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LA FE, EJE

Y CENTRO DE
LA VIDA CRISTIANA
Introducción
A lo largo del primer núcleo hemos visto el contexto científico-técnico, filosófico y
religioso del mundo actual. Se trata del marco en el que los cristianos de hoy hemos de
realizar nuestro seguimiento de Cristo.
En este segundo núcleo vamos a realizar un estudio sistemático del acto de fe y sus
implicaciones.
En primer lugar, nos centraremos en los presupuestos y fundamentos de la opción
creyente. La fe no es una decisión momentánea y superficial, sino una opción profunda a
la que se llega a través de un proceso de intensa búsqueda. En este camino de la fe no
avanzamos solos, sino que es Dios mismo quien sale primero a nuestro encuentro. Este
encuentro, o mejor, reencuentro, entre Dios y el hombre, es el punto culminante de la fe.
El segundo paso que vamos a dar consiste en descubrir la fuerza liberadora de la fe. La fe
no paraliza, ni aliena, sino que arranca al hombre de sus esclavitudes y le compromete en
la tarea de liberar a quienes están oprimidos y marginados por las injusticias sociales.
Finalmente nos detendremos en la consecuencia más decisiva y trascendente de la fe: la
salvación. Todos los hombres buscamos, en última instancia, alcanzar la felicidad y la
plenitud en nuestra vida. El encuentro con Dios en Cristo nos lleva a esta plenitud de vida
que llamamos salvación. Pero la salvación cristiana no coincide con nuestros simples
deseos humanos, sino que da un sentido nuevo a las más profundas aspiraciones que hay
en el corazón del hombre.

unidad
 I PRESENTACIÓN.
 II PARA INICIAR LA REFLEXIÓN.
 III LA FE EN EL OTRO COMO ACTITUD NECESARIA PARA LA EXISTENCIA
HUMANA.
lii.1 Fe y existencia humana.
III.2 Fe y comunicación humana.
 IV ETAPAS FUNDAMENTALES EN EL CAMINO HACIA LA FE. IV.1
Conocimiento y aceptación de sí mismo.
IV.2 Apertura a la trascendencia.
IV.3 Descubrimiento del Dios revelado en Jesucristo.
IV.4 La decisión de creer o la entrega amorosa a Dios y a los demás.
 V CONDICIONES PARA QUE EXISTA VERDADERA FE. V.l Libertad: la fe es una
opción, no una imposición.
V.2 Racionalidad: la fe es razonable, pero no evidente.
V.3 Gratuidad: la fe es un don, no una conquista.
 VI LA VIDA DE FE: DIMENSIONES DE LA EXISTENCIA CREYENTE.
VI.1 La fe. reencuentro entre el hombre y Dios.
VI.2 La conversión o transformación radical de la propia vida.
VI.3 La fraternidad: dimensión comunitaria de la fe.
VI.4 El compromiso: la tarea de construir el Reino de Dios.
 VII EVALUACIÓN. •
 VIII SUGERENCIAS.
La fe: reencuentro del
hombre y Dios
I Presentación
«La Iglesia, como institución, y cada uno de los creyentes, hemos de aprender a creer en
este mundo que sociológica y culturalmente apenas tiene en cuenta nuestra fe. Es urgente,
por tanto, que la fe vuelva a ser el fruto de una decisión personal, apoyada realmente en
el testimonio y vida de Jesús, celebrada y vivida comunitariamente, en unos sacramentos
y en una real comunión de fe que devuelvan a los creyentes la seguridad y la alegría de su
fe.»
(SEBASTIÁN AGUILAR, F., Antropología y teología de la fe cristiana, Sígueme,
Salamanca, 1975, págs. 136137.)
En este texto está expresado el enfoque con el que nosotros vamos a abordar el tema de la
fe.
Hemos visto en las tres unidades anteriores la situación de la religión en un mundo de
gran desarrollo científico-técnico y en una sociedad profundamente secularizada. Pues
bien, ahora analizaremos en qué consiste ser creyentes, y cómo podemos vivir la fe sin
evadirnos de nuestro mundo concreto.
Esta recuperación del auténtico sentido de la actitud creyente, resulta más urgente en una
sociedad en la que muchos cristianos han perdido conciencia de su propia identidad y se
autocalifican de «creyentes no practicantes».
Esta unidad consta de cuatro partes que guardan una estrecha relación entre sí:
— Empezaremos por describir la confianza en los otros como condición imprescindible
para que el hombre alcance la madurez personal.
— Analizaremos después la relación entre la fe humana y la fe cristiana, para descubrir
mejor las etapas fundamentales en el camino hacia la fe.
— Pasaremos después a un análisis más detallado de las condiciones necesarias para que
exista verdadera fe cristiana.
— Finalmente, veremos cuáles son los ejes fundamentales en torno a los cuales debe
girar la existencia del hombre creyente.
Para que el estudio de esta unidad resulte lo más provechoso posible, debemos
planteárnoslo como una búsqueda de respuestas convincentes a las críticas a la religión
que vimos en la segunda unidad del primer núcleo.
II
Para iniciar la reflexión
Antes de entrar en el desarrollo de la unidad, podemos establecer en la clase un coloquio
para debatir las siguientes cuestiones:
— ¿Qué significa la expresión soy creyente no practicante?
— ¿Cómo podemos justificar ante nuestra propia razón
y ante los no creyentes nuestra decisión de creer?
— ¿Qué razones tenemos para mostrar que ser creyentes no es una forma de alienarse?
— ¿Qué problemas encuentran los jóvenes de hoy en relación con su pertenencia a la
Iglesia?
— ¿Qué aspectos de la fe parece que tiene más olvidados hoy la Iglesia?
La fe en el otro como actitud
necesaria para la existencia
humana
La mayor parte de las palabras con las que nombramos las experiencias y realidades
religiosas están tomadas del lenguaje ordinario o profano. A su vez, este lenguaje surge
para expresar las realidades y experiencias de la vida cotidiana. Si no tuviésemos
experiencias humanas de lo que es la fe, la confianza o el amor, no podríamos utilizar
estas palabras para expresar la relación del hombre con Dios.
La fe, o confianza en los otros, es una realidad básica de la vida humana. El análisis de
las características que tiene esta fe humana nos ayudará a comprender mejor el sentido de
la fe cristiana.
111.1 Fe y existencia humana
En nuestra vida ordinaria la palabra «creer» tiene dos sentidos fundamentales:
— La aceptación de determinados mensajes o informaciones.
— La confianza plena en las personas que nos transmiten dichos mensajes.
Ambos sentidos están relacionados, pues el primero depende generalmente del segundo,
es decir, la confianza que tenemos en otra persona nos lleva a creer las afirmaciones que
hace o los mensajes que nos comunica. '
Para que el hombre pueda alcanzar su propia identidad y madurez personal, necesita la
confianza y acogida de los otros. Durante las primeras etapas de nuestra vida son más
imprescindibles estas experiencias de aceptación y acogida amorosa.
El proceso a través del cual llegamos a la confianza en el otro, y, por tanto, a creer en los
demás, pasa por algunos momentos fundamentales que a continuación describimos:
III
— Aceptar nuestras limitaciones y, por tanto, la necesidad de compartir la existencia
con los demás.
— Descubrir a las personas que nos resultan dignas de entregarles nuestra confianza.
— Acercarnos a esas personas hasta que nosotros nos merezcamos también su
confianza.
— Aceptación mutua desde la libertad y la gratitud.
La fe a la que llegamos mediante este proceso, al estar basada en la libertad y el respeto,
nunca debe convertirse en posesión.
III.2 Fe y comunicación humana
La fe o confianza entre las personas es el cauce más seguro para que se produzca la
auténtica comunicación. En la vida cotidiana nos relacionamos con muchas personas,
pero con muy pocas llegamos a comunicarnos de verdad.
La sociedad actual, a pesar del espectacular despliegue de medios de comunicación
social, ofrece serias dificultades para la comunicación interpersonal. La prisa, el
consumismo, la masificación, el utilitarismo y la superficialidad son factores que influyen
de forma negativa en la comunicación humana (recordar las características de la sociedad
actual vistas en la primera unidad del primer nucleo).
Pero las dificultades para la comunicación interpersonal no proceden sólo de la presión
social, sino también de la estructura de nuestra propia personalidad. Entre los factores
que constituyen la estructura psíquica del ser humano, existen algunos que, de no
superarlos, bloquean la comunicación. De entre estos factores de la personalidad que
generan actitudes contrarias a la comunicación podemos destacar tres:
— El egocentrismo o tendencia a ver a las otras personas en función y al servicio de mi
propio ser.
— El afán de posesión afectiva que nos lleva a no respetar la identidad y libertad de las
personas con las que nos relacionamos.
— El miedo al otro, que genera una actitud de reserva o
desconfianza e impide la apertura y comunicación.
La superación de estas tendencias es el primer paso hacia la comunicación entre las
personas. Pero son necesarias además otras dos actitudes si queremos alcanzar la
auténtica relación interpersonal:
— Abrirnos al otro de forma desinteresada y gratuita, es decir, sin buscar utilidad o
provecho personal.
— Mantener siempre la propia libertad e identidad al tiempo que se respeta la libertad e
identidad del otro.
Resulta fácil comprender que sólo es posible esta comunicación cuando las personas
hemos alcanzado un grado satisfactorio de madurez personal.
Etapas fundamentales en
el camino hacia la fe
El análisis que hemos hecho de la fe humana, como experiencia de aceptación, confianza
y entrega mutua entre las personas, puede servirnos de ayuda para comprender la fe
cristiana en cuanto entrega confiada del hombre al Dios que previamente se le ha
manifestado y le ha ofrecido su acogida amorosa. El «encuentro» no se produce cuando
la relación es momentánea y superficial, sino a través de un proceso que requiere
continuidad y profundidad en las relaciones. Para que este proceso lleve al encuentro
debe pasar por algunas etapas fundamentales. Pues bien, a continuación vamos a
descubrir cada una de estas etapas con sus rasgos más característicos.
IV.1 Conocimiento y aceptación de sí mismo
Una de las grandes preguntas que ha inquietado siempre a los filósofos y a los hombres
en general es la siguiente: ¿Qué es el hombre? Todo hombre que quiera vivir su
existencia con sentido y responsabilidad debe plantearse dicha pregunta. Pero además no
podemos quedarnos en un enfoque abstracto de la pregunta, sino que debemos orientarla
hacia nuestra vida concreta: ¿quién soy yo? A su vez, esta pregunta central se va
desglosando en otras: ¿de dónde vengo?, ¿por qué existo?, ¿para qué vivo?
En la segunda unidad del primer núcleo vimos las respuestas de algunos filósofos que se
han enfrentado con profundidad a estas preguntas (Kant, Heidegger, Buber, etc.). A partir
de las distintas respuestas aportadas podemos descubrir algunas de las grandes claves de
la existencia humana.
 El hombre es un ser temporal. Nuestra existencia se encuadra en tres coordenadas:
pasado, presente y futuro. El pasado se va distanciando cada vez más, aunque forma parte
de nosotros mismos y debemos aceptarlo-como es. El presente está en constante
aniquilación, pues sobre él se precipita un futuro lleno de esperanzas e incertidumbres.
 El hombre es un ser libre. La libertad le da un cierto grado de dramatismo a nuestra
temporalidad, pues nos impulsa
IV
a elegir un camino en la vida renunciando a las otras posibilidades existentes.
 El hombre es un ser acosado. Hasta en las situaciones de mayor felicidad los hombres
sabemos que en cualquier momento nos puede acosar la realidad del dolor y de la muerte.
Ante estas realidades sentimos la tentación de la huida, pero la única actitud responsable
consiste en afrontarlas para encontrar su sentido último.
 El hombre es un ser ansioso. En nuestra vida existe una tensión constante entre lo que
somos y lo que aspiramos a ser. Los animales parece que pueden satisfacer sus instintos,
pero los hombres no llegamos a satisfacer nuestros deseos. Nuestras ansias de verdad,
bondad y belleza no encuentran satisfacción en esta vida. El más radical de los deseos
humanos que consiste en «superar la soledad» queda sin satisfacción plena, aun en el
caso de que lleguemos a experimentar verdaderas relaciones interpersonales.
El reconocimiento de estas posibilidades y limitaciones del ser humano es el primer paso
en el camino hacia la fe. Sin embargo, hemos de tener en cuenta dos principios teológicos
fundamentales:
— Según la tradición cristiana, el reconocimiento de las propias limitaciones es ya obra
de la gracia de Dios que actúa en nosotros.
— No podemos confundir el Dios revelado en Cristo con una simple proyección de
nuestros deseos insatisfechos. (La crítica de Feuerbach nos avisa seriamente de este
peligro.)
IV.2 Apertura a la trascendencia
A partir del conocimiento de nosotros mismos, de nuestras propias posibilidades y
limitaciones, los hombres podemos optar por distintas actitudes ante la vida. Algunas de
las más significativas son las siguientes:
— La huida. Consiste en suprimir la conciencia de la propia limitación y finitud. Existen
diversas formas de evadirse o huir de sí mismo: ocupaciones absorbentes, diversiones que
hacen olvidar los problemas, despersonalización, refugiarse en la masa, etc.
— La búsqueda del sentido de la vida dentro de la finitud. Se trata de los humanismos de
orientación atea que vimos en la segunda unidad del primer núcleo.
— La desesperanza. Es la incapacidad para ilusionarse y, en consecuencia, la negación de
todo sentido a la vida. Existe un tipo de actitud desesperada que aparece con demasiada
frecuencia en la cultura actual. Se manifiesta en películas, canciones, novelas y otras
formas de expresión artística que se recrean en los aspectos más negativos y
contradictorios de la vida.
