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Brian & Cara Croft - EL PASTOR Y SU FAMILIA
Brian & Cara Croft - EL PASTOR Y SU FAMILIA
[1] Samuel D. Proctor y Gardner C. Taylor, We have This Ministry: The Heart of the Pastor’s
Vocation (Valley Forge, Pa.: Judson, 1996), pp. 49-50.
Brian Croft
Louisville, Kentucky
Agosto de 2012
Cara Croft
Louisville, Kentucky
Agosto de 2012
Todo comenzó con un viaje por mar que duró cinco meses, durante el
cual ella estuvo mareada la mayor parte del tiempo. Cuando llegaron a
Calcuta, los escasos recursos económicos de la familia se agotaron
rápidamente, obligándoles a vivir en un lugar ruinoso fuera de la ciudad.
Lo que es aún peor: el resto de los misioneros vivían en una zona
relativamente rica de Calcuta. Dorothy se quejaba de que tuvieran que
“vivir sin muchas de… las cosas esenciales de la vida; particularmente
sin comer pan”. La mujer estaba asimismo aquejada de disentería, y su
hijo mayor casi murió de esa enfermedad. Más tarde, Carey trasladó a su
esposa, su bebé y sus tres hijos menores de diez años a una región
salvaje plagada de malaria donde abundaban los caimanes, los tigres y
unas enormes serpientes venenosas; y no mucho después se mudaron a
Mudnabatti, donde Dorothy volvió a caer enferma. Pero lo peor de todo
fue el fallecimiento de Peter, su hijo de cinco años. Después de tan
desoladora pérdida, la salud mental de Dorothy Carey se quebrantó más
allá de toda posibilidad de recuperación, hasta el punto de que la
consideraran “completamente loca”. William Carey creía que “la causa
de Cristo” tenía prioridad sobre su familia.[7]
Nuestro propósito al contar estos ejemplos del pasado no es criticar las
decisiones e iniciativas particulares de esos hombres, sino simplemente
señalar que la tentación de dar prioridad al ministerio sobre la familia no
constituye ninguna novedad. Hemos hablado de personajes a los que
elogiamos como grandes y fieles obreros cristianos, pero que sacrificaron
sus matrimonios y familias —por nobles razones— en el altar de su servicio
a Dios. Su evidente fracaso como esposos y padres no debería llevarnos a
descalificar todo lo que el Señor hizo por medio de ellos. Dios utiliza a
hombres y mujeres pecadores e imperfectos para llevar a cabo sus
propósitos soberanos. Lo ha hecho a lo largo de la historia y continúa
haciéndolo. Aun así, estos ejemplos indican que la tentación de poner los
intereses del ministerio por sobre los compromisos familiares constituye un
problema permanente que se pasa por alto con facilidad en la cultura
eclesial de nuestros días. Tendemos a no prestar atención al fracaso de esos
hombres con respecto a sus responsabilidades como esposos y padres
simplemente porque hicieron “grandes cosas” para Dios. Y es muy fácil
cometer el mismo error en nuestras propias iglesias y familias.
Mi propósito no es desenterrar los errores del pasado, sino señalar que no
es nada nuevo que los pastores y líderes de las iglesias se enfrentan a la
tentación de descuidar a sus familias para obtener ministerios más
destacados y fructíferos. Cualquier pastor, misionero o evangelista con una
pasión por hacer grandes cosas para Dios experimentará esta tensión. No es
más que el síntoma del divorcio cultural que hay entre nuestro éxito público
como ministros y nuestra vida familiar más privada. Por desgracia, el origen
de este divorcio se encuentra en algo aún más poderoso que la cultura de
nuestras iglesias actuales. Necesitamos examinar con más detenimiento la
relación entre el ministerio y la familia del pastor, y averiguar por qué
nuestros líderes se ven tentados a sacrificar a sus esposas e hijos en el altar
del ejercicio ministerial; ya que, antes de poder encontrar una solución,
tenemos que diagnosticar el problema. Trataremos esa cuestión en el
capítulo 1 y, una vez identificada la raíz del problema, buscaremos en el
capítulo 2 una solución bíblica basada en el poder del evangelio y los
mandamientos claros de la Escritura para los esposos y padres cristianos;
especialmente para aquellos que son pastores.
En el resto del libro nos ocuparemos de las dificultades características que
todo pastor —así como su esposa y sus hijos— enfrentará indudablemente y
propondremos estrategias claras y prácticas para que el ministro pueda
pastorear a su familia en medio de esas dificultades (caps. 3-6). Tenemos la
esperanza de que estas sugerencias te ayudarán a evitar las aflicciones que
conlleva inevitablemente el descuido de los tuyos durante las etapas
difíciles del ministerio (cap. 7). Y para que no supongas que he criticado
con ligereza a algunos de los héroes más célebres de la Iglesia, exaltaré a
otros varios hombres del pasado que tuvieron un impacto igualmente
monumental en el mundo por amor a Cristo y que, sin embargo, lo hicieron
desde una estimulante lealtad al cuidado de sus esposas y el pastoreo de sus
hijos.
Pero antes de hablar de las estrategias prácticas para el ejercicio de un
ministerio fiel, debemos abordar el problema en cuestión: ¿por qué luchan
muchos pastores por lograr un equilibrio entre el llamamiento a pastorear su
iglesia con fidelidad y la responsabilidad de cuidar amorosamente de su
esposa e hijos? ¿Por qué les resulta tan difícil hacerlo? En el siguiente
capítulo estudiaremos estas cuestiones, al tiempo que examinamos más de
cerca el corazón del pastor. ¿Qué albergan en sus almas aquellos que han
sido llamados a pastorear al pueblo de Dios?
[1] Doreen Moore, Good Christians Good Husbands? Leaving a Legacy in Marriage and Ministry
(Ross-shire, Escocia: Christian Focus, 2004), p. 32.
[2] Ibíd., p. 33.
[3] Esta afirmación es únicamente fruto de mis observaciones personales, puesto que toda mi
crianza transcurrió en iglesias metodistas y aprendí el sistema metodista para nombrar a sus pastores.
[4] Arnold Dallimore, George Whitefield: The Life and Times of the Great Evangelist of the 18th
Century Revival, vol. 2 (Carlisle, Pa.: Banner of Truth, 2004), p. 110.
[5] Ibíd., p. 112.
[6] Ibíd., p. 113.
[7] Moore, Good Christians Good Husbands?, p. 10.
El reconocimiento
Todos deseamos caerles bien a otros, y los pastores no son distintos en este
aspecto; especialmente cuando se trata de aquellas personas que deben
cuidar, orar por ellas y ministrarlas… y por las que han de rendir cuentas
(He. 13:17). Pero ¿qué sucede cuando un pastor ve que los individuos de
quienes busca la aprobación (su grey) no se la dan? Entonces tiende a seguir
su deseo innato de hacerse querido y aceptado. Recuerdo cómo funcionaba
esto cuando yo estaba en la escuela secundaria. Tenía un grupo de amigos y
deseaba su aceptación desesperadamente, de modo que me esforzaba por
obtener su favor. Empecé a hacer las cosas que sabía que me ganarían su
aprobación: seguí sus sugerencias y realicé lo que querían que hiciera. Esto,
habitualmente, me incitaba a traicionar mis propias convicciones. La mayor
parte del tiempo estaba más interesado en caerles bien a ellos que en hacer
lo correcto.
Por desgracia, mi patética búsqueda de aceptación en la escuela
secundaria no era muy diferente del reconocimiento que muchos pastores
desean recibir de sus rebaños: las personas a quienes se esfuerzan por servir.
En el caso de muchos ministros cristianos, todo su sustento —tanto
económico como de posición social— está bajo el control de los miembros
de su iglesia; y, aun cuando no sea así, la vida de los pastores se consume
satisfaciendo las necesidades de aquellas personas a quienes sirven. Los
pastores hacen numerosos sacrificios por causa de ellas. Soy consciente de
esta exigencia en mi propia vida y, con frecuencia, me siento presionado a
hacer algo que no deseo realmente hacer pero que alguien de la iglesia
quiere que haga. El pastor que subestima la poderosa atracción que
representa para él la aprobación de su rebaño, también estará ciego a la
facilidad con que esta exigencia de aprobación puede conducirle a una
obsesión malsana e insatisfecha.
{ Cara }
Cuando yo estaba en la secundaria, era bastante distinta de Brian. Aunque
también experimentaba la presión por integrarme, me rebelaba contra el
cambio en lugar de darle cabida. No estaba dispuesta a transformarme, y
tendía a apartarme de aquellos que querían que lo hiciera. No es que no
deseara la aprobación de mis amigos, pero quería que me aceptaran tal
como era. Esta respuesta es igual de pecaminosa, ya que hace que nos
concentremos de un modo malsano en nosotros mismos, nos volvamos
huraños y alimentemos resentimientos y amarguras en vez de abrirnos a los
demás. Esta reacción demuestra un corazón egoísta, ya que estamos
tratando de ocupar el primer puesto. En ocasiones nos preocupamos tanto
de lo que otros puedan decir o pensar de nosotros que el miedo nos
paraliza. Y, por no arriesgarnos a cambiar, no hacemos nada. En este caso,
la esencia del asunto es también el deseo de que otros nos aprueben,
aunque nuestra reacción no sea la de cambiar para agradarles.
