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Historia del mundo antiguo y medieval (HIS 113)

Prof. lván Millones

Bibliografía. Roma republicana. Política.

Barceló, Pedro y David Hernández de la Fuente. Breve historia política del mundo clásico. La
Democracia ateniense y la República romana. Madrid: Escolar y Mayo, 2017; Parte 11. Breve
Historia de la Roma clásica. La República romana. Cap. l. Orígenes de Roma: El alba de la
República, pp. 135-161.
Análisis y crítica

Pedro Barceló
David Hernández de la Fuente

Breve historia política del mundo clásico:


la Democracia ateniense y la República romana

escolar
YWAYº
1ª edición, 2017
© Pedro Barceló y David Hernández de la Fuente
© Escolar y Mayo Editores S.L.
Avda. Ntra. Sra. de Fátima 38, 5 ° B
28047 Madrid
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ISBN:
978-84- I 6020-97-3
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Kadmos
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Reservados todos los derechos. De acuerdo con lo dispuesto en


el Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y pri­
vación de libertad quienes, sin la preceptiva autorización, repro­
duzcan o plagien, en todo o en parte, una obra literaria, artística
o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.
CAPfTULO I

ÜRÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

Contexto y origen de Roma

El historiador griego del siglo n Polibio de Megalópolis, quien


fuera calificado por Ortega y Gasset como «la cabeza más clara de
filósofo de la historia que produjo el mundo antigu o», dando cuenta
del incipiente imperio universal edificado por Roma en un sorpren­
dente breve plazo, se hacía la siguiente pregu nta: «¿Quién podría ser
tan indiferente o tan frívolo como para no querer averiguar cómo y
bajo qué clase de organización política fue conquistada casi la mitad
del mundo habitado bajo el exclusivo poder de los romanos en me­
nos de 5 3 años, algo que no tenía precedentes?». El periodo al que
se refiere, desde finales del siglo III hasta comienws del 11, en plena
República romana, representa una de las cuestiones básicas de lo que
nos sigue fascinando históricamente de .la Roma antigua: cómo se
sentaron las bases del poderío del mayor imperio universal que ha te­
nido como base Europa proyectándose luego hacia África y Asia, del
modelo poütico más duradero de Occidente, del pensamiento ad­
ministrativo y jurídico que ha inspirado todas las legislaciones euro­
peas, de la literatura y las artes -gracias a la síntesis que realizó Roma
con el helenismo y los modelos griegos- que más han pervivido, de
las infraestructuras y arquitecturas que han fundamentado todo lo
posterior, y así un larguísimo etcétera de logros culturales, técnicos,
científicos, políticos y jurídicos sin parangón.

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ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

dos en el sur de la península itálica y en Sicilia -la llamada Magna


Grecia- desde el siglo VIII, de un nivel civilizatorio más elevado
que la mayoría de sus pueblos vecinos. Al parecer, Roma debió
su primer proceso urbanizador a la influencia de los etruscos, que
fueron sus principales maestros en el campo cultural, político y
religioso. Otro tanto se puede decir, en cuanto a las artes y la cul­
tura, de las relaciones con la Magna Grecia. Otros pueblos itálicos
pertenecían a los grupos de los umbrosabelios (umbrios, sabinos,
ecuos, marsos) y de los oscos, cuya tribu más importante era la de
los samnitas. En el extremo norte de Italia, entre los Alpes y el Po,
habitaban tribus celtas. En el sur se expansionaron los daunios,
peucetas, salentinos y mesapios.
Sobre la etapa de la monarquía romana poco se puede decir a
ciencia cierta más allá de las tradiciones que transmiten las fuentes
tardías como es el caso del historiador Tito Livio. Entra en el cam­
po del mito, como el propio primer rey y fundador, Rómulo, un
nombre quizá derivado de la propia ciudad de Roma. Son mitos
fundacionales de una ciudad de aluvión que atrajo pronto a hom­
bres de toda clase y condición con la promesa de un futuro más
halagüeño en un lugar apropiado para actividades agrícolas y gana­
deras. Los mitos romanos acerca del inicio de su historia, como el
rapto de las sabinas, esconden seguramente los conflictos y alianzas
primitivas con las ciudades vecinas, en este caso los sabinos de Tito
Tacio. Los restantes reyes también son figuras legendarias, cada
una especializada en un ámbito de progreso o con una influencia
cultural determinada: Numa Pompilio resultará famoso por haber
establecido innovaciones legislativas y religiosas, inspirado por la
divinidad; Tulio Hostilio, por el conflicto con Alba Longa, con el
mítico episodio de los Horados y los Curiacios; a Aneo Marcio se
atribuye la expansión de Roma hacia el mar a través del puerto de
Ostia; Lucio Tarquino, relacionado con los etruscos, se evoca al
hablar de los contactos culturales con otros pueblos gracias al de­
sarrollo del comercio; Servio, con las reformas sociales; Tarquino el
Soberbio, con el fin.de la monarquía y la instauración del régimen
republicano, tras el legendario episodio de la violación de Lucre-

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BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

cia. Así, tras el final de esta etapa dudosa marcada por el gobier­
no de unos reyes legendarios, que en realidad subraya el período
inicial de la historia romana tal y como la conocemos, la ciudad
del Tíber se fue imponiendo progresivamente frente a los pueblos
vecinos, especialmente los ecuos y volscos. Mientras en el mundo
del Egeo se acentuaba el antagónismo entre Atenas y Esparta, que
tendrá su punto culminante en la larga Guerra del Peloponeso, y
en el Mediterráneo central Siracusa y Cartago competían por la
hegemonía en Sicilia, Roma proseguirá su curso político en pos de
la hegemonía sobre las ciudades latinas de su entorno. Es a partir
de este momento cuando la ciudad del Tíber aparece como una
comunidad inconfundible con una marcada personalidad política,
económica y social.
Cuenta la historia legendaria de Roma que cuando fue expul­
sado el último rey los ciudadanos confiaron el poder político a los
padres de la patria, los senadores, es decir, la asamblea tradicional
de los ancianos (no otra cosa significa Senatus, de senex). Ella re­
cibió durante el transcurso de la República un poder omnipre­
sente y, aunque ciertamente sometido al control de la ciudadanía,
en momentos decisivos fue omnímodo, como se encargarían de
demostrar los acontecimientos posteriores. También se dice que
eligieron a dos figuras para la máxima magistratura del poder eje­
cutivo, los cónsules, de forma que ambos se controlaran mutua­
mente detentando un poder limitado a un año, sirviendo además
de sistema de datación para los romanos (fasti consulares). Bruto
y Tarquino Colatino, según la tradición los primeros cónsules de
Roma, inauguran la nueva etapa histórica de carácter republicano.
Aparecen al frente de una comunidad gobernada en estos prime­
ros tiempos por un reducido número de familias, cuyo poder e
influencia se fundamentaba ante todo en la riqueza agropecuaria,
pero también en una amplia red de relaciones de dependencia per­
sonal, apoyo y control mutuo llamada clientela, una institución
social que será básica en el mundo romano. Jalonada por una lar­
ga serie de guerras internas y externas, la evolución del sistema
político fue un coto privado de estas pocas familias selectas que ·