— La apertura a la trascendencia: Esta actitud supone la eliminación de la superficialidad
y el pragmatismo. La cuestión del sentido último de la vida humana trasciende el campo
de lo empíricamente verificable y, por tanto, escapa a la competencia de las ciencias.
La apertura a la trascendencia puede surgir a través de la búsqueda sincera de la verdad y
la reflexión sobre nuestras propias experiencias.
En definitiva, al intentar comprender la totalidad de nuestra vida y de nuestras
experiencias se nos plantea la cuestión de la «realidad trascendente», pues al profundizar
en la pregunta sobre el hombre nos encontramos con la pregunta sobre Dios.
1V.3 Descubrimiento del Dios revelado en Jesucristo
«En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres
por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nom-
brado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo».
(Heb 1, 1-3)
En este texto, con el que comienza la Carta a los Hebreos, hay una síntesis del proceso a
través del cual Dios se ha manifestado a los hombres. Los hombres siempre han nece-
sitado mediaciones para descubrir a Dios; la plenitud de estas mediaciones es Jesucristo.
«A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre es quien lo
ha dado a conocer». (Jn 1,18)
El hombre, en su actitud de apertura a la trascendencia, es capaz de percibir y discernir la
palabra que le llega como j mensaje de Dios. Pero la distancia entre el hombre y Dios es
insalvable por parte del hombre, si Dios no toma la inicia-
tiva revelándose.

Este «diálogo revelador» de Dios pasa por cuatro fases:


— La creación. El primer modo de hablar que Dios utiliza es el de la naturaleza.
— La historia. La palabra de Dios se hace presente en la historia, que es el ámbito de las
decisiones libres, mientras que la naturaleza se rige por leyes necesarias. El pueblo de
Israel descubre primero a Dios en la historia (Éxodo) y desde allí accede al
descubrimiento de Dios como creador.
— La profecía. Hay hombres en cuya vida y palabras resuena la voz de Dios. Estos
hombres no están sólo en el «pueblo elegido», sino que entran en esta categoría cuantos
buscan la verdad y la justicia, independientemente del pueblo al que pertenezcan.
— La presencia. Es el lenguaje definitivo de la Palabra hecha carne.
«Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre
lleno de gracia y de verdad».
(Jn 1,14)
Estos versículos del evangelio de Juan muestran a Jesús como el revelador definitivo de
Dios Padre. Jesús es el «único mediador», el enviado, el intérprete definitivo de Dios. Al
anunciar el reino de Dios con obras y palabras nos comunica una imagen totalmente
nueva de Dios.
1V.4 La decisión de creer o la entrega amorosa a Dios y a los demás
Los tres pasos anteriores, es decir, el conocimiento de sí mismo, la apertura del hombre a
la Trascendencia y la revelación de Dios al hombre, no conducen de forma inevitable a la
fe. Los hombres podemos también rechazar la trascendencia y negar la posibilidad de que
el mensaje de Dios llegue hasta nosotros.
La decisión de creer al Dios de Jesucristo es un acto libre. El acto de creer no se para en
las verdades o los dogmas, sino que su término es el Dios vivo tal como se ha revelado en
Jesucristo.
La decisión de creer es el término de un proceso, pero a la vez es también el comienzo de
una nueva vida de «relación amistosa con Dios y, en consecuencia, de entrega amorosa a
los hombres».
actividad (trabajo personal)
Lee atentamente el siguiente texto del filósofo Xavier Zubiri:
«Entregarse a Dios es, ante todo, ir a Dios como realidad absolutamente última. En este
aspecto, la entrega reviste un carácter concreto: es el acatamiento. Acatar no significa
primariamente obedecer; esto es algo derivado. Lo primario del acatamiento es esa
especie de lo relativo que soy frente a la persona absolutamente absoluta que es Dios. Es
como un desaparecer ante Dios. Es lo que expresa el verbo latreúo, adorar. Adorar es
acatar la plenitud insondable de esta última realidad. Naturalmente, en este acatamiento
van envueltos todos los momentos morales..., pero lo radical de todos ellos es el
acatamiento en el sentido explicado. Al ir a las cosas reales, el hombre se inclina ante la
realidad de las cosas y en ellas acata a Dios personalmente trascendente. A la donación de
la realidad corresponde el hombre con el acatamiento al donante: es la esencia de la
adoración personal».
(ZUBIRI, El hombre y Dios. Alianza Editorial, Madrid, 1985, pág. 199.)
a. ¿Qué relación encuentras entre las etapas del camino hacia la fe y las ideas
desarrolladas por Zubiri en este texto?
b. Indicadas principales dificultades que se le presentan al hombre de hoy en el camino
hacia la fe.
V
Condiciones para que exista
verdadera fe
La auténtica fe cristiana no se identifica con cualquier tipo de manifestación religiosa o
pseudo-religiosa*. Como hemos visto en las dos primeras unidades, a lo largo de la
historia se han producido formas desviadas de vivir y expresar el cristianismo. Estos
defectos en la manera de entender el cristianismo surgen especialmente cuando se reduce
la fe a uno solo de sus aspectos, olvidándose de otros elementos importantes.
Entre estas formas parciales o incompletas de vivir la fe las más frecuentes son las
siguientes:
— Reducir la fe a un conjunto de doctrinas o dogmas que hay que creer.
— Entender la fe como el simple cumplimiento de una serie de normas morales.
— Reducir la fe en Dios a una protección o refugio frente a los problemas que nos ofrece
la vida.
— Interpretar la fe como una simple ideología que alienta nuestro esfuerzo por eliminar
las injusticias sociales.
Ninguna de estas actitudes constituye por sí misma la fe cristiana. Todas ellas deben
surgir del núcleo central de la fe: el «encuentro» del hombre con Dios. Por otra parte,
todas deben ser iluminadas y orientadas desde la experiencia del «encuentro» con Dios.
¿Cómo distinguir la auténtica fe de las formas parciales o desviadas de creer? Analizando
la tradición cristiana y la experiencia religiosa de los grandes creyentes, podemos des-
tacar tres requisitos o condiciones necesarias para que exista auténtica fe: libertad,
racionalidad y gratuidad.
V.1 Libertad: la fe es una opción, no una imposición
Hemos visto en el apartado anterior que la decisión de creer al Dios revelado en
Jesucristo es un acto libre. La fe no es consecuencia directa de un raciocinio o de una
investigación histórica. Todavía es menos posible llegar a la fe por una
imposición legal, nadie puede ser obligado a creer, como no se puede obligar a nadie a
amar. La fe y el amor exigen como condición previa la libertad.
La fe es inseparablemente don de Dios y acto, o mejor, actitud del hombre. Esta actitud,
que surge en las más hondas raíces de la libertad humana, tiene tres rasgos principales:
— Es una opción fundamental. La decisión de creer no es una simple cuestión marginal
en nuestra vida, sino que imprime una orientación nueva y definitiva a la existencia. La
fe, por ser una opción libre, abarca todos los aspectos de la persona: la voluntad, la inteli-
gencia y la afectividad. Para el verdadero creyente nada puede quedar fuera de la opción
fundamental que supone la fe. Abraham, el gran creyente, el padre en la fe para el pueblo
de Israel, es el mejor testimonio de cómo la fe marca radicalmente la orientación de la
vida.
— Es una entrega confiada. Sólo desde la libertad se puede hacer una auténtica entrega
de nuestra vida. Quien ha experimentado el amor de Dios responde desde la fe con el
mismo amor. La fe no se puede separar nunca de la caridad que, en cuanto amor sincero y
desinteresado a los otros, es una consecuencia de la entrega confiada del creyente. Esta
enseñanza aparece constantemente en los escritos del Nuevo Testamento. La primera
Carta de San Juan contiene algunos pasajes en los que se expresa con gran fuerza y
claridad la unión entre fe y amor, o mejor, entre amor a Dios y amor a los hombres.
«Nosotros amamos a Dios, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: Amo a Dios y
aborrece a su hermano es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no
puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: Quien ama
a Dios, ama también a su hermano».
(1 Jn 4,19-21)
— Es una decisión firme. Por el hecho de estar enraizada en la libertad, la fe es una
decisión firme con el propósito de ser definitiva. Este carácter de firmeza y constancia se
fundamenta tanto en la elección libre del hombre como en la seguridad de la ayuda de
Dios. Las raíces hebreas (aman, batah) y griegas (pistis, elpis) de
las palabras que aparecen en la Biblia para expresar la actitud creyente, evocan este
sentido de firmeza, solidez y seguridad de la fe. Cuando Jesús llama, pide esta respuesta
libre, pero firme y constante.
«Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: El que quiera venirse conmigo,
que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar
su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».
(Mc 8,34-35)
V.2 Racionalidad: la fe es razonable,
pero no evidente
El aparente silencio y ocultamiento de Dios, junto con la presencia permanente del mal
en el mundo, son dos grandes interrogantes que nos sitúan frente al problema de la
posible irracionalidad de la opción creyente. ¿Podemos los creyentes justificar la fe que
tenemos, tanto ante nuestra propia razón como ante los que han optado por el ateísmo o el
agnosticismo*?
En la Biblia y en la tradición encontramos algunos textos que afirman la posibilidad de
que los hombres lleguemos al conocimiento de Dios y, por tanto, a creer en Él.
La Biblia
Los dos pasajes bíblicos más significativos sobre la posibilidad de conocer a Dios están
en el Libro de La Sabiduría y en la Carta a los Romanos.
«Eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios y fueron incapaces de
conocer al que es, partiendo de las cosas buenas que están a la vista, y no reconocieron al
artífice fijándose en sus obras». (Sab 13,1)
«Porque lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismo se lo ha puesto
delante.
Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles, su poder eterno y su divinidad,
son visibles para la mente que penetra en sus obras.» (Rom 1,19-20)
Para interpretar estos textos hemos de tener en cuenta los dos criterios siguientes:
— La finalidad de ambos es criticar y rechazar la actitud de quienes desconocen a Dios o
han caído en la idolatría, hecho que confirma la presencia de increyentes e idólatras en las
épocas en que los textos se escribieron.
— El conocimiento del que hablan no es necesariamente racional o empírico en el sentido
actual, sino que es fundamentalmente un conocimiento vital o existencial.
La tradición
Los textos que recogen las enseñanzas de la tradición y el magisterio sobre la cuestión del
conocimiento de Dios están en los documentos del Concilio Vaticano I (Dz 1785, 1786,
1806, etc.) y a ellos hace referencia también el Concilio Vaticano II (Dei Verbum 6).
Estos documentos contienen dos afirmaciones centrales:
— A través de la luz natural de la razón los hombres pue-
den llegar al conocimiento de la existencia de Dios.
— Es necesaria la revelación para que el hombre pueda conocer aquellos aspectos de la
divinidad que son inalcanzables por la razón humana.
Para comprender el alcance de estas afirmaciones conviene recordar que su finalidad es
salir al paso de dos posturas extremas que existían y siguen existiendo entre los cris-
tianos:
— El racionalismo, que pone a la razón como «tribunal supremo» de todo conocimiento,
y sólo acepta aquellos datos revelados que pueden ser comprendidos racionalmente.
— El fideísmo, que tiene una visión negativa de la razón humana, la considera incapaz
de llegar al conocimiento de Dios y únicamente admite la revelación como camino hacia
la fe.
Frente a estas desviaciones, la doctrina de los últimos concilios podría resumirse así: El
conocimiento de Dios por la razón es posible, pero no necesariamente se da en todo hom-
bre, ya que esta posibilidad no excluye la necesidad de la revelación, pues es a través de
ella como se nos comunica la vida y atributos de la divinidad.
Dentro de la tradición cristiana hay que tener en cuenta también a una serie de autores
que han elaborado argumentos filosóficos con la pretensión de probar racionalmente la
existencia de Dios.
Desde los primeros siglos del cristianismo, los teólogos y filósofos han abordado, una y
otra vez, el problema de una demostración racional de la existencia de Dios. Entre la
extensa serie de autores indicaremos los más influyentes:
S. Anselmo («El argumento ontológico»).
S. Tomás («Las vías»).
S. Buenaventura («El camino de la mente hacia Dios»). Leibniz («La contingencia del
mundo»).
Kant («El argumento moral»).
Todos estos argumentos se centran en dos líneas de razonamiento que podríamos
sintetizar así:
— Del mundo a Dios. Ante el descubrimiento del asombroso orden del cosmos y de las
complicadas leyes que rigen la naturaleza, la razón humana debe aceptar la existencia de
un ser inteligente capaz de crear este mundo, pues de lo contrario habríamos de admitir
que todo es fruto del azar.
— Del hombre a Dios. El hombre es un ser con conciencia moral y con unas aspiraciones
profundas a la verdad, el amor, la felicidad y la justicia, que nunca encuentran
satisfacción en este mundo. Sólo la existencia de un ser absoluto puede dar un sentido
pleno a la existencia del hombre sobre la tierra.
Para valorar estos argumentos y como conclusión de este apartado, en el que hemos
analizado las relaciones entre razón y fe, podemos establecer los tres criterios siguientes:
— La realidad de Dios, en cuanto Misterio Absoluto, está más allá de los límites de la
ciencia, y no podemos reducirla a un objeto de verificación empírica o de demostración
racional.
— El hecho de que la fe no sea consecuencia de una conclusión racional o científica, no
significa que se trate de una actitud irracional o absurda. La fe es una actitud razonable,
aunque no sea fruto de la evidencia.