***
Las apariencias
Se ha dicho que “la realidad es lo que se percibe”. Nos guste o no, las
apariencias impulsan buena parte de lo que hacemos los pastores. Cómo nos
perciben los demás puede tener un efecto saludable. Ser conscientes de que
otros nos miran y ven nuestro ejemplo puede movernos a la santidad
personal y ayudarnos a evitar situaciones que podrían comprometer nuestra
integridad. Si tomamos en serio que las apariencias importan y que otras
personas están observando cómo vivimos, eso puede estimularnos a ser
diligentes en gobernar bien nuestras familias (1 Ti. 3:4). Sin embargo,
preocuparnos demasiado por las apariencias puede ser un peligro,
especialmente si crea a nuestro alrededor una atmósfera que sofoca la
confesión sincera de pecado y suprime la necesidad de ser responsables ante
otros y recibir ayuda. Puesto que la familia del pastor está bajo el escrutinio
de la iglesia, el pastor puede sentirse tentado a interesarse más por cómo la
iglesia ve a su familia que por su familia en sí. Ciertamente la forma en que
los pastores administran sus familias es importante y constituye un requisito
bíblico que confirma el llamamiento (1 Ti. 3:2, 4-5). Sin embargo, una
preocupación malsana por las apariencias — preocuparse excesivamente
por lo que otros piensen— incita al ministro a buscar una solución rápida o
a encubrir algunos patrones de comportamiento o problemas nocivos en vez
de afrontar con sinceridad sus propios pecados o las dificultades en su vida
familiar.
Cuando surgen, por ejemplo, determinados problemas en su matrimonio,
el pastor y su esposa tal vez intenten poner buena cara y aparentar que todo
va bien, en vez de abordar sus luchas de un modo transparente. En una
conferencia reciente, una encuesta realizada a mil pastores reveló que el 77
por ciento pensaban que no tenían una buena relación matrimonial.[1]
Sabiendo lo difícil que es para la mayoría de los pastores contar sus
dificultades a la congregación, creo que podemos dar por sentado que muy
pocos habrán revelado a sus iglesias las luchas que sostienen en sus propios
matrimonios. A fin de parecer competentes y espiritualmente maduros, es
posible que los pastores se sientan tentados a restar importancia a esos
problemas tan reales, incluso hasta el punto de pasar por alto determinados
patrones pecaminosos que hay en sus vidas.
Cierto pastor me contó en una ocasión que algunos miembros de su
iglesia estaban demostrándole cada vez más hostilidad e intentando reunir
pruebas para echarlo. Habían empezado a pasar en automóvil cerca del
templo a diferentes horas del día con el propósito de anotar cuándo se
encontraba o no su auto en el estacionamiento, pensando poder acusarle de
vagancia o sorprenderle sin trabajar. Por ridículo que pueda parecer, este
hecho tenía un efecto real sobre aquel hombre, quien me confesó que aún
sentía la tentación de complacer a sus críticos demostrándoles que era un
buen trabajador. Intentó, por tanto, modificar su horario de trabajo,
haciendo menos visitas a fin de que se le viera más en la iglesia. Se sentía
impulsado a esto aunque fuera contrario a lo que pensaba que Dios quería
que hiciera. Las apariencias son una realidad para muchos pastores, y
pueden ejercer un enorme poder y control sobre sus vidas, llevándolos
incluso a olvidarse de aquellos a quienes deberían pastorear.
{ Cara }
¿Acaso no experimentas lo mismo como esposa? Permite que te haga un
par de preguntas: ¿Cómo te sientes el domingo por la mañana cuando tus
hijos están sentados contigo y parecen tener hormigas en sus pantalones o
hablan tan fuerte que se los escucha desde el vestíbulo? ¿No te gustaría
ponerte a gatear debajo del banco y esconderte? ¿O mejor aún, salir por
completo del edificio? ¿Te preocupa lo que debes llevar a la comida
congregacional? “¡Señor, no permitas que se me queme!”. ¿Y qué me dices
de tu casa? ¿Te inquieta su aspecto cuando recibes a los miembros de la
iglesia? Hay puertas que mi esposo tiene prohibido abrir en caso de que
nos visite alguien. Si alguna de estas situaciones te resulta familiar, estás
sintiendo también la impresionante demanda de las apariencias. Queremos
que la gente piense que tenemos una casa perfecta, unos hijos perfectos, un
perro perfecto y una cocinera perfecta. Nos preocupa lo que otros puedan
decir si no damos la medida de la perfección. Esta exigencia de aparentar
acompaña siempre a la demanda de aprobación.
***
El éxito
Las demandas del éxito tal vez sean mayores para los pastores en Estados
Unidos que en ninguna otra parte del mundo. Además de la propia
necesidad interior del ministro, la norma consumista de la iglesia
norteamericana —que juzga el rendimiento pastoral según los números y
las ganancias económicas— es una vara de medir poco útil o bíblica, y en
absoluto relacionada con la productividad en el reino de Dios.
Lamentablemente, la búsqueda del “éxito” en el pastorado lleva de manera
ineludible al descuido de otras prioridades, y una de las que se sacrifica con
mayor frecuencia es la familia del pastor.
A menudo la identidad de un hombre se equipara con el grado de éxito
que haya alcanzado en su ocupación. Los varones desempleados, o que
fracasan en el desempeño de sus cargos, son por lo general personas muy
desalentadas, y los pastores no gozan de inmunidad en este aspecto de la
identidad masculina. Paul David Tripp, un autor reconocido y pastor de
pastores, cuenta cómo sus primeros años de ministerio le sumieron en una
crisis de identidad:
El significado
Una de las formas más fáciles de desanimar a los pastores es hacer que se
sientan innecesarios. A menudo los pastores luchan con el deseo de ser
útiles, y la manera más obvia en que lo manifiestan es ofreciéndose para
hacerlo todo ellos mismos. Esto crea un patrón de ministerio poco
saludable, en el que la necesidad del pastor de sentirse necesitado hace que
la iglesia llegue a depender de él en cada cosa. Él tiene que realizar todas
las visitas, predicar cada domingo, no faltar a ninguna reunión, llevar a cabo
todas las bodas y todos los funerales… No delega en nadie ninguna de sus
tareas, ni se toma vacaciones, aunque necesite desesperadamente marcharse
durante algunos días con su familia. No permite que nadie le ayude, a pesar
de encontrarse al borde del agotamiento mientras trata de conjugar las
exigencias de la iglesia con las de su familia. Su deseo de sentirse
necesitado le lleva inconscientemente a implantar una cultura eclesial en la
que él parece ser irreemplazable. Aunque esto pueda disfrazarse fácilmente
de fidelidad al Señor o de celo por la obra del ministerio, con el tiempo
suele producir dos resultados: el agotamiento y el descuido de la familia.
La necesidad de significado también puede hacer que un pastor desatienda
a su familia, si algunas personas de la congregación le hacen sentirse más
importante de lo que lo hacen su esposa y sus hijos. Los pastores caen
fácilmente en este engaño y se convencen de que necesitan verdaderamente
reunirse con cierto joven en la iglesia para ayudarle a solucionar sus
problemas, aunque ello signifique faltar por tercer día consecutivo a la cena
familiar. El joven en cuestión, que te admira a más no poder y bebe con
avidez cada una de tus palabras, puede resultar sumamente persuasivo si lo
comparas con las exigencias de tu cansada y desfallecida esposa, y de los
quejosos pequeños que esperan tu vuelta a casa.
Las expectativas
En toda iglesia local encontramos dos grupos de expectativas: las que tiene
la congregación respecto a su pastor y las que el pastor se autoimpone.
Estas dos clases de expectativas pocas veces concuerdan. Durante su primer
año de ministerio, un pastor amigo mío se vio abordado por dos diáconos
distintos en dos ocasiones diferentes. Uno venía a criticarle por no estar el
tiempo suficiente en su oficina, ni permanecer lo bastante en el edificio de
la iglesia como para hacerse accesible a la gente que pasaba por allí. El otro
entró para quejarse de que no visitaba suficientemente a las personas
mayores de la congregación y a decirle que tenía que salir con más
frecuencia para ver a los miembros en sus hogares. Muy sabiamente, ese
pastor se reunió con ambos diáconos para hablar de aquellas peticiones
contrapuestas e intentar establecer algunas posibilidades realistas, en vez de
tratar de resolver la cuestión de cómo estar en dos sitios distintos al mismo
tiempo. La conversación resultó fructífera y los llevó a fijar unas
expectativas más razonables para el futuro.
