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LA CHAPETONA

Naya o la Chapetona es el personaje principal de la obra literaria del mismo


nombre, escrita por el sacerdote Lojano Manuel Belisario Moreno.

Naya o la Chapetona es el personaje principal de la obra literaria del mismo nombre,


escrita por el sacerdote Lojano Manuel Belisario Moreno, quien con extraordinaria
elocuencia, describe una serie de acontecimientos vinculados a los territorios de los
Yaguarzongos, y Pacamoros, entorno a una joven mestiza nacida en Zamora,
descendiente de un militar español y una princesa Inca.

El escritor exalta de dicha joven, la belleza física, la nobleza de sus sentimientos y


abnegada entrega al servicio de los enfermos, ancianos, esclavos y desvalidos de su
pueblo, en cuyo desenlace paga con su vida el amor al prójimo.

Muchas ciudades y países se enorgullecen de sus monumentos erigidos a personajes


propios o de otro lugar, relatados en obras literarias y en Zamora contamos con el
monumento a Naya o La Chapetona en homenaje al valor, solidaridad y espíritu de lucha
por la justicia y la equidad que protagonizo una mujer, cuyo legado se ha sucedido a lo
largo de todas las generaciones

Dirección
Se encuentra ubicado en el centro de la ciudad a lado del Terminal terrestre de Zamora

Descripción
El alcalde, señala que Naya, hija de un soldado español y una princesa inca, fue en el siglo
XVI una mujer de abnegada entrega al servicio de los enfermos y ancianos, para quienes
construyó un enorme asilo en esta ciudad. Luego ella fue asesinada y quemada en el
mencionado asilo.

En Zamora también están presentes personajes fantásticos como La Naya o La


Chapetona. Es el personaje principal de la obra literaria del mismo nombre, escrita por el
sacerdote lojano Manuel Belisario Moreno.

Describe una serie de acontecimientos en los territorios de los Yaguarzongos y


Pacamoroso Bracamoros. La protagonista es una joven mestiza nacida en Zamora,
descendiente de un militar español y una princesa Inca. El escritor exalta su belleza física,
la nobleza de sus sentimientos demostrada con su
servicio a los enfermos, ancianos, esclavos y desvalidos de su pueblo. A esa labor
humanitaria entregó su vida.

Reyes asegura que no desconoce el valor del soldado Martínez y por eso su monumento
se colocará en una plaza cívica donde también habrá un avión que participó en la guerra
de Paquisha, que ya fue donado por la FAE.

Historia
Cuando el gobernador de Quito, Gonzalo Pizarro, allá por los años de 1541 ordenó la
conquista de los intrépidos Pacamoros, tocolé llevarla a cabo al capitán Pedro de Vergara,
el que se enternó hasta Cumbinamá, capital de la provincia en donde a la sazón reinaba
un príncipe llamado Payaná, descendiente de aquellos guerreros que habían derrotado en
varios combates al Inca Huaynacápac, aquel Napoleon peruano; cuando ávido de
conquistas y de gloria, quiso avasallarselas, imponiéndoles su yugo; hasta que convencido
de su impotencia, hubo de abandonar su atrevida empresa, porque los pacamoros, hábiles
en el manejo de las armas le dieron una severa lección, haciéndole comprender su
superioridad en disciplina militar.
Uno de los soldados españoles, llamado Flavio Páez, lugarteniente de Vergara, llegó a
saber que Payaná tenía cautiva una joven de singular belleza que había caído prisionera
en uno de los combates con el Inca. Páez combinó un ataque y se apoderó de la
prisionera, luchando denodadamente con el mismo hijo de Payaná, llamado Quiroa. Este
prometió solemnemente a su anciano padre vengar esta injuria, y tanto más, cuanto que el
mismo Quiroa estaba aficionado de la princesa inca. Este triunfo sobre los pacamoros lo
alzaron los españoles, gracias a la poderosa intervención de Juan de Salinas, quien vino
en su ayuda con un fuerte contingente de tropas en lo más apurado de su situación. Páez
logro casarse con la joven Tocoya (tal era el nombre de la princesa) la que a su vez se
había aficionado el oficial español.

Seis meses de rudo batallar habían sido necesarios para sojuzgar a los Pacamoros. El
mismo Payaná cayó muerto en uno de los combates, herido por las balas de Juan de
Salinas. Los restos deshechos de la tribu se fueron a buscar refugio donde sus aliados los
Yaguarzongos, quienes al ver el peligro que corría para ellos mismos eligieron jefe de su
tribu al feroz Quiroa y él con los de su tribu, se establecieron a las riberas del Yacuámbi.

Allá llegaron después los españoles y comenzó para los Pacamoros una nueva serie de
vejámenes por parte de los conquistadores que había ya en la próspera ciudad de Zamora;
de tal manera que les obligó a declararles la guerra; resueltos por esta vez a no cejar
antes las pretensiones de los blancos. Quiroa, que, como hemos dicho había jurado sobre
las cenizas de su padre, defender su nuevo hogar, aunque fuese a costa de su vida y de la
de su tribu, reunió a sus capitanes para engrosar el ejército y pidió la ayuda de los
indomables Jíbaros del Paute.

