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Revista de narrativa
Número 8, volumen 1
2024
ISSN 2605-3608
Edición y prólogo
José Eduardo Morales Moreno
R/N. Revista de narrativa
Núm. 8, vol. 1. Abril, 2024.
ISSN 2603-9567
IES La Florida
Las Torres de Cotillas (Murcia)
Prólogo ..................................................................................... 8
El alma de Montecristi, por José María Martínez Macías ...... 12
No creo en fantasmas, por Victor C. Sandu Dumitru............. 17
Última voluntad, por Luna Palazón Gil .................................. 22
Érase una vez en el IES La Florida, por Adrián Alfonso Pérez
Alarcón ................................................................................... 28
Soledad, por Daniela Molina Caracena .................................. 35
La gata Frida, por Adriana Valderas Pérez ........................... 39
La academia de los apartados, por Lara M.ª Membrilla Lorenzo
................................................................................................ 42
La cabaña, por Germán Rico Navarro ................................... 47
Un cambio trágico, por Sonia Cánovas López ....................... 52
El viaje de nuestra vida, por Paula Sánchez Ordóñez ............ 55
Lucía en las paredes, por Paula Guerrero Fuentes ................. 62
Nuestros mundos son distintos, por Clara Arnaldos Gil......... 64
Desaparecido, por Alfonso Hernández Olmos ...................... 67
La maldición de Lake Placid, por Nazaret Blaya Martínez ... 70
El primer viaje de Nube, por Fanta Ba Ba.............................. 74
Los Leibreghts, por Leticia Baeza Melgarejo......................... 79
La llave del triunfo, por María Balsalobre Real ..................... 82
La dama del viento, por Álex Parra Mayo ............................. 85
Un cuento real pero distinto, por María Baño Fernández ...... 91
Sociedad distópica inspirada en la doctrina del eterno retorno
de Nietzsche, por Elena Asensio Giner................................... 94
La anomalía, por Jorge Olmedo Quirós ................................. 96
Amores que matan, por Mónica Gómez Puche ...................... 98
Una familia con envidia, por Ana Adán García ................... 101
El comienzo de una estrella, por Marco Sánchez Dólera ..... 105
Juan y el inventor, por Miguel Ángel Cava Prieto ............... 107
El juego, por Daniel Robles López ...................................... 111
Los chicos especiales, por Lucía Marín López .................... 114
Perla carmesí, por Francisco José Ortuño Torrano.............. 117
Operación antiyihad, por Joaquín Cremades Dólera ........... 120
¿Cómo acabarán?, por Hannibal Martínez Pérez ................ 123
Juan y su loco sueño, por Juan Antonio Fernández Moreno 125
La cápsula del tiempo, por Ángela Férez Moreno ............... 128
Amor a primera vista, por Noa del Rosario Nicolás Aroca.. 134
Imaginarium, por Cristian Fernández Riquelme .................. 137
José, por Francisco Motos Botías......................................... 144
La cara de la extensión, por David Cárcel Campos ............. 148
El amor dura para siempre, por Gisela Gil Muñoz ............. 150
El reino entre reinos, por Onofre Dólera Zapata ................. 153
La cena familiar, por Awa Diamanka Senghor .................... 156
Perdido en la mansión, por Alejandro Hoyos Carrilero ....... 158
Incendio en las alturas, por Antonio Pedro Escalona Parra . 162
2196, por Crístopher Vera Carrión ....................................... 167
¿La catástrofe?, por Rubén Parra Motos ............................. 170
La peor noche de sus vidas, por Francisco Riquelme López173
La gran vampiresa… ¿de mentira?, por Daniel Tudela Dólera
.............................................................................................. 175
Noches sin fin, por David Pastor López ............................... 178
Un encuentro no deseado, por Aya Laaziri El Gouni .......... 181
La casa de los susurros, por Ángela Montoya Carpe .......... 187
Un viaje inolvidable, por David Molina García ................... 189
El último concierto, por Juan José Macanás Jiménez .......... 191
La puerta sin número, por Carlos Jiménez Muñoz .............. 195
El misterio del faro, por África Martínez Baños .................. 197
Lectora en el metro, por María Isabel Rocha Quinteros ...... 201
La luz al final del túnel, por Diego Gregorio Pérez ............. 204
El misterio de las flores, por Eva María Vera Cortés........... 206
El bosque, por Diego Martínez Ruiz .................................... 208
La sombra del olvido, por Diego Pérez Pérez ...................... 211
Mi gran cambio, por Paula Navarro González ..................... 217
El rescate en la isla desierta, por Noelia Peñas Navarro ..... 220
El cambio: una nueva vida en Marbella, por Beatriz Martínez
Carrillo ................................................................................. 224
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PRÓLOGO
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EL ALMA DE MONTECRISTI,
por José María Martínez Macías
2.º Bachillerato
Ecuador, 1976.
Me incorporé a mi turno a las once y media de la noche,
como todos los días. La mina de Montecristi se encontraba a me-
dia hora en coche de mi casa en Portoviejo, pero ya me sabía el
camino prácticamente de memoria y no le tenía miedo por muy
de noche que fuera, aunque lo que viví aquella no se me olvidará
nunca.
Mi trabajo era transportar la arena de la mina a Guayaquil.
Era la época dorada de la minería en Ecuador. La piedra era muy
cotizada y mi jefe ganaba mucho dinero (o plata, como dicen los
latinos) con los que trabajábamos para él en la mina. El sendero
que tenía que recorrer es largo y oscuro, a cualquiera le daría
miedo pasar por allí a altas horas de la madrugada, pero yo me
acostumbré al tener que hacerlo prácticamente todas las noches.