Por muy poco realista que sea lo que espera una iglesia, la mayoría de los
pastores fieles saben que las expectativas más difíciles de cumplir son las
suyas propias. El pastor quiere ser un Supermán y piensa que eso es lo que
quiere su congregación. En cuanto a mí, sé que cuando me enfrento a
expectativas contrapuestas de miembros de la iglesia, soy el más
decepcionado ante mi incapacidad para estar disponible siempre que
alguien me necesita. Generalmente, los pastores se imponen a sí mismos
expectativas inalcanzables y poco útiles, y, cuando se juntan las
expectativas de la congregación con la mentalidad poco realista del pastor,
se obtiene una mezcla tóxica que a menudo lleva al pastor a descuidar a su
familia.
{ Cara }
Nosotras, las esposas, también tenemos que lidiar con la exigencia de las
expectativas, aunque de un modo un poco diferente. Creo que esa exigencia
se manifiesta habitualmente de dos maneras. En primer lugar, las mujeres
de los pastores sienten un fuerte impulso de participar excesivamente en la
vida de la iglesia. Aunque el comité de selección diga que está contratando
únicamente a tu esposo, eso no significa que tú no tengas expectativas en
cuanto a ti misma como su esposa. Si hay alguien a quien la congregación
desea ver más que a su pastor es a la mujer del pastor. Después de todo,
¿no debería ella poder dirigir el comité de hospitalidad, el ministerio
femenino y el trabajo con los niños, y estar presente en todos los cultos
durante la semana? Como esposa del pastor, tendrás que proteger tu
tiempo… y tu familia. No puedes sacrificar a tus hijos y descuidar a tu
esposo por encontrarte exhausta a causa del servicio que prestas a la
iglesia.
La segunda manera en que se manifiestan estas expectativas es en lo que
nosotras mismas esperamos de nuestros esposos. ¿Son realistas tus
expectativas, o estás reforzando la mentalidad de superhéroe de tu esposo y
esperando que sea Supermán? Ciertamente debemos ser sinceras y
comunicar nuestras necesidades y las de nuestra familia, pero debemos
recordar que nuestros esposos no pueden satisfacer todas nuestras
carencias. Sé realista con respecto a la comunicación (no esperes que tu
esposo te lea la mente) y muéstrate amable con él. Reconoce que la iglesia
interrumpirá tu vida familiar de vez en cuando.
***
Las amistades
Quizá la única persona en la iglesia más solitaria que el propio pastor sea su
esposa. Aunque no todos los pastores se encuentran en semejante situación,
es una realidad bastante corriente en el ministerio. El hecho no resulta nada
fácil de admitir para muchos que no son pastores: después de todo, la gente
ama considerablemente al pastor, ¿cómo no iba a ser él quien más amigos
tuviera? Por otra parte, todas las mujeres acuden a la esposa del pastor en
busca de consejo… ¿acaso no le sobrarán las amigas? Un estudio de
Enfoque a la Familia revela, sin embargo, que el 70 por ciento de los
pastores no tienen amigos cercanos en quienes confiar.[4] Mi propia
experiencia me lleva a creer que el porcentaje de esposas de pastores
solitarias es todavía mayor, pero ¿por qué?
Ser pastor o esposa de pastor puede, ciertamente, ser muy solitario. En
algunas circunstancias, se debe a que la cultura de la iglesia hace difícil
mantener relaciones significativas en las que sea posible ser auténticos,
transparentes, francos en cuanto a sus luchas y sinceros acerca de los
asuntos de la congregación. En algunas iglesias grandes, el servir junto a
otros pastores y sus esposas tal vez fomente este tipo de compañerismo,
pero, en muchos casos, las relaciones más trascendentes de los pastores y
sus esposas están fuera de la congregación local.
En consecuencia, los pastores y sus esposas deben hacer un esfuerzo
adicional por cultivar amistades significativas y seguras tanto dentro como
fuera de su propia iglesia. Y ya que hacerlo requiere más trabajo, muchas
parejas ministeriales acaban quedándose solas o con pocos amigos que
realmente conozcan sus luchas.
{ Cara }
Brian no está diciendo que no podamos tener amistades significativas en la
iglesia —algunos de nuestros amigos más cercanos los hemos hecho en la
congregación a la que servimos—; sin embargo, debemos ser cautos y
sensatos en cuanto a lo que contamos y a quién se lo contamos.
Hay otro sentimiento más que las esposas de los pastores quizá afronten y
es la envidia. Algunas noches, Brian vuelve exhausto a casa de la iglesia,
nos sentamos a cenar como familia y, cuando estoy impaciente por pasar
un rato relajado con él, de repente suena el espantoso teléfono… Desde
luego, se trata de un miembro de la iglesia al que acaban de hospitalizar o
de alguien que está atravesando alguna crisis en su matrimonio. Luego veo
a mi agotado marido salir de casa otra vez a fin de pasar el resto de la
tarde-noche fuera, y yo me quedo sentada sola con los niños sin saber a
qué hora volverá.
En tales momentos resulta difícil no sentir envidia por los ratos que esas
personas pasan con nuestros esposos. Los celos son algo que dejamos
entrar muy fácilmente en nuestro corazón, y de inmediato nos resentimos
por la dedicación de nuestros esposos a los demás. Luego pensamos que lo
único que nos queda son las sobras y, a veces, ni siquiera eso. En ocasiones
así, es fácil para la esposa de un pastor sentir amargura hacia la iglesia.
La batalla es muy real y nuestra lucha comprensible. Por eso es muy
importante hacer un esfuerzo suplementario para forjar amistades
estrechas con las que podamos ser sinceras sobre estos asuntos y hablar de
nuestros quebrantos y desilusiones, antes de que esas cosas se afirmen y
lleguen a ser amargas raíces de resentimiento.
***
Las demandas y expectativas que soportan los pastores y sus esposas son
muy reales, y dificultan el desarrollo de unas relaciones estrechas. Aun así,
tener amigos íntimos es posible, aunque pueda suponer más trabajo. Los
pastores necesitan actuar con sabiduría y ser meticulosos en la elección de
aquellas personas (y parejas), dentro y fuera de la congregación, con las
cuales puedan mostrarse como son y actuar con sinceridad.
Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del
corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios,
las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades,
el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la
insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al
hombre (Mr. 7:20-23).
{ Cara }
Esposas, en ciertas ocasiones nuestros esposos ni siquiera se dan cuenta de
que nos están descuidando. Muchas mujeres que conozco quieren que sus
esposos les lean la mente. ¡Deseamos que nos comprendan tan bien que
sepan cuándo las cosas no funcionan! Pero la mitad de las veces ni aun
nosotras mismas sabemos lo que anda mal. La solución no consiste en
aporrearles la cabeza con todos sus fallos en cuanto llegan a casa; sin
embargo, tampoco deberíamos reservarnos nuestros problemas y llenarnos
de resentimiento e ira. Debemos señalarles nuestras necesidades y las de
nuestra familia con cariño, sabiduría y, sobre todo, con respeto, y luego
orar pacientemente tanto por nuestro propio corazón como por el suyo.
***
Examina tu corazón
El primer paso que un pastor debe dar en este proceso es restaurar aquello
que su negligencia ha dañado, y se necesita la frase: “No se trata de ti, sino
de mí”. Los ministros cristianos tendrían que hacer lo mismo que cualquier
seguidor de Jesucristo que lucha con el pecado: reconocer sus faltas contra
Dios y contra su familia. Debe confesar su fracaso al Señor y a su esposa e
hijos, y admitir que está mal afirmar que su descuido es consecuencia de las
presiones que sufre o de las agobiantes demandas de tiempo que se le
imponen. Estas aseveraciones pueden convertirse con mucha facilidad en
excusas para ocultar el pecado, o en justificaciones que le impidan
arrepentirse de veras. Algunas familias de pastores tal vez se crean
responsables de los problemas que tienen. El esposo que descuida a su
esposa quizá descubra que esta ha empezado a pensar que tal vez se deba a
alguna falta suya, que ella es la culpable de que su esposo prefiera pasar su
tiempo con los miembros de la iglesia en vez de dedicarle algunos ratos
significativos. Asimismo, los hijos del pastor pueden llegar a la conclusión
lógica de que su papá ama a la congregación más que a ellos. Para reparar
el sufrimiento que su negligencia ha creado en la familia, el pastor debería
hacer primeramente un examen de su propio corazón, reconocer lo que es
verdaderamente pecaminoso, confesarlo a Dios y a aquellos contra quienes
ha pecado, y arrepentirse para dejar a un lado los patrones de pecado y
seguir al Señor con fe y obediencia.
La clave de este proceso es el arrepentimiento: no solo la experiencia del
perdón divino, sino también la restauración de la familia mediante la
ruptura con los patrones de negligencia. Hace varios años, creyendo que
reconocía sinceramente algunas luchas y pautas pecaminosas de descuido
para con mi esposa y mis hijos, hice ciertos cambios necesarios en el
horario de nuestra familia que reflejaban mi compromiso de abandonar mis
viejos hábitos y patrones de comportamiento. Jamás olvidaré la
desesperación que sentí poco después, cuando mi esposa me confrontó y me
dijo que, en realidad, las cosas habían cambiado mínimamente. Me señaló
que eran especialmente mis hijos quienes habían reparado en la falta de
cambios, y comprendí que, a pesar de la admisión de mi pecado y de
confesarlo a mi familia con la intención de mejorar las cosas, mi
arrepentimiento no había sido sincero. Cuando me arrepentí de veras,
comenzó a aparecer un cambio real y duradero en mi vida.
