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evolucionista 1
En la actualidad hay pocas personas que no consideren la teoría de la
evolución como uno de los hitos fundacionales de la concepción moder-
na de la vida sobre el planeta. Las ideas que se gestaron a principios del
siglo xix de la mano de Jean-Baptiste Lamarck y Alfred Wallace, y que
Charles Darwin sintetizó y amplió en The origin of species (1858) y en The
descent of man (1871) representaron una revolución profunda en la con-
cepción del ser humano. Al emparentarnos estrechamente con los anima-
les, no solo se desvanecía nuestra esencia divina, sino que se justificaba la
existencia de motivos humanos compartidos con otras especies. Estos mo-
tivos no podían ser otros que los instintos. Darwin trataba los instintos
como reflejos con un mayor grado de complejidad que los reflejos sim-
ples, y esperaba con ello, poder descomponerlos en unidades que resulta-
ran compatibles con los mecanismos de variación aleatoria y selección na-
tural.
Las ideas evolucionistas de Darwin, Spencer (Principles of psycholo-
gy, 1855), Huxley y de los primeros psicólogos, como Bain (The emotions
and the will, 1859), Morgan (An introduction to comparative psychology,
1894) y James (Principles of psychology, 1890) fecundaron nuevas teorías
y grupos de investigación, donde el concepto de «instinto» sustituyó al de
«voluntad» para explicar el porqué de la conducta. A partir del concep-
to de instinto propuesto por Darwin, como un patrón de reacciones he-
redadas o reflejo compuesto, surgieron diferentes desarrollos que hoy en
día constituyen áreas de conocimiento muy distantes entre sí.
En primer lugar, recogeremos las aportaciones de autores como James,
en sus Principles (1890), McDougall con la «teoría hórmica» (1923) y
Freud con la «teoría psicoanalítica de las pulsiones» (1917). Todos ellos
centraron sus teorías psicológicas en ciertas pulsiones innatas que podían
explicar la mayor parte del repertorio conductual humano. Por sus refe-
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Para terminar esta breve reseña, hay que decir que en la obra de Ja-
mes el concepto de instinto va unido al de emoción. Según este autor, las
reacciones instintivas y las expresiones emocionales se entremezclan im-
perceptiblemente. Todo lo que excita un instinto también excita una emo-
ción. La diferencia estaría en que la reacción emocional termina en el or-
ganismo del sujeto, en tanto que la reacción instintiva va más allá, pues
el sujeto se relaciona con el objeto que lo excita. Como nos recuerda Bo-
lles (1973), aun cuando James rompe con la idea tradicional de que el ins-
tinto se aplica a los animales y la inteligencia al hombre, conserva el pa-
pel secundario de los instintos en comparación con la primacía de la
razón y con el hábito en la determinación de la conducta. James quería
explicar solo algunos aspectos de la conducta en términos de instintos.
William McDougall va más lejos; para él toda la conducta humana
está movida por los instintos. Junto con Freud es de los primeros autores
en hacer de la motivación un principio universal. Una diferencia funda-
mental entre James y McDougall es que para el último los instintos nada
tienen que ver con los reflejos. Desde su punto de vista los instintos son
fuerzas irracionales y apremiantes de la conducta que, al contrario que
los reflejos, no son impulsadas por una energía mecánica e indiferencia-
da, sino que orientan a las personas a un propósito o meta particular. A
este respecto señala:
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«Entre los variados ejemplos puestos de relieve por este estudio sobre los
instintos figuraban los siguientes: en el grupo de los estéticos, el instinto de
una niña de arreglarse el pelo; en el grupo de los altruistas, el deseo de libe-
rar a los cristianos del sultán; como instinto social, el de los socialistas fren-
te a las relaciones internacionales; en el grupo de los religiosos, el instinto in-
glés de entristecerse los domingos...» (Boakes, p. 399).