— Si la fe se fundamentase exclusivamente en la razón, no podrían existir las otras dos
condiciones necesarias para la fe, que son la libertad y la gratuidad.
V.3 Gratuidad: la fe es un don,
no una conquista
La actitud de creer a Dios y de creer en Dios supera las posibilidades de la razón humana,
por tanto sólo es posible si Dios se automanifiesta y nos transforma interiormente para
que lleguemos a su encuentro.
A lo largo de todá la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento,
encontramos frecuentemente esta concepción de la fe como don de la gracia de Dios que
actúa en el interior del hombre llevándole al descubrimiento de la verdad y del amor.
 Los profetas presentan este don de Dios como la creación de un «corazón nuevo» para
que el hombre sea capaz de descubrir a Dios.
«Les daré un corazón capaz de conocerme, de saber que soy Yahvé, y ellos serán mi
pueblo y yo seré su Dios, pues se convertirán a mí de todo corazón». (Jer 24,7)
 San Pablo explica el don del Espíritu como la luz que nos lleva a descubrir el misterio
de Cristo y nuestra condición de hijos de Dios.
«Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu que viene de
Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos. (II Cor 2,12)
 Para San Juan, la fe es una manifestación de la gracia de Dios en el hombre.
«Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y
nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es amor
y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él». (I Jn 4,15-16)
actividad.
Intentad responder en grupos a las siguientes preguntas:
a. ¿Cómo se relacionan entre sí las tres condiciones (libertad, racionalidad y gratuidad)
de la verdadera fe?
b. ¿Qué razones creéis que existen para que en un mismo contexto cultural existan
personas creyentes y personas no creyentes?
La vida de fe: dimensiones
de la existencia creyente
¿Existen algunos ejes fundamentales en torno a los cuales gira la existencia del hombre
creyente? En nuestra sociedad hay un alto porcentaje de cristianos que se autocalifican de
creyentes «no practicantes». Se trata de aquellas personas que tienen una fe «heredada» y
no han dado el paso a una fe asumida libre y personalmente. Entre la vida de este tipo de
creyentes y la de los no creyentes, resulta difícil encontrar alguna diferencia significativa.
Sin embargo, la auténtica vida de fe se desarrolla en torno a unos ejes fundamentales que
vamos a describir a continuación:
VI. La fe, reencuentro entre el hombre y Dios
Como ya hemos visto, la fe del cristiano no se limita a la aceptación de unos dogmas o al
cumplimiento de unos principios morales, sino que se centra en el encuentro entre el
hombre y Dios al que, por tratarse de un mutuo acercamiento, llamamos reencuentro. Los
rasgos fundamentales de este reencuentro son:
— Se trata de un hecho que marca un hito en la existencia de la persona. De ahí la
precisión con la que cuentan los creyentes las circunstancias externas en las que tuvo
lugar esta experiencia religiosa.
— La presencia de Dios se impone con tal fuerza ante la conciencia del creyente que no
puede negar su realidad. Sin embargo, el carácter misterioso de la realidad de Dios hace
que, junto a la certeza de su presencia, aparezca también su aspecto obscuro e inefable.
— La experiencia del encuentro va acompañada de sentimientos de paz, confianza y
reconciliación, aunque también de asombro.
— El creyente descubre la incapacidad de las palabras para expresar la realidad que ha
experimentado y la
VI
imposibilidad de que la razón lo comprenda totalmente.
— Finalmente, el hombre descubre que sólo se puede llegar a este encuentro desde una
actitud de reconocimiento de Dios como Dios, es decir, como lo único necesario, como el
bien supremo que relativiza todos los demás bienes de este mundo. Esta entrega y reco-
nocimiento, lejos de alienar al hombre, le sitúa en el más alto grado de libertad para
ejercer su existencia con verdadero amor a la vida, a sí mismo y a los demás.
VI.2 La conversión o transformación
,radical de la propia vida
El primer fruto que produce el encuentro con Dios, a través de Jesucristo, es el cambio
radical en la propia vida y el deseo de seguirle. En los evangelios están descritos muchos
encuentros con Jesús que concluyen en la conversión y el seguimiento: Los apóstoles,
Zaqueo, la samaritana, etc. También existen otros encuentros que fracasan por falta de
disposición para la renuncia, la entrega y el seguimiento: el hombre rico, Judas, los
fariseos, etc. Los encuentros que fracasan son aquellos en los que únicamente se busca la
propia justificación o el interés personal.
La conversión que Jesús pide tiene algunas exigencias fundamentales:
— Reconocimiento de la esclavitud del pecado y la necesidad de liberación.
— Cambio radical en la orientación de la propia vida, abandonando los ídolos o falsos
valores de este mundo.
— Iniciar un camino en el que se realice el estilo de vida propuesto por Jesús.
— Esta opción fundamental que supone la conversión debe estar iluminada por aquellas
sorprendentes palabras que Jesús dirige a quienes le sigan:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y
sígame. Porque quien quisiere salvar su vida, la perderá; pero quien perdiere su vida por
amor de mí, la salvará». (Lc 9,23-24)
VI.3 La fraternidad: dimensión comunitaria de la fe
¿Es necesaria la mediación de la Iglesia en la profesión y en la práctica de mi fe
personal? Esta pregunta se la han hecho muchos creyentes a lo largo de la historia, pero
hoy resulta especialmente inquietante, ya que hay dos aspectos de la situación cultural
actual que influyen decisivamente en la problematicidad de la pregunta:
— Se ha establecido socialmente un criterio erróneo, que consiste en considerar la fe
como un asunto privado e íntimo, del que nunca hay que dar cuenta en los com-
portamientos públicos.
— Algunas estructuras de la institución eclesial que surgieron en otras épocas de la
historia y no se han renovado suficientemente, resultan poco comprensibles para el
hombre actual.
A pesar de estos inconvenientes, hemos de tener siempre presente que una dimensión
inseparable de la auténtica fe cristiana es la comunitaria. Esta dimensión pública y comu-
nitaria de la fe se fundamenta en los siguientes principios:
— Dios mismo se nos ha comunicado como un misterio de unidad y comunión de
personas.
— La comunidad de creyentes ha sido la destinataria de la revelación de Dios.
— La Biblia es un conjunto de libros que recoge la experiencia religiosa de una
comunidad.
— Nuestro acceso a la fe ha sido posible por la mediación de la comunidad eclesial que
nos ha transmitido la vida y mensaje de Jesucristo.
— El cristianismo, en cuanto opción y estilo de vida, sólo alcanza pleno sentido cuando
se vive y celebra en comunidad.
Al intentar vivir esta dimensión comunitaria de la fe, los católicos podemos encontrar
momentos en los que el equilibrio entre fidelidad a la Iglesia y creatividad personal
resulte difícil. También en estos momentos son necesarias la unidad y comunión, pero sin
confundirlas con la uniformidad o el servilismo.
VI.4 El compromiso: la tarea de construir el Reino de Dios
La dimensión pública de la fe cristiana no se agota en el seno de la comunidad creyente,
sino que su destino último es la transformación del mundo, de acuerdo a los valores del
Reino de Dios.
Este compromiso del cristiano es un aspecto inseparable de la fe y uno de los rasgos que
definen al auténtico creyente.
(Más adelante desarrollaremos los aspectos concretos de
dicho compromiso.)
actividad (personal y en grupos)
a. Leer personalmente el capítulo 4º de la carta a los Efes os.
b. Reuníos en grupos para comentar las ideas que os han parecido más importantes,
escribiendo los puntos en los que coincidís todos los miembros del grupo.

E VUÁ,ÓN
1. ¿Por qué la fe, o confianza en el otro, es una necesidad de la vida humana?
2. ¿Qué relación existe entre fe humana y comunicación inter-personal?
3. ¿Qué claves de la existencia humana debemos conocer y aceptar para iniciar el
camino hacia la fe?
4. ¿En qué consiste la actitud de apertura a la trascendencia?
5. Indica las fases a través de las cuales Dios se ha revelado a los hombres.
6. ¿Cuáles han sido las principales formas reduccionistas de entender el cristianismo?
7. Explica los rasgos que caracterizan a la fe en cuanto opción libre.
8. ¿Cómo aparece en la Biblia la posibilidad del conocimiento racional de Dios?
9. Explica las enseñanzas del Concilio Vaticano I sobre el conocimiento de Dios a
través de la razón humana.
10. ¿En qué puntos fundamentales se apoyan los argumentos o «pruebas» racionales de
la existencia de Dios?
11. ¿Qué valoración hemos de dar a dichos argumentos?
12. ¿Cómo aparece en la Biblia la gratuidad del don de la fe?
13. ¿Cuáles son los rasgos fundamentales de la fe como reencuentro del hombre y Dios?
14. ¿Exigencia de la conversión que surge de la fe?
15. Fundamentos de la dimensión comunitaria de la fe.
VIII sugerencias
 Analizar algún estudio sobre la juventud y sus actitudes respecto a la fe.
(Fundación Santa María, Informe sociológico sobre la juventud española. Revista
Pastoral Misionera n.° 150, monográfico, titulado «Juventud y fe cristiana».)
 Es necesario un debate sobre las relaciones de la juventud con las «instituciones
eclesiales», pues existen malentendidos e ideas confusas sobre el tema.
 También puede resultar interesante una presentación de los principales movimientos y
comunidades que existen en la diócesis, pues puede ayudar a quienes tienen deseos de
integrarse más plenamente en la Iglesia.
 V EL CRISTIANISMO COMO OFERTA DE LIBERACIÓN: LA TEOLOGÍA DE
LA LIBERACIÓN.
V.1 Origen y desarrollo histórico de la teología de la liberación.
V.2 Principales enseñanzas de la teología de la liberación.
V.3 El magisterio de la Iglesia y la teología de la liberación.
 VI CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DE LA LIBERACIÓN CRISTIANA.
VI.1 Una Iiberación integral que afecta a todas las dimensiones de la vida humana.
VI.2 Una liberación desde la opción preferencial por los pobres.
VI.3 Una liberación en camino hacia la plenitud del reino de Dios.
 VII EVALUACIÓN.
 VIII SUGERENCIAS.
Fe y liberación del hombre
I Presentación
«Cristo nos ha libertado para que gocemos de libertad» (Gál 5,1), nos dice Pablo.
Liberación del pecado, en tanto que éste representa un repliegue egoísta sobre sí mismo.
Pecar es, en efecto, negarse a amar a los demás y, por consiguiente, al Señor mismo. El
pecado, ruptura de amistad con Dios y con los otros, es para la Biblia la causa última de
la miseria, de la injusticia, de la opresión en que viven los hombres. Decir que es la causa
última no significa, de ningún modo, negar las razones estructurales y los
condicionamientos objetivos de esas situaciones; pero sí subraya que las cosas no
suceden al acaso, que detrás de una estructura injusta hay una voluntad personal o
colectiva, responsable; una voluntad de rechazo de Dios y de los demás. Quiere recordar,
también, que una transformación social, por radical que sea, no trae automáticamente la
supresión de todos los males».
(GUTIÉRREZ, G., Teología de la liberación. Perspectivas. Sígueme, Salamanca, págs.
66-67.)
El teólogo peruano Gustavo Gutiérrez nos indica en este párrafo los dos problemas
fundamentales que debe afrontar la auténtica liberación. Uno es personal e interno (el
pecado), y el otro, social y externo (las estructuras injustas); pero entre ambos existe una
estrecha relación. Esta reflexión nos sirve de punto de partida para buscar el sentido de la
liberación cristiana.
En la unidad anterior hemos visto los fundamentos y características de la vida de fe. A
continuación, vamos a profundizar en una de las dimensiones de la fe: su capacidad
liberadora para las personas y la sociedad.
Esta unidad está estructurada en torno a los siguientes objetivos:
— Clarificar el sentido de conceptos como libertad y liberación.
— Descubrir los grandes momentos de la historia de la salvación, en los que se
manifiesta más plenamente la acción liberadora de Dios.
— Analizar una de las formas actuales de presentar la fuerza liberadora del cristianismo:
la teología de la liberación.
— Profundizar en las dimensiones fundamentales de la liberación cristiana.
II
Para iniciar la reflexión
Antes de estudiar el tema, es conveniente que manifestéis vuestras opiniones dialogando
sobre las siguientes cuestiones:
 ¿Qué concepto tienes de libertad y liberación?
 ¿Cuáles te parecen las principales formas de opresión que existen en la sociedad
actual?
 ¿Qué aspecto debemos cambiar en primer lugar para construir una sociedad más libre:
los pecados personales o las estructuras injustas?
 ¿Qué idea tienes de la teología de la liberación?
 ¿Qué personajes del mundo actual te parecen más ejemplares en su lucha por la
liberación?
 ¿Cómo consideras que debe colaborar el cristiano en la vida social y política?
Libertad y liberación:
dos aspiraciones constantes
del hombre
La palabra «libertad» es una de las más usadas en el lenguaje del hombre actual. Este
abuso supone dos graves riesgos: que se convierta en un elemento de manipulación, o
bien que se quede vacía de significado.
Las palabras con las que nombramos las realidades fundamentales de la vida (Dios, amor,
libertad, justicia, paz, etc.) han sufrido desgastes y desviaciones a través de la evolución
histórica y de los cambios culturales. Por tanto, cuando empleamos estos términos, hemos
de explicar bien su significado, pues existe el peligro de que cada persona que los
escucha les dé un sentido distinto.
Para una mejor comprensión de la libertad y liberación cristianas, vamos a empezar por
analizar el valor de la libertad para una vida humana auténtica, y su relación con las aspi-
raciones a la liberación del hombre actual.