Además, mi jefe depositó en mí una gran confianza desde que
empecé a trabajar para él, puesto que valoraba que un español
fuera a ganarse la vida a un país de Latinoamérica. El ruido del
camión era lo único que se escuchaba siempre en los treinta lar-
gos kilómetros del camino y sus luces eran lo único que ilumi-
naba el asfalto a esas horas.
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Esa noche iba escuchando música y con los cristales del ca-
mión bajados, era pleno verano y hacía un calor insoportable. De
repente, la radio se apagó. No le di mucha importancia, las minas
se encuentran en un sitio bastante alejado de la ciudad, en plena
montaña, no puedes pedir que la frecuencia llegue a todos sitios;
además, eso ya me había ocurrido muchas otras veces. Reduje la
velocidad: conocía bien el camino pero con esa oscuridad hay
que tener un gran cuidado al conducir.
Llegué a la mina. Cargué el camión con ayuda de unos com-
pañeros y me monté en él, empezaban las tres largas horas de
ruta que había hasta Guayaquil.
Era una noche rara. Tenía una sensación extraña en el cuerpo,
como si me estuvieran mirando, pero estaba completamente solo
en el sendero. La radio volvió a encenderse y empezó a sonar
una de mis canciones favoritas, Bohemian Rhapsody. Subí la voz
y empecé a cantar en voz alta, total, no me iba a escuchar nadie.
De repente, vi algo en frente del camión y, casi inconscien-
temente, frené el vehículo. Se trataba de un hombre muy alto y
delgado, con la piel morena. Por los rasgos demacrados de su
cara, parecía estar cansado. Iba vestido con un chaleco reflec-
tante, supuse que debía de ser un compañero al que su camión le
había dejado tirado. Se acercó y bajé el volumen de la música.
—¿Puedo subir?
Su voz era seca, tosca, como cansada. Le abrí la puerta del
copiloto y le dirigí una leve sonrisa de afirmación, invitándole a
sentarse.
No me dijo dónde iba, ni qué hacía ahí. ¿Qué le habría pa-
sado? No sabía si era por los nervios, pero el ambiente empezó
a sentirse más frío y denso. No me sentía seguro, no sabía quién
era ni por qué lo dejé subir, quizás fuera por mi excesiva con-
fianza. Había algo raro en él, algo que no me gustaba ni un pelo.
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NO CREO EN FANTASMAS,
por Victor C. Sandu Dumitru
1.º Bachillerato
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bell habían sido los sepultureros del pueblo desde hacía genera-
ciones. Viven en el cementerio al subir una montaña cercana y
cuidan de él. Es un linaje muy largo y desde hace unas cuantas
décadas tenían la fama de ser los más importantes exorcistas y
cazadores de brujas del pueblo. Como el chico era más conocido
por su apellido, todos terminaron por llamarlo Cam.
Helena consideraba la llegada de este chico muy malas no-
ticias. No lo había visto en su vida, pero ella misma se convenció
de algo sobre las líneas de: “Si viene al pueblo ahora debe ser
porque ha completado su formación de exorcista y va a desterrar
a todos los espíritus del pueblo”. Algo que su asombro por los
fantasmas no podía permitir, así que decidió que lo confrontaría
para evitarlo.
Al día siguiente se levantó temprano para esperarlo al pie
de la montaña, y no mucho tiempo después lo vio bajar a toda
velocidad con su bicicleta por el empinado camino de tierra. Te-
nía el pelo negro, corto y tan descuidado como el de Helena.
Como siempre, vestía de negro de la bufanda a las botas y lle-
vaba una chaqueta marrón oscuro, eso sí, siempre abierta. He-
lena levantó la mano para llamar su atención. La pasó de largo
porque le costó mucho frenar, pero luego se acercaron a distan-
cia de conversación.
“¡No voy a permitir que destierres a los fantasmas de este
pueblo!”, dijo Helena con una cara seria y un tanto avergonzada,
porque había estado tan exaltada que no había pensado en un
plan real y era lo único que se le había ocurrido decir. Cam es-
talló en carcajadas; parecía no tener ni idea de lo que hacía.
“¿De verdad has andado hasta aquí solo para eso?”. Helena
dice que no con la cabeza y apunta hacia su bici.
“Me han hablado de ti, ¿sabes? La chica de los fantasmas.
Al parecer no hay nadie, nadie en este pueblo que no haya escu-
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ÚLTIMA VOLUNTAD,
por Luna Palazón Gil
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2.º Bachillerato
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SOLEDAD,
por Daniela Molina Caracena
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había nadie en casa, por lo que no habría nadie para abrirle des-
pués.
Salió a la calle cerrando la puerta detrás de sí mismo, no sa-
bía dónde ir, simplemente necesitaba tomar el aire y distraerse
de cualquier manera, se estaba comiendo la cabeza a niveles dis-
paratados.
Miró para cruzar la calle, tal vez iría al parque a ver la gente
que pasaba e imaginar cómo serían sus vidas, no es que fuese el
mejor pasatiempo, pero, cuando no tienes amigos ni nadie con
quien pasar el rato, es lo que toca.
