Está en la página 1de 87

Bert Hellinger – Felicidad dual

Página 1 de
174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Traducción: Sylvia Kabelka


Título original: Zweierlei Glück
Traducción: Sylvia Kabeíka
Diseño de la cubierta: Claudio Bado
1a edición, 5a impresión
© 1999, Gunthard Weber
© 1999, de la traducción y adaptación: Sylvia Kabel\a
© 1999, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN: 978-84-254-2108-2
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al
amparo de la legislación vigente.
Imprenta: Prínter industria gráfica newco, S.L. Depósito legal: B- 25.393 - 2009 Printed in Spain - Impreso en España
Herder
www.herdereditonal.com
Página 2 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

A mis padres, con amor y gratitud.


INTRODUCCIÓN DEL EDITOR
En el poema «Leyenda sobre el origen del libro Tao-Te-King, dictado por Lao-Tse en el camino de la emigración»
(mucho más tarde supe que éste era un libro importante para Bert Hellinger), Bert Brecht describe cómo un aduanero le
arrebató su sabiduría a Lao-Tse antes de que éste se retirara a las montañas:

Caminó cuatro días entre peñas


hasta que un aduanero le paró
«¿Alguna cosa de valor?»
«Ninguna.»
«Es un maestro», dijo el joven guía del buey.
Y el aduanero comprendió.

Y el hombre, en un impulso afectuoso,


aún preguntó: «¿Qué ha llegado a saber?»
Y el muchacho explicó: «Que el agua blanda,
en su movimiento, hasta la piedra acaba por vencer.
Lo duro pierde, ha llegado a saber.»

(BERT BRECHT, Poemas y canciones; versión de Jesús López


Pacheco sobre la traducción directa del alemán de Vicente Romano)

Desde hacía muchos años, lamentaba el hecho de que no había prácticamente ninguna documentación escrita del
trabajo de Bert Hellinger, y sabía que muchos otros sentían lo mismo. Me era comprensible su duda de poner por escrito
algo a lo que otros pudieran agarrarse como a una revelación, o que les permitiera deleitarse con sus malentendidos. «El
espíritu sopla», decía. El pensamiento cuajado en escritura, con demasiada facilidad pierde la relación con lo vivo, se
cosifica, se simplifica y generaliza, convirtiéndose en frases y patrones vacíos.
Mis dudas de si aquello que Bert Hellinger había desarrollado durante sus muchos años de trabajo con grupos también
podía comunicarse por escrito, se fueron desvaneciendo en la medida en la que pude comprobar en mi propio trabajo
terapéutico cuan útiles y enriquecedoras resultaban sus ideas para mí y para mis clientes.
Su intención de retirarse más de la vida profesional al llegar a los 65 años acrecentó mi interés muy personal de poder
asistir una vez más a su trabajo, animándome a ofrecerle el presente servicio. Así, en 1990, le pregunté si me permitiría
ser su «aduanero», y él asintió.
Mi primera idea fue la de grabar en cinta magnetofónica y en vídeo uno de sus seminarios didácticos de varios días de
duración, para después editar una transcripción de este curso.
Tras grabar un segundo seminario, sin embargo, y después de recibir de Bert Hellinger su manuscrito de conferencias,
«Ordenes del Amor», y acceder a otras fuentes adicionales, el plan original ya no parecía realizable. El presente libro es,
pues, el intento de hacer una síntesis de sus ideas acerca de las relaciones familiares y de la psicoterapia sistémica,
presentando así algunas impresiones e imágenes de su proceder concreto en terapia.
Sus explicaciones y su trabajo en relación a los temas más diversos fueron resumidos en siete capítulos, siendo mi
intención la de hacer «hablar» a Bert Hellinger en tono original, es decir, de conservar en lo posible los diálogos literales
de los seminarios. Esto se hizo también para, una y otra vez, advertir a los lectores de que no se encuentran ante un libro
de estudio sino ante fragmentos y resúmenes de unos cuantos seminarios, seleccionados por mí. Asimismo, me abstuve de
cualquier comentario, incluso en aquellas ocasiones en las que sus descripciones se diferenciaban de las mías. De este

Página 3 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

modo, cada uno puede abordar el texto a su manera. Todas las modificaciones realizadas únicamente pretendían
comprimir el texto y hacerlo más legible.
Pero ¿qué me llevó a describir justamente la psicoterapia sistémica de Bert Hellinger? Durante los años 70 participé en
muchos talleres y seminarios de las más diversas corrientes psicoterapéuticas, dirigidos por coordinadores muy diferentes.
Los tres seminarios con Bert Hellinger, sin embargo, me dejaron un recuerdo indeleble. En cada uno de ellos aprendí algo
que, aún años más tarde, me movía, que seguía actuando en mi interior, poniendo en orden algún asunto o confiriéndole el
lugar correcto. Me impresionó la precisión de su mirada, su clarividencia para la esencia de las cosas. Tampoco conozco
ningún otro terapeuta capaz de reconocer con tanta rapidez y exactitud los patrones destinados a conservar problemas,
sabiendo, al mismo tiempo, interrumpirlos eficazmente en el momento idóneo. De manera respetuosa y afectuosa
consigue cambios importantes y experiencias a nivel anímico pocas veces abordadas en psicoterapia.
Como participante en sus seminarios, sin embargo, me faltaba la distancia necesaria para centrar mi atención en cómo
lo conseguía: cómo toca lo bueno «al pasar», cómo se estructuran sus historias, de qué manera simplifica y comprime la
configuración de constelaciones familiares para reducirla a lo más indispensable, convirtiéndolas así en un instrumento
terapéutico altamente eficaz. También sus ideas acerca de la dinámica y el trasfondo de implicaciones trágicas en un
principio me parecían insólitas, y durante mucho tiempo me chocaban sus expresiones en vez de concentrarme en el
contenido.
Las personas que participan en sus seminarios se sienten atraídas sobre todo por su presencia clara y desafiante,
exigente y orientadora, y, al mismo tiempo, desinteresada y atenta. Desde la distancia se entrega enteramente. De esta
manera se evita cualquier tipo de embrollo. Pero aún hay otro elemento más que hace que la personas se sientan
conmovidas y cautivadas: en cada uno, Bert Hellinger sabe sacar a un primer plano los temas fundamentales de su
existencia humana, como pueden ser la pertenencia a la red familiar, el amor en el vínculo, el éxito o el fracaso en
nuestras relaciones, la conformidad con el destino, o la aceptación del carácter efímero de esta vida. Lo que mueve lo más
íntimo del alma muchas veces se expresa con los medios más escuetos.
Por mucho que sus palabras parezcan referirse al pasado, su sensibilidad emotiva e intuitiva siempre se dirige hacia la
solución liberadora, hacia aquello que hace posible lo no realizado hasta el momento.
Las constelaciones familiares desarrollan su fuerza elemental gracias a su lenguaje metafórico y preverbal. En ellas se
reúnen, como en un rito de transición, lo pasado, la despedida y la reorientación, en un marco temporal comprimido.
Como ya mencioné en un principio, los contenidos de este libro también pueden dar lugar a malentendidos y
distanciamientos escépticos o indignados. Los crédulos pueden verse tentados de apropiarse a la ligera lo leído,
convirtiéndolo en conocimiento propio. Una vez, Bert Hellinger citó la siguiente frase: «Lo mejor no puede expresarse
con palabras, y lo bueno se interpreta mal.» Frecuentemente, las explicaciones y comentarios de Bert Hellinger están
formulados como si fueran eternos y absolutamente válidos, como si de verdades inamovibles se tratara. Al observarlo
más detenidamente, sin embargo, se comprueba que sus afirmaciones casi siempre representan intervenciones terapéuticas
relacionadas con personas y hechos concretos, basándose, al mismo tiempo, en su experiencia vital y en su intuición.
Viéndolas como afirmaciones y recetas universales, del fruto tan sólo queda la cascara. De la misma manera que siempre
se recomienda dejar que la imagen de solución encontrada en una constelación familiar actúe en el interior de la persona,
sin que ésta pretenda «hacer» algo en seguida, así también aquí parece aconsejable dejar que sus ideas vayan actuando. Al
leer los ejemplos de casos incluidos en el texto, los lectores podrán comprobar cómo Bert Hellinger se retira una y otra
vez en cuanto alguien intenta generalizar precipitadamente sus palabras. En general, se resiste a que sus ideas y
procedimientos se viertan en un molde teórico: «La teoría interfiere en la práctica.» Así, también yo me abstengo de
cualquier intento de este tipo. Él mismo define su enfoque como fenomenológico; es decir, la percepción de los procesos
le indica los pasos a dar. «Me expongo a una situación oscura, de la que no sé lo que es. La pregunta es: ¿cómo puedo
llegar a una realidad que es oscura? Me sumerjo en un campo vibrante al que estoy unido y que me sobrepasa. De repente,
algo entra en la esfera luminosa, revelando algo de lo que es. Yo me expongo a ello, esperando a que me llegue algo. Una
imagen sería ésta: voy andando a tientas, palpando las paredes, hasta encontrar una puerta. En cuanto se presenta un
"claro", intento decir aquello que me ilumina, en una palabra llena, rebosante. En cuanto ésta haya encontrado una forma,
la persona que la oye es alcanzada a un nivel más allá del mero razonamiento. Es algo común que actúa e impulsa, sin que
la persona conozca el porqué.»

Deseo que este texto les impulse y conmueva y, quizás, incluso les cautive.

GUNTHARD WEBER

Página 4 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Heidelberg, diciembre de 1992


Página 5 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual
INTRODUCCIÓN A LA VERSIÓN ESPAÑOLA
Me alegro de que con el presente libro las ideas innovadoras de Bert Hellinger se abran también a todas las personas de
habla hispana. Desde la primera edición alemana, en 1993, su enfoque centrado en las soluciones ha suscitado un interés
insospechado en el ámbito germano hablante, que todavía sigue en aumento. Hoy en día, los seminarios de Bert Hellinger,
en los que trabaja con clientes gravemente enfermos configurando sus sistemas familiares con la ayuda de representantes,
suelen contar con un gran número de participantes (normalmente entre 400 y 500 terapeutas) interesados en conocer
directamente su trabajo. En abril de 1997 se celebró con gran éxito el primer congreso relacionado con esta nueva forma
de terapia sistémica.
Naturalmente, Bert Hellinger ha precisado y perfeccionado esencialmente sus ideas y procedimientos desde 1993,
revisando también el presente libro en colaboración estrecha con la traductora, Sylvia Gómez Pedra, pudiendo ofrecerse
así una versión totalmente actualizada. Por otra parte, la traducción fue un reto especial, ya que se trataba de encontrar las
palabras idóneas para las expresiones de Bert Hellinger, a veces antiguas y rebosantes de significado, a veces nuevas y
desacostumbradas en este contexto. En algunos puntos se amplió también el texto, introduciéndose nuevos ejemplos de
casos para documentar aún mejor determinadas dinámicas y sus soluciones en el seno de los sistemas familiares. Por
tanto, quisiera expresar mi gratitud tanto a Bert Hellinger como a Sylvia Gómez Pedra por su interés y el intenso trabajo
realizado.
La misma traductora ya está preparando la versión de Ordenes del Amor de Bert Hellinger, y la editorial alemana está
planeando una edición subtitulada de los excelentes vídeos de sus seminarios.
Así, pues, deseo que el presente libro encuentre en el mundo hispanoparlante una resonancia similar a la del ámbito
alemán, ayudando a que el campo vibrante se extienda y que muchas personas puedan encontrar e impulsar soluciones
positivas.
GUNTHARD WEBER
Heidelberg, 1999

I. LOS ÓRDENES DEL AMOR EN NUESTRAS RELACIONES


El amor llena lo que el orden abarca.
El uno es el agua, el otro el jarro.

El orden recoge,
el amor fluye.
Orden y amor se entrelazan en su actuar.

Como una melodía, al sonar, se guía por las harmonías,


así, el amor se guía por el orden.
Y como el oído difícilmente se habitúa a las disonancias,
por mucho que se expliquen,
así, nuestra alma difícilmente se hace
a un amor sin orden.

Algunos tratan a este orden


como si no fuera más que una opinión,
que pudieran tener o variar a gusto.

En realidad, empero, nos viene dado:


actúa aunque no lo entendamos.
No se idea, se encuentra.
Lo conocemos, igual que el sentido y el alma,
por su efecto.
Página 6 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Desde el momento en que entramos en esta vida, pertenecemos a un determinado sistema de relaciones que, con el tiempo, va
ampliándose en círculos concéntricos. Siguiendo el orden temporal, éstos son los grupos y relaciones importantes para nuestra
supervivencia y nuestro desarrollo, de los que formamos parte a lo largo de nuestra vida, sea forzosamente, sea por libre
elección:

- la familia de origen, es decir, nuestros padres y hermanos,


- la red familiar, formada por todos los demás parientes,
- las relaciones libremente elegidas, por ejemplo las relaciones de amistad,
- la relación de pareja,
- las relaciones con nuestros propios hijos,
- la relación con el mundo como Todo.

Los Órdenes del Amor, es decir las condiciones a tener en cuenta para conseguir que el amor en todas nuestras
relaciones crezca y prospere sin impedimentos, en lo esencial están predeterminados y sólo se nos revelan por los efectos
de nuestros actos.
Relaciones del mismo tipo, por tanto, siguen a un mismo orden y un mismo patrón, relaciones de diferentes tipos
siguen a órdenes diferentes. Así, los Órdenes del Amor son distintos para la relación del hijo con sus padres, y distintos
para las relaciones en el seno de la red familiar. Son diferentes para la relación de pareja entre hombre y mujer, y
diferentes para las relaciones de la pareja, como padres, con sus hijos. Finalmente, aún existen otros órdenes para nuestra
relación con el Todo que constituye el fundamento de nuestra existencia, es decir aquello que experimentamos como
espiritual o religioso.
En todos nuestros sistemas relaciónales existe, además, una compleja interacción de necesidades
fundamentales. Entre éstas cuentan:

- la necesidad de vinculación,
- la necesidad de mantener un equilibrio entre dar y tomar,
- la necesidad de encontrar seguridad en conveniencias sociales que hacen previsibles nuestras relaciones.

Experimentamos estas tres necesidades con la vehemencia de reacciones instintivas, percibiendo en ellas fuerzas que
favorecen y exigen, impulsan y dirigen, dan felicidad y ponen límites; y, tanto si lo queremos como si no, nos vemos
expuestos a su poder que nos obliga a fines que van más allá de nuestros deseos y de nuestro querer consciente. En ellas
se refleja y se cumple la necesidad fundamental de todo ser humano de relacionarse íntimamente con sus congéneres.

De manera sensible percibimos estas fuerzas que velan por nuestras relaciones en los sentimientos de culpa o
inocencia respecto a otros, es decir, a través de la conciencia.
En los siguientes capítulos se tratarán extensamente las tres necesidades fundamentales a cumplir para conseguir unas
relaciones logradas, es decir la vinculación, el equilibrio entre dar y tomar, y el orden, así como el concepto de
conciencia, fundamentalmente diferente de lo que comúnmente se entiende como tal.

1. LA VINCULACIÓN
Así como un árbol no elige el lugar en el que crece, y así como se desarrolla de manera diferente en un campo abierto o
en un bosque, y en un valle protegido de otra manera que en una cima expuesta a la intemperie, así un niño se integra en
el grupo de origen sin cuestionarlo, adhiriéndose a él con una fuerza y una consecuencia únicamente comparables a una
fijación.
El niño vive esta vinculación como amor y como felicidad, independientemente de si en este grupo podrá desarrollarse
favorablemente o no, y sin tener en cuenta quiénes y cómo son sus padres.
El niño sabe qué pertenece ahí y este saber y este vínculo son amor, un amor que yo llamo primitivo o primario. Esta
vinculación es tan profunda que el niño incluso está dispuesto a sacrificar su vida y su felicidad por el bien del vínculo.

2. EL EQUILIBRIO ENTRE DAR Y TOMAR


»... Y una cabeza prudente sopesa ganancias y pérdidas en la paz del hogar»
(De Pan y Vino de Friedrich Holderlin)

Página 7 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

En todos los sistemas vivos existe una continua compensación de tendencias antagónicas. Es similar a una ley natural.
Es decir, la compensación entre tomar y dar no es más que una aplicación a sistemas sociales.

La necesidad de un equilibrio entre dar y tomar hace posible el intercambio en los sistemas humanos. Esta interacción
se inicia y se mantiene por el hecho de tomar y de dar, regulándose por la necesidad de todos los miembros de un sistema
de llegar a un equilibrio justo. En cuanto éste se consigue, una relación puede darse por acabada. Esto ocurre, por ejemplo,
si se devuelve exactamente lo mismo que se recibió. Pero también puede reanudarse y continuar la relación, dando y
tomando de nuevo.
El proceso es el siguiente: el hombre, por ejemplo, le da a la mujer y, en consecuencia, ella se siente presionada por haber
tomado. Es decir, habiendo recibido algo del otro, por muy bello que sea, perdemos algo de nuestra independencia. En
seguida surge la necesidad de compensación, y para deshacerse de la presión, la mujer le devuelve algo al hombre. Por
precaución aún le da un poco más, con lo cual se crea de nuevo un desequilibrio y así el proceso sigue. Ni el que da ni el
que toma están tranquilos hasta que no lleguen a un equilibrio, hasta que el primero no tome también y el segundo
también dé.

Un ejemplo:
En África, un misionero fue trasladado a otra región. La mañana de la partida llegó un hombre que había caminado
varias horas para despedirse de él y regalarle una pequeña cantidad de dinero. El valor del regalo equivalía a unos treinta
peniques.
El misionero se dio cuenta de que el hombre quería darle las gracias, ya que lo había visitado varias veces en su
poblado cuando había estado enfermo. También sabía que esos treinta peniques eran una gran cantidad de dinero para él.
Por un momento se vio tentado de devolvérselos e incluso regalarle algo más. Pero después se lo pensó, cogió el dinero y
le dio las gracias.

A. LA FELICIDAD SE RIGE POR LA CUANTÍA DE DAR Y TOMAR


La felicidad en una relación depende de la medida en que se toma y se da. Un movimiento reducido sólo trae
ganancias reducidas. Cuanto más extenso sea el intercambio, tanto más profunda será la felicidad. Sin embargo, existe una
gran desventaja: la vinculación resulta aún más fuerte. El que quiera libertad, tan sólo puede dar y tomar muy poco y tan
sólo puede permitir un intercambio muy reducido entre ambas partes.
Es como al andar. Nos paramos si aguantamos el equilibrio, y seguimos avanzando si una y otra vez lo perdemos para
después volver a recuperarlo.
Un gran movimiento entre tomar y dar viene acompañado de una sensación de alegría y plenitud. Esta felicidad no cae
del cielo, se hace. Si el intercambio se realiza a un nivel elevado y es equilibrado, tenemos una sensación de ligereza, de
justicia y de paz. De las muchas posibilidades de experimentar la inocencia, ésta es la más liberadora y bella.

B. CUANDO EXISTE UN DESNIVEL ENTRE TOMAR Y DAR


Dar sin tomar
Tener derecho a algo es una sensación agradable, y por ser una sensación tan agradable, a algunos les gusta
conservarla. Prefieren conservar la reivindicación, en vez de permitir que otros les den algo, como siguiendo el lema:
«Vale más que tú te sientas obligado que no yo.» Frecuentemente ocurre con la mejor de las intenciones, y esta actitud
goza de gran respeto. Muchos idealistas mantienen esta postura, conocida como el ideal de los que se dedican a ayudar a
los demás. También es un fenómeno frecuente entre psicoterapeutas. Éstos, por ejemplo, no están dispuestos a alegrarse
en las psicoterapias, como pequeña recompensa por el esfuerzo que realizan. En consecuencia, el proceso se hace penoso
y ya no está equilibrado. Pero si alguien da sin tomar, al cabo de un tiempo, los demás tampoco no quieren aceptar nada
de él. Es decir, se trata de una actitud hostil para cualquier relación, ya que aquél que únicamente pretende dar, se aferra a
su superioridad y, de esta manera, niega la igualdad a los demás. Es de suma importancia para cualquier relación que no se
dé más de lo que se esté dispuesto a tomar y que el otro sea capaz de devolver. De esta manera, inmediatamente se
establece una medida para saber hasta dónde se puede ir. Si, por ejemplo, una mujer rica se casa con un hombre pobre, en
muchos casos no funciona, porque siempre es ella la que da, y el hombre no tiene la posibilidad de devolverle nada. En

Página 8 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

consecuencia, se irrita. Siempre se irrita aquél que no tiene la posibilidad de conseguir una compensación. Si una mujer le
paga los estudios a su marido, éste, al finalizar su carrera, la dejará. Ya no tiene ninguna posibilidad de llegar a un nivel de
igualdad, a no ser que le devuelva todo, hasta el último céntimo. Entonces queda de nuevo libre y la relación puede seguir.
Si un hombre que ya ha vivido su vida se casa con una mujer que aún la tiene por delante, esta relación está destinada a
fracasar. La mujer se vengará del hombre. El hombre sabe que ella tiene el derecho de hacerlo y, por lo tanto, tampoco
intervendrá. Naturalmente, lo mismo es válido a la inversa.

Negarse a tomar
Algunos pretenden conservar su inocencia negándose a tomar. En un caso así, no están obligados a nada y muchas
veces se consideran especiales o mejores. Sus vidas, sin embargo, sólo funcionan al mínimo y, en consecuencia, se sienten
vacíos y descontentos. Esta actitud se encuentra en muchas personas depresivas que se limitan en su disfrute de la vida.
En primer lugar, se niegan a tomar a sus padres, y más adelante, esta actitud se traspasa a otras relaciones y a las cosas
buenas de este mundo. Por esta razón, muchos vegetarianos son depresivos, y muchos de los que se apartan
voluntariamente de nuestra sociedad tampoco aceptan nada, para no tener que dar.

Pequeños defectos
También existe un desnivel respecto al equilibrio si uno de los cónyuges tiene un «defecto» al momento de contraer el
matrimonio. Para una mujer, por ejemplo, que aporta un hijo natural al matrimonio, lo mejor sería casarse con alguien que
también tenga un «defecto». Entonces podrán ser felices. De lo contrario, ella se enfadará con él, porque nunca podrá
llegar a un nivel de igualdad.
Por lo tanto, «mire quien votos perdurables hace, si con su corazón cuadra el que elige» (de «La Canción de la
Campana» de Friedrich Schiller).

C. SI NO ES POSIBLE LLEGAR A UN EQUILIBRIO


Entre padres e hijos
El equilibrio entre tomar y dar, hasta ahora descrito, sólo es posible entre personas que se mueven a un mismo nivel, es
decir, de igual a igual. Es diferente entre padres e hijos. Los hijos nunca pueden devolverles a sus padres nada equivalente.
Quisieran hacerlo, pero no les es posible. Existe un desnivel insuperable entre tomar y dar. Si bien los padres también
reciben de sus hijos, y los maestros de sus alumnos, el desequilibrio, sin embargo, no se compensa, sólo se atenúa.
Respecto a sus padres los hijos siempre quedan en deuda, y por esta misma razón tampoco consiguen desligarse de ellos.
De esta manera, la vinculación de los hijos con sus padres se fortalece y consolida aún más, precisamente por ser
irrealizable la necesidad de llegar a un equilibrio. Otro efecto consiste en que, más tarde, los hijos sienten el impulso de
salir de la obligación, impulso que les ayuda en el momento de separarse de los padres. El que no tiene la posibilidad de
compensar un desequilibrio, tiende a alejarse.
La solución es que los hijos pasen a otros lo que ellos mismos recibieron de sus padres, en primer lugar a sus propios
hijos, es decir, a la generación siguiente, o, si no, en un compromiso con otras personas. El que se da cuenta de esta salida,
pasando lo recibido a otros, es capaz de tomar mucho de sus padres.
Lo que es válido entre padres e hijos, y entre maestros y alumnos, también es válido en otros ámbitos. Dondequiera
que (ya) no sea posible o apropiado llegar a un equilibrio, devolviendo o intercambiando, aún tenemos la posibilidad de
deshacernos de la obligación y de la deuda, si de aquello que recibimos pasamos algo a otros. De esta manera, todos,
tanto si dan como si toman, se someten a un mismo orden y a una misma ley.
Börries von Münchhausen lo describe en un poema:

LA BOLA DE ORO
Por mucho amor que del padre recibiera,
no se lo pagué, ya que de niño
no reconocía el valor del don,
y de hombre, me hice igual que los hombres, y duro.

Ahora, un hijo me crece, tan bienamado


como ninguno que fuera la delicia de un corazón de padre,

Página 9 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

y yo pago lo que en su tiempo recibí


con él, que no me lo dio - ni me devuelve.

Pues al hacerse hombre y pensar como los hombres,


él, al igual que yo, hará sus propios caminos;
nostálgico, pero sin envidia, lo veré,
dando al meto aquello que a mime corresponde.

Lejos en la sala de los tiempos mi mirada va,


contenida y serena, observando el juego de la vida:
la bola de oro cada cual, sonriente, pasa
- y ninguno la bola de oro devolvió.

Agradecimiento como recompensa


Una última posibilidad de llegar al equilibrio entre tomar y dar es el agradecimiento. Hay que tener en cuenta, sin
embargo, que el decir «gracias» muchas veces sustituye el agradecimiento. El «gracias» es la manera barata de expresar
un agradecimiento. Dar las gracias significa: lo tomo con alegría y lo tomo con amor, lo cual expresa un profundo
reconocimiento del otro. Muchas veces, si yo hago un regalo a una persona, el otro 1o desenvuelve y los ojos le brillan, a
mí me basta. Un «gracias» ya apenas añade nada. Al dar las gracias, no rehúyo el dar; aun así, ésta es, a veces, la única
respuesta adecuada para quien recibe, por ejemplo, una persona disminuida, un enfermo, un niño pequeño y, a veces,
también un enamorado.
Aquí, junto a la necesidad de compensación, entra en juego también ese amor elemental que atrae y une a los
miembros de un sistema social. Es el amor que acompaña el tomar y el dar, y les precede. El que da las gracias reconoce:
«Tú me das, independientemente de que yo, en algún momento, pueda devolvértelo, y yo lo tomo de ti como un regalo».
El que acepta el agradecimiento dice: «Tu amor y el reconocimiento de mi don para mí significan más que todo lo que aún
puedas hacer por mí». Al dar las gracias, por lo tanto, no sólo nos afirmamos mutuamente con aquello que nos damos;
sino también con aquello que significamos el uno para el otro.
Una pequeña historia para ilustrar esta idea:

DIGNO DE Dios
Un hombre se sentía muy agradecido y en deuda con Dios, por haber sido salvado de un peligro mortal. Preguntó a
un amigo qué podía hacer para que su agradecimiento fuera realmente digno de Dios. Aquél, sin embargo, le contó una
historia:
Un hombre quería a una mujer de todo corazón y le pidió que se casara con él. Pero ella tenía otras intenciones. Un
día, al querer cruzar la calle juntos, por poco un coche hubiera atropellado a la mujer, de no ser por su acompañante
que la detuvo con un movimiento rápido. En ese momento, ella se dirigió a él y le dijo:
-Ahora me casaré contigo.
-¿Qué te parece? -preguntó el amigo-. ¿Cómo se sentiría ese hombre entonces?
El otro, en vez de responder, tan sólo hizo una mueca de indignación.
-Ves -dijo el amigo-, quizás a Dios le pase lo mismo contigo.

Cuando ya no es posible la reparación


La deuda y el daño adquieren una importancia fatal, en el momento en que una persona sufre tal daño en su cuerpo,
vida o propiedad, que ya no sea posible la compensación. En un caso así, ninguna expiación, ni ningún otro hecho pueden
restablecer el equilibrio. Tanto al autor como a la víctima sólo les quedan la impotencia y la sumisión, cualquiera que sea
el destino de cada uno de ellos.

D. LA RECOMPENSA NEGATIVA)
Repito: la culpa como obligación, y la inocencia como reivindicación y descarga están al servicio del intercambio, y
mantienen nuestras relaciones en marcha. Es una culpa buena y es una inocencia buena, por las que nos beneficiamos

Página 10 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

mutuamente y nos unimos en el bien. Sin embargo, la necesidad de un equilibrio y de una justicia compensadora no tan
sólo actúa en un sentido positivo, sino también en un sentido negativo. Es decir, si alguien en el sistema atenta contra mí,
sin que yo pueda defenderme, o si reclama para sí mismo algo que me perjudica o tiene que hacerme daño, yo siento la
necesidad de llegar a una compensación. Ambos, el autor y la víctima, se ven sometidos a esta necesidad. La víctima
tiene el derecho de reivindicar la compensación, y el autor se sabe obligado a ella. Pero esta vez la compensación actúa en
perjuicio mutuo, ya que, después de cometerse la injusticia, también el inocente trama el mal. Pretende perjudicar al
culpable tal como éste lo perjudicó, y quiere causarle un daño equivalente al suyo, o incluso algo mayor. Esta actitud
también une de una manera muy estrecha, aunque sea en la desdicha.
Sólo cuando los dos, el culpable y su víctima, hayan estado igualmente enfadados, y hayan sufrido y perdido en la
misma medida, se encuentran de nuevo a un mismo nivel. Entonces tienen otra vez la posibilidad de llegar a la paz y a la
reconciliación.

Un ejemplo:
Un hombre le contó a un amigo que su mujer, desde hacía veinte años, aún no le había perdonado que él, pocos días
después de la boda, se hubiese marchado de vacaciones con sus padres porque éstos decían que lo necesitaban para llevar
el coche, dejando sola a su mujer durante seis semanas. Por mucho que había intentado persuadirla, disculparse y pedirle
perdón, no le había servido de nada. El amigo le contestó:
-Lo mejor sería lo siguiente: deja que desee o haga algo para ella misma que a ti te cueste no menos que a ella en
aquel entonces.
El hombre comprendió en seguida y se puso radiante. Ahora tenía la llave que realmente cerraba.

De lo negativo, más vale devolver algo menos


También aquí es válido: si alguien comete una injusticia conmigo y yo le devuelvo exactamente lo mismo, la relación
se termina. Si le devuelvo un poco menos, no sólo se cumple con la justicia, sino también con el amor. A veces es preciso
enfadarse con alguien para salvar la relación. Se trata, sin embargo, de un enfado con amor, porque se tiene en cuenta la
importancia de la relación. El que se enfada con odio sobrepasa los límites, dándole al otro el derecho de acrecentar su
enfado. En el caso de la recompensa negativa, sentimos la inocencia como un derecho a la venganza, y la culpa como el
miedo a la venganza.
Repito: para que las relaciones puedan seguir adelante, vale el siguiente principio simple y claro: De lo positivo, por
prudencia, se devuelve un poco más de lo negativo, por prudencia, un poco menos. De esta manera se cumplen tanto las
exigencias del amor como dé la justicia, y el intercambio positivo puede reanudarse y continuar.
Ahora bien, si los padres cometen una injusticia con sus hijos, éstos no pueden buscar el equilibrio causándoles otro
daño a sus padres. El hijo no tiene el derecho, hagan lo que hagan los padres. En este caso, el desnivel que existe entre
unos y otros es demasiado grande.

Exigir la reparación
El culpable nos parece tanto más culpable, y sus actos tanto más graves, cuanto más indefensa e impotente sea su
víctima. Pero la víctima, una vez cometida la injusticia, raras veces se queda indefensa. Podría actuar y exigir del autor
justicia y reparación, que pondrían término a la culpa y harían posible un nuevo comienzo. Muchas veces, sin embargo, se
cultivan la reivindicación y el derecho de estar resentido con el otro.
Pero si la víctima misma no actúa, otros intentan hacerlo por ella, con la diferencia, sin embargo, de que en este caso
tanto el daño como la injusticia, que otros cometen en su nombre y en su lugar con terceros, acaban siendo mucho más
graves que si ella misma se hubiera encargado de defender su derecho y de vengarse. Donde los inocentes prefieren sufrir
en vez de actuar, pronto hay más víctimas y malos que antes. Es ilusoria la idea de que podríamos evitar el vernos
afectados, o esquivar la culpa, aferrándonos a la inocencia y su impotencia en vez de enfrentarnos con la culpa y sus
consecuencias, de manera que ésta pueda llegar hasta el final y desarrollar también su fuerza positiva.

E. EL PERDÓN MALO Y EL PERDÓN BUENO


Un efecto similar al de mantener la impotencia es el del perdón apresurado, que sustituye un enfrentamiento necesario
y que, en vez de solucionar el conflicto, lo tapa y lo transfiere. El mismo efecto tiene también el perdón arrogante, es
decir, si alguien, alegando una superioridad moral, le perdona la culpa al culpable, como si tuviera el derecho de hacerlo.
Página 11 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Si, por ejemplo, una persona comete una injusticia con otra y ésta le perdona, el pecador tiene que marcharse. Si no, a
partir de ese momento sería tan insignificante que ya no podría encontrarse a un mismo nivel con el otro. Si se pretende
llegar a una reconciliación auténtica, el inocente no sólo tiene el derecho a la reparación y la expiación, sino incluso tiene
la obligación de exigirlas. De lo contrario, él mismo se hace culpable con el culpable. Y el culpable no sólo tiene la
obligación de aceptar las consecuencias de sus actos, sino también tiene el derecho de hacerlo.

Un ejemplo:
Un hombre y una mujer, los dos ya casados, se enamoran. Cuando, poco después, la mujer queda embarazada, se
divorcian de sus respectivas parejas anteriores y contraen un nuevo matrimonio. La mujer no había tenido hijos antes. El
hombre, sin embargo, tenía una hija pequeña de su primer matrimonio, que dejó con la madre. Ambos se sentían culpables
ante la primera mujer del hombre y ante su hija, y su gran anhelo era que la mujer les perdonara. En realidad ésta estaba
resentida con ellos, ya que ella y su hija pagaban el precio en beneficio de ellos dos.
Una vez, al hablar de su gran deseo con un amigo, éste les dijo que, por un momento, se imaginaran cómo se sentirían
si aquella mujer realmente les perdonara. En ese instante se dieron cuenta de que, hasta entonces, aún habían rehuido las
consecuencias de su culpa, y que su deseo de alcanzar el perdón contradecía con la dignidad y los deseos de todos.
Decidieron reconocer ante la primera mujer y ante su hija que, por el bien de su nueva felicidad, les habían exigido lo
máximo, y que se enfrentarían a sus reclamaciones. Sin embargo, también se mantenían firmes en su elección.

También existe el perdón bueno que respeta la dignidad del culpable, conservando, al mismo tiempo, la de la víctima.
Significa que el inocente, al exigir una recompensa, no debe ir hasta el último extremo, y que también debe aceptar la
reparación y la expiación del culpable. Sin este perdón bueno no hay reconciliación posible.

También a este respecto, un ejemplo:


Una mujer había dejado a su marido por un amante, y se llegó al divorcio. Después de muchos años, la mujer se
arrepintió. Se daba cuenta de lo mucho que aún quería a su marido, y hubiera deseado ser su mujer otra vez, más aún
porque el hombre, desde entonces, seguía solo. Como ella se sentía culpable, no se atrevía a pedírselo. Cuando finalmente
habló con él, el hombre no quería pronunciarse, ni a favor ni en contra. Sin embargo, acordaron consultar el asunto con un
tercero.
Éste preguntó primero al marido qué quería conseguir en la sesión. El hombre tan sólo sonrió de manera enigmática y
dijo: - Una revelación.
Entonces preguntó a la mujer qué podía ofrecerle al marido para que sintiera ganas de volver con ella. Ella lo había
imaginado todo demasiado fácil, y lo que ofrecía aún no significaba ningún compromiso. No era de extrañar que el marido
no se impresionara en absoluto.
El tercero le señaló a la mujer que, sobre todo, tenía que reconocer que en aquel entonces ella había herido a su
marido. Y él tenía que ver que ella estaba dispuesta a reparar la injusticia cometida con él. La mujer se quedó unos
instantes pensativa, después miró a los ojos a su marido y le dijo:
-Siento mucho lo que te hice. Quisiera ser tu mujer otra vez, y te querré y te cuidaré de manera que puedas estar
contento y fiarte de mí.
Pero el hombre seguía sin moverse. Entonces el otro le dijo:
-Debe haberte dolido mucho en aquel entonces, y no quieres pasarlo una segunda vez.
En ese momento, sus ojos empezaron a humedecerse, y el otro siguió: -Alguien como tú, que tuvo que sobrellevar
tanto dolor, muchas veces se siente moralmente superior al otro y reclama el derecho de rechazarlo como si no lo
necesitara.
Y añadió: -Contra tal inocencia el culpable se ve impotente.
En ese momento, el hombre se estremeció, y sonrió como si lo hubieran pillado. Se volvió hacia su mujer y la miró a
los ojos.
-Son cincuenta marcos -dijo el tercero, porque era psicoterapeuta- y ahora marchaos; y no quiero saber cómo acaba.

Página 12 de

174

Bert Hellinger – Felicidad dual

Pero acabó mal. Un año más tarde, me llamó ella para decirme que tenía cáncer y preguntarme si podía venir para una
sesión. Finalmente vinieron los dos. Pregunté a la mujer si tenía idea de qué había desencadenado su enfermedad. Cuando
respondió que ella siempre había funcionado como una máquina, le dije:
-No, eso no es. ¿Algo más?
Ella se quedó pensando y dijo:
-Sí. Me quedé embarazada de mi marido. Él quiso que abortara, y yo lo hice. Entonces dije:
-¡Esto es! Tendrías que haberlo abandonado en ese momento.
Ahora la situación estaba invertida. Ahora ella era la inocente y él el culpable. Él le había pedido algo que sobrepasaba
sus fuerzas, y ella lo había aceptado para no poner en peligro la relación. Se lo expliqué a los dos y le dije a ella: -Ahora
tienes que separarte de tu marido, reconocer tu culpa y tu dolor y, en memoria del niño, hacer algo bueno. Ella me
preguntó: - ¿No podemos hacerlo juntos?
Yo dije: - Sí.
Pero él no se movía ni mostraba la menor emoción. Después se fueron. Más adelante, ella se inscribió en uno de mis
cursos. Cuatro semanas antes del curso me llamó su hijo para decirme que había muerto. Éste fue el final.

F. SUFRIMIENTO PREVENTIVO EN SEPARACIONES


Por miedo a reproches y por miedo de hacerle daño al otro, algunos, antes de separarse, se obligan a sufrir durante
mucho tiempo, tanto que quede compensado el dolor del otro, como si después tuvieran más derecho a dar el paso. Por
esta razón, los procesos de divorcio tardan tanto. En la mayoría de los casos la persona tan sólo necesita un ámbito nuevo
y más extenso, quizá su alma necesite más espacio para crecer, y se siente cogida y prisionera por no poder emprenderlo
sin perjudicar o hacer daño a otro.
Cuando por fin se separan, no sólo aquella persona tiene la posibilidad y el riesgo de un nuevo comienzo, sino, sin
esperarlo, también al otro se le abren nuevas posibilidades. Si el otro, sin embargo, se cierra y permanece en su dolor, le
hace más difícil al primero emprender su nuevo camino. En cambio, aprovechando su nueva posibilidad, también le da al
primero libertad y descarga. De todas las maneras de perdonar a otros, ésta es para mí la más bella. Reconcilia, aun si la
separación sigue en pie.

