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Última ronda
y otros microcuentos

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Méndez, Mario
Última ronda y otros microcuentos / Mario Méndez ;
compilado por Mario Méndez ; ilustrado por Natalia Wierz. -
1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :Amauta Argentina, 2017.
112 p. : il. ; 20 x 14 cm.
ISBN 978-987-1974-11-5
1. Antología de Cuentos. I. Méndez, Mario, comp. II.
Wierz, Natalia, ilus. III. Título.
CDD A863

Amauta Argentina S.R.L.


Roosevelt 4550, Buenos Aires
www.e-amauta.com.ar
contacto@e-amauta.com.ar

Diseño de colección: Carlos Schlaen


Edición gráfica: Ediciones Amauta
Ilustraciones; Natalia Wierz

ISBN 978-987-1974-11-5
© Amauta Argentina S.R.L., 2017

Hecho el depósito que establece la Ley 11.723


Impreso en Argentina / Printed in Argentina

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Susana Accorsi - Andrés Alessandri - Olga Appiani de Linares
Myriam Boclin - María Laura Burattini - Juan Chaves
Graciela Chorny - Fernanda Costa - Marina Cuello
Carla Dulfano - Marina Elberger - Patricia Espósito
Anabel Fernández Rey - José Luis Forcinito - Paula Fränkel
Jo Ganopolsky - Jorge Grubissich - Leandro Katz
Mariana Kirzner - Mariana Kiteber - Maque Lagos
Mónica Alejandra López - Mario Méndez - Laura Michell
Daniela Peralta - Graciela Repún - Mónica Rodríguez
Carolina Serjai - Marcela Silvestro - Evelyn Spalding - Ester Spiner
Gragry Troncoso - Lucio Vischñevsky - Mariana Weschler
Natalia Wierz - Debbie Yafe

Última ronda
y otros microcuentos

Antología dirigida por Graciela Repún

Ilustraciones de Natalia Wierz

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Prólogo

Un rayo cae sin anunciarse, ilumina, enciende, arrasa y al


irse deja destellos de fuego... Una ola repentina intimida, se
deshace y entre la espuma deja un mensaje en una botella…
Así son los microcuentos, minicuentos, minificción, mi-
crorrelatos, cuentos brevísimos, cuentículos, hiperbreves,
cuentos instantáneos, cuentos relámpago, entre tantos otros
nombres con que se los conoce. Textos como rayos que nos
atraviesan, como olas que nos arrastran con un ritmo vertigi-
noso, inmediato. Y que cuando se van dejan chispas, mensa-
jes, huellas.
En esta propuesta que cruza las barreras de los géneros, no
hay lugar para lo accesorio. En tiempos donde nos zarandean
y dispersan imágenes fugaces, lemas publicitarios, noticias de
último minuto, comunicaciones en redes sociales, estos tex-
tos que van desde los nanocuentos –de una a doscientos pa-
labras– hasta los cuentos cortos –de tres cuartos de página a
varias carillas– nos atrapan porque saben contar una historia
con impacto, brevedad y concisión.
Los microcuentos convocan. Cuando se refieren al mundo
cotidiano, nos piden a los lectores nuestra participación, que

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pongamos en juego lo que tenemos y somos: lecturas, recuer-
dos, anécdotas, conocimientos, creencias, amores. Los textos
entonces dialogan con las frases hechas que intercambiamos
cada día, con los anuncios que oímos y leemos, con las ins-
trucciones que recibimos o damos. Incluso con las historias y
fábulas que escuchamos de chicos. Y con personajes admira-
dos -populares, religiosos, mitológicos, literarios, históricos,
legendarios- que desde una sorprendente reescritura humo-
rística o emotiva de la historia oficial, dejan de ser intocables,
pierden en solemnidad, ganan en cercanía.
Los microcuentos transportan. Nos llevan a un mundo fan-
tástico, en el que no podemos decidir si estamos por soñar o
por despertarnos porque los estados se confunden e intercam-
bian. Los reflejos están vivos y vienen a ocupar nuestros espa-
cios. Lo vaporoso se vuelve denso y nos noquea. Las víctimas
se tornan victimarias u otra cosa absolutamente impensada.
Las épocas son imprecisas y pueden mezclarse.
Nos ofrecen un mundo ambiguo: conocemos solo una parte
de lo que sucede. Es más lo que podría haber pasado que lo
que realmente pasa. Los lectores sabemos que tal vez nos es-
tén engañando, que todo es clave y que ya, desde los títulos,
nos direccionan. Y que nos hacen creer que se está hablando
de una cosa, pero pronto descubriremos un giro inesperado.
Un giro que más de una vez nos obligará a volver al título des-
de el final y releer para entender.
Los cuentos breves no permiten lectores pasivos. Nos indu-
cen a estar atentos a las palabras porque muchas veces juegan
con el doble sentido. Hay relatos que revelan su estructura y

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nos recuerdan que lo que estamos leyendo es una creación y
no la realidad. Los autores se aparecen para revelar sus blo-
queos, sus técnicas de escritura o para pedirnos que ponga-
mos nuestra imaginación donde queden espacios vacíos, da-
tos enterrados, sumergidos. Incluso son capaces de no cerrar
sus cuentos y, en el desenlace, plantearnos enigmas que tie-
nen tantas resoluciones como cambios de ánimo, puntos de
vista o lectores se presten a resolverlos.
Como esos autores, los que escribimos los cuentos de este
libro también revelaremos un secreto de su composición: el
punto de partida. Muchos surgieron en mis talleres, cuando
ahondamos en las definiciones, reglas y elasticidad del for-
mato y leímos inspiradores textos de Bretón, Artaud, Shua,
Cortázar, Borges, Arreola, Denevi, Monterroso y Kafka, entre
tantos maestros.
Otros cuentos breves se escribieron luego, por gusto, por-
que la propuesta entusiasma. O porque como en mi caso y en
el de Jorge Grubissich y Mario Méndez –que también los edi-
taron– queríamos ser parte de este proyecto colectivo.
Los primeros cuentos, los iniciales, surgieron inspirados en
fragmentos de melodías muy diversas que fuimos escuchan-
do, una tras otra, durante un par de clases de los talleres de
Nación Cracovia, El Chancho de la Refutación, Octavo Cielo y
Corrección Profunda. Como esas melodías que transpusieron
el papel, esperamos que cuando se acallen las voces y descan-
sen las miradas, dejen sus huellas, sigan vibrando.

Graciela Repún

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Susana Accorsi

Última ronda
Como todas las noches, Félix, el dueño del circo, hace su
ronda nocturna para verificar que todo esté bajo control. De
pronto nota que falta una jaula. Cuenta una y otra vez: una,
dos, tres… cinco… y sí, falta la del león. Mira para todos lados
y al girar su cabeza se enfrenta con él y le dice:
—¡No veo tu jaula!
—Salió a buscarme.

El escritor
“No se me ocurre nada”, pensó. Y puso punto final.

La huida
Al fin vislumbró la salida pero cuando quiso abrir la puerta
descubrió que estaba dibujada.

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Andrés Alessandri

Al fin lo había entendido. Hay reglas que se hicieron para


romperse. Agarró la suya de superhéroes y la partió en dos.


El marinero se preguntaba la diferencia entre la ironía y el
sarcasmo. El mar, sin interesarse en la respuesta, lo arrastró
hasta sus profundidades.


No encontró la respuesta en el fondo del vaso, así que deci-
dió probar con otro.


El estruendo era ensordecedor. No había persona que no se
hubiera asustado. El mondongo le cayó mal al abuelo.

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Máscaras
Desconfíe de aquel que tiene la cara lavada en una mas-
carada.

Pesadilla
Intento e intento y no puedo parar de despertarme.

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Olga Appiani de Linares

ADICCIONES FUTURAS
Desconecta los microsensores que controlan su balance
químico.
Sin despertar a la enfermera robot, anula el sistema de vigi-
lancia central y sale del cuarto esterilizado.
El proveedor, bastante nervioso, lo aguarda entre las som-
bras del perfecto jardín sintético.
Cierra rápidamente el trato, temeroso de ser descubierto
por alguna patrulla sanitaria, y vuelve a entrar.
Desenvuelve el paquete y el aroma prohibido inunda su na-
riz, haciéndolo salivar con hambrienta anticipación.
No sabe si su organismo, obligado como todos al Régimen
de Salud y Vida Productiva, será capaz de sobrevivir a la expe-
riencia, después de tantos años de control y sobriedad.
No le importa.
Y con placer de adicto, muerde la porción de pizza, ese ma-
ravilloso veneno del pasado...

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ASIMILADO
Aquel lobo había tomado todos los recaudos para que las
ovejas no sospecharan de él. Aprendió a balar sin acento, a fin-
gir que amaba la ensalada de tréboles, a llevar con elegancia
su lanudo disfraz.
Una noche su manada, demasiado hambrienta para seme-
jante ejercicio de paciencia, bajó hasta los corrales.
Él, por su mayor tamaño, les pareció la presa más conveniente.
Confiado en hacerlos cambiar de opinión, el disfrazado in-
tentó revelarles su verdadera identidad.
Pero había pasado demasiado tiempo vestido con la piel de
oveja, y sacársela le resultó imposible.
Sus familiares, sordos a la desesperación de los balidos
(perfectamente modulados, sin duda), lo devoraron, echando
a perder así una cuidadosa campaña de infiltración.

ANTECEDENTES
Vino a buscar trabajo. Al parecer, una revolución en su país
lo había destronado. Apenas si pudo salvar la cabeza. Lo que
no era mucho. Porque no sabía usarla para nada, el inútil.
Al final, muerto de hambre, apareció por la agencia.
Justo tenían el papel para él: volvería a ser rey, pero en un
tablero gigante de ajedrez, montado para una Exposición Uni-
versal de Juegos.
Lástima que no dijo una palabra, el muy cretino, acerca
de las circunstancias que rodeaban su ascenso al trono, ni de
caducidades anexas a su derrocamiento…

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Ahora tengo una demanda de los organizadores del evento,
por haberles mandado un tipo que, en medio del espectáculo,
se les convirtió en sapo.

