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El origen de la Danza Moderna en México

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Décimo Quinta Edición Octubre 2015

Actualizado: Tuesday, November 3, 2015 - 11:02

Autores:

Gabriela Ruíz González

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CAPÍTULO DE LIBRO

Resumen

La danza es la expresión a través del movimiento corporal que el ser humano ha usado para
manifestarse a través del tiempo. La danza moderna se convirtió en una nueva manera de utilizar
el cuerpo y adquirir innovadoras y particulares formas danzarias fuera de las establecidas hasta el
momento. El presente trabajo es un capítulo de un libro elaborado con el propósito de servir como
material de consulta para el estudio de las principales aportaciones en la danza moderna y
contemporánea, basado en el plan de estudios de la materia de historia de la danza
contemporánea en la Licenciatura en Danza de la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma
de Chihuahua. Se abordan en este capítulo, sólo los principales aspectos del origen y desarrollo de
la danza moderna en México. Es también, punto de partida para orientar la búsqueda más
exhaustiva en el abanico de posibilidades que posee.

El origen de la danza moderna en México

Para abordar la danza moderna en México es necesario conocer a grandes rasgos el panorama
cultural en que se encontraba el país, dentro de una búsqueda de nacionalismo surgen distintas
manifestaciones. Tortajada indica que de 1836 a 1867 es cuando surge la primera generación de
mexicanos, en un impulso por formar la cultura nacional. Y aunque la danza se presentó siguiendo
estándares europeos como el ballet romántico y danzas españolas, hubo cabida para que
bailarinas extranjeras como Anna Pavlova interpretaran danzas mexicanas, con ello se
reconocieron mas tarde a bailarinas de la época romántica mexicanas como María de Jesús
Moctezuma, Julia Flores, María de Jesús Martínez y Lorenza Guerra. El triunfo y aceptación de
bailarines extranjeros y nacionales permitieron para el año de 1850 abrir el panorama e impulsar
el desarrollo del ballet en el país. A partir de ello la sociedad burguesa busca los foros como un
entrenamiento y recinto para divertirse y socializar. Aparecieron distintas propuestas escénicas
como la opera, el cancán, los bailes excéntricos, danzas mexicanas, espectáculos de variedades,
entre otras. Para los primeros años del siglo XX ya habían visitado el país numerosas compañías
con distintas propuestas, algunos de los artistas se arraigaron a la vida en el México sintiendo el
apoyo de empresarios, gobierno y la sociedad en general para crear sus obras, factores que
permitieron enriquecer la danza escénica.[1]

Para 1910 con Porfirio Díaz a cargo de la nación, la influencia extranjera dejó su legado y es el
periodo en que realmente se promovió el apoyo a la educación artística; fundando así las primeras
instituciones culturales como la Dirección General de Bellas Artes en 1915 y añadiendo a la
educación escolarizada la materia de danzas y bailes regionales, mas tarde se fundan escuelas
artísticas. Tiempos revolucionarios en que los artistas de la época apelaron a las masas populares,
a la misma revolución y también a estar comprometidos socialmente. Lucharon por encontrar sus
raíces y apropiarse de ellas, dando con ello una identidad al pueblo mexicano.

Para 1921 José Vasconcelos buscando la renovación cultural y el rescate de las raíces nacionales,
logra crear la Secretaría de Educación Pública (SEP) y queda como rector de la Universidad y de
Bellas Artes. Dentro de su proyecto se logró la salvación-regeneración del país, y uno de los
proyectos más importantes que logró y fue determinante para la danza, fue el establecimiento de
misiones culturales, formadas por especialistas en distintas áreas que tenían como propósito crear
escuelas rurales, capacitar maestros, construir casas y difundir el arte y cultura indígena.

