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R/N. REVISTA DE NARRATIVA.

ISSN 2605-3608
NÚMERO 3
2018
R/N
Revista de narrativa
Número 3 / 2018

ISSN 2605-3608

Con ánimo de pánico


(Relatos por Halloween)

Edición y prólogo
José Eduardo Morales Moreno
R/N. Revista de narrativa
Número 3. ISSN 2605-3608
Diciembre, 2018

IES Los Cantos


Bullas (Murcia)

ILUSTRACIÓN DE PORTADA:
Isidoro Martínez Sánchez

DISEÑO Y MAQUETACIÓN:
José Eduardo Morales Moreno

Licencia Creative Commons

Reconocimiento — No comercial — Sin obra derivada


Usted es libre de: copiar, distribuir y comunicar públicamente esta obra o cual-
quiera de sus partes bajo las condiciones siguientes:
Reconocimiento. Debe reconocer la autoría de los textos o de las ilustra-
ciones y su procedencia.
No comercial. No puede utilizar esta obra para fines comerciales.
Sin obras derivadas. No se puede alterar, transformar o generar una obra
derivada a partir de esta obra.
¿Qué imagen de la muerte rigurosa,
qué sombra del infierno me maltrata?

QUEVEDO
ÍNDICE

Prólogo .............................................................................................. 9
28 de enero de 1999, por Ana Teresa Gea Caballero ..................... 11
Una fractura inolvidable, por Jorge Caballero Muñoz ................... 18
Cuenta atrás, por Irene Abril Guerrero .......................................... 21
La historia de William, por Alejandro Miguel Puerta Hernández .. 24
Recuerdos de la infancia, por Erik Giovanni Cocha Tipantasig ..... 37
La sombra, por María Fernández Fernández .................................. 40
El último Halloween, por Juan Pedro Fernández Jiménez .............. 46
Mi peor pesadilla, por María Esperanza Gea Martínez .................. 50
William y su trato con la Muerte, por Yohanes Cascales López .... 53
Caso cerrado, por Juan Francisco Amor Amor .............................. 56
Memorias de un adolescente, por Arturo Guirado Escámez........... 59
La casa encantada. La familia Gumton, por Marta López López .. 63
El alquimista, por Tomás Jiménez Fernández ................................ 66
El juego, por Ana Belén Jiménez López ......................................... 70
Calle Concordia, por Paqui Fernández Martínez ........................... 76
Sábado noche, por Salvador Lorca del Amor ................................. 78
El ojo del gato, por Virginia Mercader Cebrián ............................. 81
La muñeca, por Jorge Osvaldo Jácome Molina .............................. 85
Los abuelos, por Toñi Valverde Martínez ...................................... 88
Una sombra en sus ojos, por Francisco Ginés Sánchez Martínez .. 91
El caso López, por Francisco López Abril ...................................... 94
El tenebroso castillo, por Guadalupe Sánchez Cayuela.................. 99
Eres el siguiente, por Alicia Muñoz Sánchez ............................... 103
El verdadero juego, por Mónica López Fernández....................... 105
El hombre de negro, por María Isabel Puerta Caballero ............... 113
La casa encantada, por Carmen Navarrete González ................... 116
El misterio, por Alba Jiménez Rodríguez ..................................... 120
Las tijeras, por Martina de Lorenzo Abril .................................... 123
El pino de la Murta, por Daniel Valera Fernández ....................... 127
El espejo encantado, por Alicia Robles Sánchez .......................... 129
El sanatorio, por Marina Martínez Fernández .............................. 132
Realidad, por Raquel García Valera ............................................. 135
El internado maldito, por María Dolores Pérez López ................. 138
R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

PRÓLOGO

De entre la multitud de sensaciones que el ser humano


puede experimentar, hay una, atávica, ancestral, que preferi-
ríamos no conocer nunca: el miedo. Esta y todas sus variantes
(el horror, el pánico, el espanto…), en mayor o menor medida,
provocan unos cambios fisiológicos que pueden desencadenar
comportamientos nunca imaginados por el individuo que las
sufre, desde la parálisis absoluta hasta la locura más desafo-
rada.
Estas emociones que la razón no puede dominar nos atraen
desde tiempos inmemoriales, por ello los hombres, en todas
las culturas, han inventado imágenes, figuras y metáforas del
terror a las que temer o a las que reverenciar, desde divinida-
des como la egipcia Ammyt (que devora a los muertos) o el
canaanita Moloch (que gustaba de holocaustos de niños), pa-
sando por los más diversos ángeles vengadores (como los bí-
blicos destructores de Sodoma y Gomorra) y los más vario-
pintos demonios (como el asirio Belfegor o el zoroástrico Aka
Manah), hasta creaciones más recientes como Cthulhu, el dios
engendrado por Lovecraft, o Plutón, el gato negro y tuerto de
Poe.
Y es que el miedo no es solo una emoción que se genera
en ciertas regiones del cerebro ante determinados estímulos,
sino que también es un instrumento de control que se ha usado

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con el ser humano desde su más tierna infancia: no hace de-


masiado tiempo se les hacía creer a los niños que seres tan
peregrinos como el Hombre del saco, el Sacamantecas o el
Coco les harían cosas terribles si no cumplían con ciertas obli-
gaciones, como regresar a casa temprano, mantenerse alejados
de los extraños o dormirse.
A pesar de que el miedo sea una experiencia desagradable,
a muchas personas nos gusta disfrutar del que produce un re-
lato o una película de terror, porque en estos casos sabemos,
racionalmente, que lo que leemos o vemos pertenece al mundo
de la creación artística y, por tanto, estamos a salvo, pues se
trata de una ficción y, entonces, el miedo nos produce placer.
Precisamente, a construir ficciones de terror se lanzaron
muchos alumnos del IES Los Cantos (Bullas, Murcia), que es-
cribieron una serie de relatos con motivo de Halloween, algu-
nos de los cuales ofrecemos en este nuevo número de R/N.
Revista de narrativa, unos textos que recurren a tópicos del
género y les incorporan una visión personal: cementerios, ca-
sas embrujadas, muñecos poseídos, espíritus invocados con la
güija, personalidades perturbadas, pesadillas, personificacio-
nes de la Muerte, presencias paranormales, brujería…
Todos estos jóvenes escritores esperan que tú, lector, dis-
frutes con estos relatos escalofriantes y que el miedo no se te
quede adherido a los ojos cuando cierres estas páginas.

José Eduardo Morales Moreno


Profesor de Lengua y Literatura

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28 DE ENERO DE 1999,
por Ana Teresa Gea Caballero

2º Bachillerato AC

Era una noche fría y silenciosa, de luna nueva. Desde su


salón, rodeado por un gran patio lleno de flores, Milla no veía
nunca a mucha gente paseando por la calle, y menos un martes
de enero a medianoche —qué poco me gusta el invierno—.
Ese día Milla se había quedado hasta tarde, tenía que terminar
un trabajo de Latín que le estaba costando más de lo que de-
biera. Un trabajo demasiado largo para tan poco tiempo, o al
menos eso había hecho creer a sus padres. En verdad se había
marchado durante todo el día con unos amigos a ver una pelí-
cula que estrenaban en el cine y no había podido terminarlo,
—se lo debería haber dicho—, —no me habrían dejado, se
preocupan demasiado por mí—.

Un mechón rojizo y rizado le cae por la cara mientras in-


tenta traducir una frase incomprensible —seguro que fue de la
clase del miércoles pasado, no debí saltármela—, —calla
tonta, te lo pasaste genial con María y Pame en la playa—.
Tiene las orejas y la nariz enrojecidas, y las manos entumeci-
das por el frío. El salón era demasiado grande para un simple
radiador, aun así era una de las pocas zonas de la casa con
calefacción —cómo odio el invierno—.
Mientras recoge en un moño alborotado su larga melena,
se queda mirando hacia la ventana de madera oscura que está
frente a su mesa —es demasiado vieja, al igual que toda la

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casa, ojalá la reformemos pronto—. Entonces se frota las ma-


nos, las coloca entre sus muslos para calentarlas y decide ha-
cer un descanso para picar algo, sus padres se habían mar-
chado esa noche con unos amigos y ella no había cenado mu-
cho.
Pasan unos veinte minutos hasta que vuelve al salón con
el estómago lleno, se sienta de nuevo en la silla y se despereza.
De repente, el vello de su cuerpo se eriza, pero no a causa del
frío. Empieza a notar cómo su corazón palpita con fuerza, en
su cuello, en su pecho. Sus pupilas dilatadas están clavadas en
la ventana. La contraventana está entornada.
—Estaba cerrada, seguro que estaba cerrada, hace unos
minutos que me he fijado en ella—.
La contraventana deja al descubierto una fina ranura desde
la que solo se puede apreciar la absoluta oscuridad de su patio.
Entonces recuerda que, con las prisas por salir esa tarde, no la
había cerrado desde dentro, solo desde fuera. —Seguro que ha
sido el aire, está demasiado vieja. Esas cosas solo pasan en los
libros, no hay nadie ahí fuera—.
Al no percibir ningún otro movimiento o sonido fuera de
lo normal, se tranquiliza. Aun así, duda durante unos minutos
si cerrarla o no, pero de repente vuelve a la realidad: el tiempo
pasa y no ha avanzado en su tarea prácticamente nada desde
hace casi una hora —hay que volver al trabajo—.
Dando por imposible la frase en la que se había atascado,
sigue traduciendo lo demás. Sabe que no va a sacar el sobre-
saliente al que está acostumbrada, pero en ese momento solo
le importa terminar aquel dichoso trabajo de una vez y poder
dormir un poco. Pasa el tiempo y, con él, va disminuyendo el
volumen de trabajo restante. Mira de vez en cuando de manera
fugaz hacia la ventana, cuyas contraventanas dejan entrever

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del exterior la misma ranura que antes. Al hacerlo no puede


evitar sentir un pequeño escalofrío —concéntrate, tonta—.
Dos horas más tarde termina el trabajo. Estira los dedos
entumecidos por el frío y el tiempo escribiendo. Al hacerlo,
estos le crujen. No está muy orgullosa del resultado final, pero
bueno, al fin y al cabo lo ha terminado. Olvidándose de la ven-
tana recoge sus apuntes y los deja listos para el día siguiente.
Sube las escaleras casi arrastrando los pies, pero no pisa el
escalón número cuatro, este chirría cuando lo pisa y odia ese
sonido.
Una vez en su habitación se pone el pijama rápidamente,
al no haber radiador el frío se hace más acusado. Después de
un largo día se acuesta. Se tapa con las mantas hasta el cuello,
disfrutando del silencio de la noche. Al fin puede quedarse
dormida sin tener que escuchar el ruido de la tele de sus padres
de fondo. Han pasado escasos minutos y ya está casi dormida.
Es en ese momento cuando un gran estruendo procedente
de la planta de abajo la despierta de un sobresalto. El miedo
vuelve y con él los escalofríos. Con los ojos abiertos como
platos, las pupilas increíblemente dilatadas y el estómago he-
cho un nudo, se pone la bata sin encender la luz.
—Relájate—. A tientas abre despacio la puerta de su habita-
ción. Baja las escaleras agarrada a la barandilla, pero esta vez
se olvida del dichoso escalón, que hace el mismo sonido ho-
rrible —joder—.
Una vez abajo, el frío invernal invade su cuerpo, se da
cuenta de que la ventana del salón, esta vez la ventana, está
abierta de par en par. Respirando hondo y de manera entrecor-
tada la cierra rápidamente con las manos temblorosas —debe-
rías haberla cerrado bien antes—.
Aunque todo el sueño se había desvanecido, más tranquila,
vuelve a subir las escaleras, pero a mitad recuerda que, con las

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prisas —dichosas prisas— tampoco había cerrado con llave la


puerta del patio. Esta vez no puede volver a cometer el mismo
error que con la ventana, por lo que da media vuelta y vuelve
a bajar las escaleras. Recorre el amplio salón y llega a la
puerta, coge sus llaves y sale hacia la oscuridad. La única luz
procede de una farola situada en la acera de enfrente, pero que
está demasiado lejos como para alumbrar con claridad el
enorme patio —deberíamos poner luz en este dichoso
patio—. Mientras camina hacia la verja se percata de algo que
le hace acelerar el paso: ninguna bocanada de aire la ha reci-
bido al salir. Hace frío, sí, pero no viento.
—Esto no es un libro—, se repite, —la ventana es muy
vieja, con una pequeña brisa podría abrirse—. Torpemente y
al tercer intento, cierra de una vez la verja. Mete las llaves en
el bolsillo de su bata y se da la vuelta para volver a casa —
cuando cierre la puerta estaré por fin segura, por fin a
salvo—, —aunque de ningún peligro—.
—NO, NO ES CIERTO—.
—SÍ, SÍ LO ES—.
El vello de su nuca, de sus brazos y de sus piernas se eriza
al instante, pero no siente frío. Sus pupilas se dilatan como
nunca y, aunque su corazón no puede bombear más fuerte, se
queda sin respiración. Siente el estómago completamente con-
traído. Es una silueta, la ha visto, ¿mirando hacia ella o de
espaldas? No importa, es una silueta en su jardín a las tres de
la mañana. No importa el ruido, no importa nada. Respira de
nuevo. —CORRE—. Deja que el pánico la invada mientras co-
rre hacia el interior de su casa en unos segundos que le parecen
horas. Había dejado la puerta abierta, por lo que entra y rápi-
damente la cierra dando un fuerte portazo.
Apoyada en la puerta e hiperventilando no puede evitar
llorar, no sabe qué hacer. Miles de preguntas, miles de ideas

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pasan por su mente en cuestión de pocos segundos —¿quién


era aquella silueta? O mejor dicho, ¿qué era?—.
Decide llamar a sus padres y contárselo todo, pero mien-
tras sube las escaleras para hacerlo recuerda haber visto sus
teléfonos en la mesilla de su dormitorio. La angustia recorre
su cuerpo. Hay alguien (o algo) en el patio de su casa, en su
propiedad. Ese alguien (o algo) ha intentado entrar por la ven-
tana. —¿Seguirá ahí?—. Se quita la bata, ya no tiene frío, tam-
poco calor, el miedo ha paralizado sus sensaciones mientras
que ha agudizado sus sentidos.
Hay algo que no cuadra, —no puede ser cierto, eso no—.
Las llaves no han sonado cuando se ha quitado la bata. Con el
pulso acelerado y temblando busca en todos los bolsillos pero
no están por ninguna parte. —No puede ser que no estén—,
—se me han caído mientras corría hacia aquí—, —ESTÚPIDA,
ESTÚPIDA, ESTÚPIDA—.
Desesperada y sin saber qué hacer, escucha el tintineo de
sus llaves en el patio, acercándose. —Va a entrar, tiene las
llaves, abrirá la puerta y me la encontraré de frente, vulnera-
ble, sin saber qué hacer—. El sonido es cada vez más fuerte y
claro. Se está acercando.
Y entonces se le ocurre algo. Corre hacia el armario de su
cocina y coge de manera apresurada las llaves de reserva que
tienen en la casa, mientras lo hace escucha la cerradura desde
fuera. Desesperada corre hacia la puerta, pero por el camino
tropieza con una alfombra y se le caen las llaves. La silueta
está probando otras llaves y pronto encontrará la correcta. Co-
rre, llega a la puerta, y en el momento en que escucha cómo,
desde el exterior, la llave correcta entra a la perfección por la
cerradura, logra introducir la suya desde dentro. Con ambas
llaves en la cerradura, aquello no puede abrir por fuera. Una

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vez alejada de la puerta, Milla cierra los ojos y suspira profun-


damente. —Por poco—.
El descanso le dura poco, muchos pensamientos le rondan
la mente. Aquello está intentando entrar en su casa, no sabe
quién (o qué) ni por qué. Sus padres no llegarán hasta la ma-
ñana siguiente y no tiene a nadie a quien llamar. —Sí, sí que
tengo—. Decide llamar a la policía, —ellos llegarán pronto,
me pondrán a salvo y podré estar tranquila—. Corre hacia su
habitación, pues es ahí donde tiene el móvil, pero mientras lo
hace, lo escucha. La puerta del garaje se acaba de abrir. No
recordaba que su llavero contenía la llave del garaje, sus pa-
dres la habían incluido hacía muy poco en su llavero y ella
nunca la utilizaba.
Está completamente aterrada. En mitad de las escaleras,
sin poder bajar a la cocina a por nada para defenderse, sin po-
der hacer ruido para no ser descubierta en aquel lugar que con-
sideraba seguro segundos atrás. Sube como puede las escale-
ras y se esconde en una esquina del baño de arriba. Está sen-
tada en el suelo agarrando sus rodillas con los brazos. Casi no
respira, lloraría, pero está demasiado aterrada para hacerlo.
Con un escalofrío que no la abandona, escucha pasos len-
tos, pero firmes. También logra percibir un pequeño silbido,
algo que vibra en el aire de manera periódica.
No puede hacer nada, solo esperar a que sea un simple la-
drón que quiera robar algo de su antigua casa, —esto no es
una novela policíaca, no es un thriller, no hay una cuenta atrás,
no hay sirenas, nadie va a venir a salvarme—.
No puede hacer nada, ya no piensa, el terror la ha invadido.
De repente escucha el horrible sonido del cuarto escalón,
nunca antes le había parecido tan aterrador. Siente los pasos
cada vez más cercanos y el pequeño silbido se torna más claro
hasta que descubre de dónde procede.

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La silueta está en la puerta del baño, ya no puede escon-


derse, está frente a ella. Se acerca lentamente y el filo del ha-
cha que blande en su mano izquierda corta el aire como el
péndulo de Edgar Allan Poe. Milla cierra los ojos mientras la
sombra yergue su arma como el mazo de un juez.

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UNA FRACTURA INOLVIDABLE,


por Jorge Caballero Muñoz

1º Bachillerato BH

La vida en el hospital le resultaba monótona y asfixiante.


Las ventanas no se podían abrir, no entendía por qué. Por más
que pensaba no daba con la respuesta, sería cuestión de pre-
guntarle a alguna enfermera, pero mejor se mantenía callado
porque no quería robarles ni un minuto. Siempre tan atarea-
das, entraban, pinchaban, salían, cambiaban goteros. Pablo no
les iba a molestar con su preocupación. Pero esa ventana ce-
rrada le estaba poniendo de los nervios.
Había llegado allí diez días atrás, después de caerse de la
moto de un amigo. No tenía ni el carné ni la edad, pero se
sentía capaz de conducirla, hasta podría conducir un coche, un
autobús, un camión. Pablo, con quince años, era capaz de eso
y mucho más.
Pero no fue buena idea, un acelerón, una curva, un frenazo,
un poco de agua en la carretera y en unos segundos fue al
suelo. Se rompió el fémur, y tuvo suerte, porque, claro, tam-
poco llevaba casco.
Las noches eran interminables y sobre todo lo fue la del
viernes. Lo dejaron solo después de la cena. Él insistió en que
su madre se fuera a descansar a casa, podía levantarse con las
muletas e ir al baño, podía arreglárselas solo, como le gustaba
presumir. Intentó dormir, sin éxito, el calor era sofocante. Se
levantó e intentó abrir un poco la ventana, ¡¡maldita ventana!!

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Sabía de sobra que lo había intentado otras veces y era impo-


sible. Empezó a sudar, el corazón se le aceleraba, la habitación
se volvía más y más pequeña.
Volvió a la cama, cerró los ojos, intentó relajarse y dormir.
Se despertó varias horas después, sofocado y asustado por un
ruido que se escuchaba de fondo, cada vez más cerca. De
pronto la puerta se abrió y entró una enfermera, empujando un
carrito, o eso le pareció.
Un bigote ridículo le corría bajo la nariz, así que no era la
enfermera que le había entregado los calmantes, y el carrito
no era ni de la tensión, ni de curas… Se acercó y sin darle
tiempo a reaccionar le tapó la boca, llenándosela de gasas, y
con una rapidez increíble lo inmovilizó de pies y manos atán-
dolo con vendas.
No podía gritar, y en ese momento la temperatura volvió a
subir, y la habitación se volvía más y más pequeña, el corazón
se le salía del pecho. La ventana, necesitaba abrir la ventana o
reventaría. El enfermero se acercó a su oído.
—¡Como te muevas te rajo!
Eso no lo tranquilizó. Las gotas de sudor no paraban de
recorrer su cara. Iba a morir, por el calor, por esa ventana que
no podía abrir.
El hombre empezó a rebuscar por toda la habitación, bus-
cando algo, Pablo no tenía ni idea de qué podía ser, de pronto
sonó un móvil y en su cara se dibujó una siniestra sonrisa. Lo
encontró en una mochila, uno más para su colección.
Desapareció inmediatamente. En la habitación solo se oía
el corazón de Pablo y sus gemidos. No entendía nada, no po-
día pensar con claridad. Entonces recordó su paso por urgen-
cias, cuando su madre le pidió el móvil para hacer unas llama-
das.

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Alguien debió verlo, era un móvil muy llamativo, última


versión de una gran marca. No podía creerlo, casi muere de
pánico por un robo.
La puerta se abrió, de nuevo el corazón del chico se dis-
paró. Pero ahora sí, reconoció a su enfermera, que dio un grito
y corrió a liberarlo. Todo lo que ocurrió después, y a la ma-
ñana siguiente… es otra historia.

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CUENTA ATRÁS,
por Irene Abril Guerrero

3º ESO C

Ya lo tenía decidido, en muy pocas horas comenzaría la


actuación.
Alex no se había recuperado de la pérdida de su hija hacía
apenas un año, y su cólera y ansia de venganza seguían pre-
sentes. Él sabía perfectamente que solo se irían de una manera,
y durante varios meses estuvo pensando la forma de hacer jus-
ticia por su cuenta.
Había decidido que su víctima tuviera una oportunidad de
salvarse, por eso la dejaría en libertad si conseguía pasar una
prueba.
El 13 de octubre amaneció con una nebulosa sobre la ciu-
dad y pensó que era una premonición, así que se afianzó en su
idea de actuar esa noche. Terminó de preparar el que sería el
escenario del crimen y se dispuso a raptar a Natalia, la chica
que, hacía un año, conduciendo borracha, le arrebató a su que-
rida hija Claudia de apenas siete años.
Él sabía que Natalia iba todos los sábados a la discoteca
Maná para divertirse y quizás seguir conduciendo borracha.
En sus manos estaba actuar para que el drama de su hija no se
repitiera.
La estuvo observando en la distancia y esperó paciente-
mente a que fuera a buscar su coche para regresar a casa, mo-
mento que aprovechó para abordarla y dejarla inconsciente y
así meterla en su maletero.

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Natalia se despertó horas más tarde aturdida y desubicada


y pasó un tiempo hasta que se dio cuenta de que estaba siendo
observada. Le dolía la cabeza y las articulaciones y estaba en-
cadenada al tobillo con una gruesa cadena oxidada.
El lugar donde se encontraba era oscuro, pequeño y olía a
combustible. Sintió pánico y preguntó de forma histérica
dónde estaba, momento en el que una voz ronca le contestó:
—Ahora pagarás el daño que has causado. Tienes una
oportunidad, así que si quieres salir de aquí viva atiende a lo
que te digo… —En ese momento Alex salió de la oscuridad y
disfrutó al ver la cara de angustia de la chica, sabía que estaba
aterrorizada—. Cuando yo me vaya, la cuenta atrás empezará
y dispondrás de veinticuatro horas para liberarte y salir. Ten-
drás que descubrir la combinación numérica de la caja fuerte,
a partir de las series de números escritas por las paredes. Den-
tro de la caja fuerte se encuentran dos llaves, una para abrir la
cadena y otra para salir del cuarto. La sustancia que te recubre
el cuerpo explotará si se junta con el fuego de la vela necesaria
para ver los números de las paredes, así que procura darte
prisa pues la vela se agota, al igual que el tiempo, y no te mo-
lestes en gritar, nadie te escuchará.
Cuando Alex se fue el tiempo comenzó y Natalia, asus-
tada, descubrió con horror que el suelo estaba lleno de crista-
les rotos.
Las horas pasaban y Natalia no conseguía dar con la com-
binación correcta por más que lo intentaba, se había cortado
los pies descalzos y sentía que le faltaba el aire. Cada vez es-
taba más cansada y tenía menos esperanzas.
Sentía que con su sufrimiento estaba pagando un poco del
dolor que le había provocado a su secuestrador un año atrás

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cuando atropelló a Claudia y quedó absuelta de todos los car-


gos… En cierta manera se estaba empezando a abandonar a
su suerte, pero su instinto de supervivencia era mayor.
Si no conseguía la combinación iba a morir enclaustrada
en ese habitáculo inmundo, igual que ella había escuchado de
otros casos de desaparecidas, y la otra posibilidad era morir
quemada al fusionarse el fuego con el combustible…
Quedaban cinco minutos para el final y no había conse-
guido la combinación, por lo que actuó con precipitación, pro-
vocando que la vela se le cayera de sus manos temblorosas al
pie, y sintió el calor ardiente incendiando su cuerpo.

