Está en la página 1de 146

R/N.

REVISTA DE NARRATIVA
4.4 / 2019
ISSN 2605-3608

CON ÁNIMO DE ESPANTO


R/N. Revista de narrativa

Número 4, volumen 4

2019

ISSN 2605-3608

Con ánimo de espanto

Edición y prólogo
José Eduardo Morales Moreno
R/N. Revista de narrativa
Número 4, volumen 4
ISSN 2605-3608
Noviembre, 2019

IES Saavedra Fajardo


Murcia

DISEÑO Y MAQUETACIÓN:
José Eduardo Morales Moreno

ILUSTRACIÓN DE PORTADA:
Spencer Selover

Licencia Creative Commons

Reconocimiento — No comercial — Sin obra derivada


Usted es libre de copiar, distribuir y comunicar públicamente esta obra o cual-
quiera de sus partes (salvo la ilustración de portada, que tiene la licencia esta-
blecida en https://www.pexels.com) bajo las condiciones siguientes:
Reconocimiento. Debe reconocer la autoría de los textos y su procedencia.
No comercial. No puede utilizar esta obra para fines comerciales.
Sin obras derivadas. No se puede alterar, transformar o generar una obra
derivada a partir de esta obra.
Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.

LOPE DE VEGA
ÍNDICE

Prólogo ....................................................................................... 9

Mamá, por Sara Jenfi Muñoz ................................................... 11


La muñeca de trapo, por M.ª Esther Vignacq Sánchez ............ 17
Nos hizo la vida imposible, por Sonia Alcántara Monreal ....... 21
La doctora, por Alicia Ibáñez Fernández ................................. 24
La penitencia, por David Saura Conesa ................................... 27
El misterio del piano encantado, por Lucía Frutos Teruel ....... 32
El peligro de la curiosidad, por Paula Fernández Molina ........ 35
Testigo, por Lucía Leal Gálvez ................................................ 38
El garaje, por Mario Puerto Palazón ........................................ 43
La habitación número 13, por Javier Zamora Bastida ............. 47
Una larga noche, por Marina Mirete Avia............................... 51
Picassent 1998, por Andrés Noguera Cortés........................... 54
Disparo a lo desconocido, por Hiram Aizpurua Cordero ........ 57
Sombras entre paredes, por Ana María Magnacca Gálvez ..... 61
La bienvenida, por Paula López Hernández ............................. 69
El padrastro, por Antonio Navarro López ............................... 72
El museo, por Fabián Jerez Pupo............................................. 75
La casa de la cicatriz, por Gema Vera Osete ........................... 78
Feliz cumpleaños, Sam, por Elena Gallego García .................. 82
La mujer del espejo, por Marta Corbalán Soler ....................... 86
El globo rojo, por Paula Martínez Saura .................................. 90
El horripilante crimen del doble, por Germán Murcia Granero
.................................................................................................. 93
Los prados, por Alba Garcerán Torres ..................................... 96
Fiesta de Halloween en el IES Saavedra Fajardo, por Patricia
Sotomayor López ..................................................................... 98
Insomnio, por Gonzalo Saura Gutiérrez ................................. 101
Un sueño muy real, por Claudia Aranda Sánchez .................. 104
Una noche en el cementerio, por Laura Barrachina Navarro 107
Una tarde de playa, por Sara Carbonell Morales ................... 109
El viaje no deseado, por José María Moral Martínez ............. 111
Las 3:33, por Miguel Moreno Saura ...................................... 114
El diario, por Ana Campos León ........................................... 117
Cuando me atrapen, por Claudia Elkanouzi Almansa ........... 120
Pena de muerte, por Esperanza Martínez Sánchez ................ 123
Un verano inolvidable, por Alicia Marcos Caravaca ............. 125
El día del mal, por Paula Jiménez Noguera ........................... 129
Venganza de fin de curso, por Ismael Capel López ............... 132
Suga mononoke, por Rigo Alberto Piamba Rodríguez ........... 135
El niño de la soledad, por Patricia Ruiz Contreras ................ 137
Sobrenatural, por Andrea Alonso Fernández ......................... 139
Ciudad fantasma, por Pablo Piqueras Rodríguez ................... 141
Aquella niña extraña, por Ana Ródenas Gambín................... 143
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

PRÓLOGO

Hay algunos lugares que, por su función social, por su


carga cultural, por los acontecimientos que en ellos ocurrie-
ron o por las huellas que les ha dejado el paso del tiempo,
infunden en el ser humano un sentimiento de terror. Tal
ocurre con sanatorios, psiquiátricos, cementerios, bosques,
escenas de crímenes o casas abandonadas, especialmente
cuando se conjugan con la noche, que por sí sola es capaz
de suscitar ciertas emociones relacionadas con el miedo,
pues activa la imaginación y la encauza, como los raíles fre-
néticos de una montaña rusa, hacia los lúgubres páramos
del reino del espanto.
Además de lugares y tiempos, el terror también se vin-
cula a ciertos objetos que, alejados de los usos que les son
propios, se cargan de connotaciones tétricas, como una mu-
ñeca de trapo, que puede encarnar la faceta más cruel y des-
piadada del ser humano, o un globo rojo, que puede conte-
ner el más allá por ser él mismo un ente fantasmagórico.
Estos elementos han sido utilizados en la literatura de
forma recurrente para despertar en el público, mediante la
palabra, sensaciones espeluznantes y emociones aterrado-
ras, en una tradición que llega hasta nuestros días y que este
año han continuado los alumnos de ESO y Bachillerato del

9
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

IES Saavedra Fajardo, que han escrito unos relatos cuya co-
lumna vertebral es el miedo.
Esperamos que los lectores disfruten y tiemblen con los
cuentos terroríficos que se publican en este nuevo volumen
de R/N. Revista de narrativa. También esperamos que no
les provoquen ni sueños incómodos ni inquietantes pesadi-
llas…

10
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

MAMÁ,
por Sara Jenfi Muñoz

1º Bachillerato F

Corrían los años 30 del siglo XX. Eva se había criado


en el seno de una familia adinerada, pero también muy
conservadora. Su padre había sido un importante banquero,
ahora retirado y aficionado a la caza. Su madre falleció
cuando ella era apenas un bebé; así que siempre estuvo al
cuidado de ayas. A medida que iba creciendo, estas, en lugar
de jugar con ella, le iban enseñando tareas domésticas, algo
muy común en aquella época. Nunca le faltaron
comodidades, aunque sí algo mucho más importante:
libertad, amistad, amor...
Vivían en un gran caserón en medio del campo, alejados
de la civilización, y Eva no tenía a nadie con quien jugar,
no tenía compañeros de estudios, no tenía amigos... A nadie,
salvo aquellas viejas ayas amargadas, que solo le enseñaban
a coser, lavar, planchar y cocinar. Se escapaba y se escondía
de ellas siempre que podía, para que no la obligaran a hacer
aquellas aburridísimas tareas.
Una tarde, mientras paseaba por la finca, encontró un
pequeño hueco en una valla, a ras de suelo. Sin pensárselo
dos veces, salió por el agujero al mundo exterior y anduvo
sin rumbo un buen rato. No muy lejos, encontró una
modesta casa en la que vivía una familia que trabajaba las
tierras de su padre. Recibieron a la muchacha como si fuera
una de ellos. Eran trabajadores, honrados y también muy
11
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

alegres. Le encantó la compañía. Aquella noche, tumbada


en la cama, decidió que iría visitarlos a menudo.
Y así fue. Todas las tardes, aprovechando que su padre
pasaba mucho tiempo fuera, a veces días enteros, Eva
entraba a aquella casa de campesinos, entre los que se sentía
como alguien más de la familia. Aquella humilde gente
tenía un hijo de su misma edad, Esteban, un muchacho muy
guapo y sensible, pero a la vez muy fuerte. Le contaba mil
historias a Eva, le hablaba de sus sueños..., era
imaginativo... Era perfecto. Con el paso del tiempo, la joven
pasaba más tiempo en aquella casa, —sobre todo junto a
Esteban—, que en la suya propia, cada vez más carcomida,
oscura y deprimente.
El padre de Eva conoció, por uno de sus amigos, que la
muchacha había estado rondando la casa de los labradores
desde hacía tiempo. Incluso le había contado que la había
visto con el hijo menor de esa familia en las fiestas del
pueblo. “Qué despropósito”, pensó él. “Qué vergüenza para
esta casa. Mi hija... con esa chusma”. Echó a patadas de su
casa al amigo y, acto seguido, salió corriendo hacia el hogar
de los labradores. Allí, encontró a Eva bailando con el
muchacho, mientras los demás tocaban palmas y cantaban
alrededor. Todos enmudecieron cuando lo vieron aparecer.
No se movía ni una mosca. El padre, rojo de rabia y muy
serio, a pocos metros, dijo en voz muy alta: “Quédate a vivir
aquí, si quieres. Nunca más entrarás en mi casa”. A partir de
aquel momento, Eva ya no volvió al caserón en el que se
había criado. Fueron unos meses muy duros para ella, pero
a la vez se sentía libre.
Pronto una buena noticia alegraría su vida. Eva esperaba
un hijo de Esteban. Habían acordado marcharse a casa de
unos primos de Esteban que trabajaban en la ciudad, donde

12
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

ambos encontrarían buenos trabajos y el bebé podría crecer


en mejores condiciones. Partieron una noche en una carreta,
cuando a Eva le faltaba muy poco para dar a luz. Iban
felices.
Todo estaba a oscuras y necesitaban cenar. Hicieron un
alto en el camino, para encender un fuego. Esteban se había
alejado para buscar unas ramas y algo de leña, cuando sonó
un disparo cercano. De pronto empezó a llover, pero eso no
impidió que Eva bajara de la carreta para ver qué sucedía.
A varios metros de allí, su padre disparaba a algo que se
retorcía en el suelo. Un segundo disparo se transformó en
una contracción de parto para Eva, que echó a correr lejos
de allí. Su padre la había visto e iba hacia ella. Iba ciego de
ira. En el cielo, se empezaba a desencadenar una tormenta;
en el suelo, un infierno.
El dolor de las contracciones parecía mucho más terrible
con la tormenta que se estaba desatando en la penumbra de
aquel páramo. Eva había empezado a huir, dando enormes
zancadas, en busca de un refugio seguro; cualquier lugar
servía, siempre que su padre, autoritario, rifle en mano, no
anduviera cerca. El niño estaba en camino y sentía que, de
un momento a otro, le flaquearían las fuerzas y se
desplomaría sobre el frío suelo, rota de miedo y dolor. Se
arrodilló, agotada, entre la hierba y bajó la cabeza, mientras
la lluvia le empapaba la cabeza sin piedad. Eva miró hacia
abajo, a punto de darse por vencida. Pariría allí mismo; ya
no había solución. Dejaría obrar al destino.
Otra contracción volvió a sacudirla, de los pies a cabeza.
Encogida sobre sí misma, con el cuerpo hecho un ovillo,
cerró los ojos con fuerza y los mantuvo apretados durante
unos instantes. Cuando los abrió, no pudo evitar una
expresión de sorpresa. Ante ella, semioculto por un

13
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

bosquecillo, se adivinaba un monumental edificio casi en


ruinas. Recuperó algo de aliento, se levantó fatigosamente
y se dirigió allí como pudo.
Camillas mohosas, instrumentos quirúrgicos oxidados,
camisas de fuerza arrugadas y apiladas por los rincones...
Eva no tardó en reconocer que se encontraba en un antiguo
hospital psiquiátrico. Sus sentidos no daban para reconocer
mucho más en aquel momento; se centraban en encontrar
un lugar cómodo en el que dar a luz, pero lo único que
encontraba a su alrededor eran sombras fantasmagóricas,
provocadas por objetos desperdigados que arrojaban
siluetas tétricas sobre las paredes. ¿Qué más daba? El niño
estaba a punto de llegar. Ya no podía aguantar más.
Eva avanzó por un pasillo, apoyándose fatigosamente
en las paredes, hasta que, por fin, entró en una sala enorme;
apartó de un manotazo varios trastos que había sobre una
camilla y se recostó en ella. Alguien sonrió cariñosamente
a su lado. Muerta de miedo, procuró no reparar en ello, se
arremangó las ropas y, con las piernas abiertas, empujó para
que saliera el bebé. Se debatía entre el agotamiento y el
horror de saber que alguien presenciaba toda aquella
angustia; pero asustarse era un lujo que no se podía permitir
en aquellas circunstancias.
Algo gimió lastimeramente y le acarició un tobillo. Eva
encogió rápidamente las piernas, aullando de dolor y miedo,
y se levantó de un salto; la observaban. La habitación estaba
llena de gente, pero no conseguía ver qué había a su
alrededor. Un rumor iba creciendo por instantes, voces con
mensajes ininteligibles, pequeñas voces agudas, como de
llantos de bebé, iban creciendo en número y potencia. Eva
salió despavorida de la habitación. Pequeñas sombras de
bebé gateaban tras ella, y algunas la alcanzaban y lograban

14
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

reptar por sus piernas. Algo frío entre sus muslos tiró de ella
hacia abajo y le hizo caer. El vello de todo el cuerpo se le
erizó justo antes de que un relámpago iluminara todo el
pabellón; aquella bocanada de luz la traspasó y sintió una
fiebre repentina. Algo más allá de este mundo se adivinaba
en su útero. Eva rompió aguas, pero ahora no quería que ese
niño naciera. Las sombras de aquellos bebés ya habían
dejado de ser sombras, y seguían encaramándose a sus
piernas; trepaban por ellas. “¡No..., no...!”, gimoteaba Eva,
encogida en un rincón. Querían sacar a la criatura que
albergaba en su interior, querían que jugara con ellos, con
todos aquellos bebés que nunca llegaron a nacer en aquel
hospital.
Su barriga había crecido exageradamente y dejaba
traslucir una pequeña luz. El rayo había anidado en su
propia matriz y allí sucedía algo que poco tenía que ver con
un parto normal. Ardía desde dentro y aquel ardor le
agarrotaba los músculos, la paralizaba. Se encontraba
indefensa, rodeada de pequeñas caritas fantasmales que le
sonreían en una mueca, mezcla de felicidad y podredumbre.
Eva se resistía a morir; así que respiró profundamente y,
como impulsada por un resorte, se puso en pie y, haciendo
acopio de todas las fuerzas que le quedaban, avanzó por los
pasillos. Trastabillaba, caía y se volvía a levantar, dejando
un reguero de espuma que se escurría por entre sus piernas.
Abría y cerraba puertas tras ella, pero no encontraba la
salida. Algunos bebés gateaban como animales por las
paredes, cerrándole el paso, y le miraban con sus pequeñas
cuencas vacías. ¿Sería su hijo así?
Eva alcanzó un gran portón carcomido. Con mucho
esfuerzo, logró abrirlo y salió de aquella pesadilla. Había
dejado de llover y amanecía. Se encontraba en un oscuro

15
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

jardín con estatuas y fuentes llenas de hojas secas. Tal vez,


en otra época, hubiese sido un pequeño espacio de recreo
para los internos.
Tambaleándose, Eva se dirigió a un frío banco de piedra
y se recostó en él, molida, dispuesta a exhalar su último
aliento. Al instante, se incorporó levemente y se dio cuenta
de que su barriga ya no estaba hinchada. No sentía
contracciones, ya no había dolor... tampoco bebé. Lloró
desconsoladamente, con una amargura que le petrificaba el
pecho, durante unos minutos, hasta que no aguantó más.
Cuando por fin cerró los ojos, unas manitas frías como el
mármol se posaron en sus párpados, mientras una vocecilla
apenas audible balbuceó, entre susurros, en su oído:
“Mamá”.

16
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA MUÑECA DE TRAPO,
por M.ª Esther Vignacq Sánchez

2º ESO B

Era la noche de Halloween del año 1967.


Todos los niños estaban jugando o pidiendo caramelos,
todos menos yo. Me sentía solo, triste y olvidado. Era el
nuevo, había llegado hacía dos semanas al barrio. Yo ten-
dría unos 9 o 10 años más o menos —no me acuerdo bien—
y me llamaba Peter. Era moreno con el pelo lacio y con los
ojos de color miel, delgaducho. Ese día intenté hacer ami-
gos, pero todos los niños se reían de mí por mi disfraz. En
esa época, me gustaban las muñecas de trapo, por lo que me
disfracé de muñeca.
Vi a una niña, creo que tendría mi edad, sola y sentada
en un banco. Era rubia y con los ojos verde esmeralda, un
poco más baja que yo, y se llamaba Mary. Nunca olvidaré
su nombre.
—¡Hola!¿Cómo te llamas? —le pregunté—. ¿Tienes
amigos? —añadí.
—Me llamo… Mary —dijo casi susurrando—, ¿qué son
amigos?
Me quedé asombrado, ¡no sabía qué significaba amigos!
Me concentré mucho para explicárselo, tanto que me salie-
ron arrugas. Después de un rato se me ocurrió la definición
perfecta.

17
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

—Amigos significa las personas en las que puedes con-


fiar, que te quieren tal y como eres, que te ayudan en los
momentos tristes, te apoyan, te aconsejan, son el hombro
para llorar en los peores momentos…
—Ah. ¿Tú tienes amigos?
—No muchos, bueno, en realidad ninguno —al mo-
mento se me ocurrió una idea—, ¿quieres ser mi amiga? —
esa pregunta cambió mi vida por completo.
—Vale, me parece bien. ¿Qué hacen los amigos?
—Pues, por ejemplo, quedan en la casa del otro.
—¿Quieres venir a mi casa? —me preguntó.
—¡Sí! Digo, si quieres.
—Sígueme.
La seguí lo mejor que pude, pero era difícil, porque se
entremezclaba con la multitud, casi me pareció verla atra-
vesar a un niño. Todos me miraban raro, pero solo a mí,
nunca miraban a Mary. No le di mucha importancia, puesto
que yo iba disfrazado de muñeca de trapo, y ella de fan-
tasma. Me gustó mucho su traje: vestía una túnica blanca
que parecía resplandecer un poco y la llevaba manchada de
sangre falsa —al menos eso creía yo en aquel entonces—
por la parte del corazón, también un poco la cara. Cuando
llegamos estaba cansado, habíamos caminado por los me-
nos veinte kilómetros, y me quedé contemplando la zona.
No había muchas casas, la mayoría parecían estar abando-
nadas por lo menos cincuenta años, y ningún niño. Su casa
era grande, parecía una mansión, pero estaba un poco —
bastante— descuidada. Tenía dos grandes ventanales en el
piso de arriba, que daban a un balcón, mientras que el bal-
cón rodeaba toda la casa. Me miró con cara de pena, al me-
nos eso parecía, y por fin habló.
18
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

—Pasa —me dijo—.


Esa palabra sería lo último normal que escucharía esa
noche.
Cuando pasé chirriaron las puertas y se cerraron de
golpe. La casa parecía que era del siglo XVIII más o menos,
nunca he sido bueno calculando fechas, y daba un poco de
miedo. Pero para no desagradar a Mary no hice ningún co-
mentario.
Subimos las escaleras y llegamos a su cuarto. Lo supe
porque ponía su nombre en la puerta.
—¿No están tus padres? —pregunté.
Se paró en seco, me miró durante largo rato y luego en-
tró en su cuarto. Todo era rosa, incluso la cama. Seguí re-
gistrando hasta que encontré una cosa que no cuadraba: una
mano saliendo de debajo de la cama, un poco ensangren-
tada. Miré debajo de la cama y vi su cuerpo, el de Mary,
ahí. Llevaba una muñeca de trapo en la mano.
Las siguientes acciones pasaron muy rápidas: pude ver
a Mary cogiendo la muñeca, abriendo su boca hasta exhibir
tres filas de dientes, chillando —más o menos se podría de-
cir— tragándome y luego estaba en sus brazos. Era la mu-
ñeca de trapo. Llevo casi cincuenta y tres años dentro de la
muñeca, menos cuando es Halloween, que puedo salir de
ella. Llevamos muchos países recorridos, y este año por fin
nos toca España. Si ves a un niño de 10 años y a una niña
de 9 disfrazados de muñeca de trapo y fantasma, no huyas,
simplemente síguenos. Esperamos que tengas suerte y nos
encuentres, porque no nos gustan los que huyen de nosotros
o se esconden, a esos los matamos sin más. Pero si te entre-
gas a nosotros, puede ser que tu alma se quede dentro de la

19
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

muñeca y me hagas compañía: 364 días al año sin comuni-


cación no es divertido.
La lección de vida que has aprendido es: No todo es lo
que parece.

20
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

NOS HIZO LA VIDA IMPOSIBLE,


por Sonia Alcántara Monreal

2º Bachillerato B

Mis padres, mi hermano y yo éramos una familia muy


feliz. Mi madre nos llevaba a natación y a kárate por las
tardes y mi padre siempre nos ayudaba con los deberes. Sa-
líamos a pasear los sábados por la mañana, de vez en
cuando íbamos al cine… Todo nos fue bien hasta que de
repente, una noche, ocurrió lo que jamás en mi vida me ha-
bría imaginado. Mi padre fue atropellado a la salida de su
trabajo y no supimos quién fue el culpable de lo que para
mí y para toda mi familia se convirtió en una gran pesadilla.
Mi madre empezó a conocer a un hombre, a mí no me
caía bien, ya que nos trataba mal a mi hermano y a mí, y lo
peor de todo era que tampoco trataba bien a mi madre. A
veces le gritaba, no le dejaba salir a ningún sitio sin él; en
definitiva, era muy controlador. Además, desde que ese
hombre vivía en casa, estaban pasando cosas muy extrañas,
sobre todo por las noches. Se abrían y se cerraban las puer-
tas y las ventanas solas, se caían los cuadros de las paredes,
se movían las cosas de sitio, se encendían y se pagaban las
luces continuamente, y lo que más miedo me daba era que
antes de dormirme siempre escuchaba una voz que me de-
cía: “Te vamos a hacer la vida imposible, pequeña Susana”,
“Vamos a dejar destrozada a ti y a toda tu familia” o “Solo
venimos a haceros daño y a que sufráis”.

21
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Hablé con mi madre y le dije que ese hombre no era


bueno y que pensaba que todo lo que estaba sucediendo en
casa era debido a él. Ella no me hizo caso porque estaba
muy enamorada, me dijo que no le estaba tratando tan mal
y que lo que ocurría por las noches eran sueños míos. Él
continuó comportándose mal y seguían ocurriendo cosas
sobrenaturales.
Después de dos meses de sufrimiento, mi madre empezó
a creerme cuando una noche lo escuchó hablándole a la
nada, dándole indicaciones de cómo causar terror en la casa
y hacernos daño. Mi madre comenzó a gritar, él fue co-
rriendo hacia ella, le tapó la boca y le amenazó diciéndole
que le mataría si contaba algo. A pesar de eso, mi madre lo
denunció por malos tratos y contó que mandaba a un espí-
ritu todas las noches para ocasionar miedo a ella y a sus dos
hijos. Por esta razón, desafortunadamente, esa horrible per-
sona mató a mi madre clavándole un cuchillo en el estó-
mago.
Tres meses después, me enteré de que el asesino de mi
madre fue el mismo que el de mi padre. Me vine más abajo
de lo que ya estaba, no podía creer nada de lo que estaba
ocurriendo, sentí mucha impotencia y rabia y no paraba de
llorar. No entendía nada y no sabía por qué nos había pa-
sado esto a nosotros. Mi vida cambió completamente y todo
fue por culpa de él, me quedé sola con mi hermano sin saber
a dónde ir, tenía que cuidar de él pero estaba muy hundida
como para sacar fuerzas y pedir ayuda. Lo peor de todo no
es eso, lo peor es que tanto el espíritu como ese monstruoso
hombre nos han estado persiguiendo a mi hermano y a mí
durante dos años. Por lo tanto, pensé que los siguientes en
morir íbamos a ser nosotros y no me equivoqué. Nos mató

22
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

a mi hermano y a mí a la salida del colegio de la misma


manera que mató a mi padre.