El chico llegó al parque y se sentó en el banco del centro,
poniendo sus piernas en su pecho, viendo cómo unos cuantos
niños jugaban en los columpios y toboganes. Soltó un suspiro y
se fijó en los padres, se reían aparentemente despreocupados
mientras hablaban entre ellos, tal vez eran amigos y sus hijos
estaban jugando juntos. Volvió su vista a los niños, sus miradas
de felicidad, sus risas agudas, el cómo jugaban con cualquier
cosa, el simple hecho de hacer amigos de un par de tardes y luego
no volver a saber absolutamente nada acerca de ellos. Todo eso
le estaba generando mucha envidia, él también quería tener esa
capacidad de socializar, se levantó del banco y cuando empezó
a andar notó a alguien chocarse con sus rodillas. Miró y se en-
contró a una niña pequeña, no pasaría de los seis años, tenía el
pelo corto y castaño junto a los ojos azules más inocentes que
había visto.
— Oh, lo siento, bonita —mencionó el chico mientras retro-
cedía un corto paso visibilizando mejor a la niña.
— No pasa nada, señor —dijo la menor con una gran sonrisa
dibujada en su rostro. El mayor miró a la niña y una pequeña
sonrisa se formó en su rostro, seguramente la primera en bastante
tiempo.
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LA GATA FRIDA,
por Adriana Valderas Pérez
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que todas iban con el pelo rubio, ropa femenina y todas buscaban
la aprobación de la “jefa”, la matriarca, Kate. Siempre se veía lo
mismo. Kate y sus súbditas sumisas que reflejaban un estereo-
tipo de mujer demasiado pasado de moda, haciendo caso a sus
estúpidas revistas sobre cómo ser más femenina o cómo no subir
más de peso; perdidas por la aprobación de un adulto o, simple-
mente, de un hombre. Un grupito de falsas.
Cuando nos conocimos, de pequeñas, al principio de curso,
Kate se acercó para hablarme sobre ser amigas, pero no me lo
creí viniendo de ella. Todo lo que dice lo dice con un tono falso.
Además, nunca quiso ser mi amiga de verdad y le dije que no.
Desde entonces está resentida por eso y me trata fatal.
En la segunda semana de instituto, me armó una buena. En
la anterior clase pasó lo de que el chico guapo tira su boli, yo se
lo recojo y se lo devuelvo mientras que me sonríe como un bobo.
En ese momento a Kate no le hacía mucha gracia porque a ella
también le gustaba. Lo que yo no sabía era que en el recreo la
liaría tanto. Una vez que llegamos, Ángela y yo nos sentamos en
el césped a hablar de la mierda que es la vida, y cuando se ase-
guró de que la profesora no estaba se acercó a mí y me amenazó
con una navaja. Se abalanzó sobre mí y, para que le hiciera caso
y marcarlo como advertencia, intentó rajarme la cara. Me de-
fendí como pude y en vez de en la cara me cortó el brazo. Me
zafé como pude y fui directa a su garganta. La ahorqué, pero
antes de que se desmayara vino una profesora, con la nariz de-
masiado empolvada. Pitó un silbato y ambas acabamos en la ofi-
cina del director.
El director era un negrero, aficionado a acostarse con sus se-
cretarias. Era bastante odioso, tanto que nos puso una cámara en
el baño de chicas para espiarnos. Un asqueroso.
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se sentía fea y que por eso no iba a ser nunca feliz. Entonces me
levanté.
Le dije que tenía que dejar de envenenar su cuerpo; que no
podía desear ser igual que una persona que está viendo, que se
le hace daño a otra y aun así no hace nada por solucionarlo.
No puedes ser una persona mala, le dije. Personas como Kate
hay muchas y no podemos dejar que haya más como ella. Todos
los cuerpos son perfectos en su imperfección. Y en ese momento
le dije que ella era bonita y que, si no lo veía, si sus ojos no
funcionaban, le daría los míos para que lo viera, para que cam-
biara la forma de verse.
Desde entonces, cada vez somos más “raras” y “raros” en
este mundo. Unidos para luchar contra gente básica que tiene
miedo a un cambio y a la que le encanta hacer daño a los demás
para adoctrinarlos y apagar nuestras mentes brillantes.
La vida siendo quien realmente eres es una vida feliz. Y no
lo digo yo. Lo dijo Nietzsche en su momento.
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LA CABAÑA,
por Germán Rico Navarro
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UN CAMBIO TRÁGICO,
por Sonia Cánovas López
2.º Bachillerato
Érase una vez una niña que vestía con su mejor sonrisa siem-
pre, una sonrisa contagiosa y deslumbrante, acompañada de una
belleza sencilla que la hacía parecer encantadora a los ojos de la
gente. La niña se llamaba Marta y tenía diez años, vivía en un
pueblo pequeño y tranquilo conocido por sus urbanizaciones
enormes compuestas por chalés modernos y gigantescos.
La familia de Marta poseía tres chalés en una de esas urbani-
zaciones, económicamente les iba muy bien, no se podían que-
jar. La empresa que heredó el padre estaba dando grandes bene-
ficios y Marta, al ser hija única, recibía todo tipo de caprichos
desde bien pequeña.
Marta siempre fue una niña muy educada y trabajadora, era
consciente de la suerte que tenía al tener a su familia y la valo-
raba muchísimo.
Al cumplir once años su padre enfermó gravemente debido
a un cáncer de próstata y al poco tiempo murió. A Marta no le
quedaban muchos recuerdos de él, pero sí sabía que a su padre
le hubiera encantado que ella cogiera las riendas de la empresa
familiar e intentara sacarla adelante; desde la muerte de su padre
la empresa no había hecho más que empeorar. Así que, en cuanto
cumplió la mayoría de edad, decidió irse a la ciudad para for-
marse y poder asumir el puesto que su padre tuvo que dejar.
