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LOS ARBOLES MUEREN DE PIE

ACTO I PRIMERA PARTE

Resumen

El acto comienza con una detallada descripción del espacio. Se trata de una habitación
claramente dividida en dos: por un lado, una gran oficina moderna; por otro, un pequeño
camarín de teatro. Al comenzar, asistimos a una conversación entre la Mecanógrafa y Helena,
la secretaria. Helena se muestra severa con la Mecanógrafa, indicándole que debe tener sumo
cuidado: cualquier error puede resultar en catástrofe para la organización en la que trabajan.

Seguidamente, entra en escena un pastor protestante que se queja frente a Helena por los
trabajos que le mandan a hacer. Pronto descubrimos que se trata de un actor, gran académico
que sabe trece idiomas y tiene cinco títulos universitarios. Siente que sus capacidades están
desperdiciadas y que el hecho de ser llamado en clave y que nadie en la organización conozca
su verdadero nombre lo deshumaniza. La Secretaria lo disciplina: le marca la importancia de
todo trabajo, la seguridad que les provee que no se conozcan los nombres entre ellos y la
lealtad hacia la causa. Cualquier desliz puede terminar en el fracaso de la misión o, inclusive,
en la cárcel. Le indica su nuevo trabajo: vestido como marinero, debe alegrar a unos
muchachos noruegos entonando canciones de su patria.

A continuación, hace su entrada el ilusionista. Nuevamente, se trata de un actor, no de un


mago real. También él se queja: llevar globos, aunque sea parte del personaje, es poco serio.
Helena le advierte que no se acepta la indisciplina y que las puertas están abiertas para
renunciar. El ilusionista rechaza la oferta y Helena lo deja solo junto al pastor, con quien
conversan sobre las dificultades del trabajo mientras se cambian de disfraz. Ambos se sienten
frustrados: para el pastor, la gran dificultad es no ser llamado por su verdadero nombre. Se lo
conoce como F-48, pero su verdadero nombre es Juan, según le confiesa al ilusionista,
violando las normas de seguridad. Pero su compañero está obstinado en llevarle la contra: no
les da importancia a los idealismos; desdeña la figura del gran escritor Shakespeare (favorito
del pastor) y dice que se aguanta tener que usar su clave, X-31, aunque lo siente algo extraño.

A partir de los diálogos entre los personajes, empezamos a entender que este misterioso
trabajo consiste en simular papeles específicos para intervenir en la vida de las personas para
lograr su felicidad. Una mujer solterona que se siente sola, unos muchachos que añoran la
patria, unos niños infelices: cualquier misión vale la pena.

En ese momento aparece Isabel, una muchacha de ojos tristes y boina francesa. Entra en
escena seguida de Helena, quien se sienta al escritorio y les pide a los actores que las dejen
solas. Ellos se retiran ante la mirada desconcertada de Isabel.

Análisis

La obra comienza con una descripción detallada del espacio, que servirá no solo para indicar
cómo es el lugar donde se mueven los personajes, sino que marca el tema principal de la obra:
la relación entre el mundo real y la fantasía. Por un lado, tenemos la oficina como un símbolo
del mundo de la eficiencia, lo práctico, lo real. Del otro lado tenemos un camarín de teatro: un
espejo, trajes exóticos, un maniquí, y utilería variada. Esto representa lo contrario: el mundo
de la simulación, la fantasía, lo irreal. Casona marca explícitamente el contraste que tiene que
existir en escena entre estas dos partes: el “aspecto burocrático” del escritorio, los ficheros y
las carpetas, contrapuesto con el “rastro sospechoso de fantasía” del rincón artístico.

En la misma línea, las figuras de los actores (el pastor y el ilusionista) representan el lado
artístico de la empresa, mientras que la mecanógrafa forma parte del sector administrativo y
mundano. En este primer momento, esa relación entre lo real y lo irreal está dado por el
contraste. Tanto en el escenario como a partir de la conversación entre el pastor y el
ilusionista, nos encontramos entre dos mundos demarcados a los que les cuesta convivir. El
pastor y el ilusionista añoran una vida sin simulación, donde sus conocimientos y habilidades
puedan darse en libertad, a la vista: la universidad para uno, el circo para el otro.

Junto a este tema, aparece aquí otro fuertemente ligado al primero: la identidad. El trabajo en
la organización precisa que cada uno de sus integrantes haga uso de sus saberes personales.
Las acciones en las que intervienen no son al azar. Eso queda claro cuando Helena le explica al
pastor por qué lo necesitan para alegrar a los muchachos noruegos (su conocimiento del
idioma) y no para otros golpes, como el del Club Náutico, en el que su academicismo no era
necesario. A pesar de esto, el pastor siente una pérdida de la identidad. Vemos esto en las dos
quejas que formula: que lo utilicen para trabajos que él considera “menores”, sin la
importancia que cree merecer; y que no lo llamen por su nombre.