23
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA DOCTORA,
por Alicia Ibáñez Fernández

3º ESO C

Eran las doce de la noche. Una niña dormía con su ma-


dre y su hermano; tenía nueve años, era rubia, muy delgada
y baja; le encantaba ir a la escuela, pero no se le daban muy
bien las mates. Se despertó porque escuchó un ruido extraño
en el salón, se levantó con mucho cuidado sin hacer ruido y
muy despacio salió de la habitación andando de puntillas,
muy asustada; tenía mucho miedo.
Llegó al salón y vio a una señora muy alta, un poco re-
llenita, con el pelo claro y gafas muy pequeñas que le hacían
unos ojos verdes diminutos. Le dijo a la niña:
—Hola. Soy la doctora y me llamo Amelia, tu mamá me
ha llamado porque no se encontraba muy bien.
La niña la miró y le preguntó:
—¿Y dónde está mi mamá?
Ella le respondió suavemente:
—Se fue a la cocina y no volvió, la estoy esperando.
La niña se giró y fue caminado hacia la cocina. Encontró
a su madre y corrió a darle un abrazo. No notó que su madre
se encontrara mal y esta le preguntó:
—Cariño, ¿qué ocurre? ¿Has tenido alguna pesadilla?
La niña se extrañó y dijo:

24
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

—No, mamá, hay una señora en el salón que me ha di-


cho que era tu doctora y que la has llamado porque te en-
contrabas mal. Me he asustado mucho, mamá.
La madre la miró, sonrió y le dijo:
—En casa no hay nadie, solo estamos tu hermano, tú y
yo.
La niña, que estaba totalmente en shock, respondió:
—Que no mamá, que la he visto. ¡Ven!
Fueron las dos al salón y no había nadie. La madre dijo
a la niña:
—Corre a dormir, cariño, que mañana hay que ir al cole
y estás muy cansada.
La niña obedeció y fue a acostarse, tardó un rato en dor-
mirse, pero consiguió olvidarse de lo que había pasado y se
durmió.
La niña se llamaba Andrea y, cuando dormía, sobre las
tres de la mañana, empezó a escuchar que la llamaban, pero
no podía abrir los ojos; era como si se los hubieran cosido,
y dijo:
—¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Por qué no puedo abrir
los ojos?
La voz respondió:
—Soy Amelia, ¿te acuerdas? La doctora... Pero esta vez
no me ha llamado tu madre...
Andrea, muy asustada, dijo:
—¡Déjame ver!
Amelia respondió:
—Todo a su debido tiempo.
La cogió y se la llevó.

25
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Le cosió también la boca para que no pudiera gritar.


Pararon y la doctora le quitó los hilos.
Andrea abrió los ojos y vio que estaba en su casa, era de
día, su madre estaba cocinando y su hermano estaba to-
cando el piano. De repente la vio, vio a la doctora y salió
corriendo, pero siempre estaba detrás.
Le dijo:
—Por favor, déjame, me das mucho miedo, no quiero
que me hagas daño.
La doctora respondió:
—Solo te quiero curar, no te pasará nada.
Pero Andrea ahora está en la calle, no hay nadie. Solo
pasan coches, da un paso atrás y la atropella un camión,
pero no le hace nada, pasa a través de ella como si fuera
invisible. La doctora la estaba cogiendo de la mano.
Andrea pregunta:
—¿Dónde estamos? Este no es mi barrio.
Amelia responde:
—Solo es un sueño. Mañana tienes que ir al médico.
La niña grita y su madre la despierta.

26
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA PENITENCIA,
por David Saura Conesa

1º Bachillerato F

Se oye la sirena, Eón despierta. Es de noche y no hay


ruido. Él juraría haber escuchado aquel sonido, el que indica
que deben despertarse. De repente se da cuenta, está solo,
no hay nadie. Su celda está abierta y el pasillo, al que los
mismos presidiarios han llamado California, oscuro. Solo
brilla la tenue luz que incide en el pasillo por los tragaluces
del techo. No entiende qué está pasando. Ahora es su opor-
tunidad de escapar y tener esa vida que siempre ha soñado.
Corre a través de California para llegar a Illinois, el pasillo
que conduce al patio. Pero algo es distinto. Esta no es su
cárcel, no es el lugar del que no puede salir, tampoco es el
lugar en el que despierta cada mañana.
Este es su sueño, ese sueño que Eón tiene cada noche,
en el que escapa de su prisión. Está soñando, lo entiende y
todo cobra sentido. Pero no parece un sueño, parece muy
real. No se siente bien, las sensaciones no son irreales, es
más, este sitio es peculiar en comparación con todos los de-
más en los que ha estado en las otras ilusiones. Para un mo-
mento, piensa. Se pellizca, debe despertar. No puede ser
real. Y a lo lejos, mirando a Illinois, lo ve. Ve a Alexander.
Al entrar en la cárcel por homicidio, Eón compartió
celda con un hombre llamado Alexander. Juntos, idearon un
plan para escapar. Pero esta prisión no es como cualquiera.
Se encuentra en una isla, junto a San Francisco. Se llama
27
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Alcatraz, y es imposible escapar de ella a pie. Necesitaban


entonces un medio de transporte, pues no podrían nadar
hasta tierra firme. El plan era sencillo, fingirían que estaban
heridos e irían a un hospital situado en la costa. Así, apro-
vecharían que la enfermería no estaba operativa por unas
obras debidas a una fuga de gas, una explosión, nadie sabe.
Una vez con todo en mente, la ejecución salió a la per-
fección. Aunque ni ellos mismos sabrían qué hacer una vez
libres. Quizá esconderse, cambiar de estado, de continente.
Pero algo salió mal, en un momento determinado, Alexan-
der comenzó a pelear con los guardias que los escoltaban.
Eran dos, el conductor y un forzudo vigilante. Eón no podía
reaccionar, eso no estaba en la planificación. Todo se co-
menzó a tornar oscuro. Alexander consiguió empujar al for-
zudo vigilante al agua, el cual murió ahogado segundos des-
pués. Tenían vía libre para tomar el control de la lancha. El
siguiente era el conductor, que sorprendentemente perma-
necía ajeno a todo lo que estaba pasando. Alexander tam-
bién consiguió empujar al conductor. Había matado a los
dos guardas. Eso no debería haber pasado, no estaba pla-
neado.
Es este momento fue cuando ellos mismos comenzaron
a discutir. Para Eón, nada de eso estaba bien. Sentía la an-
siedad, el miedo, la furia. Finalmente, resultó en una pelea
entre empujones y patadas en la que cayeron al mar. Se veía
la costa, se veía la cárcel y ellos estaban rodeados de agua,
con la lancha alejándose y ellos ahogándose. No podían na-
dar, pues estaban ambos esposados. Eón trató de aguantar a
flote pero, cuando se quiso dar cuenta, su compañero ya no
estaba. El mar se lo había tragado, aquel inmenso mar. Ape-
nas le quedaban fuerzas. Su amigo acababa de morir y él
iba a hacerlo. De repente, en aquel momento, el gran faro

28
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

de la isla lo apuntó con su luz cegadora. Otros barcos se le


acercaron, pudo ver en sus vinilos la palabra policía. Pero
no les dio tiempo a llegar y salvarlo. Eón murió ahogado.
Pero, como un día normal, de nuevo despierta. Alexan-
der lo estaba llamando, iban a cumplir su sueño. Entonces,
lo ejecutan, ejecutan ese plan que tenían juntos. No hay na-
die, solo ellos dos. Todas las puertas están abiertas y no su-
pone una dificultad salir de allí. Se encuentran en el embar-
cadero de la isla, un pequeño velero les está esperando. La
noche está muy tranquila, no hay oleaje, todo está en calma.
Pueden ver el Golden Gate, el sitio favorito de Eón en
toda la ciudad. Cuando este se ponía triste, salía a pasear a
este puente y reflexionaba. Esto es lo que ambos deseaban.
Repentinamente, en la noche, en la gran ciudad de San
Francisco, suena un gran estruendo. Un relámpago enorme.
Comienza a llover. Vuelve a estar solo en el velero. Alrede-
dor, agua, el grandioso puente a un lado, la isla detrás, la
ciudad delante. Eón llora. No hay nada, no hay vida. Se en-
cuentra en medio de la nada, lloviendo, relámpagos. Esto
no es lo que él quería. Otro relámpago. Despierta en la isla,
en su celda de nuevo.
Otra vez está todo vacío, igual que antes. La misma no-
che, el mismo viento, el mismo oleaje. De nuevo, Alexan-
der en Illinois, él en California. Vuelve a ocurrir el episodio
de antes, todo marchaba hasta que un relámpago lo cambia
todo. Se está repitiendo. Cárcel, velero, relámpago y vuelta
a la cárcel.
Después de mucho repetir, intentarlo, intentar ese plan
en el que escapaba con su amigo, se da cuenta de que es
imposible. Siempre despierta de nuevo en la cárcel, después
de montar en el velero, de que el relámpago caiga y el es-
truendo suene. Eón entonces está perdido. Se encuentra en
29
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

un ciclo. Así es y así será. Siempre despertará, verá a Ale-


xander, viajará en el velero y se quedará solo. Siempre se
mojará con la lluvia, llorará mirando al puente, a la ciudad,
sin saber qué hacer y despertará otra vez.
Eón entonces, un día, despierta y, sin saber por qué,
siente que esto ya lo ha vivido. Ya conoce qué va a pasar,
sabe que su amigo está destinado a morir. Debe cambiar su
futuro. Debe romper el ciclo. No le lleva mucho tiempo sa-
ber que, para romper el ciclo, debe cambiar las circunstan-
cias. Pero no, la única salida es que Eón muera. Mientras él
está en California, Alexander está en Illinois indicándole el
camino, como cada vez. Eón entonces se da cuenta de que
ha de terminar con todo. Mirando a Alexander, decide no
tomar ese camino y este desaparece. Siente que todo ha
cambiado pese a que nada realmente lo ha hecho todavía.
Ha llegado el momento de hacerlo. Sabe que debe morir.
Lo deja todo atrás y llega al embarcadero, el velero no
está, sino que se encuentra una pequeña lancha. En vez de
dirigirse a San Francisco, se dirige al puente. Allí donde so-
lía pasear, allí donde tanto ha reflexionado, allí es donde él
cree que pertenece. Llega a tierra firme, no hay coches, no
hay personas, todo está vacío. Las farolas están encendidas
pero la oscuridad de la noche es inmensa. Llega al puente.
Alexander está ahí, mirándole. Ha llegado su momento,
debe morir por segunda vez. Debe acabar con este purgato-
rio, en el que creía que cumpliría su sueño de salvarse y
escapar, pero en el que se ha dado cuenta de que no es po-
sible. Lo ha intentado, ni él sabe cuántas veces, quizá miles.
Ha estado intentando salvarse él y salvar a su amigo, pero
no ha sido posible. La culpa es demasiado grande. Eón no
mira hacia atrás y, en medio del puente, se lanza al vacío y
muere, por segunda vez, en el inmenso océano Pacífico.

30
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Ya no despierta.

31
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL MISTERIO DEL PIANO ENCANTADO,


por Lucía Frutos Teruel

3º ESO C

Cuenta la leyenda del pueblo Díatoni que, allá por el año


1880, había unos 200 habitantes y que estos poseían una
riqueza bastante alta para el año del que se trataba. Había
en el centro del pueblo una mansión muy grande y solitaria
que pertenecía a un pianista muy afamado al que todos los
habitantes del pueblo le tenían en gran estima y admiración.

Día 8 de agosto de 1880. Este día era el 44 cumpleaños


del famoso pianista, y todos los habitantes del pueblo deci-
dieron reunir una gran cantidad de dinero para regalarle un
nuevo piano, al músico ya que el que este tenía era un piano
viejo y roto, en esta época los pianos eran muy caros, puesto
que eran artesanos. El cura del pueblo recogió todo el dinero
ahorrado por los vecinos y fue a un pueblo cercano a com-
prar el piano. Cuando el cura iba de camino al pueblo con
el piano y los transportistas, una tormenta les pilló despre-
venidos, y segundos después un enorme y poderoso rayo
cayó sobre ellos: el cura y uno de los dos transportistas mu-
rieron. El piano resultó intacto a excepción de un de sus 88
teclas, que se quedó completamente ennegrecida.
Día 9 de agosto de 1880. — Se celebraba el funeral del
cura en Díatoni, era un día triste pero los vecinos decidieron
regalarle el piano al pianista, aunque con un día de retraso.

32
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

El pianista les agradeció mucho a los vecinos lo que habían


hecho por él.

Día 8 de agosto de 1888. Hace 8 años que murió el cura


del pueblo, pero la desgracia del pueblo se repite. Una ve-
cina del pianista fue a darle un trozo de bizcocho, como to-
dos los días del cumpleaños de este desde hacía cinco años,
pero algo muy grave sucedió: cuando la vecina entró a la
casa encontró al pianista muerto ante el piano, una gota de
sangre de este cayó justo en la tecla ennegrecida por el rayo
de hacía 8 años.
El terrible suceso dejó a todos los vecinos muy impac-
tados, ya que no esperaban que el pianista muriera tan ines-
peradamente, este no tenía ningún problema de salud, se
conservaba muy bien y sus antepasados siempre habían te-
nido una vida longeva. Les sorprendió muchísimo que el
pianista muriera por causas desconocidas con 52 años re-
cién cumplidos apenas unas horas antes de morir.
El piano fue heredado por la vecina que encontró muerto
al pianista y 36 días después de encontrar al pianista muerto,
la vecina murió de un accidente al caer desde una mesa
cuando intentaba limpiar una estantería que había al lado
del piano, la desagradable caída le causó un tremendo golpe
en la cabeza con una esquina del piano, causándole una
muerte inmediata. Uno de sus dientes se rompió en la caída
y este apareció en la tecla ennegrecida del piano.
El piano había presenciado todos los terribles sucesos
ocurridos en los años que llevaba junto a la gente del pue-
blo: primero fue el cura, al que le cayó un rayo; después el
pianista, que murió por causas desconocidas; y, por último,
la vecina, que falleció de un fatal accidente.

33
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

¿Sería una casualidad que el piano presenciara todo


esto? ¿Por qué todo estaba relacionado con el piano? Un
detective medio brujo que vivía en el pueblo se dio cuenta
de todo esto y se puso a investigar. Encontró varias “pistas”:
todas las fechas y años contienen algo relacionado con el
piano:
▪ 8-8-1880 (muerte del cura). Qué casualidad que un
piano tiene 88 teclas.
▪ 44 cumpleaños del pianista. Qué coincidencia que la
mitad de 88 sea 44.
▪ Qué coincidencia que la tecla ennegrecida siempre
apareciera mencionada en todos los sucesos: primero
el rayo, después la gota de sangre del pianista y, por
último, el diente de la vecina.
—¿También es casualidad que el pianista muriera con
52 años, siendo estos dos dígitos el número de teclas blan-
cas que tiene un piano, o que 36 días después muriera la
vecina, siendo estos dos últimos dígitos el número de teclas
negras de un piano?
— Y ¿es casualidad que el detective acabe de morir
aplastado por el piano cuando intentaba moverlo para exa-
minarlo?
¿Qué pasará ahora con la próxima persona que se acer-
que al piano...?

34
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL PELIGRO DE LA CURIOSIDAD,
por Paula Fernández Molina

2º Bachillerato B

La noche de Halloween de hace dos años será imposible


de olvidar para Amanda y sus amigos. Aquel Halloween,
una pandilla de amigos muy atrevidos decidieron curiosear
las casas y edificios abandonados de su pueblo. A las ocho
de la tarde comenzaron a disfrazarse en casa de Marcos. Sus
disfraces y maquillajes eran dignos de aparecer en una pe-
lícula de terror. Amanda se había confeccionado ella misma
un disfraz de fantasma con una sábana vieja, Marcos iba de
payaso diabólico, Alberto iba maquillado de zombi y Lucía
simplemente llevaba una máscara con la que decidió asustar
a los niños que pedían caramelos por las casas. El grupo de
amigos decidió pedir unas pizzas y ver una película de
miedo antes de salir a la calle. Eran las once de la noche
cuando terminaron la película y salieron.
Lo primero que hicieron fue asustar a una pandilla de
niños, los cuales salieron corriendo al ver aquellos maqui-
llajes tan realistas. Amanda y sus amigos echaban de menos
pedir caramelos y pensaron en revivir momentos de su in-
fancia llamando puerta por puerta, diciendo la mítica frase
de truco o trato. Cuando se cansaron de pedir golosinas eran
las doce de la noche y se acordaron de que cerca de allí ha-
bía una fábrica abandonada.
Amanda y sus amigos sabían que entrar no era lo co-
rrecto, debido a que sus padres ya les habían advertido y,
35
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

además, las historias que se oían sobre aquel lugar, digamos


que quitaban el sueño. A la entrada de la fábrica había un
enorme grafiti de un gato negro, con unos ojos blancos que
parecía que todo el tiempo les miraba. Al entrar en aquella
nave vieron cómo el paso del tiempo se había apoderado de
aquel lugar: máquinas destrozadas, basura por el suelo,
puertas y ventanas rotas y ropa vieja por el suelo, señas de
que varios okupas habían pasado noches allí metidos. Pero
lo espeluznante y lo que puso la piel de gallina a esta banda
de amigos fue el hecho de que vieran dos ataúdes abiertos.
Amanda, Marcos, Alberto y Lucía estaban aterrados y no
sabían qué hacer, pero la intriga les pudo. Quizá esta fue
una decisión de la que posteriormente se arrepentirían toda
su vida. Al asomarse vieron dos cuerpos, el de un hombre
de aproximadamente cuarenta años y el de una joven de más
o menos dieciséis años.
El cuerpo del hombre estaba lleno de sangre y en su pe-
cho se podía observar un agujero de bala. La joven tenía
varios moratones por las muñecas y el cuello atado con una
soga como si la hubieran asfixiado. El grito que pegaron fue
tan fuerte que probablemente la gente que estuviera des-
pierta a esas horas lo escucharía. Todos quedaron inmóvi-
les, no sabían reaccionar, ni cómo actuar en situaciones de
este tipo. Cuando por fin salieron del estado de shock en el
que habían entrado comprendieron que no podían salir co-
rriendo y olvidar lo ocurrido. Irían al cuartel de policía y
relatarían los hechos con exactitud.
Pasaron aquella madrugada en comisaría, pero se que-
daron más tranquilos al saber que alguien más conocía los
hechos y que el asesinato de aquellas personas quedaría re-
suelto. Las noches siguientes fueron difíciles para estos
amigos, el sueño era difícil de conciliar y los rostros de

36
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

aquellas dos personas aparecían incluso en los mejores sue-


ños. Fue tan solo hace dos meses cuando la verdad sobre
aquel crimen salió a la luz. Supuestamente, un padre y una
hija sin techo se refugiaron allí en busca de calor y presen-
ciaron algo que no debían. Aquella fábrica abandonada era
un punto de venta de drogas. Una noche los traficantes se
dieron cuenta de que habían sido descubiertos y prefirieron
silenciar a aquellas inocentes personas antes que llegar a un
acuerdo.

37
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

TESTIGO,
por Lucía Leal Gálvez

3º ESO C

Todo comenzó el 10 de diciembre de 1819.


Era un invierno como todos los demás, quizás un poco
más frío. Todos disfrutaban de la Navidad con sus familias
o amigos, o incluso trabajando; todos, excepto un pobre
niño: James Finnegan.
Toda su familia estaba en el hospital, cuidando de su
abuelo Arnold, que hacía un tiempo había sido ingresado
debido a un paro cardíaco, por lo que él, al ser demasiado
pequeño, tuvo que quedarse en casa, cuidando de su
hermano Mathew, lo que le pareció muy injusto, porque
solo tenía 10 años: si apenas sabía cómo cuidarse él mismo,
¿cómo iba a hacerse cargo también de alguien seis años
menor que él? Sabía que su abuelo era muy querido por
todos, debido a que había sacado adelante a toda la familia
después de que su abuela muriera dando a luz a su tercer
hijo.
Y, al principio, estuvo de acuerdo, su abuelo estaba
pasando por un momento muy malo y se merecía a su
familia a su lado. Pero el tiempo pasaba y nada parecía ir a
mejor, su abuelo seguía igual, y su madre, cuando llegaba,
lo único que hacía era acostar a su hermano e irse a su
dormitorio con la excusa de que estaba muy cansada,
aunque James sabía que solo lloraba por la ida de su padre,

38
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

que los había abandonado exactamente hacía 7 años,


cuando se enteró de que su madre estaba embarazada de
nuevo.
Un mes, dos, hasta que su madre le avisó que ese día
debía ir al hospital. James estaba muy contento, siempre
había estado muy unido a su abuelo y, a pesar de unos
molestos pensamientos que le decían que todo lo que le
había pasado era su culpa, estaba contento, pues creía que
su abuelo había mejorado y que todo volvería a la
normalidad. Grande fue su desilusión cuando vio a su
abuelo en un estado peor al anterior, por lo que se le ocurrió
hablar con él mientras este dormía. Tras muchas súplicas,
su madre finalmente le dejó entrar, a cambio de que no
tocara nada y se llevara a su hermano, pues ella quería estar
tranquila.
James entró como si le acabaran de dar un caramelo,
estaba deseando poder contarle a su abuelo todo lo que le
había pasado, pero, tras unos minutos en los que este no
reaccionaba, James se desesperó y una de sus malas e
impulsivas ideas le hizo empezar a tocar los botones de la
camilla; grande fue su sorpresa cuando de repente un pitido
incesable empezó a sonar. Rápidamente, los doctores
entraron en manada y los sacaron de allí.
Toda su familia se asustó mucho y en cuanto lo vieron
empezaron a hacerle preguntas. Sorpresivamente, James
estaba tranquilo, demasiado, sin darse cuenta de lo que su
subconsciente había hecho; tampoco se alteró cuando les
dieron la noticia de que Arnold había muerto, y mucho
menos cuando le echaron la culpa a su hermano de ser él
quien causó su repentino fallecimiento.
Los días pasaban y la familia Finnegan cada día se iba
desplazando más, ya nada era igual; aunque al principio
39
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

intentaron mantenerse unidos, las reuniones familiares solo


les recordaban al difunto Arnold, por lo que decidieron
cortar todo el contacto hasta que la reciente herida se
cerrara, aunque todo el mundo sabe que el dolor de perder
a alguien importante nunca se va, solo se aprende a vivir
con él.
Los días para James se volvieron aún más monótonos:
ir al colegio, volver, hacer las tareas y acostarse para
mañana empezar de nuevo; tan enfrascado estaba que no se
dio cuenta del nuevo trato de su madre hacia Mathew. No
fue hasta que, un día, mientras dormía, empezó a oír gritos
mezclados con sollozos. Pensó que eran imaginaciones
suyas, consecuencia de su reciente sueño, aunque unos
minutos después descartó esa idea y decidió ir a investigar.
Los gritos lo llevaron a la planta baja, específicamente a la
habitación de su hermano. Sorprendido, abrió un poco la
puerta, lo justo para ver qué pasaba dentro, seguramente
solo estaría teniendo una pesadilla y él podría volver a la
cama, pero lo que vio lo dejó petrificado. Fue en ese
momento en el que se dio cuenta de las marcas que su
hermano llevaba, en el cuello, en los brazos e incluso en el
abdomen. Y ver a su madre con esa mirada de furia e
impotencia, apuntando a su tembloroso hermano con un
cuchillo y gritándole que él tenía la culpa de haber
destrozado la familia, le revolvió el estómago y heló la
sangre.
Estuvo a punto de interceder, hasta que oyó una
escalofriante voz, llena de rencor, que le hizo dudar. Su
parte humana y racional le decía que no le hiciera caso, que
su hermano no se merecía nada de eso, y que tenía que parar
esa acción tan despreciable y poco humana, aunque, casi sin
darse cuenta, cerró la puerta y empezó a subir las escaleras,

40
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

dejándose llevar una vez más por su parte irracional y llena


de rencor, que cada vez iba consumiéndolo más y más.
“Total, mamá no se atreverá a hacer nada, siempre ha
sido un poco agresiva e impulsiva, seguro mañana todo
volverá a la normalidad”, pensó James.
Ese día murió Mathew Finnegan, y contra todo
pronóstico nadie lloró ni hizo justicia. Rebecca Finnegan
siguió con su vida, como si nunca hubiera matado a una
persona inocente, con toda una vida por delante, además de
ser sangre de su sangre.
Rebecca intentaba con todas sus fuerzas olvidar ese
trágico momento en el que, en un momento de debilidad, le
había quitado la vida su pequeño, a alguien puro, que ni
siquiera sabía lo que había hecho. A su mente llegó varias
veces la opción del suicidio, pues no podía vivir con la
culpa. Pero entonces recordaba a James, jamás se
perdonaría dejarlo solo, ya le había fallado a uno, no podía
permitirse el lujo de acabar con la esperanza y felicidad de
su otro hijo. Por eso intentó seguir con su vida, prestándole
más atención a James, pero este era como un libro cerrado,
jamás compartía nada, lo que hizo que ese sentimiento de
culpa aumentara más, hasta el punto de llegar a pensar que
él la odiaba. En una de sus tantas noches llorando, algo hizo
clic en su cabeza, se dio cuenta que no merecía vivir, no
solo por el asesinato de Mathew, también por el trato que
les había dado a sus hijos unos meses atrás, ella nunca fue
una persona cariñosa, pero había cruzado el límite de buena
a mala madre y aquello la carcomió, pues su familia era lo
que más quería y por su propia culpa la había perdido. Así
que en una de sus impulsivas acciones lo hizo. Y aunque
James podría haberlo evitado, solo se quedó quieto, siendo
testigo, de nuevo, de una muerte injusta, o puede que esta

41
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

vez no tanto.
Ese día murió Rebecca Finnegan. Por lo que James
quedó a cargo de su padre, Esteban Whitesides, y se mudó
a Canadá.
Todos los vecinos, conmocionados, vieron cómo James
salía de aquella casa, que tantas desgracias había
presenciado. Aunque algunos afirman que Esteban solo se
había llevado el cuerpo de James, algo sin valor ni
sentimiento, y que su conciencia y alma aún residen en la
casa, donde aún se pueden oír los llantos, sollozos y
desgarradores gritos de Rebecca y Mathew.

