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Estamos próximos a una definición presidencial. Ya muy cerca de definir quién será el
nuevo presidente. Nuestro pueblo está pagando el precio de los ataques devastadores de la
derecha para desestabilizar a un gobierno nacional y popular y así volver hacerse del sillón
presidencial.
Desde ningún punto de vista apoyo el robo. No está bien que uno se haga de los bienes
de otro, excepto que la pobreza y la dificultad para conseguir un empleo sin calificación muchas
veces hacen que algunos encuentren esa vía como solución a la obtención de ingresos. Esos
hurtos son fáciles de ver y difíciles de aceptar.
Me resulta increíble aceptar cómo la mayoría de la gente no condena a Mauricio Macri por
haber pedido un crédito al FMI comprometiendo nuestras vidas y las de nuestros hijos y nietos.
Tampoco es lógico que nadie le cuestione dónde está ese dinero ya que no se construyeron rutas,
ni se crearon vías férreas, ni se construyeron escuelas ni hospitales durante su gobierno.
Me derrumbo al ver cómo profesionales dicen que entre Massa y Milei no saben a quién
elegir. Como el antiperonismo a ultranza pesa tanto como para comprometer nuestros destinos.
Son los votantes de Rodríguez Larreta y de Bullrich, o sea, personas que aspiran a ser parte de la
élite de derecha, no pobretones peronchos.
Por otro lado están los enojados. Odian a la ex-presidenta. La odian como se odió a
Evita. Creen en todas las causas que le crearon. Parece que no hubieran vivido los doce años
dorados de las presidencias Kirchner-Fernández. No se dieron cuenta de que tuvieron dinero para
comprarse un auto, salir a comer afuera, arreglar sus casas y tantas cosas más.
Finalmente están los odiadores seriales, los que quieren que le vaya mal al vecino. Son
los necios que creen que las siete plagas de Egipto le van a tocar al vecino. Ojalá se aviven:
nadie se salva de una inundación sin la mano de un Estado que gobierne para que todos
tengamos comida, vestimenta, techo, educación y salud.