No te equivoques, yo aún cuido imperfectamente de mi familia; pero mi
esposa y mis hijos pueden certificar que en mi vida hay ahora fruto de
arrepentimiento. Pocas veces respondo ya al teléfono durante la cena o en
medio de nuestro tiempo devocional como familia, y trato de llegar a casa
sistemáticamente a la hora que digo, y no cuarenta y cinco minutos o una
hora después. Además, desde hace unos pocos años, he usado todo mi
tiempo de vacaciones. Aunque cualquier pastor seguirá siendo siempre una
proyecto en desarrollo, resulta posible, por la gracia de Dios y el poder del
evangelio, romper con ciertas pautas pecaminosas que han echado raíces.
No obstante, si no hay arrepentimiento verdadero, pocas cosas cambiarán.
Despójate y vístete
Puesto que el arrepentimiento es esencial, debemos comprender que
bíblicamente es algo más que confesar nuestro pecado y decidir no volver a
cometerlo. El modelo bíblico es: “Despojaos del viejo hombre… y vestíos
del nuevo hombre” (Ef. 4:22-24). Además de abandonar el pecado,
debemos revestirnos de Cristo al adoptar patrones y hábitos de
comportamiento positivos, en lugar de nuestras pecaminosas pautas de
conducta anteriores.
Yo he descubierto cuatro principios bíblicos eficaces de los que puede
“vestirse” un pastor cuando se arrepiente de su pecado, todos basados en el
plan de Dios para la familia. Si los aplicamos, Dios puede utilizarlos para
acabar con las pautas de negligencia y establecer nuevos patrones
saludables.
{ Cara }
Las esposas desempeñamos una función importante en este proceso y
necesitamos animar a nuestros esposos. Una forma de hacerlo es renunciar
a parte de nuestro tiempo con ellos para que puedan dedicárselo, tal vez
individualmente, a cada niño. Nuestros hijos solo estarán en casa por un
breve periodo, así que es importante que demos prioridad a esto.
En segundo lugar, no olvidemos que somos las personas que pasan más
tiempo con nuestros pequeños. Como madre que escolariza a sus hijos en el
hogar, estoy con mis pequeños la mayor parte del día. Conozco de primera
mano sus luchas y cómo están creciendo, y necesito hacer partícipe de
estas cosas a mi esposo para que él sepa cuál es la manera más sabia de
adiestrar e instruir a nuestros hijos. Yo no debo esperar que mi marido
sepa por arte de magia lo que ha sucedido a lo largo del día o las
necesidades específicas de nuestros hijos. Esposo y esposa estamos juntos
en esto, así que necesitamos colaborar el uno con el otro.
Por último, tenemos que estimular el deseo en nuestros niños de pasar
tiempo con papá y, al mismo tiempo, enseñarles a ser comprensivos cuando
algo inesperado lo aleja de nosotros. La mejor forma de hacerlo es con
nuestro propio ejemplo. Debemos mostrar entusiasmo cuando nuestros
cónyuges llegan a casa y ser benévolas y comprensivas cuando la iglesia
los necesita.
***
[1] El evangelio es la buena nueva de Jesucristo, según la cual su vida perfecta, muerte expiatoria
en la cruz y victoriosa resurrección han satisfecho la ira de Dios contra el pecado. Por tanto,
cualquiera que se arrepiente y cree en la persona y obra de Jesús recibe el perdón de sus pecados, se
le reviste de la justicia de Cristo y Dios lo adopta eternamente como hijo.
[2] Charles Ray, Mrs. C. H. Spurgeon (Pasadena, Tex.: Pilgrim, 2003), p. 53.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
{ Brian }
Queridos hermanos, cuando sus esposas les hacen partícipes de las
preocupaciones que tienen y les dicen que se sienten abrumadas por las
expectativas de ustedes, deben escucharlas. Necesitamos ser conscientes de
las presiones que imponemos a nuestras esposas. Al determinar cuánto
debemos exigirles, debemos considerar las presiones excepcionales que
afrontan a diario. Los pastores son famosos por tener más claras las
necesidades de sus iglesias que la ayuda que precisan sus esposas.
Guárdate de cargar demasiado a tu esposa y trata de entender cómo es su
día. Familiarízate con la labor que realiza cuidando de la familia y
ministrando en la iglesia.
***
{ Brian }
Pastores, cuando no escuchamos a nuestras esposas, obstaculizamos de
manera importante el proceso de discernir las críticas. Tu esposa es la
mejor persona para ayudarte a aprender y crecer en medio de las
dificultades, siempre y cuando la escuches y le permitas hablarte
sinceramente.
***
El calendario exigente
¿Hay una barbacoa este fin de semana? ¡Por qué no me lo dijiste antes!
Mi suegro es médico de familia y durante varios años trabajé en su
consultorio. Aquel trabajo me ayudó a comprender el calendario tan
apretado que tienen él y los demás doctores colegas suyos. A menudo
debían estar en el hospital durante varias horas antes de abrir la consulta y,
después de cerrar, pasaban mucho tiempo haciendo llamadas y contestando
los avisos urgentes de los enfermos. Sus vacaciones eran pocas y
espaciadas, y no tenían “horario fijo”. Necesitaban hacer sacrificios en sus
vidas personales para atender a sus pacientes, y los hacían sin quejarse. Esa
era la vida que habían escogido y sus enfermos les gradecían tales
esfuerzos.
He descubierto que el ministerio pastoral a tiempo completo no es muy
diferente de la práctica de la medicina. A menudo, mi médico de familia y
yo nos hemos compadecido juntos hablando de la similitud de nuestras
vidas y de los caóticos horarios familiares que debemos cumplir. Lo cierto
es que la mayoría de los miembros de la iglesia solo ven a nuestros esposos
predicando los domingos por la mañana (o quizá también en el culto
vespertino) y luego, nuevamente, enseñando los miércoles por la noche;
pero nosotras sabemos que la vida de un pastor es algo más que predicar
unas pocas veces por semana. Tienen que pasar muchas horas preparando
los sermones y estudios, atendiendo a las personas que quieren verlos para
recibir consejo o tomar café, respondiendo a llamadas en medio de la
noche… Me gustaría poder contar el número de veces que he oído decir:
“Pastor, ya sé que hoy es su día libre, pero…”.
Los pastores no tienen “días libres” en realidad. La verdad que nadie te
cuenta, pero que todos saben, es que, para la familia de un pastor, no hay
“horario fijo”. Naturalmente, intentamos conseguirlo, pero lo cierto es que
la vida no sigue un patrón regular. ¿Alguna vez has intentado planificar
cuándo una persona tendrá que ir al servicio de urgencias de un hospital o
sufrirá un accidente automovilístico? ¿O cuándo nacerá un niño o alguien
tendrá una crisis matrimonial?
Puesto que resulta prácticamente imposible prever y planificar un horario
fijo, ¿qué puedes hacer para ayudar a tu familia a adaptarse a la situación?
Lo primero y más importante es intentar ser comprensiva cuando tu esposo
tiene que responder a las necesidades de otras personas. Muchas noches,
después de llegar a casa tras un largo día escribiendo sermones y dando
consejos a la gente, el teléfono suena y Brian tiene que ir al hospital o
visitar a alguien que está necesitado. ¡No es algo que él elija hacer! Puedes
estar segura de que mi esposo preferiría quedarse en casa y disfrutar de ese
rato con su familia. De hecho, le gustaría más bañar a los niños o llevar al
perro de paseo… pero sabe que la iglesia le necesita en ese momento. Tiene
un profundo amor por nuestra congregación, y el Señor siempre le da las
fuerzas para ministrar a sus miembros.
Cuando se presentan situaciones de crisis, tengo que elegir: puedo ser
comprensiva con él y dejarle libre para el ministerio, o enojarme y albergar
resentimiento por tener que renunciar a ese tiempo con él y hacerme cargo
yo sola de la crianza de mis hijos. Lo cierto es que no siempre respondo a la
perfección en esos momentos. Algunas noches me quedo en casa sin otra
compañía que yo misma y me siento muy sola porque no he podido ver a mi
esposo ni hablar con él en todo el día. Sin embargo, es una ayuda recordar
que tampoco es una situación ideal para él. Dios nos ha llamado a ambos a
este tipo de vida, y estar disponibles para servir a otros forma parte
inherente del ministerio pastoral.
Así que empezamos reconociendo que ser la esposa de un pastor implica
cierto grado de incomodidad y dolor, y por eso debemos mostrarnos
amables y comprensivas. Pero también necesitamos recordar a nuestros
esposos las necesidades que tenemos nosotras mismas y nuestros hijos. A
los pastores les resulta difícil equilibrar sus prioridades y, a veces, caen en
ciertos patrones de conducta que reflejan un orden indebido de prioridades.
