro por semana o resulta insuficiente? Si lo haces: ¿Cómo
determinas la manera de emplear ese tiempo?
2. ¿Cómo podemos fomentar en nuestros hijos el amor por tu
trabajo?
3. ¿Has perdido la alegría de hacer la obra del ministerio? Si es así,
¿cómo puedes recuperarla?

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Capítulo 6
El pastoreo conjunto
{ Brian }
Charles Spurgeon fue un poderoso hombre de Dios, evangelista y pastor
eficiente. Muchas personas distintas contribuyeron a hacerle el hombre que
era; pero una cuya influencia suele pasarse por alto y subestimarse es su
madre. Spurgeon relata algunos momentos que tuvieron un gran efecto en
su vida, cuando su madre reunía a todos los hijos alrededor de la mesa del
comedor…

Cuando éramos pequeños, mi madre tenía por costumbre quedarse en


casa la tarde-noche del domingo, sentarnos a todos alrededor de la mesa
y leernos versículo por versículo mientras nos explicaba las Escrituras.
Una vez hecho esto, venía el momento de las súplicas: nos leía un pasaje
de Una guía segura al cielo, de Joseph Alleine, o de Una invitación a
vivir, de Richard Baxter, salteados con incisivos comentarios dirigidos a
cada uno de nosotros. Luego nos preguntaba cuánto tiempo tendría que
pasar para que meditáramos acerca de nuestra condición y buscáramos
al Señor. Seguidamente pasábamos a la oración materna, y no
olvidaremos jamás algunas de sus palabras aunque peinemos canas.
Recuerdo que en una ocasión oró de esta manera: “Señor, si mis hijos
continúan en sus pecados, no perecerán por ignorancia, y mi alma
presentará contra ellos un pronto testimonio en el día del juicio si no se
aferran a Cristo”. Aquel pensamiento de que mi madre testificara contra
mí traspasó mi conciencia y me agitó el corazón.[1]

Los recuerdos que tiene Spurgeon de su madre nos traen a la memoria la


función tan importante que desempeñan las madres piadosas en el pastoreo
de las almas de sus hijos, y también nos muestran las maneras peculiares de
obrar que tiene Dios cuando se instruye colectivamente a la familia.
Aunque las madres interpretan un papel esencial en la instrucción de sus
hijos, las Escrituras nos dicen que Dios ha puesto al padre como cabeza de
familia, para que sea el líder en esta área. Douglas Kelly escribe: “El
principio representativo inherente al pacto del Señor con la raza humana
indica que el cabeza de familia debe representar a la familia delante de Dios
en el culto, y que la atmósfera espiritual y el bienestar a largo plazo de esa
familia se verán afectados en buena medida por la fidelidad —o no— del
padre en esta área”.[2]
Como instamos en el capítulo anterior, los pastores deberían actuar con
resolución en cuanto a ministrar a sus hijos individualmente, pero también
es importante que los pastoreen mediante algún tipo de culto familiar. Los
pastores tienen una oportunidad especial para preparar a sus familias para
las reuniones de adoración colectiva con el resto de la iglesia.
No encontramos ningún pasaje bíblico claro que ordene a los padres
dirigir el culto familiar, pero sí hay muchos textos que implican
vigorosamente la necesidad de una instrucción colectiva en el hogar. Las
instrucciones de Pablo para la familia en Colosenses 3:18-21 son un buen
ejemplo de ello, como también la enseñanza que el apóstol da en su epístola
a los Efesios:

Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.


Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con
promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Y
vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en
disciplina y amonestación del Señor (Ef. 6:1-4).

En su enseñanza dirigida tanto a la iglesia de los colosenses como a la de


los efesios, Pablo presenta tres principios básicos detrás de la necesidad de
un culto familiar frecuente bajo el liderazgo del padre:
1. Las familias participaban juntas en el culto público. Sabemos que las
epístolas de Pablo en el Nuevo Testamento —por ejemplo, Colosenses y
Efesios— iban dirigidas a varias iglesias diferentes y se leían enteras en voz
alta cuando todos los creyentes estaban reunidos.
Estas cartas incluyen instrucciones para cada miembro de la familia: las
esposas (Col. 3:18), los maridos (Col. 3:19), los hijos (Col. 3:20; Ef. 6:1),
los padres (Col. 3:21; Ef. 6:4) e incluso los esclavos (Col. 3:22). De esto
podemos inferir que Pablo daba por sentado que todas esas personas
estarían reunidas para oír su carta cuando se leyera, y se beneficiarían de
sus enseñanzas. El apóstol escribía sus epístolas sabiendo que los hijos
estarían presentes con sus padres, y los esposos con sus esposas. Cada
grupo podría así escuchar la doctrina que Pablo daba a los otros. Los
cónyuges conocerían lo que Dios esperaba de su compañero o compañera;
los niños, cómo Dios quería que sus padres se comportaran con ellos y el
uno con el otro como marido y mujer…
2. Los padres instruían a sus hijos en casa. En Colosenses no se
menciona directamente esta ordenanza para los padres cristianos (Col.
3:21), pero, en Efesios, se afirma con claridad que tanto los padres como las
madres no debían exasperar o provocar a ira a sus hijos, sino criarlos en
disciplina y amonestación del Señor (Ef. 6:4). Deuteronomio 6 ilustra esta
idea de manera práctica al mostrar cómo los padres tenían que enseñar a sus
hijos la verdad acerca de Dios, cuánto deseaba el Señor su total devoción y
la necesidad de comentar y estudiar las Escrituras en casa. Es muy probable
que Pablo esperara que los padres cristianos obedecieran Efesios 6:4 según
el patrón establecido en Deuteronomio 6; es decir, que enseñaran a sus hijos
en el hogar acerca de Dios, sus expectativas y su Palabra. Al igual que las
familias de Israel, las familias cristianas debían caracterizarse por una
interacción espiritual regular entre padres e hijos.

{ Cara }
Tanto si eres ama de casa como si trabajas fuera del hogar tienes la
responsabilidad de ayudar en la instrucción de la familia que dirige tu
esposo. Esta instrucción no tiene por qué adoptar siempre el formato de
una reunión formal. Aun en nuestras actividades diarias somos un ejemplo
para que nuestros hijos confíen en Dios y le den gracias en cualquier
situación. Necesitamos manifestar el amor por Dios y su Palabra, y animar
a nuestros hijos a aprender de memoria versículos y estudiar la Biblia con
nosotras. Al someternos a la enseñanza y la guía de nuestros maridos,
estimulamos a los niños a acatar la autoridad e instrucción de papá. Esto
lo ejemplifico mostrándome tan interesada durante nuestros cultos
familiares como quiero que lo estén nuestros hijos; y, cuando no está mi
esposo, refuerzo lo que él ha enseñado por medio de conversaciones con
ellos acerca de la lectura bíblica semanal. También trato de ser modelo
para los niños tomando notas durante nuestros cultos dominicales y
animándolos a hacer lo mismo, aunque sea mediante dibujos, si aún no
saben escribir.

**

3. Los hijos acataban la enseñanza de sus padres. El apasionado


reformador y pastor Martín Lutero reconocía que tenía la responsabilidad
de guiar a su familia como pastor y como padre. Lutero consideraba el
hogar como escuela e iglesia al mismo tiempo, y comparaba la función del
padre en la casa con la de un obispo o sacerdote: “Abraham veía en su
tienda un hogar de Dios y una iglesia; del mismo modo que cualquier
cabeza de familia hoy, pío y devoto, instruye a sus hijos… en la piedad. Por
tanto, esa casa constituye, en realidad, una escuela y una iglesia; y el cabeza
de familia es un obispo y un sacerdote en su hogar”.[3]
Las Escrituras nos dicen que los padres deben instruir y disciplinar a sus
hijos, y que los hijos deben obedecer a sus padres (Col. 3:20; Ef. 6:1). Pablo
recuerda a los hijos reunidos en la iglesia de Colosas que su obediencia
“agrada al Señor” (Col. 3:20). Está claro que, en la iglesia primitiva, los
padres dedicaban algunos momentos a mantener conversaciones acerca de
Dios en sus hogares, y enseñaban a sus hijos a ser plenamente devotos en su
seguimiento de Cristo. Como padres, ejemplificaban para sus hijos lo que
suponía ser seguidores de Jesús. ¿Y cuál era la responsabilidad de los hijos?
Obedecer aquello que se les había enseñado, poner en práctica lo que
habían aprendido.
Los pastores tienen la maravillosa oportunidad no solo de guiar a sus
propias familias en el culto en casa, sino también de prepararlas para la
adoración colectiva en la iglesia. He aquí algunas sugerencias mientras
preparas a tu familia para el culto comunitario…
Elige el pasaje de tu sermón para el domingo siguiente como lectura
bíblica en tus cultos familiares durante la semana. Cuando sepas el texto
sobre el que vas a predicar y tengas ya algunas ideas para tu mensaje, habla
a tu familia acerca de esos conceptos y apreciaciones. Mediante esta
práctica me di cuenta de que nuestros hijos podían escuchar el mensaje de
la Palabra y captar importantes verdades bíblicas desde una edad más
temprana de lo que yo pensaba posible.[4] Además de esto, no debes
subestimar los valiosos pensamientos, preguntas e ilustraciones que puedan
aportar tanto tu esposa como tus hijos. A menudo descubro que sus
contribuciones en ese momento de la semana hacen más vigoroso mi
sermón y ayuda a nuestra congregación a comprender mejor la verdad de la
Palabra de Dios.
Canta con tu familia algún himno o cántico de alabanza planeado para
el domingo siguiente. La mayoría de los pastores están involucrados en la
organización de los cultos, así que probablemente sepas qué canciones se
van a cantar. Esta costumbre animará a los niños que aún no saben leer bien
a participar en el tiempo de alabanza durante la adoración colectiva. A lo
largo de los años, el hecho de cantar himnos en el culto familiar ha
fomentado la confianza de mis hijos para hacerlo bien tanto en un contexto
de adoración privado como público.
Pide por las necesidades inmediatas de la congregación. Los padres
pueden elegir diferentes maneras de hacer que sus familias oren juntas. Ya
sea que intercedas por los misioneros de tu iglesia o por aquellos miembros
de la congregación que están enfermos o sufriendo, enseña a tus hijos a orar
por la gente. Sé prudente acerca de la información que les compartes, pero
aun así no dejes de sugerirles (y también a tu esposa) algunas formas
concretas de orar.
Preparar a tu familia para el culto en la iglesia no es tu objetivo principal
durante el tiempo de adoración en casa, y quizá no tengas que hacerlo cada
vez que te reúnas con la familia. Sin embargo, constituye una oportunidad
magnífica para ayudar a tus hijos a valorar la experiencia del culto con toda
la iglesia y también a comprender la continuidad que hay entre la
experiencia de adoración privada en el hogar y el culto con la congregación.
Como pastor, tienes una oportunidad maravillosa de mostrar a tus hijos —y
de ejemplificar para los miembros de la iglesia— la unidad esencial que
existe entre el culto privado y el público.
Jonathan Edwards, uno de los teólogos y pastores más grandes de la
historia de Estados Unidos, fue un ejemplo excelente de este tipo de
fidelidad. A la larga lista de honores académicos y literarios que recibió,
deberíamos añadir el elogio de “fiel esposo y padre”. George Marsden, uno
de sus biógrafos, registra bien el compromiso que tenía con el pastoreo de
su propia familia:

[Jonathan Edwards] empezaba el día con su devocional privado, seguido


del culto familiar: en el invierno a la luz de las velas. Cada comida iba
acompañada de oraciones en familia y, al final de cada jornada, Sarah se
unía a él en su estudio para orar…
Naturalmente, las oraciones por las almas de sus hijos eran su
preocupación preeminente. En el devocional matutino los interrogaba
acerca de la Biblia con preguntas apropiadas para la edad de cada uno…
[5]

Si leemos solamente este breve resumen, es muy fácil no entender la


importancia de aquellos actos diarios de enseñanza, instrucción y cuidado
pastoral. Edwards fue fiel en el pastoreo de las almas de su familia, lo cual
dio fruto en sus funciones como pastor y erudito. El impacto de la crianza
de sus hijos y su productividad futura en el reino de Dios se hicieron
patentes en que cada uno de sus once hijos continuaron siguiendo al Señor
mucho después de su fallecimiento. Jonathan Edwards tuvo la sabiduría y el
discernimiento de mirar adelante y reconocer que, a pesar de todas las cosas
importantes que debía hacer como pastor y líder eclesial, el pastoreo de su
familia era fundamental porque estaban en juego las almas de sus hijos.
Aquello era para él lo bastante trascendente como para decir no a otras
exigencias del ministerio a fin de poderse concentrar en el cuidado de su
familia y reservar, aun en medio de una labor muy fructífera, tiempo para
sus hijos. Lamentablemente, muchos pastores —incluso bastantes de los
contemporáneos de Edwards— no fueron tan fieles como él en su tarea de
pastorear a sus familias, a veces con unas consecuencias devastadoras. El
ejemplo de aquel hombre nos estimula a la fidelidad, del mismo modo que
el de quienes pasaron por alto sus deberes familiares constituyen para
nosotros una advertencia. ¿Cuál será tu legado espiritual como padre y
pastor? En el último capítulo ahondaremos en esta cuestión al considerar la
manera en que las cosas que hacemos hoy determinan el futuro de nuestros
hijos y familias.

Preguntas para el diálogo


A fin de que el pastor y su esposa conversen acerca de ellas
1. ¿Por qué es importante que la familia adore a Dios de manera
conjunta?
2. ¿Cómo podríamos trabajar juntos para propiciar esto? ¿Qué
cosas hacemos bien actualmente? ¿Qué podríamos cambiar o
llevar a cabo de un modo distinto?
3. ¿Qué papel específico debería interpretar el esposo en el culto
familiar? ¿Qué tendría que hacer la esposa? ¿Cuál es la función
de los hijos hoy día en nuestros devocionales como familia?
4. ¿Cómo podemos usar el tiempo de nuestro culto familiar para
enseñar y preparar mejor a nuestros hijos con vistas a la adoración
pública de los domingos en la iglesia?
[1] Charles H. Spurgeon, Autobiography, Volume 1: The Early Years, 1834-1859 (Edimburgo:
Banner of Truth, 1962), pp. 43-45; véase www.spurgeon.org/earlyimp.htm (accedido el 18 de enero
de 2013).
[2] Douglas F. Kelly, “Family Worship: Biblical, Reformed, and Viable for Today”, en Worship in
the Presence of God, ed. Fran J. Smith y David C. Lachman (Greenville, S. C.: Greenville Seminary
Press, 1992), p. 112.
[3] Martín Lutero, Luther’s Works, Volume 4: Lectures on Genesis: Chapters 21-25, ed. Jaroslav
Pelikan (Saint Louis, Mo.: Concordia, 1964), p. 384.
[4] Esta es una de las razones por las que proporcionamos a los miembros de nuestra congregación
el pasaje que constituirá el texto del sermón para el domingo siguiente: queremos que se preparen
ellos mismos y a sus familias para la próxima reunión pública de la iglesia.
[5] George Marsden, Jonathan Edwards: A Life (New Haven, Conn.: Yale University Press, 2004),
pp. 133, 321.

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Capítulo 7
El pastoreo mirando al futuro
{ Brian }
David Livingstone, uno de los misioneros más célebres de la historia de la
Iglesia, murió enormemente apenado. Aunque había hecho una gran tarea
en nombre de Cristo alcanzando a muchos perdidos con el evangelio,
Doreen Moore nos cuenta la gran tristeza que llevó consigo hasta el día de
su muerte. Cuando Mary —su esposa— falleció, el misionero se sintió
impulsado a reflexionar sobre “sus fallos como esposo y como padre”.
Experimentaba grandes remordimientos y hubiera querido empezar de
nuevo. Las penas que había hecho pasar a su familia le hacían preguntarse
si no habría sido mejor quedarse soltero.[1]
Como vimos en el capítulo 1, un gran éxito en el ministerio no siempre
significa un triunfo igual de prominente en la crianza de los hijos o en el
matrimonio. De hecho, una de las cosas que más difíciles resultan para los
pastores es dar mayor prioridad al tiempo que dedican a sus familias.
Una de las figuras ministeriales más famosa —y hasta idolatrada— del
último medio siglo es el evangelista Billy Graham. Y lo es por buenas
razones; ya que millones de personas por todo el mundo han escuchado el
evangelio a través de su predicación y cientos de miles afirman haberse
convertido bajo su ministerio.[2] La obra de Graham ha servido de modelo
para otros esfuerzos evangelizadores, y él sigue siendo un icono,
principalmente, de la Convención Bautista del Sur. Si existe alguna persona
que pueda estar tranquila en cuanto a haber ejercido una gran influencia a
favor del reino de Dios, ese es Billy Graham.
En vista de tan asombroso éxito ministerial valdría la pena que los
pastores, evangelistas y misioneros que sienten la tentación de olvidarse de
sus familias para dedicarse a otros ministerios prestaran oído a las solemnes
palabras de Billy Graham:

Este es un tema sobre el que me resulta difícil escribir; pero, con el paso
de los años, la Billy Graham Evangelistic Association (BGEA) y su
equipo se convirtieron en mi segunda familia sin yo percatarme de ello.
Ruth [su esposa] dice que aquellos de nosotros que viajábamos no
disfrutamos de la mejor parte de nuestras vidas: ver a los niños mientras
crecían. Probablemente tenga razón: yo estaba demasiado ocupado
predicando alrededor del mundo.
Solo Ruth y nuestros hijos pueden decir lo que aquellos largos
periodos de separación significaron para ellos. En cuanto a mí, al mirar
atrás, sé que esos años me empobrecieron mucho psicológica y
emocionalmente. ¡Me perdí muchas cosas por no estar en casa y ver a
los niños crecer y desarrollarse! Y ellos también deben llevar cicatrices
por tales separaciones…
Ahora advierto a los jóvenes evangelistas que no cometan los mismos
errores que yo.[3]

Graham también escribe acerca de los buenos momentos que pasaba con
sus hijos cuando estaba en casa: del amor que los tenía y aún los tiene. Por
la gracia de Dios, hoy disfruta de unas buenas relaciones con sus hijos a
medida que se acerca el final de su vida. El Señor ha sido verdaderamente
misericordioso y fiel con su familia; pero, aunque no se puede acusar a
Billy Graham de un descuido deliberado, él aún se reprocha su negligencia.
Como relata cándidamente, su mayor pesar no está relacionado con algún
otro lugar que hubiera debido visitar y no lo hizo, o con cierto sermón que
hubiese querido predicar una vez más, o con el deseo de haber alcanzado a
más personas con el evangelio (aunque supongo que también acerca de
estas cosas sentirá alguna tristeza). Lo que lamenta principalmente en sus
memorias tiene que ver con su manera de tratar a su familia dándole tan
baja prioridad en su vida.
Aquellos que llevan a cabo hoy un ministerio pastoral necesitan escuchar
las advertencias de hombres como Billy Graham. Necesitamos aprender del
pasado y prestar atención a las sabias palabras de aquellos que han hecho
grandes cosas para Dios pero, al final, acaban teniendo pesares. Debemos
dejarnos instruir por sus errores. De modo que no pases por alto las señales
de advertencia y disponte a hacer los cambios necesarios para evitar esos
patrones de negligencia en tu matrimonio y tu familia. No es demasiado
tarde para el arrepentimiento ni para realizar los ajustes pertinentes que te
permitan pastorear con fidelidad las almas de los miembros de tu familia.
Con esto en mente, te indico cuatro señales de advertencia que debes tener
en cuenta si no quieres lamentarte al final de tu ministerio.

