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UNIVERSIDAD MARIANO GÁLVEZ

Psicología Clínica
Curso: Psicopatología del Adulto I
Preparado por Licda. Victoria Vaides

A continuación, se le presentan dos casos los cuales debe analizar y dar el diagnostico (Según DSM-5),
comorbilidad y pronostico.

1. Bernardine Hawley “Como cuando estoy deprimida, y estoy deprimida cuando cómo. Estoy
completamente fuera de control”. Al tiempo que contaba su historia, Bernardine Hawley con
frecuencia se secaba los ojos con toquecitos, con un fajo de pañuelos desechables. Era soltera y
tenía 32 años, y daba clases en segundo grado de primaria. Nunca antes había solicitado atención
de salud mental. Durante sus dos primeros años en la Universidad, Bernardine había cursado con
anorexia moderada. Convencida de que estaba demasiado gorda, dejó de comer y se purgó hasta
pesar apenas 44 kg, distribuidos a lo largo de su estructura de 1.65 m. En esos años siempre estaba
muy hambrienta y con frecuencia comía en atracones, durante los cuales “vaciaba el refrigerador—
el mío o el de cualquier otra persona”. Más adelante admitió, “debo haberme visto flaca”. Para la
época en que terminó la universidad, su peso se había recuperado a 54 kg y se mantenía estable,
controlado mediante el vómito autoinducido. Durante los 10 años que transcurrieron desde
entonces, Bernardine había seguido un patrón de atracones y purgas. En promedio, dos veces por
semana llegaba a casa de su trabajo, preparaba una comida para tres y la consumía. Prefería los
dulces y los almidones—en una sola sentada podía consumir dos platos de lasaña precocida, un
litro de yogurt congelado y una docena de donas azucaradas, ninguno de los cuales tomaba
demasiado esfuerzo preparar. Entre un platillo y otro vomitaba casi todo lo que había consumido. Si
no se sentía “con ganas de cocinar”, salía para comprar comida rápida, y devoraba hasta cuatro
hamburguesas grandes en media hora. Lo que disfrutaba no parecía ser el sabor sino el acto de
consumir; una tarde se comió una barra de mantequilla cubierta con azúcar para confitería. En un
momento de remordimiento, calculó que durante un solo atracón nocturno había consumido y
regurgitado alrededor de 10 000 calorías. También se purgaba con frecuencia utilizando laxantes.
Los laxantes eran efectivos, pero costaban lo suficiente como para que Bernardine se sintiera
obligada a robarlos. Para reducir al mínimo la posibilidad de ser detectada, tenía cuidado de robar
sólo un paquete cada vez. Siempre se las arreglaba para contar con por lo menos una provisión
para tres meses en el anaquel de la parte posterior de su clóset. Bernardine era la única hija de una
pareja que vivía en el Medio Oeste y que ella describió como “sólidamente disfuncional”. Puesto
que sus padres nunca celebraron la fecha de su aniversario, ella asumió que su propia concepción
había precipitado al matrimonio. Su madre trabajaba en un banco, y era fría y controladora; su
padre, un barbero, bebía. En la lucha marital que derivaba, Bernardine era censurada e ignorada de
manera alternativa. Había tenido amigos siendo niña y adulta, pero algunas de sus amigas se
quejaban de que se preocupaba demasiado por su peso y figura. Por las pocas veces que lo había
intentado en la Universidad, había descubierto que tenía un apetito saludable por el sexo. Sin
embargo, los sentimientos de pena y vergüenza por su bulimia le impedían establecer relaciones
interpersonales duraderas. Con frecuencia se sentía sola y triste, aunque estos sentimientos nunca
duraban más que algunos días. Si bien Bernardine admitió que su peso actual era normal, estaba
muy preocupada sobre él. Recortaba recetas bajas en grasas y pertenecía a un club de salud. Con
frecuencia se había dicho que daría cualquier cosa que tuviera para deshacerse de su tendencia a
comer en atracones. En fecha reciente le había ofrecido a un dentista $2 000 para que le cerrara las
mandíbulas utilizando alambre. El dentista le había señalado la problemática evidente de que
entonces se moriría de hambre, y la refirió a la clínica de salud mental.
2. Iris McMaster “Soy escritora”, dijo Iris McMaster. Era su primera consulta con el entrevistador y
quería fumar. Jugueteaba con un cigarrillo, pero no parecía saber qué hacer con él. “Es lo que hago
