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“La relación entre pensamiento y palabra es un proceso viviente; el pensamiento nace a

través de las palabras. Una palabra sin pensamiento es una cosa muerta, y un pensamiento
desprovisto de palabras permanece en la sombra. La conexión entre ellos, sin embargo, no
es constante…”.

Vigotsky, 2005: 197[1]

“Las palabras son pensamientos y, por lo tanto, son un poder invisible e invencible…”.

Haanel, 2007: 159[2]

[1] Lev Semenovich Vigotsky (1896-1934). Nacido en Rusia. Autor de la teoría


sociohistórico-cultural del desarrollo de las funciones mentales superiores o teoría
histórico-cultural. Uno de los más grandes psicólogos del siglo xx, llamado el Mozart de la
Psicología.

[2] Charles F. Haanel (1866-1949). Nacido en Michigan, EE. UU. Escritor y empresario,
contribuyó al movimiento Nuevo Pensamiento. Es llamado el padre del desarrollo personal.

INTRODUCCIÓN

Desde el momento de la fecundación comienza la vida de un nuevo ser humano. El


pensamiento o diálogo interno de la madre, las palabras que pronuncie el padre, o
personas cercanas, música y diferentes sonidos influyen durante los nueve meses de
gestación. Cuando nacemos seguirán dichas influencias; paulatinamente, crecemos,
aprendemos a decir las primeras palabras, agregamos otras y con ellas conviviremos
durante toda nuestra vida. Este proceso que sucede a diario y en todas partes del mundo es
cotidiano y natural. Pero ¿qué sucede al no interactuar a través de las palabras? Veamos
algunos casos específicos, por ejemplo, cuando se padece la afasia por una patología
cerebral o mutismo psicológico por algún trauma. En ambos casos, la persona estará triste
por no poder expresar lo que piensa o siente. La consecuencia es más trágica cuando la
palabra está ausente totalmente, consideremos otros casos particulares.

Federico II (1194-1250), emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, realizó un


experimento cruel, para averiguar cuál era el lenguaje natural del ser humano, ordenó que
se tomaran niños huérfanos y se los criara sin dirigirles palabra, ni cariño de ningún tipo.
Solo les brindaron alimento y abrigo, los niños murieron en forma precoz y sin decir nada.

Según esta experiencia, ¿podemos concluir que la palabra es un lazo entre uno y el otro
que garantiza una manera de vivir?

¿Qué pasa con un náufrago que deja de pronunciar palabras? ¿Qué pasa cuando un niño
es criado por un animal? En estos dos casos concretos, el ser humano no existiría como tal
si no se comunicara con otro. Es más, si el ser humano tiene la palabra y no la comparte,
desaparece con ella, porque se convierte en un salvaje.

“Quien no esté expuesto a interacciones conversacionales con otros seres humanos


no accede al humano. Es lo que observamos en el caso de los niños-lobos”
(Echevarría: 2016; 49).

La historia se repite sean náufragos o marineros abandonados en una isla desierta, como el
caso del marino escocés Selkirk, al estar cuatro años solo, sin compartir la palabra con otro,
se olvidó por completo de articular sonidos inteligibles y era más salvaje que los animales,
según informaron las fuentes cuando fue encontrado en 1709. En Francia, fue capturado un
niño de 12 años, llamado el salvaje de Aveyron en 1800, quien había sido abandonado a los
5 años, aproximadamente, y había sobrevivido una década en un medio muy hostil. Daba
gritos guturales y jamás pudo hablar. Estas experiencias inverosímiles menciona el
antropólogo francés David Le Breton, en su libro Las pasiones ordinarias (2009), también
manifiesta que hay 50 casos de niños que, accidentalmente, fueron adoptados por animales
como lobos, monos, osos y tigres.
En el caso específico de los lobos que adoptaron niños, estos aprendieron el
comportamiento animal, dicho de otra manera, el comportamiento animal modeló a los
infantes en varios aspectos: en el plano sensorial (desarrollo del olfato, la audición, etc.), en
el expresivo (lengua colgante, jadeos, bostezos prolongados, aullidos, etc.), en el de las
técnicas del cuerpo (marcha en cuatro patas, lengüetazos para beber, etc.) y en el de los
gustos alimenticios (alimentos cárneos y crudos, etc.). También menciona la similitud física
(desarrollo de los maxilares y los caninos e inclusive el brillo de los ojos en la oscuridad).
Con respecto a las emociones, solo manifestaron cólera e impaciencia. Ignoraban la risa y
la sonrisa. Los rasgos enumerados se encontraron en la mayor parte de los niños lobos
rescatados. Estos murieron precozmente debido a que no se adaptaron completamente al
entorno humano y tenían dificultades para hablar. Por tanto, el ser humano no existiría como
tal sin interacciones conversacionales, porque somos seres sociales, estamos atravesados
por la palabra y necesitamos de un otro para compartirla.