Cuatro indicadores de negligencia


Si cuando estás conduciendo te encuentras con un signo de precaución que
dice: “¡Cuidado, barranco al frente, regrese!”, sería una estupidez seguir
adelante ciegamente. Sin embargo, eso es lo que hacen precisamente
muchos pastores: ven las señales de advertencia pero no hacen nada por
cambiar de dirección. Mientras lees el siguiente apartado, considera en
oración si algunos de estos indicadores están presentes en tu vida; y, si lo
están, empieza por ponerte de rodillas y clamar a Dios pidiendo su ayuda.
Luego, busca a alguien —algún pastor mayor o amigo de confianza— y
pide su apoyo para que puedas hacer los cambios necesarios a fin de
arrepentirte y encauzar mejor tu vida.
1. Tienes problemas en tu matrimonio. Hay parejas casadas que
reconocen estar atravesando dificultades matrimoniales, pero suponen
equivocadamente que pueden resolverlas sin ayuda de nadie. Los pastores
no son diferentes en esto. De hecho, se enfrentan a obstáculos aún mayores
para hablar y ser sinceros. Tienen grandes tentaciones de esconder o
encubrir sus dificultades maritales de la iglesia. Los matrimonios de los
pastores pueden romperse por varias razones: algunas inherentes a la
relación y otras relacionadas con los retos y las presiones particulares del
ministerio pastoral. Sin importar el origen de los problemas, si tu
matrimonio se ha hecho pedazos, necesitarás ayuda para recomponerlo. Yo
te aconsejaría que buscaras asistencia externa por amor de tu relación
matrimonial, tus hijos y tu propio ministerio (1 Ti. 3:4-5). Como dije
anteriormente, tu matrimonio y la forma en que este encarna el evangelio y
ejemplifica a Cristo para los demás es un aspecto esencial de tu
responsabilidad ministerial. Si la relación con tu esposa pasa por
dificultades, lo mismo sucederá con tu ministerio, aun cuando todo parezca
ir bien en la iglesia. Haz una pausa para evaluar con sinceridad tus
problemas matrimoniales y, allí donde existan áreas resquebrajadas, toma
medidas para repararlas. (Cara: Esposas, no puedo resaltar lo suficiente
cuán importante es que seamos sinceras, abiertas y transparentes con
nuestros esposos. Debemos actuar de manera proactiva para proteger
nuestros matrimonios. Necesitamos estar dispuestas a que se nos corrija, a
perdonar con generosidad a nuestros cónyuges cuando nos fallan, y a
reconocer con prontitud nuestra culpa y pedirles perdón cuando les
fallamos nosotras).
2. Tienes un hijo resentido. El estereotipo del hijo rebelde y resentido de
pastor (HP) o de misionero (HM) existe por una muy buena razón: a
menudo ese estereotipo es cierto. En una ocasión, Billy Graham dijo lo
siguiente acerca de la vida de un HP: “Con frecuencia, los HP pasan
periodos difíciles si no desastrosos en sus vidas. Puede que la gente espere
demasiado de ellos a causa de sus padres o que ellos mismos se exijan
demasiado para satisfacer las expectativas de otros”.[4] Además de lo
concerniente a las exigencias poco realistas que se les imponen, quisiera
añadir una razón más que causa dificultades a muchos HP. Por las
conversaciones que he tenido con jóvenes HP y HM a lo largo de los años,
he llegado a pensar que parte de la rebeldía que sienten hacia sus padres y
su desilusión con la iglesia se debe a las promesas incumplidas. Promesas
que les hicieron sus padres y que jamás se cumplieron.
Un pastor puede prometer a su hijo que asistirá a un determinado partido
de fútbol, pero luego descubre que no ha tenido el tiempo necesario para
terminar su sermón y debe seguir estudiando. O puede decir que estará en
casa para cenar a una cierta hora y, sin embargo, llegar siempre tarde. O
asegurar a su hija que leerá algo con ella antes de dormir, pero descubrir
que la conversación telefónica con ese miembro atribulado de la iglesia le
toma más tiempo del esperado. Cuando los pastores sufren las presiones
inherentes al ministerio, no desatienden solo a sus esposas: los HP y HM
también experimentan sus propias presiones, y la más común es el patrón de
promesas incumplidas que va mermando la credibilidad de su padre. Las
promesas rotas se traducen en hipocresía, y a los hijos no les resulta difícil
transferir su desilusión con papá a la fe que tienen en Dios. Aunque el
resentimiento de un hijo es, en última instancia, consecuencia de un corazón
pecaminoso que necesita a Cristo, sería ingenuo ignorar la influencia tan
importante que ejerce un padre en la formación de sus hijos. Si tienes un
patrón de promesas incumplidas con tu familia, necesitas sopesar cómo
puede esto afectar a la confianza de ellos en lo que dices, ya que los
resultados a largo plazo pueden ser graves.
3. Tienes una iglesia exigente. Todas las iglesias exigen de sus pastores,
pero algunas lo hacen más que otras. Ciertas congregaciones han aprendido
a respetar los límites establecidos por el pastor en cuanto a su familia, pero
otras no. Necesitas considerar bien la manera en que la iglesia trata a tu
familia y fijar límites para proteger el tiempo que dedicas a tus seres
queridos. Parte de tu evaluación consistirá en determinar si las exigencias
proceden de la congregación o son autoimpuestas. Con el paso de los años,
las demandas y las expectativas de mi iglesia han ido cambiando. Cuando
llegué por primera vez, descubrí que había varias expectativas poco
realistas relacionadas con mi tiempo: la congregación se mostraba reacia a
dejarme disfrutar las vacaciones que habíamos acordado. ¡Ahora, años más
tarde, me reprenden si al final del año no he agotado el tiempo vacacional
que me corresponde! Poco a poco he establecido límites claros y fomentado
una actitud que comprende y aprecia el tener un pastor saludable. Las
iglesias exigentes separan constantemente al pastor de su familia y, si tu
congregación no cambia la forma de tratarte, puedes esperar problemas en
el futuro. Tendrás que ejercer discernimiento y mantener algunas
conversaciones sinceras con los líderes para determinar si las expectativas
proceden de la iglesia o de tu propia conciencia.
Cuando nuestra hija mayor tenía tres años, contrajo neumonía y fue
necesario hospitalizarla. Al llegar el miércoles, tuve que elegir entre dar el
estudio bíblico vespertino o volver al hospital para ayudar a mi esposa a
cuidar de nuestra hijita enferma. Hacía poco que era el pastor de la iglesia,
pero la conocía lo bastante bien como para saber que disculparían mi
ausencia aquella noche para que pudiera estar con mi familia. Sin embargo,
en vez de ello, decidí ir a la iglesia, pasando por alto incluso el consejo de
mi pastor asociado, quien se había ofrecido a dar la enseñanza en mi lugar.
La única presión para estar en la iglesia aquella vez no fue ninguna
expectativa de la congregación sino de mi propia conciencia equivocada. Es
cierto que las iglesias pueden ser exigentes, pero asegúrate de separar tus
propias expectativas de aquello que los hermanos esperan de ti. Te
sorprendería saber que muchas de las exigencias con las que vives (y de las
cuales te quejas) te las has impuesto tú mismo.
4. Tienes un corazón apesadumbrado. Confieso que me encanta estar en
compañía de pastores mayores que yo. Busco su consejo, les pido sus
opiniones y aprendo de sus historias. Cuando hablo con ministros
experimentados que han criado una familia, a menudo les oigo decir:
“¡Ojalá hubiera pasado más tiempo con mis hijos!”. Considero,
nuevamente, que esto puede parecer un estereotipo después de cierto
tiempo, pero es escalofriante escuchar estas palabras de muchos pastores
que admiro y respeto. Algunos añadirían, sin duda, que ya sentían ese pesar
cuando sus hijos eran más pequeños; sin embargo, lo pasaron por alto
porque estaban abstraídos con los rigores del ministerio. Dedica algún
tiempo a hablar con pastores de más edad que tú y aprende de quienes
pastorearon fielmente a sus hijos y de esos otros cuyos corazones están
apesadumbrados y quebrantados por no haberlo hecho. El escuchar sus
penas quizá sea un gran regalo para ti que deje grabadas en tu mente las
consecuencias de tu pecado, y te estimule al arrepentimiento y el cambio.
Tal vez eso te haga empatizar con aquellos que sufren y pueda constituir ese
empujón adicional que necesitas para tomar una decisión difícil en
beneficio de tu familia.
Al leer esto tal vez pienses que ya es demasiado tarde para ti. Tus hijos
han crecido, tus relaciones con ellos están hechas añicos y lo único que te
queda es el pesar. Recuerda, sin embargo, que el evangelio tiene poder para
restablecer las relaciones. Nos reconcilia con nuestro Padre celestial y es
eficaz en la restauración de cualquier relación rota de nuestra vida; incluso
de aquellas con nuestros hijos que se han visto perjudicadas por las
presiones del ministerio. Aun el pastor más apesadumbrado puede canalizar
su pena hacia la oración y confiar en que el Señor sanará esas relaciones
dañadas; pero todo comienza con la gracia de Dios en Cristo. Necesitas
recibir la esperanza del evangelio como alguien humilde y quebrantado.