DESMORALIZANTE
La hormiga vuelve para el hormiguero, cargada como siem-
pre, cuando la distrae el griterío que viene desde un cantero.
Curiosa, enfila para ahí. Todo el bicherío se amontona alre-
dedor de una piedra-escenario…
—¿Qué pasa? —pregunta.
—¿De dónde salís, que no te enteraste? —la desprecia una
mariquita tatuada de verde.
—¡Es Cigarra Inn, man! —zapatea un ciempiés lleno de
piercings.
La hormiga aguza la vista.
Iluminada a full por las luciérnagas, ella.
La que se pasó el verano con la guitarrita, mientras sudaba
la gota gorda laburando.
Resplandece bajo las luces y muestra un disco de oro, entre
los alaridos de grillos y mariposas fanatizados. Debajo de una
margarita, reluce su Escarabajo rojo.
Se dice que la hormiga ahora anda buscando a La Fontaine,
para decirle qué puede hacer con su moraleja.

CONSECUENCIAS
A cada golpe, al niño le crecía una nueva espina.
Nunca entendió por qué hicieron tanto escándalo el día en
que los atravesó con ellas.

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CUESTIÓN DE TAMAÑO
Nunca los debí recibir en casa.
Porque yo jamás he dudado de que en toda leyenda… ¡hay
un fondo de verdad!
Pero al verlos tan chiquitos, tan simpáticos… me dejé llevar.
Por supuesto, después de la antirrábica, ni bien salí del
Pasteur, mandé a los otros seis de vuelta a la mina, por
las dudas.
¡A llorarle a Blancanieves!
No dejo de pensar en la suerte que tuve de que la cosa no
pasara a mayores.
Porque cuando salió la luna y el séptimo enano se transfor-
mó en hombre lobo... ¡no era más grande que un pequinés!

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Myriam boclin

Apretado
No debí haber subido. Todo apretujado, no encuentro espa-
cio para bajar. ¡Qué húmedo que está todo acá! Estoy transpi-
rando. Me esperan. Necesito pasar.
—¿Podrías correrte un poquito? –le pregunté con cierta in-
genuidad al de al lado.
—¿Para dónde? ¿Qué creés, que a mí me sobra lugar? –me
respondió indignado.
—Podrías ser más solidario… —intenté persuadirlo.
—¡Que se corran los de al lado!
Y con esa frase, cerró la conversación.
Me quedé pensando. Creo que “los de al lado” ni enterados
estaban de mi situación.
No sabía qué hacer. Me puse a esperar. Esperé un buen
rato. Aburrido, decepcionado y medio desesperanzado… hasta
que un día, no sé cómo ni por qué, comenzaron a “abrirse las
aguas” y para mí fue pura magia encontrar lugar para pasar.
¡Creo que fue la pinza del dentista la que me ayudó a salir!

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Javier
Javier es hábil con las manos. Es un gran artista. No toma
clases de mimo ni acrobacia. Su talento es natural. No planea
unirse a un circo ni hacer viajes al exterior. Es realista. No
hace cálculos matemáticos ni de contabilidad. Es concreto y
tiene suerte: no necesita presentarse a audiciones.
Siempre fresco y espontáneo. No tiene sitio web, pero se
sabe vender. La vida lo exige.
Azul, naranja, amarilla. Las pelotitas van y vienen de su pe-
queña mano polvorienta y necesitada. Hace una reverencia,
pide un aplauso para sí mismo y baja del subte.

Cayó en la tierra
Cayó en la tierra, muy cerca de donde todo había comen-
zado. Se preguntó cómo habían podido aterrizar tan lejos sus
raíces blancas y temerosas. Fue semilla, brote, y ahora no es
otra cosa que una fruta divisible en gajos. Uno para vos.

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María Laura Burattini

ANGELICAL
Su encuentro con el ángel fue inolvidable. Por la mañana
aún tenía plumas en el cabello, en la cara, en las manos, bajo
las uñas...

SUEÑO
Dormía un sueño que parecía eterno mientras él, apuesto y
elegante, conquistaba princesas en reinos vecinos. Un día ella
despertó. A él, la piel se le puso verde y rugosa y comenzó a
croar.

LITORAL
Suena el agua, ríos trae. Nunca es la misma orilla la que se
deja acariciar.

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FANTASMAL
Lo apenó tanto el dolor de su gente que decidió volver. Un
poco demacrado, vestido de huesos deambula por el barrio
sin ser visto. No tuvo éxito. Los suyos siguen tristes y, otros
tantos, asustados.

EL GENERAL
El sable corvo, el traje de granadero y el caballito blanco
descansaron sobre la silla. El general no se presentó al acto.
Tuvo vergüenza.

CANTANTE
Desenrolla el celofán que lo envuelve, lo toma con firme-
za, lo coloca frente a los labios y canta. El chupetín le sirve de
micrófono.

PAREJA PERFECTA
La piel transparente de ella permitía adivinar sus venas re-
gordetas y azuladas. A él los incisivos le crecían por fuera de
las comisuras de los labios. Eran el uno para el otro, una pa-
reja perfecta.

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ESTRELLA DE ROCK
Ella imaginaba que era una estrella de rock, aunque desafi-
naba en cuatro tiempos. Él la aplaudía embelesado. La infec-
ción de su oído medio le había dejado secuelas irreversibles.

NO TODOS LOS FUEGOS


Para calmar su sed, la llama bebió agua. Y se convirtió en
cenizas.


El otoño las lleva de excursión unos metros. Se preparan
amarronadas, crujientes, rojizas para salir y vuelven tiempo
después, perfumadas, tibias, verdosas y rozagantes.


La gota rebosó el vaso. Y tuvieron que escapar en canoa.


Te soñé, te pensé, te imaginé. Me extrañaste, me buscaste,
me encontraste. Nos abrazamos y entonces supe quién soy.

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IDENTIDAD
No me acostumbré a su regazo.
Nunca me reconocí en su mirada.
Me eran ajenos sus silencios.
Siempre dudé de mis orígenes.
La llamaba mamá. La sentía una extraña.

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Juan Chaves

MICROCUENTOS
Quería escribir un microcuento, pero el 116 tardaba en lle-
gar, como la inspiración…

SIN FUTURO
El lobo miraba el fondo de la botella de whisky. Los ojos
perdidos, la espalda encorvada y una expresión de angus-
tia cruzándole la cara. Al cantinero le dio lástima y decidió
acercarse para consolarlo.
—¿Qué le ocurre, amigo? ¿Alguna mujer? Siempre es por al-
guna mujer —sentenció el cantinero—. ¿Qué le anda pasando?
—Que nunca llegó a la casa de su abuelita… Me dejó sin
futuro…

BUENAS NOTICIAS
“Johnson llamando a Houston, Johnson llamando a Houston.…
Tengo dos buenas noticias: La primera es que acabo de

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descubrir que el planeta Marte está poblado de bellísi-
mas y ardientes mujeres.…La segunda es que la nave ya no
funcionará”.

OTRO
Se despertó en otra habitación, en otro tiempo, en otro
cuerpo, en otro sueño.

SOMBRA
El señor calvo contemplaba su sombra y esperaba en estu-
diada quietud. Quería imitar sus movimientos. Nadie le había
advertido que las sombras pueden inmovilizarnos.…

PISOTÓN
Nadie explica qué pasó con el insecto de Bradbury que fue
pisado ni con el distraído y odiado pisador.

UNA FLOR EN LA CABEZA DE UN ELEFANTE


Yo nunca había visto nada igual, lo blando y lo bello descan-
sando sobre esa mole gris, pesada, llena de grasa y arrugas.
Estaba intrigado por cómo se mantenía la flor sobre esa ca-
beza gigantesca. Pero la madre del paquidermo lo mandó a
bañarse….

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Graciela Chorny

Ha cesado la lluvia, piso un charco y la ciudad se quiebra en


mil pedazos.


Anoche soñé un cuento. Me levanté despacio. Las palabras
aún dormían sobre la almohada.


El perro corre solo por el centro de la ruta, aún lleva en el
cuello la chapa con su nombre. El sol espejado en un auto lo
enceguece. El auto lo atropella.
El perro se incorpora y, entre gemidos, camina torpe arras-
trando su sombra quebrada.


Me despertó la lluvia. Llovían mis ojos sobre tu almohada vacía.


Montañas de cartones y restos de comida. Vidrios de colores
reflejan las luces de los autos de la autopista. Tintinean las latas

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de gaseosas golpeándose entre sí. Un agua oscura brota cada tan-
to. La niña revuelve. Una muñeca sin cabeza es el trofeo de hoy.


El agua sucia que corre junto al cordón de la vereda hamaca
un zapato de taco alto. Unos pasos más allá, entre las flores
violetas que gotea un jacarandá, asoma una media negra de
mujer. En la esquina, sobre un cajón de manzanas, descansa
una pierna ortopédica.


Suena el silencio en mis oídos vacíos. El viento se llevó las
palabras y también el olvido.


Levantaron la barrera para que pase la farolera. Pasó el tren
y la hizo puré.


Tanto soplaron la quena que se quedó vacía de notas.


Cmo me gusta mucho la música le tapé todos los agujeros a
la flauta para poder escucharla siempre que quiera.

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Fernanda Costa

Mi mamá dice que el día no le rinde. Y yo me rindo al día.


¡Lunes! Hoy es el día. Y hoy no fue.
¡Martes! Hoy es el día. Y pasó también. ¿Todos los días se-
rán el día que nunca es?


Quiere medir absolutamente todo: cuánto tiempo dura la
risa de su hermano, cuántas horas faltan para su cumpleaños,
en cuántos segundos llega a la escuela, en cuántos minutos el
abuelo toma su taza de café. Para su papá, regalarle un reloj no
había sido una buena idea. Para él, fue una revelación. Mien-
tras algunas horas duran segundos, hay segundos que duran
más que las horas, como ver la caída del sol con el abuelo des-
de la terraza, el ronroneo del gato sobre su panza o el abrazo
de su mamá que lo acuna sobre la falda.

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Ella se burlaba de Cupido y de sus alas. Y Cupido, para es-
carmentarla, lanzó una flecha certera. Le dio en la espalda
justo en el momento en que Narciso admiraba su reflejo en el
agua.


Fue a comprar el pan y encontró una pelota. Fue a buscar al
dueño y encontró un amigo.


Tengo tanto sueño que mejor lo escondo en la oscuridad del
dormitorio, debajo de la almohada. No sea cosa que un noc-
támbulo atrevido me lo quiera quitar.


Debajo de mi cama no hay un monstruo. Hay una rata. Pero
nadie me cree.
“Duérmete mi rata, duérmete hasta el sol. Mi papá te mata
si sabe de vos”.
Así le canto hasta que me duermo tranquilo.
La rata venció al monstruo.

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Marina Cuello

Diferente
Besó al sapo, y los dos se transformaron en hormigas.


