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UNA OBRA CAPRICHOSA

Por: Erik Giovany Montes Páez*

Una tarde, hace varios años, hice algo que rara vez hacía: llegué muy temprano a la casona La
Perla para el ensayo del grupo de teatro de la universidad. Tan temprano que me llevé sorpresas:
allí uno podía encontrar más gente que la del Teatro UIS (que éramos los únicos que estábamos
adentro de La Perla por las noches) y, más sorprendente aún, no había rastros de ese extraño
humo verdoso que llegaba de los alrededores para acompañar cada ensayo de nuestras obras.
Pero la mayor sorpresa fue encontrar que a esa hora alguien sufría. Se oían los lamentos de una
mujer que reclamaba atención para un hijo enfermo. ”Que soy la primera que llegó, ¿eh? Que no
va a haber ninguna antes que yo, ¿sabe?”. La voz se hacía familiar, se parecía a la de una vieja
vendedora de flores de un mercado viejo, o tal vez a la de una irreverente monja de un convento
olvidado, o quizás a la de un abogado retorcido de la Grecia antigua que se aprovechaba de
asneros ignorantes.

Los lamentos continuaban, y nadie se compadecía del pobre niñito. “En los hospitales hay muchos
números”. Hasta que por fin alguien interrumpió ese sufrimiento, se escuchó una voz grave que
decía: “¿Qué posibilidad habría de que fueras más orgánica?”. La respuesta era clara: no había
ningún niñito enfermo, simplemente un muñeco envuelto en trapos viejos, y una actriz y un
director que se habían vuelto cómplices para iniciar un montaje de forma clandestina.

Quedaron sorprendidos al verme, hasta que luego de unos segundos, propios de los niños que son
sorprendidos comiéndose el azúcar de la cocina, él dijo: “Señor Montesco y Capuleto, siéntese a
ver”.

Las razones para iniciar un montaje de esa manera nunca me las dijeron, pero tal vez el hecho de
haber abordado varios dramas que terminaron convirtiéndose en tragedias para el grupo fue más
que suficiente para hacerlo así. La Captura, El sol subterráneo, Sacco y Vanzetti y El Hereje eran
algunos de esos textos que nunca llegaron a su estreno y esta obra quería ser diferente, quería ser
vista por el público de la UIS.

Desde ese entonces han pasado cuatro años. Aquella actriz no continuó en la agrupación, con su
reemplazo ocurrió lo mismo, y cuando se pensaba que la pieza estaba condenada al cajón del
olvido, revivió, tal vez por capricho del director o por designio de los dioses del teatro, para llegar
a una escenografía, un vestuario, un público, un estreno.

Aunque parezca que la propuesta del Teatro UIS es arriesgada, abordando el drama a pesar de que
su estilo tradicionalmente ha sido la comedia, no existe tal contrariedad, pues esa comedia
siempre ha tenido un objetivo claro: el entretenimiento basado en la crítica, buscando generar
cuestionamientos a los vicios de la sociedad desde el punto de vista privilegiado del actor. Así,
obras como Erase una vez un rey, Proceso por la sombra de un burro o Algo se pudre en la
despensa pretenden desenmascarar la realidad del poder, la corrupción y la prevalencia de los
intereses personales.

Teatro UIS hace una propuesta interesante: toma una pieza escrita para una actriz, en un
ambiente mínimo y la convierte en un monólogo a tres voces, con varios ambientes que la hacen
universal y con el apoyo audiovisual que permite transportar al espectador a diversos lugares,
cuyo denominador común es el sufrimiento de las mujeres por sus hijos. El tema central, como
bien lo señalaba el director desde el principio del montaje, es el hambre. El hambre que sienten las
madres, el hambre que siente la mayoría de niños en el mundo. Por eso, Viejos Hospitales se
convierte en una propuesta universal, por eso no importa que su autor sea argentino y sus actrices
colombianas, pues en los cinco continentes se vive y se sufre con el hambre, porque en todas
partes existen sistemas de salud absurdos en los cuales no se piensa en el débil sino en el
poderoso.

El montaje fue arduo y los resultados seguramente tendrán la calidad del Teatro UIS, ese
“Entretenimiento garantizado” que ha llegado a grandes y chicos, esa reflexión que siempre ha
estado presente, esa sencillez que hace sublime el oficio del actor, esa seriedad que caracteriza a
un trabajo hecho con profesionalismo.

Hoy los designios del teatro me han alejado de Bucaramanga y de ese estreno, un acontecimiento
que no quiero perderme, para poder agradecerle a esa caprichosa obra por su voluntad de no
dejarse echar al olvido.

* Erik Montes (Ocaña, 1984). Ingeniero de Petróleos de la Universidad Industrial de Santander. Ingresó al
Teatro UIS en mayo de 2001 y formó parte del grupo hasta 2006. Se desempeñó como actor en cuatro obras
del Teatro UIS: Milagro en el mercado viejo (José, el peón del depósito de frutas, 38 funciones), Proceso por la
sombra de un burro (Estrutión, el dentista, 8 funciones), Erase una vez un rey (Watusi, 23 funciones) y Sancho
Panza en la Ínsula (Sancho, 26 funciones). Actualmente se desempeña como Profesional del Departamento de
Producción de la Superintendencia de Operaciones Apiay, de Ecopetrol S.A., en el departamento del Meta.

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