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I.
Porque nosotros buscamos aquello por lo cual las cosas bellas son bellas, así
como las cosas altas lo son por una cierta superioridad que las hace tales cuando
la poseen; aun cuando no lo parezca, ellas son grandes necesariamente. (Hipias
Mayor 294a8-b4)
Querría uno creer que no es posible admitir sin discusión que Sócrates no habría
cometido el error de considerar la belleza de un objeto como aquello que hace que este
objeto sea bello. Pero si por azar una duda nos viniera al espíritu14, se la podría erradicar
haciendo notar que como respuesta a la pregunta «¿Qué es lo que hace que las cosas
sean bellas?» Sócrates espera una respuesta que toma como modelo la respuesta a la
pregunta: «¿Qué hace que las cosas sean grandes?» El defmiens de «grande» -«el
exceso» (es decir, el hecho de tener dimensiones que exceden las dimensiones de las
cosas con las cuales el objeto es comparado)- muestra, sin demasiada ambigüedad que
«lo F que hace que todas las cosas F sean F» no es más que la propiedad F; muestra
también que esto F no es algo «que hace» que las cosas tengan esta propiedad y que
«a causa de» tiene aquí un valor semántico. El hecho de que una hormiga «supere» (en
dimensión) a las otras hormigas «hace» que sea una hormiga grande, así como el hecho
de que una figura sea una figura rectilínea cerrada de tres lados «hace» que esta figura
sea triangular. Y la respuesta esperada cuando uno formula la pregunta «¿Qué es F?»
no es, por consiguiente, menos explicativa. Una respuesta de este tipo resuelve la
paradoja que se vincula al hecho de que nosotros reconocemos muy seriamente que
una hormiga es una hormiga grande aun si «no parece» grande: por pequeña que pueda
parecer si se la compara, digamos, con un bebé elefante, no es menos cierto que, puesto
que satisface al defmiens, «con toda necesidad», es grande.
II.
¿Por qué un hombre cuyo fin supremo en la vida fuera propagar la virtud muestra
tanta impaciencia por encontrar el sentido del término “valentía”? A esta pregunta se
podría replicar «¿Por qué no?». Pocos términos presentan una carga emotiva tan fuerte.
Si uno tiene una idea falsa de lo que significa ser valiente o cobarde honrará y despreciará
las cosas que no se deben honrar o despreciar; y los errores de apreciación que haremos
inducirán una conducta que en el mejor de los casos no tendrá el valor apropiado. El
simple buen sentido debería llevar a cualquiera a reconocer al menos eso. La doctrina de
Sócrates concerniente al «poder del conocimiento 15 -la imposiblidad de la akrasía o
incontinencia de hacer el bien- lo lleva infinitamente más lejos. Esta doctrina reposa
sobre la creencia según la cual todos los hombres desean el bien y nada más, a excepción
de aquello que puede ser considerado como un medio para alcanzar un bien y como una
parte de ese bien16. Para explicar «aquello que en las almas de los hombres hace que
sean valientes», hay que poner en relación la creencia según la cual todos los hombres
no desean otra cosa que el bien con la respuesta que se acepte dar a la pregunta: «¿Qué
es la valentía?» -es decir, «el conocimiento de lo que debe y lo que no debe temerse17»,
respuesta en la cual «lo que debe temerse» en cualquier situación es la única elección
que siempre permite al agente alcanzar el bien menos elevado. Según esta respuesta, es
un hecho que la acción valiente produce mayor bien y menos mal que cualquier acción
cobarde. Y, según la creencia mencionada anteriormente, el que sabe en qué consiste
una acción valiente estará forzado a desear este género de acción preferentemente a
todo otro; y estará, por tanto, forzado a lanzarse en esta vía.
Si Sócrates se contentara con proponer su definición de valentía y no llevara la
cuestión más allá de eso, no explicaría lo que, desde su punto de vista «hace que los
hombres sean valientes», es decir, lo que los «hace» tales en un sentido pleno y causal.
Sobre este punto Penner tiene completa razón, y es una contribución valiosa al debate
haber insistido en ello. Pero no llega a mostrar en su ensayo cómo esta definición se
arrima a la concepción socrática de la dinámica de la motivación, que adquiere de este
modo una significación causal. Sin este acercamiento, quedaríamos preguntándonos
por qué la adquisición del conocimiento de lo que se debe y no se debe temer debería
permitir asegurar no solamente una iluminación intelectual, sino también una fuerza
moral invencible. Con esto -con la confianza que pone Sócrates en el deseo experimentado
por el bien, deseo que uno puede comparar a un «dynamo» que, en la psukhé (o el
alma), no se detiene jamás- se llega a comprender por qué Sócrates debía pensar que la
verdadera comprensión de lo que quiere decir «valentía» da paso a la verdadera
explicación de aquello que hace que los hombres sean valientes.
NOTAS
1 Este corto ensayo, compuesto en 1976, fue leído por amigos; muchos de entre ellos
hicieron útiles comentarios, especialmente Myles Bumyeat. Publico este artículo
con algunas revisiones poco importantes para acompañar el artículo siguiente;
para compañar también las notas prefijadas de un asterisco de mi artículo “La
unidad de las virtudes en el Protágoras" [1972], recogido en Plato Studies,
Princeton, Princeton Univ. Press, 1981,2da. edición, págs. 221-269 (en lo sucesivo:
UVP).