G. RENUNCIA A LA FELICIDAD COMO INTENTO DE RECOMPENSA


Lo que es correcto e importante en relaciones para que éstas sean logradas, a veces, de manera ilícita, se traspasa a
otros contextos en los que se convierte en un absurdo, por ejemplo, a Dios y al Destino. Si una persona saca provecho de
una situación, mientras otro, en el mismo contexto, sufre una pérdida, estos dos hechos se relacionan en el alma,
desarrollándose así la necesidad de llegar a una compensación, como si lo primero existiera a costa de lo segundo. En un
caso así ocurren cosas muy graves.
Si, por ejemplo, un padre vuelve ileso de la guerra o del cautiverio, donde otros perecieron, de repente, una hija tiene
la idea de pagar porque el padre volvió, o el padre mismo ya no se ve con el derecho de tomar mucho de la vida. O el caso
de alguien que es salvado de un peligro mortal y, a continuación, comienza a pagarlo con un síntoma o empieza a
limitarse.
Si en una familia hay un hijo disminuido, los otros hermanos sanos muchas veces no se atreven a tomar su salud y su
felicidad, ya que desarrollan la fantasía de que ellos tienen lo positivo en su vida a costa del hijo enfermo. Intentan
compensarlo mostrándose también ellos enfermos (por ejemplo depresivos) o limitándose en sus posibilidades de algún
otro modo. Esta dinámica es como una descarga interior.
Nos encontramos indefensos y sin recursos ante tal culpa o inocencia que el Destino depara. Si fuéramos culpables o
mereciéramos una recompensa por nuestros actos libremente elegidos, tendríamos poder e influencia. En situaciones
como las arriba mencionadas, sin embargo, tenemos que reconocer que estamos sometidos a fuerzas que se sustraen a
todo control, que deciden si vivimos o morimos, nos salvamos o perecemos, prosperamos o decaemos -
independientemente de nuestros actos buenos o malos.
Librarse de la presión por una compensación ciega exige que se pase a un metanivel, buscando una solución
totalmente diferente. El Destino nos toma en sus brazos, nos lleva o nos deja caer de acuerdo con unas leyes cuyos
secretos no podemos ni debemos desentrañar. La posición de querer compensar algo, por tanto, es arrogante en este
contexto, ya que la persona pretende pagar algo que se le da como regalo. La solución consiste en tomar la vida, la
felicidad, la salud como un regalo, sin pagar por ello. Esta es una posición humilde.
Una pequeña historia sobre este punto:

Página 13 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

LA RECOMPENSA DOBLE
Una mujer tenía un buen marido, y para Navidades éste le regaló un precioso collar de oro. Ella lo
desenvolvió y exclamó:
- ¡Qué collar más precioso!
Después preguntó:
- ¿Cuánto costó? El dijo:
- Cinco mil marcos
- ¿Y dónde lo compraste?
- En la joyería Bernhard.
Después de las fiestas, ella fue al joyero Bernhard y le pagó otros cinco mil marcos. (Pausa) Casos así hay -
en relación al Destino.
Es decir, se crean confusiones si algo válido se aplica más allá del ámbito en el que tiene sentido. Algo similar ocurre
también en el caso de una persona que carga con una culpa ajena y la paga.
Un ejemplo:
En una pareja, la mujer se queda embarazada antes de estar casados, por lo que se ven obligados a casarse. Estos
padres no son felices en su matrimonio. Ahora el hijo carga con la culpa, dispuesto a sufrir como recompensa y para
pagar la desdicha de los padres «causada» por él.

El tomar y el dar las gracias, el tomarlo como un regalo, sin pagarlo, es la solución y una realización muy especial.
Este agradecimiento es una actitud interior. No está dirigido a nada ni a nadie. Una imagen que utilizo para describirlo es
ésta:
Alguien se mete en un río y éste le lleva a la otra orilla. Ahí sale de nuevo del agua y hace una reverencia ante el río.
Al río, sin embargo, le da igual. Eso es dar las gracias.

Un ejemplo:
Un grupo de amigos tuvo que marchar a la guerra juntos; vivieron peligros indecibles, y dos de ellos volvieron ilesos.
Pero uno se había vuelto muy callado: la vivencia más importante para él había sido la salvación. A partir de ese
momento, toda su vida posterior le parecía un regalo. El otro, sin embargo, muchas veces se encontraba con los amigos,
presumiendo de sus proezas y de los peligros de los que se había salvado. Era como si hubiera vivido todo aquello en
vano.

Petra: Conozco a un hombre, a quien, de niño, su hermano lo sacó de la nieve y le salvó la vida. Más adelante, ese
hermano mayor fue asesinado por los nazis. A partir de ahí, el hermano menor siempre tenía la sensación de no poder ni
deber vivir.
Bert Hellinger: Eso sólo tiene que ver con la muerte trágica del otro. En un caso así, hay una frase importante: «Tú
estás muerto. Yo aún vivo un poco, después moriré también.» Sería posible que además dijera: «Me inclino con respeto
ante tu destino, y siempre seguirás siendo mi hermano.»

Expiación como recompensa ciega: si una madre muere al nacer un hijo


La expiación también constituye un intento de recompensa, intento ciego, instintivo, sin embargo, que se realiza sin
control. Con especial frecuencia se encuentra este intento de recompensa en familias en las que una madre murió al dar a
luz a un hijo. Naturalmente, el hijo que sobrevive es inocente de la muerte de la madre. A nadie se le ocurriría pedirle
cuentas por ello, pero, a pesar de todo, el conocer su inocencia no le aporta ningún alivio. Como ser social, se sabe
integrado en un sistema en el que recibió su vida a costa de la de su madre. No puede evitar, una y otra vez, ver su vida en
relación con la muerte de su madre, y nunca consigue deshacerse de la presión de la culpa; Lo que frecuentemente ocurre
tras un incidente tan trágico es una dinámica fatal. La situación se interpreta como si el marido, por su impulsividad,
hubiera asesinado a la mujer, como si, por decirlo así, la hubiera sacrificado a sus instintos. En realidad, los padres son
conscientes del riesgo de la realización del amor y han aceptado conscientemente ese riesgo. Estas fantasías de asesinato
también descalifican a las mujeres, representando un delito contra su dignidad. En la configuración de tales Página 14 de
174
Bert Hellinger – Felicidad dual

constelaciones, las mujeres no expresan ninguna acusación contra el hombre y son plenamente conscientes de su propia
dignidad.
La imagen de asesinato, sin embargo, conduce a que hijos varones en generaciones posteriores -y un suceso así aún
afecta a muchas generaciones más- lo expíen. Muchas veces, aún nietos y bisnietos se suicidan por la muerte de una
mujer, así. Es una forma de recompensa primitiva, antiquísima y ciega: uno desaparece y, en recompensa, otro se va. En
cuanto se hace algo en reparación, el respeto se pierde. Algunos renuncian a una relación de pareja y a tener hijos, por
ejemplo, haciéndose sacerdotes o casándose con una mujer que ya no puede tener hijos. Este tipo de muerte en un sistema
crea miedo, y por miedo, este hecho frecuentemente se calla. Es la exclusión peor en un sistema y también crea las
consecuencias más graves.
Ahora bien, si el hijo que sigue con vida se limita o se suicida, el sacrificio de la mujer fue en vano y encima se le hace
responsable de la desgracia del hijo.
La solución consiste en conceder a la mujer un lugar respetado en el sistema, y que el hijo le diga a su madre: «Ya que
perdiste tu vida al nacer yo, que no haya sido en vano. Precisamente porque te costó tanto, te demuestro que valió la pena.
Acepto la vida por el precio que te costó a ti, y por el precio que me cuesta a mí, y le saco partido, en tu memoria».
Es el mismo amor, pero con otra dirección. Así, la presión de la culpa fatal se convierte en motor y en fuerza para la
vida, haciendo posibles actos que otros no lograrían realizar nunca. Aporta reconciliación y paz, permitiendo que el
sacrificio de la madre tenga un efecto bueno.

Un ejemplo de un seminario:
Alexis cuenta que su padre ya estuvo casado anteriormente, y que la mujer y el primer hijo murieron juntos en el parto.
En la constelación de la familia de origen, ambos hijos y los padres miran en una misma dirección. Bert Hellinger: Está
clarísimo: los padres y los dos hijos miran a la primera mujer y a su hijo. (Introduce a esta madre y a su hijo en la
constelación, colocándolos enfrente de los padres y de los hijos. La familia asiente, aliviada.) Esta ya es la solución.
Más adelante, Bert Hellinger coloca al niño y a su madre a la derecha del padre, y a los otros hijos enfrente de ellos;
finalmente coloca al hijo muerto, como hermano mayor, a la derecha de los otros dos hijos. Después, empieza a hablar de
la enfermedad grave que amenaza la vida del hermano de Alexis.
Bert Hellinger: De la constelación se deduce que la enfermedad de tu hermano posiblemente tenga un significado
sistémico y que quizá le ayudaría que se lo contaras. Quizás esté vinculado con el difunto. Y si éste aparece en la imagen,
posiblemente él también podría sostenerse.

H. LA CONFORMIDAD CON EL DESTINO


Hay una parte de la fatalidad que pertenece a mí mismo, por ejemplo una enfermedad hereditaria, una mutilación de
guerra, o condiciones difíciles en la infancia. Si me rebelo contra este destino invariable, o me muestro descontento,
manteniendo vivas la irritación y la reivindicación, o buscando culpables, o no integrando esta fatalidad en mi vida,
entonces este destino tampoco puede desarrollar su fuerza.
Al igual que puedo ser salvado de manera inmerecida y sin intervenir personalmente, es decir, puedo recibir un regalo
que otros no reciben, también tengo que asentir si se me exige llevar las consecuencias de algo negativo que ocurrió sin
mi culpa. Al Destino no le importan nuestras reivindicaciones, ni tampoco nuestra reparación.
En el caso de una culpa fatal, como única salida me queda el conformarme, la sumisión a un contexto inextricable y
sumamente poderoso, sea para mi felicidad o para mi desgracia. La actitud que sirve de base para esta manera de actuar la
llamo humildad. Ella me permite tomar mi vida y mi felicidad tal como me vienen dadas y mientras duren,
independientemente del precio que otros pagaron por ello. También me permite asentir a un destino duro si me toca a mí.
Esta humildad hace cuajar la experiencia de que no soy yo el que determina el Destino, sino que el Destino me determina
a mí. También es la respuesta adecuada a la culpa y a la inocencia fatales, poniéndome a un mismo nivel con las víctimas.
Me permite honrarlas, no tirando o limitando aquello que recibí «a su costa», sino justamente aceptándolo, a pesar de su
alto precio, y transmitiendo parte de ello a otros. La expiación destruye el respeto; y el respeto hace superflua la
explicación. La recompensa consiste entonces en que esta conformidad, en mi interior, se convierta en fuente de fuerza.
Esta es la recompensa positiva, y siempre actúa para bien.

Un ejemplo:

Página 15 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Un hombre joven, empresario y único representante de un producto en su país, se presenta en un coche deportivo y
cuenta sus éxitos. Es obvio que sabe y vale, y tiene un atractivo irresistible. Pero bebe, y su contable le avisa que saca
demasiado dinero de la empresa para fines privados, con lo cual pone en peligro el negocio. A pesar de los éxitos logrados
hasta el momento, en su interior y de manera casi imperceptible, busca perderlo todo otra vez. Se descubre que su madre
echó a su primer marido porque lo tenía por un blandengue. Más adelante, se casó con el padre de este hombre joven,
introduciendo al hijo de su primer matrimonio en la nueva relación. Éste ya no pudo ver más a su propio padre y, hasta ese
día, no había restablecido el contacto con él. Ni siquiera sabía si aún vivía.
El empresario joven se dio cuenta de que a la larga no se atrevía a tener éxito, porque pensaba que debía su vida a la
desgracia de su hermano. Encontró la siguiente solución: en primer lugar, pudo reconocer que el matrimonio de sus padres
y su propia vida tenían una relación fatal con la pérdida que tuvieron que sufrir su hermano y el padre de éste. En un
segundo lugar, y a pesar de todo, pudo afirmar su propia felicidad, diciéndoles a los demás que también él esperaría ser
reconocido con los mismos derechos que los demás y a un mismo nivel con ellos. En un tercer lugar, estaba dispuesto a
hacerle un favor especial a su hermano para, de esta manera, reconocer su voluntad de llegar a un equilibrio entre tomar y
dar: se propuso encontrar al padre de su hermano y arreglar un reencuentro entre los dos.

Ahora vuelvo otra vez a la dinámica antes mencionada. Contaste que tu madre se volvió depresiva después de nacer tú.
En un caso así, la tendencia es que el hijo lo pague.
Manuela: ¿Es algo similar si la madre tiene una depresión posparto?
Bert Hellinger: Sí, puede ser similar, que luego el hijo piense que tenga que pagar por ello. Se siente culpable siempre
que la madre sufra un daño en el parto.

Aún tengo otro ejemplo más:


Un participante en un grupo, un hombre de mediana edad, no se lo pasaba nada bien en el grupo. Se comportaba de
manera curiosa, aislándose de los demás como si estuviera ausente. Supimos que su madre, en el parto, sufrió una rotura
de pelvis. En la constelación de su familia de origen, él se puso totalmente al margen. La madre, sin embargo, estuvo
dispuesta a pagar el precio, pero el hijo no pudo aceptarlo porque el precio era tan alto.
Lo que puede hacer el hijo en un caso así es valorar lo ocurrido. Sería decir: «Querida Mamá, tomo mi vida al precio
que a ti te costó, y justo por eso le rindo honor y le saco provecho, para alegría tuya. No habrá sido en vano. Justo porque
te costó tanto, te demuestro que valió la pena». De esta manera, también para la madre es realmente una descarga. De lo
contrario, es doblemente duro para ella. Si acaba bien, también puede llevar más fácilmente aquello que pasó. Frecuente
mente ocurre también que alguien, tras una salvación inesperada, sigue viviendo como muerto, como si ya hubiera
terminado con la vida.

Un ejemplo:
En un curso había un tipo simpático, pero la mayoría del tiempo estaba ahí, sentado como si estuviera sin vida. Así
pues, hice una regresión con él, y cuando tenía cinco años, se vio a sí mismo echado en la cama: en su hombro había
salido una úlcera grande. Los médicos rodeaban la cama con caras de preocupación y en ese momento él se murió
interiormente. Más tarde lo operaron y resultó que el tumor era benigno. Él, sin embargo, ya había terminado con su vida
y siguió viviendo como muerto.
Lo que corresponde en un caso así es que la persona afectada dé gracias por su salvación, aceptando nuevamente el
regalo de la vida y sacándole provecho.

I. COMO RECOMPENSA, UN HIJO DE RESCATE


Con relativa frecuencia ocurre que, en caso de una separación, se entrega a un hijo como recompensa; por ejemplo,
que una hija de un segundo matrimonio se vaya al primer marido. Si la madre toma otro marido, hay que pagarlo. Una
posibilidad consiste en dejarle la hija al primer marido. De esta manera, el asunto queda liquidado, para decirlo así.
Muchas veces se paga también con un hijo si los padres de la mujer no quieren permitirle que se case. En un caso así, la
mujer a veces les da a los padres su primer hijo. Nadie sabe por qué, pero es el rescate que paga. Entonces la mujer puede
quedarse con su marido. El hijo puede decir: «Lo hago a gusto, pero tú eres mi abuela y ésta es mi madre». Esta dinámica
se tratará aún más intensamente en el tema del incesto.
Alexis: Lo que he visto muchas veces en Grecia es que se le entrega un hijo a una hermana rica, casada, pero sin hijos,
una hermana que económicamente ayuda a toda la familia.
Página 16 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Bert Hellinger: En un caso así, el hijo tiene que decir: «Lo hago a gusto por todos vosotros». Entonces puede hacerlo,
quedando libre, al mismo tiempo, de un eventual reproche.

3. EL ORDEN
La tercera condición básica para conseguir unas relaciones logradas es el orden. Aquí me refiero, en primer lugar, a las
reglas que conducen la convivencia de un grupo a cauces fijos. En todas las relaciones duraderas se desarrollan normas,
ritos, convicciones y tabúes comunes que, a continuación, adquieren un carácter vinculante para todos. De esta manera,
las relaciones se convierten en un sistema con orden y estructura. Estas conveniencias sociales constituyen el orden
superficial, es decir, el orden más bien exterior y acordado, que varía ampliamente de un grupo a otro. Detrás de éste
actúan órdenes predeterminados que se sustraen a toda posibilidad de acuerdo.

Página 17 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

II. LA CONCIENCIA COMO SENTIDO DE EQUILIBRIO EN LAS RELACIONES Siempre


que entramos en una relación, nos vemos dirigidos por un sentido interior, que reacciona automáticamente si hacemos
algo que podría dañar o poner en peligro la relación. Es decir, hay como un órgano interno para el comportamiento
sistémico, parecido al órgano interno que nos sirve para mantener el equilibrio. En cuanto nos salimos del equilibrio, la
sensación de malestar, producida por la caída, nos devuelve al equilibrio. Por lo tanto, el equilibrio se regula por el
malestar o el placer. Si nos encontramos en equilibrio, es una sensación agradable, de placer. Si nos salimos del
equilibrio, es una sensación de malestar, un malestar que nos indica el límite en el que tenemos que cambiar para que no
ocurra ninguna desgracia. Algo similar es válido para sistemas y relaciones.
En relaciones rigen unos órdenes determinados. Si estoy en harmonía con ellos y, en consecuencia, puedo permanecer
en la relación, me siento inocente y en equilibrio. Si, por lo contrario, nos desviamos de las condiciones que nos permiten
conseguir unas relaciones logradas, haciendo peligrar la relación, surgen unas sensaciones de malestar que actúan como
un reflejo y nos obligan a volver. Este hecho se experimenta como culpa. A la instancia que controla este proceso, como
un órgano de equilibrio, la llamamos consciencia.
Hay que saber que, por regla general, experimentamos tanto la culpa como la inocencia solo en relaciones. Es decir, la
culpa se refiere al otro. Me siento culpable si hago algo que perjudica la relación con otros, e inocente, si hago algo
provechoso para la relación con otros. La conciencia nos ata al grupo importante para nuestra supervivencia,
independientemente de cuáles sean las condiciones que éste nos imponga. Ella no está por encima de este grupo, ni
tampoco por encima de su creencia o de su superstición. Está a su servicio.

Un ejemplo:
En un grupo, un médico contó que, una mañana, su hermana lo llamó pidiéndole que pasara a verla, porque quería
consultar un problema médico con él. El hombre fue, y estuvieron hablando durante una hora. Después dijo: - Quizá
sí que sería mejor que fueras a ver a un ginecólogo.
Ella fue, y allí dio a luz a un niño sano. El médico no había percibido que su hermana estaba embarazada. La hermana
tampoco había percibido que estaba embarazada, aunque también ella era médico.
En ese sistema estaba prohibido percibir embarazos, y todos sus estudios académicos no les habían servido de nada
para superar ese bloqueo de percepción.

EL Oso POLAR
Había una vez un oso polar al que llevaban de aquí para allá en un circo. No lo necesitaban
para las funciones, sino sólo para la exposición. Así, siempre estaba en su rulot. Ésta era tan
estrecha, que sólo podía dar dos pasos hacia adelante y dos pasos hacia atrás. Al cabo de un
tiempo, les dio pena el oso y se dijeron:
-Ahora lo venderemos a un zoo.
Allí tenía un gran área libre, pero aun así sólo daba dos pasos hacia adelante y dos pasos hacia
atrás. Entonces le preguntó otro oso polar:
- ¿Pero por qué haces eso?
Y él respondió:
-Es porque pasé tanto tiempo en la rulot.

1. LA CONCIENCIA VELA POR LAS CONDICIONES PARA NUESTRAS RELACIONES La


conciencia vela por las condiciones importantes para nuestras relaciones, es decir, por la vinculación, por el equilibrio
entre tomar y dar, y por el orden. Tan sólo puede conseguirse una relación lograda si estas tres condiciones se cumplen a la
vez. No hay vinculación sin equilibrio y orden. No hay equilibrio sin vinculación y orden, y no hay orden sin vinculación
y equilibrio. Estas condiciones se experimentan en el alma como necesidades elementales. La conciencia está al servicio
de las tres, y cada una de estas tres necesidades se impone por una sensación particular de culpa e inocencia. Por lo tanto,
nuestra experiencia de culpa difiere, dependiendo de si la culpa se refiere a la vinculación, al equilibrio o al orden, y por la
misma razón sentimos la culpa y la inocencia de maneras diferentes, según la meta y la necesidad a las que sirven.

Página 18 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual
A. CONCIENCIA Y VINCULACIÓN
En este campo, la conciencia reacciona a todo cuanto beneficie o ponga en peligro la relación. Por lo tanto, tenemos la
conciencia tranquila si nos comportamos de manera que podamos estar seguros de tener aún el derecho de formar parte del
grupo, y tenemos mala conciencia si nos hemos desviado de las condiciones del grupo, hasta el punto de tener que temer
la pérdida total o parcial del derecho a la pertenencia. Es decir, en este caso la culpa se siente como miedo de sufrir una
pérdida o una expulsión, y como lejanía, mientras que la inocencia se vive como cobijo y cercanía. Quizás, este sea el
sentimiento más bello y más profundo que conocemos: el tener el derecho de formar parte a un nivel elemental de
vivencia.
Sólo el que experimenta la seguridad de la inocencia como derecho de formar parte, conoce también el miedo o el
terror ante una expulsión o una pérdida. El cobijo sólo puede ser vivido con miedo. Así es totalmente absurdo decir que
los padres tienen la culpa del miedo que uno siente. Cuanto mejores sean unos padres, tanto mayor será el miedo de
perderlos.

Cobijo y cercanía, éste es el gran sueño que perseguimos con muchos de nuestros actos. El sueño, sin embargo, es
irrealizable, ya que la pertenencia siempre peligra. Algunos dicen que hay que darles seguridad a los hijos. Sin embargo,
cuanta más seguridad se les da a los hijos, tanto más miedo tienen ante la pérdida de esta seguridad, ya que la seguridad no
puede experimentarse sin el miedo a lo contrario. Por lo tanto, hay que volver a ganar la pertenencia una y otra vez, nunca
es una propiedad segura. Análogamente, la inocencia se experimenta como el derecho de aún formar parte, sin saber
cuánto durará. Esta inseguridad forma parte de la vida. Llama la atención, también, que los hijos dependen más de sus
padres que no a la inversa. Dado que el vínculo del hijo a los padres es más fuerte que el vínculo de los padres a los hijos,
éstos también están más fácilmente dispuestos a sacrificarse por sus padres.

Ambas partes de la conciencia, la buena y la mala, sirven a un mismo fin. Es un tira y afloja, que nos arrastra y nos
empuja en una misma dirección: asegura nuestra vinculación con las raíces y con el tronco, independientemente de lo que
este amor nos exija en este grupo.
Para la conciencia, la vinculación con el grupo de origen tiene prioridad ante cualquier otra razón y cualquier otra
moral.
La conciencia se orienta por el efecto de nuestra creencia o nuestro actuar sobre la vinculación, sin tener en cuenta si
esta creencia y este actuar, bajo otros puntos de vista, quizás parezcan una locura o abominables. Por lo tanto, no podemos
fiarnos de la conciencia si se trata de discernir entre el bien y el mal en un contexto más amplio. Dado que la vinculación
tiene prioridad ante todo lo que aún pueda seguir después, también vivimos la culpa respecto a la vinculación como la más
grave de todas las culpas, y sus consecuencias, como el peor de los castigos. Por otra parte, experimentamos la inocencia
en la vinculación como felicidad profunda y como última meta de nuestros anhelos de la infancia.

Amor y vinculación: espíritu de sacrificio de los débiles


La conciencia nos ata de manera más fuerte, si en un grupo nos encontramos más abajo y nos vemos expuestos a él.
En la familia, éste es el caso de los niños. Por amor, un niño está dispuesto a entregarlo todo, incluso la propia vida y la
felicidad, si de esta manera les va mejor a los padres y a la red familiar. Éstos son los hijos que están en la brecha por sus
padres o antepasados, realizan lo que no tenían pensado, expían lo que no hicieron (por ejemplo, entrando en un
convento), llevan aquello de lo que no tienen la culpa, o, en lugar de sus padres, toman venganza.

Un ejemplo:
Un hombre mayor, que ya se acercaba al final de su vida, buscó la ayuda de un amigo para encontrar la paz.

Una vez había castigado a su hijo por desobediente y, la noche siguiente, el hijo se ahorcó. Aunque ahora el padre ya
era mayor, aún no había logrado deshacerse del peso de su culpa. De repente, en la conversación con su amigo, se acordó
de que cuando, pocos días antes del suicidio, la madre contó en la mesa que estaba embarazada de nuevo, ese mismo hijo
exclamó, todo alterado: - ¡Por Dios, si ya no cabemos aquí!
Y el padre comprendió: el hijo se había ahorcado para quitarles la preocupación a los padres; había hecho sitio para el
otro.
Así, el hombre encontró un sentido en la muerte de su hijo, y finalmente dijo:
Página 19 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

- Estoy en paz, como mirando un lago tranquilo en las montañas.

En cuanto ganamos poder en un grupo, o nos hacemos independientes, el vínculo se afloja, y con él se afloja también la
conciencia. Los débiles, sin embargo, se esmeran y siguen siendo fieles. Ellos muestran la entrega más desinteresada
porque están atados. En una empresa son los trabajadores sencillos, en un ejército, los soldados comunes, y en la Iglesia,
el pueblo fiel. Para el bien de los fuertes del grupo actúan a conciencia, arriesgando su salud, su inocencia, su felicidad y
su vida, aun si los fuertes se aprovechan de ellos sin ningún tipo de escrúpulos, para aquello que ellos llaman los fines
superiores. Dado que quedan ligados a su propio sistema, pueden ser utilizados sin ningún tipo de reparos, en contra de
sistemas ajenos. Éstos son los pequeños que dan la cara por los grandes, los verdugos que hacen el trabajo sucio, los
héroes de una batalla perdida, las ovejas detrás de su pastor que las lleva al matadero, las víctimas que pagan la cuenta.

B. CONCIENCIA Y EQUILIBRIO
Así como la conciencia vela por la vinculación con los padres y con la red familiar, dirigiéndola mediante un
sentimiento particular de culpa y de inocencia, también vela por el intercambio, dirigiéndolo mediante otro sentimiento
de inocencia y de culpa.
En relación al iintercambio positivo entre dar y tomar, experimentamos la culpa como obligación y la inocencia como
libertad de cualquier obligación. Por lo tanto, no hay tomar que no tenga su precio. Si yo, sin embargo, le devuelvo al otro
tanto como recibí, quedo libre de cualquier obligación. El que está libre de toda obligación, se siente ligero y libre, pero ya
no conserva tampoco ninguna vinculación. Esta libertad de toda obligación aún se acrecienta si se da más de lo que se
estaría obligado a dar. En un caso así, experimentamos la inocencia como derecho a la reivindicación. Es decir, la
conciencia no sólo hace que estemos vinculados, sino, como necesidad de compensación, regula el intercambio en el seno
de una relación y de una familia. El papel que esta dinámica desempeña en las familias nunca podrá apreciarse lo
suficiente.

C. CONCIENCIA Y ORDEN
Si la conciencia está al servicio del orden, es decir de las conveniencias sociales que rigen entre unos y otros, sentimos la
culpa como infracción y como miedo al castigo, y la inocencia como lealtad a la conciencia, y como fidelidad. Las reglas
de juego son distintas en cada sistema, y todo el que forma parte del sistema conoce las reglas. Si interioriza y reconoce
estas reglas, y si se atiene a ellas, el sistema puede funcionar, y él es considerado intachable. El que las infringe se hace
culpable, aun si no causa daño o sufrimiento a nadie. También en nombre del sistema se le castiga, en casos graves
incluso se le expulsa o se le aniquila, como por ejemplo en el caso de «crímenes políticos» o de «herejía». Estos órdenes
sociales condicionan nuestro comportamiento en nuestro grupo, pero nunca sentimos la culpa de la infracción tan
profundamente como cuando faltamos a las exigencias del vínculo o del equilibrio entre dar y tomar.

2. LA INTERACCIÓN ENTRE LAS NECESIDADES DE VINCULACIÓN, EQUILIBRIO Y ORDEN


La conciencia sirve a las necesidades de vinculación, equilibrio y orden de maneras distintas. Así, al servicio del
vínculo, quizás nos exija aquello que, sirviendo al equilibrio y al orden, nos prohíbe; y lo que nos permite por el bien del
orden, quizás nos lo impida teniendo en cuenta el vínculo. Si se impone únicamente una de las necesidades, las otras se
quedan cortas. Si alguien, sin embargo, pretende someterse a las tres necesidades a la vez, se queda en deuda con cada
una. Sea cual fuere la manera en que seguimos a la conciencia, por una parte nos declara culpables, por la otra, nos
absuelve. Por eso, nunca tenemos la conciencia del todo tranquila.

Un ejemplo:
Si una madre le dice a su hijo, que acaba de portarse mal: -Ahora, durante una hora, jugarás solo en tu habitación-,
aplica un castigo teniendo en cuenta el orden. Ahora bien, si ella impone el orden hasta el final, es decir, si deja al hijo
solo en su habitación durante toda una hora, el hijo, en consecuencia, está enfadado con la madre, y con razón. Porque,
siendo justa, se olvidó del vínculo y del amor. Por eso, muchas veces los padres perdonan a los hijos parte del castigo. En
esto hieren el orden, porque también les es importante el vínculo. Si los padres no castigan, el vínculo se encuentra en un
primer lugar, pero el orden queda perjudicado. También en este caso, el hijo se enfada con los padres, porque no sabe
dónde quedan los límites.
Es decir, culpa e inocencia casi siempre aparecen juntas. El que extiende la mano para coger la inocencia, también toca la
culpa. Y quien vive de inquilino en la casa de la culpa, descubre como su subinquilina a la inocencia. Asimismo, culpa e
Página 20 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

inocencia cambian sus vestidos a menudo, de manera que la culpa aparece vestida de inocencia, y la inocencia, vestida de
culpa. Así, las apariencias engañan, y sólo el resultado final muestra lo que fue real.
De la misma manera que las apariencias de culpa e inocencia engañan, la conciencia del grupo gradualmente sustituye
la experiencia que el niño tiene del mundo, reemplazando su percepción de lo que es por las creencias de la familia.

3. CADA SISTEMA TIENE SU PROPIA CONCIENCIA


Como ya constatamos, el criterio para la conciencia es aquello considerado válido en el grupo al que pertenecemos.
Pero cada persona se encuentra en relaciones diferente cuyos intereses se contradicen, y forma parte de varios sistemas.
Personas que se juntan proviniendo de grupos diferentes tienen, por lo tanto, conciencias diferentes, y el que pertenece a
varios grupos tiene también una conciencia diferente para cada grupo. Asimismo, las leyes de vinculación, equilibrio y
orden son distintas en cada sistema.
En un grupo de ladrones hay que robar para poder permanecer en el grupo, y en otro grupo es justamente esto lo que
no se debe hacer. Ambos, sin embargo, lo hacen con la misma buena conciencia y con el mismo fervor. Los sentimientos
de culpa o de inocencia, por lo tanto, no tienen nada que ver con «bueno» o «malo», sino con aquello que, en el grupo, se
aprecie como valor.
El que nace en una familia judía se siente bien y seguro si acepta su fe, y si abandona esta fe, se siente malo y
amenazado. Los mismos sentimientos de culpa e inocencia conocen también cristianos y musulmanes si siguen a su fe o
la abandonan.
La conciencia nos mantiene junto al grupo, igual que un perro mantiene las ovejas junto al rebaño. Pero si el entorno
cambia, la conciencia, para protegernos, cambia de color como un camaleón. Por eso tenemos otra conciencia con la
madre, y otra con el padre, otra en la familia, y otra en el trabajo, otra en la Iglesia y otra con los amigos. Lo que sirve a
un sistema puede perjudicar al otro, y lo que en uno nos trae inocencia, en otro nos arroja a la culpa. Así, quizás, por un
mismo acto nos encontremos ante muchos jueces, y mientras uno nos condena, otro nos absuelve.
Por lo tanto, es un asunto perdido contar con la inocencia. Sabiendo que los sentimientos de culpa e inocencia no son
más recursos para nuestra orientación, para salir adelante en determinadas relaciones, entonces no importa que seamos
culpables o inocentes, sino que sepamos comportarnos de acuerdo con el respectivo entorno. Tengo resumido este dilema
en una pequeña historia. Siempre que cuento esta historia, la mayoría de la gente se queda en el primer plano. La historia,
sin embargo, tiene también un plano medio y un trasfondo.

Los JUGADORES
Se presentan como enemigos.
Luego se sientan, frente afrente, y juegan en la misma tabla
con una gran variedad de figuras, siguiendo reglas complicadas,

jugada por jugada.


El mismo juego real.
Ambos sacrifican diferentes figuras a su juego,
y atentamente, se mantienen en jaque,
hasta que el movimiento termina.
Cuando no va más, la partida está acabada.

Después, cambian de lado y de color,


y del mismo juego comienza tan sólo otra partida.

Pero el que largamente juega, y muchas veces gana,


y muchas veces pierde, en ambos lados se convierte
en maestro.

4. LA EXCLUSIÓN POR LA CONCIENCIA, Y CÓMO SUPERARLA


Donde la conciencia vincula, también pone límites, incluyendo y excluyendo. Muchas veces, por lo tanto, si queremos
permanecer en un grupo, tenemos que negarle o retirarle al otro, que es distinto, la pertenencia que para nosotros
reivindicamos. Así, por la conciencia, nos hacemos terribles para el otro, ya que, en nombre de la conciencia, tenemos
que

Página 21 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

desear o hacer al otro, que se desvía de ella, aquello que para nosotros mismos tememos como consecuencia peor de una
culpa y como amenaza extrema: la exclusión del grupo.
Todos los actos graves que cometemos con otros se realizan con la conciencia tranquila en relación al propio grupo. La
conciencia, al sensibilizarnos para el propio grupo al que pertenecemos, nos hace ciegos para otros grupos. Cuanto más
nos vincula con este grupo, tanto más nos separa de los otros. Cuanta más simpatía nos inspira para un grupo, tanto más
hostiles nos hace para los grupos de afuera.
Pero de la misma manera que nosotros tratamos a otros, ellos, en nombre de la conciencia, también proceden con
nosotros. Así, mutuamente nos ponemos un límite para el bien y, en nombre de la conciencia, suprimimos este límite para
el mal. Es decir, si yo quiero hacerle un bien a alguien que pertenece a otro grupo enemistado con el mío, no se me
permite hacerlo, la conciencia me lo prohíbe. Sin embargo, sí que se me permite hacerle un mal. Así, en el contexto de
conflictos políticos o religiosos se cometen atrocidades de todo tipo, siempre con la conciencia tranquila.
El que pretende sujetar esta inocencia, toda su vida seguirá siendo o estrecho o malo. Todo desarrollo ulterior sólo
puede realizarse por el hecho de que una persona también entre en otro grupo, y allí experimente la conciencia de una
manera totalmente distinta. Entonces, para poder permanecer en ambos grupos, tiene que orientarse de nuevo. Puede
hacer esto de una manera ciega, compensando entre ambos grupos, pero también puede hacerlo de manera consciente y a
un nivel superior, a través del entendimiento, lo cual implica un desarrollo personal. El entendimiento también actúa
como conciencia, pero de una manera distinta: es la percepción de un contexto mayor. Por lo tanto, el bien, que reconcilia
y establece la paz, tiene que superar los límites que nos pone la conciencia a través de la vinculación con el grupo
particular. Sigue a otra ley, oculta, que actúa en las cosas sólo porque son. Al contrario de la conciencia, actúa de una
manera si lenciosa y discreta, como el agua que fluye, desapercibida. Percibimos su presencia tan sólo por sus frutos.

EL ENTENDIMIENTO
Un hombre quiere saberlo, por fin. Se monta en su bicicleta, se va al campo abierto y, lejos de lo habitual, encuentra
otro sendero. Ahí no hay indicaciones, y así se fía de lo que con sus ojos ve delante de sí, y de lo que su paso puede
recorrer, he impele una cierta alegría de descubrir, y lo que antes más bien era un presentimiento para él, ahora se torna
certeza. Pero después, el sendero termina a orillas de un río ancho, y el hombre baja de su bicicleta. Sabe que si aún
quiere seguir más allá, tendrá que dejar en la orilla todo lo que lleva encima. Entonces perderá su terreno firme y será
llevado e impulsado por una fuerza que puede más que él, de manera que tendrá que confiarse a ella. Y por eso vacila y
retrocede.
Al dirigirse de nuevo hacia su casa, se da cuenta de que sólo sabe poco de las cosas que ayudan, y que le es difícil de
transmitir a otros. Demasiadas veces le ha pasado lo de un hombre que sigue a otra bicicleta, cuyo parafango golpetea.
Le grita:
- ¡Eh, tal! ¡Tu parafango golpetea!
-¿Qué?
- ¡Tu parafango golpetea!
- ¡No te entiendo! -Responde el otro- ¡Mi parafango golpetea!
Algo ha ido mal aquí, piensa. Luego pisa el freno y da la vuelta.
Poco después, pregunta a un maestro anciano:
- ¿Cómo haces tú, cuando ayudas a otros? Muchas veces vienen a verte personas, pidiéndote consejo en asuntos de
los que sólo sabes poco. Pero después se encuentran mejor.
El maestro le dice:
-No depende del saber si uno se para en el camino y no quiere seguir adelante. Porque busca seguridad donde se pide
valor, y libertad, donde la verdad ya no le deja elección. Y así va dando vueltas. El maestro, sin embargo, resiste al
pretexto y a la apariencia. Busca el centro, y allí recogido espera -como uno que extiende las velas ante el viento-, si
acaso le alcanza una palabra eficaz. El otro, al acercarse a él, lo encuentra allí donde él mismo tiene que llegar, y la
respuesta es para ambos. Ambos son oyentes.
Y aún añade: - El centro se distingue por su levedad.

5. LOS LÍMITES DE LA LIBERTAD


La culpa indica el límite, hasta dónde puedo ir y dónde tengo que dar la vuelta para tener aún el derecho de formar parte.
El espacio libre dentro de estos límites, en el que puedo moverme sin culpa y sin ningún peligro de perder la unión con
el grupo, es la verdadera libertad. Los límites, sin embargo, son dinámicos y variables, es decir el margen de libertad
Página 22 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

es distinto en cada relación. Por eso, lo primero que ocurre en un grupo es que éste descubra dónde se encuentran sus
límites. La culpa se prueba: ¿Dónde empieza la culpa y dónde acaba?
Para los maestros es algo absolutamente evidente y en la educación de un niño los límites van ampliándose cada vez
más.
En relaciones de pareja, a veces se establecen unos límites muy estrechos y, a continuación, uno de los dos toma un
amante. De este modo, los límites se amplían y la pareja tiene un nuevo espacio libre. Si, a continuación, los límites
quedan demasiado amplios, también quedan más inseguros y nuevamente tienen que ser reducidos. Aquí, por lo tanto, la
libertad es una manera de relacionarse, y es una libertad diferente a la libertad de decisión. Bien podemos pasar los
límites establecidos, pero no sin el precio de la culpa y no sin consecuencias para nuestra felicidad y la de otros.
Los Órdenes del Amor que actúan desapercibidos en nuestras relaciones velan por el amor. Son inefables y más fáciles
de seguir que de entender. Se nos revelan en los movimientos sutiles de nuestro interior y al mirar atentamente nuestras
relaciones. Tan sólo descubrimos sus leyes al ver las consecuencias de nuestros actos tanto para los demás como para
nosotros mismos, es decir, sí el amor aumenta o disminuye. La manera de conocer los límites de la conciencia personal, de
ver dónde nos sirven de ayuda y dónde tenemos que superarlos y cómo podemos llegar al conocimiento de la Gran Alma
que sustenta el amor, se describirá en los siguientes capítulos. Es el camino del conocimiento del bien y del mal, yendo
más allá de los sentimientos de culpa e inocencia, que está al servicio del amor.

LA GRAN ALMA
Conocemos la conciencia como un caballo conoce a los jinetes que lo montan, y como un timonel conoce
las estrellas en las que mide su posición y fija el rumbo. Pero - ¡ay! -por desgracia son muchos los que montan
el caballo, y en el barco muchos timoneles se orientan por muchas estrellas, ha cuestión es: ¿A quién se
subordinan, si acaso, los jinetes? ¿Y qué rumbo le indica al barco el capitán?
La respuesta
Un discípulo se dirigió a un maestro: - ¡Dime lo que es la libertad!
- ¿Qué libertad? - le preguntó el maestro.
- La primera libertad es la necedad. Se asemeja al caballo que, relinchando, derriba a su jinete. Pero tanto más
fuerte siente su mano después.
La segunda libertad es el arrepentimiento. Se asemeja al timonel que se queda en el barco naufragado, en vez de
bajar al bote salvavidas.
La tercera libertad es el entendimiento. Ella viene después de la necedad y después del arrepentimiento. Se
asemeja a la brizna que se balancea con el aire y, porque cede donde es débil, se sostiene.
El discípulo preguntó:
- ¿Esto es todo?
Replicó el maestro:
- Algunos piensan que son ellos mismos los que buscan la verdad de su alma. Pero la Gran Alma piensa y
busca a través de ellos. Al igual que la Naturaleza, puede permitirse muchos errores, ya que sin esfuerzo
sustituye a los jugadores equivocados por otros nuevos. A aquél, sin embargo, que deja que sea ella la que
piense, a veces le concede algún margen de movimiento, y como el río lleva al nadador que se entrega a sus
aguas, también ella lo lleva a la orilla, uniendo sus fuerzas a las de él.