Los hábitos pecaminosos y los ídolos llevan en ocasiones a los pastores a
concentrar demasiado tiempo y energía en lo que necesita la iglesia, hasta el
punto de descuidar a su propia familia. Las esposas de los pastores
deberíamos informar a nuestros esposos, de manera piadosa y amable,
acerca de las necesidades que tenemos y sugerirles algunas formas precisas
de cuidar de nosotras; tal vez proponiéndoles un calendario razonable para
la familia.
Recuerdo preguntar a la mujer de un pastor, que llevaba más de cuarenta
años en el servicio de la iglesia, cuál era, según ella, la lucha más grande
que experimentaban actualmente las esposas de los pastores en sus
matrimonios y ministerios. Lo que respondió me dejó sorprendida. Ella
tenía la sensación de que, comparados con los hombres de generaciones
anteriores, los de hoy ayudaban más en casa y se ocupaban más de los
niños, ¡y sin embargo las expectativas de las esposas eran todavía más altas!
Tomé en serio su sincera valoración y vi a mi generación reflejada en sus
palabras. A la luz de su comentario, voy a darte algunas sugerencias para
que las consideres antes de abordar a tu esposo en cuanto al calendario
familiar.
Empieza por sopesar ciertas cosas. En primer lugar: ¿es razonable lo que
estás exigiendo de tu esposo? En segundo lugar: ¿hay alguna otra forma de
realizar lo que quieres sin pedírselo a él? En tercer lugar: ¿es esto lo más
útil para la familia? En cuarto lugar: ¿están ustedes glorificando a Dios de
la mejor manera con su forma actual de emplear el tiempo? Resulta esencial
que hables con tu esposo sobre lo que es realista en cuanto al calendario
familiar. Conversen acerca de cuántas personas visitan normalmente el
hogar de ustedes cada mes, cuánto tiempo de vacaciones toma tu esposo y
qué ratos familiares pueden programar. Sobre todo, asegúrate de que tus
peticiones sean razonables y realistas.
La confidencialidad importa
¿A quién le dijeron qué…?
No necesitas saber todo lo que tu esposo hace en su trabajo y ministerio. De
hecho, hay muchas cosas que él no debería decirte a fin de proteger la
confidencialidad de los demás. No nos corresponde conocer todos los trapos
sucios de cada miembro de la iglesia, ni tampoco es tarea nuestra ofrecer
consejo sobre cada situación. Sin embargo, habrá veces cuando nuestros
maridos necesiten hablarnos de ciertas cosas y pidan nuestra opinión acerca
de cómo aconsejar a una determinada persona. Nuestras propias
experiencias pueden hacernos particularmente aptas para ayudar a otros
miembros de la iglesia. Sin embargo, cuando nos cuentan detalles
confidenciales y buscan nuestro criterio, necesitamos darlo con mucho
temor y temblor. Cuanto más aumenta nuestro conocimiento de otros, más
también la tentación de transmitir esa información a los demás.
Me doy cuenta de que no todas las mujeres se sienten tentadas al
chismorreo, pero al menos deberíamos ser conscientes de que la Biblia
advierte a las ancianas que “no deben ser chismosas” (Tit. 2:3, TLA) por una
muy buena razón. Seamos jóvenes o viejas hemos de guardar
deliberadamente nuestras lenguas y no exigir tampoco de nuestros maridos
una información que no tienen la libertad de confiarnos. Y, aunque la
tuvieran, debemos confiar en su propio criterio. Mi marido es muy prudente
en cuanto a la información que me comunica; particularmente si implica a
otros hombres de la congregación. Saber, por ejemplo, qué varones de
nuestra iglesia luchan con la pornografía no es ni necesario ni útil para mí, y
puede incluso resultarme perjudicial. Si exijo de mi esposo que me cuente
lo que sabe, le pongo en una difícil situación. En algunos casos,
transmitirme esa información puede constituir una violación de la
confidencialidad e incluso tener consecuencias legales.
Lo cierto es que tal vez no seamos capaces de manejar correctamente todo
lo que nos cuenta, y nuestro esposo debe poder estar seguro de que no
iremos luego a contar a nuestra mejor amiga todo lo que acaba de decirnos.
Transmitir cualquier información confidencial —aunque sea como tema de
oración— no deja de ser una violación de la confianza, una forma de
chismorreo pecaminoso. Si no se puede confiar en nosotras con respecto a
la confidencialidad de ciertos asuntos, no deberíamos conocerlos. La esposa
de un pastor que desea implicarse en aconsejar a su marido debería intentar
controlar su lengua y evitar el chismorreo.
¿Ayuda en ocasiones a los pastores hacer partícipes a sus esposas de lo
que saben? Mi esposo me ha involucrado en varias situaciones relacionadas
con el consejo a mujeres de nuestra iglesia, tanto para protegerse a sí mismo
como porque, en determinados casos, puedo identificarme con lo que está
sucediendo y comprenderlo mejor que él. Brian se ha impuesto
deliberadamente la norma de no reunirse a solas con miembros del sexo
opuesto. Por esta razón tengo la confianza de que mi esposo evitará las
situaciones comprometedoras y estará siempre dispuesto a que yo participe
en sus encuentros con mujeres si existe la más mínima incertidumbre o
puede haber algo de carácter dudoso. También sabe que soy de confianza en
tales situaciones y —aún más importante— que los miembros de nuestra
iglesia piensan igualmente que lo soy. Cuando me preguntan, les digo
claramente que no ofreceré ninguna información sin que la persona
implicada me permita hacerlo, y, por lo general, solo me pongo en contacto
con esa persona cuando tenga buenas razones para creer que querrá que el
asunto se conozca. Nuestras acciones como esposas de los líderes pueden
acarrear graves consecuencias.
{ Brian }
Los pastores debemos guiar bien a nuestras esposas para conseguir un
equilibrio provechoso a la hora de comunicar información. Si nos vamos a
un extremo, estaremos ocultando de nuestras esposas aquello que tenemos
en el corazón y excluyéndolas de nuestro círculo más íntimo. Si nos
pasamos al extremo opuesto, ellas pueden sentirse atrapadas con respecto
a situaciones en las que no tienen voz ni voto. Lo más importante que debes
recordar en la búsqueda del equilibrio es que se trata de tu esposa, no
algún pastor colega tuyo. Inclúyela, pues, para su propio beneficio y el de
los demás, pero no le exijas que lleve las mismas cargas que tú.
***
¡No necesitas ser un gigante de la teología!
“La reforma necesaria de una persona puritana escatológicamente
santificada…”. Ya sé que esto no tiene ningún sentido, ¡es precisamente
lo que intento señalar!
A veces experimento un sudor frío cuando se me hace una pregunta en la
escuela dominical. Puede estar relacionada con algún sermón que no puedo
recordar por más que lo intento. En otras ocasiones se trata de una cuestión
teológica con tantas palabras largas que parece que la persona estuviera
hablando en algún idioma extranjero. Confieso que no siempre comprendo
las conversaciones de nuestros estudiantes de seminario, ni capto todas sus
bromas… ¡pero ellos parecen suponer que lo hago! Esbozo una sonrisa y
me río con ellos, mientras pienso para mí: No tengo ni la menor idea de lo
que acabas de decir.
Es importante que las mujeres conozcan bien la Biblia, que aprendan las
Escrituras… Necesitamos estudiar la Palabra de Dios, pero no tenemos por
qué ser gigantes de la teología simplemente por habernos casado con un
pastor. Si sientes un fuerte deseo de estudiar, cuentas con mi bendición y me
parece una excelente idea. Asimila el marco bíblico general. Conoce a
fondo el evangelio. Aprender teología es importante, pero conocer y
comprender la jerga teológica no lo es tanto. Soy la primera en admitir que
prefiero leer la obra de Jane Austen, Orgullo y prejuicio, que la Teología
sistemática de Wayne Grudem o las Falacias exegéticas de D. A. Carson.
Cuando estamos leyendo en la cama por la noche, yo me pierdo en el
mundo de “mister Darcy” mientras mi esposo intenta descifrar las
implicaciones teológicas del Holocausto y considera el problema del mal.
Por alguna razón, la gente de nuestra iglesia tiende a suponer que, si mi
esposo conoce la respuesta a una pregunta teológica, yo también debo
conocerla. La verdad es que, en nuestra congregación, hay algunas mujeres
mucho más instruidas en cuestiones teológicas que yo. De modo que,
¿cómo reaccionar cuando alguien te pregunta…?
—¿Cómo influyen en tu soteriología las convicciones que tienes acerca de
la doctrina de la predestinación?
Yo le miraría a los ojos, cruzaría los brazos y le diría:
—No hablo “seminario”.
