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R/N.

Revista de narrativa

Número 8, volumen 1

2024

ISSN 2605-3608

Edición y prólogo
José Eduardo Morales Moreno
R/N. Revista de narrativa
Núm. 8, vol. 1. Abril, 2024.
ISSN 2603-9567

IES La Florida
Las Torres de Cotillas (Murcia)

Edición, diseño y maquetación: José Eduardo Morales Moreno

Ilustración de portada: Brotherbae (https://pixabay.com)

Licencia Creative Commons (BY-NC-SA)


Y siempre quedará temiendo
ese pasado tuyo que vuelve,
ese presente tuyo que me quitas.

Museo de la Novela de la Eterna


MACEDONIO FERNÁNDEZ
Índice

Prólogo ..................................................................................... 8
El alma de Montecristi, por José María Martínez Macías ...... 12
No creo en fantasmas, por Victor C. Sandu Dumitru............. 17
Última voluntad, por Luna Palazón Gil .................................. 22
Érase una vez en el IES La Florida, por Adrián Alfonso Pérez
Alarcón ................................................................................... 28
Soledad, por Daniela Molina Caracena .................................. 35
La gata Frida, por Adriana Valderas Pérez ........................... 39
La academia de los apartados, por Lara M.ª Membrilla Lorenzo
................................................................................................ 42
La cabaña, por Germán Rico Navarro ................................... 47
Un cambio trágico, por Sonia Cánovas López ....................... 52
El viaje de nuestra vida, por Paula Sánchez Ordóñez ............ 55
Lucía en las paredes, por Paula Guerrero Fuentes ................. 62
Nuestros mundos son distintos, por Clara Arnaldos Gil......... 64
Desaparecido, por Alfonso Hernández Olmos ...................... 67
La maldición de Lake Placid, por Nazaret Blaya Martínez ... 70
El primer viaje de Nube, por Fanta Ba Ba.............................. 74
Los Leibreghts, por Leticia Baeza Melgarejo......................... 79
La llave del triunfo, por María Balsalobre Real ..................... 82
La dama del viento, por Álex Parra Mayo ............................. 85
Un cuento real pero distinto, por María Baño Fernández ...... 91
Sociedad distópica inspirada en la doctrina del eterno retorno
de Nietzsche, por Elena Asensio Giner................................... 94
La anomalía, por Jorge Olmedo Quirós ................................. 96
Amores que matan, por Mónica Gómez Puche ...................... 98
Una familia con envidia, por Ana Adán García ................... 101
El comienzo de una estrella, por Marco Sánchez Dólera ..... 105
Juan y el inventor, por Miguel Ángel Cava Prieto ............... 107
El juego, por Daniel Robles López ...................................... 111
Los chicos especiales, por Lucía Marín López .................... 114
Perla carmesí, por Francisco José Ortuño Torrano.............. 117
Operación antiyihad, por Joaquín Cremades Dólera ........... 120
¿Cómo acabarán?, por Hannibal Martínez Pérez ................ 123
Juan y su loco sueño, por Juan Antonio Fernández Moreno 125
La cápsula del tiempo, por Ángela Férez Moreno ............... 128
Amor a primera vista, por Noa del Rosario Nicolás Aroca.. 134
Imaginarium, por Cristian Fernández Riquelme .................. 137
José, por Francisco Motos Botías......................................... 144
La cara de la extensión, por David Cárcel Campos ............. 148
El amor dura para siempre, por Gisela Gil Muñoz ............. 150
El reino entre reinos, por Onofre Dólera Zapata ................. 153
La cena familiar, por Awa Diamanka Senghor .................... 156
Perdido en la mansión, por Alejandro Hoyos Carrilero ....... 158
Incendio en las alturas, por Antonio Pedro Escalona Parra . 162
2196, por Crístopher Vera Carrión ....................................... 167
¿La catástrofe?, por Rubén Parra Motos ............................. 170
La peor noche de sus vidas, por Francisco Riquelme López173
La gran vampiresa… ¿de mentira?, por Daniel Tudela Dólera
.............................................................................................. 175
Noches sin fin, por David Pastor López ............................... 178
Un encuentro no deseado, por Aya Laaziri El Gouni .......... 181
La casa de los susurros, por Ángela Montoya Carpe .......... 187
Un viaje inolvidable, por David Molina García ................... 189
El último concierto, por Juan José Macanás Jiménez .......... 191
La puerta sin número, por Carlos Jiménez Muñoz .............. 195
El misterio del faro, por África Martínez Baños .................. 197
Lectora en el metro, por María Isabel Rocha Quinteros ...... 201
La luz al final del túnel, por Diego Gregorio Pérez ............. 204
El misterio de las flores, por Eva María Vera Cortés........... 206
El bosque, por Diego Martínez Ruiz .................................... 208
La sombra del olvido, por Diego Pérez Pérez ...................... 211
Mi gran cambio, por Paula Navarro González ..................... 217
El rescate en la isla desierta, por Noelia Peñas Navarro ..... 220
El cambio: una nueva vida en Marbella, por Beatriz Martínez
Carrillo ................................................................................. 224
R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

PRÓLOGO

En este prólogo no tengo previsto decir nada, simplemente


pretendo acumular palabras que quizá puedan tener algún signi-
ficado o que quizá sugieran al lector alguna relación con alguna
cosa más o menos específica. Digo esto porque no quiero que el
lector espere ningún texto interesante; de hecho, haría bien el
lector en saltarse el prólogo y leer el primer cuento de este nuevo
número de R/N. Revista de narrativa, que es un relato sobre un
hecho asombroso y escalofriante que transcurre en una mina de
Ecuador, o el cuarto cuento, que acaba con un incidente en el
autobús escolar.
Sin embargo, si el lector decide seguir leyendo este prólogo,
voy a contarle un suceso que, precisamente, presencié el otro día
en el autobús del instituto, un medio de transporte que he usado
de forma puntual en alguna ocasión, en concreto, en tres.
La primera fue un día que, nada más llegar al aparcamiento
del instituto, me di cuenta de que la rueda del coche, pinchada,
perdía aire, así que lo llevé, antes de que se deshinchara, a Ta-
lleres Arnaldos y, como al finalizar las clases aún no habían po-
dido arreglarlo, tuve que coger el autobús para regresar a casa.
La segunda fue otro día que los coches de los profesores se
quedaron atrapados en el aparcamiento del instituto: no hubo
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forma de abrir la puerta, ni siquiera con la llave, estaba comple-


tamente bloqueada, así que cogí el autobús in extremis, cuando
ya estaba en marcha; los demás profesores podrían haber cogido
taxis, pero en Las Torres solo hay uno y ese era su día de des-
canso, así que esperaron hasta las cuatro y media de la tarde,
cuando llegó el electricista y la arregló.
La tercera fue hace poco, y no hubo un motivo especial: ni se
me había roto el coche, ni se había atrancado la puerta del apar-
camiento ni nada parecido. Simplemente, presentí que debía
subir al autobús, algún tipo de presagio desencadenado por el
hecho de que, cuando iba a subirme al coche, pasó volando un
pájaro negro por mi izquierda, lo cual me hizo recordar el episo-
dio del Cid, y fue justo ahí cuando tuve el presentimiento o la
revelación de que no debía subirme al coche.
En contra de la costumbre de que los profesores se sienten en
el asiento delantero del autobús, yo me senté en la última fila. El
vehículo estaba lleno de alumnos. En la tercera parada, junto al
supermercado Dumbo, frente al restaurante El Cortijo, se subió
un hombre que, obviamente, no debía subir: aunque es un ur-
bano, el autobús, en esta ruta, es un transporte escolar. Sin em-
bargo, el conductor lo saludó, intercambiaron unas palabras y lo
dejó subir. El hombre buscó un sitio donde sentarse, y por el
camino le dijo algo a una alumna mientras le ensañaba unos bo-
tes de lo que parecía ser maquillaje, pero nadie le hizo caso.
Llegó hasta el final del autobús y se sentó en el sitio que quedaba
libre, entre Adriano, un alumno de 2.º de Bachillerato, y yo.
Como después tuve que declarar en el cuartel de la Guardia
Civil, me limito a copiar mi declaración a partir de ese momento.
El texto carecerá de todo valor literario, pero dará cuenta con
más exactitud de los sucesos que ocurrieron a partir de ese mo-
mento.

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El hombre se sentó e inmediatamente se quedó dur-


miendo. Entonces, Adriano me miró y me dijo, Profesor,
esto es una falta de respeto, sentarse en el autobús y que-
darse durmiendo es una descortesía tanto para usted como
para nosotros, yo no lo puedo consentir, y acto seguido
sacó un pequeño cortaúñas, de esos que incorporan una
lima y una navaja. Sacó la hoja de la navaja y le dije, ¿Pero
qué vas a hacer, Adriano? Adriano es un alumno de un
comportamiento ejemplar, un buen estudiante y muy apre-
ciado por sus compañeros, por eso no entendía qué estaba
ocurriendo. Ya se lo he dicho, profesor, esto no se puede
consentir, así que vamos a acabar como en Bodas de san-
gre, dijo, haciendo referencia al desenlace trágico de la
obra teatral de García Lorca.
A continuación, sin que me diese tiempo a procesar la
información, lanzó una puñalada a la barriga del hombre,
que en ese momento roncaba plácidamente. El señor se
despertó gritando, sin entender lo que ocurría, pero fue
muy rápido en darse cuenta y reaccionar: agarró la mano
de Adriano, que aún mantenía el cortaúñas clavado en su
estómago, y la sacó con mucha fuerza, tanta que la mano
de Adriano, que empuñaba el cortaúñas, fue a dar en el
cuello de Jesús Pacheco, otro alumno de 2.º de Bachille-
rato, que empezó a perder sangre a borbotones, y con el
forcejeo también se llevó un corte profundo en la cara el
hermano de Jesús, que estaba sentado en el último asiento.
De la sangre que había por todas partes no digo nada, pues
ya la vieron ustedes e hicieron bastantes fotografías, pero
fíjese cómo llevo la ropa, no sé si el seguro del autobús me
pagará la tintorería.
Vino entonces, corriendo, alertado por los gritos y el
ajetreo, el conductor del autobús, a quien Adriano le gritó,
¡Este hombre está loco, ha apuñalado a Jesús y a su her-
mano, y quiere matarnos a mí y al profesor de Lengua!

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Yo me había quedado completamente paralizado


viendo la escena, que apenas duró unos segundos. El con-
ductor se lanzó hacia el hombre, que en esos momentos le
había conseguido arrebatar el cortaúñas a Adriano, lo co-
gió del cuello y lo inmovilizó, hasta que, sin aire, dejó de
moverse.
Ya se puede imaginar usted, señor guardia, los gritos
de todos los alumnos en el autobús. Afortunadamente, va-
rios de ellos llamaron a la Guardia Civil desde el principio,
pero cuando llegaron sus hombres ya había acabado todo.
Mientras metían en la ambulancia a los heridos, Adriano,
mirándome como si nada hubiera pasado, me comentaba
que había que llevar cuidado con hombres de ese tipo, que
le venden “maquillaje”, y entrecomilló esta palabra con las
manos mientras me guiñaba un ojo, a los jóvenes y que,
como van drogados, intentan asesinarlos. Aunque, añadió,
Jesús es un sinvergüenza y se lo merecía. Me contó algo
de que, esta misma mañana, en clase de Química, Jesús no
quiso ayudarlo con un relato que tenía que escribir para mi
asignatura, y no solo eso, sino que, por lo que entendí, se
burló de él en relación con un poema amoroso que había
escrito también para Lengua.

Todo esto lo he contado, simplemente, por aquel presenti-


miento que tuve y que me llevó a tomar el autobús y dejar mi
coche en el instituto. Cuando regresé a mi casa después de de-
clarar en el cuartel de la Guardia Civil, vi que el techo de mi
garaje se había derrumbado. Mi vecino me dijo que el estrépito
lo escuchó a las dos y treinta y tres minutos, justo la hora a la
que yo suelo llegar a mi casa.

José Eduardo Morales Moreno


Profesor de Lengua y Literatura

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EL ALMA DE MONTECRISTI,
por José María Martínez Macías

2.º Bachillerato

Sed sobrios y vigilantes: porque vuestro enemigo


el diablo anda girando como león rugiente alrede-
dor de vosotros, en busca de presa que devorar.
I Pedro, 5:8-11.

Ecuador, 1976.
Me incorporé a mi turno a las once y media de la noche,
como todos los días. La mina de Montecristi se encontraba a me-
dia hora en coche de mi casa en Portoviejo, pero ya me sabía el
camino prácticamente de memoria y no le tenía miedo por muy
de noche que fuera, aunque lo que viví aquella no se me olvidará
nunca.
Mi trabajo era transportar la arena de la mina a Guayaquil.
Era la época dorada de la minería en Ecuador. La piedra era muy
cotizada y mi jefe ganaba mucho dinero (o plata, como dicen los
latinos) con los que trabajábamos para él en la mina. El sendero
que tenía que recorrer es largo y oscuro, a cualquiera le daría
miedo pasar por allí a altas horas de la madrugada, pero yo me
acostumbré al tener que hacerlo prácticamente todas las noches.
Además, mi jefe depositó en mí una gran confianza desde que
empecé a trabajar para él, puesto que valoraba que un español
fuera a ganarse la vida a un país de Latinoamérica. El ruido del
camión era lo único que se escuchaba siempre en los treinta lar-
gos kilómetros del camino y sus luces eran lo único que ilumi-
naba el asfalto a esas horas.

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Esa noche iba escuchando música y con los cristales del ca-
mión bajados, era pleno verano y hacía un calor insoportable. De
repente, la radio se apagó. No le di mucha importancia, las minas
se encuentran en un sitio bastante alejado de la ciudad, en plena
montaña, no puedes pedir que la frecuencia llegue a todos sitios;
además, eso ya me había ocurrido muchas otras veces. Reduje la
velocidad: conocía bien el camino pero con esa oscuridad hay
que tener un gran cuidado al conducir.
Llegué a la mina. Cargué el camión con ayuda de unos com-
pañeros y me monté en él, empezaban las tres largas horas de
ruta que había hasta Guayaquil.
Era una noche rara. Tenía una sensación extraña en el cuerpo,
como si me estuvieran mirando, pero estaba completamente solo
en el sendero. La radio volvió a encenderse y empezó a sonar
una de mis canciones favoritas, Bohemian Rhapsody. Subí la voz
y empecé a cantar en voz alta, total, no me iba a escuchar nadie.
De repente, vi algo en frente del camión y, casi inconscien-
temente, frené el vehículo. Se trataba de un hombre muy alto y
delgado, con la piel morena. Por los rasgos demacrados de su
cara, parecía estar cansado. Iba vestido con un chaleco reflec-
tante, supuse que debía de ser un compañero al que su camión le
había dejado tirado. Se acercó y bajé el volumen de la música.
—¿Puedo subir?
Su voz era seca, tosca, como cansada. Le abrí la puerta del
copiloto y le dirigí una leve sonrisa de afirmación, invitándole a
sentarse.
No me dijo dónde iba, ni qué hacía ahí. ¿Qué le habría pa-
sado? No sabía si era por los nervios, pero el ambiente empezó
a sentirse más frío y denso. No me sentía seguro, no sabía quién
era ni por qué lo dejé subir, quizás fuera por mi excesiva con-
fianza. Había algo raro en él, algo que no me gustaba ni un pelo.

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—¿Cómo te llamas? —le pregunté.


—Alejandro Zambrano, ¿y usted? —tenía acento ecuato-
riano.
—Germán Pérez.
—¿Trabaja en la mina?
Me puse nervioso.
—Sí —respondí.
—Es un trabajo muy sacrificado.
—Hay que llevar el pan a casa todos los días.
Me dirigió una sonrisa y giró la cabeza hacia la ventanilla.
A los cinco minutos de trayecto me tocó el brazo.
—Déjeme aquí, por favor. Necesito bajar.
No entendía nada. Estábamos en medio del camino, no había
nada a ocho kilómetros más allá y estaba oscuro, ¿en serio quería
quedarse ahí? Sin embargo frené. Sentía que si se iba, la energía
extraña que parecía emanar desaparecería; quería seguir con mi
trabajo y, sobre todo, sentirme seguro. Bajó.
Pisé el acelerador a fondo, quería irme de allí. ¿Qué acababa
de pasar? Nunca había escuchado el nombre de Alejandro Zam-
brano, no podía ser un minero… ¿Qué hacía con un chaleco re-
flectante caminando en medio de la carretera tan tarde? No que-
ría saber nada. Quería salir de allí.
No pasaron ni dos minutos cuando vi una cosa de lejos. Era
una figura grande. A medida que me acercaba empecé a verla
con claridad. No podía ser, era él, otra vez. Era imposible…
¿Cómo había llegado hasta allí? Acababa de dejarle atrás y había
acelerado el paso, ¡no podría haber llegado ni corriendo! Le-
vantó la mano haciendo un gesto de querer subir, otra vez. Ni
siquiera lo pensé. Aceleré todo lo que pude, no lo miré, hice
como si no estuviera allí.

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El caminó acabó. Por fin entraba a la autopista.


Llegué a mi casa a las seis y media. Descargué el camión en
Guayaquil como todas las noches y volví a Portoviejo. Afortu-
nadamente mi jefe no me llamó esa noche: de vez en cuando me
pedía ir después de descargar el camión para firmar en un regis-
tro. No me puedo imaginar el miedo que habría sentido si hu-
biera tenido que volver a pasar aquello…
Desperté cuando sonó la alarma. Miré el reloj y vi que eran
las once y media de la mañana. Me levanté y fui a la cocina para
hacerme el desayuno. Dejé el café y las tostadas en la mesa del
comedor y encendí la televisión: estaban echando las noticias.
«Última hora: un cadáver fue encontrado esta mañana en el
bosque de las minas de Montecristi. Fue encontrado por uno de
los trabajadores de la mina hace unas horas. El cadáver se en-
contraba ahorcado, no se sabe si fue un suicidio o un asesinato,
se espera la prueba de la autopsia para esclarecer lo ocurrido».
Se me heló la sangre. ¿Sería él? No podía ser, lo había visto
con mis propios ojos, ¡lo había llevado en el camión! Debía tra-
tarse de otra persona, aunque todo eso olía muy raro.
Esa noche me incorporé a las doce, a petición de mi jefe.
Cargué el camión en la mina, de nuevo con ayuda, mientras es-
cuchaba de fondo una conversación que estaban teniendo unos
mineros.
—¿Escuchaste las noticias hoy?
—Sí, no sé quién era, ¿y tú?
—No, nunca había oído hablar de Alejandro Zambrano. Aun-
que dijeron que lo encontraron vestido con ropa de trabajo, no
puede ser un minero, lo conocería.
Subí al camión y me fui. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién era
Alejandro Zambrano? La cabeza empezó a dolerme y un hedor
invadió el ambiente. El aire empezó a sentirse denso, creía que

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iba a vomitar, pero no frené. Quería salir de allí y terminar


cuanto antes el trabajo. De repente, vi algo a lo lejos, una figura
borrosa que parecía un animal. La radio se paró y pisé el acele-
rador. Cerré los ojos y empecé a rezar, todo iba a acabar, eran
ilusiones. Abrí los ojos y lo escuché. Escuché una respiración en
mi nuca. Después una risa. Todo acababa ahí.

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NO CREO EN FANTASMAS,
por Victor C. Sandu Dumitru

1.º Bachillerato

Espero que el mundo nunca se quede sin dra-


gones. [...] Eso sería un mundo sin magia,
puesto que sería un mundo sin misterio…
Drizzt Do’urden (R. A. Salvatore)

Helena vivía en cierto pueblo costero de Massachusetts al-


guna vez conocido por estar habitado por brujas. Desde muy pe-
queña ha estado obsesionada con distintas criaturas de la noche,
sobre todo fantasmas. Desde una tierna edad ya aterrorizaba a
sus compañeros en las excursiones con sus historias de posesio-
nes y exorcismos. Se divertía asustando a la gente con su apa-
riencia fantasmal: piel pálida, pelo negro y muy descuidado que
le llega hasta la cintura y un vestido largo de entre violeta muy
oscuro y negro, que le venía demasiado grande y del que nunca
se ha separado, ni siquiera en su adolescencia. Sus ojeras pro-
vienen de trasnochar leyendo historias de terror, y aunque pa-
rezca que es una persona tétrica, no es así. No ríe mucho, pero
es alegre; es algo ingenua, pero sabe lo que hace; y parece seria,
pero, en realidad, tiene un humor muy ácido.
Un día llegó un chico nuevo a clase. Helena pensaba que
era nuevo en el pueblo, pero al parecer no era así. De alguna
manera ya había quienes lo conocían, porque resulta que era el
hijo de los Campbell. Helena ya sabía sobre este apellido; había
leído sobre él en sus frecuentes visitas a la biblioteca. Los Camp-

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bell habían sido los sepultureros del pueblo desde hacía genera-
ciones. Viven en el cementerio al subir una montaña cercana y
cuidan de él. Es un linaje muy largo y desde hace unas cuantas
décadas tenían la fama de ser los más importantes exorcistas y
cazadores de brujas del pueblo. Como el chico era más conocido
por su apellido, todos terminaron por llamarlo Cam.
Helena consideraba la llegada de este chico muy malas no-
ticias. No lo había visto en su vida, pero ella misma se convenció
de algo sobre las líneas de: “Si viene al pueblo ahora debe ser
porque ha completado su formación de exorcista y va a desterrar
a todos los espíritus del pueblo”. Algo que su asombro por los
fantasmas no podía permitir, así que decidió que lo confrontaría
para evitarlo.
Al día siguiente se levantó temprano para esperarlo al pie
de la montaña, y no mucho tiempo después lo vio bajar a toda
velocidad con su bicicleta por el empinado camino de tierra. Te-
nía el pelo negro, corto y tan descuidado como el de Helena.
Como siempre, vestía de negro de la bufanda a las botas y lle-
vaba una chaqueta marrón oscuro, eso sí, siempre abierta. He-
lena levantó la mano para llamar su atención. La pasó de largo
porque le costó mucho frenar, pero luego se acercaron a distan-
cia de conversación.
“¡No voy a permitir que destierres a los fantasmas de este
pueblo!”, dijo Helena con una cara seria y un tanto avergonzada,
porque había estado tan exaltada que no había pensado en un
plan real y era lo único que se le había ocurrido decir. Cam es-
talló en carcajadas; parecía no tener ni idea de lo que hacía.
“¿De verdad has andado hasta aquí solo para eso?”. Helena
dice que no con la cabeza y apunta hacia su bici.
“Me han hablado de ti, ¿sabes? La chica de los fantasmas.
Al parecer no hay nadie, nadie en este pueblo que no haya escu-

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chado tus historias. En el poco tiempo que he estado en el insti-


tuto ya he notado que la gente se las cree a medias. Que se cuen-
tan a medias voces y que provocan tanto escalofríos como risas.
¡¿Qué demonios?! ¡Incluso los profesores evitan ciertos lugares
encantados! Todo gracias a ti. Es fascinante…”.
Helena tenía una gran sonrisa en la cara. Ella nunca se ha-
bía dado cuenta, pero saberlo la hacía feliz.
“¿Pero por qué crees que me voy a librar de los fantasmas?
Ni siquiera exis—”.
“¡Porque eres un exorcista! ¿No? Eres un Campbell, tu fa-
milia se ha dedicado a esto durante décadas. ¡Lo he leído!”.
Cam echó unas carcajadas más. “Vale, sí, en mi familia
somos el alma de los funerales, ¡pero no exorcistas! Ya te habrás
dado cuenta de que es un apellido antiquísimo, así que es normal
que haya leyendas locales. Lees demasiado… Bueno, ¿quién
sabe? Tal vez en el pasado sí que fue así. Sería alucinante. Pero
no te preocupes, los fantasmas de este pueblo están a salvo por
hoy”.
Helena suspiró con alivio y los dos charlaron todo el tra-
yecto hacia el instituto. Cam explicó que hasta hacía poco estaba
siendo educado en casa e iba siendo hora de acostumbrarse a
estudiar en una institución. Helena explicó que cada vez que le
preguntaban si de verdad creía en fantasmas no respondía por-
que era ‘difícil de explicar’ y que eventualmente lo entendería,
porque parecía que iban a ser buenos amigos.
Unos días después, yendo a clase con normalidad, se es-
peraban lluvias, pero no que fueran tan fuertes. De hecho, eran
torrenciales, tanto que los alumnos se vieron obligados a que-
darse en el instituto por varias horas. Caían rayos y ya había os-
curecido y Helena veía la oportunidad perfecta. Empezó a contar
sus historias, que jamás se le agotaban. Se le daba muy bien ha-
cerlo. Se notaba que lo disfrutaba porque las contaba con una

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ilusión genuina. Tenía un don innato para captar la atención de


los oyentes, por lo que más temprano que tarde había varios cur-
sos escuchándola en corro. De vez en cuando pegaba gritos en
los momentos de tensión, lo que hacía que el público saltase gri-
tando y luego todos se reían. Todos menos Helena y Cam. Ella
porque parecía creer de verdad en lo que decía y él justo por el
motivo contrario.
Cuando el resto de los alumnos se dieron cuenta de que
Cam permanecía imperturbable, no tardaron en preguntarle la
razón, y se explicó con un tono muy audible.
“No puedo creer que estés a punto de terminar el instituto
y sigas creyendo en esas cosas. Vivo en el cementerio desde pe-
queño. He visto incontables entierros y asistido a incontables fu-
nerales. Si hay algo de lo que estoy seguro es que los fantasmas
no existen. Tan solo existe lo que uno puede ver”.
Dijo esto y muchas otras cosas por el estilo. Se le notaba
enfadado. Más bien indignado, por alguna razón que nadie se
atrevió a preguntar. Helena se quedó en silencio y no levantó la
mirada hasta que amainó y pudieron irse a casa. Las clases se
suspendieron debido a que las lluvias torrenciales continuaron
durante una semana entera, en la que Helena se veía cada vez
más apagada. No le dirigió la palabra a nadie desde entonces.
Cuando las clases se reanudaron, todo tenía un ambiente
distinto. Un ambiente fúnebre, pero no como el de antes. Los
rincones oscuros no suponían ningún peligro. La neblina no es-
condía nada. Nada acechaba desde las sombras. No había ningún
misterio. No había preguntas. Todo era monótono y rutinario.
Resulta que Cam tenía razón en todo lo que dijo. Todo ex-
cepto que era un exorcista: había matado a los fantasmas.
No había nada en lo que creer.

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Entonces todos comprendieron a Helena. Para ella estaban


ahí porque los necesitaba. Porque reconoció que un mundo sin
ellos no es un mundo que merezca la pena vivir.
A partir de entonces, cada vez que alguien escuchaba un
ruido en un callejón oscuro o veían una silueta por el rabillo del
ojo, instintivamente pensaban lo mismo.
“Ojalá que sea un fantasma”.

A modo de epílogo: Helena se recuperó porque ahora la


gente la entendía, y tuvo sus diferencias con Cam, pero acabaron
siendo mejores amigos.

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ÚLTIMA VOLUNTAD,
por Luna Palazón Gil

4.º ESO

Me despierto en un lugar con mucha luz en la cara, tanta que


me cuesta abrir los ojos, tengo una sensación de desconcierto, ya
que ahora mismo no recuerdo qué estaba haciendo. A mi alrede-
dor no había nada, era una zona demasiado amplia y bonita. Con-
forme mis ojos se acostumbran veo que lo único que me rodea
es una especie de gas, parecen nubes, pero están a la altura del
suelo. Camino en línea recta para intentar no perderme en un
sitio tan extraño.
Sigo aturdido e incapaz de recordar nada, solo Isaac, mi nom-
bre.
Al cabo de unos minutos empiezo a distinguir en la lejanía
dos figuras más. Con alegría, pensando que son otras dos perso-
nas en mi misma situación, me adelanto y corro hacia ellas.
Las nubes se apartan y veo las figuras de dos sujetos que es-
taban debatiendo, alzando la voz.
El sujeto de la derecha emana luz cálida así como una pe-
queña estrella, lo más destacable en él son unas amplias alas
blancas que indican que aquella criatura es un ángel. A pesar de
estar discutiendo, su voz es suave y agradable y no utiliza voca-
bulario ordinario como la criatura de al lado. El otro sujeto, más
que emanar luz y calidez, la desvanece y se ve opacada al lado
de su afilada figura, con unos ojos penetrantes capaces de robarte
el alma. Por algún casual, ambos están encadenados al lugar por
unos grilletes, pero no parece importarles.
Intento dar un paso atrás sigilosamente, pero ya me han visto.

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DEMONIO.— Ven aquí, muchacho. Es con nosotros con quie-


nes debes hablar.
ÁNGEL.— Que no te aterre nuestra forma. Nosotros no te las-
timaremos, solo queremos hablar.
El hecho de que el ángel mencionara que estaba a salvo me
relajó un poco.
ISAAC.— ¿Qué hago aquí y quiénes sois vosotros?
ÁNGEL.— Nuestra identidad no es importante, únicamente
nos dedicamos a acompañar a los fallecidos al cielo o al infierno
en función de sus decisiones a lo largo de la vida y su voluntad.
ISAAC.— ¿Estoy muerto?
DEMONIO.— Es obvio, es la única forma de llegar aquí.
ISAAC.— ¿Cómo he muerto? No soy capaz de recordar nada
desde que llegué aquí.
ÁNGEL.— Tus últimas horas de vida fueron un tanto contro-
versiales, pero, en resumen, tu fallecimiento sucedió cuando
caíste a las vías de un tren.
ISAAC.— … ¿Debería ir al cielo o al infierno?
Ambos sujetos se miraron y permanecieron callados. Estoy
confuso, si se supone que morí por causas externas debería ir al
cielo prometido, a no ser que a lo largo de mi vida haya cometido
algún tipo de acto horrible.
DEMONIO.— Hoy habrá una excepción. Tú serás quien de-
cida dónde debes ir, pues nosotros no tenemos la potestad para
elegir tu destino.
ÁNGEL.— Después de mucho debatirlo, pensamos que debe-
rías tomar esa decisión.
ISAAC.— No lo entiendo, pero si tengo que elegir creo que
es obvio cuál es la mejor opción.

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DEMONIO.— Antes deberías ver todo lo que sucedió en tus


últimas horas, pues tus actos, si es que llegas a ascender, te serán
echados en cara el resto de tu existencia.
En este instante mantengo unos ojos como platos, intento con
todas mis fuerzas recordar lo que sucedió, pero no consigo nada.
Justo en ese momento escucho la cadena arrastrarse por el suelo
y el demonio se acerca a su compañero.
DEMONIO.— Isaac, presta atención a lo que vas a ver.
Las manos de ambas criaturas tocan y aparece una caja. No
es una caja de cartón común, es pequeña lisa y de un material
desconocido. Al abrirla se muestra como si fuera una película de
mi vida.
Es por la tarde, un día cálido de verano, aparezco yo saliendo
de mi casa a por un regalo para la chica que me gustaba, Melissa,
no tenía pensado nada especial, solo un par de helados para com-
partir en el portal de su casa, donde solía correr un aire más
fresco.
Entro al establecimiento más cercano para hacer mi compra.
Mientras miraba los helados de la cámara refrigerada, se escucha
el grito desgarrador de una mujer. Me giro y me quedo petrifi-
cado por la situación. Un loco encapuchado acaba de apuñalar
en el pecho a una adolescente en mitad del supermercado.
El asesino, lejos de parar, se ensaña con la gente de alrede-
dor, atacando rápidamente a otro anciano que estaba al lado que
no era capaz de defenderse, y lo mata en el acto.
Ahora el encapuchado me está mirando mientras gotea san-
gre de su arma.
DEMONIO.— Esta es mi parte favorita, mira.
Debo hacer una pausa para aclarar que en este instante fue
cuando recordé la poca fuerza de voluntad que me caracterizaba,
llevaba cinco minutos en el pasillo de congelados eligiendo un

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sabor de helado que, seguramente, luego sería incapaz de ofre-


cerle a aquella chica que casi nunca me dirigía la palabra. Era
obvio que no sabía qué hacer en ese momento de terror.
El hombre se abalanza sobre mí, lo único que hago es empu-
jarlo con fuerza y gritar por ayuda, me hace algunos cortes y al
pisar la sangre de la anterior chica ambos caemos al suelo, yo
sobre él.
El sujeto se detiene, ya no hace fuerza. Lo miro y me horro-
rizo por la situación, tiene su propia arma clavada en el cuello.
Directa o indirectamente, murió por mi culpa.
ISAAC.— …
ÁNGEL.— Es por esto que si asciendes a los cielos no serás
bienvenido por el resto. Allí tu vida será una amargura.
DEMONIO.— Tampoco eres una persona malvada como para
acompañarme al infierno.
Continúa “la película”. Acabo de matar a una persona y salgo
corriendo, no me importan los comentarios o gritos de la gente
por la calle, únicamente quiero huir lo más lejos posible de to-
dos.
Después de bastante rato, me paro en el portal de un bar con
vistas al tren. Ese día estaba cerrado, pero resulta que estaba
puesta la radio por el canal que más suelo escuchar. Dejo el
tiempo pasar y en mi cabeza solo pienso en la hora a la que pasa
el tren, las seis y cuarto. Pero tampoco tengo la voluntad para
caminar hacia delante.
La sangre empieza a oxidarse en mi ropa y, por primera vez
en mi día, voy a tener iniciativa con algo propio. Aunque sea
acabar con todo; bueno, tampoco tenía mucho.
Le di volumen a la emisora, era mi canción favorita, y en mi
reloj marcaban la hora predicha.

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Comienzo a caminar con las piernas temblorosas y desde esa


perspectiva las vías me parecen muy imponentes.
RADIO.— Y cortamos la última reproducción para informar-
les de lo último sucedido en el famoso supermercado.
Isaac.— ¿Precisamente ahora?
RADIO.— Resulta que el despiadado asesino que falleció re-
cientemente era nada más y nada menos que Miguel Gil, el mu-
chacho que desapareció hace meses y se dio por imposible. Al
parecer había estado secuestrado por la familia, a la cual asesinó
hace pocas horas. Resultaban ser parte de algún tipo de tráfico
de personas y él fue la última víctima.
Comencé a llorar, ya no sabía si había hecho algo malo o
bueno, el tren estaba llegando.
ISAAC.— ¡No quiero morir ahora ni en este solitario lugar!
Trato de salir de las vías y otra vez caigo al suelo. Mis zapa-
tos siguen empapados y una vez más ya no sé qué hacer.
El tren llega.
El ángel y el demonio separan sus manos y la caja desapa-
rece. Por mi cara caen lágrimas, no me esperaba tener una vida
y un final tan desolador.
ÁNGEL.— ¿Qué piensas elegir, Isaac?
ISAAC.— …
DEMONIO.— Rápido, no tenemos todo el día, hay más gente
llegando aquí.
ISAAC.— No lo sé.
DEMONIO.— ¿Ni siquiera ahora vas a tomar una decisión?
ISAAC.— Nunca he tomado una decisión en mi vida, y ahora
es una demasiado importante. Solamente quería escuchar esa
canción y no preocuparme por nada más.

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Las figuras me miran con cara de sorpresa y asienten, ellos


no pueden elegir y yo tampoco.
DEMONIO.— Si esa es tu última voluntad, que así sea.
ÁNGEL.— Suerte.
El ángel y el demonio se desvanecen y quedo solo en aquel
lugar. De mis tobillos se manifiesta una cadena pesada y siento
cómo mi rostro y cuerpo cambian de forma; además, en mi ca-
beza escuchó una voz con eco.
VOZ.— Ya que no eres capaz de elegir por ti mismo, te que-
darás aquí.
De las densas nubes se escucha la voz de una chica, me
suena.
MELISSA.— ¿Qué es este lugar? Necesito salir de aquí.
ISAAC.— …
Ahora que tengo estas cadenas sé que ella murió suicidán-
dose por amor, pero no tuve el valor para llevarle aquel helado.

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ÉRASE UNA VEZ EN EL IES LA FLORIDA,


por Adrián Alfonso Pérez Alarcón

2.º Bachillerato

Érase una vez un joven de camino a un gran instituto, un ins-


tituto con cambios constantes entre los cuales nos meten en cla-
ses en plena construcción y se observa aparentemente un poco
de conflictividad entre profesores, todo debido a un nuevo
equipo directivo, supongo. Por cierto, ese joven era yo, de ca-
mino a sentir la felicidad de 2.º de Bachillerato. Se me acerca mi
compañero Colinas y, sin mirarme, dice:
—Lengua a primera, puff, “palo histórico” —al escuchar es-
tas palabras el mundo se me cayó encima: ¿Cómo es posible que
toque Lengua a primera hora?
Segundos después recordé que aquel día tocaba literatura, lo
que equivalía a escuchar un podcast del profesor mientras los
demás desconectaban sus mentes, y cada vez que el profesor mi-
raba a un alumno, este movía la cabeza hacia arriba y abajo dán-
dole a entender que lo estaba entendiendo todo, cuando real-
mente no tenía ni idea y solo quería irse a su casa.
Al llegar a mi clase lo primero que pude observar fue un rayo
de luz traspasando las rejas de las ventanas, que carecían de per-
sianas, y que apuñalaba mis ojos, por lo que después, cegado,
me senté en mi sitio y fui desconectando poco a poco mi mente,
cuando de repente escucho la palabra “tarea” y vuelvo a conec-
tarme. Resulta que el profesor nos ha mandado una tarea sobre
un relato de tema libre, así que después de que nos mencionase
esa tarea me quedé pensativo el resto de la clase. ¿Qué podría
escribir un artista como yo? Cuanto tocó el timbre se me vino a

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la mente una persona que podría ayudarme ante este problema,


Jesús Pacheco, un experto en pelear (según él) y una persona
muy sabia y chiquito.
Era segunda hora y tocaba Química, por lo que era la hora
perfecta porque me sentaba a su lado, así que procedí a pregun-
tarle sobre el tema del relato que podría escribir. Durante un rato
reinó el silencio, hasta que, de repente, giró lentamente la cabeza
y me miró fijamente sin decir una sola palabra, haciendo un
gesto para que me callase.
—Jesús, que es muy importante —le dije desesperadamente,
por lo que me cogió del hombro fuertemente, con mirada aún
más penetrante.
—Mira, tú no me puedes preguntar esas cosas porque tú eres
un tío muy inteligente, eres tan listo que te vamos a llevar a es-
tudiar a un Grado de Informática —así que se quedó en silencio
y se puso a mirar el móvil.
La ayuda de Jesús no me había sido útil, por lo que perdí las
esperanzas para hacer un buen relato y sorprender al profesor
con mi obra maestra.
—Haz una historia de amor, a ti se te da bien ese tema —dijo
sin venir a cuento Jesús.
—¿Cómo que se me da bien ese tema? —le pregunté extra-
ñado.
—Que sí, hazlo como el poema ese de amor que hiciste de-
clarándote —respondió Jesús.
—¿Como que declarándome? Yo en ningún momento hice
un poema declarándome, el tema era sobre el amor, así que como
experto poeta expresé los sentimientos que sentía por alguien en
el pasado y punto, no pretendía que se entendiera como una de-
claración, sino como algo que sentí en un momento de mi pasado

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—dije apurado, aunque ahora le veía con una sonrisa de cabrón,


por lo que seguramente no me creía.
—Claro…, admite que si no estuviera con otro tío le segui-
rías queriendo.
—Jesús, mejor cierra ya la boca, que estás entrando en unos
asuntos que le podrían afectar al autor real de esta historia al
fomentar el morbo del lector —y al decir estas palabras seguí
atendiendo a la clase de Química, pero esta vez un poco frus-
trado, al no tener ideas.
Realmente, la idea que me dio Jesús sobre una historia de
amor podría tener potencial, pero seguramente los demás tam-
bién lo hicieran sobre ese tema, cayendo en otra historia repeti-
tiva, ya que actualmente hay una obsesión que nunca entenderé
sobre las novelas eróticas o amorosas de ese estilo en el que los
protas acaban teniendo sexo y, además, lo describen paso a paso;
sin duda, escalofriante. Por ello decido no tocar el tema del amor
y no hacer una historia cliché como la de Toca mi… ¿puerta?, o
era mi ventana, bueno, eso da igual, con tal de ser original mejor
buscaré otra trama.
En este instituto no es nada fácil pensar en una buena histo-
ria, entre el pitido del timbre que da dolor de cabeza, la gente
chillando porque no sabe hablar en voz baja, y las peleas tan ra-
ras que se producen, es imposible pensar.
Ya es penúltima hora y ya me he rendido, no creo que pueda
escribir nada para ese dichoso trabajo, si ni entiendo para qué
me va a servir hacer esto. No me va a servir para la EBAU ni
para mi futuro en general, aunque dudo que la selectividad en
general me vaya a aportar mucho, porque parece que nos tratan
como palurdos facilitando la prueba de acceso a la universidad,
pero mejor no entro en este tema porque si me lo facilitan no me
voy a quejar, me tratarán como a un tonto pero tendré acceso
fácil a lo que yo quiera, hasta que me dé cuenta de que no estoy
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preparado para ello y me pase lo peor… Aunque peor que los


que hacen Bachillerato de Artes dudo que vaya a estar.
—¡Como que le andas diciendo a tus alumnos que yo regalo
dieces! —escuché repentinamente, y automáticamente todos los
alumnos de la clase se fueron al pasillo a mirar lo que estaba
pasando, y resultó ser la jefa de estudios discutiendo con una
profesora de Historia.
—¡Pues claro que les regalas la nota a tus alumnos, nena, si
tú te crees aquí la mejor profesora de Historia! —le respondió la
profesora de Historia a la jefa de estudios, ya que ella también
daba Historia.
—¡Tiraros de los pelos ya! —dijo un alumno, así que de re-
pente se empezaron a pelear, la profesora de Historia sujetó de
los pelos con las dos manos a la jefa de estudios y la empezó a
tirar, pero en ese momento vino un profesor y echó a los alum-
nos, mientras que otro intentaba acabar con la pelea. A partir de
ahí no volví a saber nada de lo que pasó ese día entre ella dos.
Ya iba a terminar las clases por hoy, así que esperamos en la
puerta de entrada para poder salir cuando tocase el timbre, yo en
ese momento estaba cansado y extrañado por la situación antes
sucedida. Aunque, pensándolo bien, se me había ocurrido un
tema con el que podría tratar mi futura historia, una que empe-
zase tranquila pero que acabase en tragedia y mucha violencia.
Podría empezar, por ejemplo, en una clase en la que el peso del
protagonismo recayera en un alumno llamado Jalfonso y cuyo
profesor resultase ser un asesino y… ¡Pero si ya escribí una his-
toria así en el pasado, en la que acabó el protagonista muerto!,
además de que todas las historias que escribo acaban en sangre
y violencia, voy a parecer al final una especie de Tarantino cutre
y español, solo falta que me gusten los pies, por lo que ya va
tocando renovar el estilo. Entonces, si no lo puedo hacer ni de
amor ni de algo trágico, ¿qué podría hacer?