42
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL GARAJE,
por Mario Puerto Palazón

2º Bachillerato B

La policía llegó a la escena del crimen donde se hallaba


muerto el famoso asesino en serie del que todo el mundo
había estado hablando los últimos meses; al parecer se
suicidó. En un escritorio que había cerca del cadáver, ya en
estado de putrefacción, había una especie de diario en el
que, al parecer, el psicópata había escrito una pequeña
autobiografía. También anotaba con gran detalle la forma
en la cual asesinaba a sus víctimas y, al final, confesaba por
qué decidió llegar al punto de arrebatarse su propia vida.
Con la finalidad de entender mejor el caso, un detective de
la policía del lugar creyó que era buena idea redactar en un
breve relato todo lo que se encontraba en el diario. La
historia es la siguiente:
“Nicolás era un hombre de unos 38 años; un artista
frustrado que abandonó su vocación para ser cartero, ya que
sus obras artísticas (cuadros, esculturas, canciones) no
terminaban de convencer a la sociedad, que, según él, no le
entendían; y de algo tenía que vivir. En cuanto a su infancia,
no fue muy feliz: su padre era alcohólico y se marchó de
casa cuando Nicolás tenía 15 años, tras una acalorada
discusión con su madre, la cual nunca demostró demasiado
afecto hacia su hijo. Cabe destacar que a los 17, a Nicolás
le diagnosticaron una esquizofrenia severa que, según el
psicólogo, se debía a traumas que tuvo de pequeño; pero

43
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

esta enfermedad nunca le supuso muchos problemas, según


él mismo afirmaba. La vida social de Nicolás se podría
describir en una sola palabra: rechazo. Este fue uno de los
principales móviles que llevó a Nicolás a hacer lo que hizo.
Había acabado su turno de trabajo, y sus compañeros
habían estado mofándose de él todo el día. Nicolás se sentía
humillado y furioso, muy furioso; para volver a casa, pasó
a través de un parque y vio a todos aquellos niños
sumergidos en una felicidad inmensa, cosa que Nicolás
siempre envidió, debido a su infancia. Si juntamos esta
envidia con lo que pasaba por la mente de Nicolás en ese
momento, da como resultado lo que sucedió después.
Nicolás paró en seco en medio del parque; se le había
ocurrido algo. Estuvo visualizando el lugar durante unos
treinta segundos hasta que localizó a un niño, solo, y sin
nadie cerca de él. Nicolás consiguió persuadir al niño para
que fuese con él a su casa; le dijo que era un amigo de su
padre para poder engañarlo. Una vez en casa de Nicolás,
este lo llevó a empujones al garaje, donde comenzó a
pegarle hasta que el niño perdió la vida. Tener ese cuerpo
sin vida entre sus brazos hizo que en Nicolás despertase
algo, algo que ya no podía controlar y que le hizo sentir bien
por una vez en su vida.
A partir de ahí, Nicolás comenzó a secuestrar gente de
diversos modos: con drogas, con violencia, con engaños;
gente de todas las edades, gente que, de un modo u otro, le
hacían sentir envidia y furia, una furia desenfrenada que
hacía a Nicolás perder la razón. Mataba a sus víctimas de
muchas maneras, tan creativas como escalofriantes
(veneno, inanición, desangramiento, el Toro de Falaris, la
cuna de Judas).
Una noche, mientras Nicolás dormía en su habitación,
44
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

algo le despertó, una voz familiar; pronto cayó en la cuenta


de que la voz que le llamaba al garaje, donde acababa con
sus víctimas, era la voz del primer niño al que mató. Nicolás
quedó estupefacto, pero se convenció a sí mismo de que era
una pesadilla y que no era nada. Pero las noches pasaban, y
las voces de sus víctimas le quitaban el sueño y comenzó a
delirar; más incluso de lo que había estado delirando hasta
ahora.
Hasta entonces, Nicolás había estado haciendo vida
normal, por raro que parezca, pero conseguía disimular a la
perfección su situación actual, es más, se podría decir que
se le veía más animado. Pero llegó un punto en el que
Nicolás no aguantaba más, ya eran demasiadas voces
rondando su cabeza y haciendo que se sintiese culpable;
incluso de vez en cuando le parecía ver a gente merodeando
por su casa, gente a la que él mismo había matado. Estas
voces le sugerían que se hiciese a él mismo lo que les había
hecho a ellos, que se suicidase. El asesino sabía que la
policía estaba estrechando el cerco, y que más pronto que
tarde le acabarían pillando; así que antes de quitarse la vida,
decidió hacer una última cosa: escribir el final de este
diario, con una nota de suicidio que culpaba a todos sus
conocidos de los asesinatos cometidos, por haberle
rechazado, humillado, pegado, y por no haberle querido tal
y como era. Al terminar de escribir, levantó la cabeza del
escritorio y pudo ver a todas y cada una de las personas a
las que había privado de vivir. Sin apartar la mirada de estas,
cogió un cuchillo que tenía a mano y se rajó la garganta de
manera violenta, con fuerza y decisión. Nicolás se
desplomó boca arriba y, mientras se ahogaba en su propia
sangre e iba cerrando los ojos, pudo ver por última vez a sus
víctimas, que no eran más que producto de su imaginación:

45
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

él mismo se había creado su propia paranoia, y ahora se


encontraba ahí, exhalando aire por última vez en el frío
suelo del garaje.

46
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA HABITACIÓN NÚMERO 13,


por Javier Zamora Bastida

3º ESO C

Llovía a cántaros sobre la ciudad de Murcia y Darío, un


turista despistado sin un techo bajo el que refugiarse, estaba
agotado. Había estado todo el día visitando monumentos
emblemáticos de la ciudad y hacía ya diez minutos que ha-
bía empezado a llover. Estaba empapado y lo único que
quería era encontrar un sitio en el que pasar la noche.
Casi como si una fuerza divina lo hubiera escuchado, al
cruzar la calle Darío pudo vislumbrar un cartel que rezaba:
“HOSTAL DE OCASIÓN, 10 € LA NOCHE”. “Con ese precio no
creo que sea una suite”, pensó, pero al encontrarse en esa
situación decidió darle una oportunidad.
Llamó a la puerta del hostal y, segundos más tarde, una
mujer de aspecto cansado y con el pelo blanco por el paso
de los años le abrió la puerta de la recepción.
—Estamos completos, búscate otro sitio —dijo la mu-
jer.
—¿Seguro que no les queda alguna habitación? Estoy
desesperado.
—Bueno, ahora que lo dices sí que queda una habita-
ción, pero no creo que quieras dormir ahí…
—¿Por qué no? Le repito que estoy desesperado.
—Bueno, si insistes… Pero no le digas nada a mi jefe.

47
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

La mujer le llevó por una serie de laberínticos pasillos


hasta que se detuvo en un pasillo con una sola puerta. No
parecía que hubieran limpiado esa puerta en años y tampoco
la habían cambiado junto a las demás del hostal.
—Hace años que nadie duerme en la habitación número
13 —dijo la mujer mientras que abría la puerta con una llave
igual de descuidada que la habitación.
Cuando Darío entró a la habitación pudo contemplar
que estaba totalmente desordenada y llena de polvo. A Da-
río le dio pavor pensar en dormir en esa habitación, pero la
idea de seguir buscando un hostal bajo la lluvia le gustó aún
menos; además, ya iba siendo la hora de cenar y había oído
que el hostal daba una comida con la estancia. Metió su es-
caso equipaje en la desvencijada habitación y bajó al come-
dor para llevarse algo a la boca.
Para su sorpresa, cuando llegó al comedor no había ni
un alma y lo único que se escuchaba era el pitido de una
olla exprés en la cocina, ni siquiera sabía quién la estaba
utilizando. Para su sorpresa, un hombre vestido de cocinero
salió de detrás de los fogones y le dijo:
—Supongo que has venido a cenar algo, pues estás de suerte
porque hoy preparo mi plato estrella: coles de Bruselas.
Darío se tomó las coles de Bruselas con gran desgana,
ya que no le gustaban y tampoco estaban muy bien cocina-
das. Se despidió rápidamente del estrafalario chef y subió a
su habitación. De camino, se encontró con otro huésped.
Este le preguntó:
—¿En qué habitación estás alojado?
—En la 13.
—¿En la 13? Sabes lo que se dice sobre esa habitación,
¿no?

48
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

—No sé de qué me hablas.


—Se dice que allí se suicidó un huésped una noche llu-
viosa como la de hoy y que desde entonces no se ha hospe-
dado nadie en ella.
“Eso son solo leyendas”, pensó Darío. Se despidió del
otro huésped y subió de una vez por todas a su habitación.

Una vez allí decidió darse una ducha para relajarse, pero
mientras se duchaba notó que una mirada le penetraba la
nuca. Al principio ignoró esa sensación, pero cuando no
pudo aguantar la presión de unos ojos que parecía que le
quemaban la parte trasera del cuello, sucumbió al impulso
de mirar hacia atrás. Escudriñó la habitación en busca de
algo que no encajara, pero no pudo encontrar nada fuera de
lo corriente. Sin darle más importancia, salió de la ducha y
se vistió con el pijama que le había dejado la mujer de la
recepción en el cajón del lavabo.
Ya fuera del baño decidió ver la televisión antes de irse
a dormir, pero una vez más tenía la sensación de que alguien
le miraba desde detrás del sillón. De repente, se escuchó un
ruido bastante fuerte en la cocina. “Voy a ver qué es lo que
ha pasado”, pensó.
Cuando llegó a la cocina no pudo encontrar el interrup-
tor de la luz y en la oscuridad la sensación de que alguien
lo miraba se hizo insoportable, finalmente palpó el interrup-
tor y lo presionó. Cuando encendió la luz pudo ver una ho-
rrible aparición: en medio de la cocina había un hombre con
la carne de la cara podrida por el paso del tiempo y la ropa
destrozada, estaba tan delgado que se podían ver cada uno
de sus huesos. El horrible espectro tenía la piel grisácea
como si se tratara de un muerto viviente y, además…,

49
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

estaba ahorcado con una cuerda que se encontraba atada al


techo de la habitación.
Darío quedó espantado al ver al monstruo y quedó con-
gelado por el terror. En cuanto pudo moverse del sitio corrió
a la puerta de la habitación e intentó abrirla, pero estaba
bloqueada por una fuerza misteriosa. Darío gritó con todas
sus fuerzas, pero nadie pareció escuchar sus chillidos.
“Es el fin”, pensó, “este monstruo me destrozará y ten-
dré una muerte lenta y dolorosa”.
Mientras él pensaba eso, el monstruo renqueaba hacía el
aterrorizado Darío, que decidió no ser presa del monstruo…
sino de sí mismo. Agarró un cuchillo que casualmente es-
taba a su lado, se armó de valor y acabó con su vida en ese
preciso instante.
Hoy en día nadie se atreve a entrar a esa habitación, pero
ella sigue esperando a que llegue algún turista desorientado
a refugiarse de la lluvia.

50
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

UNA LARGA NOCHE,


por Marina Mirete Avia

1º Bachillerato F

Todo comenzó una madrugada en las calles de un pe-


queño pueblo de los alrededores de Madrid, durante sus
fiestas patronales. Miguel volvía a casa tras una noche de
fiesta que había pasado con sus nuevos amigos de la univer-
sidad.
El trayecto desde el recinto donde estaba esa fiesta a su
casa fue corto pero intenso. Miguel iba concentrado en el
móvil cuando, de repente, mientras atravesaba un gran jar-
dín de su pueblo, notó una caricia suave en la parte superior
de la espalda, él se giró al pensar que podía ser algún amigo
suyo el cual se recogía también, pero al darse la vuelta no
vio nada, solo una sombra al lado izquierdo de la calle, pero
pensó que era producto de su imaginación debido al miedo
que tenía. Miguel aceleró el paso para llegar cuanto antes a
su casa.
Al llegar a su casa descubrió una mancha de sangre en
su camiseta a la altura de los hombros, rápidamente proce-
dió a quitársela y lavarla para que su madre no se diera
cuenta de ello. Al verlo tan inquieto y asustado, su familia
le preguntó si le sucedía algo, pero Miguel negó, no quería
preocuparlos con tonterías que serían fruto de su imagina-
ción.

51
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Esa noche Miguel se fue a dormir inquieto y, cuando


consiguió conciliar el sueño, tuvo sensaciones extrañas.
Miguel soñó con el momento en el que atravesaba el jar-
dín en el que sintió la caricia, en su sueño le estaba persi-
guiendo un hombre con una gabardina negra y un gran som-
brero del mismo color. Miguel corría intentando escapar de
él, pero era imposible, el hombre siempre lo alcanzaba. De-
sesperado, Miguel huía y gritaba intentando esconderse tras
unos árboles del mismo jardín. Entonces se encontró de
frente con el hombre que lo seguía y este lo agarró de los
hombros y, mientras lo zarandeaba, le pedía suplicante que
no volviera por allí: “Ten cuidado, si vuelves por aquí puede
acabar pasándote lo mismo que a mí, no vuelvas”.
Miguel despertó aterrorizado y confuso, más aún
cuando, al ducharse, descubrió que tenía marcas de uñas en
sus hombros.
Esa mañana habían quedado varios amigos para comer
y Miguel comentó lo que le había pasado, a lo que la gran
mayoría de sus amigos le quitó importancia, pero uno de
ellos se quedó blanco como el papel y, una vez que todos se
despidieron, se apartó a hablar con él para contarle una le-
yenda que conocía.
Este amigo se llamaba Juan, era el que más familia tenía
en ese pueblo y conocía bien las historias antiguas que con-
taban sus abuelos.
Por lo visto, según cuentan los mayores en ese lugar,
hace bastante tiempo que escapó un hombre del psiquiátrico
del pueblo, este creía que era un detective y vestía con ga-
bardina y sombrero oscuros. Este hombre no controlaba sus
impulsos y cuando se reían de él en el pueblo respondía de
una manera desmedida, agrediendo a todo aquel que le

52
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

dirigiera la palabra. Ante tal actitud, la policía del lugar lo


persiguió e intentó capturar para devolver al psiquiátrico del
que nunca debió salir, el hombre se escabulló escondién-
dose por el gran jardín del pueblo y acabó amenazando a la
gente del lugar. En esta situación, a la policía no le quedó
más remedio que disparar para salvaguardar la seguridad de
los viandantes de ese lugar, que estaban atemorizados.
Desde entonces, hay noches en las que la gente del pue-
blo ve a ese señor con gabardina, avisando a la gente de que
ese lugar no es seguro, pues es donde a él lo mataron.

53
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

PICASSENT 1998,
por Andrés Noguera Cortés

2º Bachillerato B

El mundo se me echó encima cuando mi padre me dijo


que, finalmente, mi hermano no pudo hacerle frente a la
apisonadora del estado español. Jorge era capricho de las
altas esferas, necesitaban que cayera preso para acusarlo
como presunto asesino del presidente Sánchez. Se convirtió
en un monstruo para la sociedad tras la escalofriante
sentencia dictada por el Tribunal Supremo de veinte años y
ochenta días.
Ahora era yo el que me sentía culpable. Fue por ello por
lo que decidí planear su arriesgada escapada. Tras largas
noches sin dormir, al fin tenía todo lo que necesitaba: los
planos de la cárcel de Picassent. Después de largos meses
estudiándolos, llegó la hora de ejecutar el plan: adentrarme
en la prisión. La única manera de estar entre barrotes es
delinquir, por lo que me vi en la obligación de asaltar una
joyería. A pesar de que era por una buena causa, me sentía
con un lastre de pecados, necesitaba confesarme antes de
dirigirme a la joyería. Al salir del Santuario de la Fuensanta,
miré al horizonte para divisar mi hermosa ciudad mientras
que una voz me decía: “No tienes por qué hacerlo, cada uno
vive la vida que le toca, no cometas este error, Andrés”. Me
armé de valor y conduje hasta la Gran Vía para aparcar en
mi garaje. Al llegar a Platería, ya no había vuelta atrás, por
lo que desenfundé la pistola al mismo tiempo que decía:

54
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

“Quieto todo el mundo, esto es un atraco, si siguen mis


instrucciones, ninguno de los presentes saldrá malparado”.
Solo quedaba esperar a que llegasen las autoridades para ser
detenido.
Nadie entendía nada, nadie sabía por qué un piloto del
Ejército del Aire tenía la necesidad de verse en dicha
situación. La policía nacional fue la encargada de mi
transporte hasta prisión. Era un momento agridulce, pude
ver a mi hermano durante unos instantes mientras me
asignaban celda pero moría de ganas por poder abrazarlo,
pese a que se le veía con entereza. Tuve suerte, no solo por
compartir módulo, sino que había logrado camuflar mi
cuchillo, el cual era de cerámica para evitar ser detectado
en el control de metales. Llegó la noche, momento de
comenzar el plan de huida.
Sabía que, por la humedad y las malas condiciones en
las que se encontraba este lugar, los bloques que quedaban
ocultos tras la ubicación del lavabo estaban bufados, lo que
significaba que eran más débiles y, por lo tanto, más fáciles
de romper. Antes de adentrarme en el tenebroso túnel que
comunicaba con el exterior, debía colocar la sábana
transversalmente, para ocultarle el interior de mi celda al
funcionario de prisiones. Sin yo esperarlo, mi compañero
de celda, un hombre con el que todavía no había
intercambiado ni una sola palabra, se despertó. Mis ojos no
se dirigían a ninguna otra parte que a sus imponentes
tatuajes mientras que él me fulminaba con la mirada al ver
lo que estaba haciendo. Quería hacer sus necesidades, por
lo que tuve que volver a montarlo todo y seguir con el plan
al día siguiente.
Este día era mi última bala porque por buena conducta
lo trasladaban a otro módulo distinto. Tenía que darme prisa

55
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

y no podía terminar todo en una sola noche, por lo que el


riesgo se incrementaba al tener que trabajar a pleno día. Era
ahora o nunca. Soborné al gigante tatuado para que
intercambiase celda con Jorge tras la hora de patio diaria.
No teníamos mayor motivación que la nuestra, al fin
estábamos juntos. El sol se escondía entre las montañas
valencianas y la luz del túnel estaba cada vez más cerca.
Las gotas de sudor resbalaban por la frente como si
se tratase de lluvia. Era todo un cúmulo: el calor, los
nervios, el malestar… Mi único deseo era que todo
terminase y huir de este corrupto país. Cuando ya
asomábamos la cabeza en la superficie, la alarma se
conectó. Un guardia de seguridad nos vio. Por desgracia, en
estas angustiosas situaciones pagan justos por pecadores.
Tal vez ese guardia no se merecía morir, pero nosotros
tampoco.

56
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

DISPARO A LO DESCONOCIDO,
por Hiram Aizpurua Cordero

2º ESO B

El 16 de mayo de 2019 se ha visto cómo todas las cons-


trucciones importantes del mundo han desaparecido, desde
la Torre Eiffel, el Taj Majal y el Empire State hasta el Big
Ben, la Estatua de la Libertad y las Pirámides de Egipto,
entre muchas otras. Los científicos buscan una explicación
lógica, pero parece que se trata de una actividad paranor-
mal. A cinco meses de este suceso, los periodistas no paran
de informar, pero cada día parece que retrocedemos, en vez
de estar a 16 de octubre: estamos a 16 de diciembre de 2018,
y mañana será 17, y pasado 16, así sucesivamente, y lo que
más miedo da es que nos vamos haciendo más jóvenes y
nadie se da cuenta.
Parece que hay cuatro jóvenes que son los únicos que se
han dado cuenta de esto, pero las personas no les creen, por
el bien de la humanidad es mi deber encontrarlos, lamenta-
blemente tengo solo ubicado a uno, su paradero es Estam-
bul, Turquía.
Después de mucho estudio y aprender turco, el 25 de
agosto de 2018 decidí salir hacia Turquía en busca de la
verdad, pero por una rara razón no se podía ir en avión, así
que tuve que ir en un barco. Al llegar quedé impactado por
ver una ciudad antigua y sin nada de tecnología, con un le-
trero en la puerta que decía en turco: “Konstantinopolis’e
hos geldiniz”, que significaba: “Bienvenidos a
57
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Constantinopla”. Al ver eso le pregunté a todo el mundo en


qué día estábamos y me decían que era el 27 de agosto de
1569, lo que quiere decir que en este lado del mundo esta-
ban en un año antiguo pero van avanzando, y el lado de oc-
cidente está en un año avanzado pero va retrocediendo, en-
tonces significa que habrá un punto en que todo el mundo
esté en el mismo año.
Al buscar a ese joven, me di cuenta de que había guar-
dias con armas de fuego en sus manos, con símbolos en sus
hombros, ¡Eran símbolos nazis! ¿Qué hacían los nazis en
Turquía? ¿Y en 1569? ¿Qué tendrían que ver con lo que está
pasando? Mi mente explotaba de tantas preguntas. Con más
ansias de saber la verdad fui a la casa del joven.
Al verlo le pregunté sobre todo lo que estaba pasando,
su nombre era Francisco, nacido en Caracas, Venezuela.
Vino a Estambul por la crisis venezolana, y al llegar quedó
impactado por todo lo que estaba pasando. Igual que yo, no
sabía por qué estábamos en 1569 y había nazis, y lo peor de
todo es que estaba en busca y captura por los otomanos por
las conferencias que daba sobre este fenómeno. ¿Será que
los otomanos también tenían algo que ver? Me dijo que en-
contró un letrero en perfecto español que decía: “Muy bien,
ya encontraste al primer sabio, te quedan tres, tu próximo
objetivo es la puerta solar”. ¿Qué querrá decir con la puerta
solar? ¿Se referirá a la Puerta del Sol de Madrid? Como no
teníamos más pistas decidimos salir hacia Madrid el 3 de
octubre de 1569 (fecha de Turquía), llegamos a España, a
la costa de Cartagena, el 19 de julio de 2018. Pero al llegar
vimos una Península Ibérica destruida por los nazis. Al ver-
nos llegar fuimos arrestaos y torturados por llevar banderas
españolas. Nos preguntaban: “¿Qué son esas banderas?
¿Qué representan? ¿Son enemigos del Reich?”.

58
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

No sabían que eran las banderas de España. ¿Será que


ahora estamos en otra época? ¿Y por qué los nazis siguen
existiendo? ¿Y por qué tienen el control sobre España y
Turquía?
Después de dos años en la cárcel de Cartagena, el 29 de
febrero de 2016, aparecieron palabras en las paredes de la
prisión que decían: “El mundo es el que crees que es, la fe-
cha es la que crees que es, las personas son las que crees
que son, si quieres saber la verdad al sabio tendrás que en-
contrar en la puerta solar”. Después de eso fuimos teletrans-
portados a la Puerta del Sol, y vimos al Sabio, y no era ni
un joven, ni un hombre, ni una persona. ¡Era una tortuga!
Una tortuga sin caparazón que hablaba, su nombre era Tro-
tuman. Como estábamos en busca y captura por los nazis,
nos dio un mapa que indicaba de en qué país no había nazis,
el único país en el mundo en que no había nazis era casual-
mente Venezuela, el país natal de Francisco. Era nuestro
único destino posible, así que no lo dudamos y fuimos.
Cuando llegamos a Caracas, vimos que la fecha era la
que debía ser, era el 6 de marzo de 2022; que era casual-
mente el país que no estaba siendo controlados por los na-
zis, y lo más extraño de todo, estaban todas las construccio-
nes desaparecidas del 16 de mayo de 2019. Había un casti-
llo tenebroso con las mismas palabras que las de la prisión
de Cartagena. Al entrar, Francisco y Trotuman fueron se-
cuestrados. ¡Quedaba yo solo contra mundo! Así que me
puse los pantalones y subí por cada una de esas plantas, en-
frentándome a mis miedos más profundos, desde psicópatas
hasta brujas.
Cuando iba a subir a la planta 13, me di cuenta de que
no había, de la 12 se saltaba directamente a la 14, donde
estaba mi enemigo final, y era ¡Jack el Destripador!