Bromas aparte, admitir que no siempre conoces la respuesta es más que
suficiente, y es del todo apropiado decirle a la persona que busque la
opinión autorizada de tu marido y otros pastores en las cuestiones
teológicas más profundas. Necesitamos humildad para reconocer que no
sabemos alguna cosa, pero eso nos hace más humanas, más accesibles y
mucho menos intimidantes. Cuando le digo a una mujer: “No lo sé, vamos a
preguntárselo a Brian”, muchas veces noto en ella un suspiro de alivio. Casi
como si se le quitara un peso de encima al descubrir que no es tan tonta
como creía ser ni la única que no comprende algo.
Al mismo tiempo, aunque debemos admitir que no lo sabemos todo,
debemos estar ansiosas también por aprender y buscar una respuesta. El
mundo de la teología no debe intimidarnos tanto como para no abordarlo en
absoluto. Al estudiar, inevitablemente aprenderemos y creceremos. Quizá
acabemos conociendo un poco la jerga y lleguemos a disfrutar del mundo
del debate teológico.
{ Brian }
La batalla espiritual que libran los pastores y sus familias contra el
enemigo es intensa. Estar en primera línea del ministerio del evangelio
invita al ataque. Yo lo sé y tú también; sin embargo, debo confesar que, a
menudo, me olvido de ello. No solo paso por alto la batalla espiritual, sino
que ciegamente deduzco que las luchas y los desalientos que padezco son
todo menos acometidas del diablo. Esta negación genera dos situaciones
distintas. Por un lado, me impide discernir lo que está sucediendo cuando
recibo la embestida y también cómo debo responder a ella. Además, limita
mi capacidad para liderar y pastorear a mi familia durante esos ataques
del enemigo. Sin embargo, la mejor forma de afrontar semejantes asaltos
virulentos es recordar que existen y prepararte de antemano. Recuerda que
Satanás merodea a nuestro alrededor buscando a quien devorar. Los
cristianos jamás están exentos de estos ataques… ¡cuánto menos los
pastores! No obstante, debemos recordar que más poderoso es el que está
en nosotros que el que está en el mundo. El poder de Cristo acompaña a
aquellos que se ponen toda la armadura de Dios y libran la batalla
sabiendo que su victoria está en Jesús.
***
{ Brian }
Pastor, debes entender que la mujer que duerme a tu lado cada noche y
comparte tu vida es la que Dios, en su benevolente providencia, te ha
asignado como esposa y compañera en el ministerio. Anímala a aceptar
esta función; porque eso contribuirá no solo a su alegría, sino también a la
tuya.
***
Aprendamos de Pedro
Ya que los pastores son ejemplos para sus rebaños (1 P. 5:3), las
instrucciones del apóstol Pedro en cuanto a convivir “de manera
comprensiva con vuestras mujeres” (1 P. 3:7, LBLA) también constituyen una
buena regla para los pastores que intentan predicar el evangelio y cuidar de
las almas de sus esposas. Considera las palabras de Pedro en un contexto
más amplio:
Ponlo en práctica
Hay por lo menos cuatro formas prácticas en que los pastores pueden
mostrar consideración hacia sus esposas a través de las luchas del
ministerio: pueden servirlas, animarlas, enseñarlas y orar por ellas. Muchas
de estas actividades son aspectos naturales del pastorado que el ministro
dispensa a todos los miembros de su congregación, pero tu mujer los
necesita de manera especial por ser tu esposa.
Sirve a tu mujer
Se recuerda al gran teólogo de Princeton, B. B. Warfield, como uno de los
maestros religiosos norteamericanos más rigurosos, valientes y fieles a la
Biblia de finales del siglo XIX. Su mirada penetrante, la cual puede
percibirse en la mayoría de los retratos que pintaron de él, hacía que los
teólogos liberales salieran huyendo en busca de refugio. Pero, a pesar de
tener un aspecto tan intimidante, te sorprenderá conocer el legendario
ejemplo de servicio abnegado y gozoso que aquel hombre dispensaba a su
debilitada esposa. En su relato de la historia del seminario de Princeton,
David Calhoun describe vívidamente el fiel amor de Warfield por su
esposa:
Alienta a tu mujer
Lamentablemente la mayoría de los hombres que conozco no son muy
buenos animando a sus esposas, y los pastores no son ninguna excepción a
esta regla. Incluso aquellos que están naturalmente dotados para estimular a
otros, a menudo no lo hacen en su propio matrimonio. Es fácil pasar por
alto a las personas a quienes deberíamos amar y valorar más; a saber,
nuestras esposas. El pastor y predicador Charles Spurgeon, conocido en su
día por la absorbente preocupación que sentía por su ministerio, no se
olvidaba de alentar a su esposa, como podemos ver por el siguiente relato
de su cónyuge:
No tienes necesariamente que llegar a casa con una sortija de ópalo para
tu esposa a fin de animarla. Sin embargo, si escuchas atentamente sus
deseos y andas la segunda milla para complacerla, la confortarás y le harás
ver que la amas y valoras. Spurgeon nos proporciona un buen ejemplo de
esto, y nos recuerda que alentamos a nuestras esposas cuando hacemos y
decimos cosas que las hacen sentirse honradas y apreciadas. Esto es
especialmente cierto de las esposas de los pastores, quienes a menudo nos
ven dedicando un esfuerzo suplementario y abnegado a los miembros de la
iglesia. ¡Sorprende a la tuya con una salida romántica nocturna! Sé tan
sacrificado con ella en cuanto a tiempo y energía como si estuvieras
aconsejando a alguien en una situación difícil o una crisis severa, para
demostrarle que la valoras. En cierta ocasión le pregunté al pastor de una
iglesia muy grande, que tenía cincuenta años de experiencia, cuál era su
fórmula para animar a su esposa; y me respondió: “Todos los años le hago
un regalo de Navidad muy especial. Se trata de un calendario para los doce
meses siguientes con dos noches programadas de antemano cada mes en las
que saldremos a cenar”. Al igual que este siervo de Dios, yo también he
constatado que las salidas regulares planeadas con anterioridad animan
verdaderamente a mi esposa. Cuando planees una salida, considera los
sitios y las actividades que a ella le gustan, no únicamente lo que tú
quisieras hacer. Vayan a ese restaurante donde a tu esposa le encanta cenar
y hagan aquello que le agrada a ella. Dile en diferentes momentos de la
velada cuán agradecido estás por el hecho de que cuide tanto de ti, de tu
familia y de tu ministerio. Escríbele notas y ponlas donde ella pueda verlas;
y, de paso, déjale flores de vez en cuando junto a esos mensajes. Dispénsale
esa clase de gestos cuando menos se lo espere, y en tus anotaciones
menciónale aquellas cosas que hace realmente bien. Escribe acerca de sus
virtudes piadosas y, al hacerlo, sigue el ejemplo de Salomón instruyendo a
su hijo (Pr. 5) y el de Spurgeon atendiendo a su mujer: demuéstrale que te
deleitas en ella. (Cara: Señoras, aprendan a aceptar esos gestos de sus
esposos y no los descarten inmediatamente como algo falso o poco sincero.
Sepan reconocer con gratitud los mejores esfuerzos que hacen sus esposos
por cuidar de ustedes y animarlas).
Si ahora mismo tienes problemas en tu matrimonio y eres incapaz de
pensar en nada que te guste de tu esposa, recuerda el pasado. Estoy seguro
de que hubo un tiempo cuando ella te encantaba y despertaba tu admiración,
cuando prometiste delante de tus familiares y amigos que pasarías la vida
con ella… Tal vez tu esposa no haya dicho “sí quiero” a la vida en el
ministerio, pero pronunció esas mismas promesas con respecto a ti. Los
pastores alentamos a nuestras esposas viviendo con ellas de un modo
coherente con la voluntad de Dios para el matrimonio, estudiándolas y
conociéndolas tan bien como para poder estimularlas en aquellas áreas
donde se sienten más fracasadas. Como fieles ministros cristianos, debemos
prestarles atención y observarlas, y hacerlas partícipes de las evidencias de
la gracia divina que vemos en ellas.
Discipula a tu esposa
El llamamiento de los pastores es el de capacitar y discipular a otros. Somos
responsables de enseñar, orientar, animar, exhortar, reprender y guiar a los
miembros de nuestras iglesias para que crezcan en piedad, gracia y
comprensión de la verdad de la Palabra de Dios. Pero también se nos ha
llamado a discipular a nuestras esposas. Amamos con más fidelidad a
nuestras esposas cuando aceptamos ese papel en la familia. Un pastor no
debería descuidar a la gente de su iglesia, pero tendría que interesarse
igualmente por el cuidado y la alimentación espiritual de su esposa y sus
hijos. Discipular constituye su responsabilidad como padre y esposo, y es
inherente a la función de líder que el esposo debe desempeñar en la familia.