Con muchas ganas e ilusión llegó a una ciudad muy grande
en la que empezó a buscar piso donde hospedarse durante su es-
tancia allí. Al poco tiempo encontró un piso de estudiantes en el
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DESAPARECIDO,
por Alfonso Hernández Olmos
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LOS LEIBREGHTS,
por Leticia Baeza Melgarejo
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no pudo dormir casi nada esa noche, ya que había estado escu-
chando ruidos extraños y, aparte, había dormido en una muy
mala postura. Pararon en un área de servicio cerca de su destino
para estirar un poco el cuerpo, ya que ya eran veinte horas meti-
dos en ese autobús, y también para desayunar.
Llegaron al hotel y les dieron quince minutos para ducharse
y arreglarse. Salieron a dar una vuelta por la magnífica y mara-
villosa ciudad y fueron a cenar. A María y a sus amigas no les
gusto nada, ya que todas estaban acostumbradas a la comida tra-
dicional de España y fue un cambiazo impresionante en ese as-
pecto, porque la primera noche en el restaurante les pusieron
mezclas bastante raras, pues todas las comidas llevaban pollo y
eso a ellas le resultó bastante raro, pero eran costumbres de ese
lugar de Francia.
Al día siguiente amaneció soleado y se fueron supertem-
prano a peinarse, maquillarse y ensayar en el escenario en el que
iban a bailar. Por la tarde, unos minutos antes de salir al escena-
rio, a María le dio un pequeño ataque de nervios, ya que en ese
mismo instante valoró y se dio cuenta de todo lo que estaba vi-
viendo ese fin de semana. Por un momento valoró todo lo que
estaba viviendo, y eso es lo que le dio fuerzas para salir a actuar
y hacerlo genial y superbién. Todas acabaron agotadas, cayeron
rendidas en la cama del hotel.
Llegaba el último día. El tiempo no ayudaba mucho, ya que
estaba lloviendo y estaban a punto de suspender el desfile de la
gran ciudad por los altos niveles de lluvias, pero ni la lluvia ni el
aire pudieron con ellos. En el último momento, que fue cuando
los avisaron de que sí iban a actuar, salieron con un frío increíble
e insoportable. María y su compañera de fila, Claudia, estuvie-
ron a punto de tirar la toalla por el frío que hacía y el aire que se
movía por las calles de la ciudad, pero nada ni nadie pudo con
ellas: se armaron de valor por segunda vez y lo dieron todo.
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a ellos en la fiesta, pero quedó dudoso al ver que ese lugar ahora
estaba solitario, aun habiendo una hoguera encendida.
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Érase una vez allá por el Norte en lo más alejado del mundo,
que vivía una familia real. La reina estaba embarazada de 37 se-
manas, cuando, de repente, una noche cualquiera rompió aguas.
Se asustó y llamó al rey, el cual, al ser padre primerizo, igual que
su mujer, no sabía muy bien lo que tenía que hacer, así que pidió
un carruaje y ambos se dirigieron hacia el hospital.
Una vez allí, al ser unas personas muy importantes, los man-
daron rápidamente a una habitación con camilla. Fue un parto
con muchas complicaciones y a la reina le tocó morir. El padre
lloró desconsoladamente los siguientes días. Y, por si fuera
poco, el príncipe, al haber nacido tres semanas antes de lo pre-
visto, tenía que quedarse dos semanas en la incubadora para ser
vigilado y sometido a varias pruebas.
La familia real fue a visitar al pequeño príncipe y a acompa-
ñar al rey en esos momentos de dolor por la pérdida de su mujer,
pero a la vez de alegría por la llegada de su primer hijo al mundo.
El rey no podía quedarse todas las horas de cada día allí con su
pequeño bebé, ya que este tenía que estar en una zona segura y
especial. Pero el rey iba todos los días cada dos horas a verlo y
a asegurarse de que todo iba bien. Por otra parte, también tenía
que organizar el funeral de su querida mujer, la reina. Lo tuvie-
ron que retrasar por el nacimiento del príncipe, pero a las dos
semanas, cuando le dieron el alta al bebé, fue el funeral de la
reina.
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2.º Bachillerato
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LA ANOMALÍA,
por Jorge Olmedo Quirós
4.º ESO
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1.º Bachillerato
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2.º Bachillerato
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4.º ESO
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JUAN Y EL INVENTOR,
por Miguel Ángel Cava Prieto
1.º Bachillerato
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a Juan que entrara a casa. Dentro, Juan pudo ver desde la ventana
cómo su madre comenzaba a llamar a las casas de los vecinos
hasta que todo el pueblo se reunió en la calle. «¡Debimos haber
encarcelado a ese brujo hace mucho tiempo! ¡Primero crea a un
monstruo, y ahora quiere enseñarles brujería a los niños! ¡Vamos
todos a por él!», dijo la madre de Juan dirigiéndose a la multitud.
Juan, dándose cuenta de lo que había provocado, salió de
casa corriendo para avisar a Miguel. Cuando llegó, Miguel ya se
encontraba asomado a la puerta, pues desde su casa se podía oír
a todo el pueblo dirigiéndose hacia allá. Cuando Juan estaba a
punto de explicarle lo que sucedía, todo el pueblo llegó a la vieja
cabaña. Todos estaban furiosos y gritaban: «¡Fuera, brujo!». Y
justo antes de que se abalanzaran sobre el pobre Miguel, el pe-
queño Juan se interpuso en medio. «Miguel no es un brujo, no
me estaba enseñando magia», decía Juan, intentando explicarles.