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LA HISTORIA DE WILLIAM,
por Alejandro Miguel Puerta Hernández

3º ESO B

WILLIAM

Intuyo que algo malo sucederá en cualquier momento,


pero pase lo que pase me voy a enfrentar a él, está decidido.
No sé si este será mi fin, pero no aguanto más, tampoco sé si
el que realmente está leyendo esto eres tú, Peter. No importa
que no lo seas, lo único que quiero es que se sepa toda la ver-
dad. A lo mejor no me conoces o nunca has oído hablar de mí,
por eso primero te contaré quién soy y cuál es mi historia. Si
después de leer esta carta no me crees, no estás dispuesto a
ayudarme o cualquier otra excusa que se te pase por la cabeza,
lo entenderé, lo único que te pido en ese caso es que lo olvides
todo y dejes la carta donde estaba para que otra persona que
la encuentre pueda ayudarme.
Me llamo William. Tengo catorce años. Se podría decir
que “estudio” en el instituto Grap, aunque en este momento
no tengo tiempo para ello. Mi madre murió cuando yo tenía
ocho años en un accidente de coche que yo mismo presencié.
Desde entonces, siempre he vivido con mi padre Paul, en una
casa que se encuentra en las afueras del pueblo, cerca de un
gran bosque. Él lo es todo para mí, ha sido la única persona,
además de mi gran amigo y vecino Peter, que desde que murió
mi madre ha estado conmigo pasara lo que pasase y con el que

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he compartido los mejores momentos de mi vida. Siempre he-


mos ido algo justos económicamente, hasta que hace tres me-
ses, por fin, una empresa lo contrató dándole un buen sueldo
que hizo que nos olvidáramos de esos problemas económicos,
aunque no sé si verdaderamente esto me gustó porque distan-
ció nuestra relación debido a la gran cantidad de horas que
trabajaba al día.
Como pasaba demasiado tiempo solo en casa, mi padre de-
cidió contratar a jornada completa a Molly, una mujer que se
encargaba de cuidarme y de mantener impecable nuestra casa.
Desde el primer día se puede decir que Molly y yo no nos lle-
vábamos demasiado bien, ya que a veces era insoportable y
porque había algo en ella que no me transmitía nada bueno.
Ese presentimiento empezó aquella tarde en la que yo ha-
bía quedado con Peter para ir al bosque, en el cual habíamos
construido un refugio. Como siempre, habíamos quedado a las
cinco de la tarde para seguir ideando y construyendo trampas.
Sin embargo, cuando estaba dispuesto a salir para encon-
trarme con Peter, Molly se negó a dejarme ir. En ese instante
me quedé perplejo, es cierto que nunca nos habíamos llevado
bien, pero Molly siempre me dejaba salir con Peter mientras
yo volviese antes de la cena. Pero aquella tarde no fue así, me
dijo que no podría salir, pues correría un gran peligro si lo
hacía. Claramente, yo creía que se había vuelto loca, había ido
muchas tardes con Peter al bosque y nunca había pasado nada,
aunque era cierto que llevaba un tiempo en el que la veía de-
masiado rara, algo inquieta, pero yo no había notado nada
fuera de lo común, por lo que no tenía sentido que pudiera
correr un grave peligro si esa tarde salía de casa. A pesar de
insistirle, ella finalmente no me dejó ir, así que tuve que de-
cirle a Peter que esa tarde no podría acompañarlo, algo por lo
que él se quedó muy sorprendido, aunque yo tampoco tenía

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demasiado tiempo para darle explicaciones. Me pasé toda la


tarde en casa enfadado y dándole vueltas a por qué Molly me
había dicho eso. Cuando llegó mi padre le conté lo ocurrido,
aunque, para mi sorpresa, él se puso de su lado y me dijo que
ella tenía la última palabra cuando él no se encontraba en casa,
por lo que me enfadé aún más. De todas formas, me di cuenta
de que había puesto una cara muy extraña cuando le conté lo
sucedido, aunque no fue una cara de sorpresa, sino una mala
cara, como si él también esperara que hubiese pasado algo
pero no quería que yo supiera nada.
No me dijo nada con respecto a la advertencia de Molly.
Trató de cambiar de tema rápida y sutilmente, y aunque yo lo
noté, intenté contestar su pregunta sin rechistar contándole lo
que había hecho aquella mañana en el instituto.
Finalmente, no fue solo el tema de conversación lo que me
mantuvo toda la noche en vela, sino aquel maldito cochecito
de juguete.
Exactamente un año antes de que muriera mi madre, ella
me había regalado el mejor juguete que había tenido jamás:
un coche teledirigido con el que pasaba horas y horas jugando.
Fue mi juguete preferido hasta que ocurrió aquel trágico acci-
dente de coche en el que ella murió. No quería volver a ver
ese cochecito, por ello una tarde me adentré en el bosque y
cerca del árbol más viejo enterré dicho juguete, exactamente
en ese lugar porque allí fue la última vez que estuve a solas
con mi madre.
Pues bien, esa misma noche, mientras estaba en mi habi-
tación, escuché un ruido extraño pero familiar. Al principio no
sabía a qué me recordaba exactamente, aunque sí me había
dado cuenta de que era un recuerdo lejano, era... un ruido pa-
recido al que hacía mi juguete preferido, pero no podía ser que
alguien lo tuviera en sus manos pues solo yo sabía el punto

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exacto donde lo había enterrado. Era imposible que lo estu-


viera escuchando de verdad, pensaba que seguramente era
algo que yo me estaba imaginando. Pero era un sonido dema-
siado real para ser una imaginación, que aumentaba de manera
progresiva. Además, sentía un olor extraño, parecido al que
desprende la tierra húmeda. No sabía qué hacer, solo pensaba
que era imposible que estuviera allí, por lo que decidí meter
la cabeza debajo de la almohada e intentar no escuchar más
ese sonido que permaneció allí durante un tiempo hasta que
por fin se fue alejando. Tenía miedo de sacar la cabeza por si
me encontraba el juguete allí mismo, al lado de mi cama. Pa-
recía algo ridículo, pero necesitaba saberlo para quedarme
más tranquilo, así que me armé de valor y conseguí mirar a
ambos lados de esta, donde, para mi sorpresa, no vi nada ex-
traño. Me incorporé lentamente para poder ver el resto de la
habitación, en la que tampoco parecía haber ocurrido ningún
suceso. Todo estaba en su sitio y además aquel olor también
había desaparecido.
Tras esa noche, el resto de los días transcurrieron con total
normalidad, Molly no tuvo ningún problema en dejarme salir
con Peter, al que no le conté nada de lo ocurrido, aunque mi
padre seguía llegando cada día algo más tarde de lo normal.
Pero una noche, mientras dormía en mi habitación, volví a
escuchar el mismo ruido y aquel olor extraño volvió, pero esta
vez ambos eran más intensos. Pensaba que todo cesaría
pronto, pero ninguno de ellos remitía, era como si estuvieran
dispuestos a permanecer allí hasta volverme completamente
loco, así que esta vez no podía comportarme como un cobarde
y meter la cabeza debajo de la almohada, sino que tenía que
enfrentarme a ello, por lo que me incorporé de la cama y lo
que vi me dejó perplejo. El coche teledirigido que me había

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regalado mamá estaba allí, justo delante de mí. En ese mo-


mento no supe qué hacer ni qué pensar, simplemente me
quedé paralizado hasta que se fue.
A la mañana siguiente se lo tenía que contar a papá, él me
entendería y sabría qué hacer. Mientras desayunábamos Mo-
lly, él y yo, le conté todo lo que había presenciado la noche
anterior. Él se quedó mirándome muy extrañado y, por más
que yo le insistí, me aseguró que no había visto ningún coche
de juguete, no había escuchado ningún sonido y tampoco ha-
bía olido nada extraño. Mi padre sabía lo mal que yo lo había
pasado con la muerte de mi madre en aquel accidente de co-
che, así que me dijo que seguramente yo mismo me lo había
imaginado todo, pero me hizo prometerle que, si me volvía a
pasar, se lo contaría inmediatamente y trataríamos de buscar
la mejor manera de solucionarlo juntos, por lo que me sentí
más reconfortado. Sin embargo, a la mañana siguiente,
cuando este salió de casa para ir al trabajo y yo me estaba pre-
parando para ir al instituto, Molly me hizo sentarme en la
mesa de la cocina para hablar conmigo. Me desveló que ella
sí había escuchado un ruido extraño y había notado un olor un
tanto peculiar.
No le respondí, el sonido y el olor habían sido lo suficien-
temente fuertes como para que los dos los escucharan y olie-
ran, pero me resultaba muy extraño que solo ella y yo nos hu-
biéramos percatado de ello y mi padre no.
Traté de olvidarme del asunto, no fue nada fácil, pero el
resto de los días transcurrieron con normalidad, así que mis
preocupaciones sobre este tema quedaron a un lado, hasta que
todo volvió a ocurrir justo una semana después, otra vez un
martes. Ocurrió exactamente lo mismo aquella noche, y a la
mañana siguiente, los mismos protagonistas con el mismo
guion.

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Estaba harto, no aguantaba más, y en ese momento fue


cuando empezaron las especulaciones, daba por seguro que mi
padre no me iba a mentir en ningún momento, era imposible,
así que centré el problema en Molly, empecé a pensar que era
ella la que manejaba el coche. Es cierto que solo yo sabía
dónde estaba enterrado exactamente, pero quizás lo había en-
contrado por casualidad y se había informado sobre ello. Se-
guro que todo estaba planificado, quería volverme loco y así
reírse de la muerte de mi madre y de mí. Seguramente, nada
estaba ocurriendo de verdad, pero ella me afirmaba que sí, y
lo hacía para ponerme en contra de mi padre.
Decidí que lo mejor sería investigar por mi cuenta y no
meter en esto a nadie, ni siquiera a Peter, al menos no en aquel
momento. Por ello, una tarde en la que Molly se encontraba
limpiando el resto de la casa, entré en la habitación en la que
ella dormía sigilosamente. Parecía una habitación como otra
cualquiera, muy ordenada y limpia, pero si realmente Molly
estaba tratando de hacer algo, no iba a dejar las pruebas tan
fácilmente a la luz, por ello, el juguete tendría que estar es-
condido en algún sitio. Rebusqué lo más rápido que pude pro-
curando dejarlo todo como estaba. Cuando salía de la habita-
ción, puesto que no había visto nada fuera de lo ordinario y no
quería que Molly me viera husmeando entre sus cosas, me di
cuenta de que había un periódico muy desgastado y viejo en-
cima del escritorio, así que le eché un vistazo antes de irme.
Cuando lo leí supe que mis especulaciones estaban en lo
cierto, Molly estaba tratando de volverme loco. El periódico
no era de aquel día, ni siquiera de aquel año, se trataba de un
periódico de hacía seis años, en el que una de sus páginas ha-
blaba sobre un accidente de coche, el mismo en el que había
muerto mi madre:

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Muere una mujer en un accidente debido a la colisión


entre dos vehículos

El pasado martes, una mujer llamada Silena Becken-


dorf murió en el acto tras colisionar con otro vehículo
en el que viajaba otra mujer, Elisabeth Prey, que fue
hospitalizada.

Ver la noticia me dejó desconcertado pero me recompuse


lo más rápido que pude, dejé el periódico tal y como lo había
encontrado y salí de la habitación.
No sabía si contarle algo a mi padre cuando volviera del
trabajo, tampoco sabía si debía decirle algo a Peter, pero al
parecer era una «guerra» entre Molly y yo, así que decidí es-
perar para contar a alguien lo que me estaba pasando.
Me hubiese gustado decir que los siguientes días después
de ver ese periódico fueron «normales», pero nada más lejos
de la realidad, cada día todo empeoraba más.
Esta vez no fue un martes, sino un miércoles. Estaba ya
metido en la cama, con la puerta de mi habitación cerrada. Iba
a disponerme a dormir cuando escuché que llamaban a la
puerta. Quizás mi padre tenía algo que decirme antes de acos-
tarse, pero como nadie la abría, cerré los ojos para tratar de
dormirme.
No tardé mucho tiempo en abrirlos debido a que aquel so-
nido y el olor tan peculiar aparecieron otra vez pillándome
desprevenido.
Antes de enfrentarme a lo que sabía que vería de un mo-
mento a otro, pensé demasiadas cosas a la vez. Seguro que
Molly me había visto esa misma tarde buscando algo en su
habitación y quería hacerme pagar por ello, por lo que sí, tenía
que ser ella. No tuve tiempo de pensar más cosas, ya que lo
que vi esa noche no tuvo comparación con las anteriores. La
puerta de mi habitación se había abierto sin motivo alguno,

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por lo que me quedé mirándola para saber qué estaba pasando.


Esperaba lo peor, pero ni yo mismo me podía imaginar lo que
estaba a punto de suceder: el coche teledirigido volvió a entrar
por la puerta de mi habitación, pero aquella noche no iba solo.
Nada más verlo entrar, un gran resplandor me cegó y cuando
conseguí abrir los ojos de nuevo, me arrepentí inmediata-
mente de haberlo hecho, ya que vi una cara demoníaca encima
del juguete, una cara tan potente y tan maligna que me aterro-
ricé en el acto, me transmitía un mal ego, algo inexplicable.
Me recordaba y me hacía pensar exclusivamente en la peor
sensación que había experimentado nunca jamás: ver cómo
moría mi madre. Realmente llevaba lo que parecía ser una mu-
ñeca atada a él, a la que le faltaba la cabeza y estaba manchada
de pintura roja. Claramente esta muñeca simulaba su muerte.
Cuando vi aquella imagen, mi cabeza «explotó», fue superior
a mí, y eso no fue todo, el coche no se movía, permanecía allí
delante de mí, uno enfrente del otro. Cada vez que lo miraba
y veía aquella muñeca, recordaba a mi madre, los buenos mo-
mentos que había pasado junto a ella y me daba cuenta de lo
que la echaba de menos. También era como si viera una ima-
gen suya tratando de avisarme de que algún mal aconteci-
miento tendría lugar tarde o temprano y eso lo empeoraba todo
aún más.
Me puse a llorar, quizás esa sea la solución que encuentran
los débiles en los momentos más difíciles pero en ese mo-
mento estaba desbordado. Si realmente era Molly la que es-
taba manejando el coche y la que trataba de hundirme y vol-
verme loco, no se podía imaginar lo bien que lo estaba ha-
ciendo…
En dos de los cinco días siguientes, me ocurrieron hechos
parecidos que no es necesario recordar. Desde la primera vez,

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he pasado prácticamente todos los días pensando en todo lo


ocurrido, hasta hoy.
Hoy martes he decidido que la próxima vez que ese ju-
guete aparezca (lo que, si todo sigue por el mismo camino,
debería de ser hoy) me voy a enfrentar a él, lo romperé a pa-
tadas si hace falta, pero no voy a permitir que Molly, esa bruja,
me vuelva loco a través de ese juguete. Cuando lo destroce
seré yo quien me ría de ella, pero… por si todo sale mal, esta
misma tarde he quedado con Peter para que venga a casa. Se
lo contaré todo, y estoy seguro de que él querrá ayudarme por-
que, después de todo, él solo verá un juguete normal debido a
que él no tiene ningún problema con los coches teledirigidos
y podrá ayudarme a mí a afrontar la situación.
Aunque no sé si me dará tiempo a hacerlo. Estoy escu-
chando un sonido que me está resultando demasiado familiar
estos últimos días, pero que no me resulta nada agradable. Ha
llegado mucho antes de lo esperado...

PETER

Estuve esperando a William para ir al bosque aquella


tarde, siempre quedábamos a la misma hora, pero se estaba
retrasando algo más de lo normal. Cuando por fin salió de
casa, yo pensaba que le habría ocurrido algo que lo había he-
cho retrasarse, pero estaba equivocado. Me dijo que esa tarde
no podría acompañarme al bosque porque Molly no lo dejaba
ir.
Me quedé desconcertado, era la primera vez que William
no venía conmigo. Siempre que no se lo permitían, de una
forma u otra se las apañaba para venir, puesto que era algo que
nos encantaba a los dos. Tampoco me dio más explicaciones,
simplemente me dijo eso y volvió a entrar en casa, por lo que

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yo también volví a la mía, aunque preocupado por él. La forma


en la que me lo había dicho no me transmitía buenas sensacio-
nes.
Los siguientes días transcurrieron con normalidad, Wi-
lliam y yo fuimos al bosque sin ningún problema, por ello,
dejé de lado las sensaciones que había tenido unos días antes.
Unos días más tarde, William me dijo que fuera a su casa.
No me dijo para qué, tampoco me dijo nada de lo que quería,
pero supuse que quería hablar conmigo sobre alguna nueva
trampa que habría ideado.
Nunca lo supe, aquella tarde fue la peor de mi vida.
Cuando salía de casa e iba de camino a la de William,
desde lejos vi cómo la puerta de la entrada se encontraba
abierta. Pensé que William me estaba esperando, así que me
apresuré en llegar, pero ni siquiera me dio tiempo. De aquella
puerta vi salir un pequeño objeto que se movía solo, y para mi
sorpresa, a William detrás de él. Lo llamé varias veces, pero
parecía absorto con aquel objeto. Decidí seguirlos mante-
niendo cierta distancia, y estos me condujeron a la espesura
del bosque.
Cuando William se paró, conseguí ver con claridad qué era
aquel objeto que lo había dirigido hasta allí: era un coche te-
ledirigido.
Pero lo que menos esperaba era lo que estaba a punto de
pasar. Sin saber cómo ni de dónde, apareció Paul, el padre de
William. Su cara irradiaba una ira que no era normal, estaba
enfadado, tenía los ojos desorbitados y la ropa muy desgas-
tada, parecía un verdadero psicópata. Además, sujetaba algo
en sus manos. Al principio no supe distinguir lo que era, pero
luego me di cuenta de que lo que sujetaba era el mando que
controlaba aquel coche teledirigido que había llevado a Wi-
lliam hacia el bosque. No entendía absolutamente nada, quizás

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William había añadido alguna función a ese juguete y quería


demostrármela con la ayuda de su padre sin decirme nada,
para sorprenderme aún más. Yo me disponía a ir hacia ellos
para ver qué era lo que estaba pasando cuando lo que observé
me dejó absolutamente paralizado: al lado de Paul había un
hacha tirada en el suelo. Evidentemente, no se trataba de nin-
guna sorpresa agradable.
Mientras William y su padre quedaron enfrentados uno de-
lante de otro, vi algo a lo lejos que se movía y se dirigía hacia
ellos. Cuando estuvo más cerca, me di cuenta de que era Mo-
lly y pretendía unirse a la escena. Cuando esta llegó a su al-
tura, se situó al lado de William, aparentemente estaba muy
nerviosa.
En cuanto quedó a su lado, quiso agarrar a William de la
mano, aunque este la rechazó con desprecio y fue a situarse al
lado de su padre. William le preguntó por qué estaba mane-
jando aquel juguete y, sobre todo, cómo lo había encontrado.
Paul le contó que Molly le había dejado el mando que dirigía
el juguete en sus manos justo antes de que él viniera y se había
escondido en otro lugar para que pensara que el culpable de
todo había sido él. Nada más escuchar esto, Molly lo interrum-
pió y dijo que eso era imposible, ya que ella no había visto
aquel coche en su vida. William la miró de arriba a abajo con
una cara de repugnancia. Cogió de la mano a su padre y le dijo
que estaba con él, esa mujer había estado tratando de reírse de
la muerte de su madre y de él mismo, así que ya era hora de
que matara a quien había estado atormentándolo durante tanto
tiempo, algo a lo que su padre contestó con una sonrisa. En
cuanto Molly escuchó lo que había dicho William, le dijo que
estaba allí porque quería ayudarlo, se sentía mal por lo que
había hecho sin querer en el pasado. Noté que, mientras lo de-
cía, William parecía estar algo confuso y no entendía a lo que

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se refería Molly. También le aseguró que estaba diciendo la


verdad, que el que había estado manejando todo ese tiempo
aquel juguete había sido su padre, debido a que las drogas lo
estaban volviendo loco y a que los problemas económicos por
los que habían pasado no se habían solucionado con un gran
puesto de trabajo.
En ese momento Paul cogió el hacha que estaba junto a él
y presencié la peor escena que habría imaginado jamás. Le
dijo a William que ya estaba bien, que mataría a Molly por
todo lo que le había hecho, estaba completamente ido, y justo
cuando menos se lo esperaba, su padre propinó a William un
hachazo en la espalda matándolo en el acto. No contento con
eso, cuando vio que Molly se abalanzaba sobre él absoluta-
mente aterrorizada por lo que acababa de hacer, le dio un
golpe tan fuerte que hizo que se desmayara para después es-
trangularla hasta matarla.
Cuando vi lo que había hecho con su propio hijo y con
Molly, salí corriendo lo más rápido que pude, pero mientras
corría no podía dejar de pensar en lo que acababa de suceder.
Empecé a llorar, aunque sin dejar de correr, simplemente que-
ría llegar cuanto antes a casa. Si ese loco había acabado con la
vida de su hijo, no dudaría en hacerlo con la mía si me pillaba,
aunque por suerte pude llegar a casa sano y salvo.
Lo primero que hice cuando llegué a casa fue llamar a la
policía y contar todo lo que había visto. No fue fácil para mí,
pero conseguí hacerlo.
Al cabo de unos días leí una noticia en el periódico en la
que se decía que habían detenido a un hombre llamado Paul
Blade, el cual, en el momento de la detención, presentaba sín-
tomas de haber consumido una gran cantidad de drogas y al
que se le relacionaba con actividades en mafias. Esta noticia

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también decía que en la inspección de su casa habían encon-


trado una carta que había escrito su hijo William el día de su
muerte, la cual pude leer. William había estado sufriendo todo
ese tiempo y no había sido capaz de decirme nada, lo que de-
mostraba lo aterrorizado que había estado durante todo ese
tiempo.
Después de leer esta carta, por fin entendí por qué Molly
me hizo prometerle que nunca hablaría de ello con William
cuando ella me lo desveló. En realidad, no se llamaba Molly,
sino Elisabeth Prey...

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RECUERDOS DE LA INFANCIA,
por Erik Giovanni Cocha Tipantasig

1º Bachillerato BH

Otra noche más en la que había vuelto a tener una pesadi-


lla, llevaba meses así, mi madre me había llevado con profe-
sionales en busca de una solución pero parecía que nada fun-
cionaba. Hoy había sido distinto, eran las 3:32 de la madru-
gada, algo que no solía suceder, siempre me despertaba al día
siguiente, pero hoy no, no le di mucha importancia y me le-
vanté de la cama.
Bajé a la cocina a por un vaso de agua, cuando vi la foto
de ella, mi hermana Gabriela, que había desaparecido hacía
unos meses. Después de su desaparición me sentía muy sola,
siempre habíamos estado muy unidos, además siempre la te-
nía en mi cabeza y más aún cuando veía su cama vacía. Le
pedí a mi madre que quitara la cama de ahí, ya que dormíamos
los dos en la misma habitación, yo ya había perdido las espe-
ranzas de que ella volviera, pero mi madre no, ella pensaba
que aún seguía viva y que la íbamos a encontrar algún día, mi
madre era una mujer feliz con un buen sentido del humor y
con un sonrisa de oreja a oreja siempre, pero desde aquello
pasó de ser como era a ser fría, apenas quería hablar conmigo,
todas las tardes se encerraba en el sótano y se pasaba allí casi
toda la tarde y luego se encerraba en su habitación, así todos
los días.
Volví a subir las escaleras lentamente, no quería hacer
ruido para que mi madre no se levantara. Volví a la habitación

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y fue cuando vi que la cama de mi hermana estaba ocupada,


mis piernas y mis manos empezaron a temblar, no sabía qué
estaba pasando. Corrí a la habitación de mi madre, abrí la
puerta, mi madre estaba allí durmiendo, pero entonces…
¿Quién era la persona que estaba en la cama de Gabriela…?
Volví a la habitación, intentando hacer el menor ruido po-
sible, solo quería saber quién era, pero ya no había nadie en la
habitación, la cama estaba hecha, no había ninguna arruga, se-
guía como la dejó mi madre el día que desapareció. No sé, tal
vez había sido imaginación mía, solo quería dormir y que
fuese otro día.
Antes de volver a la cama fui al baño y fue entonces
cuando escuché cómo algo golpeaba el cristal, pensaba que el
sonido venía de la ventana del baño, ya que fuera hay un árbol
y una de sus ramas suele chocar con esa ventana cuando hace
viento, así que no le di importancia, fue entonces cuando volví
a escuchar el golpe, pero esta vez no venía de la ventana, sino
del espejo. Era muy tarde y pensaba que todo era consecuen-
cia de mi imaginación, volví a la cama y me tapé de los pies a
la cabeza, intenté conciliar el sueño pero fue imposible, seguía
pensando en aquello, había sido tan real…
Volví a mirar la hora y ya eran las 4:26 de la madrugada
cuando escuché cómo alguien golpeaba repetidamente la
puerta del sótano, bajé corriendo y mientras bajaba las escale-
ras alguien empezó a gritar, pensaba que era mi madre, pero
no, la voz que procedía del sótano era más fina que la de mi
madre, incluso me parecía familiar. Abrí la puerta del sótano,
pero no alcancé a ver nada, en ese instante me levanté.
—¿Todo había sido un sueño?, ¿nada había sido real? —
eso pensé hasta que volví a escuchar el mismo ruido; muchos
golpes que cada vez iban más rápidos, esta vez bajé corriendo,

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abrí la puerta, todo estaba muy oscuro, encendí la linterna del


teléfono y me adentré.
El olor que provenía del interior era insoportable, aun así
seguí bajando las escaleras; muchas cajas, objetos viejos que
se quedaron en el olvido tras la mudanza ya hace muchos
años, y una bolsa negra, muy grande, y parecía que era de
donde salía el olor. Abrí la bolsa y la vi…
Era Gabriela, estaba muerta, corrí gritando a la habitación
de mi madre pero ella ya estaba despierta, fue entonces cuando
me cogió con fuerza de la mano y me dijo con cara seria y
mirándome a los ojos:
—A partir de hoy nunca has tenido hermana —cerró la
puerta de su habitación conmigo dentro y escuché cómo bajó
al sótano y cerró la puerta. En ese momento me di cuenta: mi
hermana trataba de decirme algo pero no la escuché...
Fue entonces cuando me desperté, pero esta vez de verdad,
en una habitación con las cuatro paredes blancas y acolchadas,
llevaba una camisa de fuerza que me impedía mover los bra-
zos. Había recordado todo lo que había pasado aquella noche
después de tanto tiempo que casi se me había olvidado. Hoy
tengo 32 años y piensan que estoy loco, nadie me creyó en su
momento y ahora tampoco. Llevo más de quince años aquí
dentro, es tanto tiempo que ya no sé si aquello que pasó fue
real o es algo que con el tiempo he ido inventando, es igual,
no puedo hacer nada, al fin y al cabo nadie va a creerme nunca.