Página 23 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

III. LAS RELACIONES ENTRE PADRES E HIJOS


1. LOS PADRES DAN LA VIDA A LOS HIJOS

En un primer lugar es propio de los órdenes del amor entre padres e hijos que los padres den y los hijos tomen. En este
caso, sin embargo, no se trata de un dar y tomar cualquiera, sino de dar y tomar la vida. Los padres, al darles la vida a sus
hijos, no les dan algo que les pertenezca. Les dan aquello que ellos mismos son, sin poder añadir, ni suprimir o guardar
nada para ellos mismos. Junto con la vida, se dan ellos mismos, tal como son, sin añadir ni restar nada. En consecuencia,
los hijos, al recibir la vida de los padres, sólo pueden tomar a los padres tal como son, y no pueden ni añadir, ni suprimir,
ni rechazar nada. Por lo tanto, tiene otra cualidad totalmente diferente de si yo le regalo algo a una persona, ya que los
hijos no sólo «tienen» a sus padres, sino que «son» sus padres. Significa que el amor prospera si los hijos gustosamente
afirman que ellos tienen la vida bajo las condiciones con las que les fue dada. Los padres dan a los hijos aquello que ellos
mismos anteriormente tomaron de sus propios padres, y también aquello que, como pareja, tomaron el uno del otro.
Además de dar la vida, los padres también cuidan a sus hijos. Por esta razón, se desarrolla entre padres e hijos un inmenso
desnivel de dar y tomar que los hijos, por mucho que lo deseen, no logran equilibrar nunca.

Un pequeño ejemplo:
Una vez, en un curso participó un empresario al que su madre había abandonado porque ella llevaba una vida
ligera. Se había criado con unos padres tutelares, y no había conocido a su madre hasta sus veinte años. En ese
momento era un hombre de unos cuarenta años, y tan sólo había visto a su madre unas tres o cuatro veces en su
vida. Entonces se acordó de que ella vivía por allí cerca. Por la tarde fue a verla, y cuando volvió a la mañana
siguiente, contó que sólo había entrado en su casa para decirle a su madre: - Estoy contento de que me hayas traído
al mundo. - Y la anciana quedó feliz.

2. HONRAR A LOS DADORES YA LOS DONES


En un segundo lugar, es propio de los órdenes del amor entre padres e hijos, y del amor entre hermanos, que todo el
que tome honre al don recibido y al dador del que lo tomó.
Nuestros padres nos dan la vida y son los únicos capaces de hacerlo; otras personas pueden darnos lo que necesitamos
aparte de esto. Algo bello ocurre cuando una persona mira a sus padres reconociendo, en ellos, la fuente de la vida. Todo
el que ama y honra la vida, implícitamente ama y honra a los dadores de la vida. Todo el que menosprecia e infravalora la
vida, quien no la respeta, a la vez desprecia también a los dadores de esta vida. La persona que toma y valora tanto el don
como el dador, acerca el don recibido a la luz hasta que brille, y aunque también de sus manos sigue fluyendo hacia abajo,
su resplandor recae sobre el dador.

3. LA JERARQUÍA EN LA FAMILIA
Como tercera propiedad de los órdenes del amor en la familia existe una jerarquía entre sus miembros, determinada
por los siguientes criterios: tiempo, peso y función. Siempre que esta jerarquía sea respetada por todos los miembros de la
familia, el amor podrá fluir libremente.
En lo que al tiempo se refiere, los padres tienen prioridad respecto a los hijos, y el primer hijo la tiene respecto al
segundo, es decir, al igual que el dar y el tomar, la jerarquía pasa de arriba abajo, siguiendo los conceptos de anterioridad
y posterioridad.
Este orden también es válido para el dar y tomar entre hermanos. El que estaba primero tiene que dar al posterior, y el
que llega después tiene que tomar del anterior. Todo el que da, ha tomado anteriormente, y todo el que toma, también
tiene que dar posteriormente. Así pues, el primer hijo da al segundo y al tercero, el segundo toma del primero y da al
tercero, y el tercero toma del primero y del segundo. El hijo mayor da más, y el menor toma más. A cambio, el menor
muchas veces cuida a los padres cuando éstos llegan a la vejez.
El curso del dar y del tomar, que pasa de arriba hacia abajo, y el curso del tiempo, que pasa de antes a después,
no pueden ni pararse ni ser variados en su rumbo, ni pueden volverse de abajo hacia arriba, o de lo posterior a lo
anterior. Por eso, los hijos siempre se encuentran debajo de los padres, y por eso el posterior siempre viene después
del anterior. El dar y el tomar, al igual que el tiempo, siempre fluyen hacia adelante, pero nunca hacia atrás. Konrad
Ferdinand Meyer describe este movimiento en un poema:
Página 24 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

LA FUENTE ROMANA
Un surtidor se alza
para colmar, cayendo,
el mármol de la concha
que, a su vez, se vela,
rebosa, e inunda
el seno de otra cavidad.
De tanta riqueza entrega
a la tercera su caudal;
y cada una toma
y da al mismo tiempo,
y fluye y descansa.

En lo que a nuevos sistemas relacionales se refiere, éstos tienen prioridad sobre sistemas más antiguos, es decir, en
este caso ocurre al revés de la dinámica de precedencia en el seno de un mismo sistema, donde los miembros mayores
tienen prioridad sobre los que vienen después. La relación de pareja cobra prioridad sobre las relaciones con las
respectivas familias de origen, y un segundo matrimonio tiene precedencia respecto al primero. Las relaciones sufren si
no se respeta este principio, si los padres siguen teniendo más importancia que el cónyuge y los hijos, o si una primera
pareja se considera más importante que la nueva.
Entre los padres aún hay una jerarquía particular, independiente de la pertenencia. Dado que los padres comienzan su
relación al mismo tiempo, siempre se encuentran a un mismo nivel respecto al orden original. Su jerarquía resulta de su
función, por ejemplo, de quién es el responsable de la seguridad de la familia.
En lo referente al peso, la relación entre el padre y la madre es la más importante en una familia, después vienen las
relaciones entre padres e hijos, las relaciones con los demás miembros de la red familiar y, finalmente, las relaciones con
otros grupos libremente elegidos. Algunos individuos que llevan una suerte extraordinariamente dura, sin embargo,
pueden tener el suficiente peso sistémico para que la secuencia normal conforme al tiempo tenga que ajustarse.
4. TRASTORNOS EN EL ORDEN ENTRE PADRES E HIJOS
A. LA INVERSIÓN DEL ORDEN DE TOMAR Y DAR
El orden de dar y tomar en la familia se invierte cuando un miembro posterior, en vez de tomar del anterior y honrarlo
por ello, pretende darle al anterior como si fuera igual o, incluso, superior a él. En tales casos, por regla general, los padres
no tomaron lo suficiente de sus propios padres, o no dieron ni tomaron bastante en su relación de pareja. A continuación,
frecuentemente pretenden que sus hijos cubran sus necesidades emocionales, y los hijos se sienten responsables de
cumplirlo que de ellos se espera. Así, el dar y el tomar, en vez de ir de arriba hacia abajo, tendrían que fluir de abajo hacia
arriba, contra la fuerza de gravedad. Pero al igual que un río que pretende ir cuesta arriba en vez de cuesta abajo, no llega
adonde querría y tendría que llegar.
En cuanto se da una desviación así, en cuanto los padres pretenden tomar y los hijos dan o tienen que dar, existe una
falsificación del orden.

Un ejemplo:
En un curso había un matrimonio que, hacía medio año, se había separado por un tiempo, y ahora habían vuelto a
vivir juntos. Habían adoptado a una niña y después tuvieron dos hijos propios, una niña y un niño. El hijo pequeño de seis
años era considerado un niño muy difícil. Bajo la dirección de Jirina Prekop, una terapeuta que trabaja con terapia de
sujeción, el padre sujetaba al niño. Era un proceso bastante largo y bastante dramático. Una de las instrucciones fue que
el padre le dijera al niño cómo se sentía. El hombre empezó a hablar como si él mismo fuera un niño y el hijo tuviera que
dirigirse a él como un padre. La situación estaba totalmente invertida y no había solución.
Al cabo de un tiempo me senté detrás del padre y le dije: -Ahora yo soy tu padre, apóyate en mí y dirígete a tu hijo
como padre.

Página 25 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Lo hizo, y rápidamente se llegó a una solución. Al final, padre e hijo acabaron sentados juntos, cogidos de la mano, y
enfrente de ellos estaban la mujer y las hijas. Los hombres estaban juntos y las mujeres también - una bella imagen. Al
día siguiente, el hombre estaba echado de espaldas en el suelo, jugando con el hijo pequeño que subía y bajaba y corría
alrededor de él. De repente, el niño se puso furioso y salió de la puerta corriendo. Yo les había escuchado y me había
dado cuenta de que el niño se había enfurecido en el momento en que el padre otra vez le habló como si él mismo fuera
un niño, y como si el hijo tuviera que darle algo como un padre. En ese momento, el orden estaba de nuevo trastornado.

Si los padres necesitan algo, se dirigen a su pareja o a sus padres. Si los padres se dirigen a los hijos con exigencias
que no corresponden a la relación (por ejemplo, que los hijos consuelen a los padres), esto significa una inversión, una
perversión de la relación, una parentificación. Los hijos, sin embargo, no son capaces de defenderse. Son involucrados y
llevados a una arrogación por la que, posteriormente, ellos mismos se castigan. Más adelante, sin embargo, cuando el hijo
llega al pleno conocimiento de la situación, es posible rectificarla. ¡Es lo que luego se llama una terapia! Pregunta:
¿Podrías volver a explicar el concepto de parentificación?
Bert Hellinger: Sí, se trata de hijos que por el bien de sus padres adoptan el papel de los padres de los padres.
Pregunta: Es decir, ¿si una hija tiene que hacer de madre para su propia madre o para su padre? Bert Hellinger: Lo
dije de una manera más exacta: «Si adoptan el papel». Esto es más complejo. Si una madre, por
ejemplo, rechaza a su propia madre, frecuentemente uno de los hijos se verá metido en el papel de la madre de la madre.
Eso es parentificación. Los sentimientos que uno de los padres tuvo hacia sus propios padres, posteriormente reaparecen
con un hijo, y éste no puede ser hijo, sino que se ve llevado a adoptar el papel de uno de los padres. Por lo tanto, tienes
que verlo en el contexto más amplio del sistema familiar entero.
La cuestión es: ¿"Se sienten responsables los hijos del estado emocional de sus padres? ¿Intentan darles lo que unos
padres o una pareja pueden dar, pero no un hijo? ¿Sienten o piensan, por ejemplo: «Si yo hago esto, mi madre se pondrá
enferma», o, «Si no hago esto, mi padre nos dejará»?
En las constelaciones, la parentificación se percibe inmediatamente. Muchas veces hay un hijo que se pone inquieto en la
constelación; en un caso así, pregunto a los padres por sus propios padres, para añadir luego al padre o a la madre que
faltan o son rechazados. Entonces el hijo se tranquiliza inmediatamente. Es un indicio de que este hijo estaba
parentificado.

B. EL RECHAZO DE UNO DE LOS PADRES


En un seminario, un participante aporta un caso para la revisión.
Arndt: Tengo una pregunta respecto al reconocimiento del padre por parte de los hijos. Desde hace años, por mi profesión
me ocupo intensamente de una familia. Los padres actualmente están en vías de divorcio, y los hijos, con un odio
increíble, rechazan al padre, que acaba de marcharse de casa. La razón es que el padre pegaba una y otra vez a la madre
delante de los hijos y aterrorizaba a la familia. Además, los hijos saben ahora que el padre cometió pederastia con
escolares. Ahora ya no quieren saber nada de él, aunque se esfuerza mucho por estar por ellos, les escribe y les manda
regalos. Ellos, sin embargo, rompen los álbumes de fotos y eliminan al padre.
Bert Hellinger: ¿Qué edad tienen los hijos?
Arndt: Tienen entre diez y dieciocho años, y aún viven con la madre. Odian al padre y dicen abiertamente que no quieren
volver a verlo nunca más.
Bert Hellinger: Bueno, el primer punto es: los hijos expresan el odio de la madre. Una intervención estratégica sería que
dijeras a los hijos que ellos comenten a la madre: «Aquello del odio contra el padre ya lo arreglaremos nosotros por ti»,
sin dar más explicaciones. Sería un primer paso para que todos empiecen a pensar.
Te cuento una historia que podría servirles de aviso:
Junto con mi mujer, y por invitación del médico adjunto de un departamento de psicosomática en Heidelberg, una vez
ofrecí unas sesiones de terapia primaria para pacientes psicosomáticos. Durante quince días se realizaba una sesión
primaria al día. Por las mañanas, siempre tenían otro programa. El primer día, mi mujer fue a una de esas pacientes,
gravemente depresiva. Trabajó con ella, y al final esa mujer le gritó a su padre con toda su fuerza: -¡Ojalá hubieras
reventado en la guerra!-, y todo eso con una cólera absolutamente fría.
Al día siguiente trabajé yo con ella. Le pregunté qué había pasado con su padre. Había recibido un tiro en la cabeza.
Después de volver a casa, a veces cogía un ataque, y la madre y las dos hijas sufrían por esa situación. Al día siguiente
le pregunté si tenía hijos. Me dijo que tenía dos hijos varones.
Página 26 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Le dije: -Uno de tus hijos imitará a tu padre.


Ella me miró, pero no dijo nada. Después le pregunté cómo iba su matrimonio.
Me dijo que iba mal, pero que su marido la mantenía económicamente, por lo que se quedaba con él. Sin embargo, no
quería a su marido.
Unos días más tarde se encontraba muy deprimida y agitada, y le pregunté qué pasaba. Me dijo que había recibido una
carta de una residencia de menores con trastornos de comportamiento, en la que se encontraba su hijo menor. Acababa de
hacer una gamberrada. Luego dijo: -¡Pero si lo quiero tanto!
Le dije: - De acuerdo. Ponte cara hacia la pared, mira a tu hijo y dile: «¡Pero si te quiero
tanto!». Lo dijo, pero sonaba totalmente falso.
Le dije: - esto no es auténtico, no puedo ni oírlo.
Entonces se puso furiosa conmigo.
Al día siguiente fui otra vez a verla. Se extrañó de que fuera. Le pedí que se pusiera de nuevo cara hacia la pared, se
imaginara a su hijo y le dijera: «Rechazo a tu padre, pero a ti te quiero.» Lo dijo y le pregunté: - Cómo reaccionaría tu hijo
si oyera esto?
Ella dijo que no lo sabía.
Entonces yo: - ¿Tendría realmente el derecho de reaccionar? ¿Podría permitírselo?
Respondió: - No.
Yo: - Por eso se está volviendo loco.
En la misma habitación había un hombre al que su madre había abandonado en el hospital y se había largado. El hijo
había estado en diferentes familias de acogida, y su dolor era auténtico.
Le dije a la mujer: - Mira, éste sí que las ha pasado mal, pero nunca se volverá loco, porque sabe a qué atenerse.

Esta historia de aviso, Arndt, se la podrías contar a la familia, para que se den cuenta de la dinámica. La cólera de los
hijos tiene consecuencias pésimas. ¿Cómo se trata un caso así?
En primer lugar hay que ver que el ser y el hacerse padres no tienen nada que ver con moral. Él no es padre de los
hijos por ser bueno o malo, sino que el convertirse en padre o madre es un proceso que está más allá de cualquier
diferenciación moral. Este proceso no obtiene su dignidad de una cualidad moral.

Un ejemplo:
Una vez vino un médico cuyo padre había sido médico de la SS durante el Tercer Reich, participando en muchos
experimentos en los campos de concentración. Después de la guerra fue condenado a muerte, pero de alguna manera
quedó libre. La pregunta del hijo fue la siguiente: ¿Qué debo hacer con mi padre?
Le dije: - Cuando tu padre te engendró, no actuó como hombre de la SS. Eso no tiene nada que ver. Es posible separar
las dos cosas, y hay que separarlas.
Un hijo puede reconocer a su padre como tal sin hacerse responsable de sus actos, y sin tener que llevar las
consecuencias o tener que rechazarlo como padre por lo que hizo. No tiene que aprobarlo. Tiene la posibilidad de decir:
«Es terrible, yo no tengo nada que ver con esto, pero tú eres mi padre, y como tal te respeto. Estoy contento de que me
dieras la vida.» ¿Qué más puede hacer un hijo?
Esta diferencia es importante: Lo ocurrido sí que hace necesaria una separación del padre. Pero no es necesario que se
realice con odio, ya que el odio crea ataduras. Los hijos pueden decir: «Es terrible, pero te respetamos como padre.» Otra
cosa más respecto a la familia que mencionaste, Arndt. El odio que los hijos muestran hacia su padre, es el odio de la
madre. Este hecho, sin embargo, no les ahorra las consecuencias. Es de suma importancia. Todo lo que uno haga,
independientemente de encontrarse implicado o no, tiene las mismas consecuencias para él y quizás también para sus
hijos. Aquí no les valen las excusas, y no pueden pensar que, por encontrarse implicados, las consecuencias cambiarían.
Este odio aún tiene otra consecuencia más. Si bien los hijos ahora tienen los sentimientos de la madre, más adelante
imitarán el comportamiento del padre. Se harán como él. La única solución sería que la madre dijera: «Me casé con
vuestro padre porque lo amaba, y si vosotros llegáis a ser como vuestro padre, yo estaré de acuerdo.» Entonces los hijos
quedarían libres. (A Arndt) Pero a esto no te atreverás.
Arndt: Es cierto.
Bert Hellinger: Sería una intervención estratégica de gran envergadura. Pero para esto tendrías que estar convencido tú
mismo.

Página 27 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Arndt: En este caso, lo trágico es además que serán los tribunales quienes decidirán si entre hijos y padre podrá haber
algún contacto o no, ya que la madre intenta impugnar el derecho de visita.
Bert Hellinger: Yo también sería de la opinión de que no debería haber más contacto. Le diría al padre que ahora lo
más propicio sería renunciar. Así, él lleva las consecuencias de su comportamiento, y eso les da a los hijos la posibilidad
de guardarle el respeto. Los tribunales no deciden por criterios psicológicos, sino por los puramente jurídicos, y al final
muchas veces sale lo mismo. Yo no crearía ninguna contradicción aquí.
(a Arndt, en otra ronda posterior):
Aún quería decirte otra cosa más respecto a la familia que presentaste. Tienes que partir del hecho de que en la mujer
se desarrolla la dinámica de la doble transferencia, y que el odio ha sido adoptado de su sistema. Si ella se encuentra en
este tipo de implicación, es difícil encontrar un contacto directo con ella. En un caso así, tan sólo queda la posibilidad de
mirar y buscar, a ver qué pasó en su sistema de origen. Eso podría ser una ayuda.

C. SI UN HIJO SE CONVIERTE EN CONFIDENTE


Cuando en un seminario se habló del tema de valorar a los padres, uno de los participantes hizo la siguiente
observación:
Ludwig: Una vez, mi madre me dijo que se quedó con mi padre por mí, y creo que nunca lo valoré lo suficiente. Bert
Hellinger: Tampoco debes hacerlo, al menos no en este sentido. Si tu madre dice que se quedó con tu padre por ti, es
falso. No es correcto. Ella se quedó con tu padre porque reconoció las consecuencias de sus actos. Es algo totalmente
diferente. Tú no eres ninguna parte contratante; por lo tanto, puedes valorar el hecho de que ella aceptara las
consecuencias de sus actos, pero no el que lo hiciera por ti. Si no, lo falsificas. Esta distinción significa valorar a la madre.
De la otra manera, te das demasiada importancia a ti mismo. Porque en vez de crear una íntima confianza entre ella y tu
padre, la crea contigo.
En caso de un matrimonio «forzoso» (por un embarazo no deseado) ocurre lo mismo. Los padres no se casan por el
hijo, sino porque reconocen las consecuencias de sus actos. El hijo no tiene parte en el contrato entre los padres; sin
embargo, suele sentirse culpable con mucha facilidad, sobre todo si el matrimonio no llega a ser feliz. Sin embargo, es
absolutamente inocente y no tiene que aceptar ninguna responsabilidad. A pesar de todo, lo hace y, en consecuencia, se
siente demasiado importante.
(a Ludwig): ¿Cómo fue el matrimonio de tus padres? Ludwig: En parte, muy entrañable, muchas veces vi a mi madre
sentada en el regazo de mi padre. A nivel sexual, sin embargo, parece haber sido difícil entre ellos. En algún momento
ella empezó a rechazarlo, y más tarde se quejaba conmigo de que mi padre ya no quería saber nada.
Bert Hellinger: Quisiera decirte algo sobre el ser utilizado como confidente, y sobre los hijos como confidentes del
padre o de la madre. Aquello que pasó entre tus padres no te interesa para nada. La medida terapéutica es que lo olvides
por completo, de modo que tu alma quede otra vez limpia.
Ludwig (asiente en seguida): Sí.
Bert Hellinger: Vas demasiado rápido; esto sustituye la realización. (Al grupo): ¿Más preguntas sobre este tema?
Alfred: ¿A todas las edades es así?
Bert Hellinger: Sí, a todas las edades es peligroso, por ejemplo si una madre le cuenta a su hija adolescente lo que pasa en
la cama con el padre. Aún peor es que se lo cuente al hijo. Esto no les interesa en absoluto a los hijos. Los hijos no deben
ser involucrados en los asuntos que únicamente atañen a los padres. Ellos no saben defenderse, pero más adelante pueden
olvidarlo. Así no les hará daño. Si uno se alía con la buena instancia interior, esta procura que se olvide realmente.
Albert: Tuve un caso en el que el padre traía su amiga a casa, y la madre era demasiado débil para pararlo. En un caso
así, ¿es lícito que los hijos actúen y le digan al padre que deje a las mujeres fuera?
Bert Hellinger: No. Tienen que partir de la idea de que la madre está de acuerdo. Los hijos, sin embargo, pueden salir
de casa cuanto antes, eso sería conveniente.
Ernst: Mi primera mujer una y otra vez me descalifica ante mis hijas. Está claro que no puedo hacer nada respecto a mi
primera mujer, ¿pero puedo hacer algo con mis hijas?
Bert Hellinger: Nada, en absoluto. Pero quizás alguna vez podrías contarles una historia sobre una persona que olvida
algo. Naturalmente, éstas son heridas muy graves cuando uno de los cónyuges habla sobre el otro, con los hijos o fuera.
Éste es el punto más vulnerable de cada persona, y si en una pareja no se respeta, la relación se acaba.
Edda: Quería preguntar otra vez: ¿qué pasa, si mi madre me cuenta detalles íntimos de su relación con su primer
marido?

Página 28 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Bert Hellinger: Es exactamente lo mismo. Puedes decirle: «Para mí, el único competente es Papá, y lo que hubo entre
tú y tu primer marido no lo quiero saber.»
Lars: ¿Qué pasa si en una nueva relación se cuentan cosas de la anterior?
Bert Hellinger: No, eso no debe hacerse. Hay que guardarlas de la misma manera, como un secreto, si no, se destruiría
también la confianza en la segunda relación.
(En una ronda posterior)
Brigitte: Si los padres, al lado de su matrimonio, mantienen otras relaciones, ¿tampoco les interesa a los hijos?
Bert Hellinger: No, tampoco les interesa a los hijos.
Brigitte: ¿Y si de ahí nacen hermanastros?
Bert Hellinger: Entonces sí les interesa.
Albert: A veces hay padres que enseñan a sus hijos las cartas de amor de la madre o del padre. Bert Hellinger:
Yo no las leería. Es parte del respeto. Los secretos están para guardarlos, y no para descubrirlos.
5. TOMAR AL PADRE YA LA MADRE
Frecuentemente se encuentra la actitud de que los padres primero tienen que merecerse el ser tomados y reconocidos
por los hijos. Son citados como ante un tribunal, donde el hijo mira a los padres y les dice: «Esto no me gusta en ti; por lo
tanto, tampoco eres mi padre.» O también: «No te mereces ser mi madre.»
Fundamentan, por lo tanto, este negarse a aceptarlos reprochándoles que aquello que recibieron no fue lo adecuado o
demasiado poco.
Justifican el no tomar con defectos del dador, y hacen depender el derecho de ser padres de determinadas cualidades
de los mismos, es decir, sustituyen el tomar por el exigir y el respeto por el reproche.
Esto mismo aún se fomenta por psicoterapias, como por ejemplo la de Alice Miller. Es absurdo y un trastorno total de
la realidad.
El resultado siempre es el mismo: los hijos permanecen inactivos y se sienten vacíos.
De Aristóteles se relata que, al cabo de pocos días, envió a casa a un alumno nuevo, diciendo: - No puedo transmitirle
nada, no me quiere.
Cuando alguien tiene un padre, lo tiene tal como es, y tal como es también es el único verdadero. Y cuando tiene una
madre, ésta es como es, y de esta manera es la única verdadera. No tiene por qué ser distinta. Porque, como ya dijimos,
uno se hace padre o madre no por cualidades morales, sino realizando un acto, y éste está determinado de antemano. El
que se expone a esta realización, se ve integrado en un orden superior, al que sirve independientemente de sus cualidades
morales. Los padres se merecen el reconocimiento como tales por la realización de este acto, y sólo por esta realización.
Aquello que los padres hacen en un principio cuenta más que lo que hacen más tarde. Lo esencial que viene de los padres,
viene a través del engendramiento y del parto. Todo lo que sigue después es añadido y puede ser asumido por otra
persona.
Un hijo sólo puede estar en paz consigo mismo y encontrar su identidad, si está en paz con sus padres. Significa que
los toma tal como son, y los reconoce tal como son. Si uno de los padres queda excluido, el hijo sólo está a medias y se
encuentra vacío. Nota la falta, lo cual es la base de la depresión. La curación de la depresión consiste en integrar al padre
o a la madre excluidos, y concederles su lugar y su dignidad. Muchas veces, cuando se lleva a una persona a tomar a uno
de los padres, siente el miedo de llegar a ser como este padre o esta madre, de que pueda adoptar ciertas características
que les atribuye. Este miedo es una deshonra que carga sobre sus padres. Los hijos, aunque hayan sido heridos por sus
padres, siempre tienen la posibilidad de decir: «Sí, vosotros sois mis padres, y yo soy como vosotros. Todo lo que estaba
en vosotros también está en mí. Estoy de acuerdo con que seáis mis padres, con todas las consecuencias que esto tenga
para mí. Tomo lo bueno de lo que me disteis y confío en que vosotros llevaréis vuestra suerte de la mejor manera.»

El tomar al padre y a la madre es un proceso independiente de las cualidades que puedan tener, y es un proceso
curativo. No puede ser que se distinga: esto sí quiero tomarlo y esto no lo tomo. A los padres se les toma tal como son.
Muchas veces llamamos bueno aquello que nos es cómodo, y malo aquello que nos resulta incómodo. Ésta, sin embargo,
es una distinción barata.

Página 29 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

A veces, Bert Hellinger hace un ejercicio en el que una persona revive su nacimiento. Recibe a esta persona
abrazándola, y cuando el otro se siente aceptado del todo, le recita la Oración de la Mañana para que la repita. Esto es el
asentimiento a sus padres y a su vida. Es entonces cuando desarrolla toda su profunda fuerza.

ORACIÓN AL AMANECER DE LA VIDA


Querida Mamá / querida Mami
La tomo de ti, toda, entera,
con lo bueno y lo malo,
y la tomo al precio entero que a ti te costó
y que a mime cuesta.
ha aprovecharé, para alegría tuya
(y en tu memoria).
No habrá sido en vano.
ha sujeto firmemente y le doy la honra,
y si puedo, la pasaré, como tú lo hiciste.
Te tomo como mi madre,
y tú puedes tenerme como tu hijo / tu hija.
Tú eres la Verdadera para mí, y yo soy tu verdadero hijo I
verdadera hija.
Tú eres la grande, yo el pequeño / la pequeña.
Tú das, yo tomo.
Querida Mamá:
Me alegro de que hayas elegido a Papá.
Vosotros dos sois los únicos para mí. - ¡Sólo vosotros!

Querido Papá / querido Papi


La tomo de ti, toda, entera,
con lo bueno y lo malo,
y la tomo al precio entero que a ti te costó
y que a mime cuesta.
ha aprovecharé, para alegría tuya
(y en tu memoria).
No habrá sido en vano.
ha sujeto firmemente y le doy la honra,
y si puedo, la pasaré, como lo hiciste tú.
Te tomo como mi padre,
y tú puedes tenerme como tu hijo / tu hija.
Tú eres el Verdadero para mí, y yo soy tu verdadero hijo /
verdadera hija.
Tu eres el grande, yo el pequeño I la pequeña.
Tú das, yo tomo.
Querido Papá:
Me alegro de que hayas elegido a Mamá.
Vosotros dos sois los únicos para mí. - ¡Sólo vosotros!

Inclinarse y volver a enderezarse


El ritual de inclinarse ante una persona determinada, rindiéndole homenaje o reverencia, restablece el equilibrio y el
orden. En nuestra cultura, este movimiento resulta difícil para muchas personas; el inclinarse, como un acto de respeto,

Página 30 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

fácilmente se confunde con el inclinarse como expresión de una sumisión poco sana. Al inclinarnos y rendir homenaje a
alguien que merece nuestro gesto de reverencia, el alma y el cuerpo responden con una sensación de alivio y de levedad.
Si nos negamos a rendir homenaje a alguien que tiene un derecho legítimo a recibirlo, el cuerpo y el alma responden
crispados, con una sensación de esfuerzo y de pesadumbre. Las razones para este rechazo no tienen ninguna importancia.
Cuando las familias no siguen a los órdenes del amor, los hijos tienen que aprender a ignorar su propia alma y ya no
pueden distinguir lo que es verdadero y apropiado para ellos. En tales casos, posiblemente se nieguen a inclinarse ante las
personas con las que correspondería, y frecuentemente se obstinan en honrar a otras personas, impropias. Al igual que el
movimiento hacia la madre o el padre, el inclinarse es un movimiento tanto del cuerpo como del alma. Donde más
fácilmente puede llevarse a cabo es en una constelación en la que el sistema familiar entero está representado. La
integridad del sistema familiar justifica este acto. El movimiento de inclinarse no se completa hasta que la persona no se
enderece nuevamente y siga su camino. La inclinación auténtica permite que el amor fluya libremente.

Un ejemplo:
En un curso, una mujer refirió su relación difícil con su padre. Contó muchas cosas horribles que éste les había hecho
a ella y a su madre. Cuando la cliente iba a configurar la constelación de su familia, el terapeuta la preguntó si alguien en
la familia del padre había muerto tempranamente.
Ella respondió: - Sí. Tuvo siete hermanos y una hermana, que murieron en la guerra. Sus padres también fueron
asesinados. Él fue el único miembro de la familia que sobrevivió.

Al introducir en la constelación los representantes de los fallecidos, colocándolos en un semicírculo detrás del
representante de su padre, el peso de su suerte se hizo visible para todos. La mujer espontáneamente rompió a llorar llena
de aflicción. Cubrió su cara con sus manos y bajó la cabeza hasta el pecho. Cuando su profundo sollozo empezó a
calmarse, el terapeuta dirigió la atención de la cliente al movimiento espontáneo de su cabeza y le sugirió que lo llevara a
término.

Ella dirigió su atención a su interior, intentando percibir el rumbo que el movimiento quería tomar. Se hincó de
rodillas, bajando la cabeza hasta que su frente tocaba el suelo entre las palmas de sus manos, que miraban hacia arriba.
Llorando permaneció en esta posición durante mucho tiempo. Después se levantó y sencillamente saludó a su familia, en
silencio y con dignidad.

En el grupo siguiente, cuatro meses más tarde, contó que, aunque ya había pasado los cuarenta, había quedado
embarazada inesperadamente.

De los seminarios:
Albert: Me va bien, el reconocimiento de los padres de mi madre me lleva al reconocimiento de mi madre, y me
parece como si hasta ahora hubiera ido con tres cilindros, y ahora me diera cuenta de que aún hay otros tres más. Bert
Hellinger: ¡Muy bien, una bella imagen! Así, el motor también va mucho más suave.
Rüdiger: Cada vez estoy más de acuerdo con que mis padres me hayan tenido a mí.
Bert Hellinger: Sí, mirándote así, tampoco lo hicieron tan mal. También encuentro muy importante la tercera parte:
hay la parte de la madre, hay la parte del padre, y hay algo nuevo, propio.
Stephen Lankton, un hipnoterapeuta americano, una vez hizo un buen ejercicio con un grupo. Cada uno tenía que
imaginarse que tuviera los peores padres que había, y pensar cómo actuaría. Después tenía que imaginarse que tuviera los
mejores padres que había, y cómo actuaría entonces.
Finalmente tenía que representarse a los padres tal como eran y como actuaban: ¡no había ninguna diferencia! Hay dos
imágenes fundamentales, de los padres hacia los hijos, y de los hijos hacia los padres. Si uno se imagina a sus padres y los
ve delante de sí, aún queda algún asunto pendiente con los padres. Quien, por lo contrario, ha tomado a sus padres y tiene
todos los asuntos aclarados con ellos, puede verlos detrás de sí. Si alguien aún tiene a los padres delante de sí, el efecto es
que no puede avanzar. Topa con los padres. Si los tiene detrás de sí, puede emprender el camino, todo está libre. Entonces,
si avanza, los padres permanecen allí, mirándolo con benevolencia.

Página 31 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

6. MANEJAR LOS MÉRITOS Y LAS PÉRDIDAS DE LOS PADRES


Además de aquello que son, los padres también tienen algo que han ganado como mérito, o que han sufrido como
pérdida. Es algo que les pertenece a ellos personalmente y no se refiere a los hijos, por ejemplo una culpa personal o una
implicación. En todo esto los hijos no tienen parte, los padres no pueden ni deben dárselo a sus hijos, ni los hijos deben
tomarlo de los padres, porque no les corresponde.
No deben tomar ni la culpa, ni sus consecuencias, ni una enfermedad, ni un destino, ni una obligación o una injusticia
sufrida, ni tampoco los méritos de los padres. Porque el anterior no lo tomó de otro anterior como don bueno, para pasarlo
a otros, posteriores, sino que forma parte de su destino personal y sigue bajo su responsabilidad. También forma parte de
su dignidad, y si él lo toma y otros se lo dejan, posee una fuerza y un bien especial. Este bien sí que puede pasarlo a otro,
posterior, sin el precio que pagó por ello. Ahora bien, si un posterior -aunque sea por amor- en lugar de un anterior toma
sobre sí un mal, entonces un pospuesto se inmiscuye en lo más personal de un antepuesto, quitándoles la dignidad y la
fuerza tanto a éste como al mal, y del bien queda, sin el beneficio, para ambos tan sólo el precio. Si un posterior, sin
realizar el esfuerzo ni sufrir la suerte correspondiente, toma los méritos y el derecho personal de un anterior, también tiene
consecuencias nefastas, ya que toma el derecho sin el precio.
Aquí pues, los hijos tienen que poner sus límites, lo cual también es una especie de respeto ante los padres.
Naturalmente, el hijo puede tener ciertas ventajas por los méritos de los padres; éstas, sin embargo, pertenecen al ámbito
de aquello que los padres dan a los hijos. Con aquello que reciben de los padres pueden hacer algo nuevo, ganando así sus
propios méritos.
Tampoco nadie tiene un derecho sobre una herencia. La herencia es un regalo a disposición de los padres. Se toma
como un regalo inmerecido, tal como los padres lo quieran. Incluso si un hijo lo recibe todo y sus hermanos no reciben
nada, nadie debe criticar a los padres. Como la herencia siempre es inmerecida, tampoco debe haber quejas si se recibe
menos. Los obsequiados, sin embargo, por propia iniciativa tienen que darles a sus hermanos la parte que les corresponde.
De esta manera hay paz en el sistema.

7. ACERCA DE ALGUNAS ETAPAS DEL CAMINO COMÚN


A. (NO) HACERSE COMO LOS PADRES
Las vidas de los padres actúan muy intensamente como modelos para los hijos.

Presentaré un ejemplo:
En Chicago una mujer vino a un grupo y nos comunicó que estaba tramitando el divorcio. Hasta entonces había estado
felizmente casada y tenía tres hijos. No se le podía hablar, estaba inaccesible y firmemente decidida a divorciarse. En la
siguiente sesión de grupo tuve la ocurrencia de preguntarle por su edad. Tenía treinta y cinco años, y le pregunté: - ¿Qué
pasó con tu madre cuando tenía treinta y cinco años?
Respondió: -Entonces mi madre perdió a mi padre.
El padre murió cuando intentó salvar a otros en un portaaviones.
Le dije: -Exacto, una chica respetable en vuestra familia pierde al marido a los treinta y cinco.

Aquí encontramos de nuevo el pensamiento mágico del hijo, que entiende el amor como un «hacerse como...» o un
«vivir como...». Más adelante, esto se encubre, pero sigue actuando en el alma. Los padres, por su parte, esperan y desean
que a sus hijos les vaya mejor. Por lo tanto, aquello que los padres desean está en contradicción con aquello que los hijos
se imaginan bajo el concepto de amor. Los niños no conocen límites en su amor, su experiencia de la vida, sin embargo, sí
que es limitada, por lo que la tentación de unirse a sus padres en el sufrimiento es sumamente poderosa. Si el sufrimiento
de los padres es compensado ciegamente por el sufrimiento de los hijos, éste pasa de persona en persona, de generación en
generación, sin llegar a ningún fin. Al trabajar con constelaciones familiares, frecuentemente se revelan patrones repetidos
de daño y de sufrimiento, atravesando generaciones en una misma familia. Incluso si se les rechaza a los padres, existe
una unión secreta. Secretamente se les imita, y uno mismo busca pasar lo que pasaron ellos. Si un hijo dice: «De ninguna
de las maneras quiero hacerme como vosotros», secretamente les sigue, y justamente por el rechazo se hace como los
padres. Del miedo de hacerse como los padres resulta que el hijo continuamente esté mirando a los padres. Aquello que no
quiero tiene que estar continuamente a la vista. Por lo tanto, no es de extrañar que gane influencia.
Es posible redimir al hijo de esta actitud mágica, acercándolo a aquello que los padres desean para el hijo - que sea
feliz y pueda llevar una vida plena. Supone una prueba de valor para un hijo ver que sus padres sufren y, no obstante,
Página 32 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

obedecer a un amor más grande, intentando sacar partido de su vida y cumpliendo los íntimos deseos de sus padres. Es
importante hacerle ver que, actuando así, su amor no pierde nada, sino que posiblemente sea ésta la manera de mostrarlo
aún más.

B. PUEDES HACERTE COMO TU PADRE / TU MADRE


En una familia, el hombre aporta conceptos de valor de su familia de origen, y la mujer, otros tantos de la suya,
siempre distintos. Ahora bien, si el padre se impone con su concepto de valores frente a los hijos -esto más bien se da
pocas veces; según mi experiencia, en la mayoría de los casos se impone la madre con su concepto de valores-, entonces
el hijo aparentemente sigue al padre, y secretamente, a la madre, o viceversa. El hijo aparentemente obedece a aquél que
gana, y secretamente a aquél que pierde. Esta es su compensación. Por lo tanto, no hay triunfo, y no tiene ningún sentido
perseguir la victoria. El hijo siempre sale a aquél de los padres que en su suerte fue el perdedor, por ejemplo en caso de
una separación.
Si un hijo no obedece, frecuentemente sigue a los conceptos de valores del otro cónyuge. Este desobedecer tan sólo es
otro tipo de obediencia y de lealtad. Si uno de los padres, de manera directa o indirecta, le comunica a un hijo: «No te
hagas como tu madre / tu padre», el hijo seguirá precisamente a esta madre o a este padre.