A partir de estas experiencias surgen varias reflexiones y comentarios:

En los casos mencionados arriba, cuando el ser humano no usa la palabra, hay un corte del
nombramiento del entorno, lo cognitivo no toma las vías conocidas o esperables, no hay
estímulo para formar circuitos neuronales que beneficien el desarrollo. En cambio, la
palabra sí genera pensamiento y ambos están estrechamente vinculados. Además, el uso
de aquella es un modo de acción para comunicarse con el otro, creándose una forma de
vivir.
No podemos pensar sin hablar y pensar es un decirse a sí mismo algo conforme a
determinadas reglas que por su misma lógica conducen a una compatibilidad con otros
(Leocata, 2003: 198).

La plasticidad del cuerpo. Es decir, los infantes adoptados por lobos imitaron el
comportamiento animal y el cuerpo se fue transformando.

La plasticidad del cerebro. La comunicación de los lobos es a través de aullidos u otros


sonidos, lo cual cambia la estructura y funcionamiento del cerebro de los infantes. El
entorno también juega un papel importante en la construcción de sus emociones, en estos
casos, la cólera y la impaciencia.

La plasticidad genética. Los especialistas genéticos mencionan que nacemos con un gen
del habla, llamado FOXP2. Sin embargo, en el caso de los infantes adoptados
accidentalmente por lobos, dicho gen no se activa por falta de interacción conversacional
con otro ser humano. Por consiguiente, la genética no siempre determina quiénes somos,
quién estamos siendo o seremos. Más bien, dependemos de cómo interactuamos con el
entorno, es decir, de cómo nos desarrollamos en el vientre de nuestra madre, de cómo es
nuestro hogar, nuestra cultura, etcétera.

Cuando el lobo se hace cargo del infante, influye en su estructura psíquica, biológica y
social, es decir, moldea su mente, emocionalidad, corporalidad y el tipo de interacción. Todo
esto aplana el proceso del desarrollo humano y lo va ingresando paulatinamente al ámbito
salvaje.

En cambio, cuando el infante interactúa con otros seres humanos, lo que ve y escucha se
va codificando en su mente en palabras, estas no solo comunican información de una
mente a otra, también abren un abanico de influencias afectivas e interacciones vitales, y
genera una práctica social y crea una forma de vivir. Las palabras hacen que sucedan
muchas cosas en nuestro mundo interno y externo. Pero no somos tan conscientes de los
efectos de este sorprendente fenómeno lingüístico en nuestras vidas. Según la experiencia
de los infantes adoptados por lobos, dejaron de escuchar palabras, ya no tenían contacto
con otro ser humano, por tanto, no se siguió construyendo o creando en ellos una
personalidad, es decir, dicho proceso fue interrumpido. La pregunta clásica sería ¿cuál fue
primero, el huevo o la gallina? En el tema que tratamos sería ¿qué está primero, la palabra
o la personalidad? Creo que se van tejiendo de manera simultánea, la palabra genera
emocionalidad, esta influye en la corporalidad y según cómo se realice la interacción con el
entorno, se va diseñando la personalidad. Este proceso será un círculo vicioso o virtuoso
dependiendo de qué palabras usamos más en nuestro diálogo interno. ¿Optimistas o
pesimistas?, ¿las que fortalecen o debilitan?, ¿las de conciliación o conflictos?, ¿las que
enferman o sanan?, ¿las de amor u odio? Las palabras que predominan en nuestro diálogo
interno nos construyen y constituyen como personas, con dichas palabras realizaremos
interpretaciones de nosotros, de los demás y del mundo.

Necesariamente, la palabra debe ser compartida para seguir siendo humanos, para
transmitir a las próximas generaciones el desarrollo artístico, científico, económico, político,
social, tecnológico, etc. Saber la historia de los pueblos, conocer las experiencias
personales de los que vivieron y viven, para ponernos metas, hacer planes, hacer
proyectos, etc. La palabra compartida nos da a conocer el pasado, nos facilita entender el
presente y proyectarnos al futuro.

Por tanto, en el principio, en la materia, en el vientre, en la historia, en la sociedad, en cada


uno de nosotros, en todo tiempo, lugar y circunstancia, está la palabra. A pesar de la
influencia que tiene la palabra en nuestra vida, es popular la frase “las palabras son solo
palabras”. De hecho, podemos estar de acuerdo en que no resultan ser importantes cuando
se promete y no se cumple, cuando alguien da su palabra para pagar una deuda y no paga.
Sin embargo, en ambos casos, si cumplimos o no nuestra palabra, esta generará un tipo de
relaciones, definirá la forma en que somos vistos por los demás y, paulatinamente, irá
construyendo nuestra identidad.