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En este punto ya casi me había rendido: si no se me ocurrió


nada que escribir en el instituto, no se me ocurriría en casa, ya
que da pereza. Tocó el timbre, por lo que me subí al autobús
acompañado de Jesús y su hermano pequeño. Al fin había salido
oficialmente de ese instituto situado en una zona peculiar en la
que no estaba mal visto vender una especie de hierbabuena.
En una de las varias paradas que realizaba el autobús pude
observar a una persona adulta muy peculiar por su mal aspecto
saliendo de un mercado, iba como mareado y físicamente estaba
muy desgastado. Observé que se estaba acercando al autobús,
hasta que el propio vehículo empezó abrir sus puertas, y este
hombre de mal aspecto subió. Era una situación extraña porque
era un adulto subiendo en un autobús público lleno de críos can-
sados con deseo de llegar a sus casas, hasta que mi momento
pensativo fue repentinamente interrumpido por una extraña ac-
ción de este hombre. De su chaqueta se saca unos productos de
maquillaje y le pregunta a una alumna de mi clase a qué precio
podría venderlo, a lo que ella contestó confundida:
—Pues unos cinco euros, quizás —por lo que procedió a in-
tentar vender esos productos a otras chicas del autobús. Al ob-
servar que nadie le hacía caso, se metió la mano en el bolsillo y
sacó un cuchillo, mientras gritaba que había salido de la cárcel
hacía un rato, causando el espanto de muchos, que salieron de
inmediato del autobús.
Yo, que estaba sentado en la parte de atrás, decidido a salir,
vi que Jesús ni se había inmutado, por lo que me dio una extraña
seguridad que me hizo quedarme en el autobús, permaneciendo
finalmente nosotros, el hermano de Jesús y unos críos del centro
de menores.
El hombre con el cuchillo en la mano, haciendo movimientos
extraños, fue uno por uno preguntado si le podían prestar un
euro, los del centro de menores le dijeron que no, por lo que los

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amenazó de muerte. Se acercó a Jesús torpemente y le preguntó:


—¿No tendrás tú un eurillo para darme?
A lo que le contestó:
—Yo no tengo nada de dinero, socio.
El hombre desconcertado respondió:
—¡Se te ve un tío sincero! A ti no te voy a apuñalar, me caes
bien.
Después me miró fijamente y decidió pasar a preguntarle al
hermano de Jesús, por lo que me dejó pensando por qué había
pasado de mí y no me había preguntado como a los demás. Al
acercarse a su hermano, se tropezó, cortándole profundamente
toda la cara, por lo que el hermano de Jesús empezó a chillar del
dolor mientras se iba manchando entero de la sangre que salía
disparada de su cara. Ante esta situación, Jesús, sin pensarlo, fue
a atacar a este hombre, dándole un golpe en la zona abdominal,
pero el agresor ni se inmuto y apuñaló en el cuello a Jesús, de-
jándolo inconsciente. El hombre, entre los gritos y la sangre, me
miró de forma extraña, pero automáticamente alguien se le tiró
encima: era el conductor intentando ahogarlo, podía observar
cómo le apretaba el cuello con todas sus fuerzas, haciendo con-
vulsionar al hombre hasta llegar al punto de que le quebró el
cuello y lo dejó paralizado en el suelo.
El silencio invadió el autobús, no tenía duda de que Jesús
estaba muerto y su hermano estaba inconsciente, por lo que fui
a socorrerlo, pero me interrumpió un policía, que se encargó del
asunto.
Este suceso traumático me inspiro tiempo después para es-
cribir aquel relato pendiente de Lengua, aunque es cierto que dije
que no iba a escribir una historia cuyo final fuera trágico, y más
si está basada en hechos reales, pero me da sinceramente igual

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aunque el lector quede horrorizado, al fin y al cabo esa es la gra-


cia, por lo que creo que ya me siento listo para empezar a escribir
esta historia y creo que sé cómo empezar: Érase una vez en el
IES La Florida…

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SOLEDAD,
por Daniela Molina Caracena

4.º ESO

Él estaba sentado en su silla, frente al escritorio. Se encon-


traba demasiado pensativo, tenía la necesidad de crear algo, de
escribir, dibujar, componer… lo que fuese. Simplemente nece-
sitaba hacer algo con su vida, no podía soportar más tiempo su-
mido en ese pozo sin fondo en el que se había convertido su
existencia.
Encendió su ordenador, tenía una mínima idea de qué podía
escribir, ya no solo para sí mismo, en el instituto le habían man-
dado hacer un trabajo, se basaba en un poema amoroso. El pro-
pio chico se estaba preguntando cómo podía hacer eso: si ni si-
quiera es capaz de amarse a sí mismo, ¿cómo iba a componer un
poema hablando sobre ese tema, si no tenía capacidad de amar?
Le dolía la cabeza solo de pensarlo.
Mirando su ordenador, empezó a divagar en sus pensamien-
tos y recuerdos, intentando de algún modo distraerse de aquella
realidad que le estaba azotando de tan cruel forma. Recordó
cómo empezó todo ese abismo en el que acabó metido. No es
que le hiciera especial ilusión recordar todo eso, pero siempre le
venían esos momentos a la cabeza, aparecían aleatoriamente y
lo que hacían era repetirse en bucle todo el rato hasta que hiciese
algo por detenerlos, dormir, que alguien lo sacase de ahí, cual-
quier estímulo externo le valía.
Siguió mirando la pantalla con el cursor parpadeando, estaba
a la espera de palabras que llenaran ese documento en blanco.
En ese momento, un pequeño déjà vu le vino a la cabeza, era

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literalmente él, en esa misma silla, aunque no tenía el ordenador


delante: frente a él se encontraban un montón de servilletas y
gasas llenas de sangre. Un pequeño escalofrío recorrió su es-
palda. Cerró los ojos con toda la fuerza que pudo, se alejó unos
centímetros del escritorio y miró las palmas de sus manos recor-
dando cómo no hacía ni un mes la sangre corría por esa parte de
su cuerpo como si de un río se tratase. Mordió sus labios pensa-
tivo, llevaba un mes sin hacerse algo, lo consideraba un logro
mayor, había días en los que no aguantaba y acababa abriéndose
las mismas cicatrices que llevaban un día o dos como mucho
cerrándose.
Suspiró recordando cómo sus propios compañeros de clase
se burlaban de él, le ponían apodos desagradables, hacían gestos
como si se cortaran en los brazos, le miraban con una falsa pena,
le gritaban estupideces, entre otras cosas.
Cerró sus manos con impotencia, deseando haber hecho algo
cuando le decían todas esas cosas y él simplemente se quedaba
callado y llorando, ah, se odiaba tanto por haber sido tan inútil
de no haber sabido reaccionar.
Con bastante fuerza de voluntad se volvió a acercar al di-
choso ordenador y lo miró, el poema no tenía que ser de amor a
una pareja, podía ser de amor paternal, fraternal, una amistad,
desamor…, cualquier cosa que tuviera una mínima relación con
el amor, lo cual en su caso era bastante complicado. Con sus
padres no es que se llevase precisamente bien, no tenía hermanos
y amigos tampoco, jamás había tenido relaciones amorosas, su-
pongo que aún no ha encontrado a la persona perfecta, aunque
eso puede aplicarse también a mis amigos.
Cerró el ordenador con desgana, ya tendría tiempo en otro
momento de hacer el trabajo. Se levantó de la silla y agarró su
chaqueta, salió al pasillo agarrando las llaves de casa, casi nunca

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había nadie en casa, por lo que no habría nadie para abrirle des-
pués.
Salió a la calle cerrando la puerta detrás de sí mismo, no sa-
bía dónde ir, simplemente necesitaba tomar el aire y distraerse
de cualquier manera, se estaba comiendo la cabeza a niveles dis-
paratados.
Miró para cruzar la calle, tal vez iría al parque a ver la gente
que pasaba e imaginar cómo serían sus vidas, no es que fuese el
mejor pasatiempo, pero, cuando no tienes amigos ni nadie con
quien pasar el rato, es lo que toca.
El chico llegó al parque y se sentó en el banco del centro,
poniendo sus piernas en su pecho, viendo cómo unos cuantos
niños jugaban en los columpios y toboganes. Soltó un suspiro y
se fijó en los padres, se reían aparentemente despreocupados
mientras hablaban entre ellos, tal vez eran amigos y sus hijos
estaban jugando juntos. Volvió su vista a los niños, sus miradas
de felicidad, sus risas agudas, el cómo jugaban con cualquier
cosa, el simple hecho de hacer amigos de un par de tardes y luego
no volver a saber absolutamente nada acerca de ellos. Todo eso
le estaba generando mucha envidia, él también quería tener esa
capacidad de socializar, se levantó del banco y cuando empezó
a andar notó a alguien chocarse con sus rodillas. Miró y se en-
contró a una niña pequeña, no pasaría de los seis años, tenía el
pelo corto y castaño junto a los ojos azules más inocentes que
había visto.
— Oh, lo siento, bonita —mencionó el chico mientras retro-
cedía un corto paso visibilizando mejor a la niña.
— No pasa nada, señor —dijo la menor con una gran sonrisa
dibujada en su rostro. El mayor miró a la niña y una pequeña
sonrisa se formó en su rostro, seguramente la primera en bastante
tiempo.

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Acarició la cabeza de la niña y siguió andando, había encon-


trado un mínimo de inspiración, seguramente haría un poema
hablando de la típica amistad de niños, como lo que había visto
hoy, tal vez no sacaría un diez, pero de todas formas se habría
quedado a gusto entregando ese poema.
Iba pensando en ese poema, imaginando cuántos versos se-
rían, el tipo de rima, cómo serían las medidas de los versos…
Iba tan absorto en sus pensamientos que no vio el coche venir a
toda velocidad. Cuando pudo darse cuenta de lo que se le venía
encima fue demasiado tarde, ya había sido atropellado por aquel
vehículo, ahora manchado de rojo. Por un momento, antes de
perder completamente el conocimiento, sintió lo típico de ver
pasar toda la vida por delante de los ojos, aunque no fue toda su
vida, solamente los buenos momentos que tuvo, los cuales ha-
bían sido muy pocos, aunque fueron bonitos e importantes.
Por un momento pensó en la niña de esa tarde y en su sonrisa.
Vaya, si tan solo pudiera verla otra vez…
Sintió el impacto del pavimento en su cuerpo y luego, nada,
dejó de sentir absolutamente todo, su cerebro paró de funcionar,
su piel dejó de sentir el suelo lleno de sangre sobre el que estaba,
dejó de sentir su respiración, o la ausencia de ella. Definitiva-
mente, acababa de morir, todo por ir pensando en ese estúpido
poema de esa encantadora niña… Quién lo diría, lo que él siem-
pre había deseado hacer acababa de suceder, aunque le había de-
jado un sabor de boca amargo, y no por la sangre.
Para colmo, había muerto de la forma más estúpida posible,
al menos para él, pero, bueno, seguro que en otra vida podría
hacer amigos, llevarse bien con sus padres, a lo mejor hasta tener
una pareja, quién sabe, a lo mejor hasta se reencuentre con al-
guien similar a esa niña.
Y, de repente, después de estar suspendido en la absoluta
nada, una luz cegadora inundó su visión.
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LA GATA FRIDA,
por Adriana Valderas Pérez

1.º Bachillerato

Todo comenzó un día caluroso en el mes de abril, en el que


yo, Sofía, me encontraba comiendo con mi familia en el porche
cuando los desgarradores maullidos de un gato hambriento hi-
cieron levantarse a mi madre y abrir la puerta.
Mi madre es una fanática de los gatos y, en cuanto lo vio, sus
ojos resplandecieron, lo cual me hizo darme cuenta de que ese
gato no iba a salir de mi vida durante un tiempo…
El gato era más feo imposible, estaba en los huesos, su pelo
estropajoso tenía una mezcla imposible de colores, su cara tenía
una expresión de enfado insuperable, que reflejaba todas las pe-
nurias que habría tenido que pasar. Pero eso no era todo: era el
gato más arisco que había visto. Mi madre intentaba de todas las
maneras darle de comer en la mano y, después de zampárselo
todo de un bocado, le daba un cariñoso zarpazo en la mano de
agradecimiento. Al fin y al cabo, todos entendíamos su miedo a
los humanos, al principio.
Pasaron los días y el gato se mudó a nuestro porche, porque
mi madre seguía cebándolo y llevándose su consiguiente zar-
pazo. No hace falta decir que las manos de mi madre parecían
las de Freddy Kruger. Mi hermana y yo lo “respetábamos” desde
la distancia, comentando su parecido a Frida Kahlo por su dis-
tintivo entrecejo…
Y así fueron pasando las semanas, el dichoso gato no se acos-
tumbraba al tacto y todos en la casa nos llevamos algún arañazo
que otro. Todo esto nos llevó a cogerle algo de manía. Aunque

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intentábamos quitarle importancia, diciendo que no tenía con-


fianza en los humanos, no lo lográbamos, porque le dábamos de
comer y le cuidábamos y el gato no daba señales de agradeci-
miento. Incluso intentábamos que entrara en casa, para poder
adoptarlo y que viviera más cómodamente, pero no se adaptaba
y lloraba como un bebé.
Un día, cuando estábamos volviendo de un viaje, mis padres,
mi hermana y yo nos encontramos con una sorpresa en el por-
che… Sin duda era la cosa que menos esperábamos. ¡¡Cuatro
gatitos recién nacidos debajo de la escalera!! Fue una confusión
total porque pensábamos que era un gato, no una gata, y no sa-
bíamos qué hacer con los gatitos. Los gatitos, al contrario que su
madre, eran preciosos.
Yo en ese momento no sabía exactamente qué opinar, pero
decidí tomármelo como una oportunidad para de verdad adoptar
a un gatito, aunque eso a mi padre tampoco le hacía mucha gra-
cia. Al final pasaron las semanas y mi madre encontró casa para
dos de los gatos, con lo cual nos seguían quedando dos gatos sin
hogar. Mi hermana y yo, sin duda, teníamos uno favorito, que
era el único negro con unos ojos como esmeraldas al que llamé
Harry.
Por cierto, la gata finalmente se quedó con el nombre de
Frida y estaba encantada de que cuidásemos a sus bebés.
Cuando por fin conseguimos que adoptaran a todas las crías,
decidimos llevar a su madre al veterinario para esterilizarla. Allí
nos dijeron que la pobre Frida no tenía casi dientes, por eso co-
mía sin masticar, engullendo. Probablemente se le habían caído
por desnutrición.
Y aquí llegó la segunda parte de la historia, cuando a mis
padres se les ocurrió que viviría más feliz en casa de mis abuelos,
una casa en el campo, donde podría cazar libremente y tener un

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sitio donde resguardarse. El recuerdo de este viaje se guardó en


mi memoria como un clavo en el zapato.
Mi madre intentó dormir a la gata utilizando una pastilla que
le dio el veterinario y que no tuvo el efecto deseado, sin duda.
La gata se pasó llorando las nueve horas del viaje, pero no te
pienses que era un maullido normal: se te metía en la cabeza y
no salía. Además, intentaba salir de la jaula de todas las maneras
posibles… Hasta que por fin llegamos a destino, gracias a Dios.
Al día siguiente, al abrir el garaje, Frida salió disparada hacía
el exterior como si la vida le fuera en ello. Debía de sentirse muy
desorientada en un sitio que no conocía. Aunque nosotros, des-
pués del viaje que nos había dado, no teníamos fuerzas para ir a
buscarla, hicimos un esfuerzo por encontrarla por el pueblo.
¡Dos días nos pasamos buscándola! La muy lista estaba dentro
del garaje… No sabíamos si reír o llorar.
El final de la historia es conmovedor, mi abuelo se encariñó
mucho con ella y ella estaba encantada con que le diera de comer
y, sobre todo, estaba feliz en el campo, cazando a su aire y res-
guardándose en el garaje. La gata mejoró tanto su aspecto que
no parecía ella, su pelaje brillaba y había recuperado su peso.
Resulta que al final no era una gata tan fea.

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LA ACADEMIA DE LOS APARTADOS,


por Lara M.ª Membrilla Lorenzo

2.º Bachillerato

Siempre he sido una rara, una rarita, una llorona. Me llama-


ban de todas las maneras en el colegio. Llegó a un punto en el
que no sabían mi nombre y me llamaban Llorona, porque cada
vez que eran injustos conmigo o con otros mostraba mi malestar
de esa manera, llorando; pero conforme vas creciendo empiezas
a pasar de esas cosas. Si me llamaban rara, yo les demostraría
qué es “ser rara” de verdad. Porque en ese colegio poco iban a
hacer por mí. En mi mejor momento empezaron a aparecer amis-
tades. En 4.º de Primaria conocí a Ángela. Ella era tan rara como
yo podía desear y llegar a ser.
Cuando crecimos todo empezó a ponerse más turbio. Nuestra
academia era privada. Prácticamente, era un internado, porque
dormíamos allí y teníamos que comer allí también. No había
nada alrededor de la academia. Pero era precioso, lo único bueno
que tenía era lo bonito que era y sus jardines.
En fin, lo que venía a contar era que las clases eran aburridas
de…, muy aburridas. Y teníamos varios descansos entre clase y
clase. El instituto parecía el corredor de la muerte. En mi clase
estaba el chico más guapo y, además, estaba sentado muy cerca
de mí, espalda con espalda. A veces él dejaba caer algo al suelo,
totalmente a propósito, para que yo se lo devolviera. Obvia-
mente, algo malo debía tener. También estaba en mi clase el
grupo más odioso de todos los cursos. Unas chavalas que de ver-
dad no podían ser más odiosas. Las típicas que rajan de todos a
sus espaldas, incluso de sus amigos. Una especie de secta en la

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que todas iban con el pelo rubio, ropa femenina y todas buscaban
la aprobación de la “jefa”, la matriarca, Kate. Siempre se veía lo
mismo. Kate y sus súbditas sumisas que reflejaban un estereo-
tipo de mujer demasiado pasado de moda, haciendo caso a sus
estúpidas revistas sobre cómo ser más femenina o cómo no subir
más de peso; perdidas por la aprobación de un adulto o, simple-
mente, de un hombre. Un grupito de falsas.
Cuando nos conocimos, de pequeñas, al principio de curso,
Kate se acercó para hablarme sobre ser amigas, pero no me lo
creí viniendo de ella. Todo lo que dice lo dice con un tono falso.
Además, nunca quiso ser mi amiga de verdad y le dije que no.
Desde entonces está resentida por eso y me trata fatal.
En la segunda semana de instituto, me armó una buena. En
la anterior clase pasó lo de que el chico guapo tira su boli, yo se
lo recojo y se lo devuelvo mientras que me sonríe como un bobo.
En ese momento a Kate no le hacía mucha gracia porque a ella
también le gustaba. Lo que yo no sabía era que en el recreo la
liaría tanto. Una vez que llegamos, Ángela y yo nos sentamos en
el césped a hablar de la mierda que es la vida, y cuando se ase-
guró de que la profesora no estaba se acercó a mí y me amenazó
con una navaja. Se abalanzó sobre mí y, para que le hiciera caso
y marcarlo como advertencia, intentó rajarme la cara. Me de-
fendí como pude y en vez de en la cara me cortó el brazo. Me
zafé como pude y fui directa a su garganta. La ahorqué, pero
antes de que se desmayara vino una profesora, con la nariz de-
masiado empolvada. Pitó un silbato y ambas acabamos en la ofi-
cina del director.
El director era un negrero, aficionado a acostarse con sus se-
cretarias. Era bastante odioso, tanto que nos puso una cámara en
el baño de chicas para espiarnos. Un asqueroso.

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Cuando llegué allí me senté en una silla incómoda, para que


me echara la bronca por hacerle daño a una compañera. La ver-
dad, no me tomé la bronca muy a pecho. No era mi culpa, era
culpa de Kate.
Después de tanta charla, me mandó a que me curaran la he-
rida del brazo.
Una vez que me curaron el brazo hice vida normal. Fui a
clase con Ángela y ese día no pasó nada más relevante.
Semanas después, por la mañana, al director le dio un infarto
y todo el instituto estuvo con aura triste. A mí me dio un poco
igual. Todo el mundo estaba medio sensible, como nuestra pro-
fesora de Historia, que no paraba de llorar por la muerte de su
un “amado director”.
A la hora del almuerzo, Kate me agarró del brazo y me dijo
que me sentara con ella y su grupito a comer. No me dio opción
a decirle que no. Cuando me di cuenta, estaba sentada en su
mesa, rodeada de chicas rubias que comían naranjas. Solo na-
ranjas. Ese día había pasta carbonara para comer, pero todas de
ellas comían naranjas. Resulta que estaban haciendo una dieta
basada en comer solo naranjas y beber agua.
Me quedé impactada. En aquella mesa hablaban todas, me-
nos una, Sarah. Me fijé en ella, cómo pelaba la naranja con asco
y cómo intentaba comerlas con dificultad. Se me encogió el pe-
cho. Después de meterse un gajo a la boca, las miraba a todas
con cara de encantarle. Fue entonces cuando me levanté de la
mesa, me fui diciendo que yo no quería ser amiga de alguien así,
y me dirigí donde estaban Ángela y Esmeralda comiendo, ambas
mirándome con cara de haber hecho lo correcto.
Acabamos de comer y fuimos al baño. Yo me quedé allí,
meando, y ellas fueron a hablar con un profesor. Me metí a un

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cubículo cuando Kate y Sarah aparecieron de forma muy estre-


pitosa, buscando un baño rápidamente. Fue cuando me di cuenta
de lo horrible que Kate era.
Estaban en el cubículo de al lado y se escuchaba cómo Kate
le gritaba y se sentía el asco y el desprecio que le tenía a Sarah,
mientras ella vomitaba. Kate se marchó y decidí esperar para ver
qué pasaba, para solo darme cuenta de que ella necesitaba ayuda.
Al salir del cubículo, ella se dirigió hacia donde estaban los
espejos y los lavabos y se lavó la boca. Después de eso se quedó
un rato, se hizo el silencio y empezó a llorar y a preguntarse por
qué era así, por qué no podía comer naranjas como las demás,
por qué no podía ser delgada, por qué no era aceptada. Después
se escucharon ruidos como si se hubiese roto algo de cristal. En-
tonces fue cuando salí corriendo del cubículo, para ver cómo ella
había roto el espejo y ahora estaba sentada en el suelo con la cara
a las rodillas.
Corriendo, fui a ver si tenía alguna herida. Y cuando me vio
se asustó e intentó huir. La intenté tranquilizar y le dije que no
pasaba nada. Que no me iba a chivar.
Ella se tranquilizó. Y empecé a hablar con ella sobre cómo
le podía hacer daño el zumo de naranja. Ella me contó que su
cuerpo no puede reaccionar contra las bacterias que tiene la na-
ranja y le causa bulimia. No sabe cómo hacer para no vomitar
esas naranjas.
¿Y por qué no comes otra cosa de la cafetería?, le pregunté.
Ella respondió que, para estar en ese grupo, tenían que hacer
todo lo que hacía Kate. Ser como ella, pero sin serlo. En ese mo-
mento se quitó la peluca rubia que llevaba y dijo: “Estoy muy
harta de esto”.
Me quedé mirándola mientras ella decía que era demasiado
alta, demasiado flaca, tenía poco pecho, los ojos marrones, que

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se sentía fea y que por eso no iba a ser nunca feliz. Entonces me
levanté.
Le dije que tenía que dejar de envenenar su cuerpo; que no
podía desear ser igual que una persona que está viendo, que se
le hace daño a otra y aun así no hace nada por solucionarlo.
No puedes ser una persona mala, le dije. Personas como Kate
hay muchas y no podemos dejar que haya más como ella. Todos
los cuerpos son perfectos en su imperfección. Y en ese momento
le dije que ella era bonita y que, si no lo veía, si sus ojos no
funcionaban, le daría los míos para que lo viera, para que cam-
biara la forma de verse.
Desde entonces, cada vez somos más “raras” y “raros” en
este mundo. Unidos para luchar contra gente básica que tiene
miedo a un cambio y a la que le encanta hacer daño a los demás
para adoctrinarlos y apagar nuestras mentes brillantes.
La vida siendo quien realmente eres es una vida feliz. Y no
lo digo yo. Lo dijo Nietzsche en su momento.

La felicidad es el sentimiento que, a través del dolor y


la superación, expresará quiénes somos realmente.

Ser raro no está mal, es una forma más de ser. No debería de


ser un clasificador de personas que valgan la pena. Porque si no
los conoces, ¿por qué los juzgarías?
Por ello, la persona que juzga es más rara que la persona a la
que simplemente le gusta realizar cualquier pasatiempo.

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LA CABAÑA,
por Germán Rico Navarro

4.º ESO

Hace dos años decidimos unos amigos y yo que iríamos a


una cabaña en invierno en medio del bosque, alquilándola una
semana para aprovechar las vacaciones y para estar tranquilos,
hacer fiestas y lo que surgiera.
Al principio todo iba bien: unos traían bebidas; otros, co-
mida; otros, hielo… El primer día estuvimos en la cabaña ju-
gando a la Play y viendo películas y series hasta que, de repente,
escuchamos un sonido extraño, un sonido grotesco y ruidoso,
pausamos el partido de fútbol de la Play para ver qué estaba pa-
sando, nos asomamos a la ventana y no veíamos nada hasta que
escuchamos otra vez el mismo sonido en el sótano y bajamos
con una pequeña lámpara que nos aportaba la poca luz que se
podía presenciar allí abajo. Estábamos dos amigos y yo, pero en
la cabaña éramos seis personas: aparte de los ya menciona-
dos, dos chicas y otros amigos más.
Nos encontramos con una puerta con un arañazo que parecía
de oso y vimos que salía un líquido por debajo de la puerta, por
culpa de la linterna tan poco resplandeciente no se podía distin-
guir el color. Decidimos volver a la planta de arriba para agru-
parnos, les enviamos un mensaje a todos para reunirnos, en
quince minutos estábamos todos menos Jacinta. Estuvimos es-
perando un buen rato más y cada minuto que pasaba sin saber de
ella era una intensidad más de miedo añadida por saber qué pa-
saba. Entonces fue cuando a Pablo se le ocurrió la idea de sepa-
rarnos en dos grupos, ya que la cabaña tenía tres plantas.

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En ese momento nos encontrábamos en la planta baja. Un


grupo, formado por Pablo y Soraya, buscaría a Jacinta en el só-
tano, sí, donde habíamos escuchado el ruido anteriormente, y
luego en el otro estaríamos Unai, Fran y yo.
A las 2:33 de la madrugada decidimos empezar a buscar cada
uno en su grupo y nos reencontraríamos en una hora como mu-
cho en la planta baja. Subimos al ático y empezamos a buscar,
había más habitaciones de las que parecía desde fuera, había cua-
tro, dos a la izquierda y otras dos a la derecha, las cuales eran
bastante extensas. Preferimos ir los tres juntos por lo del ruido
raro que antes habíamos escuchado. En la habitación de la iz-
quierda más cercana se encontraba un dormitorio con una gran
cama de matrimonio, además de una mesita de noche, armarios,
espejos, una mesa, como si la de un detective se tratara, llena de
papeles con una lámpara. Por curiosidad, me acerqué a la mesa
para ver qué ponía en aquellos papeles, era una letra antigua que
no podía leer, como si de español antiguo se tratase.
Eso, mezclado con la oscuridad, no ayudaba en nada, hasta
que vi que debajo del folio parecía haber una foto, era una foto
de un humano extraño: tenía unas extremidades muy largas con
unas garras afiladas cual espada, al parecer estaba encadenado a
una pared. Fue entonces cuando me di cuenta de que la foto y la
habitación tenían el mismo tipo de madera y el mismo fondo,
pero había un armario en medio de donde debería estar el mons-
truo.
Ya olvidados de nuestra verdadera misión, decidimos apartar
el armario y vimos otra pequeña habitación con unas cadenas
ancladas a la pared y abiertas como si se hubiera roto de la fuerza
aplicada. En la habitación había un olor pestilente de la sangre
de los putrefactos cadáveres de perros, gatos, ardillas y todo tipo
de fauna que pudieras encontrar en el bosque. Unai pidió silen-

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cio un momento, y fue cuando escuchamos un leve ruido gol-


peando repetidamente como un tic tac desde fuera de la ventana.
Nos quedamos helados, petrificados, horrorizados, y me faltan
adjetivos para describir la sensación de ese momento: era la
misma persona tétrica con esos dedos como navajas, al parecer
tenía resistencia al frío y una fuerza descomunal para estar ahí
arriba.
Después de un minuto, sin exagerar, se movió rápidamente
bajando la cabaña y recordamos el porqué estábamos ahí arriba
y, más importante, quién estaba allí abajo. Nos apresuramos a
bajar las escaleras lo más rápido posible cuando empezamos a
escuchar gritos. Eran de Pablo y Jacinta, parece que ya había
llegado mucho antes que nosotros abajo, estábamos casi en el
sótano cuando los ruidos cedieron, encontramos la puerta con el
arañazo antes mencionado abierta y, no solo eso, el cadáver de
Jacinta, que tenía la cabeza arañada, el pantalón destrozado y la
pierna llena de sangre, se podía ver hasta la tibia, le faltaba un
brazo, el otro estaba devorado.
Ahí fue cuando cundió el pánico, cerramos la puerta con
llave y nos subimos a la planta baja, ya que eran las 3:34, aún
con esperanzas de que Pablo y Soraya siguieran allí, pero no ha-
bía nada. Entonces empezamos a discutir Unai, Fran y yo por la
razón de separarnos. Tras estar un rato, caímos en la cuenta de
que tal vez Pablo y Soraya podrían haber escapado por la puerta,
aunque si fue así no quiero pensar dónde estarán, porque entre
la niebla, el frío y ese monstruo que era muy rápido, nos quedaba
rezar.
Decidimos llamar a la policía para ver si podían ayudarnos a
huir de allí, pero no había cobertura, porque el bosque estaba
cerca de una montaña y ya me dirás quién se podía imaginar esa
situación. Nos dimos cuenta de que había un mapa en la sala de
estar, en él nos marcaba un teléfono público a 320 metros de

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distancia, discutimos sobre la situación y decidimos ir. A pesar


de que el monstruo ese iba a estar afuera, no íbamos a poder
aguantar mucho ahí dentro, ya que no teníamos demasiadas re-
servas de comida, teníamos para una semana como mucho y bien
racionado. Estaba nevando, aunque no era extraño, en ese lugar
siempre hay nieve.
Salimos los tres con una función cada uno: Unai llevaría un
hacha para defendernos; Fran llevaría el mapa para ubicarnos,
porque era el que mejor sabía hacer ese tipo de cosas; y yo lle-
varía una mochila con provisiones y una lámpara para alumbrar.
Sé que os preguntareis por qué no utilizábamos la linterna del
móvil: bien, utilizarla nos haría gastar batería y nos imaginamos
la situación de que el teléfono público no funcionase. Vimos en
el mapa una torre de control, allí con suerte habría una radio para
comunicarnos y, si no, debería haber cobertura. Básicamente, los
móviles eran el plan B.
Llevábamos ya un rato y la nevada seguía apretando, pero,
según Fran, solo nos quedaban 100 metros, así que aguantamos
y finalmente llegamos. Era como una tienda pero, en vez de
comprar cosas, tenías que meter monedas para poder hacer una
llamada. Empezamos a meter monedas y llegó el momento más
importante, llamamos al 911 y finalmente contestaron, les expli-
camos la situación, dónde estábamos, la desaparición, el mons-
truo… Esto fabricó una cantidad de información tan gigante en
su cabeza que nos preguntó si era verdad, afirmamos y nos dijo
que en ese lugar como mínimo tendríamos que esperar una hora
para que llegara un helicóptero a rescatarnos.
Entonces colgamos, lo celebramos, porque nos estábamos
viendo ya salvados, cuando recordamos que faltaban Pablo y So-
raya. Decidimos que subiríamos a la torre de control para ver si

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podíamos verlos antes de que llegara el helicóptero, la torre es-


taba relativamente cerca, así que aprovechamos que había pa-
rado de nevar para llegar.
La puerta estaba cerrada, obviamente. Entonces Unai decidió
pegar un puntapié a la puerta para abrirla, lo cual funcionó. Allí
había un telescopio, una radio y una bengala, nos vino de perlas
todo eso, así que empezamos a mirar a todos lados para intentar
visualizar a los dos. Pasaron cuarenta minutos y ni rastro de vida
humana. Entonces decidimos ir a la ubicación hablada con la
policía para que nos salvaran. Ya en el lugar indicado empeza-
mos a escuchar las aspas del helicóptero, así que lanzamos la
bengala pidiéndole a Dios, hasta los no creyentes, que la vieran.
La operación fue un éxito y empezó a descender el avión,
pero, de repente, apareció Pablo corriendo, estaba llegando por
detrás el monstruo humanoide con esas garras, no nos lo podía-
mos creer. Fran y yo nos quedamos en shock, le faltaban cin-
cuenta metros a Pablo, y al monstruo todavía 250 metros, pero
venía mucho más rápido. Unai le dijo al piloto que, cuando
subiera quien estaba llegando por ahí, ascendiera. Justo en ese
momento se baja Unai con el hacha y le grita a Pablo que suba,
Fran y yo estábamos en shock sin poder articular ninguna pala-
bra, el monstruo estaba ya casi, le faltaban cincuenta metros
cuando Pablo subió, el piloto acató la orden de Unai y ascendió.
Mientras estábamos ascendiendo vimos cómo Unai peleaba
hasta que, de repente, le atravesó el estómago con sus afiladas
garras y vi cómo se lo llevaba a una cueva. Sin duda, fue el ma-
yor infierno que he vivido.

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UN CAMBIO TRÁGICO,
por Sonia Cánovas López

2.º Bachillerato

Érase una vez una niña que vestía con su mejor sonrisa siem-
pre, una sonrisa contagiosa y deslumbrante, acompañada de una
belleza sencilla que la hacía parecer encantadora a los ojos de la
gente. La niña se llamaba Marta y tenía diez años, vivía en un
pueblo pequeño y tranquilo conocido por sus urbanizaciones
enormes compuestas por chalés modernos y gigantescos.
La familia de Marta poseía tres chalés en una de esas urbani-
zaciones, económicamente les iba muy bien, no se podían que-
jar. La empresa que heredó el padre estaba dando grandes bene-
ficios y Marta, al ser hija única, recibía todo tipo de caprichos
desde bien pequeña.
Marta siempre fue una niña muy educada y trabajadora, era
consciente de la suerte que tenía al tener a su familia y la valo-
raba muchísimo.
Al cumplir once años su padre enfermó gravemente debido
a un cáncer de próstata y al poco tiempo murió. A Marta no le
quedaban muchos recuerdos de él, pero sí sabía que a su padre
le hubiera encantado que ella cogiera las riendas de la empresa
familiar e intentara sacarla adelante; desde la muerte de su padre
la empresa no había hecho más que empeorar. Así que, en cuanto
cumplió la mayoría de edad, decidió irse a la ciudad para for-
marse y poder asumir el puesto que su padre tuvo que dejar.
Con muchas ganas e ilusión llegó a una ciudad muy grande
en la que empezó a buscar piso donde hospedarse durante su es-
tancia allí. Al poco tiempo encontró un piso de estudiantes en el

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que buscaban una nueva compañera, era barato y estaba muy


cerca de la universidad donde ella estudiaba, así que, sin pen-
sarlo, llamó y se instaló allí.
En el piso convivió con dos chicos más que estudiaban en la
misma universidad que ella. Desde el primer momento la aco-
gieron y se portaron muy bien con ella. No fue hasta que uno de
ellos dejó a la novia que tenía cuando comenzaron las actitudes
extrañas hacia ella, notaba miradas incómodas o comentarios
fuera de lugar que la hacían sentirse intimidada, pero, al fin y al
cabo, ellos eran sus únicos amigos, seguro que eran imaginacio-
nes suyas, pensaba ella.
Marta decidió empezar a buscar trabajo, ya que quería pa-
garse sus propios estudios y no depender del dinero de su madre.
Tuvo mucha suerte, pues enseguida lo encontró en el bar de la
universidad porque la camarera acababa de dejar su puesto, el
horario era bastante malo y apenas le dejaba tiempo para estu-
diar, pero sacrificaba casi todo su tiempo libre para poder com-
paginar el estudio y el trabajo. No era su trabajo soñado, pero
tampoco le desagradaba, excepto por su jefe, un hombre de unos
cincuenta años, con un humor negro bastante machista, homó-
fobo y racista, lo que se dice un hombre chapado a la antigua.
En algunos casos hasta le llegó a insinuar que venía muy tapada
a trabajar y que así no conseguiría muchos clientes. Esto repugnó
a Marta y desde entonces dejó de maquillarse o arreglarse para
ir a trabajar.

Habían pasado ya dos años desde que Marta se mudó a la


ciudad. Cuando lo hizo no se imaginaba que su vida iba a ser así
y eso le quitó toda la ilusión por los estudios. Marta vivía des-
motivada y, a veces, incluso asustada de su entorno.
Todo pasó un día corriente, en el que Marta fue a la univer-
sidad por la mañana, como de costumbre, y al regresar a casa se
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dispuso a hacerse la comida. Cuando llegó solo estaba uno de


sus compañeros de piso y decidió preguntarle si quería algo de
comer, él salió de su habitación en ropa interior y le dijo que sí.
Cuando Marta se dispuso a preparar algo de pasta para comer
los dos, su compañero se acercó por detrás y empezó a restre-
garse contra ella, quien con miedo se giró, lo empujó y le pre-
gunto muy alterada: “¡Qué coño haces!”, a lo que él respondió:
“No te hagas la dura ahora, que llevas calentándome desde que
has llegado”.
Marta, en un ataque de pánico, decidió coger las llaves para
marcharse del piso justo cuando su otro compañero entraba por
la puerta. Muy nerviosa, intentó explicarle lo que había pasado
con esperanzas de encontrar algo de protección en él, pero lo
único que recibió fue un manotazo en el culo seguido de un
“anda y no te pongas tan alterada, que no es para tanto”. Ella
respondió pegándole, desesperada por salir de esa situación.
Tres días después, Marta fue encontrada en un descampado
asesinada, desnuda y con signos de violación.
Nunca se encontró a los culpables.

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EL VIAJE DE NUESTRA VIDA,


por Paula Sánchez Ordóñez

1.º Bachillerato

Sentía que el mundo se me caía encima, acababa de perder a


la persona más importante que tenía en mi vida, mi abuela, la
que me crio cuando mis padres decidieron vivir su vida y aban-
donar a su hija; la que me inculcó los valores que a día de hoy
tengo; la que me enseñó que una madre no es la que te tiene en
su vientre nueve meses, sino la que te cría durante toda tu vida.
Se marchó, mi abuela partió dejándome a mí, una simple
chica de diecinueve años, con una casa llena de recuerdos en
Barcelona y con la mayor tristeza que una persona puede expe-
rimentar.
Pasaron tres días desde su entierro y me encontraba en casa
con Vanessa, mi mejor amiga.
—Paula, no llores más, por favor, tu abuela no querría verte
así, cielo —dijo Vanessa cuando me acurrucada en su cama so-
llozando.
—No puedo, Vanessa, siento que me falta una parte funda-
mental en mi vida, cuando me levanto siento que todo ha sido
un sueño, y que me voy a encontrar en el salón a mi yaya, mi-
rándome y esperando que le cuente qué he hecho durante el día
—dije calmando un poco mi llanto.
—Lo sé, cariño, pero tu abuela quiere ver a su nieta, y ahora
mismo no lo eres, necesitas darte una ducha e inventar uno de
tus locos planes para despejar tu mente —me aconsejó Vanesa.
—No sé, Vane, no quiero levantarme de esta cama —con-
cluí.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

—Mira, Paula, sé que todo esto duele y entiendo tu posición,


quiero que recuerdes una cosa: hace siete años perdí a mi padre,
al principio parecía todo un pozo sin salida, pero, al cabo de los
días, sabía que mi padre no querría ver a su hija así, querría
verme igual de loca que siempre, viviendo miles de experiencias,
y así hice… No quiero que olvides que no está de un momento
a otro, pero tienes que aprender a vivir sabiendo que ella no está,
y comprender que ella se ha ido a un lugar mejor y que se ha
marchado sabiendo que tú serás la mejor persona de este mundo
y que continuarás con tu vida, queriéndola desde aquí. Así que
demuestra que la quieres, haz algo que ella querría haber hecho
y levanta de esa cama para empezar a organizarlo, porque quiero
volver a ver a mi loca y aventurera Paula —dijo Vanessa con
lágrimas en los ojos.
Lo que me dijo Vanessa hace unas semanas me hizo recapa-
citar mucho, empecé a salir con mis amigos, por las tardes iba a
ayudar a mis vecinas a su floristería para despejar mi cabeza y
no estar tanto tiempo en casa, y todos los viernes iba al cemen-
terio a visitar a mi abuela y decirle que la quiero y la extraño.
Pero eso no es lo único que hice, necesitaba hacer algo que
mi abuela querría haber hecho: viajar a Londres, donde conoció
a Logan, su primer y único amor.
En unos cuantos días me iba yo sola a Londres, a visitar cada
lugar que mi abuela había nombrado en sus maravillosas aven-
turas con Logan, quien murió en un accidente poco después de
conocerse.
—Cuídate, amiga, pero sobre todo, disfruta de este viaje y
vívelo al máximo —me dijo Vanessa en el aeropuerto antes de
embarcar.
—Juro que lo haré, Vane, te voy informando de todo, te
quiero demasiado, gracias por hacerme entender que era esto lo
que necesitaba —le dije.
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Unas cuantas horas después de esa conversación con mi me-


jor amiga ya me encontraba en el taxi que me llevaría a mi hotel
en Londres.
Estuve varios días investigando la ciudad y disfrutando cada
uno de sus maravillosos rincones, pero, cuando estaba en el mu-
seo británico, me choqué con un chico.
—¡Ay, Dios, perdóname, estaba mirando mi teléfono y no he
visto que estabas aquí! —dije levantando la mirada, encontrando
al chico más guapo que había visto nunca.
—No te preocupes, aunque para la próxima te aconsejo que
si te disculpas lo hagas en inglés, porque podría haber sido un
nativo y pensar que te habías cabreado conmigo —dijo el chico
con tono de gracia.
—Tienes razón, pero para la siguiente intentaré no volver a
chocarme con nadie —dije, riendo.
—Me parece la mejor idea, pero cuéntame que se le ha per-
dido a una chica española tan guapa por el museo británico… —
dijo el chico, con la idea de que le dijera mi nombre.
—Paula, mi nombre es Paula, y la razón es un poco liosa,
pero de forma resumida, necesito conocer cada sitio de esta ma-
ravillosa ciudad por una promesa que yo misma le he hecho a mi
abuela, a la que perdí hace muy poco tiempo. Aquí se enamoró
de su primer amor, y necesito descubrir si es verdad lo que ella
me contaba: que Londres hace que te enamores de sus rincones
y de su gente —le confesé.
—Bueno, pues suponiendo que no te hayas dado cuenta, soy
David, soy español, pero vivo aquí desde hace mucho tiempo,
así que, si estás dispuesta, cuando termine mi turno de trabajo,
podemos quedar y puedo hacer de guía personal, si lo necesitas,
para enseñarte los lugares más bonitos de esta ciudad, ¿te ape-
tece? —me preguntó David, con un brillo especial en sus ojos.