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ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

controlaban el Estado y a la mayoría de la población a través del


formidable instrumento social de la clientela.
En los primeros tiempos después de la eliminación de la monar­
quía todo indica que, salvo algunas excepciones, solo el patriciado
tenía acceso directo a las magistraturas. Pero al lado de estas familias
patricias aparece ya un número de personajes plebeyos que, por su
procedencia de la nobleza latina o itálica, o por haberse enriqueci­
do y adquirido con ello un prestigio social similar al de los patri­
cios, vinieron a exigir una participación política más amplia. La
historia de cómo esta capa de población, cada vez más enriquecida
por sus propiedades agrícolas fruto de una ciudad en permanente
expansión y cada vez más ansiosa de participar en la cosa públi­
ca, fue consiguiendo una serie de cesiones relativas de poder hasta
adquirir más o menos los mismos derechos, es la de la República
primitiva en pos de su configuración como sistema de participación
política equilibrado. Se terminó conformando una clase dirigente
patricio-plebeya, la nobilitas, que regirá los destinos de la urbe du­
rante tres largos siglos de éxitos imparables, no exentos, claro está,
de conflictos enconados. Bien es cierto que al principio se destinó
una magistratura propia para la plebe, el tribunado, tras la mítica
retirada al monte Aventino de los plebeyos pero, progresivamente,
los cada vez más frecuentes enlaces matrimoniales entre plebeyos y
patricios, condicionados siempre por las necesidades y oportunida­
des económicas, procurarán que el resto de magistraturas se abra
también a la pujanza del nuevo estamento que, a la postre, insufló
el ímpetu necesario a Roma para su camino de realizaciones exito­
sas. Así, aunque en principio los plebeyos solo podían ser tribunos
y ediles, posteriormente se les abrió el paso también a la pretura
y, finalmente, al consulado, con lo que lograron codearse con las
familias más elevadas del estamento dominante romano.
La tensión que provocó esta lucha de estamentos sociales deja­
ba atisbar una serie de movimientos populares, promovidos por las
familias plebeyas preponderantes, que culminarán con el estableci­
miento del tribunado de la plebe, así como con la repartición del
poder entre un núcleo de clanes, tanto patricios como plebeyos,

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BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

que formarán la nobilitas clásica. Uno de los pocos apoyos cronoló­


gicos disponibles para comprender el proceso de formación de esta
nueva clase dirigente es el año 367/6, en el que fueron promulga­
das las leyes Liciniae-Sextiae, que permitían a los plebeyos ocupar
el consulado, con lo que se rompía el monopolio patricio de la
máxima magistratura. Posiblemente ya en los siglos v y IV la ocu­
pación de una magistratura abriría a los plebeyos las puertas para
acceder al selecto grupo de los nobiles. La voz nobilis se deriva de
noscere y significa «conocer» o «ser conocido», con lo que se aludía
a una persona notable, alguien cuyo nombre era del dominio pú­
blico y que, diferenciándose así de la masa de la población, parecía
especialmente idóneo para el ejercicio de cargos públicos y para el
gobierno del Estado. Todo individuo considerado noble se distin­
guía de la colectividad por su personalidad, el rango de su familia
o el prestigio de sus antepasados, que le precedían en el servicio a
la cosa pública. Frente a este grupo, el núcleo duro de la nobilitas,
se podía ver también en la escena pública a otro tipo de personaje,
el denominado homo novus: un «recién llegado», frente a la tradi­
ción de la nobleza, pero poderoso por sus bienes y dotes persona­
les excepcionales. Así, aunque carecían de antepasados ilustres, los
homines novi suplían la falta de tradición con carisma, formación,
talento y riqueza, con los que trataban de vencer las reservas o la
hostilidad de sus oponentes, los nobiles por nacimiento. En suma,
las relaciones entre ambos grupos fueron una constante entre las
familias políticas de la Roma republicana. Pero su cúpula dirigente
formó una red elástica que supo integrar, pese a las tensiones, a las
nuevas familias aspirantes a formar parte del poder. No hay más
que reparar en las biografías políticas de homines novi como Catón
el Viejo, apoyado por los Valerios, Cayo Mario, protegido por los
Julios, o Cicerón, promocionado por los Metelos, y otros muchos
más, que nos muestran una visión política de la realidad, libre de
prejuicios, por parte de muchas viejas familias, las cuales lograrán
captar la cooperación de nuevas promesas, que pasarán a formar
parte de los clanes políticos dirigentes estabilizando de este modo
su mutua influencia.

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ORÍGENES DE ROMA: J!L ALBA DE LA REPÚBLICA

Es curioso constatar de qué manera se fue gestando y trans­


formando el gran poder de la magistratura clave del despegue
y consolidación del poder romano, el consulado, que en cierto
modo representaba una especie de monarquía dual, siguiendo la
tesis de Polibio sobre la República romana como encarnación de
la constitución mixta. Y es que a veces no hay mejor testigo de la
historia de un pueblo naciente que un extranjero con una posición
de observador privilegiado. Así, Polibio, el historiador griego de
mirada universal ensalzó, aparte de algunos de los valores morales
romanos, sobre todo el pragmatismo y la eficiencia de su sistema
político. Comienza por halagar el carácter romano, en primer lu­
gar hablando de su honestidad gracias a su devoción religiosa y
a su respecto a los juramentos. Luego pasa a considerar que la
constitución republicana de Roma lograba una síntesis efectiva de
los tres elementos que habían centrado, desde Heródoto, el deba­
te sobre cuál de las «tres constituciones» (monarquía, aristocracia,
democracia) era mejor. Según esta tesis Roma se habría quedado
con lo positivo de cada uno de ellos: con la monarquía, es decir, el
gobierno de uno solo, sefralaba la necesidad de que exista un poder
ejecutivo y último; con el elemento representativo, haciendo refe­
rencia a la aristocracia, veía necesaria la existencia de un consejo
deliberativo tradicional sobre la base de cierta excelencia de méri­
tos o nobleza; con el elemento democrático, en fin, se refería a la
necesidad de contar con la voluntad mayoritaria de los ciudadanos
y su refrendo en cualquier decisión importante. Este debate sobre
la constitución mixta, que recogiera lo mejor de cada sistema, ya
estaba en Aristóteles, en su Política, cuando buscaba una suerte de
combinación entre una democracia moderada y otros regímenes
de gobierno que pudieran dar respuesta a la crisis endémica de la
política griega. Para Polibio (6. 10 s.; 18), Roma combinaba de
forma excelente el elemento monárquico, en la figura de los cón­
sules, con el elemento democrático encarnado por las asambleas
populares o comicios y el elemento aristocrático que representaba
el Senado. Habría pues una función de administración de la cosa
pública, prerrogativa de las más altas magistraturas ejecutivas, una

