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del mapa del conflicto a las acciones restauradoras en San José del Guaviare
Ponencia para participar en el eje temático Geografías políticas e históricas del conflicto armado y la paz del
XXIII Congreso Colombiano de Geografía: Una Geografía para la Construcción de Paz,
Bogotá, 23-25 de octubre de 2019
Introducción
La región amazónica colombiana por cuenta de sus condiciones geográficas y el difícil acceso
desde los centros de poder político-económico se ha configurado como marginal y periférica
en relación con el desarrollo del territorio nacional, de manera que se considera como un
vacío demográfico y económico sin mucha historia. Sin embargo, en el caso del Guaviare,
departamento localizado sobre el margen sur del río que lleva el mismo nombre, miles de
campesinos colonos provenientes de otras regiones motivados por las bonanzas marimbera y
coquera de las décadas de 1970 y 1980 se instalaron y establecieron sus fincas, consolidando
la ocupación de esta parte de la selva como área rural. Estas áreas fueron controladas después
por la guerrilla y vinculadas con el conflicto armado interno más largo del hemisferio
occidental, involucrándose otros actores como paramilitares que disputaban el control del
flujo de la pasta de coca producida en la zona, con consecuencias nefastas para los
campesinos colonos que allí se habían asentado.
San José del Guaviare como capital departamental se constituye en un espacio geográfico de
análisis interesante por ser la entrada a la Amazonia -ecosistema selvático- desde el
piedemonte llanero, ser el séptimo más extenso del país con 16.779 km2, tener un régimen
especial por encontrarse la reserva forestal establecida en la Ley 2ª de 1959, el resguardo
indígena Nükak y una gran área rural de asentamiento disperso con dos corregimientos y 87
veredas, dos -Charras y Colinas- en las que se instaron los espacios territoriales de
capacitación y reincorporación (ETCR) denominados “Marco Aurelio Buendía” y “Jaime
Pardo Leal”, respectivamente. En este escenario donde la multiterritorialidad es compleja y
son diferentes y variados los actores y procesos que han reconfigurado el territorio desde las
décadas finales del siglo XX hasta la actualidad.
En territorios como el Guaviare, sus habitantes rurales han vivido la cotidianidad de la guerra,
los cultivos ilícitos y la explotación de los recursos naturales, y han sufrido las consecuencias
de estos fenómenos que aún permanecen latentes en la memoria. Sin embargo, la firma en
2016 del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz
Estable y Duradera (Mesa de Conversaciones, 2017), que tuvo como fundamento el enfoque
de la paz territorial y contempla una reforma rural integral, generó la esperanza de transición
para los territorios vinculados con el conflicto que beneficiaría a los campesinos. Pero el
1
Candidato a Doctor en Geografía, Estudios de Posgrado en Geografía, Convenio UPTC-IGAC; Magíster en
Antropología y Politólogo, Universidad Nacional de Colombia. Profesor y coordinador del semillero de
investigación Colombia Profunda, Facultad de Ciencias del Hábitat, Universidad de La Salle,
dunigarro@unisalle.edu.co
2
Arquitecto en formación y tesorero del semillero de investigación Colombia Profunda, Facultad de Ciencias
del Hábitat, Universidad de La Salle, pcabezas09@unisalle.edu.co
alcance del acuerdo en la mayoría de los territorios de difícil acceso, dispersos y lejanos de
los cascos urbanos y las vías principales, puede cuestionarse en la medida en que poco ha
cambiado para los habitantes rurales.
En este sentido, el propósito de esta ponencia es develar a partir del trabajo de campo
realizado durante dos visitas de una semana cada una en los meses de octubre de 2018 y
marzo de 2019 a las veredas Charras y Charrasquera de San José del Guaviare, como diversas
actividades que van desde conversaciones informales, entrevistas, talleres de construcción en
tierra y ejercicios de mapeo colaborativo, colectivo y parlante dan cuenta de la existencia de
una memoria territorial que se constituye en un insumo fundamental para la anhelada
construcción de paz pero no desde el discurso gubernamental sino desde las prácticas
cotidianas de los habitantes que a pesar de reconocerse como víctimas y victimarios han
decidido emprender lo que podrían considerarse acciones restauradoras en el territorio.
