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FILOSOFÍA

1º Bachillerato

TEMA 1. La Filosofía entre otros tipos de conocimiento


Para definir el conocimiento filosófico conviene, además de dar cuenta de las
características y rasgos distintivos del saber filosófico (que veremos más adelante),
señalar la existencia de otros tipos de saber diferentes al filosófico cuyo análisis ayuda a
explicar el origen de la filosofía, su desarrollo histórico y su esencia como actividad
crítica de la razón.

Culturas bárbaras y culturas civilizadas:

En primer lugar, debemos distinguir entre culturas bárbaras y culturas civilizadas. Las
culturas bárbaras son aquellas que, ya sea en el pasado o en el presente (en lugares a los
que no ha llegado aún la cultura Occidental, por ejemplo) tienen como característica el
hecho de que se transmiten de manera oral de generación en generación, ya que carecen
de escritura, y en particular de escritura alfabética. Puede ser el caso, por ejemplo, de
una tribu de indígenas del Amazonas hoy en día. Y era el caso, también, en el pasado
europeo antes de la aparición del alfabeto griego (procedente del alfabeto fenicio).
Las culturas civilizadas se caracterizan por hacer uso de un alfabeto para dejar
constancia escrita de los conocimientos y para transmitirlos de esa manera a las
siguientes generaciones. La escritura tendrá manifestaciones diversas, en forma de
transacciones comerciales, en conocimientos teóricos y en conocimientos prácticos
como las normas de conducta o las leyes que dan lugar a la aparición de un Estado.
Cuando estudiamos el pasado, hablamos de “Prehistoria” en la medida que estudiamos
un período del que no tenemos testimonios escritos. Hablaremos de “Historia” sólo si
tenemos algún testimonio escrito de ese período del pasado.

1. Culturas bárbaras:

En ellas no podremos encontrar conocimientos críticos, como la ciencia y la filosofía,


ya que estos requieren de una compleja reflexión sobre saberes previos que requerirá el
uso de la escritura.
En las culturas bárbaras sólo encontraremos saberes productivos de carácter técnico y
determinados saberes teóricos o prácticos caracterizados por ser acríticos (que no
son sometidos a cuestionamiento alguno).

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La técnica es un saber productivo consistente en un conjunto de reglas que tiene por
objeto un resultado o un producto final.
Los antiguos egipcios tenían conocimientos técnicos para medir los campos
(agrimensura), a lo que se veían obligados cada año para poner de nuevo límites a los
campos tras ser aquellos borrados por la crecida anual del Nilo. Los egipcios
desconocían la ciencia de la geometría, pero tenían un conocimiento práctico que les
facilitaba la medición.
Para poner un ejemplo del presente: una tribu del Amazonas puede seguramente
construir hoy canoas para navegar por el río. Desconocen los principios científicos que
explican la navegación, pero conocen reglas de carácter técnico para producir canoas
que ciertamente navegan sin hundirse.
Los saberes acríticos (ya sean teóricos o prácticos) propios de las culturas bárbaras
son:
a. Mitos
b. Magia
c. Religión

a. Mitos. La palabra griega ‘mito’ significa ‘palabra’. Se trata de un discurso o palabra


(transmitida de forma oral en las culturas bárbaras) que se caracteriza por ser
acrítico, es decir, que no pregunta por su fundamento. La verdad o la coherencia de
su contenido no se cuestiona. Obsérvese que la palabra griega ‘logos’ también
significa ‘palabra’, pero en este caso será un discurso o palabra que está razonado
(que es crítico). El discurso o palabra típico de las culturas bárbaras es el mito. El
logos será propio de las culturas civilizadas.
Los mitos son narraciones o relatos a través de los que se explica algún fenómeno de
la naturaleza (saber teórico) o se recomienda alguna pauta de comportamiento (saber
práctico) apelando a decisiones que los dioses toman de manera caprichosa.
Compartir la creencia en determinados mitos consolida la unidad de los distintos
grupos humanos. En la tradición griega, en última instancia los dioses también
estarían sometidos al destino, pero éste escapa por completo a nuestro conocimiento.
Son, pues, las decisiones de los dioses las que explican los fenómenos naturales y
las que nos enseñan la conveniencia de actuar de un modo u otro, en función de los
acontecimientos que se nos narran en los mitos. Las explicaciones no tienen como
principios ciertas leyes o razones, sino que la racionalidad explicativa de los mitos
se basa, en última instancia, en decisiones caprichosas de dioses.
Como muestra de mitos dentro de la tradición occidental tenemos, por ejemplo, el
libro del Génesis (transmitido oralmente antes de ser escrito y recogido en la Biblia)
en la cultura judeo-cristiana o, en la cultura griega, los mitos recogidos por Hesiodo
en la Teogonía, entre otros muchos ejemplos.
Los mitos encierran una sabiduría simbólica que no es vacía, como puede
transmitirla también el arte en general (el cine, por ejemplo). Sin embargo, en los
mitos hay una exigencia de rigor simbólico muy acusada. En un mito casi nada es
superfluo.
Ya en los inicios de la Filosofía Occidental, Platón (siglos V-IV a.c.) hacía un uso
filosófico de los mitos para aprovechar su poder expresivo, pero entendiendo que
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han de interpretarse de modo alegórico (metafórico) y no literalmente, pues de otro
modo permaneceríamos dentro del pensamiento mitológico propio de las culturas
bárbaras. Por tanto, en Platón tenemos un uso de los mitos dentro del logos
(conocimiento crítico). Buen ejemplo del poder simbólico de los mitos lo hallamos
en el uso frecuente que Platón hace de ellos en sus obras, como es el caso del mito
de Prometeo (el fuego en el origen del hombre, del conocimiento técnico y del
conocimiento práctico en la sociedad) en el diálogo platónico titulado Protágoras; o
el mito del origen de Eros (el amor) o, también, el mito que explica la función de
Sócrates (la Filosofía) a partir de la definición del amor platónico en el diálogo El
Banquete.