Un ejemplo a este respecto:


Una mujer había estado casada con un hombre considerado alcohólico, y se había divorciado de él. Tenían un hijo que
vivía con la madre, y ella tenía miedo de que el hijo se hiciera como el padre.
Yo le dije: -El hijo tiene el derecho de seguir a su padre, y tú tienes que decirle a tu hijo: «Puedes tomar todo lo que yo
te dé, y puedes tomar todo lo que tu padre te dé. Puedes hacerte como yo, y puedes hacerte como tu padre.» La mujer
preguntó: -¿Y si se convierte en alcohólico?
Le respondí: -Exacto, incluso entonces. Tú le dices: «Estoy de acuerdo si te haces como tu padre.» Esta es la
prueba. El efecto de un permiso así y del respeto ante el marido es que el chico puede tomar a su padre, sin tener que
tomar también aquello que hace difícil la vida de éste. Si la madre dice: «¡Sobre todo, no te hagas como tu padre!», el
hijo se hará como él. No puede evitarlo.

C. REGLAS PARA UNA EDUCACIÓN LOGRADA


En el caso de problemas educacionales, la solución está en que los padres se pongan de acuerdo sobre un sistema de
valores en el que también se guarden los distintos valores de ambas familias de origen. Así, se llega a un sistema superior
y, de alguna manera, cada uno tiene que abandonar el suyo. Cada uno se hace culpable frente a su familia de origen, lo
cual es lo difícil. La idea que lo de uno mismo sea correcto y lo otro equivocado, más bien es un estorbo. Si los padres se
ponen de acuerdo, aparecen unidos ante los hijos. En un caso así, los hijos se sienten más seguros, y de buena gana siguen
al sistema de valores encontrado conjuntamente.

Un ejemplo:
Un hombre y una mujer preguntaron a un profesor qué debían hacer con su hija, ya que últimamente la mujer se veía
cada vez más obligada a ponerle límites, y no se sentía lo suficientemente apoyada por su marido.

En primer lugar, el profesor les explicó en tres frases las reglas para una educación lograda:
1. En la educación de sus hijos, el padre y la madre, de maneras distintas, consideran correcto aquello que en sus
propias familias era importante o faltaba.
2. El hijo sigue y reconoce aquello que a ambos padres les es importante o les falta.
3. Si uno de los padres se impone frente al otro en la educación, el hijo se alía con aquél que pierde.

Como siguiente paso, el profesor les propuso que se permitieran percibir dónde y cómo los amaba su hija. Se miraron a
los ojos, y sus caras se iluminaron.
Por último, el profesor aún le recomendó al padre que, de vez en cuando, hiciera sentir a su hija cuánto se alegraba si
ella era buena con su madre.

D. DESPRENDERSE DE LOS PADRES Y REALIZAR LO PROPIO

Página 33 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Si un hijo reclama ante los padres: «Lo que me disteis, primeramente fue demasiado poco; segundo, fue lo
equivocado; y aún me debéis un montón», entonces el hijo no puede tomar de sus padres, ni tampoco separarse de ellos.
De lo contrario, su reclamación ya no sería válida, y el tomar la haría desmerecer. Esta reivindicación le ata a los padres,
pero no recibe nada. De esta manera está íntimamente unido con los padres, pero de modo que ni él tiene a los padres, ni
ellos tampoco tienen al hijo.
El tomar, por lo tanto, tiene el efecto curioso de separar. Tomar significa: «Tomo lo que me diste; es un montón y
basta; el resto lo hago yo mismo, y ahora os dejo en paz.» Es decir, tomo lo que recibí, y aunque después deje a los padres,
yo tengo a mis padres y mis padres me tienen a mí.
Cada uno tiene también algo propio que le es asignado exclusivamente a él, algo que tiene que tomar y desarrollar
independientemente de los padres. No es nada contra los padres, sino algo que aún se añade a lo recibido. Una vez vino
aquí un médico de unos cuarenta años, casado desde hacía mucho tiempo, y preguntó: - ¿Qué debo hacer?, mis padres se
meten en todo -.
Yo le dije: -Sí, tus padres tienen el derecho de meterse en todo, y tú tienes el derecho de hacer lo que a ti te parezca.

E. LA BÚSQUEDA DE AUTORREALIZACIÓN Y DE ILUMINACIÓN


Un hijo que se niega a tomar a sus padres se siente incompleto y no está en paz consigo mismo. Busca compensar esta
falta, y muchas veces la búsqueda de autorrealización y de iluminación no es más que la búsqueda del padre o de la madre
aún no tomados. También una llamada crisis de los cuarenta muchas veces se acaba si se logra tomar aquello que viene
del padre o de la madre, rechazados hasta entonces.

F. CUIDAR A LOS PADRES MAYORES


Los hijos se sienten muy aliviados si los padres les demuestran que también toman algo de ellos. Eso no suprime la
importancia fundamental de tomar a los padres. Tampoco el tomar que hace posible la despedida no dispensa al hijo de la
obligación de dar, por ejemplo de pasar lo recibido a otros.
Sobre todo no dispensa al hijo de cuidar a sus padres cuando éstos estén necesitados o sean mayores. Esto último es
algo muy importante para ¡a despedida: los padres pueden dejar que el hijo se vaya, si están seguros que éste se ocupará
de ellos cuando lo necesiten.
Muchos temen que les aguarde eso cuando los padres sean mayores. El motivo es que los hijos se imaginan que
tendrán que cuidar a sus padres tal como éstos lo exijan. En un caso así, con razón se preocupan. Tienen que decirles a los
padres: «Os cuidaremos de la manera más conveniente.» Es algo totalmente diferente, pero lo que realmente conviene
puede ser diferente de lo que tanto los padres como los hijos se imaginan en un principio. Una vez tomada la decisión de
hacerlo así, los hijos se sienten bien y libres.
La dinámica que se halla detrás es la siguiente: el hijo no puede percibir a sus padres tal como son. En cuanto un hijo
ve a sus padres, con determinadas excepciones se siente como un niño de cinco a siete años, independientemente de la
edad que tenga. Los padres, por otra parte, siempre ven a sus hijos como niños de cinco a siete años, y sienten de manera
correspondiente. La única excepción que conocí fue una psiquiatra de Hamburgo, una mujer simpática, que decía: -Yo y
mi hija nos encontramos a un mismo nivel.
Mientras tomábamos café, siempre hablaba de «mi mosquito», hasta que uno le preguntó a quién se refería. Y ella
dijo: -A mi hija.
Es la única excepción que he encontrado.
Es decir, el hijo que se ve confrontado con la madre o el padre mayores, necesita realizar un gran esfuerzo para hacerse
valer y para no reaccionar como un niño, sino como persona adulta que hace lo que sea lo más conveniente. Para eso hace
falta un cambio de conciencia. Lo propicio en la mayoría de los casos también es factible.

Un ejemplo:
Hace poco, estuvo aquí una mujer que era asesora fiscal y tenía dos oficinas grandes, una en Hamburgo y otra en
Frankfurt. Al estar aquí, dijo que tenía que llamar a su madre. Su madre, que estaba en un hospital de Frankfurt, quería a
toda costa que se ocupara de ella. La mujer, sin embargo, decía que no podía, ya que estaba tan atareada con sus
negocios.
Yo le dije: - Esto tiene prioridad, primero viene la madre, y tú te ocupas de ella, y después te dedicas a tus
negocios. Ella se resistía, y le dije: - Deja primero que esto llegue a tu interior. Tiene prioridad. Y tú sabes muy bien
que es importante.

Página 34 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Ella dejó que las palabras actuaran en su interior y, como pasa tantas veces cuando una persona está dispuesta a hacer
lo que realmente conviene, la solución fue inesperada. Al día siguiente, alguien llamó desde Frankfurt diciendo que una
enfermera geriátrica muy competente estaba buscando trabajo; era algo cara, pero muy competente. Dinero no le faltaba a
la mujer. Ésta fue la solución.

8. TEMAS Y ÁMBITOS ESPECIALES EN LA RELACIÓN ENTRE PADRE E


HIJOS A. SILENCIAR EL ORIGEN DE LOS HIJOS
Josef: Me da mucho que pensar que algunos padres silencien el hecho de que un hijo sea ilegítimo o sustituido. No
entiendo el motivo.
Bert Hellinger: Existe una tendencia social a desprestigiar estos hechos, y una reserva para hablar de ellos. Si
simplemente miramos estos asuntos, como lo hacemos aquí, nos damos cuenta de que para todos los implicados las cosas
están bien tal como están. Muchas veces, de los pecados resulta algo bueno, y eso, para los moralistas, es fatal. Tales
cosas no pueden decirse ante una persona que desprecia y mira si algo está mal. Así, también es bueno y conveniente
tener un poco de compasión con esos padres.

B. EL ILEGÍTIMO QUE NO CONOCÍA A SUS HERMANOS


Thomas: Soy hijo ilegítimo, y me crie con mi madre. Hace cinco años, fui a ver a mi padre. Esta parte la conozco
ahora. Sin embargo, no conozco a los hijos de mi padre, y él no se atreve a decirles que yo existo. Bert Hellinger: Hace
un mes, tuve un curso. En ese curso había una mujer que vivía en la misma situación. Es ilegítima. El padre está casado
y tiene, además, dos hijos varones. Ese padre tampoco se atrevía a presentar esa hija a sus hijos.
Yo le dije que fuera a ver a los hijos y que se presentara como hermana, tal cual. Más adelante me llamó y me contó lo
siguiente: fue a una fiesta, y cerca de ella se encontraba el padre y también estaban los hermanastros. De repente, al final
de la fiesta, no quedaba nadie más que su padre, los hermanos y ella, y de pronto pudieron hablar. (A Thomas) Yo los iría
a ver. El peligro, sin embargo, está en que entonces pierdas tu profesión de pastor.
Thomas: ¿Por qué?
Bert Hellinger: Una motivación frecuente para la búsqueda de Dios es que uno no tenga padre y lo busque y, al
encontrarlo, su búsqueda de Dios se acaba. Ya empieza con Jesús, que tampoco tuvo padre, al menos ninguno del que
sepamos nada.

EL CAMINO
Al padre anciano llegó el hijo, pidiendo:
«Padre, ¡bendíceme antes de que te vayas!»
El padre dijo: «Sea mi bendición
que te acompañe un primer trecho
en el camino del saber.»

La mañana siguiente, salieron al aire libre,


y de la estrechez de su valle subieron
a una montaña.
El día ya se iba encogiendo cuando llegaron a la cima,
pero ahora hacia todas partes se extendía la tierra,
hasta el horizonte
a la luz.

El sol se puso,
y con él se desvaneció
la deslumbrante suntuosidad;
se hizo de noche.
En la oscuridad, empero, destellaban
las estrellas.

Página 35 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Una vez participó aquí un hombre que dijo: - Nuestro primer hijo nació de nuestras relaciones prematrimoniales, y ahora
comienza a hacer cálculos...-, y preguntó qué debía decirle, si el hijo empezaba a hacer preguntas. Le dije que
respondiera: «No aguantamos más.» Entonces se río. Sí, eso es honrado.

C. ¿CON QUIÉN VAN LOS HIJOS DESPUÉS DEL DIVORCIO?


La pregunta de dónde deben ir los hijos después del divorcio es muy fácil de solucionar: los hijos tienen que ir con
aquél de los padres que en los hijos respete más a la otra parte (al padre o a la madre). En la mayoría de los casos es más
el padre quien respeta a la madre en los hijos, que no la mujer al hombre. Es una experiencia mía (H. sonríe), pero la
mujer puede merecerse el tener a los hijos... aprendiendo a valorar las cualidades de su ex marido en ellos. De lo
contrario, los daña, queriendo y valorando tan sólo una mitad de ellos.

Klaus: ¿En qué se nota cuál de los padres respeta más al otro en los hijos?
Bert Hellinger: Lo ves en seguida, y también ellos mismos lo saben en seguida. Si haces la pregunta, sólo tienes que
mirar a los padres, y en seguida sabes quién es.
Klaus: ¿Pero podría ser igual alguna vez?
Bert Hellinger: ¡Con esta pregunta te opones! Si es igual, no hay divorcio.
Ludwig: ¿Son equivalentes las dos frases: «Debe tener los hijos aquél que más respete al otro cónyuge en los hijos» y
«El que abandona la relación no debería recibir a los hijos de premio»?
Bert Hellinger: De esta forma tan extrema no quisiera firmarlo. Pero muchas veces se pasan los límites, cuando uno
engaña al otro y después encima le quita los hijos. Por regla general, es también aquél que no respeta al otro. Sin
embargo, son diferentes puntos de vista, y hay un montón de excepciones. Por lo tanto, es importante fijarse
detenidamente; esa gran diversidad no puede resumirse en dos frases.
Los padres también deciden con quién van los hijos, y si ellos se vuelven a casar. Si por ejemplo un hombre, que está
divorciado y tiene los hijos consigo, quiere volver a casarse y pregunta a los hijos si debe hacerlo, el caso es grave. No es,
en absoluto, asunto de los hijos. Él lo hace, y los hijos tienen que aceptarlo. En un asunto así, no se les debe preguntar a
los hijos. Pero tampoco tienen la obligación de querer a las posteriores parejas de los padres.
Petra: Pero los tribunales sí que lo preguntan. Bert Hellinger: Lo sé, pero no importa. Yo aquí hablo de psicología. Si
los padres arreglan el asunto entre ellos, a los hijos se les ahorra el tener que decidirse entre los padres. Muchas veces
existe también la idea de que si la custodia de los hijos se adjudica a uno, éste los tiene y, al mismo tiempo, se los quita al
otro. No puede hacerlo. Esa madre o ese padre sólo tiene a los hijos viviendo en su casa. Pero no puede quitárselos al otro.
Los hijos siempre son de ambos padres, y hay que negociar de manera que los hijos sepan que ambos padres seguirán
siendo padres para ellos, aunque ya no sean pareja.

D. LA ADOPCIÓN HONROSA Y LA PELIGROSA


Si un niño no puede ser criado por sus padres y necesita de otros padres, la primera búsqueda debe dirigirse hacia los
abuelos. Es lo más inmediato. Si éstos acogen al niño, está en buenas manos. En un caso así, también es más sencilla la
vuelta a los padres si la situación cambia. Si los abuelos no pueden, o ya no están, se busca entre los tíos. Éstos son los
siguientes. Sólo si no se encuentra a nadie de la familia, pueden buscarse unos padres adoptivos o de acogida. Entonces
realmente se convierte en una tarea que vale la pena. En un caso así, los padres que acogen al niño pueden estar seguros
de ocupar el lugar correcto: suplen a los padres para el niño, ayudando a llevar a cabo lo que aquéllos no pudieron
realizar. Cumplen una función importante, pero como representantes ocupan el segundo lugar. Primero vienen los padres
verdaderos, como quiera que sean e independientemente de lo que hayan hecho. Si se guarda este orden, el hijo adoptivo
puede respetar a los padres adoptivos y tomar lo que de ellos recibe.
De mi trabajo con familias sé que el factor decisivo es la actitud de los padres adoptivos. Si realmente actúan con las
mejores intenciones para el niño, la adopción tiene buenas posibilidades de salir bien. Muchas veces, sin embargo, los
padres adoptivos primeramente no tienen en cuenta los intereses del niño, sino más bien los suyos propios. En la mayoría
de los casos se trata de parejas que no pueden tener hijos y se rebelan contra las limitaciones que la naturaleza misma les
impone. Implícitamente le piden al niño que les proteja de su desilusión. En un caso así, quedan trastornados tanto la
orientación fundamental del dar y del tomar como el orden de sus relaciones, aún antes de iniciarse éstas.
Si una pareja adopta a un niño por ellos mismos y no por el bienestar del niño, de hecho quitan un hijo a sus padres
naturales para satisfacer sus propias necesidades. Es el equivalente sistémico del rapto de un niño, por lo que tiene
consecuencias serias en un sistema familiar. Frecuentemente se sacrifica algo equivalente en expiación: o un hijo propio, o
Página 36 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

la relación con la pareja. En familias con las que pude trabajar, las consecuencias de adopciones por razones impropias
abarcaban desde el divorcio y la enfermedad hasta el aborto voluntario e incluso la muerte. En su forma más destructiva,
la dinámica se expresaba en la enfermedad o el suicidio de uno de los hijos carnales de la pareja.
En cuanto los padres adoptivos pretenden ocupar el lugar de los padres carnales, considerándose los padres mejores, el
hijo muchas veces se muestra solidario con los padres menospreciados, enfadándose con los padres adoptivos. Si unos
padres, sin necesidad, dan a un hijo para la adopción, el hijo se enfada con sus padres, y con razón. Estos sentimientos
negativos los reciben los padres adoptivos si se ponen en el lugar de los padres verdaderos. Si, en cambio, no se
consideran más que representantes, esos sentimientos se dirigen hacia los padres, y el sentimiento bueno va a los padres
adoptivos. Es decir, también para los padres adoptivos es un gran alivio.

Un ejemplo:
En el caso de un participante de un grupo, que vivía separado de su mujer, se trataba del lugar de un hijo acogido. En
la configuración, el hijo se encontraba entre los padres de acogida.
Entonces pregunté: - ¿Quién quiso la adopción?
Él dijo: -En el fondo, mi mujer.
Yo: -Sí, por eso sacrificó al marido.
Al chico, que se encontraba en medio, empezaban a flaquearle las piernas. Dijo que quería arrodillarse, y le dije:
-Hazlo.
Así, se arrodilló, y detrás de él se encontraba su madre carnal.
Le dije: -Ahora vuélvete hacia tu madre.
Ésta se acercó a él, y ésta ya fue la solución. Después junté a los padres acogedores de manera que, desde atrás,
miraban cómo el hijo estaba arrodillado ante su madre, y nuevamente formaban una pareja.

Siempre que se adopta un niño, son importantes las distinciones claras al momento de elegir palabras, es decir, que un
hijo adoptado llame a sus padres carnales de otra manera que a sus padres adoptivos; por ejemplo, «padre y madre» y
«papá y mamá». Tampoco los padres adoptivos deben decir «mi hijo» o «mi hija», sino más bien: «Éste es el niño del que
nos ocupamos y para el que representamos a los padres». También es mejor que el hijo conserve sus apellidos originales.
De esta manera queda claro desde un principio que es adoptado. Aquí, sin embargo, no hay solución terminante y general.
La clave está en que los padres adoptivos guarden un profundo respeto ante los padres carnales y que muestren claramente
este respeto ante los hijos.
Birgit: ¿Y qué pasa si los hijos quieren llamarse como los padres adoptivos o como el padrastro? Bert Hellinger: Yo no
dejaría que tales deseos me desconcertaran. Los hijos notan lo que los padres adoptivos desean. Los padres adoptivos
tienen que mirar muy atentamente y ver lo que es bueno para el hijo; así, también éste lo deseará. En el caso de un
padrastro ocurre lo siguiente: si la madre valora al primer marido, no hay ningún problema, y de la misma manera ocurre
con una madrastra.
Inge: Si uno de los cónyuges aporta un hijo a la familia, des bueno para el nuevo padre o la nueva madre que lo adopte,
¿o no?
Bert Hellinger: No, es fatal, porque en un caso así tiene que renegar de su padre o de su madre. Yo, por principio, lo
desaconsejo.

Un ejemplo:
Hace un tiempo, desde Basilea me llamó una mujer, toda desesperada. Su padre adoptivo se estaba muriendo, y ellos
estaban reñidos. Contó que su madre se había divorciado y, más adelante, se había casado con otro hombre. Éste la había
adoptado. Yo le dije que ella por su parte podía anular la adopción. Se quedó perpleja por un momento, me dio las gracias
y colgó el teléfono. Más tarde me llamó: lo había hecho. La situación había cambiado de golpe, y había podido acompañar
a su padrastro en su agonía. Éste había fallecido y ella se sentía bien ahora.
Estaba muy claro: había arreglado algo y encontrado de nuevo su propio lugar. Es muy grave para un hijo tener que
renegar de sus padres.

Página 37 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Josef: En un accidente de tráfico murieron los padres y los abuelos de dos niños, y los tíos sólo están dispuestos a
acoger a un niño respectivamente. En un caso así, des más importante que los niños se queden en la familia, aunque sea
separados, o que los dos juntos estén en una familia de acogida?
Bert Hellinger: Es difícil de decir. Ahora bien, si tan sólo están dispuestos a acoger a un niño respectivamente, más
bien tengo la impresión de que no se ocupan bien del niño. Si no, estarían dispuestos a acogerlos juntos. Ésta es mi
impresión: que estarán mejor en la familia que los acoge, en la que pueden vivir juntos como hermanos.
Aún he podido observar otra cosa más: un hijo que fue acogido o adoptado tiene el impulso de acoger a otros niños y
de cuidarlos. Éstos están en buenas manos ahí. En recompensa, pasan a otros lo que ellos mismos recibieron, y muchas
veces saben hacerlo muy bien. Es una dinámica buena, y no egoísta.

¡Mira a los hijos!


Thomas aporta un caso:
Un matrimonio que no podía tener hijos fue varias veces a Colombia para traerse un niño, pagando un fortunón. Nada
más tenerlo, el marido se volvió loco. Es arquitecto y se pasó tres meses en un sanatorio. En cuanto salió de ahí, fueron a
buscar a otro niño. Para mí es horrible lo que pasa ahí.
Bert Hellinger: Bueno, quién sabe. Mira a los hijos y dite: «Éstos ya saldrán adelante.»
Thomas: Pero aún tengo otra pregunta: unos amigos míos...
Bert Hellinger (interrumpiendo): ¡No, no, no! ¿Qué te dije?
Thomas: Los hijos ya saldrán adelante.
Bert Hellinger: Aún dije otra cosa antes. (Pausa) Que miraras a los hijos. ¿Ya quién miras?
Thomas: Sí, es cierto, a los padres.
Bert Hellinger: Éstos no se merecen nada mejor, ellos saben lo que hacen. Es curioso, las cosas que hay. Hace muchos,
muchos años, creo que ya serán unos dieciocho, di un curso, en el que participó un tal Peter. Cuando éste tenía dos años,
su madre sufrió un ataque esquizofrénico, y lo estampó contra la pared. En ese momento llegó el padre, que
inmediatamente llevó a la mujer y al niño al médico. Al hijo no le había pasado gran cosa. Probablemente sus huesos aún
eran lo suficientemente flexibles. Después, los padres desaparecieron en la consulta con el médico. El niño estaba sólo,
echado en la sala de espera. De repente se abrió la puerta, y el médico se asomó, lo miró, y él nunca más olvidó esa
mirada. Su mirada llevaba: «Tú ya saldrás adelante.» Esa fue el ancla a la que se agarró toda su vida. ¿Ves?, ese médico lo
hizo bien, miró al niño.

El pobre sobrino y la oportunidad buena


Martha: Mi sobrino, el hijo de mi hermano, fue adoptado por su padrastro. Recibió el nombre del padrastro, y la nueva
familia rompió por completo el contacto con mi hermano y con nuestra familia. Mi pregunta es si yo podría hacer algo por
el chico.
Bert Hellinger: Si estás pensando lo que puedes hacer por él, significa que en tu corazón hay amor para él. Si dejas que
este sentimiento actúe, reteniéndote al mismo tiempo, sin hacer nada, esperando hasta que se dé una buena oportunidad,
entonces esto, ya ahora, tiene un efecto positivo para tu sobrino. Pero pueden pasar años hasta que pueda hacerse lo que
realmente convenga.

La ventaja de las aldeas infantiles SOS


El año pasado di un curso para madres de aldeas infantiles SOS, que fue un gran placer para mí. ¡Estaban tan atentas!
Entre ellas, la idea era la siguiente: lo mejor para un niño es la familia propia, lo segundo, la familia adoptiva, y como
última sustitución está la aldea infantil SOS.
Yo les dije: -No. Primero viene la familia verdadera, después la aldea infantil SOS, y en último lugar viene la familia
adoptiva.
Las implicaciones que muchas veces vemos en familias adoptivas no existen en las aldeas infantiles SOS. Las madres
de las aldeas infantiles SOS no pretenden ser las madres verdaderas. Todo el mundo sabe que solamente es una madre de

Página 38 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

una aldea infantil SOS. Esos niños saben afrontar la vida, y ellos mismos también tienen que hacer un montón para
conseguirlo.
Karl: Lo que encuentro difícil es que en algunas aldeas infantiles no esté permitido hablar de las familias de origen de
los niños.
Bert Hellinger: No, yo lo encuentro bueno. Si no, no pueden convertirse en familia. Es decir, no hablarlo en la familia,
pero con cada niño en particular sí hablar de sus padres y de su familia de origen.
Karl: No quería decir que había que hablarlo en las familias substitutivas, sino que el niño en general pudiera saber
algo de su origen, y también que tuviera la posibilidad y el derecho de estar unido a su propio origen. Bert Hellinger: Sí,
sería grave si no pudiera hacerlo, pero en la aldea infantil que yo conozco no era así. Ahí aún tuve otra experiencia bonita.
Una madre de la aldea infantil contó que una niña había sido visitada por su madre. La niña tenía unos diez o doce años y
la madre quería recuperar el contacto con ella, por lo que la invitó para el fin de semana. La madre de la aldea infantil se
sentía desbancada. Entonces configuramos la situación: La madre carnal, la madre de la aldea infantil, y la niña. Era
desgarrador ver cómo la niña iba de un lado para otro, para encontrar su lugar. Finalmente se puso un poco más cerca de la
madre de la aldea infantil, y eso fue justo lo que correspondía. Con ese ejemplo, las madres de las aldeas infantiles
pudieron experimentar de lleno su dignidad y su importancia.
... ¡como el ladrón a sus reales!
Un ejemplo detallado de un caso
Gerhard participó en un seminario de seis días. Está casado, y como él y su mujer no tuvieron hijos, acogieron a un
niño de diez meses, que pronto quieren adoptar.
Acompañamos a Gerhard a través de esta semana:

Al segundo día
Gerhard: Me preocupan mis padres. Han venido para cuidar a mi hijo pequeño. Por una parte, lo encuentro estupendo,
y también pienso que mi relación con mis padres en general está en orden, pero al mismo tiempo noto que estoy irritado.
Pienso que tendrá que ver con que yo quisiera que ellos reconocieran que lo estoy haciendo bien.
Bert Hellinger: ¡No, no, no! Es justo al revés. Tú te niegas a reconocer que ellos voluntariamente hacen algo grande
para ti, sin que estén obligados a hacerlo. Si lo reconoces, estás en paz. No son los padres los que tienen que reconocer a
los hijos, sino al revés.

El cuarto día, por la mañana


Gerhard: Me siento muy raro, mal, nervioso y triste. Esta mañana aún pensé: 'Todavía hay otro hombre que aún es
más importante que tú', es decir mi padre. Porque mis padres vinieron conmigo para cuidar al niño. Bert Hellinger: Sí, yo
me siento como su pequeño representante. Así me siento, y así también me comporto. ¿De acuerdo, Gerhard?
Gerhard: Sí, y me gustaría hacer la constelación de mi familia.
Bert Hellinger: Sí, hoy lo hago, seguro. Pero primero quiero seguir con la ronda, si no, se haría demasiado largo ahora.

Más tarde, al cuarto día


Constelación del sistema actual de Gerhard (fig. 1): En un principio, Gerhard sólo quiere ponerse a sí mismo, a su mu
jer y al niño previsto para la adopción. Bert Hellinger, sin embargo, le pide que elija también representantes para los
padres carnales del niño y para los cuatro abuelos del mismo.

Figura 1. Constelación del sistema actual de Gerhard.

Página 39 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Abreviaciones:
Mar marido, Gerhard PP padre del padre
Muj mujer de Gerhard MP madre del padre
N niño, 10 meses de edad PM padre de la madre
P padre del niño MM madre de la madre
M madre del niño

Sabemos entonces que la madre del niño es una mujer de 21 años, que quedó embarazada durante el bachillerato y que
mantuvo en secreto este embarazo. Sus padres no supieron nada del nacimiento del niño. Cuatro semanas antes de dar a
luz, acudió a una asistente social que, por su parte, conocía a Gerhard y a su mujer. Gerhard y su mujer conocen al niño
desde que nació, y poco después lo acogieron. El padre del niño es un italiano, que ante la oficina de asistencia social
reconoció la paternidad sobre el niño. Sus padres viven cerca. Muchas veces, Gerhard da justificaciones. Así, por ejemplo,
comenta que su mujer conoce al médico que asistió al parto del niño, y que éste decía que conocía a la familia de la madre
y que podía entender muy bien que no les hubiera contado nada a sus padres.
Al recibir la información sobre los abuelos, Bert Hellinger dice: Pues... esta adopción está abocada al
fracaso. Bert Hellinger (Al estar configurada la constelación; a la madre del niño): ¿Cómo te va?
Madre del niño (titubeando): No puedo entenderlo. Me es absolutamente incomprensible por qué ya no está el niño.
Bert Hellinger: ¿Quién estaba interesado en que el niño fuera dado para la adopción?
Gerhard: Ella misma. Muy poco antes de dar a luz fue a la asistente social. Mi impresión fue que simplemente no
sabía qué hacer.
Padre del niño: Bueno, yo me siento fuertemente integrado en la familia; no siento mucho hacia esta parte (madre
carnal), pero mucho hacia el hijo.
Abuelo paterno: Yo tengo contacto con mi mujer y con mi hijo, lo otro es bastante insignificante. Abuela paterna: Yo
también tengo contacto con mi marido y con mi hijo, y por lo demás, no mucho. Abuelo materno: Me siento bastante
poderoso, también con ella (su mujer). Siento una especie de derecho aquí (indica hacia adelante, al niño), no sobre ella
(hija), sino atravesando a ella, sobre el niño.
Abuela materna: A mí también me pasa eso (hacia el marido), aquí me siento totalmente subordinada, pero también
perteneciente. Al niño lo tengo claramente a la vista, la hija no es tan importante, el niño es mucho más importante.
Madre del niño: Esto coincide con mi percepción. Hay una relación que me atraviesa y va directamente al niño. Bert
Hellinger: (coloca al niño delante de sus padres, fig. 2)

Página 40 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Figura 2

Bert Hellinger (al niño): ¿Cómo te va a ti?


Niño: Me encuentro muy bien aquí (delante de los padres). Al principio era peor (delante de los padres acogedores).
Al principio tenía la sensación de que me miraban como si hubiera cometido algo.
Mujer de Gerhard: Aquí delante tengo calor, y pienso que tendría que dar un paso hacia atrás. Veo a los demás, y eso
está bien. Aquí (hacia el marido) no ocurre nada.
Representante de Gerhard: Por una parte, mucha tristeza al mirar a este niño, y después tengo la sensación de que el
niño me impide llegar a mi mujer.
Bert Hellinger (a Gerhard): Éste (el niño) está parentificado. Tú esperas algo del niño. Este deseo, en realidad, debería
dirigirse a otra parte, quizás a tus padres. El niño es utilizado, y eso es sumamente perjudicial, para el niño y para vuestra
relación. Aquí es donde pertenece (la madre del niño ríe aliviada; al abuelo paterno): ¿Qué, Benno? Estás todo
emocionado.
Abuelo paterno: Realmente, es así. Es absolutamente imposible sacar al niño de aquí, de un clan tan fuerte. Abuela
materna: Esto ahora también me tranquiliza a mí. Bert Hellinger: Cada uno de éstos sabe hacerlo mejor que vosotros
dos. - De acuerdo, ya hemos hecho la constelación de esto. Aquí hay un problema. Y ahora depende de ti lo que hagas
con esto. Y más adelante haremos la constelación de tu sistema de origen, ¿de acuerdo, Gerhard? (Después de haberse
sentado los participantes) Bert Hellinger: ¿Hay algo que añadir a la constelación de Gerhard? Birgit: Generalmente,
¿cómo es lo de las adopciones? ¿Pueden ir bien?
Bert Hellinger: Sí, naturalmente, siempre que sea necesario. Si los padres faltan, si están muertos, por ejemplo, o por
otras razones es imposible. En un caso así, es muy bueno, una gran misión, y una alta dignidad. Sin embargo, donde los
padres adoptivos pretenden, para así decirlo, colarse como padres mejores, aunque los padres existan y aunque exista todo
el clan, ahí no funciona. Si acaso, primeramente entran en consideración los abuelos.
Gerhard: Pero si nunca hemos visto a esas personas. Bert Hellinger: De eso se trata precisamente. Tenéis que
presentarles al niño alguna vez; sí, tenéis que ir allá y presentarles al niño. Gerhard: Bueno, pero los padres decidieron
ocultarlo. Bert Hellinger: No pueden decidirlo, ni siquiera según la ley alemana. Un niño primeramente tiene el derecho
de saber quiénes son los padres y quiénes los abuelos. Y tiene un derecho de conocerlos. Además, fue una bella imagen
para el Numero Sagrado, siete: un niño, dos padres, y cuatro abuelos, ahí se percibía toda la fuerza. Es el número de la
plenitud: siete. Hay que referirlo a lo simple. ¿Tienes alguna pregunta más, Gerhard?
Gerhard: Naturalmente tengo claro que el niño tiene el derecho de conocer a sus padres, y pienso que las cosas
también se desarrollarán así, que el niño más adelante sabrá quiénes son sus padres, para poder entrar en contacto con
ellos cuando lo desee.
Bert Hellinger: Gerhard, realmente eres un hombre inteligente y muy sensible en todos los aspectos. Aquí estás
involucrado y no te das cuenta, y por eso no eres capaz de actuar aquí. Tan sólo tu expresión «mi hijo» demuestra que
estás totalmente fuera de la realidad. Lo dijiste muy en serio. Esto es una implicación. No estás claro en este asunto y son
Página 41 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

otras las fuerzas que actúan aquí. Con esto sólo quiero decirte que aquí tu saber no te vale para nada. La solución se
encuentra a otro nivel.
Sarah hace una pregunta sobre comentarios después de constelaciones, y de si también pueden ser un estorbo. Bert
Hellinger: En cuanto se da un paso más allá de lo necesario, lo conseguido se cuestiona. En cuanto le digo a alguien más
de lo que para él sería necesario, lo conseguido se cuestiona. Es una intervención muy peligrosa, especialmente si
comunico mis asociaciones de manera desordenada, diciendo por ejemplo: «Aún se me ocurre...». En un caso así, aquella
persona tiene que hacerme caso a mí, en vez de quedarse consigo mismo. Es decir, le quito la energía que él acaba de
recoger, y me la quedo yo. Es una especie de robo emocional. Pero también hay informaciones importantes después de
las constelaciones, que provienen de la vivencia personal y ayudan. Éstas, sin embargo, no contienen ninguna
interpretación.

Un ejemplo:
Un niño va al jardín, se maravilla de todo lo que crece, y escucha a un pájaro en los arbustos. En ese momento llega la
madre diciendo: - ¡Qué bonito! -Ahora, el niño, en vez de maravillarse y ser todo oídos, tiene que escuchar palabras, y la
relación con aquello que es se sustituye por opiniones. La percepción inmediata queda perturbada por los comentarios.
Las consecuencias son fatales.
La regla es bien simple: Si a uno se le ocurre algo, se mira a la persona y se examina: ¿Es un regalo si se lo digo?
¿Fortalece y nutre, o estorba? Conforme a esto puedo actuar. Es decir, no hay ninguna regla fija, sino que cada uno tiene
que actuar de manera responsable y de acuerdo con su percepción.
Gerhard se quedó algo afectado después. En este caso, no puedes acercarte a él, ni tampoco tocarlo; si no, tendría que
entrar en relación con otra persona. Es algo diferente si realmente necesita ayuda.

El cuarto día, por la tarde


Configuración del sistema de origen de Gerhard. Al sistema de origen propiamente dicho pertenecen los padres de
Gerhard, un hermano, cinco años mayor, y él mismo.

Figura 3. Constelación inicial de la familia de origen de Gerhard.

Abreviaciones:
P padre 1 primer hijo
M madre 2 segundo hijo, Gerhard

Una vez configurada la primera constelación:


Padre: Percibo una relación fuerte con mi hijo mayor, más débil con Gerhard, y casi nula con mi mujer. Es así. Madre:
Me siento algo desconectada, porque tengo poca relación con mi marido, más relación con mi hijo mayor, y no suficiente
con mi hijo menor.

Página 42 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Hermano: Donde mejor me encuentro es con mi madre. Con el padre tengo una relación fuerte, pero casi demasiado
fuerte, y el hermano desaparece casi del todo.
Representante de Gerhard: Mucho anhelo de llegar ahí, a la madre.
Bert Hellinger coloca a la madre a la izquierda del padre (fig. 4)

Figura 4
Bert Hellinger: ¿Qué ha cambiado?
Hermano: Para mí es mejor así, pero quisiera apartarme algo más.
Bert Hellinger: Sí, hazlo. (El hermano da un paso hacia atrás.)
Representante de Gerhard: Yo también hubiera podido irme ahora, había tristeza. Estos dos (los padres) se han
encontrado, ¿pero dónde está mi lugar? (se inclina hacia fuera). Me caigo hacia la izquierda (hacia el hermano; pero ahí
tampoco se encuentra bien).
Bert Hellinger: Si pasa esto en una constelación, se supone que existe un problema no solucionado en la familia del
padre o de la madre.
Gerhard: La madre de mi madre murió muy pronto, cuando mi madre tenía siete años. Hubo una epidemia. Bert
Hellinger (cambia la posición de los padres, y coloca a la abuela materna entre la madre y Gerhard; la madre quiere
tenerla muy cerca, detrás de sí): ¿Qué ha cambiado?
Representante de Gerhard: Sí, ahora puedo dejarla muy bien así, pero quisiera cambiar de lugar con mi
hermano. Padre: De repente noto una relación con Gerhard.
Bert Hellinger (coloca a los hijos frente a los padres, y a la abuela materna entre Gerhard y la madre, fig. 5): Ahora
Gerhard ya no se sale. Existe una identificación con la madre de tu madre, éste es el motivo por el que te ocupas de niños.
Con el niño acogido juegas aquello que la abuela quería hacer con tu madre. (A la madre.) ¿Cómo te encuentras ahora?
Madre: Bien.
Padre: Con mi mujer hay algo que no funciona en la relación.
Madre: No estuve atenta a eso, es verdad, no hay nada.
Bert Hellinger (a Gerhard): ¿Para ti está bien así?
Representante de Gerhard: Sí, aunque quisiera tener a los padres más cerca el uno del otro.

Figura 5

Página 43 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Abreviaciones:
PM padre de la madre
+ MM madre de la madre, murió al tener la madre 7 años
TAP tía abuela paterna

Bert Hellinger: Quizás haya algo más. ¿Qué hizo el padre de la madre al morir su mujer?
Gerhard: No volvió a casarse, sino que vivía en una granja con su hermana y su hermano.
Bert Hellinger: Entonces cojamos también al abuelo (coloca al abuelo a la izquierda de la abuela, fig. 5). ¿Quién cuidó
a tu madre después de la muerte de la abuela?
Gerhard: Fue la tía abuela, la única mujer que había en la casa.
(Bert Hellinger coloca a la tía abuela entre el abuelo y la madre, fig. 5.)
Bert Hellinger (señalando a la tía abuela, la abuela y el abuelo): Creo que éste es un grupo que merece un gran
respeto. Hermano: Me desconcierta que la madre aún pertenezca y se apoye ahí.
Bert Hellinger: Tienes que verlo como un proceso: ahí hay algo que recuperar, y ahí aún hay algo que debe ser
reconocido; entonces quizás pueda comportarse de otra manera. (Coloca a la madre al lado de la tía abuela y de sus
padres, separada del padre, fig. 6.)
Padre: Esto ahora queda algo más claro en la relación con la mujer. Es más acertado así, aquello no era ninguna
relación. Ahora la distancia es mayor, y para mí es más acertado.
Bert Hellinger: Sí, es cierto, ella no puede salir de este grupo unido por un destino común.
Madre: De esta manera tengo más relación con mi marido, y ahora incluso podría acercarse un poco más. Ahora está
un poco demasiado lejos.
.

Figura 6. Solución en la constelación de la familia de origen de Gerhard.

Página 44 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual
Gerhard: ¿Puedo añadir algo? - Mi padre valora demasiado poco a la familia de mi madre.
Bert Hellinger (a Gerhard): ¡Ahora ponte en tu lugar, Gerhard! (Gerhard ocupa su lugar)
Bert Hellinger (a Gerhard): Si tú valoras esta parte (la de la madre), no necesitas adoptar a ningún niño. Así, no tienes
que valorarlos de esa manera. Estás libre de pasarlo a otros de otra forma. ¿Es comprensible para ti? Gerhard: Sí. - Y
quisiera decir: Por mis motivos, quizás pueda adoptar a este niño a pesar de todo, si no lo hiciera por ellos.
Bert Hellinger: No, no. No lo hagas. Ocúpate de niños de otra manera, eso está bien, al fin y al cabo, yo también lo
hago. (Risas de los participantes).