59
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Después de un combate épico, Jack me tiró al suelo y


cuando me iba a dar el golpe final, recordé y dije: “El
mundo es el que crees que es, la fecha es la que crees que
es, las personas son las que crees que son”.
En ese momento todo al mi alrededor desapareció, y el
mundo volvió a la normalidad, la fecha volvió a la norma-
lidad y todas las construcciones y personas volvieron a la
normalidad. Apareció un espíritu y me dijo: “Todo lo que
hiciste fue producto de tu imaginación, las fechas que ima-
ginaste son tus favoritas en la historia, los sabios que ima-
ginaste y tus combates fueron ficticios, pero a veces hace
falta disparar tu mente hacia lo desconocido”. Después de
eso desapareció y salí a la calle como un día normal, y creé
una historia para el Instituto llamada “Disparo a lo desco-
nocido” el 21 de octubre de 2019.

60
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

SOMBRAS ENTRE PAREDES,


por Ana María Magnacca Gálvez

3º ESO C

Hola, mi nombre es Halley, tengo 16 años y hoy os voy


a contar la historia de aquellas vacaciones que hicieron que
mi vida cambiara, que desde entonces no quiera salir de mi
casa, que no quiera ni salir de mi habitación, que ni siquiera
pueda verme en un espejo sin recordar todo lo que pasó, así
que si queréis descubrirlo mi historia empieza ya…
Era una mañana cualquiera cuando… emm, mejor no,
no os voy a mentir, no era en absoluto una mañana cual-
quiera, era el último día de clases y no podía estar más emo-
cionada, a ver, no penséis que estaba emocionada solo por-
que se acabaran las clases (que también), pero en verdad lo
que más ilusión me hacía era que en cuanto llegara a mi
casa cogería mis maletas y ¡me iría de vacaciones! En ese
momento no podía estar más feliz. Ahora, sabiendo todo lo
que pasó, preferiría no haber ido nunca.
En fin, esa mañana antes de ir a recoger las notas no fue
muy distinta a las demás, desayuné, me duché, me lavé los
dientes, me vestí, me peiné y salí de mi casa.
Cuando llegué al instituto me encontré con mi prima, se
llama Brooke y tiene 18 años, vamos al mismo instituto y
es como una mejor amiga para mí, incluso como si fuera mi
hermana. La verdad es que estamos muy unidas. Juntas nos
dirigimos hacia nuestras respectivas clases para recoger las

61
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

notas, media hora de espera más tarde ya las teníamos, la


verdad es que no nos había ido para nada mal, así que con
toda la alegría del mundo nos fuimos a mi casa para coger
mis maletas, después pasaríamos por casa de Brooke para
que cogiera las suyas, ya que con quien me voy de viaje es
con ella; por cierto, creo que no os he dicho a dónde fuimos,
¿verdad? Pues nos fuimos a una casa rural en la montaña,
sé que a mucha gente no le suele gustar ir al monte, más que
nada por los insectos, frío, animales, etc., pero a mí y a mi
prima nos encantaba, eso se debe a que desde pequeñas
siempre habíamos ido a muchas acampadas, por eso nos
gusta la experiencia de ir a la montaña, esta vez también
íbamos a ir a acampar, pero al final Brooke me convenció
para alquilar una cabaña, la verdad es que nunca habíamos
alquilado una, así que nos tuvimos que guiar por las fotos y
las reseñas de internet a la hora de alquilarla, y en las fotos
parecía un lugar bonito, ni siquiera yo ahora me puedo creer
lo que luego ocurrió…
Cuando por fin tuvimos todas las maletas dentro del co-
che nos despedimos de nuestros padres y nos fuimos a toda
prisa, impacientes por llegar al que parecía un lugar tran-
quilo y bonito donde pasar unas agradables vacaciones…
Para llegar hasta la cabaña eran ocho horas de coche y
entre paradas para ir al baño, descansar o comer, ya estába-
mos a punto de llegar. Cuando ya nos estábamos aproxi-
mando más, pudimos ver una montaña, según Google Maps
la cabaña se encontraba justo en la cima de la montaña, pero
para llegar a ella primero teníamos que pasar por un pe-
queño pueblo, ya que, desgraciadamente, la carretera prin-
cipal estaba cortada por un accidente.
Cuando por fin después de ocho largas horas de coche
vimos el cartel con el nombre del pueblo, Brooke y yo no

62
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

pudimos ser más felices, pero esa felicidad no tardó en pa-


sarse a un ligero escalofrío por nuestras columnas vertebra-
les; al suceder esto, mi prima y yo nos quedamos heladas
mirándonos la una a la otra, pero después de unos instantes
no le dimos mucha importancia, puesto que al ser diciembre
le atribuimos esa sensación a que probablemente solo tuvié-
ramos un poco de frío.
Cuando nos adentramos un poco más en el pueblo, nos
percatamos de una cosa muy rara: en las calles no había na-
die y las casas y edificaciones parecían muy antiguas y en
mal estado. Esto nos dejó un poco desconcertadas y pensa-
tivas, pero simplemente pasamos del tema, puesto que está-
bamos muy cansadas como para preocuparnos de una ton-
tería así.
Después de un rato por fin estábamos a punto de llegar
a la cabaña, solo nos faltaba cruzar un pequeño puente que
estaba encima de un lago, y ya habríamos llegado. Cuando
fuimos a cruzar el puente nos dimos cuenta de que era de
madera, así que nos preocupó que no aguantara el peso del
coche, pero bueno, era cruzarlo o volverse a casa, así que
decidimos cruzarlo de todas formas. En contra de lo que
Brooke y yo pensábamos, el puente aguantó el peso del co-
che y por fin pudimos llegar a nuestra esperada y deseada
cabaña.
Al llegar descargamos el coche y tocamos el timbre de
la puerta, ya que al haberla alquilado la dueña nos tenía que
abrir y darnos las llaves. Cuando nos abrió apareció una an-
ciana bastante agradable, la verdad, nos saludó, nos invitó
a un té y nos hizo unas preguntas, nada raro, la verdad. An-
tes de marcharse nos dijo que solo teníamos que cumplir
una norma para poder quedarnos en esa cabaña: la norma
era que por las noches no saliésemos del dormitorio,

63
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

cerrásemos todas las puertas con pestillos y llaves y nos ta-


pásemos los oídos. Esto nos extrañó mucho a mí y a mi
prima e hizo que mi sensación de escalofrío volviera a sur-
gir, esta vez acompañada de una sensación de curiosidad y
miedo. Al preguntarle a la señora por qué debíamos hacer
eso, simplemente nos dijo que no era asunto nuestro y que
lo hiciéramos y ya, y con las mismas agarró una especie de
abrigo y se marchó.
Brooke y yo no conseguíamos entender qué acababa de
suceder, pero decidimos no pensarlo más, ya que no nos
queríamos amargar las vacaciones de navidad. Estas iban a
ser las primeras vacaciones que no iba a estar con toda la
familia reunida, y eso, la verdad, es que me provocaba bas-
tante tristeza, pero estaba de viaje y, encima, con la mejor
prima en el mundo que se puede tener, así que, quitando
todo pensamiento de mi cabeza que no fuese de diversión,
deshice las maletas y me dispuse a ver un poco mejor la
casa. Brooke, en cambio, se dio cuenta de que había comida
en la nevera, así que se dispuso a empezar a hacer la cena.
Cuando terminé de ver toda la casa ayudé a Brooke a termi-
nar de preparar la cena, para cenar decidimos preparar unas
sopas y de postre, un buen chocolate caliente. Visto que las
dos teníamos frío, decidimos encender la chimenea para en-
trar en calor, y la verdad es que funcionó bastante bien.
Cuando terminamos de cenar decidimos poner una película
en Netflix, y estuvimos un buen rato viéndola, hasta que sin
querer nos quedamos dormidas en el sofá, desobedeciendo
la norma de no salir del dormitorio por la noche que la se-
ñora nos había impuesto, pero, como no nos preocupaba,
seguimos durmiendo plácidamente.
En medio de la noche unas ganas tremendas de ir al baño
me hicieron levantarme e ir al aseo. Cando terminé de hacer

64
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

mis necesidades, fui a lavarme las manos; al lavármelas me


di cuenta de que el desagüe no estaba tragando agua, así que
decidí acercarme a ver qué pasaba. Cuando aproximé mi
cara al lavabo pude ver un fugaz reflejo en el agua del la-
vabo, puedo afirmar que vi una cara: en ese preciso instante
la sensación de escalofrío volvió, pero esta vez acompañada
de un sentimiento de miedo, además de sentirme observada.
Al cabo de un rato la sensación se marchó así que decidí
volver a mirar porque el desagüe estaba atascado. Al acer-
car nuevamente mi rostro al agua del lavabo, pude ver cómo
una gota de algo caía en el agua; al principio no me asusté,
hasta que vi el color de aquella gota, entonces supe que era
sangre. En ese instante se me erizaron todos los pelos del
cuerpo y, cuando fui a alejar mi rostro del lavabo, otro ros-
tro reflejado en el agua me paralizó en seco, no pude articu-
lar palabra alguna: en menos de un segundo unas manos me
agarraron del pelo y me sumergieron la cabeza en el lavabo,
de aquel momento solo recuerdo ver un rostro de una espe-
cie de mujer, con cara de demonio, sin alma alguna, como
si fuera un espíritu. Para imaginárosla simplemente pensad
en la típica mujer o espíritu de las películas de miedo que
crees que no son reales; pues este ser era igual, con la única
diferencia de que este sí era real. Mientras este intentaba
ahogarme solo podía ver que reía divertido, con unos ojos
llenos de locura; no sabría describir la sensación que mi
cuerpo estaba experimentando en esos momentos. Cuando
finalmente estaba a punto de ahogarme, pude oír una voz
familiar gritando mi nombre: sí, es lo que estáis pensando,
era mi prima, que seguramente se despertó y al no verme
me estaría buscando. De repente, el ser del demonio que me
estaba ahogando me soltó y yo pude sacar la cabeza del
agua; cuando lo hice, la imagen que vi me hizo desear no

65
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

haberla sacado nunca de aquel lavabo. Cuando miré hacia


la puerta del baño vi a Brooke, paralizada, mirando algo fi-
jamente; cuando vi a lo que miraba una sensación de debi-
lidad y terror se apoderó de mí, tenía justo delante al espíritu
que segundos atrás había intentado matarme. Brooke me
miró aterrorizada sin entender nada, no me dio tiempo a ex-
plicarle lo que me había sucedido en el baño, porque,
cuando recuperé la cordura e intenté hablar para explicár-
selo, el espíritu voló hacia Brooke y le cortó la garganta. Yo
me quedé inmóvil, sin saber qué hacer, en ese momento in-
tenté gritar pero lo único que salió de mi boca fue un leve
chillido que apenas logró salir de mis labios, mis ojos se
empañaron en lágrimas y me empezó a faltar el aire, estaba
a punto de desmayarme cuando me di cuenta de que el es-
píritu se estaba aproximando a rastras hacia mí, mientras se
comía el corazón de Brooke. Con todo el temor del mundo
corrí a coger las llaves del coche para poder marcharme de
aquel lugar, o mejor dicho, de aquella pesadilla…
Cuando llegué al coche arranqué y empecé a conducir
como una posesa. Mientras me ahogaba en llantos mi ca-
beza no podía asimilar lo que acababa de pasar, pero pronto
otra cosa me sacó de mis pensamientos: cuando estaba cru-
zando el puente, este se partió por la mitad, haciendo que el
coche y yo cayésemos al agua. Después de forcejear con el
cinturón pude salir por la ventanilla del coche; cuando me
estaba aproximando a la superficie del agua noté cómo algo
se enganchó a mí pierna y empezó a tirar de mí hacia abajo,
cuando miré solo pude volver a ver el rostro divertido de
aquel espíritu endemoniado, no sé ni yo cómo logré esca-
parme de aquella cosa, pero una vez fuera del agua solo re-
cuerdo que empecé a correr atemorizada. A lo lejos vi una
casa y decidí acercarme a pedir ayuda, ya que estaba

66
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

desesperada, había un espíritu que me perseguía y que había


matado a mi prima, tenía miedo, estaba empapada, mi móvil
se había roto y el coche estaba hundiéndose en un lago.
Cuando llamé al timbre me abrió la anciana que nos ha-
bía alquilado la casa; cuando me vio tiró de mí y me metió
a su casa. Después de estar allí un rato, le expliqué todo lo
que había pasado, en cuanto terminé la señora se quedó pá-
lida y se echó a llorar, sin parar de repetir que todo era culpa
suya. Cuando se tranquilizó le pregunté qué era ese espíritu
y qué tenía que ver con ella. La señora me contó que en el
año 1800 un antepasado suyo compró ese terreno y decidió
construir una casa; este tenía una hija, que se llamaba
Odette. Era una chica guapísima, según la anciana, y todos
los chicos del pueblo estaban locos por ella, pero ella se
enamoró de uno de los obreros de la casa. Su padre, al ser
ellos de clase alta y el muchacho un simple obrero, le prohi-
bió a Odette que saliera con él, pero ella amaba tanto al mu-
chacho que decidió desobedecer a su padre. Cuando este se
enteró de lo que su dulce hija había hecho, se enfureció
tanto que ordenó que enterraran vivo al muchacho, debajo
de los cimientos de la casa. Cuando Odette se enteró de esto,
decidió ir a rescatar a su amado, con la mala suerte de que,
cuando consiguió desenterrarlo, no lograban salir de la fosa
donde se encontraba antes el muchacho enterrado, los obre-
ros no se percataron de la presencia de ambos y los enterra-
ron vivos a los dos. Desde entonces Odette vive atormen-
tando a todas las personas que van a esa cabaña, puesto que
se construyó encima de los restos de la antigua casa: lo que
Odette hace es comerse los corazones de sus víctima, para
que no puedan amar, y matarlas para que tampoco puedan
ser amadas, como ella no pudo amar.

67
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Cuando la señora terminó de contarme la historia yo me


quedé sin palabras, pero encontré la fuerza para preguntar
qué debía hacer para poder irme de una vez por todas. La
señora me dijo que en cuanto amaneciera me acompañaría
al pueblo y allí cogería un autobús que me llevaría a mi
casa. Y así fue, esa noche intenté dormir, aunque no lo con-
seguí después de todo lo ocurrido; a la mañana siguiente la
señora me acompañó al pueblo, de allí cogí un autobús y
llegué a mi casa. Al llegar expliqué todo lo sucedido, mis
tíos y mis padres no podían creer lo que oían, no podían
creer que Brooke estuviera muerta, y menos por un espíritu
que comía corazones porque no pudo estar con su amado.
La verdad es que prometí olvidar eso y no volver a hablar
del tema, pero nunca, por más que lo intente, se borrará de
mi cabeza aquel día, y menos aquella sonrisa diabólica de
aquel espíritu.
Ya han pasado dos años desde aquel suceso, y sigo acor-
dándome de cada detalle, y os estaréis preguntado por qué
estoy escribiendo esto, ¿verdad? Pues sinceramente es por-
que después de tener pesadillas cada maldita noche, no salir
de mi casa por miedo, no poder ver fotos de Brooke, ni mi-
rar a mis tíos a la cara, ni ver mi reflejo, he decidido volver
a esa cabaña, y no sé cómo, pero matar a ese espíritu de una
vez. Sí, lo sé, pensareis que estoy loca, y seguramente lo
estoy, pero esa es la razón de por qué escribo esto, solo
quiero que, si muero, alguien lea esto y que no cometa el
error de venir a esa cabaña, pues aunque no me mató aquel
día, yo llevo muerta desde entonces.

68
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA BIENVENIDA,
por Paula López Hernández

1º Bachillerato F

Hace muchos, muchos años atrás, antes de que tan si


quiera estuviera planeado construir el IES Saavedra, existía
un enorme cementerio que en aquellos entonces quedaba a
las afueras de Murcia.
Con el paso de los años se derribó dicho cementerio, ya
que Murcia cada vez se hacía más grande, al igual que su
población, por lo que había muchísimos chicos jóvenes con
la energía suficiente para estudiar y ser chicos de provecho.
El Saavedra abría sus puertas poco después de las fiestas
de nuestra ciudad, el 9 de septiembre de 1969.
Todo transcurría con la mayor normalidad, todos co-
rrían entusiasmados por sus grandes instalaciones y biblio-
tecas pero…
No mucho tiempo después, los alumnos de dicho insti-
tuto comenzaron a notar cosas raras a su alrededor: sillas
volcadas, mesas giradas y pintadas extrañas en sus enormes
pizarras. Todos pensaban que serían los alumnos mayores
queriendo intimidar a los recién llegados, aunque nada más
lejos de la realidad.
Los alumnos, cada vez más asustados y creyendo que
algo raro estaba ocurriendo, hablaron con su profesor Juan-
mor, este al principio rio incrédulo ante los comentarios de

69
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

sus alumnos, quedando un poco extrañado por estos comen-


tarios.
Viendo que los alumnos seguían hablando del tema, de-
cidió indagar en el asunto, creyendo poder demostrar que
serían, como él pensaba, los alumnos de los últimos cursos.
Para ello decidió quedarse una tarde en el instituto, aunque
no consiguió nada.
Él pensó que alguno de estos alumnos mayores le había
visto y por eso no sucedió nada, aunque seguía pensando
que tenía que pillar a los chicos en cuestión.
Al llegar a casa, estuvo dándole vueltas y decidió que la
única forma de pillarlos sería poniendo una cámara en el
aula sin que nadie lo supiera.
Sonó su despertador y se dirigió hacia el instituto a im-
partir sus clases, sus alumnos seguían con los comentarios,
aunque él intentó no hacerles demasiado caso para que ellos
no le dieran demasiada importancia.
Al terminar sus clases, y antes de cerrar el instituto, ins-
taló la cámara en el aula y salió corriendo, mirando a un
lado y a otro, para comprobar que nadie le había visto.
Al día siguiente salió corriendo hacia el instituto para
recoger la cámara antes de que llegara ningún alumno, y
todo ocurrió como el día anterior. Al llegar a casa se dispuso
a ver el contenido de la cámara y su sorpresa fue mayúscula
cuando vio cómo sillas y mesas eran volcadas y no se con-
seguía ver ninguna presencia humana. Incrédulo ante lo que
estaba viendo, decidió compartirlo con sus compañeros, to-
dos rieron al escucharle, todos excepto uno, el profesor Bin-
ches, el profesor con más años en el centro. Este quedó ca-
llado y, cuando el resto dejó de reír, comentó el origen de
estos sucesos, comentando que muchos años atrás allí había

70
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

existido un cementerio, y que esta era la forma de darle la


bienvenida a los nuevos alumnos.

71
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL PADRASTRO,
por Antonio Navarro López

3º ESO C

Abrió la puerta, me miró fijamente a los ojos y puso su


arma contra mi frente…
El 13 de junio, mamá se casó con Fred, un hombre atrac-
tivo que trabajaba en el ejército de tierra. Unos meses antes,
mi madre se había divorciado de mi padre tras continuos
engaños y discusiones, y, desesperada, había conocido a
Fred.
Los primeros días me acuerdo de que yo estaba feliz al
ver que mi madre volvía a disfrutar en una relación. Pero,
después de unos meses, me daba cuenta de que mi madre
llegaba del trabajo triste y cabizbaja. Fred y ella casi no se
hablaban y, para colmo, él llegaba muchas noches muy
tarde y borracho.
Los días pasaban y veía que esa relación no tenía futuro
y yo no estaba dispuesto a que mamá sufriera más. Una ma-
ñana hablé con ella, pero no quiso decirme lo que pasaba
hasta que me percaté de que tenía una marca roja en el cue-
llo. Muy enfadado, le dije que tenía que dejar a Fred y ella,
entre llantos, al final dijo:
—No puedo, me tiene controlada y no me permite hacer
nada.
En ese momento, se abrió la puerta y apareció Fred.

72
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

—¡Tú, niñato, fuera de aquí, tu madre y yo tenemos que


hablar! —dijo Fred.
A continuación, me dio una bofetada y me sacó de la
habitación de un empujón. Me fui a mi habitación y lloré
durante unas horas hasta que escuché un portazo. Salí de la
habitación y encontré a mamá tirada en el suelo sollozando.
Entonces le grité:
—¡Mamá, dónde está, lo voy a matar!
Ella me respondió con un hilillo de voz:
—Se ha marchado.
Durante unos días no hubo rastro de Fred y eso nos tran-
quilizó, pero no sabíamos que lo peor estaba por llegar…
El 20 de diciembre, mamá y yo estábamos colocando los
adornos navideños sobre la chimenea y colocando la estre-
lla en el árbol de Navidad cuando escuchamos el sonido de
un motor en el exterior de la casa. A continuación, alguien
tocó el timbre.
—¿Quién será? —dijo mamá alarmada.
Cuando abrió la puerta pude ver cómo su rostro se vol-
vía pálido, y se escuchó una voz grave que me resultaba
familiar:
—¡Feeeliiiz Navudaa!
Era Fred y, teniendo en cuenta la forma de hablar y de
caminar que tenía en esos momentos, supe que estaba ebrio.
—Sooolo queriia peduirti perdoon —le dijo a mi madre.
Ella enfadada le gritó:
—¡Fuera de mi casa!
Fred se tomó esas palabras tan mal que sacó su pistola
del ejército y le dio un golpe con la culata a mi madre. Ella

73
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

se desplomó y cayó inconsciente al suelo. Mi corazón se


paró durante unos segundos. Me había quedado de piedra y
empecé a ver borroso. Fred entró en casa dando tumbos y
dijo:
—¡Ven aquí, niñato! —Y disparo un par de veces para
asustarme. Sin pensármelo dos veces subí por la escalera y
me escondí en el armario de la habitación de mi madre.
El tiempo dentro del armario se me hizo eterno. En un
momento dado escuché el sonido de unos zapatos subiendo
las escaleras. Mi respiración se aceleraba cada vez más.
—¿Niñato, dónde estás? Solo quiero pedirte perdón, pe-
queño —decía con voz amigable. De repente se abrieron las
puertas del armario—. ¡Te pillé, enano! —dijo él.
Me miró fijamente a los ojos y puso su arma contra mi
frente… Yo me dije a mi mismo: “Hasta aquí he lle-
gado…”. Se escuchó un fuerte ruido metálico y Fred se des-
plomó sobre mí. Detrás de él se encontraba mamá, que ha-
bía recuperado la consciencia y le había dado un sartenazo
en la cabeza. A continuación, cogió el arma y acabó con la
vida de su marido. En las siguientes horas solo se podía es-
cuchar el sonido de las sirenas de policía y las conversacio-
nes de mama con un médico forense.
Me quedé traumatizado para toda la vida.