Los españoles se dieron cuenta de que todos los preparativos, a pesar del sigilo con que
se hacían, y salieron al encuentro con su jefe Juan de Salinas y el valeroso Flavio Páez.
Dispuestos al combate, se realizó éste, tan sangriento de ambas parte, que al amanecer,
cayeron en cuenta los españoles del fracaso que iba a resultarles si duraba más tiempo;
pues ya comenzaban a faltarles las municiones y los Jíbaros se mantenían firmes, a pesar
de los muchos compañeros que caían muertos. El combate seguía con una tenaz
desesperación de ambos lados, cuando de improviso se dejo oír del interior de la selva un
grito desgarrador; cerca de la posición donde Quiroa suplicando la paz. Los españoles,
que no deseaban otra cosa, acogieron su petición con frenético entusiasmo. Corrieron
todos al lugar donde estaba el alboroto y encontraron a Flavio Páez muerto por una saeta
que le había atravesado la garganta, y a Tocoya desmayada sobre el cuerpo de su difunto
marido. Quiroa pidió como favor que le dejasen conducir a Tocoya a su casa, y los
españoles se lo concedieron generosamente por haberles brindado la paz en
circunstancias tan apremiantes. Al fin, Quiroa había logrado recuperar a su bella cautiva.

Se hicieron los tratados de paz por ambas partes y hubo un corto tiempo de sosiego para
unos y otros. Poco tiempo después se verificó el matrimonio eclesiástico del Jefe de los
Pacamoros con la Princesa Inca en la iglesia de los Dominicos de Zamora; pocos meses
después moría Tocoya dejando una niña recién nacida hija de Flavio Páez. En el bautismo
recibió el nombre de Blandina.

Según las leyes de los Pacamoros. los hijos del primer marido, debían ser muertos
irremisiblemente, se recogió sigilosamente a la niña y se la puso al cuidado de un médico
de la colonia española, llamado Mr. Blacker. Quiroa, por su parte tenía a Blandina como
verdadera hija suya a quien la llamaba Naya. La niña se cRío en casa de facultativo, con
todo esmero y cuidado; ya crecida llamaba la atención de todos por su hermosura y virtud,
era un verdadero ángel de consuelo para los vecinos de Zamora. Se dolía en gran manera
de la infeliz suerte de los esclavos negros, y ya mayor, se dedicó a conseguir la
manumisión de cuantos podía. Blandina era mas conocida en Zamora con el nombre de la
Chapetona porque nadie ignoraba de quien era hija.
Los mismos Reyes de España le concedieron Cédulas Reales, con el objeto de levantar un
asilo en la ciudad para refugio de los enfermos y los pobres, y ella misma se encerró allí,
dedicada únicamente al servicio de Dios y de los desvalidos. El edificio del asilo era el más
hermoso de Zamora y descollaba sobre los demás por su magnitud y elegancia.

Por otra parte, Quiroa había estado creído que era el padre de Blandina, pero le entraron
recelos al oír llamar a su hija Naya con el nombre de Chapetona, que se daba a los hijos
de españoles. Desde entonces pensó en salir de la duda armándole una celada sutil.
Logro introducir de portero del Asilo a un joven jíbaro muy inteligente, para que le sirviera
de espía, mientras él por su parte había desde muy atrás preparado un golpe decisivo
contra los blancos.

Reunió clandestinamente a los capitanes de las tribus y se aprobó por todos el


premeditado proyecto. Una de las medidas que se habían de tomar, era el de buscar la
alianza con Quirruba, capitan general de las numerosas tribus jíbaras del Paute y por
medio de éste, conseguir la alianza con los jíbaros Moronas, con los Macas y Huamboyas.
Como prenda del pacto convenido. Quiroa había ofrecido a su hija Naya para esposa de
Quirruba.

Con esta oferta quería poner a prueba para ver si su hija se llamaba hija de Quiroa; por
otra parte, si se resistía a obedecer, concitaba contra si misma las iras del jefe de los
Pautes. Como quiera conseguiría su objeto. Quiroa mandó, pues, a llamar a Quirruba para
que acelerase el matrimonio con Naya.

Un día que regresaba la chapetona al Asilo, se encontró de frente con el jefe Indio que le
había estado esperando para lanzarle la propuesta; pero sus pretensiones se dieron contra
una roca firmísimo, inconmovible, y el jíbaro que tenía ímpetus de atravesarla con su
enorme lanza, juzgó retirarse por entonces aún cuando arrojando espumarajos de rabia y
de despecho. Disimulo por entonces, pero desde ese momento puso en ejecución una
venganza atroz que dio por resultado el sacrificio de la virgen cristiana.

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