b. Magia. Es un conocimiento o saber que trata de mantenerse en secreto (ciencias


ocultas) y mediante el que, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la
intervención de seres imaginables, se pretenden producir resultados o efectos
inexplicables, ya que se desconoce su causa y la magia no tiene como objeto la
investigación de esa causa.
La magia blanca, en oposición a la magia negra, busca la prosperidad del individuo
y es benéfica. Este tipo de magia incluye hechizos y sortilegios de distintos tipos
para mejorar las cosechas, atraer las lluvias, hierbas buenas para mantener la salud o
atraer las curaciones de enfermedades, amuletos protectores y talismanes. Se recurre
a ella para ahuyentar la mala suerte. Fue una magia oficial en muchas épocas
históricas.
En La Rama Dorada, Frazer (1854-1941) entiende como magia teórica a la magia
como expresión de reglas que determinan la consecución de acontecimientos en
todo el mundo; y entiende como magia práctica a la magia considerada como una
serie de reglas que los humanos cumplirán con objeto de conseguir sus fines. Frazer
considera que la magia se divide en dos tipos, fundados bajo los principios de
semejanza y contacto:
• Magia imitativa. Basada en que lo semejante produce lo semejante. Esto se
refiere a que los efectos provocados a algo o a alguien serán semejantes a las
causas que los provocaron.
• Magia contaminante. Se alude a que las cosas que una vez estuvieron en
contacto actúan recíprocamente a distancia, quedando unidas por siempre
mediante un lazo incluso después de haber sido separadas.

c. Religión. Definir qué es religión (del latín religare o re-legere) ha sido y es motivo
de controversia. La etimología del término ‘religión’ ha sido también debatida
durante siglos debido a las dos interpretaciones que se han sostenido. La primera
interpretación relacionada con el culto es la del orador latino Cicerón (siglo I a.c.),
que en su obra De natura deorum ofrece la siguiente etimología: «Quienes se
interesan en todas las cosas relacionadas con el culto las retoman atentamente, y
como las releen, son llamados “religiosos” a partir de la relectura». La otra
etimología, propuesta por Lactancio (III-IV d.c.), hace derivar la palabra ‘religión’
del verbo latino religare: «Obligados por un vínculo de piedad a Dios estamos
“religados”. Este segundo sentido resalta la relación de dependencia que «religa» al

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hombre con las potencias superiores de las cuales él se puede llegar a sentir
dependiente y que le lleva a tributarles actos de culto.
El filósofo Gustavo Bueno sostiene que ‘Religión’ tiene muchos sentidos, pero no
enteramente desvinculados entre sí. Ante todo, hay un sentido lato (amplio), en
virtud del cual la ‘religión’ se hace equivalente a ‘lo sagrado’ (lo que merece un
respeto excepcional, que no se puede ofender, por oposición a lo profano). Pero
también hay un sentido estricto en virtud del cual distinguimos los valores religiosos
de los restantes valores de lo sagrado. Según esta acepción estricta la religión se
circunscribe al campo de las relaciones e interacciones entre hombres y númenes o,
si se prefiere, al campo de las relaciones de religación de los hombres y los
númenes.

• Numen (definición fenomenológica):

Es un «centro de voluntad y de inteligencia» (un espíritu) no humano capaz de


mantener unas relaciones con los hombres de índole que podríamos llamar
«lingüística» (en sus revelaciones o manifestaciones) del mismo modo que el
hombre puede mantenerlas con él (por ejemplo, en la oración). Las relaciones
religiosas del hombre y el numen son relaciones prácticas, y cubren todo el
espectro de conductas interpersonales; no son sólo relaciones de amor o de
respeto, sino también relaciones de recelo, de temor, de odio o de desprecio. Los
númenes pueden ser también imperfectos, malhechores, genios malignos,
«demonios». El numen es una categoría religiosa, pero no es necesariamente
divino. Aun cuando, eso sí, lo divino sea también numinoso y los dioses sean
númenes. A veces, numen designa a la fortaleza o poder de una divinidad
determinada. También puede ser llamado numen el mismo Dios de las religiones
superiores.