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LA SOMBRA,
por María Fernández Fernández

3º ESO B

PEDRO

14/11/1990. Me llamo Pedro, tengo 15 años y vivo con mi


padre en una mansión, la cual se encuentra muy lejos de la
ciudad. Desde hace una semana, en mi buhardilla, escucho a
alguien tocando el piano. Parece que puedo estar loco, pero
probablemente sea mi madre, aunque ella se suicidó hace doce
años, o eso me contó mi padre. Antes de morir escribió una
carta en la que decía que no quería vivir con nosotros y que
estaba harta de la vida que le había tocado. Así que pienso que
seguramente la que está haciendo todos esos ruidos es ella,
aunque no le doy demasiada importancia. Aunque anoche
esos ruidos ya no existían en la buhardilla, ahora estaban de-
bajo de mi cama, solamente debajo de mi cama, tenía mucho
miedo, grité pero mi padre no se despertaba, cerré los ojos y
cogí bien fuerte la sábana, cuando abrí los ojos ya era de día,
todo había vuelto a la normalidad.
22/11/1990. Después de varios días sin pasar absoluta-
mente nada, me imaginaba lo peor. Ayer por la tarde estaba
haciendo los deberes cuando noté algo que me hacía cosqui-
llas en la espalda. Miré hacia atrás, pero cuando me volví, no
había nada, simplemente me di cuenta de que la puerta estaba
abierta. Aunque ahora que lo recuerdo bien, la había dejado
cerrada. Algo extraño está pasando aquí, fui hacia la puerta y

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me asomé, pero solo se veía el pasillo oscuro que tenía a mi


lado, al final del pasillo está la puerta del sótano, fijé la vista
y vi un cuerpo bastante extraño bajar las escaleras, pero seguí
sin darle importancia porque creí que era mi padre. Volví a
sentarme en la silla del escritorio y la puerta se cerró de golpe,
esta vez sí me asusté y por la noche se lo conté a mi padre, él
también se asustó, me dijo que se había tirado toda la tarde
trabajando en su despacho y decidimos olvidarlo viendo una
película, pero no sirvió de nada, esa sombra era muy preocu-
pante para mí.
23/11/1990. A la mañana siguiente conté a mis amigos lo
que estaba sucediendo en mi casa y ellos también se asustaron,
me dijeron de ir a investigar y les hice caso. Esa misma tarde
decidí ir al sótano, donde había bajado la extraña sombra.
Nunca había bajado a ese sótano. Hay bastantes escaleras que
te llevan a una oscura habitación, sentía la presencia de al-
guien, que estaba apagando y encendiendo la luz, escuché
cómo cerraron la puerta con llave y, como se escuchaban pa-
sos bajando las escaleras, intenté esconderme, pero… Falsa
alarma, era mi padre, que llevaba cajas con objetos viejos.
Cuando me vio allí se quedó mirándome fijamente y vino ha-
cia mí, me cogió y me llevó para arriba, parecía que no le gus-
taba la idea de que bajara a ese sótano, pero eso hizo que me
quedara con más ganas de descubrir qué había ahí abajo.
Estaba ya acostado en mi cama, con las luces apagadas y
con la ventana cerrada, cuando de repente escuché a mi padre
toser muy fuerte. Me esperé un rato para que se le pasara, pero
cada vez la tos era más y más fuerte y decidí ir para su habi-
tación, cuando entré por la puerta de la habitación de mi padre,
no había nadie, mi padre había ido de cena de empresa y no
había nadie en casa, me quedé mirando hacia su mesita y había
una tarjeta donde ponía: “¿Vienes para el sótano?”, y le hice

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caso al mensaje, me llevé una linterna y mi móvil, bajé las


escaleras oscuras y empecé a escuchar voces que me recorda-
ban a una niña pequeña, lo que me dio mucho miedo.
Al fijar bastante la vista hacia el fondo de las escaleras me
di cuenta de que allí estaba la silueta del otro día, por lo que
fui poco a poco hacia ella, le alumbré con la linterna pero era
negra con manchas de sangre, no tenía rostro, al mirar hacia
mi izquierda había una mujer colgada del techo ahogándose,
subí corriendo las escaleras pero no paraba de escuchar a la
mujer diciéndome: “¡Ayúdame! ¡No me dejes aquí!”. Sin pen-
sarlo cerré la puerta con llave hasta que vino mi padre, le ex-
pliqué lo que había pasado, pero después me arrepentí, porque
la última vez que me vio abajo se cabreó mucho. Mi padre no
paraba de regañarme, me mandó a la cama directamente, esa
misma noche seguía escuchando los gritos de la mujer y esas
imágenes seguían en mi mente. No pude dormir.
25/11/1990. Ayer no quise escribir, no tenía palabras para
explicar lo que estaba pasando en mi casa, era todo tan raro.
Hoy mi padre ni me ha mirado a la cara, no quería hablar con-
migo, eso me ha hecho pensar que algo tiene que haber ex-
traño en ese sótano para que se cabreara tanto.
Mi padre entró al despacho y yo fui a su habitación para
buscar algo relacionado con el sótano, busqué por su mesilla
y no había nada, también por el armario y encontré una caja
de color rojo desgastado, pero necesitaba una llave para
abrirla, por lo que pensé que esa llave debía de estar en su
despacho, pero él siempre me dice que no entre, yo necesitaba
abrir esa caja.
Esa misma noche fui al despacho, al salir de la habitación
otra vez notaba esa presencia, al entrar al despacho vi que el
ordenador estaba encendido, y ponía: “¿Vienes para el só-
tano?”. En ese instante olvidé la llave, fui otra vez al sótano,

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otra vez la extraña silueta al final de las escaleras, pero ahora


resultaba más familiar, parecía mi padre, ahora la mujer no
estaba en el mismo sitio, estaba sentada en una silla, tenía la
cara tapada y las manos atadas detrás de la silla, de repente se
apagó la luz, esta vez no llevaba la linterna ni móvil ni nada,
en ese momento solo pensé en ir para atrás hacia la puerta, la
extraña figura se acercaba más a mí, corrí y salí de ese sótano,
de nuevo cerré la puerta con llave.
Volví al despacho, el mensaje había sido eliminado, bus-
qué la llave, pero encontré otra cosa peor, una carta que decía
así:
Pedro, te quiero muchísimo, hijo, pero tu padre
está loco, NUNCA bajes al sótano que hay en el pasi-
llo oscuro, por favor, hazme caso, hijo, ahí se en-
cuentra la parte oscura de tu padre, te va a intentar
matar cada día de una manera, tu padre me intenta
matar cada noche, espero que estés leyendo esto an-
tes de que te mate. Te quiero mucho. Mónica.
15/06/1978.

Sí, Mónica es mi madre, en ese momento me quedé inmó-


vil, se me saltaban las lágrimas solo de pensar en que mi ma-
dre en verdad no se suicidó, la mató mi padre, eso me hace
pensar que esa sombra es mi padre y la mujer es mi madre,
que cada noche la intentaba matar de alguna manera, ya en-
tiendo por qué mi padre no quería que bajara a ese sótano.
Inmediatamente me guardé la carta y seguí buscando por el
escritorio, no encontraba la llave, intenté buscar por sus car-
petas y tampoco estaba, por último decidí quitar un cuadro gi-
gantesco y di en el clavo, había un tablón de corcho donde la
foto de mi madre se situaba en medio y alrededor un montón
de herramientas, como un martillo, cuerda, silla, llave in-

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glesa… Yo pensé que era con los utensilios con los que la in-
tentaba matar, pero en la foto de la cuerda llevaba otra imagen
que era la de la caja que encontré en el armario de mi padre de
color rojo desgastado, cogí la foto y detrás ponía: “En el salón,
debajo del sofá”. También había un tablón de corcho más pe-
queño situado al lado, tenía mi foto. Me fui a dormir pero al
día siguiente seguiría investigando.
26/11/1990. Esta mañana no tengo instituto y mi padre se
ha ido a comprar, es el momento perfecto para ir a buscar la
llave de la misteriosa caja, he bajado al salón y he buscado
debajo del sofá y sí, sí había una llave, he subido las escaleras
y he ido directamente al armario de mi padre, no estaba la caja,
pero había otra tarjeta que ponía: “¿Vienes para el sótano?”.
Fui corriendo para el sótano pero ya no estaba la extraña som-
bra, ahora era mi padre, me quedé mirándolo, tenía en sus ma-
nos la caja de color rojo desgastado, la abrió, dentro había una
pistola, me estaba apuntado a mí pero cuando disparó la bala
me atravesó sin hacerme ningún tipo de daño, por un momento
pensé que era inmortal, hasta que me di la vuelta y vi a mi
madre tirada en el suelo, estaba viviendo cada momento en el
que sufrió mi madre. Esa misma noche, estaba yo acostado en
mi cama cuando a mi mente me vinieron otra vez los gritos de
la mujer diciendo: “¡Ayúdame! ¡Hijo, ayúdame!”. Me levanté
de la cama y vi cómo una sombra estaba asomada a la puerta
de mi habitación, con una cuerda en la mano, decidí gritarle,
enfrentarme a él, empecé a gritar y saltar de rabia, la extraña
sombra me cogió y me llevó a una habitación extraña, donde
ahora estoy, todas las noches me intenta matar con algo dife-
rente. Mi madre llevaba razón, siempre viene a las doce de la
noche y ahora mismo son las once y cincuenta y cinco, mejor
no seguir con esto.

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Probablemente cuando estéis leyendo este diario, yo ya no


estaré vivo.

POLICÍA

Este diario fue hallado en la casa donde asesinaron a Mó-


nica García Valera y a Pedro Egea García, quien los asesinó
fue Mario Egea Sánchez, padre de Pedro y esposo de Mónica.
El cuerpo de Mónica lo hallaron en el sótano y a Pedro col-
gado de un árbol del patio, el día 22/05/1995, gracias a los
amigos de Pedro que sabían la situación que había en su casa
y se lo habían explicado todo a la policía, pero no encontraban
la casa y al asesino tampoco, hasta que sus vecinos avisaron
también a la policía, porque días después de asesinar a su hijo
decían que se escuchaban gritos de niños y de mujeres di-
ciendo: “¡Ayúdame! ¡No me dejes aquí!”. También nos dije-
ron los vecinos que de vez en cuando su vecino Mario llamaba
a la puerta y siempre iba con una cuerda en la mano. Mario se
suicidó nada más escuchar a la policía acercarse a su casa. No
sabemos más sobre este caso.

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EL ÚLTIMO HALLOWEEN,
por Juan Pedro Fernández Jiménez

3º ESO B

Hugo es un niño normal y corriente, vive en un pueblo al


norte de la región española de Madrid, de poco más de dieci-
siete mil habitantes, llamado Umbra. Lo que él no sabe es que
este año será su último Halloween.
Todo comienza unos días antes de la celebración del día
de los muertos, concretamente el 26 de octubre.
Hugo despierta sobresaltado de la cama, ha tenido una ex-
traña pesadilla, lo recuerda todo borroso, no sabe muy bien
qué ha sido lo que ha visto en su sueño, solo recuerda tonali-
dades rojas. Decide levantarse a tomar un vaso de agua para
olvidar lo sucedido. Andando hacia la cocina se para deteni-
damente en la ventana del pasillo y observa la calle, nota que
está solitaria, hay una niebla blanca muy intensa que hace que
apenas se noten las estrellas, y una luna llena que brilla más
de lo normal. Además, la calle está vacía, los árboles secos y
el viento suena al golpear contra las hojas del suelo. Hugo lo
ve todo normal, por lo que sigue andando hacia la cocina a
tomar su vaso de agua. Al volver, se vuelve a fijar en la ven-
tana y nota algo que no observó antes, una luz naranja prove-
niente del antiguo cementerio. Una vez ya en la cama, se pone
a pensar en la extraña luz y se impresiona al recordar que su
pueblo recibe el nombre de Umbra por una antigua leyenda

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creada por una bruja con el mismo nombre, que dice lo si-
guiente: “Cada 666 años, en la noche de Halloween los espí-
ritus salen de sus tumbas e invocan terror y oscuridad, en una
inmensa niebla”.

Al día siguiente, Hugo se levanta sudado y con una sensa-


ción extraña, difícil de expresar, aunque nada que le impida
asistir al instituto y realizar un día normal. A las ocho y diez
sale de su casa camino al instituto, en donde se reúne con sus
amigos: Pablo, su mejor amigo desde la infancia; José, un
buen amigo que conoció en tercero de primaria; y Antonio, un
chico que se incorporó a su grupo hace dos años pero parece
que se conocen desde hace mucho más tiempo. Allí Hugo ha-
bla sobre lo que observó la noche anterior, el extraño sueño y
la niebla que observó. Pablo comenta al respecto que no se
despertó en toda la noche y no notó nada, mientras que José y
Antonio se pasaron toda la noche jugando a Fortnite.
¡RING!
—¡Es la hora de entrar a clase! —grita la directora a la vez
que suena el timbre.
Llegan las dos y veinte y toca el timbre de salida, Hugo se
despide de sus amigos y se dirige a su casa, mientras se fija en
el antiguo cementerio, que sigue iluminado con una luz de co-
lor naranja.



Pasan los días y la luz no desaparece, Hugo despierta todas


las noches con la misma pesadilla, aunque nunca logra recor-
darla. El cielo se nota extraño, cada día más oscuro, la luna
más grande y las estrellas más ocultas por culpa del aumento

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de la niebla, que aparece al anochecer y se dispersa al amane-


cer. A todo esto hay que sumarle los sucesos extraños que ex-
perimenta, como voces que escucha por las noches, voces en
forma de susurro que apenas se entienden.



Llega el 31 de octubre por la mañana y, como de costum-


bre, Hugo y sus amigos se reúnen unos minutos antes de entrar
a clase para hablar sobre un tema, este día toca la clásica fiesta
de Halloween. Como ya habían planeado, todos se reunirán
disfrazados de algo terrorífico en la puerta de la casa de José
sobre las ocho de la tarde, irán a pedir caramelos y, una vez
reunidos unos cuantos, se irán a jugar a la Play, a ver películas
y a hacer una fiesta pijama en casa de Pablo aprovechando que
sus padres se han ido de viaje. Todos comentan ilusionados,
menos Hugo, que ese día se encuentra especialmente dis-
traído, no para de pensar en el sueño que lleva teniendo dia-
riamente, en los susurros, en la luz y en por qué la gente no se
extraña de esta. Esto último provoca que la profesora de Ma-
temáticas le regañe por no estar atento.
A las ocho se encuentran todos: Hugo vestido de zombi;
Pablo. de fantasma; José, de vampiro; y Antonio, de La
Muerte. Inician su recorrido en busca de caramelos, que se ve
dificultado por la densa niebla que empieza a crearse de la
nada. Tras varias horas, la recogida de caramelos acaba siendo
frustrante, no más de un cuarto de kilo entre todos. Esto hace,
junto con la difícil visibilidad que hay, que decidan irse antes
a casa de Pablo y poder jugar a videojuegos o ver alguna pe-
lícula de miedo.
Una vez entran en casa de Pablo, Hugo empieza a sentirse
especialmente extraño, tiene un presentimiento, pero no sabe

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especialmente cuál. Empiezan a ver una película de miedo,


Hugo se siente incómodo y cansado, por tanto, una vez termi-
nada la película decide irse a dormir, mientras sus amigos se
quedan jugando a la consola en el salón.
Sobre las tres de la mañana Hugo despierta asustado, una
vez más por su pesadilla. La gran diferencia es que hoy ha
identificado un rostro, una persona manchada de sangre que
le resulta muy familiar. Acude corriendo al salón para ver a
sus amigos, pero no hay nadie, todo está como lo vio por úl-
tima vez. Llama asustado a sus amigos y nadie contesta, al
instante se escuchan ruidos provenientes de la planta de abajo.
Hugo baja y encuentra un rastro de gotas de sangre que se di-
rige hacia el antiguo cementerio, el mismo lugar de donde pro-
viene una fuerte luz anaranjada. Sin pensarlo dos veces, y pese
a la antigua leyenda que hay, coge una linterna, una mochila
y emprende camino hacia el cementerio.
La noche es fría y silenciosa, la niebla dificulta el reco-
rrido, repleto de árboles secos. Una vez llega al cementerio,
saca la linterna y se pone a investigar, siguiendo el rastro de
sangre, que se corta en una de las tumbas, concretamente en
la de Umbra, la bruja. De repente la linterna se apaga, no se
ve nada con la densa niebla, se escuchan pasos y voces. Hugo
se gira y ve la misma cara que vio en su pesadilla, finalmente
Hugo grita y es lo último que se escucha en la silenciosa noche
de Halloween.

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MI PEOR PESADILLA,
por María Esperanza Gea Martínez

1º Bachillerato BH

Soy Lucía, tengo diecisiete años y he sufrido una de las


historias más tristes y terroríficas.
Era un sábado, 17 de agosto, llevaba puesto una falda roja,
un top negro escotado y tacones, así que, como cualquier otro
sábado, me divertía en la discoteca de mi pequeño pueblo con
mis amigas y multitud de personas que acudían al lugar. La
noche había sido divertida, había conocido a bastante gente y
sobre todo había bailado mucho, pero era hora de ir a casa.
Recuerdo que era de madrugada, las cinco aproximadamente,
tenía frío e iba sola, ya que por desgracia mis padres, que
siempre iban a recogerme, no pudieron ir esa noche de agosto.
Me encontraba en la calle de un parque cerca de mi casa
cuando, de repente, escuché un coche, negro y grande, el cual
redujo la velocidad para ponerse a mi lado. Yo, inquieta, mi-
raba cómo se bajaba la ventanilla del coche y aparecía el rostro
de mi peor pesadilla en carne y hueso. Así, pues, me miró de
arriba abajo sin parar de perseguirme a pesar de que mis pasos
iban más rápidos de lo normal. Entonces pronunció una de las
frases que se dicen con frecuencia hoy en día, pero a la que no
se le da importancia, aunque para mí iba a marcar un antes y
un después en mi vida: “Estás buenísima, madre mía lo que te
hacía, y cómo me pones”. Al escucharlo puse cara de asco, lo
que hizo que enfureciera la bestia, de manera que se bajó del
coche y me dijo: “Si no querías que te mirase, ¿para qué llevas

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ese escote?”. Así que empecé a correr pero tan solo por cinco
segundos, el tiempo que tardó en alcanzarme y, posterior-
mente, cogerme y tirarme al suelo.
Es evidente que intenté escapar pero me fue imposible, ya
que, no sé cómo, acabé en cinco segundos en una jaula oscura
y fría dirigida por la enfurecida bestia que no paraba de chi-
llarme. Sin embargo, yo me encontraba temblorosa, con un
agujero en el pecho donde solo se encontraba mi corazón la-
tiendo cada vez más rápido y fuerte y solo pude decir: “Dé-
jame”. Acto seguido dijo: “No haberme calentado”. Le pre-
gunté el porqué y, sí, fue por mi falda roja y mi top negro es-
cotado (“Vistes así para poner a los hombres”).
Casi no podía respirar, la presión era cada vez mayor, ya
que la jaula se iba haciendo más pequeña porque la bestia ya
había empezado a tocarme, y por mucho que gritase “No” y
“Déjame”, no me escuchaban ni él ni mis padres ni mis veci-
nos, sus gritos iban a más, como sus intenciones. Entonces
hizo lo que se veía venir: sacó su arma para ir poco a poco
matándome y desangrándome, de manera que mis lágrimas no
podían dejar de salir de mis tristes ojos, que eran el reflejo de
mi alma que se estaba rompiendo, mi boca ya no podía articu-
lar palabra, mi cuerpo se había convertido en el juguete de la
bestia y no podía parar de temblar, y toda la felicidad que sen-
tía se transformó, en tan poco tiempo, en dolor y en un terrible
miedo que solo me hacía pensar en seguir viva. Poco después,
como no se estaba divirtiendo lo suficiente, empezó a pegarme
para excitar su juego y para aumentar mi dolor.
Finalmente, se hizo el silencio, ese que tanto deseaba pero
que se convirtió en increíble melancolía. La bestia ya había
conseguido lo que quería, por lo que, sin más, se dirigió a ese
coche negro y grande, subió también esa ventanilla como si
intentase cerrar y terminar mi peor pesadilla y por último se

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fue. Quedé tirada en el suelo, desangrada, incluido el labio de


mi boca, con algunos otros golpes y morados, y menos mal
que viva, aunque solo fuera físicamente, ya que sentía que mi
alma se había muerto y que solo me quedaba terror y dolor
dentro de mí.
Mi peor pesadilla no había acabado porque, en tan solo
quince minutos, me dejó secuelas psicológicas para toda mi
vida, esa bestia que no me ha hecho falta describir porque se
describe por sí mismo. Y no solo él, sino todas las demás bes-
tias que juegan con personas como si de un juguete se tratase,
sin pensar en todo el daño que pueden llegar a ocasionar a la
víctima y a sus familiares por solo satisfacer sus deseos su-
puestamente provocados, en este caso, por la vestimenta de
una mujer. Espero que algún día se acaben estas pesadillas que
ninguna mujer debería sufrir. Para terminar, como dijo Mary
Shelley: “No deseo que las mujeres tengan más poder sobre
los hombres sino que tengan más poder sobre ellas mismas”,
para que en todo el mundo haya respeto e igualdad.

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WILLIAM Y SU TRATO CON LA MUERTE,


por Yohanes Cascales López

2º ESO A

1ª PARTE: LOS TERRIBLES COMIENZOS

Había una vez un niño llamado William. William vivía en


Nueva York con su padre Robert. Su madre falleció hacía
tiempo y su padre, al ver que William necesitaba una madre,
se volvió a casar. Todo iba bien, hasta que un día su padre
murió por una curiosa enfermedad que los doctores no pudie-
ron curar.
La madrastra le echó las culpas al pobre William y empezó
a maltratarlo: le insultaba, le pegaba y, cuando estaba muy en-
fadada, lo encerraba en su cuarto a oscuras horas y horas.
Un día quiso suicidarse, pero antes de que pudiera hacerlo
se le apareció la Muerte y le dijo:
—¿Por qué quieres suicidarte?
—Porque mi madrastra me pega, me insulta y me castiga
en mi habitación horas y horas a oscuras —le respondió el jo-
ven William—. ¿Podrías devolverme a mis padres? —le su-
plicó el desesperado niño.
—A condición de algo —dijo la Muerte.
—¿De qué?
—A condición de que en, cuando pasen 30 años, te mueras
—le respondió la muerte.
—Aprovecharé el tiempo, Muerte.

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Y así fue, William pasó los mejores años de su vida junto


a sus padres y, aunque sabía que iba a morir, la felicidad ocul-
taba la tristeza.

2ª PARTE: 25 AÑOS MÁS TARDE

William se ha convertido en un guitarrista famoso: ha gra-


bado quince discos de éxito, ha recibido varios premios, todas
las bandas quieren colaborar con él y ha hecho innumerables
conciertos. Vive en un chalé con su mujer, Ana, y sus dos hi-
jos, Alejandro y Andrés. Además, dona dinero a muchas oene-
gés.
Una noche, después de un concierto, iba caminando a su
casa cuando, de pronto, vio una luz que venía de una puerta.
Era una luz muy intensa, cruzó la puerta y se asustó. Dentro
de esa habitación vacía en la que había entrado se encontró a
la Muerte, que le dijo:
—Tengo que felicitarte, William, parece que estás aprove-
chando el tiempo. Te has convertido en un gran hombre. Pero
no te olvides de que te quedan cinco años de vida.
—Muerte, tengo familia y no los puedo abandonar así —
le suplicó William.
—Haberlo pensado antes de tenerla —le respondió—.
¿¡Quieres volver con tu malvada madrastra!?
—No, por Dios— se asustó William.
—Bueno, pues yo te he advertido ya, adiós. Nos volvere-
mos a ver las caras en un lustro.
A partir de esa noche, William empezó a componer música
más triste. “Parecía que intentara decirnos algo”, decían los
componentes de otras bandas.
Pasaron los años. William era cada vez más famoso, pero
a la vez estaba más preocupado porque le llegaba su hora.