«Además, él nunca le haría nada malo al pueblo. Siempre quiso
crear aparatos para ayudaros, incluso lo siguió haciendo después
de que le echarais». Toda la gente pareció calmarse un poco y
empezó a prestar atención a lo que decía Juan. «El no creó un
monstruo. Hizo a Clank con el único fin de ayudarle en el taller».
Poco a poco, Juan consiguió calmar al pueblo y enseñarle
que estaban castigando a un hombre inocente. De entre toda la
arrepentida multitud, la madre de Juan se acercó a Miguel y, dis-
culpándose en nombre de todo el pueblo, le pidió perdón. «Te
juzgamos sin pensar y nos arrepentimos enormemente. Desde
hoy eres bien venido al pueblo siempre. Aunque lo entendere-
mos si ya no quieres venir», le dijo la mujer. Miguel, con lágri-
mas de felicidad en los ojos, corrió a abrazar a Juan, agradecién-
dole lo que había conseguido.
Desde aquella noche, Miguel pudo volver al pueblo siempre
que quiso, y pudo hacer lo que más le gustaba.
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EL JUEGO,
por Daniel Robles López
4.º ESO
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PERLA CARMESÍ,
por Francisco José Ortuño Torrano
2.º Bachillerato
Cuenta la leyenda que una vez surcó los mares una tripula-
ción pirata compuesta por los más despiadados y sanguinarios
corsarios. De entre ellos el que más destacaba era su capitán, un
bribón de dos metros y veinte centímetros que tenía un gran ma-
nejo del sable y una pistola de mecha corta con dos cañones, la
cual utilizaba para arrebatarle el alma a todo aquel que osara po-
nerse delante de él. En cuanto a su vestimenta, él tenía un traje
de marinero antiguo de un color granate, además de contar con
alguna mancha esporádica causada por la sangre derramada de
sus enemigos. Poseía también unas botas de piel de cocodrilo de
un tono rojizo y, para coronar su vestimenta, un gran sombrero
pirata de color rojo sangre con un reborde dorado; en el frontal
del sombrero había una ilustración de una calavera rodeada de
seis huesos. En cuanto a su rostro, era el de un hombre adulto de
unos cuarenta años, aunque por su poca higiene aparentaba más.
Contaba, además, con una larga barba de un negro azabache bas-
tante descuidada y, en su ojo izquierdo, una gran cicatriz que le
recorría desde el ojo hasta la barbilla.
El navío que dirigía este fiero capitán era una gran nao de
casi treinta metros de largo, desde la proa hasta la popa, y unos
veinte metros de ancho; contaba, además, con siete mástiles con
dos velas cada uno. En cuanto a su potencial de combate, con-
taba con más de cuarenta cañones repartidos por todo el barco,
el cual tenía por nombre Perla carmesí, debido al color rojizo
que tenía la madera de la que estaba hecho. Este color los más
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Operación antiyihad,
por Joaquín Cremades Dólera
1.º Bachillerato
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¿CÓMO ACABARÁN?,
por Hannibal Martínez Pérez
2.º Bachillerato
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raba de algo, él diría que habían sido los tres juntos los que ha-
bían matado a Álvaro. También les dijo que se repartirían el di-
nero del premio, el cual había ganado Álvaro con la bonoloto
comprada en el bar de carretera, aparte de que beneficiaba a to-
dos su muerte: a Carlos, porque no lo delataba por los robos; a
Lucas, porque conseguía su plaza en la universidad; y a Laura,
que simplemente se vengaría por lo mal que la hizo sentir. Lucas
y Laura aceptaron y acordaron no decir nada, y cuando se en-
contró a Álvaro al otro lado del río hicieron como si no supieran
nada. Podemos corroborar esto, ya que el dinero de esa bonoloto
se ingresó en la cuenta de Carlos.
Carlos tenía todo planeado de antes, y esto explica que Ál-
varo no pudiera usar su coche ese día porque no tenía batería y
que no pudiera usar la radio para escuchar las noticias o los re-
sultados de este sorteo, ya que la radio de Laura estaba rota.
Durante estos años, sobre todo Lucas y Laura, pero también
Carlos, han vivido con arrepentimiento y mal, y se han dado
cuenta de que el dinero no lo es todo, que no es lo único que da
la felicidad, sino que también se necesita paz mental para poder
vivir bien y en armonía. Todos fueron juzgados y llevados a la
cárcel, y así fue como veinte años después de la muerte de Ál-
varo, de manera inesperada, descubrimos la dolorosa causa de
esta.
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IMAGINARIUM,
por Cristian Fernández Riquelme
2.º Bachillerato
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ingresos que nos hicieron pasar a ser una familia muy acomo-
dada. Yo nunca había tenido problemas de ningún tipo. Era el
típico niño que pertenece a una familia adinerada, pero a la
misma vez de campo, por lo que no me era muy difícil hacer
amigos nuevos. En los colegios privados siempre me trataban
como el raro, pero no le daba demasiada importancia, ignorando
a todo aquel que se cruzara en mi camino.
Pero esa vida de estudios no era para mí. Yo quería tratar con
los enfermos que se alojaban en el sanatorio de mi padre, y ayu-
darlos a tener una mejor vida, curándose y pudiendo volver a su
vida normal.
Muchos de los que conocía en el sanatorio eran ancianos y
mayores de cincuenta años, a los que su familia había dejado
abandonados, aunque de vez en cuando me cruzaba con algunos
jóvenes de entre veinte y treinta años, con los que hacía muy
buenas migas la mayoría de las veces.