III.1 La libertad como condición necesaria para desarrollar una vida humana auténtica
¿Existe en el hombre la capacidad y la posibilidad de vivir su existencia como un ser
libre? En las respuestas que se han dado a esta pregunta existen dos posiciones extremas:
— Negar la posibilidad de que el hombre sea un ser personal libre y dueño de sus obras.
Esta idea la defienden los deterministas* de distinto signo: estructuralistas, como Lévi-
Strauss y Foucault, o cientifistas, como Jacques Monod (véase segunda unidad del primer
núcleo).
— Entender la libertad como una capacidad y un derecho que el hombre debe ejercer sin
limitaciones. (En esta línea están algunos tipos de anarquismo y de existencialismo.)
III
Para no caer en estos extremos, tenemos que profundizar en el valor y el sentido que la
libertad tiene en una existencia humana auténtica. Se trata de descubrir aquellos rasgos
que configuran la verdadera libertad, en cuanto capacidad de ser dueño de las propias
acciones. La libertad es una cualidad específicamente humana que se desarrolla en dos
planos íntimamente relacionados:
a. Libertad de coacción («Libertad de...»). Consiste en la ausencia de ataduras o
esclavitudes. Esta liberación de ataduras, sin embargo, no hemos de entenderla como una
desvinculación total del hombre respecto a sus semejantes. Sólo podemos llegar a sentir
la propia identidad desde unas vinculaciones familiares y sociales. Por otra parte, la
conquista de la identidad exige un cierto grado de independencia respecto a dichos lazos
familiares y sociales. Necesitamos este equilibrio entre autonomía personal y relación con
los demás para llegar al ejercicio de una libertad que nos ayude a conseguir la madurez.
Las esclavitudes que acosan al hombre pueden ser de dos tipos:
— Externas (familiares, sociales y políticas).
— Internas (complejos, inseguridad personal, inmadurez, etc.).
En algunos casos, las esclavitudes externas e internas actúan juntas, produciendo efectos
dramáticos sobre la persona. (Por ejemplo, la dependencia física y psíquica del
drogadicto.) Es en estas situaciones cuando la conquista de la libertad resulta
especialmente difícil.
b. Libertad de acción («Libertad para...»). La libertad no es una cualidad pasiva, sino
activa. El hombre se libera de las esclavitudes exteriores e interiores para poder ser dueño
de sus propios actos y alcanzar la madurez colaborando en la liberación de los otros. La
libertad conquistada sólo se mantiene cuando se ejerce en cada actuación concreta de
nuestra vida. Por otra parte, cuanto más se avanza en la consecución de la libertad, mejor
se descubren las propias esclavitudes y las de los otros. La libertad se ejercita cuando
elegimos un proyecto de vida en el que nos sentimos nosotros mismos, pero siempre en
actitud solidaria con los demás.
111.2 Relaciones entre libertad y liberación
La libertad no se consigue a través de una simple conquista individual, sino uniendo los
esfuerzos de muchos hombres. Este proceso a través del cual se consiguen las libertades
individuales y colectivas lo llamamos liberación. El proceso de liberación tiene como
objetivo la creación de un mundo nuevo.
En la búsqueda del hombre nuevo y la nueva sociedad se dan unas estrechas relaciones
entre libertad y liberación. Estas relaciones giran en torno a dos ejes principales:
— La verdadera libertad compromete en la lucha por la liberación. El auténtico hombre
libre debe ser a su vez liberador, pues cada individuo libre va generando en torno a sí
espacio de libertad para que la alcancen quienes no la disfrutan todavía.
— La verdadera liberación supone el respeto y defensa de todas las libertades. Las
liberaciones colectivas sólo pueden sustentarse sobre la libertad interior de los individuos.
La liberación no se puede imponer, pues se trata de una necesidad que debe ser sentida y
vivida por cada persona. Por otra parte, una liberación profunda nos puede exigir, a
veces, la renuncia a libertades más superficiales e inmediatas. En definitiva, no se trata
sólo de tener más libertades, sino de ser más libres.
111.3 Búsquedas de liberación
en la sociedad contemporánea
Al estudiar los humanismos del siglo xx (cfr. segunda unidad del primer núcleo), hemos
podido comprobar que tienen una honda preocupación por la libertad y la liberación. En
algunos casos, esta búsqueda de la libertad para el hombre ha llevado a muchos a la
negación de Dios (Marx, Sartre, etc.). Este hecho tan significativo nos plantea a los
cristianos una grave cuestión: ¿Sabemos mostrar realmente al Dios liberador revelado en
Jesucristo?
A partir de las dos grandes guerras mundiales los países democráticos han mostrado una
defensa formal de los derechos y libertades. El documento más importante de nuestro
siglo sobre este tema es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, del 10 de
diciembre de 1948. Sin embargo, estos derechos y libertades siguen siendo un objetivo
sin conseguir para muchos pueblos, en especial los del tercer mundo.
actividad (trabajo personal).
Lee el siguiente texto del Concilio Vaticano II, que trata sobre la libertad.
«Pero el hombre no puede orientarse al bien sino libremente; dicha libertad es muy
estimada por nuestros contemporáneos y la procuran con ardor y con razón. Sin embargo,
muchas veces la fomentan de un modo depravado, como una licencia para hacer
cualquier cosa con tal de que agrade, aunque sea mala. La verdadera libertad es señal
eximia de la imagen de Dios en el hombre. Pues quiso Dios dejar al hombre en manos de
su albedrío, de manera que por propia voluntad busque a su Creador y libremente llegue a
la plena y feliz perfección adhiriéndose a Él. Así pues, la dignidad del hombre requiere
que obre según consciente y libre elección, es decir, de una manera personal, movido e
inducido desde dentro y no por un ciego impulso interno o bajo una mera coacción
externa. El hombre obtiene tal dignidad cuando, liberándose de la cautividad de toda
pasión, persigue su fin en una elección libre del bien y se procura auxilios adecuados con
eficacia y despierta habilidad».
(Gaudium et Spes, 17)
a. Según el texto, ¿dónde reside la grandeza de la dignidad humana?
b. La libertad, que es un gran bien, tiene también algunos riesgos, ¿cuáles son estos
riesgos?
La liberación en la historia
de la salvación
Liberación y salvación están íntimamente relacionadas a lo largo de toda la Biblia. Son
dos palabras que se refieren a la misma realidad, aunque cada una destaque aspectos dife-
rentes. La realidad que designan es la acción de Dios en favor de los hombres, que se
manifiesta en el paso de la escla-
vitud a la libertad, del hombre viejo al hombre nuevo, de la muerte a la vida.
No se trata de algo exclusivamente ultramundano y que ha de realizarse más allá de la
muerte, sino que consiste en la comunión entre Dios y los hombres, que se desarrolla en
esta historia real y concreta, aunque no alcance aquí su plenitud.
 El término salvación destaca el aspecto trascendente de la gracia de Dios que actúa
sobre los hombres y la dimensión escatológica* de dicha transformación, es decir, su
realización plena tras la frontera de la muerte. (Este aspecto lo estudiaremos en la tercera
unidad de este núcleo.)
 Con la palabra liberación nos referimos a la transformación producida en cada hombre
y en el conjunto de la sociedad cuando seguimos en esta vida los planes amorosos de
Dios, es decir, si intentamos establecer los valores del reino de Dios en un mundo que
está acechado por la opresión de otros ídolos.
El primer paso para descubrir los rasgos más significativos de esta liberación cristiana es
fijarnos en la historia de Israel y en la persona de Jesús.
IV.1 La liberación en la historia de Israel
El Antiguo Testamento recoge las intervenciones liberadoras de Dios en favor de su
pueblo. Las principales manifestaciones de esta liberación son las siguientes:
a. El Éxodo: paso de la esclavitud a la libertad
La liberación de los hebreos de la servidumbre, a la que estaban sometidos en Egipto,
constituye el acontecimiento fundante del pueblo de Israel. En el éxodo, Israel descubrió
a
IV
Yahvé como creador del pueblo, y esta experiencia tan profunda le llevó a reconocerlo
como el creador del mundo. La creación y la liberación de Egipto son dos acciones
salvadoras íntimamente unidas.
La experiencia liberadora del éxodo quedó fuertemente grabada en la conciencia del
pueblo, y cada año, en la fiesta de Pascua, se actualiza y revive.
El éxodo tiene un doble significado: religioso (intervención de Dios) y político
(liberación de una esclavitud concreta). Las ulteriores liberaciones de Israel serán
interpretadas a la luz de este acontecimiento central.
Una vez en la tierra prometida, en la fiesta anual de acción de gracias, el pueblo hebreo
recita un «credo», en el que recuerda la liberación del éxodo:
«Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas
personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa.
Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud.
Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres; y el Señor escuchó nuestra voz,
miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto
con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos. Nos
introdujo en este lugar y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel».
(Dt. 26, 5-9)
b. La Alianza: la ley de Dios como liberación para el pueblo
En el caminar por el desierto, la alianza del Sinaí constituyó otro hito fundamental en la
historia de Israel. En este pacto, Dios, a través de Moisés, entregó al pueblo el decálogo.
El decálogo será un camino hacia la liberación si se cumple según el plan de Dios, pero
será una forma de esclavitud si se pervierte, dando lugar a un legalismo externo y vacío.
Los mandamientos del decálogo se centran en el amor a Dios y al prójimo. La ley de Dios
debe entenderse como una ayuda para los pobres y desheredados, nunca como instru-
mento de opresión.
c.Los profetas, defensores de la verdadera justicia
Cuando Israel se olvidó del éxodo y la alianza, aparecieron la injusticia y la opresión de
los pobres. Surgieron entonces los profetas, que denunciaron las injusticias y pecados de
los opresores y anunciaron unos tiempos nuevos en los que reinaría la paz y la justicia:
«Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal,
aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano,
proteged a la viuda». (Is 1, 16-17)
d. Los «pobres de Yahvé»: el grito de los afligidos implorando la ayuda de Dios
En los Salmos se recoge la oración de cuantos sufren toda clase de pobreza, sufrimiento e
injusticia.
Este grupo de personas, que, en medio de la aflicción, siguen confiando en Dios, reciben
el nombre «pobres de Yahvé». Ellos son los que han descubierto cómo la verdadera
liberación sólo puede venir de la unión con Dios.
El canto que entonó María, después de la visita a su prima Isabel («el Magnificat»),
recoge el espíritu de la oración de los «pobres de Yahvé».
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora, me felicitarán todas las
generaciones porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos colma de bienes, y a los ricos
despide vacíos». (Lc 1, 46-53)
IV.2 Jesucristo Libertador
«Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes y no os
sometais de nuevo al yugo de la esclavitud». (Gál. 5,1)
Estas palabras de la carta de Pablo a los gálatas nos recuerda la gran novedad de la
libertad que ha traído Cristo, frente a la utilización opresora de la antigua ley. Jesucristo
es libre y liberador. Con su vida, mensaje, muerte y resurrección, abre el gran camino de
libertad para todos los hombres.
a. Jesús, hombre libre
Un rasgo que destaca en la persona de Jesús es su libertad frente a las principales
instituciones de la sociedad en que desarrolla su vida y su predicación.
 Jesús se comporta con gran libertad ante la ley judía, aunque la respeta. Este espíritu
de libertad está recogido con toda claridad en la conocida frase que Jesús dirige a los
fariseos cuando le critican por desarrollar actividades en sábado:
«El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado». (Mc 2, 27)
 Jesús es libre ante el ritualismo y el culto exterior, por eso enseña que lo importante es
lo que procede de nuestro interior.
 Jesús es libre ante los poderes religiosos y políticos, de tal forma que se atreve a
denunciar sus opresiones e injusticias. Su libertad arranca de la fidelidad a la voluntad del
Padre y el desprendimiento de las ataduras de este mundo.
b. Jesús anuncia y establece un orden nuevo: el reino de Dios
Cuando Juan Bautista envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús si era el Mesías
esperado, Jesús respondió:
«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan;
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les
anuncia el Evangelio, ¡y dichoso el que no se escandalice de mí!». (Mt 11, 4-6)
En esta respuesta, Jesús ofrece los signos del reino que pretende establecer. La liberación
de las enfermedades y de las limitaciones físicas se convierten en signos de la liberación
de las esclavitudes profundas del corazón del hombre.
Pero el reino no es sólo el cambio individual, sino también la transformación radical de
las relaciones humanas, como se nos enseña en el «Sermón del Monte» (Mt 5,6,7). Este
mensaje del reino está especialmente dirigido a los pobres, porque son los que más lo
necesitan y los que tienen mejor disposición para entender el Evangelio. La relación de
Jesús con los marginados es uno de los datos que más sorprenden a los contemporáneos
de Jesús y a los hombres de todas las épocas.
c. La muerte y resurrección de Cristo y la liberación del Cristiano
El punto culminante en la vida de Jesús es su paso por la muerte y el triunfo sobre ella.
Las dos principales opresiones que acosan al hombre son el pecado y la muerte. La cruz y
la resurrección constituyen el misterio del triunfo de Jesucristo sobre el pecado y la
muerte. Cristo abre, de esta forma, un camino de libertad para cuantos hombres busquen
con sinceridad la verdad profunda de la vida. (Este punto lo has estudiado en cursos
anteriores, aquí nos limitamos a mencionarlo para comprender la figura de Cristo
liberador.)
actividad (trabajo personal y en grupos)
Leer en particular el pasaje de las bienaventuranzas, en las dos versiones evangélicas de
Mateo (Mt 5, 1-12) y Lucas (Lc 6, 2026).
