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Mariano, un eximio arpista y cantante de huaynos, a quien la gente común lo ve como un upa o idiota por su carácter
ensimismado, llega al villorrio acompañado de su cernícalo (killincho), a quien llama «inteligente Jovín». Era originario de
un pueblo frutero cercano, del que partió instigado por su hermano Antolín, quien le aseguró que en la capital de la
provincia triunfaría pues los arpistas eran muy apreciados y solicitados.
En la ciudad, Mariano conoce a don Aparicio, joven terrateniente que tiene bajo su mando a muchos indios. Este
personaje era también foráneo pues provenía del pueblo de Lambra, donde tenía latifundios. Don Aparicio se siente
fascinado por la música de Mariano y lo acoge, tratándole de “don”, pero le obliga a que toque solo para él.
Don Aparicio es un enamorador empedernido y seduce a muchas mujeres, siendo su preferida una mestiza llamada Irma,
natural de Ocobamba, a quien había raptado separándola de su familia. Sin embargo, cuando llega al pueblo una joven
costeña llamada Adelaida, don Aparicio queda deslumbrado con la belleza de esta mujer, rubia y de ojos azules. Él asume
que lo que siente por Adelaida es amor, ya que esta le genera un dolor que ni siquiera la música de Mariano logra calmar.
Don Aparicio colma de regalos a la recién llegada y de esta manera se siente con dominio sobre ella, aunque sin saber
para qué la quiere.
Todo ello entristece a Irma, quien se había mostrado fiel al terrateniente. Celosa, trama un plan para recuperar el amor
de don Aparicio: lleva con engaños a Mariano a su casa y lo oculta. Cuando llega don Aparicio, Irma empieza a cantarle,
siguiéndole don Mariano con los acordes de su arpa, tal como habían acordado. Pero don Aparicio se da cuenta de la
presencia del arpista, se precipita sobre él, le destroza su arpa y lo expulsa de mala manera, pues considera su acto como
una traición. Mariano siente mucho pesar y espera al patrón en la puerta de su habitación para pedirle perdón, pero don
Aparicio no acepta sus disculpas y le ordena que se marche. Pero ante la insistencia de Mariano, don Aparicio pierde el
control y lo lanza por la baranda desde el segundo piso hacia el patio. Producto de la caída don Mariano fallece.
Impactado por el hecho, don Aparicio ordena a su gente que digan que se trató de un accidente y que su caballo le había
dado una coz en la cabeza al arpista.
Mariano es velado en casa de don Aparicio y enterrado con una ceremonia digna de un comunero grande, que preside el
mismo alcalde de la comunidad o varayok. Esta muerte pesa mucho al joven terrateniente y sirve para que empiece a
redefinir su existencia disipada.
Don Aparicio planea vengarse de Irma: imagina casarse con ella para hacerla sufrir toda la vida, pero finalmente decide
marcharse definitivamente de la ciudad. Se despide fríamente de Adelaida antes de alejarse, montado en su potro negro
y llevándose al cernícalo de Mariano, a quien alimenta con un pedazo de carne que destaja del cuello de su propio
caballo. Su partida hacia un lugar indefinido tiene como propósito expiar de alguna manera su culpabilidad en la muerte
del arpista. Mientras que Irma es acogida por la comunidad, al considerársela como la única cercana al finado Mariano,
por quien había llorado sinceramente en su sepelio.