Uno de esos jóvenes enfermos que acudió al sanatorio pade-
cía de autismo, un autismo bastante serio, pero que yo sabía que
no iba a impedirme acercarme a él al igual que al resto de pa-
cientes que llegaban al sanatorio.
Entré a su habitación y lo primero que pude ver fue un orden
inusual dentro de la habitación, cosa a la que yo no estaba acos-
tumbrado a ver en un sitio completo de enfermos mentales, gente
con problemas de ira que comienza a romper cosas sin ningún
sentido y demás.
Me acerqué a hablar con él.
—Hola, Fenris —lo saludé—. Espero que mi presencia no te
moleste. Por cierto, soy Antonio, pero todo el mundo me llama
Toni. Encantado.
Le estreché mi mano sin éxito ninguno, aunque ya me espe-
raba una actuación similar a aquella.
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JOSÉ,
por Francisco Motos Botías
2.º ESO
—Ya son las tres, qué raro que no haya llegado —pensaba
preocupada la madre de José—. Se habrá quedado hablando con
algún amigo, estará a punto de llegar.
Pero las horas pasaban y no llegaba a casa, así que su madre
decidió ir a buscarle, tomando el camino que él siempre tomaba.
Y allí lo encontró, completamente parado en la calle, hasta
que vio que su madre llegaba y empezó a actuar normal.
—Ya verás la bronca que le va a caer a este —dijo su ma-
dre—. ¡Qué haces ahí parado, me tienes asustada, tienes que lle-
gar a casa!
—Lo siento, mamá, me he entretenido —respondía José mi-
rando hacia abajo.
Llegaron a casa los dos juntos. La madre de José veía algo
raro en él. No tenía la misma cara que siempre, no utilizaba sus
expresiones normales, a lo mejor eran tonterías para cualquiera,
pero ella era su madre y se lo notaba.
Pasó el día como cualquier otro, hasta que llegó la noche…
—¡José, a dormir! —decía su madre.
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LA CARA DE LA EXTENSIÓN,
por David Cárcel Campos
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muy maduro para su edad, decidido dar el paso de tener una re-
lación con él.
Todo era superbonito, quedaban todos los días sin falta, eran
una pareja, por decirlo así, perfecta, pero cuando fueron pasando
los meses de la relación eso se fue convirtiendo en una relación
demasiado tóxica de parte de los dos. A raíz de eso, por parte del
chico hubo una infidelidad, lo que causó la ruptura.
Pero la historia no acaba aquí. Al principio de la ruptura la
chica seguía hablando con él aunque la culpa la tuviera él. Ella
estaba tan cegada de amor que seguía hablando, pero con el paso
del tiempo se fueron alejando hasta el punto de odiarse mutua-
mente porque los amigos de los dos metían cizaña de la otra per-
sona, lo que causó que no se pudieran ni ver.
Lo que no sabían ellos era que el día del cumpleaños del
chico ella le iba a mandar un mensaje explicando que siempre le
iba a querer porque él había sido el amor de su vida y que segui-
ría siéndolo aunque pasara el tiempo. Eso causó que se pusieran
a hablar todos los días de cómo les había ido mientras no tuvie-
ron comunicación. Ella estaba muy feliz de poder volver a hablar
con él, lo que causó que volvieran a sentir el mismo amor que
sentían antes.
Pero en la mente de la chica había muchas preguntas y dudas
de si, en caso de que volviera con él, pasaría lo mismo que la
primera vez, de si la querría de verdad. Ella tenía un lío mental
muy grande, pero decidió hablar con el chico y contarle todas las
dudas que tenía, y el chico le contestó que de verdad él la quería
y que se arrepentía de haber hecho lo que hizo y que esta vez sí
que iba a salir bien, porque los dos habían madurado, ya no eran
tan tóxicos como antes.
Ya tenían las cosas claras de su futuro y, entonces, la chica,
al escuchar esas palabras, decidió aceptar y volver con él y poder
hacer su historia de amor bien y poder demostrar a la gente y a
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LA CENA FAMILIAR,
por Awa Diamanka Senghor
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PERDIDO EN LA MANSIÓN,
por Alejandro Hoyos Carrilero
1.º Bachillerato
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—Si ya sabía yo que esto iba a pasar, hace unos meses des-
cubrí los trapicheos que tenía una banda criminal y me amena-
zaron con hacer esto si no me detenía, y al no hacerlo hemos
llegado hasta aquí.
En ese momento me acordé de ese gran detalle que podía
darnos una pista, hasta que recordé que en la entrada donde el
camión rojo había dejado las cajas, justo en frente, se encontraba
una cafetería, la cual tenía una cámara apuntando directamente
hasta esta puerta, y se lo conté directamente al empresario, que,
al escuchar estas palabras, cambió completamente su rostro ha-
cia uno más tranquilo y relajado. Cuando se relajó un poco más,
me dijo:
—Muchacho, me acabas de ayudar muchísimo, ya sabemos
hacia dónde tenemos que empezar a investigar —con estas pala-
bras, se levantó y se dirigió conmigo hacia donde se encontraba
mi familia.
Al verme llegar, mi madre me rodeó con sus brazos y dio
gracias a Dios porque estábamos a salvo.
En ese momento me percaté del gran caos que había en el
lugar: gente desesperada gritando, objetos en el aire… Todo lo
que en un principio era paz, lujo y diversión se convirtió en de-
sesperación, ansiedad y miedo. La gente corría por las escaleras
hacia abajo, y de un momento a otro no quedaba casi nadie en
esa planta. No me percaté de que en todo el tiempo que estuve
hablando con Chuck y buscando a mi familia nos habíamos que-
dado casi completamente solos.