Este último elemento es fundamental: el nombre simboliza su identidad más profunda como
ser humano. Durante su conversación con el ilusionista, el pastor cita la obra Romeo y Julieta
de William Shakespeare, en la que el apellido de los enamorados es el de dos familias
enfrentadas a muerte. Allí, el personaje de Romeo cuestiona el hecho de que la identidad esté
en un nombre, que el apellido Montesco le impida casarse con su amada Julieta: su nombre no
es ella. Para el pastor, sin embargo, el nombre sí tiene gran importancia, tanto que, aunque
entiende el porqué de las reglas, las viola confesando su nombre al ilusionista. Irónicamente,
su nombre es Juan, uno de los más comunes en Hispanoamérica. Pero aun así, dice, es un
nombre humano.

Si bien el ilusionista dice que aguanta ser llamado por su nombre en clave, confiesa: “La
primera vez que me oí llamar así pensé que estaban llamando a un submarino” (34). Él
también siente que su identidad se difumina. A lo largo de la conversación, ha contradicho o
dado poca importancia a lo que dice el pastor, pero al final le confiesa: “No somos nadie,
hermano: usted, un catedrático sin cátedra; yo, un ilusionista sin ilusiones. Podemos tratarnos
de tú”. (35) Irónicamente, los dos personajes que trabajan como actores, pudiendo
representar a cualquiera, no pueden ser en la vida real lo que realmente son.

Que esta conversación termine de esta manera no es casual. Estos personajes sientan el tono
tragicómico de la obra. Tanto el pastor como el ilusionista son personajes cómicos. El pastor se
presenta con una hipérbole: sabe trece idiomas y tiene cinco títulos universitarios. Se trata de
un personaje exagerado en su erudición, grandilocuente y un poco pedante; una parodia de un
gran catedrático. El ilusionista, por otro lado, se empeña en desestimar lo que su compañero
dice y lo contradice hasta en su valoración del reconocido escritor Shakespeare. Mientras lo
hace, come una banana, se limpia con un pañuelo de mago, tira un chorro de agua de su oreja.
Es, en esencia, un payaso, perfecto opuesto de su compañero. Sin embargo, el final de la
conversación, si bien irónico, no deja de ser serio. En ese momento, ellos toman conciencia de
su verdadero ser. La llegada de Isabel interrumpe este estado y los devuelve a su estado
cómico: haciendo ruidos de payasos, esta pareja dispareja de actores se retira ante la mirada
desconcertada de la muchacha, quien no entiende qué sucede.

ACTO I SEGUNDA PARTE

Resumen

Una vez que el pastor y el ilusionista salen de escena, Helena e Isabel empiezan a hablar.
Utilizando el intercomunicador, la Secretaria le informa al Director la buena noticia: “los ojos
tristes” que esperaban acaban de llegar. Este se alegra y responde que pronto se presentará a
atenderla. Isabel no sabe quién la citó ni para qué. Se la ve nerviosa, a punto de entrar en
llanto. Helena la invita a sentarse y la tranquiliza diciéndole que está entre amigos, incluso
quizás entre compañeros.

En ese instante entran la mecanógrafa y el anciano señor Balboa. Él viene con recomendación
del doctor Ariel, quien, se deduce, es el fundador de la organización. Tampoco él sabe por qué
lo han citado. Se sienta al lado de Isabel mientras Amelia, la mecanógrafa, arma una ficha con
su nombre.

A continuación, se suceden una serie de situaciones extrañas para los dos visitantes. El pastor
vuelve a entrar, ya disfrazado de marinero y preguntando si debe llevar el acordeón; Helena se
lleva un sombrero de copa dejado por el ilusionista, del que trata de escapar un conejo; llaman
a la mecanógrafa por teléfono y ella menciona en voz alta a unos niños secuestrados y un
fumadero de opio. Los dos visitantes comienzan a conversar, tratando de entender qué
sucede. Balboa cree que han caído en una trampa. El pastor vuelve a entrar y parece confirmar
su sospecha cuando les recomienda que se retiren a tiempo de la empresa, antes de que vean
desperdiciados sus talentos, como le pasa a él.