Como esposo y pastor, debes vivir con tu esposa con paciencia y
gentileza, especialmente cuando se manifiesta como la persona pecadora
que es. Debes pastorearla tiernamente a través de sus luchas. Las
expectativas poco realistas que las iglesias tienen de nuestras esposas son a
menudo las mismas que, sin darnos cuenta, les imponemos nosotros. Nos
sentimos frustrados cuando ellas luchan con esas expectativas. Olvidamos
que son personas pecadoras a las cuales hay que recordarles el evangelio,
que se olvidan de la verdad, y que necesitan diariamente recibir nuestro
aliento y el de las Escrituras. Los pastores suelen vivir con sus esposas de
un modo más comprensivo cuando llegan a verlas como Dios las ve:
pecadoras salvadas solo por la gracia de Dios.
Los detalles de cómo debe un pastor discipular a su esposa variarán; sobre
todo si ella es más madura en la fe que su esposo. En vista de esto he
pedido a unos pocos pastores fieles —tanto jóvenes como maduros— que
indiquen algunas de las maneras prácticas que ellos emplean para instruir a
sus esposas:
[1] David B. Calhoun, Princeton Seminary: The Majestic Testimony 1869-1929 (Carlisle, Pa.:
Banner of Truth, 1996), vol. 2, pp. 315-316.
[2] Ibíd., p. 316.
[3] C. H. Spurgeon, Susannah Spurgeon y W. J. Harrald, C. H. Spurgeon’s Autobiography, vol. 3
(Pasadena, Tex.: Pilgrim, 1992), pp. 183-184.
{ Cara }
Una manera práctica de fomentar este tipo de oración diaria es utilizar un
calendario de oración. Brian preparó un directorio a fin de que los
miembros de nuestra iglesia pudieran orar cada uno por los demás
mensualmente, y una amiga mía tuvo la brillante idea de poner esos
nombres en unas tarjetas. Cada día pasamos a la siguiente tarjeta para ver
por quién nos toca orar. Las tarjetas descansan sobre la mesa de nuestra
cocina y nos recuerdan por quién tenemos que interceder en cada comida.
Esta rutina ha estimulado el hábito de orar por los miembros de nuestra
congregación y recordar sus necesidades a diario.
***
Fomenta el aprecio
Muchos pastores y sus congregaciones dan por sentado que los hijos de los
pastores amarán automáticamente el evangelio, el ministerio y la iglesia
cuando crezcan. Esta suposición es ingenua. Los pastores debemos enseñar
deliberadamente la buena nueva a nuestros hijos y esforzarnos para que
estos aprecien la iglesia local y nuestro llamamiento a servirla. Deberíamos
hacer tal cosa con oración y confiar en que el Espíritu Santo obrará en sus
corazones.
He descubierto cinco principios que son útiles para enseñar a los niños
acerca del ministerio pastoral. Si los asimilan, les servirán para comprender
lo que hace un pastor y por qué su trabajo es importante. Con estos
principios intento fomentar el amor de los hijos por el ministerio y evitar el
resentimiento que puede surgir de ver que su padre pase tanto tiempo fuera
de casa.
1. “Mi trabajo es muy importante para Dios”. Mediante los escritos del
apóstol Pablo, Dios nos enseña que la tarea de los pastores es buena y
necesaria (1 Ti. 3:1). Se trata de una labor que nos mantiene en el límite
entre la vida y la muerte, lo temporal y lo eterno. La iglesia local es el
principal vehículo mediante el cual Dios ha decidido introducir en el mundo
su reino venidero, y el trabajo del pastor no puede compararse con ningún
otro. Los pastores deben entender esto, y apreciar su cometido antes de
poder enseñar a sus hijos lo valiosa que es su labor. Un pastor necesita
ayudar a sus hijos a comprender que cuando está trabajando y lejos de casa
en diferentes momentos no está ganduleando o desperdiciando el tiempo.
Papá no se va porque no quiera estar con ellos… Cuando el padre se
ausenta, los niños tienen que saber que está trabajando en la edificación del
reino de Dios y sirviendo a Cristo de un modo especial.
Siempre que tengan la oportunidad de hacerlo, los pastores deben incluir a
sus hijos en el trabajo que llevan a cabo. Hay ciertas ocasiones en que los
niños pueden acompañarlos al hospital o a hacer alguna visita, ayudarles a
prepararse para las actividades de la iglesia, orar por los miembros en la
mesa e incluso contribuir a la preparación de su mensaje. Supone una gran
bendición para la familia y la congregación cuando los hijos del pastor
participan de esta manera, de modo que asegúrate de hacer ese esfuerzo
adicional de planear e incluir intencionalmente a tus hijos. Como mínimo,
eso les ayudará a apreciar la importancia de lo que hace su padre.
{ Cara }
Asimismo deberíamos resaltar que el trabajo que hace papá cuando no está
en casa es muy importante también para Dios. En lugar de sentir celos
cuando nuestro esposo come fuera, tenemos que recordar a nuestros hijos
(y a veces a nosotras mismas) que está forjando relaciones y supliendo
necesidades. Y la próxima vez que nos reunamos como familia, debemos
preguntarle con alegría qué tal han ido su tiempo y sus conversaciones,
para poder celebrar la obra que Dios ha estado haciendo por medio de él.
Esto también podemos llevarlo a cabo al orar juntamente con nuestros
hijos por nuestros esposos mientras están fuera de casa.
***
{ Cara }
La palabra de advertencia de Brian es digna de reiterarse. Cuando
hablamos de los asuntos de la iglesia, debemos tener cuidado de no
abrumar a nuestros hijos con detalles innecesarios acerca de la vida de la
congregación. En un esfuerzo por enseñarles a amar a la iglesia, debemos
recordar que llevar las cargas de los creyentes no es su cometido. Una de
nuestras hijas es muy perspicaz acerca de los sentimientos y las actitudes
de las personas y, a menudo, puede identificar cuándo alguien o alguna
familia pasa por dificultades. Debido a su perspicacia, es capaz de
descifrar partes de nuestras conversaciones —cuando ni siquiera nos
damos cuenta de que nos está escuchando— y sentirse abrumada por la
persona o familia en cuestión. Tenemos que ser cuidadosos con esto, ya que
ella no es lo suficientemente madura como para saber manejar esas cargas.
Debemos recordar, asimismo, que nuestros hijos nos oyen aunque no nos
demos cuenta, y debemos ser precavidos hablando del ministerio que
llevamos a cabo. Una buena regla general consiste en mantener
deliberadamente lejos de los niños las conversaciones de carácter sensible.
No es que lo escondamos todo de nuestros hijos, puesto que ellos deben ir
tomando conciencia de que vivimos en un mundo caído lleno de pecado.
Conversamos con ellos acerca del divorcio, la muerte y el suicidio. Sin
embargo, lo hacemos en el contexto de las verdades bíblicas que nos
ayudan a comprender mejor el plan de Dios para su pueblo.
***
{ Cara }
Tanto si eres ama de casa como si trabajas fuera del hogar tienes la
responsabilidad de ayudar en la instrucción de la familia que dirige tu
esposo. Esta instrucción no tiene por qué adoptar siempre el formato de
una reunión formal. Aun en nuestras actividades diarias somos un ejemplo
para que nuestros hijos confíen en Dios y le den gracias en cualquier
situación. Necesitamos manifestar el amor por Dios y su Palabra, y animar
a nuestros hijos a aprender de memoria versículos y estudiar la Biblia con
nosotras. Al someternos a la enseñanza y la guía de nuestros maridos,
estimulamos a los niños a acatar la autoridad e instrucción de papá. Esto
lo ejemplifico mostrándome tan interesada durante nuestros cultos
familiares como quiero que lo estén nuestros hijos; y, cuando no está mi
esposo, refuerzo lo que él ha enseñado por medio de conversaciones con
ellos acerca de la lectura bíblica semanal. También trato de ser modelo
para los niños tomando notas durante nuestros cultos dominicales y
animándolos a hacer lo mismo, aunque sea mediante dibujos, si aún no
saben escribir.
**
Este es un tema sobre el que me resulta difícil escribir; pero, con el paso
de los años, la Billy Graham Evangelistic Association (BGEA) y su
equipo se convirtieron en mi segunda familia sin yo percatarme de ello.
Ruth [su esposa] dice que aquellos de nosotros que viajábamos no
disfrutamos de la mejor parte de nuestras vidas: ver a los niños mientras
crecían. Probablemente tenga razón: yo estaba demasiado ocupado
predicando alrededor del mundo.
Solo Ruth y nuestros hijos pueden decir lo que aquellos largos
periodos de separación significaron para ellos. En cuanto a mí, al mirar
atrás, sé que esos años me empobrecieron mucho psicológica y
emocionalmente. ¡Me perdí muchas cosas por no estar en casa y ver a
los niños crecer y desarrollarse! Y ellos también deben llevar cicatrices
por tales separaciones…
Ahora advierto a los jóvenes evangelistas que no cometan los mismos
errores que yo.[3]
Graham también escribe acerca de los buenos momentos que pasaba con
sus hijos cuando estaba en casa: del amor que los tenía y aún los tiene. Por
la gracia de Dios, hoy disfruta de unas buenas relaciones con sus hijos a
medida que se acerca el final de su vida. El Señor ha sido verdaderamente
misericordioso y fiel con su familia; pero, aunque no se puede acusar a
Billy Graham de un descuido deliberado, él aún se reprocha su negligencia.
