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ANÁLISIS:200 AÑOS DEL FILÓSOFO DE LA RAZÓN

La herencia de un filósofo
ADELA CORTINA 7 FEB 2004

EL LEGADO de un filósofo se detecta, claro está, en la bibliografía que sobre él existe, las
traducciones de su obra, los debates celebrados a su cuenta. Pero cuando su influencia
es decisiva, se percibe en algo más, en que no se puede prescindir de él para
comprendernos a nosotros mismos, para entender nuestro modo de hacer ética, política,
economía, ciencia, arte o religión. Y éste es el caso de Kant. El virus de la autonomía, que él
introdujo filosóficamente en nuestra cultura, es ya inextirpable. La convicción de que el ser
humano es ante todo creador, proactivo; no vasallo, no siervo, no pura reacción ante los
hechos, menos aún reaccionario.

Hacer ciencia no es sólo tomar nota de lo que la realidad enseña sino, y sobre todo,
diseñarla, construir modelos, soñar utopías científicas, sin más límite que el de la
experiencia real o posible.

Vivir éticamente no es conformarse con lo que nos pasa -el hambre, la


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pobreza, las promesas incumplidas, la mentira como institución-, es
Kant descongelado
decretar lo que debería pasar. Que cada ser humano sea tratado como
lo que es, como un fin en sí mismo y no un simple medio; como lo que
no tiene precio, sino dignidad. Por eso, el principio supremo de una ética ciudadana tiene un
lado limitativo -"no instrumentalizarás" a las personas- y uno positivo -"sí las beneficiarás"-.
Sí pondrás a su servicio la política, la economía y cuanto esté a nuestro alcance. Los
derechos humanos, el consentimiento informado, las voluntades anticipadas, los límites y los
beneficios de las biotecnologías, asientan su base racional en este principio.

Como también el proyecto indeclinable de construir una cosmo-polis, una ciudad universal
en que todas las personas se sepan y sientan ciudadanas, como meta de la política y
la educación. Construir comunidades transnacionales, establecer pactos entre ellas, diseñar
organismos internacionales, o bien promulgar una Constitución mundial republicana,
trabajar, en cualquier caso, en un derecho cosmopolita, son pasos necesarios para evitar el
daño siempre indeseable de la guerra, atendiendo al mandato de la razón: "No debe haber
guerra, ésa no es la forma en que cada uno debe procurar su derecho". Son pasos
necesarios para construir una paz duradera.

Pero también abrir una esfera pública en cada país y en el nivel mundial, en que las gentes
expresen su opinión, se informen, dialoguen y debatan, prosigan la tarea de la Ilustración,
den cuerpo al Principio de Publicidad, según el cual, no es válida una ley que no resista ser
publicada.

¿Y qué decir de la religión? ¿Queda anulada por esta autonomía prometeica, que parece
robar el fuego a los dioses? Más bien quien pierde crédito son los dioses que no respetan la
dignidad y la igualdad humanas, ni se duelen del sufrimiento. Un dios que humilla a los
hombres no es Dios. Sólo lo es el que se cuida de que la injusticia no sea la última palabra
de la historia.

Filósofos decisivos en nuestro momento (Rawls, Apel, Habermas, por citar algunos) se dicen
kantianos. Otros, que no se dicen, asumen sin embargo buena parte de la herencia de Kant,
aunque les falte caletre para darle base filosófica. Y es que renunciar a ese legado es
renunciar a nuestro modo de ser personas y ciudadanos (mujeres,varones) en el siglo XXI.

Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 7 de febrero de 2004

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