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LA RECONQUISTA
DE LA CONCIENCIA
Desarrollo de la mente humana
LA RECONQUISTA DE LA CONCIENCIA
Primera edición en inglés, 1983
Primera edición en español, 1987
Tíuilo original:
©© 1983, TOxford
T University
^ ned: Ch3pIerS ¡n the Development of Mind
Press, Oxford
^SBN 0-19-286052-6
RECONOCIMIENTOS
G
<o
«5»
Los capítulos i y del vi al vm aparecen aquí por primera vez. Los capítulos restan
tes se basan en artículos publicados y en transmisiones, pero han sido parcialmente
reescritos (y en algunos casos han recibido un, nuevo título). La lista siguiente
ofrece detalles de artículos publicados que son afines a este texto. Estoy agradecido
a los editores originales por su autorización para incluir versiones de sus artículos.
“La función social del intelecto” en Growing Point in Ethology, comps. P.P.G.
Bateson y R. A. Hinde, Cambridge University Press, 1976.
“Los psicólogos de la naturaleza”: basada en la Lister Lecture for the British
Association for the Advancement of Science, Birmingham, 1977; transmisión en
Radio 3 en 1979; en Consciousness and the Physical World, comps. B. Josephson y V.
Ramachandran, Pergamon Press, 1980. •
“Tener sensaciones y mostrar sensaciones” : basado en un escrito para un
taller sobre “La conciencia de sí mismo de los animales domésticos”, Oxford,
1980; en Self-awareness in Domesticated Animals, comps. D.G.M. Woodgush, M.
Dawkins y R. Ewbank, Universities Federation for Animal Welfare, 1981.
“La conciencia: un cuento de ‘Así precisamente’ ”: basado en una conferencia
para el International Congress of Ethology, Oxford, 1981;New Scientist, 95, 474,
1982. '
“El engaño de la belleza” : basado en una conferencia pronunciada en el
Institute of Contemporary Arts, Londres, 1973; transmisión en Radio 3 en
1979; Perception, 2, 429, 1973.
“Sobre poner la mejilla izquierda” : originalmente “El status y la mejilla iz
quierda” , con Christopher McManus, New Scientist, 59, 437, 1973.
“Mariposas que se pegan” : originalmente “Variaciones sobre un tema” , New
Scientist, 63, 233, 1974.
“El color de la naturaleza” : en Colour for Architecture, comps. T. Porter y B.
Mikellides, Studio-Vista, 1976.
“Ilusiones contrastantes en perspectiva:” : Nature, 232, 91, 1971.
“Una ecología de éxtasis” : crítica de The Spiritual Nature of Man, de Alister
Hardy (Oxford, 1979), London Review of Books, 17 de abril de 1980.
4 “Los fantasmones”: crítica de This House in Haunted, de G.L. Playfair (Londres,
1980), y Science and the Supernatural, de John Taylor (Londres, 1980), London
Review of Books, 2 de octubre de 1980.
“Está lloviendo Karma sobre mi cabeza”: originalmente “Nuevas ideas, viejas
ideas”, crítica de Mind and Nature: A Necessary Unity, de Gregory Bateson
(Londres, 1979), London Review of Books, 6 de diciembre de 1979.
“¿Qué es la mente? No importa. ¿Qué es la materia? No se preocupe” : crítica de
The Mind’s I, comps. Douglas Hofstadter y Daniel Dennett (Hassocks, 1981),
London Review of Books, 17 de diciembre de 1981.
■ Í 7
\
E33S&
8 RECONOCIMIENTOS
10 PRÓLOGO
aliento que me dieron Caroline Humphrey, Susannah York y mis padres John y
Janet Humphrey. Uno de los ensayos, “ Sobre poner la mejilla izquierda” , fue
escrito por Christopher McManus, quien (siendo aún estudiante en Cambridge),
recabó todos los datos necesarios. Henry Hardy ha sido el mejor de los editores
posibles.
iL.„-
ío¡
LA PSICOLOGÍA NATURAL Y
LA EVOLUCIÓN DE LA CONCIENCIA
¿Cómo conozco yo el modo de todas las cosas?
Por lo que hay dentro de mí.
L ao-tse , Tao-le-king, siglo vi a. c.
¿Según qué evidencia sé, o por qué consideraciones soy llevado a creer que existen
otras criaturas sensibles, que esas Figuras que caminan y hablan a las que veo y
oigo, tienen sensaciones y pensamientos o, en otras palabras, que tienen Espíri
tu?... En primer lugar, tienen cuerpos como yo, que conozco en mi propio caso,
que son la condición antecedente de los sentimientos... en segundo lugar, muestran
los actos y otros signos exteriores, queen mi propio caso sé, por experiencia propia,
que son causados por sentimientos. Estoy consciente en mí mismo de una serie de
hechos conectados por una secuencia uniforme, cuyo principio son las modificacio
nes de mi cuerpo, cuya parte media son los sentimientos y cuyo final es el
comportamiento exterior. En el caso de otros seres humanos tengo la evidencia de
mis propios sentidos' como eslabones primero y último de la serie, pero no del
eslabón intermedio. Sin embargo, veo que lasecuenciaentreelprimerov el último
es tan regular y constante en los otros casos como lo es en el mío. En mi propio caso sé
que el primer eslabón produce el último por medio del eslabón intermedio, y no
podría producirlo sin él. Por consiguiente, la experiencia me obliga a concluir que
debe haber un eslabón intermedio, que debe ser o bien el mismo en los otros que en
mí, o bien diferente: por tanto debo creer que están vivos o que son autómatas; val
creer que son vivos, es decir al suponer que el eslabón es de la misma naturaleza
que en el caso del que yo tengo experiencia y que en todos los demás aspectos es
similar, pongo a otros seres humanos, como fenómenos, en las mismas generaliza
ciones que por experiencia sé que forman la auténtica teoría de mí propia
existencia.
J ohn Stuart M ill ,
Examen de lafilosofía de Sir William Hamilton, 1865
t
i
I. INTRODUCCIÓN:
EL “HOMO PSYCHOLOGICUS” 1?'
I
J
H abía transcurrido poco más de una semana desde )a creación, cuando Eva fue en
gañada por una sagaz serpiente, Eva había tentado a Adán, y el propio Dios fue
sorprendido en flagrante mentira: “Más del árbol de la ciencia del bien y del mal
no comerás”, había dicho Dios, “porque el día que comas de él morirás sin
remedio”. Pero la serpiente dijo a la mujer. “No morirán en modo alguno”. Y Eva
comió de la manzana y no murió, ni tampoco Adán. Por lo que se ve, hombres,
mujeres y también dioses siempre fueron falaces.
La descendencia del hombre y de sus compañeros, habiendo comenzado con la
Caída, evidentemente cobró fuerza con cada nueva generación. Los primeros
libros de la Biblia son una crónica de engaños, traiciones y egoísmo: de la sagaz
explotación de una persona por otra. “La astucia”, característica de la serpiente,
encuentra su más completa expresión en la obra de los seres humanos. Jacob, el
lampiño, logra hacerse pasar por su velludo hermano Esaú: “Tu hermano”, dice
Isaac, “vino con astucia y se ha llevado tu bendición”.Jonadab instruye a Amnón,
hijo de David, sobre cómo seducir a su hermana fingiendo enfermedad, y luego
obligándola a meterse en la cama cuando llega a atenderlo: “Jonadab”, se nos
dice, “era hombre muy astuto”. Salomón advierte a los jóvenes de su tierra que
tengan cuidado con las mujeres desenvueltas, que pese a su buena apariencia son
“de corazón astuto”.
La Biblia tal vez no sea buena guía de la evolución humana. Pero sus autores
diagnosticaron uno délos rasgos fundamentales que distinguen al Hombre en la
naturaleza. Los seres humanos nacen ya psicólogos. Astutos de corazón y de
cerebro, son incomparablemente hábiles al tratarse unos a otros. Mejor que
ningún otro animal saben cómo anticiparse —y aprovechar— el comportamiento
de sus congéneres.
Pero aunque tanto en la realidad como en las fábulas la gente aprovecha es
ta capacidad para favorecer sus intereses por encima de los demás, la astucia
del hombre no es, en sí misma, una característica hostil. Quienes tienen la ca
pacidad psicolgica de explotar a los demás sutilmente tienen, asimismo, la habi
lidad de ser sutilmente amorosos, sutilmente caritativos y sutilmente altruistas.
Y si en el curso de la evolución a veces ha convenido a la gente aprovecharse de
sus congéneres humanos, también ha ido en su ventaja el llevarse bien con ellos: las
personas han requerido el arte del psicólogo para conllevar, tranquilizar y socorrer
a sus aliados tantas veces como lo han necesitado para superar a sus rivales.
Como veremos en capítulos ulteriores, fueron las circunstancias de la vida social
del hombre primitivo —el pertenecer a una comunidad humana con interaccio
nes complejas, su necesidad de ayudarse mientras al mismo tiempo ayuda a los
demás— las que, más que nada, hicieron al hombre, como' especie, la criatura
astuta y penetrante que hoy conocemos; pues, con la continua presión hacia un
13
M INTRODUCCIÓN; EL “HOMO PSYCHOLOGICUS-
entendimiento mutuo cada vez mayor, la selección natural favoreció dos avances
paralelos en la evolución de la mente humana.
La “inteligencia social” exigió desde el principio el desarrolló de ciertas capa
cidades intelectuales abstractas. Si Jos hombres querían orientarse en el laberinto
de interacciones sociales, era esencial que fuesen capaces de una índole especial de
planeación anticipada. Habían de volverse seres calculadores, capaces de mirar
hacia adelante, a posibilidades aún no realizadas, y de planear, contraplanear y
enfrentar su ingenio contra compañeros del grupo, sin duda no menos sagaces que
ellos mismos. Nunca antes, en sus tratos con el mundo no-social, el mundo de los
palos y las piedras, ni siquiera en sus tratos con el mundo de los depredadores y las
presas vivas, habian necesitado los seres humanos esos poderes de razonamiento
abstracto que ahora necesitaban en sus tratos entre sí. Pero ahora su supervivencia
misma dentro del trato social dependía de ello. Y esto exigía, creo yo, un nivel de
inteligencia que no podía compararse con ninguna otra esfera de vida. El Homo, en
cuanto echó su suerte con la de la sociedad, no se dio alternativa y tuvo que
volverse el Homo habilis, después Homo sapiens. El hombre hábil y el hombre sabio.
Pero la habilidad no bastaba. Antes de que los seres humanos pudiesen empezar
siquiera a calcular adonde los llevaría su conducta y la de los demás, era esencial
que adquirieran un entendimiento mucho más profundo del carácter de la
extraña criatura que ocupaba el centro de sus cálculos: el Hombre mismo.
Tuvieron que encontrar un modo de descubrir lo que son los hombres como tales,
cómo reaccionan, qué les hace actuar, Tuvieron que volverse sensibles a los
caprichos y pasiones de los demás, tuvieron que apreciar su inconstancia o su
constancia, ser capaces de leer las señales en sus rostros y también la Taita de
señales, ser capaces de adivinar lo que la experiencia pasada de cada quien
mantenía oculto en presencia del futuro. Ante todo, tuvieron que dar sentido al
enigma del fantasma que hay dentro de la máquina. En pocas palabras, tuvieron
que volverse “psicólogos naturales”. El hombre hábil tuvo que convertirse en
Homo psychologies.
El ascenso del hombre a la plena condición de psicólogo natural se produjo
como resultado de la evolución biológica y cultural. Exigió cambios fundamenta
les del cerebro humano y después, como veremos en los capítulos del vi al vill, la
creación de instituciones especiales dentro de la cultura humana. Esto ha requeri
do largo tiempo. Pero ha valido a la especie humana un premio notable y
desconcertante. Es desconcertante porque la -capacidad de hacer psicología,
aunque hoy pueda ser una capacidad que posee todo hombre y mujer ordinarios,
está lejos de ser una habilidad ordinaria.
Que nadie suponga que la psicología natural —o la psicología con cualquier
otro título— no es cosa extraordinariamente difícil. Filósofos y científicos que, con
todas sus teorías y métodos de experimento han estado tratando durante un siglo,
más o menos, de desarrollar su propia ciencia del comportamiento humano, han
descubierto que la tarea resulta perturbadora y humillante. De hecho, la psicolo
gía académica, tal como se estudia en las universidades, ha demostrado ser la
rama más intratable de todas las ciencias. En la práctica y en la teoría, la psicología
es mucho más difícil que la física.
Tengo en la mano un libro de texto sobre mecánica física. Dice: “Considérese el
INTRODUCCIÓN: EL “ HOMO PSYCHOLOGICUS" 15
caso de un sistema de cuerpos que se atraen o rechazan entre sí o que actúan unos
sobre otros por contacto o mediante conexiones...”.1Desde luego, debieron deser
precisamente estas consideraciones las que pusieron a prueba la mente de los
hombres y mujeres ordinarios durante varios millones de años. Y sin embargo,
para el estudioso de la física los “cuerpos” en cuestión son grupos inertes de
materia atraídos por la ley de gravedad, que actúan unos sobre otros por fricción,
conectados por rodillos o cuerdas, mientras que para la gente ordinaria son los
cuerpos de otros seres humanos, atraídos por sentimientos, que interactúan por el
habla y el gesto, conectados por lazos de sangre o de amistad. Y éstos, según las
normas de la física, deben contarse entre los cuerpos con menos leyes y principios
en todo el universo.
No hay ni habrá nunca principios newtonianos del comportamiento humano.
Los psicólogos académicos que han tratado de emular el método y la teoría de la
física clásica —que, como Clark Hull durante los treinta, han tratado de escribir
unos Principia de última hora— han demostrado lo que cualquier lego habría
podido decirles para empezar: la montaña de la complejidad humana no puede
convertirse en un hormiguero de leyes científicas. ¿Cómo es posible, entonces, que
los seres humanos hayan adquirido una capacidad natural de hacer psicología?
¿Cómo han triunfado las fuerzas ciegas de la evolución donde ha fallado la cultura
objetiva?
Respondamos a un enigma con una paradoja: la ceguera a las objeciones
teóricas acaso ofreciera la mejor oportunidad de triunfo práctico. Desde el princi
pio, para el psicólogo natural la tarea consistió ni más ni menos que en esto: debía
ofrecer un sistema para interpretar y predecir el comportamiento humano que
diera las respuestas correctas, por cualesquiera razones. Ignorante del método y
las costumbres del científico, sin hacer caso a las advertencias de cualquier
Casandra filosófica, no le quedó más remedio que adoptar una política de abierto
y desvergonzado pragmatismo. Si la labor valía la pena de hacerla, sin duda valía
la pena hacerla bien. Pero dado que lo importante eran los fines, no los medios,
nunca se vio bajo alguna coacción para que en teoría hiciese respetable su sistema
de psicología. Si no era posible hacer directamente el trabajo, valía la pena
hacerlo indirectamente. Y así, a lo largo del tiempo, los seres humanos se vieron en
libertad de adoptar cualquier estilo y cualquier truco de razonamiento que les
acercara a su meta. Si a veces eso significaba amañar las técnicas y las ideas que
fallaban ante lo que hoy llamamos lógica científica objetiva, tanto peor. Lo que se
necesitaba era una guía para el hombre común.
No se trata de que la guía del hombre común, cuando salió, fuese realmente
muy común. En realidad, la fórmula para comprender el comportamiento huma
no que ha llegado a quedar en el núcleo de la psicología natural es —podría
argüirse— tan fantástica como filosóficamente impertinente. Mi tesis (así la
llamaré, de momento) es que la solución de la Naturaleza al problema de
practicar la psicología ha consistido en dar a cada miembro de la especie humana
tanto el poder como las inclinaciones de utilizar un cuadro priuilegiado de su propioyo
como modelo de lo que es ser otra persona.
1 A. S. Ramsey, Dynamics, Cambridge University Press, 1954.
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I.\ ('¡«..DICCION, hi. HOMO PSVCHOLOGtCUS-'
En suma, lo que el psicólogo natural tiene son poderes para entrar, a la luz
de su experiencia subjetiva, en la mente de otros. Y al hacerlo, confia en un
principio que fue planteado con característica concisión por Thomas Hobbes:
(Dada) la semejanza de los pensamientos y las pasiones de un hombre con los pensa
mientos y las pasiones de otro, todo el que mire dentro de sí mismo y considere lo que
hace cuando piensa, opina, razona, tiene esperanzas, temores, etc., y por qué motivos, por ello
leerá y sabrá cuáles son los pensamientos y las pasiones de todos los demás en ocasiones
similares.2
Llegaré en el capítulo vi a la prueba de que esto es lo que los seres humanos
hacen sin vacilar y que sí funciona. Aun reconociendo que nunca puede haber una
igualdad verdaderamente perfecta entre un hombre y otro —reconociendo que
cada quien tiene, como lo comentó George Eliot en Middlemarch, “un centro
equivalente del yo, en que la luz y las sombras deben caer con cierta diferencia”—,
no obstante, el principio de Hobbes sirve mejor al psicólogo que ningún otro
principio conocido de! sentido común o de la ciencia.
Mas antes debemos considerar qué implica esta forma de aplicar la psicología.
A primera vista, la idea de ponerse como modelo de los demás tal vez no parezca
nada especial. Cualquier estudioso del comportamiento humano ha de empezar
por alguna parte. Dado que el psicólogo natural ya tiene la suerte de ser por
derecho propio uno de los mismos seres cuyo comportamiento desea comprender,
¿qué podría ser más razonable que empezar haciendo observaciones de sí mismo?
Su propio cuerpo, además de ser el cuerpo humano con el que por necesidad pasa
la mayor parte del tiempo, es un cuerpo con el cual tiene una relación de
incomparable intimidad: puede observarlo en secreto o abiertamente, en salud o
enfermedad, en compañía de amigos, enemigos, padres, hijos, amantes... Por
tanto, no resulta sorprendente que empiece su análisis de otras personas basándose
en la autoobservación para la mayor parte de sus;pruebas sobre cómo se comporta
un típico ser humano. Se ha sabido hasta de físicos que se remiten a la evidencia de
sus propios cuerpos: acaso no fuera su propio cuerpo el que Galileo dejó caer de la
Torre Inclinada de Pisa, pero sí fue su propio cuerpo el que Arquímedes empleó
para desplazar el agua en la bañera.
Si sólo se tratara de eso —si la autoobservación simplemente significara una
observación en el sentido habitual de “observación”, a saber, contemplar un
cuerpo desde fuera—, la psicología natural no sería nada especial; mas para el
psicólogo natural, la autoobservación significa no sólo observar desde el exterior
sino observar desde dentro, no sólo contemplar el propio comportamiento, sino
contemplarlo en él: en los “pensamientos y las pasiones” que lo acompañan. Y la
capacidad para ese tipo de observación interna —la capacidad de mirar en sí
mismo y considerar lo que hacemos al pensar, tener esperanzas, temores, etc.— es
algo de un orden totalmente distinto. A mi parecer, representa el desarrollo más
peculiar y refinado en la evolución de la mente humana.
Para darle un nombre, digamos que es la capacidad de “conciencia reflexiva”:
2 Thomas Hobbes, Leviathan, comp. M. Oakeshott, Oxford University Press, 1946 (Hay version
en español del fceJ.
INTRODUCCIÓN: ti, “ MOMO PSYCHOl-tXiJCUS”
una conciencia de la conciencia. Como capacidad biológica, creo que ha evolucio
nado expresamente para satisfacer las necesidades excepcionales del hombre
como psicólogo; y supongo que no tiene paralelo en los animales inferiores.
Aunque podría argüirse (yo mismo lo sugiero en el capítulo ni) que hay algunos
otros mamíferos sumamente sociales —lobos, delfines y tal vez los simios antro- I
poides— cuyo modo de vida es lo bastante complejo para que también ellos hayan
desarrollado algunas habilidades psicológicas, no veo razón para suponer que
estas especies o algunas otras hayan recorrido, en realidad, el mismo camino
que los seres humanos.
i
Cuando el psicólogo natural mira dentro de sí mismo ¿qué encuentra allí? Un
“escarabajo” en una caja, fue la respuesta de Ludwig Wittgenstein: un escarabajo
al que sólo el sujeto mismo puede contemplar, que nunca puede comparar con el
escarabajo de los demás, y que —ya que desafia toda definición pública— no tiene
mucho objeto tratar de analizar en voz alta. “Podemos ‘dividir’ por lo que está en
la caja; se cancela, sea lo que fuere ,”3 De esta cosa que hay en la caja, entonces, de
la experiencia interna en general, tal vez no debamos hablar más...
Pero el hecho es que, cualesquiera que puedan ser los problemas lógicos de
describir la experiencia interna, los seres humanos lo intentan abiertamente por
doquier. Hasta donde sé, no hay idioma en el mundo que no tenga lo que se
considera un vocabulario apropiado para hablar acerca de los objetos de la
conciencia reflexiva, y no hay pueblo en el mundo que no aprenda rápidamente a
hacer un libre uso de este vocabulario. En realidad, lejos de ser algo que descon
cierte al entendimiento humano, la discusión abierta de nuestra propia experien
cia interna es, literalmente, juego de niños para un ser humano, algo que los niños
empiezan a aprender antes de tener más de dos o tres años.4Y el hecho de que este
vocabulario de sentido común se adquiera con tal facilidad parece indicar que
esta forma de descripción es natural a los seres humanos precisamente porque nos
lleva directamente a una realidad interna que cada quien, por sí mismos, conoce
innatamente. No es, como lo habría querido Wittgenstein, que todos los idiomas
sean “juegos”, cuyas reglas deben haber sido públicamente aceptadas (con el
corolario de que donde no puede haber verificación pública no puede haber
lenguaje ni sentido): las reglas del juego pueden, como en este caso, estar escritas
sobre la tapa de la caja de cada quien.
Desde luego, es cierto que distintas personas encuentran diferentes modos de
expresar lo que les parece su propia experiencia, y que algunos se expresan mejor
que otros. También es cierto que algunos pueden tener una visión insólita de
dónde se localiza la experiencia, en relación con sus cuerpos: se dice que los dinka,
tribu africana que vive en el Sudán meridional, considera algunos atributos del
“yo interno” como campos de conciencia fuera de sus cuerpos.s No obstante, si se
deja espacio para ciertas excentricidades, hay una notable convergencia en los
relatos que personas de todas las razas y todas las culturas hacen de lo que la
J L. Wittgenstein, Philosophical Investigations, Blackwell, 1958, 1, 294.
1 J. Dunn y C. Kendrick, Siblings: Love, Envy, and Understanding, Harvard University Press, I982.
s G. Lienhardt, Divinity and Experience; The Religion of the Dinka, Clarendon Press, 1961.
18 INTRODUCCION: EL '‘HOMO PSYCHOLOG1CUS'
psicólogo natural es una descripción del cerebro que, como la del corresponsal
parlamentario, haya sido planeada precisamente para la labor que tiene a mano; y
esto significa una descripción que sea a la vez pertinente y accesible. Pertinente
para responder a las preguntas que los seres humanos diariamente plantean acerca
de las causas internas del comportamiento, y accesible a sus vastos pero no
ilimitados poderes de razonamiento e imaginación.
Sugiero que es precisamente una descripción así la que la conciencia reflexiva
nos ofrece. Cuando el psicólogo natural mira en sí mismo y observa lo que hace
cuando piensa, tiene esperanzas, temores, etc., se encuentra capacitado para leer
(como en las columnas de The Times) un comentario pertinente y accesible sobre
los procedimientos parlamentarios de su propio cerebro: un comentario qué es,
ciertamente, muy selectivo, condensado, parcial y presuntuoso, pero que, no
obstante, lo informa de casi todo lo que necesita saber, en una forma que él se
encuentra predispuesto a comprender.
II. LA FUNCIÓN SOCIAL DEL INTELECTO
S e cuenta que Henry Ford mandó hacer una revisión de los patios de coches
desechados que había en los Estados Unidos para ver si había piezas del Ford
Modelo T que nunca fallaran. Sus inspectores regresaron con informes de casi todo
tipo de fallas: ejes, frenos, pistones: todo solía descomponerse. Pero llamaron su
atención hacia una excepción notable: el pivote que unía la caja al eje delantero de
los autos desechados, aún serviría, invariablemente para varios años más. Con
impecable lógica, Ford concluyó que los pivotes del Modelo T eran demasiado
buenos para aquella función, y ordenó que en lo futuro se hiciesen de calidad
inferior.
La naturaleza es, indudablemente, una economista al menos tan minuciosa
como Henry Ford. No tiene el hábito de tolerar lujos innecesarios en los animales
que tiene en sus líneas de producción: se recorta la capacidad superflua, y sólo se
añade una capacidad nueva cuando es necesaria. No esperamos encontrar que ¡os
animales posean capacidades muy superiores a las exigencias que les hace la vida
natural. Si alguien afirmara —y sugeriré que bien podría hacerlo— que algunas
especies de primates (y la humanidad en particular) son mucho más listas de lo que
necesitan serlo, sabremos que muy probablemente estaría en un error; pero no es
claro por qué debiera estar en el error. En este capítulo se analiza una posible
respuesta. Es una respuesta que, para mí, significa volverá pensaren la función del
intelecto.
¿Volver a pensar, o simplemente pensar por primera vez? Antes no había yo
pensado mucho en la función biológica del intelecto, y tengo la impresión de que
tampoco lo han hecho muchos otros. En la bibliografía sobre la inteligencia animal
aparecen sorprendentemente pocos análisis de cómo la inteligencia contribuye a la
aptitud biológica. Los psicólogos comparativos han establecido que los animales
de una especie tienen mejor desempeño, por ejemplo, en el laberinto de Hebb-
VVilliams que los de otra, o que aprenden más pronto o mejor ciertos conjuntos de
enseñanzas sobre un problema de “visión”; se han hecho intentos por relacionar el
desempeño en varias clases particulares de pruebas con capacidades cognoscitivas
subyacentes; se ha debatido (más recientemente) sobre cómo ha de evaluarse la
misma capacidad con “imparcialidad” en animales de distintas especies; pero rara
vez se ha pensado en por qué el animal, en su medio natural, debiera necesitar esa
capacidad. ¿De qué sirve el uso de la “discriminación condicional de la rareza”
para un mono en el campo?1¿Qué ventaja da al simio antropoide ser capaz de
reconocer su propia imagen en un espejo?2 Aunque pudiera ser “raro que un
5 J. Good all. “Too! using and aimed thorwing in a community of tree living clúmponacés", <Vo-
ture, 201, 1264-, 1964; G. Teleki, “Chimpanzee subsistence technology: materials and skills", Journal
of Human Evolution, 3, 575, 1974.
6 M. Sahlins, Slone Age Economics, Tavistock, 1974.
LA FUNCIÓN SOCIAL DEL INTELECTO 25
obtener más del 100% en el nivel cero. ¿Podemos explicar realmente la evolución
de las facultades intelectuales superiores de los primates sobre la base de su
aprobación o reprobación en sus “exámenes prácticos”?
Mi respuesta es negativa, por la siguiente razón: aún en las especies que tienen
las tecnologías más avanzadas, los exámenes son, en g¡an parte, pruebas de
conocimiento más que de. razonamiento imaginativo. Todas las pruebas que nos
han dado los estudios de campo con chimpancés señalan el hecho de que las técnicas
de subsistencia casi nunca —o nunca— son producto de una invención premedita
da; en cambio, se llega a ellas mediante un aprendizaje a tientas, o por imitación de
otros. Resulta difícil imaginar a cuántas de las técnicas se pudo llegar, en principio,
de otra manera. G. Teleki concluyó, sobre la base de sus propios intentos por “vivir
como los termes” , que no había manera de predecir, a priori, cuál sería la majiera
más eficaz de tratar de introducir un palo a una comejenera, o cómo sería la mejor
forma de darle vuelta, o para el caso, dónde meterlo.7 Tuvo que aprender induc
tivamente, por prueba y error, o mejor aún, imitando la conducta de Leakey, un
chimpancé viejo y experimentado. Así, el arte de los chimpancés no parecería
una invención, como no lo parece el hecho de que los paros puedan aprender a des
tapar botellas de leche. Y aun cuando, en principio, pudiera inventarse una técnica
por razonamiento deductivo, generalmente no hay motivos para suponer que esto
ha sido así. Los seres humanos que han tratado de vivir corno termes nos lo mues
tran. En el Norte de Zaire, los hombres golpean con palos lo alto de una comejenera
para que los comejenes salgan a la superficie. Esta técnica funciona bien porque los
palos hacen un ruido como el de la lluvia que cae. Resulta posible que alguien
que notara hace tiempo el efecto de la lluvia al caer, se percatara de la similitud
entre el sonido de la lluvia y el de los palos acompasados, y sumara dos más dos.
Pero dudo de que esto ocurriera así; un descubrimiento afortunado parece una
explicación mucho más probable. A mayor abundamiento, cualquiera que sea el
origen de la técnica, ciertamente no hay razón para atribuir una inventiva de
parte de sus practicantes actuales, pues estos golpes con palos los ha transmitido su
cultura. Me atrevo a suponer que la mayor parte de los problemas prácticos
a los que se enfrentan los primates superiores pueden tratarse, como en el caso
de los termes, con estrategias aprendidas, sin recurrir a la inteligencia creadora.
Paradójicamente, sugeriré que la tecnología de subsistencia, en lugar de reque
rir inteligencia, puede llegar a ser un sustituto de ésta. Dado que la estructura social
de la especie es tal que permite a los individuos adquirir técnicas de subsistencia
mediante simple enseñanza asociativa, hay poca necesidad de creatividad indivi
dual. Así, los chimpancés de Gombe, con su superior cultura tecnológica, de hecho
pueden tener menos necesidad de ser individualmente inventivos que lós babuinos,
vecinos suyos. En realidad, y según las apariencias, hay una correlación negativa
entre la capacidad intelectual de una especie y la necesidad de una producción
intelectual. Los grandes simios (puede demostrarse que son los mejor dotados
intelectualmente de todos los animales no humanos) parecen, en conjunto, llevar
vidas hasta cierto punto poco exigentes, no sólo menos exigentes que las de los
primates inferiores sino también de muchas especies de no primates. Pasé dos
C, Teleki, no. cil. ;n<j!a 5, fupra). J
i
2(5 LA FUNCION SOCIAL DEL INTELECTO
meses observando a los gorilas en los montes Virunga, de Ruanda, y no dejó de
"O llamarme la atención el hecho de que entre todos los animales del bosque los
gorilas parecieran llevar la existencia más cómoda: había alimento abundante y
fácil de recoger (siempre que ellos supieran dónde encontrarlo), y pocos deprodadores
o ninguno (siempre que ellos supieran cómo evitarlos)... poco que hacer, en
realidad (y muy poco hacían) aparte de comer, dormir y jugar. Y puede decirse
que. lo mismo ocurre al hombre natural. Unos estudios de bosquimanos actuales
indican que la vida de cazar y recolectar, típica del hombre primitivo, fue, de
acuerdo con todas las probabilidades, notablemente Fácil. El “salvaje rico”8
parece haber establecido un modus uivendi en el cual, durante un periodo de tal vez
cinco millones de años, pudo darse el lujo de ser no sólo Física sino también
intelectualmente perezoso.
Nos encontramos, así, ante un acertijo. Repetidas veces se ha demostrado en las
situaciones artificiales de los laboratorios de psicología que los simios antropoides
poseen impresionantes facultades de razonamiento creador y, sin embargo, estas
hazañas de inteligencia sencillamente no parecen encontrar paralelo en el com
portamiento de los mismos animales en su medio natural. Aún estoy por oír algún
ejemplo de campo de un chimpancé (o, para el caso, de un bosquimano) que
emplee toda su capacidad de razonamiento inferencial en la solución de un pro
blema práctico, de pertenencia biológica. Algunos podrían contestar que si un
etólogo hubiese estado vigilando a Einstein con binoculares, bien habría podido
llegar a la conclusión de que Einstein también tenía una mente confusa. Pero éste
es precisamente mi punto: Einstein, como los chimpancés, mostró su genio en raros
momentos y en situaciones “artificiales”; no lo utilizaba, pues no necesitaba utilizar
lo en el mundo común de los asuntos prácticos.