— En grupos, responded a las siguientes preguntas:
a. ¿Qué relación existe entre el mensaje de las bienaventuranzas y la liberación
cristiana?
b. ¿En qué situaciones de la Iglesia y del mundo aparece más visible el cumplimiento de
las bienaventuranzas
El cristianismo como oferta
de liberación: la teología de
la liberación
En la historia de la Iglesia siempre han existido cristianos que han intentado vivir y
presentar la dimensión liberadora del cristianismo. Pero ha sido en las últimas décadas
cuando ha surgido un movimiento que, uniendo la experiencia de las comunidades
cristianas a la reflexión teológica, ha desarrollado una fecunda respuesta a los acuciantes
problemas que viven algunos pueblos del tercer mundo, especialmente los países de
América Latina. Esta experiencia eclesial ha sido designada con el nombre de teología de
liberación. Debido a su importancia en la difusión de la fuerza liberadora del
cristianismo, vamos a estudiarla en esta unidad, analizando su origen, evolución histórica
y rasgos doctrinales más significativos.
V.1 Origen y desarrollo histórico de
la teología de la liberación
En la década de los sesenta se produjeron tres importantes fenómenos eclesiales que
podemos considerar como antecedentes inmediatos de la teología de la liberación:
— El Concilio Vaticano II. Es un acontecimiento central que renueva profundamente la
interpretación y presentación del cristianismo. La constitución Gaudium et Spes
representa un nuevo enfoque en las relaciones de los cristianos con los asuntos sociales y
políticos.
— El compromiso social creciente de laicos, sacerdotes y obispos. Estas inquietudes de
los cristianos ante las graves desigualdades e injusticias sociales, exige una reflexión
teológica que profundice en la dimensión liberadora del cristianismo.
V
— La aparición de nuevas corrientes teológicas. Estas teologías buscan un lenguaje más
actualizado y una presentación del mensaje cristiano que responda a los problemas
concretos de nuestra sociedad. En este empeño destacan autores como Harvey Cox (La
ciudad secular), Johann B. Meta (Teología del mundo) y Jurgen Moltmann (Teología de
la esperanza).
A partir de estos antecedentes, el origen de la teología de la liberación podemos situarlo
en la asamblea que el año 1968 celebraron los obispos, teólogos y representantes de las
comunidades cristianas de Latinoamérica, en la ciudad colombiana de Medellín.
La asamblea de Medellín estuvo animada por un vivo espíritu evangélico. Con fuerza
profética, sus componentes denunciaron las causas de la pobreza y la marginación en los
países de Latinoamérica: El injusto enriquecimiento de las oligarquías*, la situación de
dependencia económica respecto de las grandes potencias (neocolonialismo económico),
la explotación producida por el desarrollo capitalista del mundo occidental sobre los
países de Latinoamérica y la dependencia cultural.
La Iglesia se comprometió en esta asamblea a desligarse de los poderes temporales y
colaborar audazmente en la liberación total de los oprimidos.
En los años siguientes a «la asamblea de Medellín» surgieron algunos de los escritos más
representativos de la teología de la liberación. Entre ellos podemos destacar los
siguientes:
— Teología de la liberación. Perspectivas, de Gustavo Gutiérrez.
— Jesucristo libertador, de Leonardo Boff.
— Gracia y liberación del hombre, de Leonardo Boff.
— Cristología desde América Latina, de Jon Sobrino.
— Teología de lo político. Sus mediaciones, de Clodovis Boff.
— El hombre de hoy ante Jesús de Nazaret, de Juan Luis Segundo.
Al tiempo que se realiza esta reflexión teológica, tiene lugar un gran desarrollo de las
comunidades eclesiales de base* que constituyen el verdadero sustento de la teología de
la liberación.
Otro hito importante en el desarrollo de este movimiento teológico es la asamblea de la
Conferencia Episcopal Latinoamericana, que se celebró en Puebla (México), diez años
después de la de Medellín.
En relación con otros ámbitos culturales existe una significativa confluencia entre el
análisis social de la teología de la liberación y el de algunos grandes literatos como Roa
Bastos, García Márquez, Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, etc.
Las aportaciones de la teología de la liberación siempre han estado rodeadas de polémica;
por eso en los últimos años han surgido algunos documentos del Magisterio de la Iglesia
sobre el tema. (Las relaciones entre Magisterio y teología de la liberación las veremos
más adelante.)
V.2 Principales enseñanzas de la teología
de la liberación
Aunque existen diferentes corrientes, el núcleo central de la teología de la liberación lo
constituyen los autores y escritos que hemos citado anteriormente. Los puntos
fundamentales de su planteamiento teológico son los siguientes:
 Análisis científico de las causas estructurales de la pobreza.
El primer paso para una presentación de la fuerza liberadora del cristianismo es analizar,
a través de las ciencias sociales, las causas de la opresión y la pobreza que afligen a los
pueblos marginados del tercer mundo. Para este análisis aceptan la crítica marxista al
sistema capitalista y, por tanto, la relación estructural que existe entre el empobre-
cimiento de las mayorías y el enriquecimiento de algunas minorías.
Sin embargo, rechazan del marxismo el materialismo filosófico y su interpretación del
cristianismo.
 Interpretación de la Biblia desde la realidad de los oprimidos y su proceso de
liberación.
La Biblia ofrece la luz suficiente para descubrir los caminos que llevan a la liberación
integral de los oprimidos. Esta liberación supone vencer los pecados personales (con-
versión) y los pecados sociales o estructuras de pecado
(cambio social). Jesucristo es el libertador porque genera el cambio personal y el cambio
de las estructuras. Si no se producen los dos cambios juntos no es posible la liberación de
los oprimidos.
 La reflexión y praxis de los creyentes se desarrollan en el seno de una comunidad que
ha optado por la liberación de los pobres y oprimidos.
La tarea de los cristianos no se agota en la comunidad de creyentes, sino que tiene como
fin la denuncia y transformación de las estructuras sociales injustas.
Los cristianos deben colaborar con aquellos movimientos que buscan la auténtica
liberación, pues la historia de la salvación y la historia de la humanidad están íntima-
mente unidas.
V.3 El Magisterio de la Iglesia y la teología de la liberación
La teología de la liberación tomó su primer impulso en una asamblea de la Conferencia
Episcopal Latinoamericana. Este hecho muestra las estrechas relaciones que existen entre
Magisterio y teología de la liberación.
Además de las asambleas de Medellín y Puebla, existen otros documentos del Magisterio
(de los obispos o el papa) que están en relación con este movimiento eclesial y teológico.
 La encíclica de Pablo VI, «El desarrollo de los pueblos» (Populorum Progressio) y «La
evangelización del mundo contemporáneo» (Evangelii Nuntiandi) abordan algunos de los
temas de la teología de la liberación:
— La necesidad urgente de liberar los pueblos que sufren la opresión y la pobreza.
— La relación entre evangelización y liberación integral de los pueblos.
 Juan Pablo II ha promulgado otras tres encíclicas sociales (Laborem Exercens,
Sollicitudo Rei Socialis y Centesimus Annus) en las que vuelve a insistir sobre los
mismos puntos. En ellas denuncia las estructuras económicas injustas («estructuras de
pecado») y proclama la urgencia del compromiso social de los cristianos para crear una
civilización del amor.
• La Congregación para la Doctrina de la Fe se ha ocupado en dos documentos de la
teología de la liberación.
En el primero, titulado Algunos aspectos de la teología de la liberación, se exponen
aquellos riesgos o desviaciones que existen en algunas corrientes de este movimiento
teológico:
— Aceptar el análisis marxista sin depurar suficientemente sus implicaciones
ideológicas.
— Centrarse en los males de las estructuras, minusvalorando los de las personas.
— Hacer una interpretación algo reduccionista de la Biblia al tomar como único punto
de vista la situación de los oprimidos.
Estas observaciones, que sólo afectan a algunas corrientes más radicales, hay que
entenderlas a la luz de las siguientes palabras del documento:
«Esta llamada de atención de ninguna manera debe interpretarse como una
desautorización de todos aquellos que quieren responder generosamente y con auténtico
espíritu evangélico a la opción preferencial por los pobres. De ninguna manera podrá
servir de pretexto para quienes se atrincheran en una actitud de neutralidad y de
indiferencia ante los trágicos y urgentes problemas de la miseria y la injusticia».
(Algunos aspectos de la teología de la liberación, PPC, Madrid, 1984, pág. 24.)
El otro documento, bajo el título de Libertad y liberación cristiana, recoge y asume gran
parte de las enseñanzas de la teología de la liberación, aunque los orienta en la línea de la
Doctrina Social de la Iglesia*. (En el siguiente apartado incluiremos los principales temas
de este documento.)
actividad.
Leer el siguiente texto de Gustavo Gutiérrez, uno de los autores más representativos de la
teología de la liberación.
«El proyecto histórico, la utopía de la liberación como creación de una nueva conciencia
social, como apropiación social no sólo de los medios de producción, sino también de la
gestión política y, en definitiva, de la libertad, es el lugar propio de la revolución cultural,
es decir, el de la creación permanente de un hombre nuevo en una sociedad distinta y
solidaria. Por esta razón, esa creación es el lugar de encuentro entre la liberación política
y la comunión de todos los hombres con Dios, comunión que pasa por la liberación del
pecado, raíz última de toda injusticia, de todo despojo, de toda disidencia entre los
hombres. La fe anuncia que la fraternidad humana que se busca a través de la abolición
de la explotación del hombre por el hombre es algo posible, que los esfuerzos por lograrla
no son vanos, que Dios nos llama a ella y nos garantiza su plena realización, que lo
definitivo se está construyendo en lo provisional».
(GUTIÉRREZ, G., Teología de la liberación. Perspectivas, Sígueme, Salamanca, 1985,
págs. 318-19.)
• Haz un comentario al texto anterior indicando los rasgos más característicos de la
teología de la liberación que aparecen en él.
Características
fundamentales de
la liberación cristiana
Según hemos visto a lo largo de esta unidad, el cristianismo es un camino de liberación,
tanto para la persona como para el conjunto de la sociedad. Esta liberación cristiana tiene
algunos rasgos básicos que la diferencian de otras ofertas de liberación. La diferencia no
debe impedir el diálogo y la colaboración con ellas si éstas no contradicen el mensaje
cristiano.
VI. Una liberación integral que afecta a todas las dimensiones de la vida humana
La liberación que ofrece Jesucristo no se limita al ámbito de la vida privada y espiritual,
sino que engloba todas las dimensiones de la vida humana.
• Liberación del pecado. El origen de todas las esclavitudes
está en el pecado, es decir, en la ruptura que el hombre establece en su relación con Dios,
con los otros hombres y con él mismo.
El pecado produce esclavitud en cada persona, a la vez que genera situaciones y
estructuras injustas que oprimen a los demás. Detrás de las desigualdades, las guerras, las
injusticias y el abuso de los otros, están el egoísmo, el odio y las pasiones desordenadas
del hombre.
La liberación del pecado no se produce de una forma mágica o espontánea, sino mediante
el encuentro sincero con Cristo. El Evangelio recoge diversos encuentros de personas
pecadoras con Jesús [Zaqueo (Lc 19,1-10), la mujer adúltera (Jn 8,1-11), etc.]. En estos
encuentros cada persona descubre sus verdaderos pecados y recibe la fuerza necesaria
para salir de la situación en la que se encuentra.
La liberación del pecado supone una renovación en el hombre que llega hasta las raíces
de su ser. Esta renovación nos capacita para orientar nuestras obras hacia el verdadero
amor a los hombres.
VI
• Liberación de las estructuras opresoras.
El pensamiento moderno ha mostrado la gran influencia que ejercen las estructuras
sociales sobre las personas. La organización, las estructuras y los valores de una sociedad
configuran la personalidad de quienes viven en ella. Pero no siempre las estructuras
sociales respetan los derechos del hombre, ni le ayudan a madurar de manera libre y
responsable.
En toda sociedad existen mecanismos de alienación y opresión. La pobreza, la
dependencia y la explotación de unos pueblos por otros son realidades ante las cuales los
cristianos deben dar una respuesta coherente y evangélica. La acción liberadora del
cristianismo frente a las estructuras injustas pasa por tres momentos principales:
— Detectar los mecanismos opresores de algunas estructuras sociales y la estrecha
relación que existe entre el alto desarrollo de unos pueblos y la marginación y
subdesarrollo de otros.
— Denunciar con audacia evangélica las «estructuras de pecado» (competitividad
humana, carrera armamentística, predominio de la imagen externa) que generan el
sufrimiento y la destrucción de muchas personas.
— Ofrecer una nueva escala de valores, y un tipo de relaciones humanas donde sea
posible la entrega gratuita, la aceptación de los débiles, el perdón, la paz. En definitiva,
los valores del reino de Dios.
• Liberación de los «ídolos» de este mundo.
En todas las épocas el mundo se ha creado «ídolos» que esclavizan y someten a los
hombres. Estos ídolos se crean a partir de realidades como el dinero, el poder, el sexo, la
fama, la seducción afectiva, etc.
No se trata de realidades negativas en sí mismas, sino que son positivas y necesarias para
la vida. Pero lo que las convierte en negativas es el hecho de idolatrarlas, es decir, el
valorarlas en forma tan desproporcionada que actúan sobre nosotros como dioses falsos
que nos esclavizan.