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BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

función deliberativa para temas de política general, que correspon­


dería al pueblo y una función consultiva o judicial que estaría en
manos de un colegio selecto de índole aristocrática o meritocrá­
tica. Veremos que esta consideración polibiana solo es aceptable
parcialmente.
En la República romana, las tareas de gestión del gobierno se
llevaban a cabo fundamentalmente por medio de dos instituciones
colectivas: el Senado y la Magistratura. Los magistrados (magistrati)
eran cargos elegidos anualmente por todo el pueblo a través de co­
micios. Sobre ellos recaía la función de administrar el poder público
con muy varias formas: la ejecución de las leyes y resoluciones sena­
toriales, la presentación de propuestas de ley, la dirección de la gue­
rra, la administración de justicia, la consulta a los dioses y la admi­
nistración general. Para cumplir este amplio abanico de funciones
los magistrados disponían de amplios poderes: fundamentalmente
se resumían en el concepto de potestas, la autoridad legal que se les
confería en nombre de la comunidad política en el ámbito civil, y
en el de imperium, que en cierto modo representaba el monopolio
de la fuerza en nombre del Estado y que correspondía sobre todo
al ámbito militar -la figura del magistrado, por ejemplo un cónsul,
como comandante en jefe de un ejército en nombre del Senado y
pueblo de Roma- pero también policial, como en el ejemplo de un
pretor cum imperio para hacer cumplir por la fuerza las resoluciones
legales. El control de estas importantes prerrogativas era clave y tales
poderes públicos estaban estrechamente vinculados al cargo, que
se ceñía rigurosamente a una limitación temporal -normalmente
un año- y por el principio de colegialidad en el nombramiento de
todas las magistraturas, que debían contar con al menos dos miem­
bros. Así, era difícil que con este sistema los cargos de la magistratu­
ra fueran utilizados para establecer una posición de poder personal
al margen del ordenamiento constitucional, lo que era muy im­
portante en un pueblo que aborreció de la experiencia monárquica
desde el inicio de su aventura republicana.
En todo caso, era normal que el Estado romano tuviera que
servirse desde muy pronto del enorme potencial de la población

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ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

conformada por los plebeyos, dado el ingente desarrollo al que


iba a estar sometida la administración de Roma. Esta necesitaba
cada vez más miembros dirigentes con la educación y los medios
adecuados y los patricios, la nobleza estricta de nacimiento, era
un grupo cada vez más exiguo y cerrado sí mismo. Era cuestión
de tiempo que se abrieran todas las magistraturas a una clase mix­
ta patricio-plebeya. Por otro lado, la educación en común en los
modelos griegos, sobre todo a partir de la conquista de Grecia en
el siglo II, hizo de esta clase dirigente una de las más cultas de la
antigüedad que, como admiraba el propio Polibio, se encargaba
la vez de la administración del Estado y del ejército: y aún más,
eran los mismos líderes romanos de la carrera política y militar los
que luego dedicaban gran parte de su ocio culto a la confección
de obras literarias o historiográficas siguiendo modelos antiguos
y aunando la filosofía y la retórica griega al pragmatismo político
romano. Quizá Cicerón, un homo novus que alcanzó la cumbre
del Estado romano en todos los sentidos, sea el ejemplo perfecto
de esta clase dirigente, aunque ya fuera en las postrimerías de la
República romana.

El sistema político de la República

A lo largo de los siglos III y II se consolida una jerarquía fija


y una nómina de cargos (consulado, pretura, edilidad, cuestura),
que debían ser desempeñados secuencialmente por cada miembro
de la nobilitas que hiciera carrera política en lo que se dio en llamar
el cursus honorum, o carrera de magistraturas. Aunque en principio
los magistrados resultaban elegidos por todo el pueblo y cualquier
ciudadano se podía presentar a ella, hay que recordar que los ma­
gistrados no recibían retribución por su desempeño, por lo que,
siendo los cargos públicos en Roma un honor en el sentido estricto
de la palabra (honos), conllevaban enormes gastos personales y so­
ciales. En la práctica, por tanto, solo los acomodados miembros de
la nobilitas eran capaces de sustentar una carrera política, a lo que
se sumaba que los poderosos eran preferidos en las elecciones por

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BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

la influencia de sus redes clientelares y el prestigio de sus antepa­


sados. Ello conllevaba que solo accedieran a las altas magistraturas
del Estado personas pertenecientes a familias que habían mono­
polizado la gestión pública ya durante varias generaciones (Marco
Cicerón, República 2. 22). Esto se veía de manera especial, a través
del consulado, la máxima dignidad política, que por regla general
era ostentada por un nobilis entre cuyos antepasados se pudiera
contar algún otro cónsul. Por esta razón, dentro de la aristocracia
senatorial, las familias consulares, es decir, aquellas que ya habían
proporcionado de entre sus filas uno o, más habitualmente, varios
cónsules, formaban un grupo de rango supremo y exclusivo, cuyos
miembros ya tenían destinada la carrera política y no tenían con­
currencia posible en su cursus honorum hacia la cúspide salvo los
otros nobiles de su misma edad.
La constitución romana seguía el modelo básico de la consti­
tución de la polis o ciudad estado: el conjunto de los ciudadanos
forma una suerte de gran asamblea. A su lado se inserta un consejo
selecto de ciudadanos, que dirige y coordina el funcionamiento
de la asamblea popular y las instituciones. Además existe un cú­
mulo de magistraturas, cargos personales ejercidos colegialmente
por tiempo limitado, que son elegidos por la asamblea y condicio­
nados por el Senado, sometiéndose también a su control. La idea
básica subyacente es que la soberanía reside en las diferentes agru­
paciones que congregan a los ciudadanos y que tanto la asamblea
como el Senado se ocupan del Estado de forma general, mientras
que los magistrados tienen atribuciones concretas. Lo más carac­
terístico de las magistraturas frente al Senado y las asambleas es
la limitación de su mandato, mientras que un senador lo era con
carácter vitalicio y cualquier ciudadano tenía derecho a acudir a
los distintos comicios durante toda su vida. Haciendo un breve re­
sumen de la cúpula de las magistraturas, en primer lugar tenemos
a los dos cónsules, los magistrados más importantes, no solo por
sus amplios poderes sino porque, dentro del Senado, el estamento
de los consulares, es decir, los que ya han ejercido el consultado,
es el que lleva la voz cantante. Luego están, por importancia, los