¿Cuándo, entonces, necesitan los primates superiores ser todo lo fistos que
puedan, y en particular más listos que otras especies? ¿Cuál es el equivalente
natural —si existe— de la prueba de inteligencia en el laboratorio? La respuesta, a
mi entender, ha estado madurando en el árbol de la discusión anterior. Yo sugerí
que la vida de los grandes simios y del hombre tal vez no exija mucho en materia de
invención práctica, pero que sí depende críticamente de la posesión de un vasto
conocimiento fáctico de la técnica práctica y la naturaleza del hábitat. Ese co
nocimiento sólo puede adquirirse en el marco de una comunidad social, comuni
dad que ofrezca a la vez un medio para la transmisión cultural de información y un
ambiente protector en que pueda darse el aprendizaje individual. Propondré la
idea de que el papel principal del intelecto creador es mantener unida a la so
ciedad.
ti En lo que sigue trataré de explicar esta proposición, dejustificarla y de examinar
* algunas de sus sorprendentes implicaciones.
Para mí, como psicólogo preparado en Cambridge, la proposición es, en reali
dad, bastante extraña. Los psicólogos experimentales de Inglaterra han considera
do la psicología social como parienta pobre y provinciana de su materia: una
pariente torpe, indisciplinada y hasta ligeramente absurda. Permítaseme contar
cómo llegué a pensar de otra manera, ya que esta historia personal nos conducirá
8 M. Sahlins, op. cit. (nota 6, supra).
LA FUNCION SOCIAL DEL INTELECTO 27
que brotar riñas hasta por el acceso a estos escasos recursos, y diferentes individuos
tendrán distintos intereses en participar, promover o poner un alto a tales riñas.
Así, queda dispuesto el escenario dentro de la “comunidad colegiada” para una
considerable lucha política. Favorecer los propios intereses sin violar los términos
del contrato social del que, a la postre, depende la capacidad de toda la comuni
dad, exige ser notablemente razonable (tanto en el sentido literal como en el
coloquial de la palabra). Por consiguiente, no es accidental que los hombres, que
entre todos los primates muestran el más largo periodo de dependencia (casi
treinta años, en el caso de los bosquimanos), las más complejas estructuras de
parentesco y el más grande traslape de generaciones dentro de la sociedad,
resultarán ser más inteligentes que los chimpancés, y los chimpancés, por la misma
razón, más inteligentes que los monos pequeños.
Cuando una sociedad ha llegado a cierto nivel de complejidad, entonces surgi
rán nuevas presiones internas que actuarán para aumentar más aún su compleji
dad, pues en una sociedad de la índole esbozada los “adversarios” intelectuales de
un animal son miembros de su propia comunidad. Si las proezas intelectuales van
correlacionadas con el triunfo social, y si el triunfo social significa una gran aptitud
biológica, entonces cualquier rasgo hereditario que aumente la capacidad de un
individuo para superare.’ ingenio a sus compañeros pronto correrá por todo el pool
genético. Y en estas circunstancias, no hay marcha atrás: ha intervenido un '
“trinquete” evolutivo (que actúa como esos relojes que se dan cuerda por sí solos)
para elevar el nivel intelectual general de la especie. En principio, puede esperarse
que este proceso continúe, o bien hasta que la fuente fisiológica de la inteligencia se
agote, o bien hasta que la inteligencia misma se convierta en una carga. Esto
último parece, muy probablemente, ser el factor limitador: sin duda debe llegar un
punto en que se vuelve insoportable el tiempo requerido para resolver una
“diferencia” social.
La cuestión del tiempo dedicado a la actividad social improductiva tiene
importancia. Los miembros de la comunidad —aun si no se ha desarrollado en
ellos un intelecto desatado— tendrán que pasar parte considerable de sus vidas al
cuidado de sí mismos y la política social. De allí se sigue que inevitablemente
tienen menos tiempo que dedicar a actividades básicas de subsistencia. Si se quiere
que el sistema social obtenga algún beneficio biológico neto, la mejora de las técni
cas de subsistencia que ello hace posible deberá compensar con creces el tiempo per
dido. Dicho brevemente: si un animal se pasa toda la mañana haciendo “vida
social” improductiva, deberá producir al menos lo doble por la tarde. Por ello he
mos de esperar que la evolución de un sistema social capaz de mantener una tecno
logía avanzada sólo deberá darse en las condiciones en que las mejoras de la técnica
puedan aumentar considerablemente el rendimiento del trabajo. Y esto tal vez no
sea siempre as!. Para tornar un ejemplo extremo, el mar abierto es, quizá, un medio
en que el conocimiento técnico puede dar pocos beneficios, de modo que las
sociedades complejas —y la inteligencia superior— quedan contraindicados (del
fines y ballenas nos ofrecen, tal vez, una excepción notable e inexplicada). Aun en
Gombe, la ventaja neta de tener un sistema social complejo puede ser, de hecho,
marginal; los chimpancés de Gombe comparten varios de los recursos alimenticios
locales con los babuinos, y resultaría instructivo saber hasta qué punto la ventaja
30 I,A FUNCION" SOCIAL DEL INTELECTO
que los chimpancés tienen sobre los babuinos en cuestión de habilidad técnica
queda reducida por las cantidades de tiempo, relativamente grandes, que dedican
a las relaciones sociales. Bien puede ser que lo que los chimpancés ganan en el
ejercicio de la eficiencia técnica lo pierdan en los devaneos de una excesiva vida
social. Tal como están las cosas, en un año de malas cosechas los chimpancés se
vuelven en realidad mucho menos sociables;101yo supongo que, simplemente, no
pueden ahorrar tamo tiempo. Sin embargo, los antepasados del hombre, al
trasladarse a la sabana, descubrieron un medio en que el conocimiento técnico
empezaba a pagar dividendos nuevos y continuos. Fue en aquel medio donde las
presiones por dar a los hijos aún mejor educación, crearon un sistema social de
complejidad sin precedentes: y, con él, un desafio sin precedentes a la inteligencia.
El resultado ha sido dar a los miembros de la especie humana notables poderes
de previsión social y entendimiento. Esta inteligencia social, desarrollada al
principio para enfrentarse a los problemas locales de las relaciones interpersonales,
con el tiempo ha encontrado expresión en las creaciones institucionales del “pensa-
s miento salvaje”: las estructuras demasiado racionales de parentesco, totemismo,
mito y religión que caracterizan a las sociedades primitivas.11 Y creo que es esen
cialmente la misma inteligencia la que ha creado los sistemas de pensamiento
filosófico y científico que han florecido en las civilizaciones avanzadas durante los
últimos cuatro mil años. Y sin embargo, la vida de la civilización ha sido demasia
do breve para que tenga importantes consecuencias evolutivas; el “medio de la
adaptatividad”12 de la inteligencia humana sigue siendo el medio social.
Vemos entonces que si el intelecto del hombre es básicamente apropiado para
pensar acerca de la gente y sus instituciones, ¿qué tal lo hace en los problemas no
sociales? Para poner fin a este capítulo, deseo plantear la pregunta de los “límites”,
puestos al razonamiento humano, tal como podrían resultar si hay una predisposi
ción a tratar de meter un material no-social en un molde social.
Cuando una persona decide resolver un problema social, razonablemente podrá
tener ciertas expectativas acerca de aquello en lo que está metiéndose. En primer
lugar, deberá saber que no es probable que la situación a la que se enfrenta
permanezca estable. Cualquier transacción social es, por su naturaleza misma, un
proceso de desarrollo, y el desarrollo debe tener cierto grado de indeterminación.
Ninguno de los agentes sociales que participan en la transacción puede estar
seguro de la conducta futura de los demás; como en el juego de croquet de Alicia
con la Reina de Corazones, tanto las pelotas como los aros están siempre en
movimiento. Cualquiera que se lance a una transacción semejante deberá estar
preparado para ver que el problema mismo se altere como consecuencia de su
propio intento por resolverlo: en el acto mismo de interpretar el mundo social, lo
modifica. Como Alicia, bien puede estar tentado a quejarse: “No tiene usted idea
de cuán confuso es que todas las cosas estén vivas”; ésta no es la forma en que el
juego se practicaba en Hurlingham; y ésta no es la forma en que el material
10 R. W. Wrangham, ‘'The behavioural ecology of chimpanzees in Gombe National Park, Tanza
nia” , tesis para el doctorado, Cambridge, 1975.
11 C. Lévi-Strauss, The Savage Mind, YVcidenfeld & Nicolson, 1962. [El pensamiento salvaje, versión
en español del toe.].
12 J. Bowlby, Attachment and Loss, Hogarth Press, 1969.
L.A FUNCION SOCIAL DLL INTE.1.LCTO 3 ]
vocabulario del mensaje subyacente. El A Lineal sigue siendo hasta el día de hoy
un misterio porque nadie sabe en qué idioma está escrito. En la medida en que
somos seres humanos conscientes, todos adivinamos, de antemano, el “idioma” del
comportamiento de los demás.
Pero podrá objetarse que en realidad no he redondeado un argumento para que
haya alguna gran ventaja en emplear la introspección, ya que los psicólogos
científicos, no-introspectivos, en realidad se permiten asimismo postular ciertas
variables que intervienen, como “hambre” y “temor”. Y así es. Pero recuérdese
cómo las derivan. Para establecer las variables que probablemente resultarán
útiles a sus modelos, deben hacer una revisión vasta e imparcial de todas las
circunstancias (suponiendo que no quieran hacer trampa) y de todas las acciones
de un animal, y luego someter sus datos al análisis estadístico de factores. Desde
luego, en la práctica suelen hacer trampa al limitar sus datos a unos cuantos
parámetros “pertinentes”: la pertinencia se decide sobre la base de una conjetura
intuitiva. Pero ni aun así es fácil su tarea. Antes de postular una variable, así sea tan
“obvia” como el hambre, el psicólogo experimental ha de pasar por un formidable
ejercicio de recabación de datos y correlación estadística.3 Sin embargo, un ser
humano introspectivo común no tiene esos problemas para inventar un modelo
“psicológico” de su comportamiento propio y del de los demás: sabe, por sus
propias sensaciones, cuáles son las variables que intervienen, que él debe buscar.
De hecho, conoce sensaciones sutiles, que no es probable que ninguna cantidad de
datos objetivos pudiera revelar como postulados útiles. Hablando una vez más por
mí mismo, yo conozco sentimientos de temor, de culpa, de celos, de irritación, de
esperanza, de estar enamorado, todos los cuales ocupan un lugar en mi modelo
de cómo se comportan los demás.
Me parece que antes de poder atribuir tales sentimientos a los demás, debo
tenerlos yo mismo: condición de la que parecen estar exentos los psicólogos aca
démicos. Pero en general ocurre, por razones que expondré en los capítulos
vi-vni, que en el curso de su vida, la mayoría de la gente tiene casi todos estos
sentimientos, y a menudo sólo se necesita una sola experiencia seminal para añadir
una nueva dimensión a nuestro propio modelo de comportamiento. Que un monje
célibe haga el amor por una vez a una mujer, y le sorprenderá notar cuánto mejor
comprende el Cantar de Salomón. Pero que ese mismo monje, como un psicólogo
académico, observe veinte parejas en el parque, y no por ello sabrá más...
Dejemos aquí mi opinión de cómo procede el psicólogo de la naturaleza.
Permítaseme volverme a las implicaciones más puramente filosóficas de la teoría, y
decir algo más acerca de la conciencia.
Supondré que lo que queremos decir al hablar de la experiencia consciente de
cada quien, en el conjunto de sentimientos subjetivos que, en cualquier momento,
están al alcance de la introspección: es decir, las sensaciones, emociones, voliciones,
etc. de las que he hablado. Nuestra norma para juzgar que alguien más está cons
ciente es que tengamos motivos para creer que él tiene razones subjetivas para sus
acciones, que está comiéndose una manzana porque siente hambre, o que está
levantando el brazo porque desea hacerlo. Si tuviésemos motivos para creer que un
perro tuviese similares razones subjetivas para sus acciones, querríamos decir que
también el perro estaba consciente. Al proponer la teoría acerca de la función
biológica de la introspección, estoy proponiendo, por consiguiente, una teoría
acerca de la función biológica de la conciencia. Y las implicaciones de esta teo
ría están lejos de ser triviales. Si la conciencia ha evolucionado como adaptación
biológica para practicar la psicología introspectiva, entonces la presencia o la
ausencia de la conciencia en animales de distintas especies dependerá de que
necesiten o no poder interpretar el comportamiento de otros animales en un grupo
social. Lobos y chimpancés y elefantes, que participan en interacciones sociales
complejas, probablemente están, todos ellos, conscientes; las ranas y los caracoles y
los bacalaos tal vez no lo son.
Puede haber filósofos que protesten, diciendo que es disparatado hablar de una
“función” biológica de la conciencia cuando, según dice Wittgenstein, la expe
riencia consciente ni siquiera tiene un “lugar en el juego del lenguaje”.4Mas lo que
Wittgenstein demostró es que hay problemas lógicos acerca de la comunicación de la
experiencia consciente, y la teoría no propone que la conciencia desempeñe una
función directa en la comunicación entre individuos; no estoy diciendo que los
animales sociales pueden o deben informarse, unos a otros, de sus sentimientos
subjetivos. Para un animal, la ventaja de estar consciente se encuentra en el uso
puramente privado que hace de la experiencia consciente como medio de desarro
llar un marco conceptual que le ayude a modelar el comportamiento de otro
animal. No necesariamente hay una diferencia, si en realidad el otro animal está
experimentando las sensaciones que se le atribuyen; todo lo que importa es que su
comportamiento sea comprensible sobre la suposición de que tales sentimientos
ofrecen las razones para sus actos. Así, por loque yo sé, nadie más que yo mismo ha
experimentado jamás un sentimiento correspondiente a mi propia sensación de
hambre; sigue en pie el hecho de que'el concepto de hambre, derivado de mi
propia experiencia, me ayuda a comprender por qué comen los demás. En
realidad, si suponemos que el primer animal en la historia que tuvo alguna clase de
conciencia introspectiva surgió como variante aleatoria en una población por lo
demás inconsciente, la ventaja selectiva que la conciencia dio al animal debió de ser
independiente de la conciencia de los demás. De allí se sigue, a fortiori, que la
ventaja selectiva de la conciencia nunca pudo haber dependido de que la experien
cia consciente del animal fuese la “misma” que la de los demás.3
Tal vez esto parezca paradójico. En realidad, si no pareciera un poco paradójico
vo me preocuparía, pues estoy suponiendo que los lectores mismos están tan
naturalmente inclinados como cualquier otro animal introspectivo a proyectar sus
sensaciones conscientes a los demás. La sugestión de que tal vez esté usted en un
error al hacerlo, o al menos que no importa si tiene razón o no, hará surgir en
usted —eso espero— cierta resistencia adamita. Mas permítaseme elaborar el
argumento.
Supongo que nadie objetaría la afirmación de que un pedazo de hierro magneti-
4 L. Wittgenstein, op, cil. (capítulo 1, nota 3, supra), I, 293.
s Ibid., 272.
([.' I.OS PSICÓLOGOS DF. LA NATURALEZA
En 1966, Helen fue sometida a una operación del cerebro, en la que se le extirpó
casi por completo la corteza visual. En los meses que siguieron a la operación, la
mona actuó como si estuviese ciega. Pero el profesor Larry Weiskrantz, con quien
yo trabajaba, y yo, no estábamos convencidos de que la ceguera de Helen fuese
tan absoluta y permanente como parecía. ¿Podría ser que su ceguera no estuviese
tanto en su cerebro como en su mente? ¿Sería el problema que ella pensaba que no
podía ver?
Me puse a trabajar para convencerla de que volviese a valerse de sus ojos. En el
curso de sieté años, la alenté, juguécon ella, la saqué a pasear, la animé como pude
a comprender su potencial latente para la visión. Y con lentitud, vacilante, Helen
volvió a salir del negro valle en que la operación la había hundido. Después de siete
años, su recuperación pareció tan completa que un observador no informado
habría notado muy poco extraña la forma en que ella analizaba el mundo visual.
Por ejemplo, Helen podía correr por una habitación llena de muebles, recogiendo
grosellas del piso, y podía atrapar una mosca en vuelo.6
Pero siguió corroyéndome una duda acerca de lo que se había hecho: tuve la
corazonada de que, pese a su manifiesta habilidad, Helen había permanecido
hasta el fin inconsciente de su propia visión. Nunca recuperó lo que nosotros -i-el
lector y yo— llamaríamos las sensaciones de la vista. No se me interprete mal. No
estoy diciendo que Helen no acabó por descubrir que después de todo podía
valerse de los ojos para obtener una información acerca del medio. Era una mona
lista y casi no dudo de que, al progresar su entrenamiento, empezó a comprender
que estaba en realidad obteniendo información “visual” de alguna parte, y que sus
ojos tenían algo que ver en ello. Pero sí quiero sugerir que, aun si llegó a percatarse
de que podía valerse de sus ojos para obtener información visual (información,
digamos, acerca del lugar de una grosella en el piso), ya no supo cómo le llegaba la
información: si había una grosella ante sus ojos, descubriría que conocía su
posición, pero, carente de la sensación visual, ya no la veía allí.
Es difícil imaginar algo comparable en nuestra propia experiencia, pero tal vez
el sentido que tenemos de la posición de las partes de nuestro cuerpo no sea muy
distinto. Todos aceptamos como un hecho que nuestros cerebros son continuamen
te informados de la topología de la superficie de nuestros cuerpos: cuando desea
mos rascarnos una oreja, no nos encontramos rascándonos un ojo; cuando damos
una palmada, no hay ningún peligro de que nuestras manos no se encuentren.
Pero, por mi parte, no veo muy claro sobre cómo esta información posicional me
■ llega. Por ejemplo, si cierro los ojos e ¡ntrospecto los sentimientos de mi pulgar
izquierdo, no puedo identificar ninguna sensación a la que pueda atribuir mi
conocimiento de la posición del pulgar: y sin embargo, si estiro la otra mano,
lograré localizar con toda precisión el pulgar. Al parecer, “simplemente sé” dónde
está mi pulgar. Y lo mismo puedo decir de otras partes de mi cuerpo. Por
consiguiente, me inclino a decir que en el nivel de la conciencia consciente, el
“sentido de posición” no es en realidad un sentido: lo que yo sé de la posición de las
partes de mi cuerpo es “puro conocimiento perceptual”: no confirmado por la
sensación.
6 N. K. Humphrey, op. d t (capítulo 2, nota 9, rup ra).
LOS PSICÓLOGOS DE LA NATURALEZA
Ahora bien, en el caso de Helen, voy a sugerir que la información que tenía de
sus ojos era, asimismo, “conocimiento puro”, del que no estaba consciente de una
evidencia confirmadora en forma de sensaciones visuales, Helen “simplemente
sabía” que había una grosella en tal y tal lugar del piso.
Esto, podrá pensar el lector, es una hipótesis extraña, y que, en principio, no
puede ponerse a prueba. Si yo reconociera que la hipótesis no podía ponerse a
prueba, renegaría de todo el argumento elaborado en este capítulo. Y la implicación
de tal reconocimiento sería que la presencia o la ausencia de conciencia no tie
ne consecuencias en el nivel del comportamiento abierto. Y si la conciencia no
acepta el comportamiento, desde luego, no puede haber evolucionado por selec
ción natural: ni en la forma en que he estado arguyendo, ni en ninguna otra.
Entonces, ¿qué debo decir? Si me han seguido hasta aquí, conocerán mi respuesta:
creo yo que la falta de conciencia visual de Helen se habría mostrado en la forma
que ella misma concibiera del comportamiento visualmente guiado de otros
animales, en la forma en que ella practicara la psicología. Volveré a esto dentro de
un momento; pienso que mis lectores estarán más dispuestos a escucharmesi antes
me refiero a ciertas notables pruebas recién aparecidas en seres humanos,
En los últimos años, Weiskrantz y sus colegas del National Hospital, y otros
neurólogos de diferentes hospitales por todo el mundo, han estado extendiendo
nuestros decubrirnientos de Helen a sus pacientes humanos.7 Han estudiado ca
sos de lo que se llama “ ceguera cortical", causada por extensa destrucción de la
corteza visual en la parte posterior del cerebro (área muy similar a la que le fue
extirpada quirúrgicamente a Helen). En la mayor parte de la antigua bibliografía
médica, se describía a los pacientes que sufrían este daño cerebral como ciegos por
completo en grandes zonas del campo visual: los propios pacientes decían que
eran ciegos, y en las pruebas clínicas en que se les pide informar sobre si pueden ver
tina luz en la zona afectada del campo, su ceguera quedaba aparentemente
confirmada. Pero las pruebas clínicas —y la opinión de los propios pacientes— han
resultado engañosas. Se ha demostrado que, aun cuando los pacientes no piensen
que pueden ver, en realidad son perfectamente capaces de utilizar la información
visual que les llegue de una parte ciega del campo con sólo que sé les pueda
persuadir a que “adivinen” qué es lo que sus ojos están contemplando. Así, un
paciente estudiado por Weiskrantz, aunque negara que podía ver algo en la mitad
izquierda de su campo visual, podía “adivinar” la posición de un objeto en esta
zona con notable precisión, y también podía “adivinar” la forma del objeto.
Weiskrantz, buscando una palabra que describiera este extraño fenómeno, lo ha'
llamado “visión ciega”.
Y “visión ciega” es lo que yo creo que Helen tenía. Es una visión sin “conciencia
consciente”: la información visual llega al sujeto en forma de conocimiento puro,
no corroborado por sensación visual: No es de sorprender que el paciente humano
crea estar simplemente “adivinando”. Después de todo, ¿qué es una “adivinan
za”? Está definida en el Diccionario Chambers como un “juicio u opinión sin
suficiente evidencia o motivo”. Se necesita la conciencia para dar a nuestras
7 L. Weiskrantz, E. K. Warrington, M. D. Sanders y J. Marshall, “Visual capacity in the hernia-
nopic field following a restricted occipital ablation”, Brain, 97, 709, 1974.
LOS PSICÓLOGOS DE LA NATURALEZA 43
mentes Jas sensaciones que ofrecen “evidencia o motivos” para lo que nos dictan
nuestros sentidos; así como se necesita la conciencia para dar a nuestras mentes las
sensaciones subjetivas que ofrecen “evidencia o motivos" para nuestro comporta
miento al comer, o para nuestro mal humor o para cualquier cosa que hagamos
con la posibilidad de tener un insight en sus razones.
Por ello, si Helen carecía de tal insight en su propia visión, ¿cómo pudo afectar su
capacidad de practicar la psicología? No pienso que el caso particular de Helen sea
muy claro, pues ya había crecido cuando fue sometida a la operación del cerebro, y
bien pudo conservar recuerdos acerca de la visión del tiempo en que pudo ver
normalmente. Prefiero analizar ei caso hipotético de un mono que ha sido operado
poco después de nacer y que por tanto nunca en su vida tuvo conciencia de las
sensaciones visuales. Creo yo que semejante mono desarrollaría la capacidad
básica de emplear la información visual casi del mismo modo que lo hace cualquier
mono con el cerebro intacto; llegaría a ser competente al valerse de sus ojos para
juzgar la profundidad, posición y forma, para reconocer objetos y para orientarse.
En realidad, si se observara a este mono en aislamiento social de oíros monos, no
parecería deficiente en ningún aspecto. Mas los monos ordinarios no viven en
aislamiento social. Interactúan continuamente con otros monos y sus vidas están
gobernadas, en gran parte, por las predicciones que hacen sobre cómo estos otros
monos se comportarán. Ahora bien, si un mono va a predecir el comportamiento de
otros, una de las menores cosas que debe comprender es que el otro mono utiliza la
información visual: que también el otro mono puede ver. Y aquí, sospecho yo, es don
de el mono cuya corteza visual le fue extirpada mostraría graves defectos. Siendo ciego
a las sensaciones de la vista, sería ciego a la idea de que otro mono puede ver.
Los monos ordinarios y las personas ordinarias interpretan naturalmente el
comportamiento visualmente guiado de otros animales en función de su propia
experiencia consciente. La idea de que también otros animales tienen sensaciones
visuales les da un marco conceptual prefabricado para comprender lo que “signifi
ca” para otro animal valerse de sus ojos. Pero el mono que ha sido operado,
careciendo de las sensaciones conscientes, carecería del concepto unificador: ya no
estaría en la posición privilegiada del psicólogo introspectivo.
En los días en que estábamos trabajando con Helen, Weiskrantz y yo solíamos
meditar sobre cómo describiría Helen su estado si pudiera hablar. Si hubiese
podido comunicarse con nosotros por señas, ¿qué profundas verdades filosóficas
habría podido revelarnos? Teníamos sólo una angustia: que Helen, nuestra queri
da Helen, habiendo pasado tanto tiempo en la Universidad de Cambridge,
hubiese perdido su inocencia filosófica. Si le hubiésemos dicho por señas: “Hábla-
nos, Helen, acerca de la naturaleza de la conciencia”, ella habria podido replicar
con las últimas palabras del Tractatus de Wittgenstein: “De lo que no podemos
hablar, debemos guardar silencio”. Y el silencio nunca ha sido una buena base
para la discusión.
Con excesiva frecuencia en este siglo, los filósofos nos han prohibido a los demás
dar nuestra opinión acerca de las funciones y los orígenes de la conciencia. Han
amurallado el tema tras una Línea Maginot. Las defensas parecer, a veces,
impresionantes. Pero los biólogos, avanzando a través de los Países Bajos, no deben
tener miedo a rodearlas.
IV. TENER SENSACIONES Y M OSTRAR SENSACIONES
F igura 1. Un astrónomo saliendo de la esfera de la sim ple apariencia y, can el poder de su imaginación,
echando una ojeada a los mecanismos de la realidad ulterior.
Así, en un tiempo hubo animales, antepasados del hombre, que no eran cons
cientes. Esto no es decir que estos animales carecieran de cerebro. No cabe duda de
que eran seres complejamente motivados, agudos e inteligentes, cuyos mecanismos
de control interno eran, en muchos aspectos, iguales a los nuestros. Pero síes decir
que no tenían una manera de contemplar el mecanismo. Tenían cerebros agudos,
pero mentes en blanco. Sus cerebros recibían y procesaban la información de sus
órganos sensoriales sin que sus mentes tuviesen conciencia de alguna sensación
concomitante, y sus cerebros eran movidos, digamos, por el hambre o el temorsin
50 LA CONCIENCIA: UN CUENTO DE "ASI PRECISAMENTE"
que sus mentes tuvieran conciencia de alguna emoción concomitante, sus cerebros
emprendían acciones voluntarias sin que sus mentes tuvieran conciencia de una
volición concomitante... Y así, estos animales ancestrales seguían adelante con sus
vidas, profundamente ignorantes de toda explicación interna de su propio com
portamiento.
A nuestro modo de pensar, tal ignorancia tiene que parecerle extraña. Tan a
menudo hemos experimentado la conexión entre sensaciones conscientes y com
portamiento, nos hemos acostumbrado tanto a la idea de que nuestras sensaciones
son, en realidad, las causas de nuestras acciones, que resulta difícil imaginar que, a
falta de sensaciones, hubiese algún comportamiento. Cierto es que en casos raros,
los seres humanos pueden mostrar una competencia totalmente inesperada para
hacer cosas sin tener conciencia de sus razones internas: por ejemplo, el caso de la
“vista ciega” (véase el capítulo m), en que un paciente con una lesión cerebral
puede señalar una luz sin tener conciencia de alguna sensación que acompaña al
hecho de ver (y, según dice, sin saber cómo lo hace).2Pero en un caso semejante, el
propio paciente confesó su desconcierto; y ustedes y yo no diríamos que ésa no
hubiese sido, asimismo, nuestra reacción.
Sin embargo, ese desconcierto fue una de las muchas cosas de que nuestros
antepasados inconscientes se salvaron. Como nunca en sus vidas conocieron
razones internas de sus acciones, no las habrán echado de menos, al no estar allí.
Y ya sea que podamos imaginarlo o no, hemos de suponer que, para el estilo de
vida al que estaban adaptados, la “inconsciencia” no fue gran desventaja. Para
estos animales era su comportamiento mismo, y no su capacidad de dar una
explicación interna de él, lo que importaba para su supervivencia biológica. Según
la ocasión lo exigiera, actuaban por hambre, por temor, por capricho, etc., y no les
iba peor por no tener los sentimientos que habrían podido indicarles por qué.
No obstante, estos animales fueron los antepasados de los seres humanos moder
nos. Seguían nuestro camino. Aunque sus vidas en un tiempo hayan sido compara
tivamente brutales y relativamente cortas, con el paso de las generaciones empeza
ron a vivir más tiempo, sus “biografías” se volvieron más complicadas, y sus
relaciones con otros miembros de su especie se volvieron más dependientes, más
íntimas, y al mismo tiempo, más inseguras. Tarde o temprano, la capacidad de
explicarse así mismos y explicar a los demás —adoptar el papel de un “psicólogo”
natural, capaz de comprender y predecir su comportamiento y el de los demás
dentro del grupo social— se volvería algo de que no pudieron prescindir. En esa
etapa, ¿no habrá empezado a ir en su contra su propia falta de conciencia?
No necesariamente, al menos no al principio, no hasta el punto que implica todo
lo que hemos dicho, piies las explicaciones internas no son los únicos tipos de
explicación del comportamiento. Impedidos, como lo estaban nuestros antepasa
dos conscientes, de observar directamente el funcionamiento de sus cerebros, sin
embargo pudieron haber observado el comportamiento desde fuera: pudieron
observar lo que ocurría en el mecanismo interno y lo que surgía, y asi, haber unido
un modelo explicativo externo, de bases objetivas. “¿Por qué estoy yo (Humphrey)
buscando en la alacena?” No, tal vez, “porque tengo hambre”, sino, en cambio,
2 L. Wciskrantz y otros, op. sil. (capítulo 3, nota 7, supra).
LA CONCIENCIA: UN CUENTO DE “ASÍ PRECISAMENTE" 51
“han pasado cinco horas desde la última vez que Humphrey comió algo”, o
“porque Humphrey ha demostrado ser menos inquieto después de tomarse un
bocadillo”.
En suma, aunque nuestros antepasados carecieran de la capacidad de explicarse
ellos mismos por “introspección”, nada les impidió hacerlo según los métodos del
“conductismo”. “El conductista”, escribió uno de sus primeros defensores moder
nos, J. B. Watson, “aparta todas las concepciones medievales. Suprime de su
vocabulario científico todos los términos subjetivos, como sensación, percepción,
imagen, deseo, propósito y hasta pensamiento y emoción”.3 Y, ¿quién está mejor
colocado para seguir esta recomendación, que una criatura inconsciente para
quien tales concepciones no podrían haber estado más lejos de su mente? De hecho,
somos nosotros los seres humanos conscientes los que tenemos dificultades para ser
empedernidos conductistas: somos nosotros los que, como lo ha lamentado B. F.
Skinner, “parecemos tener una especie de información interior acerca de nuestra
conducta. Nosotros tenemos sensaciones acerca de ello. ¡Y qué diversión han
resultado ser!... las sensaciones han demostrado ser una de las atracciones más
fascinadoras en el sendero del retozo”.4
¿Por qué, entonces, cuando la ignorancia de las razones internas de la conducta
podría haber sido una bendición, se volvieron sabios los seres humanos? Adán, el
científico conductista, con un desapego newtoniano habría podido simplemente
quedarse sentado, viendo caer la manzana; pero no, tuvo que comérsela.
Lo que le tentó fue un salto a la complejidad de la interacción social, que a su vez
pide un salto al entendimiento psicológico de sí mismo y de los demás. De pronto,
la anticuada psicología que bastó a nuestros antepasados inconscientes —y que al
parecer, aún habría sido bastante buena para Watson y para Skinner— ya no
bastó para sus descendientes. El conductismo sólo pudo llevar al psicólogo nat ural
hasta allí. Y los seres humanos estaban destinados a llegar más lejos.