Cinco formas de prevenir la negligencia


Las señales de advertencia nos ayudan a evaluar la situación de nuestras
familias y la calidad del cuidado que les brindamos. También pueden actuar
como un motivador de la fidelidad. Sin embargo, el mejor remedio para
combatir el descuido de la familia no es simplemente ver las señales de
advertencia sino tomar las medidas necesarias para cambiar nuestras pautas
de conducta.
La esperanza del evangelio incluye el perdón y la renovación de las
misericordias de Dios cada mañana. Sin importar tu situación actual,
puedes, con la ayuda del Señor, arrepentirte, cambiar las normas de tu vida
y estar alerta para prevenir la negligencia futura.
Las buenas nuevas de Jesús nos dan una verdadera esperanza de cambio
porque Dios puede transformarnos y hacernos nuevas personas. He aquí
cinco formas prácticas para cambiar tus pautas de conducta y ayudarte a
cuidar mejor de tu familia. Hacer estas cinco cosas no resolverá todos tus
problemas, pero unidas al poder del evangelio y la fe en Cristo te ayudarán
a establecer nuevas pautas.
1. Tómate un día libre cada semana. Menciono esta costumbre en primer
lugar por varias razones. Primeramente, porque el domingo es un día
laborable para todos los pastores. Ya sé que se trata del día del Señor y que
algunos ministros predican los domingos y otros no. No obstante, mientras
la mayor parte de la gente de tu iglesia se toma un descanso del trajín
semanal, para ti es uno de los días más atareados. El domingo es a menudo
un día de gozo, pero también puede ser emocionalmente agotador y nada
relajado o de poca actividad.
En segundo lugar, los pastores nunca descansan realmente de su trabajo.
Sin importar a qué dediques tus tardes-noches o con cuánto ahínco intentes
desconectarte de la iglesia, jamás dejas de trabajar. Tal vez no suene el
teléfono o nadie se presente en tu casa, pero aún así tienes el siguiente
sermón en la mente y en el corazón. La batalla de ese anciano piadoso que
lucha con el cáncer todavía pesa sobre tus hombros; y, cuando sales de tu
oficina, la carga de cuidar de los demás no se esfuma como por arte de
magia hasta las nueve en punto de la mañana siguiente. Las obligaciones
pueden no desaparecer nunca del todo; pero el tener un día cada semana
para concentrarte primordialmente en tu familia es de un valor incalculable,
y te ayuda a mantener un ministerio vigoroso a largo plazo.
Y una última razón por la que necesitas un día libre cada semana,
completamente apartado del trabajo de la iglesia, es para que tu familia sepa
que ocupa el primer lugar en tu vida y es una prioridad para ti. Las familias
de los pastores hacen muchos sacrificios. Por tanto, si tienen un día en el
que sepan que pueden tener toda tu atención, esto les comunicará el amor
que sientes por ellos mucho mejor que con palabras. Demuestras tu amor
hacia tu esposa y tus hijos programando con regularidad un día para estar
con ellos, y cumpliendo con ese compromiso sin importar todas las cosas
pendientes de hacer en la iglesia.

{ Cara }
Asegúrate tú, esposa, de que ese día libre no sea solo para la familia, sino
también para que tu esposo descanse de su trajín semanal. Pueden utilizar
ese día para tener una cita de enamorados, realizar actividades familiares
divertidas y relajarse juntos en casa. A veces caemos en la trampa de
intentar hacer un sinfín de cosas porque es el día libre de papá y contamos
con su ayuda. Aunque tu esposo esté dispuesto a hacerlo, anímale a
disfrutar verdaderamente de un día de descanso. Si algunas tareas de
nuestra lista tienen que esperar… ¡que esperen! En última instancia, no nos
acordaremos del montón de ropa para lavar, pero sí del tiempo que no
dedicamos a nuestros esposos e hijos.

***

2. Agota todo tu tiempo de vacaciones. Hace un par de años, cierto colega


pastor y buen amigo mío me reprendió cariñosamente por no aprovechar
todos los días de vacaciones que me concede la iglesia —algo que yo jamás
había hecho—, y lo hizo por varias razones.
Empezó señalándome que las vacaciones son un periodo apartado para
mí. Los pastores nunca tienen un descanso real, están siempre de servicio.
El tiempo de vacaciones nos permite recobrar el aliento, alejarnos del
frenesí y renovarnos. Se trata de un momento para descansar. Si eres pastor,
sabrás probablemente lo poco que rindes cuando estás agotado, distraído y
mental y emocionalmente exhausto. Tu periodo de vacaciones te
proporciona el tiempo necesario para recargar las pilas: utilízalo sabiamente
para ello.
El tiempo vacacional también aporta beneficios a tu familia. Tan
importantes como un día libre a la semana para el descanso personal son
esos largos periodos en que tu familia no tiene que compartirte con la
iglesia. Cuando dejas de disfrutar todas las vacaciones aprobadas por tu
congregación, defraudas a tu familia de ese tiempo de atención extenso y
concentrado.
Por otra parte, el periodo de vacaciones es también bueno para tu iglesia.
Muchos pastores luchan con el complejo de que sus congregaciones no
sobrevivirán sin ellos. Pero, el agotar todo tu tiempo vacacional, obliga a
otras personas a pasar al frente, les demuestra que son capaces de vivir sin ti
durante algún tiempo, y les recuerda que Dios no depende de tu persona
para que la iglesia funcione. Los pastores somos prescindibles y
necesitamos dosis regulares de humildad que nos lo recuerden.
3. Disfruta de cada minuto. Mientras tomaba café con un querido pastor
amigo mío, empecé a ponerle al día sobre mi familia. Le conté que nuestros
cuatro pequeños ya no eran bebés y que estábamos disfrutando de un nuevo
periodo de la vida marcado por varias actividades divertidas. Veíamos
también cómo nuestros hijos se iban haciendo “personitas”. Mientras le
decía estas cosas, me di cuenta de que mi amigo tenía lágrimas en los ojos.
Seguidamente me comentó: “¡Ojalá hubiera yo disfrutado más de mis hijos
cuando eran pequeños!”. Se trataba de un hombre al que conocía bien: un
pastor que había trabajado mucho y de un modo excelente, que había
apartado tiempo para su familia, dedicado ratos individualmente a cada uno
de sus hijos, acudido a los partidos de fútbol y los acontecimientos
importantes… Desde el punto de vista externo hubiera podido ganar el
premio de “Padre del Año”. No obstante, a pesar de todo ello, me confesó
cuánto había permitido que el estrés del ministerio distrajera su mente
mientras estaba con sus hijos, principalmente cuando estos eran pequeños.
Probablemente ellos ni siquiera se dieran cuenta, pero él sí lo notó. Sus
hijos son ahora mayores y viven fuera de casa. “El tiempo de estar con ellos
todos los días —me explicó— ha quedado atrás”.
Vi la tristeza dibujada en el rostro de ese pastor sumamente fiel,
prestigioso y competente; y el hecho de recordar su pena me incita a hacer
un profundo “examen de mente y corazón”. Cada vez que salgo de la iglesia
para volver a casa con mi familia, soy consciente del regalo que ellos
representan para mí e intento disfrutar de cada momento que paso con ellos
en cada etapa de la vida.
Hay muchas cosas buenas que puedes hacer en tu trabajo y el ministerio
pastoral implica innumerables bendiciones. También sé que hay mucho que
nos preocupa: que las cargas benevolentes y piadosas que tenemos que
llevar no desaparecen por arte de magia cuando volvemos a casa. Asimismo
conozco a muchos pastores jóvenes que hacen horas extraordinarias para
demostrar a los escépticos que son siervos buenos y fieles. Pero finalmente,
para reivindicarnos a nosotros mismos delante de otros, tal vez debamos
pagar un precio que más tarde lamentemos. Sé fiel a tu llamamiento, pero
acuérdate de disfrutar de tu familia. Ten en mucha estima y valora las
maravillosas etapas de las vidas de ellos, porque no duran mucho.

{ Cara }
¡Disfruten de sus esposos! ¿Cuándo fue la última vez que hiciste una pausa
y reflexionaste sobre todas las cosas que aprecias de tu esposo, o sobre
todas las presiones y exigencias que él afronta cada día? ¿Cuánto tiempo
ha pasado sin que le dieras las gracias por todo lo que hace por la familia?
¿Y cuál ha sido la ocasión más reciente en que saliste con él y disfrutaste
simplemente de su compañía? Nuestros esposos necesitan saber que no solo
deseamos tenerlos cerca, sino también disfrutar de ellos. Debemos resistir
la tentación de recibirlos a la puerta con una lista de quehaceres o de
quejas por cómo ha sido nuestro día. Esto no quiere decir que no podamos
hablarles de estas cosas, pero tenemos que reflexionar sobre qué es lo
primero que deseamos que sientan al entrar por la puerta, y luego actuar
de manera intencionada para conseguirlo. ¿Cómo te gustaría que te
trataran después de estar un día entero fuera de casa? Que sea una
prioridad para ti hacerle sentirse a gusto durante los primeros cinco
minutos en el hogar.