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ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

censores, con grandes atribuciones sociopolíticas, pero sin el poder


supremo militar y civil (imperium), del que sí gozan, en cambio,
tanto los cónsules como los pretores. Los pretores pasaron de tener
una variedad de funciones, entre otras las militares, a ejercer la
dirección de los tribunales de justicia. También cabe destacar la
magistratura de los cuestores, que había asumido las funciones de
administración financiera de una estructura administrativa cada
vez más compleja: su importancia crecerá sobre todo con la expan­
sión territorial de Roma, a la hora de repartir los botines de guerra
o la tierra conquistada, que se convertirá en ager publicus, con lo
que esta superabundancia generará un sinfín de problemas sociales
y políticos durante el siglo n, cuyo punto culminante serán los cé­
lebres conflictos protagónizados por los hermanos Graco, tribunos
de la plebe.
Siguiendo a Polibio, tal vez, podemos considerar que los cón­
sules desempeñaban una función similar a lo que sucedía en la
monarquía dual espartana para representar al poder ejecutivo,
que se ubicaba en la capital y centro del poder político, y al que,
como su compañero en el cargo, podía salir de expedición a la
cabeza del ejército representando a la comunidad política en ar­
mas. En un pueblo belicoso y siempre en campaña militar como
el romano esta duplicidad en la más alta magistratura del Estado
suponía una versatilidad que pocos otros sistemas de gobierno
pudieron alcanzar. Asimismo la magistratura consular, que con­
centraba diversos poderes políticos, militares, administrativos
y jurídicos, tuvo que delegar en otras magistraturas como por
ejemplo la pretura o los censores, para diversas tareas, sobre todo
habida cuenta del crecimiento progresivo e imparable del Estado
romano, no solo de sus dimensiones territoriales a costa de los di­
versos pueblos que se iban integrando en su órbita de poder, sino
también desde el punto de vista de todo su aparato burocrático y
administrativo.
Los dos cónsules eran elegidos anualmente por los comicios,
es decir, por la asamblea de todo el populus Romanus, pero obvia­
mente para llegar a ser candidato hacía falta poseer un importante

145
BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

currículum y prestigio social. Por ello, serán candidatos aquellos


que ya tienen los votos asegurados mediante acuerdos e influencias
de las familias más insignes capaces de movilizar extensas redes
clientelares. Hasta las reformas de Sila (81) la función básica de
los cónsules era servir de poder ejecutivo-militar, sobre todo en
el mando del ejército fuera de Roma, lo que se entiende por ser
crucial la actividad militar en la etapa media de la expansión de la
República. Pero cuando se empiezan a designar procónsules o pro­
pretores para el gobierno de las provincias depedientes de Roma,
se producirá una extensión del campo de acción del consulado
hacia la esfera civil, especialmente en materia legislativa. Además
de las leges, votadas en los comicios, se suman los plebiscitos, pro­
puestos por los tribunos de la plebe. Pero, pese a la aparente ma­
yor amplitud de acción legal de los tribunos, los cónsules tienen,
gracias al imperium, un poder ejecutivo y una capacidad de acción
y coacción incomparable. Su máximo exponente es el llamado
senatus consultum ultimum, un acuerdo del Senado que faculta a
los cónsules actuar a discrección. Se formula en abstracto como
videant consules res publica ne capiat detrimentum («ocúpense los
cónsules de que la república no sufra daño»), lo que significa un
permiso extraordinario para tomar todo tipo de medidas, incluida
la violencia, llegado el caso.
El otro órgano básico de soberanía y gestión del gobierno ro­
mano era el Senado, esa antigua «asamblea de ancianos», que esta­
ba formado por todos los antiguos magistrados a partir de los que
habían sido cuestores en adelante. El número total de senadores
fue variando a lo largo de la historia. Hasta el año 8 I había unos
3oo, pero más tarde fueron ampliados a unos 600, como refiere
el historiador Apiano ( I, 3 5, I oo). En concreto, fue cuando Sila,
convertido en dictator legibus faciendis et reipublicae comtituendae
causa, elevó su número en virtud de un senadoconsulto ratificado
por los comicios. Su elección en principio era disputada, pero, a
partir de la lex Ovinia (300 aprox.) se utilizó el procedimiento
de la lectio senatus, la lectura protocolaria de los nombres de los
miembros del senado: quien entraba en esa lista era senador; quien

146
ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

quedaba fuera no lo era. El procedimiento fue asignado a los cen­


sores, los dos magistrados encargados de hacer periódicamente el
censo de los ciudadanos y la declaración formal de sus bienes, así
como de la cura morum, es decir, la vigilancia de las costumbres.
Desde el 3 3 9, uno de los censores era, necesariamente, plebeyo.
Como puede entenderse, esta magistratura de los censores tenía a
su cargo el control de la jerarquía sociopolítica y del orden moral
de Roma, elaborando cada 5 años la lista de ciudadanos suscep­
tibles de formar parte del Senado. Por ello su poder era enorme,
ya que podían excluir de los derechos de participación política a
quien quisieran por diversas razones, sobre todo de índole moral
y por escándalos religiosos, en una magistratura que encarnaba
como pocas otras la conjunción entre religión y derecho que está
en la base de los orígenes del sistema jurídico y político romano,
como también lo atestiguan los numerosos colegios de sacerdotes
y augures oficiales, pontífices y flamines.
Así, usualmente, todas las principales familias de la ciudad, en
especial de la nobleza patrimonial y tradicional, tenían asegurado
un asiento en el Senado a través de su representante principal. Pero
no solo la mera pertenencia a esta categoría de nobiles confería el
derecho a tener un sitio en el Senado, sino que era necesario que
el senador hubiera desempeñado una magistratura anteriormente.
De ahí la gran competencia que se generaba entre estas familias
por el acceso a los cargos públicos, que centraba sus esfuerzos para
consolidar una carrera política con notable dispendio de energías
y fondos en recabar prestigio mediante los servicios prestados a
la comunidad. Ser patrono de influencia omnímoda u orador de
éxito influía enormemente en esta carrera. El consenso de los ciu­
dadanos siempre fue clave de bóveda en la república romana. Pese
a que la aristocracia monopolizara todas las funciones públicas y la
nobleza, especialmente el consulado, la decisión sobre qué miem­
bro de las elites políticas era merecedor de un determinado cargo
o qué nobilis sería derrotado por sus competidores de la nobleza
residía definitivamente en los electores, es decir, en la mayoría de
la ciudadanía.

147
BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

Esta combinación de factores personales, políticos y sociales


hizo que el Senado alcanzara una importancia vital como órgano
central que canalizaba toda la acción política en la República ro­
mana. Al haber desempeñado ya magistraturas, numerosos sena­
dores ya habían sacado fruto de la experiencia que los magistrados
en funciones estaban empezando a adquirir y podían ejercer un
útil papel consultivo. Acostumbrados con el paso de los años a
enfrentarse a todo tipo de tareas públicas, y no solo con los deberes
específicos propios de cada magistratura, su apoyo, basado en el
respeto y el aprecio que se tenía en la comunidad por su persona y
el de sus familias, eran factores decisivos en el proceso de elección
de los nuevos candidatos a las diferentes magistraturas. Esto es cla­
ve para entender el peso del Senado y del estamento senatorial en
la vida política romana. Como, por regla general, los méritos de los
senadores experimentados eran mayores que los de los magistrados
en función, por ese motivo se podía esperar que se tuvieran muy
en cuenta sus opiniones. El experimentado senador aventajaba a
los cargos administrativos y a los jefes militares en vivencias po­
líticas, logros y prestigio; y esto también se hacía extensible, pero
en mayor medida, a todo el cuerpo senatorial. El Senado aunaba
la suma de experiencias de todos los antiguos cargos públicos, la
suma de sus aportaciones al interés público, así como de su pres­
tigio personal y de la influencia de sus familias, pero también la
suma del prestigio de sus antepasados, normalmente también per­
tenecientes a la clase senatorial y a las más altas magistraturas, en
una inveterada tradición relacionada con el Senado tal vez desde
hacía siglos. Es natural que, dentro del Senado, los que ostenta­
ban la mayor influencia fueran aquellos que ya tenían tras de sí
toda la carrera de cargos (cursus honorum), es decir, que habían ido
ocupando la jerarquía de magistraturas y, de forma especial, aque­
llos que habían logrado llegar a desempeñar la más alta de ella,
el consulado. Este grupo, los viri consulares, constituía la cúpula
más selecta de la política romana, pues habían sido confirmados y
aclamados múltiples veces por el pueblo en los comicios al pasar
por un proceso de elección en cada uno de sus cargos (cuestor,