Decididos, Isabel y Balboa comienzan a planificar el escape justo cuando entra otro actor: el
mendigo. De su rota capa comienza a sacar numerosos objetos de valor mientras habla por
teléfono, confirmando que cumplió con su misión. Luego se retira. Seguido entra el cazador
con dos perros, dando un grito tirolés. Tanto el pastor y el mendigo como ahora el cazador
hablan a los perplejos invitados como si estos conocieran la organización, lo que genera
malentendidos. Ante esa situación, Isabel es presa del pánico: cree que se encuentran frente a
una pandilla de locos sueltos. Comienza a gritar y a golpear la puerta de la dirección, cuando
de repente sale Helena con el Director, Mauricio. Mientras que la secretaria se lleva a Balboa
para aclararle la situación, quedan en escena Mauricio e Isabel.
Es en esta conversación que descubrimos cómo llegó ella a la organización. Su verdadero
nombre es Marta. Luego de una vida de miseria y tras perder su trabajo, ella trató de
suicidarse la noche anterior, pero fue salvada por Mauricio, quien le tiró un ramo de rosas por
su ventana. Al otro día le dejó una invitación para que asista a las oficinas. Así es como llega,
sin saber qué esperar. Mauricio pasa a explicarle en qué consiste la organización, fundada y
financiada por el doctor Ariel, y dirigida por él. Se trata de una institución de beneficencia
pública para el alma.

Mauricio cuenta diferentes misiones de la organización: la simulación de un fantasma en un


barrio de comerciantes, las misiones del mendigo y del cazador, el fracaso que supuso el
secuestro de niños para que sus padres empezaran a preocuparse más por ellos. Destaca una
misión en la que convencieron a un juez para que no firmara una sentencia de muerte. El juez
era insensible pero amante de los pájaros. Al momento de firmar, un imitador de pájaros cantó
como un ruiseñor. Conmovido, el juez decidió perdonar al prisionero.

Después de la explicación, el Director le propone a Marta-Isabel formar parte de la


organización. Ella acepta y recibe su primera misión: pasar caminando por detrás de una cárcel
y sonreír a los presos todas las mañanas.

Luego de que Marta se retira, el Director llama al señor Balboa, ya enterado del carácter de la
institución por Helena. Este le cuenta su problema. Balboa tiene un nieto llamado Mauricio,
que fue criado por él y su esposa luego de quedar huérfano. El amor sobreprotector y la falta
de disciplina hicieron que el niño se convirtiera en un joven vicioso. Una noche, intentó
robarles. Luego de una discusión, termina echándolo de la casa. El joven escapa a Canadá,
donde se convierte en un delincuente profesional, y nunca vuelven a saber de él. A pesar de la
situación, la abuela seguía queriéndolo y preocupándose por él. Es así que Balboa pergeña un
plan: escribe cartas a su esposa fingiendo ser su nieto, pidiéndole perdón y contándole que es
un arquitecto prestigioso, casado con una hermosa joven llamada Isabel.

El gran problema se presenta cuando los Balboa reciben un cablegrama del verdadero
Mauricio diciendo que irá a visitarlos, lo que pone a la abuela feliz de poder reencontrarse con
él. Balboa leyó luego en el diario que el barco en el que viajaba su nieto naufraga sin
sobrevivientes. Entonces, Balboa decide ocultarle a su mujer el suceso y, tras conocer la
institución que preside el Director, le pide que se haga pasar por su nieto Mauricio ante la
abuela. Entusiasmado por la idea, el Director asume su nueva identidad como Mauricio y
decide llevarse a Marta como su esposa, Isabel. El telón se cierra con el sonido del canto del
ruiseñor.

Análisis

Ya deduciendo en parte de qué se trata la organización en la que trabajan Helena y los actores,
el espectador asiste a la incertidumbre y el desconcierto de los nuevos personajes. El tono
cómico inaugurado por el pastor y el ilusionista se repite con ellos, especialmente con la
entrada triunfal del cazador. La gran confianza que tiene de sí mismo y el entusiasmo jubiloso
pueden verse en su hiperbólico pedido de cincuenta perros para su próxima misión.
Sin embargo, la acumulación de situaciones y personajes cómicos va en aumento en paralelo al
terror que sienten Isabel y Balboa, quienes no entienden la situación. A eso debe sumarse el
nerviosismo que ya presenta Isabel desde que entra en escena. El Director utiliza la sinécdoque
"ojos tristes" para referirse a ella. Desde este primer momento se establece el motivo de la
mujer sufriente, recurrente en Casona: un personaje femenino que escapa de una vida difícil y
que tiene un carácter triste y solitario. Al comienzo de la obra, Isabel se siente desesperada e
incapaz de hallar consuelo pero, al final, encontrará un propósito y comenzará una nueva vida.
En este caso particular, la sinécdoque sintetiza el estado en el que se encuentra el personaje:
la miseria y la desolación que casi la llevan al suicidio. A medida que transcurra la obra, su
mirada cambiará, transformándose en la de una enamorada.