***

4. Deja sonar el teléfono. Sé que esto puede parecer simplista, pero no


contestar a una llamada tiene un poder enorme. Empecé a practicarlo
durante nuestra cena familiar. Antes no era consciente del efecto que
causaba en mi familia el hecho de que yo respondiera a cada llamada. Me
levantaba siempre de la mesa para atender al teléfono y, cuando lo hacía,
ellos lo notaban. Del mismo modo, cuando cambié mi costumbre, repararon
en ello. Después de algún tiempo me preguntaron por qué ya no contestaba
las llamadas, y les respondí: “Porque este es el tiempo que paso con ustedes
y quienquiera que sea puede esperar”. Cuando vi los gestos de alegría y
sorpresa en sus caras, comprendí el poder de mis acciones. Les estaba
comunicando que los momentos que les dedicaba eran más valiosos e
importantes que ninguna otra cosa. Y hasta descubrí que les resultaba más
fácil renunciar a mi presencia en otras ocasiones por haberles transmitido de
esta manera concreta la importancia que tenían para mí. También empecé a
sentirme menos culpable cuando necesitaba salir, por el hecho de haber
establecido este límite particular. Inténtalo tú mismo. Cuando tomas
deliberada y visiblemente esta clase de decisión, lo que comunicas vale
mucho más que las palabras.
5. Sopesa el equilibrio que hay en tu vida. No conozco ninguna fórmula
mágica que te diga cuándo debes trabajar y cuándo debes dedicar más
tiempo a tu familia. Las conversaciones regulares con tu esposa y tus hijos
son esenciales para lograr el equilibrio justo entre las necesidades precisas
de la familia y aquellas que existen en el contexto de tu iglesia y ministerio.
El diálogo principal y más revelador será el que tengas con tu esposa, ya
que ella conoce mejor que nadie cuánto trabajas y las necesidades de tu
familia. La siguiente conversación podría ser con tus colegas en el
ministerio y otros líderes reconocidos de tu congregación en quienes
confías. Yo mantengo informados a mis compañeros de ministerio tanto
acerca de mi trabajo como del cuidado de mi familia. Esas charlas son para
mí una forma de rendir cuentas a fin de no trabajar más de sesenta horas por
semana, tomarme uno de cada siete días libre, celebrar el culto familiar
semanalmente dos o tres veces después de la cena y reunirme con cada uno
de mis hijos de manera regular en noches distintas todas las semanas. Trata
de encontrar el equilibrio que sea mejor para ti, tu familia y tu ministerio.
Tal vez tengas que poner en práctica este plan de manera metódica y con
cierta disciplina. Te recomendaría que pidieras una evaluación del mismo a
aquellos en quienes confías.
{ Cara }
Esposas, en esas conversaciones tenemos que decir lo que sentimos y
expresar nuestra opinión. Nuestros esposos no están en casa todo el día;
por tanto, no podemos esperar que conozcan la situación o las necesidades
de la familia por arte de magia. Debemos estar dispuestas a decir: “No
podemos llevar tanto peso”. ¿Cuáles son algunas de las señales de una
vida sobrecargada? Generalmente, las cosas empiezan por el mal
comportamiento de los niños en formas inusuales y extremas. Nuestros
hijos se portan mal a veces, pero en ciertas ocasiones lo hacen por causa
del estrés que hay en nuestras vidas. Ellos también experimentan ese estrés.
Otra forma de constatar que estoy demasiado atareada es cuando comienzo
a sentirme abrumada y exhausta. Aunque intento esforzarme, a veces no
puedo seguir adelante. Estoy convencida de que Dios me ha diseñado de
esta manera para que complemente a mi esposo y le envíe una señal de
advertencia de que está presionando excesivamente a la familia con sus
demandas. Sin embargo, él jamás se daría cuenta de ello si yo no abriera la
boca para decírselo. No estoy sugiriéndote que asedies o grites a tu esposo,
sino que, con humildad, reconozcas que tu vida no va muy bien. Esta clase
de charlas no resultan fáciles, pero son necesarias y muy provechosas.

***

El legado que un pastor deja tras de sí, en última instancia, no depende


solo de él. Nuestro Dios es un Dios soberano y el único capaz de despertar
el alma a la gloria de Cristo. Al final, es Él quien escribe la historia de
nuestras familias. Aunque con cierta tristeza, Billy Graham sería el primero
en reconocer la gracia de Dios operando en las vidas de sus hijos a pesar de
su propio pecado y fracaso como padre y esposo. Pero el hecho de que Dios
sea soberano y misericordioso no debería movernos a perder de vista
nuestra contribución. En todo caso, la misericordia divina tendría que
motivarnos aún más a pasar de la asombrosa gracia de la cruz al amor
abnegado y el compromiso fiel hacia nuestros cónyuges e hijos. Tal vez
hayas cometido errores y seas culpable de descuidar a tu familia, pero el
poder transformador del evangelio aún te brinda esperanza. Acepta esa
esperanza hoy, sabiendo que el Dios que te ha llamado al pastorado, el
matrimonio y la paternidad es fiel, y salvará a quienes clamen a Él. El
Señor bendecirá a aquellos que le busquen humildemente y confíen en su
gracia.

Preguntas para el diálogo


A fin de que el pastor y su esposa conversen acerca de ellas
1. ¿Qué indicadores de negligencia percibimos en nuestras vidas?
2. ¿Con qué cosas luchamos en nuestro matrimonio? ¿Cómo
disfrutamos el uno del otro?
3. ¿Cómo sabemos que nuestros hijos aman a la iglesia? ¿Qué
señales de resentimiento contra ella vemos de su parte?
4. ¿Cuán equilibrada nos parece nuestra vida familiar en relación
con la vida eclesial que tenemos? ¿Hay algunas cosas que
necesiten cambiar?
5. ¿Cuáles de las cinco formas para evitar la negligencia nos
parecen las más importantes para implementar?

[1] Doreen Moore, Good Christians, Good Husbands? Leaving a Legacy in Marriage and
Ministry (Ross-shire, Scotland: Christian Focus, 2004), p. 136.
[2] Citado en “Biographies: William (Billy) F. Graham”, Billy Graham Evangelistic Association,
www.billygraham.org/biographies_show.asp?p=1&d=1 (accedido en enero de 2013).
[3] Billy Graham, Just as I Am: The Autobiography of Billy Graham (Nueva York: HarperCollins,
1997), pp. 702-703. Publicado en español por Editorial Vida con el título Tal como soy.
[4] Ibíd., p. 710.
Reflexión
Pensamientos de un HP
“Hijo de pastor”
¿Cómo lidias con las exigencias y las tensiones de la vida en el
hogar de un fiel pastor de las ovejas de Cristo? Mi padre contendía
por el Señor tanto fuera como dentro de su familia, preocupándose
por su esposa y luchando por las almas de sus hijos al mismo
tiempo que trataba de cuidar de la grey de Dios y alcanzar a los
perdidos. El llamamiento del pastor convierte su casa en un lugar
donde las mayores profundidades del pecado y las cumbres más
altas de la gracia parecen convivir en la más estrecha compañía.
Puedo recordar las burlas de alguien que criticó a mi padre y su
labor, pero también las lágrimas de otro, al enterarse de que
desechamos la silla donde estaba sentado cuando se convirtió. Me
acuerdo de quienes parecían suponer que eran la única prioridad
del pastor, y de la ternura con que mis padres ministraban a
aquellos que creían no tener ya ninguna esperanza. También
recuerdo las demandas urgentes y repentinas del ministerio que
podían causar desilusión en los hijos, y a mi padre de rodillas
intercediendo por nosotros y por otras personas. Asimismo recuerdo
la evidente despreocupación de algunos miembros por asistir a los
cultos y la diligente preparación que hacía mi padre para predicar
domingo tras domingo, mañana y tarde, semana tras semana… sin
olvidar la malevolencia de las acusaciones que se lanzaban a
menudo contra aquel fiel siervo de Dios y su tristeza mientras
lloraba por el alma del difamador.
Los hijos de los pastores ven a menudo lo peor del mundo y de la
iglesia. Ven la desconsideración y despreocupación de los
discípulos de Cristo en su debilidad y pecado. No es posible revestir
de oro la vida cristiana cuando vives en el hogar de un pastor… y
mis padres eran demasiado honrados para intentarlo.
Así que mientras crecía, y antes de convertirme al Señor, veía el
cuadro del mundo en tonos muy oscuros. Reconozco que quizá no
todos los hijos de pastores compartan la misma experiencia; pero yo
no solo luchaba con mi propio pecado sino también con la
pecaminosidad de otros. Únicamente cuando el Dios misericordioso
comenzó a obrar en mi corazón, las cosas empezaron a cambiar.
Entonces percibí no solo la fealdad del pecado humano sino
también la belleza de la gracia divina y soberana: esa gracia que era
tan prominente en las vidas de mi padre y mi madre, y en el
ministerio de mi padre.
Después de convertirme, no tenía especialmente ganas de ser
pastor; entre otras cosas, porque entendía lo que esto implicaba.
Pero también conocía que nuestro Padre celestial sabe cómo cuidar
y vindicar a sus siervos. Tenía claro que valía la pena amar y servir
al Dios de mi padre: amarle mucho y servirle bien. Estaba al
corriente de lo mucho que costaba hacerlo, pero también de los
gozos, las bendiciones y las recompensas que lo acompañan. Si los
hijos de los pastores ven lo peor, a veces también presencian lo
mejor.
Cuando pienso en mi padre, recuerdo la descripción que Jesús hace
de Natanael: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay
engaño” (Jn. 1:47). Mi padre no era ni un padre ni un pastor
perfecto, y mucho menos lo soy yo; pero el Dios a quien servimos es
completamente santo y absolutamente misericordioso, y la gracia de
su Hijo basta para sus siervos y las familias de estos. Mi padre
estaba lejos de ser perfecto; sin embargo, siempre trataba de servir
a Cristo de un modo transparente y fiel, y eso es lo que necesitan
ver los hijos de los pastores. La mejor forma de enseñar a tus hijos a
amar a la iglesia y su ministerio es amar a Jesucristo —que es su
Cabeza—, a los cristianos —que son su cuerpo—, y a la familia que
el Señor te ha dado. En última instancia, la estabilidad y seguridad
de los hijos de los pastores dependen de un hogar y una familia en
la que el padre dice: “Yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos.
24:15). Es solo cuando Cristo está en su trono que todo lo demás
ocupa su lugar correspondiente.
Los pastores no pueden aislar completamente a su familia de las
realidades de la vida en un mundo pecaminoso como el nuestro, ni
tampoco creo que deban hacerlo. Su responsabilidad es protegerla,
no engañarla. El pastor debe señalar con el dedo a Jesús y —
mediante su enseñanza, ejemplo y oración— educar a sus hijos
para que glorifiquen a Dios con sus vidas mientras se abren camino
en el mundo. Y puesto que las realidades del pecado y la gracia son
tan prominentes en el hogar de los pastores, ese hogar constituye
una buena base para explicar y honrar la doctrina de Dios.
Esta reflexión la escribió el hijo de un pastor que, más tarde, también llegó a ser pastor.

