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El autor sugiere qué los españoles fueron a los aztecas, lo qué los aztecas fueron a sus
pueblos vecinos.
Hay muchas semejanzas entre antiguos y nuevos conquistadores, y esos últimos lo
sintieron así, puesto que ellos mismos describieron a los aztecas como invasores recientes,
conquistadores comparables con ellos. Más exactamente, y aquí también prosigue el
parecido, la relación de cada uno con su predecesor es la de una continuidad implícita y a
veces inconsciente, acompañada de una negación referente a esa misma relación. Los
españoles habrán de quemar los libros de los mexicanos para borrar su religión; romperán
sus monumentos para hacer desaparecer todo recuerdo de una antigua grandeza. Pero,
unos cien años antes, durante el reinado de Itzcóatl, los mismos aztecas habían destruido
todos los libros antiguos, para poder reescribir la historia a su manera. Al mismo tiempo,
como lo hemos visto, a los aztecas les gusta mostrarse como los continuadores de los
toltecas, y los españoles escogen con frecuencia una cierta fidelidad al pasado, ya sea en
religión o en política; se asimilan al propio tiempo que asimilan. Hecho simbólico, entre
otros, la capital del nuevo Estado será la misma del México vencido. pp 65 - 68
Además de ofrecer una explicación de una de las razones de la derrota, el texto citado
indaga en la percepción qué conquistadores y conquistados tenían sobre sí mismos y sobre
los otros. Los Aztecas se veían como continuadores de los Toltecas, imponiendo sus
símbolos a los de otros pueblos sobre una construcción del pasado qué los justificaba, lo
mismo hacían los españoles, al destruir las imágenes de los indígenas y reemplazarlas por
las suyas, legitimando su identidad para sí mismos y ante los demás.
Entre los factores qué favorecieron la conquista, el autor señala una cuestión desatendida
hasta entonces, se trata de la cosmovisión de los Aztecas y cómo su relación con el mundo
está sobreinterpretada y sobrestucturada. . los indígenas practican la adivinación e
interpretan sistemáticamente los acontecimientos como presagios. Dice el autor: “El mundo
se plantea de entrada como algo sobredeterminado; los hombres responden a esta
situación reglamentando minuciosamente su vida social. Todo es previsible, y por lo tanto
todo está previsto, y la palabra clave de la sociedad mesoamericana es: orden. [...] Esta
reglamentación impregna los más íntimos detalles de la vida, de los que se pensaría que
eran dejados a la libre decisión del individuo: el ritual propiamente dicho no es, sino, la
punta más sobresaliente de una sociedad ritualizada de parte a parte; ahora bien, los ritos
religiosos son en sí mismos tan numerosos y tan complejos que movilizan un verdadero
ejército de oficiantes. ” p71
La sociedad Azteca está sobreestructurada porque minimiza la voluntad del individuo como
elemento de una totalidad, como queda demostrado por los sistemas de valores de y la
fuerte estratificación social. “En esta sociedad sobreestructurada, un individuo no puede ser
el igual de otro, y las distinciones jerárquicas adquieren una importancia primordial [...] . Así
que, debido a esta fuerte integración, la vida de la persona de ningún modo es un campo
abierto e indeterminado, que puede ser moldeado por una voluntad individual libre, sino la
realización de un orden siempre anteriormente presente (aun si no está totalmente excluida
la posibilidad de influir en el propio destino). El porvenir del individuo está ordenado por el
pasado colectivo; el individuo no construye su porvenir, sino que éste se revela: de ahí el
papel del calendario, los presagios, de los augurios. La pregunta característica de este
mundo no es, como entre los conquistadores españoles o entre los revolucionarios rusos,
de tipo praxeológico: «¿qué hacer?», sino epistémico: «¿cómo saber?». Y la interpretación
del hecho, más que en función de su contenido concreto, individual y único, se hace en
función del orden preestablecido y que se debe restablecer, en función de la armonía
universal.” p 74
El autor señala una diferencia fundamental entre las formas de comunicación de los
españoles y los aztecas, una entre el hombre y el hombre, y otra entre el hombre y el
mundo, no se trata de una diferencia linguística pero sí de una forma simbólica de
relacionarse entre ellos y su medio. El autor sugiere qué la comunicación hombre-hombre
de los españoles representó una ventaja ante la comunicación hombre-mundo de los
indígenas.