Las danzas y los bailes indígenas se conocieron en las ciudades, en las escuelas sirvieron como
material básico y se difundieron entre maestros y estudiantes. Las misiones culturales constituyen
el primer acercamiento a esas manifestaciones dancísticas, que traerán como resultado que se
vuelvan espectáculo y, con eso, su deformación.[2]

Vasconcelos además autorizó el proyecto del arquitecto Samuel Chávez, quien se interesó en
difundir la disciplina de Dalcroze en la danza mexicana ya que consideraba que era “una gimnasia
simultáneamente mental y física”.[3] Se impulsó la danza, registraron y difundieron las danzas
populares, se promovió la cultura física, los espectáculos masivos y en general las artes populares.
Es entonces en la década de los treinta que se inició en México una nueva aplicación de la danza,
en esta etapa los coreógrafos son influenciados tanto por músicos como por los muralistas y
escritores de la época. Es necesario mencionar la creación de la Escuela de Danza del
Departamento de Bellas Artes en 1932, con Carlos Mérida a cargo, “Se reivindicaba a la danza
popular como fuente legítima de la danza académica, y se establecía que debían utilizarse técnicas
modernas para llegar a la elaboración de un nuevo lenguaje a partir de las raíces nacionales” [4],
dentro del equipo de trabajo se encontraban Gloria Campobello (1911-1968) y Nellie
Campobello[5], importantes figuras dedicadas a la construcción de la danza en el país, con el paso
del tiempo llegaron a convertirse en encomendadas exclusivas, y bajo el fundamento, el lenguaje y
la técnica del ballet clásico, se produjeron obras nacionalistas de gran importancia como 30-30,
Alameda 1900, umbral entre otras. La Escuela de Danza abrió camino para mantener la tradición
de la danza mexicana y crear una nueva, fue creada con el propósito de:

[…] poner al alcance de nuestra juventud enseñanzas y útiles indispensables para contribuir, con
trabajo seriamente experimental, el desarrollo de la latente necesidad espiritual de expresión por
medio del baile y preparar las bases de una coreografía mexicana moderna.[6]

Para 1937 la escuela toma el nombre de Escuela Nacional de Danza y queda Nellie Campobello
como directora, ahora se buscaba impartir enseñanza profesional dancística. Además existían
otros artistas que trabajaban aisladamente en pro de la danza mexicana como Dora Duby, Xenia
Zarina y Sergio Franco.

Diversas circunstancias contribuyeron al surgimiento de la nueva danza en México, entre ellas la


llegada al país en 1939 de dos destacadas bailarinas y coreógrafas norteamericanas: Waldeen Von
Falkenstein (1913-1993) y Anna Sokolow, grandes artistas y dignas representantes de la danza
nacionalista en México, ambas transmitieron a sus bailarinas el espíritu de la danza moderna.
Aunque ambas habían seguido las líneas de la expresión consciente e incluso compartieron
espacios e intereses, sus trayectorias habían partido de puntos diferentes.

Sokolow surgió dentro de la danza moderna y desarrollo sus danzas encaminadas por la
motivación sociológica, incluso recurrió al ballet; considerándolo una fuente de aprendizaje para él
movimiento, mientras que Waldeen se formó en la danza clásica la cual después consideró caduca,
construyo sus nuevos conceptos fundamentada en el movimiento revelador de las emociones, tal
como lo hacía Isadora Duncan. “Ambas eran artistas revolucionarias: Sokolow por su postura
política y audacia creativa; Waldeen porque transformó la danza a partir de un movimiento nuevo,
orgánico y hermoso”.[7] Su trabajo coincidió en colaborar con grandes artistas e intelectuales
mexicanos, quienes pretendían impulsar una danza con un nuevo reflejo y renovación a la que
aspiraba el país.

Anna Sokolow luego de una temporada de presentaciones en el Palacio de Bellas Artes, logra un
contrato de ocho meses para ser maestra en la Casa del Artista, y en 1940 forma la compañía de
danza moderna con bailarinas de la Escuela Nacional de Danza llamado La Paloma Azul, un
importante grupo el cual integra junto con Sokolow a artistas como el músico Rodolfo Halfter y el
literario José Bergamín; juntos formaron un triangulo fundamental que tomaría el lema “Las artes
hice mágicas volando” [8]. Aunque la alianza se desintegró, dio pie para formar un grupo de
bailarinas: las “sokolovas”, integrado por Ana Mérida (1922-1991), Rosa Reyna (1924-2006),
Martha Bracho (1927), Raquel Gutiérrez y Carmen Gutiérrez.