En esta parte aparecen quienes serán los personajes principales de la obra: Marta-Isabel y el
Director-Mauricio. La aparición de este último funciona como un alivio de esta tensión entre lo
cómico aportado por los actores y el terror de Isabel y Balboa: aquel pasa a explicar a Isabel (y
a los espectadores), de manera detallada, de qué se trata el asunto. Pasar de una situación
inicial de desconcierto a una posterior explicación es uno de los recursos característicos del
teatro de Alejandro Casona.

Es aquí donde entendemos por qué en la obra se menciona a estos personajes de dos
maneras: ellos tendrán una doble identidad, buscando emular al verdadero nieto del señor
Balboa y a su ficticia esposa, Isabel. Queda así enunciado el conflicto principal: llevar a cabo
una simulación exitosa para que la abuela pueda seguir en su mundo ficticio de felicidad.
También se anticipa el conflicto secundario: la relación incipiente entre el Director y Marta,
quienes deberán cumplir el papel de enamorados. Con respecto a esto último, las rosas
salvadoras que Mauricio envía a Isabel son un símbolo de ese amor que crecerá entre ellos
dos.

Asimismo, aparecen los temas centrales de la obra. Ya mencionamos la relación entre lo real y
lo irreal, que acá llega a picos de contraste con la aparición del mendigo y el cazador. A eso se
le suma una nueva relación: la importancia de que en el mundo real se inserten elementos de
fantasía. Esto se ve cuando Mauricio confiesa que él era el supuesto fantasma que se había
aparecido tiempo atrás, causando sensación en un vecindario. Para Mauricio, esa entrada de lo
fantástico en la vida cotidiana resulta fundamental: “¿No cree que sembrar una inquietud o
una ilusión sea una labor tan digna por lo menos como sembrar trigo?" (pág. 57), le pregunta a
Isabel. Para Mauricio, la inquietud, la ilusión y la poesía son tan importantes como el trigo que
sirve para hacer el pan. Esta comparación no es fortuita. Se trata de una alusión intertextual a
la famosa máxima de La Biblia, donde se postula que “No sólo de pan vive el hombre" (Mateo,
4, 3-4). Hay una necesidad de una convivencia entre la fantasía y la realidad.

La relación entre la fantasía y lo real es extremada por Mauricio en su concepción del arte. El
canto del ruiseñor, una imagen sensorial auditiva, hace aquí su introducción. Representa lo
que para Mauricio es el arte: una construcción superior a la realidad que puede intervenir en
ella. Al escucharse un canto de ruiseñor, Isabel se asombra por la capacidad del imitador de
pájaros para calcar el sonido real. Mauricio, despectivamente, le responde que ese no es el
imitador sino un ave real; el imitador es mucho mejor, un artista.
Por último, de la mano del señor Balboa aparece el tema de la mentira. Si bien las simulaciones
e intervenciones que realiza la organización pueden pensarse como mentiras, para los
involucrados se trata más bien de intervenciones artísticas. Pero es frente a Balboa que
aparece la frase “mentira piadosa” en palabras de Mauricio. No es diferente lo que el abuelo
hace de lo que el mismo Mauricio suele ejecutar, pero, por primera vez en la obra, se ve el
lado oscuro de realizar estas acciones. La salud de la abuela, que se había recompuesto con la
mentira, ahora está en mayor peligro porque la horrible verdad puede salir a la luz. Ya no se
trata de una visión optimista, como la de Mauricio y sus “fantasías”. La solución que aparece
para sostener la mentira es incrementarla, no confesar la verdad. El suspenso de la obra estará
sostenido por esta tensión entre la mentira piadosa, recurso frágil y difícil de sostener, y la
verdad que siempre pugna por salir a la luz.

ACTO II

Resumen

La acción comienza en la casa de los Balboa. Genoveva (la criada) y Felisa (la doncella)
preparan la casa para recibir a los novios. Es difícil ponerse de acuerdo porque la abuela, que
tiene nuevas energías, participa de todos los preparativos y en su entusiasmo no decide qué
preparación es la mejor para recibir a su nieto. Sus decisiones están basadas en el recuerdo:
pide abrir la ventana de par en par porque a su nieto le gustaba la naturaleza; ha pedido que
no poden el jacarandá porque Mauricio solía usarlo para descolgarse de su habitación; le ha
preparado la torta de nuez con miel de abejas que comía de niño. Genoveva trata de calmar su
excitación, pero es inútil.

Entran Marta y el Director simulando ser Isabel y Mauricio. La abuela está feliz, da grandes
abrazos a su nieto y ríe y llora a la vez. Comienza a examinarlo, marcando algunas cosas que el
tiempo ha cambiado. Mauricio responde con tono jovial que han pasado veinte años. La
señora Balboa parece convencida.