Sin embargo, más allá de esto se recopiló la historia de la vereda, cuyo caserío se conformó
en la década de 1980 durante el auge del cultivo y la producción de pasta de coca, aunque
habían algunas familias instaladas previamente en los alrededores. En 1985 se construyó la
primera casa y paulatinamente comenzaron a aparecer otras construcciones hasta
conformarse un caserío de al menos treinta y cinco viviendas, entre ellas algunos negocios,
discotecas y residencias. Los habitantes disfrutaban del dinero producido por los cultivos de
coca y establecieron una comunidad de excesos que todos los fines de semana se reunía a
celebrar, organizaban torneos de futbol y realizaban actividades de ocio o juegos como
enjabonar un marrano y apostar “al que lo atrape primero” o poner una vara de premios
engrasada y jugar al que primero lograra treparla. Desde entonces, el territorio estuvo
controlado siempre por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del
Pueblo (FARC-EP) y se vivió en paz hasta finales de la década de 1990.
Con la llegada del paramilitarismo al territorio, se empezó a gestar una guerra territorial que
fue cobrando víctimas civiles y acabó con la tranquilidad de los campesinos, este conflicto
entre grupos armados sembró el terror entre los habitantes y terminó en la destrucción del
caserío en su totalidad y, por ende, causó el desplazamiento forzado de muchas familias. Esto
por cuanto, el caserío de Charrasquera fue tomado por las FARC en 2002 cuando fue ocupado
por los paramilitares y sus habitantes amenazados fueron obligados a prestarles algunos
servicios, lo que se interpretó por la guerrilla como un apoyo que motivó se quemaran las
viviendas y los lugares de encuentro, así como la poca infraestructura con la que se contaba,
por lo que la población tuvo que huir y el asentamiento quedó abandonado.
A pesar del miedo y las represalias que se pudieron presentar, algunos habitantes volvieron
y en la actualidad son sujetos de reparación colectiva y hacen parte de la Junta de Acción
Comunal (JAC) de Charrasquera. Por su parte, la vereda Charras ha estado vinculada a las
FARC-EP por su presencia constante en este puerto sobre el río Guaviare y por eso no fue
extraño que se instalara una zona veredal transitoria para los excombatientes en el año 2016,
hoy ETCR Marco Aurelio Buendía, lugar que también se visitó con la intención de conocer
la situación del territorio y las actividades desarrolladas por excombatientes en relación con
su economía y los recursos con los que cuentan para la sostenibilidad del proceso de
reincorporación. Allí se llevó a cabo un taller en el que participó el coordinador y varios
líderes de proyectos, cada uno comentó su percepción sobre el proceso planteando algunas
dificultades, pero de igual forma todos participaron exponiendo sus ideas y expectativas
sobre el futuro del ETCR. Además, se hizo un recorrido guiado que permitió reconocer
alguna información sociodemográfica y la distribución y organización del asentamiento, el
funcionamiento y suministro de servicios con los que cuenta, las unidades habitacionales, sus
componentes y configuración.
En esa primera visita al área rural de San José del Guaviare se hizo manifiesta la disposición
de los campesinos de Charrasquera y los excombatientes del ETCR para generar la confianza
y hablar de manera tranquila sobre sus diferentes experiencias e historias, tanto individuales
como colectivas. Esta experiencia en campo generó la iniciativa de reconstruir la “memoria
territorial” de la vereda al comprender que los habitantes de este territorio que volvieron
después del hecho victimizante permanecen en él sin intención de abandonarlo, a pesar de
que no es su lugar de procedencia, de sus miedos y temores, de las condiciones económicas
desfavorables y la falta de atención y desinterés por parte del Estado. Para dar cuenta de esa
memoria territorial entonces se adquirió el compromiso de volver y generar algunas
actividades que promovieran la integración de las comunidades rurales. Así, se llevó a cabo
una segunda visita en marzo de 2019 en la que se organizó un taller de construcción con tierra
en el ETCR con la participación de campesinos y excombatientes, se planearon algunas obras
de mejoramiento para la caseta comunal de Charrasquera en las que trabajaron algunos
miembros de la comunidad y se desarrollaron algunos talleres de cartografía social que
hicieron posible el reconocimiento de lo que fue el caserío.