74
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL MUSEO,
por Fabián Jerez Pupo

2º ESO B

El día de Halloween fui de excursión con mis compañe-


ros de clase, la profesora de historia y nuestro tutor a un
museo de historia que estaba lejos del instituto. Al estar le-
jos no fuimos andando sino en autobús. Yo me senté junto
a mi amigo de la primaria, Pablo. El viaje duró aproxima-
damente una hora. Durante todo ese tiempo estuve ha-
blando con Pablo, jugando con mi móvil y cantando con
mis compañeros canciones absurdas. El trayecto se me hizo
un poco corto porque me divertí bastante.
Al llegar, nos bajamos todos del autobús y contempla-
mos el gran museo del que tanto nos hablaron los profeso-
res. Aún era temprano, por lo que tuvimos que esperar a que
abriera. Esperamos casi media hora haciendo el tonto. De
repente las puertas se abrieron de par en par y no se veía
nada de lo que había dentro. Yo fui el primero en entrar,
entré corriendo sin pensármelo dos veces, al igual que Pa-
blo, Steve e Hiram, mis compañeros de clase. Al entrar no-
sotros cuatro las puertas se cerraron sin dejar paso al resto
de la clase y los profesores.
Como estaba todo oscuro y no se veía nada, encendimos
las linternas de nuestros móviles e intentamos abrir la
puerta, pero era imposible, era dura como el acero. Nos
asustamos mucho porque no sabíamos qué nos ocurriría,
pero decidimos buscar alguna ventana por la cual salir de
75
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

ese lugar. Permanecimos juntos buscando alguna salida o


algo que nos ayudase a salir. El interior del museo estaba
lleno de mesas con cristales rotos y las paredes tenían unos
cuadros pintados de negro completo. Seguimos caminando
y encontramos unas escaleras que parecían llevarnos a un
segundo piso. Subimos y había un pasillo con una puerta en
cada extremo. Nos dirigimos a la puerta de la derecha.
Cuando la abrimos, había una persona flotando sin piernas,
con un hacha llena de sangre en la mano izquierda y con
una máscara espeluznante. Nos asustamos tanto que corri-
mos hasta la otra puerta buscando protección. Al abrirla nos
percatamos de que había otra cosa igual a lo que vimos. Me
encontré un bate con tornillos clavados en el suelo y me
dispuse a pelear contra esos seres extraños. Steve me ayudó
con un cuchillo que llevaba en la espalda escondido. Pablo
e Hiram se dedicaron a iluminarnos con los móviles. A uno
de esos seres le saqué la cabeza de un home run, mientras
que Steve le cortó las dos manos al otro y yo le aplasté la
cabeza.
Seguimos caminando por la puerta derecha con las ar-
mas en la mano. Al entrar había una habitación enorme
llena de televisiones emitiendo todo tipo de cosas sobre Ha-
lloween. Al otro lado de la habitación había una ventana por
la cual entraba un poco de luz solar y que estaba cubierta
por alguien con unos grandes músculos, otra mascara rara,
dos espadas muy afiladas y con sangre por casi todo el
cuerpo. Nos escondimos detrás de los televisores para que
no nos viera y crear un plan con calma. Pensamos en coger
las dos hachas de los seres sin piernas, tirárselas a la cabeza
y, si eso funcionaba, le empezaríamos a pegar con el bate y
el cuchillo. Cuando se las tiramos, una de las hachas falló
rompiendo la ventana y la otra le cortó una mano. Steve y

76
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

yo nos dirigimos hacia él para pegarle, pero nos empujó ha-


cia atrás con la mano que le quedaba. Pablo soltó el móvil
y cogió el hacha que había en la mano del suelo y rápida-
mente le cortó la cabeza. Creímos haber vencido, pero no
fue así. Ese monstruo se seguía moviendo sin cabeza. Le
quité el cuchillo a Steve y se lo clavé en el corazón. Esta
vez sí cayó derrotado. Miramos por la ventana y vimos que
no estaba muy alto, así que saltamos y buscamos la entrada
principal para volver con el resto de la clase. Cuando llega-
mos a la entrada los profesores y los demás nos preguntaron
lo que nos había pasado y por qué estábamos llenos de san-
gre y tan cansados. Les contamos la historia y nos monta-
mos en el autobús lo más rápido posible.

77
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA CASA DE LA CICATRIZ,
por Gema Vera Osete

2º Bachillerato B

Era una de las frías noches de diciembre y mis amigas y


yo habíamos decidido pasar una semana en una casa rural
en las afueras de Granada. Alquilamos una gran casa que
nos gustó mucho desde el momento en el que vimos las fo-
tos por internet.
Cuando llegamos, nos recibió un casero muy agradable
y nos enseñó todas las estancias. Mientras que nos contaba
un poco la historia de la casa, yo me di cuenta de que tenía
una extraña cicatriz en el cuello, pero en ese momento no le
di importancia alguna.
Tras el tour y las explicaciones sobre cómo funcionaban
los electrodomésticos más importantes, el casero nos dejó a
las cinco para que deshiciéramos las maletas y comenzára-
mos a acomodarnos.
Esa misma noche teníamos pensado hacer una fiesta con
mucho alcohol y con la música a tope, ya que, como nos
había explicado anteriormente el casero, el pueblo más cer-
cano estaba a una hora en coche, por lo que no teníamos
vecinos a los que pudiéramos molestar.
Después de cenar unas pizzas que traíamos de casa, pre-
paramos los cubatas y comenzamos a jugar al juego de “ver-
dad o atrevimiento”. El primer turno fue de mi amiga Rocío,
que eligió atrevimiento; le propusimos que tenía que subir

78
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

la pequeña colina que había frente a la casa, echarse una


foto y bajar. Rocío, que siempre había sido la valiente del
grupo, accedió, salió de la casa y se puso en marcha con la
linterna del móvil.
Pasaron veinte minutos y todavía no habíamos recibido
la foto. Al principio, pensábamos que era porque allí arriba,
a lo mejor, no había cobertura; pero tras una hora sin recibir
ninguna señal sobre su paradero, salimos las cuatro restan-
tes a buscarla. Nos dividimos en dos grupos para tener más
oportunidades de encontrarla: mi amiga Marta y yo por un
lado y Paloma y Celia por otro. Marta y yo fuimos por el
lado izquierdo y las otras dos, por el derecho. No recuerdo
en qué momento dejamos de oírles gritar el nombre de Ro-
cío, pero, de repente, Marta y yo nos vimos solas en medio
de la colina. Intentamos localizar a las otras, llamándolas
como mínimo veinte veces, pero sus móviles no daban se-
ñal. En este punto en el que estábamos las dos con un sen-
timiento extraño de miedo y de preocupación, decidimos
bajar a la casa a pedir ayuda. Cuando nos encontrábamos al
pie de la colina, escuchamos un fuerte grito que venía de
dentro de la casa y empecé a correr hacia allí. Estaba la
puerta entornada y Rocío de pie, como paralizada, mirando
a la mesa del salón. Me acerqué para ver qué era lo que mi-
raba y no lo podía creer: eran las cabezas cortadas de Celia
y Paloma. Acto seguido miré a Rocío con la cara descom-
puesta y, de repente, se cerró la puerta tras nosotras ha-
ciendo un fuerte ruido. En ese momento, me di cuenta de
que Marta no estaba con nosotras —se había quedado atrás
cuando empecé a correr hacia la casa—. Entonces, la escu-
chamos gritando mientras que aporreaba la puerta con
fuerza. No entendíamos qué estaba pasando y todavía no
habíamos asimilado que dos de nuestras amigas estaban

79
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

muertas, cuando Rocío y yo nos percatamos de que había


alguien observándonos desde el cristal de una de las venta-
nas. En ese mismo instante, el pánico se apoderó de noso-
tras y yo solo podía pensar en que Marta seguía ahí fuera,
así que decidí actuar. Me dirigí hacia la cocina para coger
un cuchillo por si necesitaba protegerme en algún mo-
mento, cogí las llaves del coche y agarré a Rocío (que se-
guía en shock) de la mano. Mientras tanto Marta seguía gri-
tando detrás de la puerta, pero por más que lo intentábamos
era imposible abrirla. Antes de intentar nada, cogimos el
móvil para llamar a emergencias pero no teníamos sufi-
ciente cobertura como para que se produjera la llamada. De
repente, se apagaron las luces de la casa y comenzamos a
oír pasos de alguien que se aproximaba por fuera. Marta es-
taba llorando y gritando tan fuerte que ya casi no tenía voz.
De pronto se escuchó un fuerte estruendo tras la puerta y la
voz de Marta desapareció de manera radical.
Rocío y yo nos temíamos lo peor, así que nos armamos
de valor y nos dirigimos a una de las ventanas para salir de
la casa y huir. Una vez la atravesamos, intentamos ir lo más
sigilosamente posible hacia el coche y, justo cuando lo lo-
calizamos, vimos la sombra de alguien que venía hacía no-
sotras. Muertas de miedo, salimos corriendo con tan mala
suerte que me tropecé con una pequeña piedra en la oscuri-
dad y me caí al suelo. En ese momento él me alcanzó. Sabía
que era un hombre por la fuerza que tuvo para levantarme
del suelo y cogerme del cuello, pero no sabía quién era por-
que llevaba un pasamontañas. Y cuando ya creía que era mi
final, en mis últimos segundos de respiración, me fijé en
que tenía una cicatriz en el cuello. Justamente la misma que
tenía nuestro casero. Y repentinamente, apareció Rocío con
un hacha que teníamos fuera de la casa para cortar la leña y

80
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

le cortó el brazo con el que me tenía agarrada. Aprove-


chando el momento, salimos las dos corriendo hacia el co-
che; metí las llaves, arranqué y salimos a toda velocidad de
allí.
Íbamos por la carretera las dos calladas sin saber qué
decir ni qué hacer, con una mezcla de sentimientos, desde
impotencia hasta desconcierto. Mientras que estábamos su-
mergidas en nuestros pensamientos, vimos un coche de
frente que se acercaba muy rápidamente hacia nosotras y…

81
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

FELIZ CUMPLEAÑOS, SAM,


por Elena Gallego García

3º ESO C

Hoy es 13 de febrero, hoy es mi cumpleaños. Me llamo


Sam y vivo en Stronglake, un pueblo muy tranquilo a las
afueras de la gran ciudad.
Esta tarde vendrá mi familia para celebrarlo, en especial
mi tía Sara. Todos en la familia dicen que tiene un lado os-
curo, “puede hablar con los muertos”, pero yo creo que exa-
geran. En mi último cumpleaños dijo que tenía que hablar
conmigo el próximo año, cuando cumpliera 15, me dejó
sorprendido porque en sus ojos noté inquietud y con lo que
me habían dicho de ella me dio un escalofrío que me reco-
rrió todo el cuerpo, así que estoy deseando verla…, o no.
Son las nueve de la noche y ya estamos todos comiendo
la tarta. Los adultos están en la cocina discutiendo en voz
alta, así que me acerco y, antes de abrir la puerta para ver
qué ocurre, abre de golpe la puerta mi tía Sara y con el
mismo ímpetu me coge del brazo y me dice, con los ojos
enrojecidos como de haberse aguantado las lágrimas;
—Es el momento, Sam, tengo que hablar contigo.
Subimos a mi habitación. Estoy tan sorprendido como
horrorizado. Me hace sentar en la cama y ella en una silla,
se acerca a la cama y me dice:
—Te lo voy a decir sin rodeos: nuestra familia está mal-
dita. Tu bisabuelo, al igual que tú vas a hacer, salvó a

82
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

nuestra familia, ya que fue el elegido; ahora, después de


cuatro generaciones, el elegido eres tú.
Me quedo de piedra al oír eso.
Entonces le digo:
—El elegido ¿para qué?, me estás asustando, explícame
de qué va esto.
Sara, con voz profunda, me dice:
—Hace mucho tiempo, tu tatatatarabuelo hizo un pacto
con el diablo: vivían en la miseria y el diablo le ofreció ri-
quezas para toda su familia, incluidas las próximas genera-
ciones; a cambio, cada cuatro generaciones vendría y haría
una simple pregunta: si la respuesta es la correcta nuestra
familia seguiría cumpliendo el pacto; si la respuesta es la
incorrecta todas las almas de nuestra familia padecerán en
un infierno sin igual, y los miembros que aún estén vivos,
incluyéndote a ti, sufrirán una muerte a la altura de sus peo-
res pesadillas.
—¡Pero qué me estás contando! ¡Estás chiflada!
Cojo y me voy corriendo a seguir celebrando mi cum-
pleaños, no sin antes decirme mi tía a grito pelado:
—¡No te olvides de lo que te he dicho, nuestro futuro
está en tus manos!
Mi cumpleaños ha terminado, se han ido todos los
miembros de la familia, me miraban de una forma escalo-
friante, incluyendo mis padres, pero no me decían nada,
solo mi tía Sara, y lo único que me dijo al despedirse fue:
“Suerte”.
Ha llegado la noche, son las 4 de la mañana y yo sin
pegar ojo, dándole vueltas a la cabeza. De repente, siento
una fuerte presión sobre el pecho, no puedo respirar; no hay

83
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

nada, y en un instante me encuentro flotando encima de la


cama, con la cara del diablo pegada a mí.
—¡Por Dios, que peste echas!
Es un hedor como si hubieran muerto cien mofetas en
mi habitación. El diablo dice:
—Tienes a tu madre en una esquina de la habitación a
punto de morir ahorcada.
Giro la cabeza y veo a mi madre con la soga al cuello;
no lo puedo evitar, lloro y grito de desesperación. El diablo
prosigue sin inmutarse:
—Fuera en el pasillo tienes a veinte niños a punto de ser
devorados por dos demonios, solamente puedes salvar a tu
madre o a los veinte niños, ¿qué eliges?, elige bien, no hay
vuelta atrás.
No sé qué decir, es mi madre, no puedo dejarla morir, o
veinte niños cuyas sus vidas están en mis manos.
No sé qué decir, no se cuál es la respuesta que quiere el
diablo, ¿cuál es la correcta?
—¡Estoy hecho un lío y me tengo que decidir ya!
Me decido por salvar a mi madre, voy corriendo hacia
ella y al fin la salvo.
Al segundo, oigo gritos, sollozos de dolor, así que me
asomo al pasillo y veo la peor escena sangrienta de mi vida:
los dos demonios, sin piedad, mutilan y devoran a los niños.
Nunca he visto tanta sangre.
El diablo ha desaparecido y me quedo sin saber si he
dicho lo correcto o han muerto veinte inocentes inútilmente.

Cuatro generaciones después.

84
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Hoy cumplo 102 años, me encuentro en el cumpleaños


de mi bisnieto, solo que desde el infierno, esta noche le haré
una pregunta y se decidirá el próximo diablo del infierno.
Decida lo que decida, él será el elegido para ser el nuevo
diablo.

85
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA MUJER DEL ESPEJO,


por Marta Corbalán Soler

2º Bachillerato B

Hace ya tres meses que me mudé a las afueras de Lon-


dres. Era una casa victoriana preciosa. Cuando me mudé,
me resultó extraño no encontrar ningún espejo en la casa, el
casero no me lo mencionó, así que no le di más importancia.
Un par de días después, mientras limpiaba, encontré un es-
pejo en el sótano, fue el único que encontré en todo el
tiempo que estuve en aquella casa. Era un espejo muy bo-
nito, e iba acorde con la casa, así que lo limpié y lo colgué
en el pasillo.
Un par de meses antes estaba saliendo con Will, nuestro
plan era independizarnos, empezar a vivir juntos en aquella
casa. Will es doctor, y entró un par de días después que yo,
porque estaba en África con médicos sin fronteras. Él siem-
pre decía que la casa le daba malas vibraciones, pero nunca
le habían gustado las casas viejas.
La noche que regresó de África, nos arreglamos, fuimos
al restaurante más elegante de Londres. Volvimos a casa un
poco tarde. Cuando entramos a la casa Will se puso pálido,
no paró de gritar que había alguien más en la casa, un fan-
tasma. Achaqué esa aparición como efectos secundarios de
mucho, mucho vino.
Pasaron las semanas y todo volvió a la normalidad, nos
encantaba la casa, el vecindario era perfecto y estábamos

86
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

más cerca del centro y de nuestros trabajos de lo que espe-


rábamos. Como Will es médico, algunas veces tiene guardia
toda la noche o llega de madrugada a casa. Una noche que
Will estaba de guardia, me fui a dormir, normalmente es-
pero a que llegue, pero aquel día nos habíamos peleado y
decidí acostarme.
De repente algo me despertó, un ruido en las escaleras.
Miré el reloj de la mesita de noche: las cuatro de la mañana,
era demasiado tarde para que Will llegara del hospital. Es-
peré a que subiera, pero solo se escuchó otro ruido, está vez
mucho más espeluznante. Cogí un bate y bajé las escaleras.
Allí estaba Will, tirado en el suelo, inconsciente, estaba pá-
lido, como aquella vez. Entonces algo llamó mi atención,
por alguna razón el espejo estaba roto en mil pedazos.
Llamé a una ambulancia, al parecer todo estaba bien, solo
se había desmayado, pero tenía claro que no quería volver
a esa casa, y yo tampoco, algo macabro pasaba con ese es-
pejo.
Llamamos a algunos amigos, nos ayudaron a irnos de
aquel lugar. Will alquiló un pequeño apartamento en el cen-
tro de Londres, para que estuviéramos mejor.
Solo volvimos allí para devolverle las llaves al casero.
Cuando nos íbamos nos cruzamos con un vecino que era
amigo nuestro, Eric. Nos preguntó que por qué nos había-
mos ido. No estaba segura de si debía contarle lo que le ha-
bía pasado a Will, pero lo hice. Cuando se lo dije nos invitó
a un café en su casa, para contarnos algo que, según él, de-
bíamos saber: la verdadera historia sobre nuestra casa.
No uno, sino ocho asesinatos tuvieron lugar en ella. El
primer dueño era un hombre rico, compró la casa en el siglo
XIX. Tenía siete mujeres y las siete murieron en aquella

87
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

casa, él las mató de maneras horribles y grotescas. Se dice


que era necrófilo, así tenía sus cuerpos en el sótano.
Este hombre también tenía una esclava, también abusó
de ella y la mató, como a todas las demás. Poco después de
esa muerte, los vecinos encontraron al hombre muerto y con
los siete cadáveres y un espejo viejo. Nunca encontraron el
cuerpo de la esclava, se cree que, mientras moría, embrujó
el espejo con su alma y al mismo tiempo al hombre con to-
das las almas de todas sus mujeres. Se dice que esa fue la
causa de su muerte.
Volvimos a casa muy preocupados por la historia, nos
la creímos, tenía sentido, aquella noche el espejo se rompió
porque Will y yo nos habíamos peleado y de algún modo
aquella mujer intentaba protegerme, podría haber sido una
coincidencia, pero sería muy raro si lo fuera.
Algún tiempo después nos encontramos a Eric en Can-
dem. Comimos juntos y nos contó todo lo que había pasado
después de que nos fuéramos. Él también había dejado el
vecindario, después de todo no quería tener nada que ver
nada con aquella casa. Algunos vecinos habían visto una
mujer entrando en ella y andando por sus alrededores. El
casero pensó que era alguien intentando robar, o incluso un
okupa, la policía lo investigó pero no había señales de nadie
viviendo allí. Eric creía que era el fantasma de la esclava.
Al principio no sabía si mudarse o no, pero de repente un
vecino murió. Nunca averiguaron la causa de la muerte, este
vecino había estado en la cárcel por abusos sexuales a una
mujer de 27 años y el mismo día de su muerte fue cuando
salió.
Esto convenció a Eric para dejar el vecindario, le daba
miedo que, aunque no hiciera nada, el fantasma arremetiera

88
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

contra él, que se volviera loca y la gente empezara a morir


en extrañas circunstancias.
El vecindario salió en las noticias, había muchos casos
de hombres desmayándose y avistamientos de la mujer an-
dando como si estuviera buscando a alguien, pero solo los
hombres la veían. Con el tiempo todo el mundo dejó el ve-
cindario; ahora es, literalmente, un vecindario fantasma.
Se dice que el fantasma de la esclava sigue en algún sitio
del vecindario, buscando venganza y “proteger” a las muje-
res.

89
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL GLOBO ROJO,
por Paula Martínez Saura

1º Bachillerato F

En una noche oscura, un muchacho y una muchacha que


tuvieron una cita decidieron ir al mirador de la montaña a
admirar las estrellas. En el camino, vieron un hospital in-
fantil abandonado del que habían escuchado hablar antes.
La chica se dio cuenta de que desde una de las ventanas
se podía apreciar una débil luz que salía de dentro de aquel
lugar frío. La muchacha, algo atemorizada, propuso de ir a
otra parte de la montaña, ya que desde el mirador se podía
ver aquel hospital a unos cuantos metros, pero el chico la
tranquilizó y le explicó que allí no había nadie y sería el
reflejo de algo.
Seguidamente, cuando llegaron a aquel mirador, se ba-
jaron los dos del coche y se quedaron fuera admirando el
paisaje tan bonito que había allí. Mientras estaban afuera
pudieron escuchar los dos un terrible estruendo que prove-
nía de aquel hospital abandonado. Cuando se giraron a ver
qué sucedía, vieron que aquella luz que vieron en el camino
ya no estaba. Conversaron sobre qué podía haber pasado y
llegaron a la conclusión de que podía haberse caído algún
muro de las ruinas que había con el viento o algún animal
que hubiera pasado y hubiera podido tirarlo.
Después de esto, la chica dijo que quería meterse dentro
del coche, que se sentiría más segura, y así lo hicieron. Una

90
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

vez dentro, el chico puso la radio, aunque se escuchaba con


interferencias. La chica se puso más nerviosa al escuchar
las interferencias, pero antes de apagarla de fondo con las
interferencias escucharon una voz tétrica y melancólica de
un niño que decía: “Mi globo rojo”. Los dos se quedaron
muy sorprendidos y no sabían qué podía haber pasado.
Inmediatamente arrancaron el coche y con mucha aten-
ción iban mirando los dos hacia a la carretera. La radio se-
guía con las interferencias, y la dejaron para ver si volvían
a escuchar algo más.
En el camino los dos vieron algo que no podían creer.
Vieron que, en un cartel que señalaba las direcciones para
ir a cada parte de la montaña, había dibujado un pequeño
globo rojo y brillante, como recién pintado. Pararon el co-
che y los dos muy impactados se miraron sin decirse ni una
palabra, pero no podían parar de mirar aquel dibujo que ha-
bía aparecido de la nada y que en el camino para ir no es-
taba.
El chico volvió a arrancar el coche y, justo cuando pa-
saron, la señal la radio empezó a escucharse bien y no se
dijeron nada mientras seguían buscando una explicación a
lo que había ocurrido.
Cuando llegaron a la ciudad buscaron en internet infor-
mación sobre aquel hospital infantil abandonado y encon-
traron una pequeña leyenda. En varias páginas web les apa-
recía lo mismo: hace años en ese hospital había un niño con
una enfermedad crónica que quería que en su habitación hu-
biese un globo rojo. Los médicos se lo impidieron y cuando
el niño murió todos los médicos dimitieron porque decían
que mientras trabajaban venía por los pasillos al niño que
murió en ese hospital con un globo rojo.

91
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

92
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL HORRIPILANTE CRIMEN DEL DOBLE,


por Germán Murcia Granero

3º ESO C

Marcos era una persona cualquiera, de esas que ves to-


dos los días por la calle. Era uno de esos tipos que se con-
formaban con lo que tenían y no les importaba el dinero.
Marcos trabajaba en una empresa de reparto de comida a
domicilio por Barcelona, se jugaba la vida todos los días
con su bicicleta llevando comida a los domicilios de gente
sin ganas de cocinar, pero como lo que ganaba era una mi-
seria, en sus ratos libres cogía su guitarra y se colocaba en
la parada de metro más cercana a su piso compartido de 70
m². Así pasaba la mayoría de las tardes, recogiendo calde-
rilla que le permitiera vivir en un piso y tener algo que lle-
varse a la boca.
Pero esta situación fue llevadera durante unos años
hasta que se volvió inviable, así que un día Marcos decidió
presentarse al casting de un famoso programa de canto que
se celebraba en su ciudad. El jurado vio en aquel chico de
23 años algo especial que hizo que pasara a la siguiente
fase; tras varias audiciones más se le comunicó que había
sido seleccionado por el programa para pasar tres meses en
una academia sin comunicación con el exterior donde
aprendería desde lecciones de canto y baile hasta cómo
desenvolverse delante de las cámaras.
Pasó tres meses maravillosos donde aprendió muchísi-
mas lecciones y resultó ser el ganador del concurso; aparte
93
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

de los miles de seguidores que le proporcionó el programa,


Marcos consiguió como ganador un contrato musical con
una importante discográfica. Pasaron los años y Marc Pas-
cal, como se le conocía por su nombre artístico, adquirió el
título de cantante español más popular de la última década.
Tanta fama le traía a Marcos serios problemas a la hora de
llevar una vida normal, por lo que decidió contratar a un
doble que le ayudara en cosas menos importantes.
Para ello Marcos decidió que su doble debía conocerle
como si fuera él mismo para no levantar sospechas, es por
eso por lo que se fue con él a su finca en la montaña. La
idea era pasar un fin de semana los dos solos sin ninguna
comunicación con terceras personas, un fin de semana en el
que Marcos y su doble, Joan, conectaran el uno con el otro
y Joan tuviera conocimiento de cada una de las costumbres
y comportamientos de Marcos. Si Marcos hubiera sabido
las terribles consecuencias que contratar a un doble le trae-
ría se lo habría pensado dos veces antes de hacerlo.
La mañana del sábado había transcurrido con normali-
dad, se habían levantado temprano para hacer una pequeña
excursión por la Sierra de Collserola, habían comido juntos
en la terraza disfrutando de las maravillosas vistas del par-
que y se disponían a escuchar la canción aún sin publicar de
Marcos cuando algo pasó. La alarma de la casa empezó a
sonar y todas las luces se apagaron; se volvieron a encender,
pero Joan había desaparecido. Se escuchaban ruidos fuertes
en la planta de arriba, así que Marc, asustado, decidió subir
a ver lo que pasaba.
En la planta de arriba había tres personas con unas túni-
cas negras que les cubrían enteros, dos de ellas encapucha-
das, la tercera era Joan. Entre los tres ataron a Marcos y lo
dejaron encerrado en el sótano durante unas horas, Marcos

94
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

intentó liberarse, pero al poco tiempo se desmayó porque


los secuestradores lo habían sedado. Marcos se despertó
colgando del techo, atado por los pies, en una sala llena de
velas negras. Durante horas fue torturado mediante técni-
cas que se usaban en la época de la Santa Inquisición. Tras
morir fue incinerado en una hoguera en el patio de la casa,
nadie supo nunca más de él ni de Joan, tampoco de los dos
misteriosos encapuchados. Hoy en día sigue siendo todo un
misterio quiénes eran esas dos personas que posiblemente
pertenecían a una secta medieval religiosa; también se des-
conoce la verdadera identidad de Joan y su paradero.