Como relata cándidamente, su mayor pesar no está relacionado con algún
otro lugar que hubiera debido visitar y no lo hizo, o con cierto sermón que
hubiese querido predicar una vez más, o con el deseo de haber alcanzado a
más personas con el evangelio (aunque supongo que también acerca de
estas cosas sentirá alguna tristeza). Lo que lamenta principalmente en sus
memorias tiene que ver con su manera de tratar a su familia dándole tan
baja prioridad en su vida.
Aquellos que llevan a cabo hoy un ministerio pastoral necesitan escuchar
las advertencias de hombres como Billy Graham. Necesitamos aprender del
pasado y prestar atención a las sabias palabras de aquellos que han hecho
grandes cosas para Dios pero, al final, acaban teniendo pesares. Debemos
dejarnos instruir por sus errores. De modo que no pases por alto las señales
de advertencia y disponte a hacer los cambios necesarios para evitar esos
patrones de negligencia en tu matrimonio y tu familia. No es demasiado
tarde para el arrepentimiento ni para realizar los ajustes pertinentes que te
permitan pastorear con fidelidad las almas de los miembros de tu familia.
Con esto en mente, te indico cuatro señales de advertencia que debes tener
en cuenta si no quieres lamentarte al final de tu ministerio.
{ Cara }
Asegúrate tú, esposa, de que ese día libre no sea solo para la familia, sino
también para que tu esposo descanse de su trajín semanal. Pueden utilizar
ese día para tener una cita de enamorados, realizar actividades familiares
divertidas y relajarse juntos en casa. A veces caemos en la trampa de
intentar hacer un sinfín de cosas porque es el día libre de papá y contamos
con su ayuda. Aunque tu esposo esté dispuesto a hacerlo, anímale a
disfrutar verdaderamente de un día de descanso. Si algunas tareas de
nuestra lista tienen que esperar… ¡que esperen! En última instancia, no nos
acordaremos del montón de ropa para lavar, pero sí del tiempo que no
dedicamos a nuestros esposos e hijos.
***
{ Cara }
¡Disfruten de sus esposos! ¿Cuándo fue la última vez que hiciste una pausa
y reflexionaste sobre todas las cosas que aprecias de tu esposo, o sobre
todas las presiones y exigencias que él afronta cada día? ¿Cuánto tiempo
ha pasado sin que le dieras las gracias por todo lo que hace por la familia?
¿Y cuál ha sido la ocasión más reciente en que saliste con él y disfrutaste
simplemente de su compañía? Nuestros esposos necesitan saber que no solo
deseamos tenerlos cerca, sino también disfrutar de ellos. Debemos resistir
la tentación de recibirlos a la puerta con una lista de quehaceres o de
quejas por cómo ha sido nuestro día. Esto no quiere decir que no podamos
hablarles de estas cosas, pero tenemos que reflexionar sobre qué es lo
primero que deseamos que sientan al entrar por la puerta, y luego actuar
de manera intencionada para conseguirlo. ¿Cómo te gustaría que te
trataran después de estar un día entero fuera de casa? Que sea una
prioridad para ti hacerle sentirse a gusto durante los primeros cinco
minutos en el hogar.
***
***
[1] Doreen Moore, Good Christians, Good Husbands? Leaving a Legacy in Marriage and
Ministry (Ross-shire, Scotland: Christian Focus, 2004), p. 136.
[2] Citado en “Biographies: William (Billy) F. Graham”, Billy Graham Evangelistic Association,
www.billygraham.org/biographies_show.asp?p=1&d=1 (accedido en enero de 2013).
[3] Billy Graham, Just as I Am: The Autobiography of Billy Graham (Nueva York: HarperCollins,
1997), pp. 702-703. Publicado en español por Editorial Vida con el título Tal como soy.
[4] Ibíd., p. 710.
Reflexión
Pensamientos de un HP
“Hijo de pastor”
¿Cómo lidias con las exigencias y las tensiones de la vida en el
hogar de un fiel pastor de las ovejas de Cristo? Mi padre contendía
por el Señor tanto fuera como dentro de su familia, preocupándose
por su esposa y luchando por las almas de sus hijos al mismo
tiempo que trataba de cuidar de la grey de Dios y alcanzar a los
perdidos. El llamamiento del pastor convierte su casa en un lugar
donde las mayores profundidades del pecado y las cumbres más
altas de la gracia parecen convivir en la más estrecha compañía.
Puedo recordar las burlas de alguien que criticó a mi padre y su
labor, pero también las lágrimas de otro, al enterarse de que
desechamos la silla donde estaba sentado cuando se convirtió. Me
acuerdo de quienes parecían suponer que eran la única prioridad
del pastor, y de la ternura con que mis padres ministraban a
aquellos que creían no tener ya ninguna esperanza. También
recuerdo las demandas urgentes y repentinas del ministerio que
podían causar desilusión en los hijos, y a mi padre de rodillas
intercediendo por nosotros y por otras personas. Asimismo recuerdo
la evidente despreocupación de algunos miembros por asistir a los
cultos y la diligente preparación que hacía mi padre para predicar
domingo tras domingo, mañana y tarde, semana tras semana… sin
olvidar la malevolencia de las acusaciones que se lanzaban a
menudo contra aquel fiel siervo de Dios y su tristeza mientras
lloraba por el alma del difamador.
Los hijos de los pastores ven a menudo lo peor del mundo y de la
iglesia. Ven la desconsideración y despreocupación de los
discípulos de Cristo en su debilidad y pecado. No es posible revestir
de oro la vida cristiana cuando vives en el hogar de un pastor… y
mis padres eran demasiado honrados para intentarlo.
Así que mientras crecía, y antes de convertirme al Señor, veía el
cuadro del mundo en tonos muy oscuros. Reconozco que quizá no
todos los hijos de pastores compartan la misma experiencia; pero yo
no solo luchaba con mi propio pecado sino también con la
pecaminosidad de otros. Únicamente cuando el Dios misericordioso
comenzó a obrar en mi corazón, las cosas empezaron a cambiar.
Entonces percibí no solo la fealdad del pecado humano sino
también la belleza de la gracia divina y soberana: esa gracia que era
tan prominente en las vidas de mi padre y mi madre, y en el
ministerio de mi padre.
Después de convertirme, no tenía especialmente ganas de ser
pastor; entre otras cosas, porque entendía lo que esto implicaba.
Pero también conocía que nuestro Padre celestial sabe cómo cuidar
y vindicar a sus siervos. Tenía claro que valía la pena amar y servir
al Dios de mi padre: amarle mucho y servirle bien. Estaba al
corriente de lo mucho que costaba hacerlo, pero también de los
gozos, las bendiciones y las recompensas que lo acompañan. Si los
hijos de los pastores ven lo peor, a veces también presencian lo
mejor.
Cuando pienso en mi padre, recuerdo la descripción que Jesús hace
de Natanael: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay
engaño” (Jn. 1:47). Mi padre no era ni un padre ni un pastor
perfecto, y mucho menos lo soy yo; pero el Dios a quien servimos es
completamente santo y absolutamente misericordioso, y la gracia de
su Hijo basta para sus siervos y las familias de estos. Mi padre
estaba lejos de ser perfecto; sin embargo, siempre trataba de servir
a Cristo de un modo transparente y fiel, y eso es lo que necesitan
ver los hijos de los pastores. La mejor forma de enseñar a tus hijos a
amar a la iglesia y su ministerio es amar a Jesucristo —que es su
Cabeza—, a los cristianos —que son su cuerpo—, y a la familia que
el Señor te ha dado. En última instancia, la estabilidad y seguridad
de los hijos de los pastores dependen de un hogar y una familia en
la que el padre dice: “Yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos.
24:15). Es solo cuando Cristo está en su trono que todo lo demás
ocupa su lugar correspondiente.
Los pastores no pueden aislar completamente a su familia de las
realidades de la vida en un mundo pecaminoso como el nuestro, ni
tampoco creo que deban hacerlo. Su responsabilidad es protegerla,
no engañarla. El pastor debe señalar con el dedo a Jesús y —
mediante su enseñanza, ejemplo y oración— educar a sus hijos
para que glorifiquen a Dios con sus vidas mientras se abren camino
en el mundo. Y puesto que las realidades del pecado y la gracia son
tan prominentes en el hogar de los pastores, ese hogar constituye
una buena base para explicar y honrar la doctrina de Dios.
Esta reflexión la escribió el hijo de un pastor que, más tarde, también llegó a ser pastor.
Título del original: The Pastor’s Family, © 2013 por Brian y Cara Croft y publicado por Zondervan,
Grand Rapids, Michigan 49530. Traducido con permiso.
Edición en castellano: El pastor y su familia, © 2016 por Editorial Portavoz, filial de Kregel, Inc.,
Grand Rapids, Michigan 49505. Todos los derechos reservados.
Traducción: Juan Sánchez Araujo
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