La aceptación del Dios revelado en Jesucristo como el único señor de nuestra vida, nos
permite relativizar los aparentes valores absolutos de este mundo. La auténtica vida
cristiana es una liberación de la esclavitud a la que
nos someten los ídolos. Como nos enseña el evangelio, no es compatible el seguimiento
de Cristo con la seducción de los ídolos.
«Nadie puede servir a dos señores, pues, o bien aborreciendo al uno amará al otro, o bien,
adhiriéndose al uno menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas».
(Mt 6,24)
VI.2 Una liberación desde la opción preferencial por los pobres
Según los evangelios, Jesús entiende su misión como una tarea en favor de los más
necesitados. En el relato de Lucas, Jesús se aplica a sí mismo las palabras del profeta
Isaías:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para
anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos
la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor».
(Lc 4,18)
Efectivamente, la actividad pública de Jesús es un cumplimiento de las palabras
anunciadas por el profeta. Los pobres y afligidos están en primer plano, tanto en la vida y
predicación de Jesús, como en el «reino de Dios» que anuncia y establece. Donde con
más claridad se expresa esta primacía de los pobres es en las bienaventuranzas.
En la Iglesia, a lo largo de la historia, ha existido una cadena ininterrumpida de grandes
creyentes en cuyas vidas existe una opción clara por los más necesitados (San Basilio,
San Francisco de Asís, San Vicente de Paúl, San José de Calasanz, etc.).
En la Iglesia actual, el compromiso con el proceso de liberación de los oprimidos implica
la opción preferencial por los pobres. Esta opción no es exclusiva ni excluyente, es decir,
no rechaza ningún otro grupo social, pero reconoce la necesidad urgente de atender
prioritariamente a quienes están marginados por un orden económico y social injusto.
VI.3 Una liberación en camino hacia la plenitud del reino de Dios
En la libertad cristiana se da siempre una tensión positiva entre el ser del presente y el
poder ser que anhelamos para el futuro.
El futuro último que esperamos los cristianos es la plenitud del reino de Dios. Este reino
es la utopía, pero no en el sentido peyorativo en cuanto sinónimo de fantasía o evasión de
la realidad. La utopía, en su sentido más original y positivo, hace referencia a un proyecto
de nueva sociedad, capaz de ilusionar a cuantos están dispuestos a transformar un pre-
sente en el que se dan situaciones injustas.
La esperanza en la plenitud del reino, como utopía definitiva, tiene una fuerza liberadora
que se manifiesta en las siguientes actitudes:
— Alienta y mantiene la lucha por transformar aquellas realidades del presente que
impiden la justicia, la liber-
tad y la paz.
— Evita el peligro de quedarse en una situación concreta, pues nunca podremos consi-
derar satisfactorias las pequeñas liberaciones conseguidas.
— Impide la identificación de la liberación cristiana con un determinado régimen o situa-
ción política.
— Nos impulsa a crear algunos espacios de libertad en los que podamos vivir y antici-
par las realidades futuras hacia las que caminamos (experiencias comunitarias o litúrgicas
especialmente vivas e intensas).
En definitiva, la fuerza de la utopía del reino de Dios nos ayuda a superar las situaciones
difíciles, de tipo personal y social, no con una actitud pasiva de resignación, sino desde
una esperanza activa.
actividad (trabajo en grupos),
¿Qué característica de la liberación cristiana creéis que está más presente en la situación
actual de la vida de la Iglesia? ¿Y cuál creéis que se tiene menos en cuenta?
¿Con qué movimientos de liberación podríamos colaborar los cristianos? (Razonad bien
la respuesta.)
«Monumento a la paz», de Alberto Sánchez.

EVALUACIÓN
Para comprobar si has asimilado los contenidos de esta unidad, intenta responder con
precisión a las siguientes preguntas:
1. ¿Por qué la libertad es imprescindible para una existencia humana digna?
2. ¿Qué diferencias y relaciones hay entre libertad y liberación?
3. Indica algunos humanismos contemporáneos en los que exista una defensa clara de
la libertad.
4. ¿Cómo se manifiesta la liberación a través de la historia de Israel?
5. ¿Cuáles son los rasgos más característicos de la libertad de Jesús?
6. ¿Cómo anuncia y realiza Jesús la liberación de los hombres?
7. ¿Qué relación existe entre la muerte y resurrección de Jesús y la liberación humana?
8. Haz una relación de los datos históricos y autores más representativos de la teología
de la liberación.
9. Explica los tres puntos doctrinales básicos de la teología de la liberación.
10. ¿Cómo se ha desarrollado la relación entre Magisterio de la Iglesia y teología de la
liberación?
11. ¿Qué rasgos configuran la liberación integral cristiana?
12. ¿Qué fundamento tiene en los evangelios la opción preferencial por los pobres?
13. ¿Qué relación existe entre pecado personal y estructuras de pecado?
14. ¿Cómo se relaciona la utopía del reino de Dios con la lucha por las liberaciones
concretas?
VIII sugerencias
 Para profundizar en el sentido del compromiso sociopolítico del cristiano puede
resultar interesante el estudio y análisis del documento de la Conferencia Episcopal Espa-
ñola, «Los católicos en la vida pública».
 Conviene analizar las estructuras que conforman nuestra sociedad (económicas,
militares, religiosas y políticas) y buscar los mecanismos de manipulación y destrucción
de la libertad que puedan tener.
 Las encíclicas sociales de Juan Pablo, Laborem Exercens, Sollicitudo Rei Socialis y
Centesimus Annus son tres documentos importantes para analizar la misión de la Iglesia
en la lucha por la liberación de los pueblos oprimidos y marginados.
 Buscar en los distintos campos de la cultura (literatura, música, cine, pintura) aquellas
obras que denuncian las estructuras injustas y proponen caminos de liberación.
«El ideal utópico de la plena libertad humana para todos no es posible más que por un
proceso de liberación, de modo que no es primariamente la libertad la que engendra la
liberación, sino que es la liberación la que engendra la libertad no obstante la mutua
relación entre los dos momentos.
No hay libertad real y plena para todos si no es por un proceso de liberación. El problema
de la prioridad de la justicia o la libertad se resuelve por la unidad de ambas en la
liberación. No puede darse justicia sin libertad ni libertad sin justicia en términos reales,
aunque haya una prioridad de aquélla sobre ésta, al menos entendidas ambas en un
sentido social y político. La liberación, que busca la libertad de toda forma de opresión,
cualquiera que ésta sea, es como un proceso de "justificación", el medio real de potenciar
la libertad y las condiciones que la hacen posible.
Querer plantear el problema de la libertad al margen de la liberación es evadir el
problema de la libertad plena y de la libertad para todos:
Ya en lo personal, la libertad no se actualiza plenamente, sino por laboriosos procesos de
liberación frente a toda suerte de esclavitudes interiores y exteriores.
Pero es también claro que la llamada libertad del liberalismo, sólo es disponible para
quien tiene con qué ejercerla (libertad de empresa, libertad de prensa, pluralismo politico,
etc.).
La liberación se entiende como liberación-de toda forma de opresión y liberación para
una libertad compartida que no permita formas de dominación. Tiene poco sentido hablar
de libertad cuando el espacio de su actualización está reducido por las necesidades
básicas insatisfechas, por drásticas limitaciones de posibilidades reales entre las que
elegir y por imposiciones de toda índole, especialmente las apoyadas en la fuerza y el
terror. No basta con la liberación-de y se requiere una liberación-hacia o para la libertad
ya actualizada, pero esta libertad o es compartida con todos o implica necesariamente
formas de dominación. No basta con la libertad de uno sustentada sobre la esclavitud de
todos, ni la libertad de unos pocos sustentada en la no-libertad de la mayoría, sino la
libertad de todos en el mundo (y no sólo en algunas naciones ricas) sin dominación de
nadie. Se trata de una marcha hacia la utopía de la libertad que implicaría la liberación
del pecado, de la ley y de la muerte (Rm 6-8) y cuya meta es que se revele lo que es ser
hijos de Dios, la libertad y la gloria de los hijos de Dios por un proceso de liberación (Rm
8, 18-26), reproduciendo, eso sí, "los rasgos de su Hijo, de modo que éste fuera el mayor
de una multitud de hermanos"» (Rm 8, 29).
(ELLACURÍA, I. Utopía y profetismo en América Latina, en la obra colectiva Utopía y
profetismo, editada por el centro Evangelio y Liberación, Madrid 1989, págs. 92-93.)

unidad
 I PRESENTACIÓN.
 II PARA INICIAR LA REFLEXIÓN.
 III EL HOMBRE EN BUSCA DE SALVACIÓN.
III.1 La felicidad, principal deseo del hombre.
III.2 El dolor y el pecado, amenazas constantes a la felicidad.
III.3 El cristianismo da un nuevo sentido a las más profundas aspiraciones del hombre.
 IV GRACIA Y LIBERTAD: EL HOMBRE NUEVO EN CRISTO.
IV.1 Dios comunica su amor al hombre: la gracia.
IV.2 La gracia triunfa sobre el pecado y nos capacita para amar a Dios y a los otros.
IV.3 La existencia del «hombre nuevo» en Cristo.
 V LA SALVACIÓN EN LA HISTORIA Y EL FUTURO ÚLTIMO DEL HOMBRE:
LA VIDA ETERNA.
V.1 El sentido cristiano de la historia y la escatología.
V.2 Interpretación cristiana del enigma de la muerte.
V.3 La resurrección de los muertos y la vida eterna.
 VI EVALUACIÓN.
 VII SUGERENCIAS.
Gracia de Dios y salvación
del hombre
I Presentación
«El Cristiano que se siente humanista y dialoga con otros humanismos no podrá menos
de preguntarse en qué sentido puede llamarse humanista el Cristianismo y cuál es su
peculiaridad respecto de los otros humanismos. Desde luego, el Cristianismo nunca será
un puro humanismo; tiene una última mirada trascendente, que desborda los límites de lo
humano. Por ello, es quizá mejor no hablar de él como de un humanismo; no es uno entre
tantos, y su aportación podrá plasmarse en formas humanísticas diversas. Lo que es
innegable es que el Cristianismo tiene rasgos típicamente humanistas. Más aún, que en la
historia de las religiones viene a constituir la religión humanista por excelencia, aquella
que más eleva lo humanista a rango religioso».
(GÓMEZ CAFFARENA, J. La entraña humanista del cristianismo. Verbo Divino,
Navarra, 1988, pág. 49.)
En la segunda unidad del primer núcleo hemos estudiado las críticas a la religión de los
«maestros de la sospecha». Todos ellos coinciden en considerar la religión, y en concreto
el cristianismo, como una forma de «alienación». Al responder a estas críticas,
recordábamos que sólo eran verdad para algunas formas desviadas de vivir el
cristianismo. El verdadero cristianismo es un camino de libertad y plenitud para el
hombre.
Acabamos de ver, en la unidad anterior, la dimensión liberadora del cristianismo, tanto
para la persona como para la sociedad. Ahora vamos a estudiar la capacidad que tiene el
cristianismo para llevar al hombre a su plenitud. Si el cristianismo no nos llevase a una
vida más libre, más feliz y más plena, no valdría la pena aceptarlo. Pero no todos los que
se consideran creyentes han descubierto esta «entraña humanista del cristianismo». Por
eso, en este tema pretendemos mostrar la capacidad que tiene el cristianismo para sacar al
hombre del egoísmo y el desamor, y llevarlo hacia una vida de entrega y felicidad.
El desarrollo del tema consta de tres partes fundamentales:
— Analizar los deseos y limitaciones del hombre en cuanto ser necesitado de salvación.
— Descubrir la transformación que la gracia de Dios produce en la persona y describir
las características fundamentales del «hombre nuevo» en Cristo.
— Profundizar en los aspectos de la esperanza cristiana
que se relacionan con el futuro último del hombre.
II
Para iniciar la reflexión
Al comenzar el estudio sobre la salvación cristiana, hemos de plantearnos algunas
preguntas relacionadas con otros interrogantes que ya hemos abordado en temas
anteriores.
 ¿En qué realidades de la vida buscan los hombres la felicidad?
 ¿Por qué los hombres no encontramos la felicidad que
anbelamnc9 ;Club nnc dectnive la felicidad?
 ¿Es el cristianismo una ayuda para afrontar los problemas, sin evadirse de la realidad,
de manera libre y responsable?
 ¿Tenemos alguna experiencia personal que nos muestre cómo la gracia de Dios nos
ayuda a vivir de manera más plena y feliz?
 ¿Qué rasgos deben caracterizar al «hombre nuevo» transformado por la gracia?
 ¿Dónde se fundamenta la esperanza cristiana en la resurrección de los muertos y la
vida eterna?
El hombre en busca
de salvación
Todo hombre que afronta con responsabilidad la existencia se encuentra, de forma
inevitable, con algunas preguntas radicales: ¿Por qué vivo?, ¿para qué vivo?, ¿cuál es el
sentido de la vida?
Por otra parte, tenemos que reconocer la existencia de una desproporción entre la
capacidad que el hombre tiene de hacer preguntas y la posibilidad real de responderlas.
Este hecho no debe llevarnos a prohibir al pensamiento que haga preguntas, por
incómodas que resulten, ya que la capacidad de hacerse estas preguntas supone la
superación de la indiferencia y el derrotismo.
Para los que se atreven a formularse las preguntas por el sentido de la vida, existen tres
respuestas posibles:
— Considerar que no existe ningún sentido o finalidad en la vida (antihumanismos).
— Buscar el sentido de la existencia desde las propias capacidades del hombre,
rechazando las respuestas religiosas (humanismos ateos).