No podemos saber en qué punto se cruzó el umbral. Pero hay pruebas de que
hace tres o cuatro millones de años, y posiblemente mucho más, nuestros antepasa
dos ya se habían lanzado a aquello que era, en efecto, un nuevo experimento de
vida social. Dejando atrás la vida relativamente monótona de sus antepasados
simiescos —dejando atrás sus gruesas pieles, largos dientes y pesados huesos,
dejando atrás su habitación en el bosque y su existencia “de la mano a la boca”,
como gitanos vegetarianos— buscaron esta nueva vida de cazadores recolectores
en la sabana de Africa. La buscaron con instrumentos de piedra, la buscaron con
fuego; la buscaron con tridentes y esperanza. Pero, ante todo, la buscaron median
te la compañía de otros de su misma especie.
Pues fue el pertenecer a un grupo social cooperativo el que hizo que la vida del
cazador y recolector en las llanuras fuese alternativa viable a lo que había ocurrido
antes. En adelante, la vida se fundaría en la colaboración, centrada en la base del
hogar y en un sitio en la comunidad. Esta comunidad de almas familiares ofrecía el
marco en que los individuos lograban cosechar las recompensas de la empresa
surge en plena visión inter na: ha sentido la conexión entre estímulo v respuesta, ha
experimentado los efecto? positivos y negativos del refuerzo, ha aprendido directa
mente las variables que intervienen y tiene una experiencia diaria de la presencia
unificadora de su Yo consciente.
Ciertamente, en el primer ejemplo, el modelo explicativo del introspeccionista
sólo se aplica a su propio comportamiento y no al de los demás. Pero una vez que se
ha impuesto a su atención una pauta de conexiones en su propio caso, la idea de esa
pauta dominará su percepción de otros casos, en que las conexiones no se encuen
tran abiertamente a la vista. Una vez que en su propio caso ha observado que un
efecto exterior tiene una causa obviamente interna, la idea de tal causa le ayudará
a dar sentido a situaciones en que sólo puede observarse el efecto. Cúbrase el rostro
que se ve en la figura 2, y trate de no imaginarse el rostro en la figura 3.5Nótese que
un fuego en su hoguera interna hace que de su chimenea salga humo, y tra
te de no imaginar que el humo que sale de la casa que está del otro lado del camino
implica, asimismo, la presencia de un fuego dentro de aquellas paredes.
Así, el cuadro privilegiado que el introspeccionista tiene de las razones internas
de su propia conducta es aquel que inmediata y naturalmente proyectará en los
demás. Puede utilizar, y utilizará su propia experiencia para meterse en la piel de
los demás. Y como lo más probable es que él mismo no sea, en realidad, atípico
de los seres humanos en general —ya que las probabilidades son que, así como de
una cosa a otra generalmente no hay humo sin fuego, así, de una persona a otra
generalmente no se va a ver en la alacena sin hambre, no se huye sin temor, no hay
rabia sin ira, etc.—, este tipo de proyección imaginativa le da un esquema explica
tivo de notable generalidad y poder.
5P B Porter, "A nother puzzle-picture” , American Journal of Psychology, 67, 550, 1954.
54 LA CONCIENCIA: UN CUENTO DE “ASÍ PRECISAMENTE"
Volvamos entonces al antiquísimo juego humano. Dispersos en la población de
conductistas inconscientes, surgieron con ej tiempo estos prodigios conscientes.
Pronto, un inconsciente Watson se encontraría contra un consciente Yago, un
inconsciente Skinner se encontraría haciendo la corte a una consciente Porcia...
Allí estaba la selección natural para supervisar sus entradas y salidas.
Era claro dónde tenía que terminar el cuento para la especie humana. Pero, ¿V
para el resto del reino animal? Como lo habrán mostrado las tendencias de mi
cuento, aún no estoy convencido de que alguna otra especie haya seguido el mismo
camino del hombre hacia la conciencia; pero los estudios de los sistemas sociales de
otras especies no han avanzado mucho, y los estudios de cómo los propios animales
individuales ejercen su psicología están sólo en el principio.6 Sin embargo, podría
resultar que en realidad, existan especies no humanas cuyos sistemas sociales
rivalicen en complejidad con el del hombre; aún puede resultar que los individuos
de aquella especie estén haciendo uso, en realidad, de sistemas explicativos que
El rostro oculto.
F igura 3.
muestren las huellas de una mente capaz de contemplar los funcionamientos
internos del cerebro. Ya antes hemos tenido cuentos mal hechos. Sabemos que el
gato no camina por sí solo. Pero, ¿y el rinoceronte? Nada indica que el rinoceronte
sea capaz de meterse en la piel de otro rinoceronte.
Mientras tanto, por cuanto a los candidatos obvios —los carnívoros sociales y los
grandes simios— habrá biólogos que, en toda justicia deseen dejar la cuestión sin
decidir. Sin decidir, pero no indecidible. En la Inglaterra medieval un jurado
podía dar uno de cuatro veredictos en unjuicio: Culpable, No culpable, Ignoramus
(no lo sabemos), Ignorabimus (no lo sabremos).
“Ignoramus” puede ser un veredicto apropiado para los biólogos. Mas si la
conciencia ha evolucionado, lo sabremos por sus obras. “Ignorabimus” sería un
consejo de desesperación filosófica.
6 D. Premack y G. Woodruff, “ Do chimpanzees have a theory of mind?”, Behavioural Brain Scien
1978.
ces,!, b ib ,
EL CAMINO DEL CONOCIMIENTO PROPIO
»1
B l B l - l 131* ? ?
M rnBKC
Homo sum ; hurnani n il a me alienum pulo.
(Hombre soy; nada humano es ajeno para mí).
T erenciovsiglo h a. c.
VI. UNIÉNDOSE AL CLUB
Para un psicólogo natural, la idea del miedo se originará cuando él mismo sienta
miedo, y la idea de amor cuando él mismo sienta amor... Pero estos sentimientos no
ocurrirán a nadie incondiáonalmenle. Puede ser verdad, como lo he dicho en los
ensayos precedentes, que la conciencia reflexiva sea la fuente de los conceptos
psicológicos en términos de los cuales la gente ordinaria piensa en el comporta
miento; pero para cada uno de nosotros, la historia de lo que ha ocurrido en nuestra
conciencia debe depender de nuestra propia experiencia en el mundo exterior. La
gama de conceptos psicológicos que podemos conocer por medio de la introspec
ción será por tanto, en el mejor de los casos, sólo tan vasta como nuestra experien
cia lo sea. De ahí se sigue que, en la medida en que ésta es la forma en que las
personas ejercen la psicología, el entendimiento que una persona tenga de la
conducta humana deberá estar más o menos limitada por lo que haya pasado.
Está es una conclusión importante. Y sin embargo, tal vez al lector le parezca
muy poco sorprendente. Pocas personas —y pocos psicólogos académicos, cual-
, quiera que sea su corriente— discutirían que para algunos, haber pasado por una
experiencia particular les hará ser mejores jueces de cómo cualquier ser humano
reaccionará, probablemente, en circunstancias comparables. Sin duda, la conclu
sión sería la misma si el “cualquiera” fuese, en lugar de un “psicólogo natural” de
la índole que yo he pintado, un empedernido conductista: si su entendimiento
de la conducta se basara por completo en la observación externa, sin ayuda de la
introspección. Los motivos para llegar a la conclusión serían diferentes en el último
caso: el psicólogo natural aprovecha el haber pasado por una experiencia porque
—entre otras cosas— le da un conocimiento personal de cómo se siente, mientras
que el conductista simplemente aprovecha el haber sido capaz de observar cómo
en aquellas circunstancias se comporta un típico ser humano (¡él mismo!). Pero, de
una u otra manera, puede esperarse que la experiencia personal resulte auxiliar
inapreciable al practicar la psicología.
Sin embargo, examinenos un poco más de cerca el caso del conductista. Debe
mos suponer que, puesto que se niega a sí mismo el privilegio de la introspección,
todo lo que obtiene de la experiencia personal es la oportunidad de observar lo que
él mismo hace y cómo resultan las cosas para él: su información puede equivaler a
poco más de ló que obtiene de observar su propio cuerpo en una pantalla de
televisión. Pero, siendo así, no hay una diferencia considerable si lo que el cuerpo
está observando es su propio cuerpo: lo mismo daría que fuese de otro. Gilbert Ryle
lo dice escuetamente: “Las clases de cosas que yo puedo descubrir acerca de los
demás, y losmétodos para descubrirlas son muy parecidos.,. Los métodos que tiene
Fulano para descubrir cosas acerca de Fulano son los mismos que tiene Fulano
para descubrir cosas acerca de Zutano”.1
57
58 UNIÉNDOSE AL CLUB
Vemos así que el conductista debiera ser capaz de aprender tanto (y tan poco)
acerca de la conducta humana siendo el público de la actuación de algún otro,
como siendo el propio actor. Sin embargo, el psicólogo natural no tiene opción: él
tiene que estar en el escenario si quiere tener acceso a la información privilegiada
que le dará la reflexión consciente sobre su propia actuación; aunque también
podrá aprender algo de observar a los demás, no puede, así, aprender todo lo que
hay que aprender.
Llegamos a una pregunta de hecho. ¿Es necesaria —y no sólo suficiente— la
experiencia personal para que la gente ordinaria comprenda el comportamiento?
¿Amplía el insight la mente, en una forma que nunca podría hacerlo la observación
exterior?
Mi argumento se basó, antes de mucho, en una apelación a una verosimilitud a
priori. Pero ahora que se ha puesto en duda la función de la experiencia personal,
las dos versiones rivales de cómo la gente practica la psicología entran en conflicto
abierto por una cuestión que debiera poder resolverse empíricamente. Sin duda,
debiera ser posible determinar si en el mundo real las personas aprenden más
acerca de la psicología observándose a sí mismas, de lo que aprenden —o podrían
aprender— de observar a los demás.
Permítaseme, al punto, desilusionar al lector: hasta donde yo sé, no hay estudios
experimentales ni clínicos que toquen directamente nuestra pregunta: esto no es
decir que la pregunta no tenga respuesta; a decir verdad, creo que la respuesta ya
es ampliamente conocida; pero la evidencia de ella no se encuentra en la bibliogra
fía científica sino en el fondo de nuestras creencias y prácticas cotidianas. La
opinión común, el conocimiento común, y la práctica común nos ofrecen aquí una
autoridad tan persuasiva como la que más; y la respuesta que nos dan es que la
experiencia personal si es de importancia peculiar para la educación de las
personas como psicólogos
Dado que una parte de mi motivo para afirmar que ésta es la respuesta es que
toda la gente ordinaria ya la considera cierta, no pretendo hacer mucho barullo
tratando de convencerlos. Simplemente ofreceré algunos ejemplos, ilustrando la
manera en que las diferencias de la experiencia personal pueden afectar el entendí:
miento personal del comportamiento de otro. Mas mi propósito principal en estos
capítulos es explorar una pregunta consiguiente. Si la experiencia personal es tan
importante, ¿cómo se asegura la gente de tenerla en la forma apropiada, en el
momento apropiado y de la clase apropiada?
Como, a la postre, la mayoría se las arregla para extender su propia experiencia
hasta un grado notable (y sin embargo, muy pocas veces notado), los ejemplos de
diferencias de la experiencia personal no son tan fáciles de detectar. Las más de las
veces, carecemos de los “controles” pertinentes: personas de quienes podemos
estar seguras que les falta la experiencia particular. Pero un terreno en que este
problema es mínimo es el de la experiencia sexual.
Aunque la experiencia de la relación sexual no es, desde luego, cuestión de todo
o nada, sí está cerca de ser “todo o nada” para el mundo en general el trazar una
clara distinción entre los iniciados sexuales y los vírgenes. Además, aquí como en
otros pocos campos, la falta de experiencia de una persona puede ser públicamente
garantizada: por ejemplo, por su inmadurez corporal o por sus ropas. La falta de
UNIÉNDOSE AL CLUB 59
senos o de barba, el llevar hábito de monje o de monja, son señales bastante seguras
de inexperiencia sexual.
Ahora bien, el hueco en la experiencia de estos vírgenes debiera, según mi
argumento, dejar una profunda laguna en su entendimiento de la conducta sexual,
laguna que, en su principio no podría llenarse mediante la más asidua lectura de
un manual sobre sexo o la observación científica más dedicada del comportamien
to de las parejas de enamorados en los parques. ¿Ocurre así? Ciertamente, la
sabiduría común dice esto. Nadie iría a pedir consejo sobre la psicología del sexo a
un niño que aún no llega a la pubertad; y el consejo del clero católico célibe sobre
cuestiones maritales y sexuales, aunque a veces se solicita, a menudo resulta
disparatado e insensato. Pero como nadie pide el consejo de los niños y como
lo que el clero tiene que decir queda, como casi todo ello, en el secreto del
confesionario, como de costumbre no tenemos datos tangibles basados en pruebas
experimentales.
Sometámonos entonces nosotros mismos a una prueba. Consideremos estos
versos sobre el amor sexual, de la traducción hecha por Dryden al Libro IV de
Lucrecio:
[Now] when the Youthful pair more clossely joyn,
When hands in hands they lock, and thighs in thighs they twine
Just in the raging foam of full desire,
When both press on, both murmur, both expire,
They gripe, they squeeze, their humid tongues they dart,
/ti each wou’d force their way to t'others heart:
In vain; they only cruze about the coast,
For bodies cannot pierce, nor be in bodies lost:
As sure they strive to be, when both engage,
In that tumultuous momentary rage,
So ■’tangled in the Nets of Love they lie,
Till Man. dissolves in that excess of joy.
Then, when the gather’d bag has burst its way,
And ebbing lydes the slacken’d nerves betray,
A pause ensues; and Nature nods a while,
Till with recruited rage new Spirits boil;
And then the same vain violence returns,
With flames renew’d th’erecledfurnace burns.
Agen they in each other wou’d be lost,
But still by adamantine bars are crost;
All ways they try, successeless all they prove,
To cure the secret sore of lingring love.*
[...en el amor burla así a los amantes
Venus; ni saciarse pueden contemplando'enfrente sus cuerpos,
ni de los tiernos miembros algo raer con las manos
pueden, por el entero cuerpo inciertos errando.
* [Aunque las dos versiones no coincidan por completo, aquí no podemos hacer nada mejor que co
piar la traducción de Lucrecio por Rubén Bonifaz Ñuño, edición de la Universidad Nacional Autóno
ma de México,] [T.]
60 UNIÉNDOSE AL CLUB
de sus actos. Pero esto, a la postre, es lo que Drvderi es y lo que hace; y lo hace
remitiéndose a conceptos que, por causa de las distintas experiencias de las
personas, no pueden ser universalmente inteligibles. Desde luego, su poema es una
brillante descripción de una conducta públicamente observable, y como tal está al
alcance de cualquiera; pero también presenta una hipótesis psicológica acerca del
estado mental de los amantes en un idioma que sólo habla a aquellos en quien los
conceptos pertinentes ya fueron planteados por experiencia propia. Se necesita un
ladrón para atrapar a un ladrón: y un íntimo de.su propia conciencia para atrapar
las intimaciones de la conciencia de los demás.
He subrayado las excepciones, y sin embargo, en realidad la relación sexual es
un terreno de comportamiento al que pocos adultos, hombres y mujeres, son
totalmente ajenos. La mayoría ha comprendido el poema, y más aún comprende-
rá el ejemplo siguiente. Aquí, en un pasaje del Cantar de Salomón, se encuentra
un paliativo a Dryden, una evocación de una fase mas tierna y generosa del amor,
en que la “tragedia” —si va a venir— aún no ha sido reconocida. La voz es de un
hombre; luego su mujer le contesta.
Huerto eres cerrado, hermana mía, esposa, huerto cerrado, fuente sellada. Tus brotes,
un paraíso de granados, con frutos exquisitos... ¡Entre mi amado en su huerto y coma sus
frutos exquisitos!... yodormia, pero mi corazón velaba. ¡La voz de mi amado que llama!:
¡Abreme, hermana mía, amada mía, paloma mía, mi perfecta!... Mi amado metió la
mano por el agujero de la puerta... y por él se estremecieron mis entrañas.
Si estos versos despiertan recuerdos de vuestros propios sentimientos pasados
hacia una pareja sexual, tengamos un pensamiento para aquellos menos privile
giados que aún hoy pueden estar batallando con alguna concepción errónea,
inmaculada, de estas imágenes de horticultura. Tengamos un pensamiento para
los Padres de la Iglesia que en la Versión Autorizada de la Biblia resumieron así
este pasaje del Cantar: “Cristo describió las gracias de la Iglesia; la Iglesia oró
pidiendo ser digna de su presencia”. Como esa puerta con un extraño letrero, ante
la que se encontró el Lobo Estepario, en la novela de Hermann Hesse, estas
imágenes son, en última instancia, “no para cualquiera.’'. Una vez más, la clave está
en nuestra propia experiencia. Aunque la mayoría de nosotros tengamos la fortuna
de poder penetraren el significado de los versos, sin embargo, cada uno de nosotros
entra solo y con una llave que él mismo ha forjado.
Así comprendemos —la mayoría de nosotros— estos poemas y, de más impor
tancia aún, comprendemos la conducta de los verdaderos amantes porque, para
volver a decirlo sin romanticismos, casi todos nosotros hemos adquirido por
experiencia personal los conceptos que nos permiten modelar la conducta sexual
humana. Empero, si la comunalidad de la experiencia sexual nos trae la psicología
natura! del sexo al alcance de la mayoría de la gente ordinaria, por la misma razón
la rareza de ciertos tipos de experiencia debe hacer que la mayoría, en otros
campos, sea psicológicamente inepta. Permítaseme volver a un terreno que la
mayoría de nosotros no comprendemos, a saber, la conducta de las personas que
están enfermas.
Entre los ndembu de Zambia, los rituales curativos para quienes se ven afligidos
por enfermedad o infortunio son efectuados por “médicos” en grandes reuniones
62 UNIÉNDOSE AL CLUB
T.i
‘Yo empecé por caer enfermo’ ”.3 La expectativa de que médico y paciente hayan
compartido la misma experiencia queda dramáticamente expresada en ciertos
ritos menos comunes, en que “el médico se administra medicina a sí mismo, así
como al paciente, y ambos caen en paroxismos de temblor, muy desagradables de
ver”.
En nuestra propia sociedad no insistimos en que nuestros médicos hayan estado
a su vez enfermos. Cierto, miraríamos con desconfianza a un médico que nunca
hubiese tenido un dolor de cabeza, nunca hubiese vomitado o padecido fiebre. Sin
embargo, con confianza permitimos que nuestros huesos, nuestras úlceras o nues
tros insomnios sean atendidos por médicos que nunca padecieron estos desórdenes
en particular. Parece ser que no esperamos de un médico mayor visión de la
enfermedad de la visión que esperaríamos de un policía sobre lo que se siente ser
asaltado, o de un bombero sobre cómo se siente ver nuestra casa en llamas.
No pedimos más, ni recibimos más. La medicina occidental es, de reputación y
en realidad, una medicina del cuerpo, no de la persona. La mitad de las veces, el
paciente sale de la clínica con un remedio para sus síntomas corporales, pero con
pocos consejos, para el o para su familia, sobre cómo enfrentarse a la conducta
i á “anormal” que la enfermedad tan frecuentemente entraña. Después de todo,
alguien que está enfermo probablemente se comportará en una forma que en una
persona saludable parecería sumamente extravagante. Por ejemplo, un hombre
con dolor de espalda no sólo caminará y se mantendrá de pie en las formas más
extrañas, sino que tal vez deje su trabajo, se queje todo el tiempo y deje de dormir
con su esposa; del mismo modo, quienes padecen dejaqueca, sordera, constipación
o cáncer del pulmón, mostrarán, cada quien según su enfermedad, alguna forma
de excentricidad conductual.
Se nos ha dicho que los animales reaccionan a la enfermedad de otro miembro
n
de su especie con una agresión abierta. Las personas generalmente no muestran
?- tan palpablemente su falta de comprensión a los enfermos, y sin embargo muy
pocos muestran un verdadero entendimiento psicológico. Si tengo razón, difícil
mente podría ser de otro modo, pues muy pocos, médicos o legos, están calificados
■r por experiencia propia en este terreno para ser psicólogos naturales. La mayor
i:
parte de las enfermedades son, por definición, raras. No son como el sexo; casi
ninguno de nosotros ha tenido una experiencia personal de ellas. Cuando nos
encontramos, por ejemplo, ante una persona que padece jaqueca, quienes nunca
* hemos conocido la jaqueca somos vírgenes conceptuales, incapaces de imaginar el
peculiar temor, las auras, el dolor y la depresión, las sensaciones que el propio
paciente considera como la causa —y la explicación— de su propia conducta
atípica.
En esas circunstancias, ¿a quién debe dirigirse el paciente, a quién se dirige? A
quienes padecen del mismo mal, si puede encontrarlos. Por ejemplo, las personas
con dolor de espalda buscarán a otros que hayan experimentado lo mismo, y
5 V. Turner, The Forest of Symbols: Aspects of Ndembu Ritual, Cornell University Press, 1967.
sr,
UNIENDOSE AL CLUB 63
hablarán con ellos: “testigo de ello es el profesor Steven Rose, quien nos cuenta
cómo, despedido por su médico con una prescripción de analgésicos y reposo en
cama, pasó a descubrir, mediante sus encuentros con una serie de desconocidos, la
subjetividad de la sabiduría colectiva del dolor de espalda, y su resultante camara
dería”.4 En una búsqueda paralela de simpatía (lo que no significa condolencia,
sino intersubjetividad) los reumáticos hablan con reumáticos, los asmáticos con
asmáticos, los agobiados por la jaqueca con otros agobiados, los dispépticos con dis
pépticos, etcétera. De hecho, se forman sociedades precisamente para fomentar
este tipo de comunión, especialmente cuando la enfermedad es algo vergonzoso o
inhibidor. Tenemos así “Alcohólicos Anónimos”, “Jugadores Anónimos”, “De
presivos Asociados”: una masonería de quienes han sido psicológicamente recha
zados.
Sin embargo, por desgracia el consuelo de nuestros compañeros de padecimien
tos no siempre está al alcance de quienes los buscan. El aislamiento psicológico de
los enfermos nunca es más obvio ni más trágico que en el caso de los que padecen
una enfermedad incurable. Alguien que está muriendo de cáncer en un hospital
tiene poca probabilidad de encontrar entre sus potenciales consejeros a uno que
haya compartido la experiencia de una muerte inminente. Como psicoterapeuta
consciente de este problema, la doctora E. Kübler-Ross trató de educarse a sí
misma y a otros profesionalmente interesados en quienes padecían enfermedades
definitivas, haciendo extensas entrevistas con pacientes moribundos. Las entrevis
tas fueron observadas por estudiantes de terapeutas y después analizadas en un
seminario de grupo. El libro de la doctora E. Kübler-Ross, On Death and Dying,
logra presentarnos un cuadro notable del mundo de los pacientes. Sin embargo,
ella no se hace ilusiones acerca de la limitación de una psicología basada exclusiva
mente en la observación exterior. Citaré el siguiente pasaje del libro, por la lección
que contiene en sus últimas frases:
Tal vez el cambio de actitud más conmovedor e instructivo fue el que presentó uno de
nuestros estudiantes de teología que había asistido regularmente a clases. Una tarde
entró en mi oficina y me pidió hablar conmigo a solas. Había pasado una semana de
verdadera agonía y confrontación con la posibilidad de su propia muerte. Las glándulas
linfáticas se le habían agrandado, y se le pidió hacerse una biopsia para evaluar la
posibilidad de algo maligno. Asistió al siguiente seminario y compartió con el grupo las
etapas de escándalo, desaliento e incredulidad por las que había pasado: los días de ira,
depresión y esperanza, alternadas con angustia y temor... Logró hablar acerca de todo
ello en un sentido muy real y nos hizo conscientes de la diferencia entre ser un observador
y ser el propio paciente. Este hombre nunca se valdrá de palabras vanas al encontrar un
paciente que sufra una enfermedad mortal. Su actitud no ha cambiado por causa del
seminario sino porque él mismo tuvo que enfrentarse a la posibilidad de su propia
muerte.5
¿Cómo aprendió esta tarea el estudiante? Empezó por estar enfermo él mismo.
El médico ndembu, el estudiante de la doctora Kübler-Ross y cualquiera que
puede afirmar que ha tenido una experiencia personal como punto de partida, se
vuelve deJacto miembro de un “club” especial. La palabra club es de A. Alvarez,
utilizada en un contexto diferente pero relacionado, en su estudio del suicidio, The
Savage God.6Alvarez inicia su libro con un relato de su amistad con la poetisa Sylvia
Plath en un momento en que ella iba a cometer un tercero y último intento por
quitarse la vida. También Alvarez había tratado de matarse, pocos años antes.
“Como yo también fui miembro del club” Sylvia Plath pudo hablar del suicidio en
una forma en que no habría hablado con cualquiera. Tal vez reconoció que su
experiencia compartida les había dado un vocabulario compartido de sentimien
to, y que para ninguno de ellos eran válidas las palabras de Boris Pasternak: “No
tenemos un concepto de la tortura interna que precede al suicidio.”
¿Cómo concibió esta tortura el propio Pasternak? De esta manera:
Quienes son físicamente torturados en el potro pierden una y otra vez la conciencia: su
sufrimiento es tan grande que su intensidad intolerable abrevia el fin. Pero un hombre
que está así a merced del verdugo, no queda aniquilado cuando se desmaya por el dolor,
pues se encuentra presente en su propio fin; su pasado le pertenece a él, y sus recuerdos
son suyos... Pero un hombre que decide cometer suicidio pone fin por completo a su ser,
da la espalda a su pasado, se declara en bancarrota, como si sus recuerdos fuesen
irreales... La continuidad de su vida interna queda interrumpida, y su personalidad ha
llegado a su fin. Y tal vez lo que acaba por hacerle matarse no es la firmeza de su
resolución sino la cualidad insoportable de esta angustia que no pertenece a nadie, de
este sufrimiento en ausencia de paciente, de esta espera que es vacía porque la vida se ha
detenido y ya no puede llenarla.7
Cierto es que acaso no tengamos una concepción de esta tortura interna. Pero tal
vez, basándonos en este pasaje, Pasternak no fuese parte de su propio “nosotros”.
Álvarez reconoce a Pasternak como otro miembro del club. •
Sylvia Plath hizo que el suicidio fuese el terna de su novela The Bell Jar. Un
novelista es, en el sentido más literal, un “modelador” del comportamiento huma
no, alguien cuya capacidad como psicólogo no sólo debe comprender sino inventar
las cosas que hacen los demás. Y sin embargo, el camino del novelista hacia el
entendimiento psicológico no es diferente en principio del de los demás. Si la
experiencia personal es de importancia decisiva para el lego en sus tratos con las
personas en la vida real, as! lo es también para el novelista al tratar a sus personajes
ficticios.
De hecho, es práctica común entre los novelistas basar su escritura creadora
sobre su propia experiencia. Y creo yo que es prejuicio común y apropiado entre
los críticos respetarlos por tal práctica. Reconocido: hay buenos escritores de
ficción que se burlan de la autobiografía, pero en cambio, han surgido retratos
convincentes del comportamiento humano, una y otra vez, de las plumas de
escritores que conocían a sus personajes desde dentro: Dickens coma David Copper-
field, Tolstoi como Levin, Dostoievski como el Idiota.
De este modo, el Idiota de Dostoievski es obligado a compartir con su creador
6 A. Alvarez, The Sarape God: A Study o] Suicide, Weidenfeld & Nicolson, 1971.
7 8. Pasternak, An Estay in Autobiography, Collins and Harvill Press, 1959.
las sensaciones que acompañan un ataque de epilepsia. Comparemos, por ejem
plo, la experiencia del Idiota en el momento anterior al ataque, con la del propio
Dostoievski. Este pasaje es de la novela:
[El Idiota] estaba pensando, incidentalmente, que en su estado epiléptico había un
momento o dos, inmediatamente antes del propio ataque, cuando de pronto, entre la
tristeza, la negrura espiritual y la depresión, su cerebro parecía incendiarse por breves
momentos, y con extraordinario impulso sus fuerzas vitales alcanzaban su cumbre, todas
a la vez. Su sensación de estar vivo y su conciencia se decuplicaban en aquellos
momentos que se encendían corno el relámpago. Su espíritu y su corazón quedaban
inundados por una luz deslumbradora. Toda su agitación, todas sus dudas y preocupa
ciones parecían disipadas en un momento, culminando en una gran calma, llena de
serena y ar moniosa alegría y esperanza.
Y esto es de una carta escrita por Dostoievski a Nikolai Strakhov:
Durante breves momentos antes del ataque, experimento una sensación de felicidad que
es imposible imaginar en estado normal y de la que no tienen idea los demás. Me siento
enteramente en armonía conmigo mismo y con el mundo entero...8
Con esta dase de visión, no es de sorprender que Dostoievski lograra constuir un
modelo asombrosamente real de su héroe. Asombroso porque los conceptos psico
lógicos, las armas con que lo logra, se derivan de sensaciones de las que “los demás
no tienen idea”.
El Idiota, como Dostoievski, también conoce la experiencia de la muerte b ib LIO XX
inminente. Pero aquí Dostoievski emplea su propia experiencia en otra forma, MEnuwu
sumamente reveladora. En 1849, se enfrentó a la ejecución por un pelotón de
fusilamiento, sólo para ser perdonado en el último momento. En la novela, el
Idiota no va a su ejecución, pero cuenta la historia de otro hombre a quien ocurrió, -
detallando el horror y el asombro de los últimos minutos antes del rescate. “Tanto
me conmovió la historia de ese hombre” dice el Idiota, “que después soñé con ella,
quiero decir, con aquellos cinco minutos...”, y parece claro que mediante esta
experiencia onírica, se le ha permitido entraren los sufrimientos del reo, y contar la
historia casi como si le hubiese ocurrido a él. Entonces, ¿qué intenta aquí Dos
toievski? A primera vista, está valiéndose de su propia experiencia de la ejecución
para contar la historia de un hombre (el Idiota) que está narrando, sobre la base
de su propia experiencia, la historia de otro hombre (el reo) que estaba a punto de
morir. Pero va, creo yo, aún más lejos, pues en otro nivel Dostoievski parece estar
empleando su propia experiencia de escritor creador para modelar a un narrador
creador. Dostoievski conoce desde dentro lo que es contar una historia desde
dentro: el Idiota mismo se convierte en novelista.
En capítulos anteriores afirmé que la capacidad de practicar la psicología es un
rasgo biológicamente adaptativo de los seres humanos: en el curso de la evolución,
los mejores psicólogos han demostrado ser los más capaces para sobrevivir. Pode-
mos añadir ahora otra premisa: los mejores psicólogos probablemente son aquellos
que tienen la más vasta gama de experiencia personal. De esto se sigue una
conclusión sorprendente: psicología significa supervivencia, y si experiencia signi
fica psicología, entonces experiencia significasupervivencia. Así, la extensión de la
propia experiencia interna debe ser un rasgo biológicamente adaptativo de los
seres humanos.
He llegado con nuevo ímpetu a mi pregunta anterior. Si la experiencia personal
es tan importante, ¿cómo se asegura la gente de que la adquiere, a la manera
correcta, en el momento apropiado y de la índole apropiada?
Podemos rechazar dos respuestas como inadecuadas: una, que las personas lo
hacen deliberadamente; ia otra, que lo dejan al azar.
No negaré que en ocasiones lo hacen deliberadamente. La mayoría de la gente
conoce, al menos en teoría, el valor de las experiencias nuevas para “ensanchar” la
mente. Sería sorprendente si a veces no salieran a buscar experiencias con ese fin a
la vista. Cierto, no pienso que ensanchar la mente sea el motivo habitual, digamos,
de los primeros experimentos de las personas al hacer el amor (el llamado conoci
miento carnal, tiene atracciones intrínsecas por encima de la visión que pueda
darnos sobre lo que pensó el salmista al hablar de un huerto de granados). Y, para
el caso, tampoco es motivo común para intentar el suicidio (pocos novelistas —con
excepción de Hemingway— se han tomado tan en serio). Sin embargo, hay veces
en que las personas sí buscan nuevas experiencias con el propósito reconocido de
ayudarse á “dar un sentido” mediante la introspección, al comportamiento de los
demás.