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Un día salió de su casa a darse una vuelta para reflexionar,


y vio una calle que se llamaba “La calle de la puerta del
tiempo”. Con curiosidad, el hombre entró y vio su vida pasar:
los cumpleaños de su infancia, sus primeros y últimos con-
ciertos, su boda con Ana, el nacimiento de sus hijos y, por
último, los agradecimientos de las oenegés a las que ayudaba.
Y dijo:
—La Muerte tiene razón, me he convertido en un gran
hombre.
Esa misma noche (esa noche se cumplían los treinta años)
se despidió de su familia, que no entendía nada. La Muerte
llamó a la puerta de su casa y le dijo:
—¿Últimas palabras?
A lo que el chico le contestó:
—Gracias por darme esta vida de ensueño.

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CASO CERRADO,
por Juan Francisco Amor Amor

1º Bachillerato BH

13 de marzo de 1997. Dani había quedado con sus amigos


para darse una vuelta y explorar un barrio abandonado de su
pueblo, ya que se desalojó unos cuantos años atrás por estar
construido encima de un antiguo cementerio, desde entonces
muy poca gente vagaba por ese barrio, y menos sola. Dani de-
cidió investigar por su cuenta la historia del barrio, en internet
no encontró ninguna información, así que decidió buscar en la
biblioteca, donde tampoco encontró nada, pero el biblioteca-
rio le pregunto qué era lo que buscaba y, al decírselo, el hom-
bre le explicó la verdadera historia del barrio y del antiguo
cementerio. Después de oír la historia de ese misterioso lugar,
Dani sintió unos escalofríos por todo el cuerpo y dudó entre si
ir o no, pero ya había quedado con los amigos un par de horas
después y no los iba a dejar tirados.
Pasadas unas horas, de camino a la plaza de la fuente,
donde había quedado, se le quitó el miedo y le volvió a entrar
la curiosidad. Unos minutos más tarde, ya reunido con Rafa y
Darío, y dispuestos a empezar la expedición, Dani les contó la
historia de aquel lugar. El cementerio no era uno cualquiera,
tenía bastantes años de antigüedad y escondía una terrorífica
historia detrás. Se trataba de cementerio donde enterraban,
torturaban y quemaban a los acusados por la Santa Inquisi-
ción, y no solo eso, sino que también anteriormente había sido

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punto de reunión para las brujas y lugar de ceremonias anti-


cristianas. Tras la fundación de la Santa Inquisición, esa pe-
queña zona fue quemada y se eliminó a casi todas las brujas,
casi, porque se dice que alguna se salvó y todavía su espíritu
vaga por ese lugar. A Rafa y a Darío también les recorrió un
escalofrió por todo el cuerpo cuando oyeron la historia, pero
a pesar de eso no se echaron atrás y comenzaron la aventura.
Entrando al barrio, Dani recordó que el hombre de la biblio-
teca también le dijo que, antes de que el barrio fuera abando-
nado, había tenido lugar una serie de apariciones y sucesos
paranormales.
Las calles de aquel lugar eran frías, oscuras, tan solo la
luz de la luna llena y una pequeña linterna iluminaban las ca-
lles y, por si esto no les daba ya bastante miedo, en unos pocos
minutos una espesa niebla los rodeó por completo. Tras ver
las condiciones de tiempo que había decidieron darse la
vuelta, pero, a escasos metros de la salida del barrio, Darío se
dio cuenta de que no llevaba colgado un antiguo collar con
una estrella de cinco puntas que le había regalado su abuela y
que había sido transmitido de generación en generación. A pe-
sar de todo, los tres amigos tuvieron que volver a buscar el
amuleto. La niebla dificultaba mucho la búsqueda, por ello
decidieron separarse y quedaron a las 3:00 a.m. justo donde se
habían separado.
Primero llegó Rafa, unos segundos más tarde Dani, nin-
guno había encontrado nada y estaban a la espera de Darío,
pero pasada una media hora Darío no llegaba y los dos amigos
empezaron a asustarse. A continuación, decidieron buscarlo y,
a pesar de que no creían en esas historias sobre el lugar, se
podía leer el miedo en sus rostros. Llegaron a una pequeña
plazuela, la única del barrio, y el miedo se acentuó más en

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ellos dos cuando pudieron distinguir el rostro de una vieja mu-


jer sosteniendo como una especie de colgante al fondo de la
plaza, tras la espesa niebla y bajo la tenue luz de la única farola
encendida en el lugar y de una pequeña linterna tirada en el
suelo. Los amigos salieron corriendo y, alarmados, llamaron
a la policía para contarle lo sucedido.
A la llegada de la policía fueron otra vez al sitio donde
habían visto aquel aterrador rostro, pero cuando llegaron no
había nada, tan solo la linterna de Darío. La policía inició una
investigación por la desaparición del joven Darío, pero pasa-
dos unos meses la investigación no avanzaba, ya que no se
encontró ninguna pista ni nada relacionado, por ello el caso se
cerró.

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MEMORIAS DE UN ADOLESCENTE,
por Arturo Guirado Escámez

4º ESO D

El miedo convierte a las personas que deberían ser tus ami-


gos en extraños, o al menos eso dicen.
Mi nombre es Franklin Happy pero mi segundo nombre no
viene definido por mi forma de pensar ni por mi estado emo-
cional. Tengo 16 años y tengo lo más parecido a una depre-
sión, así es, soy un adolescente depresivo tratando de enmas-
carar todos los días la tristeza y el dolor con una sonrisa for-
zada, escuchando música “alegre” porque mis padres dicen
que le podría ayudar a mi estado emocional y lo único que
hace es hacerme sentir cada vez más inútil e imbécil. También
voy a psicólogos y cada semana se llevan una sorpresa, dicen
que voy progresando pero sé que es totalmente mentira, ya
que cuando voy les cuento cosas totalmente diferentes a las
que siento para no preocupar más a mis padres, y todo esto
por estar solo todos los días y por enamorarme y todo ese rollo
que no voy a soltar.
Pero no estoy aquí para hablar de eso, estoy aquí para ha-
blar de algo que me ha estado pasando últimamente. No tengo
ni idea de qué es, pero es una especie de sensación que me
indica que alguien me está vigilando o siguiendo, suena de
locos, ¿verdad? Eso pensaba yo hace un par de semanas, será
algún efecto secundario de la depresión, pero desafortunada-
mente ya comprobé esta investigación quedándome y espe-
rando fuera del instituto a que se fuera todo el mundo. Estuve

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esperando para quedarme totalmente solo pero había algo que


no me cuadraba, veía a la gente alejarse y, como siempre, ha-
blando con sus amigos de salir de fiesta y todas esas mierdas
que a mí no me gusta hacer, pero pude observar a un hombre
alto de unos dos metros y algo, y me percaté de que me estaba
vigilando, me quedé mirándolo y él también a mí hasta que
pasó un coche y, sin darme cuenta, se desvaneció y, sin saber
a dónde se había ido, me fui a mi casa.
Por el camino podía oír a las chicas y a los chicos hablando
de los planes que tenían para el fin de semana; sin importarme
mucho, adelanté a todo ese cúmulo de gente y lo vi, otra vez,
esta vez estaba más cerca y parecía mucho más alto, me quedé
parado y me restregué las manos por los párpados y, otra vez,
desapareció sin más.
Cuando llegué a casa mis padres me estaba esperando con
los brazos bien abiertos, como siempre. Comí y, como todos
los días, me subí a mi cuarto, pero esta vez no me subí a llorar,
le estaba dando vueltas a quién era ese tipo que me estaba vi-
gilando al salir del instituto y sin darme cuenta me quedé dor-
mido.
Me levanté a las siete y media de la tarde y, para colmo,
llegaba tarde a la casa de una compañera para hacer un trabajo.
De camino a su casa me pasó algo totalmente inesperado para
mí: por un momento me sentí feliz al ver a una pareja con su
hijo dando un paseo. Seguía andando sin quitarle ojo a esa
maravillosa pareja, y al cruzar una esquina estaba allí, el tipo
que me estaba vigilando al salir del instituto estaba allí y mi-
raba a esa pareja, sin pensármelo salí corriendo hacia allí gri-
tando, no sabía lo que hacía pero no podía permitirme presen-
ciar un asesinato, no otra vez, y cuando llegué a la otra parte
de la calle no había nadie, ni la pareja, ni el tipo alto, nadie.

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Qué extraño, mi felicidad se había esfumado al saber que


esa pareja no era real y también al saber que la gente me mi-
raba mal en la calle al hacer el ridículo, salí corriendo muy
confuso hacía la casa de mi compañera, por un momento pen-
saba que al llegar cuanto antes a su casa estaría pronto en la
mía. Llamé al timbre y seguidamente me abrió la puerta. Ha-
ciendo el trabajo fijé la vista en una ventana y vi un rostro, no
era mío sino de la pareja que había visto antes, y no era eso lo
que me preocupaba, lo que me preocupaba era que estábamos
en un tercer piso, cómo iba a estar la pareja allí. Me encon-
traba mal y decidí irme a mi casa, había sido un día muy largo,
prefería estar en un ámbito en el cual me sintiera mucho me-
jor. Llamé a la puerta tres veces, no había nadie.
Treinta minutos después se apagaron las luces de las faro-
las, saqué el móvil para encender la linterna pero la batería
empezó a bajar muy rápido hasta que se apagó. Empezaba a
hacer mucho frío de repente y sentía cómo algo estaba mo-
viéndose en frente de mí, y cuando me fui a levantar oí una
voz que me decía:
—¿Estás seguro de que deberías aferrarte a la vida? —me
dijo él. Y entonces le vi la cara, una cara negra con una manta
rota sobre todo el cuerpo, unas manos muy grandes y una boca
sin labios, y cuanto más se acercaba más momentos tristes re-
cordaba. El frío era insoportable y cuando lo tenía a tres cen-
tímetros de la cara se abrió la puerta de mi casa y las farolas
se volvieron a encender.
—¿Qué haces tirado en el suelo, Franklin? —dijo mi ma-
dre.
—He llamado varias veces, mamá —dije.
—No has llamado, no te hemos oído —dijo ella.

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En este punto es cuando me di cuenta de que algo iba muy


mal en mí. Cuando se acercó esa cosa solo recordaba momen-
tos muy tristes, sobre todo cuando presencié aquel asesinato
que no me gusta describir, pero solo sé que antes de eso yo
estaba perfectamente, ni depresión ni nada, era feliz sin nin-
gún motivo. Me encontraba cansado y me fui a dormir. Al día
siguiente me levanté y no había nadie en casa, desayuné y me
puse algo de música para relajarme y olvidar todo lo ocurrido,
aunque difícilmente lo iba a olvidar. Aquella mañana estaba
pensando en lo que me dijo aquella figura extraña, que si debía
aferrarme a la vida, porque me preguntó eso, es decir, con to-
das las preguntas que se pueden formular y me tuvo que pre-
guntar eso. De repente se paró la música y me apareció el ros-
tro de esa cosa, asustado tiré la taza al suelo y apagué la tele.
Desde esos dos días hasta hoy no paraba de pensar en
aquello que me ocurrió.
—¿Debería pedir ayuda? —me pregunto.
Y así lo voy a hacer, por eso le estoy enviando esto a un
maestro, aprovechando que hay que hacer un relato le he con-
tado lo que me ocurre, pero debo añadir algo más:
—He estado soñando todo este tiempo, y parece que no
puedo encontrar una respuesta para lo que estoy viviendo en
general. No puedo seguir viviendo así, está rompiendo mis
sentimientos día a día. Quiero decir… ¿Quién puede decir que
encuentras una respuesta cuando no hay? ¿Y si acabas de mo-
rir? ¿Y si la vida tal como la conocemos es todo un sueño? ¿Y
si vivimos sin razón alguna? ¿Y si desapareces cuando mue-
res? ¿Debo aferrarme a la vida? ¿O debería simplemente ma-
tarme? Muchas contradicciones, muchas contemplaciones.
Cada vez es más difícil enmascarar la tristeza y el dolor. No
puedo decir si quiero vivir o si quiero morir. Por favor, sál-
vame.

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LA CASA ENCANTADA. LA FAMILIA GUMTON,


por Marta López López

3º ESO B

Érase una vez una familia formada por seis personas, y dos
más venían en camino.
El señor y la señora Gumton tenían dos hijas llamadas Gi-
selle y Fiona y dos hijos llamados Forest y Frank. Vivian en
una ciudad llamada Liverpool (Inglaterra), en una casa la cual
ya se les quedaba pequeña y se les ocurrió mudarse. En una
casa a las afueras de Liverpool falleció una anciana llamada
Anastasia el martes día 13 de febrero del 2013 por motivos
desconocidos.
Un día después de fallecer la anciana, salió en las noticias
que horas antes del fallecimiento de la mujer los vecinos se
quejaban de ruidos, gritos y golpes extraños. Al día siguiente
la familia Gumton decidió ir a visitar la casa, sin saber nada
de lo ocurrido. El comerciante, el cual era hijo de la anciana
fallecida, no les dijo nada de la información dada en televi-
sión, ya que se querían deshacer de esa casa lo antes posible
porque no estaba en muy buen estado. Poco después la familia
Gumton decidió quedarse con la casa.
Dos semanas después se instalaron en la casa supuesta-
mente nueva.
Mientras los señores montaban los muebles y empezaban
a decorar la casa, Giselle se quedó mirando a la ventana dete-

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

nidamente y de pronto vio pasar varias sombras un tanto ex-


trañas, acudió rápidamente a sus padres para contarles lo su-
cedido, pero estos no le hicieron mucho caso.
Giselle insistía en que el hecho sí que había sucedido y al
ver que no le creían acudió a sus hermanos, los cuales sí que
le creyeron y fueron todos de nuevo a la ventana, pero ya no
se veía nada.
Intentaron olvidarse de lo que había ocurrido, pero a la
hora de la cena Forest y Fiona escucharon de nuevo un ruido
en la parte superior de la casa y fueron a investigar. Al subir,
en el cuarto de los hermanos Frank y Forest vieron que al
fondo había una mecedora moviéndose y fueron corriendo
asustados a llamar a Giselle y a Frank, a ellos les llamó la
atención lo que sus hermanos les habían contado y acudieron
de nuevo al lugar donde sucedió, mientras subían Frank escu-
chó un ruido detrás de él, se giró rápidamente y vio una ven-
tana abrirse lentamente, llamó a sus hermanos alarmado y de
repente se escucharon gritos. El señor y la señora Gumton pre-
guntaron qué había sido eso y sus hijos fueron a contarles lo
que había pasado. Ellos esta vez sí que les creyeron, ya que
todos habían sido testigos.
Un rato más tarde se fueron todos a la cama. A media no-
che escucharon portazos y golpes y el señor Gumton fue a in-
vestigar, cuando de pronto vio pasar una sombra a lo largo del
pasillo y volvió a su habitación rápidamente. La señora Gum-
ton, al escuchar a su marido mientras le contaba el suceso, no
le dio importancia y siguió durmiendo, ya que estaba muy
agotada.
A la mañana siguiente, mientras todos permanecían en sus
habitaciones, la señora Gumton fue a preparar el desayuno y
al llegar abajo se resbaló con una gran mancha de sangre. El

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

señor Gumton, al escuchar el golpe, bajó rápido a ver qué ha-


bía pasado, cuando bajó se encontró a su mujer tirada en el
suelo y le preguntó qué había sucedido, a lo que ella le res-
pondió que se había resbalado con esa macha de… Cuando
fue a decirle dónde se había resbalado la mancha ya no estaba.
—¡No puede ser! Juraría que justo aquí había una inmensa
mancha de sangre.
Su marido no le dio importancia, ya que pensaba que se
podía haber resbalado con cualquier otra cosa.
Pasaron la mañana tranquila sin nada que les pudiera lla-
mar la atención pero a la hora de la comida Fiona salió al jar-
dín y de repente… ¡desapareció!
De pronto el señor Gumton despertó asustado de un sueño
muy profundo y se dio cuenta de que nada de esto había sido
real, se aseguró de que toda su familia estuviera a salvo y les
contó a todos lo que había soñado, su familia se empezó a reír
y al final ese sueño ha quedado como una anécdota.

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

EL ALQUIMISTA,
por Tomás Jiménez Fernández

1º Bachillerato BH

Me llamo Tomás, tengo dieciséis años y os voy a contar


cómo, junto con unos amigos, nos vimos involucrados en los
terribles experimentos de un viejo alquimista.
Todo comenzó el martes 9 de octubre, cuando, como cual-
quier otro día y tras haberme levantado y arreglado, fueron a
buscarme para ir al instituto. Tras unos minutos llegamos y
procedimos a comenzar un nuevo día de clase, en el que solo
podíamos relajarnos en los recreos.
El principio de esta historia comenzó en la clase de Histo-
ria, la cual estaba basada ese día en los brujos y alquimistas
de épocas donde la ciencia no tenía explicaciones para los pro-
blemas cotidianos. En esa clase, el profesor nos explicó todo
lo que hacían y cómo lo hacían, y todo esto nos dejó fascina-
dos. Más tarde, hablando con los amigos en el recreo, decidi-
mos investigar sobre el tema durante la tarde, así que queda-
mos en la casa de Juan Fran y justo después de comer nos
reunimos todos allí. A su casa fuimos tres: Paco, Pedro y yo,
aparte de Juan Fran. Comenzamos a hablar sobre el tema,
nuestras impresiones, datos, leyendas y otras curiosidades;
hasta que, al final, decidimos salir por el pueblo a descubrir
cómo era hace dos siglos.
Fuimos al ayuntamiento y a la biblioteca para buscar in-
formación sobre la vida en el pasado en Bullas y sobre los

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

edificios más antiguos que quedaban aún sin derribar. En Bu-


llas quedan muchos edificios antiguos, pero han sido restau-
rados y usados como museos o salas de exposiciones, por lo
que no nos servían en la investigación; sin embargo, había uno
a las afueras al que le acompañaba una terrible leyenda. Al
enterarnos de la existencia de este gran edificio no dudamos
ni un momento y empezamos a investigar su pasado y la le-
yenda que lo acompañaba. Esta leyenda decía que ese palacio
fue un regalo de un rico noble a su amada mujer, pero ella lo
rechazó y tras este disgusto el noble se suicidó en el interior
del edificio. Dado esto, el edificio en el pasado fue usado para
diversos rituales hasta que finalmente fue abandonado. Des-
pués de enterarnos de todo esto fuimos directamente al lugar
para ver cómo era.
Eran ya las siete de la tarde, hacía frío y comenzaba a os-
curecer, pero nosotros continuamos con el plan y entramos en
el recinto. El edificio era grande y majestuoso por fuera e in-
cluso con varias plantas y jardines. Una vez dentro el frío au-
mentó, todo resonaba con un tremendo eco y justo al cerrar la
puerta principal comenzaron a ocurrir los sucesos extraños.
Las ventanas se cerraron de golpe y quedamos en la total os-
curidad, por lo que tuvimos que usar los móviles como lin-
terna, pero solo teníamos dos y no podíamos gastar la batería,
por lo que decidimos salir y volver al siguiente día antes y
preparados. Cuando fuimos a salir nos dimos cuenta de que la
puerta había quedado bloqueada y no podíamos salir, así que
decidimos investigar dentro del palacio gracias a un palo que
usamos como vela.
El palacio era inmenso y tenía numerosas habitaciones,
por lo que decidimos separarnos por parejas para buscar una
salida o datos para nuestra investigación. Al cabo de un rato,
estábamos completamente perdidos por el palacio y separados

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

de los demás que estaban en la misma situación. En ese mo-


mento nos comenzamos a asustar porque no teníamos salida
ni encontrábamos nada relevante en las habitaciones, por lo
que decidimos buscar a los otros para decidir qué hacer. Pasó
un largo periodo de tiempo, habíamos perdido la noción del
tiempo y no los encontrábamos. Gritábamos y nadie nos res-
pondía, temíamos que hubieran encontrado la salida y hubie-
ran vuelto al pueblo, y entonces Paco pensó que teníamos que
volver a la entrada e ir por donde habían ido ellos para encon-
trar esa salida. Gracias a esto nos dimos cuenta de que no ha-
bía salida y comenzamos a buscarlos por el palacio sin resul-
tados. Llegamos al salón principal y nos dimos cuenta de que
había algunos pasos por la habitación que se cortaban en la
chimenea, nos acercamos y comenzamos a mover piedras,
azulejos…, en busca de algo que reaccionara, hasta que al de-
jarnos caer en la pared por cansancio esta se abrió y fuimos
arrastrados por un tobogán a una habitación subterránea.
En esa habitación sí había luz y era tan grande como varios
salones. También había algunas máquinas y productos que no
sabíamos para lo que eran. Justo en ese momento vimos a Juan
Fran y a Pedro encerrados en una jaula al fondo de la sala y al
rato apareció un hombre de avanzada edad sin buen aspecto y
empezó a hacerles pruebas. Primero les dio una pócima e iba
anotando los resultados, más tarde les dio unas pastillas que,
al parecer, eran la cura de la anterior pócima, después les dis-
paró con un rayo que hizo que perdieran la memoria de los
anteriores experimentos… Paco y yo estábamos asustados y
sin saber qué hacer, hasta que por miedo de que les siguiera
haciendo experimentos o incluso algo peor cogimos el palo de
madera y golpeamos a este viejo alquimista. Tras esto saca-
mos de la jaula a Juan Fran y a Pedro y les explicamos la si-
tuación, que rápidamente entendieron. Una vez que estábamos

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

todos juntos salimos de la sala por una salida secundaria que


daba al palacio.
Y así fue como, tras huir de aquel maléfico alquimista, re-
corrimos todo el gran palacio, hasta que finalmente pudimos
localizar la salida y escapar. Esta salida estaba en uno de los
baños, en el cual la ventana era de cristal y pudimos romperla
y salir a los jardines. Justo después de esto, volvimos al pueblo
y rápidamente fuimos a las autoridades para alertar de ese su-
ceso y que estas pudieran evitar más casos como el nuestro.
En la policía no nos creyeron, ya que, según ellos, ese palacio
llevaba abandonado muchos años, por lo que era imposible
que alguien viviese o incluso pudiese estar de forma segura
allí. Así pusimos fin a esta terrible experiencia que cualquiera
tomaría por un cuento de Halloween.

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EL JUEGO,
por Ana Belén Jiménez López

2º Bachillerato AC

Eran alrededor de las once de la noche cuando Tomás em-


pezó a ver su película favorita, pero a los pocos minutos reci-
bió un mensaje de su amigo Jaime diciéndole que fuese a su
casa porque tenía algo muy importante que decirle. En un
principio, Tomás se negó, ya que era tarde y se tenía que que-
dar en casa cuidando de su hermana pequeña, pero debido a la
insistencia de su amigo decidió irse, a pesar de que si sus pa-
dres volvían se metería en un lío.
Media hora después de su salida, Tomás llegó a casa de su
amigo y le escribió un mensaje, porque no quería llamar al
timbre por las horas que eran. Pasados cinco minutos, ya es-
taban los dos en el ático de Jaime alrededor de una misteriosa
caja.
Tomás estaba bastante nervioso e intrigado cuando Jaime
empezó a explicarle el motivo de su mensaje:
—Esta misma tarde he encontrado en el garaje un juego
bastante antiguo y que parecía como si nunca se hubiese
abierto —empezó a decir Jaime, pero cuando no había termi-
nado de hablar, Tomás le interrumpió reprochándole que si
para eso le había escrito a esas horas.
—Qué impaciente, no me has dejado terminar —respon-
dió Jaime. De modo que decidió continuar a pesar de la cara
de enfado de su amigo—. Además del polvo acumulado en la
caja he encontrado una nota bastante extraña que me llamó la

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

atención y que decía: “No abráis el juego a menos que cum-


pláis los dos requisitos: que seáis dos personas y que estéis
seguros de jugar” —terminó Jaime, mientras le daba la nota a
su amigo.
Al leer de nuevo la nota, la cara de Tomás cambió de in-
dignación a intriga y, visto que a su amigo le empezaba a in-
teresar lo que le estaba contando, Jaime prosiguió:
—¿Te atreverías a abrirlo?
En un principio no sabía qué hacer, pero al final, indeciso,
decidió abrir la caja y, sin saber por qué, cuando tocó la parte
de arriba se apagaron las luces del ático. Tras poner la linterna
del móvil, los dos amigos se miraron bastante asustados, dán-
dose cuenta de que no estaban solos en la habitación, ya que
había una serie de manchas en el suelo que no estaban cuando
entró Tomás por primera vez.
—¿Ves lo mismo que yo? —preguntó tembloroso Tomás.
—¿Te refieres a la mancha del suelo?
—Sí.
Asustados, decidieron ir a ver qué era la mancha y cuando
dedujeron que era sangre reciente, se cerró de golpe la puerta
del ático y la luz empezó a encenderse de una manera intermi-
tente durante unos segundos, para acabar de nuevo en la oscu-
ridad. Los dos amigos intentaron abrir la puerta, pero sin éxito.
No sabiendo qué hacer, decidieron sentarse en la mesa a asi-
milar todo lo que había ocurrido.
—¿Qué hacemos? —preguntó Tomás.
—No lo sé, tío, esto es muy raro —contestó Jaime.
Tras unos minutos de oscuridad, volvió de nuevo la luz y,
sorprendentemente, donde antes estaba la mancha, ahora ha-
bía una carta.
—Mira, Tomás, una carta.
—Espera, voy a cogerla.