— Aceptar el sentido de la vida a partir de la propia razón, pero aceptando una realidad
trascendente que fundamente la realidad (creyentes).
Existe, sin embargo, una actitud común en todos los hombres, independientemente del
tipo de respuesta que den a la vida: la búsqueda de la felicidad.
III.1 La felicidad, principal deseo del hombre
Ya en la antigüedad, el filósofo griego Aristóteles consideraba que la felicidad era el bien
supremo del hombre.
Aunque todos aspiramos a la felicidad, resulta difícil encontrar una definición de ella que
sea aceptada unánimemente. Sí podemos descubrir en ella dos aspectos: Uno subjetivo
(estar contento, sentirse a gusto) y otro objetivo (llevar una vida digna y plena).
III
Donde aparecen mayores diferencias es en los caminos a través de los cuales los hombres
buscamos la felicidad:
— A través del placer (hedonismo, epicureísmo).
— Por el dominio de las propias pasiones (estoicismo).
— En el cumplimiento del deber por el deber (kantismo).
— Con el enriquecimiento y el provecho propio (utilitarismo).
— La entrega gratuita y el amor desinteresado (cristianismo y otras morales afines).
Ante el deseo universal de la felicidad y la diversidad de caminos por los que los hombres
la buscamos, es necesario hacerse otras preguntas: ¿Puede equivocarse el hombre en su
búsqueda de felicidad?, ¿existe en el hombre alguna limitación que le impida descubrir el
camino hacia la felicidad? A estas preguntas vamos a intentar responder en el apartado
siguiente.
111.2 El dolor y el pecado,
amenazas constantes a la felicidad
En su búsqueda de la felicidad el hombre se encuentra con dos obstáculos que no puede
superar por sus propias fuerzas: el dolor y el pecado.
• La realidad enigmática del dolor. En la vida del hombre aparece con frecuencia la
realidad del sufrimiento. Esta experiencia hace que nuestra razón se plantee inevitable-
mente algunas cuestiones: ¿Por qué existe el dolor?, ¿por qué existen las catástrofes, las
guerras, el hambre y la enfermedad?, ¿cómo es posible entender la existencia de un Dios
bueno y todopoderoso que permite el sufrimiento de los inocentes?...
A lo largo de los tiempos se han dado distintas respuestas a estas preguntas. Haciendo
una síntesis dé las distintas respuestas, podemos señalar cuatro planteamientos fun-
damentales:
— Las religiones y filosofías dualistas. Explican la existencia del mal y del bien por dos
principios o divinidades independientes, que dan origen a cada una de las realidades. (La
tradición cristiana siempre ha rechazado los dualismos.)
— Los cientifistas. Ven el mal y el dolor como una consecuencia de las leyes de la
naturaleza, prescindiendo de cualquier otro tipo de sentido transcendente.
— Los pesimistas o desesperanzados. Ante la realidad del dolor y ante el sufrimiento de
los inocentes, niegan la existencia de Dios y no admiten ningún sentido o finalidad para
cuanto ocurre en la vida.
— La respuesta bíblica y cristiana que se centra en los siguientes principios:
El dolor no es un castigo de Dios que el hombre debe padecer. (El libro de Job rompe
definitivamente con la creencia tradicional en el dolor como castigo de Dios.)
El dolor no es una simple prueba para acrisolar la fe de los creyentes. (En algunos casos
puede cumplir esta función, pero no se puede buscar en la prueba una explicación
universal al dolor.)
En definitiva, el problema del dolor supera la capacidad de comprensión del ser humano.
No existe, por tanto, una explicación racional satisfactoria para las distintas clases de
sufrimientos.
La respuesta que Jesús da es tan profunda que nos resulta paradójica: Él mismo
experimenta el dolor para solidarizarse con el nuestro, a la vez que nos comunica la
fuerza para vencerlo.
El cristianismo, por tanto, no elimina el sufrimiento, sino que ilumina el sentido de
nuestro dolor y nos da fuerzas para afrontarlo. Desde esta nueva luz, cada creyente puede
descubrir el sentido de los acontecimientos, aparentemente negativos, de su historia.
• El pecado. Para comprender el alcance y sentido del pecado es necesario tener, en
alguna medida, experiencias de «encuentro» y «amistad» con Dios, pues el pecado es
justamente la «ruptura» de la amistad con Dios, con los otros y con uno mismo.
En las páginas de la Biblia se menciona con frecuencia la realidad del pecado. Los
términos que se emplean para designar el pecado («hatá», en hebreo, y «amartía», en
griego) tienen originalmente el significado de «error» o «decisión equivocada». Desde un
planteamiento de tipo
religioso y ético, adquieren sentidos nuevos, como rebelión, injusticia, iniquidad, deuda,
etc. Analizando los principales pasajes bíblicos que hacen referencia al pecado (génesis,
salmos, profetas, evangelios, cartas de Pablo), podemos sacar algunas enseñanzas
fundamentales:
— El relato de la caída (Gén 2 y 3) no tiene un sentido histórico, sino sapiencial* y
existencial. Lo que pretende enseñarnos es que nuestra decisión personal de rebelarnos
contra el plan amoroso de Dios es la raíz de muchos sufrimientos y rupturas que vivimos
los hombres. Por otra parte, esta actitud de rebelión contra Dios es universal, es decir,
afecta a todo ser humano.
— El pecado genera dramáticamente la división entre los hombres, es decir, no sólo tiene
consecuencias personales (soledad, sufrimiento), sino también sociales (división,
enfrentamientos). En los salmos y en los profetas se mencionan frecuentemente estas
consecuencias del pecado.
— Pero el pecado no elimina totalmente la capacidad de aspirar al bien que hay en el
hombre, ya que siempre queda la esperanza y la posibilidad de salir del pecado. Esta
salida del pecado supone dos pasos: reconocer nuestro propio pecado y acoger la amistad
que Dios nos ofrece.
— La actitud de Jesús ante el pecado y los pecadores es firme pero esperanzadora, tal
como aparece en los evangelios:
Rechaza siempre el pecado, pero no se fija en el incumplimiento de normas externas, sino
en los malos propósitos que anidan en lo profundo del corazón del hombre.
«Nada que entra de fuera puede hacer impuro al hombre... Y siguió: Lo que sale de
dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre salen los
malos propósitos, las fornicaciones, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo,
frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y hacen impuro al hombre.»
(Mc 7, 18-21)
Acoge siempre al pecador, pues es quien más necesitado está de salvación.
«Algunos escribas fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, les dijeron a los
discípulos: ¡De modo que come con publicanos y pecadores! Jesús lo oyó y les dijo: No
necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a
los pecadores.» (Mc 2, 16-17)
— El apóstol Pablo insiste, en la carta a los Roma-
nos, en la universalidad del pecado, pero con el
objetivo de que aparezca con toda claridad la
universalidad de la salvación en Cristo.
«Pero si creció el pecado, más desbordante fue la gracia.» (Rom 5,20)
111.3 El cristianismo da un nuevo sentido a las más profundas aspiraciones del hombre
El hombre es un ser acosado por el dolor y el pecado, pero que aspira, a su vez, a la
felicidad, la paz y la justicia, es decir, a una vida en plenitud.
Frecuentemente, el hombre busca esta plenitud en los ídolos de este mundo (dinero,
poder, fama, placer, etc.), pero experimenta la insatisfacción y la frustración.
La oferta cristiana, aunque da respuesta a las aspiraciones profundas del hombre, no
pretende calmar las inquietudes e interrogantes, sino darles un nuevo sentido. El
cristianismo responde a algunas preguntas, pero nos plantea siempre otras nuevas. No
sólo es el hombre quien lanza preguntas a Dios, sino que también Dios, según el pasaje
del Génesis, le hace al hombre una pregunta inquietante: ¿Dónde está tu hermano? (Gén
4,9).
Jesús, en sus frecuentes encuentros con distintos personajes que nos narran los
evangelios, no se limita a calmar las angustias e inquietudes, sino que abre perspectivas
nuevas para la vida de quienes se han acercado a Él. Libremente, unos aceptan las
propuestas de Jesús y otros las rechazan. Aquí aparece el profundo misterio de las
relaciones entre la gracia de Dios y la libertad del hombre, que vamos a estudiar en el
siguiente apartado.
Gracia y libertad:
el hombre nuevo en Cristo
Las relaciones entre gracia de Dios y libertad del hombre son una de las cuestiones que
más han preocupado, a lo largo de la historia, a los dirigentes de la Iglesia, a los teólogos
y a los cristianos en general.
A continuación vamos a intentar profundizar en las relaciones entre gracia y libertad,
pero reconociendo, con humildad, que la comprensión total del problema supera las posi-
bilidades de nuestro conocimiento.
IV.1 Dios comunica su amor al hombre: la gracia
La palabra gracia («hesed», en hebreo; «jaris», en griego, y «gratia», en latín) designa el
don del amor de Dios a los hombres y el efecto de dicho don en la vida del hombre que lo
recibe.
El don del amor de Dios es a la vez misericordia, fidelidad, compromiso, justicia y paz,
que otorgan plenitud a la vida del hombre. Así, leemos en el salmo:
«Tu gracia vale más que la vida
te alabarán mis labios. Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene».
(Sal 62, 4-9)
Iv
En el Antiguo Testamento la principal manifestación de la gracia, como amor gratuito de
Dios, es la elección de Israel, sin ningún mérito especial, sino por pura iniciativa divina.
Pero esta elección no es un simple privilegio, sino un destino y una vocación: servir de
mediación para que todos los pueblos puedan descubrir el amor de Dios. El pecado
principal de Israel consistió en no entender bien esta misión y no ser fiel a la alianza. A
pesar de la infidelidad del pueblo, Dios nunca abandona a los hombres, y a través de los
profetas anuncia una nueva Jerusalén y una nueva justicia a las naciones.
En el Nuevo Testamento la gracia y la generosidad divina se revelan plenamente en
Jesucristo.
«El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos dará todo con Él?»
(Rom 8,32)
En el prólogo del evangelio de Juan se afirma cómo la gracia de Dios se ha hecho
realidad en Jesucristo.
«Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo.»
(Jn 1,17)
Aquí la gracia no es un valor pasajero, sino el don permanente de la misericordia y
fidelidad de Dios, hecho hombre en Jesucristo.
Pablo es el escritor del Nuevo Testamento que más reflexiones hace sobre el sentido de la
gracia. La doctrina paulina sobre la gracia gira en torno a tres grandes principios:
— La gracia o fuerza salvadora de Dios nos viene gratuitamente por Jesucristo y no por
el cumplimiento de la ley antigua.
— Frente al antiguo dominio del pecado, con Jesucristo ha aparecido la fuerza
desbordante de la gracia.
— La muerte y resurrección de Jesús son la gran manifestación del amor de Dios a los
hombres.
Finalmente, hemos de tener también en cuenta la presentación de María como la «llena
de gracia», que se hace en el Evangelio de Lucas (Lc 1,28).
IV.2 La gracia triunfa sobre el pecado y nos capacita para amar a Dios y a los otros
Según hemos visto a través de la revelación bíblica, la gracia consiste en el don gratuito
del amor de Dios a los hombres. Pues bien, el siguiente paso que vamos a dar es analizar
la transformación que produce en el hombre el amor de Dios.
En la Biblia existe el término justificación, empleado por San Pablo para designar la
acción de la gracia de Dios sobre el hombre.
En varias de sus cartas, Pablo reflexiona sobre el sentido de la justificación que nos viene
de Cristo, resaltando la diferencia con respecto a la concepción judía. En definitiva, la
doctrina de Pablo afirma que la justificación nos viene por la fe en Jesucristo y no por los
méritos adquiridos a través del cumplimiento de la antigua ley. De los muchos textos en
los que Pablo repite esta idea podemos destacar el siguiente:
«Los que buscáis la justificación por la Ley, habéis roto con Cristo, habéis caído fuera del
ámbito de la gracia. Para nosotros, la esperanza de la justificación que aguardamos es
obra del Espíritu, por medio de la fe, pues, en Cristo Jesús da lo mismo estar circunci-
dado o no estarlo; lo único que cuenta es una fe activa en la práctica del Amor». (Gal 5,
4-6)
Pero, ¿en qué consiste realmente la justificación? Ateniéndonos a los datos bíblicos y de
la tradición, podemos destacar, en el sentido cristiano de la justificación, los siguientes
puntos básicos:
— El amor de Dios nos regenera, sacándonos de nuestro propio desamor y
capacitándonos para responder a su entrega gratuita a través del amor a Él y a los otros.
— La acción benévola de Dios sobre el hombre debe ser aceptada con libertad, pero
incluso esta aceptación es un don de la gracia.
— El don divino nos «santifica», es decir, nos convierte en hombres nuevos y en
herederos efectivos de la vida eterna.
Hemos de tener siempre presente que esta regeneración interior por la que Dios nos
justifica no es una acción mágica, sino que se efectúa realmente en nosotros si nos
dejamos transformar desposeyéndonos de nuestros egoísmos y uniéndonos a Cristo por la
fe.
IV.3 La existencia del «hombre nuevo»
en Cristo
A través de la acción de la gracia de Dios, que nos justifica, los hombres podemos
desarrollar un estilo diferente de vida. Este estilo de vida se designa, en el lenguaje del
Nuevo Testamento, con la expresión «hombre nuevo» en Cristo.
El evangelio de Juan recoge un encuentro de Jesús con un fariseo, llamado Nicodemo, en
el que aparece repetidas veces la expresión «nacer de nuevo»; con ello se indica la
transformación radical producida en quien acepta el don de la gracia y del Espíritu (Jn 3,
1-21).