95
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LOS PRADOS,
por Alba Garcerán Torres

2º Bachillerato B

Yo era solo una niña cuando todo esto ocurrió, tendría


unos nueve años, y mucha gente pensará que esto son solo
cosas de críos, pero yo sé que eso fue real, y no fui la única
que lo vio…
Corría el verano del ochenta y nueve, yo estaba en la
casa del campo de mis abuelos, en Los Prados, Caravaca;
tenía vacaciones y mis padres tenían que trabajar, así que
me dejaban con mis abuelos. Hacía unos días que se habían
ido y yo, como todos los días, quedaba con todos los niños
del pueblo y nos íbamos con las bicis a dar vueltas, pero ese
día decidimos ir a La Casa Alta, una casa abandonada,
enorme, que había alejada del pueblo, con una piscina, ya
sin agua, y con un patio gigante; mi abuela siempre me ha
contado historias sobre esa casa, ella estuvo trabajando allí
de criada, junto con mucha más gente.
Los dueños tenían un hijo, un poco más pequeño que yo
en aquel entonces, y no tenía amigos, según mi abuela, le
hicieron una habitación “de juegos”, para que llevara a otros
niños y se pudieran hacer amigos de su hijo, pero por cual-
quier razón no se podía entrar a esa habitación, bajo ninguna
circunstancia. Los niños del pueblo decían que nunca le lle-
garon a ver, y durante un tiempo ese fue el tema de conver-
sación de niños y adultos, ya que a todos les resultaba

96
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

extraño. A raíz de esto se empezaron a crear diferentes ru-


mores, hasta que la familia, por culpa de esto, decidió mu-
darse.
Me dirigí junto con mis amigos a La Casa Alta, aparca-
mos nuestras bicis en la entrada, hasta que decidimos entrar,
hicimos una escalera humana entre todos, y entramos por la
ventana, esta daba a una de las habitaciones, tenía pinta de
ser de alguno de los criados, ya que había un pasillo enorme
con muchas de estas idénticas. La casa estaba supersucia,
llevaba años sin que nadie entrara, pues nadie la quería
comprar. Todos fuimos directos al mismo sitio, sin decirnos
nada, ya que había una puerta que resaltaba entre todas; nos
quedamos quietos delante de la puerta por un momento,
ninguno se atrevía a entrar, hasta que yo di el primer paso.
Las paredes estaban pintadas de extraños dibujos, la ma-
yoría eran de niños tristes que iban contando una historia,
una historia en la cual un niño no tenía amigos y se pasaba
las tardes metido en una habitación dibujando en las pare-
des a otros niños, como si fueran sus amigos, y que un día
estos dibujos salieron, y se llevaron al niño con ellos, y allí
estaba, el hijo de los dueños de la casa, plasmado en la pa-
red, jugando feliz con sus amigos, por eso nunca nadie lo
vio; pero entonces esos dibujos comenzaron a moverse, co-
rriendo por todas las paredes, hasta que uno de ellos salió y
cogió a una de las niñas que iban conmigo, y se veía cómo
mi amiga salía corriendo por toda la pared y se caía por un
pozo. Todos salimos corriendo, sin saber nada de mi amiga,
se lo contamos a nuestros padres, y no nos creyeron, pasa-
mos la noche buscándola, y apareció en el fondo del pozo
de La Casa Alta.
Desde entonces, los niños que estábamos ese día no he-
mos vuelto a hablar del tema.

97
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

FIESTA DE HALLOWEEN EN EL IES SAAVEDRA


FAJARDO,
por Patricia Sotomayor López

3º ESO C

Año 2015. Evelin, una niña de pueblo, se preparaba para


su primer día de clase en un instituto nuevo. Sus padres por
motivos de trabajo se habían trasladado, pero, a pesar de los
nervios, Evelin estaba feliz de conocer nuevos amigos.
Los primeros días no fueron todo lo bien que esperaba,
entrar nueva en una clase en la que todos se conocen no es
fácil y ser de un pueblito pequeño empezó a ser tema de
burla entre sus compañeros.
A pesar de todo, Evelin seguía siendo una niña alegre y
se refugiaba en lo que más le gustaba: la música. Pasaba los
recreos sola, así que sacaba su flauta y tocaba como si nadie
existiera a su alrededor.
Fueron pasando las semanas y, a pesar de que no tenía
muchos amigos, las burlas se fueron calmando. Los chicos
de clase estaban entusiasmados porque el instituto iba a ce-
lebrar una gran fiesta el 31 de octubre. Los alumnos se en-
cargarían de hacer toda la decoración y de preparar el dis-
fraz más terrorífico. Evelin pensó que una fiesta sería una
gran oportunidad para hacer amigos, pero la realidad iba a
ser muy distinta.
Llegó el gran día, todo el instituto estaba feliz con la
fiesta, la decoración terrorífica y las luces casi apagadas

98
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

daban miedo hasta al más valiente. Evelin, a pesar de que


estos temas le asustaban mucho, no quiso faltar, todos iban
tan bien disfrazados que casi eran irreconocibles. Los pro-
fesores dieron la bienvenida y comenzó la música, todos
bailaban, reían y se divertían. Evelin se unió a un grupo de
su clase y empezó a divertirse mucho; algunos, a pesar de
la prohibición de alcohol en la fiesta, se escondían para be-
ber y Evelin, aunque nunca había bebido, no quiso ser la
diferente y se unió a ellos.
La fiesta siguió y Evelin empezó a encontrarse mareada,
todos se reían de lo floja que era la chica de pueblo y lo
ridícula que era con su flauta; salió llorando hacia los aseos
del patio, creía que esa sería una gran noche, pero resultó
que los que parecían ser sus amigos solo la habían utilizado
para reírse. Vomitó y se quedó sentada sola en los aseos
pensando que ya no quería estar ahí, quería llamar a sus pa-
dres y marcharse a casa. El bolso estaba en la fiesta, por lo
que se levantó como pudo y salió hacia el patio. Al salir
estaba todo muy oscuro, se escuchaban ruidos entre los ár-
boles y a cada paso le parecía que alguien le seguía. Al en-
trar a secretaría sintió a alguien detrás, se quedó paralizada,
escuchó cómo le decían: “¡¡¡Ahora comienza la fiesta!!!”,
y al mirar lentamente solo pudo ver una cara de payaso su-
jetando un gran cuchillo ensangrentado. Salió todo lo rá-
pido que pudo escaleras arriba, el corazón se le salía de pe-
cho, al llegar arriba empezaron a salir zombis de los pasi-
llos, siguió subiendo, el miedo no le dejaba pensar, solo oía
pasos, gritos fantasmagóricos, ruidos de cadenas y cuchillos
arañando las paredes. Corrió todo lo que pudo y decidió ba-
jar por las escaleras del fondo. Detrás seguían persiguién-
dola para darle miedo. Al llegar a las escaleras, era tal el
pánico que tenía que tropezó y cayó rodando, con la mala

99
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

suerte de que se golpeó la cabeza. Sus compañeros, asusta-


dos, huyeron y la dejaron allí tirada.
Al día siguiente, la conserje, que pasaba por allí para
comprobar que todo estuviese en orden, la encontró en me-
dio de un gran charco de sangre, llamó al 112, pero no se
pudo hacer nada por ella, aquella niña alegre, la niña de la
flauta, la niña que solo quería hacer amigos, ya no estaba.
Desde aquel acontecimiento, el instituto no celebró más
la fiesta de Halloween, sus compañeros intentaron guardar
silencio, fue un desafortunado accidente, pero empezaron a
tener miedo. Las luces se encendían y apagaban por donde
pasaban, las escaleras parecían bajar de temperatura, escu-
chaban gritos y golpes…, no pudieron ocultarlo más y fue-
ron a hablar con el director. Solo querían gastarle una
broma, pero se les fue de las manos.
Cada 31 de octubre algo extraño pasa en el instituto,
pero los alumnos no saben de esta historia, se intentó ocul-
tar para no crearles miedo. Ahora que sabéis lo que pasó
entenderéis por qué las luces vienen y van, por qué a veces
se siente un frío que entra hasta los huesos, por qué los mue-
bles crujen y las puertas chirrían. Cada vez que sientas esto,
acuérdate de Evelin, esa chica de pueblo que cada Ha-
lloween reaparece en el instituto y toca su flauta. Cuidado
si la escuchas, tú podrías ser el siguiente…

100
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

INSOMNIO,
por Gonzalo Saura Gutiérrez

2º Bachillerato B

Era como una noche más. Como habituaba hacer des-


pués de cenar, me lavé los dientes y me dirigía a acostarme
cuando, de repente, sin ningún sentido, escuché un ruido
extraño al fondo del pasillo, venía de mi despacho, fui a ver
de qué procedía dicho ruido y, cuando llegué allí, nada pa-
recía fuera de lo normal, menos el libro que había dejado
encima de la mesa de aquel despacho: estaba abierto. Era
un libro sobre leyendas urbanas que solía leer de vez en
cuando, soy una persona bastante escrupulosa con el orden
y me parecía extraño aquel detalle, pero no le di más impor-
tancia, cerré aquel libro y fui acostarme.
Al día siguiente mi vida transcurrió con total normali-
dad. Fui a trabajar, regresé a mi casa, comí, hice las tareas
que me correspondían y me puse a leer unas cuantas páginas
de aquel libro que os comentaba antes sobre leyendas urba-
nas. Terminé, cené y, como la noche anterior, me lavé los
dientes. He de decir que había estado con una sensación ex-
traña durante todo el día, algo difícil de explicar. De camino
a mi habitación, volví a escuchar el mismo sonido que el
día anterior, volvía a proceder del final del pasillo, exacta-
mente de mi despacho. Me dirigí otra vez a ver de dónde
provenía y, sorprendentemente, me encontré con lo mismo
de la noche anterior: el libro estaba abierto… Yo sabía que
101
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

no era un fallo mío, ni mucho menos una simple coinciden-


cia. En ese momento cogí el libro, me senté y empecé a leer
detalladamente la página por la que estaba abierto. No solo
no era por la que yo me había quedado leyendo esa misma
tarde, sino que era el comienzo de una nueva historia: “Ca-
pítulo 22. Insomnio”.
Me pasé toda la noche leyendo aquella historia, la cual
describía a un ser sin rostro, con el cabello largo, que vestía
un largo vestido negro, que se aparecía en sueños, este los
robaba y cuando despertabas no había vuelta atrás, ahí es-
taba él dispuesto a que no volvieras a salir vivo de tu propia
habitación.
El día siguiente fue otro día normal dentro de mi rutina,
que transcurrió sin nada extraordinario. Por la noche re-
gresé a casa sin poder parar de pensar en el capítulo de aquel
libro que había leído la noche antes. Antes de acostarme
miré el pasillo, ningún ruido esta vez, por lo que, sin darle
más importancia, me metí en la cama y me puse a dormir.
A mitad de un sueño aparecí en el jardín que hay frente
a la ventana de mi habitación, aquel sueño era diferente, no
recordaba haberlo soñado antes. Mientras que estaba fuera
empezó a oscurecer, yo procedía a regresar dentro de la casa
y extrañamente la puerta estaba cerrada, la llave no parecía
ser de esa cerradura y lo mismo ocurría con la puerta de
detrás. Volví a la zona que daba a la ventana de mi habita-
ción y, tras volver a fijar mi mirada en aquella ventana, en-
contré una sombra, no podía ser, ¿quién era la persona que
había dentro de mi casa? Cogí una piedra, rompí la ventana
de abajo, subí por las escaleras en dirección a mi cuarto y,
tras encarar el pasillo, ahí estaba, tal y como estaba descrito
en el libro.

102
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Salí corriendo hacia el otro lado del pasillo sin escapa-


toria, solo una ventana. No lo pensé. Si era un sueño, no iba
a pasar nada, y me tiré. Desperté sobresaltado, ya había pa-
sado todo, pensé, pero no, aquella cosa estaba mirando por
la ventana de mi cuarto, ¡en la misma habitación que yo! Al
despertarme, dirigió su mirada hacia mi rostro, esa mirada
estaba dispuesta a que no saliese de aquella habitación con
vida. No supe qué hacer, estaba acorralado, sin posibilidad
de pedir auxilio, intenté salir corriendo, pero me agarró, le
golpeé y seguí corriendo hasta llegar a la puerta. Estaba blo-
queada, no podía salir de mi propia casa. Seguí corriendo
hasta llegar a las escaleras del sótano, bajé y me quedé es-
condido tras una librería antigua mientras sujetaba un trozo
de madera, el cual parecía ser parte de un antiguo palo de
hockey.
¿Qué era esa cosa? ¿Y qué quería de mí? Eran dos cues-
tiones que mi mente no podía parar de repetir y que eran
inexplicables para mí en ese momento, mientras seguía
tenso tras aquella librería. Transcurrieron dos horas y el sol
empezó a aparecer por la única y pequeña ventana que había
en ese sótano. Volví a subir a mi casa, cogí el teléfono con
sigilo y marqué el 112. Volví a esconderme a esperar que
viniesen los servicios de emergencias. Se presentó la poli-
cía, registró la casa y solo me encontraron a mí muerto de
miedo, sujetando aquel trozo de madera. ¿Había sido todo
producto de mi imaginación? ¿Qué misterio escondía aquel
libro?

103
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

UN SUEÑO MUY REAL,


por Claudia Aranda Sánchez

1º Bachillerato F

Esta mañana me he despertado temprano para hacerme


la maleta. Hace una semana a mi padre le habían dado un
traslado forzoso por haber ascendido en su trabajo y tenía-
mos que mudarnos a Asturias. Estaba muy nerviosa, ya que
desde que nací llevaba viviendo en la misma ciudad y es-
taba acostumbrada a ella, a mis amigas de allí, a mi insti-
tuto, etc. Pero, por otro lado, pensé que los cambios eran
buenos y me vendría bien conocer nueva gente. Tras mu-
chas y agotadoras horas por fin llegué a mi nueva casa;
cuando la vi, quedé asombrada porque siempre había vivido
en un piso y esto era una casa en bajo, gigante y preciosa;
lo malo es que estaba a las afueras de la ciudad y con pocos
vecinos alrededor, pero solo era cuestión de acostum-
brarme.
Subí a mi habitación a dejar las maletas y bajé directa-
mente a cenar, aunque no comí mucho, no tenía hambre por
los nervios de empezar el día siguiente el instituto. En
cuanto cené subí a la habitación y cogí un libro para leer un
poco e intentar conciliar el sueño, no tardé más de media
hora en dejar el libro y apagar la luz. Cuando ya estaba pro-
fundamente dormida me desperté porque tenía mucha sed,
así que decidí bajar a la cocina a por un vaso de agua. De
vuelta a mi habitación vi que la habitación que estaba entre

104
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

la mía y la de mis padres tenía la luz encendida, así que fui


a apagarla y me acosté.
Cuando estaba ya casi dormida escuché risas muy fuer-
tes de niños que parecía que venían de esa habitación y me
asomé a la puerta de mi habitación, vi que estaba otra vez
la luz encendida y fui a apagarla, no tenía mucho miedo, ya
que las risas de niños pensé que eran cosa de mi imagina-
ción y la luz podía encenderse ya que esa casa era muy an-
tigua y las instalaciones no eran muy buenas.
No pude dormir mucho por los nervios, así que me des-
perté antes de lo previsto, me preparé, desayuné y esperé a
que fuera la hora de ir al instituto. Me tenía que ir en coche
o en autobús, ya que el instituto estaba en la ciudad, pero al
ser el primer día me llevó mi padre. Cuando llegué, todos
se acercaron a preguntarme cosas sobre mí y lo típico
cuando llegas nueva. Una de las preguntas que me hicieron
fue dónde estaba mi nueva casa, y al responderles todos
quedaron en silencio, me dijeron que en esa casa, antes de
llegar mis padres y yo, la familia que vivía apareció una
mañana muerta por causas que se desconocen. Cuando me
contaron eso me asusté mucho, pero luego pensé que me lo
estaban diciendo de broma para asustarme, así que pasé.
Al llegar a casa les conté a mis padres lo bien que me
había ido el primer día y también les dije lo que habían di-
cho de la casa. Se quedaron callados y se miraron, pero me
dijeron que no me preocupara, que serían bromas, aunque
sus caras no me convencieron mucho. Después de comer
subí a mi habitación a hacer algunos ejercicios que nos ha-
bían mandado y, cuando terminé, se me ocurrió buscar en
internet información sobre la casa. Fue lo peor que pude ha-
cer. En todas partes me salía lo que me habían dicho en el
instituto y fotos de la familia, que eran los padres y dos

105
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

hermanos, una chica de unos 16 años y un niño pequeño de


unos 10. Cuando mis padres se despertaron de la siesta fui
directa a contárselo, ellos me dijeron que ya lo sabían, pero
no habían querido decirme nada para no asustarme, y que
siguiera sin asustarme porque no pasaba nada.
Lo que quedaba de tarde fui con ellos al centro de la
ciudad para ir conociéndola, pero yo lo único que hacía era
pensar en eso. Cenamos por allí y se nos hizo un poco tarde,
así que en cuanto llegué a casa me puse el pijama y me fui
a mi habitación. Antes de acostarme mi madre me preguntó
si quería dormir con ella porque me había notado asustada,
pero le dije que no pasaba nada, que dormía en mi habita-
ción.
Estuve toda la noche sin dormir por el miedo y sobre las
3:00 de la mañana noté cómo se hundía la esquina de mi
cama. Asustada, empecé a dar patadas debajo de la sabana
para que lo que fuera que se había puesto se quitara. Salí
corriendo de la cama, pero veía muy poco, ya que no en-
contraba el interruptor de la luz. De repente, me di la vuelta
y con la poca luz que entraba de la ventana conseguí ver la
silueta de un niño que se acercaba cada vez más a mí.
Cuando ya lo tenía muy cerca me di cuenta de que era el
niño que había visto en las fotos de la familia. De repente el
niño se tiró para mí e intentó ahogarme, y yo, para prote-
germe, lo cogí del pelo.
Cuando ya casi no podía respirar, desperté sobresaltada
de la cama y me di cuenta de que todo había sido un sueño,
o eso pensaba hasta que, al mirarme la mano, me di cuenta
de que tenía un mechón de pelo.

106
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

UNA NOCHE EN EL CEMENTERIO,


por Laura Barrachina Navarro

2º ESO B

Era una noche otoñal cuando ocurrió algo inesperado, la


luna suspendida en el cielo parecía decirnos algo.
Yo, Andreu, un chico introvertido, ensimismado, con
pocos amigos, bueno, en verdad solo tenía una amiga, Ju-
dith, con el pelo rojo y profundos ojos azules. Su carácter
era abierto, todo el mundo la conocía en el pueblo.
Aquella noche habíamos quedado como todas las no-
ches en el parque, nos gustaba gastar bromas, a veces muy
pesadas, a otros niños. Vi aparecer a Judith con una caja de
bombas fétidas y petardos, su intención era asustar a los ma-
lignos compañeros de clase.
Estábamos escondidos detrás de un banco esperando
que vinieran David, apodado Hombre Lobo, Samuel, al que
llamaban el Bandido, y Jeremías, el Truhan, cuando de re-
pente aparecieron con sus bicicletas; nos acercamos sigilo-
samente y les lanzamos las bombas fétidas primero, cau-
sando un olor horrible; sin más tardanza les tiramos los pe-
tardos a las ruedas de las bicicletas, todos cayeron al suelo,
nosotros echamos a correr y correr escapando de sus terri-
bles miradas.
Llegamos a un cementerio, de repente la luna dejó de
brillar, nos sorprendió la oscuridad, los ruidos de alrededor
nos dejaron inmóviles, detrás de nosotros vimos un ser

107
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

extraño: todo su cuerpo estaba unido con hilo, sus ojos eran
saltones y de color rojo, de su boca salieron cucarachas, ara-
ñas; por encima de nuestras cabezas pasaron rozándonos
unas bandadas de murciélagos, nuestros cuerpos temblaban,
no podíamos hablar. Nuestras miradas se pusieron de
acuerdo y nuestras piernas empezaron a correr como si no
hubiera un mañana.
Miramos a nuestro alrededor, no estábamos solos, de las
tumbas habían salido cuerpos destrozados y mutilados que
nos perseguían. Llorando, decidimos enfrentarnos a ellos, a
esos miedos, que fueron desapareciendo conforme íbamos
tocándolos.
Exhaustos, quedamos sentados en el cementerio hasta la
mañana siguiente, cuando por fin comprobamos que todo a
nuestro alrededor era cotidiano y normal.
Todo lo ocurrido nos hizo reflexionar sobre nuestro mal
comportamiento con nuestros compañeros; y juramos Ju-
dith y yo no volver a gastar bromas pesadas y de mal gusto
a los demás.

108
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

UNA TARDE DE PLAYA,


por Sara Carbonell Morales

2º ESO B

En una tarde de verano, en torno a las siete de la tarde,


Julia se disponía a salir de su casa en dirección a una pe-
queña cala en Puntas de Calnegre, donde había quedado con
sus amigos Jorge, Lucía, María y Antonio para pasar la
tarde juntos y después, cenar y dormir todos en casa de
Jorge, una preciosa casa de campo, situada en una ladera
rodeada de algarrobos, higueras y olivos, no muy lejos de
esta cala.
La tarde discurrió como estaba planeado, hacía un
tiempo magnífico, la playa estaba ya prácticamente vacía
cuando llegaron y estuvieron bañándose hasta el anochecer.
Los amigos se subieron a casa, pero Julia quiso quedarse
un rato más mientras hubiera luz; era un lugar que ella co-
nocía muy bien porque iba allí desde que era pequeña y le
gustaba especialmente a esa hora del día.
De repente se levantó una brisa fría y una nube tapó la
luna y Julia se levantó para irse a la casa. Mientras andaba
por la playa escuchó unos pasos detrás de ella, se giró para
ver quién era pero no había nadie, así que pensó que habría
sido una gaviota. Cinco minutos después, cuando ya estaba
en el sendero hacia la casa, volvió a escuchar unos pasos
que la seguían, y al girarse descubrió que seguía sin haber
nadie e imaginó que era el viento, que ahora era más fuerte.

109
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Decidió proseguir su marcha, pero esta vez andando más


rápido, cuando volvió a oír los ruidos esta vez más cerca; se
asustó y salió corriendo en dirección a la casa.
Cuando llegó, sus amigos, al verla tan asustada, le pre-
guntaron qué le había pasado. Tras contárselo, los amigos
de Julia le tranquilizaron y le dijeron que seguramente sería
el viento o cualquier animalillo.
De repente, llamaron a la puerta; se miraron intranquilos
y Lucía se asomó a una ventana desde la que se veía la
puerta. No había nadie. Intentaron mantener la calma y ani-
marse unos a otros diciendo que debería haber sido una
rama la que golpeó la puerta. Sin embargo, volvió a repe-
tirse la llamada. Esta vez muy asustados, volvieron a mirar
por la ventana y otra vez no había nadie. Ya no tuvieron
duda de que algo o alguien rondaba la casa. Cogieron todo
lo que encontraron para bloquear puertas y ventanas.
Los golpes se repitieron toda la noche; cuando los chi-
cos pensaban que ya habían parado, volvían a sonar. Al
amanecer, tras estar toda la noche en vela, los golpes habían
cesado.
Cuando se armaron de valor, decidieron abrir la puerta.
Al salir no vieron nada, pero al girarse descubrieron un gran
arañazo y en letras mayúsculas y color rojo escrita la pala-
bra “VOLVERÉ”.