para vivir. Debería estar en casa haciéndolo ahora; es mi vida. Quizá sea la escritora más creativa
desde Dostoievski. Pero mi amiga Charlene me dijo que debía venir, así es que me tomé un tiempo
libre de mi trabajo en la obra de teatro y mi novela cómica, y aquí estoy”. Finalmente, metió el
cigarrillo en la cajetilla. “¿Por qué pensó Charlene que debía venir?” “Ella piensa que estoy
exaltada. Y claro que estoy exaltada. Siempre estoy exaltada cuando me encuentro en mi fase
creativa. Sólo que ella piensa que estoy demasiado nerviosa”. Iris era delgada y de talla promedio;
llevaba puesto un traje rosa brillante de primavera. Se quedó mirando con ansia su cajetilla de
cigarrillos. “Dios, necesito uno de éstos”. Era posible interrumpirla mientras hablaba, pero su
lenguaje estaba salpicado de expresiones ingeniosas, frases interesantes y comparaciones
originales. No obstante, Iris también era capaz de dar una historia clínica coherente. A los 45 años
estaba casada con un ingeniero y tenía una hija de casi 18 años. Y en realidad era una escritora, que
en los últimos años había vendido (sobre todo a revistas de mujeres) artículos sobre distintos
temas. Durante 3 o 4 meses, Iris había estado en una de sus fases de exaltación, produciendo sin
parar un volumen enorme de ensayos sobre temas muy diversos. Su sensación de “conexión” era
incómoda en cierto sentido, pero no le había molestado porque se sentía muy productiva. Cuando
estaba produciendo, no necesitaba dormir demasiado. Una siesta de 2 h la hacía sentir descansada
y la dejaba lista para mantenerse otras 10 h frente a su computadora. En esos periodos, su esposo
se preparaba sus propias comidas y le hacía bromas en torno a que tenía una “mente de un solo
carril”. Iris nunca comía demasiado durante sus fases de exaltación, de manera que perdía peso.
Pero no se metía en problemas: no tenía indiscreciones sexuales, no gastaba en exceso (“siempre
estoy demasiado ocupada para ir de compras”). Indicó de manera espontánea que nunca había
“visto visiones, oído voces o tenido ideas curiosas sobre gente siguiéndome”. Ella nunca había
estado “en la casa de la risa”. Al tiempo que Iris hizo una pausa para ordenar sus ideas, sus dedos se
apretaron sobre la cajetilla. Movió su cabeza de manera casi imperceptible. Sin decir una palabra
más, tomó su bolsa, se levantó de su silla y salió por la puerta. Fue la última vez que el
entrevistador la vio en un año y medio. En noviembre del año siguiente, una persona que se
presentó como Iris McMaster volvió a sentarse en esa misma silla del consultorio. Parecía una
impostora. Había subido entre 15 y 20 kg, que había cubierto con unos pantalones de poliéster y un
suéter tejido voluminoso. “Como le estaba diciendo”, fueron las primeras palabras que pronunció.
Sólo por un segundo, los extremos de su boca se levantaron. Pero durante el resto de la hora habló
con sobriedad en torno a su problema más reciente: bloqueo de escritor. Cerca de un año antes,
había terminado su obra de teatro y estaba muy avanzada en su novela cómica cuando la musa la
abandonó. Durante meses se había estado levantando cerca de la hora del almuerzo y pasaba
tardes interminables mirando su computadora. “¡En ocasiones ni siquiera la enciendo!”, dijo. No
podía concentrarse para crear algo que valiera la pena para “darle guardar”. La mayor parte de las
noches se tumbaba en la cama a las 9. Se sentía cansada y pesada, como si sus piernas estuvieran
hechas de ladrillos. “En efecto, es el pastel de queso”, fue como Iris describió su ganancia ponderal.
“Pido que me lo lleven a casa. Durante meses no he tenido interés suficiente para preparar mi
comida”. No había tenido ideas suicidas, pero la única vez que se sintió mucho mejor fue cuando
Charlene la había llevado a comer. En esa ocasión, comió y conversó como solía hacerlo.
“Últimamente lo hago mucho, cualquiera puede verlo”. En cuanto regresó a casa, la depresión
volvió a inundarla. Por último, Iris se disculpó por haberse salido un año y medio antes. “No
pensaba para nada que estuviera enferma”, dijo, “¡y en realidad lo único que quería hacer era
regresar a mi computadora y poner su personaje en el papel!”

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