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—Claro que sí, David, me interesa esa oferta —dije, y los


dos nos reímos.
Habían pasado los días, y cada tarde, cuando David termi-
naba de trabajar en el museo, me recogía del hotel para ense-
ñarme lugares preciosos de Londres o, incluso, para ir con él al
cine, al parque, a tomar algo… El otro día me puse super ner-
viosa porque me presentó a su familia, pero la verdad es que es
encantadora, igual que él.
Desde ayer me estoy dando cuenta de que, a cada momento,
echo de menos a David, añoro llamarle y decirle si viene a
verme, si podemos quedar antes de la hora acordada…, y eso me
está gustando, porque estoy sintiendo todo lo que mi abuela me
contaba que sentía cuando conoció a Logan, pero no sé cómo
decírselo a David, porque no estoy segura de que él sienta lo
mismo.
Esta misma tarde hemos quedado para ir a patinar y cenar, y
tengo pensado decírselo, porque solo me quedan dos semanas
aquí y necesito quitarme la duda.
—Hola, preciosa española —dijo David cuando me vio lle-
gar.
—¿Cuándo dejarás de llamarme así? Si me llamas así, te lla-
maré niño pijo de Londres —dije.
—¡Ey!, ni se te ocurra, preciosa, te llamaré amor o cielo, pero
no me llames niño pijo —dijo David riéndose, pero no sabía lo
que había despertado en mí al decirme de esa manera.
—Ya, bueno… —dije desanimada.
—Oye, ¿qué te pasa?, ¿he dicho algo que te haya molestado?
—dijo David preocupado, acercándose a mí, tras ver mi repen-
tino cambio de humor.

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—No, no te preocupes, no has dicho nada, pero, a ver, nece-


sito hablar contigo de una cosa que me está atormentando hace
días —le dije.
—Claro, dime, preciosa —dijo David sentándose cerca de mí
y cogiendo mi mano.
—Primero de todo quiero que sepas que después de lo que te
voy a confesar eres libre de hacer lo que quieras, si quieres irte
y no volver a saber de mí, lo entenderé —solté cogiendo aire y
con lágrimas en los ojos, antes de comenzar su confesión a Da-
vid—. Sabes que emprendí este viaje con un propósito, el de co-
nocer cada una de las maravillas que mi abuela me había contado
sobre Londres, incluyendo su historia de amor con Logan, pero
te conocí a ti y me lo pusiste todo más fácil, pero, a la vez, lo
pusiste todo patas arriba, David. Contigo me siento yo, siento
que puedo ser yo en todos mis sentidos, noto que puedo contarte
cualquier cosa, te adoro a ti, adoro a tu familia y adoro en lo que
te has convertido siendo tú… Te admiro. Desde hace unos días,
solo quiero estar a tu lado, abrazarte cada rato y sentirte siempre
cerca de mí.
»David, llegué rota aquí, había perdido a la persona que más
quería, pero no creía en el amor, sentía que todo eran historias
de cuentos, pero ahora sé lo que significa, porque contigo lo vivo
en cada momento. Quiero pensar que encontrarte fue gracias a
mi abuela, que me impulsó con su amor a esta ciudad a venir, y
por eso te tengo que dar las gracias, por hacerme que me ena-
more yo también de esta ciudad como lo estaba mi abuela, y
también por recrear contigo la historia de amor de mi abuela con
Logan.
» No quiero que te sientas obligado a nada, entiendo que a lo
mejor quieras huir, pero te lo tenía que decir, porque solo te
puedo decir que te quiero, David, y solo quiero estar a tu lado y

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no irme de aquí, porque te has convertido en mi persona vit…


—dijo, hasta que David me sorprendió besándome.
—No, preciosa, no voy a huir, y ¿sabes por qué?, porque
siento en mí cada palabra que acabas de soltar tú. Estaba aterrado
sin saber cómo actuar, sin besarte a cada segundo por si no sen-
tías lo mismo que yo y te marchabas para siempre de mi lado —
dijo David con lágrimas en los ojos mirándome—. Contigo soy
yo, contigo quiero toda mi vida, porque eres la perfección de
chica; eres sensible, cariñosa, amable, tímida, gruñona…, lo tie-
nes todo, Paula, y aunque no tuvieras nada, siempre te elegiría a
ti. Doy las gracias por que vinieras a este viaje y te chocaras
conmigo, porque, de no haber sido así, yo mismo hubiera ido a
España a buscarte a ti.
»No me importa vivir a miles de kilómetros de ti, porque,
aunque no estés aquí, me complementas todo en mi vida, y via-
jaría miles de veces a verte esa carita, porque contigo quiero pa-
sar mis días —dijo David llorando, mirándome —. ¿Qué me di-
ces, preciosa, aceptas vivir esta vida de viajes conmigo? —me
preguntó David.
—Claro que sí, niño pijo de Londres, vamos a vivir nuestra
vida, y este será, junto a todos los que quedan, el viaje de nuestra
vida —dije besando a David a la luz de la luna.

Pasaron los días desde esa conversación con David, mi no-


vio. Estoy supercontenta y llena de amor, con él puedo ser yo
misma y quiero pasar todos los días de mi vida junto a él.
Adoro cómo es con su familia, cómo es conmigo cuando es-
tamos a solas, lo cariñoso que es y lo gruñón que se pone a veces.
Siento que él ha sido el regalo que mi abuela ha enviado para
que sienta que no estoy sola, y que puedo con esto y con todos
los retos que me ponga esta dura vida.

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David está preparando las maletas para venir conmigo a Es-


paña y conocer mi vida, y, sobre todo, conocer a Vanessa, que
le ha dado el follón desde que le conté que me pidió ser su novia
frente al Big Ben.
Este será nuestro primer viaje como novios, pero aún quedan
muchos más.
El viaje a Londres siempre lo recordaré, porque lo realicé con
el propósito de que mi abuela me viera feliz y poder yo conocer
las cosas que la hacían feliz a ella, pero, sobre todo, porque en
este viaje he conocido al amor de mi vida, como fue Logan para
mi abuela, y sé que este fue, es y será el viaje de nuestra vida.

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LUCÍA EN LAS PAREDES,


por Paula Guerrero Fuentes

4.º ESO

A Lucía siempre le había encantado el mundo de YouTube,


TikTok… Uno de sus mayores sueños desde pequeña era poder
ser conocida. A sus once años empezó su nuevo canal de
YouTube, aunque ella no tenía mucho apoyo. Con el paso del
tiempo subía muchos vídeos y tiktok cada día, al principio no
tenía casi visitas, ni likes ni seguidores; se empezó a desanimar
porque veía que no tenía muchísimo éxito y estaba desesperada
por no tener tantos seguidores, pero su madre siempre le decía
que no desesperase y que debía tener paciencia, y que con es-
fuerzo y perseverancia lograría conseguir su sueño.
A sus trece años, en verano, ya empezó a ser más conocida
por el mundo de las redes, pero no lo suficiente para llegar a ser
una gran influencer como ella decía; pero poco a poco se iba
dando cuenta de cómo es realmente empezar en ese mundo.
A la vuelta de vacaciones de verano, al llegar al instituto,
recibía muchas risas, burlas..., por varios compañeros, como “la
influencer está ahora”, “das vergüenza subiendo vídeos”, “quién
te crees”… Eso a ella le afectó mucho y la desanimó a seguir
con su pasión por las redes sociales. Una tarde haciendo un tra-
bajo con su amigo Lucas, este le dijo que la veía triste y que ya
no tenía casi actividad en las redes sociales que tanto le gusta-
ban. Ella le contó lo sucedido y Lucas le dijo que no debía ser
motivo para abandonar lo que a ella le gustaba, que a lo largo de
su vida siempre encontrará a alguna persona a la que no le guste
lo que ella hace y ella deberá ignorar esos comentarios, valorarse

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si realmente lo está haciendo bien y si ella está a gusto con ella


misma y su trabajo, continuar sin importarle la opinión de los
demás.
Después de aquella charla que le dio su amigo Lucas, ella
recapacitó y pensó en volver a las redes, ya que era una cosa que
le encantaba; y así hizo, siguió subiendo vídeos sin importarle lo
que le dijesen los demás. Poco a poco la situación del instituto
fue mejorando, a la misma vez que ella iba creciendo más y más
en el mundo de las redes, ya le iban llegando colaboraciones, le
escribían marcas… Sus comentarios de sus vídeos siempre eran
positivos y a ella le animaba eso mucho para seguir grabando.
Pasaron los años y llegó mucho más lejos de donde ella creía
que podría llegar, pero no sabía las cosas malas que eso también
le podía con llevar. Empezaron los haters, para ella eso era una
cosa nueva totalmente desconocida, pero también una nueva
prueba: ella solo conocía la parte bonita, pero no sabía las cosas
malas que eso tenía. Mucha gente se dedicaba a comentarle en
cada uno de sus vídeos cosas malas. Al principio eso a ella le
afectó, ya que nunca pensó que le fuese a pasar eso; pero con el
apoyo de su madre y su amigo Lucas ella volvió a hacer vídeos
y a ser ella misma.
Ella aprendió a que no le importara lo que dijeran los demás
y a pasar de los comentarios malos que le hiciesen, ya que mucha
otra gente la apoyaba y ella hacía realmente lo que le gustaba.
Hoy en día es una gran influencer, superconocida, muy segura
de sí misma y no le afecta lo que le digan los demás.
Esta experiencia le sirvió a Lucía para aprender una gran lec-
ción de vida: las piedras en el camino no deben detenerte, hay
que ser valiente, luchadora; apartarlas y perseguir tus sueños.

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NUESTROS MUNDOS SON DISTINTOS,


por Clara Arnaldos Gil

1.º Bachillerato

Ella es hija del mayor financiero del país, estudiante de De-


recho en la universidad privada, y nunca había sabido lo que era
estar con compañía sincera, pues su vida se había basado en re-
laciones por compromisos en las que valían más los nombres que
el cariño.
Él tiene tres trabajos diferentes para conseguir pagar el alqui-
ler del piso en el que vive con su amigo, su padre murió cuando
él era pequeño y su madre, sumida en la tristeza, nunca le prestó
la atención que necesitaba y por esa razón abandonó su casa con
apenas 18 años.
Aitana y Marco se encontraron de forma repentina cuando
ella fue a tomar algo en la cafetería donde Marco trabajaba. Ai-
tana vestía con su ropa Armani, y hacía el trabajo de fin de grado
mientras esperaba a que le sirvieran algo caliente, fue entonces
cuando Marco fue a llevar su pedido como si de otro más se tra-
tase, pero algo ocurrió en su cabeza cuando la vio.
Sus ojos marrón miel, su pelo castaño con reflejos rubios
provocados por el sol y su rostro tan iluminado como si el sol la
hubiera besado provocaron que Marco deseara hablarle y pe-
dirle, aunque tan solo fuera eso, su número de teléfono. Pero en-
tonces pensó que no eran iguales: ella, una chica fina, feliz y con
toda la vida resuelta, y él, un simple camarero que lo único que
buscaba era sobrevivir.
Lo que él no sabía era que Aitana deseaba conocer a alguien
de verdad, alguien con quien conectara y que le hiciera sentir

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que solo importaba su amor y no de quién era hijo, en qué traba-


jaba su familia o el puesto que tuviera en la empresa de su padre.
La tentativa de Marco quedó en una simple idea, y Aitana
terminó su café después de un largo rato para marcharse, pero
entonces su cartera se cayó del bolso en un movimiento muy su-
til, tanto que ninguno de los allí presentes se percató.
Cuando Marco recogía el local como fin de su día, se dio
cuenta de que la cartera de la chica que lo había dejado impac-
tado se había caído al suelo, y entonces pensó si eso sería una
señal de que la historia de ambos no acabaría siendo solo una
vista rápida. Rápidamente salió en busca de la calle que ponía en
la información de la cartera de Aitana.
Ya había caído la noche y no se escuchaba a nadie por las
calles, cuando el timbre del ático de Aitana sonó repentinamente
y sí, era él. Cuando abrió la puerta y se encontró a Marco con
una sonrisa nerviosa y su cartera en la mano, no pudo evitar sol-
tar una carcajada sincera, por darse cuenta de que había perdido
toda la tarde buscándola por casa para nada.
Marco, al escuchar su risa, sintió un alivio interior, porque
pensaba que la cogería con un simple gracias y le cerraría la
puerta en su cara.
Pero no ocurrió eso. Aitana le dijo que si había cenado, que
la cena estaba casi lista; y aunque fue una situación incómoda,
la profunda mirada de Aitana clavándose en él no le permitía
decir que no.
Pasaron la noche hablando de sus vidas y de las cosas que
tenían en común, e incluso cocinaron juntos. Después de cenar,
se sentaron en el sofá con la intención de ver una película, que
por casualidad o por destino, era la favorita de ambos.
Aunque la película les fascinaba no aguantaron el cansancio
del largo día y no pudieron evitar quedarse durmiendo.

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A la mañana siguiente, cuando el sol entraba por las enormes


ventanas del alto ático, Marco se despertó rápidamente al darse
cuenta de que no llegaba a tiempo al trabajo, pero entonces la
vio a ella, dormida y con el pelo alborotado, y no podía evitar
las enormes ganas de abrazarla, aunque no lo hizo. Después, se
marchó pensando que la iniciativa del día anterior por parte de
Aitana solo sería casualidad y nunca llegaría a aceptarle en su
vida.
Cuando Aitana despertó y no lo vio, no pudo evitar sentir una
desazón en su interior, al pensar que solo había aceptado su pro-
puesta del día anterior por compromiso, aunque volvió a ir la
cafetería donde se vieron por primera vez. Y allí estaba él, nada
más entrar sus miradas se cruzaron y entonces ambos empezaron
a entender que su pequeña historia seguiría creciendo.
Marco se acercó a ella para decirle si le había echado de me-
nos las horas que no había estado con él, ella no pudo evitar
reírse y responderle con un sí entre risas. Entonces ambos pro-
pusieron un plan para hacer esa misma tarde y así evitar echarse
más de menos.
Ese fue el comienzo de la larga historia que les quedaba por
delante, cada día se hacían más falta el uno al otro, y es que Ai-
tana por fin encontró el cariño verdadero que deseaba y a Marco,
por fin, le daban la atención y el amor que necesitaba.
Al tiempo, Marco fue a vivir a casa de Aitana y recorrieron
el mundo con recuerdos mágicos en cada uno de los países.
Aunque los padres de Aitana no aprobaban esa relación, fi-
nalmente se casaron y tuvieron dos niños preciosos con los nom-
bres de Carla y Hugo.

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DESAPARECIDO,
por Alfonso Hernández Olmos

4.º ESO

Hoy 21 de agosto de 2023 se cumplen veinte años de la


muerte de Michael. Michael tenía treinta años, estaba casado con
Karina, que tenía su misma edad, y tenía una hija con ella lla-
mada Selena, que tenía nueve años. Los tres vivían en una casa
en Barcelona, aunque ellos eran de Bilbao, pero por trabajo se
tuvieron que trasladar a Barcelona. Era el 19 de agosto de 2003
y su mujer, su hija y él se iban de viaje, en crucero ocho días y
siete noches. Embarcaban el 19 de agosto y se terminaba el 27
de agosto de 2003. El crucero era por el mar del norte de Europa,
ese viaje lo querían hacer desde que se conocieron en la univer-
sidad de Bilbao Karina y él.
Cogieron el coche desde Barcelona hasta Bilbao, donde co-
gerían el barco. Michael se enfrentaba a este viaje con un mal
presentimiento, ya que meses atrás el mismo barco había tenido
problemas mientras cruzaba el estrecho de Dover. Llegaron al
puerto de Bilbao y, cuando Selena vio el barco tan grande, le dio
un poco de miedo, ya que ella nunca había visto un barco tan
grande. Repetía sin parar que ella quería estar en un barco, no en
un edificio. Finalmente, Karina pudo calmarla diciéndole que
cuanto más grande fuese el barco más cosas iban a hacer, ya que
ella estaba apuntada a una escuela de verano dentro del crucero.
Al entrar, Karina se sentía observada. Miró atrás y vio a una
especie de alemán rubio, de ojos claros, delgado, mirándola. Al
verle, Karina dijo en alto sin querer: “¿Quién es ese tan guapo?”.
Michael se quedó mirándola y le dijo: “”¿De quién hablas?”, y

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

ella respondió: “De ti”. Él no se lo creía, pero quería disfrutar


del viaje y no ver cosas malas.
Llegaba la noche y Michael se había pasado toda la tarde solo
y Karina, su mujer, se había echado de amigo un alemán llamado
Peter, pero, vamos, él no podía hacer nada, ya que solo hablaban,
entonces no tenía nada que reprocharle, por lo tanto, al ver lo
aburrido que estaba, se fue a dormir.
Al día siguiente estaba él solo en la cama y había un pequeño
post-it azul pegado en la pared del camarote que ponía: “Nos
vemos en la piscina. Karina”. Al ver eso se dio cuenta de que
Karina fue a dormir y se despreocupó un poco, se puso el baña-
dor, aunque no había nadie bañándose, ya que había 27 grados.
Al salir se encontró a Peter echando crema a Karina. Al ver eso
llamó a Karina y la llevó a una esquina y le dijo textualmente
que por qué tenía que tocarla Peter. Ella le dijo: “¿Estás ce-
loso?”, y él respondió: “No, pero no me gusta que te eche crema
un tío que conoces un día”, y al oír la respuesta ella le gritó:
“Inmaduro, déjame en paz, si fuese por ti un hombre no podría
ni respirar cerca de mí”, y se fue, no le dejó ni que contestase.
Al ver esto él se pasó todo el día solo en el camarote viendo pelis
hasta las diez, cuando decidió irse a dormir y olvidar este día.
Llegó el 21 de agosto de 2003 y se despertó sin su mujer. Al
ver eso se extrañó, porque no había dejado nada. Entonces fue
buscándola por los camarotes hasta encontrar el de Peter y allí
estaba. Al verlos en la misma cama juntos decidió salir corriendo
hacia la cubierta, empezó a llorar, se le nubló la vista, se mareó
y cayó al mar y desde entonces hasta hoy no se supo nada más
de él.
Era el 21 de agosto de 2023 y estaban en la iglesia para ha-
cerle la misa de veinte años muerto y estando allí, de repente,
apareció un hombre. Allí en la iglesia estaba su mujer, que ahora
estaba casada con un tal Peter, su hija Selena y los padres de él,

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y al ver al hombre ese todos se dieron cuenta de que era Michael,


que no había muerto, y sí, era él. Él contó que encontró un barco
pesquero balinés y perdió la memoria. Hace unos meses le vol-
vió la memoria y quería volver a ver a su hija. Después de esto
se separó e intentó seguir su vida como antes del accidente.

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LA MALDICIÓN DE LAKE PLACID,


por Nazaret Blaya Martínez

2.º Bachillerato

Lake Placid es un pequeño pueblo ubicado en el condado de


Essex, en el Estado de Nueva York, Estados Unidos. En reali-
dad, no hay mucho que contar sobre él, tiene 2638 habitantes de
los cuales no se sabe quién tiene más ganas de huir de él.
Puede que este comentario te resulte chocante, ya que en las
fotos parece el típico pueblo en el que te verías viviendo y
creando una familia, pero la realidad es muy distinta. Desde hace
unos años la decadencia de Lake Placid ha sido muy notoria para
sus habitantes. Siendo una villa tan pequeña no es chocante ni
raro que la gente joven, una vez finalizados sus estudios, quieran
marcharse de aquí para buscarse un futuro más exitoso. Lo raro
viene cuando muchos de ellos al intentar irse no lo consiguen y
desaparecen sin volver a saberse nada de ellos.
Según la policía, las últimas pistas de estos chicos los con-
ducían siempre misteriosamente al lago. ¿Espeluznante? Puede
ser, pero lo más espeluznante es que nunca se ha encontrado
nada en este charco de agua que dé pistas sobre el paradero o los
cuerpos de estos adolescentes.
Los agentes de policía, para no expandir el terror entre la po-
blación, dicen que simplemente son coincidencias, pero la gente
no es tonta y sabe que algo pasa, aumentando sus ganas de querer
irse, pero el miedo hace que permanezcan aquí.
Dejando todo esto a un lado, toca presentarme. Soy Hannah,
tengo 17 años y estudio en el único instituto de la zona, esto hace
que todos los jóvenes del pueblo nos conozcamos o hayamos

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oído hablar alguna vez de nosotros. Digamos que el ambiente en


él es un poco extraño, ya que muchos de nosotros solemos bro-
mear con que estaremos para siempre atrapados en este pueblo
y que somos los perdedores de Nueva York, ya que, de entre
todos los sitios donde podríamos haber nacido, hemos acabado
en este en concreto. Pero, detrás de todas estas burlas y chistes,
hay un toque tedioso y frustrado.
Por ello quiero llegar al fondo de este misterio o “la maldi-
ción de Lake Placid”, que es como lo suele llamar la gente de
aquí. Para empezar, los jóvenes llevan desapareciendo desde
1979, sin saber nada de ellos, sumándolos todos desde este año
hasta la actualidad hacen el total de treinta y cinco desapareci-
dos. Oficialmente solo son veinte, ya que empezaron a preocu-
parse de este tema a partir del 2000.
Desde que empecé esta investigación han pasado dos años.
Se me olvidó comentar que mi padre era inspector de policía.
Por eso, siempre me interesó tanto este asunto, ya que me pare-
cía raro que la policía nunca hubiese encontrado ninguna pista
sobre estas personas y si realmente había sido un mero accidente
o había alguien detrás.
Sinceramente, me alegro de haber encontrado lo que verda-
deramente estaba ocurriendo en mi pueblo, pero por lo que pasé
aquella noche no se lo desearía a nadie.
Nos remontamos a la noche del 24 de septiembre de 2023.
Como es de lógica, mi primera sospecha, y por donde iba a em-
pezar a investigar, era por el cuartel de policía. Para mí no sería
difícil entrar en él, ya que mi padre trabajaba ahí. Esa noche salí
de mi casa con poca esperanza de encontrar algo que valiera la
pena, pero lo que verdaderamente encontré me dejó marca para
el resto de mi vida. Para no ser muy pesada, voy a ir al grano.

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Como dije en la comisaría, no fue difícil entrar. Entré con la


excusa de que mi padre me había mandado a por unos papeles
importantes que se había olvidado.
Empecé a buscar entre sus papeles y los de sus compañeros
y no encontré nada, hasta que vi una puerta que, normalmente,
cuando entras, estaba tapada con un cuadro. La abrí sin pensár-
melo mucho y lo que encontré fue que esas personas, las treinta
y cinco en concreto, no habían desaparecido misteriosamente en
el lago, sino que todo era una conspiración entre la policía y el
gobierno para trata de personas, donde básicamente secuestra-
ban y se llevaba a otras partes del mundo a estas personas. Para
no ser pillados, lo que hicieron fue llevar cualquier pista de ellos
al lago, para que posteriormente la policía lo inspeccionara y di-
jera que no habían encontrado nada.
Lo guardé todo en su sitio pensando que así no me pillaría,
pero no tardaron mucho en revisar las cámaras y ver que, efecti-
vamente, había encontrado su secreto. Entonces la que corría pe-
ligro era yo. A la mañana siguiente salí de mi casa como siempre
y con toda la normalidad que podía mostrar, pero no se me pasó
por alto que un coche no paraba de seguirme y se quedó apar-
cado en la puerta del instituto toda la mañana.
Presa del miedo, salí corriendo en dirección al bosque que
conducía al lago. Me senté, ya cansada, detrás de un árbol, pero
el descanso no duraría mucho, ya que vi cómo dos personas se
bajaban de ese coche negro, por lo que salí corriendo en direc-
ción al lago. Lo que me salvó la vida fue hacerme la muerta,
fingir que, presa del pánico, había preferido ahogarme. Después
me di cuenta de que no hice lo correcto, ya que no tardaron en
sacarme del lago, pero dio la casualidad de que uno de esos dos
hombres era mi padre y, para salvarme, dijo que, efectivamente,
había muerto ahogada.

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Actualmente estoy viviendo en Kansas, porque se supone


que estoy muerta.
Con este relato, lo único que quiero es contar la escalofriante
verdad que descubrí esa noche el 24 de septiembre. Por lo tanto,
no hay ninguna “maldición de Lake Placid”, sino que son el go-
bierno y la policía los verdaderos culpables, que cada vez se en-
riquecen más y hacen que nuestro pueblo y sus ciudadanos sean
más miserables.

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EL PRIMER VIAJE DE NUBE,


por Fanta Ba Ba

4.º ESO

Este día era lo que siempre había esperado, la oportunidad de


poder viajar y ver el mundo. Mi sueño empezó cuando mi madre
me compró mi primer libro de aventuras: Vuelta al Mundo en 80
días, de Julio Verne. Quería ver los paisajes descritos en sus his-
torias lo más pronto posible, pero tuve que esperar diez años para
partir hacia los maravillosos y extensos terrenos que veía cons-
tantemente desde la granja en la que vivía.
Mi viaje comenzó conmigo reuniendo las cosas necesarias
para sobrevivir a la intemperie: un diario para documentar, un
cazo y una sartén para cocinar, ropa de cambio y un cuchillo para
defenderme y cazar.
—…be! Nube! —decían los gritos de abajo.
Bajé con mi mochila mientras pensaba en el tiempo que lle-
vaba llamándome. Allí estaba mi madre, que me estaba espe-
rando con más equipaje y una expresión de enfado.
—Llevo cinco minutos llamándote, ¿qué estabas haciendo
allí arriba? —preguntó ella—. No puedes seguir así si te vas a ir
de casa.
—Estaba haciéndome la mochila… ¿Y eso? —respondí se-
ñalando el equipaje que tenía a sus pies.
—Son primeros auxilios y comida para cuando te vayas, ¡no
pensarás en irte con solo una mochila!
Cogí el equipaje a regañadientes e intenté sacar las cosas in-
necesarias para hacerlo más ligero. Unos minutos después ya ha-
bía terminado, así que me dirigí a la puerta y, para mi sorpresa,
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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

mi madre y mis hermanos estaban allí esperándome. Ella los le-


vantó mientras para un último adiós, aunque ya habíamos tenido
una fiesta de despedida con ellos y mis amigos.
Después de eso, finalmente, pude dar los primeros pasos
fuera de mi pueblo.
Mi plan era ir a Burgus, la capital donde vivían mis tíos. Ha-
bía mucho turismo y muchos otros viajeros pasaban. El camino
fue bastante ameno, mucho más de lo me lo esperaba. Paré a
comer cuando se empezó a poner oscuro. Hacía algo de viento
para encender una hoguera y pensé que cazar animales me ven-
dría bien, ya que las raciones se acabarían algún día y, como
nunca lo había hecho, podría practicar… Falló, falló estrepitosa-
mente: no solo no había atrapado nada, sino que hice los nudos
mal y ni siquiera se había acercado nada. Sin embargo, las mon-
tañas azules en la lejanía contrastaban bien con los pastos verdes
en la cercanía, esta vista inalcanzable me llenaba con un senti-
miento de libertad. El resto del trayecto duró dos semanas, fue
tranquilo, me quedé mirando el paisaje montañoso, recogí plan-
tas y saludé a la gente que pasaba hasta que llegué a las puertas
de la ciudad.
Desde la cola en la entrada admiré las murallas naranjas que
se extendían por los lados. Cuando miré arriba era tan alto que
parecía que se me caía encima. La cola tardó en moverse.
Cuando llegué a la ventanilla el guardia me preguntó cuánto me
iba a quedar. Quería disfrutar de escenarios naturales en el exte-
rior, así que opté por quedarme tres días. Además, le pregunté
por qué había tanta gente reuniéndose.
—¿No lo sabes? El príncipe Francisco va a convertirse en
rey, muchos nobles van a atender a su coronación y se va a or-
ganizar un festival también.

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Eso me hizo pensar en que quizá me debería haber quedado


más días. “Bueno, da igual”. Al entrar me di cuenta de que la
ciudad estaba más abarrota que la última vez. Con la gente pa-
sando de un lado a otro me comencé a sentir sofocada, debido a
eso me apresuré para llegar a la casa de mis tíos. Ellos llevaban
una carpintería, gracias a ellos aprendí un poco y con esas habi-
lidades pensaba ganar algo de dinero para comprar las cosas que
necesitaría. Cuando llegué, respiré, me armé de valor y toqué la
puerta.
—De verdad estás aquí… —fue lo primero que dijo cuando
entré.
—¿No te llegó la carta? —pregunté por lo bajo.
—Bueno, sí, . . . entra —me condujo hasta una habitación
casi vacía, solo había una cama—. Perdón, no nos preparamos
para un invitado.
Dejé mis cosas para mirar al techo, poco rato después pude
escucharle hablar con la tía. Cansada por el largo andar, me tomé
un merecido descanso.
Al día siguiente empecé a trabajar en su taller y mi poca ex-
periencia se hizo notar. Cambié de estrategia, se me daba bas-
tante bien tallar, así que llevé la madera que iban a tirar y me fui
al mercado. Fue difícil atraer la atención de alguien, no pude
vender ninguno. Cuando estaba a punto de irme, una persona
encapuchada se me acercó.
—No parece usted de aquí, ¿de dónde viene? —preguntó con
una voz masculina.
—De Toler, ¿por qué? —respondí con extrañeza.
—¿Es usted una viajera? Tengo un trabajo que podría intere-
sarle.

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Me llevó a un callejón en el que me ofreció cien monedas


para que le escoltara a la próxima ciudad que fuera. No le hu-
biera creído si me hubiese enseñado las cien monedas allí
mismo. En ese momento acepté, quizá no debería haberlo he-
cho…
El segundo día disfruté del festival y el tercer día esperé en
las afueras de la ciudad. Pasó un rato y alguien bien vestido vino
con un caballo y una espada en la cintura. Asumí que era el de
ayer, pero no pensé que sería alguien de clase tan alta.
—Le agradezco que haya aceptado el trabajo, aquí tiene lo
prometido —se bajó del caballo y me dio el dinero.
—Gracias, ¿cuál es tu nombre? —pregunté por curiosidad.
—Oh, yo soy Pablo.
El camino fue bastante tranquilo, pero él iba en caballo y yo
andando, en consecuencia yo tenía que ir más rápido. Atardecía,
y en el momento en el que iba a decirle que paráramos a comer,
un guardia nos paró.
—¡Alto! Tengo preguntas par… ¡Oye, espera! —le gritó a
Pablo, que ya había huido hacia el bosque—. ¡Tú! ¿Quiénes sois
y por qué intentáis huir? —me interrogó amenazando con una
lanza.
—¡No lo sé! ¡Él sólo me pagó para que le llevará a la pró-
xima ciudad!
Y, tan pronto como se fue, volvió cargando contra el guardia
y apuñalándolo. “Por qué acepté un encargo tan sospechoso, se-
guro que es un ladrón”. Pensé que iba a morir, pero me ayudó a
levantarme después de caerme y luego sugirió que fuéramos por
el bosque esta vez. Aún no sabía qué hacer cuando nos sentamos
a comer. Durante un rato observé mi comida, hasta que me armé
de valor para preguntarle por qué le buscaban.
—… Porque estoy huyendo del nuevo rey.

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—¿Y por qué me has traído?


—Por conveniencia, sería más fácil huir con usted que huir
solo.
La travesía fue muy tensa, al menos para mí, porque él estaba
tan tranquilo que parecía que podría matarme en cualquier ins-
tante. La noche anterior le dije que iría a Lifbona, dijo que no le
importaba dónde ir. No nos encontramos con ningún otro guar-
dia en el bosque, aunque fue difícil moverse y guiarse. Él me
dejó montar, puesto que así llegaríamos antes, incluso luego me
enseñó a cazar. “Que tipo tan extraño”. Cuatro días eternos des-
pués, por fin llegamos a Lifbona.
—¿Cuántos días os vais a quedar? —preguntó el guardia de
la entrada.
—Yo querría quedarme a vivir aquí —respondió él.
—A mí me basta con un día.
Dentro nos separamos. Vagué sin rumbo por la ciudad, solo
quería separarme del supuesto Pablo. En algún momento paré y
me di cuenta de que ya no estaba en peligro. Decidí comprar
vendas, tinta y comida y asentarme en una posada. “Quizá ellos
tenían razón, no estoy preparada para esto”. Me rendí y quise
volver a la granja de mis padres.
La ruta parecía fácil, pero no tuve en cuenta el tiempo. Llo-
vió tanto que, aunque encontrara un lugar en el que resguar-
darme, tendría que quedarme allí para no morir del frío. Aun así
salí en la lluvia y me rompí la bota. La única buena parte es esa
cascada que encontré, de alguna forma eso me motivó a seguir.
Mamá hizo como si nada y mis hermanos no dejaron de men-
cionar que no duré más que un mes y medio. Creí que no volve-
ría a poner un pie fuera, pero un día después de releer Viaje al
centro de la Tierra encontré mi diario y lo leí. No sé por qué,
pero me dieron ganas de embarcarme en otro viaje.

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LOS LEIBREGHTS,
por Leticia Baeza Melgarejo

2.º Bachillerato

El sonido de mis tacones tamborileando el suelo es de las


pocas cosas que se escuchan en el pasillo. Mi respiración está
agitada, estoy nerviosa, hasta un poco insegura, mas sé que no
tengo nada que perder, nada que echar de menos, nada que
desear o de que arrepentirme. Hoy más que nunca sé lo que hago,
sé de qué hablo, lo que he visto, lo que he escuchado y presen-
ciado estos últimos meses, y nadie va a frenarme.
Antes de abrir la puerta que me guía al tribunal, un breve
reflejo me hace verme impregnada en el cristal. Mi cabello bien
recogido en una coleta, mi cuerpo tapado por un vestido negro
ajustado, y mi rostro, el cual he intentado mejorar tras tapar mis
ojeras y partes de mi cuello con maquillaje. No reconozco esa
versión de mí que veo en la puerta, por lo que me cuesta un poco
volver a donde me encuentro. Cuando observo que más personas
esperan entrar, accedo a la sala finalmente. Ya hay bastante
gente. Está el fiscal, el juez, varios letrados y unos cuantos tes-
tigos a quienes me limito a ignorar. Excepto a Ivy. Expulso un
poco del aire contenido. Me relaja que ella esté aquí, ya que ha
sido mi único apoyo durante todo este tiempo. Observo una cá-
mara de vídeo en lo alto de la sala cuando me siento junto a mi
abogado.
Minutos después, todo comienza, y una gran capa de neblina
me emborrona la vista y me tapona los oídos. Voces, nervios,
ansiedad. Intento mantenerme aquí, pero se me hace compli-
cado. Tan solo escucho varios golpes provenientes del martillo

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del juez, o protestas por parte de mi abogado. No puedo llegar a


articular ninguna palabra, no puedo darme la vuelta y ver a quié-
nes tengo a pocos metros, a quién tengo a pocos metros de mí.
Pasa el tiempo y a mi mente le cuesta asimilar las personas que
veo en el estrado, pero, poco después, unas palmaditas en el
hombro de la persona que tengo al lado me hacen saber que todo
va bien.
—Es tu turno —me indica mi abogado.
Es la hora.
Trago saliva y me levanto del asiento.
Las piernas me tiemblan y me limito a no caerme hasta que
no llegue a declarar, detrás de un micrófono. Al llegar, lo aco-
modo a mi altura y escucho hablar con atención al juez por pri-
mera vez desde que he entrado.
—Llamo a declarar a Hailey Jackson, debido al caso de agre-
sión, violencia verbal, intimidación y una serie de ataques de pá-
nico causados por presencias de asesinato realizadas por el señor
Leibreghts —anunció solemnemente.
Y, en ese momento, nuestras miradas se encuentran, y siento
que lo hacen como la primera vez que nos tuvimos cerca, tan
cerca que distinguí sus pupilas ébano del color de sus ojos mar-
fil. Me dedica una maldita sonrisa, como si esto fuera algo di-
vertido para él, como si lo estuviera disfrutando como un ende-
moniado sádico.
Si hubiera sabido las interminables consecuencias físicas y
mentales que iba a tener la convivencia de esa familia cerca de
mi casa, jamás hubiera sido amable con ellos, jamás hubiera
dado mi brazo a torcer para crear una buena relación y jamás
hubiera permitido regalar mi intimidad a uno de ellos. ¿Pero

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quién pensaría que detrás de tanta perfección existiría el mismí-


simo infierno? ¿Quién pensaría que aquella familia confiable,
llena de belleza y cordialidad fuera una pura apariencia?
Observo el cabello dorado de Blair desde lejos, la mirada fría
de Jared, los ojos apagados de las gemelas, el pelo cobre de Nat-
han igual al de su madre y las marcadas ojeras de Hayden, que
aun así no consiguen opacar su atractivo.
Trago saliva, esperando el interrogatorio. Sin embargo,
acabo siendo consciente de que, muy a mi pesar, la salud mental
ha podido conmigo y de que, realmente, me encuentro yo misma
hablando sola frente a mi espejo.

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LA LLAVE DEL TRIUNFO,


por María Balsalobre Real

4.º ESO

Un día radiante de primavera a María le dieron una noticia


impresionante que la hizo emocionarse mucho: a ella y a sus
amigas las escogieron para bailar en uno de los carnavales más
importantes del mundo. ¡Se iban a bailar a los carnavales de
Francia!
María estaba muy emocionada cuando se enteró de esta mag-
nífica noticia, pero a la misma vez estaba muy nerviosa por la
presión que se venía encima esos dos días haciendo lo que más
le gustaba, ya que iban a ser dos días muy intensos y duros. Cada
día que pasaba hasta que llegase el gran día de partir a los car-
navales de Francia era más intenso para María.
Llegó el gran día. María y todas sus compañeras empezaron
a preparar las maletas para viajar hasta Francia, tenían que lle-
varse muchas cosas…
A las 23:00 tenían que estar en la parada de autobuses para
esperar al bus que las llevaría rumbo a su destino, tuvieron que
estar veinte horas en ese autobús, pero el problema llegó cuando
cayó la noche…
María comenzó a escuchar ruidos extraños que venían de la
parte trasera del autobús. Por un momento pensó que era su pro-
fesor de baile que estaba respirando fuerte , ella se giró para atrás
y no veía nada, estaban las luces del autobús apagadas. Como no
vio nada, no se preocupó. A la mañana siguiente se despertaron
todas en el autobús reventadas de sueño, sobre todo María, que

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no pudo dormir casi nada esa noche, ya que había estado escu-
chando ruidos extraños y, aparte, había dormido en una muy
mala postura. Pararon en un área de servicio cerca de su destino
para estirar un poco el cuerpo, ya que ya eran veinte horas meti-
dos en ese autobús, y también para desayunar.
Llegaron al hotel y les dieron quince minutos para ducharse
y arreglarse. Salieron a dar una vuelta por la magnífica y mara-
villosa ciudad y fueron a cenar. A María y a sus amigas no les
gusto nada, ya que todas estaban acostumbradas a la comida tra-
dicional de España y fue un cambiazo impresionante en ese as-
pecto, porque la primera noche en el restaurante les pusieron
mezclas bastante raras, pues todas las comidas llevaban pollo y
eso a ellas le resultó bastante raro, pero eran costumbres de ese
lugar de Francia.
Al día siguiente amaneció soleado y se fueron supertem-
prano a peinarse, maquillarse y ensayar en el escenario en el que
iban a bailar. Por la tarde, unos minutos antes de salir al escena-
rio, a María le dio un pequeño ataque de nervios, ya que en ese
mismo instante valoró y se dio cuenta de todo lo que estaba vi-
viendo ese fin de semana. Por un momento valoró todo lo que
estaba viviendo, y eso es lo que le dio fuerzas para salir a actuar
y hacerlo genial y superbién. Todas acabaron agotadas, cayeron
rendidas en la cama del hotel.
Llegaba el último día. El tiempo no ayudaba mucho, ya que
estaba lloviendo y estaban a punto de suspender el desfile de la
gran ciudad por los altos niveles de lluvias, pero ni la lluvia ni el
aire pudieron con ellos. En el último momento, que fue cuando
los avisaron de que sí iban a actuar, salieron con un frío increíble
e insoportable. María y su compañera de fila, Claudia, estuvie-
ron a punto de tirar la toalla por el frío que hacía y el aire que se
movía por las calles de la ciudad, pero nada ni nadie pudo con
ellas: se armaron de valor por segunda vez y lo dieron todo.