En una ronda del quinto día


Gerhard: Aún me siento triste, y desearía tanto que tuvieras una fórmula mágica.
Bert Hellinger: ¿Para ti? - No la tengo. Y si te diera una, ¿qué pasaría?
Gerhard: No lo sé. Estoy tan indeciso. (Empieza a llorar) Quiero tanto a este niño.
Bert Hellinger (lo mira seriamente): Precisamente no; como un ladrón a sus reales. (Pausa) Ésta es la fórmula mágica.
Gerhard: Los últimos días...
Bert Hellinger (lo interrumpe): No, no, eso no lleva a nada... ¿Cómo era la fórmula mágica?
Gerhard: Como un ladrón a sus reales...
Bert Hellinger: ¿Qué?
Gerhard:... quiero yo al niño.
Bert Hellinger: Exacto. (Pausa, silencio prolongado)
Gerhard: Dijiste que nos colamos. Eso aún me va rondando por la cabeza. Tengo argumentos en contra. Bert
Hellinger: Fuisteis listos y lo hicisteis de manera que la responsabilidad no quedara en vosotros. Pero eso no hace
ninguna diferencia.
Gerhard: Lo que me va dando vueltas son los abuelos.
Bert Hellinger: Sí, éste es el acceso. Por lo menos podrías presentarles al nieto, ¡eso es amor!
Gerhard: Dentro de unos años podría imaginármelo muy bien.
Bert Hellinger: No, no, cuando son más pequeños, también son más dulces y mueven más los corazones. Hay un
criterio para la calidad del amor: El amor es fuerte como la muerte (silencio prolongado). Ésa fue la buena palabra.

Más tarde, durante el quinto día


Gerhard: Ya no estoy del todo presente, estoy fuera, retirado. Por la noche en parte también estuve enfadado contigo,
conmigo mismo y con la vida.
Bert Hellinger: Eso son los combates en retirada. En una batalla perdida aún se le muestra un poco de resistencia al
enemigo (sonríe cariñosamente).
Gerhard: Con lo que dijiste del cuadro torcido, pensé que también se podría arreglar cortando los muebles ... (todos
ríen).

Página 45 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Bert Hellinger: En Estados Unidos hay unos parques de atracciones, donde entras en una casa y todo está torcido, es
imposible orientarse - algo así sería eso.
Gerhard: Sí, aún no tengo claro qué haré con lo que pasó ayer.
Bert Hellinger: Desde luego, lo tienes absolutamente claro.
Gerhard: Lo tomaré en serio, y también pienso que hay un montón de hechos a tener en cuenta. Bert Hellinger: No, lo
único importante de momento es que esperes hasta que tengas la fuerza para actuar tal como sea preciso. Y eso es algo
diferente. Si actuaras ahora mismo, tendrías poca fuerza. Tienes que dejar que esto actúe hasta estar plenamente
integrado, y después, naturalmente, se añaden los otros hechos, y de repente ves qué es lo preciso. Gerhard: La última
frase que me dijiste, la del amor, esa fue buena.
Bert Hellinger: Sí, eso actúa si lo tienes presente...

El sexto día
Gerhard: Estoy otra vez mejor. Tengo la esperanza de que se encuentre un camino en el que aún desempeñemos algún
papel.
Bert Hellinger: Sí, si volvéis a llevar al niño allá donde pertenece, desempeñáis un papel muy importante. Entonces
reparáis la injusticia, y el niño os lo agradecerá toda su vida. De esta manera, vuestro amor tiene una meta y vosotros
podéis retiraros de nuevo. El amor permanece, pero el amor tiene que ir hasta el extremo de que no preguntéis más por él.
Eso después se acabó. Una vez realizada la buena obra, puede darse por acabada. «El elegido no se detiene en lo que fue
eficaz.» Está bien así.
Gerhard: Es duro, muy duro.
Bert Hellinger: Sí, y debe ser así, si no, no valdría nada. Pero tu cara se ha transformado de una manera muy bonita, clara
y bella. Para mí, también está bien habértelo aclarado. Guardar miramientos hubiera sido un mal servicio. Gerhard:
Pienso que aún me espera algún que otro hueso difícil de roer.
Bert Hellinger: Sí, toda la vida.
Gerhard: Aún quisiera expresar otra idea que, con toda esta historia, se quedó en un segundo lugar. Dijiste algo de la
escala del estado de ánimo básico; yo estoy en la parte negativa de la escala. Pienso que tiene mucho que ver con el dolor
de mi madre por su propia madre. Ahora también puedo dejarlo así.
Bert Hellinger: La madre de la madre puede estar detrás de ti, como una fuerza buena. - Hay que guardarse de restringirlo.
Muchas veces, detrás de un hombre va bien una fuerza materna, por ejemplo una mujer que tuvo una suerte difícil. Eso
tiene consecuencias positivas.

E. INCESTO
La dinámica
El incesto sólo es posible si ambos padres secretamente están aliados. Es decir, siempre están involucrados ambos
padres, a saber, el padre en un primer plano y la madre en un segundo plano. Por lo tanto, la persona afectada también
tiene que enfrentar a ambos padres con la culpa. Mientras no se vean los sucesos en su contexto global, no hay solución
posible.
Muchas veces, el incesto es un intento de compensación de un desnivel entre tomar y dar en la familia, normalmente
-pero no siempre- entre los padres. En estos casos, a los autores, sean padres, abuelos, tíos o padrastros, se les retuvo
algo, o no son valorados por lo que hacen por la familia, y el incesto es el intento de igualar este desnivel entre dar y
tomar.

Un ejemplo:
Una madre con una hija se casa en segundas nupcias con otro hombre. Si la mujer no valora que el segundo marido
mantenga a la hija que ella aportó al matrimonio y se ocupe de ella, se da un desequilibrio entre tomar y dar. El hombre
tiene que dar más de lo que recibe. Cuanto más espere la mujer que él lo haga, tanto más grande será la discrepancia entre
ganancia y pérdida. Una compensación se daría si la mujer dijera al hombre: «Sí, es así, tú das y yo tomo, pero lo reconoz
co y lo aprecio profundamente». Entonces la compensación no tiene que pasar a un nivel tan destructivo.
Otro desnivel en el intercambio entre los cónyuges puede darse, por ejemplo, en su relación sexual o en sus necesidades
emocionales, creándose así una irresistible necesidad de compensación en este sistema, que se impone como una fuerza
instintiva. En tales casos, la mujer intenta compensar el déficit ofreciendo a la hija -en algunas familias con las que he
trabajado, la mujer lo hacía incluso conscientemente- o entregando la hija al marido, de manera que éste se ve arrastrado
hacia una relación compensatoria con ella. Incluso estuve trabajando con algunas familias en las que la hija Página 46 de
174
Bert Hellinger – Felicidad dual

misma se ofrecía a su padre o padrastro para así ayudar a la madre y evitar que él se fuera. Esta es una dinámica frecuente
y en gran parte inconsciente del incesto.
Otra forma del incesto, menos frecuente, es la de un hijo que se ofrece para salvar un desequilibrio en la familia. Lo
que aún sucede es que, a continuación, la hija toma sobre sí las consecuencias y la culpa. Muchas, para expiar lo
ocurrido, eligen una profesión sacrificada o entran en un convento; otras, en un contexto así, se vuelven locas, pagan con
síntomas o se suicidan. Otras se muestran licenciosas, diciendo: «Realmente soy una fulana, no tenéis que tener ninguna
mala conciencia», disculpando así a los autores.

Un ejemplo:
En un curso hubo una mujer que había estado trastornada durante mucho tiempo y que ya había pasado muchos
intentos de suicidio. De niña, su padre y un tío abusaron de ella. Tenía la fantasía de que si estaba en un grupo, todos veían
que ella era una criminal, y que la querían matar. La hice profundizar en esta sensación y se quedó sentada, mirando
continuamente hacia abajo. Al cabo de un tiempo, vio al tío que se suicidó, al tío que también abusó de ella. Ella miraba
hacia abajo y, mientras lo hacía, tenía la cara vieja y dura. Esa no era ella.
Le pregunté: -¿Quién lo mira así desde arriba? ¿Tan enfadada y tan triunfante?
Era la madre. Interrumpí ahí y más tarde configuramos el sistema. Entonces quedó patente que en realidad el tío era su
padre, y que la madre estaba contenta de que hubiera desaparecido. La hija, sin embargo, se sentía culpable de su muerte,
como si ella fuese una asesina. Su odio contra sí misma y sus intentos de suicidio eran la expresión de su sentimiento de
culpabilidad.

La solución para la hija


Ruth: Aún me resisto totalmente a la idea de que sea la madre la que tenga que dar la cara.
Bert Hellinger: Especialmente es así, si te resistes a mirarlo abiertamente. Tú estás mirando a ver quién es el culpable.
Yo no tengo el interés de culpar a nadie, únicamente busco una solución. Para encontrar una solución, tengo que ver a las
personas en su situación concreta y necesito comprenderla dinámica de la familia.
Mis metas son muy específicas: busco una solución para la persona que acude a mí y resisto a la tentación de ir más
allá. Las soluciones difieren para cada miembro de la familia. Cada uno -el hombre, la mujer, la hija / el hijo- sabe, al
menos inconscientemente, que la familia tiene un problema, así que tenemos que buscar una solución que permita que
cada miembro del sistema pueda asumir su parte de responsabilidad y, al mismo tiempo, conservar su dignidad.
Para una hija que fue inducida a salvar un desequilibrio ente dar y tomar, y también para algunas otras formas de
incesto, la solución consiste en llegar al punto en que sinceramente pueda decir: «Mamá, por ti lo hago a gusto», y al
padre: «Papá, lo hice por Mamá». A veces, cuando el hombre también está presente, le hago decir a la hija: «Lo hago por
Mamá, y estoy de acuerdo con hacerlo por ella.» Algunas personas se oponen a la expresión «estar de acuerdo», pero las
víctimas afirman que es importante.
Estas frases expresan la dinámica que ya está actuando en la familia, y sacan a la luz el amor de la hija. Si una hija
pronuncia estas frases auténticamente, expresa la belleza y el poder arcaico del amor inocente del niño a sus padres.
Revela la profundidad del alma donde los hijos, de manera deliberada, aunque muchas veces inconsciente, realizan los
sacrificios más dolorosos y destructivos por sus padres. Desde el punto de vista sistémico, la hija es sacrificada para salvar
un desequilibrio en la familia y, al menos inconscientemente, ella consiente por amor. La solución para ella consiste en
decir la verdad con palabras, en llamar por su nombre la dinámica sistémica y en declarar abiertamente su amor. Al
nombrar abiertamente la parte que la madre tiene en la dinámica del incesto, la hija se retira del consentimiento
inconsciente a ayudar a solucionar el problema de sus padres. Esta frase expresa la complicidad de su madre en lo
ocurrido, sin negar, por eso, la culpa del padre.
El efecto de las frases curativas
Lo habitual en un caso de incesto es que la hija diga: «¡Este mierda de tío, lo que me hizo!», y muchos otros también
piensan así. La dinámica, sin embargo, demuestra que la madre pone a la hija de testaferro para poder retirarse del
marido. Si la hija dice: «Mamá, por ti lo hago a gusto», entra en otro contexto dinámico y puede desligarse del padre con
más facilidad; puede desligarse del trauma y puede desligarse de la madre.
Estas frases inmediatamente sacan a la luz la dinámica de fondo. Nadie puede volver a comportarse como antes. Todos
los implicados se ven encarados con su responsabilidad, y la hija ya no tiene por qué sentirse culpable. Lo que hizo, lo

Página 47 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

hizo por amor. De repente, la hija es buena, y sabe que es buena. Estas frases, por lo tanto, transfieren la responsabilidad
del incesto y de sus consecuencias a los padres, descargando a la hija, ya que demuestran su amor y su dependencia y,
con ello, también su inocencia.
El hecho de ver y reconocer este amor íntimo produce un efecto curativo. Estas frases le recuerdan a la hija que ella
intentaba hacer algo bueno, aunque saliera mal. Cuando las víctimas conscientemente perciben su amor, y nosotros se lo
confirmamos, ellas saben que son buenas. Es un gran alivio. Cuando consiguen decir auténticamente estas frases
curativas, quedan libres de la implicación en el problema de sus padres. Ya no tienen que esperar que sus padres cambien
para que cambie también algo para ellas. Están libres de seguir su camino, independientemente de lo que sus padres
hagan, de si admiten su responsabilidad y tienen remordimientos, o no.

Klaus: Pero el consciente de la chica se resistirá con todas sus fuerzas, porque ella no lo siente así. Ella siente que lo
está haciendo contra su propia voluntad, que ella es la víctima, y se resistiría a decir estas frases. Bert Hellinger: Por
definición, una víctima es una persona que no pudo evitar lo ocurrido. Si las víctimas quieren cambiar algo, tienen que
llegar a sentir su auténtico poder. La fuerza de los niños es su amor. Y es esto lo que estas frases hacen: revelan el amor
de la niña. Muestran claramente para todos en el sistema lo que la niña hizo para intentar solucionar el problema de la
familia.
Al ofrecer frases como éstas, hay que escuchar con mucha sensibilidad para oír las frases que el alma de la niña está
diciendo ya. Si se encuentran esas palabras, cuidadosamente se le ofrecen como obsequio, palabras que expresan aquello
que ella secretamente estaba sintiendo, pero no podía articular. Si se escucha con la profundidad suficiente, encontrando
las palabras justas, su alma entiende el mensaje: «Actuaste por amor. Hiciste lo mejor que pudiste, pero ahora está bien
que devuelvas el problema a los adultos. Es su problema, y ellos son capaces de manejarlo.» Por regla general, el mensaje
es más o menos éste. Un paso así pide valor, pero muchas chicas se han encontrado liberadas al decir en voz alta lo que
secretamente habían sentido siempre.
La prueba de si se acaba de dar con la frase adecuada es su efectividad. Si se encuentran las palabras acertadas, una
chica -o una mujer adulta- las experimenta, siente un cambio en su cuerpo y sabe que ella es buena. Es un proceso
realmente dramático y bello de ver. La chica se siente aliviada porque las frases demuestran su amor y su dependencia y,
por tanto, su inocencia. Es sumamente importante que se le ayude a la niña a encontrar el camino para volver a su propio
valor y a su dignidad, que su amor sea reconocido y afirmado.
Friedemann: ¿Cómo es en el caso de una chica que concretamente se encuentra en esta situación, por ejemplo, una
chica de 16 años a quien le acaba de ocurrir? ¿Entonces qué?
Bert Hellinger: Justamente entonces estas frases son más efectivas. Ella tiene que poner en orden el sistema que lleva
en su interior. Como hija se encuentra en la posición más débil en la familia, es decir, está limitada en sus posibilidades de
parar el incesto. La mejor posibilidad que se le ofrece para poner un fin es que nosotros nombremos la dinámica oculta
actuando en la familia y que saquemos a la luz la responsabilidad de cada uno.
Klaus: Pero para la niña, especialmente si aún es pequeña, es una herida profunda. No puedo imaginármelo de otra
manera.
Bert Hellinger: Tienes que guardarte de la dramatización. Cuando realmente ves a las víctimas, éstas describen una
gran variedad de experiencias. A veces, violentas y humillantes, a veces, de más ternura, quizás incluso una relación de
amor. A veces se trata de un tipo de incesto en el que nunca se llega realmente al contacto sexual, pero que ocasiona
dificultades persistentes en relaciones posteriores. Ésta es una forma de incesto que la ley ni siquiera reconoce como
tal. Klaus: ¿Así que hay una diferencia si fue violento o no?
Bert Hellinger: ¡Sí, claro! Si fue violento, también se trata de otra dinámica. En un caso así, frecuentemente existe una
gran cólera contra la mujer.
Klaus: ¿Pero qué hacen estas frases curativas con el padre? A través de ellas el padre se ve rebajado a un nivel de
comparsa. Sin embargo, él también es alguien que actúa, que abusa de su hija. ¿Qué hace él para restablecer el
equilibrio? Bert Hellinger: Si seriamente está interesado en rehacer el orden en el sistema, existen unos cuantos
principios generales a seguir, pero los detalles variarán.
Lo primero es que acepte plenamente las consecuencias de sus actos. Si fue denunciado y sentenciado, tiene que
asentir a la sentencia y a la pena. Después, tiene que encarar a su hija y realmente verla, ver las consecuencias de sus actos
para ella. Tiene que decirle sinceramente que él lleva la plena responsabilidad y que asume todas las consecuencias de sus
actos, que se retirará de ella y la dejará en paz.

Página 48 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Como es imposible deshacer lo hecho, tiene que procurar que algo bueno salga de ahí. La culpa poco a poco se va
desvaneciendo en cuanto consigue su fin: un cambio para bien. Así, un padrastro se sometió a una psicoterapia personal
intensa, empezó a formarse y se hizo terapeuta, para acabar trabajando con otros hombres. Su relación con su hijastra es
distante pero cordial. Ella puede respetarlo, y también le es más fácil respetarse a sí misma.

La persecución de los autores no ayuda a nadie


Perseguir a los autores y castigarlos no ayuda ni a las víctimas ni a nadie más. Ahora bien, si la hija sufrió un daño,
por ejemplo por uso de la fuerza, entonces tiene el derecho de estar enojada con el autor, pero no hasta el extremo de
negarle el derecho a la pertenencia. Puede decir: «Has cometido una gran injusticia conmigo, y no te lo perdonaré
nunca.» Y, en cierto modo, puede decirles a la cara a los padres: «Sois vosotros, no yo. Vosotros tenéis que llevar las
consecuencias, no yo.» En ese momento pasa la culpa a él o a ella, y ella misma se aparta. Que la hija esté llena de
reproches contra los padres no sirve de nada. El poner límites claros es lo que importa y lo que le permite librarse. Los
reproches tan sólo son un simulacro de combate y no una exigencia.
La hija tampoco debe perdonar. Perdonar es una arrogación y no le corresponde a la hija. Puede decir: «Fue terrible
para mí, y dejo las consecuencias contigo. A pesar de todo, sacaré partido de mi vida».
Si la hija, más tarde, consigue una relación feliz, también significa una descarga para el autor; si, por lo contrario, ella
misma después no permite que las cosas le vayan bien, también es una venganza tardía del autor. Por otra parte, el padre
no debe pedirle perdón a la hija, lo cual significaría una carga inmensa para ella. Pero sí puede decir: «Lo siento» o «He
cometido una injusticia contigo».
«Solución» es una palabra de doble sentido. La solución siempre es un «apartarse de». La lucha ata. Exigir que los
demás acepten su responsabilidad lleva a una buena separación de la familia. En el caso de una implicación en un sistema
superior, aquí en el de los padres, el inferior tiene que exigir del superior que acepte la responsabilidad. Así, puede
dejarlos y marchar.

Preguntas:
Jutta: Me extrañaba que muchas veces no había solución si el asunto se llevaba a juicio.
Bert Hellinger: Sí, de esta manera no se consigue ninguna solución. Aquí hay que tener en cuenta una importante ley
sistémica: convirtiendo a alguien en el malo de la película, o negándole la pertenencia, se causa un trastorno sistémico. La
solución siempre consiste en volver a admitir a la persona excluida. Trabajando sistémicamente, aunque la meta consista
en encontrar una solución para el/la cliente, hay que servir al sistema como todo, y protegerlo. Por eso es imprescindible
que el terapeuta se una a los excluidos. Hay que ser capaz de dar a los autores un lugar en el propio corazón.
Aquí, en los seminarios, lo hago constantemente. Me pongo del lado de los excluidos y de los
malos. Hannelore: ¿Quieres decir que da igual lo que el padre le hizo a la hija?
Bert Hellinger: No da igual. Hay situaciones en las que alguien pierde la pertenencia al sistema. Por ejemplo, si mata o
hiere gravemente a alguien en su propio sistema, o si se viola a una niña de tres años. Esa persona ha perdido su derecho.
Entonces tampoco se intenta reintegrarla.
Jutta: Significaría que si nos llegan niños y se descubre un abuso, se les pueden retirar los hijos a los padres, pero no
se les debería denunciar ni llevar a juicio.
Bert Hellinger: ¡Exacto! ¡Correcto! Tampoco hay que dejar mal a los padres ante los hijos, por muy necesario que sea
ayudar a que los hijos vean la responsabilidad de los padres y puedan sentirse inocentes ellos mismos. Karl: Muchas
veces, en un proceso circular colocas a la mujer al principio. Pocas veces tienes en cuenta la contribución del hombre
para que la mujer se comporte de esta manera.
Bert Hellinger: Hay varios motivos. El primero es el interés de corregir la desviación desde un principio. Recuerda que
en el trabajo sistémico no se trata de sentar juicios morales. Buscamos maneras de ayudar a las familias a volver a su
equilibrio, de manera que las víctimas -los hijos- sean libres de vivir una vida sana que pueda colmarlos, y que puedan
deshacerse de la presión sistémica de hacer a otros lo que ellos mismos vivieron. El equilibrio sistémico únicamente
puede lograrse distinguiendo la parte de responsabilidad que cada uno tiene en la dinámica. Dado que el autor es, en la
mayoría de los casos, un hombre, su responsabilidad es evidente. Lo que, por regla general, no está tan claro es la parte
que corresponde a la mujer. Por tanto, muchas veces miro primero en esta dirección.

Si para la hija también fue una experiencia de placer

Página 49 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Para algunos lo duro es lo que viene ahora: la chica puede admitir que también fue bonito y un placer, si realmente fue
así. Ya que en este caso se convierte en algo común, el drama se acaba, y la herida deja de doler. Para algunas niñas la
experiencia es de placer. Sin embargo, no pueden fiarse de esta percepción, ya que la conciencia les dice que es mala. En
un caso así, necesitan que se les asegure su inocencia, aunque la vivencia haya sido excitante. La chica debe tener la
posibilidad de reconocer que, a pesar del reproche justificado contra los padres, también vivió el incesto como algo
fascinante, ya que una niña se comporta de acuerdo con su condición como tal, sintiendo curiosidad y queriendo
experimentar algo. Si no, lo sexual queda en un contexto terrible. Si se me permite decirio de una manera algo frivola y
provocativa: En este caso, la experiencia en sí tan sólo se anticipa un poco. Si le digo esto a una niña, la alivio.
Mirjam: Entreveo que quizás haya también una pequeña mujer seductora, y encuentro sumamente importante decirle
que es inocente.
Bert Hellinger: Sí, puede haber sido seductora, pero eso no debe ser ningún reproche.
Vera: A mí me causa una sensación ambigua que digas que a la niña también pueda causarle placer. Hace justo una
semana, en la clínica vimos una película en la que las niñas relataban de manera totalmente distinta. Bert Hellinger:
¡Pero Vera, si no te dan la verdad en una película! No debes partir de la base de que tu cliente haya experimentado lo
mismo que las niñas de esa película.
Vera: Eso también lo sé. Me pregunto, sin embargo, si es bueno ponerse en el lado de los enterados, de los que saben
que fue un placer.
Bert Hellinger: La niña puede admitir que también fue un placer, si realmente fue así, y en este caso el terapeuta puede
comunicarle que sigue siendo inocente, incluso si aquello tuvo algo fascinante. Mira atentamente a la niña - y escúchala.
Así lo sabrás. No decidas sobre tu cliente basándote en lo que viste en una película o lo que leíste en un libro. ¡Si está
totalmente claro que la culpa está con el adulto!

El vínculo a través del incesto


Más tarde, Bert Hellinger explica extensamente que la primera consumación íntima del acto sexual establece una
relación especialmente intensa, es decir, que a través de esta experiencia sexual se crea un vínculo de la chica al autor.
Más tarde, ella no puede tener ninguna pareja nueva sin reconocer a la primera. A raíz de la persecución y del desprecio,
muchas veces no encuentra otra pareja nueva. En cambio, reconociendo este primer vínculo, esta primera experiencia,
tiene la posibilidad de integrarlos en una relación nueva, donde quedan guardados. Tal como se propaga ahora, es decir,
que la experiencia tan sólo es nociva y tendrá consecuencias pésimas, va en contra de la solución y únicamente perjudica a
las víctimas.

El lugar del terapeuta


Desde el punto de vista sistémico, el o la terapeuta siempre procura aliarse con aquél que aparece como el malo de la
película. En ese momento, al estar trabajando el asunto, tienen que darle al autor un lugar en su corazón. El mayor peligro
es que el terapeuta participe en la campaña contra el padre, por ser éste «tan depravado». También me pregunto: ¿de
dónde proviene tal pasión, y por qué no es posible mirar las cosas tranquilamente? Tan sólo esa pasión ya hace sospechar.
Aquí hay algo que no encaja, si no, no sería tan fuerte. Hay algo que se supervalora. Los terapeutas que se alian con las
víctimas excluyen al autor del sistema, contribuyendo, de esta manera, a empeorar la situación. Esta es la consecuencia, y
llega muy lejos.

Contaré un ejemplo:
En un grupo de terapeutas, una psiquiatra, toda indignada, contó que tenía una cliente que había sido violada por su
propio padre. Estaba realmente furiosa y consideraba al padre un sinvergüenza y un cerdo. Entonces le pedí que hiciera la
constelación de ella misma con el sistema, y que ocupara su lugar como terapeuta en el sistema. Se puso al lado de la
cliente, y todo el sistema se enojó con la terapeuta y no se fiaba más de ella. Después la puse al lado del padre, y todos se
calmaron y tuvieron confianza.

Autores y víctimas están implicados, no se sabe cómo. En cuanto queda clara la implicación, se comprende todo.
Entonces se abren posibilidades totalmente diferentes para tratar el asunto. Si trabajo con el autor, por ejemplo con un
padre, naturalmente lo enfrento con su culpa, no cabe duda. Las víctimas, sin embargo, frecuentemente parten de la su
posición errónea de que para ellas cambia algo si cargan con la culpa, o si aquél que aparece como malo es castigado. Sin

Página 50 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

embargo, una vez haya salido de la situación concreta, la víctima misma tiene la posibilidad de actuar en cualquier
momento, independientemente de si al otro se le piden cuentas o no. Sin embargo, tiene que renunciar a la venganza.

9. PADRES E HIJOS COMO COMUNIDAD CON UN DESTINO COMÚN


Juntos, padres e hijos forman una comunidad con un destino común, en la cual cada uno depende del otro de muchas
maneras y, según sus posibilidades, tiene que contribuir al bien de la comunidad, teniendo también sus obligaciones. Aquí
cada uno da y cada uno toma. Por lo tanto, los hijos también tienen que dar en la familia, según la necesidad que se
presente. Los padres también pueden exigir que los hijos den, y los hijos, por su propia iniciativa, pueden dar.

LA POSADA
Alguien pasea por las calles de su ciudad. Todo le parece familiar aquí, y una sensación de seguridad lo
acompaña, y también de leve tristeza. Porque muchas cosas mantuvieron su secreto ante él, y una y otra vez se
encontró con puertas cerradas. A veces hubiera querido dejarlo todo y marcharse, lejos de aquí. Pero algo lo
sujetaba, como si estuviera luchando contra un desconocido y no pudiera separarse de él antes de conseguir su
bendición. Y así se siente prisionero entre ir hacia adelante e ir hacia atrás, entre marcharse o permanecer. El
hombre llega a un parque y se sienta en un banco. Se apoya contra el respaldo, respira profundamente y
cierra los ojos. Deja estar la larga lucha, se fía de su fuerza interior, siente que se va calmando y entregando,
como una caña al aire, en harmonía con la variedad, el vasto espacio, el largo tiempo.
Se ve a sí mismo como una casa abierta. Quien quiera entrar, puede venir; y todo el que llega, trae algo, se
queda un rato y luego se va. De esta manera, en esta casa hay un continuo venir, traer, permanecer y partir. Til
que llega nuevo y trae algo nuevo, envejece mientras permanece, y finalmente vendrá el tiempo de su partida.
También llegan muchos desconocidos a su casa, que durante mucho tiempo estaban olvidados o excluidos, y
también ellos traen algo, se quedan un rato y luego se van. Y también llegan los gamberros, a quienes
preferiría prohibirles la entrada, y también ellos aportan algo, encuentran su lugar, se quedan un rato y
vuelven a partir. Quienquiera que venga, siempre encuentra a otros que llegaron antes que él o que vienen
después de él. Y como son muchos, cada uno tiene que compartir. Todo el que tiene su lugar, también tiene su
límite. Todo el que quiera algo, también tiene que acomodarse. Todo el que haya venido, puede desarrollarse
mientras permanezca. Él llegó porque otros se fueron, y se irá cuando otros vengan. Así, en esta casa hay
tiempo y espacio suficientes para todos.
Estando así sentado, se siente a gusto en su casa, sabiéndose unido a todos los que vinieron y vienen,
aportaron y aportan, permanecieron y permanecen, partieron y parten. Aquello que antes estaba inacabado,
ahora le parece completo; percibe que una lucha se termina y que se hace posible la despedida. Aún espera el
momento justo. Después, abre los ojos, echa una última mirada a su alrededor, se levanta y se va.

Página 51 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

IV. ÉXITO Y FRACASO EN LAS RELACIONES DE PAREJA

1. CÓMO NOS HACEMOS HOMBRES Y MUJERES


¿Qué tenemos que hacer para aprender a desarrollar nuestro propio sexo y reconocerlo? Empecemos con el hijo: de niño
se encuentra en la esfera de su madre, experimentando lo femenino de ella. Si permanece ahí, lo femenino inunda su
alma, y él experimenta a la mujer como demasiado poderosa. Este hecho le impide tomar al padre, por lo que lo masculino
en él queda restringido y va perdiéndose cada vez más. En la esfera de la madre, el hijo frecuentemente no consigue ser
más que un adolescente, un favorito de las mujeres o un amante, pero no un hombre. Para hacerse hombre, tiene que
resistir a la tentación de hacerse o poder ser mujer él mismo. Por lo tanto, tiene que renunciar a la primera mujer en su
vida y, tempranamente, pasar de la esfera de la madre a la del padre; tiene que desligarse de ella para ponerse al lado del
padre. Es una gran renuncia para el hijo y una incisión profunda. Antes se tomaba conciencia de esto y se realizaba
mediante los ritos de iniciación. Después, el chico ya no podía volver con la madre. En nuestra cultura, el paso del des
prendimiento de la madre se daba al ser llamado el joven al servicio militar. Allí, los adolescentes se convertían en
hombres. Hoy quizás se decidan por el servicio social y, a cambio, siguen siendo «hijos de mamá».
Con el padre, el hijo se convierte en un hombre que ha renunciado a lo femenino en sí mismo. Así puede recibir lo
femenino como obsequio de otra persona, de una mujer, creándose así una relación duradera y fuerte. También la hija al
principio está con la madre, experimentándola como fuerte, pero de manera distinta que el hijo. Ella tiende al padre.
Experimenta lo masculino primero en la relación con el padre, y eso la lascina. Si permanece en su esfera, lo masculino
inunda su alma. En un caso así no llega a ser más que una chica o una querida, pero no una mujer. Más tarde no puede
dirigirse íntegramente a otro hombre, ni valorarlo ni tratarlo de igual a igual.
Para hacerse mujer, la hija tiene que renunciar al primer hombre en su vida, es decir, al padre, retirarse de él y volver
con la madre, ponerse al lado de ella. Ahí se convierte en mujer, y más adelante encontrará a su propia pareja, al hombre
del que puede recibir lo masculino como obsequio. Es justo lo contrario de la idea narcisista de que la mujer tendría que
desarrollar lo masculino en sí misma.
El mejor matrimonio se logra cuando el hijo del padre se casa con la hija de la madre. A menudo, sin embargo, la hija
que prefiere al padre frente a la madre se casa con el hijo que prefiere a la madre frente al padre. En un caso así, las cosas
se complican y faltan tensión y fuerza. El tema de la renuncia, por tanto, aparece ya muy temprano. Estoy pensando en
una edad de entre seis o siete años. Sin embargo, no puedo demostrarlo, ni tampoco existen estudios científicos acerca de
este tema.
Lars: Todo esto ya lo tuvimos una vez: Edipo, Edipo... ¿Cuál es la diferencia?
Bert Hellinger: Precisamente no es eso. Es una falta de lógica en la que incurres. Yo acabo de describir un proceso y
tú lo clasificas en el marco de algo conocido. En cuanto dices «Edipo», el proceso ya no puede revivirse y, de repente, la
dinámica se para. Siempre que se trate de un conocimiento nuevo, lo importante es seguir a la dinámica, así se percibe
claramente dónde se acierta y dónde no. Éste es el camino del conocimiento. De lo contrario, tengo palabras, lo cual es
demasiado poco. Sobre todo es demasiado poco para ayudar a una persona.

Un ejemplo:
Alguien pasa en bicicleta, y tú le dices: «Eso es ir en bicicleta.» ¿Sabe algo entonces? Si sigue pedaleando, sí que
experimenta algo. El saber que va en bicicleta no le ayuda en absoluto en lo que está haciendo.

Bruno: Según tu opinión, ¿qué es lo femenino en el hombre, y qué lo masculino en la mujer? ¿Qué es, en general, lo
masculino, y qué lo femenino, según tu opinión?
Bert Hellinger: Creo que aún no lo he captado (risas), ya que para el hombre lo femenino siempre sigue siendo
un enigma, y viceversa.
Ni siquiera comprendo bien lo masculino. Aquí no se trata de comprensión, sino de dar lugar a ciertas experiencias, y
si pretendo captar algo con exactitud, del fuego sólo me quedan las cenizas. El fuego calienta, las cenizas se pueden
coger. Adelheid: ¿Pero no es posible que la relación con el padre y la madre sea equilibrada?
Bert Hellinger: De hecho, el hijo que se pone al lado del padre tiene más respeto ante su madre que no aquél que
permanece en la esfera de la madre. La madre no pierde nada. Y la hija que sale de la esfera del padre para volver a la de

Página 52 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

la madre no pierde al padre. Desarrolla un mayor respeto hacia el padre. Sobre todo es más intensa la relación de los
padres si las hijas están con la madre y los hijos con el padre. De esta manera no hay confusiones. Arnold: ¿Podrías
volver a explicar con otras palabras lo que entiendes bajo «esfera»?
Bert Hellinger: No. - Aquí no se trata de verdadero o falso, sino de determinados puntos de vista para entender mejor
ciertas cosas y, si acaso, manejarlas con más facilidad. No va más allá. Si se proclamara como verdad, sería una teoría
falsa y yo la negaría en seguida. De momento lo dejo ahí.
Pregunta: También la hija experimenta lo primero que recibe al lado de la madre. Por lo tanto, ya antes tiene que haber
dado el paso de la madre al padre.
Bert Hellinger: Exacto. Por eso, la mujer también lo tiene más fácil. El hijo experimenta lo femenino como algo tan
excesivamente poderoso que no podría enfrentarlo solo. Por eso, un hombre no descansa en sí mismo. Para que un hombre
pueda desarrollar totalmente su masculinidad tiene que estar al lado del padre. Porque éste es el que pudo con la otra
mujer (risas en el grupo).
Pregunta: Pero si la chica se queda directamente con la madre, también le falta algo, ¿verdad? Bert Hellinger: Sí, es
cierto. Tiene que dirigirse al padre y después volver con la madre. Si sólo se queda con la madre, no llega a experimentar
el atractivo de lo masculino en el padre.
Gabriele: Ayer dijiste que una mujer lo tiene difícil para dirigirse a un hombre si no se logró la renuncia al
padre. Eso me sigue dando vueltas.
Bert Hellinger: Una frase que puede ayudarle a la hija en su renuncia al padre es que le diga al padre: «Mamá es un
poquito mejor que yo».
Adelheid: ¿Lo he entendido bien? ¿Si admito el derecho de mi madre a ser mujer, me pongo a su lado?
Bert Hellinger: No, quien le concede a su madre el derecho de ser mujer, se pone por encima de ella.
Pregunta: ¿Y si la acepto?
Bert Hellinger: No, el aceptar es condescendiente. El tomar es humilde.
Pregunta: Dijiste que era importante para la hija ponerse al lado de la madre, y me di cuenta de que ni de niña, ni de
adolescente, ni de mujer he logrado ponerme al lado de mi madre. Ahora me pregunto: ¿aún puedo hacer algo? Bert
Hellinger: Sí, es posible recuperarlo. También más tarde es posible ponerse interiormente al lado de la madre.
Pregunta: ¿Y si ya no hay mucho que pueda tomar?
Bert Hellinger: Lo que aquí aún queda por tomar no viene de los padres reales, todo lo que éstos dieron ya está dado.
Lo único que queda por hacer es darle a lo recibido un lugar en el alma.
Pregunta: ¿Es posible recuperar estas relaciones también con otras personas ?
Bert Hellinger: No, no es posible. Lo esencial sólo puedo encontrarlo ahí donde fluye originalmente, es decir, con el
padre y con la madre. En la imaginación se vuelve con el cliente a los primeros tiempos. Vuelve a ser niño, y como niño
se dirige al padre o a la madre excluidos, hasta llegar a él o a ella. Si se intentara hacerlo con los padres actuales, no serían
los padres que le faltaban. Tengo que llevarlo al tiempo de aquel entonces y solucionarlo ahí.
Rainer: Es curioso que exista mucha literatura acerca de la relación madre-hijo, pero relativamente poca acerca de las
relaciones hijo-padre.
Bert Hellinger: Hay una confusión de valores, porque el principio, el engendramiento, que es lo más importante,
se encuentra en el último lugar de la escala de valores, en vez de estar arriba del todo. También hace una diferencia
si un padre tiene un hijo o una hija. ¿Tú, Rainer, tienes una hija? ¿Qué edad tiene?
Rainer: Ocho años.
Bert Hellinger: Entonces ya va siendo hora que la dejes.
Rainer: Sí, la renuncia a mi hija también me preocupa. Al mismo tiempo sé que esto no son instrucciones de
procedimiento.
Bert Hellinger: ¡Que sí, que sí!
Rainer: Quiero decir que no pueden llevarse directamente a la práctica.
Bert Hellinger: ¡Que sí, que sí, naturalmente!
Rainer: ¡Pero yo no lo quiero!
Bert Hellinger: Esta es una afirmación clara. Lo que dije son instrucciones claras de procedimiento, ¿qué si no? Si no,
hubiera podido ahorrarme la frase.
Rainer: ¿Y qué podría ser eso?
Bert Hellinger: Por ejemplo, que en ella admiraras a tu mujer.
Rainer: Eso lo encuentro genial, sí.

Página 53 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Bert Hellinger: O que dijeras a la hija que casi vale tanto como su madre.
(Silencio prolongado)
Rainer: El segundo asunto que me preocupa es...
Bert Hellinger (al grupo): Ahora desvía la conversación. Pero también está bien así. Se da cuenta de lo que le espera.
En comparación con la mujer, la hija es un premio de consolación.

La pequeña felicidad
Rainer (en una ronda posterior): Aún me va dando vueltas que en la Oración de la Mañana no pude decirle a mi padre:
«¡Qué bien que te hayas casado con Mamá!» Y que de ti, Bert, recibí la respuesta: «Sí, has elegido la pequeña felicidad.»
Eso, desde hace un año y medio, no me deja tranquilo.
Bert Hellinger: La pequeña felicidad también es algo.
Hace poco, por televisión vi un sketch de Marty Feldman. Es un inglés de ojos saltones. Interpretaba a un niño de
cuarenta años, con su mamá.
Fue a su mamá y le dijo: -Ahora me independizaré.
La mamá respondió: -Ves, ves, ¡si no tienes dinero!
Entonces el hijo: -¡Sí que tengo dinero!-, se metió sus monedas de juguete en el bolsillo y se fue. Mientras
tanto, la mamá seguía cocinando. Al cabo de un rato, el hijo volvió y dijo: -Mamá, me quedaré siempre contigo.
Ésa fue su felicidad.
¿Algo más, Rainer?
Rainer: No, de momento paso. (Risas entre los participantes.)