Isabel se presenta frente a la abuela, que comienza a tutearla, y Mauricio frente a las
empleadas. A cada palabra, el simulador menciona datos que conoce a partir de las cartas
ficticias que escribía el señor Balboa, ganándose la confianza y simpatía de todos. También
Isabel ha aprendido su parte a la perfección y sabe de memoria la disposición de la casa. Sin
embargo, no es una actriz profesional y tiene un desliz: emocionada por la situación, se echa a
los brazos de la abuela, sollozando. Pronto se recompone. Hay algo que inquieta a la abuela:
¿cómo, con solo tres años de casados, la pareja se muestra tan poco cariñosa? Para dejarla
tranquila, Mauricio habla de la timidez de Isabel y se besan, ahora apasionadamente.

Invitados a comer, Mauricio dice que prefiere no hacerlo, hasta que la abuela menciona la
torta de nuez y miel de abeja. La abuela lleva a Isabel a ver la habitación donde se quedarán a
dormir mientras Mauricio y Balboa conversan solos sobre la reacción positiva de la abuela,
aunque temen que Isabel pueda hacer fracasar el plan. Cuando la abuela baja, les recuerda la
noche en la que el abuelo echó a Mauricio de la casa. Le reprocha la posibilidad de que un
muchacho solo en el mundo pudiera haber perdido el rumbo. Mauricio la contradice: esa
acción fue la que lo enderezó y lo hizo hombre.

Genoveva entra con la torta y comienzan a comerla junto a un licor casero. Envalentonados
por la abuela, Mauricio e Isabel cuentan sus experiencias en Canadá. Es este uno de los
mayores momentos de tensión, ya que la abuela recuerda al detalle todo lo que se le contó en
las cartas, y ha leído sobre la geografía y la arquitectura de Canadá. Quiere que Isabel toque en
el piano la balada con la que se conocieron con Mauricio, pero Isabel simula cortarse con una
copa de cristal. Logran sortear los obstáculos y convencer a la anciana de que ya es tarde y ha
sido una noche de muchas emociones, por lo que debe irse a dormir.

Ya liberados, Mauricio e Isabel discuten la situación. Mauricio descubre que el corte con la
copa no ha sido simulado; su compañera se ha cortado de verdad. Le reprocha que tiene
demasiado corazón y que el verdadero arte se hace desde la mente. Compara el jacarandá real
del jardín con el cuadro que un artista podría hacer de él, postulando que la pintura será
siempre superior. Isabel le comenta que, si todos los árboles del mundo tuvieran que
desaparecer menos uno, desearía que se salvara el jacarandá de esa casa.

Análisis

En el segundo acto pueden diferenciarse dos partes. Por un lado, la situación en la que la
simulación se lleva a cabo. Por el otro, la reflexión final que hacen Mauricio e Isabel sobre lo
que sucedió. En la primera parte, todo lo que en el acto anterior había sido cómico
desaparece. Ahora, la acción transcurre entre el suspenso y la tensión. A cada momento, la
verdad puede salir a flote y destruir el plan de Mauricio y Balboa, y por ende hundir a la abuela
en la más profunda tristeza. La obsesión de la abuela con su nieto resultan ser obstáculos
inesperados. Ella sabe mucho más que lo previsto por los actores. Sin embargo, la experiencia
de Mauricio y la astucia de Isabel logran convencerla.

La segunda parte funciona para contraponer los personajes de Mauricio e Isabel. Ella tiene
problemas para representar su papel. Entiende la fragilidad de la felicidad en la que vive la
abuela porque se identifica con la tristeza. Se siente responsable por la posibilidad de que la
farsa salga a la luz. Sus sentimientos reales comienzan a mezclarse con la ficción que
interpreta. Admite que no sabe cuánto más soportará en su papel.

La tensión entre la verdad y la mentira aparece de manera clara cuando descubrimos, junto a
Mauricio, que el corte que se realizó Isabel para no tocar el piano no fue simulado, sino real. La
explicación que da Isabel es que “la mentira hay que inventarla; en cambio la verdad es tan
fácil” (pág. 104).

Para Mauricio, por su parte, el arte es algo mental; el corazón no debe interponerse. Él es un
actor experto, quien ejecuta su papel con frialdad. Todos sus movimientos están calculados. Es
aquí cuando desarrolla su teoría de que el arte vale más que la vida. Un cuadro del jacarandá,
el canto de un imitador de pájaros o la actuación que lleva adelante son superiores a sus
contrapartes verdaderas. Al comparar el cuadro del jacarandá con el árbol real, Mauricio
argumenta que el último “(…) hoy vale porque da flor y sombra, pero mañana, cuando se
muera como mueren los árboles, en silencio y de pie, nadie volverá a acordarse de él. En
cambio, si lo hubiera pintado un artista, viviría eternamente” (pág. 103).