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Conclusión
La fidelidad a la familia y un
ministerio fructífero
{ Brian }
A lo largo de este libro he tratado de rebatir esa idea tan corriente de que la
grandeza en el reino de Dios depende de la apariencia de éxito y
popularidad del ministerio personal. En lugar de ello, mi argumento ha sido
que ese éxito se debe también a la fidelidad del pastor para servir
humildemente en las áreas menos llamativas de su vida y ministerio. Una de
esas áreas es el cuidado de su propia familia: el amor y el pastoreo de su
esposa y sus hijos.
Algunos tal vez se sientan tentados a pensar que es imposible tener al
mismo tiempo éxito en el ministerio y ocuparse fielmente de la familia. De
modo que, en mi conclusión, quiero hacer hincapié en varios pastores
considerados grandes a los ojos de la historia que demostraron también una
enorme fidelidad a sus familias. Haríamos bien en imitar a hombres como
esos: con ministerios fructíferos y un cuidado tierno de sus hogares.
Aunque no contemos con extensos relatos de sus vidas conyugales en el
día a día, los escritos de varios pastores evidencian un profundo cariño por
sus esposas. El pastor bautista del siglo XVIII, Samuel Pierce, por ejemplo,
se esforzó manifiestamente en amar a su esposa durante todos los años de
su matrimonio. En cierta ocasión le escribió: “Cada día aumenta no solo mi
cariño por ti, sino también la estima que te tengo. Llamado como he sido en
este momento a mezclarme mucho con la sociedad a todos los niveles,
dispongo de oportunidades para observar a diario el temperamento humano
y —después de todo lo que he visto y meditado— tanto mi criterio como mi
afecto todavía te aprueban como la mejor de las mujeres para mí…
Empiezo a contar los días en que espero volver a gozar de tu dulce
compañía”.[1]
También constatamos este mismo patrón de amor y estima por su esposa
en la vida de Joan Broadus, el gran predicador y presidente del Southern
Baptist Theological Seminary. Broadus escribió franca y afectuosamente a
su mujer Lottie como si se tratara de sus últimas palabras para ella: “Te digo
en este mismo momento, en la quietud de la noche, en la alcoba donde a
menudo nos hemos quedado dormidos a esta hora, en la casa donde recibí
en un principio tu tímido consentimiento a ser mi esposa, que te amo más
ahora que nunca antes, más y más cada año de los cinco transcurridos, más
de lo que jamás haya querido a nadie y no sería capaz de aprender a amar a
ninguna otra persona más que a ti”.[2]
Otros pastores fueron ejemplos igualmente fieles para sus familias,
guiándolas en el culto e instruyéndolas en su relación con Dios. Lo vemos
en el compromiso de Martyn Lloyd-Jones —uno de los predicadores más
influyentes del siglo XX— y en su patrón regular de oración con su esposa
y sus hijos. Iain Murray, su biógrafo, escribe al respecto: “Terminaban cada
día con un periodo de oración familiar; y, después de su muerte, Bethan
Lloyd-Jones dijo que eso era lo que más extrañaba de él”.[3]
Probablemente uno de los ejemplos más formidables e imponentes del
cuidado de la familia sea el de Richard Baxter, el gran pastor puritano
inglés del siglo XVII. Baxter adquirió una reputación ministerial sin
precedentes en Kidderminster por la manera tan tenaz con que cuidaba
individualmente de las almas de su congregación. Aunque muchos conocen
sus escritos pastorales acerca de la atención personal en la iglesia (El pastor
renovado es su obra clásica sobre el tema), pocos han oído del increíble
amor y compromiso que tenía para con su esposa. Estuvieron casados
diecinueve años antes de que ella muriera inesperadamente a los cuarenta y
cinco años de edad. Mientras lidiaba con aquella gran pérdida en su vida,
Baxter escribió un tributo de amor a Margaret, su esposa. Comentando
acerca de ese tributo, J. I. Packer expresa: “[Esta] es sin duda la mejor de
las piezas biográficas de Baxter [citando a uno de sus biógrafos], y cabe
esperar que el escribirla le beneficiaría tanto como puede aprovecharnos a
nosotros el leerla”.[4]
La historia de la Iglesia abunda en hombres que hicieron grandes cosas
por el reino de Dios: hombres sumamente fructíferos en sus ministerios, y
siervos tranquilos y fieles en sus hogares. El equilibrio entre la familia y el
ministerio cristiano que intentaron conseguir por la gracia divina debería
recordarnos a los pastores del siglo XXI que ese equilibrio es posible y vale
la pena perseguirlo a cualquier precio. El poder transformador del evangelio
y de nuestro llamamiento autorizado ante Dios por la Biblia basta para
ayudarnos a todos los siervos del Señor Jesucristo a ser fieles, no
simplemente en nuestros ministerios fuera de casa sino también en nuestros
hogares.
Te dejo con este recordatorio esencial: tu esposa es para ti el mayor don y
el activo más grande que Dios te ha concedido en la tierra, tanto en el
ámbito de tu ministerio como en el de tu familia. Ella será quien te anime
cuando estés decaído, quien te diga esas cosas duras que nadie más osaría
decirte, quien te confronte si estás engañado, quien recuerde a tus hijos el
valor de tu trabajo cuando no te halles en casa y, desde luego, quien
permanezca a tu lado cuando otros te abandonen. Richard Baxter nos
recuerda, como pastor y viudo, el regalo precioso que constituyen nuestras
esposas, tras haber perdido a la suya a quien tanto quería:

Ella abrigaba un enorme deseo de que todos viviéramos en devoción


constante y pura inocencia; y en este sentido era la ayuda más idónea
que yo hubiera podido tener en el mundo… porque yo tendía a ser
excesivamente descuidado en mi forma de hablar y demasiado remiso
con mi deber, y ella siempre se esforzaba por hacer de mí alguien más
cauto y estricto en ambas cosas. Si mis palabras eran ásperas o
mordaces, eso la ofendía, y si me comportaba —como solía hacerlo—
con una falta exagerada de respeto por el protocolo, o no elogiaba a
alguien con la debida humildad, me lo señalaba modestamente. Y si mi
apariencia externa no resultaba agradable, quería que la corrigiera (lo
cual mi maltrecho cuerpo me impedía hacer). Si, por otra parte, alguna
semana me olvidaba de enseñar a mis servidores e instruirlos
personalmente uno por uno (además de cumplir con mis otros deberes
para con la familia, tales como realizar el devocional dos veces al día),
ella se inquietaba por mi pereza.[5]

Cuando te dispongas a realizar grandes cosas para Dios y a cuidar


fielmente de tu familia, no pases por alto el llevar contigo a tu esposa y
perpetua compañera, porque ella es la mayor muestra de la gracia divina en
tu vida diaria. Recuérdale a ella —y a ti mismo— esta verdad con
regularidad, y disfruta a la vez de tu vida, tu familia y tu ministerio para la
gloria de Dios.
[1] Michael A. G. Haykin, The Christian Lover (Lake Mary, Fla.: Reformation Trust, 2009), p. 66.
[2] Ibíd., p. 80.
[3] Iain Murray, D. Martyn Lloyd-Jones: The Fight of Faith: 1939-1981 (Edimburgo: Banner of
Truth, 1990), p. 736.
[4] J. I. Packer, A Grief Sanctified; Through Sorrow to Eternal Hope (Wheaton, Ill., Crossway,
2002), p. 12.
[5] Ibíd., p. 37.