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Con manos temblorosas, abrió el sobre y empezó a leer:


“Ya os avisé de que para empezar el juego teníais que estar
preparados y tú, Tomas, no lo estabas”. Tras leerlo miró a su
amigo y, casi sin poder hablar, le dijo que cómo sabía esa cosa
su nombre, pero Jaime no sabía qué contestarle y le dijo que
esta vez sería él quien abriría el dichoso juego.
—Voy a abrirlo, que este juego me está volviendo loco.
—¿Estás seguro?
—Segurísimo.
Bastante decidido, Jaime abrió la caja y ambos amigos se
miraron, pero esta vez no pasó nada. Cuando dejó la caja en
el suelo se dieron cuenta de que aquel misterioso juego era un
juego bastante popular en los años 80 y consistía en una serie
de cartas con retos y acertijos variados.
—Vamos a leer las instrucciones —dijo Tomás. Y co-
menzó a leer: “Una vez abierta la caja y empezado el juego no
podréis salir de aquí, a menos que completéis todos los acer-
tijos y retos correctamente en el tiempo límite de diez minu-
tos”.
Seguros, pero con un poco de miedo, decidieron mirar el
paquete de cartas y se dieron cuenta de que solo había cuatro:
dos de preguntas y dos de acertijos.
—Por lo menos acabaremos pronto —dijo Tomás, quien
decidió empezar con la ronda. Y comenzó a leer: “Dos perso-
nas están paseando y el menor de ellos es hijo del mayor, pero
el mayor no es padre del menor, entonces ¿quién es?” —ter-
minó Tomás y le dijo a su amigo tembloroso que tenía que
escribir la respuesta con sangre humana en la pared y que, si
era incorrecto o no lo hacía, algo malo le pasaría a un familiar
suyo.
Sin poder dar crédito, Jaime tuvo que pensarse muy bien
la respuesta, ya que el juego prohibía preguntar alguna pista.

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Cuando dio con la solución, se dio cuenta de que en la ventana


había una navaja.
Los dos amigos se miraron sin poder hablar y Jaime no
tuvo otra opción que cortarse un poco la mano para poder es-
cribir con sangre en la pared.
—Tú puedes —le consoló Tomás.
Asustado, comenzó a pincharse, sin pensar en el dolor. Y
cuando finalmente tuvo la suficiente sangre, comenzó a escri-
bir la respuesta: “La madre”. Cuando terminó de escribirla
miró a su amigo casi llorando por si había fallado la pregunta.
—Esa era la respuesta —le respondió Tomás.
Aliviado, pero dolorido, empezó a sonreír y cuando llegó
a la mesa se dio cuenta de que lo que había escrito ya no es-
taba, y en vez de sangre en la mano le había salido una cicatriz.
Ahora solo quedaba un último acertijo para pasar a los re-
tos, de modo que Jaime empezó a leer: “¿De qué manera po-
drías transportar agua en un colador?”, y continuó leyendo
que, como en el caso anterior, tenía que hacerlo de una manera
perversa: tenía que escribir la respuesta en el suelo con me-
chones de pelo humano y si fallaba vendría un sicario a ma-
tarlo.
Después de un rato sin encontrar la dichosa respuesta y
casi medio llorando porque solo le quedaban tres minutos, es-
cucharon un ruido bastante cercano que se parecía a una mo-
tosierra. A Tomás le quedaba un minuto y el ruido se hacía tan
cercano que parecía que estaba en el piso de abajo, pero
cuando quedaban escasamente cuarenta segundos el ruido ya
se distinguía y ambos horrorizados pensaron que ese era su
final. Pero por suerte dio con la respuesta mientras escuchaba
la motosierra subir por las escaleras y justo cuando estaba ter-
minado de escribir “De forma congelada”, vieron cómo la mo-
tosierra empezaba a romper la puerta mientras se veía la cara

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de asesino del sicario. Cuando reunió todos los mechones ne-


cesarios y construyó la respuesta, miró a su amigo horrorizado
por si había acertado y Jaime chillando le dijo que sí; y como
pasó en el otro acertijo todo volvió a la normalidad, excepto
el cabello de Tomás.
Decidieron tomarse un minidescanso para asimilar la lo-
cura, cuando escucharon una voz que venía del juego e intri-
gados se sentaron de nuevo en la mesa a escuchar la voz mis-
teriosa: “Tenéis treinta minutos para hacer los dos retos res-
tantes o nunca saldréis de aquí”.
Sin creérselo se miraron asustados y sin tiempo que perder
empezó a leer Jaime el primer reto: “Tu compañero tiene que
saltar por la ventana o, en caso contrario, todos los vecinos
morirán”.
Tras unos segundos de discusión, llegaron a una única so-
lución:
—Empújame, Jaime —le dijo Tomás llorando mientras se
acercaba a la ventana.
—No puedo, eres mi amigo.
—¡HAZLO!
Con manos temblorosas, no tuvo otro remedio que empu-
jarlo viendo la situación en la que se encontraba. De modo que
cerró los ojos y sin avisar a su amigo le empujó a la oscuridad.
Pasados unos minutos, un tremendo ruido que provenía del
juego distrajo de su llanto a Jaime. Se acercó y vio que estaba
escrito: “Tu amigo terminó el juego y ya es libre, se dijo que
saldríais de aquí, pero no se especificó CÓMO”. Tras leerlo se
desmayó y, cuando se despertó, se encontró solo en su cuarto.
En un principio no sabía dónde estaba por el gran golpe que
se había dado pero, cuando volvió en sí, se dio cuenta de que
su amigo no se encontraba en la habitación y de repente se
acordó de lo sucedido en el ático. Allí solo había una carta en

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el suelo y empezó a leerla entre lágrimas: “Felicidades, habéis


concluido el juego”.
Extrañado porque recordó que aún quedaba su reto, deci-
dió mirar por la ventana para ver el cuerpo de su amigo, pero
tras verlo allí tendido con un gran charco de sangre alrededor,
recordó todos los momentos que habían pasado juntos y Jaime
no pudo más con la culpa y decidió suicidarse.
A los dos días el caso salió en los periódicos con el titular
de “Misteriosa muerte de dos jóvenes de dieciocho años”. Hi-
cieron investigaciones, pero obviamente sin éxito, porque
nunca llegaron a encontrar la clave del caso: EL JUEGO.

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CALLE CONCORDIA,
por Paqui Fernández Martínez

3º ESO B

En el norte de Mérida se hallaba una casa, deshabitada,


tranquila y normal, o al menos eso es lo que parecía a simple
vista.
Era el 29 de septiembre de 1988 y una familia se trasladaba
de su antigua casa en Madrid a una en otra comunidad autó-
noma, dejando atrás todo el estrés de la capital y pensando que
en esa nueva casa vivirían una vida más tranquila. Pero se
equivocaban.
Cuando llegaron a su nueva vivienda, nada más abrir la
puerta, se encontraron con enormes montones de papeles tira-
dos por el suelo, en los que había imágenes de “Se busca” de
niños y niñas que habían desaparecido hacía años. El matri-
monio pasó de largo de los papeles pero los mellizos de 14
años, Rubén y Laura, se los guardaron e investigaron más so-
bre el tema, todos tenían algo en común: la última vez que se
les veía era en la calle Concordia, en esa misma casa.
Cada vez averiguaban más cosas, no podían dejar de pen-
sar en ello, era como si algo les impulsara a hacerlo. Tomaron
nota de cada desaparición y se dieron cuenta de que desapare-
cían cada 20 años, el 31 de octubre a las 0:00 al pasar del día
de Halloween hacia el día de los muertos.
Decidieron llegar hasta el fondo de todo y cuando faltaba
tan solo una semana para Halloween, reunieron cámaras y las

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colocaron en el lugar de la casa donde se veía a los niños por


última vez, el ático.
Ya en el día de Halloween dejaron todo escondido debajo
de sus camas y se fueron a pedir caramelos por el vecindario,
estuvieron una hora, que era el tiempo esperado para que sus
padres se arreglaran y se fueran a la fiesta de sus amigos.
Cuando llegaron a su casa no había nadie, como predijeron.
Eran las 23:50, faltaban tan solo diez minutos para ver qué
era eso que se llevaba a los niños. Rubén se quedó en la parte
de abajo de las escaleras poniendo las mantas y colocando las
cintas de la cámara mientras que Laura estaba cogiendo co-
mida para la larga noche, las cámaras las colocaron entre los
dos nada más llegar.
A las 23:59 Laura estaba a punto de subir toda la comida
cuando se escucharon tres golpes que venían del ático. Rubén
escuchó una voz que le susurraba su nombre una y otra vez, a
la voz le acompañaba una potente y cegadora luz que se hacía
más y más grande. Rubén, hipnotizado, fue hacia ella.
A las 0:02 Laura subió corriendo para ver qué era ese ruido
y cómo iba su hermano, pero cuando llegó arriba vio que su
hermano no estaba, que había desaparecido como todos esos
otros niños. Cogió la cámara y salió corriendo y pidió ayuda
a todos los que estaban pidiendo caramelos. No sabía adónde
iba, no podía parar ni mirar atrás. Llegó hasta la policía para
pedir ayuda pero cuando fue a enseñarles la cinta de vídeo,
esta estaba rota en pedazos. Nunca se supo qué fue de Rubén
y su hermana nunca fue la misma.
En la actualidad, 2018, ella vive allí, en esa casa, nunca
pudo abandonarla.

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SÁBADO NOCHE,
por Salvador Lorca del Amor

1º Bachillerato BH

Era un sábado noche cualquiera, me disponía a volver a


casa tras tomar unas cervezas con los amigos en el bar. Fui al
perchero, cogí mi chaqueta y salí por la puerta, el frío me gol-
peó en la cara con tal fuerza que sentí que fuera a caerme.
Bullas en invierno no es nada agradable, puede ser que haga
un frío de muerte o que de repente pase a un calor asfixiante.
Me recompuse como pude y me puse la chaqueta, me la abro-
ché y metí mis manos temblorosas en los bolsillos. Empecé a
caminar hacia mi casa, no está demasiado lejos pero con el
frío parecía que no avanzaba, las calles estaban muertas, solo
se oía el sonido de mis pasos.
Llegué al portal de casa y me dispuse a sacar las llaves del
bolsillo del pantalón, al coger el manojo de llaves estaban tan
heladas que se me cayeron al suelo. Me apoyé en la puerta
para agacharme a cogerlas cuando, para mi sorpresa, esta se
abrió. Vivo solo, y para mí esto solo pudo significar una cosa:
me habían entrado a robar. Abrí la puerta lentamente espe-
rando que quien o quienes hubieran entrado se hubiesen lar-
gado con lo que fuera ocasionándome el menor número de
destrozos posibles. Las luces estaban apagadas, así que las en-
cendí y, tras cerrar la puerta y quitarme la chaqueta, fui a ver
cómo estaba la casa. A primera vista todo parecía en orden,
nada fuera de lo común, me sorprendió bastante porque hacía

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poco había visto en la televisión que había un grupo de ladro-


nes que cuando entraban a las casas se dedicaban a destrozarlo
todo en busca de dinero o joyas y que incluso habían quemado
una casa. “Empezamos bien”, pensé, de momento no había
visto nada roto, comencé a andar y me dirigí al salón, que está
a unos metros de la entrada siguiendo el pasillo y a la derecha.
Al girarme y alargar la mano para encender la luz, un golpe
fortísimo en la nuca me tiró al suelo, cuando tuve la energía
suficiente para recomponerme e incorporarme un segundo
golpe me dejó inconsciente. Todo negro, desesperación abso-
luta.
Oía voces a mi alrededor, sentía cómo movía la cabeza de
un lado a otro pero no podía gritar, no podía hacer nada, solo
esperaba que me mataran rápido, sin dolor alguno, siempre
había temido al dolor, a la muerte, pero en ese momento no
esperaba otra cosa. Lo primero que recuerdo es despertarme
en un sótano húmedo, mugriento, asqueroso. Era una habita-
ción de no más de cuatro metros cuadrados. Al intentar incor-
porarme me di cuenta de que estaba atado a una silla con cuer-
das y que era incapaz de moverme. Así pasaron los minutos,
las horas tal vez incluso días. La noción del tiempo era imper-
ceptible, estaba desesperado, no hacía más que gritar y gritar
pidiendo auxilio, pero nadie acudía.
Cuando ya pensaba que iba a morir, escuché unos pasos
que venían en mi dirección, ya no sentía miedo, solo rabia, lo
único que quería saber era por qué a mí, qué tenía yo de espe-
cial. Escuché cómo metían la llave en la cerradura, empecé a
gritar como un loco: “¡Socorro! ¡Sacadme de aquí!”, cuando
la puerta se abrió, intenté distinguir una figura humana, pero
eso… Eso no se parecía a nada que hubiera visto antes.
“¡Quiénes sois! ¡Qué queréis de mí!”, le grité. “¡Dejadme
sal…!”. De repente la criatura soltó un “Shhhhhh” abrumador,

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me calló de inmediato, nuca había escuchado un sonido tan


débil pero a la vez tan aterrador. Tras esto la criatura entró y
a su paso se encendió una luz situada en el techo, y por fin
pude distinguirla bien. No se parecía a nada que hubiera visto
antes. Era como un espectro, cuando le iluminaba la luz se
parecía a una especie de humano en descomposición al que ya
no le quedaba cara. Pero cuando la luz le dejaba de dar se con-
vertía en otra cosa, en algo de otro mundo. Lo único que dijo
con una voz espectral de las que te entran en lo más profundo
de los huesos fue: “Ahora seré parte de ti”.
Saltó hacia mí y se me metió dentro, la sentía en los hue-
sos, la sentía en la carne, sentía cómo se metía en mi cabeza.
Dolía, dolía mucho, era un dolor que no se puede describir.
De repente todo se apagó.
Ya no era yo, yo ya no era nadie.

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EL OJO DEL GATO,


por Virginia Mercader Cebrián

3º ESO B

Voy a comenzar el relato presentándome, soy Laura y


tengo 17 años, vivo en un pequeño pueblo situado en las mon-
tañas, tengo el pelo largo y rizado, aparte soy morena tanto de
piel como de cabello. Tengo los ojos azules y llevo unas gafas
redondas y negras que encajan con mi personalidad fría y mis-
teriosa.
Escribo esto para poder contar todo lo que me ha ocurrido
a lo largo de estos últimos años. Es una historia un tanto ex-
traña y terrorífica. Dicho esto, comenzaré a relatar mi historia.
Veréis, yo era una joven de 15 años muy normal hasta que
estos sucesos comenzaron a atormentarme. Un día como cual-
quier otro, yo estaba con mis mejores amigas, Mari Jose y
Carmen, en la casa de la abuela de esta última, y decidimos
hacer una pequeña ouija en la parte abandonada de la gigan-
tesca casa.
Fuimos a una habitación, la más grande que encontramos,
y nos sentamos en círculo alrededor de la tablilla. Al terminar
de colocar las velas a nuestro alrededor y el vaso en la tablilla
de madera, comenzamos el “juego”. Al parecer invocamos a
un soldado de la guerra civil llamado Eduardo. Primero le pre-
guntamos dónde vivía, nos dijo que nació en Burgos, pero que
vivió la mayoría de su tiempo en Santander. Más tarde co-
mencé a hacerle preguntas sobre nosotras, sobre cuándo mo-
riríamos, cómo lo haríamos, etc.

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—¿Sabes cuándo moriremos? —pregunté mientras ponía


mi dedo encima del vaso.
El vaso se movió formando la frase “Todavía no”.
—¿Todavía no, qué? —le preguntó Mari Jose mientras ob-
servaba el vaso con detenimiento.
De repente todas las velas se apagaron y el vaso estalló
contra la pared. En ese instante entró la abuela de Carmen.
—Chicas, vuestras madres preguntan por vosotras —entró
en la gran habitación con un teléfono en la mano—. Dicen que
cuándo vais a ir a casa —en ese mismo instante en el que ter-
minó la frase, comenzó a hacer unos movimientos un tanto
extraños, como levitar, golpearse con la pared, darse cabeza-
zos…
Las tres nos levantamos muy asustadas y nos alejamos de
ella. Al poco tiempo se tranquilizó y se fue, decidimos guardar
el tablero de ouija bajo una manta en esa misma habitación e
irnos a mi casa a dormir, ya que al día siguiente había clase.



Antes de llegar a mi casa pasamos a comprar un incienso


que supuestamente limpiaba la casa de malos espíritus.
—¿Creéis que nos dijo la verdad? —preguntó Carmen
mientras nos dirigíamos a mi casa en autobús.
—La verdad es que no… —dije mirando por la ventana.
De repente el autobús frenó bruscamente cuando estábamos a
unas pocas manzanas de mi casa—. ¿Qué está pasando?
Mari Jose se encogió de hombros y se volvió para mirar al
conductor. Vio que este estaba asustado y decidió averiguar
qué fue lo que pasó.

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—Ahora vuelvo —se levantó y fue hacia la parte delantera


del enorme vehículo, quedando perpleja ante aquella situa-
ción.
En medio de la carretera estaba Irene, la abuela de Carmen,
intentando sacarle los ojos a un pobre gato que tan solo pasaba
por allí. Al ver la reacción de nuestra amiga, nos levantamos
y fuimos junto a ella, observando la desagradable escena que
había ante nuestros ojos.
—Espera un segundo… —murmuré mientras me acercaba
a la puerta del autobús, buscando un amplio campo de vi-
sión—. Ese es mi gato… —sin pensarlo dos veces, salí del
autobús y corrí hacia Irene para intentar quitar el gato de sus
garras. Ella no parecía la misma persona con la que habíamos
tratado momentos antes, tenía los ojos blancos, su melena era
canosa y estaba mucho más delgada y pálida. Ella intentaba
sacarle un ojo a mi amado gato mientras me acercaba poco a
poco a ella—. ¡Deja a mi gato en paz! —me abalancé sobre
ella y, tras un largo forcejeo, conseguí coger al gato en mis
brazos; al darme cuenta de que tenía una herida debajo del ojo,
salí corriendo hacia el autobús.
Decidimos ir al veterinario para ver si era grave lo de su
herida. Tras unos minutos de tensión, el veterinario nos dijo
que tan solo le teníamos que dar una pastilla y curarle la herida
con un poco de alcohol. Después de salir del edificio, fuimos
a mi casa, ya que no estaba muy lejos, curamos al gato y le
dimos la pastilla, después nos fuimos a mi habitación para dor-
mir.
—Menos mal que tu gato está bien… —dijo Carmen
mientras se acostaba en su cama—. No sé qué es lo que le ha
pasado a mi abuela, pero estoy segura de que no es nada
bueno…

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—Tal vez el espíritu al que invocamos no era realmente


quien decía ser… —dije yo mientras tomaba a mi gato en bra-
zos—. Creo que le quedará una pequeña cicatriz bajo el ojo.
Al poco tiempo mis amigas cayeron dormidas, pero yo se-
guía despierta dándole vueltas al tema. Pensaba que tal vez era
una antigua bruja la que se metió en el cuerpo de la abuela, y
que, a lo mejor, cuando ella vivía, encerró a su amado en un
gato como el mío y ahora había regresado para rescatarlo.



A la mañana siguiente me desperté sobresaltada. No sé por


qué mis amigas ya no estaban en sus camas y mi gato no es-
taba conmigo.
—Solo ha sido un sueño —pensé mientras me levantaba
para ir al baño a echarme un poco de agua en la cara. Al salir
del baño, oí unos ruidos extraños que provenían de la cocina,
fui a ver qué era lo que pasaba. Resultaba que mi gato estaba
levitando al lado de una silla, se giró hacia mí y vi que tenía
una cicatriz bajo el ojo. Después miré a la silla y vi a la abuela
de Carmen allí sentada, mirando al gato fijamente.

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LA MUÑECA,
por Jorge Osvaldo Jácome Molina

3º ESO B

Todo empezó aquel día en el que esa familia española ne-


cesitaba cambiar de aires y se mudó a una casa de Francia que
se encontraba en un barrio pobre. La gente nativa y cercana a
ese pueblo no podía oír hablar de esa casa porque se decía que
era una casa encantada en la que habían ocurrido una serie de
sucesos muy raros.
Esta familia española formada por cuatro miembros no ha-
bía escuchado hablar nunca sobre lo que se decía que esa casa
encantada, así que se mudaron para buscar un trabajo en el que
poder ganar algo de dinero y con el objetivo de encontrar una
vida mejor.
Al principio todo parecía normal en esa casa, era como una
cualquiera. La gente del barrio se sorprendía con lo despreo-
cupada que parecía esa familia al vivir en dicha casa encan-
tada, que aterrorizaba a todo el mundo que vivía en ese pueblo.
Poco a poco esa familia fue conociendo a la gente del barrio.
Juan, el padre de la familia, se pasaba casi todo el día tra-
bajando, por lo que era el que menos socializaba con los de-
más vecinos, pero Josefina, su mujer, al poco tiempo de la
mudanza ya había hecho varias amigas con las que salía de
vez en cuando. Estos dos tenían dos hijos: Pedro, de nueve
años, y Claudia, de doce. Pedro era un chico rubio de ojos
azules, de una altura baja, un poco rollizo y que solía estar de

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mal humor. Claudia, sin embargo, era una chica pelirroja, tam-
bién baja, con gafas y pecas en la cara, aunque ella era muy
simpática.
Unas semanas después de su mudanza, a Claudia la casa
le resultaba muy interesante, por ello decidió mirar cada rin-
cón de esta para ver si había algo que le llamara la atención.
Un día subió al segundo piso, en una habitación que parecía
vieja y sucia encontró un cofre en el cual había una muñeca.
Cuando Claudia la vio, le llamó tanto la atención que la cogió
sin dudarlo y se la llevó a su habitación para jugar con ella. Lo
que no sabía era que acababa de cometer un gran error porque,
en realidad, no era la casa la que estaba encantada sino que era
esa muñeca.
Al día siguiente de encontrarla se lo contó a su mejor
amiga, Roberta, una chica algo peculiar, con el pelo negro y
ojos verdes, la cual era muy simpática y desde la llegada de
Claudia pasaban la mayor parte del tiempo juntas. Después de
que Claudia le contara cómo encontró la muñeca y le describió
cómo era, Roberta también se quedó con ganas de verla, por
lo que quedaron aquella tarde en casa de Claudia, aunque fue
un chasco para las dos porque la madre de Roberta no la de-
jaba ir, ya que desconfiaba de la familia de Claudia.
Algunos días después de encontrar la muñeca, como es-
taba poseída, se apoderó del cuerpo de Claudia, que empezó a
sentirse muy rara desde entonces.
Ella se lo contaba cada día a Roberta y a sus amigos del
colegio, pero estos no le hacían caso, ya que no parecía una
historia muy creíble.
Por las noches, como Claudia no podía dormir, decidió
contárselo a sus padres, que llegaron al acuerdo de que lo me-
jor sería llevarla al psicólogo. Como este no parecía hacer
nada que ayudara a su hija y escucharon todas las historias de

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sus vecinos sobre la casa encantada, decidieron que lo mejor


era mudarse de casa.
Aunque lo que ellos no sabían era que no era la casa la que
realmente estaba encantada. Era la muñeca y Claudia había
decidido llevarla con ella a la nueva casa…

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LOS ABUELOS,
por Toñi Valverde Martínez

3º ESO C

Hoy contaré una pequeña historia que me ocurrió cuando


yo era nada más que una niña. Para empezar, desgraciada-
mente, mi padre nos había dejado en aquel momento un poco
atrás, solo quedábamos mamá, mi hermano menor y yo.
Mamá trabajaba mucho, en programas de televisión y esas co-
sas. Un día nos dijo a mi hermano y a mí que se iría unos
cuantos días a una ciudad para grabar una escena, y para no
dejarnos solos en casa nos iba a llevar al campo de nuestros
abuelos. Cabe destacar que aún no los habíamos conocido, de-
bido al trabajo de nuestra madre y a la distancia, lo cual era un
buen motivo para conocerlos y pasar unos cuantos días con
ellos.
Ya estábamos llegando, era un largo camino, de casi dos
horas, pero cogiendo un buen atajo te ahorrabas algo de
tiempo. El campo era bastante bonito y acogedor, contaba con
una gran casa, corrales de animales y hasta un pozo. La bien-
venida fue agradable, les alegró mucho conocernos, y a noso-
tros también, claro, pero los abuelos no tenían una buena re-
lación con nuestra madre, debido a que mamá, cuando vivía
con ellos, se fue a la ciudad porque tuvieron una gran discu-
sión, por ello nos llevó allí un taxi en vez de ella.
Los primeros días fueron… ¿Cómo decirlo?..., ¿agrada-
bles?, pero había algo extraño, los abuelos siempre nos decían
que teníamos que irnos a dormir al hacerse de noche, puede

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parecer normal, sí, pero es que a veces se hacía de noche a las


ocho o así, y tampoco nos dejaban que nos asomáramos al só-
tano.
Pero cuando nos decían eso y nos metían en la habitación,
también decían que no podíamos salir hasta por la mañana, yo
notaba eso un poco raro, porque también, cuando ya estába-
mos en la habitación, oíamos ruidos muy raros, como si estu-
vieran arañando algo y como si se cayeran cosas al suelo, pero
lo que más nos asustó fue que oíamos como si estuvieran co-
rriendo por toda la casa.
Una noche mi hermano decidió asomarse a la puerta para
ver qué era o de dónde provenían esos ruidos. Estábamos los
dos enfrente de la puerta, llenos de miedo, pero también de
curiosidad, todo pasó muy rápido. Mi hermano abrió la puerta
y vimos una cosa que nos impactó: estaba la abuela corriendo
como un perro por toda la casa, subiéndose por el sofá y los
muebles, de repente se puso a arañar la pared como una loca,
y a todo esto apareció el abuelo y nos cerró la puerta de golpe,
dándonos un tremendo susto, gritando que no volviéramos a
abrirla.
A partir de ahí sabía que nada de esto era normal. Al día
siguiente hicimos una videollamada con nuestra madre mien-
tras los abuelos estaban fuera, le contamos que los abuelos ha-
cían cosas muy raras, pero ella nos dijo que era porque ya eran
mayores, pero esto que hacían no era normal. Dio la casuali-
dad de que cuando estábamos hablando con ella pasó la abuela
por la ventana y, a mamá le dio tiempo de verla, nos dijo que
la enfocáramos más para poder verla mejor, al hacerlo se le
quedó una cara de agobio y se puso muy nerviosa, fue ahí
cuando nos dijo que esos no eran nuestros abuelos.
Al oír eso, entramos nosotros también en pánico, nos dijo
que nos escondiéramos mientras que ella llamaba a la policía

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y venía; desgraciadamente, los “abuelos” ya lo habían oído,


salimos mi hermano y yo corriendo cada uno por un lado, yo
me fui corriendo al sótano y, ¡Dios mío!, ahí estaban los cuer-
pos de mis verdaderos abuelos, metidos en una caja con todos
sus recuerdos, al ver eso apareció uno de los asesinos inten-
tando agredirme, mi hermano tenía las mismas condiciones,
pero él se quedó en la cocina. Por suerte, en el último mo-
mento apareció la policía y se los llevó, nosotros nos fuimos
con nuestra madre, que estaba muy triste por no haber podido
despedirse de ellos, pero, bueno, aquí estoy contando una his-
toria que ojalá nunca hubiera pasado.