En El Animal Divino, Gustavo Bueno señala que las tres grandes etapas del curso de
la religión corresponden a la religión primaria (o religión nuclear de los númenes
reales, los animales), a la religión secundaria (o religión de los dioses, de los
hombres divinizados y de los seres mitológicos) y la religión terciaria (o etapa de
las religiones superiores monoteístas).

La religión en su fase primaria, como relación del hombre con los animales
entendidos como númenes, es constatable por la ingente cantidad de animales que
han sido tenidos como tótem en muy diferentes culturas. El león, el águila, el oso, la
serpiente… Esos y otros muchos animales han sido invocados en rituales durante
milenios con el fin de solicitarles ayuda, reclamarles clemencia, etc.

La religión primaria constituye un episodio interno esencial de la evolución humana


(el hombre cazador que supera su fase carroñera pero aún no ha alcanzado la
domesticación de los animales). Las representaciones pictóricas de animales en las
cavernas paleolíticas no son una mera expresión artística, sino también un
testimonio de rituales en el interior de esas cavernas. Las bandas humanas, dispersas
en los territorios de las cavernas, mantenían su cohesión social jerárquica en torno a
las ceremonias de adoración, imprecación, etc., que tuvieron lugar en torno a los
númenes zoomórficos de los cuales dependen realmente (y no sólo por ensueño), ya

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que esas bandas humanas mantenían su desarrollo orgánico gracias a una dieta
sostenida durante milenios en tasas muy abundantes de carne.

La transición o evolución de formas de religiosidad primaria a las formas de la


religión secundaria podría recibir una explicación objetiva como determinada por lo
que solemos conocer como «revolución neolítica», en tanto esta comporta
precisamente la domesticación de los animales (la relación con un animal doméstico
no es la relación con un numen), consecutiva, por otra parte, al agotamiento de la
megafauna del pleistoceno (en gran medida por la acción de los cazadores
primarios). De este modo, quedaría explicada la transformación de los númenes
animales reales en dioses imaginarios, así como también la incorporación al mundo
numinoso de héroes o semidioses humanos, emparentados imaginariamente con los
dioses. El noventa por ciento del panteón de las religiones secundarias (Egipto
faraónico, Grecia, India, cultura maya, azteca, etc.) está constituido por figuras
zoomórficas.

Se producirá la aparición de los templos, la aparición de los especialistas religiosos,


de ceremoniales y dogmáticas que irán incorporando, cada vez más densamente,
contenidos morales y cosmológicos. En la medida en que los animales que poblaban
las bóvedas de las cavernas pasaron a poblar la «bóveda celeste», se pasó a
«localizar» a los númenes secundarios en el Zodíaco.

A medida que transcurran los siglos a lo largo de los cuales las sociedades humanas
vayan incrementando su demografía y vayan estructurándose como sociedades
urbanas (es decir, como sociedades políticas), aparecerán las religiones terciarias
(Judaísmo, Cristianismo e Islamismo), caracterizadas por su monoteísmo y por un
lento pero paulatino desprendimiento de los rasgos mitológicos de las religiones
secundarias. En el cristianismo de hoy, y tras la crítica desde la filosofía durante
siglos, a menudo se da a los mitos dogmáticos tradicionales una novedosa
interpretación metafórica. La Teología Natural puede incluso cuestionar si la
existencia de los ángeles alados o del demonio debe considerarse literal o solo
metafórica. La imagen mitológica del Dios cristiano como un anciano barbudo es
cuestionada, pues Dios no tiene cuerpo, es sólo espíritu y está en todas partes. Sin
embargo, ese Dios sigue siendo el Dios de una religión en la medida que es
considerado un numen (espíritu dotado de inteligencia y voluntad) capaz de
castigarnos o perdonarnos y con el que podemos relacionarnos lingüísticamente
mediante la oración. Dios nos entiende (inteligencia) y toma decisiones (voluntad)
sobre nuestras vidas: nos perdona o castiga. Negar que Dios tenga esa inteligencia y
voluntad sería tanto como llegar al ateísmo religioso. Un dios carente de esos rasgos
ya no sería una entidad religiosa. Cuando una persona dice: “Yo creo que tiene que
haber algo”, pretendiendo por ejemplo que ha de haber una causa (Dios) que
explique la existencia del mundo, no necesariamente esa persona es una persona
religiosa.

El Dios de la Teología de Aristóteles, el dios de los filósofos (el Acto puro, el Motor
inmóvil, el Primer Motor, la Causa incausada, etc.) no es propiamente un numen,
salvo por construcción dialéctica, puesto que con él no es posible interacción
operatoria (lingüística) alguna. No tiene sentido decir algo así como: “¡Oh, Causa
Primera, apiádate de mí!”. Porque la Causa Primera no es un espíritu con

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inteligencia ni voluntad. No es un numen. Y por tanto ese Dios no tiene propiamente
nada que ver con la religión. Estaríamos en el campo de la metafísica, no en el de la
religión.