Los casos más claros son aquellos en que alguien deliberadamente busca una
experiencia que es obviamente desagradable. Mi madre descubrió una vez que mi
hermana menor se había tragado veinte huesos de durazno, por lo que procedió
inmediatamente a tragarse treinta: según dijo, para poder comprender los sínto
mas de mi hermana. Mi padre, que era políticamente activo, se privó de alimentos
durante una semana para tener una mejor idea de cómo se siente ser un campesino
hambriento. Un colega de Cambridge, que estudiaba una tribu de indios del
Amazonas, se unió a los indios, bebiéndose una droga poderosamente emética y
alucinógena para así, habiendo experimentado el malestar y las visiones, tener un
conocimiento interno de qué traían los indios entre manos. Podría multiplicar los
ejemplos, y sin duda también podría hacerlo el lector.
Sin embargo, tales actos de calculada autoinstrucción tienen en sí algo de
artificial. Son actos razonados de intelectuales, que difícilmente podríamos espe
rar entre gente ordinaria, “cuya mayor parte”, pensó el filósofo escocés Thomas
Reid, “apenas aprendió a razonar”. Y sin embargo, todo psicólogo, todo psicólogo
natural, si va a aprovechar las posibilidades de la introspección, debe adquirir una
extensa base de experiencia interna a la que pueda remitirse. Reid, analizando la
facultad de la vista, concluyó que —puesto que la mayoría de la gente es demasia
do estúpida para adquirirla racionalmente— “Dios en su sabiduría nos la da en
una forma que nos pone a todos en un nivel”.9 Semejante fe en una deidad
democrática puede estar fuera de lugar. Pero aun así podemos suponer que la
s Thomas Reid, Essays on the Intellectual Powen of Alan, 1733; mit Press, 1969.
UNIÉNDOSE AL CLUB 67
visión interna, como la vista, no está limitada a los conocedores: también ella, en la
práctica, fue distribuida al hombre común.
No niego que las cosas pueden dejarse en parte, al azar. Con suficiente tiempo y
oportunidad, las personas tienen la esperanza de adquirir la mayor parte de la
experiencia necesaria, con sólo aguardar pasivamente a que las cosas se crucen en
su camino. Eso creyó Wordsworth:
Tye eye — it cannot choose bul see;
We cannot bid the ear be still;
Our bodies feel, where'er lIvey be.
Against or with our will.
Nor less I deem that there are Powers
Which of themselves our minds impress;
That we can feed this mind of ours
In a wise passiveness.
[El ojo no puede dejar de ver;
no podemos ordenar al oído que se cierre;
nuestros cuerpos sienten doquiera que estén,
con o contra nuestra voluntad.
No menos digo que hay Facultades
que por sí solas nuestras mentes imprimen;
que podemos alimentar esta mente nuestra
en una sabia pasividad.]
Cierto es que tarde o temprano, sin buscarlo, la mayoría descubrirá un día que,
por ejemplo, se ha enamorado, o que ha perdido una pelea, o ha sido traicionada
por un amigo; con un poco de suerte (o de mala suerte, según como se le mire) has
ta podrán descubrir que se han comido veinte huesos de durazno. Pero, ¿qué pasa si
la experiencia viene más tarde que temprano? Es probable que los costos de la
ingenuidad sean grandes, en materia de equívocos psicológicos excesivos: la sabia
pasividad es un modo tan arriesgado de alimentar la mente como lo sería de
alimentar el cuerpo..
La cuestión es tan grave que sería extraño que hubiese sido olvidada por la
selección natural en el curso de la evolución. Dado que la respuesta no se encuentra
en la deliberación ni en el azar, creo yo que en realidad evolucionaron mecanismos
biológicos para ver que no dejara de hacerse esta tarea, mediante uno de los trucos
habituales de la naturaleza; la autoayuda involuntaria de un sujeto. Existen al
menos tres medios para asegurar que las personas, quiéranlo o no, reciban con
prontitud la educación conceptual requerida para convertirlos en competentes
psicólogos. Son i) el juego, ii) la manipulación por la familia, m) el sueño.
En el próximo capitulo analizaré con detalle estos mecanismos, de base biológi
ca, para extender la experiencia personal. Luego, en el capítulo vui, me concen
traré en ciertos fenómenos de base cultural que, en efecto —y tal vez, por designio—
alcanzan un fin similar.
Mas, para que el caso que estoy a punto de describir no parezca implicar que no
t hay nada que impida a cualquier Pedro, Juan y Sigmund convertirse en polírnata
psíquico, permítaseme terminar este capítulo con una nota más humilde. Lo más
■t
oS UNIENDOSE AL CI.CB
probable es que cualquier psicólogo natural, con natura y cultura como sus
patrones, conquiste el acceso a una vasta gama de experiencia y, con ella, a una
correspondiente gama de conceptos mentales. Así, la mayoría de la gente puede
contar con llegar a conocer personalmente la mayor parte de los estados mentales
que probablemente encontrarán en los demás. Sin embargo, esta regla conformis
ta tiene al menos una grave excepción. Hay ciertos campos de la experiencia —la
experiencia cotidiana—• en que muchas personas se ven obligadas a permanecer
ineluctablemente ignorantes, por la simple razón de que sus cuerpos fijan límites a
las posibilidades de sensación.
Aceptarán los lectores que un hombre que nació sin piernas, por muy buena que
sea su educación, carecerá de un atisbo de la condición de quienes tienen piernas.
Sí, ¿y qué? La falta de piernas es algo bastante raro y sería perverso citarla en una
refutación de una regla general. Si la mitad de la gente que hay en el mundo
careciera de piernas, todo sería distinto. Permítaseme entonces citar algo distinto:
el hecho de que la mitad de la gente del mundo nace sin pene ni testículos, y la otra
mitad sin vagina, pechos o matrices.
La incapacidad de las personas de un sexo para comprender las sensaciones de
las personas del otro es ya legendaria... y diariamente confirmada en la dificultad
que tienen los hombres para comprender la psicología de las mujeres, y las
mujeres, la psicología de los hombres. Ni siquiera el propio Freud logró desentra
ñar la psicología femenina, y sus herederos varones no lo han hecho mucho mejor.
En un libro acerca de la menstruación, Penelope Shuttle y Peter Redgrove
observan'que los “psicoanalistas varones no conocen los hechos especiales que son
exclusivos de las mujeres”,10 y la misma queja puede hacerse en relación con el
orgasmo sexual, el embarazo, el parto y la lactación, para no mencionar los
muchos campos del comportamiento en que estas actividades reproductivas bási
cas hacen las veces de poderosas metáforas. Lo cierto es que los sexos están
divididos por una barrera puesta a la visión, la cual, fundada sobre diferencias de
anatomía y fisiología, es más o menos insuperable. El letrero dice ahora: "No para
cualquiera'’: y tampoco para el psicoanalista ni para el psicólogo natural.
Con excepción, desde luego, del extraño caso de Tiresias. Su historia, como nos
la cuenta Ovidio en las Metamorfosis, lo dice todo. Una vez, al dar un paseo,
Tiresias vio dos serpientes en el acto de copular. AI atacarlo ambas, él mató a la
hembra con su bastón. Inmediatamente, quedó convertido en mujer, y llegó a ser
una cortesana célebre. Como tal, vivió durante siete años. Al octavo año volvió a
ver dos serpientes, pero esta vez mató al macho, y entonces recuperó su anterior
virilidad. Después, se le pidió resolver una querella entre Júpiter y Juno: Júpiter
había afirmado que las mujeres obtienen mucho más placer de la relación sexual
^jue los hombres, y Juno había dicho que esto era absurdo. Tiresias, como psicólogo
natural con calificaciones únicas, fue convocado a resolver la cuestión, basado en
su experiencia personal. Respondió:
\
Si contamos como diez las partes del placer del amor,
tres veces tres son de las mujeres y sólo una del hombre.
m P. Shuttle y P. Redgrove, The li'ne U’ound: Xíenstmalion and Evejywoman, Gollancz, 1978.
UNIÉNDOSE AL CLUB 69
Juno se indignó tanto al decírsele que estaba en el error —se puso tan furiosa por la
triunfal sonrisa de Júpiter— que condenó a Tiresias a la ceguera eterna. Júpiter lo ;l
compensó dándole la visión interior.
El don de Júpiter fue apropiado: Diosen su sabiduría confiere a veces privilegios
especiales. Y sin embargo, aun si no se nos pone al nivel de Tiresias, la naturaleza,
como veremos en el próximo capítulo, ha arreglado las cosas para que ningún ser
humano vava a morir de hambre conceptual.
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f e .
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ii
A:f
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VIL SOÑAR Y SER SOÑADO
del cerebro ya había quedado establecida. En alguna parte del sendero evolutivo
que condujo al hombre moderno, la selección natural, actuando para promoverá
los mejores psicólogos, realizó un notable avance en la organización cerebral,
transformando un ser que simplemente actuaba en otro que al mismo tiempo
informaba a su cerebro de las razones subjetivas de su propia conducta. Esto
requirió, me atrevo a sugerir, la evolución de un nuevo cerebro, un “cerebro
consciente” paralelo al antiguo “cerebro ejecutante”.
Sin embargo, antes de que evolucionara el cerebro consciente, el cerebro
ejecutante ya tenía alojados en su interior programas innatos, programas que se
relacionaban, por ejemplo, con “tener miedo” o “sentir celos”: de este modo,
nuestros antepasados humanos preconscientes estaban actuando los estados fisioló
gicos de temor o celos mucho antes de estar en posición de poder ver dentro de
ellos.
Ahora bien, con la evolución del cerebro consciente, los estados mentales que
corresponden a dichos estados fisiológicos del cerebro ejecutante se volvieron
potencialmente accesibles a la conciencia. Pero, puesto que el cerebro consciente
no contenía los antiquísimos programas genéticos, estos estados del cerebro ejecu
tante sólo podían ser revelados cuando realmente ocurrieran. En otras palabras,
siguió siendo necesario que el cerebro ejecutante primero fuese movido instintiva
mente a pasar a algún estado nuevo antes de que la imagen correspondiente —una
■sensación nueva— pudiera reflejarse en el espejo de la conciencia, pasando as! a ser
parte del conocimiento de sí mismo de la persona.
Así, por razones que un lógico consideraría enteramente contingentes pero que
un biólogo puede considerar inevitables, el camino al autoconocimiento se convir
tió en autoexposición a la experiencia pertinente... por cualquier camino que
estuviera abierto.
E ljuego
El papel del juego al extender la experiencia subjetiva probablemente no necesite
ser aquí muy largamente elucidado. Aunque los teóricos puedan discutir acerca
de qué, exactamente, puede contar como juego, y cuáles son las más importantes de
sus muchas funciones, nadie dudará de que la travesura humana es un rasgo
biológico que se manifiesta de una forma u otra en las aventuras caprichosas,
aventuras tanto para la mente como para el cuerpo. Si preguntáramos a un niño
t pequeño (o a un adulto, para el caso) por qué hace lo que hace al jugar,
naturalmente contestaría que simplemente por divertirse. Pero, al divertirse se
está educando —naturalmente— a sí mismo: arrojándose a nuevos tipos de inte
racción con los mundos físico y social y descubriendo así nuevas gamas de
experiencia.
Cierto es que la mayor parte de los tratados sobre el juego han subrayado la
adquisición de un conocimiento objetivo, más que subjetivo. En un reciente
compendio se concede bastante espacio al papel del juego para dar información al
jugador acerca del mundo exterior —cómo son las cosas, cómo se hacen, cómo
actúa la gente— pero hay pocas referencias explícitas a su papel al introducirlo en
SOÑAR VSERSOÑADOR 73
Los SUEÑOS
Soñé que me habían capturado los caníbales. Todos ellos empezaron a saltar y dar
gritos. Me sorprendió verme a mí mismo en mí propia sala. Había un fuego y, sobre él,
una olla, llena de agua hirviendo. Me arrojaron dentro y de cuando en cuando, el
cocinero venía a pincharme con un tenedor, para ver si ya estaba yo cocido. Luego me
sacó, y me sirvió al jefe, que estaba a punto de morderme cuando desperté.
Así, un niño norteamericano informó que eso había soñado una noche.7 Pese
a que tengo mis sospechas sobre cómo tratan los padres a los hijos, no puedo pen
sar que ningún padre probablemente picaría a su hijo con un tenedor para ver si
ya estaba cocido; tampoco parece probable que ni aún el niño más emprendedor
inventara, en juegos, semejente episodio. En los sueños ocurren cosas maravillosa
mente extrañas. Y por tanto, al ser extrañas, los psicólogos naturales las reciben
ávidamente.
Creo yo que los sueños representan el más audaz e ingenioso de los tmeos de la
naturaleza para educar a sus psicólogos. En la libertad del sueño, el soñador puede
inventar relatos extraordinarios acerca de lo que está ocurriendo a su propia
persona y, así, responder a estos acontecimientos como si fuesen reales, puede
descubrir.nuevas esferas de experiencia interna. Si se me permite hablar de mi
propio caso, diré que en sueños me he colocado en situaciones que provocan
sentimientos de terror y pena, pasión y placer, de una índole e intensidad que no he
conocido en la yida real. Si ahora experimentara estos sentimientos en la vida real,
los reconocería como familiares; y, lo que es más importante, si me encontrara yo
con alguien que estuviese pasando por lo que yo pasé en sueños, tendría yo una
base conceptual para modelar su comportamiento. Recuérdese que el Idiota de
Dostoievski soñó que se encontraba ante un pelotón de fusilamiento, y mediante
esa experiencia pudo entrar en el estado mental del condenado.
Escuchemos, con actitud favorable, las versiones de más sueños infantiles (de
niños londinenses, entre las edades de siete a doce años).81
M:. -
SOÑAR Y SER SONADOR 83
Tomando todo en cuenta, invito a los lectores a aceptar que los sueños —siendo
memorables, valiosos, originales y extraños— pueden dar al niño en crecimiento
un rico festín de ideas psicológicas. Pero una pregunta estará preocupando a todo
dietista atento, pregunta que no se ha resuelto a lo largo de este capítulo: ¿Hasta
qué punto la experiencia ganada en las diversas formas que yo he mencionado
parece especialmente diseñada para satisfacer las auténticas necesidades de un
psicólogo en potencia? ¿Qué parte de esta experiencia es genuinamente edificante,
y cuánta es simplemente basura?
Para ser explícitos, y dado que lo que importa a un psicólogo natural es la
posibilidad de tener una vislumbre del comportamiento de las personas reales de
su comunidad en particular, ¿qué asegura que í) un soñador tenga sueños pertinen
tes, ii) un jugador practique los juegos pertinentes, y iii) los miembros de la familia
hagan pasar a los niños por las pruebas pertinentes?
No debemos negar que acaso no haya forma de garantizar la pertinencia, y que
todo el asunto pueda depender del azar. La buena suerte para hacer descubri
mientos, aunque no pueda contarse con ella, sin embargo, resultaría mejor que no
contar con nada. Por ejemplo, si un soñador soñara al azar, simplemen te haciendo
girar el caleidoscopio de los hechos del día anterior para ver qué salía, muy
probablemente encontraría algo de valor potencial, y sin duda, más probablemen
te lo encontraría que si no soñara nada. Mr. Micawber, siempre esperando que
“algo saldría” floreció en Australia al final.
Pero supongamos que realmente hubiese algún principio guía que dirigiera a los
niños por el camino de un mayor entendimiento, ¿qué línea podría esperarse que
tomaría? Bueno, no és difícil suponer qué clases de experiencia personal conven
dría conocer a un joven psicólogo en un mundo ideal. Se dividen en las siguientes
categorías (traslapantes).
1. Las experiencias que aún no conoce, y especialmente aquellas que como
individuo particular acaso nunca llegará a conocer.
2. Las experiencias que no conocerá en realidad hasta haber crecido.
3. Las experiencias por las que ve que pasan otras personas y que son caracterís
ticas de la vida de la comunidad.
4. Las experiencias que, haya tenido o no ocasión de observar, son característi
cas de los seres humanos en general.
Teniendo en mente estas normas, podemos entonces buscar pruebas de un desig-
, nio biológico en el juego, el sueño y la manipulación por la familia. Yo ya me
comprometí con la idea de que sí existe. Trataré de establecer el caso en relación
con el sueño, aunque mucho de lo que tengo que decir puede aplicarse con igual
fuerza a los otros dos mecanismos.1
1. Como ya lo he indicado, muchos sueños se relacionan con hechos de los que el
niño no tiene experiencia previa. En realidad, parece ser sorprendentemente raro
que un niño sueñe con ocurrencias cotidianas, por ejemplo actividades escolares.
Comenta Kimmins: “Aunque el niño normal pasa casi la mitad dél día en la
escuela, o en relación con ella, es notable que tan pocos sueños tengan alguna
referencia directa a la escuela... En la escuela de niños, sólo cerca de un 1%es de
8+ SONAR V SER SONADOR
este tipo”.10 Más aún, el niño no sólo sueña con hechos familiares, sino que a veces
sueña con hechos que para él, en la vida real, tendrían que ser insólitos. Los niños
pobres sueñan con ser ricos, los niños ricos con ser pobres, los impedidos con estar
sanos y los sanos con estar impedidos.
Este elemento “compensatorio” en los sueños, notado ya por muchos autores,
fue algo que intrigó especialmente a C. G. Jung. En opinión dejung, la función de
la compensación era “restaurar nuestro equilibrio psicológico, produciendo un
material onírico que restablece, en forma sutil, el equilibrio psíquico total... El
sueño compensa las deficiencias de la personalidad”.19 Sea como fuere (y hasta
donde comprendo la idea dejung, no la discuto), yo sugeriría otra función. El
sueño compensará la ignorancia de la experiencia del soñador, de la que, como
individuo está excluido: al soñar lo que no es, el soñador obtiene una visión de lo
que son los demás.
2. Los niños sueñan comúnmente con experiencias que en realidad se encuen
tran bastante lejos en su futuro. Obviamente, sueñan con ser “mayores”: casarse,
tener hijos, ocupar puestos de poder o responsabilidad y enfrentarse a la muerte.
Si tales sueños prospectivos tienen una función, ésta bien puede consistir en dar al
soñador uri2 visión no sólo de lo que la vida será para él cuando sea mavor, sino
también de cómo es hoy para los que ya han crecido. (Compárese la teoría
freudiana de que un niño, cuando resuelve el Complejo de Edipo identificándose
con su padre, queda capacitado entre otras cosas para verse a sí mismo [el niño]
desde él punto de vista del padre [adulto].)
3. Cuando un niño pobre sueña con ser rico o una niña pequeña con ser madre,
el sueño incluye claramente un elemento de imitación. En los sueños, la imitación es
ubicua. El soñador observa (u oye) que algo le ocurre a alguien más, y en el sueño
se las arregla para que le ocurra a él mismo. Así, característicamente, el Idiota
primero presenció una ejecución y “soñó con ella después”, la niña que soñó con
que su esposo soldado volvía a casa con licencia había observado que su madre
daba la bienvenida a su padre después de la guerra, y el niño que soñó con rescatar
de un monstruo a una bella dama evidentemente había leído sobre San Jorge.
Yo consideraré la imitación como la forma particular más eficaz de dirigir la
fantasía de un soñador hacia la experiencia que le resultará útil como psicólogo.
Dado que su tarea futura consistirá específicamente en modelar la conducta de
otros de su grupo social, no podría haber mejor preparación que imitar en la
fantasía lo que observa que ocurre en torno suyo. Si los que lo rodean luchan,
entonces él soñará con luchar; si cantan y bailan, que sueñe con cantar y bailar; si
se humillan unos a otros, que sueñe con humillar y ser humillado. De este modo, su
experiencia onírica tendrá pertinencia garantizada para las condiciones locales de
*su propia comunidad: por decirlo así, aprenderá el vocabulario aborigen de los
sentimientos.
4. Mireille Bertrand me ha llamado la atención hacia un ejemplo singular del
sueño de un mono.20 El mono, un cercopiteco macho de seis años que era el
Ibid.
19 C. G. Jung, Afán and H is Symbols, Aldus, 1964.
20 Míreille Bertrand, comunicación personal, 1979.
SOÑAR V SER SOÑADOR 85
■' C G. Jung, The Archetypes and ihe Coltectue Cncansnous, Routledgc & Kegan Paul, 1968
X'M.
¡ú
L:
¿QUÉ ES ÉL PARA HÉCUBA? 87
Por una parte, cuando se trata de ello, el espectador puede ser directamente
afectado por el significado, para si mismo, de lo que ve que le ocurre a algún otro.
Para tomar un par de ejemplos relativamente trillados y no institucionales, cuando
un hombre encuentra a su esposa en la cama con un rival, su observación de
la conducta de su esposa puede provocar, en realidad, sus celos, y cuando un niño
solitario ve que su madre vuelve a casa, la observación que el niño hace de la
conducta de su madre puede provocar la alegría del niño.
Sin embargo, aquí estamos hablando de la observación de “su esposa” o “su
madre”, y la respuesta subjetiva del espectador depende claramente de que tenga
una relación establecida con el actor. Si no hay tal relación, entonces por regla
general no hay respuesta: no me pone celoso la infidelidad de la esposa de otro, ni
me lleno de alegría al ver que la madre de otro vuelve a casa. Pero es posible una
excepción a esta regla general; de hecho, en algunos casos es probable: si las
circunstancias conspiran para dar al espectador la ilusión de que tiene una relación
con el actor —cuando en realidad no la tiene— es probable que su respuesta a la
conducta del actor sea tan fuerte como si la relación fuese auténtica.
Aunque este tipo de ilusión puede ocurrir espontáneamente, ciertas institucio
nes culturales positivamente la fomentan. Lo hacen en tres formas obvias. /) Es
posible obligar a los actores a actuar bajo la propia “bandera” del espectador,
como si, amigos o parientes, estuviesen haciendo un servicio personal; tal es el caso,
por ejemplo, con los equipos de fútbol, atletas olímpicos o la monarquía inglesa, ü)
Es posible escoger los actores entre una categoría especial de personas con quienes
los desconocidos tienden, sin espíritu critico, a suponer el deber o el derecho de
entablar una relación personal: tal es el caso de los niños, las mujeres bonitas y
(como veremos) los animales domésticos, iii) Los actores, que se mueven dentro de
un marco especial, pueden ser sutilmente presentados al espectador como sus
íntimos en condiciones que fomentan la “suspensión voluntaria de la increduli
dad”: tal es el caso de los personajes de la ficción literaria y teatral.
Más adelante diré algo al respecto. Aquí, simplemente permítaseme recordar a
dónde nos llevará. Con engaños, se hace creer que el espectador está relacionado
con el actor y que, por tanto, llegará a preocuparse por los hechos y sufrimientos del
actor, aunque la vida de éste no tenga ninguna relación (en ningún otro contexto)
con la suya. Se sentirá orgulloso cuando el guardameta de su equipo haga una
buena atajada, y preocupado cuando la reina embarazada entre en trabajo de
parto; se sentirá halagado por las atenciones de una conejita del Playboy, y triste
por la muerte de un gatito consentido; desconfiará de Lady Macbeth y se dejará
cautivar por James Bond. Y cuando se combinan las fuerzas que sostienen la
ilusión de una relación, el efecto sobre el espectador será particularmente podero
so: así, el corazón del cristiano se enternece ante el niño Jesús, nuestro Señor y
Salvador, que ve tendido en el establo del libro de devoción, y el londinense se
conmueve mucho cuando la pequeña Twiggy, con su familiar acento cockney, le da
las buenas noches con un beso por televisión.
Y sin embargo, aunque en estas formas el espectador pueda descubrir nuevos
sentimientos en sí mismo, no estará aprendiendo lo que se siente en realidad ser el
actor. Está reaccionando a la situación de otra persona, en lugar de actuarla, así
como un marido recciona más que acciona ante la infidelidad de su esposa. El
«8 .;OUÉ F.S F.I. PARA HECUBA'
2 Datos tomados de A. H. Cardin, “The growth of pet populations in Western Europe” , en Pet
Animals and Society, comp. R. S. Anderson, Bailliére Tindall, 1975; R. D. Godwin, "Trends in the ow
nership of domestic pets in Great Britain” Ibid. -, R. Mugford, "The contribution of pets to human
development” , crítica inédita para Pedigree Petfoods, 1977.
¿QUE ES EL PARA HECUBA? 91
lo que hacen y de lo que les ocurre, y segundo, por el hecho de que el espectador hu
mano fácilmente se deja llevar a pensar que tiene una relación personal con ellos. •
Permítaseme empezar por la naturaleza de la relación. Limitaré el análisis al
caso de los perros y los gatos como “mascotas”, aunque también conejos, hámste
res y hasta periquitos sean similares en varios aspectos.
Ya es lugar común decir que las personas tratan a los perros y los gatos como si
esos animales fuesen seres humanos, y de este modo estuviesen capacitados a ser
como socios en una relación humana (amigos, parejas, hijos, etc.). Desde luego, no
es accidental el hecho de que los animales logren sostener esta ilusión; en realidad,
su existencia misma puede depender de ello, pues a menudo han sido seleccionados
y criados teniendo en mente tal cualidad.
La semejanza de perros y gatos con los seres humanos actúa en diversos niveles.
Para empezar, se parecen un tanto a ellos. Tienen caras expresivas y móviles, voces
expresivas y andares expresivos. Sus expresiones son fáciles de interpretar por las
personas, y fáciles de traducir en términos humanos. Muestran las que parecen ser
emociones humanas (felicidad, contento, tristeza, celos...), y parecen comprender
tales emociones en la gente. Disfrutan de los placeres humanos (sillas cómodas,
chimeneas que producen un calor grato...), comen alimentos humanos (carne,
leche, pescado...) y, como los seres humanos, los prefieren ya preparados. Padecen
males humanos (enfermedades, diarrea...) y muestran su afecto en formas huma
nas (lamiendo, hociqueando, acariciando...), y del mismo modo les gusta ver que
les devuelven su afecto. Son sumamente sociables (en especial hacia los propios
seres humanos) y sin embargo, como los seres humanos, también muestran consi
derable discriminación.
Además de asemejarse a los seres humanos en estas formas generales, a menudo
se parecen específicamente a los infantes humanos. Konrad Lorenz enumeró los
“rasgos clave” que provocan en las personas pautas innatas de cuidado de los niños
y afecto.3 Entre ellos se cuentan: pequeño cuerpo y gran cabeza, nariz aplastada,
ojos grandes, una frente abombada, miembros cortos y gruesos, un cuerpo redon
deado y una superficie acolchada y suave. Los gatos, con una cría selectiva, sacan
buena calificación según estas normas; y varias razas de perros, especialmente los
Pekineses, han sido artificialmente criados para satisfacerlas: nariz aplastada,
pelo más largo, patas más cortas, cuerpos redondeados y de dimensiones más
reducidas. A mayor abundamiento, aparte de su aspecto infantil, esos animales
han sido seleccionados por su comportamiento infantil. Los perros han sido
“neotenizados”, de modo que conserven características similares a la de cachorros
—retozo, subordinación, dependencia— hasta bien entrada su edad adulta.
Un espectador humano que, fiándose de estos atributos, crea que tiene una
relación personal con el animalito consentido se está dejando engañar en gran
medida. No estoy diciendo que no hay una auténtica relación; pero sea loque fuere,
no es una relación entre personas. El perro o el gato, aunque buen mimo, no es, a la
postre, otro ser humano y la creencia implícita en que sí es un ser humano sólo
puede dar a la relación un significado biológico o social ilusorio. Por ejemplo, el
que cree que hay un cariño mutuo entre él y su gato o una confianza mutua entre él
3 K. Lorenz, citado por I. Eibl-Eibesfeldt, Elhohgy, Holt, Rinehart, Winston, 1970.
¿C¿L'E ES El. PARA HECUBA ‘
y su perro no puede —o, antes bien, no debe— emplear las palabras “cariño” o
“confianza” en la forma en que se les podría emplear para describir la relación
entre dos personas.
Y sin embargo, a un nivel emocional el truco de la confianza indudablemente
funciona. Los sentimientos que los animalitos engendran en las personas son los
mismos que, en circunstancias apropiadas, serian engendrados por otra persona. Y
esto da a los animalitos, actores en el hogar, un poder notable para ensancharla
experiencia del espectador. Pues el hecho es que los animalitos —precisamente
porque no son seres humanos— no se ven limitados por las reglas que gobiernan lo
que ocurre a los demás miembros de la familia. Los animalitos hacen cosas, v hav
cosas que les suceden, que las personas, especialmente los niños, nunca han tenido
oportunidad de presenciar en otras personas de su grupo.
Por ejemplo, los animalitos pueden ser más estúpidos, más traviesos y más sucios
que la mayoría de los seres humanos, y un niño, que sea su dueño, podrá descubrir
así lo que se siente tener un conocimiento superior, perdonar un mal comporta
miento o compensar o hacer limpieza por las culpas de un miembro menos
responsable de la familia, y enfrentarse a un castigo correctivo. Los animalitos son
más dependientes, más cariñosos y más sumisos que la mayoría de los seres
humanos, y el niño podrá descubrirás! lo que se sienteser necesario, serdominante
y recibir gratitud y admiración inmerecidas. Y lode más importancia: los animali
tos viven sus vidas más rápido que los seres humanos. El ciclo de nacimiento,
copulación y muerte es, para perr os y gatos, cerca de siete veces más frecuente que
en los seres humanos. Así, para un niño, el primer conocimiento de estos hechos
que provocan tantas emociones probablemente le llegará por la observación de un
animalito, y no de un miembro humano de la familia; ve en su perro la primera
copulación en el prado de la casa, el primer nacimiento es el nacimiento de los
cachorros en el piso de la sala, y la primera muerte es la muerte de su perro bajo las
ruedas de un automóvil.
B. M. Levinson ha escrito sobre cómo la muerte de un animal afecta a un niño:4
Hoy, cori la adopción casi universal de la familia nuclear y, prácticamente, la extinción
de la familia extensa, las muertes de parientes ocurren rara vez, y la relación del niño con
la muerte habitualmente le llega cuando muere un animalito. En semejante familia, un
animalito puede ser, y a menudo es, compañero, amigo, servidor, admirador, confiden
te, juguete, compañero de equipo, chivo expiatorio, espejo, fideicomisario y defensor del
niño. La muerte es objeto de gran preocupación para el niño, que tiene dificultades para
aceptarla así sea de un animalito... La muerte de un animalito se considera como un
castigo. Una docena de preguntas que los filósofos no han logrado resolver empiezan a
preocupar al niño. ¿Por qué fue castigado? ¿Volverá el animalito? En caso contrario,
t ¿dónde se fue su alma? Pensamientos perturbadores acerca de que sus padres mueran,
dejándolo solo, sin cuidado y sin amor, empiezan a preocupar al niño, que empieza a
sentir que tal vez hizo algo que causó la muerte de su animalito. ¿No deseó a veces que
muriera aquel animalito que tanto lo fastidiaba? Como hemos visto, para un niño un
deseo es equivalente a un hecho. En el niño se desarrollan sentimientos de culpa, y para
apaciguarlos y abrcaceionar su culpa, se dedica a interminables entierros y desentierros*
* B. M. Levinson. “ Pets and environm ent", en R. S. Anderson, op. ril. (nota 2. supra).
¿QUF. ES ÉL PARA HF.GÜBA? 93
del cuerpo de su anim alito. Después de desenterrarlo v arias veces, vie ndo que está
m uerto, el n iñ o se convence de que el an im alito no v olve rá a pre o cuparlo en sus
pesadillas. A p re n d e r a enfrentarse a las penosas experiencias de la m uerte de su
a n im a lito puede fortalecer el Y o del niñ o contra m ayores pé rdid as futuras. S i la fam ilia
acepta la m uerte del an im alito com o pérdida c o m ú n o c o m o situ a c ió n crítica com ún y si
toda la fam ilia lam enta la pérdida, esto reducirá la pena del niño, su im potencia, ira,
hostilid ad y m iedo, y le enseñará que com partir los sentim ientos de pe rdid a con alguien
tenderá a re d u cir los sentim ientos de culpa.