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UNA SOMBRA EN SUS OJOS,


por Francisco Ginés Sánchez Martínez

4º ESO D

Allí estaba de nuevo, podía distinguirla perfectamente, en


el marco de la puerta, a apenas tres metros de su cama, obser-
vándolo continuamente en la oscuridad de la noche. Era ya
costumbre para Etreum el acecho constante de esta criatura,
que se le aparecía en cualquier espacio y momento, ya fuera
tras de él cada vez que se arreglaba en el espejo, o cuando
alzaba su mirada a través de la ventana, pero nunca estando
acompañado. Esta figura de forma humanoide poseía la
misma altura que Etreum, tenía la boca cosida y, en lugar de
nariz, había un notable hueco en el centro de su cara. Sus ojos
completamente blancos y carentes de emoción alguna no le
transmitían precisamente confianza. Etreum nunca se atrevió
a contarle a nadie acerca de estas apariciones, ya que no quería
que lo tildasen de enfermo. Esta situación se estaba alargando
durante varias semanas, y al joven empezaba a resultarle preo-
cupante, pero su falta de confianza en los demás propició que
todo permaneciese en secreto.
Un día, cuando Etreum volvió a su casa tras una mañana
cualquiera en el instituto, se encontró a sus padres discutiendo.
—¿Qué ocurre?
—Han trasladado a tu madre a Arpel, nos tendremos que
mudar allí.
Arpel era una localidad que se encontraba a más de cien
kilómetros de su hogar. Etreum quedó incrédulo, pero, en un

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brote de esperanza, pensó que aquella extraña criatura que se


le aparecía por fin iba a desaparecer de su vida.
Pasados unos días, la familia de Etreum acabó la mudanza
y se asentaron en su nuevo hogar. La casa era muy amplia y
se encontraba en las afueras del pueblo. Cuando Etreum fue a
ver el baño, vio reflejado a su espalda a aquella criatura, de
nuevo. El chico comprendió entonces que esta criatura lo
acompañaría por siempre, y ni siquiera sabía si existía alguna
manera de librarse de esta.
Pero cuando Etreum estaba con la autoestima por los sue-
los, la suerte al fin se puso de su lado. En el instituto conoció
a un chico llamado Recnac. Recnac y Etreum compartían va-
rios gustos, por lo que se hicieron rápidamente muy amigos.
Un día, Recnac invitó a Etreum a una excursión por el
bosque. Etreum no se lo pensó dos veces y aceptó la oferta.
Llegada la tarde, Etreum siguió con el plan establecido y fue
a la casa de Recnac, el lugar en el que habían quedado.
Se adentraron en la profundidad de aquel bosque, de grue-
sos y altos árboles. Recnac, que era un gran amante de la na-
turaleza, le enseñó mucho sobre las plantas que había en aque-
lla zona. Cuando llegaron a la cima de aquel hermoso monte,
pararon para merendar.
—Qué bonitas vistas se ven desde aquí.
—Pues sí —afirmó Recnac.
—Oye, tengo que hablarte de una cosa… —dijo Etreum
con un tono de preocupación.
—¿Y bien? —preguntó Recnac, intrigado.
—Bueno, se trata de…
Etreum, que había ganado mucha confianza con Recnac,
le contó todo el tema de las repentinas apariciones de aquella
sombría figura.
—Vaya, es un tema muy delicado.

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—Bueno, simplemente quería informarte, al fin y al cabo


puedo confiar en ti —exclamó Etreum, al tiempo que se le
cayó un pequeño montón de mermelada que contenía el boca-
dillo en las manos.
—¡Joder! —se lamentó Etreum.
—¿No tendrás un pañuelo o algo parecido para lim-
piarme?
—Me parece que tendrás que ir con las manos pringosas
durante el resto de la excursión —dijo Recnac.
Cuando descendían, encontraron en mitad de aquel bosque
una pequeña caseta de madera. La puerta estaba abierta. Los
amigos decidieron entrar. La caseta constaba de una habita-
ción solamente, en la que había una mesa, algunas herramien-
tas sobre esta, un armario lleno de ropa y mantas viejas y los
restos de un horno. De repente, la puerta se cerró dando un
fuerte portazo. Cuando Etreum, sobresaltado, se giró para ver
qué ocurría, vio a la misteriosa criatura que tantas veces se le
había aparecido hasta ahora, esta vez con un martillo en la
mano. Antes de caer desmayado, pudo observar a la criatura
golpear uno a uno los dedos de Recnac, que aullaba de dolor.
Abrió sus ojos, miró justo al frente los restos de su buen
amigo Recnac, en un gran charco de sangre y con grandes con-
tusiones por todo su cuerpo. Al ver la desgarradora imagen,
Etreum giró su cabeza como acto reflejo hacia su izquierda.
Divisó un martillo lleno de sangre, con el mango recubierto
de mermelada.

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EL CASO LÓPEZ,
por Francisco López Abril

3º ESO B

DESCRIPCIÓN DE LOS PERSONAJES

Julia: madre, encargada de las tareas del hogar. Muy preo-


cupada por su familia y católica.
Alberto: padre, trabaja fuera, en la ciudad, solo puede vi-
sitar a su familia los fines de semana.
Benito: tiene dos años, es el mejor de los hermanos, y el
hijo de Julia y Alberto.
Marta: tiene nueve años, es la mediana de los hermanos, e
hija de Julia y Alberto. Es sonámbula, y muy miedosa.
Antonio: tiene quince años, es el mayor y más valiente de
todos los hermanos, hijo de Julia y Alberto.
Hugo: es el exorcista, pero nunca está seguro de lo que
hace.



Una tarde de otoño una familia se mudaba a su nueva casa


rural. Les gustaba la tranquilidad del campo y habían decidido
abandonar la ciudad. La casa rural era algo antigua, tenía tres
pisos, y el último de ellos era el sótano, que siempre había
dado respeto a todos los habitantes de la casa. En la última
planta guardaban objetos misteriosos de la familia López, que
fue la familia que habitaba anteriormente la casa. Esta familia

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murió en extrañas circunstancias, nunca nadie ha sabido la


verdad sobre sus muertes.
La nueva familia que habitaba la casa no era consciente de
lo que podía pasar ahí. La familia estaba formada por la ma-
dre, Julia, el padre, Alberto, y los hijos, Benito, Antonio, y
Marta. El padre solo estaba en casa los fines de semana, ya
que entre semana por cuestiones de trabajo no podía visitar a
su familia. La madre era la encargada de todo. Benito era el
más pequeño, solamente tenía dos años. Marta era la mediana,
con nueve años; todas las noches de madrugada se despertaba,
sufría de sonambulismo. Antonio era el mayor, tenía quince
años, y era el más valiente de todos los hermanos. Al princi-
pio, todos los hermanos dormían en una misma habitación,
porque no estaban acostumbrados a esa casa y les daba miedo
dormir solos allí.
Solo la madre sabía la verdadera historia de todo lo que
había ocurrido en la casa, pero prefirió no contárselo a sus hi-
jos, y tampoco a su marido. Era una familia muy católica, y
por esa misma razón, la madre quería descubrir lo que pasó en
la casa con la familia anterior, pensaba que estaba relacionado
con espíritus y cosas paranormales.
Al día siguiente, cuando la madre colocaba las cosas den-
tro del armario, encontró una foto de la familia López, con una
nota detrás, que decía lo siguiente: “Este siempre será nuestro
hogar”. La madre quedó aturdida al leer la nota pero decidió
guardarla, y seguir ordenando las cosas. Ese mismo mediodía,
mientras preparaba la comida, pasó algo muy raro que hizo
que le diera un fuerte escalofrío. Y, a partir de ahí, paró la
investigación sobre la familia López, ya que había quedado
muy asustada. En ese momento, decidió quemar la foto que
encontró en el armario. Lo que no sabía era que esa decisión
haría que lo peor estuviese por venir. Desde la ventana de la

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cocina, se veía el jardín de la casa, que tenía un parque al cual


los niños salían a jugar. Mientras la madre preparaba la cena
ese mismo día, vio cómo los columpios se balanceaban solos.
Prefirió no darle importancia, pensó que fue el viento, aunque
después de todo lo ocurrido siempre quedaba la duda de que
fuese algo más que eso.
Tras ese día, empezó a fijarse en los columpios todos los
días mientras preparaba la cena, y siempre a la misma hora
comenzaban a moverse.
Al llegar el fin de semana, el padre volvió a casa. Esa
misma tarde jugaba con sus hijos en el salón al escondite.
Marta encontró la foto de la familia López al esconderse, la
foto estaba en el mismo armario donde la encontró su madre.
Cuando la niña vio la foto, salió corriendo a dársela a su ma-
dre, y esta quedó impactada, no podía creer que la foto estu-
viese como si nada hubiera ocurrido. Al fijarse un poco más,
se dio cuenta de que algo había cambiado en la foto, era el
mensaje, ya no decía lo mismo. Después de que ocurriese eso
decidió contárselo a su marido. El padre, al saber la historia,
quedó aturdido y acordó con la madre llamar a un exorcista.
El exorcista llegaba el lunes a la casa, por lo que el padre no
estaría mientras todo se solucionaba.
Pasado el fin de semana, llegó el día. El exorcista estaba
de camino. Todo se solucionaría esa semana, o eso quería pen-
sar la madre. Para que todo fuera más rápido, el exorcista de-
bería quedarse en la casa durante unos días, así ayudaría mejor
a la familia con todo el asunto.
Desde el primer momento en el que llegó a la casa sintió
cosas muy raras, sabía que algo malo pasaba ahí, pero ya se
había comprometido con la familia y no podía fallarles. Em-
pezó con la investigación, y lo primero que hizo fue dirigirse
al armario donde la madre y Marta encontraron la foto. En el

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armario había un extraño hueco donde, si te asomabas, había


una caída libre hasta el sótano. Después fueron al sótano,
abrieron la puerta y empezaron a bajar. La madre iba la pri-
mera, seguida del exorcista. Al comprobar que abajo no había
nada volvieron a subir, pero cuando quedaba por entrar a la
planta principal la madre, la puerta se cerró de un golpe y
quedó allí encerrada. Ninguno podía abrir.
El exorcista recordó que desde el armario podían acceder
al sótano, así que se dirigieron allí él y los tres niños, los más
pequeños sin saber qué estaba pasando. Se lanzó Antonio, el
primero, que era el más valiente de todos los hermanos, a por
la madre, pensando que podía rescatarla. Fue el segundo de la
nueva familia que habitaba la casa en desaparecer. La historia
se repetía.
Había pasado un día desde la llegada del exorcista, y solo
quedaban tres personas: Marta, Benito y el exorcista. Tenían
que aguantar hasta que el padre llegara, pero no sabían cómo
hacerlo. Los niños no paraban de preguntar por su madre y su
hermano, y estaban asustados. Así que, en un despiste de
Hugo, el exorcista, Benito, el más pequeño, se dirigió al ar-
mario y también cayó al vacío.
Marta y Hugo aguantaron hasta el viernes, y ese mismo
día con la llegada del padre a la casa intentaron darle a todo
una explicación y solucionarlo. El padre intentó abrir la puerta
del sótano, lo consiguió. Era necesario para que Hugo entrara,
pero cuando bajaron no había rastro ni de la madre ni de Be-
nito ni de Antonio, por lo que decidieron practicar un exor-
cismo en el sótano. En este ritual no podía estar Marta, así que
la dejaron en el jardín jugando sola, y al volver había desapa-
recido también.
Solo quedaban el padre y el exorcista, pero dado que tras
varios días no pudieron encontrar nada, Hugo decidió dejar el

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caso. Y el padre, al ver que estaba solo y después de lo que le


había sucedido a su familia, se suicidó… Nunca nadie supo la
verdad de “El caso López”.

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EL TENEBROSO CASTILLO,
por Guadalupe Sánchez Cayuela

3º ESO B

Una mañana de instituto, el maestro mandó un trabajo a


sus alumnos:
—Por grupos de ocho personas realizad un trabajo: ten-
dréis que investigar sobre tipos de árboles que haya a las afue-
ras del pueblo.
Star, Vera, Adele, Ruby, Andrew, Conor, Jack y Petter se
juntaron para realizarlo. Esa misma tarde quedaron para ha-
cerlo y pusieron rumbo a las afueras del pueblo. Andando,
vieron un castillo abandonado a lo lejos y decidieron colarse.
Estaba todo cerrado y apedrearon la puerta para poder entrar.
Abrieron la puerta y Vera, Conor, Ruby y Petter entraron.
Adele y Star se quedaron pensando en el trabajo, ya que eran
las más responsables, y Jack y Andrew hacían fotos al her-
moso paisaje que había, ya que Andrew llevaba con él su cá-
mara de fotos.
Dentro del castillo hacía frio y había un olor horroroso.
Comenzaron caminando por el pasillo, a su izquierda estaba
el comedor junto con la cocina y a la derecha estaban las es-
caleras que llevaban a la planta de arriba. Siguieron recto por
el pasillo y vieron una puerta, la abrieron y había unas escale-
ras hacia abajo. Supusieron que era el sótano y fueron a ver.
No había luz y por lo tanto encendieron las linternas de sus
móviles. Todo eso daba asco, estaba muy sucio y apestaba a
muerto. Se escuchaban voces de niños gritando y corriendo,

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como huyendo de algo, se asustaron y fueron para arriba a la


planta principal.
Comenzó a llover fuertemente y todos se dirigieron para
dentro del castillo. Se sentaron los ocho amigos en las sillas
del comedor y pensaron qué hacer, estaban solos a las afueras
del pueblo, sin luz, sin cobertura ni nada para llamar o pedir
auxilio. Conor propuso algo: se quedaban allí esa noche y al
día siguiente salían para el pueblo. A Star no le parecía buena
idea, pero no tenían otra opción. Vera, Conor y Petter fueron
arriba para ver si había habitaciones o algo para poder descan-
sar. Había cuatro habitaciones con cuatro camas de matrimo-
nio cada una. Mientras tanto, los demás preparaban la comida
que Jack trajo para merendar. Adele y Andrew limpiaron un
poco y pusieron la mesa y avisaron a todos para cenar. Se
reunieron los ocho de nuevo y se pusieron a cenar.
Hicieron el reparto de habitaciones: Conor con Vera, Ruby
con Petter, Adele con Andrew y Star con Jack. Subiendo las
escaleras, Ruby se fijó en los relojes y se dio cuenta de que
todos marcaban la misma hora, las 3:07, pero no le dio impor-
tancia. Estaban todos durmiendo y Vera se despertó, eran las
3:07, notó que algo le tocaba los pies mientras dormía, tenía
mucha sed y fue abajo, donde estaban las mochilas. Sentía la
presencia de alguien persiguiéndola, miró hacia atrás y vio
una sombra de una mujer despeinada en camisón blanco agu-
jereado y lleno de sangre. Gritó y Petter y Ruby se despertaron
y fueron para su habitación, vieron que estaba Conor y alguien
más a su lado durmiendo con él. Era la misma mujer que
asustó a Vera.
Ella subió corriendo para arriba y se lo contó todo a los
demás. Star se despertó al oír un extraño ruido, era como si
alguien se estuviera dando cabezazos contra el armario. Miró
con detenimiento y vio un niño dándose contra el armario,

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despertó a Jack y muy asustados se fueron a la habitación de


Adele y Andrew. Se despertaron al oír tanto escándalo. Todos
se juntaron, menos Conor, que seguía con esa mujer dur-
miendo. Todos intentaban despertarlo y de repente se levantó,
no se acordaba de nada y estaba tranquilo.
Todos fueron con los colchones y las mantas al comedor
para dormir juntos. Ruby se levantó a tomar el fresco y vio
una mujer ahorcada en el árbol de la entrada, era la misma de
antes, y muy asustada fue a avisar a los demás. Todos aterro-
rizados no sabían qué hacer para poder salir de allí. Eran las
cinco de la mañana y seguía lloviendo, todo estaba encharcado
y no podían salir.
Hacía mucho frío y Andrew, Jack y Adele bajaron al só-
tano a encender la caldera. Cogieron unas cerillas para ilumi-
narse y poder encender ese cacharro. Jack lo logró encender,
pero una ráfaga de aire lo apagó. No había ventanas ni nada
que pudiera apagarlo. Nadie había soplado, pero alguien sopló
también la cerilla que Adele llevaba en la mano. Subieron co-
rriendo, pero no podían abrir la puerta. Un espíritu rondaba
por el sótano aterrorizándolos. Andrew, que como siempre lle-
vaba su cámara encima, hizo unas fotografías en modo noc-
turno para poder conseguir o captar algo inexplicable. Captó
unas siluetas corriendo por allí, eran los niños que se escucha-
ban al principio. Petter y Ruby los intentaron ayudar mientras
que Vera y Conor pensaban en algo para poder salir de allí lo
antes posible. La puerta se abrió y todos salieron desconsola-
dos para el comedor. Dejaron todo allí y salieron corriendo
atemorizados de ese castillo.
Al día siguiente investigaron sobre ese lugar y descubrie-
ron que vivía una bruja con sus hijos y que, antes de matar a
sus propios hijos y suicidarse ahorcándose, maldijo a todo
aquel que pisara ese castillo. Poco después moriría todo aquel

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que hubiera estado allí más de una hora. Poco a poco los ami-
gos murieron por diferentes causas.

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ERES EL SIGUIENTE,
por Alicia Muñoz Sánchez

3º ESO C

Decidido, mi familia y yo nos mudamos. Para mí era difí-


cil dejar la casa en donde había tenido los mejores momentos
de mi vida. No solo dejaba mi casa sino que también dejaba a
mis amigos, mi colegio, todo. Era un momento de grandes
cambios en tan poco tiempo para una niña de doce años.
Cuando llegamos a California me sorprendí por las vistas
tan diferentes y bonitas que estaban viendo mis ojos, los ve-
cindarios eran preciosos, parecidos a los que salen en las pelí-
culas de la tele. Recorrimos varios kilómetros en coche cru-
zando media California hasta que nos fuimos acercando a
donde estaría nuestro nuevo hogar. Recuerdo la frase que dijo
mi padre: “Ya hemos llegado, familia”, y mi cara fue un
poema, lo fue al ver la casa que tenía delante de mis ojos, ya
que era la única casa en esa zona. Me transmitía una sensación
muy extraña.
Entramos y nos dispusimos a cenar, ya que estábamos ago-
tados y hambrientos después de haber pasado tantas horas en
el coche, tenía el culo cuadrado ya. Después de cenar me subí
a la segunda planta, donde estaban todos los dormitorios de la
casa, y me adentré en uno de ellos, ya que me llamaba más la
atención, parecía que hubiese sido de una niña, estaba lleno de
muñecas de porcelana, una casita de muñecas, un escritorio
rosa, etc. Lo que más me llamó la atención de esa habitación
era la puerta pequeña que había en ella, estaba entrecerrada y

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salía aire frío de ahí. Quise abrirla y ver qué había al otro lado
de esa puerta pero justo entonces me llamó mi madre para
ayudarle a desempacar su maleta.
Al día siguiente me desperté y vi que había un olor muy
desagradable en mi cuarto, era como si algo estuviera podrido,
era un olor muy fuerte. Pero no quise darle importancia. Me
fui a desayunar y a jugar en el gran jardín que tenía la casa.
Mientras jugaba sentí algo muy extraño, como si alguien
me observara desde mi cuarto, de hecho se me antojó ver una
sombra en mi ventana, pero sin más, no quise darle importan-
cia. Después, subí a mi cuarto y vi la dichosa puerta que des-
prendía aire frío y quise abrirla y ver qué había ahí dentro.
Nunca hubiera imaginado encontrarme algo así. Estaba
lleno de bichos horribles que cubrían un bulto. Quité los bi-
chos como pude y quise ver qué era ese bulto tapado con una
bolsa de plástico.
Oh, Dios mío, era una muñeca de porcelana horrible, en
ese instante tiré la muñeca y me quise ir corriendo, pero no
podía hacerlo, una fuerza superior me impedía salir del cuarto,
grité, grité muy fuerte y mis padres acudieron a mí, y cuando
llegaron, la fuerza superior se fue. Mis padres pudieron ver la
muñeca, los bichos que salían de ella y de la puerta pequeña y
se asustaron mucho. Pero lo peor de todo fue cuando vimos
que había un mensaje para nosotros pintado en la pared de
dentro de la puerta pequeña que decía: “Eres el siguiente”.
Cuando leímos esto notamos una presencia detrás de no-
sotros, era la muñeca, estaba de pie, señalándome con el dedo,
en ese mismo momento nos fuimos de la casa, aquello era es-
peluznante.

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EL VERDADERO JUEGO,
por Mónica López Fernández

1º Bachillerato AC

Las películas de género terrorífico, las historias de miedo


que se cuentan con los colegas, lo que no es común en tu vida
diaria, daría miedo, asustaría. Se suelen tomar a broma, por-
que no suelen ocurrir, por no decir casi nunca. Pero no lo sabes
hasta que te pasan, ya que hay casos en los que ocurren suce-
sos paranormales contados por las personas que los experi-
mentan. Yo sé una historia que, si no la hubiera vivido, igual-
mente me la creería, porque realmente sí podría pasar. ¿Y vo-
sotros, os lo vais a creer cuando lo leáis?

Esta historia trata sobre Katherine. Su infancia fue dura,


ya que a los dos años oía voces en su cabeza, pero a los pocos
meses esas voces cesaron, y por eso sus padres no le dieron
gran importancia, ya que posteriormente no ocurrió nada si-
milar a esto. Estos nunca le habían dicho a su hija nada de lo
de las voces, ya que solo la preocuparían, así que fue cre-
ciendo sin saber absolutamente nada de esto. Ella era una chi-
quilla de lo más normal. Iba al instituto, realizaba salidas con
sus colegas, fiestas, viajes, etc. Iba mucho con sus amigos al
cine en el lugar donde vivían, sobre todo a ver películas de
género terrorífico. Al terminar de verlas, Katherine era de los
pocos que no salía asustada, ni tampoco un solo grito salía de
su garganta. Ella decía que todo era mentira, que no daba
miedo nada de lo que ocurría y que no se asustasen, incluso

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ella en ocasiones se reía cuando sus amigos comentaban la


película. Visitaban lugares abandonados, de donde todos sus
amigos salían corriendo porque oían voces, pero Katherine
nunca oía ni presentía nada. Katherine era de las chicas que
pasaban de lo que no era explicable, no creía en nada que no
fuera visto por sus propios ojos. Pero ella nunca sentía nada,
ni voces ni presencias que sus amigos sí podían percibir.
Nunca se había preguntado el porqué, porque realmente no le
importaba, solo pensaba que sus amigos se habían vuelto lo-
cos en ese momento por la situación que los envolvía.
Cada vez más las quedadas con sus amigos iban disminu-
yendo, tampoco se preguntaba el porqué de ello, solamente
dejó de salir de su habitación, ya que ellos no le decían nada.
Ya llevaba tiempo sin ver ninguna película paranormal ni vi-
sitar ningún lugar extraño. Iba de camino del instituto a su
casa cuando notó que la estaban observando, dio media vuelta
y se encontró con un hombre extremadamente alto, no le veía
claramente la cara, solo oía su voz ronca como si en siglos no
hubiera soltado ninguna palabra. Le preguntó que si la cono-
cía, ya que se detuvo justo enfrente de ella. De repente en
aquel momento el suelo empezó a moverse, el fuego salía ex-
trañamente de sus manos y ojos y empezó a correr el viento a
una velocidad que en su pueblo era increíble presenciar, esto
provocó que el trapo que le tapaba media cara saliera volando,
lo que permitió que la pudiera ver. Esto hizo que le entrara un
miedo que nunca había sentido, ya que vio que sus ojos y su
boca estaban cosidos y se fijó en que tampoco tenía nariz. No
paraba de preguntarse cosas: si su boca estaba cosida, ¿cómo
es que antes le habló? Si no tenía nariz y su boca estaba cosida,
¿cómo estaba vivo si no podía respirar? Ya que todo ser vi-
viente necesita respirar, pues de lo contrario se acabaría mu-

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riendo. Cuando vio la situación en la que estaba, con ese hom-


bre delante de ella, el fuego siendo expulsado de su cuerpo y
ese viento que nunca había visto, por primera vez en mucho
tiempo, de su garganta no paraban de salir chillidos, tan fuer-
tes que si alguien hubiera estado alrededor le habrían explo-
tado los oídos. No pudo contener lo que quería decir:
—No eres real, no puedes ser real. ¿Qué eres?
—¿Estás segura, amiga mía, de que no soy real? —le pre-
guntó a Katherine con una voz que le provocó escalofríos.
Hubo un momento en que todo fue más rápido, pero tam-
bién sintió un dolor que nunca en su vida había sentido. Todo
el fuego empezó a ir en dirección a ella. Al instante, empezó
a sentir todo el fuego, notando cómo se iba quemando poco a
poco, sin parar de gritar. De repente, todo se volvió negro.
Se levantó en su cama con la voz apagada, en ese momento
solo pudo pensar que fue un sueño que nunca más querría te-
ner. Ese día fue de visita con sus padres y sus dos hermanas al
cementerio para decorar con flores la tumba de sus abuelos.
Todo iba bien hasta que de repente empezó a oír voces, ¿ella,
voces, que era la única que nunca oía nada ni sentía nada?
Pues sí, no sabía de dónde venían esas voces, ella al instante
se acordó de la pesadilla de la noche anterior y pensó que se
estaba volviendo loca, nada de lo que estaba oyendo era real.
Esas voces, cada minuto que pasaba, sonaban con más fuerza
en la cabeza de Katherine. Con el tiempo las voces no se iban,
ella ya no sabía qué sentir ni pensar.
De repente, sintió miradas sobre ella. En respuesta, se dio
la vuelta a una velocidad indescifrable y empezó a ver cuer-
pos, demasiados cuerpos, formando un gran círculo a su alre-
dedor. Fue mirando cuerpo por cuerpo hasta que se dio cuenta
de que algunos le resultaban reconocibles. Eran personas que
ella conoció pero que en ese momento ya estaban muertas.