Es el castillo más poderoso del reino. En los mástiles ondea
la enseña que conquistará el mundo. En el foso sin fondo se
esconden criaturas espantosas. El oro de las cúpulas se ve des-
de el espacio. Es el castillo más poderoso del universo. Llega
entonces una ola y el niño llora.

Inevitable
El lunes paró de llover justo cuando bajó del colectivo. El
martes le dieron por fin el aumento que le venían negando.
El miércoles se ganó un premio en el sorteo de la carnicería
del barrio. El jueves lo invitó a salir la chica con la que venía
chateando. El viernes lo pisó un auto.

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La vida según Disney
Luego de repasar la colección de DVDs de sus amigas, Piel
de Asno comprendió que su historia no iba a reflejarse en for-
ma fiel en la pantalla.


Juani lo vio en un dibujito en la tele, y quiso intentarlo. Eso
de “jugar a que el piso es de lava” parecía muy divertido. Me-
dia hora y tres camiones de bomberos después, los papás no
estuvieron de acuerdo.

Percance
Atravesó el desierto. Recorrió el laberinto. Venció al escor-
pión gigante. Conversó toda una noche con la Guardiana de
la Fuente de la Vida. Rozó apenas con los dedos las aguas que
cumplirían todos sus deseos. Se cortó la luz. Tuvo que empe-
zar todo de nuevo.


Cuando Valentín salió del club, las zapatillas “de salir” es-
taban hechas un asco. Todo el camino la mamá fue rezongan-
do. “Por qué te pusiste esas”, decía, “si mañana es el cumple
de Kiara”. Pedacitos de barro y quizás otra cosa saltaban a
cada paso.
Llegaron a casa. La mamá le sacó las zapatillas y se quedó
largo rato parada, mirándolas.
Las sostenía apenitas con dos dedos, colgando de los cordones.

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A la noche, el papá llegó del trabajo. Vio las zapatillas
abandonadas en el lavadero, y sin decir nada buscó la botella
de su limpiador favorito: le costó un poco de trabajo, pero “las
de salir” quedaron como nuevas.
El plan de Valentín para conseguir las Super Messi 3000
había fallado.

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Carla Dulfano

EL PEDIDO
—Por favor, Dios, condensá en un solo muchacho las virtu-
des de todos los hombres —le pedí.
—¿Y con los defectos qué hago?
—Cargáselos a otro.
—Pobre muchacho, sería injusto…
—Después se lo compensás de alguna manera.
Dios concedió mi deseo: creó un hombre con todas las vir-
tudes del mundo y otro con todos los defectos.
Inesperadamente, me enamoré del que condensaba todos
los defectos. Esa fue la manera en que Dios lo compensó. El
muchacho denuncia que esa no es una compensación sino un
castigo; pero Dios no lo escucha, dice que su queja es solo un
defecto más de todos los que le cargó.

EL EXPERIMENTO
Trabajaba en un laboratorio. Experimentábamos con un
nuevo químico llamado “Anti-Timidex”, que bloquearía

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algunos neurotransmisores causantes del miedo, la culpa y la
baja autoestima, situados en el hemisferio cerebral derecho.
Dora, la recepcionista, se ofreció como voluntaria y le pedí
que tomara una pequeña dosis del frasco.
Ella desató su cabello y arrojó los anteojos por una ventana,
besó salvajemente a un operario y a todo el personal mascu-
lino del octavo piso. No pudo con los del séptimo porque se
descompuso el ascensor.
Después entró a la oficina del gerente Swam sin que pudié-
ramos frenarla, y le dijo:
—Usted es un orangután.
Para entonces ya habían pasado los veinte minutos del efec-
to de la droga. Dora recobró de pronto su timidez habitual. Se
ruborizó y se retiró con su paso cansino de siempre.
Volví a mi despacho y descubrí que el frasco estaba lleno.
Dora no había tomado ni una gota...

LA ROBOT QUE JUGABA AJEDREZ


Me enervaba que Marcos jugara ajedrez con Teresa, su ro-
bot preferida.
—Ya no tenemos comunicación —le dije.
—Claro que sí... ¿Tu abuela está mejor?
—Murió hace cuatro años.
—Pero, ¿no estaba enferma?
—Claro, por eso murió. Fue en la Navidad de 2030.
—¡Ah! Entonces coincidió con el día en que fuimos a ese
lugar donde contaban chistes y se comía bien...

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—Marcos, ese era el velatorio —dije, y le partí el tablero de
ajedrez por la cabeza.
Teresa me agarró del cuello y me fagocitó de un bocado.
Desde entonces vivo dentro de su cuerpo metálico. Bueno, por
lo menos cuando Marcos la besa, algo me llega a través de la
escafandra plateada.

EL ÁRBITRO COMPLACIENTE
Gómez, el árbitro de fútbol, de chico era muy complaciente,
le gustaba dar la razón a todos. Cuando sus padres se separa-
ron les dijo que ambos tenían razón en detestarse. Lo deshe-
redaron inmediatamente.
De joven lo contrataron para arbitrar entre dos clubes barriales.
—Pujol tocó la pelota con la mano —dijo Ramírez, uno de
los jugadores.
—Tiene razón —dictaminó el árbitro Gómez.
—No la toqué —replicó Pujol con una voz profunda y
gutural.
—Usted también tiene razón —aseguró Gómez.
Ramírez y Pujol se arrojaron sobre el árbitro con furia.
Un enfermero vino con la camilla para auxiliarlo. Le dijo:
—Pero Gómez, no puede darle la razón a todo el mundo.
—¿Sabe una cosa? Usted también tiene razón.
Ese fue el fin de su carrera. Tiempo después, alguien lo
encontró viviendo en una plaza. Mediaba entre dos palomas
que se disputaban una miga de pan, hasta que una le picoteó
un ojo…

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Marina Elberger

Definición
Microcuento
1. m. Breve cuento para leer en el micro.

Insolación
Hacía tanto calor que las rayas de las cebras se derritieron.
Debajo de las rejas del zoológico corrieron ríos de tinta blanca.
“Por fin pintaron la senda peatonal”, comentaba la gente que
cruzaba la calle.

Felices sueños
A partir de este momento, finaliza el horario de deforma-
ción. Las pesadillas y terrores nocturnos quedan bajo la exclu-
siva (i)rresponsabilidad de los Señores Padres.

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Elegante confesión
—Vale, ¿no viste mis hebillas azules?
—No, ma.
—¿Y el lápiz de labios rojo?
—No.
—Estaba junto con el rubor… que tampoco encuentro.
—(…)
—Bueno, fijate por favor en tu cuarto, las cosas no desapa-
recen así nomás… Tampoco veo las calzas de animal print…
—¡Ah, no, no, mamá! ¡Tengo buen gusto! ¡Esas sí que no las
agarré!

Primera vez en la playa


—¡Qué arenero gigante! ¿Trajimos todas las palitas? –pre-
guntó Iván a su mamá.

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Patricia Espósito

La torta de chocolate me miraba.


Yo también la miraba.
Quería saludarme por mi cumpleaños.
Yo también quería saludarla.
¿Comerla? No, no lo iba a hacer todavía. Había decidido es-
perar a mis invitados.
Todo estaba en su lugar: los vasos descartables, las velitas,
los adornos, mi mamá en la cocina y mi papá también.
Y la muy atrevida, esa torta desfachatada, no pudo esperar
y se tiró sobre mí.


Dicen que soy repugnante, misteriosa y oscura. No sé porqué
si nunca aparecí ante ellos. ¿Será mi sombra proyectada por al-
guna luz indecisa la que los inquieta?

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Son tiempos de mudanza. Algún paraguas puede ser un
buen refugio para una pequeña viuda negra.


Me asomo por debajo de las sábanas y ahí la veo, la “mos-
tra” que viene cada noche sin que la invite.
Voy a tener que hablar con ella… pero tengo miedo.


Hoy me veo extraño. Mi cara no se parece a la mía. En ver-
dad ni hoy ni anteayer ni antes de anteayer. ¿Estaré cambian-
do o creciendo o transformándome o tendré en mi casa un
espejo mentiroso?

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Anabel Fernández Rey

—¿Ese avión también va a escribir un mensaje de amor o


solo va a dibujar el renglón?
—Eso es pesticida.


Cuando tomó conciencia de que su sombra lo perseguía, in-
tentó huir. Corrió tan rápido como fue capaz.
Ella lo alcanzó y él se refugió en su frescura. Sudó tanto que
se deshidrató y cayó desmayado, ocupando el lugar de ella en
el piso.
Su sombra no perdió la oportunidad y tomó el de él.


Los elefantes prefieren vivir en las sabanas, alejados de las
ciudades donde hay bibliotecas. Creen que los libros les hacen
mala prensa, porque dicen que con sus orejas planean, que se
comen hasta los muebles y que son tan gordos que no dejan
espacio a nadie más.

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DE CUENTO I
Aladino pensaba y pensaba antes de pedir algo, porque ya
habían instalado las lámparas de bajo consumo.

DE CUENTO II
Hansel se acercó y probó la lenteja de chocolate colorada
en la esquina más baja del alero. Gretel se encaprichó con el
terrón de azúcar que estaba justo al pie de la columna que sos-
tenía el techo. No pudo comerlo, por suerte, y hubo cuento.

DE CUENTO III
Señor Juez:
Rogamos de inmediato se realice el cambio de carátula de
“Apetito Voraz agravado por repetición”, a la de “Soplido jus-
tificado” y, en consecuencia, se reduzca la condena del impu-
tado en la causa.

DE CUENTO IV
Mi defendido, Lobo Feroz, jura que su intención no fue la de
comerse a ninguno de los tres chanchitos, sino que ellos se in-
terpusieron en su camino cuando intentaba robarles algunos
ladrillos, tablones y paja, con el fin de construirse un quincho.
No habiendo más pruebas que un cuento, solicito a Usted
que se haga justicia.

DE CUENTO V
Tan minúsculo era ese guisante que una princesa no hubie-
ra podido sentirlo. Tendrían que haberla mandado a dormir
sin cenar.

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La confusión de Alí Babá 1
Alí Babá despertó en el bosque, caminó por un atajo con-
vencido de su rumbo.
Encontró el castillo de piedras y frente a la fortaleza excla-
mó “Ábrete, Sésamo”. Estaba seguro de que eran esas las pa-
labras.
El puente levadizo no se movió, pero en cambio, una llama-
rada de fuego hizo temblar una de las torres.
Ahí nomás, al lado del foso, se recostó para tomar una siesta
y despertar en el cuento correcto.