148
ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

edil, pretor). Los consulares habían recorrido todo el aparato es­


tatal romano y conocían todas las esferas de actividades civiles y
militares. En lo social, pertenecían a la nobleza o estaban asociados
a ella y disponían de una extensa red de contactos, aliados y clien­
tes. Las aportaciones personales al servicio del interés público (res
gestae) proporcionaban al particular dignidad (dignitas) y prestigio
(Quinto Cicerón, Com. pet. 6 ss.; 27 ss.). Ambas cosas a la vez,
junto con la pertenencia a una de las grandes familias, otorgaban
al cónsul (y en menor medida al senador, inmediatamente inferior
en rango) auctoritas, la influencia del político dirigente.
Aparte del ejercicio del poder político, con la potestas y el im­
perium que conllevaba, los nobles en carrera de honores y hacia el
estamento senatorial buscaban el reconocimiento de la auctoritas
o prestigio moral. La auctoritas se refiere a una legitimación en la
esfera pública que proviene del saber y del valor moral que reco­
noce la comunidad en una persona, independientemente de su
cargo o puesto, que la faculta para emitir opiniones cualificadas.
Este concepto se relacionaba en principio con el ámbito sacro de
la reverencia, como se ve en el verbo augeo o en el propio epíteto
de augustus. Es conocida la distinción en Roma entre la auctoritas
y potestas, que comentaba Theodor Mommsen, pues mientras esta
se refiere a la capacidad legal de tomar decisiones -un liderazgo
formal que otorgan las magistraturas- la auctoritas representa, tal
vez retomando la primigenia intersección entre religión y derecho,
el liderazgo moral de una persona. Para Cicerón, por ejemplo, esta
residía por excelencia en el estamento senatorial y, en concreto,
en el senado. El nobilis en pos de la cumbre de la política debía
aparecer a ojos de sus pares y de la comunidad como un hombre
honesto y ejemplar por consenso público, como señala acaso ese
ideal del orador de Cicerón, un vir bonus por su actuación en la
esfera de lo común. Las opiniones y consejos de este tipo de diri­
gente marcaban la pauta de las decisiones de la totalidad; poseían
autoridad en el propio sentido de la palabra: la capacidad respe­
tada por todos de reconocer qué es de interés público y de obrar
en consecuencia (Quinto Cicerón, Com. pet. 50 ss.). La auctoritas

149
BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

de cada cónsul tenía un peso enorme; toda la auctoritas de los se­


nadores junta (auctoritas patrum) determinaba las directrices de la
política romana.
Teniendo en cuenta que la edad mínima legal para alcanzar el
consulado era de 4 3 años, y calculando una esperanza de vida de
unos 60 años, se puede suponer que habitualmente el número de
ex cónsules miembros del Senado no solía pasar de unos 30. En
los debates del Senado eran ellos quienes en primer lugar hacían
uso de la palabra, y también los primeros en emitir un veredicto.
De manera distinta a lo que sucedía en la Asamblea del pueblo, en
el Senado no existían las votaciones secretas. Aquello que hubiera
decidido la mayoría de los cónsules y consulares era casi siempre
sancionado por la totalidad del Senado, y, desde luego, no solo
por causa de las relaciones de proximidad y fidelidad que también
estaban vigentes entre la aristocracia. En cualquier caso, los cón­
sules, por lo general, también disponían su voto en función de
un reducido grupo que por su auctoritas, es decir, por sus extraor­
dinarios méritos y por su su prestigio personal, gozaba de una
primacía indiscutible ante toda la sociedad. Estos, los príncipes
viri, eran en realidad los que determinaban la línea de gobierno,
siempre y en tanto que se llegara a un acuerdo consensuado. En
casos muy raros, podía una persona pertenecer a los príncipes sin
haber sido investido cónsul y, a la inversa, consulado o nobleza
no conllevaban forzosamente al reconocimiento como prínceps.
La influencia decisiva de los príncipes y de los cónsules restantes
traía como consecuencia que, nada más haber llegado estos a un
consenso en una cuestión política inminente, el Senado en su
totalidad seguía su ejemplo. Solo cuando no se podían superar
opiniones contrapuestas sobre qué camino seguir, se tomaban las
decisiones pertinentes por mayoría real. Estas eran habitualmen­
te respetadas al ser consideradas como expresión de su objetivo
común, es decir, el interés público. De este modo, el Senado se
presentaba ante la opinión pública como una corporación indi­
visible y cerrada que, gracias a su cohesión y a la auctoritas de sus
miembros más destacados, era capaz de adoptar decisiones más

150
ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

equilibradas que cualquier otra institución y, desde luego, mucho


mejores que cualquier individuo.
Es necesario llamar la atención sobre otro aspecto. Si se con­
sidera el Senado como el gobierno romano, entonces es evidente
que nunca tenía lugar un cambio de gobierno. Aunque evolucio­
nara la composición del Senado debido a fallecimientos y suce­
siones (también cambiaban los príncipes viri), estos hechos nunca
se producían de golpe y, desde luego, mucho menos como conse­
cuencia de haber perdido unas elecciones. El cargo de magistrado
solo duraba un año, la de senador, por el contrario, era una con­
dición vitalicia. Quien fuera cónsul ya no tenía que ocupar más
cargos. Ante él se sucederían quince o veinte o incluso más años de
quehacer político, sin tener que someterse de nuevo a elecciones.
Por una parte, esto comportaba como consecuencia una cierta tor­
peza de reacción en situaciones variables, pero, por otra parte, ale­
jaba de las decisiones senatoriales la presión temporal de la política
cotidiana, permitía dilatadas consideraciones y planificaciones, y
se concedía con ello una continuidad y una estabilidad al sistema
político romano que no se pudo lograr en parte alguna durante
toda la antigüedad.
Según las pautas marcadas por la tradición, el Senado solo dis­
frutaba de una competencia: aconsejar a los magistrados, y esta era
solo ejercida por expresa voluntad de estos. El Senado no podía
reunirse por iniciativa propia, sino que debía ser citado por uno de
los cargos con facultad de convocatoria (cónsul, pretor o tribunos
de la plebe). En la práctica, las resoluciones del Senado (senatus
consultum) no pasaban de ser una indicación que los magistrados
podían seguir o no. Sin embargo, aquel magistrado que obrara
contra una resolución del Senado, que adoptara medidas de enver­
gadura sin acudir previamente al Senado, o planteara una propo­
sición de ley ante el pueblo, sin contar con la opinión del Senado,
ponía en grave peligro su porvenir político. Nadie se podía arries­
gar a enemistarse con los senadores de peso. Incluso los cónsules,
como máximos representantes del poder público, civil y militar,
tras el ejercicio de su magistratura, pasaban a sentarse en los ban-