Las palabras son como las semillas para la acción o inacción humana (hacer o no hacer), es
decir, a través de ellas podemos motivarnos a realizar cosas o, por el contrario,
desmotivarnos con un diálogo interno desempoderante. Por eso, con ellas construimos
nuestra realidad. Al tener consciencia de esto, pondremos más atención a lo que decimos y
a cómo lo decimos.

Las palabras también adormecen o despiertan la conciencia del ser humano. Es decir, la
palabra hablada, escuchada, escrita o leída puede construir autómatas que solo repiten lo
que otros dijeron, o, por el contrario, construir seres auténticos y libres.

Las palabras existen cuando las escuchamos, escribimos, leemos y pronunciamos. También
podemos tomar consciencia que las palabras existen en nuestras mentes, cuando las
“articulamos” en silencio, mediante un diálogo interno que nos conduce al pasado, nos trae
al presente y nos lleva al futuro. Entonces, a través de las palabras recordamos, estamos
ahora, en el presente, y nos proyectamos.

En la vida cotidiana, escuchamos, hablamos, leemos y escribimos las palabras. La mayor


parte de nuestro tiempo, las escuchamos y hablamos sin ser conscientes de que aparecen
simultáneamente con el pensamiento, que influyen en nuestra estructura de razonamiento,
que viven en los sentimientos. Por lo tanto, nuestras palabras “construyen” o “crean”
paulatinamente nuestra personalidad y la de nuestros hijos. Cuando les decimos que son
lentos, brutos o incapaces, es probable que actúen así, porque al catalogarlos desde el
lugar de poder como progenitores, contribuimos a su constitución. Es preferible decirles que
son ágiles, inteligentes y capaces.

Las palabras viven y duermen en nuestra mente e influyen en el grado de confianza de las
propias habilidades para aprender. Ellas configuran nuestro intelecto.

Las palabras que moran en cada uno de nosotros también inciden en nuestro cuerpo ya que
pueden enfermarnos o causar daños profundos. Cuando callamos o nos decimos algo
desfavorable, el cuerpo puede manifestar dolores de cabeza, gastritis, psoriasis y
debilitamiento del sistema inmunológico lo que aumenta las posibilidades de enfermarnos.
Entonces, si queremos mejorar nuestra salud mental y física, tengamos presente que
nuestras palabras también tienen poder terapéutico, pueden sanar.
Cuando somos inconscientes de los pensamientos y de las palabras que viven y
predominan en nuestra mente, es como si no supiéramos cuánto combustible y de qué
calidad tiene el auto para llegar a donde queremos ir. Carl Gustav Jung, lo expresa de modo
magistral:

“Hasta que hagas consciente lo inconsciente, este dirigirá tu vida y le llamarás destino.”

Según Vigostky, en el inconsciente están los pensamientos prelingüísticos, es decir,


pensamientos que están en la sombra, ya que no los conocemos. Es allí donde trabaja el
coach, el psicólogo, el asesor filosófico u otro profesional facilitando que la persona pueda
“iluminar” su zona de sombra y tomar consciencia de estos pensamientos inconscientes.
Notemos que esto se logra a través de sesiones conversacionales. Es decir, a través de las
palabras podemos desarrollar la consciencia.

Además, aquellas también tienen el poder de programar y condicionar nuestra mente,


porque pueden sembrar hábitos, actitudes e influir en las decisiones. Por consiguiente, las
palabras tienen un poder significativo en la vida de cada persona. ¡Es imprescindible
conocer dicho poder!

Creo que el poder de nuestras palabras no es el único aspecto que explica el desarrollo
personal, las relaciones humanas y las prácticas sociales, sin embargo, es un factor
fundamental para tomarse en cuenta.

En los primeros siete capítulos, invito a reflexionar para tomar más consciencia de la
influencia que tienen las palabras desde antes de nacer y durante el resto de nuestras
vidas. En el capítulo 8, abordaremos cómo gestionar nuestro diálogo interno para facilitar
una comunicación eficaz con nosotros mismos y con los demás en función de nuestro
objetivo.

Los ocho capítulos nos facilitan conocer cómo el uso de las palabras influye en nuestro
diálogo interno y en las relaciones con los demás. A través de reflexiones, declaraciones de
especialistas, investigaciones científicas y ejemplos de la vida cotidiana nos acercan para
comprender el fascinante mundo que es: El poder de nuestras palabras.

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