110
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL VIAJE NO DESEADO,
por José María Moral Martínez

1º Bachillerato F

Todo comenzó cuando, un día, tomé la decisión más im-


portante de mis 26 años: independizarme y hacer mi vida en
otro lugar que no fuera Murcia, mi ciudad natal. Escogí As-
turias debido a circunstancias económicas y laborales, no
tuve queja ninguna, obviamente, me parecía un lugar pre-
cioso y con vistas sublimes.
Respecto a dónde me iba a alojar, es donde tuve mala
suerte: tuve que decidir hacer mi vida temporal en una casa
de campo. Todo estaba correctamente, hasta que entré por
aquella puerta de madera con el pomo desgastado… Yo ya
tenía malos presentimientos debido a que, de camino, me
picó la curiosidad e investigué la zona por distintos sitios de
internet para saber si iba a estar seguro. Y descubrí que en
aquella casa vivía una familia, exacto, vivía, habían sido
asesinados todos por un mismo asesino en el mismo hogar.
Yo, con un pensamiento robusto, ignoré esa historia y no
me la creí.
Caminé despacio, probando las tablas del suelo a me-
dida que avanzaba, pero los escalofríos me golpearon rápi-
damente. Sorprendentemente, el centro de la casa era ro-
busto, así que entré libremente en la cocina y me congelé:
una mujer estaba tirada en el suelo bajo el fregadero, con un
cuchillo grande clavado en el pecho y goteando sangre.
Pude ver a través de ella y me di cuenta de que estaba en
111
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

medio de una descomposición, pero entonces ella miró ha-


cia arriba, el dolor en su cara era horrible, pero se las arregló
para levantar la mano y señalar hacia arriba, entonces ella
gritó. Miré a mi alrededor pero no había nadie, así que me
volví, mientras temblaba de miedo, para ver a la mujer de
pie. Todavía gritando, ella señaló de nuevo, su cabeza em-
pezó a temblar y a temblar incontrolablemente con la boca
abierta de par en par. Sabía que tenía que investigar, a pesar
de que estaba a punto de orinarme en los pantalones, así que
salí y subí corriendo las escaleras.
Cuando llegué a la cima, oí las tablas detrás de mí cru-
jiendo con pasos lentos. Me di la vuelta y no había nadie,
sentí como si me estuvieran acechando, pero tuve que se-
guir adelante, yendo a la habitación de enfrente de la casa
en ruinas. La puerta se abrió por sí sola, haciendo que medio
me desmayara. Entonces, vi a un niño pequeño tirado en un
charco de su propia sangre, no pude evitar las lágrimas que
caían por mi cara, pero me distrajo un gruñido desagradable
cerca de mi oreja derecha. Enfadado, me di la vuelta y grité:
“¿Quién eres?”, pero no recibí respuesta, así que miré al
niño, levantó la cabeza y señaló a la parte de atrás de la casa,
la cabeza me daba vueltas porque no sabía qué hacer. En-
tonces el niño se sentó y gritó con su vocecita: “¡Ayúda-
nos!”. Corrí a la habitación del otro lado, sintiendo como si
alguien me estuviera controlando, mientras un escalofrío re-
corría mi cuerpo.
Cuando llegué a la habitación, esa puerta se abrió cho-
cando contra la pared, mientras el pomo se sacudía. Una
adolescente fue arrojada sobre la vieja cama, con cortes por
todo el cuerpo, un río de sangre corría bajo el suelo. Estaba
claro que tenía la garganta cortada, pero estaba tratando de
hablar mientras señalaba la parte de atrás de la casa: sentir

112
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

que podía encontrar al asesino allí, me llevó a un estado de


nervios inimaginable. Entonces oí una risa amenazante en
la distancia, que alimentó mi inquietud. La niña se sentó
lentamente y empezó a levantar su dedo, un escalofrío se
apoderó de mi alma al darme cuenta de que su dedo me se-
ñalaba directamente a mí. Mientras estaba allí de pie, ató-
nito, preguntándome a qué se refería, sentí que una ráfaga
de maldad me golpeaba la espalda, congelando mi cuerpo,
esta vez me oriné en los pantalones cuando me di cuenta de
que estaba cara a cara con la entidad más malvada que ja-
más había encontrado.
Entonces recordé que tenía una mini Biblia en mi lla-
vero, que mi madre me había dado antes de morir, y con los
dedos temblorosos, la abrí y se la metí en la cara al espectro.
Yo grité: “¡Déjenlos en paz!”. Con una luz increíblemente
cegadora, desapareció, evaporándose con una postura ali-
viada susurrándome al oído que la había salvado. Nada más
terminar ese hecho, salí corriendo hacia el coche, y, hasta el
día de hoy, me pregunto sobre la situación del resto de la
familia, si habían descansado o no en paz.

113
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LAS 3:33,
por Miguel Moreno Saura

2º ESO B

Esta historia ocurrió no hace mucho tiempo,


concretamente en 2018. Todo ocurrió un día cualquiera.
Nuestro protagonista, Alfonso, era un chico de 14 años que
estaba en el recreo hablando con sus amigos, cuando un
chico desconocido se le acercó y le dijo al oído:
—¿Sabes que las 3:33 es la hora en la que nuestro
mundo está más cerca del inframundo?
Antes de que Alfonso pudiese decir una sola palabra, el
chico desapareció sin dejar rastro excepto por una nota que
decía: “Esta noche no te va a resultar fácil dormir”.
La sirena sonó y Alfonso, aterrado, huyó a su clase.
Las horas pasaban y Alfonso seguía dándole vueltas a lo
ocurrido. Sonó el último timbre y corrió a su casa, que
estaba cerca del instituto.
Atemorizado, fue a contarle a su madre lo ocurrido y
esta, despreocupada, le dijo que nada de eso era verdad y
que solo le intentaban asustar.
Mientras comían pusieron las noticias en la televisión y
de repente Alfonso vio que había ocurrido un accidente. Por
casualidad o por el destino, el fallecido fue el chico que le
habló ese día.
Sin decir palabra terminó de comer y fue a su

114
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

habitación. Ya estando allí, abrió todas sus ventanas para


tener toda la luz posible.
Las horas pasaban y Alfonso cada vez tenía más miedo.
Llegadas la diez, su madre le mandó acostarse y sin decir
palabra se fue a su cama, mientras que su madre le miraba
con preocupación.
Cuando Alfonso ya se encontraba en su cama, su madre
fue a preguntarle si le pasaba algo, si era por lo que el chico
le había dicho ese día. Alfonso le explicó que el chico del
accidente era el que le había dicho todo lo antes
mencionado. Su madre le dijo que todo saldría bien.
Cuando Alfonso ya estaba durmiendo soñó algo
extraño, tal miedo le dio que se despertó. Estaba
atemorizado, eran altas horas de la noche y ya no había luz
en su casa. Alfonso no tenía ganas de mirar qué hora sería,
pero necesitaba saberla. Miró con miedo su móvil y al ver
que era la una y media de la madrugada, volvió aliviado a
la cama. Pero no había manera posible de que se durmiera,
ahora con más miedo del que tenía antes empezó a
imaginarse lo que le podría pasar, pero no podía hacer nada
del miedo que tenía.
Las horas pasaban y su móvil marcaba las tres y cuarto
de la madrugada. Alfonso no podía dormirse por alguna
extraña razón.
Llegaron las 3:33 y no pasaba nada, los minutos
pasaban, su móvil marcó las cuatro y él se durmió del
cansancio que había acumulado toda esa noche.
Al día siguiente se despertó para desayunar, pero su
madre no estaba allí. Asustado fue en busca de su madre
y…, ella estaba allí..., acostada en la cama..., con puñales
por todo el cuerpo y, en la pared, estaba escrito con sangre:

115
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

TÚ ERES EL SIGUIENTE.
Aterrado, llamó a la policía. Llegaron pronto, hicieron
un análisis de huellas dactilares, pero ninguno de los
puñales tenía. La policía le dio el pésame a Alfonso y se lo
llevaron a comisaría. Allí explicó lo ocurrido, mientras los
policías lo escuchaban anonadados. Cuando terminó de
explicarlo todo, los policías no sabían qué decir, solo sabían
que aquello no era ni lo más mínimamente parecido a
ninguno de sus casos. Ellos solo le dijeron que no podían
hacer nada.
Alfonso se quedó con sus tíos y, mientras los días
pasaban, cada vez estaba más demente.
Un día que sus tíos volvieron de comprar se encontraron
a Alfonso ahorcado, con una nota que decía: TODAVÍA NO
HE TERMINADO.
¿Fin?

116
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL DIARIO,
por Ana Campos León

3º ESO C

Hola, soy Sara y hoy voy a contaros mi historia. Para


empezar, quería contaros cómo es mi familia.
Mi familia es como una cualquiera, no tiene nada en es-
pecial, somos seis, mis padres, Esther y Mario, mis dos her-
manos mayores, Juan y María, y mi hermana pequeña, Lu-
cía. Nosotros vivíamos en Italia, pero por motivos de tra-
bajo nos tuvimos que mudar a Madrid el año pasado, al
principio todo iba bien, pero poco a poco se fueron empeo-
rando las cosas. Digamos que el instituto no era lo mejor,
todos me miraban raro al ser “la nueva” y nunca llegaba a
encajar en ningún grupo.
Pasadas las semanas conocí a una gran chica, llamada
Iris, ella era rubia, alta, de ojos azules, simpática y chistosa,
era una persona en la que era fácil confiar, eso me ayudó
muchísimo a la hora de estar en el instituto. Vamos a 4º, es
decir, tenemos 15 años. La verdad, es que las asignaturas
son fáciles, ya que aprendí el idioma bastante rápido. Con
el paso del tiempo todo comenzó a ir un poco raro, Iris es-
taba cambiada, como si estuviera preocupada por algo, es-
taba bastante callada y eso era muy raro en ella, siempre
tenía algo que decir. Cuando esto comenzó, yo me preocu-
paba y siempre me molestaba en preguntarle qué demonios
le pasaba, nunca me lo llegaba a decir, se quedaba pensando

117
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

y luego me contestaba: “Es porque estoy agobiada con los


exámenes”.
Tras dos semanas, yo sabía que ese no era el motivo, ya
que siempre sacaba buenas notas y era una alumna exce-
lente. Con este gran cambió en ella, decidí ir a su casa para
hablar con sus padres. Ella era hija única, y tenía una casa
enorme, un poco extraña y antigua, pero supuse que era he-
rencia de sus abuelos. Cuando entré, noté una suave brisa
por mi cuello que continuamente recorría toda mi espalda.
Seguí hacia delante y me encontré con el salón, pensaba
que había gente, ya que había escuchado la tele y una mujer
leyendo, pero cuando llegué la tele estaba apagada y no ha-
bía ni rastro de nadie.
Subí las escaleras hasta llegar a la habitación de Iris, allí
estaba ella, acostada en la cama, tapada hasta la cabeza con
una manta y llorando. Me dirigí hacia la cama, retiré la
manta y saltó sobre mí, apretándome el cuello sin dejarme
respirar; agobiada, cogí una cuerda que estaba sobre la
cama y la llevé hasta su cuello. Iris estaba pálida, no se le
veían las pupilas, tenía los ojos en blanco y estaba fuera de
sí. Yo me asusté mucho y comencé a chillar, diez segundos
más tarde subió su madre a la habitación para ver qué ocu-
rría, tan rápido como pudo apartó a Iris de mi cuello y em-
pezó a acariciarle la cara mientras le decía: “Ya pasó, Clau-
dia”. Impactada, dije: “¿Claudia? Su nombre es Iris”. Su
madre callada miró hacia el suelo y dijo: “Claudia se lla-
maba mi madre, murió en esta misma habitación y nunca
hemos llegado a saber qué provocó su muerte, desde enton-
ces pensamos que sigue aquí”.
Ahí entendí el comportamiento de Iris, ahí lo entendí
todo. Al enterarme de eso, bajé corriendo las escaleras para
largarme de ese lugar. Llegué al piso de abajo, intenté abrir
118
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

la puerta, pero cuando lo conseguí, se cerró totalmente sola


dando un portazo y dejando una brisa de aire tras ella. Tras
el portazo, giré la cabeza, encontrándome con su madre, lle-
vaba un vestido blanco, roto y largo, su larga melena rubia
impedía que ella pudiera ver y me dijo: “No vas a poder
escapar”. Cuando dijo eso, sentí un enorme arañazo en mi
brazo, y ella vino a mí. Me defendí tanto como pude, hasta
que me fijé en su colgante, era un largo cristal, afilado y
puntiagudo. Pequeños instantes después conseguí arran-
carlo de su cuello y clavar el cristal en él, comenzó a sangrar
y cayó al suelo, dando un fuerte golpe contra él.
Subí corriendo a las habitaciones buscando una ventana
por la cual poder salir, estaban todas cerradas, pero encontré
un teléfono, con el que llamé a mi madre. Asustada, le pre-
gunté qué hacer, no respondió nada, simplemente se cortó.
Algo pasó detrás de mí, giré todo mi cuerpo y ahí estaba:
Iris, clavó un cuchillo en mi ojo, mientras yo gritaba del
dolor, ella sacó el cuchillo y me lo clavó en la espalda, va-
rias veces seguidas. Cogí su mano impidiendo que lo cla-
vara de nuevo y salí corriendo tan rápido como pude. Al fin
encontré una rejilla en el baño por la cual podía escapar.
Conseguí llegar al exterior y llegar a mi casa. Cuando llegué
mi familia estaba destrozada, con la policía y buscándome
por todos los rincones de Madrid.
Desde aquel día, cada niña que va a casa de Iris desapa-
rece sin dejar rastro.

119
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

CUANDO ME ATRAPEN,
por Claudia Elkanouzi Almansa

3º ESO C

Me llamo Olga y tenía una vida de adolescente normal


hasta que me adentré en el más allá sin saberlo. Segura-
mente, si estás leyendo esto, has abierto el juego de la güija.
Antes de que decidas jugar, voy a contarte mi historia.
Todo empezó con la trágica muerte de mis mejores ami-
gas. Volvíamos de la fiesta de graduación y yo conducía.
Nunca he sido de beber mucho, pero esa noche me había
tomado unas cuantas copas. De todas formas, no le di im-
portancia. Lo último que recuerdo antes del impacto son
muchas luces y a mis amigas gritando.
Al día siguiente me desperté con mis padres y muchas
batas blancas alrededor de mí. Mis padres tenían muy mala
cara y enseguida supe que algo grave había pasado. Me con-
taron que me desvié al carril contrario y choqué con otro
coche. En el accidente solo había sobrevivido yo y según
los médicos fue un milagro. Pasaron los días y lo único que
hacía era tomar antidepresivos y llorar. Ni siquiera comía.
Tampoco podía conciliar el sueño, porque solo me venían
recuerdos de aquella noche. Mi vida había cambiado com-
pletamente después de aquel accidente. No sabía cómo se-
guir.
Empecé a buscar contactos o a alguien que pudiera ayu-
darme para acabar con la culpabilidad que llevaba dentro.

120
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Mi prima me dijo que su vecina Doña Bárbara tenía una


solución. Tenía un juego con el que podría comunicarme
con mis difuntas amigas. Nunca había creído en cosas para-
normales, ni en el tarot ni en cosas mágicas. Pero era mi
única solución. Me advirtió de lo peligroso que era el juego
y me explicó todas las instrucciones. Aunque no me termi-
naba de convencer, tuve que hacerlo. El tío de mi prima ha-
bía fallecido hacía un mes, así que decidimos jugar juntas y
así poder vivir tranquilas. Así es como abrí este maldito
juego.
Era domingo y mis padres habían salido a un evento de-
portivo. Aprovechando que no estaban, llamé a mi prima
para jugar. Después de pensarnos muy bien lo que íbamos
a hacer, empezamos a jugar. No funcionó, así que entre ri-
sas lo cerramos y lo guardamos en mi sótano.
Esa noche, empecé a escuchar ruidos y risas de niños
por el pasillo de mi casa. Pensé que era mi imaginación y
seguí durmiendo. Pasaron algunas semanas y no paraban de
pasarme cosas muy raras: sentía susurros en mis orejas, el
volumen de la tele se subía y se bajaba solo, las cosas se me
perdían solas…
Estaba tan asustada que llamé a mi prima y me contó
que ella estaba teniendo una especie de visiones. Inmedia-
tamente quedamos y fuimos a casa de Doña Bárbara. Nos
leyó las manos y su cara lo dijo todo. Nunca se me olvidarán
las palabras que nos dijo:
Señoritas, la muerte va a por vosotras. Debéis cerrar la
puerta que habéis abierto antes de que sea demasiado tarde.
Mi prima y yo rompimos a llorar y el miedo se apoderó
de nosotras. Pero teníamos que hacerlo cuanto antes y el
tiempo volaba. Doña Bárbara bendijo toda la casa antes del

121
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

ritual y abrimos el tablero. Nos sentamos e intentamos rela-


jarnos, aunque fue imposible. La lupa se empezó a mover
muy rápido y a Doña Bárbara se le quedaron los ojos en
blanco. En ese momento, gritamos como si nos estuvieran
enterrando vivas. No sabíamos qué hacer, y salimos co-
rriendo. Las sombras atraparon a mi prima y ahora vienen a
por mí.
Este juego y este lugar están malditos, así que vete de
aquí, no vuelvas jamás.
Si estás leyendo esta nota, significa que las sombras ya
me han atrapado.

122
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

PENA DE MUERTE,
por Esperanza Martínez Sánchez

1º Bachillerato F

Era el año 1945, España acababa de pasar por una dura


guerra civil y un psiquiátrico no era el mejor lugar donde
vivir, aunque Laura, fría y calculadora, fingió su locura tras
matar a su marido para evitar la pena de muerte.
Era una semana extraña en el psiquiátrico, dos enfermos
habían aparecido muertos tras suicidarse en solo tres días.
El jueves por la noche Laura se acostó tarde leyendo. Eran
las 3 de la mañana cuando, de repente, escuchó una fuerte
risa escalofriante en el pasillo de mujeres. A la mañana si-
guiente Celia, la mujer de la habitación de al lado, había
desaparecido. Laura les dijo a las enfermeras que la noche
anterior había escuchado una risa de hombre cerca de la ha-
bitación de Celia, pero las enfermeras no le hicieron caso.
A la hora de la comida, Laura recibió una llamada por el
teléfono de familiares, cuando lo cogió no escuchó nada,
solo la misma risa que la noche anterior. Al día siguiente
volvieron a llamar y volvió a escuchar esa misma risa.
Laura empezó a volverse loca, escuchaba la risa por todos
lados. Para asegurarse de que no era una broma telefónica,
ya que desde lo de Celia no había pasado nada raro en el
psiquiátrico, Laura contactó con una amiga suya para que
la ayudará a averiguar de dónde venía la llamada.

123
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Esa noche Laura escuchó desde la ventana de su habita-


ción un susurro que consiguió despertarla, era la voz de un
hombre que decía: “Tú serás la próxima”.
A la mañana siguiente la amiga de Laura contactó con
ella muy preocupada y le dijo: “Laura, las llamadas vienen
desde tu planta, corres peligro”. Laura colgó el teléfono
muy asustada, casi al mismo tiempo en que una enfermera
gritó: “María, otra enferma estaba ahorcada en su habita-
ción, en el espejo ponía escrito con pintalabios: Esta es tu
noche”.
Laura, muy asustada tuvo una idea. Escaparía del sana-
torio antes de que anocheciera. Esa noche transportarían los
ataúdes de las fallecidas hasta un cementerio cercano para
enterrarlos. Sobornó a Luis, un enfermero, para que la ayu-
dase. El plan era fácil: ella se metería en uno de los ataúdes
de las enfermas y esperaría a que los hombres de la funera-
ria la enterrasen; justo cuando se fueran, el enfermero tenía
que desenterrarla para ayudarla a salir.
A las 21.30, después de la cena, Laura comenzó a llevar
a cabo su plan: se metió en uno de los ataúdes que había en
una habitación muy oscura, se acostó encima del cadáver y
cerró la tapadera, notó cómo levantaban el ataúd, cómo lo
transportaban y cómo lo enterraban. Cuando dejó de escu-
char ruidos, encendió una cerilla y miró hacia el cadáver
que se encontraba junto a ella, pero nunca se imaginó que
Luis, el enfermero, era quien se encontraba muerto junto a
ella.

124
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

UN VERANO INOLVIDABLE,
por Alicia Marcos Caravaca

3º ESO C

Historia basada en hechos reales.

Esta historia empieza un verano como otro cualquiera,


es una historia diferente. Esta historia fue vivida por mí
misma, con tan solo cuatro años; yo no me acuerdo de nada,
pero de tantas veces como la he escuchado contar me la sé
como si me acordara de cada dato.

Asturias, verano de 2009…

Fuimos de viaje con los amigos, nos gustaba ir en ve-


rano de viaje juntos. Para mí era más divertido que ir en
familia. Pero ese verano no fue tan divertido como creía-
mos.
Llegamos a la otra punta de España, a Asturias, a una
casa rural que habíamos buscado por Internet, con muy bue-
nos comentarios y muy recomendada por mucha gente.
Yo me pasé casi todo el camino durmiendo; al abrir los
ojos pude contemplar la oscuridad aterradora que había en-
tre las montañas. Era muy tarde, solo se podía contemplar
las montañas gracias a la poca luz que daba la luna.

125
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Entramos en la casa, era un poco siniestra y muy anti-


gua. Nos quedamos sorprendidos al ver la casa tan grande
y amplia. Tenía un porche, abajo estaba el salón, al lado es-
taba la cocina, donde había una enorme mesa de madera,
había unas escaleras que conducían a las habitaciones. Es-
tas eran muy amplias; la mía estaba en la tercera planta, yo
compartía habitación con mi hermana mayor. Había una
ventana, pero como estaba tan oscuro no se apreciaba nada
del exterior.
Después del reparto de habitaciones, todos los niños nos
sentamos en la mesa a esperar la cena. Mientras cenábamos
todos juntos como una familia, contábamos chistes, hacía-
mos tonterías; nos reímos bastante. Al terminar, sin dar más
vueltas, nos fuimos a dormir, a la mañana siguiente, saldría-
mos a dar un paseo.
Al salir con la luz del día pudimos contemplar lo que se
encontraba en los alrededores de nuestra casa. Todos nos
quedamos mirando hacia el mismo lado, muy extrañados al
verlo. En la parte trasera de nuestra casa se podía apreciar
una colina: justo encima se encontraba un cementerio. Los
padres empezaron a bromear sobre si subían; al cabo de
unos minutos de risas decidieron subir.
Los niños y las madres nos quedamos abajo, esperando
a que bajasen. Cuando bajaron nos fuimos a dar una vuelta
por alrededor. Nos contaron que el cementerio era muy
viejo, tanto que no se veían las letras marcadas en las lápi-
das. No le dimos mucha importancia al tema del cemente-
rio, pero al caer la noche empezaron a ocurrir cosas extra-
ñas.
A la mañana siguiente, uno de los padres, a la hora del
desayuno, comentó que sobre las dos de la madrugada notó
que alguien le tiraba de las sábanas. Nosotros nos lo
126
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

tomamos a broma, tampoco le dimos importancia al asunto.