Los procesos de colonización definen unas formas particulares de ocupación del territorio
asociadas a las actividades productivas y socioculturales, razón por la cual las actividades
económicas en el Guaviare son claramente diferenciadas: por un lado, ganadería extensiva
en zonas cercanas a vías de acceso y, por otro, cultivo de coca en áreas apartadas, distantes
y lejanas. Esta realidad que pone en evidencia una dinámica de ocupación propiciada por la
colonización campesina desde la década de 1970 contrasta con las ideas de improductividad
y vacío demográfico que se han asociado usualmente a estas regiones distantes, lo que ha
permitido justificar el hecho de que algunos grupos armados ilegales dominaran esta zona
del país.
Más allá del reconocimiento de los hechos violentos propios del enfrentamiento entre los
actores armados presentes o la reconstrucción de memoria para garantizar verdad, justicia y
reparación, se considera que la construcción de paz solo pueden ser efectiva si se asume el
reto de comprender las formas de vida y los modos de habitar que se consolidaron en aquel
territorio aparentemente desconocido y marginal asociado a la dinámica extractiva regional,
basada primero en el cultivo de marihuana -bonanza marimbera- y posteriormente de
diferentes especies de coca, lo que implicó para bien o para mal una especialización
agroproductiva desde la década de 1980.
Si bien la caseta comunal fue diseñada sin considerar a la población veredal y no representa
la identidad campesina guaviarense, por lo que no se había consolidado un proceso de
apropiación en relación con la misma, en el mapa del presente ocupó un lugar central puesto
que poco a poco se fue convirtiendo en el punto de encuentro de la comunidad. De esta forma,
se consideró realizar una obra que contribuyera a la construcción de “memoria territorial” a
través de una intervención física pensada y desarrollada con el acompañamiento de la
comunidad, es decir, de forma colectiva. Surgió entonces la idea de diseñar un prototipo de
estufa ecológica de bajo costo al ser hecha con adobes y de baja emisión de humo para uso
comunitario, que al implantarse a un costado de la caseta comunal dio origen a la cocina
externa de la misma, puesto que se instalaron mesones en guadua y tierra a ambos costados
y la comunidad decidió hacer un cerramiento en bahareque. Esta obra de construcción con
tierra y materiales propios del lugar se constituye entonces en una primera “acción
restauradora” del territorio.
Es común que las dinámicas territoriales en las áreas rurales resulten complejas y difíciles de
comprender, pero en el contexto actual de post-acuerdo representan un reto mayor para el
desarrollo y la gobernabilidad del territorio guaviarense y amazónico dadas las
incertidumbres que existen sobre el futuro de los campesinos de algunas veredas como
Charras y Charrasquera. Sin embargo, con el propósito de reconstruir la “memoria territorial”
de esta última a partir de las huellas del lugar se contempló la realización de un mapeo
parlante que consistió en recorrer el antiguo caserío o los vestigios que quedaron de él, en
compañía de algunos de los habitantes. Durante el recorrido ellos cumplieron el papel de
guías y describieron aspectos tanto físicos como imaginarios, ejercicio bastante interesante
al evocar eventos y lugares del pasado, lo que trajo a la memoria de las personas algunos
recuerdos que empezaron a ser contados en forma de anécdota.
Doña Marina, una de las habitantes más antiguas de la vereda, que estuvo presente el día de
la destrucción del caserío, recordó del 31 de octubre de 2002:
“Ese día salimos todos de acá, más de 70 personas, […] la guerrilla se agarró
con los paras, estábamos celebrando el día de los brujitos, nos llevaron para la
cancha, nos dijeron que nos quedáramos todos ahí, no nos dejaban ir a la finca
[…] Da la suerte que cuando esos paracos nos hicieron señas que saliéramos,
salimos por ahí, tumbamos una cerca de alambre que había, nos pasamos y
nosotros que salimos y una bomba que cae ahí, si hubiéramos estado todo ese
gentío nos hubieran matado, en la cancha, a mí me tocó ese carrerón”.
Don Abel, quien, en la década de 1990, tras su llegada a Charrasquera, logró posicionarse
como el segundo productor de pasta de coca más importante y hoy no cuenta con ninguna
propiedad puesto que después del desplazamiento lo perdió todo, comentó:
“Yo llegué aquí con una moneda de diez pesos en el bolsillo a finales de los
ochenta, me trajo un amigo a raspar coca […] Para el 94 ya tenía algunas
tierras y solicité a la gobernación la creación de la vía, echamos la vía con
unas máquinas que nos dieron y queríamos seguir adelante, pero la guerrilla
nos robó la maquinaria y nos prohibió seguir con eso”.