Gustavo Bueno no considera, sin embargo, que podamos dar por agotada la
categoría religiosa, contra la pretensión de quienes piensan que la ciencia y la
tecnología controlan ya las claves del universo y la sociedad. De hecho, existen al
menos dos ejemplos donde se atisban posibles nuevas manifestaciones del
fenómeno religioso. Por un lado, las relaciones novedosas que desde ciertos
ecologismos se establecen entre los hombres y los animales (particularmente con los
primates, como hace el Proyecto Gran Simio) podrían llevarnos a una nueva religión
en la línea de las religiones primarias. Gustavo Bueno menciona, en segundo lugar,
el universal interés que nuestro presente mantiene hacia los extraterrestres, y el
análisis de las instituciones consagradas a investigarlos (el Proyecto Arecibo, por
ejemplo) puede considerarse, hoy por hoy, como una reminiscencia, de intensidad
inesperada, de la fase secundaria o mitológica de la religión. Es evidente que si los
«contactos» tuvieran lugar de hecho en un futuro próximo, una fase especial de la
religión primaria podría considerarse reestablecida.

2. Culturas civilizadas:

En las culturas civilizadas los saberes son desarrollados de manera escrita, y es así como
se transmiten de generación en generación. En una cultura civilizada podemos encontrar
conocimientos propios de las culturas bárbaras que han sido llevados finalmente a la
escritura. Pero además podemos encontrar otros tipos de saberes que no existen en las
culturas bárbaras. Unos serán conocimientos acríticos, pero otros serán conocimientos
críticos (logos). Comencemos por éstos.

2.1. Ciencias y Filosofía. Conocimientos críticos (logos).

Los saberes más característicos de las culturas civilizadas (en particular, de la


civilización Occidental) son las ciencias y la Filosofía. Más adelante, en temas
posteriores, volveremos sobre estos dos tipos de conocimiento para analizar sus rasgos
distintivos, su historia o sus métodos de investigación. Pero ahora es oportuno señalar
que se trata de dos formas de conocimiento ‘crítico’. Se corresponden con lo que antes
hemos llamado ‘logos’ (la palabra o el discurso que cuestiona lo que afirma y que
fundamenta racionalmente sus afirmaciones).

Del mito al logos. Explicaciones idealistas y materialistas.

Acerca del origen del conocimiento crítico (logos) se han dado muchas explicaciones
diversas. Es tradicional la explicación según la cual la Filosofía habría surgido por el
asombro (Platón) o la admiración (Aristóteles) que el hombre experimenta ante los
fenómenos que le rodean y mediante la duda (Sócrates) para encontrar respuestas.
Siguiendo ese esquema, el filósofo alemán Jaspers (1883-1969) habla de una especie
de “sacudida mística y espiritual” que se habría producido en la humanidad entre los
siglos VI y V a. c. y que explicaría la coincidencia temporal de figuras como Lao-Tse y

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Confucio en China; Buda en la India; Zoroastro en Persia; Jeremías, Daniel y Ezequiel
en Israel, y los orígenes de la Filosofía Occidental en Grecia con los presocráticos y
Sócrates. Sin embargo, la Filosofía Occidental que se origina en Grecia tiene rasgos
distintivos frente al pensamiento de esos otros autores de otras culturas que se han
mencionado, y hemos de explicar por qué ese tipo de pensamiento (la Filosofía
Occidental) tuvo su origen precisamente en Grecia y no en otra parte. La explicación no
puede descansar en una idealista apelación a una sacudida del “espíritu” en la
humanidad, sino que debe explicar por qué se produjo esa “sacudida del espíritu” con
características propias en el lugar (Grecia) y el momento (siglos VI-V a. c.) que se
produjo.

Para el caso específico de Grecia, es oportuno mencionar la polémica entre Burnet y


Cornford en la primera mitad del siglo XX. Cuando Burnet aludió (de una forma
idealista que nada explica) a un “milagro griego” para referirse a la aportación de los
filósofos presocráticos en el siglo VI a. c., Cornford respondió que en Grecia no se
produjo un cambio repentino o instantáneo, sino un proceso que ya se había iniciado
con el poeta griego Hesiodo en el siglo VII a. c. Así, en los mitos que nos transmite
Hesiodo ya se puede observar la introducción de dioses con referentes naturales (Caos,
Océano, etc.) junto a las divinidades antropomórficas de los mitos tradicionales. Según
Cornford, Hesiodo ya formaría parte de un “proceso de racionalización” que
desembocaría finalmente en los filósofos presocráticos en el siglo VI a. c. (en cuyas
explicaciones ya desaparecen los dioses como causas externas de los cambios en la
Naturaleza y solo se apela a principios internos a la Naturaleza). A pesar de esta
puntualización, la tesis de Cornford sigue siendo idealista, pues sigue sin explicarse por
qué esa “racionalización” se produjo en Grecia y en ese siglo y no en otra parte del
mundo y en otra época. Se hace necesaria una explicación materialista capaz de
responder a esa cuestión.

Por razones semejantes, podemos calificar también como idealista la famosa Ley de los
Tres Estadios del positivista francés Augusto Comte (1798-1857), según la cual el
conocimiento humano (tanto históricamente como en cada individuo) pasa por tres fases
o estadios (estados) del espíritu: el estado teológico, el estado metafísico y el estado
positivo. El primero es un estado preparatorio, el segundo es transitorio respecto al
tercero, que es el definitivo.