Al terminar de desayunar y hacer las cosas de la casa, nos
fuimos a ver las playas de Asturias.
Cuando regresamos a casa ya era tarde, cenamos y nos
pusimos a jugar a un juego de mesa que nos encantaba por-
que cuando jugábamos todos juntos nos reíamos mucho:
"Tabú". Hicimos unas cuantas partidas y nos fuimos a dor-
mir; pero esa noche volvió a suceder algo...
A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, una de
las madres no se pudo resistir a comentar lo que le había
sucedido durante la noche. Los demás se quedaron en
shock, en concreto mi madre.
—¿A qué hora has dicho que te pasó eso? —preguntó
intrigada e inquieta.
—A las tres y cuarto de la mañana, ¿por qué?
—Justo esta mañana me he fijado en que mi reloj se ha-
bía parado a la misma hora.
Todos nos quedamos parados, no sabíamos qué estaba
sucediendo en esa casa. ¿Se podría decir que era una casa
maldita?
Así, noche tras noche siguieron sucediendo cosas.
La última noche de estar en la casa mi padre notó que
alguien le golpeaba en el hombro, se giró para ver quién era,
pero no había nadie, miró hacia el reloj y vio que eran las
dos y cuarto de la madrugada.
Cuando por fin regresamos a Murcia, revelamos las fo-
tos y nos dimos cuenta de que en algunas de ellas, justo de-
trás de nosotros, se podían contemplar unos círculos de luz
que parecían siluetas de rostros de niñas. Buscamos en

127
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

internet y descubrimos que eran orbes, que mucha gente


dice que son fantasmas, espíritus de gente fallecida...
También descubrimos que esa escuela fue un orfanato y
esos espíritus creemos que eran niñas que querían jugar con
nosotros. Los orbes solo salían cuando alguien de su alre-
dedor se lo pasaba bien y ellos venían a pasárselo bien.

128
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL DÍA DEL MAL,


por Paula Jiménez Noguera

3º ESO C

Hola, soy Marina y hoy hace exactamente dos meses


desde que me ingresaron. Estoy ingresada en el psiquiátrico
por culpa de mi cuidadora, la cual se pensó que estaba loca
después de contarle lo ocurrido aquella noche.
El 21 de agosto de 2019 justo se cumplían tres años tras
la muerte de mis padres y, como cualquier persona normal,
iba a ir a visitarlos al cementerio. Esa misma mañana mi
cuidadora Mariola no estaba en casa, así que decidí ir yo.
Al estar enfrente de sus lapidas me entristecí mucho, y
un sacerdote que estaba por allí vino para ver qué me
ocurría. El padre Juan me dijo que todavía tenía
oportunidad de hablar con ellos mediante la güija, por lo
que esa misma noche fui a la iglesia. El padre Juan lo tenía
todo preparado. El tablero encima de una mesa y todo
rodeado de velas. No estaba muy segura de si quería
hacerlo, pero jugar a la güija con un sacerdote me transmitía
ente miedo y seguridad.
Pusimos las manos sobre el vaso y el padre Juan hizo la
primera pregunta. Al instante todas las velas se apagaron.
Empecé a temblar y a notar muchísimo frio detrás de mí, y
justo ahí empezó todo.
Fuimos corriendo hacia la salida y todas las puertas se
cerraron de golpe. El padre me dijo que corriera e intentara

129
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

salvarme y que no volviera a por él, y al cabo de dos


segundos un marco cayó sobre su cabeza, haciendo que se
desangrara justo delante de mí. Estaba tan asustada que
decidí continuar el juego yo sola.
Posicioné mis manos sobre el vaso e hice una pregunta.
—Mama, ¿estás ahí?
Y el vaso se movió hacia el sí, empecé a temblar hasta
que recordé que si no cerraba el juego el espíritu de mi
madre vendría detrás de mi hasta el día de mi muerte,
—¿Qué quiere de mí? —le pregunté.
Y al momento todas las lámparas de la iglesia
explotaron. No tenía más remedio que intentar escapar, así
que cogí el tablero y con él rompí la ventana para intentar
escapar. De inmediato llamé a Mariola para que viniera a
por mí, pero era demasiado tarde, por lo que volví sola
corriendo hacia mi casa.
Estuve tocando al timbre durante diez minutos hasta que
Mariola se despertó, subí las escaleras corriendo sin
importarme que tenía que subir a un séptimo piso. Vi a
Mariola y eso fue lo último que recuerdo antes de
despertarme en el hospital.
Justo al abrir los ojos me encontré rodeada de médicos
y un juez sentado a los pies de mi cama, era raro porque
sentía que el espíritu de mi madre estaba cerca de mí.
El juez empezó a hacerme preguntas sobre el desastre
ocasionado en el interior de la iglesia, y a medida que le iba
contando la historia, su cara me hacía creer que se pensaba
que le estaba tomando el pelo. No dijo nada y esta vez le
preguntó a Mariola si había tomado algún tipo de sustancia
que me hubiera hecho tener estas alucinaciones, ella
respondió que no, por lo que todo el mundo entendió que
130
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

yo estaba loca.
Durante las siguientes dos semanas estuvo viniendo el
mismo juez, el cual me preguntaba siempre lo mismo. Mi
respuesta seguía siendo la misma, por lo que decidieron
llevar el caso a juicio.
Una semana más tarde llegó el día del juicio. Mi versión
no estaba del todo clara, por lo que le propusieron a mi
cuidadora ingresarme en el psiquiátrico mientras que
encontraran otra declaración.
Y, cómo no, Mariola aceptó, solo le interesaba quedarse
con el dinero de mi familia y la única persona que podía
impedirlo era yo, pero estando ingresada no podría hacer
nada.
Y esta es la historia por la que llevo aquí dos meses y no
creo que me saquen hasta dentro de varios años. No he
recibido ninguna visita desde que estoy aquí, pero por lo
menos así tengo más tiempo para estar con mis padres, ya
que dentro de esta habitación nadie puede vernos.

131
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

VENGANZA DE FIN DE CURSO,


por Ismael Capel López

1º Bachillerato F

Marcus era el chico más popular del instituto, al igual


que el más abusón entre sus compañeros. Entre los amigos
más cercanos se hacían bromas sin importancia, aunque no
por ello dejaban de ser bromas bastantes pesadas. Sin em-
bargo, en cada instituto siempre hay un grupo que sale más
perjudicado que el resto, un grupo al que Marcus llamaba
“Los Mancos”.
Este grupo de cinco integrantes fue el más humillado,
sin duda, durante todo el año debido a Marcus y sus colegas:
les pegaban casi todos los días a la salida, los colgaban de
las perchas, les robaban los zapatos… Les hacían la vida
imposible. La broma más pesada fue aquel día que Marcus
llegó a soltar los ocho perros del conserje imaginándose lo
peor que les podría pasar al grupo de “Los Mancos”.
Desde aquel día, Micke, que era el jefe del grupo de
“Los Mancos”, y los cuatro integrantes restantes permane-
cieron callados durante todo el curso. No sentían, no habla-
ban, ni siquiera miraban al profesor a la cara, solamente se
sentaban los cinco al final de la clase y ciertos compañeros
que estaban cerca de ellos aseguraban haber visto a Micke
coger un trozo de vidrio con la mano izquierda y durante
todas las clases afilarlo con la tabla de debajo de su mesa,
pero incluso para el propio profesor era ilógico que un

132
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

alumno con unas notas tan brillantes se dedicara a hacer ese


tipo de cosas.
Se acercaba la fiesta de fin de curso y nadie sabía del
grupo de “Los Mancos”, aunque salen desapercibidos por
su poca fama en el instituto, son como una sombra y des-
pués de quedarse mudos, a los compañeros de clase dejaron
de hacerles gracia las bromas de Marcus. También había al-
gún compañero que otro que ni se acercaba a ellos porque
se rumoreaba que Micke y sus amigos se habían vuelto lo-
cos, que lo habían visto en sus ojos y que su mirada ya no
era la misma.
Marcus, acompañado de Sara, la chica más guapa del
instituto, seguía en su línea, abusando de otros.
“Los Mancos” no aparecían por la fiesta, y Marcus
junto con Sara decidieron irse a un lugar más íntimo situado
bajo las gradas del campo de fútbol. Era el sitio más oscuro
y frío de todo el campus. De repente escucharon el ruido de
un motor, pero no le dieron mucha importancia. A los cinco
minutos comenzaron a ver las luces de un coche acercán-
dose, se aproximaba rápidamente hacia ellos sin control.
Marcus parpadeó un segundo y se encontró en el suelo sin
saber qué pasaba, aterrorizado. Cuando comenzó a recupe-
rar el sentido de la vista, observó aturdido una furgoneta en
llamas empotrada junto a las gradas de fútbol, los pilares
estaban derruidos uno a uno. Cuando al fin consiguió levan-
tarse asustado a por alguna respuesta de lo que había pa-
sado, se encontró a Sara arrastrándose con medio cuerpo
desgarrado gritando que huyera, que se salvara, que esca-
para. Aquel sitio frío y oscuro se convirtió en todo un in-
fierno.
Marcus corrió apresuradamente todo lo que le alcan-
zaba la vista por las llamas y siguió corriendo asustado, sin
133
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

rumbo hasta que se encontró con el garito del conserje.


Pensó que era buena idea esconderse hasta que todo pasase,
abrió la puerta rápidamente y extenuado, se tiró al suelo de-
bido al cansancio acumulado, no sabía cómo había corrido
semejante distancia en tan corto espacio de tiempo.
Marcus se puso lentamente de rodillas y cuando alzó la
mirada, vio una sombra oscura y una luz parpadeante: cinco
siluetas sin rostro estaban mirándole con una sonrisa atroz,
sabía de quiénes se trataba, eran ellos, el grupo de “Los
Mancos”, aquel grupo que fue humillado durante todo este
tiempo por Marcus. Sin decir una palabra, dos de ellos le
cogieron de las piernas y otros dos de los brazos, cuando el
último dio un paso al frente y la luz parpadeante desveló su
cara, el quinto integrante del grupo era Micke, y sin que su
voz se quebrara ni un segundo, dijo: “Estaba esperando este
día durante mucho tiempo”. Acto seguido, Micke sacó un
vidrio perfectamente afilado de su bolsillo y, con la mirada
perdida, le grabó lentamente una “M” en la zona del pecho.
Marcus se retorcía de dolor, pero esa sangrienta acción no
sería la última que viviría, Micke era demasiado perverso y
no quería dejar pistas, así que con un gesto ordenó al grupo
de los Mancos que prosiguieran con el plan. Los perros del
conserje borrarían cualquier rastro de lo sucedido. Marcus
desapareció devorado en aquel garito por los animales.

134
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

SUGA MONONOKE,
por Rigo Alberto Piamba Rodríguez

1º Bachillerato F

En 1987 un joven japonés se suicidó lanzándose al me-


tro de Tokyo y esto hizo que su cuerpo se partiera por la
mitad.
Cinco años después, a las nueve de la noche, en la esta-
ción del metro en Shibuya, ocurrió un fallo y se cortó la luz;
el apagón duró exactamente tres minutos; después, todo
volvió a la normalidad, o eso era lo que todo el mundo pen-
saba, porque nadie se había dado cuenta de que un vagón
estaba completamente destruido y en el techo estaba escrito:
“S.M. 1.7”.
Después de días de investigación por parte de la policía
de Tokyo, no sé logró encontrar nada, solo sabían que dos
chicas desaparecieron esa misma noche y las personas que
habían estado antes con esas chicas confirmaron que ellas
estaban en esa estación a esa hora y que después de eso no
habían llegado nunca a sus casas. Una de las personas que
eran amigas de estas chicas dijo algo que parecía ser de
poco interés, o al menos en ese momento no era relevante:
dijo que una de las chicas que habían desaparecido le había
sido infiel a su novio y habían cortado en ese mismo día,
pero a lo que dijo nadie le dio mucha importancia.
Unas semanas después ocurrió otro apagón en la esta-
ción de Asukasa, pero esta vez el metro no sufrió ningún

135
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

daño y solo estaban escritos en las paredes los nombres de


las chicas y la fecha en la que desaparecieron. Esta vez no
se abrió ningún tipo de investigación acerca de lo sucedido.
Después de un par de meses, una chica desaparece sin
dejar rastro ninguno y la única información que se tiene de
lo que ella estaba haciendo antes de desaparecer es que iba
a verse con su amante por las vías del metro que ya no fun-
cionaban, y lo extraño de este caso es que a su amante no le
pasó nada, y después de un tiempo se le acusó de haber he-
cho desaparecer a la chica y, por lo tanto, fue condenado a
cadena perpetua.
Con el paso de los años estos casos siguen ocurriendo.
Desaparecen chicas sin ninguna explicación y lo único que
se sabe acerca de ellas es que antes de haber desaparecido
les fueron infieles a sus novios.
Se dice que un anciano zapatero que vivía en una casa
pobre un poco alejada de la ciudad de Tokyo sabía qué pa-
saba con estas chicas. Aquel anciano era el padre de Suga
Mononoke, el chico que se suicidó en el metro en 1987, y
de ahí el mensaje que dejó cuando actuó la primera vez:
“S.M. 17”. S. M. eran las iniciales de su nombre y 17 el año
en que decidió quitarse la vida.
Suga había decidido suicidarse porque su novia lo dejó
por otro chico, un chico con el cual llevaba engañándole
mucho tiempo y él no se daba cuenta.
Han pasado ya diez años desde que no ocurre algo simi-
lar y esto ya se ha convertido en una simple leyenda.

136
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL NIÑO DE LA SOLEDAD,
por Patricia Ruiz Contreras

2º ESO B

Érase una vez un niño que vivía en la calle. Estaba solo,


triste y sin nadie con quien jugar, el niño se llamaba Carlitos
y tenía 12 años.
Carlitos vivía en una casa fabricada por él, la casita es-
taba hecha con trozos de cartón, ladrillos, bolsas de ba-
sura… Las bolsas de basura las utilizaba para taparse por la
noche, su casita estaba en una calle muy estrecha por donde
pasaba muy poca gente.
El mayor miedo que tenía Carlitos era que la gente le
viese como un vagabundo, hasta que una vez pasaron unas
chicas que vieron cómo dormía y se empezaron a reír de él.
Carlitos se dio cuenta de que se estaban riendo de él. En esa
calle había una leyenda que decía que quien pasase por allí
y viese a un niño solo por la calle tendría muy mala suerte.
Había tres opciones: la primera era que podías morir; la
segunda era que podrías salvarte de la mala suerte; y la ter-
cera era que podrías tener la mala suerte.
Esa leyenda pasó de verdad, porque, como he dicho, allí
pasaban muy poca gente, entonces cuando la primera per-
sona pasaba por esa calle, le ocurría la primera opción; a la
segunda persona que pasaba por la calle le tocaba la opción
buena; y a la tercera persona que pasaba por esa calle le
tocaba la tercera opción.

137
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Os estaréis preguntando ahora mismo qué pasaba con la


persona que moría. Pues cuenta la leyenda que el niño se la
comía porque, como era un vagabundo y no tenía comida,
mataba a las personas y se las comía.
Hubo una vez que pasó un policía al que le tocó la mala
opción, así que tuvo un año con mala suerte.
Al año siguiente el policía volvió a pasar y el niño se-
guía allí en la calle, pero mira la mala suerte que tuvo, que
le tocó la primera opción: se supone que iba a morir, pero
la gente no moría por la mañana, sino por la noche a una
hora exacta. Entonces el policía pasó por la noche porque
estaba de guardia y de repente sintió un mordisco en la
pierna y… ¿sabéis quién era? Era el niño. El policía murió,
pero el niño se olvidó de comerse la cabeza del policía. Al
día siguiente pasó una chica a la que le tocó la opción buena,
la mujer miró hacia el lado donde estaba el niño, vio la ca-
beza del policía y salió corriendo, se fue a la comisaría, en-
tonces los policías se dirigieron hacia el callejón, pero el
niño ya no estaba allí, se había ido.

138
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

SOBRENATURAL,
por Andrea Alonso Fernández

2º Bachillerato B

Una mañana de marzo de 1997 nació Tom, un niño muy


deseado por sus padres. Toda la familia estaba alucinada
con él, porque con tan solo ocho meses pronunciaba sus pri-
meras palabras y a los nueve ya gateaba por toda la casa.
Sus notas en el colegio eran brillantes, pero no todo era fe-
licidad y alegría, ya que los cambios de humor de Tom y la
agresividad con la que trababa a sus compañeros eran algu-
nas de las cosas que intranquilizaban a sus padres.
Sara, su madre, estaba muy preocupada y veía cosas en
su hijo que no eran normales, dibujos terroríficos relaciona-
dos con la muerte, muñecos sin manos que él mismo había
amputado, por lo que un día decidió llevarlo al psicólogo.
Este, tras hacerle varios exámenes, no logró detectar nada
en concreto, pero parecía como si alguien se hubiera insta-
lado en su interior y le obligase a hacer cosas que Tom no
haría. El psicólogo le dijo que hace unos años hubo un caso
parecido: un hombre que había fallecido ahogado, y que no
había podido despedirse de su familia, se había reencarnado
en un niño para terminar lo que no pudo hacer y en el mo-
mento en que lo hizo, el cuerpo extraño desapareció.
Tras varias semanas de investigación, la madre averiguó
quién había dentro de su hijo, un asesino en serie que siem-
pre hacia lo mismo: cortaba la mano derecha de sus vícti-
mas y, tras un largo sufrimiento, las mataba. Sara encontró
139
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

en la habitación de su hijo unos artículos de periódico en


los cuales se promocionaba el libro de la única chica que
logró escapar de ese asesino, al principio pensó que ir en su
búsqueda sería una locura, pero salvar la vida de su hijo sig-
nificaría salvar la suya propia, por lo que decidió iniciar su
viaje junto a su hijo hacia la casa de esta escritora, Sara iba
armada y Tom dormido.
Cuando llegaron a la casa, Sara fingió ser una seguidora
de esta, pasaba el tiempo y Sara no actuaba, ya que se en-
tristeció al ver aquella mano de metal, pensando en todo lo
malo que tuvo que pasar. Pero de repente Tom, transfor-
mado totalmente en el asesino, la mató; mientras que Sara
se lamentaba e intentaba ayudarla, el niño reía. Poco des-
pués Tom salió corriendo y Sara fue tras él, esta quedó sor-
prendida al ver que el asesino no se había ido del cuerpo de
su hijo, se había apoderado de él completamente, pues había
pasado mucho tiempo desde que se introdujo en el niño. A
lo lejos un granjero vio a una mujer manchada de sangre
persiguiendo a un niño, por lo que acudió en su ayuda, Tom
fingía estar muy asustado diciendo que su madre quería ma-
tarlo, el granjero se lo creyó todo y se quedó con el niño,
por lo que ese asesino nunca murió.
Poco a poco, se produjeron una serie de asesinatos en el
poblado que desconcertaron a todos los medios de comuni-
cación. La policía fue interrogando a todos y cada uno de
los habitantes, pero nunca nadie sospecharía de un niño
como Tom.

140
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

CIUDAD FANTASMA,
por Pablo Piqueras Rodríguez

2º ESO B

Érase una vez el 12 de diciembre de 2019, en Murcia.


Un niño llamado Pablo salió de su casa como una mañana
normal camino al instituto, cuando se dio cuenta de que algo
raro estaba pasando. No veía ni coches ni personas pasar,
solo escuchaba el sonido de los pájaros.
Entonces este se puso a pensar qué podría estar
ocurriendo en ese instante. Pensaba y pensaba pero no se le
ocurría nada lógico, solo que todo esto era un sueño y que
pronto despertaría.
Al llegar al instituto y tampoco ver a nadie allí se
empezó a preguntar cosas insólitas como: ¿Será una broma
a lo grande? ¿Será que tengo alucinaciones? ¿Se habrán
marchado todos a otro planeta debido al fin del mundo y se
han olvidado de mí?
Todo era tan raro que era imposible imaginarse una
razón lógica.
Al rato de estar imaginándose cosas y más cosas raras
escuchó un ruido muy extraño, como si un avión estuviera
despegando a centímetros de él. Pablo salió del instituto a
mirar por sus alrededores, pero no veía nada, solo
escuchaba el ruido cada vez más fuerte, entonces empezó a
tener sentido la última pregunta que se había hecho: ¿Se
habrán marchado todos a otro planeta y se habrán olvidado

141
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

de mí? Ahora, al ver que todo tenía sentido, corrió con todas
sus fuerzas hacia donde provenía ese sonido tan fuerte.
Tras unos minutos corriendo llegó a un solar, allí había
una gigantesca nave como las típicas de la NASA, pero
muchísimo más espectacular.
Había miles de personas gritando dentro, en ese
momento solo se le ocurrió subir corriendo a la escalera que
llevaba a la puerta que estaba a punto de cerrarse y subirse,
así que eso fue lo que hizo.
Dentro, los miles de personas que había estaban con
unos trajes blancos supergruesos y todas ellas subidas en
unos asientos superextravagantes.
Se sentó en uno y solo pensó en que eso era el fin del
mundo.
Preguntó a las personas que a dónde se dirigían y todos
respondieron que iban a Marte, y que allí empezaría la
nueva era, la era del abandono de la tierra.
—¡Guauuuu! —pensó.

142
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

AQUELLA NIÑA EXTRAÑA,


por Ana Ródenas Gambín

2º ESO B

Un día, en aquel pequeño pueblo, más nublado de lo


normal, apareció una pequeña casa en mitad del bosque. Un
pequeño grupo de niños que paseaba por ahí vio la casa y
sin saber por qué entraron. Cuando entró el último niño, de
un golpe se cerró la puerta, todos se quedaron paralizados.
Un niño sintió que había alguien más y decidió bajar por
unas escaleras que había al final del pasillo, entraron a una
sala donde había una niña sola, en medio de aquella gran y
oscura habitación. La niña empezó a decir cosas raras y a
hacer movimientos extraños, cuando de pronto desapareció,
y un niño con ella.
Aquel niño de pronto se vio en un lugar oscuro, húmedo
y muy siniestro, empezó a oír ruidos como si estuviera en
mitad de un matadero. Al cabo de un rato la niña apareció,
sin decir nada lo agarró y volvieron con el grupo, después
se llevó a otro y lo llevó a otro lugar. Así hizo con cada uno
de los niños. Cuando terminó con el último chico todos y
cada uno de los chicos vinieron como si no estuvieran vi-
vos, con miradas oscuras y caras pálidas, estuvieron así du-
rante treinta minutos. Pasado ese tiempo los niños volvieron
en sí, pero no estaban en aquella habitación sino fuera en el
bosque, en frente de la casa. Al darse cuenta salieron co-
rriendo aterrorizados de aquel lugar, no querían que los vol-
viese a llevar a todos aquellos lugares extraños.

143
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Cuando cada uno de los niños llegó a su casa se lo con-


taron a sus padres, hermanos, abuelos…, a todos sus fami-
liares. Todos pensaron que estaban locos.
Los niños decidieron llevar a sus familias a que lo com-
probaran, pero cuando llegaron allí no había nada, solo una
antigua casa de madera destrozada, y detrás de los restos los
niños se dieron cuenta de que había un pequeño cementerio
con pequeñas lápidas, cada una de ellas con una foto. En
una de ellas se dieron cuenta de que había una foto de la
niña que vieron en la habitación. Todos se quedaron parali-
zados al ver aquello, en aquel momento no supieron qué ha-
cer. Los padres de los chicos decidieron tomárselo como
una pequeña broma, pero ellos, que sabían lo que habían
visto, no pensaban igual. Decidieron seguirles el juego y les
dijeron que tenían razón, que todo fue una broma. Los chi-
cos pensaron que era mejor que cuanta menos gente lo su-
piera mejor, así que no se lo dijeron a nadie más.
Al cabo de dos meses coincidió que era el día antes de
Halloween y los niños quisieron ir al bosque a comprobar
que todo seguía como la última vez que fueron a verlo con
sus familias. Al llegar al bosque todo seguía igual excepto
una cosa de la que los niños no se dieron cuenta: había una
lápida más y la foto de aquella niña que se apareció ya no
estaba. Los niños volvieron a sus casas felices a prepararse
para el día siguiente pensando que nada les podría pasar,
pero no sabían que el día de Halloween sería uno de los más
terroríficos, escalofriantes, espantosos, oscuros, tristes, te-
nebrosos que jamás en sus vidas habrían visto y que nunca
podrían olvidar todo lo que les sucedería.
Al día siguiente cuando los chicos se reunieron y cuando
se oyeron las campanadas de las once hubo un silencio es-
calofriante, aterrador, como si algo fuera a pasar en ese

144
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

mismo instante. Todos los demás que había en la calle se


quedaron mirando hacia el mismo lugar como si estuvieran
hipnotizados. El grupo de chicos que no sabía lo que estaba
pasando decidió mirar a aquel que se dio cuenta de la lápida
de más que había y a al resto del grupo solo le hizo falta ver
su cara de terror al ver lo que había allí. Los chicos no su-
pieron qué hacer en ese momento, solo se quedaron quietos,
sin hacer nada para pasar desapercibidos y que aquello que
había dejado a todo el pueblo paralizado no los dejase a
ellos igual.

145
R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

CON ÁNIMO DE ESPANTO

146

También podría gustarte