La mención a un árbol se conecta con el título de la obra y funciona como una anticipación a lo
que sucederá en el final. La abuela será la artista que imite al árbol, muerta por dentro por su
dolor, pero de pie para simular que no descubrió la verdad. Como se verá más adelante, su
actuación será definitiva para la relación de amor entre Mauricio e Isabel.

En este segundo diálogo a solas entre Mauricio e Isabel, también se anticipa el amor que está
naciendo entre los falsos esposos. Mauricio nota que ella lo mira diferente y ella responde que
es porque él está diferente frente a sus ojos. Como se desarrollará en el siguiente acto, se
anticipa que, para Isabel, lo real y lo ficticio también se mezclan en cuanto a sus deseos de
familia y amor.

ACTO III CUADRO I

Resumen

El acto tercero comienza en el mismo escenario que el segundo: la casa de los Balboa. Suena el
teléfono, atiende Felisa y responde que es número equivocado. Se trata de una señal pactada
entre Helena y Mauricio. Cuando la criada se retira, Mauricio llama a la secretaria y le pide que
le mande un cable de Canadá reclamándole urgentemente su presencia, porque la situación de
engaño con la abuela se vuelve cada día más insostenible. Luego, se retira hacia al jardín.

Entran en escena la abuela y Genoveva conversando sobre ciertas sospechas de ambas con
respecto a la pareja que los visita. La abuela le pide a Genoveva que llame a Isabel y que las
deje a solas para hablar del asunto. Al entrar Isabel, la abuela le dice que los han visto
durmiendo separados con Mauricio. Isabel inventa que por la ventana entran muchos
mosquitos y su marido no puede resistirlos, pero a la abuela no le convence que el amor no
sea más fuerte que los insectos. Isabel, que no sabe actuar, mezcla la verdad con la simulación:
le dice que ama a Mauricio, que él es todo para ella porque lo conoció en el momento en el
que estaba desesperada y dejándose morir. Exaltada, compara su amor con la locura y se echa
a llorar en los brazos de la abuela. La abuela le confiesa que antes estaba preocupada de que
no amase a su nieto, pero ahora le preocupa que lo ame demasiado.

En ese instante entra Mauricio. La abuela le entrega mata mosquitos a Isabel y sale al jardín.
Mauricio le informa a su compañera que al día siguiente van a recibir un cablegrama
"reclamando su presencia". Isabel, que se ha encariñado con todos, y especialmente con su
papel de esposa de Mauricio, no quiere irse. Él le reprocha que pueda mirar tan lejos pero no
apreciar lo que tiene a su lado, por ejemplo, de qué color son sus ojos. Pero ella sí sabe y se los
describe con detalle. Luego, sale al jardín.
Mauricio queda pensativo. Balboa entra con un libro en la mano y se lo ofrece, pero este lo
rechaza. Se acaba de dar cuenta de que Isabel realmente lo ama. Sale a buscarla al jardín,
gritando su nombre.

Mientras Balboa intenta comprender lo que acaba de suceder, lo interrumpe la doncella


anunciándole una visita. Es el verdadero Mauricio, que está vivo y al que las indicaciones
escénicas llaman “el Otro” para diferenciarlo del simulador. El barco en el que anunció que
viajaba era una fachada para despistar a la policía. El nieto le reclama al abuelo haberlo echado
de la casa y le exige una gran cantidad de dinero para pagar deudas. Si no le da lo que quiere,
se lo pedirá a la abuela. Balboa le confiesa que la abuela no sabe nada de su vida delictiva,
pero eso no le importa al delincuente. Comienza a llamar a gritos a la abuela.

En ese instante, reaparece el falso Mauricio, quien amenaza con matar al recién llegado si no
se retira de la casa. Entran la señora Balboa e Isabel conversando, sin entender la situación. El
falso Mauricio dice que el visitante se equivocó de casa y lo acompaña hacia afuera.

Análisis

El primer cuadro del acto tercero presenta el clímax de la historia. Ya lejos de los elementos
humorísticos que abrían la obra, hay una creciente tensión que pone en evidencia el tema
principal de este cuadro: la fragilidad de la felicidad. En el teatro tradicional, el acto tercero
resuelve el problema principal. En esta obra, el problema principal parecía la obsesión de la
abuela y sus vastos conocimientos sobre todo lo que tuviera que ver con su nieto. La
sorpresiva llegada del verdadero Mauricio, lejos de resolver el conflicto, aumenta la tensión. La
división del acto en dos cuadros contribuye a construir este suspenso.