El estado teológico. (Ficticio). Es el punto de partida del espíritu positivo. En él se


pretende dar respuestas absolutas a todos los fenómenos que resultan extraños,
tendiendo a hacer que todo se parezca o asimile al hombre (divinidades
antropomórficas). Busca las explicaciones en razones obscuras y sobrenaturales.
Domina la imaginación. Este estadio se subdivide en tres fases: fetichismo, politeísmo y
monoteísmo.

El estado metafísico. (Abstracto). En este estado se busca el por qué y la explicación de


la naturaleza en las cosas mismas, a través de entidades abstractas, inmutables y
necesarias (el Agua de Tales, el Dios de Aristóteles, los átomos de Epicuro o
Demócrito, etc.). Sigue manteniendo ese carácter del estado teológico de dar
explicaciones absolutas, lo que le hace estar más cerca del estado anterior que del
positivo. Domina el razonamiento, no la experiencia. El espíritu metafísico no tiene la
autoridad efectiva que tenía el estado teológico, aunque ha servido, pensaba Comte,

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entre los siglos XIII a XVIII para descomponer el sistema teológico en los distintos
géneros del saber. Por eso es una fase destructiva y crítica, no constructiva.

El estado positivo. (Real). Última etapa del desarrollo del espíritu humano. No busca el
porqué de las cosas sino el cómo aparecen y se comportan los fenómenos. Solo interesa
la descripción fenoménica y la regularidad de su obrar. Es el estado definitivo de la
positividad racional y tiene como rasgo distintivo el de la subordinación constante de la
imaginación a la observación; el espíritu humano renuncia a las explicaciones absolutas
de etapas anteriores y se circunscribe al dominio de la verdadera observación de la
experiencia.

Para Comte la ciencia se construye en el conocimiento de lo positivo (los hechos, lo


concreto, lo dado por la experiencia). Lo positivo a nivel práctico será lo útil, eficaz y
constructivo. El saber positivo es un saber de los hechos. Sólo es real o inteligible lo
positivo, es decir, los hechos. Estos son los fenómenos que son dados al sujeto (algo es
positivo cuando es útil, cierto, preciso, observable, objetivo). El hecho, en sí mismo, es
el objeto propio del saber positivo. La función del conocimiento científico es
establecer leyes a partir de los hechos. Una ley es una generalidad que expresa las
relaciones entre los hechos. La ley da precisión, objetividad y rigor a los hechos.
Permite hacer previsiones para prevenir las contingencias del futuro (prever para
proveer). El saber positivo intenta unificar todas las ciencias, desde el presupuesto
teórico de que deben unificarse desde la ciencia humana, la sociología. Comte intenta
hacer una organización sistemática, no sólo de las ciencias, sino también de la
humanidad. Los criterios para hacer esa organización son: la semejanza, la filiación y el
grado de generalidad o complejidad (estas dos están en proporción inversa). Las
ciencias más generales son menos complejas, como la matemática. En el extremo
opuesto estará la sociología.

La explicación de la Ley de los Tres Estadios de Comte está muy extendida, de modo
que es habitual considerar a la Filosofía como un saber previo o anterior a las ciencias
positivas (la ‘madre’ de las ciencias). Es una versión más del tradicional ‘árbol de las
ciencias’ (con sus ramas), donde la Filosofía está en el tronco común. Sin embargo, en
realidad Comte no ha explicado cómo se produjo el surgimiento de las ciencias
positivas particulares, ni dónde, ni cuándo ni por qué allí y en aquel momento. Sólo está
constatando la preponderancia creciente de las ciencias desde el Renacimiento, que van
desplazando a la Metafísica teológica en la disputa por el "poder espiritual".

Desde el materialismo filosófico, Gustavo Bueno ha sostenido en su teoría del cierre


categorial que en realidad las ciencias tienen su origen en los conocimientos técnicos
(cada ciencia provendría de un conocimiento técnico previo determinado). Así, la
geometría, iniciada en Grecia en el siglo VI a.c. (por ejemplo, Tales de Mileto o
Pitágoras) provendría de la técnica de la agrimensura (medición de campos) de los
egipcios; la astronomía provendría de las técnicas de orientación para la navegación de
los fenicios y las técnicas para elaborar calendarios en Mesopotamia; la lógica
procedería de las técnicas para convencer en los debates en el ágora (plaza pública); la
química provendría de técnicas de cocina, de la metalurgia o de tintorería; la lingüística

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procedería de conocimientos técnicos como el alfabeto fenicio (y luego el griego) o las
técnicas de los escribas o de los traductores, etc.