151
BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

cos del Senado, y a partir de este momento eran, desde el punto de


vista del derecho civil, ciudadanos normales y por tanto sujetos a
responsabilidades penales a manos de una justicia altamente politi­
zada, controlada por los más influyentes senadores (Polibio 4. I 5).
En cuanto a lo demás, también estos debían tener interés por que
una resolución del Senado surgida por su auctoritas fuera seguida
por los magistrados en el cargo. En caso contrario, un mal ejem­
plo podía traer graves consecuencias para su futura posición. Con
todo, esta descripción generalizadora, por más que así aconteciera
habitualmente, no puede llamarnos a engaño, pues las pruebas de
fuerza entre magistrados y Senado sucedían periódicamente en to­
dos los tiempos y formaban parte de la normalidad política.
Si bien la influencia del Senado en la sociedad romana debe
ser firmemente destacada, no se puede dejar de lado la función
legislativa, que recaía en el populus romanus a través de las diversas
formas organizativas de la asamblea popular (comitia centuriata,
comitia tributa, comitia curiata). En cuanto a este sistema de asam­
bleas, había tres tipos de comitia que se fueron creando sucesiva­
mente sobre la base de curias, centurias o tribus (subdivisiones del
populus) y se mantuvieron a lo largo del tiempo. La función más
importante, que era la aprobación de las leyes, correspondió a los
más modernos comicios, los comitia tributa, que respondían a la
organización de la sociedad en tribus como cuerpo electoral. En
estos comicios, el voto de cada ciudadano tenía potencialmente la
misma importancia. Sin embargo, a medida que se fue expandien­
do el territorio romano, se generaron diferencias, ya que quienes
no vivían en Roma raramente ejercían su voto. El paso de los co­
micios curiados a los centuriados, primero, y luego a los comicios
por tribus, pretendió ser un avance para lograr un voto menos
dependiente de los condicionamientos sociales y económicos,
aunque en la práctica siguió dependiendo de las clientelas. Así, el
procedimiento de votación favorecía en mayor o menor medida a
los grupos de población terratenientes y pudientes (sistema timo­
crático). El pueblo en su totalidad (populus Romanus) constituido
como asamblea de todos los ciudadanos romanos (cives romani)

152
ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

elegía a los magistrados, sancionaba las leyes (leges) y dictaminaba


en última instancia sobre la conveniencia de firmar la paz o de
declarar la guerra (Polibio 6. 14). La decisión de cada ciudadano se
encontraba, sin embargo, predeterminada por sus relaciones par­
ticulares de clientela. Si la cúpula dirigente cerraba filas detrás de
una propuesta, la aprobación del pueblo podía darse por segura.
En esta situación, solo se producían rechazos bajo circunstancias
extremas.
En los comicios las decisiones se tomaban contando como un
voto cada curia, cada centuria o cada tribu, respectivamente. Los
comitia tributa eran una asamblea de todos los ciudadanos roma­
nos, divididos en tribus. Elegía a los magistrados menores, como
cuestores o ediles curules, entre otras funciones legislativas y ju­
diciales. Tanto las curias como las centurias y las tribus votaban
por un orden preestablecido, y, tan pronto como se alcanzaba la
mayoría simple a favor o en contra de la propuesta, concluía la
votación. En los comitia centuriata, basados en una distribución
socioeconómica de la población, las centurias integradas por los
ciudadanos con capacidad económica superior votaban antes que
las demás. Así que, cuando estaban de acuerdo en el sentido del
voto conseguían la mayoría sin dar lugar a que el voto de las de­
más resultara efectivo. Los más añejos comitia curiata, basados en
una antigua subdivisión de los romanos, eran el núcleo de poder
legislativo más antiguo pero quedaron encasillados pronto casi
exclusivamente para asuntos de derecho civil y religioso y decla­
raciones solemnes. Un mismo ciudadano formaba parte de varios
comitia, y, si no era patricio, podía acudir también a los concilia
plebis, las asambleas de plebeyos dirigida por el tribuno de la ple­
be. El concilium plebis era la asamblea formal de toda la plebe,
también organizada por tribus. Su función era sobre todo la de
elegir a los tribunos de la plebe (y a sus ediles), pero también
juzgaba casos que concernían a los plebeyos y promulgaba leyes
{los plebiscitos).
En caso de elecciones de magistraturas, no existían los condi­
cionantes de las aprobaciones de las leyes y quedaba en manos de

153
BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

todo el pueblo confirmar o rechazar en su actividad pública a los


candidatos procedentes de las filas de familias senatoriales, siempre
teniendo en cuenta las relaciones de dependencia del votante. En
muy contados casos, si el Senado no llegaba al consenso sobre cues­
tiones inminentes, o si la parte perdedora no se mostraba dispuesta
a aceptar la decisión adoptada por mayoría absoluta, era el pueblo
quien entonces se convertía en árbitro de las disputas dentro de la
aristocracia (Plutarco, Tiberio Graco r 2). Las últimas decisiones
las tomaba el pueblo en su totalidad. Sin embargo, a este respecto
se debe hacer mención de determinadas particularidades. De muy
antiguo venía ya una división permanente de los ciudadanos ro­
manos en plebeyos (plebei, plebs romana) y patricios (patricii). Es­
tos formaron una nobleza puramente hereditaria y fundada en una
serie de privilegios políticos y jurídicos. A partir de las llamadas
. luchas estamentales de los siglos v y rv, una serie de dinastías ple­
beyas Ounios, Licinios, Metelos, Domicios, Calpurnios, Antonios,
Livios, Sempronios, etc.) obtuvo la completa equiparación social y
política. Son estas circunstancias las que propician la simbiosis de
la aristocracia senatorial (sobre la que se ha hablado más arriba).
Una serie de familias patricias (Fabios, Emilios, Cornelios, Clau­
dios, Julios, Servilios, Valerios, etc.) consiguió mantener dentro de
la nobleza una influencia en parte enorme que duró hasta tiempos
imperiales. Sin embargo, la mayoría se vio obligada a retroceder
ante el ímpetu de las familias plebeyas más poderosas.
Por el contrario, las instituciones políticas que surgieron en las
luchas estamentales se mantuvieron en toda su extensión. Estas
eran los ya citados concilia plebis, asambleas extraordinarias de to­
dos los ciudadanos plebeyos, con sus apoderados plenipotenciarios
elegidos anualmente, cuyo título era el de tribuni plebis 'tribunos
de la plebe' (Livio 8. 50, 5; Plutarco, Tiberio Graco I 5 s.). Las
resoluciones de la Asamblea de la plebe eran de obligado cum­
plimiento para todo el pueblo desde la lex Hortensia del año 287.
Como presidentes de los concilia plebis, los tribunos (eran diez en
total) disfrutaban de la misma iniciativa político-jurídica que los
magistrados ordinarios. Además, poseían el derecho de prohibir a

