Según cuenta Raymond Williams el término consumir, en una de sus
primeras acepciones, se relaciona con los conceptos de “destruir, gastar, dilapidar, agotar”, lo cual chocaba claramente con el acento productivista de la época del industrialismo de los siglos XIX y XX, siendo esta la razón por la que el término consumo se relacionó en aquella época como una consecuencia del trabajo duro y disciplinado, es decir, que el consumo era una derivación del trabajo, un concepto subordinado en una economía ligada a la producción de bienes.
Resumiendo, el consumo se entendía en el siglo XX como una
actividad disciplinada y discreta; en consonancia con el trabajo disciplinado y duro que lo permite. Aquella idea de consumo vinculada al exceso era propia de las tradiciones populares de las ferias y carnavales de la Edad Media, en los que se habilitaba temporalmente la excitación y el descontrol de las emociones y los placeres corporales, espacios fronterizos entre lo prohibido y lo fantástico. Pero las ferias y carnavales eran momentos seleccionados de desorden en un mundo de orden.
En tiempos del industrialismo los momentos de exceso estaban
reservados a ciertos espacios de la ciudad (barrios bajos y grandes tiendas) y al tiempo restringido de las vacaciones y el ocio. Pero con la aparición de nuevos sectores sociales en ascenso se comenzó a poner en tela de juicio esta consideración subordinada del consumo al trabajo, para pasar a ocupar un lugar central y dominante en la cultura de la segunda mitad del siglo XX. Así el consumo pasa a primer plano aunque siga relacionado con conceptos tales como exceso y desorden, conservando un valor ciertamente negativo.
Será en el siglo XXI, en el marco de la Cultura-Mundo, cuando a la
producción económica ya no sea vista como una respuesta a la escasez de productos sino como una actividad autónoma de generar bienes, es decir, no se produce para solucionar la escasez de cosas sino para generar el exceso de ellas para su consumo, y para esa finalidad se vuelve necesario que las cosas se “destruyan” (consuman) para poder alimentar el circuito productivo.
El consumo como virtud se vuelve la solución para motivar el
crecimiento productivo, será el consumo en exceso el que alentará la producción en exceso; y es a partir de este cambio donde el consumo deja de considerarse un valor negativo y adquiere una consideración positiva. El consumo pasa de ser una consecuencia del sistema productivo a ser su causa. Aparece entonces en escena una nueva ética del consumo, relacionada con el tiempo presente, el aquí y ahora, la expresión individual, el hedonismo, la belleza corporal, el cultivo del estilo. No es un consumo dictado por las necesidades fijas sino adherido a nuevas imágenes y signos, no hay una actitud utilitaria en este nuevo consumo sino una afirmación de un estilo de vida que expresa la propia individualidad.
En nuestra Cultura-Mundo la existencia de límites al consumo se ha
disuelto y hoy TODO es consumo, todo es consumible. Vivimos a tiempo completo en el exceso de consumo y el desorden administrado, se trata de una sociedad de consumidores dentro de una cultura de consumo.
En el siglo XX ya existía una sociedad de consumo, pero con límites,
normas y marcos de cómo consumir, pero hoy existe una sociedad en la que cada uno se ocupa de consumir sin ninguna limitación más allá de las condiciones económicas particulares, donde los propios ciudadanos son lo que generan el consumo espontáneamente y en base a sus deseos y necesidades, una sociedad de consumo a escala hiper, una sociedad de consumidores.