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“Estoy viendo muertos”, se decía, “me estoy volviendo loca”.


Los muertos no paraban de hablar, llegó un punto en el que
Katherine no pudo más, cayendo al suelo y dándose tal golpe
en la cabeza que perdió la conciencia en ese momento. Sus
padres se acercaron corriendo donde Katherine se encontraba
inconsciente. Cogieron el coche y se dirigieron al hospital.
Sus padres se encontraban en la sala de espera, sin parar
de preguntar a cada enfermero que pasaba por allí por la situa-
ción de su pobre niñita. Cuando llegó la noche del segundo
día empezaron a oírse gritos, los padres se despertaron a toda
velocidad sin saber lo que pasaba. A los diez minutos los gri-
tos cesaron y los médicos se detuvieron enfrente de ellos, que
no paraban de preguntarse qué sucedía.
—Perdonen, somos los médicos a cargo de su hija —dijo
uno.
—Sí, venimos a decirles que no sabemos qué le pasa a su
hija. Le hemos hecho pruebas pero no encontramos nada que
nos pueda informar de su estado, y nos tiene preocupados.
Hay un tiempo en que está plácidamente dormida hasta que se
levanta de repente y empieza a gritar, y sus gritos no cesan
hasta que no le inyectamos tranquilizantes. ¿Saben ustedes si
últimamente le está pasando algo que le pueda causar algún
trauma? —intervino el otro médico que lo acompañaba.
—No sabemos nada, ella desde siempre ha sido algo rara
comparada con otra gente. Se suele reír sin nada ni nadie que
le provoque esa emoción. Cuando está con sus amigos, ¿cómo
decirlo?, como que ella es la diferente, se ríe cuando oye his-
torias de terror, ya que dice que son absurdeces, sus amigos
oyen cosas cuando van a lugares extraños pero ella nunca ha
oído nada. Pero últimamente está más rara, cuando se des-
pierta la oímos gritar, oímos golpes que provienen de su habi-
tación, no ha salido de su cuarto en una semana entera, aparte

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de para ir al instituto. Realmente no sabemos qué le pasa —


dijo la madre muy preocupada por su hija—. Cuando estába-
mos en el cementerio todo iba bien hasta que mi marido y otra
de mis hijas se dieron cuenta de que Katherine no estaba
donde nosotros nos encontrábamos, cuando de repente oímos
un grito y un golpe contra el suelo, y fue cuando la vimos ti-
rada en el piso. Pensábamos que se había dado un fuerte golpe
en la cabeza.
—No hemos encontrado nada raro en las pruebas —inter-
vino otra vez el mismo médico—. Mi consejo como doctor,
por todo lo que me han contado de la situación actual de su
hija, y para tomar una precaución con ella, es que la lleven a
un psicólogo solamente para ver si realmente le pasa algo, y
si no le pasa nada pues es la mejor de las noticias. Solo se lo
digo como precaución, por si acaso sí es verdad que algo le
está sucediendo y ningún miembro de su familia se ha dado
cuenta de ello hasta ahora.
Al día siguiente le dieron el alta, Katherine no daba signos
de estar mal en ningún aspecto. Su madre decidió llevarla al
psicólogo finalmente a la mañana siguiente, ya que estaba
preocupada por su hija. Sabía que su niña no era como las
otras personas, pero nunca la había visto así, y menos gritar
de esa manera. Desde que era bien pequeña, no, ya que tenía
alucinaciones cuando tenía solo un par de años, pero todo eso
pasó y su madre no le dio gran importancia.
Esa noche decidieron ir de cena a un restaurante cerca de
su vivienda, todo estaba muy tranquilo, un alivio para la ma-
dre de Katherine. Necesitaba ir al baño, así que se levantó de
la silla y se dirigió hacia el baño. Cuando hubo terminado y se
estaba lavando las manos, levantó la mirada hacia el espejo y
se encontró con el mismo hombre con el que había soñado

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hacía días. De repente empezó a oír voces otra vez en su ca-


beza. Gritaba su nombre una y otra vez.
—Sabes que soy tu amigo, tú misma me creaste —dijo el
hombre reflejado en el espejo.
—No, no puede ser. Todo esto es mentira, nada es real —
no paraba de decir Katherine en una voz casi inexistente.
“Katherine, Katherine”, ella no paraba de oír su nombre,
hasta que su impulso ganó y dio tal golpe al espejo del aseo
que los cristales volaron a su alrededor. Miró hacia el frente
otra vez, pero ya no había nadie. Cuando se dio la vuelta en-
contró a sus padres con caras de preocupación. En ese mo-
mento miró hacia su puño, ensangrentado completamente.
Salieron del restaurante, no antes de que sus padres se dis-
culparan por lo ocurrido, y fueron rumbo a la casa. Su madre
no paraba de preguntarle qué le ocurría, pero Katherine no
contestaba. En el momento en el que llegaron a su casa, salió
escopeteada del coche, cerró la puerta de un golpe y se encerró
en su habitación.
La noche llegó y Katherine estaba harta de todo lo que es-
taba ocurriendo. Estaba acostada en su cama cuando oyó un
golpe seco en la puerta, la abrió pero ahí no había nadie. Se
acostó otra vez sin darle la menor importancia, cuando notó
una presencia al lado de ella. El mismo hombre. Otra vez, ese
hombre. Katherine intentó salir de la cama pero este se lo im-
pidió.
—Katherine, soy tu amigo, créeme. No huyas de mí, no
quiero hacerte daño. Solo quiero jugar contigo a una cosita —
dijo el hombre con una voz que le resultaba inquietante a Kat-
herine.
—No eres nada, solo me lo estoy imaginando —esto no
paraba de salir de la boca de Katherine.

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—Llama a tu hermana, Katherine, a tu hermana mayor.


Dile que queremos jugar con ella.
De repente, Katherine empezó a oír más y más voces, ya
no podía más, no sabía qué estaba pasando. Empezó a gritar y
no paraba, igual que no paraban las voces, entre las que pre-
dominaba la voz de ese hombre. La puerta se abrió y su her-
mana entró, encontró a Katherine tirada en su cama sin parar
de moverse, con las manos en la cabeza y chillando.
—Hermana, hermanita, ¿qué te pasa? ¿estás bien? —le
preguntó su hermana con amabilidad y con voz preocupada.
—Dile que queremos jugar con ella —gritaban las voces
sin cesar—. Es fácil, solo debe sentarse contigo en la cama y
ponerse el cojín en su cara hasta que se haga la dormida y esa
será la señal para que se lo quites —las voces no paraban de
decirle eso, cada vez más fuerte.
—No, no voy a jugar a nada —gritaba contra las voces.
—Solo es un simple jueguecito, juega, amiga, luego juga-
mos nosotros contigo —hablaban y hablaban cada vez más
voces.
Finalmente le dijo a su hermana mayor que fuera y que se
sentara con ella a su lado en la cama. Ella le hizo caso y fue
con ella. Las voces no paraban de decirle lo mismo. Katherine
finalmente hizo caso y le puso el cojín en la cara, su hermana
empezó a temblar hasta que se quedó quieta, y Katherine le
quitó el cojín. Se dio cuenta demasiado tarde de que ya no
respiraba, la había matado. ¿Qué había hecho?
—Muy bien, Katherine, ¿quieres jugar otra vez? —las vo-
ces no paraban, no se esfumaban.
Katherine ya no podía más, había matado a su hermana y
las voces que había en su cabeza le ganaban. Abrió la ventana,
no estaba segura de lo que iba a hacer, pero quería acabar con
las voces y con la conciencia de haber asfixiado a su hermana

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

con su propio cojín. Se asomó por la ventana y en milésimas


de segundo se tiró por ella, cayendo al suelo con un golpe
seco. No logró sobrevivir al impacto. Ya había acabado con
esas voces, pero a costa de acabar con su propia vida.



Salí estrepitosamente por la puerta, encontrándome con mi


hermana en el suelo lleno de sangre, no me lo podía creer: mi
hermana se había tirado por la ventana. Mis padres salieron
chillando, diciendo que ella, mi hermana mayor, estaba
muerta en la cama de mi hermana Katherine. Mi hermana ha-
bía matado a mi otra hermana y luego se había suicidado.
¿Qué estaba pasando? Noté lágrimas por mis mejillas, mis pa-
dres desesperados llamaron a la policía. Subí a la habitación
donde se encontraba mi hermana. La vi, su cuerpo inerte en la
cama. ¿Por qué mi hermana había hecho eso? De repente noté
una presencia, me di la vuelta y me sorprendí con lo que vi:
un hombre más alto de lo normal cuya cara estaba totalmente
destrozada. De lo que verdaderamente me sorprendí fue de lo
que me preguntó:
—Hola, Sheila, ¿quieres ser la siguiente en jugar?

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EL HOMBRE DE NEGRO,
por María Isabel Puerta Caballero

1º Bachillerato BH

Eva se fue a vivir a un pueblo de Asturias. Ella vivía ante-


riormente en Sevilla, pero sus padres se divorciaron y ella se
fue a vivir con su madre. Su madre, Elisa, había nacido en el
norte y vio que la manera más oportuna de olvidarse de todo
era volver con su familia a Asturias. A su madre le encantaba
coleccionar objetos antiguos, así que su favoritismo por las
cosas antiguas le empujaba a llevar una vida más bien nó-
mada.
La casa era antigua, tendría unos cincuenta años más o me-
nos. El comedor tenía un aspecto mugriento, los sofás estaban
hundidos y la chimenea de un momento a otro se iba a caer.
La cocina tenía el suelo levantado, había un olor a humedad,
a sitio cerrado. Y las habitaciones no estaban tan mal, lo que
peor estaba eran los armarios, de los que el casero les dijo que
nadie se había atrevido a cambiarlos.
La primera noche que dormían allí y, como siempre, su
madre le había dejado una pequeña bombilla encendida para
espantar todos sus miedos y que durmiera más tranquila. Eva
extrañaba su casa, era todo tan distinto de donde vivía antes
que las primeras noches le costó muchísimo conciliar el
sueño.
Apenas durmió. El crujir de las ventanas y del parqué la
despertaba continuamente y ella se iba a dormir con su madre
para sentirse más segura. Pasaron un par de semanas y volvió

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

a su habitación, ya se estaba empezando a acostumbrar a los


ruidos de la casa. Unos días después, en una noche fría, un
fuerte ruido se escuchó en el sótano de la casa. Elisa, la madre
de Eva, se levantó deprisa y bajó al sótano a ver lo que había
pasado. La luz de la casa se fue, Eva presionaba el interruptor
pero la luz no se encendía. El ruido del sótano volvió a sonar,
esta vez, más fuerte, se levantó corriendo, encendió una vela
que tenía en la mesilla y bajó al sótano con su madre a ver qué
era lo que estaba pasando. Estaba completamente a oscuras y
al fondo, al lado de una caja donde tenían guardada la colec-
ción de objetos antiguos, un hombre vestido de negro con un
hacha tenía a un niño de unos cuatro o cinco años colgado del
techo y ahorcado. Ellas subieron corriendo hacia arriba, a la
habitación de la madre, se metieron debajo de la cama y hasta
el día siguiente no salieron de ahí.
A la mañana siguiente, bajaron al sótano a ver si había
algo o estaba el cuerpo del niño allí. No había rastro de nada,
no quedaba señal de que hubiese pasado algo, la cuerda que
había atada al techo se la habían llevado y también la caja de
objetos antiguos de Elisa. Ellas tenían miedo pero decidieron
esperarse para llamar a la policía a la noche por si pasaba algo
más. Tomaron la decisión de dormir juntas. A mitad de lo no-
che se escuchó un ruidillo como si alguien estuviese abriendo
la puerta del armario de Eva, su madre se levantó corriendo y
fue a la habitación sigilosamente para comprobar que todo se
mantenía en calma y que ese ruido era cosa de su mente, pero
no, la cosa no fue así: al lado del armario había una sombra
negra pequeña del mismo tamaño que el niño que estaba la
pasada noche colgado del techo. Asustada, volvió corriendo a
la habitación para coger a Eva e irse de la casa, pero Eva no
estaba en la habitación. Se recorrió la casa de arriba abajo y
no estaba, bajó al sótano y ahí estaba. Su madre la llamaba

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

pero no le respondía, era como si la hubiesen hipnotizado o se


le hubiese metido un demonio dentro. Preocupada, decidió lla-
mar a emergencias, pero las líneas del teléfono habían sido
cortadas; subió a su habitación a coger el móvil, pero había
desaparecido. Salió corriendo de casa y fue a la casa de su
vecino para conseguir llamar a emergencias.
Habló con Pancho, su vecino, y le contó lo que le estaba
pasando a Eva. Él tenía mucha experiencia en eso debido a
que llevaba muchos años viviendo allí y todo el mundo que
iba a esa casa le decía que al hijo más pequeño le pasaba lo
mismo. Le contó que al hijo de los anteriores huéspedes le
tuvieron que sacar un espíritu de una anciana mujer que había
muerto la anterior noche en el sótano. Ellos lo compararon con
el caso de Eva y coincidieron muchísimo. Decidieron llamar
a un cura de la zona para que le sacase el espíritu del pobre
niño que había sido ahorcado.
El cura tuvo que intentarlo varias veces para conseguir sa-
cárselo, pero al cabo de dos horas Eva despertó y no recordaba
nada de lo que había pasado esa noche. En ese mismo mo-
mento cogieron todo lo importante que tenían en la casa y se
fueron a un pueblo que había cerca de Gijón, un sitio más cén-
trico, donde había más vecinos y gente que conocía Elisa de
su infancia.
Eva empezó a ir a un nuevo colegio y conoció a gente con
la que distraerse e intentar borrar ese trauma de su cabeza,
cosa que era imposible. Un día, cuando ya tenía eso casi olvi-
dado, la profesora de Lengua y Literatura repartió unos perió-
dicos para una actividad. Eva pegó un grito cuando, en una de
las portadas, vio al mismo niño al cual el hombre de negro
había matado en el sótano de su casa.

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LA CASA ENCANTADA,
por Carmen Navarrete González

2º ESO E

Era una noche lluviosa y con relámpagos. Cinco amigos


quedaron para ir de excursión por el monte, pero no contaron
con que iba a llover. Hugo y Sara, como tenían miedo, propu-
sieron aplazar la excursión, pero los demás no estaban de
acuerdo. Al final se pusieron de acuerdo y decidieron ir.
Eran las 23:45 h. cuando se adentraron en el monte, esta-
ban todos mojados y cansados. De repente a Carlos, que iba el
primero, se le apagó la linterna y se asustaron todos. Menos
mal que tenía otra de repuesto. La sacó de la mochila y siguie-
ron.
De repente, a Sofía se le cayó su linterna al suelo, la cogió
y se dieron cuenta de que había pisadas recientes en el suelo.
No le dieron importancia y siguieron hacia delante.
Más adelante, se encontraron una casa rodeada de árboles,
como estaba lloviendo decidieron acercarse y ver si había
gente.
Cuando se acercaron, vieron que era una casa muy vieja y
estaba destrozada. Tocaron a la puerta y se abrió sola. Todos,
aterrorizados, decidieron entrar. Nadie quería ir el primero
porque a todos les daba miedo y lo tuvieron que decidir a pie-
dra, papel o tijera.
Al final fueron en este orden: el primero que entró fue
Hugo, luego Sofía, luego Sara, luego Carlos y, por último, Pe-
dro.

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

Entraron y exploraron la parte de debajo de la casa, como


no vieron nada decidieron sentarse a comer algo. Pedro no te-
nía hambre y decidió seguir investigando, se acercó a una pa-
red y vio una mancha de sangre, con un cuchillo y comida al
lado, ahí intuyó que esa casa no estaba abandonada.
Cuando terminaron de comerse lo que tenían, dijeron de ir
arriba. Las escaleras no estaban en muy buen estado, así que
subieron de dos en dos.
Cuando llegaron Hugo y Sofía arriba escucharon unas vo-
ces y se asomaron a una habitación y vieron a cuatro personas
haciendo un ritual, se quedaron mirando a ver lo que pasaba y
de repente vieron que una persona de las que estaban allí em-
pezó a cortarse con un cristal.
Asustados, fueron a llamar a los otros para que subieran.
Cuando vieron a las personas sentadas en círculo se quedaron
todos sorprendidos. Pedro, que entendía más o menos de ri-
tuales, prestó mucha atención a lo que estaban haciendo. Ter-
minaron el ritual y se levantaron, entonces empezaron a correr
todos hasta que salieron del monte. Se fueron cada uno a su
casa y decidieron volver el día siguiente a ver lo que era exac-
tamente eso.
Al día siguiente, quedaron más temprano para que no se
les hiciera tan tarde como ayer. Quedaron a las 21:30 h. en la
entrada del monte.
Cuando llegaron todos, antes de adentrarse en el monte de-
cidieron hablar sobre lo de ayer. Pedro les explicó lo que es-
taban haciendo.
Cuando terminaron de hablar, se adentraron en el monte
en busca de la casa. Cuando llegaron decidieron entrar y lla-
mar a la puerta como ayer. Llamaron y la puerta no se abrió,
estaba como atrancada, entonces fueron por detrás de la casa
a ver si había otra entrada.

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

Vieron una ventana rota y decidieron entrar por allí. Lo


primero que hicieron fue ir a la entrada a ver qué le pasaba a
la puerta, y vieron que alguien la había atrancado con una silla.
Como si alguien no quisiera que entraran.
Subieron arriba y entraron a la habitación donde vieron el
ritual. Estaba todo con manchas y con velas. De repente Hugo
escuchó una voz, pero él sabía que en ese momento no había
nadie en la casa. No les dijo nada a sus amigos para no asus-
tarlos.
Siguieron investigando la parte de arriba, Hugo iba el úl-
timo. Cuando él pasaba veía cosas que no eran normales.
Hugo notaba una presencia malvada. Una vez que él pasó se
cayó un crucifijo y ahí es cuando les dijo a sus amigos que se
tenían que ir de allí.
Bajaron todos por las escaleras a la vez y cuando bajó el
último se derrumbó una parte de las escaleras. De repente mi-
ran todos a su alrededor y vieron que la casa no estaba igual
que antes, había bastantes cosas cambiadas.
Todos se querían ir de allí pero cuando andaban hacia la
salida notaban como que la casa se hacía más grande y les
impedía salir. Estaban todos agobiados.
Entonces se escuchó un fuerte sonido y todo volvió a estar
como antes. Los niños se fueron de la casa aterrorizados.
Cuando salieron del monte empezaron a hablar de lo que
había ocurrido y decidieron volver al día siguiente con el her-
mano mayor de Hugo.
Quedaron el día siguiente a la misma hora en la entrada
del monte.
Cuando se reunieron todos, le contaron al hermano de
Hugo todo lo que les pasó en la casa.

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Se adentraron en el monte en busca de la casa y cuando


llegaron todos donde estaba la casa no había nada, solo árbo-
les y matojos. La casa había desaparecido.
Se quedaron todos rayados y mirándose unos a otros. Eso
fue muy extraño.
El hermano de Hugo se creía que le estaban gastando una
broma, pero no.
Salieron todos del monte y decidieron entrar otra vez por
si se habían confundido de camino, pero no, iban bien y la
casa había desaparecido.
Nadie entendía cómo podía desaparecer una casa en medio
del monte así porque sí.
Todos rayados decidieron dejar ese tema a un lado y salir
del monte. Dijeron de olvidarlo todo porque sería mejor.
Al cabo de unos días ya ni se acordaban de nada y siguie-
ron jugando por la calle como hacían antes. Y todos felices.

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EL MISTERIO,
por Alba Jiménez Rodríguez

3º ESO B

En una fiesta de invierno, estaban Isabel y su padre, Mar-


tín. Martín fue al aseo, pues la copa que le habían servido le
estaba generando un malestar que se traducía en náuseas, ma-
reos y sudoración. Tras refrescar su rostro en el lavabo, con-
templaba sus facciones duras y su gesto demacrado en el es-
pejo. Justo en ese momento alguien se abalanzó sobre él y lo
mató rompiéndole la cabeza contra el lavabo.
Cuando se enteró su hija de este trágico suceso el miedo y
la tristeza se apoderaron de ella, haciéndole entrar en estado
de shock. Unos días después, la policía le comentó a Isabel
que la casa en la que habían vivido ella y su padre se la que-
daba el banco, ya que no había ningún documento en el que
se justificase que la casa le pertenecía a ella.
Isabel se trasladó a vivir con su prometido a una mansión
lejos del pueblo, al llegar allí Víctor le presentó a Sofía (su
hermana), y le dijo que ella también iba a vivir allí, ya que en
esa casa había fallecido su madre y no quería desprenderse de
ella.
Pocos meses después, una nevada fuerte cayó cortándoles
así todos los caminos que daban conexión al pueblo. Isabel
comenzó a enfermar. Una noche caminando por los pasillos
para llegar a su habitación, vio cómo un cuerpo sin alma, lleno
de sangre y con unos gestos faciales muy demacrados, se arri-
maba a ella gritando. Isabel se quedó paralizada hasta que el

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

espíritu desapareció. Cuando ella le contó a Víctor todo lo su-


cedido, él no le creyó y empezó a tomarla por loca.
Pocos días después, Isabel se dio cuenta de que había una
llave capaz de abrir la parte inferior de la casa, una parte de la
que a ella nunca le habían hablado y en la que se encontraba
una bodega un poco misteriosa.
Intentando mantenerse con medicamentos, porque cada
día estaba peor, se dio cuenta de que la estaban envenenado,
ya que cuando la metieron en una sala para enfermos apareció
el espíritu de su madre advirtiéndole con gritos y sollozos que
le estaban haciendo lo mismo que a ella le hicieron, la estaban
intentando envenenar para matarla.
Isabel, muy asustada, cogió la llave de la bodega y bajó a
ella. Cuando llegó allí, observó que se encontraba alrededor
de unos cincuenta toneles de vino. Cuando abrió uno de ellos,
encontró todo el tonel lleno de sangre con cuerpos descuarti-
zados y voces gritando ayuda cada vez más fuerte. Ella, respi-
rando cada vez más fuerte y notando una cierta presión en el
pecho, salió corriendo hacia el pueblo, pero Víctor consiguió
cogerla y llevarla de vuelta a la mansión, cuando apenas lle-
vaba cinco minutos caminando.
Ella ya era consciente de que eran un par de asesinos y que
tenían la casa tan alejada del pueblo para que no sospechasen
de ellos cada vez que desaparecía alguien.
Isabel consiguió contactar con todos los espíritus de cada
cuerpo que habían matado, incluso con su madre. Les comentó
entre sollozos y angustia que eran dos asesinos y que su vida
ahora también corría peligro.
Pero la suerte no estaba echada para ella, ya que Víctor y
Sofía escucharon toda la conversación y la metieron dentro de
una habitación que cerraron con llave, llena de sangre de gente
inocente que habían matado. Ella, llorando y encontrándose

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

cada vez peor, consiguió escapar mediante un sistema que le


había enseñado su padre cuando era tan solo una niña. Cuando
salió de la mansión sigilosamente para que no la descubriesen,
cogió el coche y fue para el pueblo.
Cuando llegó al pueblo, fue directamente al cuartel de la
policía, en el cual ella les enseñó todas las pruebas que demos-
traban que todas las personas desaparecidas tiempo atrás ha-
bían sido asesinadas de forma muy cruel, utilizando así la san-
gre como ingrediente esencial para el vino.
Cuando llegó la policía a la casa, hubo forcejeos, gritos,
golpes y balas perdidas. Finalmente, y tras una operación po-
licial impecable, fueron detenidos. Por fin las almas serían li-
bres y la casa quedó liberada de la maldición que contenía.
Nunca más volverían a abrirse sus puertas.
Afortunadamente, un año después Isabel contaba a sus
amigas con desahogo y entereza todo lo sucedido. Nunca ha-
bía sentido su vida tan suya.

