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BRIAN MURPHY

Había heredado un pequeño negocio de su padre y lo había hecho crecer. Cuando lo vendió unos cuantos años
después, invirtió la mayor parte de su dinero; con el resto compró una pequeña granja de almendros en el
norte de california. Con su tractor, realizaba la mayor parte de las tareas de la granja él mismo. Casi todos los
años la granja producía unos cuantos cientos de dólares, pero, como a Brian le gustaba señalar, eso en
realidad no hacía gran diferencia. Si ganaba 10 centavos, sentía que “valía la pena, por mantenerme ocupado y
en forma”.
Cuando tenía 55 años, su estado de ánimo, que siempre había sido normal, cayó en depresión. Las tareas de la
granja parecían una cada vez más una carga; su tractor permanecía estacionado en su cobertizo.
Conforme su estado de ánimo se hacía más negro, la función corporal de Brian parecía deteriorarse. Si bien
sentía una fatiga constante que con frecuencia lo llevaba a la cama a las 9 de la noche, de manera invariable
despertaba a las 2 o 3 de la mañana. Entonces, una preocupación obsesiva lo mantenía despierto hasta que
salía el sol. Las mañanas eran lo peor para él. La perspectiva de “otro maldito día que vivir” parecía
avasalladora. En las tardes solía sentirse un poco mejor, si bien se sentaba para hacer números sobre una
cubierta para ver cuánto dinero tendrían si “él no tuviera que trabajar la granja” y tuvieran que vivir de sus
ahorros. Su apetito lo abandonó. Aunque nunca le había pasado, tuvo que recorrerse el cinturón dos orificios
en comparación con los meses anteriores.
“Solo parecía que Brian había perdido el interés”, informó su esposa Rachel el día que ingresó al hospital. “Ya
no disfruta nada. Pasa todo su tiempo sentado y preocupándose por las deudas. Debemos algunos cientos de
dólares en nuestra tarjeta de crédito, ¡pero la pagamos todos los meses!”
Una o dos semanas antes, Brian había comenzado a rumiar en torno a su salud. “Al inicio era su presión
arterial”, dijo Rachel. “Me pedía que se la tomara varias veces al día. Todavía trabajo como enfermera por
horas. Varias veces pensó que estaba teniendo una apoplejía. Ayer se convenció de que su corazón se iba a
parar. Se levantaba, palpaba su pulso, caminaba por la habitación, se acostaba, subía los pies por encima a la
altura de la cabeza, hacía todo lo que podía “para mantenerlo andando”. Fue entonces que decidí traerlo”.
“Tendremos que vender la granja” fue lo primero que le dijo Brian al clínico de salud mental cuando se
reunieron. Brian vestía ropa casual y algo arrugada. Tenía líneas de expresión marcadas en la frente y palpaba
su pulso una y otra vez. Varias veces durante la entrevista parecía incapaz de estarse quieto; Se levantaba de
la cama donde se había sentado y caminaba hacia la ventana. Su lenguaje era lento pero coherente. Hablaba
en su mayoría acerca de sus sentimientos por haber sido golpeado por la pobreza y sus temores de que la
granja tuviera que rematarse. Negaba tener alucinaciones, pero aceptaba sentirse cansado y completamente
desgastado y “completamente desgastado, ya no soy bueno para nada”. Estaba del todo orientado, tenía todo
un acervo de información y obtuvo una calificación perfecta de 30 en el Mini-Mental State Exam (MMSE).
Aceptó que estaba deprimido, pero negaba tener ideas en torno a la muerte. Aunque un poco renuente,
estuvo de acuerdo en la posibilidad de que requiriera tratamiento.
Rachel señaló que su generosa póliza por discapacidad, sus inversiones y la pensión que recibía de su antigua
compañía les daban más dinero que cuando él estaba saludable.
“Pero de cualquier forma tenemos que vender la granja”, replicó Brian

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