La confusión de Alí Babá 2


Alí Babá entró en la cueva y quedó maravillado. Nunca ha-
bía visto tanta riqueza acumulada. Ni siquiera habría sido ca-
paz de imaginarla si alguien se lo hubiera contado.
Reparó en una pila de platos de oro decorados con zafiros.
Sobre el último, se destacaba un pequeño zapato alto de cris-
tal. No pudo con su genio y salió de la cueva con la intención
de devolverlo. Alguien, en algún lugar, se quedaría sin el final
de su cuento.

La confusión de Alí Babá 3


Telegrama de la esposa de Alí Babá a la madre del genio.
Alí Babá robó Aladino.
Confundió lámpara tetera.
Genio internado.

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46
José Luis Forcinito

Es noche de graduación en los jardines del Instituto de For-


mación de Magos y Hechiceras.
Entre las aprendices hay de todo: futuras brujas malas,
buenas, lindas, feas y también olvidadizas. Este es el caso de
Griselda que debe realizar su primera transformación: el no
muy agraciado hijo del rey debe ser convertido en el noble
más bello de la comarca.
La letra del hechizo es sencilla: “Pelos de camello/bigotes
de gato/transformen al príncipe/en un joven guapo”. La repi-
te durante todo el día para no olvidarse.
Es su turno. El joven se para frente a ella, ansioso.
Griselda recita: “Pelos de camello/bigotes de gato/transfor-
men al, al, al…”. Y se olvida el final del conjuro.
—“Al p…” intenta soplarle una compañera, que se calla de
golpe al sentirse observada. Griselda que alcanza a escuchar la
“p”, dice sin pensar: “Transformen al pobre/en un triste sapo” y
toca con la vara mágica la cabeza del muchachito, transformán-
dolo en un horrible y deprimido batracio. La reina desesperada
alza a su hijo en brazos. El rey arde de rabia.

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La futura brujita es desaprobada inmediatamente.
El hechizo, por haber sido mal evocado, no podrá revertirse
hasta dentro de unos años.
(Una buena para Gri: en circunstancias traumáticas —se
olvidó la letra en pleno examen— demostró ser una poetisa
excelente, manteniendo rima y métrica cuando improvisaba).

Mi papá, “El Gran cazador”


Los sábados por la noche, al acostarme, mi papá, en vez de
leer un cuento, me relata alguna de sus aventuras de caza.
Como aquella vez cuando atrapó a la víbora pitón que se ha-
bía tragado una cabra entera. O su pelea cuerpo a cuerpo con
el gorila blanco en la selva africana. O cómo se las ingenió para
cazar un elefante, armado solamente con un lazo y un maní.
Y yo hago como que me emociono, así piensa que le creo.
Entonces se va a dormir contento y entre sueño y sueño se
pone a pensar en la próxima historia que me contará.

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paula frÄnkel

Un cuento muy lejano


Había una vez, en un país muy lejano, un libro. El libro
tenía un cuento. El cuento tenía una historia. La historia tenía
dibujos. Pero el libro no tenía quien lo leyera, porque como
estaba en un país tan lejano, nadie llegaba hasta allí.
Así que los personajes del cuento decidieron salir de la
historia. Atravesaron las hojas y buscaron la manera de llevar
el libro a otro país más cercano.
¿Pero más cercano a qué?
Más cercano a nosotros, por supuesto.

Cajita de música
Natalia cerró la puerta del cuarto. Afuera quedaron el reto,
el berrinche y la furia. Abrió la tapa de su cajita de música,
que comenzó a sonar. La miró fijo, como esperando que en la
próxima vuelta la bailarina cambiara de paso.
Natalia dijo las palabras mágicas: “Cajita de música, suave
melodía, convidame un sueño, despierta y de día”. Y cerró los

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ojos. La música la envolvió y llenó la habitación de colores
y de cosquillas. La bailarina le dio la mano y bailaron juntas
haciendo piruetas y giros. Luego se bajó y saludó a su público
de muñecos, que aplaudía emocionado.
Un rayito de sol iluminó a Natalia y la siguió hasta el sillón
del living, donde su abuela tejía lanas suaves de color limón. Su
mamá, ahora con una sonrisa, le ofreció leche tibia y galletitas.

Geberta y el electricista
Geberta vivía en la calle Cucha Cucha 35. Roberto era elec-
tricista en ese edificio y en muchos otros de la cuadra. Todos
los días los vecinos lo llamaban para que les arreglase alguna
cosa. Un día, el timbre de la casa de Geberta se descompuso. La
vecina del cuarto piso le pasó el teléfono de Roberto. En cuanto
lo vio, Geberta se enamoró perdidamente, pero como era muy
tímida, no se animó a decirle nada. Fue por eso que rompía al-
guna cosa de su casa por la noche, y a la mañana llamaba a Ro-
berto. Esto funcionó durante una semana. Hasta que Roberto
intuyó que algo raro pasaba y, convencido de que Geberta tenía
muy mala suerte, decidió cambiarse el nombre, el número de
teléfono y huir. ¡A ver si todavía se contagiaba!

El despistado
De frente, la escalera mecánica llena de gente. De espaldas,
el subte a punto de salir. Prefiere esperar hasta que los otros
pasajeros suban a la escalera para no ir tan apretado. Se distrae,

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mira alrededor. De pronto, una sensación de electricidad he-
lada le recorre el cuerpo.
“¡Se me va el tren!”, piensa desesperado. “No… ¡si acabo de
bajarme!”. “Ah, claro, claro, sí”. Y respira aliviado.
Despacio, se apura a subir a la escalera que ya está mas des-
pejada de gente.

Tristeza
Cáscaras de naranja rodaron por la mesa hasta el suelo. El
olor de la ensalada invadió el aire de bananas, peras y frutillas.
Un techo de enredadera apagaba al sol del mediodía sobre los
bancos de material del patio. Las risas de los chicos de al lado
jugando en la pileta lo salpicaron todo. Y de golpe se acordó,
otra vez, del disgusto de esa mañana y se le cerró el pecho.
Otra vez la rutina envolvió el día hasta que el cielo se cubrió
de noche. Pero la tristeza, compañera fiel en otros tiempos, no
dejó que avanzara el sueño.
El sonido de una risa le devolvió la mañana. Dulce sensa-
ción de alivio, aunque fuera por un rato. Eso la ayudó a atrave-
sar las horas y terminar ese día. Y el siguiente. Y otro.
Y aunque el tiempo tapa todo sin detenerse, la tristeza se
fue mientras se quedaba grabada en algún lugar del alma.

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Jo Ganopolsky

Superhéroe
Sus músculos corren por las vías de un tren que suena a
huesos rotos.

Octavio, el lento
—Tengo algo en el bolsillo…
Sacó: una goma con escudo de fútbol, dos caramelos derre-
tidos, cinco piedritas del arenero, media galletita de chocola-
te, un lápiz diminuto y un beso en la mejilla.

Deseo cumplido
Se le cayó una pestaña.
Pegó dedo con dedo con Pablo para ver a quién se le cum-
plía el deseo.
Guardó la pestaña en su pecho.
Se le cayó una pestaña.

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Realidad
Cinco.
Cinco zombies.
Cinco zombies se.
Cinco zombies se acercan.
Cinco zombies se acercan ahora.
¡Cuidado!

La suerte
El lugar era preciso, pero ella nunca fue buena encontrando
destinos.

Lengua partida
El espejo dijo lo que ella no quería admitir: sos una víbora.

Fantasmas S.A.
Comenzó como una aventura: se cubrieron con sábanas,
ahuecaron sus ojos y levantaron vuelo. Terminó como un em-
pleo de tiempo completo.

Pronóstico
Pesadillas en la noche, fantasmas en el día.

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jorge grubissich

nombres
Al principio todas las cosas eran únicas y el mundo innu-
merable. Un mal día alguien les dio los primeros nombres. Y
luego les dio nombres a más cosas, y a más, y a más. Cuando
terminó, les dio nombres a los nombres que nombraban a to-
das las cosas. Desde aquel remoto día el mundo se achica cada
día más, y está a punto de desaparecer.

torres
Mayta recordó lo que le había dicho su abuelo, frente a la
tormenta: “Un día los rayos terminarán por incrustarse en el
suelo”. Por donde mirara, las moles se elevaban, aún llenas
de luces, quizás para siempre llenas de luces, pero inmóviles.

silencio
Estuvo ante la pantalla en blanco horas, días, meses, años,
buscando un principio. Décadas busco y buscó, sin encontrarlo.

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En el último instante de su vida aún permanecía ahí, frente
a la pantalla en blanco. Tocó una tecla. La del punto. Era su
punto final. Nunca fue capaz de escribir otra cosa...

Culpable
Lo encontró en el armario del desván, destruido. Lo habían
hecho a propósito, sin duda. No sabía quiénes podían ser ca-
paces de algo así, pero tuvo una sospecha terrible. La confirmó
en el sótano, al abrir el viejo baúl. Las armas estaban ahí. Y
habían sido usadas. Tardó muy poco en mirarse las manos.

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Leandro Katz

A tiempo
Me propuse ser puntual antes de que fuera demasiado tarde.

Autocorrección
Los chistes con el autocorrector me tienen los huesos por
el pino.

Juegos de invierno
En los Juegos Olímpicos de Invierno siempre hincho por
un tapado.

Ascenso
Hay un soldado que se merece un ascenso. Voy a ver cómo
lo llevo a cabo.

Amor paterno
Por mucho que tus padres te quieran, el aire acondicionado
lo instalan en su habitación.

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Curso de reciclado
Hice un curso de reciclado que no tuvo desperdicio.

Discusión
En la ferretería se pelearon por el taladro y se terminaron
agarrando de las mechas.

Egoísta
Iba a hacer un chiste sobre un egoísta pero no da.

Isla desierta
El libro que me llevaría a una isla desierta es “Cómo armar
una balsa”.

Marcha
Los alumnos de la Academia de Música Militar aprenden
sobre la marcha.

Sueños de escritora
La modista tenía tantas ganas de ser escritora que escribía
sobre cualquier género.

Oficio nuevo
El tiempo dirá si soy buen meteorólogo.

Basta de llamarme así


Te dije un millón de veces que no me digas exagerado.

58
Liquidación
En la mercería hay liquidación por cierre.

Oferta cancelada
Les iba a comentar sobre un amigo que trae cosas de afuera
pero ya no importa.

Orden y progreso
En una época me propuse tener el baño ordenado pero ya
tiré la toalla.