L á m in a ix. L o s iniciadores agu ard an en dos hileras, arm ado s con palos. E l novicio
entrará por la p a n ta lla de hojas que se ve al fondo, y correrá entre los iniciadores.
que un árbol bien podría pasarse sin mal tiempo ni tormentas. Pero, y éste es el
punto que Nietzsche perdió de vista, los árboles no necesitan comprender los
sufrimientos de otros árboles. Si un árbol del bosque dependiera pata su supervi
vencia de su capacidad de hacer psicología introspectiva, y si los demás árboles
pudiesen ser víctimas del mal tiempo y de las tormentas, entonces el primer árbol
realmente necesitaría haber compartido su experiencia. •
Ni por un momento creo que las personas se elevan más orgullosamente contra
el cielo por causa del sufrimiento, pero sí creo que se vuelven más sabias como
psicólogas. En el curso de sus vidas, los miembros de cualquier grupo social
humano se enfrentan con el sufrimiento de los demás, y se sienten desafiados a
comprenderlo. “El hombre que nace de mujer”, dijo el predicador, “sólo tiene un
corto tiempo que vivir, y está lleno de dolor”. Para comprender al hombre hemos
de comprender el dolor, y para comprender el dolor hemos de haberlo sufrido en
nosotros mismos.
$
favorables. En primer lugar, «su hijo: la relación personal entre espectador y actor
no podría ser más íntima o auténtica. En segundo lugar, los hechos que la madre
presencia, aunque simbólicos a un nivel, a otro nivel son horriblemente auténticos.
Supongamos, por contraste, que la relación fue ilusoria y los hechos fuesen una
t ! ! :H simulación. Supongamos que la madre fuese un ama de casa de Hampstead, que el
novicio hubiese sido contratado en una agencia teatral, y que los hechos no fuesen
más que una ficción dramática actuada en un escenario de Londres. ¿Esperaría
mos aún que aquella señora en el público se sintiera triste y espantada, no buena?
Dudo que esta obra en particular se haya puesto en escena. Pero hay suficientes
precedentes para sugerir que si algún día se pusiera, la señora haría bien de llevar
¿mi consigo su pañuelo. Tres mil años de teatro institucional han demostrado la
*jl 15 V. Turner, op. cit (capítulo 6, nota 3, supra).
:i
i
-L
¿QUÉ ES ÉL PARA HÉCUBA? 101
modo que el espectador llegue a preocuparse por (el) aparente destino del actor.
ii) El actor puede presentarse como modelo atractivo, de modo que el espectador
se vea tentado a identificarse con él o imitarlo (por ejemplo, en un sueño).
Y sin embargo, antes de que el actor pueda llegar a alguna parte con el
espectador, es esencial que su acto sea convincente. Aunque el espectador pueda
estar dispuesto a hacer ciertas concesiones a los elementos de falsedad en la
presentación de una obra, no aceptará del actor un falso retrato de personajes o
sentimientos. Tuvo razón F. L. Lucas al decir que “sólo el tipo más insensato de
público quiere ver conejos vivos en El sueño de una noche de verano".'6Pero, igualmen
te, sólo el tipo más insensato de público (o quienes han leído demasiado a Brecht)
desea heroínas y héroes “enajenados”, distintos de los personajes de la vida real..
Los conejos pueden ser hechos de cartón, pero la expresión de odio de Hermia a
Helena debe tener el timbre de la verdad.
Pero, ¿cómo hacer esto? La mujer que encarna a Hermia muy probablemente
no tiene ningunos sentimientos poderosos en pro o en favor de la mujer que
encarna a Helena:
¿No es monstruoso que esta actriz
en simple ficción, en un sueño de emoción,
, pueda obligar su alma a su propio capricho
y que por sus efectos todo su rostro se contraiga,
lágrimas acudan a sus ojos, muestre desesperación,
su voz se quiebre, y todo en ella
convenga a su fingimiento? ¡Y todo para nada!
¡Por Helena!
¿Qué es Helena para ella, o ella para Helena
que quiera escupir contra ella?
Stanislavski, con su célebre “método” , dio una respuesta directa. La mujer que
encarna a Hermia debe creer hasta tal punto, en su papel que, dejando atrás su
vida exterior al teálro, reencarna en el escenario, en forma de la muchacha
ateniense a quien su mejor amiga, Helena, acaba de robarle el amante. “Un actor
debe creer ante todo en lo que está ocurriendo alrededor de él y en lo que él mismo
está haciendo... debe vivir su papel internamente, y luego dar a esta experiencia
una encarnación exterior.”
Al afirmar que un actor debe vivir internamente su papel, Stanislavsky estaba
exigiendo en realidad que" el propio actor se superara como psicólogo instrospecti-
vo. Durante todo el tiempo, he estado diciendo que la tarea del psicólogo consiste
en crear, sobre la base de su propia experiencia, un modelo mental del comporta
miento de los demás. El método de la tarea del actor es todo eso y más aún, pues
debe ir más allá y dar a su modelo mental su cuerpo y sangre. En Un ociarse ¡¡repara y
en sus otros manifiestos, el consejo de Stanislavski parece ser una introducción a la
psicología natural:16
16 F. L. Lucas, Tragedy: Serious Drama in Retalian lo Aristotle’s Poetics, Hogarth Press, 1957.
¿QUÉ ES ÉL PARA HÉCUBA? 103
La caracterización interna sólo puede lograrse a partir de los elementos internos del pro
pio actor. Estos deben ser sentidos y elegidos para que convenga a la imagen del
personaje que encarnará.,. Si esto es eficazmente preparado, de allí se seguirá con toda
naturalidad la caracterización exterior... que cada actor logre esta caracterización
exterior empleando material de su propia vida, de la de los demás, real o imaginaria,
empleando su intuición, su observación de si mismo... ¿Esperáis que un actor invente
toda clase de nuevas sensaciones y hasta una nueva alma por cada papel que desempeñe?
¿Cuántas almas se vería obligado a albergar? ¿Puede desgarrarse el alma y reemplazarla
por una que alquiló como más apropiada para ese papel? ¿Dónde puede conseguirla?
Podemos lomar prestadas c o s a s de todas clases, pero no podemos quitar los sentimientos a
otra persona. Podemos comprender un pape!, simpatizar con el personaje retratado y
ponernos en su lugar para actuar como el lo haría. Ello despertará en el actor sentimien
tos que son análogos a los que requiere el papel... el análisis estudia las circunstancias
externas y los hechos de la vida de un espíritu humano en ese papel; busca en el alma del
propio actor las emociones comunes al papel y a sí mismo, las sensaciones, experiencias y
cualesquier elementos que promueven los nexos entre él y su papel.1718
El actor, pues, debe aprender a cultivar y emplear su intuición. El Teatro de Arte
de Moscú, el Estudio de Arte de Nueva York y la Real Academia de Arte Dra
mático en Londres al someter a sus estudiantes a una rutina diaria de fantasía,
imitación, provocación y juego pueril bien pueden tener más derecho que ningún
departamento universitario a afirmar que son verdaderas escuelas de psicología.
Pero el actor, como actor, tiene que hacer otra obra seria. Su trabajo en el
escenario no sólo consiste en explorar sus propias posibilidades de sentimiento sino
de encender nuevos sentimientos en un público: habiendo sido discípulo, ha de
volverse a su vez maestro de psicología. Y para ello debe hacer más que representar
su papel en forma convincente: debe hacer que los personajes que encarna sean
atractivos.
¿Por qué ha de importarle a un espectador lo que le ocurre a un personaje en
escena? ¿Por qué ha de suponer —erróneamente— que e! destino del personaje
tiene algo que ver con él?
La ilusión de una relación personal entre el actor y el espectadores típicamente
fomentada en dos formas distintas. Primero, por trucos de la dirección teatral, la
trama y la puesta en escena (lo que Erving GoíTman llama “el marco dramáti-
co”);,e segundo, por la personalidad del actor individual.
E l marco dramático
En la vida real, las personas con que tenemos relaciones cercanas se distinguen de
los desconocidos en varias formas obvias: por ejemplo, conocemos bastante acerca
de sus vidas privadas, esperamos que nos digan cosas que no revelarían a otros, los
acompañamos en los momentos de crisis, entramos en sus hogares y conocemos a
sus familias y sus amigos, y esperamos —y lo permitimos— que bajen la guardia
ante nosotros en cuestión de atuendo, modales y decoro.
17 C. Stanislavski, An Actor's Handbook, Theatre Arts Books, 1963.
18 E. Coffman, Frame Analysis, Penguin, 1975,
Según estas normas, el personaje dramático está lejos —eso parece, al menos—
de ser un desconocido para el público. En escena, Hamlet habla abiertamente del
suicidio con nosotros, Julieta nos habla de sus secretos de alcoba, estamos presentes
en la sala de Casa de muñecas cuando Nora y su marido disputan, Antígona nos mira
desesperadamente pidiendo ayuda cuando los guardias la rodean. En la pantalla,
nos acercamos aún más mediante una ilusión de intimidad física: el rostro de la
heroína llena nuestro campo de visión cuando mira amorosamente a nuestros ojos,
miramos por encima délos hombros de la madre cuando se lleva el bebé al pecho, y
e! villano nos lanza un golpe directamente a la mandíbula.
Que un espectador en estas circunstancias imagine a medias que está personal
mente relacionado con el actor, resulta perfectamente comprensible. La “falacia”
que lo mueve, conocida de tos lógicos como “afirmar el consecuente” es una que se
ha adueñado poderosamente del razonamiento humano. “Sip ocurre cuando q es
el caso; qe s el caso; por tanto,/) debe ser el caso”: “Si yo soy amigo de ese hombre, él
me dirá sus dificultades; me está diciendo sus dificultades, por lo que debo ser su
amigo”; “Si yo soy el amante de esta mujer, ella me mostrará su cuerpo desnudo;
me está mostrando su cuerpo desnudo, por lo que debo ser sú amante.”
El razonamiento del espectador no es, desde luego, tan sencillo. Pero éste es su
comienzo, y el paso de imaginar a medias a imaginar por completo esta relación
espuria se ve ayudado por otro rasgo del drama: su ubicación en el medio del teatro
o del cine, similar a un templo, en que se pide al espectador olvidar sus relaciones
auténticas y dejarlas, como sus pantunfias, ante la entrada. Unos ayudantes
uniformados lo introducen en el santuario del teatro, las luces se apagan, la música
toca para marcar la frontera entre la realidad y la fantasía, y durante las dos horas
siguientes permanece sentado en total oscuridad, observando en silencio el espec
táculo. Este medio es ideal para “despersonalizar” temporalmente al espectadoro
hacerle olvidarse de sí mismo.
Y si se quiere que la ilusión funcione, el espectador realmente debe olvidarse:
olvidar su yo anterior, pues se necesitan dos personas para establecer una relación y,
correspondientemente, dos personas imaginarias para establecer una relación
imaginaria: el espectador no sólo debe equivocarse acerca del actor: debe equivo
carse acerca de sí mismo.
Tal vez sea la falta misma de las condiciones que establecen tal despersonaliza
ción la que ha impedido que el drama de televisión o radio sea tan poderoso como
el del escenario o de la pantalla. Cuando un espectador, en lugar de tener que ir al
teatro, puede sentarse cómodamente en su casa, ciertamente se reduce mucho la
medida en que se le puede persuadir de que renuncie a su propia personalidad.
Puede no ser demasiado difícil para el “espectador en su hogar” sentirse relaciona
do con el tabernero de la esquina, pero sólo alguien que entra en la caverna de un
teatro probablemente se olvidará de sí mismo hasta el punto de imaginar que es
hermano del Príncipe de Dinamarca.
CQUÉ ES ÉL PARA HÉCUBA? 105
L a personalidad del actor
Aunque las convenciones de producir y poner en escena explican en buena parte el
poder que tiene el teatro de unir al actor con el espectador, la aureola que rodea al
actor individual puede aumentar considerablemente la ilusión. “Hay ciertos
actores que sólo tienen que dar un paso en escena y el público ya se deja arrebatar
por ellos”, dice Stanislavski. “¿Cuál es la base de la fascinación que ejercen? Es una
cualidad indefinible, intangible...”.
Intangible ciertamente, pero tal vez no indefinible. La cualidad en cuestión, a la
que Stanislavski llamó encanto escénico, se manifiesta más generalmente en la fa
cultad de cualquier figura “carismática” de mantener la atención y la devoción
de un público. Se basa, creo yo, en la capacidad de semejante figura para despertar
en un total desconocido una sensación de deja connu: el sentido de una relación
preformada.
La relación es sin duda, preformada, pero no entre el espectador y el actor. Se
formó probablemente en la niñez, entre el espectador y algún objeto válido de
afecto: un padre, hermano, maestro o amigo de la infancia. El compañero de la
relación anterior se ha desvanecido pero la energía prevaleciente de la relación
sobrevive, como un gancho de plata en busca de un ojo de oro. Al parecer, la figura
carismática da un ojo para cada gancho.
¿Qué da este tipo de poder? Si yo dijera que estose relaciona con la presentación
ambigua o enigmática del Yo, poco estaría diciendo. Pero tal vez podré hablar más
claramente si tengo una descripción de la reacción de una persona al enigma de la
Mona Lisa, el retrato más carismáticojamás pintado. Las palabras son de Walter
Pater:
Suva es la cabeza a la que “han llegado todos los fines del mundo”... Todos los
pensamientos y la experiencia del mundo están expresados y modelados allí... el anima-
üsmo de Grecia, ¡a lujuria de Roma, el ensueño de la Edad Media con su ambició:
espiritual y sus amores imaginativos, el retorno del mundo pagano, los pecados de lo:
Borgia. Ella es más vieja que las rocas entre las que se sienta; corno el vampiro, ha muert
muchas veces y conocido los secretos de la tumba; y se ha sumergido en ios mares Sjf
profundos y conserva en ella sus días pasados, y ha traficado por redes extrañas con '
mercaderes orientales; y, como Leda, fue la madre de Helena de Troya, y, como Santa
Ana, la madre de María; y todo esto no ha sido para ella más que el timbre de lirasRy‘l•BtFr>'»cv
LiaTEs:
"H
flautas, y vive sólo en la delicadeza con que ha moldeado los cambiantes lincamientos y
matizado los párpados y las manos.19
El encanto de la Mona Lisa se encuentra en esa misma hechicería que le permite
aparecer al espectador como una y, al mismo tiempo, como-Leda, Santa Ana o
cualquiera que el espectador desee ver en ella. Leonardo, al pintar el retrato de la
esposa de un comerciante florentino, logró hacer el cuadro de una mujer que es, en
el sentido más profundo, deja connu, una mujer a la que todos conocen, que pueden
relacionar, y que es como un gancho al primer encuentro.
Los más grandes actores carismáticos —Charles Chaplin, Greta Garbo, Ma-
13 Walter H. Pater, Studies in the History of the Renaissance, MacMillan, 1873.
106 ¿QUÉ ES ÉL PARA HECUBA?
, i-1■■
rilyn Monroe— debieron tener algo de esa misma cualidad. Con su rostro y sus
modales insinúan existencias posibles, que sin embargo nunca confirman ni nie
gan. Y así invitan al espectador a dar su propia interpretación a trazar límites en
torno de una persona.que esencialmente no está atada. El espectador es libre de
proyectar en ellos sus pasados amores y temores —de ver eri ellos a su esposa, a su
aya, a su amiga, su otro yo— en una forma que cualquier rostro o personalidad
más ordinaria o concreta rechazaría. El rostro de la Mona Lisa —y el rostro de la
M Garbo— nos dan, por decirlo así, un pozo de los deseos humanos.
'Vlü He comenzado esta sección sobre el drama con el ejemplo de la respuesta de una
mujer a la circuncisión de su hijo. En su caso, su relación con el hijo era demasiado
auténtica y los acontecimientos celebrados ante ella demasiado reales; y así, la
jjí pobre cantó en voz baja y lloró. Permítaseme terminar con el ejemplo de la res
puesta de un espectador de cine al suicidio de Ana Karenina. En su caso, su
relación con Ana (o con la Garbo, que está encarnándola) es todo menos autén
,!íiic tica, y los hechos son todo menos reales; y sin embargo, él, a su vez, sale con los
i¡ ojos húmedos del cine.
El aficionado al cine llora t) porque la Garbo, experimentada actriz, le ha
convencido de que ella es Ana; ti) porque esta Ana, con los parlamentos y la
dirección del cineasta, se ha revelado convincentemente a él como aun amigo; iii)
porque esta Ana, actuada por la Garbo, tiene un rostro que él ya reconoce
oscuramente como representación de la idealizada amante-madre-hija; iu) porque
en la oscuridad del cine, él ha olvidado los verdaderos límites de lo que es. En total,
1 esto equivale a una notable pieza de “ingeniería experimental”, obra de la
industria cinematográfica.
Pero, una pieza de ingeniería, ¿no necesita un ingeniero? Y un ingeniero, ¿no
& necesita un cliente? ¿Y no deben saber ambos qué están haciendo? ¿Tiene sentido
suponer que Sam Goldwyn —o Pedigree Pet Foods LTD, o el tumbuan de los iat-
mules— está en lo suyo para dar a la gente una mayor visión del comportamiento
de sus congéneres humanos? Desde luego, de muy pocos podemos decir que van
al teatro o al cine con la intención expresa de aumentar sus vocabularios psico
lógicos; de menos aún podemos decir que por tales razones tienen animalitos; y
menos aún, que por esa razón, se somenten a la circuncisión ritual.
Mi respuesta —que sin duda puede ser mal interpretada y lo será— es que
realmente no importa lo que los participantes de estas ceremonias puedan conside
:p rar como propósito de sus acciones: lo que importa son las consecuencias, todas
i' ellas, en la práctica. El espectador de Ana Karenina, que ha simpatizado con Ana,
ii: ha sentido piedad de ella viendo venir la tragedia inminente, y ha presenciado,
>*•;
•Al f
impotente, mientras el cuerpo de ella era aplastado por el tren, el espectador que
por ese hecho obtuvo mayor visión de sí mismo y de los demás ha aumentado su
aptitud, como individuo y como miembro de la sociedad. Y lo mismo ocurre a los
otros mecanismos culturales que he estado mencionando. Y lo mismo ocurre a
los mecanismos naturales analizados en el último capítulo.
Ni por un momento pretendo decir que esto es todo lo que hay en los mecanismos
j: culturales o naturales, así como un sociobiólogo no diría, por ejemplo, que evitar la
endogamia es todo lo que hay en el tabú del incesto. Los biólogos —tal vez más que
I
¿QUÉ ES ÉL PARA HÉCUBA? 107
“ Por ejemplo, R. A. Hindc, “The concept of function”, en Function and Eoolution of Behaviour,
comps. G. Baerends, C. Beer y A. Manning, Oxford University Press, 1975.
ESTÉTICA E ILUSIÓN
-.3 Cuando se trata de saber si una cosa es hermosa, no
deseamos saber si algo depende o puede depender para
nosotros o para alguien más de la existencia del objeto,
sino sólo como la estimamos en la simple
contemplación... Si la naturaleza hubiese producido sus formas
para nuestra satisfacción, sería una gracia
que nos hubiese hecho la naturaleza, mientras que
en realidad nosotros la conferimos a ella.
s i! K ant. Crítica del juicio, 1790.
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IX. EL ENGAÑO DE LA BELLEZA
“ B elleza es verdad, y verdad belleza”, para el poeta. Pero el biólogo está obliga
do a considerar la belleza —al menos, la belleza hecha por el hombre— como algo
más cercano a una mentira. Reconocemos que es una mentira de una índole pecu
liar, pero de un tipo al que hombres y animales son especialmente vulnerables.
Si yo doy a un perro hambriento una solución de sacarina, él la lamerá; si
muestro a un petirrojo un montón de plumas con una mancha roja en la parte de
abajo, el petirrojo la atacará; y si muestro a un hombre una pintura abstracta o toco
para él una pieza de música, él, si le parece hermosa, se detendrá a observar o a es
cuchar. Creo yo que hay una similitud formal entre estos casos. En cada uno
vemos a un animal hacer una respuesta potencialmente útil y pertinente a un
estímulo sensorio inapropiado. Pero también hay una diferencia bastante básica; á
saber, que en los dos primeros casos contamos con una buena explicación científica
de lo que está ocurriendo, mientras que en el tercer caso somos casi ignorantes. En
el caso de la sacarina y del manojo de plumas con “pecho” rojo, sabemos a qué
corresponde el estímulo artificial, “ilusorio” en la naturaleza, y sabemos cuál seria
el comportamiento del perro o del petirrojo que en circunstancias normales
contribuiría a su supervivencia biológica. La sacarina tiene ún sabor parecido al
azúcar y es biológicamente adaptativo que el perro hambriento la coma: el manojo
de plumas se parece a un petirrojo macho, y es biológicamente adaptativo que un
petirrojo expulse de su territorio a un intruso. Pero en el caso de la respuesta del
hombre a una bella obra de arte, no tenemos una idea clara de a qué corresponde
la obra de arte en la naturaleza, o por qué debe ser biológicamente adaptativo que
los hombres gusten del análogo natural (sea el que fuere).
En este capítulo nos dedicaremos a estas cuestiones fundamentales de la biología
de la estética. Me propongo intentar, primero, definir la cualidad particular que
las cosas de belleza tienen en común y luego sugerir una posible razón de que los
hombres —y, para el caso, los animales— sean atraídos a la presencia de esa
cualidad.
Setenta años antes de que Darwin publicara El origen de la.¡ especies, Thomas Reid
sugirió cómo debía proceder un biólogo moderno:
Mediante minucioso examen de los objetos a los que Naturaleza ha dado esta amable
cualidad (de belleza), tal vez podamos descubrir alguna verdadera excelencia en el
objeto, o al menos algún propósito válido que sea servido por el electo qtte produce en
nosotros. Este sentido instintivo de la belleza, en distintas especies animales, puede
diferir tanto como el sentido externo del gusto, y en cada especie estar adaptado a su’
modo de vida.1
Sin embargo, es fácil burlarse del manifiesto de Reid. El consejo de “examinar
minuciosamente” los objetos de belleza sería bueno si fuese cierto que diferentes
1 Thom as Reíd, op. cit. (capítulo 6, nota 9, supra).
Ill
! IJ E L E N G A Ñ O DE LA B E L L E Z A
individuos de la misma especie encuentran hermosos los mismos objetos. Pero uno
de los problemas centrales de la estética siempre lia sido que, al menos en el
hombre, no hay un consenso claro. Este punto fue enérgicamente establecido por
Maureen Duffy en su crítica al libro de Jane Goodall, ¡n the Shadow of Man [A la
sombra del hombre]. Jane Goodall había escrito: “Pero ¿qué pasaría si un chim
pancé derramara lágrimas al oír la música de Bach en el órgano de una catedral?”.
A lo que Duífy respondió: “¿Qué pasaría, realmente, si un pigmeo del Amazonas
o un peón de una fábrica del siglo xtx derramara lágrimas ante ese fenómeno
cultural para minorías occidentales?”.
La solución, para algunos críticos, ante la diversidad de los gustos individuales,
ha consistido en reaccionar con el cinismo de Clive Bell, afirmando que “todo
sistema de estética que afirme estar basado en alguna verdad objetiva es tan
palpablemente ridículo que no vale la pena analizarlo”.2Pero William Empsonse
burló de tal antirracionalidad y escribió: “Los críticos son de dos clases: los que
simplemente se desahogan contra la flor de la belleza, y aquellos, menos modera
dos, que después tratan de borrarla. Yo mismo, debo confesarlo, aspiro a pertene
cer a Iá segunda de estas clases; la belleza no explicada me provoca irrita
ción”.3 Mis propias simpatías están, desde luego, con Empson. Pero las raíces de la
flor de la belleza pueden ser profundas y si vamos a exponerlas sin causarles daño,
debemos empezar excavando a cierta distancia del tallo.
El problema de buscar principios comunes tras una diversidad aparente no es
exclusivo de la estética. Han surgido problemas muy similares en otras disciplinas,
especialmente en la lingüística y la antropología. El gran avance en estos campos
vino al aplicar el método del eslruduralismo. Creo yo que un enfoque estructuralista
es la clave de una ciencia de la estética.
Hablando del análisis del mito, Claude Lévi-Strauss escribió lo siguiente:
Pues la contradicción a la que nos enfrentamos se parece mucho a la que en tiempos
anteriores produjo considerable preocupación a los primeros filósofos interesados en los
problemas lingüísticos... Los antiguos filósofos notaron que ciertas secuencias de sonidos
iban asociadas a significados definidos, y muy en serio trataron de descubrir la razón de
ese vínculo entre a q u e llo s sonidos y a q u e l significado. Sin embargo, su intento fue
frustrado desde el principio por el hecho de que los mismos sonidos estaban igualmente
presentes en otros idiomas, aunque el significado que expresaran fuese enteramente
distinto. Esta contradicción sólo fue superada por el descubrimiento de que es la
combinación de sonidos, y no los sonidos mismos, la que aporta los datos significativos.*
Pasa a decir: “ Si puede encontrarse un significado en la mitología, no podrá re
sidir en los elementos aislados que intervienen en la composición de un mito, sino
tan sólo en la forma en que esos elementos están combinados.”
Siguiendo esta indicación, parecería prometedor el hecho de buscar la esencia de
la belleza en las relaciones formadas entre los elementos percibidos. Tal como están
las cosas, semejante enfoque fue propuesto en el año 1808 por el filósofo Johann
Herbart:
2 C. Bell, Art, Chatto & Windus, 1913.
3 VV. Empson, Seven Types o f Ambiguity, Chatto & W ind us, 1930.
* C, Lévi-Strauss, Structural Anthropology, Basic Books, 1963.
L a m in a ... A u i o u r i r a t o de Rnnhramlt, H>5!>
--- •■ --A ir-- ■■■??■&.
L á m in a 5. L a lección de anatom ía del D r T u lp , por Rembrandt.
L ámina 7. L a R esurrección, por Ugolino di Nerio.
EL ENCANO DE LA BELLEZA 113
La conclusión c.s que cada elemento de! conjunto apr obado o desaprobado es indiferente,
si se le toma por separado; en tina palabra, el materiales indiferente, pero laforma cae bajo
el juicio estético,.. Aquellos juicios que son comúnmente concebidos bajo el nombre de
gusto son resultado de la perfecta aprehensión de las relaciones formadas por una
complejidad de elementos.5
Pero una cosa es indicar la importancia de las relaciones y otra es decir qué
relaciones son importantes, y otra más es decir por qué.
El propio Lévi-Strauss, en la medida en que tuvo algo qué decir acerca de estéti
ca, solió considerar el arte simplemente como una clase especial de mito. Para él,
la obra de arte es un “sistema de signos” que transmite un mensaje. Para compren
der el mensaje debemos equiparar las relaciones qué hay entre los signos y las relacio
nes que hay entre las cosas significadas.
No cabe duda de que sí existen esas obras de arte similares a mitos. Por ejemplo,
sabemos de un sabio chino, Lvrtg Lun, quien 2,500 años antes de Cristo unió cinco
notas de música oriental, las explicó, las formó en un sistema y les dio nombres
extraños, recibiendo cada nota el nombre de un estrato social desde el emperador
hasta el campesino: kong, el emperador; chang, el ministro; kyo, el burgués; tchi, el
funcionario;yti, el campesino.6 Dentro de tal sistema casi cada pieza de música, si
se interpretaba en forma estructural, debió de transmitir un potencial mensaje
social. En el campo de las artes gráficas, Caroline Humphrey ha mostrado cómo
los mágicos dibujos del pueblo mongol buriato encar nan recursos estructuralistas
que convierten eficazmente los dibujos en “textos visuales”.7 Y casi ciertamente,
hay en acción similares sistemas de signos dentro de la corriente principal de la
pintura occidental. Christopher McManus y yo descubrimos pruebas de que
Rembrandt, por ejemplo, tal vez empleó un sencillo sistema de señales en sus
retratos, en los cuales la posición social de su modelo quedaba indicada por la
dirección en que apuntaba su cabeza (véase el capítulo x).
Pero, sea como fuere, estos sistemas de signos, donde existen, sirven básicamente
a una función semántica, no estética. No dan belteia a una obra de arte. Si el
estructuralismo quiere ayudarnos a descubrir las relaciones que son estéticamente
satisíáctorias, deberá dar otro giro.
Pocos han escrito con mayor visión acerca de la belleza que el poeta Gerard
Manléy Hopkins. Dificil sería llamar “estructuralista” a Hopkins, ya que esta
palabra aún tenía que ser inventada durante su vida, y sin embargo no sólo vio que
la esencia de la belleza se encuentra en ciertas relaciones, sino que intentó
explícitamente definir cuáles son esas relaciones. En 1865 escribió un artículo para
su preceptor de Oxford, en forma de un “diálogo platónico” entre un estudiante y
un profesor, en eljardín de un colegio.8Ambos empiezan a discutir sobre la belleza
del jardín, y se explayan particularmente sobre las hojas de un castaño. El profesor
habla de las relaciones estructurales que hay en el abanico del castaño (figura 4),
5 Johann Herbart, Practical Philosphy, 1808.
6 K. Pablen, Music of the Wat Id: A History, Spring Books, 1963.
7 C Humphrey, “Some ideas of Saussure applied to Buryat magical drawings” , en Social Anthropo
logy and Language, comp. E. Ardcner, Tavistock, 1971
8 C. M. Hopkins, ‘‘On the origin of beauty: a platonic dialogue” , en G. M. Hopkins Journals
and Papers ed H. House y G. Storey, Oxford University Press, 1959.
114 EL ENGAÑO DE LA BELLEZA
haciendo ver cómo cada hoja es una variación con una diferencia de la pauta
común, cómo la forma general del abanico muestra una simetría de espejo, siendo
la parte izquierda un perfecto reflejo de la derecha, mientras que en otras formas,
los reflejos internos son de una irregularidad que nos pone nerviosos. Cada una de
las grandes hojas oblicuas, por ejemplo, es reflejada por una copia exacta de sí
misma en miniatura; también habla de la relación entre las hojas del castaño y las
hojas de otros árboles, llamando la atención sobre la forma en que la hoja de
castaño, más ancha en el extremo exterior que en el central, tiene una forma
opuesta a la forma común, por ejemplo, de la hoja del olmo. Continúa diciendo el
profesor:
“Entonces la belleza del roble v el abanico del castaño y el cielo es una mezcla de
similitud y diferencia, o de acuerdo o desacuerdo o de congruencia y variedad o de
simetría y cambio”.
“Así parece”.
“Y si no sintiéramos la semejanza, entonces no nos parecerían tan bellos, o si no
sintiéramos la diferencia nonos parecerían tan bellos. La belleza que descubrimos viene
de la comparación que hacemos de las cosas consigo mismas, viendo su semejanza y
diferencia, ¿verdad?”.
Antes de que transcurra mucho rato, han pasado al tema de la poesía:
“El ritmo, por tanto, es una semejanza moderada con diferencia... Y la belleza del ritmo
se remonta a las mismas causas que la del abanico del castaño, ¿verdad?”... “¿Qué es una
rima?”. “¿No es un acuerdo de sonidos, con un ligero desacuerdo?"... “En realidad, me
parece que la rima es el epítome de nuestro principio. Toda belleza puede, mediante una
metáfora, ser llamada rima, ¿no es verdad?”.