Además, si bien la Filosofía hunde sus raíces en el análisis de los mitos de la tradición,
lo cierto es que la Filosofía Occidental, la que aparece en Grecia (a diferencia de la
Filosofía tradicional de la India o de China, por ejemplo), surge paralelamente a la
ciencia de la Geometría y de la mano de los mismos autores (Tales, Pitágoras,
Anaxágoras, Platón…), pretendiendo ser una “geometría de las Ideas”. No puede
pensarse en la Filosofía de Platón al margen de la existencia previa de la ciencia de la
Geometría. Por lo demás, no es cierto que el florecimiento de las ciencias desde el
Renacimiento haya anulado la actividad filosófica… En todo caso, el florecimiento de
la “revolución científica” dejará en evidencia la invalidez de la filosofía anterior a esos
conocimientos científicos, pero ello no puede excusar la inevitable necesidad de
construir Ideas filosóficas (teóricas y prácticas) que han de tener presentes, claro está,
los saberes científicos de cada momento histórico dado. En este sentido, la Filosofía no
sería un saber anterior a las ciencias, sino paralelo o incluso posterior a ellas, en la
medida que se construye sobre la base de los conocimientos científicos vigentes en cada
caso.

Tenemos entonces que del conocimiento técnico surgen las ciencias, y de las ciencias
surge la Filosofía (la Filosofía Occidental, que es la que nos ocupa en esta materia
académica). Hemos llamado ‘logos’ al conocimiento crítico (ciencias y Filosofía).
Veamos brevemente una explicación materialista de las causas del llamado “paso del
mito al logos” que se produjo en Grecia desde el siglo VI a.c.

Causas del paso del mito al logos en Grecia desde el siglo VI a.c.:

La filosofía surge en las colonias griegas en el siglo VI a.c.. ¿Por qué ahí y en ese
momento y no en otros cualesquiera? Suelen señalarse dos hechos como causas:

1º) El fenómeno de las colonizaciones griegas que tiene lugar en la época Arcaica, entre
los siglos VIII y VI a.c.. La filosofía presocrática surge en las colonias (en las islas
griegas, en la costa de la actual Turquía o en la Magna Grecia, situada en el actual sur
de Italia). Ningún filósofo presocrático importante es de la Grecia continental.

2º) Las reformas políticas que en los siglos VII y VI a.c. llevarán a las ciudades griegas
(polis) a terminar con una organización política que había estado basada durante siglos
(época Micénica –ejemplo: Troya en el siglo XIII a.c.--) en una estructura familiar
(clanes, tribus) que había entrado en crisis (época Oscura –XI-IX a.c.--), sustituyéndola
por una organización política paulatinamente más democrática.

El fenómeno de las colonizaciones tiene un doble efecto: primero, pone en contacto


los patrones culturales de la metrópoli, que los colonos mantienen, con los que rodean a
la colonia, provocando un cuestionamiento de las creencias y un escepticismo en torno
a los diferentes mitos; segundo, permite un desarrollo del comercio, una acumulación
de conocimientos técnicos de otros pueblos (alfabeto fenicio, calendario
mesopotámico, agrimensura egipcia, etc.), sobre cuya base se desarrollará el ´logos’, es

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decir, el pensamiento crítico (aparecerán las primeras ciencias y la filosofía de los
presocráticos), y un auge de la economía (que favoreció el ocio necesario para el
pensamiento contemplativo), lo que nos lleva al asunto de las reformas políticas.

El desarrollo económico propicia el tercer factor que favoreció la aparición de la


filosofía (de la filosofía práctica, en este caso): la antigua sociedad familiar en la que
cada persona ocupa un lugar en la sociedad según su nacimiento entre en crisis. Surgen
grupos sociales que, aun ocupando por nacimiento un lugar en la sociedad, piden ocupar
otro distinto merced a su posición económica. Se producen así en los siglos VII y VI
a.c. enfrentamientos violentos entre grupos rivales en las polis. Para salir de esta
situación de enfrentamiento las ciudades se reorganizan políticamente. La institución
que va a servir de puente entre la organización familiar y la paulatina aparición de la
democracia va a ser la tiranía. El tirano era una especie de árbitro o mediador entre
facciones rivales dentro de la polis. En este momento, siglos VII y VI, surgen toda una
serie de figuras (legisladores, tiranos, reformadores) en las que los griegos confían para
su gobierno porque establecen lo que es justo, el término medio que da satisfacción a
todo el mundo. Esta búsqueda de lo correcto, de lo justo, de lo proporcionado, de la
ley que dé a cada uno lo suyo y que todo el mundo reconozca como adecuada va a dar
lugar a la filosofía práctica. Digamos que el mito no sirve para esta función
deliberativa, y en este momento deben desarrollar algo distinto a lo que dicen sus mitos.
Necesitan una explicación racional que permita justificar racionalmente leyes y medidas
de gobierno.

Finalmente, existe un cuarto factor que explica por qué fue en Grecia donde apareció
la filosofía. En la cultura griega, a diferencia de las culturas egipcia o mesopotámica, no
existían libros sagrados ni un sistema educativo organizado. No existía casta
sacerdotal alguna que estuviera encargada de velar por la ortodoxia de ningún conjunto
de creencias de obligado acatamiento. Viajeros, exiliados o habitantes de ciudades
fronterizas, como los jonios, acostumbrados a vivir con persas, helenos o egipcios,
fueron los primeros que se ocuparon de filosofar.