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Epílogo
Confesiones de la esposa de un pastor
{ Cara }
Cuando Brian y yo salíamos juntos, ya sabía que él quería ser pastor. De
hecho, por aquel entonces, Brian era estudiante en prácticas en cierto
ministerio juvenil. Sin embargo, recuerdo específicamente que, al
preguntarle si quería ser el pastor principal de una iglesia, me respondió con
un “no” categórico.
Pero aquí estamos: él es ahora el pastor titular y yo la esposa del pastor.
Yo jamás hubiera elegido esta clase de vida. Sentía mucho miedo y
ansiedad cuando pensaba en asumir esta función. Creía ser capaz de
soportar que Brian sirviera como pastor asociado, porque sabía que mis
hijos y yo no tendríamos que hacer frente a las mismas expectativas que si
él era el principal responsable de una iglesia.
Puedes imaginarte mi sorpresa cuando Brian me dijo que cierta
congregación estaba buscando un pastor titular… y él quería solicitar el
puesto. Entonces pensé: ¿De veras? ¿Estás seguro de eso? ¿Te he oído
bien? ¿Es esto una pesadilla?
Accedí a respaldar su decisión, pero de inmediato comencé a pedir a Dios
fervientemente que cerrara esa puerta. Sin embargo, Él la fue abriendo aún
más y mi ansiedad aumentó. Parecía que el comité de selección estaba
considerando seriamente la solicitud de Brian. Le hicieron entrevistas y le
pidieron que predicara, y antes de que pudiera darme cuenta le habían
ofrecido el puesto. En cuestión de meses nos habían entrevistado, habíamos
aceptado el trabajo, vendido nuestra casa (que acabábamos de construir y en
la que solo llevábamos siete meses), hecho la mudanza y empezado a
trabajar en aquella nueva iglesia.
Muchas cosas cambiaron para mí durante ese periodo. Cuanto más tiempo
pasaba orando y pidiéndole a Dios que no llamara a mi esposo a ocupar esa
posición, tanto más el Señor obraba en mi propio corazón. Brian estaba
claramente dotado para enseñar y predicar, y tenía un enorme deseo de
pastorear y cuidar a las personas. Además, yo también sabía que quería
enormemente cuidar de nuestros hijos y de mí misma.
Mi mayor duda era el temor que me asaltaba a tantas cosas desconocidas.
¿Durante cuánto tiempo podría la iglesia pagar nuestro sueldo? ¿Se unirían
a la iglesia otras familias con niños pequeños u otros matrimonios jóvenes,
si nosotros éramos la única familia joven allí? ¿Quién nos ayudaría a hacer
el trabajo, puesto que no podíamos realizarlo solos…? Pero la pregunta más
importante de todas con las que luchaba era: ¿Cómo voy a ser capaz de
desempeñarme como esposa del pastor? Dudaba de mi propia capacidad…
temía no estar a la altura.
No me sentía preparada para la tarea que me esperaba. Tenía dos niños
pequeños y estaba embarazada del tercero. Temía que nuestros hijos
crecieran resentidos por el hecho de ser la familia del pastor, y no quería
que albergaran amargura contra la iglesia. No sabía si podría soportar que la
gente criticara a mi esposo, ni si sería capaz de mantener la boca cerrada.
Pensaba que para cumplir esa nueva función tendría que convertirme en una
persona distinta.
Un mes antes de que Brian fuera llamado a nuestra iglesia, asistí a una
conferencia, y durante esos días pasé mucho tiempo en oración y Dios se
mostró misericordioso conmigo y me dio paz acerca de todo ello. Me
recordó cariñosamente que Él tenía el control acerca de a dónde íbamos y lo
que hacíamos, y además me había capacitado para desempeñar esa función.
Aunque no lo pareciera, Dios ya estaba llevando a cabo una obra en mí que
me capacitaría para ser la esposa que mi marido necesitaba.
Lo que no comprendía entonces era que solo me estaba concentrando en
los aspectos desagradables y difíciles del ministerio. Ya habíamos pasado
por algunas situaciones dolorosas y tenía miedo del futuro. Me preguntaba
si volvería a experimentar algo de ese sufrimiento. Sinceramente, no creía
poder soportarlo. Mis ojos estaban tan profundamente volcados hacia
dentro que había olvidado cuántas bendiciones conllevaba ser la mujer de
un pastor.
Ahora que he desempeñado esta función durante varios años reconozco
que mi perspectiva ha cambiado. De hecho, me doy cuenta de cuánto me ha
bendecido la obra que Dios ha hecho en mí y por medio de mí. Es
reconfortante saber que el Señor me ha utilizado para ministrar a alguien y
que una nota mía alentó realmente a otra persona. Es una bendición ver que
los miembros no solo se preocupan unos de otros, sino también de mí, de
mi esposo y de nuestros hijos. Del mismo modo, me bendice poder
contemplar al cuerpo de Cristo funcionando como Dios quiso que lo
hiciera.
El ministerio no es fácil, pero el Señor ha utilizado también esta
experiencia para podarme y madurarme… a menudo de un modo doloroso.
En algunos momentos, durante la lucha de nuestros primeros años, no
estaba segura de que las puertas de nuestra iglesia fueran a permanecer
abiertas. A veces me parecía que Brian y yo no teníamos a nadie. Sin
embargo, Dios ha provisto misericordiosamente para nosotros y traído paz y
unidad a nuestra iglesia después de algunas podas rigurosas.
Estoy agradecida por tener esta función, ya que he podido ver a Dios
obrando en ciertas formas asombrosas que de otro modo no hubiera
presenciado en absoluto. Así que, aunque no conocemos el futuro, podemos
confiar siempre en el sabio y bondadoso plan divino para nosotras, nuestros
esposos, nuestras familias y nuestras iglesias. ¡A Dios sea la gloria!

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Apéndice 1
Mi batalla contra la depresión
{ Cara }
“¿Cuánto tiempo dice que ha padecido depresiones?”.
Ojalá pudiera responder a esa pregunta. La verdad es que no estoy segura
de ello. A veces me parece que toda la vida. Cuando era niña, siempre me
consideraban melancólica, y esa es una descripción acertada de mi persona.
Era una niña muy reservada, con tendencia a sentarme, escuchar y observar
a los demás, y aún soy así. Sin embargo, en ocasiones caigo en un tipo
diferente de oscuridad.
Mi primer episodio importante de depresión ocurrió durante mi primer
año en la universidad. Mis padres se habían divorciado cuando yo tenía tres
años de edad, y estaba experimentando cierto grado de tensión con mi
padre, la cual no estaba segura de poder manejar. Me sentí desalentada al
darme cuenta de que no me era posible contentar a papá y a mamá al mismo
tiempo, de modo que busqué ayuda en la consejería. No recuerdo todos los
detalles, pero sé que Dios utilizó ese tiempo con mi consejero para llevarme
a un nivel más profundo de quebrantamiento y a una mayor comprensión de
que dependía de Él. Cuando miro atrás, a mis años en la facultad, veo
claramente que el Señor trató conmigo de una forma muy real.
Luego me casé. Mi encantador esposo sabía que a veces luchaba con el
desaliento y me sentía decaída, pero, por lo general, pronto se me pasaba.
Llevábamos tres años en nuestra iglesia cuando me sobrevino el siguiente
ataque importante de depresión. Mi hijo menor nació un mes antes de lo
debido, y ese año experimentamos varios problemas de salud con los niños
que hicieron necesarias varias operaciones quirúrgicas así como ingresos en
hospitales. Consumida hasta el punto del agotamiento, intenté atender a
nuestros cuatro hijos, mi marido y la iglesia; seguir con la escolarización de
nuestros hijos en el hogar; y asistir a tropecientas citas médicas. Me sentía
abrumada por la vida y fracasada en todo lo que llevaba a cabo.
Sin importar lo que hacía o cuántas veces cambiaba mi horario,
sencillamente no podía con todo. Después de un año de lucha —porque
tardé un año entero en reconocer que necesitaba ayuda—, llegué a la
conclusión de que debía contarle a mi esposo lo que me estaba sucediendo.
Me encontraba deprimida —no simplemente decaída, sino aquejada de
depresión— y vivía en un lugar oscuro sin traza alguna de esperanza,
felicidad o gozo.
De modo que volví a recurrir a la consejería, solo que esta vez mi esposo
vino conmigo. Se había dado cuenta de mi lucha, pero no estaba seguro de
cómo ayudarme. La orientación del consejero me resultó provechosa,
puesto que comprendí hasta qué punto estaba intentando ganarme el favor
de Dios. Yo tiendo a ser perfeccionista y me siento frustrada cuando no
alcanzo el nivel de la perfección. Suelo no hacer caso de los comentarios
alentadores de mi esposo y de otros miembros de la iglesia, y los cambio
por pensamientos de aversión hacia mí misma tales como: ¡Ay, si
conocieran lo que me pasa por la mente o la clase de persona que soy en
realidad! Entonces no me dirían esas cosas… En aquella ocasión estaba
optando por aceptar ciertas mentiras en vez de la verdad divina acerca de mi
identidad en Cristo y cómo Dios me ve como su querida hija.
Tras varios meses de consejería, la oscuridad desapareció y sentí un gozo
que me había faltado desde hacía mucho tiempo. Experimenté una
sensación de paz y un amor renovado por Dios y su Palabra, y recuperé la
alegría de servir a nuestra familia y a la iglesia. Encontré la libertad de no
tener que centrarme en mí misma, pero la batalla no había terminado…
Los pensamientos de no ser lo bastante buena o de haber vuelto a fallar se
introducían todavía a hurtadillas en mi cabeza. Sin embargo, ahora también
contaba con la Palabra de Dios que me recordaba la verdad de mi libertad
en Cristo.
No obstante, la depresión es una batalla permanente que no se cura con
facilidad ni en un instante. Aunque pueda desvanecerse con la misma
rapidez que apareció, también es susceptible de reaparecer del mismo modo
que se fue, aprisionándome de nuevo en su abrazo. Entonces vuelvo a
sentirme en el pozo oscuro de la desesperación.
¿Por qué me encuentro otra vez en ese lugar? No estoy segura de ello.
Llevo más de un año luchando —en ocasiones más intensamente que en
otras—, pero la oscuridad nunca me ha dejado completamente.
Por medio de esta batalla he aprendido muchas lecciones. Primeramente,
que la depresión va y viene incluso en el caso de los cristianos. Dios
permite que estemos a oscuras por algún tiempo, pero siempre acaba
sacándonos fielmente de esa oscuridad. Él está conmigo en las tinieblas —
aunque yo no lo sienta— y no me abandonará.
En segundo lugar, necesito que otros me ayuden en mi lucha. Tengo unas
pocas amigas muy cercanas que conocen íntimamente mi batalla con la
depresión. Cuando me sobrevienen esos episodios, estas queridas amigas
cristianas saben que deben comprobar cómo estoy y recordarme la verdad
divina. A menudo pasan largos ratos hablándome de la Palabra de Dios y
refrescándome la memoria acerca del cuidado del Señor por mí. Oran
conmigo y también por mí, y me son de gran ayuda en mi lucha contra la
depresión.
En tercer lugar, mi esposo me ama a pesar de esta lucha. A menudo siento
la tentación de preocuparme porque Brian pueda sentirse decepcionado al
verme batallar, y todavía me asombra que él encuentre gozo cuidando de mí
en esos momentos. Reconozco que mi lucha también resulta difícil para él.
Sus atenciones implican un gran sacrificio para él mientras busca
proactivamente la ayuda y el consejo que necesito. Mi esposo cuida de mí y
me anima deliberadamente, incluso cuando no estoy dispuesta a recibir su
cuidado y aliento. Él no se rinde.
En cuarto lugar, mi médico de familia ha sido una valiosísima ayuda en
mi lucha. A menudo ella es una de las primeras personas en reconocer los
síntomas de mi depresión, y ha trabajado conmigo para asegurarse de que
no existe ninguna otra causa física subyacente que cause mi problema. Los
análisis de sangre, por ejemplo, demostraron que tenía un nivel muy bajo de
vitamina B-12, y que la depresión era un efecto secundario de esta carencia.
El elevar mis niveles de B-12 no acabó por completo con mis problemas de
abatimiento, pero ha desempeñado una función importante en el tratamiento
de mi depresión. Mi doctora también me anima a perseverar, y a menudo
me recuerda que es bastante corriente que los pastores y sus esposas tengan
esa clase de luchas, ya que ha tratado a muchos de ellos. Contar con una
profesional de la medicina que congenie contigo y te ayude en tus
dificultades es de un valor incalculable.
En quinto lugar —y lo que es más importante—, soy consciente de mi
total y absoluta dependencia de Dios. Él es quien debe sostenerme en esos
momentos y el único capaz de sacarme del pozo. No puedo vivir la vida
cristiana por mí misma, sin su ayuda. Una de mis amigas me señaló que la
depresión es, en realidad, un regalo divino, porque nos proporciona esa
actitud de humildad y quebrantamiento que no podemos conseguir de otra
manera. En momentos así, Dios comienza a sanar en profundidad las
heridas antiguas. Sin la depresión, yo jamás me tomaría el tiempo necesario
para permitirle entrar en esos dolorosos lugares. Sé que el Señor no me
dejará para siempre en esta situación; aunque, si decidiera hacerlo, también
me sostendría día tras día. Dios es bueno y justo aun en esos momentos de
prueba.
Mi lucha contra la depresión no es consecuencia de ser la esposa de un
pastor. Creo que si mi esposo tuviera otra vocación, yo lucharía igualmente.
Sin embargo, ser la esposa de un pastor agrava la situación. La agotadora
naturaleza del cuidado de la iglesia, la tentación de llevar las cargas de las
personas con problemas, las exigencias que se imponen a nuestro tiempo y
nuestra familia, y la batalla espiritual que libramos día a día, contribuyen a
nuestro agotamiento y vulnerabilidad. Este agotamiento se intensifica
cuando tratamos de hacerlo todo en nuestras propias fuerzas y sin la ayuda
de Dios. Por esa razón, es bastante corriente ver a los pastores y sus esposas
luchando contra la depresión.
Así que permite que te anime si estás pasando por una situación como esa.
En primer lugar, no estás sola. Muchos cristianos tienen luchas muy reales
con la depresión y las han tenido a lo largo de toda la historia humana.
Puedes ser cristiana —incluso una cristiana fuerte y madura— y sentirte
abatida.
Te aliento a buscar ayuda para tu batalla, porque no puedes ganarla por ti
sola. Esta es una lucha que requiere estímulo, consejo y oración y, a veces,
tratamiento médico. Debes ser lo bastante valiente como para hablar y
admitir que estás luchando. A menos que pidas ayuda, no la obtendrás. Sin
embargo, la ironía de la depresión es que, en ocasiones, no somos capaces
de pedir esa ayuda. Así que, si conoces a alguien que esté deprimido, toma
la iniciativa y ofrécele tu ayuda. No debemos olvidarnos de las personas
deprimidas quienes, aunque tal vez no digan nada, están sufriendo… y
muchas veces lo hacen a solas. Si eres tú quien está luchando, busca alguna
amiga y comparte tu historia. Habla con tu esposo y empieza a contar a
otros tu batalla en lugar de permanecer callada. Tenemos que ser sinceras en
cuanto a nuestras luchas, pero también necesitamos que otros nos pregunten
por las mismas.
Por último, permite que te anime recordándote que Dios conoce tu
necesidad. Él sabe cómo te encuentras y se mostrará fiel a ti en esos
momentos. La obra que Cristo realizó en la cruz nos proporciona el perdón
de nuestros pecados y faltas, nos hace libres para caminar con Dios sin
perder su favor, y trae sanidad a nuestras almas. ¡No estás sola en tu dolor!
Dios es real y tiene un pueblo solícito. Él te hará salir de esta lucha con un
amor más grande y una mayor confianza en Él.