A. ANIMAYANIMUS
C.G. Jung define lo femenino en el alma del hombre como el anima, y lo masculino en el alma de la mujer como el
animus. El hombre desarrolla su anima con la madre, y el anima se desarrolla con más fuerza si como hijo permanece en
la esfera de la madre. Pero entonces, curiosamente, muestra menos comprensión y sensibilidad para otras mujeres, y no es
bien acogido ni por mujeres ni por hombres. Un macho siempre tiene un anima fuerte, y siempre está atado a la madre. Es
un joven o un héroe, pero no un hombre.
En el alma de la mujer, el animus se desarrolla con más fuerza si como hija permanece en la esfera del padre, pero
entonces, curiosamente, muestra menos comprensión, sensibilidad y respeto para otros hombres, y no es bien acogida ni
por hombres ni por mujeres. Cuanto más tiempo permanece con el padre, tanto más incapaz se hace para una relación con
un hombre.
Todo esto desde luego son fantasmagorías, ¡no se las digáis a nadie!
El efecto del anima en el alma del hombre se limita si éste, ya tempranamente, pasa a la esfera del padre. En este caso, sin
embargo, curiosamente muestra más sensibilidad y comprensión para la idiosincrasia y los valores de las mujeres. De la
misma manera, el efecto del animus en el alma de la mujer se limita si ésta, ya tempranamente, pasa a la esfera de la
madre. Pero curiosamente también ella muestra entonces más sensibilidad y comprensión para la idiosincrasia y los
valores de los hombres.
Es decir, el anima es el resultado interiorizado del hecho de que el padre no fuera tomado por el hijo; y el animus es el
resultado del hecho de que la madre no fuera tomada por la hija.
Aquí tan sólo comento un aspecto que puede tenerse en cuenta en terapias. El hombre desarrolla lo masculino al
lado del padre, y la mujer se reconcilia con su condición de mujer al lado de la madre. En la psicología de Jung, sin
embargo, anima y animus son también principios cósmicos y como tales cobran un significado totalmente
diferente. Por lo tanto, estos principios no deben reducirse demasiado a lo dicho. De lo contrario, no se
comprendería justamente a C.G. Jung.

Preguntas:
Albert: Ayer noche aún estuve pensando en eso de las esferas. Mencionaste al macho que permaneció demasiado
tiempo en la esfera de la madre. Pero también hay el blandengue. ¿Es posible decir, de manera análoga, que éste
permaneció demasiado tiempo en la esfera de un padre fuerte?
Bert Hellinger: No, también éstos siempre están en la esfera de la madre. También Don Juan es un hijo de mamá que no
se hizo hombre. A través de muchas mujeres espera aún poder convertirse en mujer. Es propio del joven tener a muchas

Página 54 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

mujeres. El hombre, en cambio, puede tomar a la mujer y así ser su hombre. Los héroes, que tanto presumen, son todos
hijos de mamá y jovencitos. El hombre, si se arriesga, va con cuidado. Acepta el riesgo siempre que sea conveniente.

B. LA «PEQUEÑA DIFERENCIA» - ¡DE ESO NADA!


Hombres y mujeres, que mantienen una relación íntima, experimentan lo masculino y lo femenino como dos
posibilidades de realización humana, totalmente distintas entre sí. Ya que la mujer es en todos los aspectos distinta al
hombre. Con que «pequeña diferencia»..., ¡de eso nada! Todo es diferente entre el hombre y la mujer: el pensar, el sentir,
la visión del mundo y también la manera de reaccionar y de abordar las cosas. Ambas formas vitales y existenciales, sin
embargo, son formas de realización humana plenamente válida y equivalente, lo cual constituye un gran desafío para
ambos, el hombre y la mujer.

2. EL FUNDAMENTO DE LA RELACIÓN DE LA PAREJA ENTRE HOMBRE Y MUJER El


hombre se experimenta como incompleto ante la mujer y, dado que como hombre le falta la mujer, ésta le atrae. La
mujer, a su vez, se experimenta como incompleta ante el hombre y, dado que como mujer le falta el hombre, éste la
atrae. Dado que a cada uno le falta el otro, se desarrolla una atracción mutua. Este hecho significa un gran impulso de
energía para ambos. El hombre, por lo tanto, tan sólo se convierte en hombre tomando por pareja a una mujer, y la
mujer tan sólo se convierte en mujer tomando por pareja a un hombre. Así, formando una pareja, tienen un mayor
peso específico a nivel anímico que antes. Un hombre casado tiene un peso específico más elevado que un hombre
soltero, y una mujer casada tiene un peso específico más elevado que una mujer soltera. Esta es una regla, pero
también aquí existen excepciones, ya que también hay otros caminos para lograr este peso. Es decir, el hombre tiene
algo que la mujer no tiene, y la mujer tiene algo que el hombre no tiene. Son iguales en su necesidad y en su
capacidad de regalarle algo esencial al otro, de complementarlo.
Para que una relación de pareja entre un hombre y una mujer cumpla lo que promete, el hombre tiene que ser hombre y
seguir siéndolo, y la mujer tiene que ser mujer y seguir siéndolo. Si el hombre desarrolla lo femenino en sí mismo, ya no
necesita a la mujer, y si la mujer desarrolla lo masculino en sí misma, ya no necesita al hombre. Hay un libro que más o
menos se titula así: «Me veo tan maravilloso, ¿por qué aún estoy soltero?» ¡Pues justo porque se siente tan maravilloso!
Si supiera que le falta algo esencial, buscaría una pareja. Si uno se realiza integrando lo que es propio del otro sexo, se
convierte a sí mismo en una persona soltera y solitaria. Por esta razón, muchos hombres y mujeres que desarrollan las
cualidades del otro sexo en ellos mismos viven solos y son autosuficientes.

A. LA RENUNCIA AL OTRO SEXO EN UNO MISMO


La relación de pareja se fundamenta en la necesidad mutua y en la renuncia al otro sexo. El hombre tiene que
renunciar a adquirir lo femenino como algo propio y a tenerlo como si él mismo pudiera hacerse o ser una mujer. La
mujer tiene que renunciar a adquirir lo masculino como algo propio y a tenerlo como si ella misma pudiera hacerse o ser
un hombre, y todo esto también en el pleno sentido físico.
Para ser hombre, el hombre tiene que renunciar a ser mujer él mismo y permitir que una mujer le dé lo femenino
como obsequio, y viceversa. Ambos tienen que aceptar sus limitaciones para así capacitarse para una relación, ya
que, de esta manera, ambos se necesitan y tienen la posibilidad de complementarse.

B. LA IGUALDAD DE RANGO COMO CONDICIÓN


PREVIA PARA UNA RELACIÓN DE PAREJA DURADERA
Según la sucesión sistémica, en un primer lugar se halla el orden entre el hombre y la mujer, y después, el orden entre
padres e hijos, así como aquél que rige entre hijos y padres. Finalmente vienen el orden de la red familiar y el de las
relaciones libremente elegidas. En nuestro desarrollo personal, primeramente somos hijos y miembros de una red familiar.
Dado que este hecho nos vincula fuertemente y nos presiona, a menudo nos escapamos a las relaciones libremente
elegidas para encontrar ahí una descarga y un contrapeso. Más adelante se llega a la relación de pareja y, finalmente, a las
relaciones entre padres e hijos. La relación de pareja y las relaciones entre padres e hijos son, por tanto, las relaciones más
tardías para nosotros. Por consiguiente, es en ellas donde más elementos de los órdenes anteriores se introducen, causan
do, a veces, trastornos en el orden de estas últimas.
Lo que tienen en común tanto las relaciones del hijo con sus padres como las relaciones entre el hombre y la mujer, es
la necesidad de vinculación, pertenencia y continuidad. Tanto el hombre como la mujer introducen en la relación de
pareja

Página 55 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

aquello de la relación con sus propios padres que en ella experimentaron y recibieron en abundancia, para ahora pasarlo a
un compañero de igual condición y a los propios hijos.
La relación de pareja se basa en la condición previa de la igualdad. Ambos son igualmente buenos y malos en aquello
que tienen y en aquello que les falta. En la relación de pareja se unen dos personas de igual condición, y todo intento de
comportarse o como padres, o expuestos y dependientes como hijos, provoca una crisis en la pareja.
Si en una relación de pareja uno de los miembros busca satisfacer su necesidad de vinculación y pertenencia con
la misma actitud que un niño muestra frente a sus padres (por ejemplo, esperando del otro una seguridad que sólo
unos padres pueden dar a sus hijos), esto supone una carga y un trastorno para el orden de la relación. De esta
manera se impiden el intercambio y la compensación correspondientes para personas adultas y de igual condición.
Por regla general, la crisis consecuente acaba con que aquél del que se esperaba demasiado se retira o se va. Y todo
esto con razón, ya que, transfiriendo un orden de la infancia a la relación de pareja, se le exige demasiado al otro.
Si, por ejemplo, un hombre le dice a su mujer: «Sin ti no puedo vivir», o «Si te vas, me mato. Así la vida no tiene
sentido para mí», la mujer tiene que marcharse. La relación fracasará, ya que esta actitud supone una exigencia que
ninguna persona puede soportar durante mucho tiempo. Si un niño pequeño dice eso a sus padres, expresa la
realidad, ya que el niño con razón se siente dependiente de sus padres.
Pero también en la relación de pareja hay un vínculo íntimo (por ejemplo, el que resulta de la consumación del acto
sexual); éste, sin embargo, tiene otra cualidad que la vinculación del niño a los padres.
De la misma manera, sin embargo, una relación peligra si uno de los miembros de la pareja, recordando los derechos
que los padres tienen frente a sus hijos, se comporta como si tuviera la tutela sobre el otro, pensando que tendría que
reeducarlo en determinados ámbitos. Pero todo eso ya se lo conoce el otro, por lo que se convierte en el camino más
seguro de perderlo. No es de extrañar que éste, al igual que un niño, se escape de la presión y busque alivio y
compensación al margen de la relación de pareja. Juegos de poder entre cónyuges se desarrollan sobre todo donde el otro
es visto como un padre o una madre, o donde se intenta convertirlo en madre o padre.
Además, es propio del orden entre el hombre y la mujer que el hombre quiera a la mujer por mujer, y la mujer quiera
al hombre por hombre. Asimismo es importante que entre ellos dos se realice un intercambio en el que ambos den y
tomen en la misma medida. Para llegar a un intercambio, ambos tienen que dar lo que tienen y tomar lo que les falta. Es
decir, el hombre se da a la mujer por hombre y la toma por mujer; y la mujer se da al hombre por mujer y lo toma por
hombre.

EL BAJO CONTINUO
Una relación de pareja se realiza como un concierto barroco. En lo alto suena una gran variedad de
bellísimas melodías, y de fondo, un bajo continuo que dirige y lleva las melodías, dándoles peso y cuerpo. En
la relación de pareja el bajo continuo reza así: «Te tomo, te tomo, te tomo. Te tomo como mi hombre y me doy
como tu mujer. Me doy como tu hombre y te tomo como mi mujer. Te tomo y me doy con amor».

C. LA MUJER SIGUE AL HOMBRE, Y EL HOMBRE


TIENE QUE SERVIR A LA MUJER Y A LOS HIJOS
La relación entre el hombre y la mujer es lograda si la mujer sigue al hombre. Es decir, le sigue a su familia, a su
ciudad, a su círculo, a su idioma, a su cultura, y está de acuerdo con que también los hijos le sigan. Basta con comparar
familias en las que la mujer sigue al hombre, y los hijos al padre, con familias en las que el hombre sigue a su mujer, y los
hijos a su madre, para darse cuenta de la diferencia.
Si un hombre entra en un negocio casándose con la hija del propietario, es él quien sigue a la mujer. Eso no lleva a
ninguna relación de plenitud sino al fracaso, porque el hombre no puede desarrollarse en una situación así. Todo esto es
una descripción de lo que he visto. Quizás existan también ejemplos de lo contrario, desde luego estoy dispuesto a
conocerlos; hasta ahora, sin embargo, no he visto otra cosa.
Pero también aquí hay una compensación, un contrapeso. De complemento, el orden del amor entre el hombre y la
mujer exige: el hombre tiene que servir a la mujer y a los hijos.

D. LA RELACIÓN ENTRE AMOR Y ORDEN


Desde hace un tiempo, tengo en mente otra cuestión más. En muchos aspectos aún no está madurada, pero a pesar de
todo me parece importante para este tipo de trabajo. Vengo observando y pensando en el hecho de que haya relaciones que
fracasan a pesar de un gran amor. Por lo tanto, no puede ser por falta de amor que fracasen.

Página 56 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

De un cierto Agustín existe la frase funesta: «Dilige etfac quod vis.» Quiere decir: «Ama y después haz lo que
quieras». Eso, sin embargo, irá mal con toda seguridad, ya que un amor sin cabeza siempre va mal. Es un error
muy generalizado pensar que el amor sea capaz de suplir, sustituir o superar todo lo demás que pueda faltar.
Muchas dificultades en relaciones resultan de que uno no quiera aceptar lo obvio, pensando que aún podría
arreglarlo mediante la reflexión, el esfuerzo o el amor. Sin embargo, no es posible influir en el orden de esta
manera. Es iluso rio, no funciona. El amor es una parte del orden y únicamente se desarrolla, prospera y florece en
un entorno sistémicamente equilibrado. Quienquiera que intente invertir esta relación, pretendiendo cambiar el
orden a través del amor, tendrá que fracasar. Subordinándose, el amor puede crecer en el seno de un orden como
una semilla: se introduce en la tierra sin intentar cambiarla, y de esta manera crece.
Mirado desde el punto de vista filosófico, el amor forma parte de un orden superior. Es algo que se realiza entre
personas, teniendo ahí una cierta función, pero en el contexto global desempeña un papel subordinado. Así, por ejemplo,
puedo observar a dos personas y ver lo que entre ellas dos ocurre. Si dejo de lado las consecuencias de su actuar para su
entorno o para sus hijos, se me escapa algo esencial. Los dos se sentirán bien, pero al mismo tiempo su comportamiento
puede tener consecuencias nefastas para sus hijos o sus nietos. El orden siempre implica incluir a muchos, y -según mi
entender- en el fondo significa tener en cuenta y compaginar diversos aspectos, de manera que para todos esté bien. El
orden no se realiza a costa de una persona, sino al mismo precio y en beneficio igual, o por lo menos similar, para todos
los implicados. Se trata de abandonar las miras estrechas para pasar a una visión más amplia, de mirar a todos los
afectados y de tener en cuenta el efecto de un comportamiento determinado.

E. ¿CUÁNDO UNA RELACIÓN ESTÁ EDIFICADA SOBRE ARENA?


Si en una relación de pareja el hombre o la mujer no quieren al otro primeramente como mujer o como hombre, sino
por otras razones, por ejemplo para divertirse o para asegurarse el sustento, porque el otro sea rico o pobre, culto o
sencillo, católico o protestante, o porque quieran conquistarlo, protegerlo, mejorarlo o salvarlo, o porque lo quieran como
padre o madre para sus hijos, como se suele decir, entonces el fundamento está edificado sobre arena, y la manzana ya
lleva el gusano.
El amor entre un hombre y una mujer prospera si la pareja está bien equilibrada, como los platillos de una
balanza, llenos de diferentes cosas del mismo peso. Al igual que la balanza, también su relación puede inclinarse
hacia un lado u otro, según la importancia que las necesidades o contribuciones del uno o del otro puedan adquirir
en un momento determinado. Si el uno es especialmente fuerte en un momento, el otro tendrá que serlo en otras
circunstancias. Así lo pide el amor. Si uno tiene recursos o responsabilidades especiales, el otro tiene que ofrecer
algo equivalente. Basándose en esta armonía, su amor puede desarrollarse en una relación entre iguales.
Partiendo de su experiencia con las relaciones libremente elegidas, algunos consideran su relación de pareja como si
sus fines pudieran determinarse a gusto, y su duración y su orden variarse o abandonarse según el propio parecer. De esta
manera, sin embargo, exponen la relación a la ligereza, y quizás se den cuenta demasiado tarde de que aquí reina un orden
que no pueden herir impunemente. Si uno de los miembros de la pareja rompe la relación sin escrúpulos y a la ligera, a
menudo un hijo de esta relación se comporta como si tuviera que expiar una injusticia. En realidad, los fines de una
relación de pareja nos vienen determinados de antemano, y si queremos alcanzarlos, nos exigen constancia y sacrificio.

F. EL ENAMORAMIENTO ES CIEGO, EL AMOR ESTÁ EN VELA


Comentario de una participante después de las explicaciones de Bert Hellinger acerca de la relación de pareja. Angela:
Me he dado cuenta de lo que yo necesito, de mi necesidad de ternura y de ser cogida en brazos. Por esta razón mantengo
los ojos abiertos buscando a un hombre cariñoso. Eso me ha quedado claro.
Bert Hellinger: Es arriesgado. La mayoría de las relaciones empiezan así, que se está buscando a alguien del
que por fin recibamos aquello que siempre deseábamos. El problema es que el otro está buscando exactamente lo
mismo. El enamoramiento sirve para mantener viva la ilusión de poder conseguirlo. El enamoramiento - todo esto
naturalmente no son más que especulaciones - reaviva la necesidad del niño, y así el otro fácilmente se ve llevado
a la posición de padre o de madre. Cuando una mujer encuentra a un hombre, su necesidad más profunda es la de
tener a la madre. La necesidad de un hombre que encuentra a una mujer también es la de tener a la madre. Eso
necesariamente tiene que provocar desilusiones.
La relación de pareja es una empresa y algo totalmente diferente de un amorío, ni tampoco un amorío prolongado, sino
algo absolutamente diferente. Tiene otra profundidad totalmente distinta. Tal como lo dijiste tú, Angela, encontrarás a un
hombre al que tendrás para dos meses, y él no te tomará en serio, tomar en serio en el sentido de querer pasar una vida
Página 57 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

contigo, sino que más bien lo verá como una oportunidad, porque tú quieres tomarlo como una oportunidad. Tu imagen es
demasiado pequeña para una relación duradera. Esta imagen únicamente llega para un amorío. Si, por lo contrario, dejas
que en tu interior nazca otra imagen que corresponda a tu dignidad y a tu fuerza, quizás también a tu vocación, entonces
en ella podrá entrar alguien que reúna todos estos aspectos; y si después aún se añade amor y un poco de enamoramiento -
bueno. El enamoramiento es ciego, el amor está en vela. Para el amor, el otro está bien tal como es. Justamente así se toca
lo más hondo en el otro, de manera que pueda desarrollarse.
Esto lo dice un señor mayor a una señora joven.

¡Pillado!
Bruno: Como ya estamos con los sentimientos: yo también quisiera aclarar un sentimiento que tengo para una mujer.
Es un sentimiento que no he tenido nunca, y simplemente no puedo clasificarlo. Es la sensación: «Esta es la mujer para
mí.» Simplemente eso. No hay ninguna pasión en ello, simplemente esa frase.
Bert Hellinger: Yo no me fiaría de la frase. «Es buena», eso ya sería suficiente. - «La mujer» significa: con ésta tengo
que cambiar menos.
Bruno: ¡Pillado! (risas) Pero por otra parte también es muy bonito si uno puede seguir siendo como es. Bert
Hellinger: No, no es bonito. Se convierte rápidamente en una carga. La sensación «éste es el mejor» abruma al otro, lo
cual es en absoluto provechoso para la relación. Si la mujer es «buena» sin más y tú también eres «bueno», entonces
está bien.

G. CUANDO DOS TRADICIONES FAMILIARES SE ENCUENTRAN


Al juntarse una pareja, ambos miembros aportan de sus familias de origen modelos para la vida en pareja, y
ambos, por costumbre, siguen a las suposiciones básicas, normas y valores anteriormente vigentes en sus
respectivas familias. Adoptando patrones antiguos, se sienten bien, aunque aquéllos sean fatales, y abandonando
patrones fatales, se sienten culpables, aunque los nuevos sean mejores. De esta manera, su progreso y su nueva
felicidad frecuentemente les cuestan el precio de la culpa. De la vinculación con el propio grupo de origen resultan
las peores consecuencias para una relación de pareja, sobre todo si uno de los dos, sin darse cuenta, se ve obligado
a desempeñar un papel de representante para solucionar conflictos del pasado.

Un ejemplo:
Un hombre y una mujer se sabían muy unidos, pero, a pesar de todo, surgían conflictos entre ellos que no podían
comprender. Hacía un tiempo, se habían separado para medio año, a pesar de tener tres hijos. Finalmente, un día se
encontraron el uno frente al otro, y un terapeuta se dio cuenta de que la cara de la mujer empezaba a cambiar hasta que
parecía una vieja. Después le echaba al hombre cosas en cara que no podían referirse a él.
El terapeuta preguntó: - ¿Quién es la mujer mayor?
En ese momento la mujer se acordó de su abuela, una tabernera. Muchas veces el abuelo la había arrastrado por los
pelos a través del comedor, delante de toda la gente. Se dio cuenta de que la rabia que ella expresaba contra su marido era
la rabia de su abuela contra el abuelo, reprimida en aquel entonces.
Esta dinámica de la doble transferencia se tratará más extensamente en el capítulo V, dedicado a las implicaciones
sistémicas y sus soluciones.
Para que una relación de pareja sea lograda, cada uno debe, para decirlo de alguna manera, casarse también con
la familia de origen del otro. Al mismo tiempo, tanto el hombre como la mujer también tienen que revisar los
modelos determinados por sus padres y por sus grupos de origen, para, quizás, abandonar patrones antiguos y
encontrar otros nuevos para la relación de pareja. Si, por ejemplo, los dos pertenecen a Iglesias diferentes, una
solución -que hoy en día es más factible que antes- sería que cada uno abandonara su Iglesia y que ambos las valo
raran y honraran a un nivel superior.
Una vez se me ocurrió una imagen para este proceso. Pongamos por ejemplo a un hombre y a una mujer. El uno se
encuentra en un lado del río, la otra en el otro. Los dos tienen sus puntos de vista, cada uno en una orilla distinta. Ahora
bien, no les sirve de nada ir pregonando sus puntos de vista. El río todo el tiempo va pasando delante de ellos. Para saber
realmente lo que es el orden, ambos tienen que abandonar sus posiciones, bajar al río y meterse en el remolino. Entonces
se darán cuenta de lo que es la vida y cuál es el orden que para ellos resulta.
Página 58 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

3. LA VINCULACIÓN EN LA RELACIÓN DE PAREJA

A. LA SIGNIFICACIÓN DE LA CONSUMACIÓN DEL AMOR


CON LO PLENAMENTE CARNAL E INSTINTIVO
El tema que ahora trataré es un proceso que estoy indagando y que aún no llego a captar del todo. En la Iglesia
Católica y en el derecho matrimonial católico la consumación del matrimonio tiene una significación especial. El
matrimonio únicamente es válido si ha sido consumado, es decir, si también se realizó la unión física. ¡Hay algo en todo
esto! La consumación crea un vínculo indisoluble. Por esta misma razón es fácil que dos personas, que antes no se
conocían, vivan la consumación y después se sientan vinculadas. No son ni la decisión ni la intención las que crean el
vínculo, sino la realización elemental. Eso tiene algo consolador y también hay grandeza en ello, encuentro yo. Se trata,
por tanto, de resistir al menosprecio. El vínculo que resulta de la consumación es más fuerte que aquél que nos une a los
padres. Ésta es una hipótesis, y la presento con toda cautela.
El temor a llamar por su nombre lo más íntimo que tenemos, y de quererlo en una relación de pareja como lo
primero y lo más inmediato, tiene que ver con que en nuestra cultura la consumación del amor entre hombre y
mujer a muchos les parece algo casi indecente, una necesidad indigna. Pero aun así es la mayor realización humana
posible. Ningún otro acto humano está más de acuerdo con el orden y la plenitud de la vida y nos obliga tan
enteramente para el mundo como todo. Ningún otro acto humano nos aporta tanta dicha y placer y, en
consecuencia, tanto sufrimiento por amor. Ningún otro acto humano tiene consecuencias más graves o un riesgo
más alto, ninguno como éste nos exige aún lo último y nos hace tan sabios y conocedores y humanos y grandes
como cuando un hombre toma y conoce a una mujer con amor, y una mujer toma y conoce al hombre con amor.
Comparado con esto, cualquier otro acto humano no parece más que preparativo o ayuda, o consecuencia o, como
mucho, un añadido, o incluso escasez y substitutivo.
La consumación del amor entre hombre y mujer es, a la vez, nuestro acto más humilde. En ninguna otra ocasión nos
descubrimos tanto y mostramos tan indefenso el punto en el que somos más vulnerables. Por tanto, tampoco hay nada que
protejamos con tan profundo pudor como el lugar en el que el hombre y la mujer amando se encuentran, revelando y
confiándose lo más íntimo. Por la consumación del amor, según la bella palabra de la Biblia, el hombre deja a su padre y a
su madre, se une a su mujer y los dos se hacen una sola carne. Lo mismo vale también para la mujer.
Como ya dijimos, el vínculo especial entre el hombre y la mujer, indisoluble en un sentido profundo de la palabra, se
crea a través de la consumación del amor. Sólo ésta convierte al hombre y a la mujer en pareja, y sólo ésta también
convierte a la pareja en padres. Un amor únicamente espiritual no es suficiente, ni tampoco el reconocimiento público de
su relación. Si, por lo tanto, esta consumación se menoscaba, por ejemplo porque el hombre o la mujer ya antes de la
relación se esterilizaron, tampoco se crea ningún vínculo, aunque ambos lo quieran. Lo mismo ocurre en una relación
platónica que ambos aceptan sin el riesgo de la consumación. Por tanto, tales relaciones mantienen su carácter no
vinculante y los dos, al separarse, no se deben nada. Si, por lo contrario, hubo una consumación seria —lo cual queda
patente en las constelaciones, donde se percibe si una persona determinada aún es de importancia—, la separación resulta
más difícil, y no es posible pasar por alto ese vínculo como si no hubiera existido. Si de esa relación nació un hijo o hubo
un aborto voluntario, la relación siempre es de importancia.
Si la consumación del amor se menoscaba posteriormente, por ejemplo a través de un aborto voluntario, se da
una ruptura en la relación, aunque el vínculo permanezca. Si el hombre y la mujer quieren seguir juntos a pesar de
todo, tienen que decidirse nuevamente el uno por el otro y vivir juntos como si fuera su segunda relación, ya que la
primera, por regla general, ha terminado.

La superioridad de la carne sobre el espíritu


En la consumación del amor se muestra la superioridad de la carne sobre el espíritu, su veracidad y su grandeza. Sin
duda, a veces nos vemos tentados de desdeñar la carne en comparación con el espíritu, como si aquello que se realiza por
instinto y necesidad, por anhelo y amor, fuera menos que aquello que la razón y la voluntad moral nos imponen. Pero lo
instintivo demuestra su sabiduría y fuerza allí donde lo razonable y lo moral topan con sus límites y fallan. Puesto que a
través del instinto actúan un espíritu superior y un sentido más profundo, de los que nuestra razón y nuestro querer ético
retroceden y huyen.
Página 59 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

EL CONOCIMIENTO
Un grupo de hombres animados por los mismos sentimientos, que aún se consideraban principiantes, se
encontraron y hablaron de sus planes para un futuro mejor. Acordaron hacer las cosas de otra manera. Lo
común y lo cotidiano y todo el eterno ciclo les parecían demasiado estrechos. Ellos buscaban lo sublime, lo
singular, lo amplio, y esperaban encontrarse a sí mismos como nunca nadie lo había conseguido. En su mente
ya veían la meta conseguida, se imaginaban cómo sería, sentían como sus corazones latían de emoción y se
impacientaban, y decidieron actuar.
- Primeramente - dijeron - tenemos que buscar al Gran Maestro, porque por ahí se
empieza. Después emprendieron el camino.

El maestro vivía en otro país y pertenecía a otro pueblo. Muchas maravillas se habían contado de él, pero
nunca nadie parecía saber nada concreto. Pronto quedó atrás lo habitual, ya que aquí todo era diferente: las
costumbres, el paisaje, el habla, los caminos, la meta. A veces llegaban a un lugar del que se decía que el
maestro estaba ahí. Pero siempre que querían saber algo más, oían que justamente acababa de partir, y que
nadie sabía el rumbo que había tomado. Finalmente, un día lo encontraron.

Estaba con un campesino, trabajando en el campo. Así se ganaba su sustento y un cobijo para la noche.
Primero no querían creérselo, que éste fuera el maestro largamente anhelado, y también el campesino se
asombró al ver que consideraban tan especial al hombre que estaba con él en el campo. Este, sin embargo,
dijo: -Sí, soy un maestro. Si queréis aprender de mí, quedaos aquí una semana más, entonces os instruiré

En seguida entraron al servicio del campesino y, a cambio, recibían comida, bebida y alojamiento. Al cabo
de ocho días, al caer la tarde, el maestro los llamó, se sentó con ellos bajo un árbol, se quedó mirando el
crepúsculo y empezó a contarles una historia.

-Hace mucho tiempo, un hombre joven estuvo pensando qué quería hacer con su vida. Provenía de familia
distinguida, no conocía el apremio de la penuria y se sentía obligado a buscar lo sublime y lo mejor. Así dejó al padre
y a la madre, siguió a los ascetas durante tres años, dejó también a éstos, encontró después al Buda en persona, y
supo: tampoco eso le bastaba. Aún más alto quería llegar, hasta donde el aire ya se enrarece y se respira con
dificultad, donde nadie había llegado antes que él.
Cuando por fin llegó, se detuvo.
Se encontraba al final de aquel camino y vio que había sido un extravío.

Ahora quiso tomar el rumbo contrario. Bajó, llegó a una ciudad, conquistó la cortesana más bella, se hizo socio de
un comerciante rico, y pronto fue rico y respetado él mismo. Pero no había bajado a lo más profundo del valle, tan
sólo se movía en el borde superior: para arriesgarse del todo le faltaba el valor. Tenía una amante, pero no una mujer,
tuvo un hijo, pero no fue padre. Había aprendido el arte del amor y de la vida, pero no el amor y la vida mismos.
Empezó a aborrecer lo que no había aceptado, hasta que se cansó y también dejó aquello.
Aquí el maestro hizo una pausa.
-Quizás reconozcáis la historia –dijo-, y también sabéis cómo acabó. Se dice que el hombre, al final, se hizo
humilde y sabio, amante delo común. ¡Pero qué es eso, si en un principio se desaprovechó tanto! El que se fía de la
vida no rehúye lo cercano para buscar un ideal lejano.
Domina primero lo ordinario, ya que, de lo contrario, también lo extraordinario en su vida - suponiendo que
exista- no es más que un sombrero en un espantajo.

Se había hecho el silencio, y también el maestro callaba. Después se levantó sin decir palabra y se fue. Página 60

de 174

Bert Hellinger – Felicidad dual

Ahora, los que tanto tiempo parecían animados por los mismos sentimientos, nuevamente tenían que defenderse
solos. Algunos de ellos no querían creerse que el maestro los había dejado y partieron a buscarlo de nuevo. Otros
apenas eran capaces ya de distinguir entre sus deseos y sus miedos y, al azar, tomaron cualquier camino.
Uno, sin embargo, se lo pensó. Volvió de nuevo junto al árbol, se sentó y miró a lo lejos, hasta que en su interior
se hizo la calma. Sacó de su interior aquello que la acosaba y lo puso delante de sí, como uno que después de una
larga marcha se quita la mochila antes de descansar. Y se sentía ligero y libre.

Ahí estaban pues, delante de él: sus deseos, sus miedos, sus metas, su necesidad real. Y sin mirarlos más de cerca,
ni querer nada determinado, más bien como uno que se entrega a lo desconocido, esperaba que ocurriera como por sí
solo, que cada cual encontrara el lugar que en el todo le correspondía, según su propio peso y su rango.

No tardó mucho, y se dio cuenta de que allá fuera se iba aclarando, como si algunos se marcharan a hurtadillas,
como ladrones desenmascarados que se dan a la fuga. Y comprendió: aquello que había tenido por sus propios
deseos, sus propios miedos, sus propias metas, todo aquello no le había pertenecido nunca. Todo eso venía de otra
parte totalmente distinta, y tan sólo se había anidado en su vida.
Pero ahora su tiempo había acabado.

Parecía moverse aquello que aún quedaba delante de él. Volvía a él aquello que realmente le pertenecía, y
cada cual ocupaba su justo lugar. Fuerza se reunía en su centro, y finalmente reconoció su propia meta, la
meta que a él le correspondía. Aún esperó un poco, hasta sentirse seguro. Después se levantó y se fue.

Angela: Esta historia me ha llevado a mi drama, es decir también al dolor entre los omoplatos. Me doy cuenta de cómo
me resisto y me rebelo contra el matrimonio siempre que lo pienso. Noto cuánto me cuesta concederle un lugar a un
matrimonio (su voz se vuelve insegura); eso me pone triste y siento que es necesaria la reverencia ante el matrimonio.
Bert Hellinger: Si acaso, la reverencia ha de hacerse ante tus padres como matrimonio, y quizás desaparezca el dolor
entre los omoplatos si te pones justo entre ambos padres, tocando con un omoplato al padre, y con el otro a la madre.
Podrías imaginártelo alguna vez, mal no te hará.
Angela (ríe): Sí, ahora estoy dispuesta (se lo imagina con los ojos cerrados). ¿Y si luego ya no vuelvo a abrir los ojos?
Bert Hellinger: Exacto. - Es decir, no es posible hacer una reverencia ante el matrimonio, eso no funciona. Tampoco es
posible planear un matrimonio feliz. Si se logra, es una gracia, y si fue bueno durante un tiempo, también está bien.

B. EL DESEAR Y EL CONCEDER
En este ámbito aún quisiera decir algo acerca de la igualdad de rango en la relación de pareja. El que desea se
encuentra en una posición débil en la relación, ya que el otro tiene el poder de rechazarlo. El que concede no tiene
que correr ningún riesgo. En nuestra cultura, la mayoría de las veces es el hombre quien desea y la mujer la que
concede. De esta manera ya se planta la semilla para un posible trastorno en la relación, puesto que el desear
aparece como pequeño y el conceder como grande. Así, el uno se muestra necesitado y como uno que toma, y el
otro, aunque sea amando, se muestra complaciente y como uno que da. Así, el que toma, quizás tenga que dar las
gracias, como si hubiera tomado sin dar, y el que da, tal vez se sienta superior y libre, como si hubiera dado sin
tomar. De esta manera, sin embargo, se niega el equilibrio y se pone en peligro el intercambio. Para algunos, sin
embargo, es una satisfacción mantenerse en esa posición superior y poderosa del que concede, y así la relación
fracasa.
Hace un tiempo, una mujer me envió un anuncio matrimonial que había puesto. Quería saber si el anuncio era bueno.
Más o menos decía así: «... mujer, incluso dispuesta a casarse con viudo con hijos.» ¡¿Qué hombre encontrará ésta?! La
relación de antemano estaría abocada al fracaso. Aquél de la pareja que al casarse le debe algo al otro, más tarde se
vengará. Yo le dije que pusiera: «Mujer desea hombre - ¿quién quiere venir?» (Risas) Al leer eso, un hombre reacciona y
se lo toma como un honor.
Para que una relación sea lograda, el riesgo de ser rechazado debe ser compartido. Para muchas mujeres el desear es
más difícil, porque tienen que romper un tabú social y son despreciadas si desean. Sin embargo, teniendo presentes a sus
madres tienen el derecho de decir: «Deseo a mi marido.»

Página 61 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

La pareja puede llegar al acuerdo de que si uno de ellos revela y pone en juego lo más íntimo -y eso lo hace
expresando su deseo—, el otro lo respetará, aunque no lo cumpla. El desear no debe llevar a un rechazo humillante, ya
que en este punto somos especialmente vulnerables. De esta manera, el riesgo puede asumirse nuevamente y se hace
posible una relación profunda. Para que el intercambio y el equilibrio se logren, ambos tienen que desear y ambos tienen
que conceder con respeto y con amor aquello que el otro, necesitado, desea.
Una dificultad en muchas relaciones de pareja consiste también en que la sexualidad haya adquirido una importancia
exagerada en el todo de la relación. De esta manera, la sexualidad se convierte en meta de la relación, en vez de estar a su
servicio. Si la sexualidad está al servicio de la relación, es más entrañable y también más variable.

C. EN UNA RELACIÓN DE MUCHO TIEMPO SE PIERDE ALGO


DE LO MASCULINO Y DE LO FEMENINO
Siempre que un hombre y una mujer con todas sus diferencias se dirigen el uno al otro, cada cual pone en
cuestión al otro en su origen y en su manera de ser. La mujer priva al hombre de su seguridad, y el hombre priva a
la mujer de su seguridad. El hombre, a lo largo del matrimonio o de la relación de pareja, se hace menos hombre, y
la mujer, a lo largo de la relación de pareja, se hace menos mujer. En su relación se reducen mutuamente en este
sentido específico. Ambos aportan lo propio, lo masculino o lo femenino; en la relación, sin embargo, ambos van
perdiendo algo de lo que les es propio, de su identidad.
Para el hombre lo femenino siempre queda inalcanzable y siempre sigue siendo un misterio, no puede captarlo, y para
la mujer ocurre lo mismo a la inversa. Éste es el aspecto de renuncia en una relación. Matrimonios que permanecen juntos
largo tiempo realizan esta renuncia poco a poco, lo cual también tiene su belleza. En toda crisis de matrimonio cada uno
abandona algo, pero a pesar de esto, a otro nivel nace algo nuevo y profundo que antes no existía. Es algo humano en un
sentido muy general, que está más allá de lo masculino y lo femenino. El amor puede ser más grande entonces, mucho
más grande, pero tiene otra cualidad.
Cuanto más avanza una relación, más peso gana el aspecto de muerte. Bien nos embarcamos en la relación con la idea
de que ella nos colmará en plenitud, pero la promesa que los cónyuges se dan al principio de su matrimonio es imposible
de cumplir, tanto para el uno como para el otro. La realidad es que morimos en la relación, que nos desafía a la renuncia
extrema, y que de cada uno exige lo último y lo más difícil. Incluso si el amor prospera en una relación, siempre queda, en
lo más íntimo, un vacío. Palpar este vacío tan profundamente humano significa tocar también los grandes misterios de la
vida, su dimensión espiritual y religiosa. Al abandonar la esperanza de que la pareja llenará lo que ninguna pareja puede
llenar, los cónyuges comienzan a mirarse con más cariño, librándose de sus expectativas originales y entregándose a un
proceso cuyo resultado final aún desconocen.
Si uno vive en una aldea entre montañas, todo es estrecho allá abajo. Así pues, empieza a subir, y su vista alcanza cada
vez más lejos. Pero cuanto más alto sube, tanto más solo se encuentra al mismo tiempo. A pesar de esto, de repente se
encuentra también en un contexto mayor.
Toda relación estrecha tiende a disolverse para dar lugar a otra más amplia. Por eso la relación estrecha de
pareja disminuye al llegar a su punto culminante. El punto culminante es el nacimiento del primer hijo. Después, la
relación aspira a la amplitud. Aparecen otras cosas que cobran importancia, y la intimidad disminuye, tiene que
disminuir.
Ésta es una visión. También es posible llegar a otras totalmente distintas. A través de esta visión, sin embargo, la
relación adquiere una profundidad y una seriedad dignas de ella.
Es similar la vivencia del hombre y de la mujer al nacer un hijo y convertirse ellos en padres. Experimentan que ellos
harán sitio y, junto con la felicidad del hijo, también se les recuerda que este hijo ocupará su lugar. La gran felicidad de
tener un hijo y la sensación de plenitud que la acompaña son, al mismo tiempo, una renuncia que se les exige a los padres.
Es lo que corresponde y, al mismo tiempo, nos obliga a abandonar los sueños de lo que una relación podría ser. Es más
que una relación amorosa. Una relación amorosa es algo que se desarrolla en un primer plano, algo que nunca puede
abarcar lo que ocurre en este ámbito. Ambos cónyuges realizan la renuncia paso a paso y, junto a la renuncia, se introduce
en la relación algo diferente, algo humilde y sereno y, a la vez, una plenitud que es distinta de la de una pareja joven.

LA PLENITUD
Un joven preguntó a un anciano:
-¿Qué te distingue a ti, que ya casi fuiste, de mí, que aún seré?

Página 62 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

El anciano dijo:
-Yo he sido más.
Bien es verdad que un día joven, que llega, parece más que el viejo, ya que el viejo, antes que aquél, ya fue.
Pero también él, aunque aún esté por venir, tan sólo puede ser aquello que ya fue, y se hace más, cuanto más haya
sido también él.
Como en su tiempo el viejo, también él al principio sube bruscamente hacia el mediodía, alcanza el cénit
aún antes del pleno calor y, así parece, se mantiene un tiempo en la cúspide; después, cuanto más tarde
tanto más y como si su peso creciente lo arrastrara, se inclina profundamente hacia la tarde y queda
completo en cuanto, al igual que el viejo, haya sido del todo.