En 1909, Christiansen acuñó la palabra “Dillerenzqualitát” para referirse alo
que Hopkins habia llamado “semejanza moderada por diferencia”. Y poco des
pués, los escritores de la escuela del formalismo ruso propusieron un sistema de
estética basado en ideas estructuralistas esencialmente similares. En Inglaterra, el
filósofo A. N. Whitehead escribió acerca del ritmo:
La esencia del ritmo es la función de mismidad y novedad, de modo que el todo nunca
pierda la unidad esencial de la pauta, mientras que sus partes muestran el contraste que
surge de la novedad de su detalle. La simple recurrencia mata el ritmo, asi como
cualquier confusión de diferencias. Un cristal carece de ritmo por una pauta excesiva,
mientras que una niebla es arrítmica al mostrar, sin pauta alguna, una confusión de
detalles.9
Vemos aquí los principios de una respuesta sobre qué relaciones se encuentran
en el meollo de la belleza. “Toda belleza puede, mediante una metáfora, ser
llamada rima". ¿Cómo es una rima? Bueno, veamos un ejemplo:
C a lo rima con m a lo \
g a lo no rima con mera;
g a l o no rima con g a lo .
Llegamos ahora al meollo de mi argumento. Creo que los mismos principios que
se aplican al taxonomista zoológico se aplican a cada animal que necesita clasificar
el mundo que lo rodea. Para el taxonomista, es útil buscar “rimas” en sus
materiales, por tanto es útil para el animal hacerlo. Por esta razón, hemos
evolucionado para responder a la relación de belleza que la rima ejemplifica, a
cierto nivel encontramos placer en la estructura abstracta de la rima como modelo
de una evidencia bien presentada, y a otro nivel nos deleitan los ejemplos particu
lares de rima como fuentes de nueva visión sobre cómo las cosas están relacionadas
y divididas.
Permítaseme pasar a la siguiente etapa del argumento y presentar pruebas de
que hombres y animales encuentran en realidad un placer en clasificar cosas y, por
lo tanto, se ven especialmente atraídos por la rima.
de objetos para los que no tienen ya una categoría." Pero aunque no dediquen
mucho rato a cosas totalmente familiares, los monos tampoco se interesan, diría
yo, en contemplar lo que se podría llamar un desorden total, y esto me lleva a la
cuestión de la rima'.
La importancia de la rima fue reconocida, de hecho, por los psicólogos experi
mentales hace algún tiempo, aunque le dieron —y siguen dándole— el engorroso
nombre de ‘‘discrepancia de estimulo”. A comienzos de los cincuentas se propuso
una teoría llamada la “teoría de la discrepancia”, cuyo núcleo es que los hombres
que han estado durante algún tiempo en contacto con un estímulo sensorial
particular responden con placer a las variaciones menores de tal estímulo.1" Y
buen número de estudios han aportado pruebas que lo confirman; por ejemplo, los
bebés humanos que se han familiarizado con una pauta visual “abstracta” en
particular, encuentran un placer en ver nuevas pautas que sean transformaciones
menores de la original.11*1314Entre los animales, se ha demostrado, por ejemplo, que
los pollitos que al principio de la vida fueron “impresos” con un estimulo artificial
pronto llegan a preferir nuevos estímulos que sean ligeramente distintos de aquél
con que están familiarizados.H Ni los bebés ni los pollitos son atraídos por
estímulos que no tengan ninguna relación con los que ya han visto.
Yo he seguido mis propias investigaciones con monos a lo largo de estos
lincamientos. Pero éste no es el lugar para informar de los detalles de los experime-
tos. Y tampoco es a la evidencia experimenta] a la que deseo dar el mayor peso en
este estudio, pues hay mucho, en los testimonios de las anécdotas y la experiencia
común, que confirma la idea de que los hombres, al menos, encuentran placer en
una u otra forma de la actividad clasificatoria.
Como podríamos esperar, en quienes más pronunciada es la tendencia es en los
niños. Los niños tienen un afán de saber “qué son las cosas”. Especialmente les
encanta aprender nombres y poner a prueba el poder de su vocabulario con nuevos
ejemplos. Los libros de imágenes para niños a menudo no sirven a otro propósito
que el de ejercicios prácticos de clasificación. Los mismos animales —conejos,
pollos, cerdos— aparecen una y otra vez en las imágenes. “¿Dónde está el
conejito?”, pregunta la madre del niño, y con una sonrisa de placer el niño le
señala con el dedo otro conejo más, que rima con los que ya ha visto. La capacidad
de nombrar se vuelve prueba tangible de la capacidad de clasificar, y cuando no
hay nombre para un objeto, los niños a menudo inventan uno. El poeta Richard
Wilbur nos cuenta esto:
Llevé a mi hijo de tres años a pasear por los bosques de Lincoln. Al avanzar, yo
identificaba los árboles y las plantas que podía... Después de un rato llegamos a un tramo
en que el suelo del bosque era denso, con esas plantas perennes de tres pulgadas que
pueden verse por doquier en los bosques de la Nueva Inglaterra, y me vi obligado a
11 N . K . H u m p h re y y G . K e eb le, “ H o w m o n k ey s a cq u ire a new w ay o f se e in g " , Perception,^, 51,
1976 (y refe re n c ia s a n te rio re s ibid.).
13 D.C. McLelland, J. YV. Atkinson, Ps. A. Clark y E. L. Lowell, The Achievement Motive Applcton-
Century, 1953.
13 J. Kagan, ‘‘Attention and psychological change in the young child”, Science, 170, 826, 1970.
14 P. P. G. B ateson, “ In tern al influences on early learn in g in b ird s” , en R . A . H ind e y J . S tcvcnson-
H ind e, op. cit. (capítulo 2, no ta 3, supra),
lío El. ENGAÑO DE LA BELLEZA
confesar que no sabía cómo llamarlas. Mi hijo pronlo colmó esa laguna: “Son mlllows”,
me dijo, “mira los millows1’. Sin vacilación, sin jactancia, con una serena confianza
adamita, había encontrado un nombre para algo innombrable y lo había puesto bajo
nuestro control mental. Y millows siguieron siendo.,s
Aunque los niños puedan manifestar con la mayor claridad esta tendencia, los
adultos a menudo muestran un placer igualmente inocente en clasificar, y no
menor en nombrar. Un poema de Robert Bridges, llamado “Las flores ociosas’’,
menciona 83 diferentes flores, por su nombre, ien un poema de sólo 84 versos!
/ have roten u p o n th e f i e l d s
E y e b r i g h l a n d P i m p e r n e l,
A n d P a n sy a n d P o p p y se e d
R i p e n 'd a n d s c a t t e r 'd w e ll.
A n d silv e r L a d y - s m o c k
T h e m e a d s w i t h l i g h t to J i l l , '
C o w s l ip a n d Buttercup ,
D a i s y a n d D a f f o d il;
K in g - c u p a n d F le u r -d e -t y s
U p o n th e m a r s h to m eet
W i t h C om fre y, W a t e r m in t ,
L o o se -st r ife a n d M e a d o w s w e e t ;
A n d a lt a l o n g th e st r e a m
M y ca re h a th not fo rg o t
C r o w f o o t 's w h i l e g a l a x y
A n d lo v e ’s F o r g e t - m e - n o t . . .
C on C hristopher M c M anus
El cuadro de Van Gogh, Los comedores de papa (lámina 4) muestra una familia de
campesinos sentados a la mesa. Imaginemos ahora que el cuadro estuviese inverti
do, como en un espejo. Aunque cada detalle del cuadro cambiaría de sentido,
podría pensarse que como obra de arte, la imagen reflejada no sería menos satisfacto
ria que el original; sin embargo, sabemos que ésta no fue la opinión de Van Gogh.
Habiendo hecho un boceto preliminar de su cuadro, creó una litografía. Para ha
cerlo, copió el boceto, directamente en su blok, y la litografía resultó así una ima
gen de espejo. Su satisfacción por la litografía ha quedado registrada en una carta
que escribió a su hermano Theo: “ Si hago un cuadro del boceto, al mismo tiempo
haré de él una nueva litografía, y en tal forma que las figuras que, lamento decir
lo, hoy están en la dirección errónea, vuelvan a quedar bien” .1
¿Qué hay en esta imagen reflejada de un cuadro que puede ser descrito como
“erróneo”? De parte del artista, simplemente puede ser que estuviese menos
familiarizado con la nueva versión y por tanto le gustara menos. Y sin embargo, se
ha mostrado que las personas (los artistas en particular), generalmente pueden
diferenciar la imagen de espejo de un cuadro de su versión original cuando el
cuadro les es totalmente desconocido, siempre que ambas versiones se les presenten
juntas. La asimetría de derecha a izquierda no es, al parecer un rasgo neutral y
“accidental” de la composición.
Decidimos examinar la asimetría en retratos pintados. Los retratos son material
particularmente apropiado para semejante estudio: primero, porque abundan
(producidos de acuerdo con una pauta bastante estándar, y con fines bastante
estándar); y, segundo, porque la asimetría en los retratos es de una índole relativa
mente sencilla, que resulta obvia al ojo y fácil de clasificar. Los retratistas rara vez
pintan de frente a sus modelos sino que, en cambio, suelen poner la cabeza
ligeramente de lado, con objeto de producir una imagen “tridimensional” más
fácilmente reconocible. En la medida en que el objetivo del pintores simplemente
retratar la apariencia física del modelo, al parecer no habría razón para tina
tendencia constante a poner la cabeza hacia la derecha o la izquierda. Podríamos
esperar así que, en una muestra bastante grande, 50% de los retratos mostraran
más de la mejilla izquierda, y 50% más de la derecha. Esta fue la “hipótesis cero”
con la que empezamos. Pronto tuvimos buenos motivos para rechazarla.
Examinamos 1,474 retratos pintados, cada uno de los cuales mostraba a una sola
persona, pintados en la Europa Occidental entre los siglos XIV y XX. Las fuentes
2 1. C. McManus y N. K. Humphrey, “Turning the left cheek”, Nature, 243, 271, 1973.
I2« SOBRE PONER F.A MEJILLA IZQUIERDA
artista en particular al tomar una decisión sobre hacia dónde debía estar el rostro
de su modelo. Escogimos la obra de Rembrandt van Rijn.
Se sabe que Rembrandt pintó más de 300 retratos, incluso 57 autorretratos
(aproximadamente dos por año durante toda su vida laboral). Empezando por los
autorretratos descubrirnos que 9 mostraban más de la mejilla izquierda y 48
más de la derecha, como en la lámina 2: es decir, sólo 16% mostraban la mejilla
izquierda. Sin embargo, el resto de los retratos reveló una pauta muy distinta.
Catalogamos los retratos de acuerdo con el sexo del modelo y la relación familiar
con el propio Rembrandt, siendo sus familiares su padre, madre, hermano,
hermana, esposa (Saskia), amante (Hendrijke Stoffels) e hijo (Titus). Los resulta
dos de este análisis se muestran en la figura 5. El resultado más importante que
surgió, aparte de la diferencia de sexo, es que los retratos que no eran de parientes
suyos muestran mucho más frecuentemente la mejilla izquierda (como en la
lámina 3) que los retratos de sus parientes; esta diferencia llega a ser significativa al
nivel de uno en cincuenta.
¿Cómo interpretar este notable descubrimiento? Sugerimos, muy sencillamen
te, que Rembrandt estructuró su mundo social a lo largo de la dimensión “social-
mente como vo-socialmente no como yo” y sus retratos a lo largo de la dimensión
“mostrando la mejilla derecha-mostrando la mejilla izquierda”. En la mente de
Rembrandt estos dos constructos fueron, en la terminología de George Kelly,
paralelos y equivalentes.
Así, cada vez que Rembrandt pintó un retrato, dio cierta indicación de la
distancia social que había entre él y el modelo. Sintió que el grupo de modelos más
parecidos a él mismo eran sus parientes varones, y después de ellos, los varones no
parientes. Consideró, en general, que las mujeres estaban mucho menos cerca de
él, hasta el grado de que su propia parentela femenina estaba más lejos de él que los
varones no emparentados con él. Al parecer, consideró esto aun de su mujer, de
cuyos retratos 60% muestra la mejilla izquierda.
% hq-
39.4
56.2
67.7
5 ¡. C. MacManus nos ofrece un análisis más extenso de este problema y de otros relacionados con
el, en “Determinants of laterality in man” , tesis para cl doctorado, Cambridge, 1378.
XI. M ARIPOSAS Q U E SE PEGAN
E n 1974 Charles Sibley, de la Universidad de Yale, fue multado con tres mil
dólares por “importar ilegalmente partes de aves tomadas en el extranjero, en
violación de las leyes extranjeras sobre vida silvestre”. Las “partes de aves” en
cuestión eran huevos. La acusación contra Sibley fue resultado de una labor
detectivesca realizada por Richard Porter, funcionario de investigaciones de la
Real Sociedad para la Protección de los Pájaros y azote de los coleccionistas
ingleses de huevos. El propio Porter expresó su desconcierto por las actividades de
los hombres a los que él perseguía. “¿Por qué lo hacen?”, preguntó. “Acampan en
condiciones terribles. A veces tienen que hacer ascensos peligrosísimos. Luego,
ponen los huevos en un gabinete, y sólo los ven ellos y unos cuantos amigos suyos.
Son como niños.”1
“Todo el mundo conoce”, como lo observó Pavlov, “la dedicación, la obsesión
con que el coleccionista logra sus fines”. Pero, aunque los coleccionistas de huevos
y de estampillas nos sorprenden por su pasión de adquirir cosas sin valor, todos
conocemos también la devoción de algunas personas a una forma de coleccionar
que, en ciertos aspectos, es aún más extraña; me refiero a su devoción a la actividad
de “observar”, a coleccionar nada más que observaciones. Siendo yo niño, pasé
largas horas “viendo pasar los trenes”, de pie sobre un puente del ferrocarril, para
anotar el número de cada tren que pasaba. Y la mayoría de los niños, en un
momento u otro, han ido provistos de un “libro de observaciones” o de un manual
tipo “yo, espía”, sin otro propósito que, simplemente, alcanzar a ver un pájaro, un
hongo, una placa de automóvil, el letrero de un bar o cualquiera otra cosa. Esta
manía se podría perdonar en la niñez. Pero se podría no perdonar. Los “observa
dores aéreos” de mediana edad y mediana cultura que atiborran los techos de la
terminal del Aeropuerto Heathrow continúan dejando buen dinero a las tiendas
londinenses que atienden a sus necesidades. “El típico observador ‘aéreo’ no hace
nada más que mirar al aire”, dijo el propietario de una tienda para espectadores a
un enviado del periódico Guardian. “No está casado, ni nada por el estilo” .12
Que un hombre se obsesione hasta el punto de que arriesgue su vida en una
montaña, pierda su tiempo en un puente de ferrocarril o se niegue toda posibilidad
de casarse es algo que necesita explicación. ¿Por qué lo hace, por qué lo hacemos?
Puede suponerse que hay algo especial en una Colección, es decir, una Colección
con C mayúscula.
¿Qué es una Colección? ¿Cómo difiere de cualquier simple conjunto de objetos
raros o preciosos? Los coleccionistas son de gustos universales; estampillas, taba
queras, mariposas... casi cualesquier objetos. Y sin embargo, debemos notar que
ninguna sola colección, contiene todas estas cosas. El primer principio de coleccio-
El. hombre, como especie, no puede jactarse mucho de sus capacidades sensorias.
El olfato del perro, el oído del murciélago, la agudeza visual del halcón son muy
superiores a las de! hombre. Pero de un aspecto sí puede envanecerse con justifica
ción: en su capacidad de ver los colores no hay animal que lo supere. A este
respecto, tiene sorprendentemente pocos rivales. Entre los mamíferos, sólo sus
parientes más cercanos, los monos y los grandes simios, comparten su capacidad:
todos los demás mamíferos son ciegos —o casi— a los colores. En el resto del reino
animal, la visión del color sólo se da en algunos peces, reptiles, insectos y aves.
Nadie puede dudar de la buena fortuna del hombre. El mundo visto en
monocromía debe ser un lugar mucho menos atractivo, más sombrío, en que vivir.
Pero la naturaleza no concedió lá visión del color al hombre y a otros animales
simplemente para que diesen vuelo a sus sensibilidades estéticas. La capacidad de
ver los colores sólo pudo evolucionar porque contribuye a la supervivencia
biológica.
La pregunta de cómo ha evolucionado la visión al color es importante —o
debiera serlo— para los psicólogos... y para los diseñadores. Si quisiéramos com
prender cómo ver el color contribuyó en el pasado distante a la vida del hombre,
estaríamos en mejor situación para apreciar lo que el coloren situaciones “artifi
ciales” significa para él. Sin embargo, no es cuestión que haya sido muy explorada.
En realidad, pocos psicólogos, con toda su obsesión por el mecanismo fisiológico de
la visión al color, han planteado la pregunta que a un biólogo evolucionista debe
parecerle obvia: “¿Dónde —y por qué— ocurre el color en la naturaleza?”.
Puede parecer extraño añadir "¿por qué?” a la pregunta “¿dónde?”, pero la
pregunta por qué es importante, pues la evolución de la visión en color está
íntimamente vinculada con la evolución del color sobre la superficie de la Tierra.
Huelga decir que en un mundo sin color los animales no tendrían ningún uso que
dar a la visión del color; pero sí es necesario decir que en un mundo sin animales
que poseyeran visión del color, habría muy poco color. Los variados colores que
caracterizan la superficie de la Tierra (y que hacen de la Tierra, tal vez, el planeta
más pintoresco del universo) son, en lo principal, colores orgánicos, llevados por los
tejidos de las plantas y los animales, y la mayor parte de estos colores transmitidos
con la vida fueron diseñados en el curso de la evolución para ser vistos.
Desde luego, hay excepciones. Antes de que la vida evolucionara, el triste
panorama de laTíerra debió tener alguna variedad ocasional, por ejemplo, por un
fuego volcánico, un arco iris, una puesta de Sol y tal vez algunos cristales de color
en la Tierra. Y antes de que ¡a visión en los colores evolucionara, ya algunos tejidos
vivos habían sido “fortuitamente” coloreados: la sangre era roja, el follaje era
verde, aunque la rojez de la hemoglobina y el verdor de la clorofila sean totalmente
incidentales a sus funciones bioquímicas. Pero los colores más notables de la
naturaleza, los de las llores y los frutos, el plumaje de las aves, los peces de un
' 134
EL COLOR DE LA NATURALEZA 135
4 R. M. Gerard, citado por J. M. Fitch. “The control of the luminous environment” , Scientific
American, 219, 190, 1968-
5 K. Goldstein, “Some experimental observations concerning the influence of colors on the
function of the organism”, Ocupalional Therapy, 21, 147 1942; L. Halpern, “Additional contributions
to the sensorimotor induction syndrome m unilateral disequilibrium with special reference to the
effects of colors”, Journal of Nervous and Aiental Diseases, 123, 34, 1956.
6 fl. Wrigth y L. Rainwater, “The meanings of color”, Journal of General Psychology, 67, 89, 1962.
* E. Pinkerton y N. K. Humphrey, ‘‘The apparent heaviness of colours*’, nature, 250, 164, 1974.
8 B. Berlin y P. Kay, Basic Color Terms, University of Los Angeles Press, 1969.
9 YV. P. Brown, “Studies of word listing”, Irish Journal of Psychology, 3, 117, 1972.
10 K. Goldstein, op. cit. (nota 5, supra).
I
EL COLOR DE LA NATURALEZA 139
La explicación del efecto psicológico dei rojo sin duda debe ser que el rojo es, por
mucho, la seña! de color más común en la naturaleza. Hay dos buenas razones
para que el rojo se escoja para emitir señales. Primero, por virtud del contraste que
ofrece, el rojo destaca peculiarmente bien contra un trasfondo de follaje verde o
cielo azul. En segundo lugar, sucede que el rojo es el color más fácilmente
disponible para que los animales se coloreen sus cuerpos porque, por simple
casualidad, es el color de la sangre. Asi, un animal puede crear una clara señal
simplemente sacando a la superficie de su cuerpo el pigmento que ya corre por sus
arterias: testigo de ello es la cresta del gallo, las nalgas rojas de un mono en celo, o el
rubor de las mejillas de una mujer.
La razón de que el rojo en algunas situaciones sea tan perturbador resulta más
oscura. Si el rojo siempre se usara como advertencia para emitir señales de alarma,
po habría problema. Pero no es así: se emplea tan a menudo para atraer como para
repeler. Me atrevo a suponer que su potencial para perturbar se encuentra en la
ambigüedad misma como señal de color. Los hongos rojos, las mariquitas rojas, las
amapolas rojas, son peligrosas para comer, pero los tomates rojos, las fresas rojas y
las manzanas rojas son buenas. La roja boca abierta de un mono agresivo es
amenazadora, pero las rojas nalgas de una hembra sexualmente receptiva son
atractivas. Las mejillas encendidas de un hombre o de una mujer pueden indicar
ira, pero también pueden indicar placer. Así el color rojo, por sí mismo, sólo puede
poner alerta al espectador, preparándole para recibir un mensaje de potencial
importancia; el contenido del mensaje sólo podrá interpretarse cuando ya se haya
definido el contexto déla rojez. Cuando el rojo aparece en un marco poco familiar se
vuelve, por tanto, un color sumamente peligroso. El espectador entra en conflicto
sobre qué hacer. Todos sus instintos le dicen que haga algo, pero no tiene modo de
saber qué es ese algo que debe hacer. No es de sorprender que mis monos, ante una
brillante pantalla roja, se pusieran tensos, presas a veces de pánico: la pantalla les
grita “esto es importante”, pero sin un marco para interpretarlo son incapaces de
ver en qué está la importancia." Y no es de sorprender que los sujetos humanos en
la situación artificial, de un laboratorio psicológico, sin contexto, pueden reaccio
nar en forma similar. Una tribu del oeste de Africa, los ndembu, plantean este
dilema explícitamente. “El rojo actúa para bien y para mal”.12 Todo depende.
He tratado de mostrar cómo un enfoque evolucionista puede ayudar a arrojar
luz sobre la respuesta del hombre al color. Si este enfoque puede ser útil para la
práctica del diseño, ésta sigue siendo pregunta abierta. En muchos terrenos de
nuestras vidas, ya pasamos por encima de las tendencias naturales del hombre y las
anulamos. Mas yo creo que debernos tratar de ser “conservacionistas”, tanto por
nosotros mismos corno para aprender a hacerlo en bien de otras especies, y que
debemos tratar, siempre que sea posible, de hacer que nuestro estilo de vida se
conforme al estilo al que el hombre está biológicamente adaptado. Los diseñado
res, que hoy son responsables más que nadie de colorear nuestro mundo, tienen
" N. K. Humphrey y G. Keeble, 1'Kf i r of red light and loud noise on the rates at which mon
keys sample the sensory environment” , Perecptiun, 7, 343, 197o.
n V. Turner, “ Color classification in Ndembu ritual", cn Anltopotogica! Approuaches to the Study of
Religion, ed. M. Banton, Tavistock, 1966.
140 E L C O L O R D E I. \ X A 1 L S A l . t / 'A
En el hogar de uno de los primeros pintores cubistas, en París, vivía un tal Maurice
Princet, figura un tanto indefinible, conocida por el grupo como LeMathématicien.
Se cuenta que Princet planteó la siguiente pregunta a Picasso y a Braque: “Ustedes f,'
representan por medio de un trapezoide una mesa como la ven transformada por $
la perspectiva, pero, ¿qué ocurriría si se les ocurriera expresar la mesa como tipo?
Sería necesario que se colocaran ustedes en el lugar de la tela, y volver del
trapezoide al verdadero rectángulo”.1 j
Pero, si el propio Princet, el matemático, hubiese probado antes esta fórmula, el D
resultado le habría sorprendido. La figura 8 muestra una mesa no “transformada ;
por la perspectiva” de modo que su parte superior sea un trapezoide, sino antes ¡
bien “expresada como tipo” de modo que su cubierta sea un perfecto paralelogra- ¡'
mo. Curiosamente, no parece un paralelogramo, sino un trapezoide. Estarnos
expuestos a una ilusión visual, ilusión que es nueva para la ciencia. U
r
Las condiciones a que esto se debe son fáciles de descubrir. Quitar las patas a la
mesa hace que la ilusión casi desaparezca; colocar sobre ella un jarrón de flores
hace que se haga aún más obvia. El error que cometemos al juzgar la forma del
paralelogramo se debe a que lo vernos corno la cubierta de una mesa, con la
implicación de que representa una superficie horizontal que vemos indinada.
Sucede que cada vez que dos líneas iguales son convincentemente pintadas en tal
forma que una parezca más lejana que la otra, la línea más lejana tendrá que verse
141
W> ILUSIONES CONTRASTANTES EN PERSPECTIVA
más larga que la cercana. Pero, ¿por qué una aparente profundidad había de
influir de ese modo sobre la percepción de tamaño?
Guando las personas hacen cálculos del valor de; los estímulos sensorios, general
mente es cierto que su estimación no sólo depende del valor real del estímulo sino
también del valor que esperan que tenga. Las desviaciones del valor esperado son
exageradas, de modo que si el valor de un estímulo es menor del esperado, se le
subestima, y si es mayor, se le sobreestima: cuanto mayor la discrepancia, mayor el
error.
En esta formulación, el valor esperado tiene un sentido bastante especial. Siendo
iguales otras cosas, la “expectativa” queda condicionada simplemente por el
contexto sensorial prevaleciente, y el valor esperado se aproxima al valor prome
dio de estímulos similares en el ambiente local. En presencia de grandes estímulos,
el valor esperado es alto, y en presencia de pequeños estímulos, es bajo. Por tanto,
un estímulo particular es juzgado más pequeño en el primer contexto que en el
segundo.
Estos llamados “efectos de contraste” ocurren en todas las modalidades senso
riales. Una luz con particular brillo, por ejemplo una bombilla, nos parece más
tenue en una habitación brillantemente iluminada que en una oscura; un interva
lo de una duración particular por ejemplo de un segundo, nos parece más largo en
el movimiento presto de una sinfonía que en el lento; una fruta dé sabor particular-,
mente dulce, por ejemplo una naranja, nos parece más amarga si la tomamos con
una bebida dulce que con una amarga. Ejemplos menos familiares ocurren en la
percepción de la forma visual. Las figuras 9 y 10 muestran la influencia del
contraste sobre las dimensiones de un círculo y la orientación de una línea: un
círculo nos parece más pequeño si está rodeado por círculos grandes que por
círculos pequeños; nos parece que una línea va apartándose de otra cuando la
atraviesa.
F igura 9. L a ilusión de tam año p or contraste.. L os dos círculos cenitales son del m ism o diáíhelro.
ILUSIONES CONTRASTANTES EN PERSPECTIVA 14.3
F ig u r a 10. Ilusión de orientación. L a línea corla que hay arriba a la derecha es continuación de la
m ás corla de las líneas que se cruzan a la izquierda.
el del pequeño. Por tanto, si se nos pide levantar dos objetos de diferente tamaño
pero del mismo peso real, juzgaremos que el más grande pesa menos que el
pequeño; juzgamos que el kilo de plumas es más ligero que el kilo de plomo.
La “ilusión profundidad-tamaño” de la figura 8 es, en mi opinión, un fenóme
no de esta última cdase, en que la información de la dimensión de un estímulo
condiciona nuestras expectativas acerca del valor de los estímulos en otra. Viendo
el dibujo corno una mesa, y viendo el borde superior como más lejano de nosotros que
el inferior, esperamos que el borde superior sea acortado por la perspectiva. Pero no
lo es. Y la discrepancia entre lo que esperamos y lo que observamos nos lleva a
exagerar el “error” y a ver el borde superior como si realmente se prolongara más
en la página.
BlBLlCJTESa^
F igura 12. Ilustración de un texto m ongol del siglo x v m M f n F UlUiá
Sin embargo, lo mismo no puede decirse del artista mongol que trazó el templo
de la figura 12 para ilustrar un texto budista del siglo xvm. Trazó el lado lejano
del templo, que sin duda pretendió ser cuadrado, no de la misma longitud sino en
realidad considerablemente más largo que el borde más cercano. Esta manera de
hacerlas cosas ño parece tener una razón obvia. Pero podemos hacer especulacio
nes acerca de su historia. ¿Qué pasa si el artista modeló inocentemente su estilo
basado en ejemplos de la escuela Sung? Habría sido engañado por sus ojos, hasta
146 ILUSIONES CONTRAS'! AVI ES '¿ \ i’LK SI’ECTIVA
pensar que ei pintor Sung representaba la más lejana de dos longitudes iguales
corno más larga que la más cercana. Lo que era bastante bueno para el chino debía
ser bastante bueno para él, y al intentar emularlo en realidad ha dado expresión
concreta a lo que, sin saberlo, era la ilusión profundidad-tamaño.
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SOBRE LIBROS DE OTROS
XIV. U N A ECOLOGÍA DE ÉXTASIS
Con este fin, desde 1969 lanzó Hardy una gran investigación de la experiencia
religiosa en la Inglaterra contemporánea solicitando, mediante la prensa y por
H9
150 UNA ECOLOGÍA DE ÉXTASIS
medio de cuestionarios, versiones personales de “todos aquellos que sienten que
han estado conscientes de algún Poder, y tal vez influidos, por él, lo llamen Dios o
no, que pueda parecer estar más allá de su yo individual, o parcial o aun
enteramente dentro de su ser". Los relatos serían tratados en forma estrictamente
confidencial, anotados, clasificados y devueltos. Ningún acoso, ninguna crítica,
ninguna disección... y llovieron las respuestas. Al cabo de ocho años habia recibido
más de tres mil descripciones personales de experiencias religiosas o casi religiosas.
Una mezcla bastante aleatoria de la población de las Encuestas Nacionales de
Opinión reveló que más de tina de cada tres personas debía haber estado conscien
te de tal presencia o poder personal, o influido por él.
La naturaleza espiritual del hombre ofrece un resumen de los descubrimientos de la
Unidad, basado en los primeros tres mil casos. Tal como Píardy la consideró,
su primera labor consistía en inventar un sistema para clasificar y anotar los
diversos tipos de experiencia. Creó una elaborada tipología que permite describir
cualquier experiencia particular bajo una variedad de titulares distintos: su
cualidad sensoria (visiones, voces, experiencias extracorpóreas...),' su cualidad
afectiva (sentido de seguridad, temor, éxtasis, sentido de internporalidad...), su •
causa o medio antecedente (plegaria, música, belleza natural, desesperación,
dolor de parto...) etc. La mayor parte del libro está dedicada a explicare ilustrar
cómo pueden clasificarse, así, las “experiencias típicas”. Los relatos de testigos
presenciales, muchos de los cuales Hardy cita extensamente, son por lo menos
notablemente francos, interesantes y, muy a menudo, conmovedores; y es proba
ble que el lector quede asombrado, como quedó el propio Hardy, no sólo por lo
extraño y rico de las experiencias sino por la riqueza de expresión literaria que él
ha obtenido. El libro contiene cierta cantidad de información estadística relacio
nada con las frecuencias relativas de diversos tipos de experiencia (mucho de lo
cual parece matemáticamente inválido). Y concluye con un ensayo intitulado:
“¿Qué es la espiritualidad?”, en que Hardy no responde a su propia pregunta,
pero pone en claro que, sea lo que sea la espiritualidad, él está en favor de ella.
No hay ocultación, no hay disección, no hay ningún intento, en palabras de
Gabriel Marcel (que Hardy cita, con aprobación) de “reducir misterios a proble
mas”. Pero, ¿por qué no? ¿Porqué no preguntar, al principio, cuánto de ese material
es auténtico y, después, qué significa todo ello? Si el hombre tiene, acaso, una
naturaleza espiritual, también tiene, sin duda,"una naturaleza investigadora y
escéptica, y no es obvio que debiéramos estar de acuerdo en suprimir la última
para hacer justicia a la primera. Hardy se describe a sí mismo como darwiniano.
Un darwiniano de los domingos, tal vez; de lunes a sábado Darvviñ nunca dejó de
hacer de los misterios simples problemas.
La defensa de Hardy contra toda investigación más profunda o general sobre la
significación del material que ha recabado sería que en esta primera etapa al
desarrollar una “historia natural de la experiencia religiosa”, el papel del científi
co debe seguir siendo el de un observador imparcial. Recabemos los hechos,
clasifiquémoslos, y después pensaremos en ellos. Recabemos los hechos, desde
luego: siempre que sean hechos, no fantasías. Los hechos que Hardy buscó eran,
presumiblemente, los hechos acerca de lo que las personas auténticamente experi
mentaron en el momento en que la crisis, la revelación o lo que sea cayó sobre ellos.