2.2. La tecnología.

Cuando hemos hablado de las culturas bárbaras hicimos mención de que en ellas pueden
encontrarse saberes productivos de carácter técnico. Se trata del conocimiento de ciertas
reglas que nos permiten llegar a producir un resultado práctico determinado. Ese
conocimiento técnico puede darse en ausencia de conocimientos científicos, y de hecho
así ocurre en las culturas bárbaras. Pusimos el ejemplo de la tribu amazónica que
construye canoas pese a ignorar la explicación científica de la navegación.

Cuando un proceso productivo exige necesariamente conocimientos científicos previos,


a ese conocimiento técnico ya no lo llamamos simplemente “técnica”, sino
“tecnología”. Así, por ejemplo, la producción de ordenadores no es posible sin
conocimientos científicos previos (en particular, de cibernética y electrónica). Lo mismo
podemos decir de los telescopios de ondas de radio, por ejemplo, cuya producción no
sería posible sin conocimientos científicos previos sobre óptica o electromagnetismo.

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Así, pues, una vez que en las culturas civilizadas se produce la aparición de los primeros
conocimientos científicos (derivados de conocimientos técnicos previos, como hemos
visto), se iniciará a su vez el camino de los desarrollos de la tecnología. Pues será
tecnológico todo conocimiento técnico o productivo que exija conocimientos científicos
previos.

2.3. Conocimientos acríticos en las culturas civilizadas.

Aunque en la civilización Occidental han surgido conocimientos críticos como las


ciencias y la filosofía, no todo es resultado de la reflexión crítica en nuestra cultura.
También en nuestra civilización pueden encontrarse restos de los saberes acríticos de las
culturas bárbaras (ahora ya escritos), como los mitos, la magia o la religión. Lo que es
más, en las culturas civilizadas podemos encontrar saberes acríticos que son
característicos (precisamente) de las culturas civilizadas.

Podemos señalar tres tipos de conocimiento acrítico propios de las culturas civilizadas
(ideologías, paraciencias y teología), cada uno de los cuales está en correspondencia con
uno de los tres conocimientos acríticos que hemos mencionado en las culturas bárbaras
(por este orden: mitos, magia y religión). La característica común entre las ideologías,
las paraciencias y la Teología es que son conocimientos acríticos que, sin embargo, se
presentan ante la opinión pública con la pretensión de ser conocimientos críticos, habida
cuenta el prestigio que el conocimiento crítico tiene en las sociedades civilizadas. Sin
embargo, no son conocimientos realmente críticos y debe manifestarse con claridad que
no merecen tal consideración.

a. Ideología
b. Paraciencias o pseudociencias
c. Teología

a. Ideología. Es un conocimiento acrítico que estaría en correspondencia con los mitos


de las culturas bárbaras. Como ocurre con los mitos, transmite un supuesto saber
teórico y práctico que da cohesión o unidad al grupo social que comparte esas
creencias. Se presenta como un saber crítico, pero realmente no lo es.

La palabra ‘ideología’ fue utilizada por primera vez por el ilustrado sensualista
francés Destutt de Tracy (1784-1836) en el periodo de la Revolución francesa y con
el significado de ‘ciencia de las ideas’, tomando ideas en el sentido amplio de
estados de conciencia. Para él, lo que el estudio de la ideología posibilitaba era el
conocimiento de la verdadera naturaleza humana al preguntar de dónde provenían
nuestras ideas y cómo se desarrollaban. Originalmente denominaba así a la ciencia
que estudia las ideas, su carácter, origen y las leyes que las rigen, así como las
relaciones con los signos que las expresan.

Pocos años después de su introducción, el término ‘ideología’ adquirió una


connotación eminentemente peyorativa, al punto de que la enseñanza de la Ciencia
Moral y Política fue prohibida en el Instituto de Francia por Napoleón (1812), quien
pragmáticamente prefería los cañones a las palabras, acusando al autor y a otros

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profesores de dicha materia de predicar la oposición a su gobierno. Napoleón da a la
palabra ‘ideología’ un sentido peyorativo al entender que los ideólogos son un
obstáculo para la actividad resolutiva.

Pero el sentido que nos interesa aquí de la palabra ‘ideología’ no es ninguno de esos
dos. El sentido de la palabra ‘ideología’ que es pertinente para nosotros ahora es el
que dio a esa palabra Karl Marx a mediados del siglo XIX. Para Marx, la ideología
es el conjunto de las ideas que explican el mundo en cada sociedad en función de
sus modos de producción, relacionando los conocimientos teóricos y prácticos
necesarios para la vida con el sistema de relaciones sociales; la relación con la
realidad es tan importante como mantener esas relaciones sociales, y en los sistemas
sociales en los que se da alguna clase de explotación, se trata de evitar que los
oprimidos perciban su estado de opresión. En su célebre prólogo a su libro
Contribución a la crítica de la economía política Marx dice:

[...] El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica


de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica
y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El
modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social
política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina
su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.