Insomnio
Desde que tengo insomnio dejé de tener pesadillas.

Vacaciones mágicas
El mago, en el mar, nada por aquí y nada por allá.

Examen
La parte más difícil del examen de botánica fue cuando me
pidieron que sacara una hoja.

Lucha contra la corrupción


El tema de la corrupción, ¿cómo lo podemos arreglar?

Bien disfrazado
Me tomaron examen de camuflaje. Me pusieron ausente.

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¿Estás seguro?
Los prejuiciosos me caen mal de entrada.

Mascota nueva
Me compré un conejillo de Indias para probar si me gustan
las mascotas.

No, ¿no?
No es bueno buscar aprobación constantemente, ¿no?

¿Contento?
Si yo fuera un perro y tuviera dos colas no estaría contento.
Estaría preocupado.

Espíritu libre
Los martes y jueves de 18 a 20 me gusta romper con la rutina.

Verdad histórica
A Shakespeare ahora todos lo elogian pero en su época era
un bardo.

Dictador
Había una persona que me decía todo lo que tenía que escri-
bir. El tipo era un dictador.

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Mariana Kirzner

Maca se come las uñas y la pielcita de los dedos. Por eso, no


quiere mostrar sus manos.
Juan tiene tres dientes podridos. Por eso, no quiere sonreír.
Ana transpira con olor y por más que se llena de perfume, se
siente incómoda. Por eso, prefiere estar sola.
Pedro rompe todos los pantalones en la entrepierna. Por
eso, usa los buzos muy largos.
Y yo me como las uñas, tengo unos dientes podridos, trans-
piro como bestia y rompo los pantalones en la entrepierna.
¡Soy el más completo! ¿Y qué?

Me cayó la ficha
La ficha me cayó en la cabeza, como si viniera del cielo. Era
una ficha de laverrap. ¡Genial! Se me había acumulado ropa
sucia y la aprovecharía.
Una hora más tarde puse mi ropa dentro del lavarropas y
lo encendí utilizando la ficha que me había venido de arriba.

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La máquina hacia un ruido extraño. Esperé a que terminara
el proceso y abrí la tapa. Un angelito vestido con mi ropa salió
volando. Lo vi subir al cielo.
Me quedé pensando; nada viene de arriba sin una inten-
ción, pero ¿para qué necesitan mi ropa?
Una semana más tarde, me cayó otra ficha en la cabeza.
Esta vez, una de parquímetro. No quise usarla. ¡Todo bien con
la ropa! Pero el auto… ¡Ni loco!

Alberto caminaba por el jardín, no paraba de hablar. Y yo


se lo advertí:
—Te vas a tragar un bicho si seguís con la boca abierta.
No me escuchó. Se tragó una mosca. La vi entrar por su boca.
Alberto siguió hablando, como si nada.
Se tragó un pajarito. Lo vi llegar hasta su garganta.
Alberto siguió hablando.
Se tragó una paloma, un pájaro carpintero, un aguilucho,
un halcón.
Y siguió hablando.
Pero ahora, cuando habla, parece que canta...
De pronto, se elevó y salió volando.

62
Mariana Kiteber

Queridas hormigas, pónganse la bufanda, desde hoy el azú-


car se guarda en la heladera.


—¡Nooo, me estás mintiendo! ¡No te puedo creer! ¿Los pio-
jos saltan?! ¡¿De cabeza en cabeza?! ¡¿Y hasta 5 metros?! —ex-
clama una nena indignada que no para de rascarse.


El caramelo le dice al cepillo: ¡No dejes rastros!


—¡Me declaro en huelga! —grita el llanto.

Lealtad
Al fin y al cabo le ronroneás a cualquiera.

63
Bodas de oro
—¡Wow! Pasan los años y ¡estás igual! —exclama su compa-
ñera de aula.
—¡Ser el fantasma de la escuela tiene que tener alguna ventaja!

Dador universal
Estimado Conde:
Presento mi renuncia desde el día de la fecha.
Juan 0+

Voy a llamar al lobo


¡Hija, vení para acá! ¡¿Otra vez pusiste a lavar la capa con la
ropa blanca?!

Fair Play
—¡Penal! ¡Penal! ¡Penal! —piden los hinchas antes de co-
menzar el partido.

S.O.S.
—¡Bebé a la vista! —gritan asustados los juguetes para ma-
yores de 7 años.

64
Maque Lagos

Abrí una lata de arvejas y en vez de arvejas había ojos de


vidrio, llamé por teléfono a la empresa y me quejé porque es-
taban todos bizcos.


Estaba soñando lo más tranquila cuando de repente en mi
sueño apareció Rambo, el perro de mi vecino. Rambo es un
dogo, una raza de perros a los que hay que tenerles miedo,
me dijo mi papá. Pero yo no le tengo miedo, a pesar de que ya
mordió al cartero y al pekinés de la peluquera. Estaba soñan-
do que tocaba la guitarra en el subte, Rambo no tenía nada
que hacer ahí.
Me dijo que sabía que yo no le tenía miedo y que en mi sueño
podía ser un perro de esos que pasean sin correa, que buscan
pelotitas y las devuelven, que duermen adentro y que suben
al sillón. Le pregunté por qué no usaba su propio sueño para
hacer todo eso y me dijo que los perros no sueñan. Desde esa
noche dejo que Rambo aparezca en mi sueño cuando quiera.

65

—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tus cabellos caer! —gritó el
príncipe desde abajo. Rapunzel se asomó por la ventana, salu-
dó a su amado y dejó que su larga melena cayera como una ca-
tarata de rizos dorados. El príncipe se aferró a ellos y empezó
a trepar, o al menos eso fue lo que intentó, porque sus manos
se resbalaban como si estuviera trepando por un palo enjabo-
nado. Intentó una, dos, tres veces hasta que se cansó y se fue.
Rapunzel no entendía qué pasaba, hasta que de pronto se ilu-
minó, fue al baño, agarró la botella de crema de enjuague que
sospechosamente le había regalado la bruja el día anterior y
leyó: “deja tus cabellos realmente sedosos”. Estrelló con furia
la botella contra la pared y se quedó llorando sola en la torre.
A lo lejos se oían las carcajadas de la bruja.


Los lunes me toca dormir en lo de mi mamá. Ahí viven tam-
bién Gustavo y su hija, Camila. Mi mamá dice que es mi her-
mana del corazón, pero yo no la aguanto. Los martes salgo
de la escuela y voy a lo de mi papá. Ahí vive con Carolina, su
novia. Cuando me ve llegar hace como que se pone contenta.
Los miércoles de vuelta con mi mamá, después de fútbol. Ta-
ller de historietas dejé. Jueves en lo de mi papá, después de
Inglés. Viernes depende porque los fines de semana me toca
uno y uno. En el lugar donde más estoy es en la casa que me
construí en el Minecraft.

66
Mónica Alejandra López

Rica en eritrocitos, baja en plaquetas, con doble hierro, sa-


turada en lípidos, saturada en glucosa... Nada le venía bien. El
quería la mía.

Una sombra me persigue... aún estoy viva.

Estaba a la vista que le tenían miedo. Nadie se atrevía a de-
cirle la verdad. Estaba solo. Se prendió un cigarrillo. Y con el
peso de las ojeras a cuestas se miró al espejo. No se vio. Al-
guien tenía que decírselo. (El espejo no miente).

Cansado de que el cielo esté gris, sopla huracanes hasta
limpiarlo.

Se le volaron los pájaros de la cabeza y le crecieron canas.

“¡No me hables! ¡No me mires!”, gritó Paula a su mamá y se
encerró en el cuarto. Por suerte su mamá la desobedeció.

67

Seis palabras filosas y cuatro ademanes gruesos enterraron
una vieja amistad.

Descubrieron la mentira. Tenía las patas cortas.

No pudo escapar. Estaba muerto de miedo.

Los soldados dibujaron las rutas en un mapa donde ya no
había países. Había llegado el momento de crearlos.

Capturó el aire del ambiente y lo perfumó con su canto.
Cuando se apagó la luz pidió que le cerraran la jaula.

ESTRELLA
Solo cumplo deseos fugaces.

Juguemos en el bosque, mientras haya.

¡No cantes, Victoria! Le toca a Juana.

Le prestó su oído y usó su boca para traicionarlo.

¿Quién se cree que es ese fulano? Montoto.

Quiso tapar el sol con un dedo y le llegó la noche.

68
Mario Méndez

Avenida Luro, 7229


Esa mañana cruzaba la avenida Luro desierta, rumbo a
la escuela, cuando me detuvo la inconfundible voz de doña
Elena, llena de zetas.
—Venga, Marito, que hoy no hay escuela. Que hay revolu-
ción —me dijo la madre de Eduardito, asomada a su balcón.
Yo me la quedé mirando. Sin comprender todavía, volví a
mi casa. Dudaba. Entré a la pieza de mi mamá, que aún dor-
mía. Ella se levantó de un salto, corrió a la cocina, puso la
radio. Un rato después, despacio, me hizo una caricia triste,
que tardé bastante tiempo en entender.
Era el 24 de marzo de 1976 y no, no había escuela.


Se llamaba Julio Rivera, pero todos le decíamos Julito. Co-
rría por las veredas de Luro todo el día, como un poseso, y se
reía. No le hacía mal a nadie, aunque a veces se llevaba por
delante a un chico y alguna madre se quejaba.

69
Un día cualquiera se lo llevaron. Cuando volvió, meses des-
pués, ya no corría. Se había vuelto educado, tal vez. Ya no lo
escuchamos reír.


Jugábamos en la puerta de nuestro edificio, los cuatro chi-
cos y las tres chicas de los departamentos. A pisa pisuela, a la
escondida, a la mancha venenosa. Fuimos creciendo, los jue-
gos cambiaron.
Un día jugamos, en la escalera que daba a la terraza, a ver-
dad – consecuencia. Yo tardé bastante en animarme a pedir
consecuencia. Pero valió la pena. Ese primer beso, que tardó
en llegar, ese beso de juguete, todavía me acompaña.

70
Laura Michell

Clase baja
Luego del encuentro gremial entre los compañeros del par-
tido, los enanos se cuestionaron seguir alojando a alguien de
la nobleza en su casa.

Síndrome de Estocolmo
La blanca doncella levantó sus ojos, miró al cazador, y
ambos quedaron hechizados de amor. El príncipe haría bien
en mudarse de historia.

Valiente
En el instante en que se distrajo observando la oscura
arboleda que se reflejaba en su armadura, pensó que quizá no
estaba preparado para enfrentar a un dragón.