UNA ECOLOGIA l)E EXTASIS liil
Pero lo que en realidad recabó fueron informes de personas sobre lo que recorda
ban de sus experiencias. Y esto es algo muy distinto, en especial cuando los
informantes estaban recordando hechos que ocurrieron a veces hace medio siglo, y
cuando su edad modal era entre 60 y 69 (no 50 y 59 años, como dice el propio
Hardy, habiendo calculado mal los números en su cuadro II). La memoria engaña
a la gente, sobre todo a la gente que —según sus propios relatos—, es, en gran
parte, de disposición histérica. Lo que es más, la gente engaña a los cientílicos,
especialmente cuando recibe tan buena oportunidad, sea de autoglorificación, sea
para la glorificación de su dios. En este contexto, la anonimidad no es garantía
contra una tendencia de los informantes de alardear acerca de sus supuestas
experiencias religiosas: puede suponerse que Dios conoce la identidad de cada
informante aun si no la conocemos nosotros, los lectores del libro de Alisten Hardy.
Demasiadas de esas narraciones se parecen sospechosamente a actos de culto en sí
mismas.
La autoselección por los informantes es, como lo saben lodos los sociólogos (y el
propio Hardy lo reconoce, sólo para después negarlo) un modo arriesgado de
recabar una información que sea honrada o representativa. Como base para
análisis estadíst icos carece de todo valor; y sin embargo, cualesquiera reservas que
tengamos acerca del método de Hardy, no podemos rechazar sin más ni más sus
descubrimientos. Entre la basura más pomposa y solemne, hay indudablemente
bastante material que tiene el sonido de la verdad. Mi verdadera objeción es al
hecho de que Hardy no sometiera su extraño material a alguna crítica constructi
va. Habiendo descrito y clasificado sus 3,000 relatos, casi deja las cosas allí, con un
“Que Dios te bendiga", y un “¿No es maravilloso el mundo?.”
La reverencia a las obras de la naturaleza, aunque sea una cualidad admirable,
a la postre resulta poco iluminadora. Bueno sería que Hardy mostrase un poco de
irritación, que hubiese intentado —si no desarraigar la experiencia religiosa—, al
menos raspar un poquito a su alrededor, pero no lo hace. Y el lector escéptico, que
piensa en los problemas, queda librado a sus propios recursos.
Una vez suprimida la glosa, el rasgo más notable de estas versiones de experien
cia religiosa es su semejanza con fenómenos patológicos. Cuando el libro avanza
con sus relatos de iluminaciones, voces que guían, sensaciones de presencia,
despersonalizaciones, cualquiera que tenga un conocimiento así sea somero de
historias clínicas habrá de reconocer los signos reveladores de la epilepsia, la
migraña, la esquizofrenia, el daño en el lóbulo pariental del cerebro, etc. En
realidad, cualquiera que esté familiarizado con ciertas obras clásicas de la literatu
ra tiene que hacer lo mismo. Al principio de esta crítica he citado un pasaje de El
idiota, de Dostoievski, en que el autor describe las sensaciones del príncipe
Myshkin a punto de sufrir un ataque de epilepsia (pasaje del cual hay un paralelo
casi exacto en la descripción hecha por Dostoievski de su propia experiencia de la
epilepsia). Como comparación, permítaseme citar uno de los casos de experiencia
religiosa que Hardy nos presenta:
El fenóm eno... generalm en te va precedido p o r u n a sensación general de alegría de estar
vivo. N u n ca sé c u án to tiem po d u ra este sentim iento, pero después de un ra to cobro
conciencia de q u e todos mis sentidos despiertan. T odo se vuelve de p ro n to m ás clara-
152 UNA ECOLOGÍA DE ÉXTASIS
m e n te d e fin id o ; vistas, sonidos y olfatos co b ra n u n significado e n te ra m e n te nuevo.
C o b ro c o n c ie n c ia d e la b o n d a d d e todo. L uego, com o si alg u ien a p a g a ra un a luz, todo
q u e d a en c a lm a y m e sie n to com o si fo rm a ra p a rte de! esc e n ario q u e m e rod ea.
He aquí un caso similar que los neurólogos reconocen como calopña (sentido de
que todo es bello y reconfortante), asociados a lesiones en la corteza pariental de
recha del cerebro.
S ólo d u ra n te u n o s c u a n to s seg und os, to d o el c o m p a rtim ie n to [del tre n ] se llenó de luz...
M e s e n tí a tr a p a d o e n a lg ú n e n o rm e sen tid o de e sta r d e n tro de un p ro p ó sito am oroso,
triu n fa l y b rilla n te . N u n c a m e sen tí m ás h u m ild e. N u n c a m e sen tí m ás exaltad o . U n
se n tid o c u rio sísim o p e ro a b ru m a d o r se a d u e ñ ó de m í, lle n án d o m e d e éxtasis. S en tí q u e
to d o e r a b u e n o p a ra la h u m a n id a d . T o d o s los ho m b res e ra n seres gloriosos v brillan tes
q u e , a la p o stre , e n tra ría n en u n a a le g ría increíble. B elleza, m ú sica, alegría, a m o r
in c o n m e n s u ra b le y u n a g lo ria indecible: todo esto h e re d aría n .
multitud de estrellas que caían y que, con la estrella, seguían hacia el sur... Y de
pronto todas fueron aniquiladas, convirtiéndose en carbones negros... Y cayeron al
abismo, de modo que no pude verlas más.” Como escribe Oliver Sacks en su libro
sobre la Migraine, “nuestra interpretación literal sería que Hildegarda experimen
tó una lluvia de fosfenos en tránsito a través del campo visual, siendo su paso
sucedido por un escotorna negativo”.1 Mas para Hildegarda: “Las visiones que
tuve, no las vi dormida, ni en sueños, ni en la locura, ni con mis ojos carnales, ni
con los oídos de la carne, ni en lugares ocultos, sino en la vigilia, alerta y con los ojos
del espíritu y los oídos internos, las percibí en visión abierta y de acuerdo con la
voluntad de Dios.” Y para Hildegarda, estas visiones colaboraron a que ella se
consagrase a una vida de santidad y misticismo. Sólo en años recientes unos
psicólogos experimentales, basándose en la obra de Schachter, empezaron a
comprender cómo ciertos estados fisiológicos del cuerpo reciben sentido y significa
do en sus mentes por el marco en que surgen y son interpretadas: asi, los propios
síntomas corpóreos pueden ser percibidos por la persona como temor, amor sexual,
ira, éxtasis religioso, dependiendo del marco social y cultural.
Hardy debe saber todo esto. Debe conocer los paralelos entre sus casos de “ ex
periencia religiosa” y casos de indudable enfermedad. Debe conocer la obra de
Schachter sobre la percepción de las emociones. Ha estado en el asunto demasiado
tiempo, rodeado en Oxford por demasiados colegas bien informados, para que
pueda no saber esto. Entonces, ¿por qué guardó silencio? ¿Porqué escribió un libro
intelectualmente hueco?
La respuesta, sospechó yo, se encuentra en la injustificada angustia de Hardy
por no callar, por no disecar, por nunca socavar la ilusión —aun si lo es— de la
intercesión divina. Hardy sabe, por su propia experiencia, y lo ha confirmado a
menudo por el testimonio de sus informantes, que aquellas personas que “sienten
que han estado consciente y tal vez influidas por algún Poder, le llamen Dios o
no, que puede... parecer que se encuentra más allá de sus egos individuales”, son,
por eso mismo, más felices, más confiadas y más generosas. Y, a quien Dios —o la
fisiología cerebral— ha unido, que ningún escéptico lo separe.
Pero el peligro no es real. Convertir un misterio en un problema no es reducirlo,
y aún menos es destruir su valor. A este respecto, El idiota de Dostoievsky
habiendo tenido la primera palabra, tal vez pueda decimos la última:
L legó po r fin a la parad ó jica conclusión, “ ¿Q ué pasa si es un a enferm edad?... ¿Q ué
im p orta q u e sea u n a tensión anorm al, si el resultado, si el m om en to de sensación
reco rdad o y analizad o en estado de salud, resulta arm o n ía y belleza llevadas al m áx im o
p u n to de perfección, y nos d a u n a sensación, no div id id a ni soñ ada h asta entonces, de
integridad, proporción, reconciliación y de la fusión ex tática y de pleg aria en la m ás a lta
síntesis de la v id a ? ” ... Si en aquel segundo — es decir, en el ú ltim o m om en to de
conciencia antes del a ta q u e — tenía tiem po p ara decirse a sí m ism o, consciente y
claram ente, “sí, d a ría to d a m i v id a por este m om en to” , entonces este m om en to valía,
desde luego, por sí m ism o, to d a u n a vida.
vez sea una localidad perfectamente respetable. El hecho de que el fantasma no sea
el propietario y ocupante, por lamentable que pueda ser, no es nada nuevo; y si un
fantasma decide mostrarse semialejado, entonces eso —como lo comprenderá
cualquier estudiante de estructuralismo— tiene en sí mismo cierta congruencia
lógica. Pero con los fantasmas como con las personas io que importa no es dónde
estamos sino qué somos: y lo que es ese poltergeist de Enfield claramente no es
agradable.
Los fantasmas tienen, desde luego, la reputación de ser horribles (a veces, hasta
horripilantes), pero, sin duda, nunca se les ha visto tan manifiestamente incultos,
trapaceros y baratos. En los días de antaño, podía esperarse que un fantasma se
presentara "a sí mismo adecuadamente —“Soy el fantasma de la Navidad pasa
da”—, pero ahora, en diciembre de 1977, los fantasmas de Enfield gritan a través
de las paredes: “Vengo de Durants Park, tengo setenta y dos años... Cierre esa
maldita puerta... Quiero un poco de música de jazz, ahora, váyase y póngala,
antes deque me enoje”. Antaño, el escribir letreros ingeniosos en las paredes era un
arte —“Mene, rnene, tekel, upharsin”, escrito en letras de fuego en el muro del
salón de banquetes—, pero ahora en Enfield el poltergeist, habiendo dejado fuera
una fila de macetas con cactos sobre el suelo de la cocina, escribe “Yo soy Fred”, en
cinta negra pegajosa en la puerta del baño. En otras épocas, si un espíritu ofendido
se acercaba a la cuchillería era para tomar una daga y blandiría ante los ojos _
pasmados del Thane de Cawdor, pero ahora saca de la cómoda una cucharita de té
y la blande ante la cámara de un reportero del Daily Mirror.
A pesar de todo, si hay algo que el filósofo debiera hacer es algo filosófico. Y
Broad era, además, generoso. Si hubiese vivido para oír z\poltergeist de Enfield, no
creo que le hubiese pasado por la cabeza considerar que los malos modales de un
fantasma eran prueba de mala fe (o hasta de mala observación) de parte del
cazador de fantasmas. Pero aquí, él y vo nos separamos, pues en cuestión d§lB *-IGT
fantasmas yo siempre he suscrito lo que puede llamarse el Argumento de Falta deMF n 5rJ'
Diseño. Simplemente planteado, el argumento es éste: Si es feo, informe o trivial,
tal vez es falso.
Pues de lo sobrenatural, yo espero algo “super”. Si los espíritus existen, debemos
conocerlos por sus obras... Y sus obras ex hypothesi deben ser poderosas, elegantes,
grandiosas. Aun tomando en cuenta un ocasional día de descanso, no puedo creer
que un espíritu digno de su nombre desafíe las leyes de la fisica doblando cucharas,
o desafíe la voluntad de los seres humanos diciéndoles que se vayan al demonio y
pongan un poco de música de jazz. Yo sé que vivimos en un mundo en proceso de
cambio pero, seguramente, no en un mundo en qüe la entelequia que ordena el
universo sobrenatural sea una cruza de Honguito el Fantasma y la Sra. Thatcher.
Entonces, ¿quién es Fred? ¿Y qué está haciendo Mr. Playfair al escribir un libro
acerca de él? Para obtener una respuesta tal vez debamos ir a ver al profesor John
Taylor, que conoció a Fred —o, antes bien, a un compañero suyo llamado Uri—
en uno y otro lado.
Hace ocho años, LIri Geller —que había sido modelo de modas, brujo y
estafador convicto— apareció en nuestras pantallas de televisión con una exhibi
ción milagrosa de doblar cucharas. Su efecto sobre él público británico fue
notable. Hubo quienes se maravillaron ante los poderes sobrenaturales de Geller y
LOS FANTASMONES
físico liberal que a primera vista parece totalmente dispuesto a creerlo todo
siempre que sus instrumentos de medición puedan confirmar que los hechos
descritos así ocurrieron realmente: “Si el hombre se incendió, entonces debió de
haber algún gran calor que un termómetro registraría. Si la mesa se elevó del suelo,
entonces un equilibrio de los resortes debió indicar que temporalmente la mesa
tenía una masa negativa... Si la dama vivió hace 800 años, entonces debiera
recordar el eclipse de Sol del año 1180... Si la cuchara se dobló sin que el muchacho
la tocara, entonces no debe mostrar sus huellas digitales...” Y por último, entra el
científico forense, psicólogo cam detective que sabe todo acerca de fraude y algo
acerca de Freud: “El testigo fue después admitido en un hospital, por alucinacio
nes confiagratorias... La mesa fue levantada por un cómplice pagado... La dama
de Francia, aunque no estaba dispuesta a reconocerlo ni ante sí misma, lo había
leído todo en una novela histórica... El muchacho fue atrapado en el acto de torcer
la cuchara tras la espalda...” iAy de la pérdida de la inocencia! Cuandoalguien va
a cenar con Uri Geller, al parecer no sólo debe tomar una cuchara larga, sino
mantener sobre ella un ojo vigilante.
Corno Taylor intenta cubrir tanto, no siempre cumple satisfactoriamente su
cometido; y a veces en realidad quita valor a su alegato contra los investigadores
psíquicos al cometer errores metodológicos por cuenta propia. Inevitablemente
habrá lectores que consideren vano sh tratamiento: un viaje de mistificador
mágico que resulta excesivo para ser “sólo al pasar”. Hay algunas personas (v
conozco algunas de ellas, entre mis colegas académicos) que creen que cuando nos
encontramos ante pruebas prima facie de lo paranormal, debemos echarnos hacia
atrás antes de aceptar las afirmaciones más estupendas hasta que su carácter
dudoso haya quedado establecido fuera de toda duda razonable. Tales personas
inevitablemente querrían que Taylor hubiese elegido examinar unos cuantos de los
casos mejor documentados con cierta profundidad. Yo, por mi parte, confieso mis
prejuicios: la vida es demasiado breve y el mundo natural demasiado interesante
para que insistamos en enfocar aun las piezas más notables de la investigación
psíquica con un criterio obsesivamente abierto. Aunque sigo alimentando una
esperanza infantil en que algún día me encontraré con alguna grandiosa e incon
trovertible manifestación del mundo espiritual, no estoy dispuesto a seguir buscán
dola a gatas. Por el momento, la pelota sigue firmemente en la cancha sobrenatu
ral. En palabras de Taylor, lo paranormal, una vez investigado, resultó totalmente
normal.
¿De veras? Sólo, pienso yo, si aceptamos una definición muv extraña de lo
normal. Pues una vez leído el libro de Taylor, quedan sin explicar dos aspectos
importantes del tema. Primero, ¿por qué lo llevan de puerta en puerta los
partidarios de lo paranormal? ¿En realidad es “normal” que ciudadanos normal
mente honrados perjuren, mientan, falsifiquen los resultados de experimentos y
practiquen el engaño —y el autoengaño— en una escala que casi se ha vuelto
institucional? Segundo, ¿por qué la sociedad les presta tan crédula atención? ¿Es
realmente “normal” que el resto de nosotros tratemos a embaucadores, histéricos,
charlatanes y bromistas corno si hubiesen recibido una inspiración sobrenatural?
Una respuesta a la segunda pregunta respondería, en gran medida, a la prime
ra; pues en una forma u otra, atención es precisamente lo que está buscando la
158 LOS FANTASMONES
í.
to equivale, en el mejor de los casos, a pura presunción verbal. En su peor aspecto
equivale a una pieza de chantaje moral. La clara implicación del argumento de
Bateson (aunque no lo plantea explícitamente) es que si toda la naturaleza
orgánica está imbuida por cualidades de la mente, entonces nosotros como seres 1
humanos debemos tratar a la naturaleza con el respeto debido a una mente
humana. Va sé que hay buenas razones para no cor tar las selvas del Amazonas,
pero la idea de que tal destrucción equivale a psicocirugía no es una de ellas.
Puede haber verdaderos paralelos que sacar entre el funcionamiento de la
mente (en el sentido habitual) y el funcionamiento de la selección natural. Bateson
tiene razón al insistir en que los conceptos tomados de las ciencias de la conducta
pueden aportar útiles metáforas para pensar acerca de la evolución. Por ejemplo: ■ :-'T
Mi teoría puede describirse como un intento por aplicar a toda la evolución lo que
aprendimos al analizar la evolución del lenguaje animal al lenguaje humano. Yconsiste
en cierta visión de la c, aluvión como creciente sistema jerárquico de controles flexibles, y en
cierta visión de los organismos en el sentido de que incorporan este creciente sistema n
S.
jerárquico de controles flexibles. Se presupone la teoría neodarwimana de la evolución; ■
pero es replanteada señalando que sus “mutaciones” pueden interpretarse como gambi
tos más o menos accidentales de prueba y error, y la “selección natural” como un modo
de controlarlos mediante eliminación del error... La eliminación del error puede proce
der, ya sea mediante la completa eliminación de formas fracasadas (la muerte de formas
fracasadas por selección natural) ya por la evolución (tentativa) de los controles que
modifican los organismos o formas de control fracasados, o hipótesis.
Pero Bateson no tiene razón al presentar estas ideas como si fuesen nuevas, por
las cuales él pudiese recibir algún crédito. La cita anterior, que resume limpiamen
te una parte de su argumento, no procede, en realidad, de su propio libro, sino del
célebre ensayo de Karl Popper, “De nubes y relojes”, publicado hace catorce
años.1
K . R. Popper, “ Of’clouds and docks” , en O yc/i.v Knoult'due, Oxford Universiiv Press, 1972.
l<>2 ESTÁ LLOVIENDO KARMA SOBRE MI CABEZA
La cuestión de si Bateson está diciendo algo nuevo surge aún más obviamente
cuando se pone a analizar la cara opuesta de su tesis, a saber, que la mente es un
proceso evolutivo. El proceso intelectual, sostiene Bateson, como el proceso biológi
assss
t
XVII. ¿QUÉ ES LA MENTE? NO IM PORTA
¿QUÉ ES LA MATERIA? NO SE PREOCUPEN
T anto ésta como la siguiente afirmación son falsas. The Mind’s I [Ei Yo de la
Mente] bien vale sus 9.95 libras.
No es necesario ser filósofo para comprender que ya he ido más allá de lo que
debiera una humilde crítico de libros. El valor del libro que comentamos es, podría
pensarse, cosa de opinión. No es así. Hoy, ya se ha establecido como una verdad
lógicamente necesaria.
Consideremos la primera afirmación del párrafo superior: “Taño ésta como la
siguiente afirmación son falsas1’, Si esto fuera verdad, sería falsa, por reconoci
miento propio. Por tanto, no puede ser verdad, y la única alternativa lógica es que
es falsa. Consideremos la segunda afirmación: “The Mind's 1 bien vale sus 9.95
libras”. Si también esta afirmación fuera falsa, entonces ambas serían falsas, y
precisamente eso es lo que sostiene la primera afirmación. Pero ello significaría
que, después de todo, la primera afirmación era cierta, y acabamos de estable
cer que no puede ser. Por ende, la segunda afirmación no puede ser falsa, y la
única alternativa lógica es que es cierta.
A quienes guste este tipo de cosas sin duda encontrarán que esto es lo que les
gusta. Contándome yo entre ellos, diré que The Mind’s Teña barato aún si costara
el doble.
The Mind’s /... ¿La Mente es yo, o El Yo de la Mente? es un conjunto de ensayos,
cuentos de hadas y acertijos, obra de diecinueve distintos autores elegidos por
Hofstadter y Dennett porque iluminan en una forma u otra los problemas de
autorreferencia, identidad persona!, conciencia y las relaciones entre el lenguaje,
la mente y el cerebro. Los compiladores, como dicen ellos, han “arreglado y
dispuesto” las piezas y a cada una le han dado una atractiva “reflexión” o
comentario. Aunque el libro es filosófico en el mejor sentido de la palabra, hay
poco en él de filosofa directa; y aunque toca ciertas cuestiones centrales de la
psicología, la neurofisología y la ciencia de las computadoras, no se arroga una
experiencia técnica o fáctica.
“En la poesía”, escribió Auden en The Dyer’s Hand, “todos los hechos y todas las
creencias dejan de ser verdaderas o falsas y se vuelven interesantes posibilidades”.
El To de la mente está cerca de la poesía. Es un libro de fantasías y experimentos
mentales, una exploración de mundos posibles, personas posibles, máquinas posi-
165
166 ¿QUÉ ES LA MENTE? NO IMPORTA
bles y divinidades posibles. Verdaderas o falsas —o, como en varios casos, ni una
cosa ni la otra—, estas posibilidades fueron planteadas para hacernos considerar y
reconsiderar un puñado de conceptos que solemos dar por sentados.
Una vez, en un tiempo futuro, imagine el lector que su cerebro queda físicamen
te separado de su cuerpo,pero con todas las conexiones habituales con los músculos
y los órganos sensoriales, conservadas por nexos radiales. Por ejemplo, si su cerebro
está en un baño de agua salada caliente en un hospital de París, mientras su cuerpo
va caminando por las calles de Londres, ¿dónde estará usted? Si su cuerpo comete
entonces un delito, ¿quién o qué debe ir a prisión? Imagine una máquina que
puede sacar una copia perfecta de cualquier estructura física existente, átomo por
átomo. Supongamos que saca una copia de usted. ¿Qué diría usted a esta copia
í... cuando los dos sean presentados? (¿Y qué le dirá la copia a usted?) Supongamos
k que, habiendo tomado todas sus estadísticas vitales en 1982, la máquina no entrega
la copia terminada hasta 1992. ¿Qué se dirá usted a sí mismo dentro de diez años,
cuando se encuentre con usted mismo como era hacía diez años? Imagine las
células nerviosas de su cabeza reemplazadas una por una por microchips, que
funcionen exactamente como las células nerviosas originales. ¿En qué punto, si es
que hay alguno, se interrumpirá en este proceso de reemplazo su corriente fie
conciencia? Supongamos que en lugar de ser puestos en su cabeza, los chips
de reemplazo se conservan en un laboratorio donde se establecen conexiones con
sistema, por control remoto. Supongamos, en realidad, que se les conserva en
muchos laboratorios distintos. ¿Cómo se sentirá cuando su cerebro de reemplazo se
haya difundido por todo el mundo? Imagínese a usted diciendo a Dios: “Dios mío,
temo pecar, y sé que lo lamentaré”, y Él dirá: “Eso está muy bien, no evitaré que
'f sigas pecando, pero te quitaré tu arrepentimiento”. ¿Cómo respondería usted a
;c. esta bien intencionada propuesta? Imagine usted que despierta una mañana y se
ii encuentra aún en mitad de un sueño...
Estas paradojas y otras aún más preocupantes son exploradas aquí en fórmula
de fábulas literarias, escritos académicos serios aunque traviesos, y críticas (en el
caso del “Non serviam”, de Stanislaw Lem, la crítica de un libro inexistente). Algu
nas de sus partes, como “Borges y yo” de Borges, y “La maquinaria de las computa
l doras y la inteligencia” de Turing, son ya clásicas. Otras han sido antes publica
das, pero son menos conocidas. Y otras parecen haber sido especialmente escritas
para este libro. Dennett ha incluido, entre otras cosas, el “Preludio... v Fuga de
Hormigas” , tomado del Gódel, Escher, Bach, de Hofstadter, y al mismo tiempo,
éste último ha incluido “ ¿Dónde estoy?” tomado de Brainstorms, de Daniel Den-
net. Además de sus aportaciones conjuntas y diversas a los comentarios y la in
troducción, los compiladores también nos han dado una útil guía para nuevas
lecturas. (¡Ay!, esta guía no es tan útil como parece. Un escrito, citado como
Lenneberg 1975, resulta no ser más que un resumen, escrito por otro, de un
experimento inédito, lo que no añade nada al resumen ya presentado en este libro.
Eric Lenneberg se suicidó en 1975. Tal vez Hofstadter, quien en cierto punto de El
To de la mente dirige una conversación con el cerebro de Einstein, tras la muerte de
éste, sepa algo que el resto de nosotros no sabemos.)
Podría pensarse que cualquier filósofo que apreciara su reputación académica
vacilaría antes de poner su nombre en una colección descaradamente exótica y
?r -
¿QUE ES LA MENTE? NO IMPORTA 167
extravagante. En realidad, en Brainstorms, publicado hace pocos años, el extraño
cuento de Dennett acerca de haber perdido su cerebro (¿o fue su cuerpo?) quedó
para el último capítulo, donde fue descrito un tanto tímidamente como “postre”.
Pero aquí, semejante modestia estaría fuera de lugar, pues todo el libro es un libro
de postres, sin ningún intento por ofrecernos una dieta más sana o mejor equilibra
da. La abuclita, desde luego, nos dirá que tan rico banquete no puede hacernos
bien: es demasiado de Tao, y no es bastante de oaTs (avena).
No puedo dejar de pensar que la abuelita quizá tenga razón. Este es un libro
rico, y peligrosamente desequilibrado. Las paradojas son divertidas; también
pueden ser iluminadoras. Pero no debemos ceder a la tentación de celebrar las
paradojas como un camino real a algún nivel superior de realidad; como si, con su
ayuda, pudiésemos tener esperanzas de descubrir un mundo conceptual en que se
resuelven todos los opuestos, en que “Es” y “No es”, “Así” y “Así no” quedan
borrados para siempre. Tales doctrinas taoístas acaso resultaran productivas en
otros campos de la ciencia —por ejemplo, en la física atómica, donde conceptos
irreconciliables acerca de la naturaleza de la materia se han resuelto, al parecer,
con el descubrimiento de la teoría del campo cuántico— pero no son lo que con
mayor urgencia se necesita en la ciencia de la mente.
Aunque de este libro podríamos concluir que lo que se necesita es una teoría
nueva revolucionaria de la relación entre mente y materia, yo no estoy convencido
de que muchas de las paradojas aquí presentadas representen misterios que sólo
puedan resolverse apelando a principios aún desconocidos. Una de cada dos veces,
parecen representar nada más que anticuados acertijos, del tipo que los pensado
res humanos habitualmente encuentran cuando llevan sus conceptos familiares
a territorio desconocido. A riesgo de que me acusen de enseñar a los filósofos a
chupar huevos, me atrevo a sugerir que lo que en este libro falla es el reconocimien
to de que nuestras ideas y nuestro lenguaje operan —como pretenden operar—
sólo dentro de los límites de! “juego” para el que fueron planeados. La percepción
humana, el pensamiento humano y hasta los modos humanos de filosofar han
evolucionado como adaptaciones al mundo de la experiencia pasada, y no ante el
futuro aún no experimentado. Es el mundo del pasado el que constituye lo que
John Bovvlby ha llamado “el medio de la adaptatividad”. Y, como lo descubrió
Alicia al observar al juego de croquet en el País de las Maravillas, fuera del medio
de la adaptatividad, cualquier cosa puede pasar.
Abundan los ejemplos, no sólo en las fantasías y los experimentos mentales, sino
en hechos bien probados. En circunstancias normales, la gente, por ejemplo, no tiene
dificultades para tomar una decisión inequívoca sobre si el color de un objeto es rojo
o verde. Pero, permítase que alquien sea inducido por un psicólogo experimental a
ver un objeto rojo con un ojo mientras contempla un objeto verde con el
otro, y entonces, confiadamente informará —sí las condiciones son adecuadas—
que lo que ve es un sólo objeto coloreado de “rojo y verde por doquier” (no una
parte roja y una parte verde, ni rojo y verde por turnos, sino rojo y verde por
doquier). En circunstancias normales, la gente no tiene dificultades para hacer
interpretaciones tridimensionales sensatas sobre dibujos lineales planos. Pero que
a alguien se le enseñe el dibujo de la figura 13, en que M. C. Escher ha burlado
sagazmente las reglas familiares de la perspectiva lineal, y lo que verá es una
168 ¿Ql'É F.S LA MENTI-’ NO IMPORTA
escalera “imposible” que sube v sube para siempre. En circunstancias normales, la
gente no tiene dificultades para emplear ideas comunes de “verdad” y “falsedad”
al hacer un análisis de! discurso humano. Pero que un filósofo cretense convenza a
alguien de hacer la afirmación (completamente inverosímil) de “yo estoy mintien
do” v verá quCj cualquiera que sea su estado mental, habrá hecho una afirmación
que nunca pretendió hacer.
Tales paradojas son divertidas. Pero, desde luego, lo último que necesitamos
hacer es resolverlas: desperdiciar nuestras energías filosóficas inventando, por ejem
plo, una nueva definición de color, o un nuevo tipo de espacio 4-D 3-D, o aun (que
me perdone Bertrand Russell) una nueva tipología de “verdad”.
Y lo mismo puede aplicarse, creo yo, a la mayor parte de las paradojas de mente
y materia que se encuentran en el meollo de este libro. Lo que tan sagazmente
demuestra el libro es que cuando las personas llevan sus conceptos de sentido
común acerca de la mente, al País de las Maravillas de las computadoras de
Ciencia Ficción, teleclones y cirugía cerebral, se pueden alterar esos conceptos de
sentido común en un abrir y cerr ar de ojos. Por ejemplo, se encuentran concluyen
do que una persona puede estar al mismo tiempo aquí y allá, o que la conciencia
puede residir en las páginas de un libro, o que una máquina puede tener libre
albedrío. Pero la pregunta que a menudo queda implicita en los cuentos y los
comentarios —a saber, “¿Podemos inventar un nuevo tipo de elástico filosófico
que nos salve, en el futuro, de la molestia de tener nuestros conceptos mentales
colgando en torno de nuestras rodillas?” — me parece errónea. La pregunta debe
ser: “ ¿Podemos aprovechar esta molestia para descubrir cuáles son los límites
de nuestros conceptos existentes, y por qué?’’ En otras palabras, una pregunta de
psicología y no de filosofía. Y, para el caso, una pregunta de psicología evolutiva.
,QL'F. ES I.A MENTE? NO IMPORTA 169
mesa de conferencias y con el pene colgando inerte a unos cuantos metros del señor
Andropov, podía jugar al juego de la política internacional y como un dios tratar
las vidas de millones de sus congéneres. Ningún ser humano desnudo podría
amenazarnos con oprimir el “botón nuclear”.
Llego así a mi propuesta. Nuestros dirigentes no deben tener más remedio que
entrar desnudos en el salón de conferencias. En la Asamblea General de las
Naciones Unidas, en las negociaciones de Ginebra, por el desarme, en la próxima
“cumbre”, en Moscú o en Washington, deberá haber un letrero fijado a la puerta:
“Puerta de la realidad. Tras este punto, sólo seres humanos. ,A'ada de ropas." Y
entonces, cuando la ex dama de hierro ocupe su lugar al lado del ex comisario
biónico, deberán comprender que ni él ni ella están hechos de hierro o de acero,
sino de un material mucho más cálido, mucho más suave y mucho más mágico:
carne y hueso. Tal vez cuando el señor Andropov se contemple el ombligo v
comprenda que él, como el resto de nosotros, una vez estuvo unido por esa parte a
una madre orgullosa y dolorida, cuando la señora Thatcher sienta que el paño de
la mesa le hace cosquillas en el estómago, ambos empezarán a reir al pensar en sus
pretensiones de ser dirigentes sobrehumanos de las vidas de otros. Si no hacen en
realidad el amor, por lo menos, difícilmente serán capaces de hacer la guerra.
v
BlU U IQ JM »
X IX . C U A TR O M IN U TO S PARA LA M EDIANOCHE
día de otoño Ayax, buscando su hogar de invierno, avanzó sin ser notada bajo la
pila de leña y helécho que mi padre estaba formando para el día de Guy Fawkes.