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Después de toda la resaca emocional que resultó ese magní-


fico fin de semana para esta gran academia de danza, se sintieron
muy orgullosas del trabajo que habían hecho, y este carnaval in-
ternacional fue la llave para la puerta de muchos proyectos que
estaban por venir.

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LA DAMA DEL VIENTO,


por Álex Parra Mayo

1.º Bachillerato

Florencia… Un lugar maravilloso, espectacular…, lleno de


árboles altos y frondosos formando esos inmensos bosques
donde la naturaleza presume de sus perfecciones, rodeados de
un gran prado verde reluciente a la luz del sol. Un placer visual
para cualquiera que decide acampar y pasar un rato agradable en
estos sitios acompañado de amigos o familiares. Pero siempre se
ha dicho que las cosas buenas van unidas a las desgracias, los
temores o los terrores…
—Pff…, sí que te enrollas para contar una leyenda, Lucas —
una voz de una joven mujer corta la narrativa, escuchándose des-
pués una risa colectiva que arruina el ambiente de incertidumbre
que se estaba formando.
—Dios…, si tan profesional eres, querida María, ¿por qué no
lo haces tú? Yo no era el que estaba llorando con que este sitio
da mucho miedo de noche… —otra voz joven y masculina res-
ponde a la chica, y otra vez más, se escucha una risa colectiva,
con un poco de vacilación por medio.
—¡En ningún momento he llorado! Solo decía que no debe-
ríamos estar aquí. Te recuerdo que los guardias nos dijeron que
deshiciéramos nuestras tiendas y nos fuéramos cuando cayera el
sol…, y aquí seguimos, como unos imbéciles.
—¡Ni que fuésemos los únicos! ¡Había otro grupo que tam-
bién se iba a quedar hasta el amanecer! —otra voz masculina,
más aguda que la anterior, respondía a la chica, pero la voz de

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Lucas sonó de nuevo, cortando la discusión—. Bueno, ¿pero vas


a mostrarnos cómo de bien cuentas historias o no?
—Que sí, que sí —la chica se levantó de aquel tronco roñoso
tirado en donde estaba sentada, dirigiéndose a donde estaba el
chico—. No hace falta que muestre nada, pero bueno. Levántate
—acto seguido, el chico se levantó de un salto, dejando el sitio
libre para aquella chica, que ahora se encontraba siendo obser-
vada por siete jóvenes, de más o menos la misma edad, alrededor
de una pequeña fogata en donde algunos se acurrucaban cerca
para evitar el frío de esa oscura noche. Se sentó y, con la linterna
del móvil, se iluminó desde el mentón, comenzando a hablar—.
Prestad atención, porque esta historia va a ser un poco larga…

Cuenta la leyenda… que por estos hermosos lares de Floren-


cia, vivía una bella damisela, guapa, esbelta…, famosa por su
extrema belleza y elegancia, bien cuidada, aunque muchos no
supieran mucho de ella. Era la envidia de toda mujer y deseo de
cualquier hombre, pero también ruina para los que se cruzaran
con ella.
Esta dama, desdichada por el destino, tuvo que pagar su gran
belleza con una vida pobre y miserable, sin dinero, sin amigos…
Sus padres eran los únicos que la mantenían con la moral en alto
y el estómago lleno, a duras penas, quedándose ellos muchas ve-
ces sin comer por días. Esto al principio iba perfecto, creciendo
la muchacha sin problemas, hasta que, sin poder resistirse a los
mandatos del destino, quedó huérfana a los dieciséis años.
No tuvo más remedio que vivir como callejera, pidiendo li-
mosna y trozos de pan a aquellos que pasaban cerca de ella, y
cuando lo hacía, sufría insultos, burlas e incluso agresiones,
odiando cada vez más a la gente del pueblo.

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Un día, sentada en la calle, exhausta, hambrienta y sin fuer-


zas ni para levantarse, miraba embobada el mercado del pueblo,
la ropa, la comida…, donde la gente compraba feliz, sin más
preocupaciones que saber cuál era el mejor precio. Se encon-
traba perdida en sus pensamientos, hasta que unos gritos la hi-
cieron despertar, escuchando, además, unos pasos que se iban
acercando cada vez más a ella. ¡Al ladrón!, ¡al ladrón! ¡Cojan
a ese ladrón!
Esta giró la cabeza y en unos segundos vio cómo pasaba en-
frente de ella una silueta negra, veloz como un rayo, capaz de
hacer que el viento pudiera acariciar su rostro. No dio tiempo a
procesar qué estaba pasando pero, por gracia divina, vio de esta
silueta caer dos manzanas, rojas y relucientes, y, sin dudarlo, la
chica se abalanzó hacia ellas. Con las manzanas en el pecho, los
ojos llorosos de incredulidad y con espasmos de alegría, vio
cómo la silueta se iba alejando, desvaneciendo entre la gente,
siendo ahí cuando la chica se enamoró…, no de la silueta, sino
del robo.
A medida que iba creciendo iba aprendiendo distintas técni-
cas para robar y, en consecuencia, de huida. Robaba de todo:
comida, ropa, complementos, dinero… Era muy profesional, se-
ria con su trabajo y dedicada, muy habilidosa, pues fluía y dan-
zaba como si del viento se tratase, robando con facilidad, y muy
feliz cuando veía cómo la gente se iba arruinando. Robaba como
si de respirar se tratase. Pasó de una vida catastrófica, a una de
media clase en menos de cinco años.
Por todo el pueblo se hizo popularmente conocida tanto esta
mujer, bella, alta, firme y acomodada, como aquella persona que
se ha dedicado a robar a la gente durante los últimos años y que
nadie fue capaz de encontrar. No fue hasta que, en uno de estos
días de ladrona, ella estaba planeando su siguiente robo, hasta

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que se chocó con un hermoso hombre, corpulento y también adi-


nerado. Al verse estos dos, cayeron locamente enamorados el
uno del otro. Pasaban los días y se iban conociendo, queriéndose
más y más, hasta llegar al punto de casarse. Pero la mujer, aun
habiendo conocido a este caballero, al amor de su vida, se sentía
extraña. Era feliz, sí, pero echaba de menos uno de los placeres
que llevaba disfrutando desde que era joven. Un placer que ya
formaba parte de ella y era incapaz de liberarse de él.
El placer de robar. El placer de ver gente rica arruinarse por
sus robos. Eso nadie era capaz de dárselo, o eso es lo que creía.
Por ello, siguió robando siempre que podía, aunque ya no fuese
lo que era antes, ya que el amor de aquel hombre la hacía ser
menos habilidosa, más distraída, más querida, y eso perjudicaba
hasta su noción del tiempo.
Por culpa de esto, un día, fue descubierta por su marido y sus
amigos robando en una caseta. Asustada, solo pudo confiar en
que su marido la perdonaría, protegería y cuidaría, pues estos se
querían y amaban demasiado, pero fue todo lo contrario. El ma-
rido no podía creer que su mujer era aquella ladrona que tanto
tiempo había estado perjudicando a todos y, por miedo del qué
dirán, abandonó aquel amor superficial que sentía por la mujer
y decidió contárselo a todo el mundo, corriendo la noticia como
la pólvora.
El pueblo, lleno de ira por las muchas familias y negocios
que fueron arruinadas por la mujer, decidió ir a por su cabeza, y,
con ayuda de muchos, la secuestraron, la metieron en un saco y
fueron en dirección al gran lago de Florencia. La mujer peleaba
por salir del saco, pero la fuerza del pueblo era mucho mayor y,
en pocos segundos, pudo sentir como era lanzada al agua.

Cuenta la leyenda… que a día de hoy, cerca del lago de Flo-


rencia, a ciertas horas de la noche, se pueden escuchar gritos
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ahogados de desesperación, mezclados con el viento típico del


bosque, marcando el ansia de la ladrona por seguir viviendo…
y…, si eres lo suficientemente desgraciado y estúpido como para
rondar por estos lugares a estas horas, serás capaz de toparte con
el espíritu de esta mujer traicionada por el amor y, a la misma
velocidad y delicadeza, como si de una brisa se tratase, te robará
tu pequeño y palpitante corazón…, matándote sin compasión.

—Con… con el lago, ¿te refieres al que tenemos cerca?...


No, ¿verdad? —la voz de uno de los jóvenes suena tras finalizar
la historia, con un tono atemorizado, intentando disimularlo.
—No lo sé… ¿Hay más lagos en Florencia? —responde Ma-
ría de forma burlesca.
—¡Pues claro! ¡Debe de haber más! —otra voz femenina res-
ponde, casi gritando.
—Creo que sí que nos tendríamos que ir, ¿verdad? —añadió
uno de los chicos, que también se encontraba un poco incómodo.
Mientras los jóvenes, atemorizados, intentaban reincorpo-
rarse tras esta historia, en los arbustos, lejos de la fogata, en mi-
tad de la oscuridad, se podía escuchar movimiento, pasos, ramas
partirse… Esto hizo que todos los jóvenes se pusieran en alerta,
sin dejar de mirar a la oscuridad, poco a poco haciéndose los
ruidos más y más sonoros, hasta que uno de los jóvenes, Lucas,
no pudo aguantar más con la tensión.
— ¡¡¡Corred!!!
Todos empezaron a correr fuera de la zona de acampada, en
dirección a la salida del bosque, sin mirar atrás, atemorizados
por morir esa noche.
Por otro lado, del arbusto de donde provenían los sonidos,
salió otro joven, con una botella en la mano, procedente de otro
grupo de acampada que venía de visita para ver si alguien se unía

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a ellos en la fiesta, pero quedó dudoso al ver que ese lugar ahora
estaba solitario, aun habiendo una hoguera encendida.

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UN CUENTO REAL PERO DISTINTO,


por María Baño Fernández

2.º Bachillerato

Érase una vez allá por el Norte en lo más alejado del mundo,
que vivía una familia real. La reina estaba embarazada de 37 se-
manas, cuando, de repente, una noche cualquiera rompió aguas.
Se asustó y llamó al rey, el cual, al ser padre primerizo, igual que
su mujer, no sabía muy bien lo que tenía que hacer, así que pidió
un carruaje y ambos se dirigieron hacia el hospital.
Una vez allí, al ser unas personas muy importantes, los man-
daron rápidamente a una habitación con camilla. Fue un parto
con muchas complicaciones y a la reina le tocó morir. El padre
lloró desconsoladamente los siguientes días. Y, por si fuera
poco, el príncipe, al haber nacido tres semanas antes de lo pre-
visto, tenía que quedarse dos semanas en la incubadora para ser
vigilado y sometido a varias pruebas.
La familia real fue a visitar al pequeño príncipe y a acompa-
ñar al rey en esos momentos de dolor por la pérdida de su mujer,
pero a la vez de alegría por la llegada de su primer hijo al mundo.
El rey no podía quedarse todas las horas de cada día allí con su
pequeño bebé, ya que este tenía que estar en una zona segura y
especial. Pero el rey iba todos los días cada dos horas a verlo y
a asegurarse de que todo iba bien. Por otra parte, también tenía
que organizar el funeral de su querida mujer, la reina. Lo tuvie-
ron que retrasar por el nacimiento del príncipe, pero a las dos
semanas, cuando le dieron el alta al bebé, fue el funeral de la
reina.

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Después el rey, para ser padre primerizo, se las arregló muy


bien, entre lo mucho que quería a su hijo, la delicadeza con la
que lo cuidaba para que no le pasara nada y la ayuda de todas las
personas que trabajaban en el castillo y su familia, al príncipe no
le faltó de nada durante toda su infancia.
Llegó el décimo octavo cumpleaños del príncipe, justo un
mes después de enfermar su padre, por lo tanto él tendría que
pasar a ser el rey y seguir con el reinado. Pero no fue nada fácil,
aunque el rey sí que estaba de acuerdo porque él ya sabía que no
iba a mejorar, solo a empeorar. Aun así, la gente no quería que
dejase el reinado y lo pasara a su hijo, ya que decían que el rey
todavía no había muerto. Sin embargo, en aquel entonces la úl-
tima palabra la tenía el rey y él ya había tomado la decisión y,
aparte de su enfermedad, quería ver a su hijo siendo rey. Así que
en el mismo cumpleaños el pequeño príncipe se convirtió en rey
y tenía todo el poder en sus manos. Ese día estuvo muy nervioso,
pero también lo disfrutó muchísimo con los más cercanos. Más
tarde, el rey fue creciendo, cometiendo errores, aprendiendo y
mejorando en todos los sentidos.
Y por fin llegó el día en el que conoció a su futura mujer,
reina y madre de sus hijos. Fue un día normal, él fue al mercado
en busca de un objeto antiguo y ella era una mujer normal que
trabajaba en el mercado. Se fueron conociendo y, aunque eran
de mundos muy distintos, tenían muchas cosas en común y se
entendían muy bien. El rey le pidió matrimonio y organizaron
una gran boda, la mejor hasta ese entonces, ya que fue todo el
mundo, porque ellos eran de mundos distintos. Se mezclaron las
clases sociales más bajas con las más altas y no faltó ningún de-
talle.
Al tiempo tuvieron su primer hijo, que fue una niña llamada
Emma; luego, su segunda hija, llamada Vega; y, por último, su

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hijo Martín. Pero entonces surgió un problema, y es que lo nor-


mal era que el príncipe fuera el primer hijo que se tiene y no una
princesa, así que los reyes cambiaron esa norma, ya que no solo
su primer hijo había sido una niña, sino que el segundo hijo tam-
bién. La cambiaron para que Emma pudiera gobernar.
Ya no quedaba ningún problema pendiente y todo estaba so-
lucionado, tampoco había ningún villano que quisiera fastidiar-
les ni nadie que les odiara, así que en esta familia real sí que
fueron felices y comieron perdices.

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SOCIEDAD DISTÓPICA INSPIRADA EN LA DOC-


TRINA DEL ETERNO RETORNO DE NIETZSCHE,
por Elena Asensio Giner

2.º Bachillerato

En una sociedad oculta tras las sombras de un futuro no muy


lejano, la humanidad ha sido sometida a un ciclo perpetuo de
existencia, una reiteración de la vida tal y como la conocemos.
Eren Meyer, un individuo cuya conciencia ha despertado en este
mundo distópico, se encuentra atrapado en esta espiral infinita
de repetición. A diferencia de sus vecinos, Eren es consciente de
la naturaleza cíclica de su existencia.
Vivir una y otra vez sus malas acciones, como cuando le puso
los cuernos a su novia del instituto, las tragedias y pérdidas de
algunos de sus familiares y amigos, los momentos de injusticias
sociales que presenció y le llevaron a perder un poco la fe en la
humanidad, hicieron que la vida de Eren se convirtiera en una
carga insoportable. Rodeado de rostros con indiferencia, con-
templa cómo la ciudad parece un laberinto sin salida.
Ante esta desesperación, Eren se envuelve en una búsqueda
para romper el ciclo. Busca en libros antiguos y en los rincones
olvidados de la ciudad cualquier indicio que pueda revelar la
clave para su liberación. Sin embargo, cada intento termina en
fracaso, y cada fracaso lo sumerge más en el abatimiento.
Una noche, mientras pasea sin rumbo por las calles vacías,
Eren encuentra un destello de iluminación, las palabras de un
viejo filósofo resuenan en su mente: Hay que tener un caos den-
tro de sí para dar a luz a una estrella danzante (Nietzsche: Así
habló Zaratustra).

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Eren comienza a contemplar la posibilidad de que la libertad


no resida en escapar del ciclo, sino en abrazarlo.
A partir de ese momento, Eren decide vivir cada repetición
de su vida con una perspectiva renovada. Comienza a apreciar
los pequeños detalles, las sutiles variaciones en el día a día que
antes ignoraba. La sonrisa de un niño, la calidez de un abrazo de
su madre, cómo aparece el sol por la mañana y cómo se esconde
cayendo la tarde; momentos que, aunque destinados a repetirse,
son únicos en su esencia.
Con cada ciclo, Eren aprende a apreciar los momentos de do-
lor y fracaso, en los que encuentra fortaleza y que lo han llevado
a ser quien es, y agradece los instantes de felicidad. La acepta-
ción se convierte en su mantra, una fuente de poder que lo libera
de las cadenas del deseo de escapar.
Finalmente, Eren Meyer ya no busca romper el ciclo. Siente
una profunda satisfacción por tener la posibilidad infinita de ex-
perimentar la vida en toda su complejidad y belleza, convir-
tiendo lo que creía una maldición, en una elección, superando
todos los baches del camino y experimentando la felicidad en el
proceso.
En esta distopía, Eren Meyer se convierte en un símbolo de
resistencia, no luchando contra el sistema, sino encontrando li-
bertad dentro de sus confines a través de la aceptación y el amor
por la vida en todas sus formas.

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LA ANOMALÍA,
por Jorge Olmedo Quirós

4.º ESO

Un viernes cualquiera al salir del instituto nos dimos cuenta


de que algo no estaba como tenía que estar, las casas no estaban
donde tenían que estar, los caminos eran más largos de lo nor-
mal, pero no le di importancia hasta que llegué a casa y vi que
mis llaves no abrían ninguna puerta.
Llamé al timbre y me abrió un desconocido, y ahí me di
cuenta de que no estaba donde tenía que estar. Fui a casa de un
amigo y cuando llamé la puerta y me abrieron, resultó que mi
amigo ahora tampoco vivía ahí. En ese momento ya me empecé
a asustar y no sabía qué hacer, me senté y empecé a pensar qué
hacer y qué estaba pasando. Pensé que estaba en un universo
idéntico de forma pero que las cosas no estaban iguales.
Después de estar un buen rato pensando decidí ir a la policía
a preguntar dónde vivían mis padres, ya que me había perdido,
y me dijeron que no había nadie con esos nombres en España, y
en ese momento sí que me agobié, ya que tenía muy poco dinero
para poder sobrevivir y no tenía a nadie que me pudiera ayudar.
Después de la desesperación, respiré hondo, me relajé y em-
pecé a andar en busca de algo, así que fui a comer algo, ya que
acababa de salir del instituto y era tarde. Estando en el restau-
rante, vi en las noticias que un científico había descubierto que
en una línea temporal había una anomalía y que había que en-
contrar alguna manera de solucionar esa anomalía para que no
hubiera ningún evento no deseado. En ese momento me di
cuenta de que en esa línea del tiempo, como la llaman ellos, van

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bastante más avanzados, porque cómo iban a poder saber que


hay varias líneas del tiempo.
Entonces en ese momento me di cuenta de que tenía que bus-
car a ese científico para que me ayudara a volver a mi línea del
tiempo. El científico estaba en la otra punta del país, así que si
quería volver tenía que recorrerme todo el país para poder vol-
ver, no tenía dinero para poder ir, así que se me ocurrió intentar
llegar con los camioneros que se fueran moviendo por el país e
intentar llegar allí. Después de dos largos días conseguí llegar,
así que ahora me tocaba buscar el lugar exacto de donde estaba
el científico, que trabajaba en una nave en un polígono industrial
en un pueblo muy pequeño.
Cuando llegué a la nave, estuve hablando con el científico y
me dijo que había que buscar dónde había uno de esos agujeros
temporales para que pasara por el agujero y volviera a mi línea
temporal. Estuvimos una semana buscando y al final dimos con
uno de ellos, fuimos donde debería estar el agujero, estaba en
medio del campo, así que cuando llegamos pasé, y pasó de estar
de día a estar de noche, y en ese momento me tocó viajar de
nuevo todo el país para volver a mi casa. Volví de la misma ma-
nera, con los camioneros, y cuando llegué y llamé al timbre, me
llevé una gran sorpresa…, y es que habían pasado diez años en
mi línea temporal mientras yo estaba en la otra línea temporal.

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AMORES QUE MATAN,


por Mónica Gómez Puche

1.º Bachillerato

En los inmensos salones del castillo de Edimburgo, la du-


quesa Elizabeth de Arundel, una chica joven con una belleza im-
presionante y con mucho carácter, estaba reunida con sus padres,
que le avisaron de que, antes de que cumpliera los veinte años,
debía casarse.
Son muchos los jóvenes que fueron cortejándola a lo largo
de los años: príncipes, condes, duques, etc. Sin embargo, la jo-
ven no se conformaba con ninguno.
Faltaban ocho meses para su vigésimo cumpleaños. Con toda
la presión que le metían sus padres, esa tarde decidió ir a la bi-
blioteca a despejarse. Al cabo de una hora y media aproximada-
mente un chico fuerte, apuesto y guapo se sentó en frente de ella
y en un instante que cruzaron sus miradas Elizabeth quedó per-
pleja, de repente esa llama en el corazón se encendió de un mo-
mento a otro. Todo el tiempo restante se la pasaron echando mi-
radas y risas coquetas hasta que llegó la hora de volver a casa.
Cuando Elizabeth estaba a punto de salir por la puerta notó cómo
una mano cálida la sujetaba impidiéndole salir, al girarse vio que
era el chico que se había sentado enfrente. El joven apuesto se
presentó como Alexander de Vidal y le preguntó si le gustaría
quedar para tomar té. Elizabeth respondió tímida con un sí y se
fue con una sonrisa de oreja a oreja a su gran castillo.
Pasaron los días y Elizabeth solo podía pensar en aquel chico
tan guapo, hasta que llegó el día de la cita. Ella iba vestida con
un precioso vestido rosa con un encaje de color oro. Al llegar al

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lugar vio a su amado con una mirada perdida buscándola;


cuando por fin la vio, se le dibujó una sonrisa encantadora en el
rostro.
Iban pasando los meses y cada vez Alexander era más cer-
cano a Elizabeth, y un día de primavera le pidió matrimonio.
Todo el mundo estaba emocionado por la gran boda que se iba a
celebrar, los padre de Elizabeth estaban encantados con el joven
y sabían que su hija iba a estar en buenas manos toda su vida.
Conforme se acercaba la boda Elizabeth empezó a ver cosas
sospechosas en su amado. Por ejemplo, las salidas nocturnas que
hacía a las tantas de la madrugada, hasta que llegó un punto en
que la joven se cabreó y fue a preguntarle qué hacía, si tenía
alguna amante. El joven, con cara de asombro, se negó a respon-
der, hasta que finalmente ella le dijo, saliendo por la puerta, que,
si no contestaba, se olvidara de la boda y de ella. El joven rápi-
damente la agarró y le suplicó que, por favor, no lo dejara.
Alexander le reveló que él era un espía y que su misión era
infiltrarse en la aristocracia y acabar con la familia de la duquesa
para debilitar a la corona. Al escuchar eso la joven, rompiendo
en lágrimas, le reprochó todo: que entonces lo de estar enamo-
rados, la boda, etc., todo era una farsa.
El joven le afirmó que la primera cita si fue planeada, no
obstante, en todos esos meses de conocerse se había enamorado
locamente de ella, de su belleza, de su carácter, de su valentía y
de su inteligencia. Lo de casarse no estaba en ningún plan, él la
quería de verdad, por eso tantas salidas nocturnas, lo que él in-
tentaba era dejar la misión y también dejar de ser espía.
Ella confió en él y siguieron como si nada hubiera pasado.
Llegó el día de la boda. Esos últimos meses habían sido ge-
niales, Alexander dejó de salir por las madrugadas y la relación
iba perfectamente.

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Se iban a casar en una gran catedral. En los asientos delante-


ros se situaba la familia de Elizabeth; sin embargo, entre toda la
multitud que había no se encontraba ningún miembro de la fa-
milia de Alexander.
Llegó el momento. El joven se encontraba de pie en frente
del altar, mientras contemplaba cómo poco a poco se acercaba
su amada con un vestido blanco de seda, parecía una princesa de
cuento, su cara brillaba de lo guapa que iba y él no podía evitar
que se le cayeran las lágrimas de emoción.
El sacerdote le hizo la pregunta a Elizabeth de que si quería
a Alexander como esposo y la respuesta fue un sí rotundo de la
joven; luego, le preguntó al muchacho y, de repente, su cara em-
pezó a perder brillo, sacó un arma de fuego de sus pantalones y
empezó a disparar a los invitados y a la familia de la duquesa.
Una vez se había encargado de que nadie saliera vivo de aquella
iglesia, se giró hacia Elizabeth. Ella, impactada por lo que había
presenciado, no se podía mover y empezó a gritarle mentiroso,
asesino…
Rápidamente, calló a la joven de un disparo y se fue de la
catedral dejando atrás la tragedia que había formado.

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UNA FAMILIA CON ENVIDIA,


por Ana Adán García

2.º Bachillerato

¿Sabéis eso que se dice de que en las familias siempre hay


hijos, nietos o sobrinos a los que quieren más que otros, o a los
que simplemente les tienen más cariño o que caen mejor, por lo
que los tratan mejor que al resto? Esto es lo que sucedía en mi
familia por parte de padre desde que nací. Mi familia está for-
mada por quince personas: mis dos abuelos, seis tíos, mis padres,
la primera nieta, yo, y mis hermanos menores, que eran dos. Yo
soy Daniela y soy la segunda.
Todo esto empezó cuando mi tía dio la gran noticia de que
estaba embarazada y toda la familia estaba muy emocionada, ya
que por fin iba a comenzar la siguiente generación después de
veintidós años. Mis abuelos hicieron una fiesta para celebrarlo,
compraron un montón de fuegos artificiales y lo celebraron a lo
grande durante todo el fin de semana: su primera hija iba a tener
un bebé.
Ya estaban mirando para comprar todo lo necesario cuando,
un mes después, mi madre, casada con el segundo hijo de mis
abuelos, dio la noticia de que también estaba embarazada. Todo
el mundo se alegró mucho, pero mi abuela y mi tía embarazada
no lo parecieron tanto, al contrario, les sentó hasta mal, ya que
su hija y primera nieta no iba a tener el protagonismo que mere-
cía porque iba a ser la única nieta solo un mes. Pasaron los meses
y mi abuela siempre estaba más pendiente de mi tía que de mi
madre, se preocupaba más, hasta le dieron dinero a escondidas.
La cosa fue a peor cuando nosotras nacimos.

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En febrero nació mi prima, y un mes y pocos días después,


yo. De bebé no me di cuenta, pero conforme fui creciendo vi las
cosas que, hoy en día, treinta años después, siguen pasando.
Cuando era pequeña y jugaba en casa de mi abuela con mi
prima, a ella siempre le decía lo guapa, lo bien vestida que iba,
lo lista que era, ella siempre era a la que le pedía ayuda, y así
con todo. Por otro lado, en casa de mi tía, cuando iba a jugar,
siempre me hablaban con un tono de superioridad, e incluso una
vez mi prima y yo estábamos saltando en la cama y, al vernos,
mi tía vino hacia mí y me pegó una bofetada y nos dijo que eso
no se hacía, aunque a mi prima nunca le pusieron una mano en-
cima.
Aun así, yo nunca sentí ninguna clase de celos hacia ella, ya
que el resto de la familia nos trataba igual a ambas. También que
teníamos la misma edad, íbamos al mismo colegio, nuestro
grupo de amigas era el mismo y, al final, éramos inseparables,
ya que siempre estábamos juntas.
Cuando llegamos a la adolescencia, mi tía ya actuaba como
los demás, y me trataba bastante bien, también es cierto que mi
madre había tenido dos hijos más y, al haber habido otros bebés,
la atención en su hija y en mí ya no era la misma al ser mayores,
pero mi abuela seguía comparándonos y con comentarios muy
hirientes, sobre todo con el físico. Estando en Bachillerato, una
vez mi prima y yo sacamos la misma nota en un examen, era
bastante alta, y el profesor nos felicitó e incluso dijo bien alto:
“Las primas Martínez han tenido las notas más altas”, a lo que
mi abuela contestó que seguro que yo me había copiado de mi
prima. Yo quería mucho a mi abuela, pero esos comentarios me
hacían mucho daño, ya que yo veía que nunca era suficiente.
Finalmente, ella tuvo un ictus y eso hizo que se volviera muy
resentida y desagradable. Yo estudiaba todavía, pero mis tías me
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ofrecieron un poco de dinero si por las tardes iba a cuidar de mi


abuela, a darle las pastillas y a acostarla. Accedí, y con los meses
me empezó a tratar muy mal, hasta que un día le dije que no
podía darle otro dulce porque tenía el azúcar alto. Ella respondió
que yo nunca había sido su nieta, ni tampoco mis hermanos, que
su única nieta de verdad era mi prima. Yo me levanté y conforme
terminó la frase la apuñalé con un cuchillo y la maté.
Según la policía, alguien había entrado a robar y yo la encon-
tré allí cuando fui a darle las pastillas.

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EL COMIENZO DE UNA ESTRELLA,


por Marco Sánchez Dólera

4.º ESO

En 2015 un joven llamado Diego decidió probar un nuevo


deporte, ya que el fútbol no le gustaba mucho y decidió probar a
jugar baloncesto, ya que tenía una gran altura para su edad y eso
lo haría destacar entre los demás.
Diego, al ver que le gustaba el baloncesto, empezó a entrenar
diariamente, y tres meses después, al cumplir los quince años,
empezó a ir al gimnasio, trabajando en su físico, resistencia y
técnica de salto. Con el paso del tiempo empezó a llamar la aten-
ción de muchos equipos que veían que anotaba bastantes puntos
en el equipo de su pueblo.
Gracias a su gran talento y sacrificio por el baloncesto, co-
menzó a recibir ofertas de varios de los equipos interesados en
él y esos equipos eran de mayor nivel. Diego decidió aceptar la
oferta de un programa de alto nivel, el cual le obligaría a mu-
darse a Estados Unidos para poder estar con los mejores entre-
nadores a su disposición y tener más competencia para que no
fuera tan fácil para él.
En los siguientes años Diego se dedicó por completo al ba-
loncesto. Entrenaba duro y veía muchos partidos, siempre tra-
tando de mejorar su juego. Tuvo un crecimiento impresionante
como jugador. Desarrolló una gran habilidad para anotar puntos
fácilmente. Entre eso y que tenía un físico privilegiado, se con-
virtió en un líder en la cancha.

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A medida que pasaban los años Diego mejoraba cada vez


más y más, y cuando llegó a los diecinueve años se encontraba
en su mejor nivel de baloncesto. Había ganado bastantes premios
y reconocimientos como jugador, tanto premios nacionales
como internacionales. Muchos lo consideraban como una futura
estrella.
Sin embargo, Diego sabía que aún tenía un largo camino para
aprender y mejorar. Él quería llegar a lo más alto del baloncesto
profesional. Con trabajo y sacrificio se preparaba para dar el
salto al siguiente nivel, listo para aceptar cualquier desafío con
tal de conseguir su sueño.

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JUAN Y EL INVENTOR,
por Miguel Ángel Cava Prieto

1.º Bachillerato

En un viejo pueblo, durante la Edad Media, vivía un pequeño


campesino llamado Juan. Un día, después de estar jugando por
un buen rato, fue a sentarse a la sombra de un árbol para descan-
sar un poco. Mientras descansaba, le deslumbró un pequeño ob-
jeto que parecía moverse por el suelo y quiso acercarse para ver
qué era. Parecía ser un animal, pero no se veía como ningún ani-
mal que hubiera visto Juan antes. Tenía dos grandes ojos salto-
nes, su cuerpo era de un color cobrizo y tenía un brillo metálico,
además de tener cuatro patas puntiagudas y dos especies de bra-
zos que acababan en pinzas de color dorado.
La criatura, al percatarse de que Juan la estaba viendo, se
asustó y empezó a huir lo más rápido que podía, pero a Juan le
asombró tanto la criatura que la fue siguiendo. Poco a poco se
fueron alejando del pueblo, hasta que llegaron a una extraña ca-
baña. Era una cabaña pequeña que parecía estar hecha de piedra,
pero en ella resaltaba la puerta. Tenía una puerta grande y metá-
lica, en la cual se podía ver marcado un pequeño círculo en la
parte baja. Al llegar, la pequeña criatura se acercó corriendo a la
puerta. El pequeño círculo pareció abrirse y dejar pasar a la cria-
tura.
Juan, impresionado, se acercó a la puerta para poder verla
bien, pero, en el momento en que se puso enfrente, comenzó a
hacer sonidos extraños y se abrió. Sin creer lo que acababa de
ver, se asomó al interior de la cabaña y vio a la criatura entrando
en una pequeña sala, por lo que decidió seguirla. Parecía ser una

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especie de taller. Las paredes estaban llenas de engranajes y al-


gunas palancas. En el centro había una gran mesa y, sobre ella,
había un montón de herramientas y aparatos extraños. Juan in-
vestigó un poco la sala pero, de repente, se escuchó cómo la
puerta comenzó a hacer ruidos de nuevo. Asustado de que el
dueño de la cabaña pudiera haber llegado, Juan decidió escon-
derse rápidamente debajo de la mesa. La puerta se abrió y desde
allí pudo ver cómo entraba un hombre joven y alto. El hombre
vestía una camisa blanca y un pantalón marrón; además, llevaba
un pequeño sombrero de copa en el cual tenía enganchadas un
par de gafas de soldador. Al entrar, el hombre se dirigió a la sala
en la que estaba escondido Juan, se acercó a la mesa y comenzó
a toquetear algunas piezas. Entonces se le cayó una, y cuando se
agachó a recogerla vio al pobre Juan asustado bajo la mesa. «Sal
de ahí, amigo, que no muerdo», le dijo el hombre. Juan, todavía
con miedo, salió lentamente de debajo de la mesa. El hombre se
presentó ante el niño: «Mi nombre es Miguel, y este es mi pe-
queño taller. ¿Qué haces tú aquí?». Juan le explicó que estaba
persiguiendo a un animal extraño y que al llegar la puerta se
abrió sola. «¿Un animal extraño, dices? Podría ser…», dijo Mi-
guel cuando, de repente, dio dos palmadas fuertes. Al momento,
se vio cómo el animalito de antes llegaba donde estaban ellos
mientras hacía chasquidos con las pinzas. «Él es Clank, es un
amigo mío», dijo el hombre. En ese momento, Juan se percató
de que el cuerpo de Clank en verdad estaba hecho de metal, y
esto, junto a que la puerta se abría sola, hizo que Juan pensara
que Miguel era un mago. Pero cuando le preguntó, este le res-
pondió con algo de enfado: «¡No soy un mago, soy un inventor!
Me dedico a crear aparatos que puedan ayudar a la gente, aunque
nadie los quiera…». Al ver a Juan confundido, el hombre le ex-
plicó que hacía tiempo él vivía muy feliz en el pueblo ayudando
con sus inventos, pero después de su mayor creación lo tacharon

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de brujo y lo quisieron encarcelar. Asustado, tuvo que refugiarse


lejos del pueblo y desde entonces vivió allí solo con la compañía
de Clank. Al ver a Juan un poco triste por la historia, el hombre
decidió cambiar de tema, enseñándole algunos aparatos que te-
nía en el taller. «Mira, Juan, a este lo llamo subevoz, lo hice para
ayudar al pregonero del pueblo: lo que digas por esta boquilla
sonará diez veces más alto por el otro extremo». Juan cogió el
aparato y, al probarlo, su voz sonó tan alto que retumbó por todo
el taller. Ambos se rieron a carcajadas y pasaron a otro aparato.
«A este grandullón lo llamo Music0», dijo el hombre seña-
lando un gran aparato que había en la esquina. En el aparato se
podían apreciar distintos tipos de instrumentos enganchados en
él. «Al colocar una partitura, Music0 comenzará a tocarla sola,
como si fuera una banda de música entera. La hice para animar
un poco las fiestas del pueblo, ya que no van muchos músicos».
Miguel cogió una vieja partitura que tenía y la colocó en la má-
quina. Al momento, la máquina comenzó a moverse y a tocar
una marchosa melodía. Juan no pudo resistirse y siguió el ritmo
de la canción, dando ligeros golpecitos con el pie en el suelo.
Mientras disfrutaban de la música, de golpe se escucharon tres
fuertes campanadas. Juan le preguntó a Miguel qué eran, y él le
respondió que provenían de un viejo reloj y que siempre sonaban
al anochecer.
«¡Ya es de noche! Si llego tarde a casa, mi madre me casti-
gará», exclamó Juan. Se despidió de Miguel y corrió lo más rá-
pido que pudo en dirección a su casa.
Al llegar lo estaba esperando su madre en la puerta. «¿Dónde
has estado hasta tan tarde? Si se puede saber», le dijo la mujer
con tono enfadado. Juan comenzó a explicarle todo lo que le ha-
bía ocurrido. A medida que hablaba sobre el hombre, su madre
parecía extrañarse cada vez más. Pero, cuando Juan comenzó a
hablar sobre el pequeño Clank, la mujer se sobresaltó y le ordenó

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a Juan que entrara a casa. Dentro, Juan pudo ver desde la ventana
cómo su madre comenzaba a llamar a las casas de los vecinos
hasta que todo el pueblo se reunió en la calle. «¡Debimos haber
encarcelado a ese brujo hace mucho tiempo! ¡Primero crea a un
monstruo, y ahora quiere enseñarles brujería a los niños! ¡Vamos
todos a por él!», dijo la madre de Juan dirigiéndose a la multitud.
Juan, dándose cuenta de lo que había provocado, salió de
casa corriendo para avisar a Miguel. Cuando llegó, Miguel ya se
encontraba asomado a la puerta, pues desde su casa se podía oír
a todo el pueblo dirigiéndose hacia allá. Cuando Juan estaba a
punto de explicarle lo que sucedía, todo el pueblo llegó a la vieja
cabaña. Todos estaban furiosos y gritaban: «¡Fuera, brujo!». Y
justo antes de que se abalanzaran sobre el pobre Miguel, el pe-
queño Juan se interpuso en medio. «Miguel no es un brujo, no
me estaba enseñando magia», decía Juan, intentando explicarles.
«Además, él nunca le haría nada malo al pueblo. Siempre quiso
crear aparatos para ayudaros, incluso lo siguió haciendo después
de que le echarais». Toda la gente pareció calmarse un poco y
empezó a prestar atención a lo que decía Juan. «El no creó un
monstruo. Hizo a Clank con el único fin de ayudarle en el taller».
Poco a poco, Juan consiguió calmar al pueblo y enseñarle
que estaban castigando a un hombre inocente. De entre toda la
arrepentida multitud, la madre de Juan se acercó a Miguel y, dis-
culpándose en nombre de todo el pueblo, le pidió perdón. «Te
juzgamos sin pensar y nos arrepentimos enormemente. Desde
hoy eres bien venido al pueblo siempre. Aunque lo entendere-
mos si ya no quieres venir», le dijo la mujer. Miguel, con lágri-
mas de felicidad en los ojos, corrió a abrazar a Juan, agradecién-
dole lo que había conseguido.
Desde aquella noche, Miguel pudo volver al pueblo siempre
que quiso, y pudo hacer lo que más le gustaba.

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EL JUEGO,
por Daniel Robles López

4.º ESO

Érase una vez y a la vez un final… Siéntate, que te cuento mi


historia.
Yo era como cualquier persona normal, estaba haciendo mi
habitual rutina, limpiaba mi habitación, como habitualmente,
cuando empecé a vestirme e ir a “la cárcel oculta” donde voy yo
y un montón de presos de diferentes edades cada mañana para
estar ahí durante cinco o seis horas para que, en cuanto suena un
llamamiento que nos alerta a todos, podamos salir legalmente a
un infierno disfrazado de paraíso, pero mejor empecemos con la
historia.
Empecé con mi rutina matutina habitual, y ya estaba a punto
de salir de casa, pero recordé que tenía un examen muy impor-
tante a primera hora al cual le había echado muchas horas de
estudio, así que no estaba preocupado, pero, de repente, en me-
dio del camino, vi un atajo y, como llegaba tarde, decidí ir por
él para llegar antes. Total, que llego al examen y me quedo en
blanco, pero siempre hay que tener un as en la manga, y ese era
una chuleta bien escondida. La saco y empiezo a…
Es el siguiente día y me informan que he sacado ¡¡un cinco!!
De verdad que no me lo esperaba, estaba muy alegre, pero mien-
tras transcurre el día esa energía de felicidad se va gastando un
poco hasta que termina la mañana. Llego a mi casa, como y me
voy rápidamente a mi mundo de los videojuegos, ya que me han
encantado desde pequeño, y ahí encuentro mi momento de paz

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tanto mental como física, pues ahí nadie me molesta, no me in-


sultan, ni me pegan. Siempre he soñado con poder vivir en el
mundo de un juego, aunque no lo puedo revelar aún, pero iré
dando pequeñas pistas. Pasan las horas, yo me quedo ahí ju-
gando en mi propio mundo que llevo construyendo meses y del
cansancio me quedo dormido.
Al día siguiente me despierto en mi cama, pero noto como
que algo ha cambiado y mientras me despierto caigo: ¡¡Tengo
nuevo perfume en la estantería!! Me lo echo, pero no huele bien
y hace que me despierte de nuevo en mi cama blanca y roja que
hice con lana y madera. Abro la puerta, me empiezo a poner mi
armadura y salgo a la aventura en busca de nuevas experiencias.
Voy a una cueva en la que consigo la suficiente obsidiana
para crear un portal al nether, inframundo en español. En eso me
encuentro con un ser amarillo monstruoso al que, por intuición,
le arranco las piernas, a él y a un par más, y me voy de ahí dis-
puesto a descubrir un poco sobre ese mundo. Voy por montañas
rojas que están de cabeza y a su vez va cayendo lava del techo,
me encuentro un paisaje azul con árboles azules y una bestia que,
al parecer, se podía teletransportar. La miro y se teletransporta a
mi lado, ahí la veo todavía más claro y juraría que medía como
tres metros, con ojos morados, y era de un pelaje negro; en
cuanto la veo al lado, cojo mi espada, la apuñalo y le quito uno
de sus ojos, y, al igual que hice con el monstruo amarillo, hago
lo mismo, pero a los seres de pelo negro.
Termino de descubrir todo sobre aquel mundo diferente al
mío y decido regresar. Pongo la obsidiana, le echo fuego, se en-
ciende el portal y me meto en él; ya volviendo sano y salvo, me
tropiezo con una piedra que hace que todo lo que recolecté en
ese peculiar mundo se mezcle y crea una especie de ojo irritado
que me conduce hasta una mansión en el suelo, que me lleva a
un portal extraño que tiene más ojos colocados como los que me

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condujeron hasta ahí. Coloco los ojos y se enciende el portal y,


del susto, me caigo en él.
En eso me despierto en la cárcel a punto de un juicio que se
celebra en diez minutos. Me llevan ante el tribunal, yo sin saber
todavía qué delito he cometido, me siento y el juez dice que se
me acusa de matar y arrancar la pierna de un profesor, y a un
compañero negro alto de arrancarle los ojos y de quemar el ins-
tituto creyendo que estaba encendiendo portales mágicos. A
todo esto se le suma que se me acusa de ir completamente dro-
gado, hasta el punto del coma etílico, y si no fuera porque me
desmayé, hubiera seguido matando gente.
El juez me declaró, obviamente, culpable y me condenó a
cadena perpetua.
Todo lo escrito hasta ahora lo he hecho en la cárcel espe-
rando mi irremediable final y, con todo esto, gracias por leer esta
historia.