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tación negativa permitiría explicar cómo, una vez liberada la energía in-
terna, un mecanismo de control (en el sistema nervioso o en otros lugares)
envía una orden inhibitoria para que una vez que se produzca la conduc-
ta consumatoria no se libere más energía. En cuanto a la retroalimenta-
ción positiva, se observaría en situaciones donde la conducta se autofaci-
lita; por ejemplo, la presencia de comida en la boca puede incrementar la
tendencia a comer en los primeros momentos (sería el caso de los aperi-
tivos). Esta retroalimentación positiva no es incompatible con la retroali-
mentación negativa que se producirá cuando la comida llegue al estóma-
go (Peláez, Gil y Sánchez, 2002).
Sin embargo, autores como McFarland (1999) o Toates (2001, 2006)
creen que los modelos basados en la teoría del control utilizan pocas va-
riables para dar una visión completa de un estado motivacional, por lo
que resulta imposible calibrar los factores causales de ese estado. Para es-
tos autores, un estado motivacional es el resultado de la combinación, en
el sistema nervioso, de un estado fisiológico y otro perceptivo, e incluye
tanto aquellos factores que determinan la conducta actual como las acti-
vidades que estén a punto de comenzar. Han desarrollado modelos mul-
tidimensionales, donde se incluyen las variables fisiológicas y los estímu-
los ambientales que tienen influencia en la conducta, en un espacio de
factores causales que quiere dar cuenta de las complejas combinaciones
entre los factores motivacionales y la conducta.
Actualmente la etología se enmarca en el área de la psicobiología, que
estudia las bases biológicas de la conducta y establece un nuevo marco
de referencia unificador y más amplio en el que se integran conocimien-
tos de la biología y de la psicología (Abril, Ambrosio, Caminero, García
y Pablo, 2017). La etología aporta una perspectiva de análisis de las ba-
ses biológicas de la conducta complementaria a las demás disciplinas psi-
cobiológicas, así como los estudios sobre el significado adaptativo y la
evolución de la conducta. Analiza la conducta de los sujetos intactos en
condiciones naturales, utiliza el método observacional, el experimental y
el comparativo y utiliza preferentemente el nivel de análisis social e indi-
vidual (Sánchez, Asensio y Call, 2014). Asimismo, en la etología del si-
glo xxi no solo han aparecido nuevos conceptos, sino también han sur-
gido subdisciplinas como la etofarmacología, la etología cognitiva, la
neuroetología y la etología aplicada, ampliado y enriqueciendo la disci-
plina.
En un artículo reciente (Gómez-Marin, Paton, Kampff, Costa y Mai-
nen, 2014), los autores proponen aplicar las nuevas tecnologías de análi-
sis masivos de datos (big data) y hacer converger las aproximaciones eto-
lógicas, fisiológicas y psicológicas con el fin de culminar el deseo de
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1
En la anatomía comparada una homología es la expresión de una misma com-
binación genética y que se supone de un antepasado común. Por ejemplo, los ojos de
las personas y de los ratones son homólogos porque cada uno de nosotros los here-
damos de nuestro antepasado común, que tenía el mismo tipo de ojos (Villar, Álvarez
y Álvarez-Castañeda, 2007)
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la teoría del altruismo recíproco, el tema del conflicto entre los padres y su
descendencia y la teoría de la inversión parental.
El altruismo fue una de las primeras conductas que se intentó expli-
car siguiendo esta nueva perspectiva de la evolución. En un libro funda-
cional Sociobiología: la nueva síntesis (Wilson, 1975), su autor planteaba
la siguiente pregunta: ¿cómo puede desarrollarse el altruismo por selec-
ción natural, habida cuenta de que, por definición, merma el éxito indivi-
dual? La primera respuesta a esta pregunta la propuso Hamilton (1964)
con el concepto de selección del parentesco. El parentesco supone la exis-
tencia de genes idénticos transmitidos por duplicación a partir de antepa-
sados comunes, algo que puede medirse (coeficiente de parentesco). La
pérdida de valor selectivo individual que supone el altruismo puede que-
dar compensada por el valor selectivo del parentesco, dado que los indi-
viduos emparentados comparten ciertos genes. Hamilton ilustró su argu-
mentación con un buen ejemplo:
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rial de estudio son los apuntes que toman de las explicaciones del profe-
sor. Si A le presta los apuntes a B antes del examen, corre el riesgo de dar
información a B que puede mejorar la nota de este en detrimento de la
suya. Pero probablemente B tenga información en sus apuntes que él no
ha podido tomar, así que si B también le presta los apuntes a, el coste que
supone entregar los apuntes asegura un beneficio superior al coste inver-
tido. En palabras de Cosmides y Tooby (1992) el altruismo recíproco se
puede definir como «cooperación entre dos o más individuos para el be-
neficio mutuo»; términos como cooperación, reciprocidad o intercambio
social serían sinónimos.