Al pasar los días e ir añadiéndose más y más piezas de leña a la pila, Ayax debió de
sentirse cada vez más segura; cada día recibía mayor protección contra la lluvia y
el granizo. El día 5 de noviembre, leña y tortuga quedaron reducidas a cenizas.
¿Hay algunos de nosotros que aún crean que el estar apilando armas sobre armas
aumenta nuestra seguridad, que los peligros no son nada comparados con la
seguridad que nos dan?
Sí, hay algunos de nosotros. Y no es muy sorprendente que los haya, pues
quienes tienen autoridad hacen poco o nada por informamos de los peligros. No
oímos al primer ministro británico hablar acerca de que el mundo “se encuentra al
borde del abismo”. No oímos al secretario de la defensa decir que la carrera por las
armas nucleares carece “completamente de lógica” . El director general de la BBC,
protege al público de televisión de ver la película El juego de la guerra, porque
calcula con toda razón que la gente la consideraría alarmante y perturbadora. Los
directores de periódicos y los corresponsales de la defensa se han vuelto apologistas
de la política oficial, en lugar de cumplir con su tradicional y honroso papel de
críticos. Y cuando recibimos noticias de lo que está ocurriendo, están redactadas
en un lenguaje destinado a conquistar nuestra admiración hacia las maravillas de
la tecnología militar y acallar nuestros temores y embotar nuestra sensibilidad. El
habla de las noticias —el habla del Pentágono— es utilizada por los portavoces de!
ejército para distanciarnos de la realidad. Se ha vuelto lugar común, como observó
el arzobispo de Canterbury en un discurso pronunciado en Washington, referirse a
la destrucción de una ciudad y de su pueblo como “blanco demográfico”.6
Y sin embargo... y sin embargo nadie, ni siquiera la mayoría de la,población se
deja engañar. Encuestas de opinión efectuadas el año anterior muestran que, pese
a tanto hablar de la eficacia de una estrategia de disuasión, casi la mitad de la
población adulta espera la guerra nuclear durante su propia vida. Pese a tanto
hablar acerca de la defensa civil, uno de cada diez cree que él y su familia no
morirían. Y eso, desde luego, es sólo la población adulta; nadie ha efectuado aún
una encuesta nacional de nuestros niños de escuela, pero los padres y los maestros
saben que también los niños, y tal vez los niños más que nadie, están profundamen
te preocupados. Un inspector de escuelas de condado escribe en una carta a The
Times: “Yo he participado en lecciones de discusión, cuando los niños han sacado
la cuestión de la bomba. Muchos de ellos han llegado a aceptar que tal vez no
vivan sus vidas completas... Algunos sonríen... otros están más penosamente
conscientes de lo que se trata.”7 Nunca en tiempos recientes, desde las pestes y
hambres de la Edad Media, pudo tanta gente de este país tener una visión tan
pesimista del futuro.
Pero, ¿los mueve este pesimismo a la acción? Al ser interrogados en nombre de la
revista New Society, 70% de la muestra dijo que le preocupaban las armas nuclea
res... pero nueve de cada diez de este 70% afirmaron que no se podía hacer nada o
bien que no estaban dispuestos a hacer nada. Y aun en el uno de cada diez que dijo
que podría hacer algo, las acciones mencionadas parecen totalmente inconmensu
rables con los peligros percibidos: organizarían una marcha, escribirían una carta
a los periódicos...'
Es como si nos hubiésemos vuelto espectadores pasivos y fascinados de una
tragedia nuclear que se desarrollara lentamente. A mí me enseñaron en la escuela
que la cualidad esencial de una obra trágica es ésta: al levantarse el telón, vemos
una pistola en la pared, y sabemos que en el último acto, el héroe o la heroína
tomará la pistola de la pared y se matará. Tiene que ser así, pues la lógica interna
de la obra no tolera otro fin... Pero ahora no somos el público de esta obra. Somos
nosotros los que nos mataremos.
Es fácil para aquellos de nosotros que no somos historiadores engañarnos
pensando que nada semejante ha ocurrido antes... y que como nunca ha ocurrido
antes, realmente no puede ocurrir hoy. Pero sí ha ocurrido antes, si bien no én
escala tan desastrosa. Hay, en realidad, terribles precedentes en la historia:
tiempos en que grupos enteros de seres humanos, hombres y mujeres cuyo amor a
la vida no era menor al nuestro, fueron casi sin protestar a la destrucción, “como
las víctimas de algún tipo de hipnotismo, como hombres en un sueño”. Estoy
pensando en los sufridos judíos europeos de la última guerra, en la forma en que
muchos de ellos pacientemente tomaron los trenes que los conducían a los campos
de exterminio; en lo que ocurrió en 1942 en una cañada cercana a Kiev conocida
como Babi Yar, donde miles sobre miles hicieron cola para ser ejecutados, madres
y padres de la mano con sus hijos, avanzando lentamente hasta llegar al frente de la
línea y ser ametrallados. Pienso en las víctimas de las purgas stalinistas de la Rusia
de los años treinta, en la forma en que, semana tras semana, la gente veía a sus
camaradas desaparecer en las cámaras de tortura y Jas cárceles; sabían que ellos
serían los siguientes... y aguardaban.
En su valerosa memoria de las purgas, Esperar contra toda esperanza, Nadezhda
Mandelstam, viuda del poeta ruso Osip Mandelstam, describe cómo, con incredu
lidad, observó primero a sus amigos y finalmente a su esposo seguir el mismo
camino que los demás.
Después me pregunté a menudo si lo correcto es gritar cuando nos están golpeando o
pisoteando... Decidí que lo mejor es gritar. Este sonido plañidero es expresión concentra
da del-último vestigio de dignidad humana... Con sus gritos un hombre afirma su
derecho a vivir, envía un mensaje al mundo exterior, en demanda de asuda, y pide
resistencia. Si no queda más, debemos gritar. El silencio es el verdadero crimen contra la
humanidad.5
¿Por qué no gritamos? ¿Por qué, ante la amenaza nuclear, tantos de nosotros
adoptamos una política de quietud y colaboración? ¿Por qué elegimos la pasivi
dad antes'que la protesta? “Papá, ¿qué estás haciendo tú por detener la próxi
ma guerra?”
B Ant- Society, 25 de septiembre de 1980.
5 Nadezhda Mandelstam, Hope Against Hope, Collins and Harvill Press, 197i.
ISO CUATRO MINUTOS PARA LA MEDIANOCHE
Ese hombre es muchas personas distintas... y la respuesta apropiada a una
persona no necesariamente será apropiada a la otra. Pero sov yo y es usted. Y al
tratar de explicar por qué tantas personas no están haciendo nada, no seguiré el
fácil camino de sugerir explicaciones de una índole que siempre parece convenir a
otros mucho mejor que a nosotros mismos... Explicaciones, por ejemplo, de vacui
dad moral, obediencia ciega a la autoridad o simple estupidez. No cabe duda de
que el mundo tiene su propia proporción de ovejas que no piensan, y no cabe duda
de que no están haciendo nada. Pero no están solas. Y vo quiero aquí traer la
discusión más cerca de nosotros: enfocar cosas que he sentido en mí mismo, que yo
conozco entre mis amigos y que creo que también el lector reconocerá. En todos
nosotros hay en acción poderosas fuerzas inhibidoras, que nos bloquean o nos
desvían de toda protesta efectiva. Hablaré primero de incomprensión y negativa,
después de embarazo social, después de impotencia y, cuarto, y tal vez lo más
siniestro a lo que llamaré el Síndrome del Doctor Insólito, sentimientos latentes
de admiración, casi de apetito, por la bomba y la solución final que ofrece.
Empezaré por la incomprensión, donde sospecho que muchos de nosotros
empezamos y terminarnos. Las armas nucleares no son comprensibles: ni usted ni vo
tenemos ninguna esperanza de comprender exactamente qué son v qué hacen. Al
decir esto, no estoy menospreciándonos; es casi un cumplido, pues no veo cómo
algún ser humano cuya inteligencia y sensibilidad han sido formadas por hechos y
valores tradicionales, podría comprender la naturaleza de estas armas antinatura
les y extraterrenas. Los llamados “hechos" acerca de la Bomba no son hechos en el
sentido ordinario: no son hechos que podamos relacionar, con que podamos
establecer contacto. Son simples números, palabras.
Permítaseme repetir un hecho. La bomba que cayó en Hiroshima mató a
140 000 personas. El uranio que contenía pesaba unos doce kilos; habría cabido en
una pelota de cricket. Y 140 000 personas son casi lo mismo que la población total
de Cambridge.
Yo, por mi parte, no puedo captar ese tipo de hechos. No puedo establecer la
conexión entre una pelota de cricket y la muerte de todos los que viven en
Cambridge. No puedo imaginarme los 140,000 cadáveres, y mucho menos sentir
compasión por cada individuo que muere. Y cuando alguien me dice —y yo les
digo— que una guerra entre los Estados Unidos y Rusia significará ahora una
Segunda Guerra Mundial a cada segundo, y que el equivalente de 5 000 bombas
como la de Hiroshima caerán sobre Inglaterra, mi imaginación queda en blanco.
No sólo se trata de que yo no pueda soportar el pensamiento: ni siquiera puedo
concebir la idea de 5 000 bombas como la de Hiroshima... 5 000 veces 140 000, igual
a 700 millones. Setecientos millones de muertos en una población de 50 millones.
Aquí, algo está mal en alguna parte. Cada quien muerto diez o veinte veces.
Dejemos todos esos absurdos. Por mucho que nos esforcemos, no captaremos el
mensaje. Nuestra mentalidad está delicadamente afinada por una cultura y por
una evolución para responder a las frecuencias del mundo real. Y cuando nos llega
un mensaje de una longitud de onda ajena, no despierta vibraciones. Los llamados
hechos pasan a través de nosotros, como emisiones de radio llegadas de las estrellas.
Hay precedentes extraños e interesantes en la historia. Cuando el gran navio del
capitán Cook, el Endeavour, entró navegando hace 200 años en Botany Bay, los
CUATRO MINUTOS PARA LA MEDIANOCHE
aborígenes australianos que pescaban ante las costas no mostraron ninguna reac
ción. “El navio” —estoy copiando de la bitácora de Joseph Banks—, “el navio
pasó a unos 400 metros, pero ellos ni siquiera levantaron la mirada... No expresa
ron sorpresa ni preocupación". En la experiencia de aquellos hombres, nunca algo
tan monstruoso se habia visto sobre la superficie de las aguas... Y entonces, al
parecer, no pudieron verlo cuando llegó.
Pero aquélla era una ceguera selectiva. Cook bajó sus botes de remos: entonces los
aborígenes se alarmaron, y entonces corrieron a sus defensas. Ciegos ante el terror
más grande pero incomprensible, reaccionaron con prontitud a una amenaza que
estaba dentro de su esfera.
Tamhién nosotros reaccionamos selectivamente a las amenazas hechas por el
hombre. No son los peligros gigantescos ni las tragedias gigantescas, sino la
situación de seres humanos en particular la que nos alarma. En una semana en que
3 000 personas mueren en un terremoto en Irán, un niño solitario cae en el pozo de
una mina en Italia... y todo el mundo se consterna. Seis millones de judíos reciben
la muerte en la Alemania de Hitler, y es Ana Frank, temblando en su buhardilla, la
que queda para siempre en nuestra memoria.
La historia de Hiroshima puede contarse como la historia de seres humanos en
particular. Por ejemplo, el cuento de una niñita:
C u an d o volvió m i abuela, yo le p regu nté “ ¿D ónde está m am á?". “ Y o la llevé sobre mis
espaldas” , m e contestó. M e sentí infeliz y g rité “ ¡M am á!” pero al m ira r m ás de cerca, vi
que sólo llevaba u n a m ochila. S entí g ra n decepción... entonces m i ab uela se q u itó la
m ochila y de allí sacó unos huesos... E cho m ucho de m enos a m i m a d re .10
Keiko Sasaki y su madre. Pero multipliquemos esta tragedia por 100 000, y
pierde todo significado. Cada uno de nosotros es demasiado humano para com
prender el poder asesino de armas nucleares, estamos demasiado cerca de la buena
tierra para comprender cómo una pelota de cricket de metal puede hacer explo
sión con la fuerza de 10 000 toneladas de t n t . Cada uno de nosotros tiene la
ceguera de aquellos aborígenes.
Tenernos que-vivir con esta ceguera. No cambiará. No espero que mi perro
aprenda a leer The Times, ni espero que yo o ningún otro ser humano aprenda el
significado de la guerra nuclear, o hable racionalmente acerca de megamuertes o
megatones de tn t . Lo más que podemos pedir es un reconocimiento abierto de
que ni nosotros, cuando protestamos contra los armamentos nucleares, ni los
generales y los políticos cuando los defienden, sabemos de qué estamos hablando.
Y sin embargo, sí sabemos algo acerca de lo que estamos hablando. Aunque sólo
sea ello, sabemos que estamos hablando de algo que si ocurriera, sería muy, muy
malo. Y con este conocimiento podemos encontrarnos sufriendo de otro tipo de
ceguera, una ceguera igualmente humana pero en muchos aspectos menos inocen
te que la ceguera que procede de la falta de comprensión. Me refiero a la ceguera
deliberada que se apodera de nosotros cuando vemos algo y luego lo rechazamos:
cuando reconocemos la verdad, o al menos parte de la verdad, y —encontrándola,
ln A. Osada, en Childien uf Hiroshima, cd. Y. Fukushima, Taylor and Francis, 1980.
182 CUATRO MINUTOS PARA LA MEDIANOCHE
tal vez, demasiado dolorosa o inconveniente— mediante la censura le bloqueamos
el acceso a nuestro consciente. Me refiero a lo que los psicólogos han llamado
rechazo. Llamémoslo racionalización de los deseos, si queremos, o llamémoslo
optimismo, o buen hábito inglés de no tomar las cosas demasiado en serio. Todo se
reduce a lo mismo.
Desde luego, el rechazo tiene excusas buenas y obvias. No sólo ayuda a llevar
una vida cómoda. Algunos dirían que es el único tipo de vida digna de vivirse. Sin
duda, no podemos proceder normalmente a la sombra de la Bomba. La perspecti
va de la guerra nuclear, si le diéramos entrada, sería absolutamente deprimente y no
nos permitiría pensar en otra cosa. Si le diéramos entrada quitaría el significado al
resto de nuestras vidas, dándonos fin como personas creadoras y productivas. Es
una perspectiva que contradice categóricamente cualquiera otra perspectiva que
nos sea valiosa.
Los seres humanos aspiran a la congruencia en sus asuntos. No pueden mante
ner creencias incompatibles; al menos, no por mucho tiempo. Al parecer, tenemos
que ver la derecha del cuadro, o bien la izquierda. O bien creemos que el mundo
está amenazado de extinción, o no lo creemos. ¿Cómo podemos al mismo tiempo
declararnos en favor de los derechos humanos, consagrarnos a nuestros hijos,
esforzarnos por producir obras de arte y de sabiduría duraderas... y al mismo
tiempo tomar en serio una visión del futuro en que no hay hijos, en que no quedará
nadie para leer nuestros libros y en que nuestros cuadros, nuestras casas y nuestros
jardines terminarán en polvo? Una u otra visión tiene que desaparecer.
No nos engañemos. Los peligros no disminuirán si cerramos los ojos ante ellos. Si
no podemos seguir viviendo normalmente bajo las sombras de la Bomba, entonces,
por el momento tenemos el deber de no seguir normalmente. Vivimos en una época
en que negar la perspectiva de la muerte nos puede costar la vida
Y sin embargo, trate de decirlo a los demás. Trate de decirlo en Cath, y
publicarlo en las calles de Askelon... pues la actitud de las hijas de los filisteos ha
cambiado poco. Decir la verdad entre quienes no quieren oírla es considerado casi
como un acto de agresión... una invasión de la intimidad, un allanamiento del
espacio de otros. No es bonito, no se hace...
Hace un año, en Pennsylvania, Estados Unidos, ocho personas que protestaban
contra la guerra nuclear, y que se llamaban a sí mismos los Arados 8 (incluían a
dos sacerdotes, una monja, un abogado y un profesor de historia) irrumpieron en
una fábrica de armamentos y dañaron el cono de un proyectil Mark 12 con un
martillo.11 En su juicio, se les acusó de allanamiento, de conspiración criminal y de
invasión. Cada uno se enfrentó a una sentencia máxima de veinticinco años. “Esta
*vez”, dijo el fiscal, “han ido demasiado lejos”. Sí habían ido demasiado lejos,
habían invadido: pero su allanamiento no fue tanto contra la propiedad de la
General Electric Company como contra la mente del público norteamericano. Al
atacar el proyectil con un martillo, estaban obligando a otros a pensar, aunque
fuese por pocos momentos, acerca de un tema considerado indecente: la cuestión
de para qué podía ser semejante proyectil.
lz Citado en Raúl Hilberg, Tht Destruction of the European Jews, VV. H. Alien, 1961.
13 Listener, 4 de ¡unió de 1981.
184 CUATRO MINUTOS PARA LA MEDIANOCHE
con burlas más sutiles pero igualmente desdeñosas. Por ejemplo, Alistair Cooke
escribió hace algunos años acerca de Bertrand Russell en el Manchester Guardian-.
“Un enanito suspendido ante una enorme pantalla de cinemascopio... un encanta
dor títere buscando un milagro y, al hacerlo, inflando su minúsculo cuerpecillo...
‘se trata’, dijo en su alta voz nasal, ‘de la cuestión más importante que los hombres
hayan tenido que decidir en toda la historia de la especie humana’ ” 14 ¿Un insulto
sutil? Sí, un insulto sutil porel que un hombre que ha revelado demasiada emoción
es definido como un pelele, como un títere sin emociones.
Lord Russell, par del reino y el más grande filósofo de Inglaterra, sin dtida podía
soportar este tipo de insultos. Pero pocos de nosotros tenemos la confianza social o
intelectual de Russell. Entonces, no es de sorprender que a veces nos convenzamos
a nosotros mismos de que, pensemos lo que pensemos en privado, simplemente no
es nuestro papel adoptar una actitud pública contra la Bomba. Lores, filósofos,
actrices, sacerdotes... todos lo hacen. Ellos pueden exhibirse. Pero, ¿y el resto de
nosotros? Bueno, en general,' pensándolo bien, nos gusta guardar la calma. No
estamos habituados a gritar, ni a cantar salmos, ni a decir que nuestro problema es
el más importante en toda la historia déla especie humana, aun cuando el agua ya
nos llegue a los pies. El primero que muestre pánico será un cobarde.
Pero hay otra razón, en ciertos modos más reveladora, de que aun los más
valerosos de nosotros podamos mostrarnos renuentes a hablar. No es tanto que nos
importe la acusación de malos modales, o que nos incomode encontrarnos mencio
nando un problema inmencionable, cuanto que nos incomoda encontrarnos
mencionándolo y sin embargo no haciendo nada. Si vamos a alarmar a la gente, más
nos vale alarmarla con algún propósito; más nos vale ofrecer una solución al
problema, y lo que es más, debemos mostrar con nuestro ejemplo que nosotros
mismos estamos buscando activamente la solución. No podemos simplemente
tocar a la puerta del vecino y decirle: “El mundo está al borde del abismo final...
pensé que le gustaría saberlo.” Si nosotros mismos no tenemos una solución, o si
no estamos dispuestos a dedicar nuestras vidas a encontrarla, entonces no sólo son
los demás sino nuestras propias conciencias las que nos dirán que cerremos la
boca. No resulta honorable ser un profeta impotente... llenode protestas pero sin ira
ninguna parte.
Impotencia. Me refiero a esa horrible sensación que muchos de nosotros conoce
mos, de que en realidad no hay nada que podamos hacer, de que en realidad somos
como títeres aplastados por fuerzas poderosas sobre las que los seres humanos no
tienen ningún dominio.
No encuentro razones objetivas para esta impotencia. No hay nada en la
^situación política, económica o estratégica que nos imponga que el mundo debe
continuar su curso actual. Cuando la gente habla déla amenaza rusa, o acerca del
poder del complejo militar-industrial, o acerca de la marcha incontenible de la
tecnología de las armas, está ofreciendo pantallas, no explicaciones, de por qué
sigue adelante la carrera. Aún me falta oír una buena razón para no contenerla
mañana.
14 Manchester Guardian, 1955, citado en E. P. Thompson, Out of Apathy, Stevens and Sons, 1960.
CUATRO MINUTOS PARA LA MEDIANOCHE 18.5
15 Cuantían, 20 de ju n io d e 1981.
Ili YV. C a n n o n , citado en M. Seligman, Helplessness, Freeman, 1975.
BiautgígS?
185 CUATRO MINUTOS PARA LA MEDIANOCHE
Bomba es, patentemente, un arma sobrehumana: destructiva hasta donde no
alcanzamos a comprender y, si queremos verla así, magnífica hasta donde tampo
co alcanzamos a comprender. No es de sorprender que el temor de la gente se
mezcle con un pavor reverencial: si se dejan hipnotizar por la belleza de la Bomba
y su fascinadora potencia. Los primeros creadores de la Bomba, los físicos que la
integraron en 1945, también trataron su creación con reverencia casi mística.
Cuando Robert Oppenheimcr presenció la primera explosión de prueba en el
desierto de Nuevo México, en Alamogordo, las palabras que le vinieron a la mente
fueron las del libro sagrado, el Bhagavad Gita: .
Si lo radiante de mil soles
estallara a la vez en el cielo,
eso sería como el esplendor del Poderoso...
Me he vuelto la muerte,
la quebrantadora de mundos.
A aquella prueba se le dio un nombre en clave, Trinity. Y en el informe oficial de
la explosión, el lenguaje estuvo lleno de imágenes específicamente cristianas. He
aquí una parte del informe que fue llevado a toda prisa al presidente Truman, que
estaba reunido con Churchill y Stalin en Potsdam:
Iluminó cada pico, cañada y cordillera de las montañas cercanas, con una claridad y una
belleza que no pueden describirse, sino que hay que verlas para imaginarlas. Fue la be
lleza con la que sueñan los grandes poetas, pero que la describen de la manera más
pobre e inadecuada... Luego llegó el poderoso, sostenido, terrible rugido que advertía
del juicio final y que nos hizo sentir, a nosotros, pobres cosas minúsculas, como blasfemos
por atrevernos a manipular fuerzas hasta aquí reservadas al Todopoderoso...17
¿Hasta aquí reservadas al Todopoderoso... y en adelante reservadas a Truman,
Churchill y Stalin? ¿A Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Y'uri Andropov? No.
Que nos perdonen si vemos a nuestros jefes políticos como servidores, no como
amos de esta fuerza, y a la propia Bomba como un airado gigante que, despertado
de su sueño, se vengará de la arrogancia del hombre, parecido al Jack Matador de
Gigantes.
Es fácil comprender cómo las personas pueden pasar de este tipo de imagen
supersticiosa a una visión verdaderamente apocalíptica de una guerra nuclear.
Quiero decir ahora “apocalíptica” en el antiguo sentido: Día deljuicio. Un día en
que la Bomba llegará a juzgar a los vivos y a los muertos. Un día que será visto por
algunos como un día de renovación, un holocausto purificador... cuando nuestra
^decadente civilización deberá responder por sus pecados, por no comprender o no
dar uso adecuado a los dones de la ciencia y la tecnología, su fracaso en el Tercer
Mundo, su capacidad de establecer un firme orden moral.
Como prueba de que, en realidad, hay en este país personas que ven el
holocausto como un periodo de renovación, léase la revista de la industria de los
17 Brigadier Thomas Fairel, citado en R. J.Lifton, The Broken Connection, Simon & Schuster, 1980.
CUATRO MINUTOS PARA LA MEDIANOCHE 187
refugios nucleares, Protect and Survive Monthly. El espíritu de la frontera está aún, se
nos dice, vivo y bien, y estará viviendo “en alguna parte de Inglaterra” dentro de
diez años, cuando los sobrevivientes de la próxima Guerra Mundial estarán
llevando unas vidas heroicamente autosuficientes a base de la agotada tierra,
sonriendo y silbando y abriéndose paso a tiros. Los fusiles son “básicamente" para
emplearlos contra hordas de animales merodeadores, aunque, “tristemente” tam
bién se les podrá necesitar, tal vez, contra nuestros congéneres humanos. Nadie
dice que la próxima guerra no vaya a ser horrible. Podrá e indudablemente será
maravillosamente horrible, como Dunkerque, como el bombardeo de Londres...
siempre que aquellos a quienes se llama “derrotistas”, “topos”, oportunistas,
chiflados, locos y traidores no se salgan con la suya e impidan que se desate.18
O léase —no, no se permitirá, porque es un documento confidencial— el Plan
de Contingencia de Guerra de una de nuestras Autoridades Regionales de Salu
bridad:
De este modo, una nación es como un bosque, y el objetivo de la plancación de guerra es
lograr la supervivencia de los grandes árboles... si todos los grandes árboles y gran parte
de los arbustos son talados, un bosque podría no regenerarse durante siglos. Sin
embargó, si se deja un número suficiente de los grandes árboles, si la tala es hasta cierto
grado selectiva y controlada, la recuperación es rápida... quedará suficiente hojarasca si
podemos describir así a 30 millones de sobrevivientes. La política de planeación es
claramente elitista...19
Las fantasías apocalípticas siempre han estado acechando bajo la superficie del
subconsciente de los(hombres. Han resurgido una y otra vez en la historia en
tiempos de dificultad, incertidumbre e inseguridad moral. Durante la Edad
Media, la imagen del Día del Juicio nos habría sido familiar, uno de los pocos
cuadros que conoceríamos, pintando sobre el crucero en los muros de la iglesia
local. Y desde el pulpito nos habría llegado el trueno del Apocalipsis de San Juan.
Lo cito ahora como descripción de una fantasía que podría ser la realidad de la
guerra nuclear:
Y vi, y he aquí un caballo amarillento, y el que montaba sobre él tenía por nombre
“Peste”, y con él iba en pos el Infierno... y sobrevino un gran terremoto y el Sol se tornó
negro como saco tejido de crin, y la Luna entera se tornó como sangre, y las estrellas del
cielo cayeron en la Tierra... y el cielo fue retirado como un libro que se arrolla, y todo
monte e isla fueron removidos de sus sitios. Y los reyes de la tierra, y los magnates, y los
tribunos militares, y los ricos, y los poderosos, y todo siervo y libres se escondieron en las
cavernas y en las peñas de los montes; y dicen a los montes y a las peñas: “Caed sobre
nosotros y escondednos de la faz del que está sentado sobre el trono y de la cólera del
Cordero...2'1
Caed sobre nosotros... un extraño imperativo. En este estado mental, la gente
10 Protect and Survive Monthly. 1901.
:s Non East Thames Regional Health Authority Contingency War Pian, 1980.
20 Apocalipsis de San Juan, 6:8, 12-15.
188 CUATRO MINUTOS PARA LA MEDIANOCHE
puede llegar a recibir con alegría aquello mismo que teme, se puede seriliratraída
a la catástrofe inminente... como Trilby a Svengali, como conejos hipnotizados
por la serpiente que se enrolla. Tal es el Síndrome del Doctor Insólito. Un apego a
las máquinas de destrucción, un cariño aun al feliz estado de ser destruido.
Pues las personas no aceptan fácilmente el hecho de su propia muerte. Como tin
suicida que deja una nota “Me imagino a ustedes leyendo esta nota cuando yo me
haya ido’’, la gente se imagina a sí misma de pie por encima del caos en que ella
misma ha muerto... y puede experimentar una repulsiva excitación ante las
imágenes de destrucción y descomposición.
“Hazlo bellamente”, dice Hedda Gabler a Lovborg, al tenderle la pistola. Oh,
sí, lo haremos bellamente. ¿Qué más bella manera de hacerlo que en la forma en
que los poetas lo sueñan, pero lo describen pobre e inadecuadamente? Pero la
pistola se dispara por accidente, y Lovborg cae y sufre una muerte miserable, no
con el corazón atravesado, sino con los testículos atravesados. La Bomba no es
bella. Debemos hacer que caiga el telón sobre esta Obra Trágica, y gritar fuera del
escenario.
El silencio, dijo una vez Nadezhda Mandelstam, es el verdadero crimen. En
ruso, su nombre ‘'nadezhda" significa “esperanza”. La esperanza está en la esperan
za. Así como la desesperación puede ser una profecía que se autocumpla, también
lo puede su opuesto. La esperanza, asimismo, creará su propio objeto, dándonos la
fuerza de espíritu y la voz necesarias para atacar nuestro embarazo, nuestra
impotencia, nuestras propias y oscuras imágenes de la muerte, y surgir a un mundo
que no sólo es creación nuestra, sino de nuestra elección.
Cuando Mountbatten pregunta, “¿Se reúnen algunos de los responsables de este
.curso desastroso y tratan de meter los frenos?" La respuesta debe ser “¡Observad
me!” Y la respuesta “No” podrá reservarse para una pregunta distinta, la pregun
ta que el propio Jacob Bronowski se planteó al término de su ensayo, Science and
Human Values: “¿Ha adherido la ciencia a nuestra sociedad un monstruoso don de
destrucción, que no podemos deshacer ni dominar y que como un autómata con
mecanismo de relojería acabará por rompernos el cuello?” No. La Bomba no es un
autómata incontrolable, y nosotros no somos incapaces de controlarla.
Nuestro control se encuentra —como siempre se ha hecho cada vez que se ha
tratado— en la fuerza del argumento público y la ira pública. Fue la opinión
pública en este país la que puso fin al tráfico de esclavos; una opinión expresada
entonces, como puede expresarse ahora, mediante folletos, discursos y reuniones en
cada ayuntamiento municipal. Fue el temor a la ira del público el que impidió que
el presidente Nixon empleara la bomba atómica en Vietnam, y fueron las protestas
fdel pueblo norteamericano contra esa guerra cruel e insensata las que finalmente
lograron el retiro norteamericano.
Olvidamos, a veces, nuestro propio poder. En este país, cada penique que se
gasta en armamentos es dinero que nosotros suscribimos, cada hectárea de tierra
tras una cerca de púas en torno de cada base de bombarderos en una hectárea de
nuestra tierra y cada decisión tomada por cada ministro de Estado es una decisión
tomada en nombre nuestro por un representante elegido para servirnos a nosotros. Si
aquellos a quienes confiamos nuestros asuntos adoptan extrañas políticas, si una
vez en su cargo resultan agentes dobles —una mano para acariciar a nuestros
CUATRO MINUTOS PARA I.A MEDIANOCHE 189
bebés, y la otra saludando a la Bomba— entonces tenemos el derecho y el deber de
despedirlos como incapaces.
¿Qué ocurre cuando una fuerza irresistible choca con un objeto en movimiento?
Pues, se mueve. Pero no ocurrirá fácilmente. La esperanza de Nadezhda fue
estridente y poderosa. También debe serlo la nuestra.
Dylan Thomas dijo estas palabras a su padre ya achacoso:
No te vayas suavemente a la noche buena,
Protesta con rabia contra la muerte de la luz.
ÍNDICE
Reconocimientos........................................................................................................ 7
Prólogo......................................................................................................................... 9
E stética e ilusión
IX . El engaño de la belleza................. 111
¿Por qué es importante la clasificación?.................................. 116
¿Sobre qué tipo de “ evidencia” se basan los sistemas de
clasificación?........................................................................................... 116
La propensión a clasificar y el amor a la “ rim a” ..............118
X . Sobre poner la mejilla izquierda............................................................ 126
X I. Mariposas que se pegan............................................................................ 131
193
104 INDICE
f
Este libro se terminó de imprimir y encuader
nar en el mes de enero de 1989 en los talleres
de Encuadernación Progreso, S. A. de G. V.,
Calz. de San Lorenzo, 202; 09830 México, D. F.
Se tiraron 2 000 ejemplares.