Perdidos
Los cuervos sabían que lo que harían sería el fin para los

71
niños, pero no tuvieron piedad y se comieron todas las migas
de pan.

Rastro
Sé que en el jardín de mi casa hay una inmensa ciudad de
hormigas.
Las miro cuando salen de un agujero… de otro…
Sigo sus recorridos paso a paso, las cuento.
A veces las veo en grupos de tres o cuatro llevando una hoja
gigante.
Las veo ir y venir en fila. Salen de una casa, se meten en otra
más lejos.
Tratan de entrar las ramitas en el hormiguero.
Mi mamá cree que no hago nada en todo el día.
Ella no entiende.

72
Daniela Peralta

Homeless
La bruja escuchó ruidos debajo de la ventana y unas manos
que rascaban la puerta de chocolate. Sintió que el techo de
caramelo crujía bajo los pies de los intrusos. El entrechocar
de unos dientes afilados al otro lado de las paredes le produjo
escalofríos. Sabía que pronto quedaría a la intemperie.

Homeless II
La bruja escuchó ruidos debajo de la ventana y unas manos que
rascaban la puerta. Sintió cómo desprendían las tejas de carame-
lo. El señor Wonka y sus Umpa Lumpa la dejaron en la ruina.

Oración
Y te pido perdón por todos, menos por mí.

(G)astronomía
Medialuna: satélite natural del café.

73
Deudas de juego
Su adversario le mostró las cartas y le sonrió con dos gran-
des dientes de conejo. Se había llevado hasta su último centa-
vo. Así supo Alicia que de la madriguera no se vuelve.


Cuando por fin alcanzó al conejo se sintió satisfecha. Había
obtenido un reloj y un buen estofado.


Poco antes de caer, las gotas se pusieron de acuerdo.


Dobló la esquina. Ahí lo esperaba el globo de helio que ha-
bía perdido a los cinco años.


En días como este quisiera ser otro tipo de monstruo.
Algo en mi corazón se estremece cuando comprendo que
me presienten y se cubren hasta la cabeza con sus mantas.
Creen que eso podrá protegerlos.


Abro la puerta, enciendo la luz y ahí está, sentado en mi silla,
tamborileando los dedos en el mantel. Me mira y se presenta.
—Buenas noches, soy el final de tu cuento.


—Papi, cuando te pedí un dinosaurio, era uno de peluche.

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Graciela Repún

TIEMPO CON EL ABUELO


Cuando el abuelo murió, el nieto, que lo adoraba, de golpe y
sin razón cayó en coma. Se despertó un año más tarde, cuando
estaban por desconectarlo.
—Quise acompañar al abuelo hasta su nueva casa —dijo—.
Pero era un viaje muy largo.

EL DESVELO
En esa casa casi todos sueñan: el ratón con el gato, el gato
con el perro, el perro, con su dueña. Ella es la única que no
sueña. No puede dormir.
La desvela la sospecha de que en su casa hay un ratón.

EL RETRATO
Dorian Gray se saca unas selfies donde se lo ve muy bien.
Pero sabe que es gracias a la cámara que tiene aplicaciones
nuevas que lo favorecen.

75
BIOGRAFÍA I
El escritor hizo la biografía de una gran actriz.
—¡Es una joya! —dijo la diva.
Desde ese momento, no salía sin el libro. A veces lo llevaba
en su mano y otras, colgado de su cuello o de sus orejas.

BIOGRAFÍA II
El dictador encargó su biografía y era un ser tan horrible
y vengativo, que el escritor mintió desde la primera palabra
hasta el punto final.
Eso no evitó que fuera ejecutado junto a todos los que hasta
el momento habían estado cerca del dictador.
De ese modo, el villano pudo convertirse en un hombre
nuevo como el que retrataba esa biografía que lo había con-
movido.

BIOGRAFÍA III
Al emperador le gustaba reflejarse en las páginas de su bio-
grafía como si se mirara a un espejo.
—Tus palabras desnudaron mis pensamientos, mi verdade-
ro yo —le dijo al escritor.
El gobernante había notado que desde la publicación del
libro, el pueblo lo seguía en todas sus apariciones, ahora sin
abucheos ni gritos de protesta.

76
Hasta que un día, desde la silenciosa multitud, escuchó con
claridad la voz de un pequeño que preguntaba.
—¿Por qué el emperador anda desnudo?
Indignado, el mandatario arrojó el libro lejos. Pero el pue-
blo recogió del piso los trozos espejados y él supo entonces
que ya nada lo salvaría del ridículo.

PERSPECTIVAS
—Admiro sus pequeñas piezas de arte —le confesó el enano
al gigante.
Y miró hacia arriba, hacia esas manos fenomenales pero ca-
paces de crear trazos diminutos.
—¡Y yo admiro sus cuadros más grandes! —respondió el
hombrón.
Pensaba cómo habría hecho su diminuto colega para cubrir
la tela con un universo de grandes imágenes.
El enano y el gigante se encontraban en la galería, frente a
sus obras expuestas.
Los dos cuadros compartían la pared.
Tenían el mismo tamaño.

77
78
Mónica Rodríguez

Intercambio de misivas
entre madre e hijo adolescente

Sobre una mesa hay un plato con tres milanesas y una nota
que dice:

Juan: estas milanesas son para la cena.

Sobre la mesa está el mismo plato con restos de pan rallado


doradito y una nota que dice:

Ma: muy ricas. Las merendé porque no había almorzado.

Sobre la mesa, encima del mismo plato con pan rallado hay
un alfajor chiquito.

Juan: No ceno en casa. ¡Buen provecho hijo!

79
Estaciones
La seño dijo “¡Saquen una hoja!”. Y el ciruelo del patio de la
escuela quedó pelado.

Biodegradable
Queda la última papa frita en el plato.
Por ese botín aceitoso, los hermanos se retan a duelo de pie-
dra, papel o tijera.
La madre, apurada como siempre, mete el plato en la pileta
de la cocina.
Y es la esponja amarilla la que mastica la papa con goloso
placer.

Cartel en un club
Se notifica a la dueña de este locker que debe retirar todos
los envases vacíos de jabón líquido, champú y crema enjua-
gue. Ya los usamos todos, ¡muy buenos los productos!

80
Carolina Serjai

Servicio de finales felices


No cobro caro,
no pido derechos de autor.
Decime qué ves negro
que yo le cambio el color.


Salió al escenario y comenzó a bailar.
Aunque no recordaba la coreografía, aplausos no le iban a
faltar:
Entre el público estaba su mamá.

Ultima ratio (Último recurso)


Salió caminando decidida a llegar a horario.
Tenía que cruzar la avenida más ancha de la ciudad.
Aun prefiriendo ser peatona, el reloj
obligó a Manuelita a tomar taxi.

81

Un nene y una nena fueron al parque.
El viento sopló y los voló.
(Jazmín Tumene, 5 años)

82
Marcela Silvestro

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más), que


existió en un lejano país una niña que jamás había pronuncia-
do palabra. Era hija del Gran Visir del palacio transparente de
Irahmán.
Su padre convocó a magos y hechiceros de todos los confi-
nes para obrar el milagro de escuchar, siquiera por una vez, su
voz. Nadie pudo lograrlo.
—Su Alteza —dijo finalmente uno de los magos—. Yo puedo
enseñarles a ambos a hablarse con las manos.
Y así lo hizo.
En la primera conversación a solas con su padre, trazando
gestos en el aire la niña le dijo: “Conozco tu secreto”.
Entonces el Gran Visir mandó que le cortaran las manos.

Piedra libre
Llevaban un tiempo largo en la caja, cuando decidieron aso-
marse. El sol fue como una cuchillada a traición.

83
—Qué cambiada estás —se asombró Manuela, al ver a su
hermana.
En efecto, lo único que permitía reconocerla era el collar de
perlas que llevaba aquella mañana cuando habían comenzado
a jugar a las escondidas. Pero sus rasgos ya no eran los de una
niña. Eran los de una mujer.
—Cuánta razón tenías, Manu. Este escondite fue perfecto.
Creo que ganamos.

Viajero
Mi último viaje fue a una isla paradisíaca. Playas intermina-
bles, mar azul, soledad: la isla estaba casi desierta. Solo un par
de habitantes la recorrían, la sufrían, intentaban conquistarla.
Yo los acompañaba; me identificaba con ellos, aunque no po-
día ayudarlos.
A veces me distraía y, entonces, la oscuridad vertiginosa.
Rostros desconocidos aparecían fugazmente.
Pero la isla me llamaba y yo volvía. Al menos hasta que cier-
tas señales me anunciaran el fin del viaje.
“Estación terminal”, se escuchó. Con mi libro bajo el brazo,
me sumergí en la marea humana que abandonaba el subte.

Confusión
Sentado en el suelo al lado de la lámpara, a oscuras; con la
cara negra, el pelo revuelto y una tijera entre los dedos tizna-
dos: así encontré a Lucas cuando volví del supermercado.

84
—Ma, me parece que en la peli se confundieron –me dijo–.
No siempre el cable azul va con el rojo.

Carnaval
Dormido contra el marco de la ventanilla abierta, el hombre
se mece; a veces suave, a veces no tan suavemente, de acuer-
do al capricho del adoquinado. De a ratos sonríe. Sueña, tal
vez. Entre sus manos, un diario ajado intenta conservar el
equilibrio.
De pronto, la esquina, los chicos, los gritos, los baldes. Se
entreabren apenas los ojos del hombre. No hay tiempo para
nada: casi sin darse cuenta, se encuentra empapado.


Para hacer un barrilete se necesita papel, caña y un hilo lar-
go. Para remontarlo, un día soleado, viento y un padre con
ganas de correr. Tengo casi todo, solo me faltaría esconderle
el celular a papá.


Cuando, después de un siglo, la bella durmiente y todos los
habitantes del reino despertaron del hechizo, muchos niños se
aferraban a sus almohadas pidiendo “¡un ratito más!”.


Muchos dicen que los sueños se cumplen, por eso cada no-
che elijo qué quiero soñar. Me concentro, pienso en algo que

85
deseo y lo sueño. Pero últimamente me está costando: en la
mejor parte, me despiertan unos chillidos insoportables. Me
gustaría soñar que mi hermanito no existe. Pero no me animo.


Al pie de la horca, inexplicablemente, el condenado pensó
en ballenas asesinas.

Honestidad involuntaria
Cuando logré introducir mi mano, la lata ya estaba vacía.

El pesimista
Incluso su última frase fue negativa: “No dispares”.