Sobre su regreso después del echo victimizante dijo: “yo volví a los ocho meses a buscar el
ganado y a mirar qué había quedado, pero la guerrilla se robó todo y me tocó esconderme
porque me iban a matar”.
Este mapa sobre la tierra con post-its contrasta con la aerofotografía actual en la que se
observan tan solo cinco construcciones, de tal modo que se configura lo que puede
denominarse el “mapa del conflicto”, considerando que ésta última categoría para los
habitantes de la comunidad solo hace referencia a la toma guerrillera por las implicaciones
directas que tuvo sobre sus vidas y el mismo caserío, no a las décadas de lucha entre las
fuerzas insurgentes y el Estado. El análisis emprendido sobre la “memoria territorial”
entendida como todo aquello que está contenido en el tiempo, todo lo consignado en un
espacio geográfico y que es evocable o recuperable a través de ejercicios de memoria y del
reconocimiento de las tradiciones y costumbres propias del territorio, las diferentes capas del
pasado que perviven en el recuerdo, asociadas a las formas de habitar, de conseguir el
sustento, de vivir el lugar y todo lo que le dio el significado que hoy tiene, cobró relevancia
cuando se comprendió que el conflicto solo existe en el pasado, razón por la cual los
habitantes decidieron volver para quedarse y ser consecuentes con su forma de habitar e
identidad territorial.
Ser testigos de la generación del “mapa del conflicto” a través de la experiencia con los
habitantes de Charrasquera, quienes de manera espontánea se refieren a los sucesos que de
forma abrupta cambiaron sus modos de vida, sus familias y alteraron la forma en que habían
ocupado el territorio hasta el hecho violento, demuestra su disposición y anhelo para
reconstruir no solo lo que perdieron sino la confianza entre la comunidad, incluso con los
vecinos de Charras donde se instaló el ETCR Marco Aurelio Buendía que será trasladado a
la vereda vecina Boquerón, por lo que el área rural de San José del Guaviare sin duda alguna
se constituye en un territorio en transición que debe ser senti-pensado por y para sus
habitantes.
Se supone que los conflictos armados generan en las personas sentimientos de odio y en los
territorios la destrucción, la expulsión de la vida; resignificar estos espacios es un gran reto
por parte de aquellos que deciden volver a él, en Charrasquera aquellos que volvieron con la
esperanza de un nuevo futuro se han apropiado y han transmitido esa apropiación hacía sus
hijos, de manera que hoy están dispuestos a luchar por la tierra que les dio y aún les da todo
para sobrevivir: “tenemos la finquita aquí y no podemos dejarla sola”. En este sentido,
hablamos de vínculos que se han reforzado con el transcurrir del tiempo, la historia se
convierte en el eje articulador de estos en cuanto les muestra lo fuertes que son estando allí,
se aprende a proteger su territorio y a través de esa protección se aprende a valorar lo que
consideran suyo, lo que forma parte de su ser. Han aprendido que ese lugar les da más que
solo la comida, les ha entregado amigo y familia, construyendo así un hogar.
Esta conexión ha logrado generar esos cambios de vida, de pasar de sembrar coca y deforestar
la selva a pensar que ella hace parte de ellos y por esa razón se debe cuidar, proteger y salvar
de aquellas personas que no logran ver su inmensidad, ellos han entendido que no se puede
existir sin el otro, sin todo lo que te rodea, por tal razón, además de conectarse con la
naturaleza, se han conectado entre ellos como comunidad reforzando sus lazos. Durante la
guerra cada uno vivía aislado en sus tierras, confinado en ellas, la posibilidad de reunión era
nula; sin embargo, eran familia, ahora son uno solo luchando por el nuevo futuro de este
territorio, ríen entre ellos, se han permitido volver a vivir y soñar después de un pasado
complejo que ninguno quiere revivir.
Por esto, es válido pensar que las acciones que contribuyen a la generación de ideas de
manera conjunta y se desarrollan de manera colaborativa, sin importar la condición de
víctimas o victimarios que en algún momento pudo distinguir a los habitantes de las veredas
vecinas, pueden restaurar el territorio si parten de la memoria y le dan valor al sentido de
lugar, para así lograr la tan anhelada construcción de paz entre las comunidades campesinas
del área rural de San José del Guaviare sin la supuestamente necesaria intervención
gubernamental.
Referencias