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LOS CHICOS ESPECIALES,


por Lucía Marín López

4.º ESO

Hace unos días empecé a sentir cosas raras. Yo estaba asus-


tada porque no sabía lo que me pasaba. Dos días después yo es-
taba en mi habitación. Estaba fotocopiando unos papeles en los
que ponía información sobre lo que me pasaba. Mi hermana en-
tró y se puso a preguntarme qué hacía, que si estaba hablando
con un chico o algo así. Yo le dije que me dejase sola, que no
me tocara, pero ella seguía. Ella me tocó, le dio un calambre y
se cayó al suelo. Llamé a la ambulancia. Los médicos dijeron
que parecía que le había caído un rayo encima. Yo me callé y no
le dije a mis padres nada de los poderes.
En ese momento me di cuenta de que yo podía achicharrar a
la gente con tan solo tocarme, hasta podía llegar a matarla. Me
fui de mi casa porque no podía cargar con la culpa de que casi
mato a mi hermana con mi poder. Estuve vagando por la calle
durante una semana.
Un día de esos fui a la plaza del pueblo y un tío me paró. Yo
me pensaba que me quería hacer daño y le dije que se marchase.
De repente, desapareció, como si pudiera hacerse invisible, y
apareció delante de mí, y yo me asusté. Yo pensé que él también
tenía poderes como yo; de repente, volvió a desaparecer. Yo se-
guí mi camino, iba a la estación de trenes. El chico volvió a apa-
recer. Me dijo que quería hablar conmigo. Se llamaba Poli. Es-
tuvimos hablando sobre lo que nos pasaba, todo lo de nuestros
poderes.

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Una chica llamada Jimena llamó a Poli porque quería hablar


con él y con su amigo sobre los poderes. Jimena perdió a su hija
de ocho años, la secuestraron una noche. Ella nunca supo más
de su hija, por eso quería hablar con Poli para que la ayudara a
encontrarla. Jimena estuvo yendo a comisaría durante un año por
si sabían algo de su hija. Ella no sabía que unos malos querían
llevarse a los niños con poderes. Quedaron Jimena, Poli y el
amigo de Poli con su hija, que también tenía poderes. Estuvieron
hablando todos, pero eso no llegó a nada y cada uno se fue por
su camino.
Jimena llamó al amigo de Poli porque quería hablar con él
para saber más de su hija, porque tenía poderes. Él no vino, pero
yo vi a su hija Lucía en el parque sola. Jimena cogió a Lucía y
fueron en dirección a su casa para hablar con su padre. Cuando
llegaron, lo vieron tirado en el suelo de su despacho, parecía que
estaba muerto. Los secuestradores le habían hecho eso. Jimena
y Lucía salieron corriendo y fueron a la estación de trenes. Ahí
nos encontramos con ellas.
Luego, más tarde, vino un policía vestido de paisano, él que-
ría hablar con Jimena. Lucía, Poli y yo nos escondimos, por si
eran de los malos. El policía, llamado Mario, vino con su hijo
Carlos, que también tenía poderes, como nosotros. Todos volvi-
mos a casa del padre de Lucía para saber si los malos se habían
ido y qué le habían hecho a su padre. Llegamos a su casa. Lucía
nos dijo que teníamos que salir de allí, que había alguien más,
que lo había escuchado en su cabeza. Tuvimos que bajar co-
rriendo al sótano, cogimos el coche y salimos corriendo hasta
que llegamos a una gasolinera. Allí nos pusimos a hablar todos
sobre qué poderes teníamos cada uno. Lucía podía escuchar lo
que las personas piensan en su cabeza, les leía la mente, y la
pobre se había quedado huérfana. Carlos podía levantar cosas
con la mente, pero su padre, Mario, no tenía ningún poder. Poli

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podía hacerse invisible cuando quisiera. Jimena era normal, no


tenía ningún poder, pero ella había perdido a su hija y quería
encontrarla. Yo, Carla, podía achicharrar a cualquier persona
con tan solo tocarla.
Jimena se acordó de que el padre de Lucía le había dado una
carta. Lucía y su padre Silvestre se iban a mudar a Valleperdido,
un pueblo de las afueras de Madrid que casi nadie conocía, pero
no pudieron porque Silvestre murió. Él le dijo a Jimena que, si
pasaba algo muy gordo, la abriera y se fuera con Lucía allí. To-
dos estuvimos hablando y decidimos irnos a Valleperdido a vi-
vir. Jimena y Mario estuvieron hablando y pensaron que debe-
ríamos fingir que todos éramos una familia: Jimena y Mario se-
rían nuestros padres y Poli, Lucía y Carlos, mis hermanos.
Cuando llegamos a Valleperdido fuimos a la casa que que-
ríamos alquilar. La casera estuvo hablando con Mario y Jimena.
La casera les dijo que la casa era supergrande para dos personas
y que para eso no nos alquilaba la casa. Que su casa era para una
familia numerosa. Entonces Jimena nos dijo a mí y a mis herma-
nos que nos bajásemos del coche. Rosa les preguntó si nosotros
éramos sus hijos y ellos dijeron que sí. Rosa nos enseñó la casa.
Era perfecta para vivir allí. Ella les dijo a nuestros padres que la
casa era nuestra y que ella vivía enfrente, que cualquier cosa,
ella estaba allí. Rosa salió por la puerta. Y todos nos pusimos
superfelices, porque íbamos a estar seguros y contentos. Poco a
poco íbamos conociéndonos más. Íbamos a ser una familia es-
pecial, pero felices de estar todos juntos y seguros.

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PERLA CARMESÍ,
por Francisco José Ortuño Torrano

2.º Bachillerato

Cuenta la leyenda que una vez surcó los mares una tripula-
ción pirata compuesta por los más despiadados y sanguinarios
corsarios. De entre ellos el que más destacaba era su capitán, un
bribón de dos metros y veinte centímetros que tenía un gran ma-
nejo del sable y una pistola de mecha corta con dos cañones, la
cual utilizaba para arrebatarle el alma a todo aquel que osara po-
nerse delante de él. En cuanto a su vestimenta, él tenía un traje
de marinero antiguo de un color granate, además de contar con
alguna mancha esporádica causada por la sangre derramada de
sus enemigos. Poseía también unas botas de piel de cocodrilo de
un tono rojizo y, para coronar su vestimenta, un gran sombrero
pirata de color rojo sangre con un reborde dorado; en el frontal
del sombrero había una ilustración de una calavera rodeada de
seis huesos. En cuanto a su rostro, era el de un hombre adulto de
unos cuarenta años, aunque por su poca higiene aparentaba más.
Contaba, además, con una larga barba de un negro azabache bas-
tante descuidada y, en su ojo izquierdo, una gran cicatriz que le
recorría desde el ojo hasta la barbilla.
El navío que dirigía este fiero capitán era una gran nao de
casi treinta metros de largo, desde la proa hasta la popa, y unos
veinte metros de ancho; contaba, además, con siete mástiles con
dos velas cada uno. En cuanto a su potencial de combate, con-
taba con más de cuarenta cañones repartidos por todo el barco,
el cual tenía por nombre Perla carmesí, debido al color rojizo
que tenía la madera de la que estaba hecho. Este color los más

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místicos se lo atribuyen a que la madera se había teñido con la


sangre de sus enemigos, los cuales se podían contar por miles.
Antes de seguir con la historia, debéis saber que en el mundo
pirata las banderas de los barcos no se ponen al azar o por simple
estética, todas ellas tienen un significado dependiendo del color,
siendo los tres colores principales: blanco, negro y rojo.
El color blanco simboliza la actitud pasiva de la tripulación
de no atacar, siempre y cuando no sean atacados.
El color negro, el más usado entre los piratas, significa que
atacarán a cualquier embarcación que se encuentren, pero si al-
gún miembro de la tripulación contraria se rinde, se le tomará
como prisionero en vez de darle muerte.
El último y más raro color es el rojo, con un significado tan
cruel y violento que me cuesta hasta relatarlo: dicho color signi-
fica que atacarán a todo el que se halle en su camino y que no
habrá piedad para nadie, ni siquiera para los prisioneros que
pueda tener la otra tripulación o para aquellos que claudiquen.
Tras esta clase de conocimiento pirata y de poneros en con-
texto sobre esta cruel embarcación, ya es hora de contaros a qué
debe su fama.
La Perla carmesí siempre ondeaba la bandera roja, dejando
a su paso una estela de asesinatos y de barcos hundidos, y se dice
que su maldad y violencia llegó a tal nivel que un 20 de abril una
fuerte tempestad, la cual solo pudo ser obra de un ser divino,
debido a su ferocidad, decidió castigarlos hundiendo la Perla
hasta el infierno, donde dicen que incluso hoy en día sigue na-
vegando a la espera del próximo 20 de abril, el único día en el
que la embarcación puede escapar del reino del diablo y volver
a sembrar el caos en los mares, trayendo consigo la muerte y
desesperación de todo el que se la encuentre.

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Obviamente, esto es solo una leyenda y no hay ninguna


prueba de que dicho barco haya existido, ¿verdad? Pues eso es
lo que yo pensaba, hasta que hace menos de cinco minutos el
mar enfrente de mi pequeño barco se abrió como por obra del
mismísimo Moisés y de sus entrañas emergió la Perla carmesí.
Tras su aparición, un sentimiento de pánico y terror recorrió
todo mi cuerpo, pero en lo único que pude pensar fue en escribir
esto, para que así quedé constancia de la realidad de la leyenda
y que sirva como aviso a otros curiosos a los que, desafortuna-
damente, se les ocurra navegar en esta fecha.
Lo último que pude ver antes desmayarme fue una lluvia de
plomo caer sobre mi pequeño barco y a su capitán riendo en el
extremo de proa; sin embargo, no me asesinaron. Cuando me
desperté, observe todo mi barco en llamas y cómo un miembro
de su tripulación me ataba y me llevaba a bordo de la Perla car-
mesí, cuyo capitán, sable en mano, exclamó lo siguiente: “Oh
Dios de los mares, acepta esta ofrenda en nombre de toda la tri-
pulación y concédenos tu perdón celestial, todos te rogamos que
nos permitas descansar en paz”. Justo cuando terminó su ora-
ción, rebanó mi cuello con el sable, sentí como si mi alma se
escapara de mi cuerpo y, de pronto, vi ese túnel del que tanto se
ha hablado, pero cuando intenté ir hacia la luz el capitán de la
Perla carmesí me arrastró con él y desperté como un miembro
más de su tripulación.

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Operación antiyihad,
por Joaquín Cremades Dólera

1.º Bachillerato

Nos situamos en Estados Unidos en el año 2001. Tras el aten-


tado de las Torres Gemelas, el Servicio de Defensa se encuentra
en diversas investigaciones antiterroristas. Transcurridos cuatro
meses de tan desastroso ataque, el FBI encuentra el rastro de uno
de los cabecillas de Al-Qaeda, por lo que mandan un equipo del
servicio secreto a investigar los planes futuros de este sujeto, un
equipo compuesto por cuatro integrantes: el capitán Scott, Ja-
mes, Oliver y Lucas. Estos cuatro sujetos se embarcan en un
viaje hacia una zona de Afganistán en la cual se presupone que
se encuentra la base de operaciones de este sujeto.
Tras llegar a Afganistán, el grupo acampó en una zona seca,
prácticamente desierta, donde pasaron la noche. A la mañana si-
guiente comenzaron con la misión. La primera parte era localizar
la base y posibles puntos ciegos por los que poder entrar. Esta
tarea no les costó mucho, ya que, gracias a la ayuda de un mapa
con coordenadas que les habían proporcionado previamente y a
la experiencia de Scott, apenas tardaron un par de horas en dar
con el lugar. Allí localizaron dos posibles zonas de entrada poco
protegidas, por lo que decidieron idear un plan para la madru-
gada: el plan consistía en que Scott y James entrarían por la lla-
mada por ellos entrada A, y Oliver y Lucas, por la B. Tras con-
cretar los detalles finales del plan fueron a dormir para estar des-
cansados en la madrugada.
Tras el paso de algunas horas ya era de madrugada, por lo
que el equipo despertó y procedió con el plan. Una vez dentro,

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lo primero que visualizó el Grupo A fue una puerta blindada, la


cual necesitaban volar por los aires, por lo que avisaron por radio
al Grupo B para que fuera a su posición con explosivos, pero
para el Grupo B la situación estaba más complicada, ya que de-
bían eliminar a cuatro guardias que interfirieron en su camino,
así que, llenos de fe y valentía, pusieron sigilosamente el silen-
ciador a su arma y posteriormente abatieron de forma satisfacto-
ria a los cuatro sujetos, consiguiendo así llegar a la zona en la
que se encontraban Scott y James. Ya los cuatro juntos, pusieron
los explosivos en la puerta, haciendo que esta volara por los ai-
res, lo que alertó a los miembros de la base, los cuales comenza-
ron a dirigirse a la zona.
Conscientes del poco tiempo del que disponían, entraron rá-
pidamente, y encontraron ante sus ojos una de las armas de des-
trucción más letales para un país: un misil balístico interconti-
nental. Tras observar, asombrados, la magnitud del proyectil, de-
cidieron que eso no podía salir de allí, entonces decidieron colo-
car diversos explosivos sobre la base del misil, pero a mitad de
esta tarea aparecieron los milicianos de Al-Qaeda, los cuales
abrieron fuego contra el equipo. Rápidamente, Scott y James
abrieron fuego de cobertura con sus M4, mientras Oliver y Lucas
terminaban con la colocación, la cual terminaron en apenas unos
minutos, por lo que el equipo comenzó a correr desesperada-
mente hacia una de las salidas para escapar del fuego cruzado.
Aunque consiguieron salir ilesos, Lucas había sido impactado
por uno de los proyectiles de AK-47 y apenas podía correr, pero
al estar luchando por sus vidas y tener la adrenalina por las nubes
sacó fuerzas de donde no las tenía para seguir en carrera a sus
compañeros por el desierto afgano, hasta que, finalmente, tras
treinta minutos de persecución, lograron despistarlos tras ocul-
tarse en unos montículos de arena formados gracias a una tor-
menta de arena posterior.

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Ya a salvo, el equipo pidió refuerzos y asistencia médica vía


radio satélite. La ayuda tardó pocas horas en llegar, y evacuaron
a Lucas, pero a ellos…, a ellos aún les quedaba un paso: uno de
ellos debía acercarse de nuevo a la base para detonar los explo-
sivos colocados de forma estratégica, y ese encargado no sería
otro que el gran capitán Scott, pero eso ya es otra historia…

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¿CÓMO ACABARÁN?,
por Hannibal Martínez Pérez

2.º Bachillerato

Alejandro es un jovenzuelo de veinticinco años, un hombre


saludable, con ganas de comerse el mundo y sin preocupaciones
ningunas. Y Marta es una adolescente de dieciséis años, que es-
tudia Bachillerato, que piensa mucho en el futuro y vive siempre
preocupada por todo. Estos dos muchachos se conocieron hace
unos siete meses en la casa de Luis, el mejor amigo de Alejandro
y el hermano mayor de Marta. Alejandro quedo con Luis para
echarse unas partidas en la PlayStation 4 y cenar unas pizzas.
Desde que Alejandro y Luis son amigos, Alejandro nunca se ha-
bía fijado en Marta, pero Marta en él sí. Ese día Marta tenía un
cumpleaños, pero al saber que Alejandro iría a su casa se inventó
un virus estomacal para poder verlo. Bueno, os contaré cómo se
fijó Alejandro en ella.
Marta, ese día, al estar supuestamente enferma, tuvo que que-
darse en pijama, pero Marta ya es toda una mujer si hablamos de
cómo de desarrollada está, y este pijama resaltaba su cuerpo. Así
que, cuando iban a cenar Luis y Alejandro, se unió Marta, y para
Alejandro fue como ver la Capilla Sixtina a centímetros de sus
ojos. A partir de esa noche Alejandro le dijo a su amigo que, ya
que muchas veces estaban los tres solos, que ella se fuera con
ellos y no se quedara sola en la habitación, lo que hizo que en
menos de un mes estuvieran hablando por Instagram a diario.
Todo iba bien, solo eran dos amigos que se estaban cono-
ciendo, sin ninguna connotación rara, ni nada del estilo román-
tico. Pero esto cambio el día que Alejandro se quedó a dormir en

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la casa de Luis y Marta, hace tres meses. Tras un día de risas y


sonrisas, eran las 2 am y ya todos estaban preparados para dor-
mir. Tras darse las buenas noches, Marta le mandó un mensaje a
Alejandro, diciendo: “Nos vemos en mi habitación dentro de 20
minutos, cuando mi hermano se haya dormido”. Esto a Alejan-
dro le pareció extraño, ya que en ningún momento le había ex-
presado ningún tipo de amor romántico, entonces no sabía para
que quería verle. Pasaron los veinte minutos y Alejandro se di-
rigió a la habitación de Marta, donde se encontró a una chica
tímida, nerviosa, con los ojos brillantes y a punto de llorar, que
se podía ver que tenía un nudo en la garganta sin ni siquiera ha-
blar.
Antes de que Alejandro soltara una palabra, se escuchó un
susurro que retumbó por toda la habitación: “Me gustas”, salió
de los labios de Marta. Alejandro se quedó paralizado, le tem-
blaba hasta el último tejido de su cuerpo, y aun estando así se
acercó a ella, se agachó, acercando su boca al oído de Marta, y
soltó: “Ya puedes tranquilizarte, es reciproco”. De los ojos de
ella salió una lágrima, y de las caras de los dos, una sonrisa.
Llevan tres meses saliendo y todavía, supuestamente, Luis
no lo sabe. Salen a escondidas para verse, ella dice que se va con
sus amigas y él dice que tiene que ayudar a sus padres. Lo que
ellos no saben es que claro que lo sé, y me alegro mucho por los
dos, ya que son las dos personas más importantes de mi actual
mundo.

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JUAN Y SU LOCO SUEÑO,


por Juan Antonio Fernández Moreno

1.º Bachillerato

En un pequeño pueblo de Albacete perdido entre las monta-


ñas y campos de tierra, Juan soñaba con un sueño que parecía
imposible: llevar a su equipo de fútbol local a lo más alto y ser
reconocidos como los mejores del mundo. Con pasión y dedica-
ción, entrenaban todos los días, superando adversidades que pa-
recían imposibles. Juan y su equipo se enfrentaban a desafíos
constantes, desde la falta de recursos para mantener un campo
en buenas condiciones hasta la escasez de jugadores talentosos.
A pesar de ello, nunca perdieron la esperanza ni la voluntad de
luchar para conseguir la victoria. En cada partido, se enfrentan a
rivales con mejores jugadores, con mejores equipamientos y con
más experiencia que ellos, pero a ellos les daba igual y salían a
ganar.
La falta de patrocinadores los obligaba a pagar para conse-
guir sus equipaciones, que habían sido hechas por la modista del
pueblo, mientras que otros equipos llevaban las últimas botas,
vestían las equipaciones de las mejores marcas e iban con los
patrocinadores prestigiosos. Sin embargo, la pasión y el compro-
miso de Juan y sus compañeros eran su mayor fortaleza. Cada
gol en contra en el campo de juego era respondido con más de-
terminación, cada derrota se convertía en una lección para me-
jorar, y cada obstáculo era visto como una oportunidad para cre-
cer. A medida que el equipo de Juan avanzaba en su viaje hacia
la cima, las adversidades parecían multiplicarse. Lesiones, dis-
cusiones entre jugadores y entrenadores y la presión de repre-
sentar su pueblo. Pero en lugar de rendirse, encontraron en la
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adversidad una motivación extra para demostrar su valía. Con


trabajo duro y sacrificio, el equipo comenzó a ganar partidos. La
comunidad del equipo se multiplicó por mil, ya que uno de los
partidos que jugaron lo retransmitieron por la tele y causaron fu-
ror en las redes sociales, ya que la gente se sorprendió al ver que
un equipo tan modesto consiguiera ganarles a equipos de pri-
mera como el Cádiz o el Valencia.
Importantes negocios y marcas de ropa se interesaron por
ellos, consiguiendo patrocinadores y brindándoles el apoyo ne-
cesario para competir a un nivel más alto. En el momento cru-
cial, durante el torneo que los proclamaba como el mejor equipo
del mundo, enfrentaron al Manchester City: un equipo multimi-
llonario con jóvenes promesas del fútbol mundial. A pesar de la
gigante diferencia de nivel futbolístico, Juan y su equipo salieron
a jugar con el corazón. Cada pase, cada parada y cada disparo a
portería estaba impregnado de la determinación de un equipo
que había luchado y se había esforzado mucho para llegar hasta
allí. En un emocionante partido que mantuvo al público en todo
momento levantados de sus asientos animando a los dos equipos,
debido a las distintas acciones, como las paradas de dos penaltis
o el gol marcado por Juan, que fue concedido después de que se
tuviera que revisar en el var y que hizo que Juan y su equipo
acabaran ganando, coronándose como el mejor equipo Sub 19
del Torneo Frontier.
La historia de Juan y su equipo de fútbol se convirtió en un
ejemplo de perseverancia, trabajo en equipo y superación de ad-
versidades. Su trofeo no solo representaba la excelencia depor-
tiva, sino también el poder del espíritu humano para alcanzar lo
imposible cuando se enfrenta a la adversidad con determinación
y pasión. Ese torneo le cambió la vida a la mayoría de los inte-
grantes del equipo, ya que estos fueron fichados por algunas de

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las canteras importantes de la liga española y firmaron contratos


con grandes marcas.
En lo que respecta a Juan, el capitán de ese pequeño equipo,
fue fichado por el Liverpool, uno de los equipos más importantes
del mundo, para que fuera su delantero titular en el primer
equipo. También, gracias a su gran actuación, le fue otorgado el
Golden Boy, que es el premio al mejor jugador del mundo menor
de veintiún años. Cuando recibió el premio, Juan se acordó de
todas las adversidades que habían pasado, y dijo que, lo que él
de pequeño pensaba que era una locura, con esfuerzo y pasión
lo acabó haciendo realidad.

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LA CÁPSULA DEL TIEMPO,


por Ángela Férez Moreno

2.º Bachillerato

Casi veinte años después, mis amigos de la infancia y yo vol-


vemos a ese árbol, pero esta vez cada uno con veinte años más y
con la vida bastante diferente a como era los días que vinimos
aquí a pasar el fin de semana.
Yo, Sandra, como inspectora en la policía; Laura, con una
vida llena de lujos y casada con un prestigioso y rico empresario.
Por otra parte, Carlos era director ejecutivo en la empresa de El
Pozo; luego, Lucas se había convertido en uno de los mejores
matemáticos de España, y hasta había estado como colaborador
en una de las secciones de El Hormiguero y como profesor en
una de las mejores universidades de España. Pero faltaba un in-
tegrante del grupo con respecto a la última vez que vinimos, Ál-
varo, mi mejor amigo de la infancia y de la adolescencia, que,
por desgracia, había sufrido un accidente en el lago el fin de se-
mana que acudimos a su casa de campo en Pamplona.
Ese fin de semana que vinimos a la casa de campo de Álvaro
decidimos enterrar una caja con objetos personales o cosas que
nos identificaran en ese momento, para después volver muchos
años después y recordar los buenos momentos de la adolescen-
cia. Laura, Lucas, Carlos y yo, con un nudo en la garganta y re-
cordando con bastante dolor a Álvaro, nos reunimos para abrir
la caja. Al abrirla, Laura se encontró con unas joyas que solía
llevar habitualmente en la época del instituto; Carlos, una pul-
sera de oro que tenía importancia para él; Lucas, la calculadora

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que usaba en ese tiempo; y yo, una novela de Agatha Christie,


ya que por ese tiempo ya comenzaba mi amor por los misterios.
Decidimos abrir lo que había introducido Álvaro y nos en-
contramos con una libreta de dibujo, tenía un gran talento dibu-
jando y su sueño era ser diseñador. Cuando estábamos viendo la
libreta de dibujo de Álvaro, de repente se cayó un papel, el cual
leí en voz alta: “Si lamentablemente leéis este papel, es que algo
malo ha sucedido poco después de escribirlo, me han intentado
matar hace poco y habéis sido alguno de vosotros”. De repente,
nos quedamos todos de piedra al leer eso, ya que desde siempre
hemos pensado que la muerte de Álvaro había sido un acci-
dente.
Álvaro murió ahogado en el río al romperse la barrera del
mirador que delimita el campo del lago cuando fue a fumarse un
cigarrillo. Su cuerpo lo encontramos entre todos en la orilla del
lago, y nadie podía haber sido, ya que todos teníamos coartada.
¿Qué había pasado? Laura, Carlos y Lucas se limitaron a decir
que lo que ponía en esa nota no podía ser verdad y que serían
locuras que tendría él en la mente en ese momento, que cómo lo
podían haber matado. Sin embargo, yo, al leer esa nota, no lo
podía dejar todo como estaba, y menos a tres días de que pres-
cribiera el caso, así que me puse manos a la obra junto a mi com-
pañero de la policía Sergio.
Después de recoger toda la información y documentación so-
bre el caso, nos dirigimos al mirador y a sus alrededores con un
detector de metales, ya que en las pruebas había visto que se ha-
bía encontrado a Álvaro sin su cadena y con un arañazo en el
cuello, cosa a la que los anteriores investigadores no le dieron
importancia, ya que dieron por hecho que la cadena se había
caído al fondo del lago; sin embargo, yo tenía mi presentimiento
de que no.

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Tras varias horas de búsqueda, encontramos al otro lado del


lago el collar de Álvaro con el detector de metales, lo que podía
indicar que tuvo que forcejear con alguien antes de morir y que
lo mataron al otro lado del lago, que su cuerpo se lo llevó rápi-
damente la corriente hacia la orilla y que, por eso, lo encontra-
mos allí.
Después de esa prueba que nos indicaba que había podido
ser asesinado y no había sido un accidente, continuamos inves-
tigando, y entre las pruebas vimos objetos personales y algunas
fotos, donde se encontraba la foto que nos hicimos los cinco an-
tes de llegar al pueblo, en la entrada de un bar de carretera. Se
me erizó la piel nada más de pensar que esa fue nuestra última
foto y que en ella había un asesinado y un asesino. Hicimos una
pequeña parada en ese bar, en el cual se metieron Álvaro, Lucas
y Carlos, y recuerdo que Álvaro salió de él con unos números
muy raros apuntados en un papel, de los cuales no me quiso co-
mentar nada.
Procedimos a hacer el interrogatorio sospechoso a sospe-
choso, entre los cuales no me incluí porque, a pesar de haber
estado ahí, yo era su mejor amiga en ese momento y no le hice
nada; aparte, si no era yo la que investigaba el caso, no era nadie,
y el tiempo se agotaba rápidamente.
Comenzamos con Laura, quien había pasado de trabajar en
un bar de carretera por tres duros a tener una vida llena de lujos
y de caprichos. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, y al
beber agua le vi en los brazos unas cicatrices, y le pregunté sobre
ellas. Me dijo que se lo había hecho ella, que lo estaba pasando
mal por temas personales y que sufría depresión debido a ello.
Después de esta confesión le hice unas preguntas sobre Álvaro
y sobre la noche que pasamos allí, ya que había habido un par
de altercados y sabía que yo lo sabía. Resulta que la noche ante-
rior al crimen Laura había acudido a la habitación de Álvaro y

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él la había rechazado de mala manera. Ella dice que no le dio


mucha importancia y que eso no es motivo para matar a una per-
sona.
Hablamos con Lucas y nos dijo que le tenía un cariño espe-
cial a Álvaro, a pesar de que los últimos meses de su vida no se
llevaran tanto debido a una pequeña rivalidad por una beca que
entregaba la comunidad para poder estudiar en la mejor univer-
sidad de Estados Unidos a gastos pagados. Álvaro se había lle-
vado la última plaza y Lucas se había quedado un puesto por
detrás de él, y no había podido conseguirla; obviamente, al fa-
llecer Álvaro, esa plaza quedó libre y la beca se la entregaron
finalmente a Lucas. Lucas nos explicó que le molestó el hecho
de no poder, en un principio, conseguir esa beca, pero que Ál-
varo no tenía la culpa de que no la consiguiera y que le tenía un
cariño en ese momento demasiado intenso y que por nada del
mundo le habría hecho daño.
Investigando sobre el caso, me acordé de unos robos de joyas
que hubo en el instituto por ese año y de cómo Carlos había sido
acusado, pero sin llegar a nada serio. Miré los archivos sobre
esos robos y me di cuenta de que entre ellos se encontraba una
pulsera de oro, igual que la que Carlos había introducido en la
cápsula del tiempo. Sospechaba que Álvaro pudiera haberlo des-
cubierto y que fuera esta la causa del asesinato.
Le preguntamos a Carlos, el tan exitoso empresario. Revi-
sando un poco sus cuentas pudimos ver que estaba en bancarrota,
y nos explicó a mi compañero y a mí que sufría de ansiedad y
que no podía dormir por las noches debido a ello. Sobre el robo,
al principio, intentó evadir la pregunta y contestó con nervio-
sismo, pero finalmente reconoció que Álvaro lo había pillado
robando y que pensaba delatarlo al instituto. Sin embargo, dijo
que para él no era de gran importancia esto, ya que sus padres
tenían el suficiente dinero como para sobornar a la directora.

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También nos dijo a mi compañero Sergio y a mí que dejáramos


ya de investigar, que realmente no teníamos nada y que el caso
iba a prescribir en un día.
Antes del asesinato y en la casa de campo, casi le cae a Ál-
varo una maceta a la cabeza. Los demás estaban empeñados en
que había sido un accidente; él no estaba tan seguro. Ese día Ál-
varo se enfadó con Laura, ya que no le dejó su radio porque es-
taba rota, y con Carlos, ya que él quería marcharse un rato al
pueblo de al lado y le había dejado su coche y Carlos se había
dejado el coche toda la noche con las luces encendidas y se le
había acabado la batería. Con Lucas tuvo en el salón otro pe-
queño altercado por una tontería sobre un juego de mesa. ¿Era
todo esto suficiente para un asesinato?
Tras un día intenso de investigación, pero, sobre todo, de re-
cuerdos, empecé a atar cabos.
Cité a los tres sospechosos en la casa de campo de Álvaro
casi a medianoche, poco antes de que prescribiera el caso. Los
sospechosos se encontraban bastante nerviosos y no creían que
hubiese descubierto quién había sido el asesino, hasta que em-
pecé a hablar.
Todo se remonta al día en el que Carlos, Lucas y Álvaro se
metieron en el bar de carretera. En ese bar, Álvaro compró un
boleto de la bonoloto, el cual había marcado con los números de
mi cumpleaños: 1, 2, 6, 8, 9, 1 ,5 (5 de diciembre de 1986). Car-
los se enteró de esto y citó el día de la muerte a Álvaro en el
lago. Tras una intensa discusión por los robos del instituto, Car-
los, viendo que iba a ser delatado por Álvaro e iba a destrozar su
vida académica, pegó un mal golpe a Álvaro y lo mató. Justo en
ese momento aparecieron Lucas y Laura, quienes buscaban a
ambos, ellos vieron la escena y quisieron correr y gritar. Sin em-
bargo, Carlos los amenazó diciéndoles que si la policía se ente-

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raba de algo, él diría que habían sido los tres juntos los que ha-
bían matado a Álvaro. También les dijo que se repartirían el di-
nero del premio, el cual había ganado Álvaro con la bonoloto
comprada en el bar de carretera, aparte de que beneficiaba a to-
dos su muerte: a Carlos, porque no lo delataba por los robos; a
Lucas, porque conseguía su plaza en la universidad; y a Laura,
que simplemente se vengaría por lo mal que la hizo sentir. Lucas
y Laura aceptaron y acordaron no decir nada, y cuando se en-
contró a Álvaro al otro lado del río hicieron como si no supieran
nada. Podemos corroborar esto, ya que el dinero de esa bonoloto
se ingresó en la cuenta de Carlos.
Carlos tenía todo planeado de antes, y esto explica que Ál-
varo no pudiera usar su coche ese día porque no tenía batería y
que no pudiera usar la radio para escuchar las noticias o los re-
sultados de este sorteo, ya que la radio de Laura estaba rota.
Durante estos años, sobre todo Lucas y Laura, pero también
Carlos, han vivido con arrepentimiento y mal, y se han dado
cuenta de que el dinero no lo es todo, que no es lo único que da
la felicidad, sino que también se necesita paz mental para poder
vivir bien y en armonía. Todos fueron juzgados y llevados a la
cárcel, y así fue como veinte años después de la muerte de Ál-
varo, de manera inesperada, descubrimos la dolorosa causa de
esta.

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AMOR A PRIMERA VISTA,


por Noa del Rosario Nicolás Aroca

4º. ESO

Mis padres me regalaron unas entradas para ir los tres a un


camping de verano, yo tenía muchas ganas de ir a ese lugar,
siempre lo hablaba con ellos, hasta que por fin lo conseguí.
Llego el día, 23 de junio de 2023, estaba superemocionada y
al principio un poco asustada porque no conocía a nadie, pero
mi madre me dijo que allí podría conocer a gente nueva y hacer
amigos, y así fue.
Nada más llegar fui con mi madre a una de las muchas pisci-
nas que había, que estaba justo enfrente de mi cabaña, y allí me
encontré a un grupo de chicas de mi edad. Mi madre me dijo que
me acercase a hablar con ellas. Me daba vergüenza, pero le hice
caso y fui, me senté con ellas, me presenté y la verdad es que
fueron muy simpáticas conmigo, me sentí muy cómoda con ellas
y me invitaron a salir por la noche con todo el grupo.
Llegó la noche y nos reunimos en el centro del camping, pero
lo que yo no sabía era que ese grupo era muy grande: aparte de
las chicas, también estaba el grupito de chicos, pero mis ojos no
podían parar de mirar a aquel moreno, alto de ojos marrones y
con brackets. Ese chico llamó muchísimo mi atención, era gua-
písimo. Vinieron todos a saludarme, me acogieron superbién to-
dos y fueron muy divertidos conmigo, pero cuando el moreno se
acercó a mí, me puse supernerviosa, aunque menos mal que lo
disimulé bien. Esa noche todos me enseñaron aquel camping tan
grande, el cual no tenía fin, era inmenso. También fuimos a ce-
nar a un puesto de hamburguesas que había por allí y, mientras,

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

me estuvieron contando cosas de cada uno para conocerlos me-


jor, aunque yo seguía embobada de aquel muchacho, a veces
cruzábamos miradas, pero sin más.
Llegó la hora de irnos porque se nos había hecho un poco
tarde, pero quedamos todos a la mañana siguiente. Me levanté,
desayuné y me fui con todos al spa, me llamó mucho la atención
que el chico se pusiese a mi lado y encima me sacase tema de
conversación. A lo largo del día pasamos bastante tiempo juntos,
volvió a llegar la noche y seguía igual de bien conmigo. Me sor-
prendió mucho porque yo no imaginaba que esto fuese a pasar,
y menos por su parte. Una amiga de allí, que también era muy
amiga suya, antes de irnos todos a dormir vino hacia mí y me
dijo que a David le había parecido muy guapa y cosas de ese
rollo. Me fui a dormir esa noche muy feliz y deseando que fuese
la mañana siguiente para volver a verlo.
Se pasaban los días y él y yo seguíamos más juntos, cada vez
me gustaba más pasar tiempo con él, sentía que era como yo pero
en chico, pero me ponía a pensar y me daba mucha pena que esa
semana ya se estuviera acabando y, claro, no sabía si fuera de
esto volvería a verlo, porque no vivíamos cerca. Entonces deci-
dimos aprovechar nuestros últimos días juntos al máximo, tam-
bién conocí a sus padres y a su hermana, al igual que él conoció
a los míos. Una vez también comió conmigo y mis padres en
nuestra cabaña, pasábamos la mayoría del tiempo juntos y ha-
ciendo locuras.
Pero llegó el día de la despedida, ese día que yo menos quería
que llegase, me daba mucha pena despedirme de todos los ami-
gos que había conocido nuevos, que me habían tratado genial,
pero sobre todo de él.
Llegó la hora de la despedida. Mis padres ya me estaban es-
perando fuera, así que me despedí de todos con un fuerte abrazo
y deseando volver a encontrarme con ellos alguna vez. Él me

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acompaño a la puerta, me dio un abrazo que hoy todavía re-


cuerdo, me besó, se despidió de mí con mucha tristeza, pero con
alegría por habernos conocido, y me dijo: Que te vaya bien, pe-
queña.

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IMAGINARIUM,
por Cristian Fernández Riquelme

2.º Bachillerato

Siempre me siento feliz, ¿sabes por qué? Porque no es-


pero nada de nadie; esperar siempre duele. Los proble-
mas no son eternos, siempre tienen solución, lo único
que no se resuelve es la muerte. No permitas que nadie
te insulte, te humille o te baje la autoestima.
Shakespeare

—Ya verás lo que realmente es el mundo, yo ya te he avisado


—dijo el enfermo dentro de su habitación antes de dar el paso
hacia la otra vida.
—¿Es realmente cierto lo que ha dicho el enfermo? —pensé
en aquel momento, a la misma vez que me lamentaba por la
muerte de aquel paciente que había pasado una gran parte de su
vida dentro de nuestro sanatorio.
No tardé mucho en comprender lo que realmente decía aquel
enfermo al que yo había escuchado.
El sanatorio que mi padre había fundado hacía más de veinte
años fue uno de los grandes avances que tuvo nuestro pueblo,
puesto que, tras su construcción, la cantidad de visitas al pueblo
aumentó de forma considerable. Un paisaje rural como era el de
Carrascalejo no dejaba que cualquier visitante se alejase de aquel
lugar tan maravilloso en el que vivíamos. Es por eso por lo que
mi padre, con los ingresos que había e iba generando del sanato-
rio, construyó una serie de casas rurales en las afueras del pue-
blo, en la zona más rústica. Aquellos paisajes eran realmente in-
creíbles, por lo que mi familia consiguió una gran cantidad de

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

ingresos que nos hicieron pasar a ser una familia muy acomo-
dada. Yo nunca había tenido problemas de ningún tipo. Era el
típico niño que pertenece a una familia adinerada, pero a la
misma vez de campo, por lo que no me era muy difícil hacer
amigos nuevos. En los colegios privados siempre me trataban
como el raro, pero no le daba demasiada importancia, ignorando
a todo aquel que se cruzara en mi camino.
Pero esa vida de estudios no era para mí. Yo quería tratar con
los enfermos que se alojaban en el sanatorio de mi padre, y ayu-
darlos a tener una mejor vida, curándose y pudiendo volver a su
vida normal.
Muchos de los que conocía en el sanatorio eran ancianos y
mayores de cincuenta años, a los que su familia había dejado
abandonados, aunque de vez en cuando me cruzaba con algunos
jóvenes de entre veinte y treinta años, con los que hacía muy
buenas migas la mayoría de las veces.
Uno de esos jóvenes enfermos que acudió al sanatorio pade-
cía de autismo, un autismo bastante serio, pero que yo sabía que
no iba a impedirme acercarme a él al igual que al resto de pa-
cientes que llegaban al sanatorio.
Entré a su habitación y lo primero que pude ver fue un orden
inusual dentro de la habitación, cosa a la que yo no estaba acos-
tumbrado a ver en un sitio completo de enfermos mentales, gente
con problemas de ira que comienza a romper cosas sin ningún
sentido y demás.
Me acerqué a hablar con él.
—Hola, Fenris —lo saludé—. Espero que mi presencia no te
moleste. Por cierto, soy Antonio, pero todo el mundo me llama
Toni. Encantado.
Le estreché mi mano sin éxito ninguno, aunque ya me espe-
raba una actuación similar a aquella.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

Comencé a contarle aspectos de mi vida, a los que Fenris pa-


recía no prestarles mucha atención. Tras varias horas de charla,
me decidí a despedirme de él, y abandoné la sala.
Perdí la noción del tiempo y cuando salí ya se había hecho
de noche, por lo que decidí instalarme en una de las salas en las
que mi padre alojaría a un enfermo de esquizofrenia llamado
Diego, aunque aún quedaban unas semanas para ello.
Cuando amaneció, fui directamente a hablar con Fenris, que
tuvo la misma actitud que el día anterior. Sin embargo, me co-
rrigió en algunas ocasiones en las que le contaba algunos datos
erróneos en relación con los que le conté el día anterior. Esto me
pareció un avance increíble, conseguí que Fenris por fin hablase,
aunque no mucho. Los días comenzaron a transcurrir con bas-
tante velocidad, puesto que en cuanto salía del instituto me diri-
gía a toda velocidad hacia el sanatorio de mi padre para hablar
con Fenris.
Pasaron varias semanas hasta que, por fin, conseguí que Fen-
ris me contase algo sobre él.
—¿Sabes, Toni? Tener un amigo como tú realmente es ge-
nial.
¿Realmente acababa de decir eso? Semanas de conversacio-
nes en las que ha articulado cinco palabras contadas, ¿para que
ahora diga que tener un amigo como yo es increíble?
Yo, realmente, no entendí en ese momento lo que aquellas
palabras de Fenris querían decir, aunque me dirigí a abrazarlo,
cosa a la que se negó por obvias razones.
Las semanas continuaron, y nuestras conversaciones comen-
zaron a desarrollarse en juegos de mesa como ajedrez, parchís o
cartas, a las que yo solía perder.
Fue a los dos meses cuando mi padre me contó que Fenris
había desarrollado un cáncer terminal, y que le quedaban menos

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de cuatro días de vida. Recibí la noticia angustiado, agobiado,


sin capacidad de responder o articular palabra ante aquella noti-
cia. ¿Qué iba a hacer yo sin Fenris?
Le rogué a mi padre que me dejase sacar a Fenris del sanato-
rio esos últimos cuatro días de vida que le quedaban, cosa a lo
que no se negó.
Lo llevé a ver el Templo Los Mármoles y la cascada del Dia-
blo, entre otras cosas que se encontraban allí en el parque regio-
nal de la sierra de Gredos, a unos kilómetros del sanatorio.
El último día de todos, Fenris me confesó que ya sabía lo del
cáncer y que agradecía todo lo que había hecho por él. Se inclinó
hacia mí y me dio el último abrazo de su vida, se echó en su
cama y cerró los ojos, esperando su destino.
Me incliné hacia él y, entre lágrimas y sollozos, le agradecí
las grandes tardes que habíamos pasado juntos, prometiéndole a
su vez que en la otra vida le ganaría en una partida de ajedrez.
Minutos más tarde de estar junto a Fenris, lo pude sentir.
Sentí el alma apagada de aquel que había sido mi mejor amigo
durante tantos días, y con el que en tan poco tiempo había dis-
frutado tanto.
Mi alma comenzó a apagarse junto con la de Fenris, y nada
comenzó a ser lo mismo desde entonces.
En clase, las notas comenzaron a bajar progresivamente, no
conseguía concentrarme, y el recuerdo de Fenris siempre apare-
cía en cualquier momento en el que mi mente quedase en blanco
o sin ningún tema sobre el que tratar, o incluso en algunos de
esos momentos en los que me quedaba en stand by, pensando en
mis cosas, que eran obviamente sobre él.
Comencé a ir al psicólogo, algo que, a mi parecer, empeoró
la situación, ya que aumentó la cantidad de veces en las que pen-
saba en Fenris a lo largo del día.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

Acabó el curso escolar, mi último año de instituto antes de la


universidad. Pasé de milagro, ya que las excelentes calificacio-
nes de las primeras evaluaciones salvaron mis doses y treses de
este último periodo que pasé tras la muerte de Fenris.
Con el comienzo del verano, empecé a pasar más tiempo en
el sanatorio, ayudando a mi padre, hasta el punto de que me alojé
en una de las habitaciones desocupadas en ese momento.
Los días fueron pasando, y cada vez recordaba más aquellas
palabras que el enfermo me contó antes de pasar a la otra vida:
“Ya verás lo que realmente es el mundo, yo ya te he avisado”.
Creo que no he repetido una frase más veces en toda mi vida
dentro de mi cabeza.
Una frase que cada vez daba lugar a lloriquear de forma más
continua.
Pasaron algunas semanas desde el comienzo del verano, y mi
integración en el sanatorio era cada vez mayor. No quería que
ninguno de los enfermos del lugar pasase por la misma situación
por la que yo estaba pasando, puesto que ya tenían bastante con
soportar la exclusión social por culpa de una enfermedad de la
que no tienen culpa ninguna.
Tras unos meses en los que mi depresión no dejaba de au-
mentar, y mi sentimiento cada vez se ahogaba más en aquel pozo
sin salida en el que me encontraba, hubo una noche que me hizo
cambiar radicalmente.
Una carraca europea de color azul se posó sobre mi cabeza,
y posteriormente descendió hacia mi regazo. Me entregó un
trozo de la cruz de una pieza de rey de ajedrez, y al instante lo
relacioné todo. Ese color azul, el favorito de Fenris, esa pieza de
ajedrez, ese cariño tan incomprensible por parte de un pájaro,
tenía que ser él.