Harta de las mentiras del espejo, la madrastra decidió expo-
nerse a siete años de mala suerte.


Las cosas que se prometía frente al espejo siempre le salían
al revés.

86
Evelyn Spalding

Era cantado
Después de tanto sufrimiento la sirenita solo quería recu-
perar su voz para poder decirle al príncipe:
—Sos un pescado.

Sinceridad
Caperucita: ¡Oh, abuelita! ¡Qué orejas tan grandes tienes!
Abuelita: Eh... el lobo todavía no llegó, querida.

Últimas palabras
Dijo el espeleólogo:
—¡Nunca vi estalactitas ni estalagmitas como éstas!
Luego el dragón cerró la boca.

Veintiuno de septiembre
Tarde de picnic en la plaza. Mate bajo el ombú, guitarra y
una que sepamos todos. Qué cliché el día del estudiante, qué
cliché este comienzo de primavera con sol. Qué cliché tu ves-

87
tidito floreado y tu risa de adolescente boba. Qué cliché que
justo hoy me venga a enamorar de vos.

Fantasmagórico
Ya había escuchado del miembro fantasma de los amputa-
dos, pero este en particular acechaba a la persona equivocada.

Te espero
Porque tienes tan buen corazón es que te he elegido. Por
favor no dejes de asistir a mi trasplante.

¡Extra, extra!
Lo vio desde la ventanilla. Que suba, que suba, deseó. El
hombre subió al colectivo. Apenas hubo sacado boleto, la miró.
Ella le clavó los ojos. Fue demasiado rápida, nadie pudo hacer
nada. Al día siguiente volvería a aparecer en primera plana.


La reina se pinchó el dedo y una gota de sangre cayó sobre
la nieve que se juntaba en el marco de la ventana.
—¡Oh, mi rey! —exclamó—. Quisiera tener una niña blanca
como la nieve, cuyos labios sean tan rojos como la sangre y sus
cabellos tan negros como el ébano.
El rey respondió secamente:
—No te hagas ilusiones, querida, que va a ser hija tuya.

88
Ester Spiner

LIBROS PELIGROSOS
Le pidió a la bibliotecaria un libro sobre las arañas. La seño-
ra se calzó los lentes, apoyó la escalera y encontró el material
solicitado en el estante más alto. Quedó atrapada en sus redes.

LA FIESTA
La araña Jacinta cubre sus pequeñas patas con medias de
nylon y se calza unos zapatos rojos para ir a la fiesta del ciem-
piés que la aguarda entusiasmado. Comienza el baile, pero el
bicho de las múltiples patas se cae al agua. Como no sabe na-
dar, grita pidiendo auxilio. Jacinta se quita un zapato, se quita
una media de nylon, extiende una de sus patas peludas y logra
salvarlo. Mojado y maltrecho, el ciempiés se acerca a su heroí-
na. No le alcanzan todas las patas para abrazarla.

89
PRIMAVERA
Desde el balcón del séptimo piso la chica arrojaba maripo-
sas de papel. Una abuela que pasaba por ahí sintió sobre su
mano arrugada el suave aleteo.

EL CIRCO
El público hacía equilibrio sobre una soga, practicaba mala-
bares y se balanceaba en el trapecio. Mientras tanto, el payaso
bostezaba desparramado en su asiento.

EL VIAJE
—Uno, dos, tres. ¡Todos a sus puestos! —gritó el capitán.
Cada uno encendió su celular y se puso a navegar por las
fibras ópticas del océano.

DESTINO FATAL
Levantó la cuchara y la hundió con fuerza. La polenta no lo
merecía.

CRUEL REALIDAD
—¡Chocolate, bombón, helado!
Mamá encendió la luz y tuve que ir a la escuela.

90
MIEDO
Los leones caminan por la casa. Sacuden sus melenas. Bus-
can comida. Un fuerte rugido me despierta. Tapo mi cabeza
con las sábanas. Siento que algo pesado cae sobre la cama.
Taki mueve la cola, me destapa con sus patas y lame mi rostro.

VIAJE AL EXTERIOR
La “vuelta al mundo” giraba tan fuerte que llegó a otra
galaxia.

DIFÍCIL TRANCE
La camiseta de Federico se retorcía de dolor en el lavarropas.

¡ATENCIÓN!
El tren silba canciones de amor cada vez que atraviesa una
estación.

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92
Gragry Troncoso

Estornudo de butaca
Eugenio tenía una costumbre rara: estornudar robustas bu-
tacas acolchadas. No las expulsaba sin esfuerzo, claro, pero
siempre, sin excepción, sus estornudos eran acompañados
por el olor a cuero reluciente.
No todos los estornudos terminaban en madera y cuero,
sino que el mencionado mobiliario era producto de un com-
plejo desarrollo que podía durar desde varios minutos a algu-
nas semanas.
Comenzaba el proceso con unos leves espasmos unidos a
un sutil chistido. Luego seguía un período de construcción de
miradas penetrantes y certeras, asociadas a comentarios ma-
liciosos sobre personajes conocidos por todos. El armado cul-
minaba con una producción de mucosidades que brindaban la
pátina final.
El parto se producía, feliz, escoltado de brillantes expecto-
raciones.

93
LOS BICHOS Y LA LUZ
—Papá, ¿los bichos tienen miedo de la luz?
—Algunos sí, otros no.
—Los míos sí, porque yo abro la boca y no me los veo.

Batman
Treinta grados a la sombra y él, imperturbable. Serio en su
traje oscuro, ese que le confiere poder y gloria. Pasa entre la
multitud, su paso es firme, la mirada al frente. Nada parece
distraerlo, ni las mujeres arrebatadas por su expresión deci-
dida, ni las risas envidiosas. La figura negra avanza hasta la
boletería del cine, se levanta la máscara de Batman y compra
la entrada de la mano de su mamá.

Jabón abandonado
El jabón se suicidó tirándose desde la pileta. Dejó una nota
para Mati: “Extraño el contacto con tu piel. Mi vida no tiene
sentido”.

¿Libres?
La seño está hablando de cómo San Martín luchó por nues-
tra libertad. Le pido ir al baño, me dice que no.

94
Refrán
—“Martes: no te cases ni te embarques, ni de tu casa te
apartes”, decía siempre la abuela.
—No me importa, a la escuela vas igual, respondió mamá
muy seria.


Seño, mi compu enciende, hace ruido, todo. Pero no respira.

Excusa
Hoy me pusieron un diez, mamá. Pero el perro se comió el
0 y solo me quedó el 1.


Pavlov era un baboso y su perro, también.

Análisis de oraciones:
Cari escucha a un policía en la tele: “el sujeto se dirigió a la
vivienda e ingresó por la puerta trasera”.
¿Y el predicado?


La seño se vuelve viejita cuando borra el pizarrón: el pelo le
queda gris.

95
Tornillos
La nena perdió un tornillo en el colectivo. Le digo que yo
también perdí un tornillo hace mucho y no pasó nada. Me
acostumbré rápido. El problema son los otros.

Sueño
Estaba durmiendo lo más bien en el colectivo, ¡y sube el
muchachito con la guitarra y la gorra! Ahora estoy en clase y
el profe habla muy fuerte. Me siento dormida.

Qué risa me da la cara de la vieja que carreteó desde el fon-


do del colectivo cuando ve que el pibe con auriculares le gana
de mano y ocupa el asiento de sus sueños.

96
LUCIO VISCHÑEVSKY

UN LIBRO AMARILLO
Hay un libro amarillo en el baño.
Hay un libro forrado con papel amarillo que en la tapa tiene
escrito: “El Último Hombre”.
Es la letra de mi esposa.
No quiero abrirlo, no quiero leerlo.
¿Quién es el último hombre?, ¿y si el libro habla de mí?
No quiero saber si van a morir todos y voy a ser yo el último
que quede; el último eslabón, el sobreviviente.
¿Y si tiene todas las hojas en blanco menos una sola que
tiene escrito un nombre y un apellido, y no es el mío?
¿O habla del último hombre en la vida de mi esposa?
No del primer novio allá en el lejano recuerdo, ni alguno no
tan lejano con quien cruzó solo miradas.
No, el último, el “hasta el final de mis días”, el que le tenga
la mano en la cama del hospital.
Hay un libro amarillo en el baño que dice “El Último Hombre”.
Lo tapé poniéndole una toalla encima, para no verlo más.

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CUENTO INMOBILIARIO
Ella está parada mirando la vidriera de la inmobiliaria.
Calcula tamaños.
Comedor de 2 por 3,50.
¿Entrará ahí un amante, una cena con amigos, una noche
triste?
Mira otro.
2 ambientes.
¿Nada más que dos? ¿Cómo hago para no soñar hijos?
Otro.
1 ambiente con kitchinette, luminoso.
¿Cuanto mide el gordo Javier? ¿Entran él y la guitarra, Pa-
mela y mi hermano y yo con el mate y los bizcochos?
Y no le dan los números.

EL MEJOR DEL MUNDO


Yo quiero ser el mejor del mundo, en algo.
Estoy lejos, lo sé, lejísimo para ser sincero, pero igual quiero
ser el mejor del mundo, en algo.
Cierro los ojos,
y me imagino los reportajes por televisión,
el teléfono que no para de sonar (tengo que contratar a
una asistente preciosa),
las tapas de las revistas,
los afiches,
filmar algunas publicidades (soy caro),
desmentir los romances con las modelos
y que Laura caiga a mis pies
y me mire como lo que soy, el mejor del mundo, en algo.

98
Mariana Weschler

Circo
Se pasean caminando patas para arriba. Puede ser un poco
doloroso al principio, hasta que los músculos se acostumbran
al esfuerzo. Pero el trabajo tiene sus beneficios. Cada tanto,
ven al mundo del derecho. Y cuando caen, los ataja un colchón
de nubes.

Un clásico de concursos
La carrera de Vivienda Creativa en la U.C.F. (Universidad
de Ciudad Feroz) es famosa por su excelencia, es por ello que
cada año se presentan cientos de postulantes. El año pasado
ocurrió algo inédito: entre los numerosos aspirantes había
tres hermanos. Según la mesa examinadora, los proyectos de
vivienda de los tres resultaron interesantes. Dos de ellos fue-
ron seleccionados para ingresar a la universidad. Uno por su
creatividad, sustentabilidad y armonía con el entorno: propo-
nía una vivienda unipersonal en medio del bosque, completa-
mente construida con maderas secas.