Pero aquello que ya fue no está pasado. Permanece porque ha sido, actúa aunque fue, y aún aumenta por lo
nuevo que le sigue. Ya que, como una gota redonda de una nube que pasó, aquello que ya fue se hunde en un mar
que permanece.

Sólo aquello que nunca pudo ser nada, porque lo dejamos pasar sin experimentarlo, lo pensamos sin hacerlo, y
lo desechamos, pero no lo pagamos como precio por aquello que elegimos, aquello está pasado. De ello no queda
nada.

El Dios del Tiempo Justo, por lo tanto, se nos presenta como un joven que lleva una mecha delante y una calva
detrás. Por delante podemos asirlo por la mecha, por detrás tan sólo cogemos el vacío.
El joven preguntó:
- ¿Qué debo hacer para que de mí se haga lo que tú ya fuiste?

El anciano dijo:
-¡Sé!

D. RENOVAR LO MASCULINO Y LO FEMENINO


Un pequeño repaso: Cuando un hombre toma a una mujer por mujer, a través de ella se convierte en hombre, pero, a la
vez, ella también lo priva de lo masculino y lo pone en cuestión y, de esta manera, él se hace menos hombre en el
matrimonio. Y la mujer, al tomar a un hombre por marido, a través de él se convierte en mujer. Pero, a la vez, él la priva
de lo femenino y lo pone en cuestión, por lo que ella se hace también menos mujer en el matrimonio. Por esta razón y
para que la relación mantenga su tensión, el hombre tiene que renovar lo masculino y la mujer tiene que renovar lo
femenino.
El hombre renueva lo masculino estando con hombres, y la mujer renueva lo femenino estando con mujeres. Es
decir, ambos tienen que salir de su relación de vez en cuando, los hombres para «recargar» lo masculino, y las
mujeres para «recargar» lo femenino. Así, la relación cobra nuevamente tensión y fuerza, pudiendo seguir e
intensificarse.
En el amor romántico, este lado de la relación no se aprecia en su justo valor. Para «recargar» es absolutamente
secundario el contenido que se intercambia (por ejemplo, en la reunión de amigos o la tertulia de café), lo único que
importa es el estar juntos.

E. CONFORME AL NÚMERO DE RELACIONES,


EL VÍNCULO DISMINUYE; LA FELICIDAD, NO
Podría objetarse que un divorcio y una nueva relación posterior demuestran que un primer vínculo sería anulable. Pero
una segunda relación tiene otros efectos que una primera. Un segundo marido y una segunda mujer perciben el vínculo de
su pareja con su primera mujer o su primer marido. Esto queda patente en el hecho de que un segundo marido y una
segunda mujer no se atreven a tomar a sus nuevas parejas como su marido o su mujer en el pleno sentido de la palabra,
como lo hicieron con sus primeros cónyuges, ni tenerlos como suyos para siempre. Ya que, frente a la primera relación,
ambos cónyuges experimentan la segunda como culpa. Eso también es válido si el primer cónyuge murió, ya que lo único
que realmente nos separa del primer cónyuge es nuestra propia muerte. Una segunda relación sólo puede ser lograda si el
vínculo con los anteriores cónyuges es reconocido y valorado, si los nuevos cónyuges saben que siguen pospuestos a los
anteriores y en deuda con ellos.

Página 63 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

La segunda relación tiene que realizarse teniendo presente a la primera. Ya no tiene la misma profundidad que
la primera; no puede tenerla, y no tiene por qué tenerla. Eso, sin embargo, no significa que será menos feliz o que
habrá menos amor. Es posible que el amor en una segunda relación sea incluso mayor y más profundo. Únicamente
un vínculo en el sentido original, como en una primera relación, se les rehúsa. Por esta razón, la culpa y la
obligación que resultan de la separación en una segunda relación, por regla general son menos significativas que al
romperse una primera relación. También es más fácil la separación y va acompañada de menos dolor y de menos
culpabilidad. El vínculo, por tanto, disminuye de relación en relación. La profundidad de un vínculo puede
deducirse del grado de culpabilidad y de dolor al momento de separarse una pareja.

Hannelore: Hoy me siento llena de fuerzas. Ayer volví a pedirle informaciones a mi marido sobre su primera mujer, lo
cual a mí me provocó bastante dolor. Pero me fue bien.
Bert Hellinger: Hace poco, vino un hombre con su amiga. Estaban decididos a casarse. Él ya había estado casado y
tenía un hijo de ese matrimonio. Así, pues, configuramos la constelación de su sistema actual: su primera mujer, su hijo y
su actual amiga.
Después le pregunté: - ¿Aún falta algo?
Y él respondió: - Ah, bueno, sí. Ya estuve casado anteriormente, pero sólo fue un matrimonio de
estudiantes. Yo le dije: - ¿Sólo?
Después introdujimos a su primera mujer en la constelación, y en ese momento estaba clarísimo: ésta era la persona
clave. Ésta no era valorada. En la constelación quedó muy claro también que su segunda mujer lo había abandonado en
solidaridad con la primera. Ahora estaba la tercera, la que también participaba en el curso. Al ocupar ella su lugar, se dio
cuenta perfectamente de que solamente era la tercera y que tenía que respetar a las otras dos. A la mañana siguiente estaba
ahí sentada, toda deprimida. Tenía la sensación de que, pensando en las otras mujeres, ella no tenía ninguna oportunidad
propia. Entonces le dije: - Hay tres mujeres que deben ser valoradas, la primera, la segunda, y la tercera.

*
Birgit está casada en segundas nupcias con un hombre que también estuvo casado anteriormente y de ese matrimonio
tiene una hija que vive con la madre. Después de ocupar en la constelación del sistema actual el lugar de su representante,
dice: - Me cuesta aceptar esta cercanía (con el hombre).
Bert Hellinger: Apártate un poco, tal como te parezca bien. Ésta es la posición típica y correcta que una segunda
mujer adopta. (Al grupo) Ella no se atreve a tomar al marido del todo, como una primera mujer lo haría, porque lo tiene a
costa de la primera mujer y de la hija. Éste es, para así decirlo, el precio, y ocurre de acuerdo con la necesidad de
equilibrio. Ludwig: ¿También ocurre así si él ya antes estaba divorciado de la primera mujer?
Bert Hellinger: Eso depende enteramente del desnivel entre ganancia y pérdida, independientemente de la motivación
y de la moral de la historia. La primera mujer ha perdido al marido, y la segunda ve que ella tiene al hombre a costa de la
primera mujer. Sobre todo es también la hija la que ha perdido al padre, lo cual es especialmente grave. Así, la segunda
mujer ocupa el lugar de la primera y no se atreve a tomar al hombre del todo. Eso mejora si ella reconoce: «Yo te tengo a
costa de tu primera mujer.» El reconocimiento es la parte más importante de la compensación. Después, pueden ponerse
más cerca el uno del otro. Pero aun así, siempre queda una obligación respecto a la primera mujer y no es lo mismo que
un primer matrimonio. Lo mismo vale naturalmente por parte del hombre que tiene a la mujer a costa del primer marido.
Las nuevas relaciones tienen más posibilidades de lograrse, si los nuevos cónyuges reconocen su deuda, viendo también
que su relación no es posible sin el reconocimiento de esta deuda. Entonces la relación cobra otra profundidad y también
existen menos ilusiones.
El segundo marido de Birgit primeramente es padre de su hija. Aunque ya no sea el marido de la primera mujer, sigue
siendo el padre de la hija. La relación con su hija precede a la relación con la segunda mujer y le está antepuesta. Ahora
bien, si Birgit entrara en competencia con la hija, diciendo: «Yo soy la mujer, yo soy más importante que la hija», todo iría
mal. Tiene que reconocer que para el hombre la hija es más importante, y que ésta para él ocupa un primer lugar; de esta
manera se establece el orden. Y si ahora estos dos tuvieran hijos, éstos se encontrarían en un tercer lugar. Así corresponde
al orden de origen, el cual se percibía muy claramente aquí.
Jutta: La frase que dijiste referente a la segunda relación me tranquiliza. Pero el tema de la «segunda opción» aún me
preocupa. Soy la segunda mujer de mi marido; y con mi padre, la segunda hija.
Bert Hellinger: En el caso de la hija no es válido.
Jutta: Él ya había estado casado antes y tenía una hija, lo cual se silenció por completo.
Página 64 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Bert Hellinger: Tu madre es la segunda opción.


Jutta: Pero, en consecuencia, yo también me sentía como la segunda opción.
Bert Hellinger: Claro, así es la tradición. Éste es el patrón dado, al que puedes seguir con la conciencia tranquila.
Jutta: Pero eso también me afecta.
Bert Hellinger: Bueno, mira a tu madre y dile: «Mira, nosotras dos...»
Jutta: No, no puedo hacerlo.
Bert Hellinger: Sí, en este caso se trata de una identificación. La resistencia se expresa precisamente ahí donde la
persona está identificada. Me resisto a lo que soy o a lo que hago. O: aquello que en mí rechazo, es lo que soy. Aquello
que en mí quiero, me deja libre.
(Jutta se defiende con un comentario ininteligible)
Bert Hellinger: Te contaré una historia fatal. Trata de una de las constelaciones familiares más impresionantes que he
visto.
Un participante de un grupo quería hacer la constelación de su sistema actual y yo le dije: -Haz la constelación de tu
sistema de origen.
Él respondió: -No tengo ninguno.
Le pregunté: - ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
Él dijo: —Mis padres me dieron inmediatamente después de nacer, para que sobreviviera. Eran judíos en Holanda.
Poco después, vinieron a buscar a los padres, que más tarde murieron en un campo de concentración. Después, lo pasaron
al extranjero ilegalmente, donde se crio con unos padres acogedores. Le pedí que configurara su sistema. Los padres que
lo acogieron estaban en un lado, y en el otro lado estaba él, representado por un judío que había elegido sin saber que se
trataba de un judío. Y en el otro extremo opuesto estaban los padres carnales, apartados y de espaldas. Primeramente giré
a estos dos, poniendo al padre a la derecha de la madre, y en ese momento, el hombre que re presentaba al hijo empezó a
sollozar. Después, hice que el cliente mismo ocupara ese lugar, para después acercarlo lentamente a los padres. Éstos lo
abrazaron y hubo un encuentro muy emotivo, una escena muy conmovedora. De esta manera pudo tomar a sus padres.
Un año más tarde me encontré con el judío que lo había representado, un amigo mío; le pregunté si había vuelto a ver
al otro. Me dijo que sí, que hacía unas semanas lo había llamado por teléfono, todo enfadado, y que no quería saber nada
más de ese curso. — Seguir a los padres en la fatalidad le era más importante que la solución buena (silencio prolongado).
(A Jutta) ¿Has comprendido la historia?
Jutta: Yo no lo vivo como una imitación consciente. ¡Si me digo a mí misma que no lo quiero!...
Bert Hellinger: Eso suena algo obstinado.
Jutta: Sí, también me rebelo.
Bert Hellinger: Para la mayoría de las personas, el sufrimiento según la dinámica sistémica es muchísimo más
importante y también mucho más fácil que la solución. Es así por una razón muy sencilla: si la persona sufre y le va mal,
se siente inocente y unida a sus padres en el plano de la identificación mágica. Si le va bien, se siente culpable. Si realiza
la solución buena, incluso en reconocimiento de sus padres, la vive como algo que no le corresponde. Con esta dinámica
siempre hay que contar. Por lo tanto, Jutta, de todos modos te va bien si te va mal. - ¿Algo más ? Jutta: Pues, yo me
siento provocada.
Bert Hellinger: ¿Y qué?
Jutta: ¿Por qué lo dices? Eso me hiere. (Lo mira abiertamente)
Bert Hellinger: Sí, eso está mejor. Trabajo con todos los trucos sucios mientras surtan efecto. (Cuando alguien intenta
apoyar a Jutta) No, no, ¡nada de bomberos echando leña al fuego!

F. RELACIONES DE TRIÁNGULO
Si una mujer se comporta frente a su marido como una madre, sabiendo lo que es bueno para él o queriendo educarlo,
el hombre se toma una amante. La amante es de igual condición para él. Si tiene una buena relación con su mujer y, a
pesar de todo, una amante, ésta representa a la madre.
La mujer que vive en una relación de triángulo, por regla general es la hija que prefiere al padre frente a la madre. La
solución es que salga de la esfera del padre y se ponga al lado de la madre.
Una relación al margen del matrimonio frecuentemente se considera algo fatal. Si uno de los cónyuges tiene una relación
aparte, el supuestamente inocente se comporta como si tuviera el derecho de tener al otro suyo para siempre. Esta actitud
es arrogante. En vez de recuperar al otro por medio del amor, muchas veces lo persigue. ¿Y entonces quiere que

Página 65 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

éste vuelva? Yo abogo por lo más humano. Ciertamente siento un gran respeto ante la fidelidad, pero no por una fidelidad
que reivindica: «Yo soy la única persona que puede tener importancia para ti». Frecuentemente ocurre también que
alguien conoce a otra persona importante, lo cual debe ser respetado. Un encuentro así puede repercutir de manera muy
positiva en la relación de pareja. La buena solución únicamente es posible a través del amor.

G. CELOS
Una mujer contó en un grupo que ella torturaba a su marido con sus celos y, aunque se daba cuenta de lo absurdo de su
comportamiento, no podía resistirlo. El coordinador del grupo le mostró la solución. Le dijo: —Tarde o temprano
perderás a tu marido, ¡disfrútalo mientras tanto!
La mujer se rió y quedó aliviada. Pocos días después, su marido llamó al coordinador del grupo diciendo: -Te doy las
gracias por mi mujer.
El marido, muchos años antes y junto con una amiga, había participado en un grupo con el mismo coordinador. Durante
el curso explicó ante todos los participantes, y sin la menor consideración al dolor de su amiga, que tenía una nueva
amiga, más joven, y que se separaría de su compañera actual. Con ella había convivido desde hacía siete años. Más tarde
volvió a participar en otro curso, esa vez con su nueva amiga. Ésta quedó embarazada durante el curso y, poco después, se
casaron.
Ahora, el coordinador del grupo se dio cuenta del sentido de sus celos. Esta mujer, hacia fuera había negado la
vinculación de su marido a la amiga anterior y, a través de sus celos, también públicamente hacía hincapié en su derecho
sobre él. Secretamente, sin embargo, reconocía el vínculo anterior y su propia culpa. Sus celos, por tanto, no eran ni
mucho menos la prueba de ¡a infidelidad de su marido, sino un reconocimiento secreto de que ella no era digna de él y de
que una separación provocada por ella era el único camino para reconocer el vínculo aún existente, así como una prueba
de su solidaridad con la amiga anterior.

H. LOS LÍMITES DE LA LIBERTAD


En toda relación se fijan unos límites más o menos amplios o estrechos. Estos límites se descubren a través de la culpa:
allá donde empieza la culpa se encuentra el límite, y dentro de estos límites se hallan la inocencia y la libertad. Mientras
no existan límites, tampoco hay libertad, entonces todo se confunde. Así, por ejemplo, los alumnos se muestran infelices si
los maestros no les ponen límites. Una vez comprobados los límites, también se sabe dónde se encuentra la propia
libertad. La plenitud tan sólo es posible dentro de unos límites.
En las relaciones de pareja, muchas veces nos comportamos como si se tratara de relaciones libremente elegidas. Pero
una conciencia inconsciente e implacable nos desengaña. La experimentamos a través de sus efectos, ya que, de lo
contrario, no habría tanto sufrimiento en las relaciones de pareja. Friedrich Holderlin describe esta conciencia consciente
e inconsciente en un poema:
EL ADIÓS
¿Queríamos separarnos? ¿Lo creíamos prudente, justo? ¿Más por qué, ya consumado el acto, nos horroriza tanto como
un crimen?
¡Ahí Poco nos conocemos, pues es un Dios quien nos gobierna.

4. LA ORIENTACIÓN DE LA RELACIÓN DE PAREJA HACIA LOS HIJOS


Al encontrarse un hombre y una mujer, primeramente se convierten en pareja; y sólo en un segundo lugar, más tarde, se
convierten en padres. Es decir, si bien el ser pareja se orienta hacia el ser padres, lo primero tiene prioridad sobre lo
segundo.
Es propio del orden del amor en la relación entre el hombre y la mujer que, juntos, el hombre y la mujer estén
orientados hacia un tercero, que lo masculino y lo femenino en ellos se realice plenamente en el hijo. Puesto que sólo al
ser padre, el hombre se hace hombre en un pleno sentido, y sólo al ser madre, la mujer se hace mujer en un pleno sentido,
y sólo en el hijo el hombre y la mujer se hacen uno en el pleno sentido y de una manera indisoluble y visible para todo el
mundo. A pesar de todo, hay que decir que su amor de padres para el hijo tan sólo continúa y corona su amor de pareja,
ya que su amor de pareja precede a su amor de padres al hijo, es decir, al igual que las raíces de un árbol, lo sostiene y lo
nutre.
Si en una familia los padres dan prioridad al ser padres sobre el ser pareja, el orden queda trastornado y surgen los
problemas. En un caso así, la solución consiste en concederle nuevamente prioridad a la relación de pareja sobre la
relación de padres. Donde esto se logra, se percibe en seguida: los hijos respiran aliviados en cuanto experimentan a sus
padres como pareja y todos se encuentran inmediatamente mejor.

Página 66 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Inge: Lo que dijiste del riesgo del engendramiento me impresiona.


Bert Hellinger: Eso no lo consigue nadie a través de la reflexión. Ahí tiene que intervenir un poder superior, lo que
después se llama «instinto». Algunas personas lo hacen con toda naturalidad, participando así de la espiritualidad más
sublime. La mera reflexión razonable no consigue tal decisión. A tanto no llega. Con esto acabo de decir algo acerca de la
relación entre el espíritu y la carne: el espíritu es dócil, la carne es sabia.

A. EL AMOR AL HIJO PASA POR EL AMOR AL CÓNYUGE


La relación básica, por tanto, es la relación entre el hombre y la mujer, que también constituye la base para la
paternidad. La fuerza para la paternidad emana de la relación de pareja. Mientras la relación de pareja tenga prioridad y
actúe como base, también el hijo se sentirá bien. En cuanto existe un trastorno o una insatisfacción en la relación de
pareja, y la energía, en consecuencia, fluye más bien hacia el hijo que hacia el cónyuge, se da una confusión curiosa en el
hijo. De repente, el padre busca en él algo que no corresponde a la relación entre ellos dos. Eso forzosamente tiene que
confundir al hijo. Como mejor se encuentra un hijo es cuando el hombre se aprecia y se respeta a sí mismo y a la mujer en
el hijo, y la mujer, a su vez, se aprecia y se respeta a sí misma y al hombre en el hijo. De esta manera, la relación con el
hijo no es más que una continuación de la relación de pareja, sin sobrepasarla, sino coronando y redondeándola. Así está
bien, y el hijo, al mismo tiempo, queda libre de los padres. Se trata, por tanto, de otro rumbo para la energía interior: el
amor del padre a la hija pasa por la mujer, toma el camino indirecto pasando por la mujer. También con la mujer ocurre lo
mismo: su amor al hijo pasa por el marido. Esto une a los padres, mientras que los hijos se sienten libres y, a pesar de
todo, seguros.
Ernst: A veces se hace difícil honrar al cónyuge en el hijo. Yo muchas veces siento un pinchazo cuando veo a mi
mujer en las hijas.
Bert Hellinger: Sí, ya se lo dije una vez a Jutta: todo tu problema radica en que te consideras mejor. Tú probablemente
también piensas que eres mejor. Por supuesto estamos hablando con toda ingenuidad... (Ambos se ríen). Ernst: Sí, creo
que realmente soy mejor.
Bert Hellinger: Exacto. De ahí viene toda la dificultad. Pero en realidad no eres más que diferente, y lo que dije de
ampliar el ámbito del amor, para ti significaría que valoraras aquello que representa tu mujer como algo que se encuentra a
un mismo nivel con lo tuyo, teniendo la misma validez, aunque sea totalmente distinto de lo tuyo. Entonces te das cuenta
de que el ámbito del amor se amplía. Eso se hace posible si se permite que lo distinto sea igualmente válido.

B. RENUNCIAR A TENER HIJOS


En una ronda, Hannelore dijo que en el fondo no deseaba tener hijos.
Bert Hellinger: Sí, pues entonces renuncia. Eso es lo que corresponde.
Hannelore: Aunque...
Bert Hellinger (interrumpiendo): No, no, aún quiero decirte algo al respecto. Primero algo fundamental: cuando una
persona se decide por algo, por regla general tiene que dejar otra cosa a cambio. Aquello por lo que se decide es aquello
que se realiza, aquello que es. Todo ser, por tanto, está rodeado de un no-ser, que va unido a él y que consiste de todas las
posibilidades no realizadas.
Es decir, personas solteras y parejas sin hijos no están en absoluto excluidas de la posibilidad de encontrar amor y
sentido en sus vidas, pero sí que tienen que encarar y resolver unos cuantos asuntos especiales. El hecho de enfrentarse
con la soledad y de intentar encontrar un sentido en su vida puede ser especialmente doloroso para una persona soltera sin
hijos. A veces se experimenta como una suerte muy difícil. Mi interés, por tanto, está en comprender qué pueden hacer
personas en tales circunstancias para que su potencia! de amor y de sentido llegue a realizarse.
En las constelaciones que hasta ahora hemos hecho pudiste ver que todos nosotros tenemos parte en el destino y la
culpa de nuestras familias. Significa que compartimos las consecuencias de lo que otros en el sistema hacen, de la misma
manera que lo que nosotros hacemos les afecta a ellos. Las personas que libremente deciden ser solteras, también
libremente aceptan las consecuencias de su elección y normalmente no recurren a ninguna terapia. Muchas personas, sin
embargo, son solteras no porque quieran serlo, sino por encontrarse cogidas en implicaciones sistémicas o por estar
pagando una deuda que ellas mismas no contrajeron. Así, por ejemplo, un hombre maltrataba a su mujer, y como ésta se
sentía dependiente de él, sobrellevaba los malos tratos sin abandonarlo. Su hija, sin embargo, para toda su vida desarrolló
una absoluta desconfianza de los hombres y de relaciones íntimas y se quedó soltera. Siendo soltera, esta mujer, para ser
feliz, tiene que organizarse la vida de una manera muy diferente que sus amigas casadas. En muchos aspectos ella tiene
más libertad que aquéllas, pero también paga un precio muy alto. No tiene la posibilidad de conocer la libertad que

Página 67 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

paradójicamente resulta de la vinculación con una pareja y de tener que hacer frente a las exigencias que comporta el ser
madre.
Sé que no está de moda decirlo, pero aún existen familias en las que una mujer encuentra su plenitud y llega a su
grandeza y a su máximo peso específico a través de muchos hijos. En las zonas rurales de algunos países aún es posible
ver mujeres así. Hay una profunda serenidad en sus caras, que irradian paz y una fuerte unión con la vida. Su magnitud es
sencilla y absolutamente normal, pero es la mayor magnitud existente. No hay nada que pueda alcanzarla. En el hombre
que tiene muchos hijos ocurre algo similar, aunque no en la misma medida. Átales padres se les exige mucho. Son
personas que saben desprenderse, ser pacientes y retenerse.
En nuestra cultura, el camino de encontrar la plenitud a través de una familia grande ya no es viable, ni para mujeres ni
para hombres, y con él también se cierra un camino esencial de realización humana. Las mujeres, por tanto,
primordialmente tienden a la vida profesional, es decir, a otra forma de realización. Es una ilusión evolucionista la que
apoya este proceso: una carrera llena más que estar en casa con los hijos. Si me imagino que una secretaria espera sentirse
más realizada delante del ordenador en una oficina que con los hijos en casa, hay algo que ya no me encaja. Pero
probablemente esta ilusión es necesaria para que la mujer cumpla con una cierta satisfacción lo que el desarrollo cultural
le exige.
Muchas veces, las mujeres no se dan cuenta de la pérdida o se resisten a ella. Lo mismo vale análogamente para los
hombres. En consecuencia, las mujeres empiezan a menospreciar y a renegar de aquello que antes se consideraba
femenino y propio de la mujer, y a despreciar y a rebajar aquello que dejaron: se menosprecian los hijos, se menosprecia
el trabajo doméstico, se menosprecian los hombres.
Así, por una parte, las mujeres pueden dedicarse con más facilidad al ámbito profesional, por otra parte, sin embargo,
pierden lo femenino. Si desprecian aquello que no realizaron, esta actitud les resta algo de lo que eligieron, lo disminuye.
En cambio, valorando lo no realizado, aunque no lo eligieran, las mujeres aún añaden algo a lo que eligieron. Las mujeres
que son conscientes de la pérdida, que renuncian conscientemente y que asienten conscientemente a esta renuncia, con
servan lo femenino para lo nuevo. De esta manera cobra una cualidad diferente. A través de la renuncia consciente, por
tanto, se gana algo. Aquello que no elijo despliega su eficacia si lo valoro, aunque yo mismo no lo realice.
Una mujer sólo puede desarrollarse plenamente compartiendo la vida con un hombre. ¿Qué es una mujer sin un
hombre? También el hombre sólo es significativo como hombre teniendo a una mujer. ¿Qué es un hombre sin una mujer?
Ahora bien, hay situaciones en las que no es posible ni deseable para un hombre o una mujer vivir en una relación de
pareja. Si lo reconocen como pérdida y aceptan la renuncia, aquello a lo que renunciaron añade algo a lo que eligieron. A
través del reconocimiento, lo no realizado cobra fuerza en el alma y entra en juego a otro nivel.

C. PAREJAS HOMOSEXUALES
Pregunta: Soy homosexual y me parece que no hay ningún lugar para personas como yo en tu sistema de órdenes.
¿Qué sentido puede tener para mí cuando tú dices que un hombre «se convierte en hombre» en su relación con una mujer,
o que una mujer «se convierte en mujer» en su relación con un hombre? De esta manera, la heterosexualidad se convierte
en la única manera de realizarse como ser humano.
Bert Hellinger: Primeramente quisiera decir unas cuantas cosas generales acerca del punto de vista sistémico. Cada
persona es parte integrante del sistema relacional en el que vive y cada persona tiene un mismo valor para el
funcionamiento de ese sistema, es decir, cada miembro del sistema familiar es esencial en su importancia.
Las diferencias en un sistema social permiten que éste sea más duradero y estable. Existe una conciencia de grupo que
excluye a algunos miembros del grupo por ser diferentes, pero actúa a un nivel diferente que la conciencia sistémica que
vela por el derecho de todo miembro de formar parte del sistema familiar. El hecho de que alguien sea excluido por ser
diferente tiene consecuencias muy serias para los miembros más jóvenes de una familia. He visto muchos casos en los que
una persona más joven sufría terriblemente porque estaba identificada con un familiar mayor, que había sido excluido de
la familia por ser homosexual. Los homosexuales son miembros de la familia y como tales deben ser reconocidos y
valorados. De lo contrario, se hiere el amor. Este reconocimiento fundamental de la dignidad intrínseca y del valor de toda
persona permite mirar las diferencias abiertamente.
Partiendo de esta base, se presenta un hecho inevitable para las parejas homosexuales: su amor no puede llevarlos a
tener hijos. La procreación exige la heterosexualidad, y este hecho no puede ignorarse como si no existiera ni tuviera
consecuencias. En cualquier relación de pareja sin hijos la separación significa menos culpa, es decir, se trata de dos
personas que sólo se hieren mutuamente. En cambio, si una pareja de padres se separa, este paso tiene consecuencias
graves para sus hijos, por lo que se les exige mucha cautela para que sus hijos no sufran por lo que ellos hacen. Esta culpa

Página 68 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

adicional hace más difícil la separación para los padres, pero, paradójicamente, también sirve de apoyo para su relación.
Las parejas sin hijos -entre ellas también las parejas homosexuales- no pueden contar con el apoyo de estas consecuencias
para mantenerlos juntos en tiempos de crisis.
Para parejas homosexuales, al igual que para otras parejas sin hijos, interesadas en una relación duradera y de amor, es
especialmente importante tomar decisiones claras y conscientes acerca de los fines e intenciones de sus relaciones.
Algunas metas son más probables de llevar a una estabilidad duradera en una relación que otras. El querer evitar la
soledad o la sensación de vacío, por ejemplo, no es ninguna meta que pueda apoyar una relación duradera entre iguales.
Cada persona tiene su propio camino en la vida - una parte se elige, pero la otra simplemente viene dada por la vida
misma, sin que pueda elegirse realmente. Ésta es la parte difícil de manejar. Las personas homosexuales con las que yo he
trabajado, incluso aquellas convencidas de que ellas eligieron libremente su orientación sexual, estaban cogidas en
dinámicas sistémicas, experimentando en sus vidas las consecuencias de lo que otros en su sistema hicieron o sufrieron.
Estaban cogidos al servicio de su sistema, y de niños no pudieron defenderse contra la presión sistémica a la que estaban
expuestos. Por tanto, éste es para ellos el segundo asunto a tratar: ellos llevan algo por la familia.
Yo no veo la homosexualidad como algo que tenga que cambiarse, y siempre que trabajo con personas homosexuales,
la homosexualidad no es el tema primordial. Simplemente intento sacar a la luz cualquier tipo de implicaciones que podría
estar limitando la plenitud de la vida, pero no tengo ninguna intención de cambiar la orientación sexual de nadie. En
relación con la homosexualidad he podido observar tres patrones de implicaciones sistémicas:

-Un niño es presionado a representar a una persona del sexo opuesto en el sistema porque no hay ningún
niño del mismo sexo a disposición. Así, por ejemplo, un niño tuvo que asumir el papel de su hermana mayor
muerta, porque no había ninguna niña entre los demás hijos supervivientes. O el caso de otro hijo que tuvo que
representar a la primera novia de su padre, que había sido tratada injustamente. Éste es el patrón más doloroso y
difícil que he podido observar.
-Un hijo siente la presión de representar a alguien que fue excluido del sistema familiar o que fue difamado por
el sistema, incluso si la persona en cuestión es del mismo sexo. Homosexuales que viven en este patrón tienen
la posición de «marginados». Así, por ejemplo, un niño que era tratado como el primer novio de la madre que
contrajo sífilis y, a continuación, rompió el compromiso. Aunque aquel novio había actuado honradamente,
había sido menospreciado y desdeñado por la madre del niño. Los sentimientos del hijo, la sensación de ser
despreciado, eran muy similares a lo que aquel novio debió de sentir, como si fueran sus propios sentimientos.
-Un hijo que quedó cogido en la esfera de la madre, o una hija que no salió del ámbito de influencia del
padre, ambos incapaces de llevar a término el gesto interior de tomar a aquél de sus padres que pertenece a su
mismo sexo.

Un ejemplo:
En un grupo para terapeutas, una mujer configuró la constelación de su familia de origen y, por primera vez, se encontró
ante la imagen palpable de lo que ella había sabido pero no reconocido: el grado de pérdida, necesidad y daño que había
habido en su sistema familiar. En tres generaciones no hubo ni una relación intacta. La relación de sus padres fue de odio
y de desdeño, y ella tuvo que llenar la necesidad emocional y sexual de su padre desde que tenía ocho años hasta que
pudo salir de casa a los dieciocho. La sexualidad fue brutal y dolorosa, y ocurrió con el conocimiento y consentimiento
implícito de la madre.
Durante una terapia anterior, la cliente había tratado su rabia, su dolor y su sensación de engaño, encontrando alivio pero
ninguna solución definitiva. Al encontrarse ante el representante de su padre, el terapeuta le sugirió: -Dile: «¡Me dolió!».
Al hacerlo, prorrumpió en un profundo sollozo y, espontáneamente, añadió:
-¡Y no sirvió de nada! No pude quitarte tu soledad. Habría podido soportar mi dolor, si al menos hubiera aliviado tu
terrible soledad.
Después abrazó al hombre que representaba a su padre, también llorando abiertamente, y se sujetaron llenos de ternura
durante mucho tiempo.
Por primera vez sintió conscientemente y como persona adulta su amor de hija para su padre, su voluntad
secreta de sacrificarse por el bien de sus padres.
Al cabo de un rato le dijo:
-Te prometo que no habrá más niños heridos como yo. Yo pagaré el precio. Acabará conmigo. Página 69 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Después se volvió al grupo, diciendo:


- Soy lesbiana, -y lo hizo con absoluta sencillez y la plena dignidad humana que correspondía a su situación.
Un año más tarde, aún sentía el efecto liberador del hecho de aceptar el papel que el Destino le había asignado, de
aceptar como elección consciente lo que antes hacía de manera inconsciente y no podía cambiar.

Visto así, la homosexualidad exige un precio muy alto. Aquellos que logran afirmar su orientación sexual y
construir una vida feliz, llena de amor y sentido, cuentan con un sostén interior muy diferente que aquellos que
luchan contra su destino o pretenden quitar importancia a la pérdida.

D. INSEMINACIÓN ARTIFICIAL
Una pregunta durante un seminario:
Thomas: ¿Qué ocurre en el caso de una inseminación artificial? Tengo un caso concreto en el que él no puede tener
hijos, y la pareja se esfuerza por tener un hijo mediante inseminación artificial. ¿Qué consecuencias tiene eso para el
matrimonio?
Bert Hellinger: Si el semen es del marido, está bien.
Thomas: No, quieren utilizar semen de un banco de semen.
Bert Hellinger: Según mi experiencia, el matrimonio se rompe si el semen es de otro hombre. De todos modos,
su relación posiblemente estaba en peligro ya antes. Cuando una pareja tiene que encarar una suerte especialmente
difícil, como por ejemplo el no poder tener los hijos que ellos desearían, deben proceder con especial cuidado si
intentan cambiar esta suerte. No es tan fácil cambiar la suerte con medios técnicos como algunos piensan. Las
consecuencias para el sistema son inesperadas y, por regla general, más graves de lo que quieren admitir. Si un
hombre, por ejemplo, no puede tener hijos y su mujer se busca a Otro hombre o se somete a una inseminación
artificial para quedar embarazada, ella no acepta a su marido como es, lo cual es un mal presagio para su relación.
Si ella desea tener una relación de pareja con él, estaría bien aconsejada en aceptarlo tal como es, incluyendo sus
limitaciones. De lo contrario, debería separarse de él, con todas las consecuencias que esto comporta.

Un ejemplo:
Un hombre, que no podía tener hijos a raíz de una enfermedad que había tenido, le dijo a su mujer que se buscara a un
hombre capaz que le hiciera un niño para que luego ellos dos lo criarían. Ella lo hizo y se buscó a alguien de televisión.
Con éste tuvo una niña. Poco después, el matrimonio se rompió. Ella, sin embargo, conoció a otro hombre, quedó
embarazada de él y se casó con él.
La primera hija pensaba que el anterior marido de la mujer era su padre. Pero siempre que miraba la tele y veía a su
verdadero padre, decía:
-Con éste me casaré un día.
Ahora, sin embargo, la madre ya ha aclarado el asunto con la hija.

E. LAS CONSECUENCIAS DE UN ABORTO VOLUNTARIO PARA UNA RELACIÓN DE PAREJA Ahora


quisiera decir algo respecto de las consecuencias de un aborto voluntario y de su significación para un sistema. Para los
hijos en una familia, los abortados no pertenecen al sistema. Es lo que he podido observar hasta ahora, pero es posible
que más adelante se llegue a otras conclusiones. Para los padres, los abortados sí que pertenecen al sistema. Mientras que
los abortos espontáneos raras veces pertenecen al sistema, los hijos nacidos muertos siempre forman parte, tanto para los
padres como para los hijos. Es posible que en otras culturas sea diferente que aquí. Si bien puede haber grandes
diferencias de familia en familia, en nuestra cultura el aborto voluntario tiene efectos muy profundos en el alma, y esa
instancia interior no se impresiona por los argumentos. Actúa de manera absolutamente independiente de todo
razonamiento, y también de un modo inconsciente.
La dificultad en el aborto voluntario está en que, en la mayoría de los casos, se alberga la ilusión de poder
deshacer lo hecho, lo cual no es cierto. Lo que he podido observar es que el aborto voluntario tiene, por regla
general, consecuencias mucho más graves que la conformidad con el hijo. La carga que toman sobre sí aquéllos
que realizan un aborto es mucho más difícil de llevar que aquello que tomarían sobre sí teniendo al hijo.

Página 70 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Hay situaciones en las que un aborto quizás sea la solución. Una solución, sin embargo, que siempre está ligada a la
culpa. Puedo imaginarme situaciones en las que me inclinaría con respeto ante alguien que se encontró en tal situación y
se decidió así. En un caso así, sin embargo, se trata de una decisión a sabiendas y las consecuencias no se minimizan, sino
que se aceptan.
Conozco parejas cuya decisión de abortar respeto; la tomaron conscientemente, aceptando las consecuencias con una
actitud de reverencia ante el hijo. Ese hijo no nato aparecía ante ellos como una persona que necesitaba y merecía ser
vista. Si la decisión de abortar se toma teniendo presente al hijo no nato, con todo el dolor y toda la culpa que este acto
entraña, con la plena conciencia de lo que al hijo se le exige, entonces la decisión provoca un profundo sufrimiento. Este
tipo de aborto tiene una cualidad muy diferente. Afecta a los cónyuges durante mucho tiempo, pero también encierra la
posibilidad de acercarlos el uno al otro y de profundizar su amor.
Una consecuencia importante de un aborto voluntario es que, por regla general, la relación de pareja se termina. Si el
aborto voluntario tiene lugar en un matrimonio, frecuentemente se acaba la relación sexual. No siempre tiene que ser así,
también existen soluciones, pero si el hecho se tapa y se reprime, muchas veces es así.
En el caso de un aborto voluntario, frecuentemente el hombre rehuye la responsabilidad para pasársela a la mujer. Sin
embargo, la responsabilidad es de ambos padres, de la misma manera que ambos son igualmente responsables del
embarazo, y ninguno de los dos puede pasársela al otro. La mujer no puede hacerlo nunca, ya que es ella quien toma la
última decisión. El hombre queda libre si él respaldaba plenamente a la mujer y hubiera aceptado plenamente al hijo, y si
esta actitud es fidedigna.
Klara: ¿Y si él no sabía nada?
Bert Hellinger: Entonces no tuvo que tomar ninguna decisión, pero aun así se encuentra involucrado. Si lo
supiera más tarde, tendría que encararlo en ese momento. El aborto voluntario es un caso extremo de tomar y de
dar: el hijo lo da todo y los padres lo toman todo. También el padre, que no lo sabía, lo tomó todo. Hacérselo saber
es un deber con él.
Algunos, después de un aborto voluntario, se condenan a muerte, lo cual debe ser respetado. La ejecución de esta
condena de muerte es el colmo de lo que a un hijo se le pueda exigir. En un caso así, el hijo se ve nuevamente
involucrado en un contexto que debe ser grave y muy duro para él. Cuando se integra a un hijo abortado en una
constelación, se percibe un efecto muy especial. Klaus, ¿cómo te fue a ti? (se refiere a una constelación en la que Klaus
ocupó la posición de un hijo abortado).
Klaus: En un principio me encontraba muy solo y sin ningún sentido para la vida.
Bert Hellinger: Este es el efecto: el hijo se siente totalmente solo, abandonado y expulsado. Esta es la situación, y el
efecto es que cuando uno de los padres o ambos se dirigen al hijo -esto ocurre simbólicamente al tocarlo-, el hijo es
integrado y admitido en la familia, viéndose así capaz de asentir a su destino. Todo esto, sin embargo, sólo es posible si
los padres admiten el dolor. El dolor honra al hijo y lo reconcilia con los padres. Los hijos, por su disposición
fundamental, están incluso dispuestos a dar la vida por los padres. Un niño no sujeta la vida a toda costa, ya que la muerte
forma parte de la vida. Para nosotros es imposible apreciar cuál será la ganancia y cuál la pérdida en todo esto. Si los
padres logran ver y reconocer al hijo como persona, ver que éste entregó su vida, y si consiguen tomarlo como un regalo,
llega al final la paz. En una situación así, un buen ejercicio consiste en que los padres, durante un tiempo, lleven consigo
al hijo, o que lo cojan de la mano y le enseñen el mundo, durante un año o dos. Después puede realmente estar muerto y
todo puede haber acabado. A través del sufrimiento se llega a una plenitud que en el plano superficial de la risa y de la
alegría muchas veces no es posible. Este es entonces el premio. En memoria del hijo puede hacerse algo bueno que en
otras circunstancias no se hubiera hecho, sin que tenga que ser nada grande.
Siempre que en estos cursos aparece el tema del aborto voluntario, intento evitarlo al máximo y preferiría
retirarme de esta situación por lo difícil que es, pero hay que encararla. Éstos son unos cuantos puntos de
referencia, pero en cada caso será diferente. Esta es mi experiencia hasta ahora. Simplemente la comunico, y no
quiero tratarla más extensamente, me es demasiado difícil. Simplemente quisiera haberlo dicho (silencio
prolongado). Ahora os leeré una historia meditativa.