She was telling us that there is a light here (she points to the area of the chest above the sternum)
that lights the whole face. You must never hold your head in such a way to cut off that light”. (Ella
nos decía que hay una luz aquí [apuntaba al área del pecho arriba del esternón] esa luz ilumina
toda la cara. Nunca debes mantener la cabeza de manera que corte esa luz).[9]

Anna les recordaba a sus alumnas que debían poner más energía en esa luz, que venía desde
adentro. Debían sentir todo el cuerpo, la energía, la sangre, a través de los poros, los dedos, a
través del espacio y proyectándolo en su propia manera de ser y su personalidad. Conceptos
nuevos para sus nuevas estudiantes en México, y aunque en un principio estuvieron temerosas de
la manera de trabajar de Sokolow tan distinta a lo conocido, lograron integrarse y tomarle un gran
cariño y pasión a su maestra.

Por su parte Waldeen estuvo en tierra mexicana para el año 1934, en una gira con la compañía de
Michio Ito[10]. Es aquí donde conoció y se involucró con artistas mexicanos, y queda fascinada por
la tierra y esencia mexicana; para 1939 inmigra a México (donde pasaría el resto de su vida) por
invitación del Departamento de Bellas Artes de la SEP y Celestino Gorostiza quien fue director
general de Bellas Artes, la invita a formar una compañía oficial de danza moderna, el Ballet de
Bellas Artes. Acuden un grupo de bailarinas que habían abandonado la Escuela Nacional de Danza
por problemas con Nellie Campobello, entre ellas: Guillermina Bravo (1920-2013), Lourdes
Campos, Amalia Hernández (1917-2000) y Josefina Lavalle (1924-2009) e inician el trabajo.
Lograron éxito con sus coreografías, escenografías, vestuarios y música, impregnadas de completa
esencia mexicana. “[…] Yo creé un movimiento de acuerdo con la fisonomía, filosofía y psicología
del mexicano […] Para mí, el mexicano, la mexicana son únicos. El mestizaje ha producido algo
muy especial: su temperamento, su capacidad emotiva”[11]. Waldeen enseño a sus discípulos a
conocer y reconocerse en su país, en sus artistas y en el arte popular. Su obra más representativa
en la danza nacionalista mexicana se podría decir que fue La Coronela.

Ambos grupos Sokolow y Waldeen, se organizaron y presentaron frente al público mexicano, el


cual acoge con entusiasmo la danza moderna. El grupo de Waldeen trabajó varios años
ininterrumpidamente, mientras que Sokolow viajaba periódicamente para el montaje de las
coreografías. Ambas artistas expresaban cada una a su manera el espíritu de la modernidad;
“Sokolow utilizaba la danza clásica y la técnica Graham (la cual Waldeen siempre criticó); Waldeen
mantenía ciertos elementos del ballet pero seguía parámetros de la danza alemana”.[12]
Las alumnas de ambas fueron la primera generación de bailarinas de danza moderna en México,
crearon danza renovadora y nacionalista, bajo un concepto totalmente diferente al ballet, un
lenguaje que habló por México; del indio, del campesino, del obrero, del revolucionario. Danza
moderna, danza nacionalista que se asimilaba a los murales, una danza que ilustraba con sus
movimientos y gestos, más que llevar a limite las posibilidades de la danza, generó un nuevo
lenguaje en México y un nuevo criterio a los espectadores en conceptos de identidad y
nacionalismo; la cual más delante sería la base para crear el nuevo lenguaje dancístico.

Para 1946, cuando la maestra Waldeen vuelve a Estados Unidos, Guillermina Bravo y Ana Mérida
(quien también sufría la partida de su maestra Anna Sokolow) fundan el Ballet Waldeen, un grupo
que no tenía escuela y se movía únicamente por las ganas de los integrantes de bailar. En 1947 se
crea la Academia de la Danza Mexicana bajo la dirección de ambas, se fundó con el propósito de
dedicase a la creación, investigación y difusión de la danza, dentro de la academia, tambien
participaban Lin Duran, Amalia Hernández, Josefina Lavalle, entre otros. Debido diferencias
artísticas y posturas políticas que mantenían las directoras el grupo se separa y Guillermina firma
su renuncia, Ana asume la dirección por un tiempo, hasta que se nombra a Fernando Wagner
director. . “[…] Un pesado ambiente de abandono y hostilidad caía sobre la escuela [...] Pero entre
ambas se había solidificado una provechosa unidad de propósitos y de esperanzas […]”.[13]