Los primeros indicios de que la felicidad de la abuela está en peligro se dan con la llamada
telefónica de Mauricio, en la que se indica que deben escapar cuanto antes de la casa. A eso se
le suman las sospechas de la abuela y Genoveva sobre la falta de afecto entre el nieto y su
esposa. Al ser encarada por la abuela, Isabel nuevamente recurre a la verdad para sustentar la
mentira, confesando sus verdaderos sentimientos por el Director y comparando su amor con la
locura.

Por segunda vez, vemos a la figura de Isabel como la mujer sufriente, un motivo que se repite
en otras obras de Alejandro Casona. En un principio, apareció como una mujer miserable, al
borde del suicidio. Ahora tiene una razón para vivir, simbolizada en el ramo de rosas, que
funcionan como una promesa de amor. Pero todavía sufre porque el amor no se concreta,
porque en la frialdad de su actuación Mauricio todavía no mira a Isabel con verdaderos ojos.
Estamos en un momento de transición para la mujer sufriente, que todavía debe esperar un
poco más para llegar al momento de felicidad. Ella puede aguantar el dolor gracias a esa
promesa simbólica de amor, según le confiesa veladamente a la abuela: “¡Qué importa que el
ramo de rosas siga diciendo “mañana” si él [Mauricio] me dio fuerzas para esperarlo todo!”
(pág. 114).

En el otro extremo del amor está la figura del Otro, el verdadero Mauricio. Él es el gran
antagonista de la historia. Su aparición muestra, más que cualquier otro elemento, lo frágil de
la felicidad de los personajes. Aunque ha sido criado con amor, este personaje representa el
mal. Sumido en la ambición y en el vicio, no teme destruir a los seres que lo quieren con tal de
salvar su propio pellejo. A pesar de lo que podría esperarse, el Otro trae la verdad. Es una
verdad que no tiene un signo positivo, sino que es cruel y despiadada. Al villano no le gustan
las “historietas” (pág. 124), según le confiesa a su abuelo. Así, le da la razón a la teoría del
Director de la organización: un poco de fantasía en la realidad hacen más feliz al ser humano.
El falso Mauricio de las cartas, inventado por el señor Balboa y luego representado en persona
por el Director, es capaz de producir mayor felicidad, aunque sea ficcional.

En este momento de la obra, la familia no parece ser un valor positivo en la obra de Casona.
Para el Otro, el vínculo de sangre que lo une con sus abuelos significa que tiene derechos que
no fueron satisfechos. Afirma que le deben “una vida regalada, una buena mesa, una familia
honorable” (pág. 122), aunque él solo se conforma con que le den dinero. Lo que sucede es
que, en esta obra como en otras de su autoría, Alejandro Casona propone que la familia no
está fundada en la sangre sino en los lazos de afecto. Pero esta idea se construye de a poco, y
tendrá su culminación en el momento final de la obra.

ACTO III CUADRO 2

Resumen

Al día siguiente, Isabel y Genoveva hacen las maletas para partir. Isabel está muy triste; no
quiere irse. La abuela también está triste. Según Genoveva, se encuentra encerrada en su
cuarto sin despegar los labios.

Entra Mauricio y Genoveva los deja solos. Preocupado, le cuenta a su falsa esposa que le contó
la verdad al Otro, pero no consiguió pactar una solución. Se hace necesario partir enseguida
para no estar presentes cuando aquel le reclame el dinero a la abuela, sin importarle matarla
del disgusto. Isabel no se resigna al fracaso. Le pide al Director que le confiese la verdad a la
abuela, pero él no tiene el valor necesario. Entonces, ella responde que ha encontrado una
enseñanza en esta experiencia: su vida anterior, por más miserable que fuera, se ajustaba a la
realidad. La simulación le ha resultado demasiado real, pero el fracaso ha sido como despertar
de un sueño. No volverá a trabajar con la organización. Pero Mauricio está dispuesto a
impedirlo: le declara que, en estos días, él se enamoró de ella y no puede dejarla partir.
Conmovida, Isabel se echa en sus brazos. Se besan hasta que suena la campanilla de la puerta.
Ha llegado el Otro Mauricio.