154
ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

cualquier magistrado cualquier acción pública, y de impedir reso­


luciones del Senado mediante su veto. Los tribunos eran los únicos
magistrados que no podían ser patricios y a sus asambleas tampoco
podían acudir los miembros de este estamento. Si un patricio que­
ría presentar una ley para su aprobación por el populus Romanus
tenía que hacerlo en los comitia tributa, que integraban a todos
los ciudadanos. En cambio, un plebeyo podía hacerlo también en
los concilia plebis, con la seguridad de que, si la ley era aprobada,
obligaría también a los patricios.
Sin embargo, a pesar del aparente poder de los representantes
de la plebe, el peligro de un contragobierno a finales de las luchas
estamentales fue conjurado por la nobleza al integrar el tribunado
en la labor cotidiana de gobierno. Los nobiles jóvenes de origen
plebeyo podían destacar en estos cargos al principio de su carrera y
labrarse así los primeros peldaños de su futuro político. La instru­
mentalización del tribunado de la plebe servía además al Senado
para maniobrar con velocidad, es decir, acelerar los trámites de
legislación, y también, si hiciera falta, para controlar y disciplinar
a los magistrados rebeldes. Las familias senatoriales que no perte­
necían a la nobleza tenían abierto un nuevo campo de actividades
gracias al tribunado; igualmente, hombres sin antecedentes sena­
toriales que aspirasen a una carrera política obtenían a través del
tribunado tal vez la mejor oportunidad de hacerse notar, así como
de poner a prueba su fidelidad ante sus patrones nobles.

Estado y sociedad

Hasta este momento se ha evitado emplear los términos 'es­


tado' y 'república' en el sentido semántico actual. No se puede
aducir nada en contra de su aplicación para designar la comuni­
dad romana. Sin embargo, es preciso hacerse previamente una idea
clara del concepto romano de estatalidad. Este dependía en gran
parte de las personas y colectivos políticos y sociales, y ponía la
mira en la suma de la ciudadanía (populus Romanus). Res publica
es traducido de manera habitual como 'estado'; sin embargo, no

155
BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

hay que olvidar que significa literalmente 'cosa pública', esto es,
aquello que atañe a la totalidad de los ciudadanos: interés público,
comunidad, estado, constitución y política. Para todas esas reali­
dades, el romano solo conoce y utiliza el término res publica. La
expresión se encuentra en contraposición con res privata, las cosas
privadas que atañan a los particulares, sobre las que disponen con
entera libertad y sin límites, y para las cuales estos poseen potestas,
poder y fuerza. En la res publica populi Romani, las cosas comunes
del pueblo romano, algunos, como los príncipes viri, podían llegar
a alcanzar una enorme auctoritas, pero nadie poseía (salvo en las
formas reguladas de la magistratura) potestas, el poder de obligar
al resto de los ciudadanos a acatar la voluntad propia. El hecho
de que los miembros de la aristocracia y de las capas pudientes
participaran en mayor grado que otros de esta cosa común, el que
especialmente los nobiles considerasen la res publica como su dedi­
cación natural, no se encuentra en contradicción con la idea fun­
damental. La idea del estado era percibida por los romanos como
una fórmula abstracta que dependía de todos y a todos atañía. En
el caso de que alguien consiguiera convertir esta cosa común en
asunto propio, esto es, que la totalidad estuviera excluida de los
asuntos públicos y que tuviera que aceptar imposiciones ajenas
incluso contra su voluntad, la res publica se hubiera encontrado en
desequilibrio o en trance de desaparecer. Res publica es un término
pasivo: no puede maniobrar ni sancionar leyes o estipular tratados
ni declarar la guerra ni subir los impuestos ni ejecutar tantas otras
cosas más. El populus Romanus, el pueblo romano, es el 'estado' en
el sentido de que es él quien ejerce el derecho de soberanía frente
al ciudadano y las potencias extranjeras. Con todo, el que en la
lengua oficial el Senado apareciese 'en pie de igualdad' todo el pue­
blo, SPQR (senatus populusque Romanus - el Senado y el pueblo
romano), es muy caracterizador de la idea propia que la nobleza
tenía de sí y de la constitución de su estado.
El sistema de gobierno romano se presenta en toda la multi­
plicidad de sus instituciones políticas y sociales como el ejercicio
de soberanía por parte de. unas pocas familias, esto es, como una

156
ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

oligarquía muy compleja. En los siglos II y 1, aproximadamente


unas I oo familias pertenecían a la nobleza, de las cuales a su vez
solo unas dos docenas aparecían con regularidad en los fastos con­
sulares y, por tanto, desempeñaban un papel decisivo durante todo
este tiempo. La idea de Polibio de que en Roma imperaba una
constitución mezcla de elementos monárquicos, aristocráticos y
democráticos solo es aceptable parcialmente. La repartición de los
trámites de gobierno entre diversas instituciones era en realidad un
complicado sistema para asegurar la preponderancia de la oligar­
quía dominante. Fundamentalmente, las decisiones se tomaban
en el Senado, pero su materialización precisaba de la colaboración
de los magistrados y, en el caso de la promulgación de leyes, de la
Asamblea popular. Algunos políticos o grupos podían tal vez cons­
tituir en algunos momentos mayoría en el Senado, pero, según
lo previsible, a la larga no tendrían éxito en las otras dos paradas
obligatorias, puesto que ambas se escaparían a su control si dentro
de la nobleza no surgía el consenso. Por otra parte, ni el pueblo
ni el Senado podían reunirse y adoptar resoluciones de transcen­
dencia política sin un magistrado que los convocara y presidiera.
Magistrados que obrasen de forma unilateral, sin consultar con
nadie, no podían, pese a ser plenipotenciarios, adoptar medidas de
gran alcance sin la aprobación de los comicios. El pueblo, por su
parte, se encontraba controlado por los lazos de clientela, y si un
magistrado ambicioso o rebelde se las ingeniaba para saltarse este
obstáculo y lograba poner en pie una decisión que lo favoreciera,
el Senado podía impedir su materialización mediante un tribuno
leal dispuesto a oponer el veto. Los demagogos apenas sí tenían
capacidad de maniobra dentro del complejo entramado de la cons­
titución romana. Toda la vida pública se encontraba sometida al
principio de la fides, de cualquier obligación unívoca o múltiple,
sin cuya observancia no era posible tener éxito en política.
Por último veamos más de cerca la mencionada institución de
la clientela, sobre todo en referencia al patriciado. Estos clanes fa­
miliares poderosos acumulaban bienes, pero también la estima de
sus conciudadanos más humildes y ganaban influencia y seguido-