Guillermina Bravo, una de las coreógrafas mexicanas más sabias que tuvimos, fundadora de
instituciones fundamentales de la danza, se le atribuye a finales de los años cincuenta la transición
de la danza nacionalista a la danza contemporánea. En 1939 se convirtió en alumna de la maestra
de ballet Estrella Morales−quien enseñaba eso que llamaban duncanismo−, junto con Amalia
Hernández, Josefina Lavalle y otras bailarinas. Para 1948 Guillermina, en colaboración con Josefina
Lavalle fundó el Ballet Nacional de México, como grupo autónomo para difundir danza
contemporánea fuera de cualquier restricción gubernamental, con su anhelo más importante “La
libertad del artista para la creación de su obra”[14]. Sus primeras coreografías fueron catalogadas
por los críticos de nacionalistas, luego vinieron los temas sociales, los mágico-rituales tomados de
mitos indígenas, composiciones para solistas, piezas sobre el amor y la muerte, y las propuestas
didácticas.

El surgimiento del Ballet Nacional cimienta el desarrollo de la danza moderna mexicana, a través
de los tres principales cauces de la danza: Academia de la Danza Mexicana, Escuela Nacional de
Danza y Ballet Nacional de México. Durante este auge algunas importantes figuras son atraídas e
incorporadas al movimiento, como la de Xavier Francis (1928-2000), bailarín norteamericano que
llega a México en 1950, contratado por Covarrubias como maestro en la Academia de la Danza
Mexicana, y se da paso a la siguiente etapa de la danza moderna, donde enseñanzas esporádicas
de profesores visitantes complementaron la técnica y estimularon a los grupos y compañías de
bailarines mexicanos. A Miguel Covarrubias se le atribuye una importante participación en la
renovación de la danza: “…le debemos esta espléndida temporada de danza moderna que desde
su primera presentación reconcilió definitivamente a los amantes del ballet clásico, con los pies
desnudos y el general naturalismo anticirqueril de la danza moderna”.[15]

José Limón fue otro artista que complementó la nueva danza, llega a México en esta etapa crucial
de la danza moderna, logra una residencia en la ciudad de México en 1951, patrocinada por el
INBA, con Miguel Covarrubias aun como director; trabajó con la Academia de la Danza Mexicana,
creando coreografías y dirigiendo durante su temporada. Usa temas relacionados con tradiciones
mexicanas, así como música tradicional del país. Presentó obras como La pavana del Moro (que ya
tenía en su repertorio), Los cuatro soles, Tonantzintla (inspirada en la iglesia de Tonantzintla); y
después, en otra visita en 1961, ofrece Missa Brevis, entre otras obras.

Y aunque en un principio el Ballet Nacional de México, con Guillermina Bravo a cargo como lo
hemos dicho, colaboró con la formación de bailarines, escenógrafos, músicos, dramaturgos y
pintores, no contaba con un entrenamiento técnico adecuado a las exigencias de la creación
coreográfica y al desarrollo de la danza contemporánea mexicana. Fue a principio de los años
sesenta que con el apoyo del INBA llegan otros maestros invitados a México como David
Wood[16] (1925-2002) y permiten a Guillermina y a sus maestros crear una generación de
bailarines contemporáneos quienes dieron nueva vida a la danza. Fue el grupo independiente más
sólido del país que tuvo como premisa la misión de coadyuvar al desarrollo y la integración
cultural, social y nacional de México, así como el comunicarse a través de un nuevo lenguaje
dancístico conocido posteriormente como danza moderna. Logró también grandes e importantes
aportaciones como la sistematización en la enseñanza profesional de la danza moderna y
contemporánea, tomando la técnica Graham como base para formar a sus bailarines, puesto que
en aquella época (mitad de los setenta) se caracterizaba como la técnica más adecuada para la
formación de los cuerpos latinos, por ser más flexible, terrestre y concentrada.