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LAS TIJERAS,
por Martina de Lorenzo Abril

4º ESO D

La madrugada del 31 de octubre de 1975, un grupo de ado-


lescentes decidió ir a pasar la noche al Hospital Psiquiátrico
abandonado de Navacerrada, como celebración del día de los
muertos.
Llegaron a aquel tenebroso lugar sobre las 23:00, comen-
zaron a extender sus sacos, hicieron lo mismo con las esteri-
llas formando un círculo y comenzaron a hablar:
—Me he traído la ouija, ¿os apetece jugar? —dijo Miguel.
—¡No! —gritaron al unísono.
—¡Venga ya! Es solo un juego, no va a pasar nada —con-
tinuó diciendo Miguel.
—Sí, claro, un juego en el que conectas con espíritus y
luego empiezan a pasarte cosas raras —contestó Teresa—. Yo
paso.
—Eso es solo en las pelis, venga, vamos a divertirnos un
poco —dijo Miguel de nuevo.
Poco a poco se unieron todos y comenzaron a jugar:
—¿Estás ahí? —preguntaron.
El vaso comenzó a moverse lentamente hacia el sí; mien-
tras se acercaba, Julia levantó la mano asustada y de repente
se oyó un ruido.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Mario.

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—Será un animal o algo que se ha caído, venga, vamos a


seguir —dijo Miguel—. No levantéis las manos hasta que res-
ponda.
Pusieron las manos de nuevo y siguieron preguntando:
—¿Cómo te llamas?
Se movió y formó la palabra Susana.
—Venga ya, estáis moviendo vosotros el vaso, a mí no me
engañáis —gritó Mario—. No pienso jugar más a esto.
—Yo de ti no me saldría del juego sin despedirme de Su-
sana antes— le advirtió Miguel.
—Me da igual, yo no toco eso más —contestó Mario ca-
breado—. Voy a dar una vuelta para despejarme.
Cogió la linterna y comenzó a andar hacia un pasillo a la
derecha de los chicos mientras ellos continuaban jugando.
Preguntaron que cómo había muerto y el vaso señaló la
palabra asesinada, de repente comenzaron a sonar golpes en
el pasillo por el cual fue Mario, se levantaron los cinco y co-
rrieron por aquel lugar buscando el origen de esos extraños
ruidos. Cuando comenzaron a escucharlos más cerca dejaron
de sonar, las linternas de Teresa y Julia cayeron al suelo y de-
jaron de alumbrar, rápidamente sacaron los móviles para en-
cender la linterna, pero ninguno tenía batería. Julia, extrañada,
dijo:
—Qué raro, recuerdo haber venido con mi teléfono car-
gado.
A lo que Antonio respondió:
—Pues se os habrán descargado ya, llevamos dos horas
aquí. No creo que debamos preocuparnos.
Continuaron andando a oscuras por el pasillo cuando
Clara, que iba andando la primera, se quedó quieta y con la
voz temblorosa dijo:
—Decidme que habéis visto eso.

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—¿El qué? —respondió Jose.


—¿No habéis visto algo moverse? —preguntó Clara.
—No, la verdad es que no —aseguró Miguel—. Eso es tu
imaginación.
—Vamos a buscar a Mario y volvemos donde estábamos
—añadió Julia.
Siguieron caminando, al final del pasillo se veía una luz
alumbrándoles.
—Venga, Mario, para ya con las tonterías, a mí no me ha-
cen gracia —gritó Miguel.
Volvieron esos extraños golpes, se escuchaban desde el
mismo lugar de donde salía la luz, los chicos comenzaron a
correr hacia allí en busca de Mario. Llegaron al sitio de donde
provenía la luz y encontraron una linterna apuntándoles en el
suelo. Justo detrás de esta una puerta cerrada, cogieron la lin-
terna y volvieron a escuchar los golpes, que salían de esa ha-
bitación.
Jose abrió la puerta decidido, entraron todos y encontraron
a Mario levitando.
—¿Susana? —interrogó Miguel asustado.
—Esperaba que vinierais a buscarme —respondió el
cuerpo del chico.
—Por favor, déjanos ir, nosotros no hemos hecho nada —
chilló Teresa llorando.
—Todos merecéis que os pase lo que me pasó a mí —con-
tinuó diciendo el espíritu.
La luz se fundió de nuevo y el espectro comenzó a enlo-
quecer, la habitación se movía, los muebles se caían poco a
poco, el suelo empezó a romperse por las esquinas. Julia se
movió poco a poco hacia un escritorio cercano, cogió las tije-
ras mientras sus compañeros corrían por toda la habitación
asustados. Subió encima del mueble y saltó de manera que

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

clavó las tijeras en el corazón del espectro. El cuerpo de Mario


cayó al suelo de golpe. Mientras tanto, una especie de humo
blanco salía de la boca del chico y se desvanecía poco a poco
junto con la sangre restante de la herida.
La luz del alba comenzaba a entrar por las ventanas mien-
tras los muchachos corrían hacia su amigo:
—Mario, despierta —sollozó Teresa—. Te necesitamos.
—Por favor, tío, no te vayas —dijo Jose intentando no llo-
rar.
Mario abrió los ojos poco a poco y sonrió diciendo:
—Ha sido un rato muy intenso, yo pensaba que esto solo
pasaba en las pelis.
Todos sus amigos rieron y le ayudaron a levantarse.
Sorprendentemente al joven no le quedó ningún rasguño
de esas tijeras que, junto con Julia, les salvaron la vida a todos
y cada uno de ellos.

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EL PINO DE LA MURTA,
por Daniel Valera Fernández

2º ESO E

Andaba Bullas en el año 1979. Un fuerte viento que ate-


rrorizaba a todo el mundo azotaba el pueblo murciano, hacía
muchísimo frío y las familias aterradas se encerraron en sus
casas. Según las previsiones iba a ser un viento normal, sin
fuertes rachas, pero los más veteranos del pueblo sabían que
era una fortísima ventolera y ellos se prepararon bien anclando
puertas y asegurándolo todo.
Eran las once y cuarto de la noche, después de una tarde
muy fresca. Como era normal en todas las fiestas del pueblo,
la gente se recogió muy temprano, tanto que a las diez Bullas
se quedó totalmente desierta y todos los puestos de feriantes y
comida cerraron al no haber afluencia de gente.
Más tarde empezó la ventisca, era un viento muy frío,
fuerte, hacía un ruido extraño cada vez que sonaba y venía
acompañado puntualmente de llovizna.
Cada vez sonaba más fuerte y cogía aún más velocidad; ya
eran las doce de la noche cuando el viento era letal, había ra-
chas muy fuertes y la gente estaba en su casa aterrada, con
mucho miedo, y se fue la electricidad varias veces y las ante-
nas tuvieron que ponerlas de nuevo muchos vecinos al ver que
el fuerte viento azotaba con todo lo que pillaba (contenedores,
señales…).

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

Una vez que puso la mayoría de la gente las antenas, fue


cuando encendieron la radio para informarse de todos los su-
cesos que pudieran estar pasando de última hora.
Bullas, hasta este fatídico día, también era conocida por su
increíble PINO DE LA MURTA. Este era un pino muy grande,
recio, tenía los brazos que le salían del tronco como si juntá-
ramos tres troncos de almendro, y el tronco era muy grande,
se decía y se comprobaba en aquella época que hacían falta
siete hombres para darle la vuelta abrazándolo.
La gente estaba en casa aterrada, y cada vez el viento era
más fuerte y azotaba con más fuerza, la gente no podía parar
de ajustar puertas y ventanas para que no se las llevara el for-
tísimo aire que azotaba el pueblo del noroeste murciano.
Era ya la una de la mañana, y el fuerte viento hizo daño en
Bullas. A la una y trece minutos exactamente sonó un fuerte
golpe que conmocionó a todo el pueblo.
El fuerte golpe fue el gran Pino de la Murta, que se cayó,
el fuerte viento lo arrancó de sus raíces y lo destrozó, que-
dando el pino totalmente en el suelo, haciendo daño a varias
casas y campos cercanos. Desde entonces se recuerda en el
jardín que lleva su nombre, jardín PINO DE LA MURTA, y se
muestran sus increíbles brazos colocados verticalmente sobre
una estructura de hierro, y también se recuerda el increíble
tronco al lado de los brazos.
Al otro día, cuando Bullas se despertó no era la misma,
estaban todos conmocionados porque su pino, que tanto les
daba a conocer, había caído. La gente ayudó todo lo que pudo
y más para dejarlo donde actualmente está, y a los albañiles,
en plenas fiestas, les tocó trabajar duramente para arreglar ca-
sas, tejados, tapias, etc.

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

EL ESPEJO ENCANTADO,
por Alicia Robles Sánchez

1º Bachillerato BH

El protagonista de esta historia es un hombre llamado


Juan, estaba sentado en su sillón, en el porche de su casa, un
lugar cálido y relajante, ya que había una hoguera que hacía
cada noche. Su esposa María había salido a trabajar, como es
usual, de noche, mientras él se quedó un rato leyendo, frente
al fuego. Su hijo Mateo, en cambio, estaba en la casa de su
vecina con su mejor amigo, Luis, y se quedaba allí a dormir,
por lo que Juan se quedaba solo en casa. A media noche algo
le hizo salir de su lectura, algo que lo inquietaba cada vez más,
fue más bien algo instintivo, algo que le salió de la nada, la
necesidad de ir hasta un cuadro que había en la habitación de
su hijo Mateo, un cuadro en el que nunca se había fijado antes,
y al verlo sintió como un escalofrío que le subió rápidamente
por la espalda, despertándolo de una especie de trance en el
que había entrado cuando abandonó su lectura, se puso a ob-
servarlo con mayor atención y detalle.
Esa pintura no parecía una pintura sino una foto, perfecta-
mente detallada, era una figura femenina, una niña que no apa-
rentaba tener más de diez u once años. Estaba en posición fe-
tal, en una esquina de una lúgubre habitación, gris y oscura.
El cabello de la niña era de un color castaño oscuro. Poseía un
vestido que no se adecuaba a la época actual sino que parecía
de tiempo atrás, mucho tiempo atrás, una moda del siglo XIX,
calculo.

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El hombre no podía divisar los ojos de la niña, ni su cara,


ya que la postura en que estaba no se lo permitía.
La habitación estaba cada vez más oscura, y él allí, parado
frente a esa pintura, que era alcanzada por una luz proveniente
del mismo cuadro que apuntaba hacia la silueta de la niña,
mientras que el resto del lugar se adentraba en una profunda
oscuridad, y él aún seguía estando allí, mirando atontado la
extremadamente realista pintura, que como ya mencioné pa-
recía una foto, y podría decirse que era una si no fuera por el
margen superior, en el cual faltaba pintado, y se podían notar
los trazos de lápiz.
El hombre permanecía vegetativo, no podía moverse, se-
guía mirando a la niña. De pronto, parecía que la protagonista
de la pintura se daba media vuelta, hasta que pudo ver sus
ojos. El hombre fue invadido por un miedo profundo pero a la
vez una sensación relajante, como si no le diese tanto miedo
estar ahí, además de que le dio un shock por lo que estaba
viendo. Los ojos de esa pequeña parecían no existir, eran
como un abismo eterno hacia la nada, cosa que le hizo sufrir
otro escalofrío, pero esta vez por todo el cuerpo, ahora sí que
sentía miedo de verdad. Cualquiera podría haber corrido en
ese instante del miedo, pero él no podía, su cuerpo permanecía
firme, frente al cuadro. Sintió que se deshacía todo, que que-
daba él solo junto al cuadro con la escalofriante imagen en un
mar de oscuridad, y todo se había vuelto negro, completa-
mente negro, solo un reflejo que apuntaba a la cara de esa...
esa... ¿cosa?, la verdad es que ya todo se había vuelto raro, no
podía moverse, su cuerpo estaba congelado.
Los ojos de la chica parecían dos abismos eternos, arrugó
su rostro y surgieron de su boca las palabras “Ven, acércate”.
Su voz parecía endemoniada, una voz más bien ronca, que
daba más miedo a la situación.

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El hombre comenzó a moverse, de la nada, y se fue acer-


cando al cuadro, hasta que lo atravesó, y comenzó a temblar
violentamente, todo su cuerpo, convulsionado; y él, comple-
tamente asustado, fue perdiendo la noción de la realidad, poco
a poco. Había quedado totalmente atrapado dentro del cuadro,
con esa espeluznante niña pequeña…
En menos de unos segundos, su cuerpo se había separado
de su ser, y lo que antes era un hombre, se convirtió en nada,
quedando así olvidado por todos y desapareciendo de sus vi-
das a la vez que también desaparecía el cuadro de la mismí-
sima pared…

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EL SANATORIO,
por Marina Martínez Fernández

1º Bachillerato BH

A mi hermano y a mí siempre nos ha gustado visitar luga-


res abandonados, en especial sanatorios, ya que nos interesan
los temas paranormales.
Después de visitar varios lugares abandonados, aprove-
chamos un viaje a Murcia para ir a Sierra Espuña, un sanatorio
de tuberculosos, cerrado hace dos años. En principio me entu-
siasmaba la idea pero a la vez me entraban escalofríos cada
vez que pasaban los días y poco a poco estaba más cerca el 30
de octubre, la visita al sanatorio.
Cuentan que en el sanatorio una mujer mayor había falle-
cido al tirarse del balcón sin ningún motivo tras recibir esa
noche una llamada. La policía cerró el caso y no hallaron nin-
guna explicación sobre la trágica muerte ni sobre quién fue el
remitente de la llamada. Los médicos antes del suicidio escu-
charon gritos entre las tres y las cuatro de la madrugada, hasta
que se escuchó un último grito.
La llevaron al tanatorio para incinerarla, pero cuando
abrieron el ataúd, su cuerpo ya no estaba. A partir de ese mo-
mento, todos los días a las 3:33 de la madrugada la anciana
paseaba por los pasillos del sanatorio, aparecía tumbada al
lado de pacientes antes de morir y se escuchaban susurros pi-
diendo ayuda. Tras estos hechos repetidos durante tres años,
decidieron purificar el sanatorio y cerrar dicho lugar.

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

Así que ahí me dirigía yo junto con mi hermano. Una parte


de mi sentía que solo eran supersticiones, que no pasaría nada,
pero por otra parte sentía miedo, miedo de escuchar voces o
de que me pasara algo. Preparamos las mochilas con detecto-
res de movimiento, grabadoras y cámaras con infrarrojos. De-
cidimos salir temprano, ya que era una hora y media de viaje
y pensamos salir a las seis de la madrugada para llegar pronto.
Íbamos por la carretera de Totana cuando, de repente, en-
tre la niebla y la oscuridad, vi una sombra de una persona a lo
lejos caminando por el arcén. Pensé que habría tenido algún
problema con el coche y caminaba a la gasolinera más cer-
cana. Fuimos tras ella, pero cuanto más cerca estábamos más
ligera andaba, decidí poner las luces largas para ver mejor: en
lo que tardé en darle a las luces ya había desaparecido. Todo
fue demasiado raro y no sabía qué pensar.
Miré hacia atrás y de repente estaba la mujer sentada en la
parte trasera del coche, cerré los ojos y al abrirlos ya no estaba,
creí que había sido mi imaginación, que al estar aterrada me
imaginé a una persona. Llegamos a las siete de la mañana a
Sierra Espuña, estuvimos mi hermano y yo mirándonos calla-
dos sin hablar ninguno, porque no había explicación de lo que
nos había pasado en el camino. Cogimos fuerzas y decidimos
entrar al sanatorio.
Empezamos a colocar las cámaras y los detectores de mo-
vimiento. Visitamos las habitaciones de los enfermos de tu-
berculosis y las habitaciones donde experimentaban con ellos
y con la enfermedad. Mientras estábamos visitando la parte de
arriba, escuchamos un portazo y al segundo el detector de mo-
vimientos saltó. Revisando las grabaciones no se observaba
nada, las miré una y otra vez, hasta que en la esquina inferior
se veía una niña tumbada en el suelo asomada en la puerta y
solo se apreciaba de la nariz hacia arriba. No me podía creer

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lo que estaba viendo, enseguida llamé a mi hermano para que


viera las grabaciones, y ya no estaba la niña. Decidimos aban-
donar el sanatorio, pero antes teníamos que pasar por la pri-
mera planta, por la que sacaban los cuerpos sin vida para lle-
varlos a un depósito en el patio y, a veces, los enterraban es-
tando medio vivos.
Los dos caminábamos de la mano pasando por los pasillos,
de repente una fuerte corriente de aire recorría nuestras espal-
das, miré hacia atrás y ahí estaba la anciana, mirándonos fija-
mente sonriente. Las puertas empezaron a abrirse y a cerrarse
y solo escuchábamos gritos por todas partes. Salimos co-
rriendo con nuestro equipo y nos fuimos de aquel lugar.
Al llegar a casa, empezamos a escuchar las psicofonías:
sonaban a una mujer amordazada, alguien que estaba pidiendo
ayuda y que, por algún motivo, no podía hablar. Desde ese día
tuve pesadillas de aquel rostro y dolores de cabeza durante la
noche. Desde entonces no volvimos a visitar lugares relacio-
nados con lo paranormal.

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REALIDAD,
por Raquel García Valera

1º Bachillerato AC

Era la primavera de 1990, todos estaban plácidamente


reunidos alrededor de la mesa, los rayos de sol deslumbraban
y se podía oler a través de una suave brisa el aroma de las
flores del campo. Todos reían ante su inocencia.
Era una familia formada por cuatro miembros que había
decidido pasar un día en el campo. La mayor de las dos her-
manas decidió ir al coche a por su cámara e inmortalizar ese
maravilloso momento, su hermana pequeña, tras mucha insis-
tencia, la acompañó. Lo sentían como un lugar tranquilo y bo-
nito, así que no tenían miedo de ir solas. Una vez cogió la cá-
mara volvieron al lugar donde estaban comiendo, todo parecía
normal, pero sus padres actuaban de una forma un tanto ex-
traña, ya que les hablaban y estos solo sonreían. Tampoco le
dieron mucha importancia, así que, una vez terminada la co-
mida, recogieron y se dirigieron al coche. Los padres estaban
silenciosos, pero con esa extraña sonrisa en la cara. Estaba os-
cureciendo y seguían viendo bosque a pesar del tiempo que
llevaban de trayecto, esto empezaba a extrañar a las hermanas;
a pesar de ello, la pequeña acabó durmiéndose y, a su vez, la
mayor.
Al despertarse se encontraron fuera del coche, el cual es-
taba totalmente vacío. No había señal de accidente y tampoco
de sus padres. La mayor cogió a la pequeña de la mano y sa-
lieron en busca de sus padres, todo estaba oscuro, pero a lo

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lejos se podía ver a alguien, fueron corriendo, pero al llegar


no había nadie. Decidieron pasar la noche bajo un árbol, pero
a mitad de esta un ruido asustó a la mayor, así que decidió
echar un vistazo. Al volver, algo se encontraba al lado de su
hermana, era su madre, ahora con una sonrisa más tétrica que
la anterior. Su cara parecía estar más deformada y poco a poco
su aspecto humano se desvanecía. Esta la tenía agarrada fuer-
temente, pero al ver a su otra hija decidió huir. La mayor de-
cidió cogerla en brazos y correr lo más rápido posible. De re-
pente se toparon con un barranco y quedaron acorraladas por
los dos seres a los que hacía apenas unas horas podían llamar
padres.
En ese momento todo se volvió negro y, cuando despertó,
pensaba que todo había sido un sueño, un sueño amargo y bas-
tante real. Hacía ya mucho tiempo que tenía ese sueño, siem-
pre ocurría lo mismo y siempre acababa igual, lo raro de este
era que le daba la impresión de que lo estaban contando, como
si fuera algo que ya hubiera pasado.



Hoy, un día cualquiera en la primavera de 1990, se levanta


temprano para ir a comer a un bosque con sus padres y su her-
mana. Realmente la hermana menor tiene miedo, no se lo ha
contado a nadie ni lo va a hacer. Todo le resulta extraño, pero
acaba olvidándose del asunto durante el camino de llegada.
Ocurren las mismas cosas que en su sueño, pero eso no la
asusta mucho, ya que es como cualquier otra comida.
A lo largo del día sigue ocurriendo lo mismo hasta que
vuelven a topar con el acantilado y el sueño llega a su fin, pero
esta vez al despertar no se encuentra en su habitación, ya que

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esta tiene las paredes, la puerta y la cama blancas. Se encuen-


tra atada a la cama, sin poder moverse.
Esta misma niña lleva internada en el psiquiátrico tres
años, en los cuales cada noche tiene el mismo sueño devasta-
dor. Tal vez intenta de una manera u otra escapar de la culpa
de haber asesinado a su familia, intentando apoyarse en cual-
quier ente paranormal.
A pesar de ello el remordimiento la sigue persiguiendo.
Quizás la realidad sea aquello que queremos que sea.

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EL INTERNADO MALDITO,
por María Dolores Pérez López

1º Bachillerato BH

Dos hermanos, Marcos y Paula, ingresaron en un inter-


nado tras la desaparición de sus padres en el mar. Al principio
les costó relacionarse con la gente, debido a que ellos estaban
acostumbrados a vivir en la ciudad y a muchos privilegios,
todo lo contrario a aquel sitio.
Por muchos meses, su estancia allí fue difícil, pero con el
paso del tiempo cada uno formó su grupo de amigos, un grupo
de amigos inseparables.
Aquel internado estaba en mitad de un bosque un tanto pe-
culiar, con pocos árboles, un parque muy pequeño y antiguo,
un pozo e incluso un cementerio.
Un día, un profesor del internado, Alfonso, les confesó a
dos chicas del grupo, Carol y Victoria, que tuvieran cuidado
con ese lugar, pues era muy peligroso y debían salir de allí
cuanto antes. Las citó por la noche en el cementerio para con-
társelo más detalladamente. Ellas acudieron a esa cita, pero el
profesor nunca apareció, les resultó muy extraño y decidieron
hablar con él al día siguiente en clase.
A la mañana siguiente, las dos chicas, con la esperanza de
hablar con el profesor, fueron a su clase, pero no apareció,
había desaparecido. Asustadas, decidieron avisar al resto de
sus amigos, Iván, Cayetano, Daniel y Marcos.

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Todos, un poco asustados por la situación, decidieron in-


vestigar en secreto lo que había sucedido. Encontraron unos
papeles en el sótano del antiguo orfanato.
Descubrieron que, en ese orfanato, desaparecieron cinco
niños. Investigaron un poco más a fondo, y encontraron unos
pasadizos secretos, por la chimenea del internado, que los con-
dujeron a los cadáveres de esos niños. Los chicos, asustados,
dejaron de investigar, pues temían por su vida y se olvidaron
de todo lo que sabían.
Poco tiempo después, Cayetano salió al bosque para seguir
investigando, pues él no podía dormir tranquilo después de lo
que ya sabían. A medianoche, escuchó unos ruidos muy raros
en el pozo, se dirigió allí para ver lo que pasaba. Cuando es-
taba en aquel lugar, oía pasos a su alrededor, tenía miedo y
quería salir de allí cuanto antes.
Al día siguiente, sus amigos se dieron cuenta de que Ca-
yetano no estaba en su cama, se preocuparon muchísimo y de-
cidieron ir hacia el bosque en su búsqueda. Lo encontraron
asesinado al lado del pozo.
Estaban todos afectados, pero en especial Daniel, su mejor
amigo. No podían quedarse con los brazos cruzados, necesi-
taban saber quién había matado a su amigo Cayetano.
Fueron a los pasadizos para buscar alguna pista, algo que
les indicara lo que le había pasado a su amigo. Estando allí,
notaron como que alguien les vigilaba y les seguía y, asusta-
dos, echaron a correr. No sabían lo que hacer y se metieron a
una sala blanca que había en aquel pasadizo. Allí encontraron
cadáveres, entre ellos el de su profesor, Alfonso, y los de los
cinco niños del orfanato. También encontraron unos monito-
res con cámaras vigilando todo el internado, los tenían contro-
lados.

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R/N. Revista de narrativa. Núm. 3. 2018. ISSN 2605-3608

Decidieron salir de allí corriendo, pues todo el que descu-


bría eso o investigaba sobre aquella situación acababa muerto.
Fueron perseguidos por mucho tiempo, algunos de los chi-
cos escaparon mientras que los otros se quedaron dentro para
intentar averiguar quién estaba detrás de todos estos asesina-
tos. Los que lograron escapar llamaron a la policía, pues te-
mían por la vida de sus otros amigos. La policía llegó tarde y
los chicos aparecieron muertos en el pasadizo. Nunca se supo
lo que pasaba en aquel sitio, ni la maldición que tenía desde
hacía muchos años.
Finalmente, decidieron cerrar para siempre aquel inter-
nado y esos niños siempre vivirán con el oscuro recuerdo de
lo que les pasó a sus amigos y lo que posiblemente podría ha-
berles sucedido a ellos.

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