157
BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

res a lo largo de las generaciones. El origen de las clientelas (las


familias de clientes), que tienen tanto las gentes patricias como las
plebeyas poderosas, parece residir en una fase primitiva de la histo­
ria de Roma en la que las familias patricias constituían el verdadero
cuerpo de ciudadanos con todos los derechos y monopolizaban
el poder político y las funciones judiciales. Esas familias habrían
tenido la capacidad de integrar en la comunidad a familias ciuda­
danas o foráneas para que trabajaran sus propiedades, por lo que
les habrían permitido asentarse en sus tierras. Aunque no serían
esclavos sí cabe pensar que en un principio eran personas total­
mente dependientes de sus patronos, porque solo habrían existido
de cara a un estado todavía muy rudimentario como miembros de
bajo estatus de las familias de los patricios, que tendrían toda la
jurisdicción sobre ellos. La condición de cliente se habría transmi­
tido de padres a hijos, lo que habría interesado, más o menos, a los
propios clientes en la medida en que significaba seguir contando
con un medio de vida y con una protección, aunque solo se tratara
del límite de la subsistencia. Cuando Roma ya se configura, a par­
tir de la fundación etrusca de la ciudad, como un estado parecido
a las poleis, y cuando, en época republicana, se desarrolla sobre­
manera, se atestigua en ella otra masa de individuos distinta de la
que forman las gentes patricias con los clientes. Se trata de familias
independientes de los patricios, en el sentido de que no reciben de
ellos sus medios de vida y no forman parte de las gentes patricias
como los clientes, pero tienen estrechos lazos sociales con ellas. Son
artesanos y comerciantes, y familias que viven de los productos
del campo fuera de las propiedades de los patricios. El desarrollo
económico y la ampliación territorial que conoce Roma en los co­
mienzos de la República tienen como consecuencia un aumento
del número de las familias que integran la plebe. Como resultado
de todo eso la Roma previa a la integración de la nobilitas patri­
cio-plebeya es una especie de doble estado en la vertiente social, en
el que todos son ciudadanos, pero, por un lado están los patricios
con sus clientelas y, por otro, los plebeyos, algunos de los cuales no
solo se hacen muy ricos sino que se convierten en terratenientes

158
ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

igual que los patricios. De ahí que se vayan equiparando los dere­
chos políticos, en principio privilegio patricio, desde el conflicto
entre los «dos estados», entre patricios y plebeyos. La expansión
territorial de Roma desde el siglo III y la afluencia de esclavos por
distintas vías, fundamental como manpower para cultivar las tierras
de los terratenientes, hace que el concepto de la clientela evolu­
cione. Por una parte, la antigua jurisdicción de los patricios será
asumida por los magistrados, que la ejercen sobre los clientes, ya
ciudadanos de pleno derecho; por otra, cada vez menos los clientes
trabajan tierras de los patronos. Pero la relación patrono-cliente
no solo no desaparece sino que se potencia dentro del nuevo sis­
tema sociopolítico como elemento básico de las votaciones y de la
participación política. El patrono necesita el voto del cliente y su
reconocimiento social para hacer carrera en la clase dirigente; y al
cliente le viene muy bien contar con un poderoso protector que
puede dispensarle diversos favores.
El clientelismo es estudiado con detalle ya en la antigüedad
por autores como Dionisia de Halicarnaso (2. 9 ss.), que lo con­
cibe como el conjunto de las personas (clientes) que establecen
una relación de confianza (fides) con un protector (patronus) a
fin de velar por sus intereses y hacerlos valer ante terceros. En
caso extremo de necesidad, el patrón de época republicana se
puede llegar a encargar de asegurar la subsistencia social y eco­
nómica de su cliente al ofrecerle sustento, techo e incluso ocupa­
ción temporal. Los clientes poseedores de una posición social de
cierta seguridad -por ejemplo, pequeños agricultores, artesanos,
comerciantes pequeños y medianos- buscaban en el patrón más
bien protección jurídica y un apoyo decidido para asegurar sus
propiedades, su prosperidad y para tener perspectivas mejores en
el futuro. Aquellos clientes de las capas sociales mejor situadas,
como los terratenientes, comerciantes, armadores, propietarios de
manufacturas y banqueros, que se encontraban en una posición
social económicamente desahogada e independiente, y que tam­
bién podían ejercer a su vez de patrones de otros clientes más
modestos, no requerían de su patrón ayuda material, sino sobre

159
BREVE HISTORIA POLÍTICA DE LA ROMA CLÁSICA

todo apoyo político en sus actividades en las altas esferas. Pero


una de las actividades más antiguas de este tipo de relaciones era,
sin duda, la representación del cliente ante los tribunales, que era
solicitada sobre todo por las capas sociales más altas. Por su parte,
y a cambio de estas prestaciones del patrono, el cliente estaba
obligado a cumplir contraprestaciones ad hoc en función de las
necesidades de aquel, que por lo general consistían en el apoyo en
comicios, elecciones y plebiscitos al patrón o a los candidatos o
cuestiones que este defendía. También se esperaba que el cliente
hiciera uso de sus redes comerciales y sociales en interés del pa­
trón. Las relaciones de clientela eran por lo general indisolubles.
Al faltar el patrón, su heredero asumía todas las obligaciones exis­
tentes. Si moría el cliente, sus herederos permanecían en la fides
del patrón. Las relaciones de clientela eran múltiples. Un particu­
lar podía ser patrón de diversos clientes o cliente de diversos pa­
trones. Sin embargo, los lazos personales eran más débiles cuanto
más próximos en rango social se encontrasen las partes implicadas
en una relación de fidelidad y cuanto más independientes fueran
el uno del otro en su posición social. En especial, los miembros
de las familias dirigentes y de las inmediatamente inferiores, los
caballeros (capa alta, igual o incluso mejor situados financiera y
económicamente= ordo equester), se denominaban en sus obliga­
ciones no como patrones y clientes (salvo ante los tribunales),
sino como amigos (amici) o como íntimos (familiares). Esto no
cambiaba en nada la obligación moral de la contraprestación de
cualquier favor; por otra parte, no era raro que incluso entre las
grandes familias se establecieran vínculos de fidelidad que dura­
ban generaciones. Con todo, en los contactos políticos y sociales
cotidianos la regla eran más bien las relaciones mudables (Quinto
Cicerón, Com. pet. 1620).
Sobre tales relaciones de dependencia reposaba el poder de las
grandes familias. Una carrera política requería la reelección en car­
gos públicos, pero solo los miembros de los linajes nobles con su
amplia clientela poseían las condiciones indispensables para ella.
Con todo, para imponerse, cada uno necesitaba también del apoyo

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ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

de sus iguales y de los seguidores correspondientes. De otro modo


era imposible conseguir mayorías. De esta manera, los miembros
de las elites dirigentes siempre se ayudaban -en coaliciones varia­
bles y con encarnizada competencia- mutuamente para satisfacer
sus respectivas ambiciones políticas excluyendo paralelamente al
resto de la sociedad (Quinto Cicerón, Com. pet. 45; 1819). In­
cluso los pertenecientes al ordo equester, desde un punto de vista
económico iguales en clase, apenas tenían posibilidades de llegar
a formar parte de la cúpula regente, y la mayoría de las veces solo
ascendían bajo la protección de los círculos nobles, que esperaban
conseguir del «hombre nuevo» (horno novus) influencia adicional.
Las contraprestaciones que uno debía satisfacer durante su acti­
vidad política por los apoyos recibidos conservaban dentro de la
aristocracia un equilibrio en la repartición del poder, y evitaban
así que surgiera un individuo capaz de conquistar el poder con
independencia del consenso de la clase dominante .

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