Otro importante coreógrafo quien participó en este proceso de cambio hacia la danza
contemporánea fue Luis Fandiño[17] (1931), gran figura masculina de la danza mexicana
contemporánea e influenciado por Xavier Francis, plantea un concepto metodológico riguroso
para lograr cuerpos más fuertes, alargados y estéticos. Incursiona y aplica nuevas vías,
consideradas para entonces experimentales como la improvisación. “Fandiño concibe la danza
como un intento de movimiento puro; en ningún momento el cuerpo humano debe forzarse para
hacer lo imposible…”[18]. Hace hincapié en lograr lo posible mediante el movimiento natural y el
virtuosismo personal. A partir de aquí se reconocen nombres de bailarines-creadores con
preparaciones universitarias como Jaime Blanc (1949), Federico Castro (1933) formados en el
BNM, Raúl Flores Canelo (1929-1992) fundador, director y coreógrafo del Ballet Independiente,
Gladiola Orozco (1934) cofundadora del Ballet Independiente junto a Michel Descombey (1930-
2011) y fundadora del Centro de Formación Profesional de Enseñanza Abierta del Ballet Espacio
Independiente, Gloria Contreras (1934) fundadora del Taller Coreográfico de la Universidad
Nacional Autónoma de México en 1970, Susana Benavides (1942), Nellie Happee (1930) miembro
fundador de la actual Compañía Nacional de Danza, Onésimo González (1935), Rossana Filomarino
(1945), Marta Bracho (1927) y Lila López, creadora del Festival Nacional de Danza , el cual tiene
como objetivo sensibilizar al público para la danza contemporánea, la participación y convivencia
de los grupos (1981).

Todos trabajan de alguna manera en la transformación de la nueva danza para forjar el deseo de
expresar y prepararse académicamente, así como fungir como importantes creadores de grupos
independientes e institucionalizados. Su labor es la estructura de la danza contemporánea actual;
impulsados por el dinamismo y capacidad de gestión, han hecho posible la experiencia de la danza
en sus múltiples tendencias.

Gracias a la experimentación de coreógrafos y grupos, este desarrollo ve con claridad el


rompimiento de las bases elementales de la danza moderna, y para 1971 Gloria Contreras inicia su
Taller Coreográfico de la Universidad Nacional Autónoma de México. También es importante
mencionar la creación de la Compañía Nacional de Danza en 1973 (ballet clásico), el quehacer de
Amalia Hernández desde 1952 con su Ballet Folklórico resulta indispensable aludir, logró
presentaciones en televisoras que le sirvieron para obtener fama y reconocimiento, su estilo
inspirado en el folklor Mexicano, pero a la vez desarrollado en un contexto de espectáculo le
otorgo críticas positivas y una excelente aceptación, aunque algunos consideraron que no era una
autentica representación mexicana, “[…] el espectáculo, divertido y colorido, era más adecuado
para un cabaret refinado y para turistas[…]”[19], a pesar de ello y con el reconocimiento de la
misma Amalia “[…]al trasladar el teatro una expresión popular, se sacrifica parte de su
autenticidad para convertirla en espectáculo[…]”[20], la compañía se convirtió en representante
de la danza mexicana a nivel internacional.

Todo este movimiento significó un cambio de la danza moderna, para convertirse en danza
contemporánea, permitiendo así la apertura a nuevos formas y lenguajes de la danza, distintas
técnicas y adiestramiento del bailarín profesional.

[…] la danza que se hace en México ofrece puntos de interés estético, social, histórico y técnico
suficientes para observar con atención y esmero criterio la iniciación de un ciclo de actividades
dancísticas notables.[21]

Los artistas que siguieron sus ideales y se hicieron presentes defendiendo el valor de la danza,
abrieron caminos para reconocerla como un medio de expresión autentico, un arte lleno de
inteligencia e ingenio. Todos ellos construyeron la danza en México dentro de nuevos discursos
corporales y lograron la aceptación social. La danza como un lenguaje corporal del intelecto, la
cultura y la pasión.

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