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Apéndice 2
Antes de hacerte pastor
{ Brian }
Los aspirantes a pastores —como es natural— están generalmente ansiosos
por comenzar su ministerio. Sin embargo, el deseo de desempeñar algún día
esa función les hace pasar por alto ciertas formas importantes de servir
ahora mismo a sus esposas, y que no podrán hacer luego cuando sean
pastores dedicados a las obligaciones semanales de la predicación.
He aquí algunas de esas formas de servicio:
1. Sentarse junto a su esposa en la iglesia siempre que pueda. Si
preguntas a la esposa de un pastor qué es lo que más desea hacer durante el
periodo de vacaciones, tal vez te conteste: “Sentarme al lado de mi esposo
durante el culto”. Esa es la razón por la que los pastores no deberían
predicar cuando están de vacaciones. Si no predicas con regularidad los
domingos en tu iglesia, haz lo posible por sentarte junto a tu esposa, ya que
llegará el día cuando no puedas hacerlo. Tanto tú como tu esposa
agradecerán esa etapa de sus vidas en la que hicieron de ello una prioridad.
2. Quedarse algún domingo en casa porque los niños están enfermos.
Este acto de servicio es una forma estupenda de servir a tu esposa cuando
los niños son pequeños. De hecho, uno de nuestros pastores ejemplificó esto
muy bien cuando servía en nuestra iglesia: mandaba a su esposa al culto y
él se quedaba en casa con los hijos enfermos, para que ella pudiera escuchar
la proclamación del evangelio. Mi esposa siempre se queda en casa los
domingos cuando tenemos a los niños enfermos. Como yo tengo que
predicar, debo estar presente. Pero hasta que ese día llegue, asiste a tu mujer
en momentos así… ella te lo agradecerá.
3. Ocúpate de los niños durante el culto. Una de las funciones más
inadvertidas de mi esposa es el cuidar en solitario de nuestros hijos durante
el culto. La mayoría de los cónyuges colaboran el uno con el otro para tratar
con los niños sentados a su lado. Pero mi esposa no tiene ayuda; se ocupa
ella sola para que yo pueda predicar. Cuando te sientes junto a tu esposa
durante el culto, toma la iniciativa de corregir cualquier comportamiento
indebido de tus hijos y contestar a todas las preguntas molestas que puedan
hacer en medio del sermón. Si se diera el caso, sé tú quien los acompañe
afuera del santuario: llegará el día cuando tu esposa tenga que hacerlo ella
sola.
Queridos aspirantes a pastores, me alegra que estén ansiosos por abocarse
de lleno al ministerio... así debería ser. Es un gozo poder servir al pueblo de
Dios semanalmente ministrando la Palabra. Sin embargo, no permitas que
tu anhelo por ese trabajo te haga pasar por alto algunas formas sencillas
pero prácticas de amar y cuidar de tu esposa en la actualidad.

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Agradecimientos
Quisiéramos dar las gracias a...

• Todos aquellos que nos han ayudado amablemente leyendo el


manuscrito de este libro y haciéndonos valiosas sugerencias en cada una
de las etapas de su composición (especialmente a Jason Adkins, que lo
hojeó al principio y, por tanto, hizo el trabajo más pesado).
• Los Anyabwile y todos los que contribuyeron con alguna reflexión:
gracias por su amistad, su compañerismo y sus valiosas aportaciones.
• Zondervan, por estar dispuestos a colaborar con nosotros en la
publicación de este libro y darnos la oportunidad de trabajar con
ustedes.
• A tantos pastores y sus esposas que nos dedicaron con paciencia el
tiempo necesario para que su consejo y sabiduría nos beneficiaran. Gran
parte de este libro lleva la huella de ustedes, y estamos agradecidos por
su amistad y por haber invertido en nosotros.
• A nuestra congregación —Auburndale Baptist Church—, a la que
hemos servido durante los diez últimos años. Es una gran alegría
conocerlos y compartir nuestras vidas con ustedes. Gracias por su
actitud bondadosa hacia nosotros mientras aprendíamos a tropezones
cómo amarlos y servirlos; y también por su apoyo y estímulo, no solo a
nosotros como matrimonio, sino igualmente a nuestros hijos.
• A nuestras familias, las cuales nos han apoyado continuamente: a
nosotros mismos y a este ministerio al que Dios nos ha llamado. Gracias
por animarnos durante tantos momentos de pruebas y lágrimas, y por
alegrarse juntamente con nosotros cuando el Señor ha contestado a
nuestras oraciones. Les agradecemos sus oraciones por nosotros y con
nosotros. Y damos gracias de un modo especial a nuestros hijos, quienes
renunciaron con alegría y generosidad a su padre y a su madre para que
pudiéramos trabajar en este proyecto. Gracias por la paciencia que
demuestran mientras aprendemos a ser mejores padres y por su perdón
cuando fracasamos en ello. Estamos agradecidos por la obra que el
Señor está haciendo en cada uno de ustedes, y los valoramos
enormemente como bendiciones divinas.
• Al único Dios vivo y verdadero, nuestro Salvador y Redentor,
Jesucristo. Señor, nuestro deseo es que puedas utilizar este libro para
fortalecer los matrimonios y las familias de tus pastores hasta que Tú, el
Príncipe de los Pastores, vuelvas a buscar a tu novia.

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La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar productos de calidad —con integridad
y excelencia—, desde una perspectiva bíblica y confiable, que animen a las personas a conocer y
servir a Jesucristo.

Título del original: The Pastor’s Family, © 2013 por Brian y Cara Croft y publicado por Zondervan,
Grand Rapids, Michigan 49530. Traducido con permiso.
Edición en castellano: El pastor y su familia, © 2016 por Editorial Portavoz, filial de Kregel, Inc.,
Grand Rapids, Michigan 49505. Todos los derechos reservados.
Traducción: Juan Sánchez Araujo
Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación
de datos, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico,
fotocopia, grabación o cualquier otro, sin el permiso escrito previo de los editores, con la excepción
de citas breves o reseñas.
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-
Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas
Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960™ es una marca registrada de American Bible
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El texto bíblico indicado con “LBLA” ha sido tomado de La Biblia de las Américas, © 1986, 1995,
1997 por The Lockman Foundation. Usado con permiso. Todos los derechos reservados.
Realización ePub: produccioneditorial.com
EDITORIAL PORTAVOZ
2450 Oak Industrial Drive NE
Grand Rapids, Michigan 49505 USA
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ISBN 978-0-8254-5666-4 (rústica)
ISBN 978-0-8254-6499-7 (Kindle)
ISBN 978-0-8254-8648-7 (epub)
1 2 3 4 5 edición / año 25 24 23 22 21 20 19 18 17 16

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