Un hecho en particular ejemplifica esto. Moctezuma no se dejaba ver ante los españoles
qué lo buscaban, “Esta negación de Moctezuma no es un acto personal. La primerísima ley
enunciada por su antepasado Moctezuma I ordenaba «que los reyes nunca saliesen en
público, sino a cosas muy necesarias y forzosas»” p77
Tampoco se deja ver por sus súbditos. Según el autor, está ley responde la marcada
jerarquía de la sociedad azteca, donde dejarse ver significaría contradecir su sistema de
valores. Además, castiga a quienes le dan noticias sobre los españoles y asesina a los
sacerdotes que presagian el futuro. Esto explica qué la comunicación fuera escasa. El autor
agrega: “Aun cuando la información llega a Moctezuma, su interpretación, necesaria, se
hace dentro del marco de la comunicación con el mundo, no de la comunicación con los
hombres. Es a sus dioses a quienes pide consejo sobre cómo comportarse en estos
asuntos puramente humanos (y es que siempre fue así, como lo sabemos a partir de las
historias indígenas del pueblo azteca).” p 80-81
Los relatos indígenas de la conquista dan cuenta de los presagios como forma de
comunicación hombre-mundo integrada en su cosmovisión, aun cuando muy probablemente
se enuncian después del acontecimiento, son una muestra del orden de creencias qué les
era propio, y donde la conquista es asimilada como parte de él. Según Todorov: “Esta forma
particular de practicar la comunicación (descuidando la dimensión interhumana, dando la
preferencia al contacto con el mundo) es responsable de la imagen deformada que habrán
de tener los indios de los españoles, a lo largo de los primeros contactos, y especialmente
de la idea de que estos son dioses; también esta idea tiene un efecto paralizador. ” p 83-84
Esta forma de comunicación en su producción simbólica es compleja y está profundamente
ligada al ejercicio del poder entre los aztecas. Los funcionarios, profetas-intérpretes y
sacerdotes debían aprender sobre retórica y oratoria. La producción de estos discursos
estaba determinada por el pasado, antes qué por el presente, y su forma de interpretar el
pasado es cíclica. La naturaleza de los acontecimientos está sometida a esta dinámica
Según esto el autor dice: “Por eso los hechos se remiten ora al pasado, como en una
crónica, ora al futuro, en forma de profecías: otra vez más, da lo mismo. La profecía esta
enraizada en el pasado, puesto que el tiempo se repite; el carácter, fausto o infausto, de los
días, meses, años, siglos por venir es establecido por la búsqueda intuitiva de un común
denominador para los períodos correspondientes del pasado [...] De este choque entre un
mundo ritual y un acontecimiento único resulta la incapacidad de Moctezuma para producir
mensajes apropiados y eficaces. Los indios, maestros en el arte de la palabra ritual, tienen
por ello menos éxito ante la necesidad de improvisar, y ésa es precisamente la situación de
la conquista. Su educación verbal favorece el paradigma en detrimento del sintagma, el
código en detrimento del contexto, la conformidad al orden en vez de la eficacia del instante,
el pasado en vez del presente..” p93-95
Lo primero que quiere Cortés no es tomar, sino comprender; lo que más le interesa son los
signos, no sus referentes. Su expedición comienza con una búsqueda de información, no de
oro. La primera acción importante que emprende —y no se puede exagerar la significación
de ese gesto— es buscar un intérprete.
La comunicación entre los aztecas es ante todo una comunicación con el mundo, y las
representaciones religiosas tienen en ella un papel esencial. Es evidente que la religión no
está ausente del lado de los españoles, incluso era decisiva para Colón. Pero se nos hacen
inmediatamente evidentes dos diferencias importantes. La primera tiene que ver con la
especificidad de la religión cristiana en relación con las religiones paganas de América: lo
importante aquí es que es, fundamentalmente, universalista e igualitaria.
La segunda diferencia proviene de las formas que adopta el sentimiento religioso entre los
españoles de esa época (pero eso quizás sea otra consecuencia más de la doctrina
cristiana, y cabe preguntarse en qué medida una religión igualitaria no lleva, por su rechazo
de las jerarquías, a salir de la religión misma): el Dios de los españoles es más bien un
auxiliar que un Señor, es un ser al que, más que gozar de él, se usa (para hablar como los
teólogos).
Tzvetan Todorov. La conquista de América (Kindle Locations 1821-1822). ePubLibre. Kindle
Edition.