Hablamos de ideología cuando una idea o conjunto de ideas determinadas


interpretadoras de lo real son consideradas como verdaderas y son ampliamente
compartidas conscientemente por un grupo social en una sociedad determinada. La
ideología interviene y justifica dirigiendo los actos personales o colectivos de los
grupos o clases sociales, a cuyos intereses sirve. Pretende explicar la realidad de una
forma asumible y tranquilizadora, pero sin ejercer un verdadero pensamiento crítico,
funcionando sólo por consignas y lemas interesados. Marx consideraba, por
ejemplo, que la incipiente ciencia de la Economía Política desarrollada por parte de
los economistas ingleses de su tiempo no era en realidad una ciencia sino una
ideología al servicio de la clase burguesa capitalista.

b. Paraciencias o pseudociencias. Es un conocimiento acrítico que estaría en


correspondencia con la magia de las culturas bárbaras. El prefijo ‘para’ nos indica
que estamos ante un saber que se desenvuelve de forma paralela a las ciencias pero
que en realidad no es una ciencia, aunque a menudo se presente como tal y con la
dignidad suficiente como para discutir de tú a tú con las ciencias. El prefijo ‘pseudo’
nos indica directamente que se trata de ‘falsas’ ciencias. Esta clase de saberes no
utilizan un método científico de conocimiento. A menudo se caracterizan por el uso
de afirmaciones vagas, contradictorias, exageradas o infalsables (que sería imposible
demostrar que son falsas), sin intentos rigurosos de refutación, con poca o nula
disposición a evaluaciones externas por otros expertos y, en general, una ausencia de
procedimientos sistemáticos para el desarrollo racional de teorías.

Estos saberes encuentran su caldo de cultivo en la existencia (presunta o real) de


fenómenos que no pueden ser explicados por las ciencias vigentes en ese momento
(y que esos saberes se apresuran a explicar de forma acrítica). Asimismo, las

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paraciencias se amparan en la ignorancia del público al que se dirigen y en el que
encuentran clientes.

Entre las paraciencias podemos mencionar, entre otros, los siguientes ejemplos: la
quiromancia (adivinación a través de las manos –del griego khéir, "mano"- para
conocer la personalidad del sujeto y, presuntamente, adivinar su futuro), la
curandería o curanderismo (con métodos, entre otros, como la imposición de
manos o la polémica homeopatía), la alquimia (que durante siglos buscó una
sustancia llamada piedra filosofal, capaz de transformar metales como el plomo en
oro; esa sustancia estaba relacionada también con el elixir de la vida o panacea que
curaría todas las enfermedades; hoy la alquimia está casi desaparecida), la
numerología (basada en doctrinas pitagóricas según las cuales todo en el mundo
está escrito en caracteres matemáticos), la grafología (trata de la supuesta relación
entre la escritura y la personalidad del individuo; no debe confundirse con la
caligrafía forense, que es usada en la justicia como técnica auxiliar para determinar
si un escrito pertenece a una persona en particular), la parapsicología (sostiene la
existencia de fenómenos como la telepatía, la videncia a distancia y del futuro, y la
telequinesis, entre otros; a menudo introduce nociones como “fuerzas positivas y
negativas” que pretenden dar apariencia de cientificidad a sus explicaciones), el
creacionismo (que se opone al evolucionismo y hoy mantiene la teoría del diseño
inteligente), la ufología (estudio de los objetos voladores no identificados –ovnis- y
frecuentemente incluye la creencia de que los ovnis son la evidencia de visitantes
extraterrestres), la astrología (creencia en una relación causal entre la posición
relativa de determinados planetas, satélites, estrellas y constelaciones zodiacales y la
personalidad y expectativas futuras de las personas), etc…

El problema de la demarcación entre ciencia y pseudociencia tiene implicaciones


políticas, además de ser un problema de científicos y filósofos de la ciencia.
Distinguir la ciencia de la pseudociencia tiene consecuencias prácticas en, por
ejemplo, el caso de la asistencia médica, el peritaje judicial, las políticas ambientales
(deben tomarse decisiones, en medio de acusaciones de hacer pseudociencia entre
las partes) y la educación en ciencias en los centros educativos.

c. Teología. Es un conocimiento acrítico que estaría en correspondencia con la religión


de las culturas bárbaras. Hay que distinguir la teología dogmática (religión) de la
teología natural (filosofía). La teología dogmática se presenta como un saber
dogmático, no crítico. Por contra, la teología natural fue iniciada por Aristóteles
(siglo IV a.c.) hablando, desde la reflexión crítica, de un dios metafísico, ajeno a la
religión (el Primer Motor, Motor Inmóvil, la Causa Incausada, el Acto Puro…).

Sin embargo, la filosofía cristiana utilizó la Teología Natural de Aristóteles para


ponerla al servicio de la religión cristiana. Así, por ejemplo, Santo Tomás de
Aquino (siglo XIII d. c.) utilizó los mismos argumentos que Aristóteles había usado
para sus conclusiones metafísicas sobre el Primer Motor para, inmediatamente,
concluir que ese Primer Motor es el dios de la religión cristiana. Una conclusión
completamente acrítica, como es obvio. De esta manera, la Teología Natural se
presenta hoy como un saber presuntamente crítico que realmente no lo es, pues está
al servicio de creencias religiosas dogmáticas que no son cuestionadas.

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