99
El otro fue elegido por su diseño y facilidad de construcción:
una casa de planta única, con techos altos, utilizando solo paja
atada con tanza ecológica.
El tercero si bien resultaba absolutamente viable, era dema-
siado predecible, por tal motivo el hermano que presentó el
plano de la casa de ladrillos no resultó seleccionado.
Previo al inicio del curso, construyeron las casas para foto-
grafiarlas y publicarlas en la revista de la U.C.F. Pero, fuera
de todo pronóstico, un viento fuerte las voló antes de la toma.
Justo en ese mismo lapso, uno de los hermanos se tomó va-
caciones de su trabajo como vendedor de ventiladores indus-
triales y aprovechó a construirse la vivienda propia de ladrillos.
¿Adivinan quién está por terminar la carrera?

Uno de comida
“¿Qué pasa con el brócoli?”, señala el papá con el entrecejo
fruncido.
“Vamos, que mis buñuelos de acelga son los más ricos del
mundo”, intenta la abuela con su receta especial.
“¡Estas son las espinacas de Popeye!”, miente la mamá.
“¡Que se las coma su abuela!”, grita, enfurecido, el niño.
No quiere saber nada de la ingesta de verdes.
No es fácil ser el hijo de Hulk.

La Pincha Globos
Como todas las mañanas, Juana agarró su mochila, su cam-
pera e infló su gran globo violeta dispuesta a salir. Sabía que

100
el camino no iba a ser fácil. Su vecina, la de la cara amarga,
conocía cada uno de sus movimientos y estaba esperando el
instante para verla caer.
Ya había intentado partir hacia la escuela diez minutos an-
tes. Despegar por la puerta trasera. Escabullirse tras los ar-
bustos del frente. Pero era casi imposible evitarla. Con una
puntería envidiable, la muy maldita la bajaba del aire a los
veinte metros de la casa.
Ese día, Juana estaba dispuesta a cambiar la historia. Al to-
mar carrera para echar vuelo, desvió apenas su ruta habitual.
Sorprendió a la vecina por la espalda y sujetándola con
fuerza del brazo, la alzó con ella por el aire.
El día era hermoso y el vuelo hacia el colegio no podía ser
mejor. Aunque un poco preocupada porque se arruinara su pei-
nado, la chica de la cara de limón esbozó una sonrisa de placer.
Llegaron al patio de la escuela. El aterrizaje fue tan perfec-
to y suave como la travesía. “¿Viste qué lindo es volar por un
rato?”, preguntó Juana. La otra recuperó su gesto habitual:
“más me divierte verte caer”, contestó.

Uno de piratas
—¿Ven esta pierna de madera, manga de holgazanes? ¡Esta
pierna fue el fruto de la lucha contra Barba Azul, el día que
le robamos el botín de las joyas de la reina! Ya les repetí esta
historia como diez veces y saben que odio repetir las cosas,
así que la próxima vez que alguno de ustedes ose llamarme
“madera”, “troncazo” o “pata de palo” lo hago caminar por la
plancha. ¿Está claro?

101
—¡Sí, mi capitán! —contestan a coro, desde el fregón hasta
el comandante.
—Y este garfio que sabe peinar mi bigote con maestría, ¿ven
el brillo que tiene? ¡Brilla como la plata y el oro que robamos
aquel 5 de octubre del barco de Barbarroja! Es la centésima
vez que les cuento esta historia así que, mamarrachos de mar,
si escucho a uno de ustedes llamarme a mis espaldas “capi-
tán gancho”, “mano única” o “capitán pinchame” otra vez, ¡los
arrojo a los tiburones! ¿Comprendido?
—¡Sí, mi capitán!
—Y este parche, el más antiguo de mis trofeos de guerra, es
la historia que más veces conté en la vida. Perdí el ojo el día
que capturamos el Revenge VII, nuestro buque y hogar. Así
que si alguna vez, escucho, aunque sea en un susurro, el nom-
bre de “gallito ciego”, “ojito mi capitán” o “as de bastos”, por
las cercanías de este barco, tengan por seguro que los colgaré
del palo mayor antes de que pestañeen. ¿Entendido?
—¡Sí, mi capitán!
En ese momento: ¡PLOP! Sobre la cabeza del pirata, cae una
sustancia caliente y abundante, que se extiende por el pelo y le
chorrea hasta el parche de la cara. Rojo de bronca, el capitán
mira hacia arriba: no ve más que nubes.
Es comprensible.
El loro del Revenge VII no será tan valiente como el pirata,
pero tampoco tolera la repetición.

102
Natalia Wierz

DESENCUENTRO
Me susurró al oído un silencio que casi no pude escuchar.

200 GRAMOS MÁS


Paso adelante. ¡Qué porte! ¡Qué elegancia al andar!
Avanza resuelto, sin dudar, apoya los pies y cierra los ojos.
La aguja se desplaza, va y viene, y se detiene.
Setenta y cuatro, doscientos.
Paso atrás. Porte deprimido, andar resignado y la profunda
convicción de no ceder ante un chocolate más.

BIG BANG
Inventé una palabra, repleta de consonantes y vocales. Tam-
bién le di muchos significados, más que los de un diccionario.
Le puse colores y perfumes. Pero la llené demasiado y explotó.

103
REMAKE
Nos vamos de paseo y llevamos una torta con crema y frutillas.
No nos importa que el auto sea feo.
Pero nos preocupan los baches.
¡PI-PI-PI!
Chau frutillas.
¡PA-PA-PA!
Nos vamos de paseo y llevamos una torta solo con crema y
un poco desarmada.

TELEGRAMA A PADRE
Ciudad hermosa. Playas paradisíacas. Museos deslumbran-
tes. Bosques increíbles. Tarjeta sin fondos.

FUGA PERRUNA
Ahí está, acechando. Me deslizaré como una sombra hacia
el jardín. No podrá verme.
Demasiado tarde, ya me detectó.
¡Oh no, San Roque! ¡No puede ser!
¡Otra vez a tomar el té con Barbie, Teddy y Ken!

104
CARTA
Papá Noel:
En la carta que ayer te mandé, pedía la muñeca bailarina que
vi por la tele. Pero durante la noche pensé que no sé si me gusta
tanto. Mamá insiste en que es un lindo regalo. Y papá cree que
es sensacional. Pero yo pienso, ¿no te parece que es una pena
desperdiciar un viaje desde el Polo Norte para traerme una
muñeca que venden en la juguetería de la esquina? ¿Decime si
no tengo razón? (La abu Clota siempre dice esta frase cuando
termina de hablar y a mí me encanta como suena).
Prefiero pedirte algo que mis papás nunca van a poder re-
galarme. Por ejemplo, vos pasas por África, ¿no? ¡Un elefante
me gustaría muchísimo!
Pero papá dice que va a ser un lío sacarlo a pasear por el
barrio, que va a aplastar todo.
Entonces se me ocurrió que como vos también pasas por la
NASA, podrías traerme una nave espacial. ¡Sí! Para ir a Marte
o a la Luna. ¡Sería genial!
Pero mamá dice que no hay más lugar en el garaje para es-
tacionarla.
No elefante. No nave espacial.
Pero, ¿qué me decís de olas gigantes como las del Caribe?
No digo que me traigas todo el mar, solo algunas olas
grandes para la pileta de casa, que aunque dé vueltas a
toda velocidad nunca consigo que haya olas. Pero con unas
enormes, dos o tres, que me revuelquen por toda la pile
sería divertidísimo.

105
Se lo conté a la abu Clota; me miró raro y me dijo: “Ay nena,
vos sabés que a veces esas olas vienen con tiburones asesinos.
¡Es un peligro! ¿Decime si no tengo razón?”.
Y tiene razón.
Bueno, yo sé que vos podés traerme cualquier cosa, son los
grandes los que ponen “peros” a todo.
Así que hagamos lo siguiente: regalame la muñeca bailarina
y además traeme algo que veas por el camino, total si lo elegís
vos nadie puede decir nada. Y tenemos las fiestas en paz (esto
también lo dice siempre la abu Clota).
Besos.
Sofi.

106
Debbie Yafe

De madera
—¿Te comiste todo el chocolate solo?
—¿Quién, yo? ¡No! (Ahora, con la cirugía de nariz, puedo
mentir tranquilo).


Otra vez me ganó la tentación.
—Hola mamá, soy Hansel. Encontré confites de muchos co-
lores y me los comí todos. La bruja me descubrió y me encerró
en la jaula. ¿Me venís a buscar?


El niño se había escondido dentro del oscuro ropero.
Se prometió que no saldría hasta que sus sentimientos fue-
ran comprendidos.

107

A veces te visita y es bienvenida.
Otras, al verla, esas lágrimas apretadas salen y resbalan por
tu mejilla.
La soledad está confundida.


¿Cuándo se curan las heridas?
¿Cuando ya no duele al pensarlas o cuando el rencor ha
desaparecido?

108
109
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ÍNDICE

Prólogo.................................................................................7
Susana Accorsi......................................................................11
Andrés Alessandri..............................................................13
Olga Appiani de Linares..........................................................15
MYRIAm BOcLiN...........................................................................19
María Laura Burattini.............................................................21
Juan Chaves...............................................................................25
Graciela Chorny......................................................................27
Fernanda Costa.......................................................................29
Marina Cuello...........................................................................31
Carla Dulfano..........................................................................35
Marina Elberger...............................................................39
Patricia Espósito................................................................41
Anabel Fernández Rey.................................................... 43
José Luis Forcinito...........................................................47
PaULA FRÄNKEL............................................................................49
jo ganopolsky.................................................................53
Jorge grubissich..............................................................55
Leandro katz.....................................................................57
Mariana Kirzner................................................................61
Mariana Kiteber.................................................................63
Maque Lagos.................................................................... 65
Mónica Alejandra López ..............................................67
mario Méndez....................................................................69
Laura Michell..........................................................................71
Daniela Peralta....................................................................73
graciela repún ...........................................................................75
mónica rodríguez...............................................................79
Carolina Serjai.........................................................................81
Marcela Silvestro...................................................................83
Evelyn Spalding.......................................................................87
Ester Spiner..............................................................................89
Gragry Troncoso........................................................... 93
LUCIO VISCHÑEVSKY.................................................................97
Mariana Weschler.............................................................99
Natalia Wierz.....................................................................103
Debbie Yafe.......................................................................107 111
La presente edición se terminó de imprimir
en el mes de febrero de 2017 en la
Cooperativa Chilavert Artes Gráficas,
imprenta recuperada y gestionada por sus trabajadores.
M. Chilavert 1136, Buenos Aires.

imprentachilavert@gmail.com

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