Gracias a que el dueño del edificio se encontraba a nuestro
lado, encontramos una vía de escape que nadie había utilizado:
un gran tobogán que iba desde la azotea hasta el suelo para que
en situaciones de emergencia solo los propietarios lo utilizasen.
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Al subir hasta la parte más alta del edificio, nos vimos en-
vueltos y acorralados por el humo y el fuego, que ya casi estaba
rozando nuestros pies. Apresuradamente, abrimos la puerta que
daba a la entrada del tobogán, en la cual había una gran pantalla
en la que sobresalía un enorme dibujo en el que se podía ver
dónde estaba el fuego y qué partes habían estallado. Para nuestra
buena suerte, la explosión no había afectado al tobogán, pero el
fuego y el humo hacían de este una ruta más que complicada,
pero había una solución. Gracias al panel que daba acceso a todo
el control del edificio, intentamos activar todas las medidas de
seguridad, pero estas estaban inoperables, salvo la del tobogán.
El incendio del tobogán podía ser apagado, pero tardaba en apa-
garse cinco minutos. Cuando se empezó a rociar la espuma que
apagaba el fuego, nos dimos cuenta de una cosa: de que ya no
había vuelta atrás. El fuego había llegado a la puerta de la azotea,
donde ansiaba por salir y quemar toda la vegetación que en esta
había.
Mientras que el temporizador se iba acercando a cero, nues-
tro miedo por no salir de allí se fue incrementando.
Cuando exactamente faltaban treinta segundos, el fuego
irrumpió por la puerta y la hizo explotar, devorando todo a su
paso.
En el momento en que el temporizador llegó a cero, el tobo-
gán ya estaba listo para bajar, y uno a uno fuimos bajando hasta
que me toco a mí. Me posicioné para bajar las ciento veinticinco
plantas de golpe. Empecé deslizándome poco a poco hasta que
llegue a ir tan rápido que parecía que no iba a frenar, pero justo
en la planta quinta, justo antes de que impactase con el suelo,
una red me atrapó y frenó hasta llegar al vestíbulo, y abandoné
el lugar mirando aquel imponente edificio que casi me roba el
alma.
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2196,
por Crístopher Vera Carrión
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¿LA CATÁSTROFE?,
por Rubén Parra Motos
1.º Bachillerato
Había una vez un chico normal llamado Felipe, con una vida
normal, al cual le gustaba en su tiempo libre hacer deporte, di-
bujar, quedar con sus amigos y jugar a videojuegos.
Un día el chico deseó, antes de dormir, que no hubiera clases
ni existiera el respectivo centro donde estas se daban, y que no
tuviera a nadie a quien obedecer para hacer lo que él quisiera.
A la mañana siguiente, de lunes, se levantó tarde y se alarmó
demasiado al saber al momento que ya era mediodía y le rega-
ñarían, por eso se levantó cuidadosamente para que nadie se en-
terara de que él seguía en casa, pero cuando vino a darse cuenta
ya no había absolutamente nadie. Después de eso se asomó a la
ventana, ya que desde su casa se podía ver el centro donde él
daba clase y se dio un susto, pero a la vez se asombró con lo que
vio. Lo que observó fue un altísimo rascacielos en el lugar
exacto de su antiguo centro, así que en ese momento pensó que
su sueño se había hecho realidad.
De repente le hicieron una llamada grupal todos los integran-
tes de su grupo de WhatsApp diciendo que todos los padres ha-
bían desaparecido. En ese momento les contó a todos lo que ha-
bía deseado la noche anterior antes de acostarse y también supo
que eso se hizo realidad. A partir de ese momento empezaron a
quedar casi diariamente, a jugar juntos a la consola y a hacer lo
que más le gustaba a cada uno; en el caso de Felipe, dibujar,
jugar a videojuegos…
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UN ENCUENTRO NO DESEADO,
por Aya Laaziri El Gouni
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Día 16 de febrero
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UN VIAJE INOLVIDABLE,
por David Molina García
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EL ÚLTIMO CONCIERTO,
por Juan José Macanás Jiménez
1.º Bachillerato
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tanto, ellos siguieron buscando papeles que había por las habita-
ciones y encontraron un papel como si fuese un número de emer-
gencia y también se lo guardaron. Justo escucharon un ruido de
una puerta y era la policía, que los sacaron de allí y les dijeron
que no volviesen, que era un lugar peligroso. Ellos le contaron a
la policía todo lo que habían encontrado y les dieron las gracias
y dijeron que iban a investigar al día siguiente sobre el faro.
Después de unos cuantos días, tuvieron nuevas noticias sobre
el faro, ya que la policía había contactado con ellos para darles
las gracias, ya que habían conseguido contactar con Ramón, el
chico del faro, y estaban buscando al grupo del cual Ramón ha-
bía hablado y que coincidía con el mismo nombre que el que
figuraba en la hoja que encontraron los chicos.
La policía le dijo a Ramón que podía volver, ya que pondrían
seguridad en la puerta del faro, y que iban a buscar al grupo hasta
detenerlos.
La verdad es que Marc, después de habérselo pasado tan bien
esa semana, les dijo a sus padres que no quería volver a casa y
los padres se quedaron pensativos ante las palabras de su hijo. Y
una semana después decidieron que se iban a quedar allí a vivir
porque a ellos ese pueblo les aportaba felicidad.