En las cartas paulinas aparece la expresión «hombre nuevo» para designar el estilo de
vida de cuantos por el bautismo se han unido a Cristo.
«Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando
como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay
distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos
y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos».
(Col 3, 9-11)
Donde queda expuesto, de forma más completa, el estilo de vida del hombre nuevo en
Cristo es en el Sermón del Monte (Mt 5,6,7). Se trata de un mensaje sencillo, y profundo
a la vez, que impacta por su fuerza y radicalidad. En definitiva, es una presentación
concreta y directa de la nueva vida que trae Jesús, cuyos rasgos más significativos son:
— Vivir con espíritu de pobreza y sencillez (Bienaventuranzas).
— Poner a Dios en el centro de la vida.
— No fijarnos en lo externo, sino en lo profundo del corazón.
— Practicar con sinceridad la «nueva justicia», que supera todo tipo de legalismo
(«Habéis oído que se dijo..., pero yo os digo»).
— Vivir con desprendimiento respecto al afán de tener o de poder.
— Tomar conciencia de nuestro pecado para no dedicarnos a juzgar a los demás.
Sin embargo, este programa no es un conjunto de normas, ni se puede vivir basándose en
las propias fuerzas; para practicarlo necesitamos ser transformados por la gracia de Dios,
pues «sólo el árbol sano da frutos buenos» (Mt 7,17), y «no se puede echar el vino nuevo
en odres viejos» (Mc 2,22).
actividad (trabajo en grupos) .
Dialogad sobre las siguientes cuestiones escribiendo las conclusiones a las que llegue
cada grupo.
a. ¿Qué dificultades encontramos para intentar vivir según el estilo de vida que aparece
en el «Sermón del monte»? (Mt 5, 6-7).
b. ¿Qué experiencias propias tenéis de la «fuerza de la gracia»?
La salvación en la historia
y el futuro último
del hombre. La vida eterna
Para que la fe no pierda su fuerza liberadora y humanitaria hemos de vivirla en un
equilibrio fecundo entre pasado, presente y futuro.
El creyente no olvida las raíces del pasado, pero tiene que vivir encarnado en el presente
y siempre con un proyecto de esperanza abierta al futuro.
En este apartado vamos a centrarnos en el proyecto de futuro que anima la vida de los
cristianos. No sólo del futuro histórico, sino también del futuro último y definitivo del
hombre, en sentido individual y colectivo. Esta esperanza en una manifestación definitiva
de Dios para instaurar plenamente el reino recibe el nombre de escatología*.
V.1 El sentido cristiano de la historia y la escatología
El problema de la temporalidad del hombre y del sentido de la historia ha preocupado
siempre a los filósofos y a los hombres religiosos. En la historia de la cultura y de las reli-
giones se han dado tres grandes concepciones del tiempo y de la historia:
• Concepción cíclica: (Cultura griega, algunas religiones orientales, etc.)
— Según esta visión, estamos condenados a repetir continuamente los mismos
fenómenos, el mismo ciclo. Este esquema viene dado por los ciclos de la naturaleza
(nacer, crecer y morir).
— La salvación consistiría en lograr evadirse del círculo del eterno retorno.
V
 Concepción negativa de la evolución histórica: (Neoplatonismo, algunas religiones
primitivas.)
— Sitúa la plenitud al comienzo de los tiempos, y a partir de ahí se inicia una evolución
negativa: a medida que se aleja del origen, tiende al punto cero.
— Aquí, la salvación está en buscar el origen, una especie de paraíso perdido. Se trata de
una concepción nostálgica de la salvación, junto con una visión pesimista de la historia.
 Concepción positiva de la evolución histórica: (Judaísmo, cristianismo, etc.)
— La plenitud se espera para el final de los tiempos; por tanto, la concepción de la
historia es positiva y esperanzada.
— «Pasado y presente» son vistos en función del porvenir. La salvación está en dejarse
conducir por el tiempo hacia la salvación final.
Centrándonos en el sentido cristiano de la historia y la escatología tenemos que destacar
dos características principales:
— Existe una plena vinculación entre ambas. Por una parte, el presente encuentra su
sentido según las esperanzas definitivas que tengamos. Por otra parte, el futuro último
dependerá de la forma en que vivamos cada presente histórico.
— Tanto la historia como la escatología giran en torno a un eje central: Jesucristo. Esto
quiere decir que en Jesucristo está la plenitud de los tiempos.
V.2 Interpretación cristiana del enigma
de la muerte
Tanto para quienes creen en la inmortalidad y la resurrección, como para quienes sólo
creen en la vida terrena, la muerte es un momento tan radical y enigmático que no es
posible escaparse de su impacto.
En los existencialistas, y de manera especial en Heidegger, encontramos reflexiones de
gran hondura sobre el significado de la muerte para el conjunto de la existencia humana:
— El hombre nada más nacer ya es suficientemente viejo para morir. La muerte es, por
tanto, una modalidad del existir que el hombre debe asumir constantemente.
— Sólo quien encara la muerte con libertad y lucidez conquista la autenticidad y cumple
su destino.
— La auténtica interpretación de la existencia no puede prescindir de un dato clave: el
hombre es un ser temporal y, por tanto, un ser para la muerte.
Interpretación cristiana: Para la fe cristiana la muerte es el final de la vida terrena del
hombre, pero, a la vez, el comienzo de su situación definitiva. Esta doble visión de la
muerte está presente en la revelación bíblica.
 La muerte, final del tiempo de prueba. Hay diversos pasajes bíblicos que mencionan un
juicio individual sobre la vida de cada persona. Para esta concepción la muerte representa
el final del tiempo de decisión. (Un ejemplo típico de esta visión es la parábola del rico
Epulón y el pobre Lázaro.)
 La muerte, comienzo de la retribución definitiva. La fe cristiana ve en la muerte y
resurrección de Cristo la apertura de una nueva forma de existir para cuantos no han
rechazado su amor. Según explica Pablo en sus cartas, «morir» con Cristo es una garantía
de resucitar con él.
«Así pues, hasta que el Señor venga revestido de majestad y acompañado de todos sus
ángeles y, destruida la muerte, le sean sometidas todas las cosas, algunos de entre sus
discípulos peregrinan en la Tierra, otros, ya difuntos, se purifican, mientras otros son
glorificados contemplando claramente al mismo Dios Uno y Trino... Porque ellos
llegaron ya a la patria y gozan de la presencia del Señor.»
(Lumen Gentium n.° 49)
V.3 La resurrección de los muertos y la vida eterna
En las últimas palabras del credo los cristianos confesamos nuestra esperanza en la
resurrección de los muertos y en la vida eterna. ¿Qué fundamentos tiene esta esperanza?
Como conclusión de este tema sobre la salvación, hemos de buscar
los datos de la Biblia y la tradición sobre los que se fundamentan las esperanzas
proclamadas en el credo.
• La resurrección de los muertos. La resurrección de Cristo es el pilar fundamental sobre
el que se sustenta nuestra esperanza de resucitar. Lo acontecido en Cristo marcó de forma
imborrable la vida de las primeras comunidades.
La resurrección de Cristo se convierte en la garantía de que Dios no abandona a los
hombres al poder de la muerte.
En la 1.a carta a los Corintios (I Cor 15), Pablo ofrece unas reflexiones sobre la
resurrección de los muertos, de las que podemos extraer tres afirmaciones principales:
— Existe un nexo inseparable entre la resurrección de Cristo y la suerte de los difuntos.
— La negación de la resurrección desintegra los fundamentos de la fe y destruye la
esperanza en una salvación definitiva.
— Entre el cuerpo de nuestra existencia corporal y el de la resurrección existe una
diferencia que Pablo expresa en las antítesis siguientes:
existencia encarnada presente existencia resucitada futura
vileza gloria
debilidad fortaleza
cuerpo físico cuerpo espiritual
En la reflexión teológica sobre la esperanza en la resurrección se han producido muchas
especulaciones, pues el tema desborda totalmente las posibilidades de la razón. Sin em-
bargo, hemos de tener presentes dos principios básicos para una adecuada comprensión
de nuestra fe en la resurrección de los muertos:
— El futuro de la existencia humana, más allá de la muerte, es el encuentro definitivo con
Cristo, vencedor de la muerte.
— El destino final del hombre no está separado del de la creación, por tanto, hemos de
comprender la resurrección en el contexto de la «nueva creación» y de la recapitulación
de todas las cosas en Cristo.
• La vida eterna. Con esta expresión se pretende designar la relación entre Dios y el
hombre desde el momento de la muerte.
Esta fase final del reino de Dios se designa también con los términos: gloria, cielo,
paraíso, visión de Dios, etc.
En definitiva, la vida eterna evoca la vida en plenitud junto a Dios, de la que no podemos
explicar nada porque trasciende nuestro lenguaje y nuestras experiencias.
Los evangelios mencionan también la posibilidad de muerte eterna para quienes rechacen
de modo definitivo el plan amoroso de Dios. Pero Dios nos ha creado para la vida y «no
quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan y vivan» (2 Pd 3,9).
s
actividad (trabajo personal y en grupos).
Leer en particular los siguientes pasajes evangélicos (Mc 7, 1-23;
Mc 2, 13-22; Mt 19, 16-30; Mt 20, 20-28).

a. ¿Con qué actitud se acercan a Jesús los distintos personajes que aparecen en estos
pasajes evangélicos?
b. ¿Qué actitudes toman después del encuentro con Jesús?
actividad (trabajo personal) ,
Leer las siguientes reflexiones del teólogo español Juan Luis Ruiz de la Peña:
«Por encima y a despecho de su inexorabilidad cronométrica, el tiempo en el hombre no
es simple fluencia, irrefrenable y homogénea, de instantes efímeros. Tiene una estructura:
se percibe como articulado. Deja de ser tiempo-cantidad para asumir una cualidad que lo
humaniza...
Si el ser humano, en cuanto sujeto al tiempo, es en devenir, habrá que reconocer entonces
que pasado y presente están en función del futuro...
La palabra de Dios contiene una promesa que garantiza el futuro humano como futuro
absoluto y plenificador; la forma originalmente bíblica de vivir hacia él es la esperanza.
Tal futuro, cubierto por la garantía divina, no es, por consiguiente, proyección subjetiva
de las frustraciones humanas, sino el fin de una historia puesta bajo la tutela del designio
salvífico de Dios».
(RUIZ DE LA PEÑA, J. L.: La otra dimensión. Escatología cristiana. Eapsa, Madrid,
1980, págs. 11-16.)
• ¿Cómo se relacionan temporalidad, futuro y esperanza en la escatología cristiana?
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EAL A
V UCIO
1. Indica las principales respuestas y actitudes que se dan en nuestra sociedad ante la
pregunta por el sentido de la vida.
2. ¿Dónde buscan la felicidad los distintos planteamientos éticos?
3. ¿Cómo interpreta el cristianismo la realidad del sufrimiento y el dolor?
4. ¿Qué es el pecado y qué efectos produce en el hombre?
5. ¿Cuál es la actitud de Jesús ante el pecado y los pecadores?
6. ¿Qué respuesta ofrece el cristianismo a las aspiraciones más profundas del hombre?
7. ¿Qué significa la gracia en la revelación bíblica?
8. ¿Por qué decimos los cristianos que la gracia de Dios es la causa de nuestra
justificación?
9. ¿Cuáles son los rasgos que configuran el estilo de vida de los hombres que han sido
transformados por la gracia de Dios?
10. Expón las principales concepciones filosóficas y religiosas de la historia y la
escatología.
11. ¿Cómo interpreta el cristianismo el enigma de la muerte?
12. ¿Qué sentido tienen las esperanzas que proclamamos al final del «credo» en la
«resurrección de los muertos» y la «vida eterna»?
VIII sugerencias
 En las creaciones culturales de la actualidad destacan mucho las visiones derrotistas y
desesperanzadas de la vida. Sería conveniente confeccionar, entre toda la clase, una lista
de obras (literatura, cine, canción) en las que hemos percibido una visión esperanzada de
la vida.
 Unamuno y Camus se han planteado con profundidad el problema del tiempo y la
esperanza en la vida humana. Puede resultar interesante elegir una de sus obras y anali-
zarla, relacionándola con este tema.
 El pecado es un tema sobre el que existen valoraciones muy diferentes. Podéis realizar
una encuesta y analizar los resultados.
 A partir del estudio del capítulo 25 del evangelio de Mateo, analizar las actitudes
requeridas para estar en disposición de comparecer ante Dios.

unidad
 I PRESENTACIÓN.
 II PARA INICIAR LA REFLEXIÓN.
 III LIBERTAD Y LIBERACIÓN: DOS ASPIRACIONES CONSTANTES DEL
HOMBRE.
III.1. La libertad como condición necesaria para desarrollar una vida humana auténtica.
II.2. Relaciones entre libertad y liberación.
III.3. Búsquedas de liberación en la sociedad contemporánea.
 IV LA LIBERACIÓN EN ALA HISTORIA DE LA SALVACIÓN.
IV.1. La liberación en la historia de Israel.
a. El Éxodo: paso de la esclavitud a la libertad.
b. La Alianza: la ley de Dios como liberación para el pueblo.
c. Los profetas, defensores de la verdadera justicia.
d. Los «pobres de Yahvé»: el grito de los afligidos implorando la ayuda de Dios.
IV.2. Jesucristo liberador.
a. Jesús, hombre libre.
h. Jesús anuncia y establece un orden nuevo: el reino de Dios.
c. La muerte y resurrección de Cristo y la liberación del cristiano.

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