Isabel decide hablar con el visitante a solas. Cree poder convencerlo, pero el verdadero solo
está dispuesto a irse si pagan la desorbitante suma de dinero que exige. Está a punto de pasar
violentamente por encima de Isabel cuando aparece la abuela. La señora Balboa lo reconoce
como el señor que los visitó el día anterior. A pesar de las súplicas de Isabel, la abuela se
impone enérgicamente y la envía al jardín para hablar con el Otro a solas. Entonces le pregunta
de dónde viene y él le responde que de Canadá. La abuela le comenta que su nieto también
acaba de llegar de allá y que hace muchos años que no lo veía, desde que fue expulsado sin
razón de la casa. Le confiesa que temía por él, pero que siempre estuvo segura de su buen
corazón. La realidad le confirmó que el nieto siguió el buen camino.

El verdadero Mauricio interrumpe el relato, diciendo que ya conoce esa farsa y que no
entiende cómo la abuela se la creyó. Bruscamente, le confirma que todo es una mentira. Pero
la abuela, para sorpresa de su nieto, le dice que desde que lo vio el día anterior lo reconoció
como el verdadero Mauricio. Luego, obligó al señor Balboa a que confesara toda la simulación.
Dolida, guardaba las esperanzas de que quedara algo de amor en el corazón de su nieto y que
no se atreviera a ser cruel con ella. Pero la situación demostró que estaba equivocada. A pesar
de las angustiosas súplicas del joven, la señora Balboa lo echa de la casa. Ya liberada, cae
sollozando.

El señor Balboa entra en escena a consolarla. Ella, acostumbrada al dolor, está dispuesta a usar
sus últimas fuerzas para continuar la farsa. Ahora, será ella la que simule que no descubrió
nada. A pesar del dolor, permanecerá muerta pero de pie, como un árbol.

Entran Isabel y Mauricio. La abuela, simulando desconcierto, les cuenta que el extraño
visitante se ha quedado en silencio mirándola y luego se ha ido. Solo le dijo una palabra:
“perdón”. Será un loco suelto, deduce. La abuela le pide a Balboa que corte un tallo del
jacarandá como recuerdo para su nieto. Mientras le dicta la receta del licor casero a Isabel, se
cierra el telón final.

Análisis

En el cuadro final, comenzamos con la misma tensión elevada del final del primer cuadro. A la
fragilidad de la felicidad de la abuela se le suma, ahora, la de Isabel. Terminada la farsa, dejará
de ser la esposa de Mauricio. Su sufrimiento se ve potenciado por el fracaso seguro de su
misión. Ambos conflictos se resolverán a lo largo de este acto final.

Primero, asistimos a la resolución del conflicto secundario. Isabel confiesa a Mauricio que su
tristeza se debe a que no pudo separar la fantasía de lo real. Encontró en la casa de los Balboa
un hogar, en la abuela a la familia y en el Director a su amor. Como era de esperar por los
acontecimientos del cuadro anterior, Mauricio también confiesa su amor. De esta manera, se
completa el recorrido de la mujer sufriente: de ser una persona miserable, sin nadie que la
amara o a quien amar, pasa por una serie de situaciones que terminan en el encuentro del
amor y la felicidad.

A su vez, Mauricio concluye su recorrido personal. Si en el principio se mostró un entusiasta


por el mundo de la fantasía y consideraba que el arte era superior a la realidad, hacia el final
Isabel lo trae a la realidad a partir del amor. Ahora Mauricio sabe de qué color son los ojos de
su compañera. En otras palabras, ahora puede ver lo que tiene frente a sí; no está enceguecido
por la simulación.

En segundo lugar, el conflicto principal se resuelve con un giro sorpresa: la abuela sabe que
todo fue simulado, pero la misma simulación le dio un propósito para seguir adelante.
Irónicamente, los que pasan a ser engañados son los actores y es la abuela la que simula para
mantener la felicidad de sus falsos nietos. Mientras que el amor de Isabel trajo a Mauricio al
mundo real, las circunstancias hacen que ese amor prospere gracias a la actuación de la
abuela. Es aquí donde se equilibra el mundo de la realidad y el de la fantasía, apoyándose uno
sobre el otro.

El jacarandá reaparece como símbolo de la simulación de la abuela. Como dice el título de la


obra, la abuela es el árbol que, muerto por dentro, sigue de pie para los ojos exteriores. La
rama que les regala a sus falsos nietos es una perpetuación simbólica de esta fantasía.

En este cuadro también se completa el tema de la familia. En la escena final, vemos cómo la
abuela echa a su nieto de sangre y adopta a los falsos nietos como verdaderos. Le pide a
Mauricio que siga escribiéndoles las cartas de siempre, le traspasa el conocimiento de la receta
del licor casero a la nieta y menciona la esperanza de un futuro hijo de la pareja. A pesar de
estar devastada por la verdad de su nieto real, el lazo de afecto hacia esta nueva familia le
otorga las energías que necesita. La abuela sacrifica la verdad por ver feliz a la pareja.

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