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LA ESPOSA INFIEL

por Tom Pacheco

Marcus Osborne estaba sentado en la silla de su oficina con los pies apoyados sobre
el escritorio. Pensaba que, si alguien entrara a su oficina en ese momento, pensaría que él
era el epítome del detective privado feliz y capaz (y, si lo pensara, no estaría tan
equivocado).

Osborne tenía poco más de treinta años, medía alrededor de metro ochenta, con
rasgos clásicos y fuertes, y pelo negro y espeso. Sabía que era un hombre atractivo.
Después de tres años en el negocio, su agencia de detectives privados tenía una buena
reputación en la ciudad. Estaba soltero y enamorado. El único inconveniente a esta imagen
era que la persona de la que estaba enamorado era una mujer casada.

Lo devolvieron a la realidad tres golpes a la puerta de su oficina.

—Entre —dijo mientras quitaba los pies del escritorio.

Un hombre esbelto de mediana edad vestido con un traje caro, con cabello ralo y
anteojos sin montura, abrió la puerta y entró. El detective se levantó de detrás de su
escritorio y estrechó su mano.

—Por favor, siéntese. Soy Marcus Osborne, director de la agencia. ¿Qué puedo
hacer por usted? —dijo con una expresión medio ansiosa que había practicado en el espejo
muchas veces.

—Mi nombre es Harold Jones —dijo el hombre con una voz grave—. Usted me fue
muy recomendado. Tengo un asunto bastante delicado que discutir y escuché que su
agencia es muy discreta.

Osborne aceptó las palabras con una modesta inclinación de la cabeza.

El nuevo cliente de Osborne no lo miró a la cara al explicarle la situación.

—Sospecho que mi esposa me está siendo infiel, pero quiero estar seguro. Quiero
que lo investigues… que la sigas cuando deja nuestro departamento, que me digas a dónde
va y con quién se encuentra.
—Podemos darle un informe completo y detallado. ¿Para cuándo le gustaría
tenerlo?

—Creo que dos semanas van a ser suficiente tiempo. A menos que piense que
debería seguirla más tiempo.

—Ya veremos… pero dos semanas suena bien.

—De acuerdo. Esta es mi tarjeta, tiene mi dirección. Aquí tiene un sobre con su foto
y un cheque para un pago por adelantado. Ya conozco su tarifa. Por favor, no escatime en
gastos.

—¿Cómo se llama su esposa?

—Christine Ann.

Osborne contuvo la respiración. “Christine Ann” era el nombre de su amante. Este


hombre debía ser su esposo. Abrió el sobre y miró la foto y el cheque, mientras trataba de
ganar tiempo y recuperar su calma.

Jones percibió su seriedad como ansias por empezar el trabajo de inmediato.

—Veo que es un hombre de pocas palabras. Estoy seguro de que me dará un


informe exhaustivo la próxima vez que lo vea. Que tenga un buen día.

Marcus por fin encontró su voz.

—Que tenga un buen día, señor Jones —dijo al mismo tiempo que se levantaba de
la silla y acompañaba a su nuevo cliente hasta la puerta.

Una vez que Jones se fue, Marcus se sentó de nuevo en su escritorio. Estaba atónito.
De manera mecánica, abrió el cajón inferior de la derecha y sacó una botella de Scotch y un
vaso. Se sirvió un trago generoso y, mientras lo sorbía, pensó en cómo manejar esta
situación complicada.

Así que su nuevo cliente era el esposo de Christine Ann. «No es la gran cosa»,
pensó. «No es de extrañar que ella quiera divorciarse de él y casarse conmigo. Además, ella
está enamorada de mí».
Supo que no podía darle a su cliente un informe verdadero. Sin embargo, tenía que
hacer un informe.

Decidió darle el trabajo a su ayudante Scott Palmer y mantenerse alejado de


Christine Ann durante las dos semanas que durara la investigación. Le diría sobre las
sospechas de su esposo más tarde, después de que entregara el informe. Entonces podrían
reírse juntos.

Dos semanas después, Scott Palmer, de veintiún años, entusiasta y enamorado de su


trabajo, entró a la oficina de Osborne.

—Terminé la investigación de Jones. El informe va a estar en tu escritorio mañana a


primera hora.

—¡Excelente! Haceme un favor, ¿sí? Llamá al señor Jones y pedile que venga a la
oficina mañana a las diez.

—Dicho y hecho. Nos vemos mañana.

Sin embargo, cuando Jones entró a la oficina la mañana siguiente, Scott todavía no
había terminado el informe.

—Buenos días, señor Jones. Siéntese. ¿Le gustaría una taza de café? —dijo Osborne
para ganar algo de tiempo hasta que su ayudante trajera el informe.

—Eso estaría bien. Gracias.

Osborne sirvió café hirviendo en vasos de telgopor y llevó a la mesa el azúcar y la


crema.

Scott entró a la oficina cuando empezaron a beber el café y, después de saludar a


Jones, le entregó una carpeta a su jefe. Rápidamente, Osborne sacó el original, se lo dio a
su cliente y se quedó él con el duplicado boca abajo en el escritorio.

Jones leyó el informe sin cambiar la expresión de su rostro. Cuando terminó, miró a
Osborne a la cara y dijo “tres”.

—¿Disculpe?
—Tenía miedo de algo así. Tres de ellos en tan solo dos semanas.

—¿De qué está hablando?

—Su informe. Es en verdad completo. Demuestra que tuvo tres amantes en dos
semanas.

Osborne se atragantó con el café y derramó un poco sobre la copia del informe en el
escritorio.

—¡¿Qué?! —exclamó—. Ah, disculpe.

Con la excusa de limpiar el café de cada página del informe, empezó a leerlo.

Cuando terminó, se sintió débil y exhausto. Con esfuerzo, levantó los ojos para
mirar el rostro de su cliente, quien, con una mirada cómplice y enunciando cada palabra
con claridad y con el tono de quien no espera una respuesta, le hizo una pregunta.

—¿No cree que hay algunas mujeres en las que no se puede confiar?

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