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LECTORA EN EL METRO,
por María Isabel Rocha Quinteros
1.º Bachillerato
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1.º Bachillerato
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1.º Bachillerato
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EL BOSQUE,
por Diego Martínez Ruiz
4.º ESO
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1.º Bachillerato
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MI GRAN CAMBIO,
por Paula Navarro González
2.º Bachillerato
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semanas y una pareja con la que voy a formar una familia próxi-
mamente. Así que le doy gracias a mi yo del pasado que nunca
se rindió y afrontó todo esto con valentía.
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que sin pensarlo dos veces e intentando actuar lo más rápido po-
sible, no fuera a ser que llegaran tarde al rescate, decidió contár-
selo a sus mejores amigos: Eva y Diego.
Entre pensar qué hacer o no, ya se le había ido media tarde,
llamó a sus amigos sobre las 17:30 h, les suplicó que, por favor,
salieran, que tenía algo muy importante que contarles, y que, de
verdad, necesitaba su ayuda. Entre semana no podían salir, había
que estudiar, y aún más ahora que se acercaban las vacaciones
de verano y era el último apretón del curso. Pero al notar a su
amiga tan insistente, cedieron, les dijeron a sus padres que no se
preocuparan, que iban a la biblioteca e iban a seguir estudiando.
Quedaron en el parque que había junto a la biblioteca muni-
cipal y, una vez que estaban los tres reunidos, Noelia les puso en
situación de lo que estaba sucediendo. A Eva y a Diego les pa-
reció una locura actuar ellos tres solos, unos niños de dieciséis
años. Pero Noelia les convenció con la idea de que si salía bien
sería una anécdota y si salía mal ellos lo habían intentado por
una buena causa.
Se pusieron manos a la obra para idear el plan. Imprimieron
varios planos del mar alrededor de su zona, encontraron alguna
que otra isla, e imprimieron también planos de estas. Tras darles
algunas vueltas a los planos, ya se hacían a la idea de algunos de
los puntos donde podían encontrar al chico, tenían que llegar
hasta ellos y, con un poco de suerte, en alguno lo encontrarían.
Ya eran las 20:00 h, un poco tarde para adentrarse en el mar,
pero al ser verano anochece bastante tarde, ¿no?, pensaron. Y
decidieron que sí, que se adentrarían en el mar, ese chico los
necesitaba, y lo antes posible.
Según ellos, iban bien equipados: alquilaron canoas como
medio de transporte para llegar a las islas, tuvieron que alquilar
dos, ya que estas eran para dos personas y, cuando rescataran al
chico, ya serían cuatro, por supuesto siempre acompañados de
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sus mochilas con todos los planos que habían impreso y una brú-
jula, para poder situarse una vez dentro del mar; linternas, por si
se les hacía de noche, y también, muy importante, los chalecos
salvavidas, por si pasaba cualquier incidente. Ahora sí, estaban
preparados, no, preparadisimos.
—¡A la de tres, canoas al agua!
Ya estaban en camino, se dirigían a las islas que habían en-
contrado en los planos e irían buscando de la más cercana a la
más lejana. Ya habían buscado en dos de ellas y nada, no habían
obtenido ningún resultado. Empezaba a ser de noche, seguro que
se había pasado la hora de cenar y sus padres empezaban a preo-
cuparse. Decidieron que sería mejor volver, al día siguiente se-
guirían con la búsqueda, cuando la marea empezó a ponerse fea,
el mar estaba bastante picado y las olas empezaban a ser bastante
grandes. Noelia y Diego ,que iban en la misma canoa, consiguie-
ron controlar su canoa entre los dos, pero Eva, que iba sola, se
desestabilizó y cayó al mar. Intentaron ir tras ella, pero el mar la
arrastraba y acabaron perdiéndola de vista.
Ahora sí que empezaban los verdaderos nervios, por querer
salvar la vida de un desconocido, habían puesto en juego las su-
yas, así que entre Noelia y Diego decidieron acabar con la ton-
tería y volver lo antes posible, no eran tan fuertes y valientes
como pensaban.
Una vez en tierra, cada uno fue a su casa a contar lo sucedido,
a pedir perdón a sus padres por haberlos preocupado, por no ha-
berles pedido permiso y a pedir ayuda a los servicios de emer-
gencias.
Se dirigieron al lugar desde donde se habían adentrado en el
mar con la policía, para explicarles el recorrido que habían se-
guido, acompañaron a la policía en la búsqueda por mar, esta vez
navegaban en lanchas superrápidas, y no en las canoas en las que
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se les cansaban los brazos de remar, ahora iba a ser más fácil y
rápida la búsqueda.
Finalmente, en la última de todas las islas más cercanas en-
contraron a Eva, el agua la había arrastrado, y allí en un trozo de
tierra consiguió agarrarse para subir a la isla; por suerte, el cha-
leco salvavidas le fue de gran ayuda. No solo estaba ella, tam-
bién había otro chico, se acercaron a él, hablaron con él y, efec-
tivamente, era el chico que había escrito aquel mensaje.
Ahora sí, estaban todos todos sanos y salvos, todo acabó
bien y todos volvieron al pueblo en la lancha con los polis para
finalizar esta aventura. No podían estar más agradecidos tras ha-
ber rescatado a ese chico y a su amiga, se llevaron la anécdota,
claro está, pero también aprendieron que cuando ocurra algo, tie-
nen que ponerse en contacto con quien sea necesario y no actuar
por su cuenta, ya que puede ser peligroso o hasta engordar el
problema.
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