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En ese momento lo supe, supe que aquella carraca europea


era Fenris, y que me estaba esperando en el otro lado.
Mi fuerte depresión desembocó en el desarrollo de una en-
fermedad que no se conocía aún, y que no tenía cura posible. Me
estimaron ocho años de vida.
En estos ocho años de vida, conseguí sacarme el título de
Medicina, acompañado siempre de mi carraca, o mejor dicho, de
Fenris, que me motivaba a continuar con todo.
Conseguí fundar una empresa de investigación, la cual le
dejé a mi hermana, para que avanzara con los diversos proyectos
que ella teína en mente, como curas a distintas enfermedades y
cosas así que ella tenía en la cabeza y que me contaba mientras
cursamos a la misma vez la carrera de Medicina, a la misma vez
que le ocultaba mi enfermedad.
Realicé viajes por todo el mundo, visitando zonas como Bora
Bora, Tailandia, Australia, Noruega, EEUU…
Cuando me quedaban apenas unas semanas estimadas de
vida, volví a mi pueblo natal y me instalé en la misma habitación
del sanatorio en la que se instaló Fenris antes de morir.
Mi carraca, que siempre me acompañaba a todas partes, fa-
lleció. Era ese momento en el que yo sabía mi destino. Me tumbé
sobre mi cama, y anduve dando vueltas en mi cabeza sobre todo
lo que había vivido durante mi periodo de vida. Fue ahí cuando
apareció un niño que se paseaba por el sanatorio de mi familia
de vez en cuando, y me preguntó cómo había sido mi vida.
Unas horas de charla le dieron el contexto de mi vida com-
pleta. Le conté que aquella era mi última noche, ya que iba a
visitar a un amigo muy lejano, y que por eso no volvería. Cuando
el niño se despidió y me deseó un buen viaje de forma inocente,
lo paré, y le dije que se acercara.

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—Escucha, pequeño, la vida es maravillosa, y no debes des-


perdiciar ni un segundo de ella; sin embargo, ya verás lo que
realmente es el mundo, yo ya te he avisado.

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JOSÉ,
por Francisco Motos Botías

2.º ESO

Eran las siete de la mañana cuando sonó el reloj, que me des-


pertó para ir a clase. Me preparé y empecé a caminar hacia el
instituto. Estaba deseando acabar el día y llegar a casa. Llegué a
clase y allí estuve, hasta la hora de comer, a las dos y veinte, era
hora de volver.

—Ya son las tres, qué raro que no haya llegado —pensaba
preocupada la madre de José—. Se habrá quedado hablando con
algún amigo, estará a punto de llegar.
Pero las horas pasaban y no llegaba a casa, así que su madre
decidió ir a buscarle, tomando el camino que él siempre tomaba.
Y allí lo encontró, completamente parado en la calle, hasta
que vio que su madre llegaba y empezó a actuar normal.
—Ya verás la bronca que le va a caer a este —dijo su ma-
dre—. ¡Qué haces ahí parado, me tienes asustada, tienes que lle-
gar a casa!
—Lo siento, mamá, me he entretenido —respondía José mi-
rando hacia abajo.
Llegaron a casa los dos juntos. La madre de José veía algo
raro en él. No tenía la misma cara que siempre, no utilizaba sus
expresiones normales, a lo mejor eran tonterías para cualquiera,
pero ella era su madre y se lo notaba.
Pasó el día como cualquier otro, hasta que llegó la noche…
—¡José, a dormir! —decía su madre.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

—Voy —respondía José.


Eran las dos y media de la mañana cuando una voz despertó
a la madre de José. Era la voz de su hijo. Estaba hablando con
alguien en su habitación. Sin que se le escuchase, pegó su oreja
a la puerta y escuchó:
—Tienes que actuar más como lo haría él, se está dando
cuenta.
—Vale, te haré caso, papá —decía su hijo—, y solo por cu-
riosidad, ¿dónde tenéis al verdadero José?
—Está en otro lugar mejor —decía la otra persona.
La madre de José quedó en shock al escuchar esto y corrió
hacia la cocina, cogió un cuchillo y entró a su habitación co-
rriendo.
—¡Qué haces, mamá! —decía José, parecía que no había pa-
sado nada y que todo eran imaginaciones de su madre, pero ella
sabía que no, ya que había notado a José muy raro desde que lo
recogió de la calle, parado en mitad de la nada.
—Nada hijo, perdón, he soñado algo muy extraño —mintió
su madre—. Duérmete.

Al día siguiente, José fue al colegio, pero a su madre le llegó


una notificación de su tutora diciendo que no había asistido a las
clases. Cabreada, esperó a que llegara a casa para echarle la
bronca.
José llegó a casa y su madre le regañó, le dijo que no podía
engañarla y faltar a clase. José, arrepentido, le pidió perdón y le
dijo que no volvería a pasar. Su madre le perdonó, pero sabía
que era todo muy raro.
Al llegar la noche, otra vez volvió a escuchar las voces y vol-
vió a pegar la oreja a la puerta.
—Tienes que ir al colegio o su madre sospechará.
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—Vale, lo siento —era otra vez la voz de José.


La madre de José volvió a coger un cuchillo y entró otra vez
en la habitación.
Volvió a ver a José durmiendo.
—¡Otra vez mamá! —decía José.
—¡Cállate, no me llames mamá, tú no eres mi hijo, dime
dónde está o te clavo el cuchillo!
—Acuéstate, estás muy cansada, mamá.
—¡Que no me llames mamá! —dijo ella, y le clavó el cuchi-
llo que tenía.
Su “hijo” cayó al suelo, pero no sangraba. Su madre le siguió
dando puñaladas hasta asegurarse de que esa cosa no siguiera
viva. Sin embargo, por dentro no tenía los órganos que una per-
sona tiene. Parecía un robot. Decidió tirar el cuerpo a la basura
y no contarle nada a nadie para que no pensaran que era una en-
ferma mental, y así llegó el día siguiente.
La madre de José se despertó con el sonido del timbre de su
casa, a las dos y media. Abrió la puerta y detrás de ella estaba
José.
—Mamá, ya he llegado —decía su hijo.
—Vale —respondía la madre de José, asustada y confun-
dida—. ¿Pero de verdad eres José?
Ayer había matado a esa cosa y ahora estaba otra vez en la
puerta de su casa, ella no sabía si ese era de verdad su hijo o si
era otra vez esa cosa.
—Pues claro, mamá, ¿de qué hablas?
—Nada, lo habré soñado.
Su madre esperó a que llegase la noche para, otra vez, pegar
la oreja a la puerta de la habitación de José y escuchar algo. Se
quedó despierta hasta tarde y empezó a oír:

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

—Intenta que no te pase como al otro.


Rápidamente, ella volvió a coger un cuchillo y entró en la
habitación para clavárselo. Lo hizo una y otra vez, para asegu-
rarse de que no seguía viviendo. Tampoco sangraba y por dentro
también parecía un robot.
Tiró el cuerpo a la basura y durmió hasta tarde otra vez, ya
que se había acostado a altas horas de la noche. Otra vez la des-
pertó el timbre. Abrió la puerta y ahí estaba otra vez… José.
—Hola, mamá.

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LA CARA DE LA EXTENSIÓN,
por David Cárcel Campos

1.º Bachillerato

Un pequeño pueblo, enclavado entre colinas y bosques tenía


una vida tranquila y apacible. No obstante, en las afueras del
pueblo se encontraba un lugar enigmático llamado La Cara de la
Extensión. Cada rincón de esa tierra enigmática estaba rodeado
de un aire de misterio, y se decía que aquellos que se aventura-
ban a explorarla nunca regresaban.
Samuel, un valiente aventurero, decidió un día desafiar las
historias y descubrir el secreto de La Cara de la Extensión. Se
adentró en el espeso bosque que rodeaba el pueblo y se adentró
en la frontera desconocida, armado con su linterna y un mapa
rudimentario.
La oscuridad se apoderaba del paisaje a medida que avan-
zaba, y las sombras se alargaban entre los árboles. Samuel per-
cibía una sensación extraña en el aire, como si los susurros de la
naturaleza lo avisaran del riesgo que se aproximaba. No obs-
tante, su determinación lo impulsaba a continuar. Samuel se dio
cuenta de que la flora y la fauna cambiaban de manera extraña a
medida que avanzaba más profundamente. Un paisaje surrealista
que desafiaba toda lógica estaba formado por árboles retorcidos
y plantas desconocidas. Cada vez menos reconocía el terreno a
su alrededor, y el mapa que sostenía en sus manos parecía inútil.
En un instante, una figura oscura apareció entre la espesa
niebla. Samuel apretó con fuerza la linterna, que iluminaba el
rostro pálido y demacrado de un hombre que parecía haber es-

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tado perdido durante mucho tiempo en ese lugar. El hombre su-


surró palabras que eran difíciles de entender y señaló hacia ade-
lante antes de desaparecer en la oscuridad. Samuel, intrigado y
asustado, optó por seguir la dirección indicada. Los susurros se
intensificaron a medida que avanzaba, y las sombras cobraron
vida propia, bailando entre los árboles. Samuel llegó de repente
a un claro iluminado por una luz tenue.
Encontró una extraña piedra tallada en el centro que tenía
inscripciones en una lengua antigua. Una puerta dimensional se
abrió lentamente ante él al leerlas en voz alta. Después de cruzar
el umbral, ingresó a un mundo completamente diferente.
En realidad, el rostro de la ampliación era un portal de di-
mensiones desconocidas. Samuel descubrió que ese lugar miste-
rioso no solo era peligroso sino también fascinante. Exploró tie-
rras sobrenaturales, se enfrentó a criaturas inimaginables y vivió
aventuras que solo existían más allá de la puerta dimensional.
Después de muchas dificultades, Samuel finalmente regresó
al pequeño pueblo, dejando atrás la extensión y sus secretos. A
pesar de la dificultad de explicar sus experiencias, aquellos que
lo escuchaban quedaban cautivados por la magia y el misterio
que se ocultaban en lo desconocido. La mayoría de la gente to-
davía no entendía el rostro de la extensión, pero Samuel tenía la
experiencia de haber explorado un mundo que estaba fuera de
las sombras y las historias de terror.

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EL AMOR DURA PARA SIEMPRE,


por Gisela Gil Muñoz

4.º ESO

Era un día normal como otro cualquiera cuando un chico y


una chica se conocieron gracias a que ella pasó a su lado en un
parque de su pueblo. Todo surgió ese día.
El chico le dijo a su amigo que fuera detrás de ella para poder
conseguir su Instagram para poder hablarle a la chica. Entonces
su amigo fue tras ella y se lo pidió y ella se lo dio. Con el paso
de las horas ella pensaba que no le iba a hablar, pero de repente
le llegó una notificación de Instagram del chico diciéndole hola.
Ella, para hacerse la interesante, se esperó un poco y le contestó
al mensaje.
Desde ese momento ellos dos no paraban de hablar todos los
días sin parar, pero llegó el momento de ir al instituto y entonces
se dieron cuenta de que iban al mismo, pero a diferente curso.
Ella era mayor que él. A raíz de eso el chico quería acercarse a
ella en el recreo pero a ella le daba vergüenza que la vieran con
un niño más pequeño, entonces la chica pasaba de él en el insti-
tuto pero por privado seguían hablando. Ese comportamiento de
la chica consiguió que hubiera peleas entre ellos porque él pen-
saba que se avergonzaba de él.
Pero ella le decía que no, que solo era porque quería estar en
el recreo solo con sus amigas y en la calle con él. El chico, al
final, con el paso del tiempo se lo creyó. Entonces fue pasando
el tiempo y ella empezó a enamorarse como él de ella , pero ella
seguía con miedo de dar el paso de una relación por la edad del
chico. Sin embargo, cuando vio que, aunque fuera pequeño, era

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muy maduro para su edad, decidido dar el paso de tener una re-
lación con él.
Todo era superbonito, quedaban todos los días sin falta, eran
una pareja, por decirlo así, perfecta, pero cuando fueron pasando
los meses de la relación eso se fue convirtiendo en una relación
demasiado tóxica de parte de los dos. A raíz de eso, por parte del
chico hubo una infidelidad, lo que causó la ruptura.
Pero la historia no acaba aquí. Al principio de la ruptura la
chica seguía hablando con él aunque la culpa la tuviera él. Ella
estaba tan cegada de amor que seguía hablando, pero con el paso
del tiempo se fueron alejando hasta el punto de odiarse mutua-
mente porque los amigos de los dos metían cizaña de la otra per-
sona, lo que causó que no se pudieran ni ver.
Lo que no sabían ellos era que el día del cumpleaños del
chico ella le iba a mandar un mensaje explicando que siempre le
iba a querer porque él había sido el amor de su vida y que segui-
ría siéndolo aunque pasara el tiempo. Eso causó que se pusieran
a hablar todos los días de cómo les había ido mientras no tuvie-
ron comunicación. Ella estaba muy feliz de poder volver a hablar
con él, lo que causó que volvieran a sentir el mismo amor que
sentían antes.
Pero en la mente de la chica había muchas preguntas y dudas
de si, en caso de que volviera con él, pasaría lo mismo que la
primera vez, de si la querría de verdad. Ella tenía un lío mental
muy grande, pero decidió hablar con el chico y contarle todas las
dudas que tenía, y el chico le contestó que de verdad él la quería
y que se arrepentía de haber hecho lo que hizo y que esta vez sí
que iba a salir bien, porque los dos habían madurado, ya no eran
tan tóxicos como antes.
Ya tenían las cosas claras de su futuro y, entonces, la chica,
al escuchar esas palabras, decidió aceptar y volver con él y poder
hacer su historia de amor bien y poder demostrar a la gente y a
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ellos mismos que sí puede triunfar el amor en una segunda opor-


tunidad, y ahora mismo están teniendo la historia de amor pre-
ciosa y perfecta que siempre quisieron tener y lo están demos-
trando a todo el mundo que les decía que no iban a poder durar
nada.
Y así acaba una historia de amor de dos adolescente que, al
principio, no supieron hacerlo bien.

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EL REINO ENTRE REINOS,


por Onofre Dólera Zapata

1.º Bachillerato

En medio del monte Elbrus y el monte Dykhtau se encuentra


un valle dividido en dos, perdido desde antes del descubrimiento
de América. Se encuentran dos reinos divididos por sus creen-
cias: el reino de Eristoff, un reino de creencias cerradas que le
reza a un dios que los juzga, Djel. Este dios juzga las impurezas
de sus creyentes a través del castigo divino ejercido por la mo-
narquía que reina el país, supuestos descendientes de Djel. En el
otro reino, Zemlya Nechistoty, vive una especie de superhuma-
nos que son capaces de controlar el corazón de otros humanos,
ralentizarlo e incluso pararlo. Según las creencias de la monar-
quía de Eristoff, se tratan de gente impura y que no está aprobada
por Djel, por lo tanto, deben purgarse. Por ello, están en cons-
tante guerra con el reino de Zemlya Nechistoty, que los ampara
y, además, les da la oportunidad de hacer vida normal, ya que,
según el gobierno, Zemly no eligen serlo, simplemente naces
con el poder.
En el reino de Eristoff vive un joven llamado Illya. Illya vive
una vida tranquila y sin ningún tipo de problemas. Illya fue obli-
gado a recibir instrucción militar obligatoria desde pequeño de-
bido a una posible guerra. Uno de los procedimientos más im-
portantes de esta formación es la comprobación de pureza. Si
eres impuro, serás purgado, y si eres puro, recibes el honor de
ser un soldado para tu patria. Al momento de hacer la prueba de
pureza, la base militar en la que se toma la enseñanza militar fue
asediada por un escuadrón de ataque Zemly y los soldados en

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preparación fueron capturados, mientras que los generales fue-


ron asesinados.
Illya se encontraba prisionero en tierra vecina, capturado du-
rante una incursión en la frontera entre los reinos de Eristoff y
Zemlya Nechistoty. En medio de la desesperación, sus poderes
latentes se manifestaron de repente, desatando una fuerza que no
sabía que poseía. Con un simple pensamiento, podía ralentizar
los latidos del corazón de sus captores, dejándolos inmóviles y
sorprendidos. En ese momento crucial, Illya tomó una decisión
que cambiaría su destino.
Con el peso de la guerra y la injusticia de su propio reino
pesando sobre él, decidió unirse al bando de Zemlya Nechistoty,
donde creía que podía hacer una diferencia real y luchar por la
justicia. Con sus nuevos aliados, Illya se liberó y se unió a la
lucha contra Eristoff, utilizando sus poderes para proteger a sus
compañeros y desafiar a sus antiguos camaradas. Luchó con va-
lentía junto a los soldados de Zemlya, convirtiéndose en un sím-
bolo de esperanza y resistencia contra la opresión.
A medida que la guerra alcanzaba su punto culminante, Illya
se encontraba en el corazón de la batalla, liderando a las fuerzas
de Zemlya hacia la victoria. Sus habilidades sobrenaturales fue-
ron la clave para asegurar el triunfo sobre el enemigo, dete-
niendo los corazones de los líderes enemigos y sembrando el
caos entre sus filas. Sin embargo, en un giro trágico del destino,
durante un momento de celebración por la victoria, el mejor
amigo de Illya en el bando rival lo traicionó y lo asesinó. La
confianza que Illya había depositado en él se convirtió en su per-
dición, y su vida fue segada por la mano de alguien en quien
confiaba plenamente.
Con su muerte, Illya se convirtió en un mártir para la causa
de Zemlya, recordado como un héroe que luchó por la libertad y

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la justicia hasta el final. Aunque su vida fue truncada prematu-


ramente, su legado perdurará en la memoria de aquellos que lu-
charon a su lado, inspirando a futuras generaciones a seguir lu-
chando por un mundo mejor.

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LA CENA FAMILIAR,
por Awa Diamanka Senghor

4.º ESO

La primera noche de noviembre el Día de los Santos, dos fa-


milias se encontraban en una brillante cena familiar, reunidas en
la mesa, cantando y contando mentiras.
Todos se divertían cuando, de repente, las luces se encendían
y apagaban, fuera de la casa había una fuerte tormenta y todos
creían que las luces fallaban por eso. Pero no se volvieron a en-
cender.
Hubo un silencio incómodo y, de pronto, desde la planta baja
de la casa se escucharon pasos en una de las habitaciones de
arriba, y todos se miraron y vieron que no faltaba nadie. Nadie
sabía quién estaba arriba.
Todos asustados se acurrucaron en una esquina y vieron una
sombra bajar por las escaleras. Al estar oscuro se les hacía fami-
liar, pero no la reconocían. Vieron a una anciana de unos ochenta
años con una estaca clavada, su bata llena de sangre y cucarachas
recorriendo su cuerpo. Antes de caerse al suelo y dar su último
suspiro, dijo: “Salid de aquí… Vais a morir”.
Todos se asustaron y la más peque de la casa soltó: “¿Pode-
mos cambiar de película? Es el Día de los Santos y da un poco
de miedo”.
Las familias se rieron del momento porque les parecía gra-
cioso y cambiaron la película.
Al pasar un rato, la anciana, que resultaba ser su abuela, se
acercaba con un plato de galletitas y leche caliente para que sus
hermosos nietos merendaran.

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Pasan los años. Mismo día, pero todo diferente. Ya falta


gente en la mesa. No tenemos a nuestra abuela, que hacía unas
deliciosas galletitas para merendar y ver películas. Nos encon-
tramos las dos familias sentadas en el sofá, hablando, cantando,
pero no es la misma chispa que hace un año. Decidimos poner
una película de miedo, ya que nos volvemos a encontrar en un
domingo Día de los Santos, esta vez es una película diferente:
va de Granny, una anciana que va sola por la casa asustando a
niños que se acerquen a su mansión abandonada, una casa con
mucho misterio. De pronto, la hija menor siente como que su
abuela está detrás de ella. Y aparece un colibrí precioso y em-
pieza a llorar porque sabe que su abuela está esa misma noche
con ellos con la preciosa forma de su animal favorito. La hija,
con sus ojos cristalinos de felicidad, volvía a ver la película con
su familia.

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PERDIDO EN LA MANSIÓN,
por Alejandro Hoyos Carrilero

1.º Bachillerato

Me presento: soy Carlos. hoy os voy a contar el que posible-


mente fue el peor día de mi vida. Todo se remonta al pasado 23
de marzo. Como cada mañana, me sonó el despertador a las siete
y, con muchas ganas, me levanté de la cama para ir corriendo a
prepararme, ya que era el día con el que llevaba soñando las úl-
timas dos semanas. Esa mañana era cuando iba, junto a mi clase,
a visitar la mansión del señor Houdini. Para quien no lo conozca,
este era un magnífico mago, el cual estamos estudiando última-
mente en las clases de teatro.
Llegó el momento de salir de casa. Cargamos las maletas en
el coche y nos fuimos directos al aeropuerto, donde estarían
reunidos todos mis compañeros esperando a que llegase la hora
de coger el avión. Pasó una hora hasta que embarcamos, la cual
la pasamos comprando las cosas que creíamos que nos iban a ser
útiles en el viaje y alguna que otra cosa que se nos olvidó en
casa, incluso encontramos un kit de magia del señor Houdini.
Pasada esta hora, fuimos a despedirnos de nuestra familia para
ya montarnos en el avión y dar comienzo al que yo pensaba que
iba a ser el mejor viaje de nuestras vidas.
En el avión nos pasamos la mayoría del viaje durmiendo y
no nos dimos cuenta de que las horas estaban pasando, lo cual
hizo que cuando menos nos lo esperábamos ya estuviésemos allí.
Una vez en Nueva York, cogimos un autobús turístico que,
además de darnos un bonito paseo por aquella gran ciudad, nos

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transportó al hotel donde estaríamos alojados durante los próxi-


mos días. Al ver el hotel se nos cambió la cara por completo, ya
que nos esperábamos un gran hotel situado en Central Park, el
cual sería de 3 o 4 estrellas, pero estábamos completamente equi-
vocados, ya que el hotel donde nos llevaron ni siquiera era un
hotel: se trataba de un motel de carretera, el cual estaba situado
enfrente de una gasolinera aparentemente abandonada.
Pasados unos veinte minutos, nos separaron en grupos de
tres, a los que nos asignaron una llave, la cual abría la puerta de
la habitación que nos había tocado. Fran, Jaime y yo íbamos jun-
tos en la habitación 17, la cual parecía la más lujosa de todas las
que había allí. Entramos y, en verdad, no estaba tan mal como la
pintaban en la fachada, era una simple habitación convencional
de hotel, solo que esta era más pequeña y la decoración era algo
antigua. Pasamos la noche sin dormir por las ganas que teníamos
de que llegase el siguiente día, para así poder ir, por fin, a visitar
la gran mansión de este gran ilusionista.
Amaneció el día 24 marzo. Fran fue el primero en desper-
tarse y nos llamó a todos para bajar a desayunar. Mientras está-
bamos desayunando, la maestra estaba comentando cómo iba a
ser la visita y lo importante que era seguir las indicaciones del
guía, ya que, si no, iba a ser muy fácil que nos perdiéramos. Eran
las doce de la mañana y fuimos directos a visitar dicha mansión,
en la cual nos estaba esperando un señor que decía ser bisnieto
del gran Houdini.
La mansión por fuera era impresionante: cada columna, ven-
tana, moldura… de su fachada nos dejó a toda la clase atónita,
ya que no esperábamos semejante obra de arte. Entramos todos
juntos en grupo, siguiendo muy bien desde el principio las indi-
caciones del supuesto bisnieto del ilusionista. Hasta entonces
todo iba bien. La cosa se empezó a torcer en el momento en el

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que fuimos a ver la famosa escultura a escala del mago. Estába-


mos todos impresionados al verla, ya que era como estar allí en
persona con él, pudiendo disfrutar de una visita por su casa. Nos
pusimos a echarnos fotos para el recuerdo y llegó el turno de
Luis. Este se situó junto a la estatua y se puso a hacer el tonto
mirándole a la cara y haciendo unos gestos burlescos, cuando
afirmó que aquella estatua le había guiñado un ojo. Todos asom-
brados le dijimos que se dejase de tonterías, que era imposible
que una estatua pudiese gesticular. Luis, al ver que nadie le hacía
caso, decidió quedarse allí esperando a que esta repitiera el
gesto. Todos le dijimos a Luis que, por favor, se dejase el ca-
chondeo para así poder seguir con la visita. Luis se negó a seguir
hasta que todos vieran que era cierto lo que él decía y así no
quedar como un mentiroso. Todo el grupo avanzó, excepto Luis,
el cual se quedó allí parado frente a la estatua. Al cabo de diez
minutos ya estábamos por la sala de magia y Luis seguía allí.
De repente, la estatua miró a Luis, lo cogió en brazos y em-
pezó a correr hacia una sala situada en el subsótano de la man-
sión, a la cual solo podía acceder el mago. Lo condujo hasta allí,
lo ató a una silla y, con voz cabreada, le dijo: “No debías haber
dicho eso, ahora todo el mundo pensará que es verdad y acabarán
avisando a la policía, como siempre”. Luis, alucinado, se echó a
llorar y pudo observar a su alrededor que aquella sala estaba
llena de cuerpos descompuestos, de lo que parecían chicos como
él, atados a una silla. El resto del grupo seguía con su visita.
Al cabo de dos horas la visita ya había finalizado y fuimos a
buscar a Luis. Al llegar a la sala donde este se había quedado
encontramos que allí no solo no estaba nuestro compañero, sino
que tampoco estaba la estatua. Pensamos que todo esto era una
broma de Luis y llamamos a la policía para darle una lección y
que esto no se volviese a repetir.

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En el rato en que llegaba la policía nos pusimos a buscar


a Luis, pero no había rastro de él. Una vez llegaron, se pusieron
a buscarle por toda la mansión. Pasada una hora, vimos cómo
los policías llegaban sin ninguna información sobre Luis. En ese
momento todos nos asustamos mucho, menos el guía, el cual se
fue de la sala sonriendo. Uno de los oficiales nos pidió que aban-
donásemos la casa, mientras que el otro llamaba al cuartel gene-
ral para pedir refuerzos.
Muy asustados, fuimos de regreso al motel. Allí la maestra
rompió a llorar y a preguntarse dónde podría estar metido Luis.
Los días avanzaban y nosotros seguíamos allí en el motel sin
hacer nada, todos nuestros planes se arruinaron, esperando una
respuesta sobre el estado de Luis. Efectivamente, no tuvimos
respuesta.
Llegó el día de regresar a España. Todos se despertaron muy
contentos, como si nada de esto hubiera pasado. Eran las dos de
la tarde y tocaba abandonar el motel e ir hacía el aeropuerto, ya
que nuestro vuelo salía en dos horas. Una vez en el aeropuerto
pregunté a la maestra sobre qué íbamos a hacer con Luis, a lo
que, para mi sorpresa, me respondió: “¿Quién es ese Luis del
que me hablas?”. Esto creó un impacto en mi cabeza que generó
que me empezase a plantear si acaso solo yo me acordaba de él,
y me surgió la pregunta: “¿Acaso Luis tenía razón?”.

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INCENDIO EN LAS ALTURAS,


por Antonio Pedro Escalona Parra

1.º Bachillerato

En el corazón de la ciudad más glamurosa de todo el país, se


encontraba un glamuroso e imponente edificio de cristal y acero
que se imponía en el horizonte de la inmensa ciudad. Era la joya
más preciada del empresario más rico de la ciudad, un señor
bajo, delgado y de mal humor, que era el dueño de la mayor em-
presa de comida del país.
Desde que se terminó el grandioso edificio, toda la ciudad,
incluido yo, una persona común y corriente, ansiábamos poder
entrar a aquella fiesta de inauguración del edificio.
Un día tan normal como cualquiera, al levantarme para la
universidad, miré el buzón y me encontré un sobre especial-
mente raro. Al abrirlo, me llevé una gran sorpresa:

Enhorabuena, Don Patrick. Usted ha sido invitado a la


inauguración del Edificio Ruftler.

Al leer esta pequeña introducción estallé de alegría, pues en


ese momento me encontraba estudiando en la universidad y me
emocioné al leerla. Seguía así:

Preséntese en la puerta del edificio el día 25 de diciem-


bre del presente año, vestido de traje y corbata.

Al leer esa carta fui de inmediato a la tienda de ropa más


cercana, ya que no tenía nada de ropa de traje ni, mucho menos,
una corbata.

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Pasaron los días y lo único en lo que pensaba era en que lle-


gase dichoso momento, al cual toda mi familia y amigos estaban
invitados, ya que el empresario era muy amigo a mi padre, y se
empeñó en invitarnos. Conforme se fue acercando el día cada
vez había más movimientos en el edificio: camiones que entra-
ban y salían, cajas que subían y que bajaban, pero me llamó la
atención un detalle: en un momento dado, un camión enorme
rojo con personas que nunca habían estado en el edificio, dejó
un montón de cajas, en las cuales claramente vi una indicación
de que había que tener cuidado con ese objeto, que podía estallar
en pedazos. Desafortunadamente, no le di importancia alguna y
continué con mi vida.
Llegado el ansiado día, me preparé y salí con rumbo al edi-
ficio con toda mi familia: mis dos hermanos y mis padres.
Al llegar a los pies de la torre, me encontré con mis amigos,
Max y Henry, que me estaban esperando para subir. Justo en
aquel momento salió de un enorme coche el empresario rica-
chón, llamado Chuck, que se dirigió hacia mi padre con una
enorme sonrisa.
Al abrirse las puertas del ascensor dimos con una fiesta
enorme, desde lámparas de cristal llenas de diamantes hasta si-
llas con detalles de plata. Allí todo era grande y lujoso, sin ex-
cepciones.
La noche prometía diversión y fiesta, ya que a nuestra dispo-
sición se encontraban todo tipo de atracciones de diversión,
como una gran pista de bolos.
Pasadas las once de la noche, justo después de terminar de
cenar, el alcalde de la ciudad y el empresario Chuck se dirigieron
a cortar el lazo para la inauguración del edificio, pero no sin an-
tes un discurso del gran alcalde.

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Justo cuando el alcalde empezó a hablar, un enorme estallido


interrumpió el discurso. En la confusión, todo el mundo se pre-
guntó qué había pasado, cuando de repente la mayor alarma em-
pezó a sonar, asustando a la gente.
Unos instantes después, se detuvo la dichosa alarma para dar
un mensaje: “Atención, esto no es un simulacro, repito, esto no
es un simulacro. Se ha producido una explosión en la planta 76.
La explosión ha creado un gran incendio que ha roto todo el sis-
tema de ascensores del edificio. Por favor, evacuen por las esca-
leras”.
En ese momento me aturdí. Dejé de escuchar absolutamente
todo y cerré los ojos. Pensé que en ese momento moriría que-
mado, pensé en lo bonita que había sido mi vida hasta ese ins-
tante. Pero, en ese momento, una gran alarma también empezó a
sonar en mi móvil: la prensa había transmitido un mensaje a toda
la ciudad con imágenes exactas de la explosión y una cámara en
vivo donde se veía la gran vivacidad de las llamas.
En ese momento reaccioné y fui en busca de mi familia, que
estaba toda reunida en el gran recibidor. Por el camino, me en-
contré sentado en unas escaleras al gran empresario Chuck, llo-
rando. En ese momento me acerqué y le pregunté qué le sucedía,
a lo que me respondió:
—Tanto esfuerzo para nada, tanto sacrificio para absoluta-
mente nada.
Al verle en ese estado, le respondí:
—Chuck, el edificio es solo material y se puede reparar,
ahora es momento de salir.
Cuando dije esto, el ansiado y desesperado Chuck me miró y
me dijo:

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—Si ya sabía yo que esto iba a pasar, hace unos meses des-
cubrí los trapicheos que tenía una banda criminal y me amena-
zaron con hacer esto si no me detenía, y al no hacerlo hemos
llegado hasta aquí.
En ese momento me acordé de ese gran detalle que podía
darnos una pista, hasta que recordé que en la entrada donde el
camión rojo había dejado las cajas, justo en frente, se encontraba
una cafetería, la cual tenía una cámara apuntando directamente
hasta esta puerta, y se lo conté directamente al empresario, que,
al escuchar estas palabras, cambió completamente su rostro ha-
cia uno más tranquilo y relajado. Cuando se relajó un poco más,
me dijo:
—Muchacho, me acabas de ayudar muchísimo, ya sabemos
hacia dónde tenemos que empezar a investigar —con estas pala-
bras, se levantó y se dirigió conmigo hacia donde se encontraba
mi familia.
Al verme llegar, mi madre me rodeó con sus brazos y dio
gracias a Dios porque estábamos a salvo.
En ese momento me percaté del gran caos que había en el
lugar: gente desesperada gritando, objetos en el aire… Todo lo
que en un principio era paz, lujo y diversión se convirtió en de-
sesperación, ansiedad y miedo. La gente corría por las escaleras
hacia abajo, y de un momento a otro no quedaba casi nadie en
esa planta. No me percaté de que en todo el tiempo que estuve
hablando con Chuck y buscando a mi familia nos habíamos que-
dado casi completamente solos.
Gracias a que el dueño del edificio se encontraba a nuestro
lado, encontramos una vía de escape que nadie había utilizado:
un gran tobogán que iba desde la azotea hasta el suelo para que
en situaciones de emergencia solo los propietarios lo utilizasen.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

Al subir hasta la parte más alta del edificio, nos vimos en-
vueltos y acorralados por el humo y el fuego, que ya casi estaba
rozando nuestros pies. Apresuradamente, abrimos la puerta que
daba a la entrada del tobogán, en la cual había una gran pantalla
en la que sobresalía un enorme dibujo en el que se podía ver
dónde estaba el fuego y qué partes habían estallado. Para nuestra
buena suerte, la explosión no había afectado al tobogán, pero el
fuego y el humo hacían de este una ruta más que complicada,
pero había una solución. Gracias al panel que daba acceso a todo
el control del edificio, intentamos activar todas las medidas de
seguridad, pero estas estaban inoperables, salvo la del tobogán.
El incendio del tobogán podía ser apagado, pero tardaba en apa-
garse cinco minutos. Cuando se empezó a rociar la espuma que
apagaba el fuego, nos dimos cuenta de una cosa: de que ya no
había vuelta atrás. El fuego había llegado a la puerta de la azotea,
donde ansiaba por salir y quemar toda la vegetación que en esta
había.
Mientras que el temporizador se iba acercando a cero, nues-
tro miedo por no salir de allí se fue incrementando.
Cuando exactamente faltaban treinta segundos, el fuego
irrumpió por la puerta y la hizo explotar, devorando todo a su
paso.
En el momento en que el temporizador llegó a cero, el tobo-
gán ya estaba listo para bajar, y uno a uno fuimos bajando hasta
que me toco a mí. Me posicioné para bajar las ciento veinticinco
plantas de golpe. Empecé deslizándome poco a poco hasta que
llegue a ir tan rápido que parecía que no iba a frenar, pero justo
en la planta quinta, justo antes de que impactase con el suelo,
una red me atrapó y frenó hasta llegar al vestíbulo, y abandoné
el lugar mirando aquel imponente edificio que casi me roba el
alma.

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2196,
por Crístopher Vera Carrión

1.º Bachillerato

Era una mañana lluviosa en Madrid cuando Enrique, un ar-


quitecto muy reconocido en el país, se subió al tren 2196 en la
estación de Atocha, en dirección a Granada, sin saber que viviría
la peor experiencia de su vida.
Enrique era un hombre blanco y alto, de familia adinerada,
que vivía en Murcia. Este hombre terminó su carrera y máster en
Madrid y no tardó mucho en empezar a trabajar, ya que tenía una
gran habilidad para hablar con la gente. Su trabajo y su carisma
lo ayudaron a elevar su estatus en el sector de la arquitectura. Su
mayor trabajo fue, sin duda, el barrio de Mocedades, un barrio
que diseñó él solo sin saber que se convertiría en el hogar de
muchos empresarios y famosos de la gran ciudad.
Eran las siete de la mañana cuando salió el tren, que tardaría
tres horas y media. El arquitecto se subió pensando que sería un
viaje como cualquier otro. A la media hora de viaje se empeza-
ron a escuchar unos ruidos extraños, como si algo estuviera
suelto y chocara constantemente. Una mujer de mediana edad le
preguntaba a la azafata por esos extraños ruidos, a lo que la aza-
fata no supo contestar y le dijo que iría a comprobar que todo
estuviese bien. Mientras tanto, no solo era ese ruido el único per-
turbador del silencio, también había un recién nacido llorando,
un perro en su transportador ladrando y un joven jugando en su
teléfono sin cascos. Enrique observaba, no se podía concentrar
en estudiar su presentación y estaba contemplando el paisaje.

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De repente se escuchó una explosión seguida de un gran


golpe y muchos gritos. Enrique se dirigió a la parte trasera del
vagón, miró por la ventanilla de la puerta y vio que los vagones
de detrás ya no estaban, se habían soltado. Salía mucho humo de
la parte delantera del tren y, en un momento, el tren descarriló y
salió en dirección a un barranco cercano. El tren quedó colgando
del barranco y no se veía nada debido al inmenso humo que salía.
Los ruidos se calmaron en los vagones que quedaban unidos y la
gente sin cinturón había rodado por todo el vagón. Todos esta-
ban muy asustados y Enrique intentaba ayudar a la gente mien-
tras avanzaba como podía hacia la parte trasera después de haber
salido despedido hacia delante.
—¡Tranquilizaos todos, tenemos que estar calmados para no
aturdirnos unos a otros! —dijo el arquitecto—. Tenemos que ha-
cer peso en la parte trasera para equilibrar el tren y no caernos
hacia abajo.
La gente le hizo caso y los que podían se iban a la parte tra-
sera. Pasaron alrededor de veinte minutos hasta que se escucha-
ron a personas hablando. No se les entendía, hablaban en otro
idioma. La gente comenzó a gritar y a pedir ayuda.
Al poco tiempo se escuchó una grúa. Los pasajeros pensaban
que estaban salvados, pero de repente se soltaron los demás va-
gones y el vagón en el que estaba el arquitecto se inclinaba hacia
el vacío. En el último momento, la grúa lo cogió y la puso en
tierra. Cuando se abrió la puerta del vagón, todos esperaban a la
policía o a agentes de rescate, pero no, era una banda armada que
venía a por una persona en específico. Entre la gente lo encon-
traron: buscaban a Enrique. Apuntaron hacia él y le dispararon
sin piedad. La multitud se enloqueció y gritó sin parar. La banda
se fue y dejaron al único vagón sobreviviente en medio de la
nada, con el cuerpo de Enrique sangrando y sin vida en medio.