EL HUÉSPED
En alguna parte, lejos de aquí, allá donde en su tiempo se encontraba el Lejano Oeste, un hombre iba caminando con
su mochila sobre sus espaldas, atravesando un país vasto y solitario. Tras caminar muchas horas —el sol ya estaba alto y
su sed se hacía imperiosa— vio una granja en el horizonte.

Página 71 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

'Gracias a Dios' -pensó-, 'por fin un hombre en medio de esta soledad. En su casa entraré, le pediré algo para beber,
y quizás después nos sentemos un poco en la terraza y charlemos antes de que continúe mi camino.' Y se imaginaba lo
bonito que sería.

Al acercarse, sin embargo, vio que el granjero empezaba a afanarse en el huerto delante de su casa, y las primeras
dudas lo invadieron. 'Probablemente tendrá mucho que hacer' —pensó—, 'y si le digo lo que quiero, le caeré pesado;
podría pensar que soy un descarado.'
Así, al llegar a la puerta del huerto, tan sólo saludó al granjero con un gesto y pasó.

El granjero, por su parte, ya lo había visto de lejos y se alegró.


'Gracias a Dios' —pensó—, 'por fin otro hombre en medio de esta soledad. ¡Ojalá venga conmigo! Entonces
tomaremos algo juntos, y quizás nos sentemos en la terraza y charlemos antes de que siga su camino.' Y entró
en la casa para preparar unos refrescos.

Pero al ver al forastero que se acercaba, también él comenzó a dudar. 'Seguramente tendrá prisa, y si le digo lo
que quiero, le caeré pesado; podría pensar que lo importuno. Pero quizás tenga sed y quiera entrar él mismo. Lo
mejor será que me vaya al huerto delante de casa y haga ver que tengo que hacer. Ahí tendrá que verme, y si
realmente quiere venir conmigo, ya lo dirá. 'Cuando, finalmente, el otro no hizo más que saludarlo con un gesto y
seguir su camino, se dijo: '¡Qué pena!'.

El forastero, sin embargo, continuó caminando. El sol seguía subiendo, su sed aumentaba, y pasaron horas hasta que
en el horizonte divisó otra granja. Se dijo a sí mismo; 'Esta vez entraré en casa de este granjero, le caiga pesado o no.
Tengo tanta sed que necesito algo para beber.

Pero también el granjero ya lo vio de lejos y pensó: 'Espero que éste no venga conmigo. ¡Sólo me faltaría eso! Tengo
tanto que hacer que no puedo atender a otras personas.' Y siguió con su trabajo sin levantar la mirada.

El forastero lo vio en el campo, se acercó a él y dijo: -Tengo mucha sed. ¡Por favor, dame algo para beber! El
granjero pensó: -Ahora no puedo rechazarlo, al fin y al cabo soy humano.' Así, lo llevó a su casa y le trajo algo para
beber.
El forastero dijo: -Estuve mirando tu huerto; se nota que es el trabajo de uno que entiende, que ama a las plantas y
sabe lo que necesitan.
El granjero contestó: -Veo que también tú entiendes de estas cosas,...
Y se sentó y charlaron largo rato.
Después, el forastero dijo: -Ya va siendo hora que me vaya.
El granjero, sin embargo, se resistía, diciendo: -El sol ya está bajo. Quédate conmigo esta noche; así nos sentaremos
en la terraza y charlaremos antes de que mañana continúes tu camino.
Y el forastero asintió.

Al caer la tarde, se sentaron en la terraza, mientras el vasto país yacía transformado bajo la luz del crepúsculo.
Al ceñirse la oscuridad alrededor de ellos, el forastero comenzó a contar cómo el mundo había cambiado para él
desde que se había dado cuenta de que a cada paso había otro que lo acompañaba. Primeramente no quería
creerse que había alguien que continuamente iba a su lado; que, cuando él paraba, también se detenía, y cuando
él reanudaba su camino, volvía a levantarse con él. Y había tardado un tiempo en comprender quién era ése, su
compañero.
-Mi continua compañera -dijo- es mi Muerte. Tanto me he acostumbrado a ella que ya no quisiera prescindir de tenerla a
mi lado. Es mi mejor amiga y la más fiel. Cuando no sé qué es lo correcto y cómo debería seguir, me detengo unos
momentos para pedirle una respuesta. Me expongo a ella por completo, con mi superficie más grande, por así decirlo;
seque ella está ahí y yo estoy aquí. Y sin aferrarme a ningún deseo, espero que de ella a mime llegue una señal. Si estoy

Página 72 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

centrado y la encaro con valentía, al cabo de un tiempo, de ella a mime llega una palabra -como un relámpago que
ilumina lo que estaba oscuro- y veo con claridad.
Al granjero le parecían extrañas estas palabras; y largamente se quedó mirando la noche, sin decir nada. Después,
también él vio quién le acompañaba: su propia Muerte. Y se inclinó ante ella.
Le parecía transformado lo que aún quedaba de su vida; precioso como el amor que conoce el adiós y, como el amor,
lleno hasta el borde.
A la mañana siguiente, comieron juntos y el granjero dijo: -Aunque te vayas, me queda una amiga. Después,
salieron al aire libre y se dieron la mano. El forastero continuó su camino, y el granjero volvió a su campo.

Ejemplos de los seminarios acerca de los sucesos en relación con abortos voluntarios:
Adrián (durante una ronda): Simplemente quisiera decir que Jennifer, mi mujer, probablemente abortará hoy, y yo no
puedo hacer nada. (Su voz va bajando) Simplemente me desespera y me paraliza; quisiera poder hacer algo. Ahora estoy
aquí sentado, a quinientos kilómetros de distancia, y no puedo hacer más que aceptarlo.
Bert Hellinger: Lo que se está realizando ahora es un poco de muerte, también en ti, y a eso tienes que asentir.
(Pausa) Quiere decir que perderás a Jennifer, perderás a tu familia, y que tienes que asentir a todo eso. De la culpa
—de tu culpa, que también está en todo esto—, del sacrificio del niño y de la pérdida de tu familia, a continuación
puede surgir una fuerza nueva para una realización nueva. Si tu asientes a todo esto, será como si de tus espaldas
cayera un montón de equipaje. Si, por lo contrario, pretendes manejarlo y arreglarlo, se vuelve pesado. ¿Algo más,
Adrián?
(Adrián respira profundamente y mira hacia abajo con cara de autocompasión)
Bert Hellinger: Lo que está haciendo ahora le hace daño. Tiene la cualidad de la pesadumbre y no corresponde. Adrián
(en voz baja): Exiges mucho.
Bert Hellinger: Sí, lo que ayuda no siempre es fácil. (Pausa) Hay algo que no va en esta actitud exagerada. De esta
manera, la energía se encauza más bien hacia el sufrimiento y no hacia la acción; eso no lleva a ninguna parte. Ahí lo
dejaré de momento. (Más tarde, en otra ronda)
Fraude: Me preocupa la importancia de los excluidos en las familias, y me pregunto si también los hermanos tienen
que saber que hubo un hijo que fue abortado.
Bert Hellinger: Eso no les interesa en absoluto a los hijos. Es algo que está entre los padres y tiene que permanecer ahí.
Hasta ahora no he visto que traiga problemas para los hijos. Podría darse el caso, pero yo no lo he visto todavía. Fraude:
Esta mañana, al levantarme, me dolía la cabeza en un punto determinado, y creo que tiene que ver con el tema del aborto.
Aborté a mi tercer hijo. Ahora hará veinte años de eso, y durante todo este tiempo yo valoraba mi decisión, pero no al
niño. Ahora me asusta la idea de que mi hija podría estar identificada con ese niño, ya que ella no admite en absoluto la
sexualidad en su vida. No sé cómo reaccionar.
Bert Hellinger: Déjalo desligado de tu hija. Puedes dejar que el punto que te dolía aquí baje a tu regazo. Jutta:... y
lo que me afectó mucho fue lo que ayer dijiste del aborto. En ese momento (empieza a llorar) empecé a sentir
mucho dolor y mucha irritación.
Bert Hellinger: La irritación desvía la atención, irritación significa que alguien pasa a otro una responsabilidad
que le corresponde a él mismo. Tienes que asumirla, ya que en el aborto la responsabilidad no es compartida.
Sobre todo la mujer no puede partirla. El hombre, a veces, no tiene toda la fuerza para evitarlo. Si él quiere tener al
hijo y la mujer no, él no puede influir en el proceso. La mujer, en cambio, siempre puede influir en ello, por lo
tanto, tiene que asumir la plena responsabilidad, independientemente de lo que haya pasado.
Jutta: Empecé a acordarme desde cuándo estamos hablando de una separación; hace justo un año y medio, desde el
aborto, y hubiera sido nuestro tercer hijo.
Bert Hellinger (refiriéndose a la constelación del sistema actual de Jutta, en la que ella miraba en otra dirección que su
marido): Entonces tu mirada se dirige al niño (Jutta empieza a llorar). Éste es un dolor que cura, un dolor que honra al
niño.
Bert Hellinger (después de una pausa): ¿Hay más preguntas al respecto?
Ludwig: ¿Los abortos espontáneos también tienen importancia en un sistema?
Bert Hellinger: Los abortos espontáneos no pertenecen al sistema. Muy raras veces son de importancia para una
relación de pareja. Hay que aceptarlos como un suceso, un destino, sin buscar culpas personales. Si una madre, por
ejemplo, dice: «¿Qué habré hecho para sufrir un aborto?», ésta sería una pregunta inadmisible. Es una arrogación, y sólo

Página 73 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

puede llevar al trastorno. Si un terapeuta insinúa: «Éstos ya han tenido cinco abortos, por lo tanto, tiene que haber algo
que no funciona con ellos», se trata de una intervención de consecuencias fatales, lo cual para mí es inadmisible. Ludwig:
Preguntaba porque una vez, por un sueño de un cliente, supuse que en la familia de éste había habido abortos
espontáneos. Más tarde, él me lo confirmó, y por eso pensaba que podía tener importancia. Bert Hellinger: ¿Eran
hermanos suyos? Ludwig: Sí.
Bert Hellinger: Sí, es posible que tengan alguna importancia. En este caso la solución sería que él dijera:
«Vosotros no vinisteis al mundo, yo sí que vine al mundo. Vosotros estáis muertos, yo vivo.» Entonces tiene que
enfrentarse con el sentimiento de culpa, con que él gana y los otros pierden, sin que él haya podido hacer nada ni
tenido ningún provecho. Ya conocéis la fórmula mágica para la solución: «Vosotros estáis muertos, yo aún vivo un
poco, después moriré también.» Esta frase supera el desnivel, con lo cual ya no es posible la arrogación para el que
queda con vida. Lo que tú dices, Ludwig, demuestra que es peligroso convertir una teoría en algo siempre válido.
Yo no os doy más que puntos de orientación, pero éstos nunca deben impedir mirar aquello que se tiene delante en
cada momento.
Gabriele: Dijiste que una relación se rompe cuando se aborta. ¿También es válido en el caso de un cuarto o quinto
hijo?
Bert Hellinger: Sí, también es válido en esos casos; es lo que he podido observar.
Pregunta: ¿Y si el hijo era de una relación extramatrimonial y no del marido?
Bert Hellinger: En un caso así, por regla general, se hunde el matrimonio.
Pregunta: ¿Aún podrías explicar por qué se hunde el matrimonio?
Bert Hellinger: No, no quiero hacerlo. Tengo algunas ideas al respecto, pero no son importantes aquí; eso ya se
desviaría más bien hacia la imaginación o la ideología, lo cual sería peligroso e impugnable. La descripción no es más que
una descripción...

¿Cómo se puede ayudar tras un aborto voluntario?


Quisiera referir algunas ideas acerca de la solución. En el aborto voluntario, un hijo es expulsado por sus padres; los
padres lo toman todo y el hijo lo da todo. Con el hijo también se rechaza, se expulsa y se aborta al cónyuge. Este es el
proceso; por tanto, la relación se termina. Es posible llegar a una solución, integrando nuevamente al hijo. En un primer
lugar, este hijo tiene que convertirse en persona para los padres. Lo mismo vale para hijos nacidos muertos que no fueron
aceptados en el grupo familiar. En una constelación, la mejor manera de realizar esta integración consiste en sentar al hijo
abortado delante de los padres, apoyado en ellos. Después, los padres ponen sus manos en la cabeza del hijo. Todo esto
produce un efecto muy profundo y, frecuentemente, cambios importantes. De esta manera, el hijo vuelve a estar vivo. En
cuanto ambos padres sienten el dolor por la pérdida y por lo que ellos le hicieron al hijo, se hace posible la reconciliación.
El dolor honra al hijo, haciendo que éste se sienta acogido y encuentre su lugar y su paz. Si la culpa es asumida y
reconocida, de todos estos sucesos nace una fuerza. Entonces la relación de pareja puede volver a empezar, pero en un
plano totalmente distinto que antes. Ya no será como antes. Si sólo uno de los cónyuges siente el dolor, y el otro no, la
relación se rompe.
Encontrar la paz también significa que no se atribuyan efectos negativos a nadie que no haya actuado
personalmente. En cuanto una madre, por ejemplo, se siente permanentemente triste a causa de un hijo no nacido,
este hijo, por así decirlo, tiene la culpa de esta tristeza y no encuentra la paz. No se trata de integrar a los hijos para
sujetarlos, sino de integrarlos para después dejarlos en paz. De esta manera todos quedan libres y el bien, que de ahí
proviene, perdura. Todo lo demás, sin embargo, puede ser algo pasado.

5. SEPARACIONES

A. CUANDO DOS PERSONAS NO CONSIGUEN SEPARARSE


Cuando se malogra una separación, muchas veces se buscan culpables, y buscando culpas en una situación así, la
persona rehúye la vehemencia del destino.
Si, por ejemplo, se rompe un matrimonio en el que nacieron hijos, para el hombre y para la mujer es una catástrofe.
De momento, tan sólo tomo a estos dos. Es un dolor muy profundo, ya que los dos, al comenzar su matrimonio,
albergaban esperanzas totalmente distintas para la empresa conjunta. - Y de repente todo se acaba. En la mayoría de los
casos se acaba sin que ninguno de los dos tenga la culpa, sino que se acaba porque cada uno está implicado a su manera, o
porque uno se encuentra en otro camino o se ve llevado hacia otro camino.
Página 74 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Quien, por lo contrario, intenta determinar culpas, tiene la imagen o la ilusión de poder hacer algo, o de que él
mismo o su pareja simplemente tendrían que cambiar su comportamiento para que todo se arreglara. En vez de
darse cuenta del alcance y de la profundidad de la situación, la atención se centra en las supuestas culpas y en los
reproches mutuos. La solución consiste en que ambos se entreguen a su dolor, a esa aflicción profunda porque todo
ha pasado. Este dolor no dura mucho tiempo, pero llega muy hondo y se siente muy intensamente. Después, de
repente se encuentran desligados el uno del otro, de modo que pueden tener una buena conversación, y solucionar
de manera razonable y con respeto mutuo todo lo que aún quede por arreglar. En una separación, la cólera muchas
veces sustituye el dolor y la aflicción.
Frecuentemente, cuando dos personas no pueden separarse, les falta el tomar. En un caso así, el uno tiene que decirle al
otro: «Tomo lo que me diste. Fue un montón, y lo honraré y lo llevaré conmigo. Aquello que yo te di, lo di a gusto y
puedes quedártelo. Por aquello que fue mal entre nosotros dos, yo asumo mi parte de responsabilidad y te dejo la tuya, y
ahora te dejo en paz.» Entonces pueden separarse.
A veces, en tales situaciones, cuento una historia muy sencilla:

EL FINAL
Dos personas emprenden su camino con las mochilas llenas. El camino los lleva por jardines y prados llenos de
flores, y los dos se alegran. Después comienzan a caminar cuesta arriba. Al cabo de un tiempo, empiezan a comer
algo de sus provisiones. Finalmente, a uno de los dos se le acaban las reservas y se sienta. El otro, sin embargo,
sigue caminando y subiendo un poco más. El camino cada vez se vuelve más pedregoso, y también él consume sus
últimas provisiones. Se sienta y vuelve su mirada hacia el valle y los jardines en flor — y comienza a llorar.

B. SEPARACIONES IRRESPONSABLES Y SUS CONSECUENCIAS


Como ya dijimos, algunas personas actúan respecto a sus relaciones y vínculos como si fueran a un club, donde se les
permitiera ingresar o darse de baja en cualquier momento. Sin embargo, no es así. Toda persona que haya estado en una
relación de pareja seria se encuentra atada, por lo que no puede evitar ni el dolor ni la culpa al momento de abandonarla.
También trae consecuencias graves si uno de los cónyuges se separa alegando argumentos como: <Ahora hago algo para
mí, para mi autorrealización, y lo que será de vosotros es asunto vuestro.» A continuación, frecuentemente muere o se
suicida un hijo. Una separación así es experimentada como un crimen que uno tiene que expiar.

Un ejemplo:
Una mujer se separó de su marido, y a continuación, la hija contrajo una enfermedad mortal. En la constelación
se colocó a la madre al margen, y los hijos de esa familia se pusieron junto a la familia que el padre había formado
con su nueva mujer. Cuando la hija pudo decirle a la madre: «Tú tienes que llevar las consecuencias», ella quedó
libre y todos se sentían bien y en orden.
Pregunta: ¿Quién decide si una separación se realiza a la ligera? Bert Hellinger: Nadie puede decidirlo. Eso se
vive. Donde ocurre, todo el mundo sabe en seguida si es a la ligera o no.

Página 75 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

V. IMPLICACIONES SISTÉMICAS Y SUS SOLUCIONES

1. LA RED FAMILIAR
Junto con nuestros padres y nuestros hermanos formamos una comunidad con un destino común, una familia. Como
familia, sin embargo, pertenecemos también a una red familiar en la que se unen los dos grupos de origen de los padres
para formar un mayor sistema de personas a las que, quizás, no conozcamos en su totalidad, pero que, a pesar de todo,
son significativas para nosotros.
Por regla general pertenecen a la red familiar (sin tener en cuenta si aún viven o han muerto ya):

1. el hijo y sus hermanos;


2. los padres y sus hermanos;
3. los abuelos;
4. a veces alguno de los bisabuelos;
5. todos aquéllos que hicieron sitio para otros en el sistema, por ejemplo un primer marido o una primera mujer de los
padres o de los abuelos (o relaciones equiparables a un matrimonio, incluso en caso de una separación o un divorcio
posteriores), novios anteriores, una mujer o un hombre con la/el que un miembro de la red familiar tenga un hijo, y,
finalmente, todos aquellos cuya desgracia, desaparición o muerte hayan supuesto una ventaja para otros en el sistema.

Un ejemplo:
Una vez se presentó una cliente cuyos padres habían alquilado y posteriormente comprado una tienda de
comestibles de un matrimonio mayor. Salió a la luz que este matrimonio en un principio hubiera querido dar la
tienda a su hijo, pero aquél cayó en la guerra. Aunque no había ningún parentesco entre los padres de la cliente y
este hijo, esta persona formaba parte del sistema por haber hecho sitio en favor de ellos.

2. CONDICIONES PARA UN DESARROLLO DE LA RED FAMILIAR


Mientras que en nuestras relaciones personales tienen que cumplirse tres condiciones para su éxito -la vinculación, el
equilibrio entre dar y recibir, y el orden- en la red familiar aún rigen otras leyes más:

A. EL DERECHO A LA PERTENENCIA
Todo el que pertenece a una red familiar tiene el mismo derecho a formar parte de ella, y nadie puede ni debe negarle
su lugar. En cuanto aparece alguien en el sistema, diciendo: «Yo tengo más derecho a pertenecer a este sistema que tú»,
hiere el orden y el sistema queda trastornado. Si alguien olvida, por ejemplo, a una hermana muerta tempranamente o a
un hermano nacido muerto, si ocupa con toda naturalidad el lugar de un cónyuge anterior, y si ingenuamente parte de la
suposición de que él o ella tenga ahora más derecho a pertenecer al sistema que no aquél que hizo sitio, entonces atenta
contra el orden. Frecuentemente, las consecuencias aparecen en una de las generaciones posteriores, cuando alguien, sin
darse cuenta, imita la suerte de la persona a la que se niega la pertenencia.
Esta es la culpa principal de un sistema: excluir a una persona aunque ésta tenga el derecho de formar parte, derecho
que es de todos los mencionados en el capítulo anterior.

B. LA LEY DEL NÚMERO COMPLETO


El individuo se siente entero y completo en un sistema si todas las personas que pertenecen a su sistema, a su red
familiar, tienen en su alma y en su corazón un lugar bueno y honroso, y si les concede toda su dignidad. Todos tienen que
estar presentes. El que sólo se ocupa de su yo y de su restringida felicidad individual no se siente completo.

Quisiera aclarar este punto mediante un ejemplo:


Cada uno de nosotros tiene en su vida una sensación o un estado de ánimo básico a los que está habituado. Los terapeutas
con los que trabajé en Chicago lo llamaban «home-base». Es el lugar en el que uno puede sentirse seguro. La expresión
proviene del béisbol. A esta sensación básica nos retiramos, allí notamos el estrés mínimo. Cada uno puede determinar el
punto en el que se encuentra esta sensación básica, es decir, podríamos imaginarnos una escala de -100 a +100, y cada
uno podría apuntar en ella dónde se encuentra su estado de ánimo básico. Este Página 76 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

estado básico no es variable. Así, al menos, decían. Yo, sin embargo, encontré la manera de variarlo. (Risas). Si se
consigue tomar a un padre o una madre, hasta entonces excluidos, el estado de ánimo básico sube unos 75 puntos.
Aquí se ve y se percibe el efecto de la integración de una persona importante, hasta entonces excluida, y de con
seguir una imagen interior más completa.

C. LA LEY DE LA PRIORIDAD DE LOS ANTERIORES


El ser se califica por el tiempo. Obtiene su rango y se estructura por el tiempo. El que aparece primero en un sistema tiene
prioridad respecto al que llega después. Por lo tanto, en relaciones que crecen con naturalidad rige una jerarquía que en
primer lugar se orienta por el «antes» y el «después», es decir, el que llega antes queda antepuesto, el que llega después
queda pospuesto. Este principio de orden lo llamo yo el orden original. Por tanto, los padres tienen prioridad respecto a los
hijos, y el primogénito respecto al segundogénito.
Si una persona pospuesta se inmiscuye en el ámbito de la persona antepuesta, es decir, si un hijo intenta reparar la culpa
del padre o pretende ser un marido mejor para la madre, se arroga un derecho que no le pertenece, y a tal arrogación la
persona frecuentemente reacciona con una tendencia al fracaso o a la ruina. Como en la mayoría de los casos esto sucede
por amor, no tenemos conciencia de una culpa. Siempre que haya un final desastroso, por ejemplo de alguien que se
vuelve loco o comete suicidio o acaba siendo un criminal, estos contextos juegan un papel importante.

Al orden le es indiferente mi comportamiento


Supongamos que un hombre y una mujer hayan perdido sus respectivas primeras parejas, ambos tienen hijos, se casan e
introducen estos hijos en el nuevo matrimonio. En un caso así, el amor del hombre a sus hijos no puede pasar por su nueva
mujer, y el amor de la mujer a sus hijos no puede pasar por este marido. El amor a los propios hijos nacidos de la relación
anterior tiene prioridad sobre el amor a la pareja. Este es un principio de suma importancia.
No debe utilizarse como dogma, pero muchos trastornos en relaciones en las que se introducen hijos de relaciones
anteriores provienen de una actitud celosa de la nueva pareja frente a estos hijos. Tal actitud es injustificada; los hijos
tienen prioridad. Si se reconoce el orden, en la mayoría de los casos funciona.
El orden justo es difícil de abarcar y no puede ser proclamado. Es diferente de una regla de juego, siempre variable. El
orden es intocable. Al orden le es absolutamente indiferente mi comportamiento. Siempre está ahí. No puedo romperlo,
solamente puedo romperme a mí mismo. El orden se impone a corto o a largo plazo, y es un acto muy humilde someterse
al él; a la vez, este someterse a un orden tiene algo vital. Es como si alguien baja a un río que lo lleva: aun así, queda una
cierta libertad de movimiento. Es muy diferente a un orden pronunciado.
D. RECONOCER QUE TODO ES PASAJERO
Únicamente reconociendo que todo en un grupo es pasajero encontramos un límite y la medida para todos nuestros deseos
y nuestras reivindicaciones.
Las soluciones, sobre todo en el caso de implicaciones sistémicas, siempre tienen que ver con el reconocimiento del
carácter efímero de todas las cosas. En los sistemas, muchas veces se mantiene vivo algo que en el fondo ya ha pasado;
por eso sigue actuando.
En los libros de Castañeda se indica la necesidad de olvidarse de la propia historia; eso va en esta dirección. Sin embargo,
el retirarse y olvidarse de todo exige una disciplina extraordinaria. Entonces realmente puede ser algo pasado, sin que se
vuelva a tocar. Tiene algo espiritual si se consigue permitir que lo pasado sea pasado.
Estas leyes no son tangibles. Cuando se mira un árbol con sus hojas, todas están formadas según la misma ley,
pero, a pesar de todo, cada cual es diferente. Este es el secreto de estas leyes: es posible intuirlas, pero el resultado
es distinto en cada caso. De esta manera se da una vitalidad que contrasta con las reglas hechas. Estos órdenes
básicos no son del todo rígidos, es decir, permiten muchos resultados. Así se mantienen flexibles y vivos.

LA SENTENCIA
Un rico murió, y al llegar a las puertas del cielo, llamó y pidió entrada. San Pedro le abrió y le preguntó qué quería. El
rico dijo:
—Quisiera una habitación de primera clase, con vista a la tierra, y, además, a diario mi plato preferido y la prensa del
día.
San Pedro en un principio se resistía, pero al impacientarse el rico, lo llevó a una habitación de primera clase, le trajo su
plato preferido y la prensa del día, le echó una última mirada y dijo:

Página 77 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

—Dentro de mil años volveré— y cerró la puerta detrás de sí.


Al cabo de mil años volvió y miró por la ventanilla de la puerta.
-¡Por fin estás aquí! -exclamó el rico-. ¡Este cielo es horrible!
San Pedro sacudió la cabeza.
—Te equivocas —dijo—, éste es el infierno.

3. LA JERARQUÍA EN SISTEMAS FAMILIARES


En los sistemas ocurre al revés de la jerarquía en relaciones crecidas: aquí el nuevo sistema tiene prioridad sobre el
antiguo. Si alguien crea una familia, esta familia actual tiene prioridad sobre las familias de origen de los cónyuges. No sé
por qué es así, únicamente se trata de experiencias.
Pregunta: Hay algo que no entiendo. Si alguien se casa por segunda vez, ¿éste sería un nuevo sistema que tendría que
tener prioridad?
Bert Hellinger: Tiene prioridad por una parte. Si un hombre o una mujer, durante el matrimonio, tiene un hijo
con otra persona, él o ella tienen que abandonar el matrimonio y juntarse con la nueva pareja, por muy difícil que
sea para todos. A pesar de todo, la nueva mujer tiene que decirle a la anterior: «Tú eres la primera, yo, la segunda».
Es decir, la nueva relación tiene prioridad sobre la primera, pero sólo puede ser lograda si, a la vez, se reconoce y
valora a la primera mujer.

4. LA CONCIENCIA EN LA RED FAMILIAR


Así como la conciencia personal vela por las condiciones de vinculación, equilibrio y orden, también existe una
conciencia de grupo o de la red familiar, una instancia que vela por este sistema, encontrándose al servicio de la red
familiar y procurando que el sistema se mantenga dentro del orden o llegue a él, y vengando las infracciones del orden en
el sistema. Esta conciencia actúa de otra manera totalmente distinta. Mientras que la conciencia individual reacciona con
sensaciones de malestar o de bienestar, de placer o de desagrado, la conciencia de la red familiar no se percibe
sensiblemente. Por esta razón, no son tampoco los sentimientos los que ayudan a encontrar una solución, sino únicamente
un conocimiento que proviene del entendimiento. La conciencia de la red familiar permanece inconsciente para nosotros,
de la misma manera que, en lo esencial, también nos es inasequible el orden al que sirve. Donde más posibilidades de
conocerlo tenemos es por el sufrimiento que causa el ignorar este orden, tanto para nosotros como para otros, sobre todo
para los hijos.
La conciencia de la red familiar es una conciencia participativa. La comparo al vuelo de los pájaros: no es el pájaro
individual el que cambia el rumbo, sino toda la bandada. En la bandada actúa algo común. Todos son llevados por una
misma corriente, por así decirlo. De la misma manera, también el hombre como individuo forma parte de un todo, y por
encima de éste hay algo común que actúa como un principio de orden. Todo el mundo participa en este principio y, de
esta manera, también se le impone una obligación. En este contexto también rige la ley de que los de arriba muchas veces
pasan la fatalidad a los más pequeños, y éstos la toman sobre sí.
Esta conciencia de la red familiar se hace cargo de aquellas personas que nosotros excluimos de nuestra alma y
de nuestro pensamiento consciente, bien porque las tememos o condenamos, bien porque queremos oponernos a su
suerte, o porque otros en la familia o la red familiar se hicieron culpables con ellas sin que la culpa haya sido
nombrada, ni tampoco asumida o reparada, o bien que ellas tuvieron que pagar por lo que nosotros tomamos y
recibimos, sin que se lo hayamos agradecido o las hayamos valorado por ello.
El vínculo que esta conciencia establece con un grupo es tan trascendental, que sentimos como reivindicación y
obligación aquello que otros en este mismo grupo sufrieron o causaron y, en consecuencia, nos vemos implicados en
culpas ajenas e inocencia ajena, en pensamientos, preocupaciones y sentimientos ajenos, en conflictos ajenos y
consecuencias ajenas, en metas ajenas y desenlaces ajenos.

Las diferencias entre la conciencia personal y la conciencia de la red familiar


La conciencia personal -también podría llamarse conciencia de primer plano-, es decir, aquélla que sentimos, se refiere
a las personas a las que estamos directamente vinculadas, o sea a los padres, los hermanos o los amigos, los cónyuges o
los hijos, confiriéndoles un lugar y una voz en nuestra alma.
La conciencia oculta -o de trasfondo- actúa como un sentido de orden y equilibrio para todos los miembros de una red
familiar, que sanciona y compensa en los pospuestos toda injusticia sufrida por los antepuestos, aunque aquéllos no sepan
nada de los antepuestos y sean inocentes. Se hace cargo de todas aquellas personas que nosotros excluimos de nuestra
Página 78 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

alma, y de nuestro pensar y sentir conscientes, y no nos deja tranquilos hasta que también ellos tengan un lugar y una voz
en nuestro corazón. Toda persona tenida en cuenta por esta conciencia, o sobre la que ésta actúe, también pertenece a la
red familiar. Su alcance, por tanto, permite deducir quién pertenece como miembro a una red familiar.
Respecto a la conciencia personal, de primer plano, nos sentimos activos y libres. Respecto a la conciencia oculta, de
trasfondo, no somos libres, ya que ella dispone de nuestro bienestar o malestar según el interés de la red familiar, de la
misma manera que el todo dispone de una parte.

La lucha del amor contra el orden


Cuando un posgénito hiere el orden, se arroga el derecho de negar algo que ya tiene, de hacer algo que no
puede hacer, de tomar algo que no debe tomar. Pero dado que un hijo en la mayoría de los casos infringe el orden
por amor, él mismo no se da cuenta de la arrogación y considera buena su manera de actuar.
El orden, sin embargo, no puede superarse por el amor, ya que, antes que todo amor, en el alma actúa ese
sentido de equilibrio, haciendo justicia al orden del amor, incluso a costa de la felicidad y de la vida. La lucha del
amor contra el orden es el principio y el final de toda tragedia. Y sólo existe una posibilidad de salvarse: conocer el
orden y, a continuación, seguirle con amor. El conocimiento del orden significa sabiduría, y seguirle con amor es
humildad, lo cual significa que uno vuelve a su propio lugar que le corresponde, dejando al anterior su lugar
superior y con ello también su prioridad.

5. INTENTOS DE HACER JUSTICIA A UNA PERSONA EXCLUIDA

A. REAVIVAR UNA SUERTE AJENA


La conciencia de la red familiar, como ya dijimos, se ocupa de los excluidos, de los que no son apreciados justamente, de
los olvidados, de los no valorados y los muertos. Si, por las razones que sean, se excluye a una persona que forma parte y
tiene que formar parte del sistema, si se le niega el derecho a la pertenencia porque otros la menosprecian o no quieren
reconocer que esta persona hizo sitio para otros, posteriores, o se niegan a apreciar lo que puedan deberle, entonces la
conciencia de la red familiar se busca a un posgénito inocente que imita a aquella persona a través de la identificación. No
lo elige, no se da cuenta y no puede defenderse, ya que esta imitación ocurre bajo la presión del sentido compensación. Es
decir, reaviva una suerte ajena, la del excluido, representando de nuevo esta suerte con toda la culpa, la inocencia y la
desgracia, con los sentimientos y con todo lo que le es propio.

Un ejemplo:
Si una hija, por cuidar a sus padres ancianos, renuncia a la felicidad de tener su propia familia, y sus hermanos
se burlan de ella y la menosprecian, posteriormente una sobrina imitará la vida de esta tía y, sin darse cuenta del
contexto ni poder defenderse, sufrirá la misma suerte, sirviendo, y renunciando también ella a una vida de pareja y
al matrimonio.
Se trata de algo inquietante, que constituye la base de muchas situaciones trágicas. El identificado no necesita en
absoluto conocer a la persona excluida. La conciencia de la red familiar se hace cargo de los derechos del anterior
excluido, sin tener en cuenta los derechos del posterior. Es justa para el primero, para el segundo es injusta.

Un segundo ejemplo:
Una mujer joven sentía un anhelo incontenible que ella misma no podía explicar. Finalmente se dio cuenta de que no
era su propio anhelo el que sentía, sino el anhelo de su hermana nacida del primer matrimonio de su padre. Al casarse su
padre en segundas nupcias, ésta no pudo volver a verlo ni visitar a sus hermanastros nunca más. Entretanto había
emigrado a Australia y las naves parecían quemadas. A pesar de todo, la mujer joven reanudó el contacto con ella, la
invitó a Alemania, e incluso le envió el billete de avión. Pero la suerte ya no pudo detenerse: en el camino al aeropuerto
desapareció.
La identificación es como una compulsión iterativa a nivel sistémi-co que vuelve a poner en escena y repite
argumentos del pasado, pero sin darles solución, un intento posterior de nuevamente hacer justicia a una persona
excluida. Un posterior se inmiscuye en los asuntos de un anterior y, aunque quiera salvarlo por amor, al mismo tiempo se
trata de una arrogación. Un pospuesto no puede, más tarde, poner en orden un asunto en lugar de un antepuesto. Es
imposible que se logre, ya que, de lo contrario y bajo la presión del sentido ciego de compensación, el mal no encontraría
término.

Página 79 de 174
Bert Hellinger – Felicidad dual

Un ejemplo:
En una sesión de supervisión una terapeuta relató el caso de una mujer joven que sentía una necesidad
compulsiva de lavarse las manos. Se le preguntó: « ¿Quién en su sistema tiene que lavarse?» Al cabo de poco
tiempo quedó claro: en los tiempos de posguerra, una hermana del padre había mantenido relaciones con soldados
americanos para mantener a flote a la familia. Contrajo sífilis y, en consecuencia, fue menospreciada por la familia
hasta que murió sola.
Una suerte trágica, adoptada de otra persona, o una culpa ajena no me dan ninguna fuerza, ya que ésta únicamente
puede nacer de lo que me es propio, y también aquél en cuyo lugar asumo esta suerte o culpa se ve debilitado. Para que lo
negativo que me es ajeno aún pueda llegar a desarrollar su fuerza, es necesario que lo devuelva a quien pertenece, con la
seguridad de que éste será capaz de llevarlo. Únicamente podré actuar de esta manera estando reconciliado con el Todo tal
como es, también con su parte negativa. Frecuentemente, sin embargo, la persona cree que podría dejar para más tarde su
propia suerte difícil tomando sobre sí algo negativo de otra persona, ya que lo ajeno muchas veces es más fácil de llevar
que lo propio.

B. LA DOBLE TRANSFERENCIA
En sistemas humanos, por tanto, es inevitable que lo reprimido vuelva a aparecer, y con más frecuencia concretamente en
aquéllos que menos pueden defenderse, por ser ellos los que más aman. En la familia, éste es el caso de los hijos y los
nietos.
La identificación también abarca la dinámica de la doble transferencia. La primera transferencia es la del sujeto: así, por
ejemplo, los sentimientos de un excluido son asumidos por un posgénito. A través de una segunda transferencia, sin
embargo, estos sentimientos no se exteriorizan contra el culpable sino que son dirigidos a otro objeto.

Un ejemplo:
Un matrimonio mayor, casados desde hacía muchos años y padres de varios hijos, participó en un seminario. Él era una
persona amable y todo el grupo lo apreciaba. Siempre es buena señal si todo un grupo mira con buenos ojos a alguien, una
persona así no puede ser mala. Ya la primera noche, ella desapareció con el coche y no volvió hasta la mañana siguiente,
justo antes de comenzar la sesión de grupo. Se plantó toda provocativa delante de su marido y dijo: -Acabo de estar con
mi amante.
El coordinador del grupo le preguntó si deseaba la muerte (risas en el grupo). Cuando la mujer estaba con otras
personas del grupo, se mostraba atenta y llena de interés. Siempre que veía a su marido, sin embargo, estaba como
fuera de sí. Para los demás era ininteligible por qué estaba tan enfadada con él, tanto más que el hombre no se
defendía, sino que mantenía una actitud objetiva. ¿Qué había ocurrido? Supimos lo siguiente: su padre tenía una
amante. En verano enviaba a la mujer y a los hijos al campo para quedarse en la ciudad con su amiga. De vez en
cuando venía con la amiga a ver a la familia, y su mujer los recibía bien y los atendía. ¡Qué inocencia! (pausa) ¡Y
qué mala es esta inocencia! ¡Dios mío, qué mala! Es lo que se suele llamar «virtud heroica», pero no sirve de nada,
y así no hay solución posible.
Los efectos son fatales. La madre se creía demasiado buena para enfadarse. Ahora bien, si la mujer se hubiera
enfadado con su marido, habrían llegado a una solución, sea una separación, sea una reconciliación. De esta manera, en
cambio, ella hacía ver que estaba por encima de su marido; la emoción necesaria que los habría salvado, sin embargo, era
la rabia de la mujer contra el marido, y el enfado. Ella tenía el derecho de sentir así.
Puesto que no actuó así, sino que reprimía estas emociones, el resultado fue una transferencia de las emociones, en este
sistema, de la madre a la hija. Ahora salen en el miembro más débil: la hija asume la rabia reprimida de la madre. Esta es
la transferencia en el sujeto. Pero también se da una transferencia en el objeto. La hija no expresa la rabia contra el padre,
donde correspondería, sino contra su marido, que se ofrece porque no puede defenderse: él la quiere. Esta es, para así de
cirlo, la solución barata. La solución auténtica sería que la hija se inclinara ante los padres y les dijera: «Tal como
vosotros lo hagáis, para mí está bien.»
Esta es la dinámica de la doble transferencia. Muchos problemas en relaciones se deben a este mecanismo. A veces,
también encontramos la doble transferencia ahí donde la víctima, después de sufrir la injusticia, tuvo que permanecer tan
impotente que no hubo ninguna posibilidad de actuar.

Página 80 de 174

También podría gustarte