Sin embargo, existe un problema. Siguiendo con el ejemplo, ¿qué ocu-
rre si A entrega los apuntes a B pero luego B no le presta los suyos? La
teoría del altruismo recíproco se basa implícitamente en que los dos ami-
gos son iguales, en términos de sus motivos vinculatorios y de poder, pero
sabemos que esto no ocurre siempre. Es lo que la psicología evolutiva de-
nomina el problema de los «tramposos». Cosmides y Tooby (1989) han
propuesto una teoría del «intercambio social» que propone cinco capaci-
dades cognitivas que permiten a las personas detectar el fraude o la tram-
pa y, en consecuencia, el éxito de los intercambios sociales. Estas capaci-
dades serían: el reconocimiento de los otros; el recuerdo de la historia de
las interacciones con ellos; la capacidad de comunicar valores, deseos y
necesidades; la capacidad de reconocer deseos y necesidades en los otros;
y, por último, la capacidad de representarnos los costos y los beneficios
de una gran variedad de intercambios sociales. Estos mismos autores han
demostrado empíricamente que las personas tienen mecanismos de detec-
ción de tramposos cuando razonan sobre problemas lógicos planteados
como intercambios sociales, de tal forma que somos buenos detectores de
aquellas personas que pretenden obtener beneficios sin pagar costes por
ellos (Cosmides, Barrett y Tooby, 2010).
Los siguientes dos temas, la inversión parental y las relaciones con la
descendencia están relacionados. Buss (1999), uno de los padres de la pers-
pectiva evolucionista contemporánea, se extraña del asombro de algunos
psicólogos eminentes cuando afirman que aún no se sabe muy bien por
qué existe un amor tan especial entre padres e hijos. Desde la perspectiva
evolucionista, las razones son claras; en palabras de Buss:
«Es razonable esperar que la selección haya diseñado mecanismos de esta
naturaleza —la motivación para la crianza— diseñados para asegurar la su-
pervivencia y el éxito reproductivo de los vehículos incalculables que trans-
portan los genes individuales en las generaciones futuras. Sin embargo, por
alguna razón evolutiva desconocida, el amor de los padres está muy lejos de
ser incondicional» (1999, p. 191).
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rencias en las estrategias de uno y otro sexo en relación con los beneficios
que les reportan. Los hombres, siguiendo los principios de Trivers (1972)
de la inversión parental, estarán más motivados a tener encuentros sexua-
les de corta duración, hecho que se ha apoyado con abundante documen-
tación empírica; también expresan muchos más deseos de tener relacio-
nes sexuales con diferentes mujeres, prefieren que el cortejo previo sea más
corto y tienen más fantasías sexuales (Buss y Smith, 1993; Ellis y Symons,
1990). Las mujeres también obtienen ciertos beneficios de los contactos
breves, especialmente la posibilidad de elegir al hombre con mejores re-
cursos. Las evidencias empíricas acerca de las preferencias de las mujeres
sobre este tipo de relaciones son mucho más recientes (Buss, 2017).
La psicología evolucionista se enfrenta con una serie de críticas, algu-
nas propias y otras heredadas de la etología. Las más frecuentes son:
1. Adaptaciones evolutivas.
2. Unas condiciones ambientales que disparan el desarrollo y la ac-
tivación de dichas adaptaciones.
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Preguntas de reflexión
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