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Al cabo de diez minutos apareció la policía en coches y he-


licópteros. Habían pasado cuarenta y siete minutos desde la ex-
plosión, los peores minutos de toda esa gente que estaba ahí atra-
pada.
Después de ser rescatados se enteraron de que todo fue pro-
vocado por un grupo terrorista en contra de la tala de árboles
para construir la urbanización más grande en toda Granada. Esta
idea era de Enrique y la iba a presentar en dicha ciudad, por eso
atentaron contra él. Hoy en día esa banda ataca a todo aquel que
dañe la naturaleza para construir, provocando muchas revueltas
en todo el país.

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¿LA CATÁSTROFE?,
por Rubén Parra Motos

1.º Bachillerato

Había una vez un chico normal llamado Felipe, con una vida
normal, al cual le gustaba en su tiempo libre hacer deporte, di-
bujar, quedar con sus amigos y jugar a videojuegos.
Un día el chico deseó, antes de dormir, que no hubiera clases
ni existiera el respectivo centro donde estas se daban, y que no
tuviera a nadie a quien obedecer para hacer lo que él quisiera.
A la mañana siguiente, de lunes, se levantó tarde y se alarmó
demasiado al saber al momento que ya era mediodía y le rega-
ñarían, por eso se levantó cuidadosamente para que nadie se en-
terara de que él seguía en casa, pero cuando vino a darse cuenta
ya no había absolutamente nadie. Después de eso se asomó a la
ventana, ya que desde su casa se podía ver el centro donde él
daba clase y se dio un susto, pero a la vez se asombró con lo que
vio. Lo que observó fue un altísimo rascacielos en el lugar
exacto de su antiguo centro, así que en ese momento pensó que
su sueño se había hecho realidad.
De repente le hicieron una llamada grupal todos los integran-
tes de su grupo de WhatsApp diciendo que todos los padres ha-
bían desaparecido. En ese momento les contó a todos lo que ha-
bía deseado la noche anterior antes de acostarse y también supo
que eso se hizo realidad. A partir de ese momento empezaron a
quedar casi diariamente, a jugar juntos a la consola y a hacer lo
que más le gustaba a cada uno; en el caso de Felipe, dibujar,
jugar a videojuegos…

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Así pasaron días, semanas, incluso meses, pasándoselo su-


perbién, haciendo ciertas cosas que harían pocas veces al año,
como por ejemplo fiestas de pijamas, acostarse tarde y ese tipo
de cosas. Cuando se acercaban al año de estar así continuamente
ya se aburrían todos y querían volver a la normalidad, ya que era
un mundo en el que estaban ellos solos con las cosas materiales
y tenían claro que no querían seguir así, aparte de que echaban
de menos a sus familias y otros amigos.
Así que todos acordaron verse a la mañana siguiente en el
parque para pensar cómo ocurrió y empezó todo y, a partir de
ahí, hacer algo para solucionarlo todo. Una vez todos reunidos
allí, tomaron apuntes y se pusieron a investigar para ver si con-
seguían algo de información fantástica a través de algún mito,
ya que lo que había pasado era paranormal, con toda seguridad.
Un rato más tarde, uno de los diez integrantes del grupo de
amigos encontró una vieja leyenda de un genio llamado Salbura
que, a diferencia de otros genios, solo otorgaba un único deseo,
pero podía ser cualquiera, por muy bestial que pareciera, menos
uno: pedir más deseos, así que todos se pusieron a buscar infor-
mación sobre este ser fantástico, hasta que cinco minutos des-
pués encontraron en una página de brujería cómo invocarlo.
Crearon los jeroglíficos en el suelo y bastaba decir las palabras:
“Sabadu sabadi Salbura, aparece aquí”.
Cuando dijeron esa extraña oración no apareció nada y al
momento exclamaron que esa página era inútil. Al decirlo, justo
apareció el genio que habían visto anteriormente en las imáge-
nes, Salbura, solo que estaba un poco cambiado, un poco rechon-
cho, aunque al fin y al cabo era un genio y podía cumplir deseos,
así que le dijeron lo que les ocurría y el genio agarrado les dijo
que quería algo antes de cumplir el deseo.
Lo que quería el avaro genio antes de cumplir el deseo era
que lo llevaran a un sitio donde adelgazar un poco, ya que no

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había ninguno donde él vivía, y que le dieran comida saludable


durante dos meses. Aunque a los chicos les parecía bastante
fuerte eso, pensaron que al menos volverían a la normalidad, así
que aceptaron el trato: lo llevaron a un gimnasio y le llevaron
suministros suficientes para dos meses de arroz, fruta, verdura,
carne, pescado, legumbres y pan, para conseguir todo tipo de vi-
taminas y proteínas de cada alimento. Al mes el genio ya estaba
en plena forma y les dio a los chicos consejos para la vida de
cada uno, y estos se preguntaron cómo sabía el Salbura cómo
vivían todos ellos para darles consejos, a lo que este respondió
que él sí podía verlos a todos y sus futuros en cualquier momento
de su vida, cosa que ellos no podían; claro que él era un genio.
Una vez todo explicado, este les dio consejos a todos, a Fe-
lipe que estaba rechoncho, como Salbura antes, le aconsejó que
empezara a ponerse en forma; a otro que se pasaba todo el día
estudiando porque le gustaba, le dijo que saliera más de fiesta; y
a todos los demás, que en general iban bien, el genio no les dijo
nada especial.
Entonces el genio hizo que todos volvieran a la normalidad,
en ese momento fue cuando Felipe se dio cuenta de que todo
había sido un sueño y se acordó de que ese lunes era puente.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

LA PEOR NOCHE DE SUS VIDAS,


por Francisco Riquelme López

1.º Bachillerato

Una noche de Halloween, los lobos aullaban, los murciéla-


gos se quedaban observando a los niños, que iban de casa en casa
por unos caramelos.
Esa noche unos niños llamados Joel, Igor y Emma estaban
yendo de casa en casa diciendo truco o trato. Después de pedir
en todas, vieron una que no habían visto nunca encima de una
colina.
A Emma y Igor les daba miedo ir a esa casa de ladrillos
mohosos, con un tejado de tablones de madera picada y rota.
Pero había una cosa extraña que salía de la chimenea que estaba
en el tejado, de la que salía un gas verde.
No se atrevieron a pedir en esa casa, excepto Joel. Este fue,
pero cuando estaba a mitad del camino se detuvo observando
árboles secos sin hojas, ratas muertas en el suelo y un ruido chi-
rriante que lo aterrorizaba.
Sus amigos, preocupados, fueron rápidamente a su lado y los
tres amigos continuaron el camino hasta la casa juntos. Cuando
estuvieron cerca observaron a un gato negro y muy delgado que
los aterrorizó aún más.
Cuando llegaron a la casa golpearon la puerta y nadie abrió.
Solo se oía un ruido de pisadas en el suelo de madera chirriante.
Miraron por la única ventana y vieron un rostro con un cuchillo.
De repente, oyeron un grito que venía de dentro de la casa, y el
cuchillo del rostro misterioso apareció goteando un líquido rojo.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

Los chicos se dieron cuenta de que era sangre y salieron co-


rriendo, pero Joel se cayó. El rostro salió de la casa con un manto
y una capucha negra y, para finalizar, con una guadaña. El rostro
le dio un vaso de la pócima que había preparado en su caldero a
Joel. Joel estaba sediento y se arriesgó a beberse la pócima, pero
al poco tiempo a Joel se le empezaron a paralizar los pies y, una
vez inmóvil, lo cargó y se lo llevó para adentro. Todos aterrori-
zados decidieron huir.
Más tarde regresaron todos juntos con la ayuda de la policía,
pero ya era tarde: la casa había desaparecido, solo había un des-
campado vacío y desierto.
Igor y Emma no sabían qué sería de Joel, así que les explica-
ron lo que pasó a sus padres, pero ellos, atónitos, no los creyeron
y decidieron iniciar una búsqueda, debido a que pensaban que lo
habían secuestrado.
Lo que los niños no sabían era que todos los días serían per-
seguidos por un ente que representa a Joel para atormentarles
por haber decidido abandonarlo allí. Sería una tortura eterna para
ellos.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

LA GRAN VAMPIRESA… ¿DE MENTIRA?,


por Daniel Tudela Dólera

1.º Bachillerato

Nuestra historia nos lleva a un mundo de fantasía en el que


la Tierra está dividida en tres grandes reinos: bestias, arcanos y
vampiros. Nuestra protagonista se encuentra en este último
reino. Ella nació en una familia especialmente poderosa e inti-
midante, pero nació con un cuerpo muy débil que era incapaz de
tolerar la sangre, algo vital para el crecimiento de un vampiro.
Vivió su vida cómodamente y sin obligaciones, hasta que un
día le preguntaron cuándo empezaría a trabajar y ella respondió:
“Cuando la emperatriz me ceda el trono”. La emperatriz, siendo
toda una bromista, se lo cedió al día siguiente. Nuestra protago-
nista fue asignada a la séptima división del ejército como co-
mandante absoluto. Esta división se caracterizaba por contener
vampiros rebeldes que harían lo que fuese para ascender de
rango. Ella estaba aterrorizada, pero su sirvienta, alguien más
fría y confiada, la apoyaba en todo momento.
Nuestra protagonista abrió la puerta para saludar a sus hom-
bres y… un vampiro se abalanzó sobre ella con intenciones de
asesinarla. Con un movimiento mayormente accidental, ella ce-
rró la puerta de golpe justo en el cuello del vampiro, matándolo
al instante. Acto seguido, su sirvienta entró a la sala para decir
que su comandante estaba tan decepcionada con ellos que no les
iba a dirigir una sola palabra. Todos se quedaron atónitos ante la
hazaña de la nueva comandante y las palabras de la sirvienta,
pero decidieron guardar silencio.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

Meses después nuestra protagonista seguía con su farsa, min-


tiéndoles a todos sobre su poder y habilidad. Aunque empezaba
a haber sospechas sobre ella. Un día como otro, durante una
fiesta, alguien la apartó de su sirvienta y protectora durante un
descuido. Empezó a susurrarle que la mataría, que le pagaría
todo lo que le había hecho, que su farsa se iba a acabar. Acto
seguido, se dieron cuenta su sirvienta y la emperatriz de que es-
taba en peligro, pero antes de que pudieran dar un paso, el mis-
terioso atacante le acercó un cuchillo a la garganta, tomándola
como rehén, pero solo siguió con sus amenazas y, tras cinco in-
tensos minutos, la soltó y se teletransportó fuera del palacio.
Nuestra protagonista quería llorar, pero solo se fue a su
cuarto acompañada por su sirvienta y se acostó en su cama. Su
sirvienta intentó reconfortarla trayendo su plato de comida favo-
rito, pero, antes de que nuestra protagonista pudiera tomar un
bocado, el misterioso volvió a aparecer, saliendo del mismísimo
suelo y noqueando a la sirvienta de un certero puñetazo a la ca-
beza, para luego dirigirse a nuestra protagonista con un tono bur-
lón: “¿De verdad creías que te iba a dejar ir…, Ana?”. Nuestra
protagonista se asombró, muy pocos conocían su nombre coti-
diano, entonces dedujo que era alguien que la conocía desde la
escuela primaria y cuestionó al misterioso sobre ello, se levantó
la capucha y de la boca de nuestra protagonista solo pudo salir
un aterrorizado aliento: “L-L… Lisa?”. Lisa era alguien que la
había acosado desde muy pequeña, maltratándola durante toda
la Primaria, y ahora ¿qué querría de ella? Lisa agarró el cuerpo
inconsciente de la sirvienta y le dijo a Ana que, si no llegaba a
la posada abandonada para medianoche, mataría a su sirvienta.
Ana se quedó en un dilema existencial sobre si debía ir o no.
Pero tras un largo pensar, decidió prepararse para lo que se le
venía. Se armó de piedras mágicas y fue hacia el lugar acordado.
Al llegar, Lisa la atacó sin previo aviso y Ana apenas lo pudo

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

esquivar, ambas se enfrentaron en una batalla en la cual Lisa te-


nía una gran ventaja al poder usar magia y, tras un rato luchando,
consiguió asestar un buen golpe a Ana y tirarla justo al lado del
cuerpo inconsciente de su sirvienta. Esta se despertó por el es-
truendo que estaban haciendo y agarró a Ana por el brazo para
decir: “Perdóname por esto”, y meter su mano empapada con su
sangre en la boca de Ana, el cuerpo de esta empezó a brillar y
rápidamente se puso de pie otra vez, sus ojos se habían tornado
rojos y sus pupilas habían adoptado la forma de un rombo. Lisa
identificó estos rasgos y vió que era lo mismo que hizo aquella
vez, lo que ella estaba buscando alcanzar toda su vida… El au-
mento nuclear. Al verse en riesgo, Lisa utilizó una piedra mágica
para teletransportarse y retirarse…por ahora.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

NOCHES SIN FIN,


por David Pastor López

1.º Bachillerato

Son las dos de la mañana… Sigo sin dormir… Los pensa-


mientos se amontonan en mi mente mientras el reloj marca cada
segundo de mi insomnio un día más. No sé ya los días sin apenas
descansar ni las noches en vela pensando en ese último minuto
y en esa llamada que nunca llega, que se alarga en el tiempo y
que prometiste me harías cada día a las diez.
Hace ya más de un mes que te dije adiós en la estación y que
me prometiste entre lágrimas que cada minuto separados sería
un infierno para ti, pero esa conversación ya es un recuerdo muy
lejano…
Los primeros días las llamadas se hacían interminables, las
horas se iban volando y las conversaciones por Discord nos re-
llenaban los días completamente. Conforme te instalaste en Lon-
dres y comenzaste las clases, se fueron acortando las charlas, y
así hasta que, hace unas semanas, ya comenzaste a no responder
y a limitar los mensajes a un simple meme riendo o una carita
graciosa guiñando un ojo.
No sé lo que ha pasado, supongo que la novedad de un lugar
nuevo, las clases de arquitectura o las nuevas amistades te han
separado de mí y han robado ese tiempo tan preciado que tenía-
mos nosotros, pero yo sigo aquí, esperando; dejando pasar las
horas del reloj frente al ordenador, soñando con una llamada, un
mensaje o simplemente un pitido en Instagram que me recuerde
que aún somos algo, que algún día fuimos todo y que esto no se
ha quedado simplemente en un sueño roto.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

Suena de nuevo el reloj, los números me marcan las tres y


me traen el recuerdo de la primera vez que nos vimos es ese fes-
tival de manga. Yo acompañaba a mi familia, disfrazado con un
traje de Star Wars que me habían convencido de que me pusiera,
sintiéndome entre ridículo y avergonzado, mirando al suelo y
tratando de que no se notara mucho el rojo de mi cara. Tan con-
centrado iba que no reparé en que en frente estabas tú, mi prin-
cesa Leia, intentando arreglar el cinturón de tu espada laser, que
se te había roto, en una esquina. Simplemente sucedió, de re-
pente nuestros cuerpos chocaron, y cuando levanté la cabeza ahí
estabas tú, con esos ojos color avellana, que no sabían si fusi-
larme con la mirada o perdonarme la vida a cambio de una son-
risa.
Nos costó levantarnos del suelo, después de la caída, pero
fue la mejor forma de romper el hielo. Después de las disculpas
y las presentaciones, pasamos el resto de la mañana compar-
tiendo miradas cómplices cada vez que nos cruzábamos, con al-
gún guiño pícaro o alguna broma lanzada al aire.
Después de cuatro o cinco miradas y cruces, tuve el valor de
preguntarte tu Instagram y tú me lo déjate escrito en el móvil, en
el WhatsApp de mi hermana. A partir de ahí, todo sucedió muy
rápido y sutil. Muchas horas de conversaciones por redes, nues-
tras primeras quedadas online y esas partidas hasta las mil,
viendo quién era el mejor con su escuadrón de combate.
Muchas semanas de risas cómplices y bromas, hasta que, por
fin, una noche me dijiste de quedar para vernos.
Llegó el día y yo era un manojo de nervios, creo que esa pri-
mera cita fue el día más difícil de mi vida y más estresante desde
que hice la primera comunión. Las horas no pasaban y en mi
cabeza solo podía pensar en lo que podía decirte o charlar para
que no pareciese crío y se te quitaran las ganas de seguir ha-

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blando conmigo. Desde el día que nos conocimos, tu cara apare-


cía en mi mente a cada instante, y hasta mi madre se sorprendía
por verme reírme, sin motivo, y sonreír por cualquier cosa por la
que antes me enfadaría.
En ese remolino de emociones estaba yo, mientras te espe-
raba en la entrada del cine donde habíamos quedado, cómo no,
a ver una peli de superhéroes. No paraba de pensar que todo era
una broma y que simplemente no aparecerías, pero no, llegaste
puntual, con unos vaqueros rotos y una camiseta de piolín, que
me dejó algo desconcertado.
Desde esa primera cita hasta el día de nuestra despedida, viví
en un sueño constante. Todo eran risas, aventuras, descubri-
mientos… y entonces llegó esa carta, esa carta horrible que decía
que tenías que irte, que te habían aceptado para una beca en Lon-
dres y que pasaríamos separados seis meses este año. Después
llegó la promesa de llamarnos a diario, de volver en vacaciones
y de recuperar el tiempo perdido… y ahora estoy aquí, espe-
rando, deseando que suene el móvil y que seas tú, que todo esto
sea un sueño y que, cuando me despierte de nuevo, mi ordenador
me muestre tus mensajes en la pantalla del Discord.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

UN ENCUENTRO NO DESEADO,
por Aya Laaziri El Gouni

1.º Bachillerato

Con esta pequeña historia no se pretende ofen-


der ni insultar a ningún profesor, las acciones
que se desarrollan son parte de la imaginación
de la autora. Un respeto a todos los docentes.

Uno nunca conocerá cómo es en realidad la gente con la que


convive. A mí, mi madre siempre me ha dicho que tengo que
comportarme bien con todo el mundo, porque nunca sabré si el
vecino con el que te encuentras cada día y te saluda por las ma-
ñanas es un acosador, si el conductor del autobús es un pedófilo
o si el policía, el que supuestamente te protege, trabaja con una
mafia que vende drogas. Por eso no debéis cometer el mismo
error que cometí yo.
Hola, soy Sara y esta es mi historia.
El día 15 de febrero, se halló un cadáver de una joven en un
apartamento, el cual estaba cerca del instituto en el que yo estu-
diaba. Fue una pareja, la cual se percató del fuerte olor que pro-
venía del apartamento de su vecino. Fue ella quien avisó a la
policía, para que esta abriera una investigación. La policía tardó
dos meses en encontrar al asesino, que se dio a la fuga luego de
cometer el asesinato. Lo condenaron a tan solo veinte años de
prisión. Como la noticia se hizo popular, varias personas salie-
ron a la calle a manifestarse, debido a que los años a que le ha-
bían sentenciado eran pocos comparados con la vida de una per-
sona, la de una chica joven a quien le esperaba un futuro prome-
tedor.

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Cinco meses antes de lo sucedido

Llevaba yendo al mismo instituto desde hacía cinco años, yo


supuestamente tendría que estar en 1.º de Bachillerato, pero por
desgracia repetí curso. Me sentía superincómoda en clase, la idea
de repetir no me gustaba para nada. Veía a mis antiguos compa-
ñeros divertirse entre ellos, mientras que yo estaba sola, no ha-
blaba con nadie, estaba sumergida solo en mis pensamientos.
Aún recuerdo cómo fue mi primer día: estaba muy nerviosa y,
para colmo, había vuelto de unas vacaciones de verano horribles.
Mi madre me estuvo regañando todo el verano por haber repe-
tido, me repetía constantemente que mis compañeros ya habían
pasado la ESO y que estaban en un curso superior, preparándose
para conseguir la nota que decidiría su futuro, mientras que yo
había perdido todo un año de mi vida.
Ese primer día vine vestida bien para dar buena impresión,
el tutor me dijo que me dirigiese al lado de él y que me presen-
tara. Me levanté superdecidida, y me dirigí hacía el maestro. Fue
en el momento en el que mis ojos se posaron en los ojos de mis
futuros compañeros en donde me sentí perdida, recordaba las pa-
labras hirientes de mi madre. Pero, en verdad, había perdido todo
un año.
Me presenté así: “Hola, soy Sara Farouki Méndez, nací el
trece de febrero, por lo que tengo 16 años, yo he repetido curso;
mis hobbies son… Pues que me gusta mucho leer, sobre todo
novelas de terror, me encanta la música y también me gusta bai-
lar”. Cuando dije esta última frase, muchos de ellos se empeza-
ron a reír de mí, supongo que será porque tengo sobrepeso y la
gente está acostumbrada a ver bailar a personas delgadas. Pasé
un momento vergonzoso y asqueroso, quería que la tierra en ese
momento me tragara. Lo único bueno que puedo decir de esos
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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

primeros días es que los profesores que me habían tocado no


eran tan malos, todos parecían majos y se notaba que les gusta
su trabajo.
Todos menos uno: el profesor de Biología, él no era malo, ni
mandaba muchos deberes ni nada por el estilo. Pero había algo
que me llamó mucho la atención y es que el maestro —aclaro
que desde mi punto de vista—se acercaba demasiado a sus alum-
nas, de una forma que se considera como algo no normal. Lo
extraño es que no veía ningún acto de rechazo por parte de las
alumnas, por lo que yo no le dí más importancia a aquel asunto.
Ya terminó el primer trimestre, yo estaba muy contenta con
mis notas, claro que el esfuerzo da sus frutos. El último día antes
de vacaciones, se me acercó Victoria, una compañera mía, en
verdad era una chica muy maja y es una de las únicas chicas que
no me criticaron. Ella me invitó a, si quería, ir algún día a su
casa, creó que desde ese momento nos hicimos amigas.
Las vacaciones pasaron rapidísimas y la vuelta al instituto
sonaba muy mal, pero no había otra que volver a despertarse
temprano, a hacer deberes y a ir superagobiados con los exáme-
nes, nada fuera de lo normal. Todo seguía igual, los otros siguie-
ron haciendo chistes sobre mi cuerpo, acaso no se ven ellos en
el espejo, qué rabia me dan. La compañía de Victoria me hizo
sentir mejor, y confiaba más en mí misma, era increíble. Ella era
una persona alegre, con un carácter fuerte, segura de sí misma,
era mi ídola.
Fue un martes a última hora, en la cual teníamos Biología,
cuando me percaté de que el maestro estaba pasando su mano
por la pierna de una chica. Ella parecía tener miedo, claramente
no le gustaba eso, pero tampoco quitaba la mano del maestro o
le gritaba por esos actos asquerosos. Esto se lo dije a Victoria y
ella me dio la razón. Cuando tocó la sirena, salí pitando de la
clase en busca del maestro de Mates, ya que se había llevado mi

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libro sin querer. Lo encontré en su departamento, recogiendo sus


cosas para irse. Por poco me quedaba sin libro de Mates y al día
siguiente tenía un examen. El profesor me lo devolvió y me dijo
que estudiara mucho, ya que el examen iba a ser difícil.
Estaba saliendo por la puerta del instituto cuando alcé mi
vista hacia el aparcamiento y vi al maestro de Biología montán-
dose en su coche, y en el lado del copiloto vi a… la misma chica
a la cual le estaba tocando antes en clase. ¿Qué hacía con él? No
sé por qué, pero lo primero que hice cuando vi que el coche se
estaba poniendo en marcha, fue coger mi bicicleta y empecé a
seguirlos. ¿Adónde se dirigían?
El sitio estaba muy lejos del instituto, y dudaba de que la
chica viviera en un hotel. Los vi entrar los dos al hotel, la chica
iba cabizbaja. Saqué mi móvil y empecé a echar fotos, necesi-
taba pruebas de verdad, así que los seguí adentro. Se dirigieron
hacia la segunda planta y entraron en la habitación número 13,
yo seguía echando fotos a todo. Iba a caerle una buena después
de que publicara estas fotos, pero no era suficiente, tenía que
entrar a la habitación de alguna manera. En ese momento vi el
carro de la limpieza y vi encima del carrito la tarjeta maestra. La
cogí prestada, y sin hacer mucho ruido abrí la puerta. Di peque-
ños pasos y me apoyé en la pared desde donde se podía ver per-
fectamente todo.
Tenía razón, ese capullo acosaba y violaba a sus alumnas,
menudo pedófilo. Era increíble, por eso siempre invitaba a dar
clases extra en los recreos a algunas. Encendí mi móvil y le di a
grabar. La estaba cogiendo de las piernas mientras le besaba el
cuello, lentamente se deslizó hacía su vientre y le empezó a besar
allí. Le di a parar de grabar, me quería ir de allí, ya no tenía nada
que hacer ahí. Al girarme, me tropecé con una maceta, la cual se
cayó e hizo mucho ruido. Yo salí corriendo sin pensarlo dos ve-
ces. Salí apresurada de la habitación, corriendo hacia la calle, no

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estaba segura de si el maestro me había visto, yo esperaba que


no.
Después de eso me fui directamente a casa.
Al día siguiente, mi madre me despertó con una magdalena
con una vela, ya que era mi cumpleaños. Estaba muy feliz ese
día, me vestí muy bien y me dirigí al instituto en mi bici.
Al llegar me sentí muy nerviosa, sentía como si algo fuese a
pasar ese día. Aún no me quitaba de la cabeza lo sucedió el día
anterior, seguía sin saber si el maestro de Biología se habría dado
cuenta. Ese día también me tocó Biología a última hora. Al sonar
el timbre el maestro me pidió que me quedara un momento, yo
no quería, pero igualmente me quedé. Me senté en la silla, mis
piernas temblaban, mi corazón latía a mil, me estaba empezando
a dar un ataque de ansiedad.
No sé exactamente qué me pasó, lo único que recuerdo fue
que me encontraba en la casa del maestro de Biología, él estaba
sonriendo de manera psicópata. Me dijo que lo mejor que hu-
biera podido hacer era no entrometerme en su vida, que debería
haberme ido a casa ese día en vez de seguirle, en vez de grabar
ese vídeo. Vi cómo rompía en pedazos mi móvil y desde ese
momento ya no recuerdo nada.

Día 16 de febrero

La noticia se hizo muy popular, se habló de ella en las redes


sociales y en los periódicos. Dieron a conocer la noticia así:

La historia de una joven conocida como Sara Farouki


Méndez, una chica que fue asesinada por su maestro de
Biología el día de su cumpleaños. El profesor de Biología
conocido como Paco Tiruel Sánchez cometió violación a

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

varias menores, entre ellas la hija del director del centro.


Se dio a conocer que había varios profesores que también
habían participado en este acto.

Con mi historia no pretendo acusar a ninguna persona, pero


piensen un momento: ustedes los profesores, los conductores,
los mecánicos, los agricultores, etc., si cometen estos actos, es-
tarán matando a varias chicas mentalmente, y en algunos casos
se llega a matarlas físicamente. Quiero que piensen en las jóve-
nes de ahora como si fuesen sus hijas, ya que estoy segura de
que ningún padre querrá que le pasé eso a su hija, pues así se
sentirán otros padres cuando se enteran de lo que le han hecho a
su hija.

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LA CASA DE LOS SUSURROS,


por Ángela Montoya Carpe

1.º Bachillerato

En un pequeño pueblo del País Vasco había una historia que


se contaba en Halloween todos los años. Era la leyenda de la
Casa de los Susurros, una antigua mansión envuelta en sombras,
que se alzaba en la periferia del pueblo, como si todo lo que se
encontraba alrededor hubiera olvidado que se encontraba allí. La
leyenda contaba que los susurros nocturnos revelaban secretos
enterrados hacía décadas, por una tragedia que marcó sus pare-
des con lamentos.
La leyenda cuenta que, en las noches de Halloween, las som-
bras narran historias ocurridas en la casa, como un eco reso-
nando en la oscuridad.
Era una noche oscura, pero eso no impidió que un grupo de
amigos decidieran enfrentarse al misterio que rodeaba la Casa
de los Susurros. Equipados con linternas y la valentía que solo
los jóvenes ignorantes pueden reunir, se adentraron en la man-
sión abandonada. A medida que cruzaron la puerta, sus risas se
apagaron ante susurros inquietantes.
Los primeros pasos resonaron en el suelo polvoriento, y los
susurros eran indescifrables, casi inaudibles. Avanzaron por pa-
sillos desiertos y habitaciones cubiertas de polvo, se sentía una
tensión palpable en el ambiente que aumentaba con cada crujido
de madera.
Entraron en una habitación especialmente sombría, en la que
se encontraba un antiguo espejo que reflejaba sus rostros páli-
dos. El espejo, cubierto de polvo, parecía contener los secretos

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más oscuros de la casa. Los susurros se intensificaron, y pudie-


ron empezar a identificar sonidos de risas siniestras, cuando, de
repente, las risas que antes habían sido estruendosas ahora se
desvanecían, dejando un silencio sepulcral. En el reflejo, vieron
sombras que no eran las suyas.
Una voz les advirtió sobre las consecuencias de desentrañar
los misterios prohibidos. Después de lo ocurrido, decidieron
abandonar la habitación, pero algo los seguía.
Decidieron explorar el piso superior, donde los susurros al-
canzaron un nivel aterrador. En una de las habitaciones hallaron
una puerta entreabierta que revelaba un misterioso sótano. Al
bajar la escalera, los susurros se volvieron gritos y figuras som-
brías parecían danzar en la oscuridad.
Entonces, las luces parpadearon y se apagaron. La oscuridad
envolvió el sótano y los gritos se convirtieron en suspiros que se
acercaban a sus orejas. El pánico se apoderó de ellos, y corrieron
hacia la salida. Al salir al exterior, la mansión parecía estar igual
que al entrar, pero algo no estaba bien. Faltaba alguien del grupo,
se giraron para mirar la puerta y esta se empezó a cerrar sola.
El grupo entró en pánico al darse cuenta de que uno de ellos
estaba desaparecido. Golpearon frenéticamente la puerta, pero
era como si la casa tuviera vida propia. Cuando la puerta se ce-
rró, un susurro pronunció el nombre del niño perdido. Desespe-
rados, prometieron volver a por él y escaparon antes de que algo
más pudiera suceder, dejando la mansión sumida en el silencio
eterno.
Unos años más tarde estos chicos se arrepintieron de no dejar
que esa leyenda quedara en el olvido.

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UN VIAJE INOLVIDABLE,
por David Molina García

4.º ESO

Un año más, mi amigo Erick y yo íbamos a coger unas me-


recidas vacaciones a Punta Cana.Todo el año esperando que lle-
gara esa semana de agosto para disfrutar del sol y la playa, nues-
tras maletas hechas, nuestro pasaporte, etc. Todo listo, nuestro
avión salía a las 17:00 de Madrid, nueve horas de viaje, yo estaba
acostumbrado a viajar en avión. Esta vez era en un Airbus A321
muy cómodo, con televisión y comida a bordo. El viaje iba bien
aunque el avión fuera lleno, fui varias veces al baño, no me en-
contraba bien del estómago, algo no me sentó bien. Desde la ca-
bina de control el copiloto dijo que habría turbulencias, que pa-
saría enseguida. El avión se movía mucho, la azafata pidió que
la gente volviera a sus asientos y se abrochara el cinturón.
Dos personas que estaban de pie de repente ataron a la aza-
fata a la silla y gritaron que este avión iba a ser secuestrado. Mi
colega y yo no podíamos mover los músculos, porque estas per-
sonas nos querían hacer algo.
—Todo el mundo quieto y nadie saldrá herido, si alguien se
mueve lo matamos. El avión vuela a 10000 pies de altura, no
tienen escapatoria —eso es lo que decían los terroristas.
Desde la cabina, el capitán dijo que esto era un secuestro y
que querían estrellar el avión, la gente empezó a gritar y a llorar.
Pasaron dos horas desde el secuestro y nadie se movía. Erick
era una persona que no sabía estarse quieta. Sin pensarlo, cuando
pasó el terrorista por al lado, no se lo pensó dos veces y con el
cinturón le dio en la cabeza y cayó al suelo; el otro, al verlo,

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disparo a Erick en la pierna. Yo, viendo que mi amigo iba a mo-


rir, me lancé contra él y a puñetazos le partí la nariz.
La gente ayudó a retener a los terroristas y desde la cabina el
capitán, el copiloto y la azafata dieron las gracias por salvarles
la vida a todos de una muerte segura. Erick y yo dijimos que
estábamos esperando todo el año nuestras vacaciones, para que
ahora viniera alguien a estropearlas.
Erick fue a un hospital donde le sacaron la bala y la sorpresa
fue que la aerolínea nos regaló las vacaciones.

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EL ÚLTIMO CONCIERTO,
por Juan José Macanás Jiménez

1.º Bachillerato

Una calurosa tarde de septiembre, Rafa, quien era conocido


por todos como Cyril (nombre artístico en el mundo de la mú-
sica), anda por las calles de Madrid como cualquier otro día nor-
mal de su vida, hasta que, en la puerta de la tienda Zara, dos
hombres vestidos enteros de negro con pintas sospechosas le to-
can el hombro y le dicen que debe de subirse a la furgoneta que
estaba aparcada en el callejón de la calle de detrás.
Rafa, asustado, decide hacerles caso a estos sujetos e ir hacia
allí; al llegar se encuentra con parte de sus familiares dentro de
esa furgoneta, y a su mayor enemigo, Morad, bajando de ella en
el mismo instante en que él llega. Al ver esto, Rafa le eleva la
voz a Morad y estos empiezan a discutir hasta tener que ser se-
parados por los dos hombres de negro, que son precisamente los
guardaespaldas de Morad. Al separarlos, Morad le dice a Rafa
que debería no acudir a su próximo concierto, el cual tiene que
dar la tarde siguiente, o si no, si acude, toda su familia va a tener
que pagar las consecuencias, ya que Rafa había sido elegido por
los organizadores del evento para dar el concierto por delante de
él en la categoría de “música de calle”.
Tras esto los guardaespaldas y Morad abandonaron el calle-
jón con la familia de Rafa dentro de la furgoneta. Rafa muy preo-
cupado decidió irse a su casa y pensar qué hacer. Al llegar a su
casa se dio cuenta de que no tendría que ir a actuar mañana, ya
que, aunque se debiera a sus fans, lo más importante para él era
la familia. También Rafa pensó en llamar a la policía, pero más

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tarde le vino a la cabeza que si la llamaba y Morad se enteraba


posiblemente su familia sufriera daños muy fuertes, así que Rafa
decidió no acudir al concierto y dejarle a Morad esa plaza para
actuar e irse a dormir ya.
A la mañana siguiente Rafa llamó a uno de sus mejores ami-
gos, Ilia, y le contó todo lo que había pasado. Ilia le aconsejó que
lo mejor que podía hacer era ir al concierto y explicarle a la gente
cómo era Morad de verdad, ya que era un personaje que se hacía
pasar en las redes como el “cuidador de los niños y las personas
mayores”, pero esto a Rafa no le pareció buena idea, ya que no
quería perder a su familia.
Al rato Ilia tuvo la idea de que Rafa le dijera a Morad que no
iba a actuar y que él fuera allí, pero que cuando llegara lo espe-
raran tanto ellos como la policía para poder acabar con las mafias
en el mundo de la música. Y eso hicieron: le comunicaron a Mo-
rad la no actuación de Rafa y aquel anunció su concierto por las
redes sociales; al ver esto, Rafa le pasó conversaciones y la foto
del concierto a la policía para explicarle lo de la redada, la poli-
cía le dio el visto bueno y solo quedaba esperar a por la tarde.
Ya eran las siete, hora del concierto, y todo estaba preparado
para la redada, y justo llegó Morad en ese momento en el que
supuestamente habían quedado Rafa y Morad para la entrega de
su familia. Apareció la policía y acabó con todo ese chantaje por
parte de Morad hacia Rafa. Finalmente Rafa pudo dar su con-
cierto tranquilo junto a su familia en el escenario tras la deten-
ción de Morad y anunció que dentro de dos semanas daría su
último concierto, ya que esta situación de ser famoso y vivir en
el escaparate de la gente estaba perjudicando su salud mental. El
concierto acabó y todo muy bien, pero Rafa vivía con el miedo
de que a su familia le pasara algo después de lo ocurrido, así que
decidió comprar dos casas en la otra punta del mundo, en Aus-

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tralia, para que en cuanto diera su último concierto, salieran dis-


parados en un avión privado hacia allí y olvidarse de todo su
pasado en España.
Llegó la mañana del día del último concierto y en el barrio
de Rafa se respiraba un ambiente raro, como de tristeza, decep-
ción, hacia la persona que había hecho grande al barrió pero que
ahora les dejaba por situaciones externas que dejaban al barrio
en un mal lugar, ya que salieron muchas publicaciones en la
prensa que decían que lo que afectaba la salud mental de Rafa
era la delincuencia de su barrio.
Tras percibir esto, Rafa decidió hacer como una junta de ve-
cinos y transmitirles sus sentimientos a sus vecinos para que en-
tendieran su marcha. En ese instante, puesto y decidido fue a la
puerta del presidente, don Juan Cuesta, para informarle de esa
junta de vecinos. Tras esto, la junta se hizo y todos los vecinos
lograron entenderlo y darle una buena despedida.
Llegó la tarde en la ciudad y Rafa acudió a las instalaciones
donde iba a transcurrir el concierto junto a todo su familia y to-
das sus pertenencias, ya que al terminar el concierto iban a partir
hacia Australia. Todo el concierto discurrió con normalidad y al
terminar todos los fans se volcaron hacia Rafa ovacionándolo y
haciendo todo lo posible para que no se fuera, pero Rafa les co-
municó que su decisión estaba tomada, hasta que ocurrió algo
que cambió todo: de repente, por las puertas de las instalaciones
apareció don Antonio Recio, presidente del gobierno en ese mo-
mento, y le dijo a Rafa que no se fuera, que todo el país estaba
con él, y que si hacía falta le iban a proporcionar seguridad pri-
vada y una casa para él y toda su familia en una zona vigilada y
de difícil acceso. Tras ver toda la repercusión que había causado
su marcha, decidió que se debía a sus fans y que no podía aban-
donarlos, así que aceptó las medidas del presidente y decidió

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quedarse en España como uno de los máximos referentes del


país.

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LA PUERTA SIN NÚMERO,


por Carlos Jiménez Muñoz

1.º Bachillerato

Aquel día un hombre fue a un hotel y se dirigió hacia la re-


cepción para registrarse. La mujer que atendía le dio su llave y
le dijo que en el camino a su habitación, había una puerta sin
número, que estaba cerrada y que estaba totalmente prohibido
entrar. En especial, que tampoco debía mirar adentro del cuarto,
bajo ningún concepto. El sujeto siguió las órdenes de la recep-
cionista y se fue directo a su habitación.
La siguiente noche, su curiosidad no lo dejaba tranquilo, así
que el hombre decidió ir a revisar esa puerta sin número. Cruzó
el pasillo y llegó al cuarto; trató de abrir la puerta tirando hacia
abajo del pomo, desde luego estaba cerrada. Se agachó y miró
por el cerrojo, y sintió una brisa fría en su ojo izquierdo. Lo que
vio fue simplemente una habitación común y corriente como la
de él, pero en una esquina de esta había una mujer cuya piel es-
taba completamente blanca. Estaba con la cabeza apoyada en la
pared. El tipo se confundió un poco, estuvo a punto de tocarla,
pero decidió no hacerlo. Esta decisión salvó su vida, se retiró y
volvió a su cuarto.
Al día siguiente, volvió a la puerta sin número y volvió a
mirar por la rendija del pomo, esta vez solo veía rojo, no podía
hacer nada más que ver solo un color rojo que no se movía.
Pensó que tal vez la gente del cuarto lo había descubierto y que
probablemente habían tapado la mirilla del otro lado con un
trapo o algo de color rojo.

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Para este punto, el sujeto fue con la señora a preguntarle y


calmar su curiosidad. Ella suspiró y preguntó:
—¿Miraste por la mirilla de la puerta?
Él le contestó que sí, a lo que ella le comentó:
—Supongo que puedo contarte la historia: Hace tiempo un
hombre asesinó a su esposa en esa habitación y desde entonces
el espíritu de esa mujer siempre está por ese lugar. Pero esta
gente no era muy común, tenía la peculiaridad de que su piel era
completamente blanca, y lo único que les resaltaba eran sus ojos,
completamente rojos.
El hombre se quedó asombrado y con miedo, por lo que de-
cidió después de estar un rato hablando con la recepcionista,
subir a la habitación a pensar sobre el tema y descansar.
Pero esto no iba a ser así, ya que a medianoche se empezaron
a escuchar golpes muy fuertes en la puerta de la mujer pálida,
así que el hombre se levantó de su cama, entró al baño y cogió
un bote de agua oxigenada y unas cerillas, y con mucho miedo
se dirigió a la puerta de la mujer y entró con un placaje.
Dentro de la habitación estaba todo el suelo pintado de cru-
cifijos y manchas rojas, entonces el hombre hizo una cruz en
medio de la habitación con agua oxigenada y tiró una cerilla
prendida. El hombre, cuando lanzó la cerilla al suelo, salió co-
rriendo de la habitación, cerró la puerta, y se esperó cinco minu-
tos para entrar. Cuando entró, todos los crucifijos y manchas del
suelo se fueron, y esa puerta de la habitación volvió a recuperar
el número 66.

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EL MISTERIO DEL FARO,


por África Martínez Baños

1.º Bachillerato

En un pequeño pueblo vivía un niño llamado Marc, estaban


en verano y sus padres Sergio y Lucía habían decidido que iban
a ir de vacaciones al pueblo costero en el que ellos se habían
conocido. Marc estaba haciendo la maleta y la verdad es que no
tenía muchas ganas de hacer ese viaje porque no conocía a nadie,
pero él sabía que tenía que ir porque era muy importante para
sus padres.
Ya era el día de irse, y en ese momento estaban en el coche
de camino a ese pueblo llamado Nueva, era un pueblo de Llanes
que tenía una playa muy bonita. Después de cinco horas de viaje
en coche llegaron al pueblo, nada más entrar a Marc le empezaba
a hacer más ilusión porque era un pueblo muy pequeño y bonito.
A los cinco minutos habían llegado a la casa, era blanca con dos
plantas y un jardín con flores muy bonitas. Entraron y empeza-
ron a dejar las cosas, la verdad es que por dentro era enorme y
muy moderna, la habitación de Marc era grande con una cama
de matrimonio, las paredes de color blanco y en frente de la cama
un ventanal por el que se veía un bosque, y eran unas vistas pre-
ciosas.
Tiempo más tarde, después de terminar de dejar las cosas,
sus padres le dijeron que habían quedado a cenar con sus amigos
y sus hijos en la Central, un bar con comida típica de allí. Esta-
ban ya en el bar y sus padres habían empezado a presentarle a
los hijos de sus amigos y la verdad es que le cayeron muy bien

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todos, y quedaron al día siguiente para ir a la playa. La cena ha-


bía pasado muy rápido y llegó la hora de ir a casa.
Al día siguiente era ya la hora de ir a la playa y estaba ya con
Miren, Dylan, Julen y Eider de camino a la playa. Empezaron a
contarle que había una historia con el faro que había en el pue-
blo. Decía la historia: “Un 14 de Julio de 1990 el faro empezó a
hacer cosas raras, todo el mundo hablaba de eso en el pueblo,
hasta que dos noches después dejó de funcionar y gente del pue-
blo que eran marineros fueron a hablar con el chico del faro, pero
resulta que no estaba, decidieron ir a ver al alcalde para contarle
lo que había pasado y el alcalde decía que no podía hacer nada,
entonces dejaron de llegar barcos a ese pueblo y nadie siguió
investigando sobre este tema”.
Bueno y esa era la historia del faro. Dylan y Julen, que eran
hermanos, le dijeron que por qué no investigaban sobre el faro y
los demás aceptaron. Llegaron al faro e intentaron abrir la
puerta, pero no podían; la forzaron, pero no había manera. En-
tonces decidieron todos apoyarse a la vez en la puerta y hacer
fuerza, y cuando estaban todos haciendo fuerza, se abrió y vieron
que había otra puerta y las escaleras. Decidieron, primero, subir
para ver cómo estaba la parte de arriba y vieron que estaba in-
tacta, como si estuviese nuevo, y empezaron a ver si había algún
papel que diese pistas de algo, y, después de buscar casi veinte
minutos, encontraron un plano subterráneo de del faro en el que
había como habitaciones. Entonces dijeron de bajar, aunque se
estaba haciendo de noche.
Bajaron y pudieron abrir la puerta. Había unas escaleras, y
bajaron. Había tres puertas: una, que era un habitación quemada;
otra, que era una cocina antigua; y la última, un despacho que
estaba vacío y lo único que había en la mesa era una carta de
despedida.

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Hola, soy Ramón, el que lleva todo el faro, siento de-


ciros que yo me voy de aquí debido a que el faro está
empezando a dar problemas, se ha quemado una habita-
ción en la cual yo estuve a punto de morir, y, aparte, por-
que aquí estoy bajo unas miradas de gente peligrosa, si
habéis llegado hasta esta habitación habéis tenido mucha
suerte, llevad cuidado. Si no podéis salir creo que en la
cocina hay un teléfono de emergencia, aunque no sé si
alguien os rescatará.
Cuidado.
Un saludo.
Ramón.

Marc les dijo a sus amigos:


—Chicos, vamos corriendo a ver si podemos salir o nos han
encerrado.
Cuando llegaron, exactamente, la puerta estaba cerrada y en-
traron en estado de pánico porque, encima, no tenían cobertura
para poder llamar a sus casas y contarles lo que había pasado.
Decidieron hacer lo que ponía en la carta: bajar a buscar el telé-
fono de emergencia. Se pusieron manos a la obra para buscar el
teléfono y después de casi una hora buscándolo, lo encontraron
y, aparte, dos papeles: uno en el que ponía que solo podían hacer
tres llamadas y otro en el que ponía el nombre de un grupo, y
todos los papeles que fueron encontrando se los fueron guar-
dando. Cogieron el teléfono y pensaron a quién llamar, y a la
primera persona que pensaron en llamar fue al padre de Marc,
que fue Guardia Civil, luego a la policía y, si no, a otro padre.
Nada más llamar al padre de Marc, este lo cogió y Marc le
dijo lo que había pasado, le echaron la bronca y su padre le dijo
que iban a llamar a la policía para que los rescataran. Mientras

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tanto, ellos siguieron buscando papeles que había por las habita-
ciones y encontraron un papel como si fuese un número de emer-
gencia y también se lo guardaron. Justo escucharon un ruido de
una puerta y era la policía, que los sacaron de allí y les dijeron
que no volviesen, que era un lugar peligroso. Ellos le contaron a
la policía todo lo que habían encontrado y les dieron las gracias
y dijeron que iban a investigar al día siguiente sobre el faro.
Después de unos cuantos días, tuvieron nuevas noticias sobre
el faro, ya que la policía había contactado con ellos para darles
las gracias, ya que habían conseguido contactar con Ramón, el
chico del faro, y estaban buscando al grupo del cual Ramón ha-
bía hablado y que coincidía con el mismo nombre que el que
figuraba en la hoja que encontraron los chicos.
La policía le dijo a Ramón que podía volver, ya que pondrían
seguridad en la puerta del faro, y que iban a buscar al grupo hasta
detenerlos.
La verdad es que Marc, después de habérselo pasado tan bien
esa semana, les dijo a sus padres que no quería volver a casa y
los padres se quedaron pensativos ante las palabras de su hijo. Y
una semana después decidieron que se iban a quedar allí a vivir
porque a ellos ese pueblo les aportaba felicidad.

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LECTORA EN EL METRO,
por María Isabel Rocha Quinteros

1.º Bachillerato

Una chica a la que le encanta leer, aunque a causa del estudio


no tiene mucho tiempo y el único tiempo en que puede aprove-
char es en el metro: puede que sea ruidoso, pero eso no le impide
leer a una de sus autoras favoritas.
Paula iba muy temprano al metro, solía ser una de las prime-
ras en la cola, esto lo hacía para poder obtener un asiento, ya que
estar parada es muy incómodo para leer.
Paula siempre tuvo esa facilidad de poder acabar un libro en
menos de una semana, sin importar lo largo o corto que fuese, y
siempre aprovechaba esa media hora en el tren, lo que permitía
avanzar mucho en su lectura.
Ella siempre se sentaba en el mismo asiento todos lo días, al
costado de la ventana, ya que se le hacía muy cómodo y alejado
de la multitud de gente que iba entrando al metro, pero un día
ella se levantó tarde y tuvo que ir al metro corriendo. Al llegar
se iba a sentar en su asiento, pero le tomó de sorpresa que un
chico ya se sentó en él, no tuvo más remedio que sentarse a su
lado y ponerse al día con el libro.
—Veo que no le agradó que me sentara en su asiento —dijo
el joven que estaba a su lado.
—¿Mi asiento? —dijo Paula bastante confundida.
—Me refiero a este asiento que ocupa todos los días —res-
pondió.
—¿Cómo sabe eso? Porque yo a usted nunca le he visto.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

—Pues yo sí, siempre la veo aquí sentada leyendo un libro


de Maria Zaragoza, que, por cierto, es un buen libro.
—No entiendo, ¿es un espía? ¿Qué es lo que quiere?
—Tranquila, no soy un espía, yo solo tuve curiosidad de
como iba a reaccionar al sentarme aquí, me llamo Bruno. ¿Como
te llamas?
— ...Me llamo Paula, y ahora qué piensas, robarme el asiento
todos los días?
—Para nada, yo solo se lo estaba guardando —dijo Bruno
sonriendo.
Y así fue como conoció a Bruno, a partir de ese momento
notó que él siempre se sentaba a su lado.
También él iba muy temprano, al parecer no para encontrar
asiento, sino para sentarse a su lado, sacaba hasta el mismo libro
que ella empezó a leer.
A Paula le pareció muy raro, aunque no lo tomó con mucha
importancia y siguió con lo suyo, pero lo que le molestaba de él
era que no paraba de hablar en todo el camino interrumpiendo
de su lectura.
Ella dejó de ir temprano, ya no le importaba sentarse, prefirió
leer parada con tal de no sentarse al lado de él, pensó que con
eso se liberaría de Bruno, pero no le funcionó, ya que él también
iba parado al lado de ella y comenzaba a hablarle, hasta que ella
no aguantó y le dijo que no quería que le hablase más y que le
dejase leer tranquila.
Bruno se sintió mal, él ya estaba acostumbrado a sentarse al
lado de ella, a leer con ella, a hablar de su vida con ella, hasta
que se dio cuenta de que se estaba enamorando de ella, por lo
bella y por lo lectora.
—Te prometo que no te molestaré más, pero déjame estar a
tu lado, leer contigo —dijo Bruno muy apenado.

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A Paula, sin embargo, le pareció muy extraño su actitud, que


terminó aceptando.
Bruno no le habló más, solo se sentaban juntos y leían el
mismo libro todos los días, ella ya se había acostumbrado a su
presencia y ya estaba empezando a sentirse muy cómoda, tam-
bién le agradaba tener a alguien con quien compartir el mismo
tiempo de su lectura, ya que le motivaba a seguir leyendo.
Al paso de unas semanas, Bruno no aparecía en el tren; ella,
aunque le costaba admitirlo, lo extrañaba, y cuando volvió a
verlo le preguntó qué le había pasado, y él le contesto que solo
había estado enfermo.
Después de unos días ellos volvieron a ser un poco más cer-
canos y empezar a hablar entre ellos,
Bruno estaba feliz por conocer cada día más a su lectora fa-
vorita.

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LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL,


por Diego Gregorio Pérez

1.º Bachillerato

Esta historia comienza un lunes de mayo, donde nuestro pro-


tagonista Manolo estaba jugando con sus primos, Javier y Ale-
jandro, a voleibol al lado de la playa, ya que estaban entrenando
duro para lograr su sueño: competir en la selección sub 20 espa-
ñola, cuando, de repente, su madre los llamó para ir a comer.
Por la tarde, después de haber disfrutado de un gran ban-
quete, Alejandro propuso un plan para esa misma tarde: ir a jugar
al escondite por el pueblo, pero nada salió como esperaba.
Eran las cinco de la tarde cuando empezaron la primera
ronda. Javier fue el ganador, después de haberse escondido en
un arbusto del parque, pero la cosa no se quedó ahí, los escondi-
tes eran cada vez más extremos, llegando al punto de que Ma-
nolo casi es atropellado por un coche. Estaban muy apasionados
por el juego, pero Alejandro cometió un error que nunca olvi-
dará: se metió a la alcantarilla. Después de buscarlos por horas,
Manolo se asustó hasta el punto de llamarlo al móvil para en-
contrarlo, pero Alejandro no contestó. Fue entonces cuando Ja-
vier sugirió que quizá se había metido a la alcantarilla.
Cuando llegaron a la alcantarilla, tanto Manolo como Javier
encendieron la luz del móvil para buscar a Alejandro, pero la
alcantarilla era más grande de lo que ellos pensaban, por lo que
estuvieron andando por horas hasta llegar a una intersección de
dos túneles. Los dos chicos estaban tan agotados que decidieron
separarse para cubrir el máximo terreno posible, pero al cabo de
una rato Manolo empezó a oír pasos detrás de él, lo que le hizo

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ponerse a correr aterrorizado mientras escuchaba unas palabras:


“Para ya, no escaparás, no puedes huir, vas a morir, ya tenemos
al otro”. Manolo tuvo tanto miedo que solo pudo seguir co-
rriendo por el túnel mientras lloraba incesantemente y se pre-
guntaba si sus primos estarían bien, pero entonces fue cuando
vio una luz proveniente del final del conducto.
Manolo se puso muy feliz al ver su vía de escape y corrió
todo lo que pudo hasta el final del túnel y, cuando llegó y vio lo
que había fuera, sintió una sensación que no pudo contener, un
miedo incesante. Un gran monstruo con forma humanoide es-
taba intentando arrinconar a Alejandro mientras este intentaba
escapar de cualquier forma; por suerte, el monstruo vio a Manolo
y se fue corriendo de la llanura, dejando a Alejandro y Manolo
con un emotivo encuentro. De repente, Javier salió de otro túnel
justo para encontrarse con ellos, por lo que decidieron volver
todos juntos a casa.
Manolo vislumbró la salida después de un rato, eran las es-
caleras por donde habían entrado, y se dispuso a salir cuando
Javier dijo algo extraño: “¿Por qué no nos quedamos aquí esta
noche?”. Manolo pensó en lo loco de ese comentario después de
lo que habían vivido, pero lo que hizo que pusiera una cara de
pavor innombrable fue lo que dijo Alejandro después: “Quieras
o no, te quedarás con nosotros…”.
Aquellos no eran Alejandro ni Javier, pero ya era tarde para
Manolo, su ansiedad por entender lo que había hecho para me-
recer ese final lo inquietaban, pero no duró mucho, porque lo
único que pudo sentir después fue el dolor por culpa de esos
monstruos, que lo estaban devorando vivo.

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EL MISTERIO DE LAS FLORES,


por Eva María Vera Cortés

1.º Bachillerato

Violeta y Lila eran dos amigas que se conocieron de peque-


ñas en el colegio y desde ahí se volvieron inseparables. Estas
vivían en un pequeño pueblo rodeado de campos de flores. Sus
nombres coincidían con los colores de las plantas que había
cerca de la casa de los padres de cada una. Juntas, salían a cuidar
de las flores siguiendo la tradición de sus padres y aprovechaban
para merendar cada tarde cerca del campo.
Un día, mientras paseaban por el prado, encontraron una ex-
traña planta con pétalos negros y un aroma bastante desagrada-
ble. Intrigadas, decidieron llevarla a casa para investigar más so-
bre ella. Como ese día era fin de semana, Violeta permitió que
se quedara a dormir con ella para seguir descubriendo cosas so-
bre la flor .Sin embargo, al llegar a la casa de Violeta, su madre
les advirtió sobre la peligrosidad de la planta. Las dos amigas le
preguntaron que cómo sabía que era peligrosa, pero la madre le
dijo que no se lo podía contar porque las causas que esta tenía se
podían hacer realidad y que solo les podía decir que su néctar
era venenoso y mortal.
A pesar de las advertencias, Lila, con su espíritu aventurero,
decidió probar la planta en secreto mientras Violeta dormía. Al
día siguiente, Violeta encontró a su amiga convulsionando en el
suelo, rodeada de pétalos marchitos. Aterrorizada, corrió en
busca de ayuda, pero cuando regresó con su madre ya era dema-
siado tarde. Lila había muerto envenenada por la planta desco-
nocida.

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

Violeta quedó destrozada por la pérdida de su amiga. Deci-


dió investigar más sobre la misteriosa planta para entender qué
había causado la muerte de Lila. Descubrió que la planta era co-
nocida como “no escapéis”, una vieja maldición que un cura ha-
bía provocado a todas las flores del siglo XX cuando le obliga-
ron a abandonar su iglesia. Esta planta era engañosa para los que
la veían debido a que su color negro tan intenso causaba intriga
y provocaba que toda la gente que la cogiera a las horas muriera
por el hechizo. Este era el gran propósito del cura en esa época,
pero no se había dado un caso igual en estos tiempos.
Violeta intentaba evitar que más personas sufrieran el mismo
destino que Lila, se propuso erradicar la planta de los campos
cercanos. Con la ayuda de su madre y otros habitantes del pue-
blo, llevaron a cabo una duradera tarea de búsqueda y destruc-
ción de la planta venenosa.
Finalmente, después de semanas de trabajo, lograron elimi-
nar por completo la presencia de la “no escapéis” en el área.
Aunque la pérdida de Lila dejó un vacío en el corazón de Vio-
leta, encontró consuelo en saber que había protegido a su pueblo
de una amenaza mortal.
El recuerdo de Lila viviría para siempre en su corazón, como
una flor marchita pero eternamente presente en el jardín de su
amistad. Y así, entre lágrimas, Violeta continuó cuidando de las
flores que tanto amaba, recordando siempre a su querida amiga,
Lila.

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EL BOSQUE,
por Diego Martínez Ruiz

4.º ESO

Esta historia comienza con un adolescente de dieciséis años


llamado Juan Francisco Lopez Gordam (Juanfri). Juanfri jugaba
todos los días al ajedrez, pero en sus ratos libres jugaba al balon-
cesto en silla de ruedas, estuvo un año practicando, pero vio que
no era lo suyo, así que un día se cambió al baloncesto normal y
vio que era lo suyo.
Su equipo estaba plagado de estrellas y Juanfri no podía des-
tacar y un día habló con su entrenador y entre los dos decidieron
que se cambiaría al filial de su equipo, donde sí podría destacar.
El problema era que el pabellón donde entrenaban los del filial
estaba en mitad del bosque y tardaba una hora en llegar allí en
coche.
Pero a Juanfri no le importo esto e intentó hacer un esfuerzo
para mejorar su nivel en todos los aspectos del baloncesto para
poder ganar la confianza de su entrenador para poder volver al
equipo grande y demostrar lo que valía y poder ser titular indis-
cutible.
Juanfri se dispuso a ir al pabellón por el bosque, y parecía
interminable el camino. Después de una hora llegó y encontró
un pabellón en ruinas, pero le dio igual y se dispuso a empezar
el entrenamiento con sus nuevos compañeros. Terminó el entre-
namiento y vio que sus compañeros no eran muy buenos, con lo
que iba a ser fácil ganarse la titularidad. Después se puso a tirar
unos tiros para terminar bien el entrenamiento. Salió del pabe-
llón, miró al fondo de la carretera y vio a un compañero de su

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R/N. Revista de narrativa, 8(1). 2024. ISSN 2605-3608

nuevo equipo meterse al bosque. Fue a ver dónde estaba y se


adentró en el bosque buscándolo; al cabo de veinte minutos se
fue y cuando iba a salir vio a un perro que se puso a dos patas y
con el dedo le señaló y le dijo que no, y salió corriendo hacia su
coche y llegó a su casa en treinta minutos, llamó a su compañero
y este le dijo que no se había metido en el bosque.
Juanfri no le dio mucha importancia a lo sucedido,
Pensó que tal vez su compañero estaba confundido o imagi-
nando algo. Pero esa noche tuvo un sueño inquietante: estaba
otra vez en el bosque. Pero esta vez no estaba solo. Una sombra
se movía entre los árboles y una sensación de peligro lo invadió.
Cuando despertó decidió dejar de pensar en eso y centrarse
en entrenar y mejorar su juego. Con el paso de los días, Juanfri
empezó a destacar en el filial y se ganó la confianza de sus com-
pañeros y entrenadores. Su dedicación y arduo trabajo dieron sus
frutos y pronto se acercó a su objetivo de regresar al equipo prin-
cipal.
Pero a medida que pasaban las semanas, los extraños encuen-
tros en el bosque se repetían. Juanfri veía figuras entre los árbo-
les, escuchaba ruidos extraños y en ocasiones tenía la extraña
sensación de que alguien lo observaba. Intentó ignorar estas ex-
periencias, diciéndose a sí mismo que eran solo producto de su
imaginación o del estrés de su entrenamiento.
Pero una tarde, de camino a casa después de un duro entre-
namiento, decidió tomar un atajo por el bosque para llegar más
rápido a su destino. Mientras caminaba entre los árboles, una
sensación de inquietud creció dentro de él. De repente escuchó
pasos detrás de él. De repente se dio la vuelta, pero no había
nadie allí. Decidió acelerar el paso y los pasos detrás de él tam-
bién se hicieron más rápidos.

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Y justo cuando estaba a punto de llegar al borde del bosque,


algo lo agarró del brazo. Cuando se dio la vuelta, vio una figura
oscura y borrosa emergiendo de entre los árboles. Logró libe-
rarse a pesar de que su corazón latía con fuerza y corrió hacia su
auto. Cuando entró, se dio la vuelta y no vio a nadie allí. Respi-
rando pesadamente, puso en marcha su coche y se alejó a toda
velocidad. A partir de ese día, Juanfri estuvo decidido a evitar el
bosque a toda costa, pero la sensación de que algo acechaba en
la oscuridad nunca desapareció del todo. A pesar de su éxito en
el baloncesto, una sombra de miedo se cernía sobre él, recor-
dando que el bosque es más que solo árboles y vida silvestre.

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LA SOMBRA DEL OLVIDO,


por Diego Pérez Pérez

1.º Bachillerato

CAPÍTULO 1: EL PELIGRO DE LAS ANTIGÜEDADES

En el tranquilo pueblo de Cañada seca, situado en Valencia,


vivía un joven estudiante de primer año de bachillerato llamado
Martín. Un día, en clase de Lengua, su profesor les dijo que te-
nían que leerse un libro, el que ellos quisieran, para más tarde
hacer un trabajo sobre este. Debido a que a Martín le gustaban
las cosas antiguas, decidió ir a una tienda de antigüedades para
buscar algún libro que le gustase. Tras buscar, descubrió un an-
tiguo libro con una portada de piel desgastada y un título que
decía: La sombra del olvido. Intrigado por su apariencia miste-
riosa, Martín decidió comprarlo.
Al abrir el libro en su casa, se dio cuenta de que las páginas
estaban llenas de extraños símbolos y relatos oscuros. A medida
que leía, una sombra sutil parecía extenderse desde las palabras,
envolviendo su habitación en una atmósfera inquietante. Martín
sintió un escalofrío que recorrió su espalda, pero a pesar de ello
la curiosidad lo impulsó a seguir leyendo.

CAPÍTULO 2: LA APARICIÓN DE LO DESCONOCIDO

Un viernes, cuando salió a dar una vuelta con sus amigos, se


dio cuenta de que comenzaron a suceder cosas extrañas en su
pueblo que antes de empezar a leer el libro no sucedían. Las lu-
ces parpadeaban e iluminaban el cielo nocturno y los habitantes
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del pueblo comenzaron a actuar de manera extraña, como si es-


tuvieran bajo la influencia de una presencia desconocida.
Una vez que llegó a su casa, Martín, preocupado por los
eventos sobrenaturales, decidió investigar en internet informa-
ción sobre ese libro. Para su sorpresa, resultó que el libro que
había comprado mencionaba un antiguo ritual para comunicarse
con lo desconocido y, a pesar de sus dudas, Martín decidió rea-
lizarlo para obtener respuestas. Así que, sin dudarlo un mo-
mento, se cambió de ropa y salió de su casa a medianoche, deci-
dió ir a un lugar solitario en el bosque, que estuviera oscuro. Una
vez allí empezó el ritual que ponía en internet, el cual consistía
en coger una vela parpadeante y decir unas palabras específicas
susurradas.
La oscuridad pareció cobrar vida, y una figura sombría salió
de las sombras. Martín temblaba, pero no podía apartar la mi-
rada, ya que si aparecía algo importante quería ser conocedor de
ello. Al cabo de un par de minutos, apareció una figura, la cual
le reveló que el libro era una puerta hacia un reino olvidado, y al
abrirlo había liberado una antigua fuerza que ahora amenazaba
con sumergir al pueblo en el olvido eterno.

CAPÍTULO 3: LA LÁGRIMA PERDIDA

Aterrorizado por aquellas palabras, Martín se propuso dete-


ner aquella maldición, a la cual denominó la sombra del olvido,
que acechaba a Cañada Seca. Profundizó más en la lectura del
libro y descubrió que había un antiguo artefacto, la Lágrima de
la Memoria, que tenía el poder de sellar la brecha entre los mun-
dos y devolver la normalidad al pueblo.

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Tras los días, decidió armarse de valor e ir a buscar aquel


artilugio tan poderoso, esto lo llevó a lugares oscuros y abando-
nados, donde la sombra del olvido se hacía más fuerte. Encontró
pistas en tumbas olvidadas y catacumbas que resonaban con su-
surros de voces temblorosas. Martín se enfrentó a criaturas de
pesadilla y desafíos paranormales mientras avanzaba hacia su
objetivo.
Finalmente, en lo más profundo del bosque divisó algo, era
la Lágrima de la Memoria, una piedra brillante que resonaba con
recuerdos perdidos. Armado de valor, Martín regresó al punto
donde había realizado el ritual anteriormente y, usando la Lá-
grima, intentó sellar la brecha entre los mundos.

CAPÍTULO 4: LA BATALLA CONTRA LA OSCURIDAD

Al sellar la brecha, Martín desató una tormenta de sombras


que amenazaban con engullirlo. Se encontró luchando contra
fuerzas desconocidas mientras el mundo a su alrededor se retor-
cía y deformaba. Voces susurrantes llenaban su mente, inten-
tando borrar sus propios recuerdos.
Con valentía, Martín resistió, recordando cada detalle de su
vida y sus seres queridos. La sombra del olvido, furiosa y deses-
perada, intentó resistirse, pero la Lágrima de la Memoria demos-
tró ser más fuerte. La oscuridad se disipó lentamente y Martín se
encontró de nuevo en Cañada Seca, donde poco a poco la nor-
malidad iba regresando a su vida.

CAPÍTULO 5: LA VUELTA A LA NORMALIDAD

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Aunque Cañada Seca había vuelto a la normalidad, Martín


sabía que la sombra del olvido nunca desaparecería por com-
pleto. Guardó el libro y la Lágrima de la Memoria en el sótano
de su casa, en un lugar seguro, prometiendo protegerlos para que
nunca cayeran en manos equivocadas.
El pueblo se enteró de que volver a la normalidad era gracias
a Martín, por lo que se lo agradecieron por su valentía, pero mu-
chos de los eventos sobrenaturales quedaron marcados en la me-
moria colectiva del pueblo. Martín, ahora más sabio y cauteloso,
regresó a sus estudios de bachillerato, llevando consigo la expe-
riencia de enfrentarse a lo desconocido y la importancia de re-
cordar quiénes somos.

CAPÍTULO 6: LAS MARCAS DEL ENCUENTRO

Un día su profesor les dijo que tenían que hacer el trabajo


sobre el libro leído. En ese momento, Martín empezó a encon-
trarse mal, ya que, aunque la amenaza inmediata había pasado,
no podía quitarse esos tormentosos pensamientos. A partir de
ahí, las noches se volvieron más intranquilas, empezó a sufrir
insomnio y a tener con mucha frecuencia pesadillas. La sombra
del olvido aún dejaba su huella en el subconsciente de Martín.
Decidió investigar más sobre el libro y la Lágrima de la Me-
moria para comprender la naturaleza de la amenaza que habían
enfrentado. Empezó visitando bibliotecas antiguas, pero como
no encontraba una respuesta a su pregunta, consultó con sabion-
dos de lo oculto en busca de sus respuestas. Descubrió que la
sombra del olvido era solo una manifestación de un poder mucho
más antiguo y oscuro.

CAPÍTULO 7: DURAS REVELACIONES

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Durante sus investigaciones, Martín descubrió que el libro y


la Lágrima de la Memoria eran reliquias conectadas a una enti-
dad ancestral conocida como "El Marginado". Esta entidad bus-
caba borrar los recuerdos de la humanidad para alimentarse de
la desesperación y el caos que surgían de la pérdida de la memo-
ria.
Martín comprendió la magnitud de la amenaza y se dio
cuenta de que su batalla con la sombra del olvido era solo el co-
mienzo. Decidió emprender una nueva misión, la cual consistía
en encontrar una manera de sellar permanentemente a El Margi-
nado y proteger al mundo de su influencia maligna.

CAPÍTULO 8: LA BÚSQUEDA DEL CONOCIMIENTO

Con el tiempo, Martín descubrió antiguos textos y rituales


que podrían ayudarlo a enfrentarse a ese ser de una vez por todas.
Estudió los misterios de dimensiones ocultas y se sumergió en
rituales oscuros. Durante sus exploraciones, conoció a otros
guardianes del conocimiento, individuos que ya se habían en-
frentado a “El Marginado” en el pasado.
Juntos, compartieron sus experiencias y conocimientos, for-
mando una alianza para enfrentarse a la entidad oscura. Sin em-
bargo, cada revelación traía consigo nuevas preguntas, y Martín
se dio cuenta de que la clave para derrotar al ser maligno podría
estar en la comprensión profunda de los recuerdos y la conexión
humana.

CAPÍTULO 9: LA BATALLA FINAL

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La búsqueda llevó a Martín y su alianza a lugares olvidados


y templos ocultos donde la presencia de “El Marginado” era más
fuerte. Enfrentaron desafíos cada vez más oscuros y criaturas
que solo existían en los límites de la realidad. A medida que se
acercaban a la batalla final, Martín sentía mayor responsabili-
dad.
Finalmente, llegó al antiguo santuario donde “El Marginado”
se manifestaba. La entidad, con su presencia monstruosa, trató
de envolverlo en su oscuridad. Martín, uniendo todas sus fuer-
zas, desencadenó los rituales aprendidos y utilizó la Lágrima de
la Memoria para crear un escudo contra el poder de “El Margi-
nado”.
Aquella batalla era épica, ya que parecía estar sacada de al-
gún videojuego, estaba llena de luz y sombras, y tras mucho es-
fuerzo, Martín logro sellar a “El Marginado” en una dimensión
lejana. La angustia desapareció y la paz volvió a reinar, pero
Martín sabía que nunca podría bajar la guardia por si surgía al-
gún contratiempo.
El pueblo de Cañada Seca vivía en paz gracias al sacrificio y
valentía de Martín.
Años más tarde le hicieron un monumento con su nombre en
agradecimiento por su gran sacrificio hacia el pueblo. Con el
tiempo Martín decidió asumir el papel de Guardián de la Memo-
ria, juró proteger el conocimiento de su pueblo para evitar que
aquella entidad volviera a surgir. Finalmente, fundó una socie-
dad secreta de guardianes, dedicados a mantener viva la llama
de la memoria.

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MI GRAN CAMBIO,
por Paula Navarro González

2.º Bachillerato

Toda esta historia se remonta al verano de 2021, donde des-


pués de acabar Bachillerato, decidí hacer un cambio en mi vida
en un sitio totalmente diferente, Nueva York. Muchos se pre-
guntarán el porqué de esta decisión, y realmente fue la necesidad
de un cambio de aires, mi vida no era la mejor en España, no
tenía amigos y la relación con mi familia no era la mejor, así que
elegí Nueva York, la ciudad de mis sueños.
Después de acabar Bachillerato, con unas notas mediana-
mente buenas, decidí informarme sobre qué podía hacer después
de verano, pensé en meterme a alguna carrera aquí en España,
pero me di cuenta de que lo que realmente necesitaba era cam-
biar de aires e irme del país, así que me puse manos a la obra.
Después de decidir el sitio a donde me iba a dirigir, comencé
a buscar un trabajo cerca de casa para conseguir el dinero sufi-
ciente para el vuelo hasta Nueva York, y un pequeño estudio
donde vivir, además de ahorrar para sobrevivir allí hasta encon-
trar un trabajo. Empecé a echar currículums en absolutamente
todos lados, desde fregar platos en un restaurante, hasta ordenar
papeles de una empresa, y realmente empezó mi mayor agobio,
ya que dos semanas después no me llamaron para ningún puesto.
Una mañana de junio me llegó una llamada, era una chica que
inauguraba su nueva cafetería y había visto que yo estaba intere-
sada en trabajar, y me ofrecía el puesto de camarera y si quería
dinero extra podía coger el puesto de limpiadora también, así
que, sin pensármelo dos veces, acepté ambos puestos. Empezaba

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al día siguiente en el trabajo que podría hacerme lograr cumplir


mis sueños, realmente te miento si te digo que ese día no estaba
nerviosa.
Llegó el gran día, mi primer día de trabajo, me tuve que le-
vantar a las cinco de la mañana, ya que a las seis empezaba mi
jornada, primero como limpiadora y luego como camarera. Al
llegar allí, la chica, Gabriela, me recibió con una gran sonrisa en
la cara y mucho entusiasmo, ya que no sé quién de las dos estaba
más nerviosa, para ambas era nuestro primer día. A partir de ese
día y durante todo ese verano estuve trabajando allí, en aquella
cafetería pequeña que pasó a ser mi segunda casa, donde echaba
horas y horas, y donde me divertía hablando con los clientes.
Aunque le cogí cariño a este trabajo, llegó septiembre y llegaba
la hora de irse. Gracias al trabajo pude ahorrar bastante para so-
brevivir varios meses sin trabajo, para el vuelo y para un estudio
que estaba al lado de Central Park, uno de mis lugares favoritos
de Nueva York.
Llegaba la cuenta atrás, mi última semana en España, tenía
varios sentimientos encontrados, ya que al fin y al cabo había
crecido aquí y tenía toda mi vida aquí, pero no podía dejar que
eso y el miedo me frenase a emprender esta aventura que me
podía cambiar la vida.
Ahora mismo, a 6 de marzo de 2024, puedo comprobar que
fue la mejor decisión que pude tomar nunca. Lo que más me
costó fue encontrar trabajo, pero poco a poco fui cambiando de
trabajo y formándome. Mi primer trabajo fue en un sitio de co-
mida rápida, que nunca olvidaré, ya que me trataron fatal, pero
fue parte del proceso. Además, tuve que estudiar una buena tem-
porada, y finalmente pude llegar hasta donde estoy ahora. Tengo
un gran trabajo como notaria, un piso en la zona del Upper East
Side, que es una de las zonas más caras de Nueva York, tengo
un buen grupo de amigos con el que hacemos planes todas las

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semanas y una pareja con la que voy a formar una familia próxi-
mamente. Así que le doy gracias a mi yo del pasado que nunca
se rindió y afrontó todo esto con valentía.

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EL RESCATE EN LA ISLA DESIERTA,


por Noelia Peñas Navarro

1.º Bachillerato

En un pequeño pueblo costero vivía Noelia, una adolescente


de dieciséis años, cada día después de clase se acercaba a la
playa para despejarse escuchando el mar con sus olas rom-
piendo.
Una de esas tantas tardes en las que paseaba por la orilla de
la playa, Noelia encontró algo que no esperaba entre las rocas,
pensó que quizá simplemente sería una botella de cristal que al-
guien había bebido y no había tirado a la basura, un gesto de
contaminación, por parte de los demás, que se solía dar por allí.
Pero se sorprendió al darse cuenta de que la botella de cristal
llevaba un mensaje dentro, le pudo la curiosidad y se acercó cui-
dadosamente para, fijándose en que nadie la veía, leerlo. En el
mensaje, alguien pedía ayuda, decía: “Ayúdame, estoy atrapado
en una isla desierta. Necesito salir de aquí, rescatadme, por fa-
vor”.
Noelia se quedó sorprendida, jamás pensó que alguna vez
ella pasaría por una de estas situaciones que parecían de película.
Si iba a casa a contarlo, no la dejarían hacer nada, seguro que los
aguafiestas de sus padres querrían dar parte a los servicios de
emergencias y desentenderse por completo. Por eso, no lo hizo,
quería sentirse una verdadera heroína cuando fuese capaz de lle-
gar ella sola al rescate. Aunque pensándolo bien… quizás sería
buena idea una pequeña ayuda, más ven cuatro ojos que dos. Así

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que sin pensarlo dos veces e intentando actuar lo más rápido po-
sible, no fuera a ser que llegaran tarde al rescate, decidió contár-
selo a sus mejores amigos: Eva y Diego.
Entre pensar qué hacer o no, ya se le había ido media tarde,
llamó a sus amigos sobre las 17:30 h, les suplicó que, por favor,
salieran, que tenía algo muy importante que contarles, y que, de
verdad, necesitaba su ayuda. Entre semana no podían salir, había
que estudiar, y aún más ahora que se acercaban las vacaciones
de verano y era el último apretón del curso. Pero al notar a su
amiga tan insistente, cedieron, les dijeron a sus padres que no se
preocuparan, que iban a la biblioteca e iban a seguir estudiando.
Quedaron en el parque que había junto a la biblioteca muni-
cipal y, una vez que estaban los tres reunidos, Noelia les puso en
situación de lo que estaba sucediendo. A Eva y a Diego les pa-
reció una locura actuar ellos tres solos, unos niños de dieciséis
años. Pero Noelia les convenció con la idea de que si salía bien
sería una anécdota y si salía mal ellos lo habían intentado por
una buena causa.
Se pusieron manos a la obra para idear el plan. Imprimieron
varios planos del mar alrededor de su zona, encontraron alguna
que otra isla, e imprimieron también planos de estas. Tras darles
algunas vueltas a los planos, ya se hacían a la idea de algunos de
los puntos donde podían encontrar al chico, tenían que llegar
hasta ellos y, con un poco de suerte, en alguno lo encontrarían.
Ya eran las 20:00 h, un poco tarde para adentrarse en el mar,
pero al ser verano anochece bastante tarde, ¿no?, pensaron. Y
decidieron que sí, que se adentrarían en el mar, ese chico los
necesitaba, y lo antes posible.
Según ellos, iban bien equipados: alquilaron canoas como
medio de transporte para llegar a las islas, tuvieron que alquilar
dos, ya que estas eran para dos personas y, cuando rescataran al
chico, ya serían cuatro, por supuesto siempre acompañados de

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sus mochilas con todos los planos que habían impreso y una brú-
jula, para poder situarse una vez dentro del mar; linternas, por si
se les hacía de noche, y también, muy importante, los chalecos
salvavidas, por si pasaba cualquier incidente. Ahora sí, estaban
preparados, no, preparadisimos.
—¡A la de tres, canoas al agua!
Ya estaban en camino, se dirigían a las islas que habían en-
contrado en los planos e irían buscando de la más cercana a la
más lejana. Ya habían buscado en dos de ellas y nada, no habían
obtenido ningún resultado. Empezaba a ser de noche, seguro que
se había pasado la hora de cenar y sus padres empezaban a preo-
cuparse. Decidieron que sería mejor volver, al día siguiente se-
guirían con la búsqueda, cuando la marea empezó a ponerse fea,
el mar estaba bastante picado y las olas empezaban a ser bastante
grandes. Noelia y Diego ,que iban en la misma canoa, consiguie-
ron controlar su canoa entre los dos, pero Eva, que iba sola, se
desestabilizó y cayó al mar. Intentaron ir tras ella, pero el mar la
arrastraba y acabaron perdiéndola de vista.
Ahora sí que empezaban los verdaderos nervios, por querer
salvar la vida de un desconocido, habían puesto en juego las su-
yas, así que entre Noelia y Diego decidieron acabar con la ton-
tería y volver lo antes posible, no eran tan fuertes y valientes
como pensaban.
Una vez en tierra, cada uno fue a su casa a contar lo sucedido,
a pedir perdón a sus padres por haberlos preocupado, por no ha-
berles pedido permiso y a pedir ayuda a los servicios de emer-
gencias.
Se dirigieron al lugar desde donde se habían adentrado en el
mar con la policía, para explicarles el recorrido que habían se-
guido, acompañaron a la policía en la búsqueda por mar, esta vez
navegaban en lanchas superrápidas, y no en las canoas en las que

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se les cansaban los brazos de remar, ahora iba a ser más fácil y
rápida la búsqueda.
Finalmente, en la última de todas las islas más cercanas en-
contraron a Eva, el agua la había arrastrado, y allí en un trozo de
tierra consiguió agarrarse para subir a la isla; por suerte, el cha-
leco salvavidas le fue de gran ayuda. No solo estaba ella, tam-
bién había otro chico, se acercaron a él, hablaron con él y, efec-
tivamente, era el chico que había escrito aquel mensaje.
Ahora sí, estaban todos todos sanos y salvos, todo acabó
bien y todos volvieron al pueblo en la lancha con los polis para
finalizar esta aventura. No podían estar más agradecidos tras ha-
ber rescatado a ese chico y a su amiga, se llevaron la anécdota,
claro está, pero también aprendieron que cuando ocurra algo, tie-
nen que ponerse en contacto con quien sea necesario y no actuar
por su cuenta, ya que puede ser peligroso o hasta engordar el
problema.

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EL CAMBIO: UNA NUEVA VIDA EN MARBELLA,


por Beatriz Martínez Carrillo

1.º Bachillerato

En agosto de 2023, mi madre recibió la noticia de que debía


trasladarse a trabajar a Málaga, Andalucía, lo que significaba
que yo también tendría que irme con ella, dejando atrás a mis
amigos, mi escuela y todo lo que conocía. A pesar de mi inicial
resistencia, decidí acompañarla, pensando que podría ser una
oportunidad para un cambio positivo. Me llamo Elena y vivo en
un tranquilo pueblo de Murcia, donde nunca pasaba nada, pero
de repente me vi obligada a mudarme a Marbella, a cinco horas
de distancia, lo que significaba dejar atrás a las personas que
quería.
La mudanza ocurrió a finales de agosto de 2023 y, aunque la
nueva casa era más grande y tenía una mejor terraza, me dolió
dejar mi hogar y muchas de mis cosas. Una vez en Marbella,
quedé asombrada por la magnitud del chalé blanco en las costas.
Estaba ansiosa por explorarlo y también por comenzar en una
nueva escuela, donde no conocería a nadie, ni siquiera a mi her-
mano, para poder cruzar juntos al instituto.
Un día, poco antes de comenzar las clases, conocí a Natalia,
hija de una compañera de trabajo de mi madre que también iba
al mismo colegio. Rápidamente nos hicimos amigas, y ella me
dio consejos sobre la dinámica escolar y las personas más popu-
lares, incluida una chica llamada Carla y su novio Nico. Aunque
Carla tenía una reputación problemática, me llevé bien con ella,
al igual que con Nico, quien a veces me había hablado a pesar

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de ser novio de Carla. A medida que pasaban los meses, me in-


tegré más en la escuela y formé un grupo de amigos con quienes
salía los fines de semana.
Con el tiempo, Nico y yo comenzamos una relación sin pro-
blemas, después de que él terminara con Carla. Sin embargo,
Carla me amenazó en la biblioteca, diciendo que se vengaría si
no dejaba a Nico, a pesar de que no éramos cercanas y yo solo
quería ser su amiga. A pesar de sus amenazas, decidí no prestarle
atención y seguir adelante con mi vida.
Al finalizar el primer año de Bachillerato con buenas notas,
regresé a Murcia para las vacaciones de verano y descubrí que
muchas de mis amigas apenas me hablaban. Aunque había per-
dido contacto con ellas durante el año, me reuní con algunas y
les conté sobre mi vida en Marbella, lo que las dejó un poco ce-
losas por mi éxito.
Bueno, dejando a un lado eso, disfruté unas buenas noches
que nunca olvidaré en Murcia, en la playa, yendo de fiesta, de
discotecas y de aventuras con mis amigas de toda la vida, echaba
un poco de menos Marbella, pero siempre sabré que Murcia es
mi lugar, pero estaba lista para volver a Marbella con mis nuevos
amigos y amigas y con la pareja y hacer mi último año escolar y
prepararme para ir a la universidad.

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